Abrir - El club de los que deciden vivir
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hacer toda su voluntad debido a cómo anda el mundo, nos imaginaremos un “gobierno del mundo” constituido por grupos o naciones que sí pueden todo lo que quieren, para beneficio propio y para mal de los demás, entre los que siempre nos incluiremos nosotros. Y si esto es así y nadie lo impide, empezaremos a figurarnos el “gobierno del universo”, Dios, como incomprensiblemente diferente de lo que debiera ser. Tal vez muchas concepciones religiosas disten enormemente de las enseñanzas que les dieron origen, tergiversadas por las inclinaciones subjetivas del ser humano, entre las cuales el efecto padres cumple un rol preponderante, y se remodelen ideas de acuerdo al gusto de los que le dirán “sí” a la creencia que satisfaga sus inclinaciones más íntimas. Ante la dificultad de concebir una parte de la realidad que no se conoce, se tiende a compararla o asociarla con una parte conocida. Pero esa asociación es en algunos casos demasiado exagerada, y en vez de ayudar a conocer lo desconocido lo desfigura hasta tal punto que en realidad dificulta su conocimiento. Tal vez la mayor exageración al respecto ocurra con la idea de Dios, reiteradamente concebido “a imagen y semejanza” de un padre de este mundo, con finalidades y sentimientos demasiado parecidos a los de una persona. Por el mismo procedimiento, todo nuestro universo puede llegar a quedar “personificado”, poblado de voluntades poderosas ante las que no podemos hacer nada, excepto (si alguna vez eso dio resultado ante nuestros padres) pedir y llorar hasta que nos den lo que queremos. Si este camino no es posible, sólo quedará el de resignarnos ante un “designio” que “no nos deja” otra posibilidad. Esta supervivencia del espíritu infantil puede determinar desde su raíz nuestra forma de ver y encarar la existencia. Para alguien más o menos maduro, el mundo es como una página donde escribir, un amplio espectro de posibilidades de hacer, de conseguir o no conseguir los objetivos con que sueña. Para 166
alguien que no rompió el cascarón del “efecto padres”, el mundo es un lugar donde nos dan o no nos dan lo que queremos. Y nos lo den o no, existe desde un principio en “alguien” (Dios, los gobernantes, la sociedad, las personas con que nos relacionamos), el deber de dárnoslo. Es fácil imaginar cómo vivirá alguien que cree que el mundo y las personas le deben permanentemente algo y tienen la obligación de hacerlo feliz: ante cada momento indeseable vivirá echando culpas, recriminará en vez de dar, pedirá en vez de hacer, desechará a las personas que quiere o lo quieren porque considera que no cumplen con su obligación, buscará una y otra vez otras que de una vez por todas cumplan con eso que tienen que cumplir. No será de extrañar que se divorcie varias veces; no será de extrañar que se drogue para salir del indebido estado de insatisfacción en que vive; no será de extrañar que robe, porque considera que las cosas “le corresponden”, y la falla está en que los demás no se las dieron. ¿Por qué el ser humano suele aferrarse con tanta fuerza a un esquema imaginario que da resultados tan adversos? En primer término, porque este esquema no es sólo un contenido mental: está rodeado de los sentimientos más antiguos, más básicos, más intensos que posee el individuo. Abandonar ese esquema sería casi lo mismo que abandonar el hogar: significaría esfumar repentinamente todo afecto y exponerse a la intemperie de la soledad y el desamparo. Se nos vendría encima una carencia indeseable y poco menos que insoportable. Esa es una razón por la que se tiende a no abandonarlo. Podríamos llamarla la razón afectiva. Así como en el hombre hay afecto, sentimiento, también hay conocimiento y también hay voluntad. Por lo tanto, la dificultad para desprenderse del “efecto padres” posee también una razón cognoscitiva y una razón volitiva. La razón cognoscitiva es sencillamente la falta de conocimiento. Es muy habitual ignorar que los sucesos del mundo no se deben necesariamente a que alguien haya querido que sean así, 167
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Es fácil imaginar cómo <strong>vivir</strong>á alguien <strong>que</strong> cree <strong>que</strong> el<br />
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La razón cognoscitiva es sencillamente la falta <strong>de</strong> conocimiento.<br />
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