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18.04.2013 Views

la realidad, que a la fuerza acaba enseñando todo lo que hace falta aprender. Respecto a los defectos de otro, nosotros somos sólo una parte de la realidad. Podemos contribuir a que alguien supere sus deficiencias si damos la respuesta adecuada cuando ese alguien se relacione con nosotros. Esta respuesta no podemos eludirla porque una respuesta inadecuada alimentaría el crecimiento del mal. Pero aun actuando del mejor modo, sepamos que somos sólo una parte de esa realidad que le enseñará en quién sabe cuánto tiempo. De modo que no hay ningún motivo serio para que, en caso de que alguien “malo” se cruce en nuestro camino y siga siendo tan malo como antes de cruzarse, suframos como si hubiera habido un terrible error de Dios, y como si nosotros no hubiéramos podido corregir eso en lo que Dios falló. Si nos atormentan los defectos ajenos, es en general por dos razones: 1) Pedimos demasiado a la realidad y a la gente, pretendiendo vivir rodeados de belleza y virtud al 100%. 2) No respondimos del modo adecuado ante los defectos ajenos, por falta de preparación, reflexión o autocontrol. Ya se trate de una como de la otra razón, la responsabilidad de resolver la situación es nuestra. Y la única solución será ser mejores nosotros. Cada vez que nos encontremos con alguien que nos disgusta repitámonos lo que ya comprendimos o creímos comprender: la ignorancia, la oscuridad de la conciencia, es un componente básico, una “regla de juego” de este universo. Es un trasfondo que genera sufrimiento y con él la aspiración a trascenderlo; pero no es una monstruosidad, un error cósmico que deba odiarse, más aun cuando nosotros mismos somos una determinada combinación de luz y oscuridad. Y si otro ser se nos aparece como “peor”, es sólo porque eliminó menos oscuridad que nosotros, y la causa de sus defectos es algo de lo que tal vez nos libramos un poco más que él pero no está ausente en nuestro interior: la ignorancia el “velo” metafísico presente el la diagramación ini- 96

cial del universo. De la oscuridad inicial surge el impulso a la vida, de ahí los instintos y después la inteligencia. Es perfectamente natural que los instintos, al chocar contra la realidad, generen impulsos destructivos o indeseables. También es natural que los instintos y aspiraciones individuales no encajen ni armonicen desde el primer paso con el invento humano de la civilización. Aunque la civilización ofrezca mejores posibilidades de vida que los impulsos irreflexivos y egoístas, eso debe ser aprendido, a veces muy lentamente, por cada alma humana. La civilización es un nuevo modo de encarar la vida (nunca olvidemos lo de nuevo), una vanguardia creada no sin esfuerzos ni errores por el espíritu humano en su búsqueda de felicidad. Es un error catalogar a la vida civilizada como “normal”, y a quien no la practica bien como “anormal” o “degenerado”. La civilización es un paso adelante, un terreno recientemente abierto al que poco a poco vamos adaptando nuestra manera de andar. El que lo haga menos virtuosamente que nosotros no es un “monstruo”, no es una falla de la naturaleza que si no media nuestra intervención destruirá al universo como en las historietas: es ni más ni menos que un ser de nuestra misma naturaleza que por el momento no acertó en su modo de encarar la vida, y tal vez no tenga problemas con “la vida” en sí, sino con la vida civilizada, que alguien inventó antes de que él naciera y ahora lo obliga a formar parte de ella. Incluso es conveniente, cada vez que alguien nos disgusta, preguntarnos si ese alguien es verdaderamente “peor” o si sólo ocurre que camina con otro estilo, y tal vez tengamos algo que aprender de él. Tal vez cada defecto humano deba ser un incentivo para reflexionar sobre sus causas, de modo que comprendamos mejor el mundo interior del hombre, incluyendo sus conflictos, y extraigamos provechosas consecuencias para nuestra vida individual y social. Todo esto, o su síntesis, su espíritu, su sentimiento, debe 97

cial <strong>de</strong>l universo.<br />

De la oscuridad inicial surge el impulso a la vida, <strong>de</strong> ahí <strong>los</strong><br />

instintos y <strong>de</strong>spués la inteligencia. Es perfectamente natural<br />

<strong>que</strong> <strong>los</strong> instintos, al chocar contra la realidad, generen impulsos<br />

<strong>de</strong>structivos o in<strong>de</strong>seables. También es natural <strong>que</strong> <strong>los</strong> instintos<br />

y aspiraciones individuales no encajen ni armonicen <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

primer paso con el invento humano <strong>de</strong> la civilización. Aun<strong>que</strong> la<br />

civilización ofrezca mejores posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> vida <strong>que</strong> <strong>los</strong> impulsos<br />

irreflexivos y egoístas, eso <strong>de</strong>be ser aprendido, a veces<br />

muy lentamente, por cada alma humana.<br />

La civilización es un nuevo modo <strong>de</strong> encarar la vida (nunca olvi<strong>de</strong>mos<br />

lo <strong>de</strong> nuevo), una vanguardia creada no sin esfuerzos ni<br />

errores por el espíritu humano en su bús<strong>que</strong>da <strong>de</strong> felicidad.<br />

Es un error catalogar a la vida civilizada como “normal”, y<br />

a quien no la practica bien como “anormal” o “<strong>de</strong>generado”.<br />

La civilización es un paso a<strong>de</strong>lante, un terreno recientemente abierto<br />

al <strong>que</strong> poco a poco vamos adaptando nuestra manera <strong>de</strong> andar.<br />

<strong>El</strong> <strong>que</strong> lo haga menos virtuosamente <strong>que</strong> nosotros no es<br />

un “monstruo”, no es una falla <strong>de</strong> la naturaleza <strong>que</strong> si no media<br />

nuestra intervención <strong>de</strong>struirá al universo como en las historietas:<br />

es ni más ni menos <strong>que</strong> un ser <strong>de</strong> nuestra misma naturaleza<br />

<strong>que</strong> por el momento no acertó en su modo <strong>de</strong> encarar la vida, y<br />

tal vez no tenga problemas con “la vida” en sí, sino con la vida<br />

civilizada, <strong>que</strong> alguien inventó antes <strong>de</strong> <strong>que</strong> él naciera y ahora lo<br />

obliga a formar parte <strong>de</strong> ella.<br />

Incluso es conveniente, cada vez <strong>que</strong> alguien nos disgusta,<br />

preguntarnos si ese alguien es verda<strong>de</strong>ramente “peor” o si sólo<br />

ocurre <strong>que</strong> camina con otro estilo, y tal vez tengamos algo <strong>que</strong><br />

apren<strong>de</strong>r <strong>de</strong> él.<br />

Tal vez cada <strong>de</strong>fecto humano <strong>de</strong>ba ser un incentivo para<br />

reflexionar sobre sus causas, <strong>de</strong> modo <strong>que</strong> comprendamos mejor el<br />

mundo interior <strong>de</strong>l hombre, incluyendo sus conflictos, y extraigamos<br />

provechosas consecuencias para nuestra vida individual<br />

y social.<br />

Todo esto, o su síntesis, su espíritu, su sentimiento, <strong>de</strong>be<br />

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