Abrir - El club de los que deciden vivir

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18.04.2013 Views

hacernos daño. En este corazón del problema se cruzan el área individual y el área social. En esta área se suele odiar la rutina laboral, la obligación de hacer todos los días lo mismo para ganarse la vida. Como la vida es deseable, hacemos lo que haga falta para sustentarla. Pero lo que hace falta resulta a menudo indeseable. La más de las veces, no es indeseable por ser feo, incómodo o contrario a nuestros instintos: nos resulta indeseable por ser una repetición de lo mismo. Pero ¿quién nos obliga a hacer siempre lo mismo? Abundarán los que contesten que “es una obligación laboral”; nos obliga nuestro empleador, porque “nos paga por hacerlo”. Ante esta respuesta cabe preguntarnos ¿es que en esa empresa, o en algún otro lugar, no se le paga a nadie por hacer otra cosa? Nuestra única obligación es no vivir a costa de otros. Partiendo de allí, las actividades por las que alguien nos pague pueden ser infinitamente diversas. Sólo hace falta que nos capacitemos para ellas e intentemos iniciarlas. Si en nuestra juventud descubrimos que alguien nos pagaría por algo fácil, como, por ejemplo, pasar una escoba por un piso, fue bueno hacerlo. Pero ¿de dónde sacamos que va a ser bueno hacerlo toda la vida? O, si empieza a aburrirnos ¿de dónde sacamos que no sea posible hacer otra cosa? Si pasan los años y nunca somos capaces de hacer algo más, o aunque seamos capaces no se nos ocurre empezar, no es responsabilidad de nuestro empleador, ni de la sociedad, ni del mundo: es exclusivamente responsabilidad nuestra. En el momento que queramos podemos empezar a hacer otra cosa. Y si no sabemos cómo se hace, o no encontramos ya mismo quien nos pague por hacerla, seguimos teniendo toda la posibilidad de empezar a intentarlo. En ese preciso instante habremos dado muerte a la rutina. Dar muerte a la rutina es una actitud interior. No significa 180

forzosamente que podamos en el 100% de los casos eliminar el 100% de las tareas repetitivas. Sin embargo, podemos estar repitiendo acciones sin vivir atrapados mentalmente en el mundo de la repetición. Si nuestra mente y nuestro sentimiento están creando, imaginando, buscando caminos, no nos molestará de ninguna manera encarar mientras tanto tareas repetitivas sobre el mundo exterior. Como escuchamos tantas veces, el camino de la felicidad no consiste exclusivamente en ser capaz de modificar el mundo, sino también, y paralelamente, en ser capaz de independizarse de cómo es o deja de ser el mundo. Sin perder de vista esa relatividad de nuestra acción sobre el mundo, podemos realizar alguna tarea repetitiva sin creernos rutinarios ni prisioneros de la rutina, porque en lo más profundo de nosotros sabemos que estamos dirigiéndonos hacia lo que queremos, trabajando por un objetivo mejor que el actual estado de cosas. Evidentemente, hay riesgo de que en algún caso no consigamos lo buscado. Más precisamente, de que no lo consigamos tan pronto como quisiéramos. Por eso, abundan los que no hacen nada para salir de donde están, los que prefieren creer que aburrirse es una obligación, que la rutina nos atrapa contra nuestra voluntad y que no nos libera en ningún caso. Para subirse a un barco hay que sacar los pies de la tierra, y para disfrutar del lugar al que se arribó hay que volver a moverse y sacar los pies del barco. Si cada paso nos da miedo, si nos asusta la posibilidad de dejar algo por el simple y natural hecho de que no sepamos qué va a venir después, estaremos perdiéndonos por decisión propia todas las posibilidades de vivir como queremos vivir. Es feo vivir de una manera que no queremos, pero más feo aun es saber que nos ocurre porque no hicimos nada al respecto. Existe la posibilidad de hacer algo, pero implica algunos 181

hacernos daño.<br />

En este corazón <strong>de</strong>l problema se cruzan el área individual y<br />

el área social.<br />

En esta área se suele odiar la rutina laboral, la obligación <strong>de</strong><br />

hacer todos <strong>los</strong> días lo mismo para ganarse la vida.<br />

Como la vida es <strong>de</strong>seable, hacemos lo <strong>que</strong> haga falta para<br />

sustentarla. Pero lo <strong>que</strong> hace falta resulta a menudo in<strong>de</strong>seable.<br />

La más <strong>de</strong> las veces, no es in<strong>de</strong>seable por ser feo, incómodo<br />

o contrario a nuestros instintos: nos resulta in<strong>de</strong>seable por<br />

ser una repetición <strong>de</strong> lo mismo.<br />

Pero ¿quién nos obliga a hacer siempre lo mismo?<br />

Abundarán <strong>los</strong> <strong>que</strong> contesten <strong>que</strong> “es una obligación laboral”;<br />

nos obliga nuestro empleador, por<strong>que</strong> “nos paga por<br />

hacerlo”.<br />

Ante esta respuesta cabe preguntarnos ¿es <strong>que</strong> en esa empresa,<br />

o en algún otro lugar, no se le paga a nadie por hacer<br />

otra cosa?<br />

Nuestra única obligación es no <strong>vivir</strong> a costa <strong>de</strong> otros. Partiendo<br />

<strong>de</strong> allí, las activida<strong>de</strong>s por las <strong>que</strong> alguien nos pague<br />

pue<strong>de</strong>n ser infinitamente diversas. Sólo hace falta <strong>que</strong> nos capacitemos<br />

para ellas e intentemos iniciarlas.<br />

Si en nuestra juventud <strong>de</strong>scubrimos <strong>que</strong> alguien nos pagaría<br />

por algo fácil, como, por ejemplo, pasar una escoba por un<br />

piso, fue bueno hacerlo. Pero ¿<strong>de</strong> dón<strong>de</strong> sacamos <strong>que</strong> va a ser<br />

bueno hacerlo toda la vida? O, si empieza a aburrirnos ¿<strong>de</strong><br />

dón<strong>de</strong> sacamos <strong>que</strong> no sea posible hacer otra cosa?<br />

Si pasan <strong>los</strong> años y nunca somos capaces <strong>de</strong> hacer algo<br />

más, o aun<strong>que</strong> seamos capaces no se nos ocurre empezar, no<br />

es responsabilidad <strong>de</strong> nuestro empleador, ni <strong>de</strong> la sociedad, ni<br />

<strong>de</strong>l mundo: es exclusivamente responsabilidad nuestra.<br />

En el momento <strong>que</strong> <strong>que</strong>ramos po<strong>de</strong>mos empezar a hacer<br />

otra cosa. Y si no sabemos cómo se hace, o no encontramos ya<br />

mismo quien nos pague por hacerla, seguimos teniendo toda la<br />

posibilidad <strong>de</strong> empezar a intentarlo.<br />

En ese preciso instante habremos dado muerte a la rutina.<br />

Dar muerte a la rutina es una actitud interior. No significa<br />

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