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Esclavos del franquismo en el Pirineo - Esclavitud bajo el franquismo

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nos com<strong>en</strong>ta: «Lo único era que... <strong>el</strong> que estaba al mando<br />

nuestro, pues se embolsaba las perras y no nos daban de comer<br />

(...). El que estaba al mando, hacía lo que quería, porque<br />

como nosotros no podíamos protestar, <strong>en</strong> vez de darnos bi<strong>en</strong><br />

de comer, nos daban... nada, agua. Y a callar». También Félix<br />

Padín ti<strong>en</strong>e un recuerdo claro de la responsabilidad de los<br />

oficiales <strong>en</strong> la mala alim<strong>en</strong>tación: «T<strong>en</strong>íamos unos oficiales<br />

que eran navarros, no recuerdo de los nombres y esas cosas<br />

pero eran navarros, y eran muy fuertes, uno de <strong>el</strong>los era p<strong>el</strong>otari,<br />

y ésos eran los que vivían bi<strong>en</strong> porque <strong>el</strong> suministro llegaba,<br />

alguno lo v<strong>en</strong>día, lo t<strong>en</strong>ía que v<strong>en</strong>der o alguna cosa<br />

t<strong>en</strong>ían que hacer (...) la comida era infame, porque cada vez<br />

que llegaba <strong>el</strong> camión de int<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia, perniles de carne, sacos<br />

de azúcar; luego resultaba que eso no aparecía, porque<br />

cuando mandaban para suministrar la cocina íbamos y traíamos<br />

huesos de pernil, la carne no aparecía por ningún lao».<br />

Además, recuerda Félix, los propios prisioneros eran los perjudicados<br />

por ese negocio: «Los oficiales, para que <strong>el</strong> que t<strong>en</strong>ía<br />

perras pudiera comer, montaron una casita para v<strong>en</strong>der: te<br />

v<strong>en</strong>dían sardinas, vino, de todo, y eso para b<strong>en</strong>eficio de los<br />

oficiales, se quedaban con la comida y <strong>en</strong>cima si querías comer<br />

t<strong>en</strong>ías que comprarles a <strong>el</strong>los, ¡era un negocio redondo!».<br />

Casualm<strong>en</strong>te, uno de los prisioneros <strong>en</strong>trevistados, Luis<br />

Ortiz de Alfau, que como ya hemos señalado anteriorm<strong>en</strong>te<br />

estaba trabajando <strong>en</strong> la oficina de la primera compañía <strong>d<strong>el</strong></strong><br />

mismo batallón, recuerda también esta práctica de abuso<br />

económico sobre los propios prisioneros: «En Vidángoz sí hicieron<br />

chanchullos. El t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te de mi compañía era Anuncio<br />

Roldán Garro, natural de Subiza, luego ha sido comisario de<br />

Policía. ¡Fíjate si se harían chanchullos que, <strong>el</strong> dinero lo guardaba<br />

yo, lo administraba yo, y con ese dinero un soldao iba<br />

comprando víveres para la compañía; este Anuncio me puso<br />

un supermercao <strong>en</strong> <strong>el</strong> barracón, y yo t<strong>en</strong>ía, junto a mi colchoneta,<br />

latas de sardinas, de aceitunas, y lo v<strong>en</strong>día a los presos y a los<br />

escoltas, ¡claro, con un marg<strong>en</strong> de b<strong>en</strong>eficio!, yo t<strong>en</strong>ía a mi pobre<br />

mujer trabajando y ¡yo también arreaba algo para mí!, los<br />

demás ya lo sabían, ¡pues fíjate si hacían chanchullos!». Además,<br />

la comida también desaparecía de otras maneras: «La<br />

comida desaparecía, llegaba a la cocina y <strong>en</strong> la cocina se perdía;<br />

<strong>el</strong> almacén lo vigilaba yo <strong>en</strong> mi compañía, pero una vez<br />

que salía de allí yo ya no podía responder, porque v<strong>en</strong>ían todos<br />

los días los de la cocina y se llevaban todo lo que t<strong>en</strong>ían<br />

para llevarse, y yo sé que desaparecía, pero yo chitón, porque<br />

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