Abrir - El club de los que deciden vivir
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tar nuestros planes. Aquí surge una cuestión seria, pero que en realidad no tiene relación con la suerte: debemos ejecutar nuestros planes con la mayor precaución posible, con el mayor cuidado de que no haya quedado algo previsible sin tener en cuenta; pero subrayando lo de previsible. Intentar pensar más allá de lo que podemos prever es ni más ni menos que inútil. A no ser que en realidad sea una excusa inducida por el miedo o la pereza para no ejecutar nuestros planes. En un mundo en el que permanentemente se entrecruzan causas y efectos, los efectos pueden coincidir o no con nuestros deseos (la única causa que en este mundo puede producir exclusivamente efectos coincidentes con nuestros deseos es nuestra propia intervención, siempre y cuando no nos equivoquemos). Como consecuencia de esto nace una idea muy poco reflexiva, pero que muy habitualmente ronda por las mentes humanas: si los fenómenos que ocurren no nos favorecen, “tenemos mala suerte”. Pero ¿por qué tendría que trabajar la concatenación de causas y efectos en favor de un individuo en especial? Y si hubiera seres benignos o malignos trabajando desde mundos invisibles, serían parte de la concatenación de causas y efectos. En tal caso, ¿qué los determinaría a favorecer más a unos que a otros? Es también muy común decir que esas fuerzas favorecen a algunos seres porque “se lo merecen”, de ahí pasar a creer que uno está entre los que merecen lo mejor, sin decirse qué hizo de bueno para merecerlo, y sin proponerse hacerlo en un futuro previsible. Es muy común suponer que uno mismo tiene algo de especial para que la realidad, con o sin entidades conscientes en mundos invisibles, trabaje para favorecerlo. Todo eso es producto de la fantasía generada, por una parte, por la fuerza del deseo, que tiende a no aceptar una realidad donde no suceda lo que deseamos, y, por otra parte, por la inclinación a no esfor- 150
zarse ni molestarse, que tiende a desear que el mundo haga por y para nosotros lo que no hacemos con nuestras propias manos. De ahí que cuando esto no sucede, en vez de tomarlo como lo más natural del mundo se dice que hubo mala suerte. Detrás de todo esto subyace siempre una actitud, una deficiencia moral: no querer observar la vida, ni esforzarse, ni arriesgarse, y al mismo tiempo desear obtener lo mejor del mundo mediante la intervención de los demás, del azar o de entidades enigmáticas que por alguna razón harán todo en nuestro provecho. La persona moralmente sana y limpia hace todo lo contrario: no espera nada de fuerzas externas ni cree que éstas tengan alguna obligación para con ella; simplemente trabaja, se convierte a sí misma en la causa (la única posible y confiable) que puede producir los efectos que le gustaría que ocurrieran. Imaginemos un ejemplo: dos personas se dedican a estudiar, a prepararse seriamente para ganarse la vida. Se capacitan en todo lo que pueden, no dejan nada librado al azar, se convencen de que lo verdaderamente decisivo es su capacidad y su conocimiento, y una vez que se prepararon con todo su esmero salen a vender. Uno vende el producto “A” y tiene gran éxito, se dice a sí mismo que hizo todo muy bien y que valió la pena capacitarse. Otro sale a vender el producto “B” y vende muy poco, se dice que “algo anduvo mal” y hasta puede pensar que “fracasó”, que no vale la pena capacitarse ni esforzarse. Y seguramente alguien dirá que uno de ellos “tuvo suerte”. ¿Este hecho, como tantos similares, demuestra que existe la suerte? En realidad sólo demuestra que a la gente le interesa mucho el producto “A” y le interesa poco el producto “B” (aquí se usa el ejemplo de vender distintos productos, pero se podría juzgar igualmente las alternativas de ejercer distintas profesiones, habitar en distintos lugares, etc.). Cualquier diferencia de resultados se debe a algún detalle poco conocido de la realidad, 151
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Pero ¿por qué tendría <strong>que</strong> trabajar la concatenación <strong>de</strong><br />
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