Abrir - El club de los que deciden vivir
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Un espíritu poco maduro, poco realista, desprecia el trabajo, tiende a evadirlo o a suplantarlo por el robo, porque le posterga sus momentos de actividad satisfactoria. Un espíritu maduro, capaz de percibir la relación causa-efecto, capaz de ver más allá del instante actual, se satisface con el trabajo, porque con él compra actividad satisfactoria y se autodesarrolla (y cuando se posee cierta madurez, autodesarrollarse es una actividad satisfactoria). Otro punto a tener en cuenta es el de no perseguir lo supuestamente satisfactorio. Muchos “fines” se nos aparecen como dignos de perseguir porque escuchamos hablar de ellos o porque suponemos a primera vista que los disfrutaremos grandemente. Por ejemplo, las universalmente ponderadas “fama y fortuna”, un determinado título u ocupación, un determinado artículo comprable, etc, etc. Tal vez hagamos demasiado esfuerzo e invirtamos demasiado tiempo para luego descubrir que continuamos tan insatisfechos como antes. Por eso, parte de la actividad superadora es la inquisición sobre qué es lo que necesitamos, lo cual puede incrementar nuestro porcentaje de actividad satisfactoria. Otro punto fundamental es darnos cuenta de que nuestra capacidad de desear supera casi infinitamente a nuestra capacidad de obtener. Podemos luchar meses o años para alcanzar una determinada circunstancia, y al minuto siguiente estar imaginando otra, posiblemente más satisfactoria pero indudablemente más costosa. Si no controlamos nuestro pensamiento, si lo dejamos lanzarse a proponernos más y más conquistas como si no hubiera satisfacción posible sin cada una de ellas, llegará un momento en que el agotamiento ocupará más espacio que el placer, llegará un momento en que “lo deseado” trascenderá toda capacidad humana de alcanzarlo, y se autocumplirá nuestra fea profecía: no habrá satisfacción posible. Con esto empezamos a ver que el camino de trabajar exclusivamente sobre las circunstancias es árido, agotador, inútil: sólo se vive bien si se trabaja sobre uno mismo. También hay que cuidarse del extremo opuesto: resignarse por pereza a no obtener ninguna satisfacción. 126
¿Todo esto significa que estamos condenados a la ausencia de satisfacciones? No; a no ser que nuestra inmadurez nos mueva a esperar demasiado del mundo. Podemos vivir bien si sabemos que las satisfacciones por causas externas tienen las citadas limitaciones, y que, si aun así las buscamos, tienen un costo, que debemos pagar sin tristeza si realmente sabemos lo que queremos. Si no esperamos demasiado, si no nos fabricamos a cada momento proyectos extenuantes e innecesarios, nuestro mundo interior empezará a estar menos atormentado, más tranquilo, y casi por arte de magia el transcurrir de nuestra vida se habrá vuelto satisfactorio. Dentro de lo que cada uno considera satisfactorio hay actividades más satisfactorias que otras. Hay una escala que va desde la máxima satisfacción experimentable (esa que forzosamente es limitada) hasta el poco definido límite con la actividad consuelo. Casi podríamos formular una teoría de la relatividad al respecto: una actividad satisfactoria puede ser actividad consuelo respecto a otra más satisfactoria pero no alcanzable por el momento. De modo que viviremos bien si no pretendemos la máxima satisfacción durante demasiado tiempo, si no nos maltratamos pagando un costo demasiado alto por lo que deseamos, y si, a su vez, no reducimos nuestras satisfacciones a un nivel demasiado poco satisfactorio por rehuir pagar su costo. También hay que considerar el fenómeno de la suplantación de unas actividades satisfactorias por otras, que, aunque gusten, no satisfacen lo que realmente se busca o necesita. Abundan los casos de gente que intenta “llenar” con dinero su necesidad de afecto, con comida su necesidad de entretenimiento, con entretenimiento su necesidad de sexo o con sexo su necesidad de dinero. Hay varios tipos de necesidades y por lo tanto varios tipos de actividades satisfactorias; pero si no encajan, si no sintonizan cada una con la que le corresponde, habrá un estado de insatisfacción interior que no podrá remediarse ni disimularse con “otras” satisfacciones que la que se necesita. 127
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¿Todo esto significa <strong>que</strong> estamos con<strong>de</strong>nados a la ausencia<br />
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No; a no ser <strong>que</strong> nuestra inmadurez nos mueva a esperar<br />
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Po<strong>de</strong>mos <strong>vivir</strong> bien si sabemos <strong>que</strong> las satisfacciones por<br />
causas externas tienen las citadas limitaciones, y <strong>que</strong>, si aun así<br />
las buscamos, tienen un costo, <strong>que</strong> <strong>de</strong>bemos pagar sin tristeza si<br />
realmente sabemos lo <strong>que</strong> <strong>que</strong>remos.<br />
Si no esperamos <strong>de</strong>masiado, si no nos fabricamos a cada momento<br />
proyectos extenuantes e innecesarios, nuestro mundo<br />
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casi por arte <strong>de</strong> magia el transcurrir <strong>de</strong> nuestra vida se habrá<br />
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es limitada) hasta el poco <strong>de</strong>finido límite con la actividad consuelo.<br />
Casi podríamos formular una teoría <strong>de</strong> la relatividad al respecto:<br />
una actividad satisfactoria pue<strong>de</strong> ser actividad consuelo respecto<br />
a otra más satisfactoria pero no alcanzable por el momento.<br />
De modo <strong>que</strong> <strong>vivir</strong>emos bien si no preten<strong>de</strong>mos la máxima<br />
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También hay <strong>que</strong> consi<strong>de</strong>rar el fenómeno <strong>de</strong> la suplantación<br />
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Abundan <strong>los</strong> casos <strong>de</strong> gente <strong>que</strong> intenta “llenar” con dinero<br />
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