Preferencias electorales - PRI

EspEcial Mario Velasco Torres De la Vega
teológicas que habían dominado la
Baja Edad Media.
Algunos jóvenes monarcas previos
a la aparición del liberalismo
político, la democracia y los
derechos humanos de finales del
siglo XVIII y principios del XIX,
se plantearon modernizar a sus
naciones rompiendo atavismos y
esquemas tradicionales.
Un ejemplo nítido lo fue Pedro
El Grande, zar del antiguo Imperio
Ruso. Siendo adolescente, trabajó
como carpintero en astilleros de
Francia e Inglaterra para aprender
todo sobre la construcción de barcos
de guerra. Como gobernante, se fijaba
en detalles tan pequeños como
en cambiar las vestimentas medievales
de sus súbditos: desde las barbas
de los príncipes boyardos de su
consejo, hasta los usos y costumbres
del pueblo para acercarlos más a las
tradiciones de Europa Occidental.
Fundó San Petesburgo para comerciar
desde aguas más cálidas con
Occidente y diseñó la ciudad para
asemejarla a las grandes metrópolis
de su tiempo. Se considera a este go-
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bernante como uno de los grandes
modernizadores de su patria.
El Liberalismo y el Republicanismo
aportarían las semillas, no sólo
para sembrar jóvenes líderes sino
también jóvenes naciones que, con
el tiempo, igualmente serían líderes
en el concierto de las naciones.
La materialización de las utopías
religiosas y políticas en la
América colonial anglosajona,
para no perturbar el control del
Rey de Inglaterra en su reino así
como el socavamiento de los derechos
de los súbditos de la Nueva
España para favorecer a los peninsulares,
hicieron que apareciesen
nuevas generaciones de revolucionarios
e independentistas que
asaltaron el poder, primero por la
fuerza, para posteriormente y de
manera pragmática establecer las
bases legales e institucionales de
las nuevas naciones.
Jóvenes revolucionarios se volvieron
íconos para generaciones
enteras, como Emiliano Zapata,
Fidel Castro o Ernesto “El Che”
Guevara, donde la representación
de los nuevos hombres latinoamericanos
son instrumento de la
mercadotecnia que hasta ahora se
nota en carteles, camisetas, postales
y toda serie de artículos. En su
contexto y en su momento, estos
hombres supieron interpretar los
sentimientos de sus pueblos que
vivían en la miseria y repletos de
carencias y abusos. Jóvenes mujeres,
líderes revolucionarias, dieron
su vida en pos de sus ideales. Rosa
Luxemburgo es, quizá, una de las
más sobresalientes.
Por mucho que se manifieste discrepancia
con estos personajes, a los
que podríamos añadir a Nasser o a
Mao Tse-tung, han sido más que gobernantes
o jefes de movimientos revolucionarios.
En palabras de Octavio
Paz, “sus nombres son talismanes
que abren las puertas de la historia,
cifras del destino de sus pueblos”.
En las democracias en tiempos
de medios electrónicos, donde la
imagen empezó a contar, la apariencia
de la mujer u hombre joven
y con vigor, con ciertos dejos de
irreverencia e inconformidad, se
torna en un incentivo para sufragar
por ella o él, máxime, si su apariencia
física es continente de conocimientos,
visión y experiencia.
En Estados Unidos, un presidente
de ideas progresistas y de
apariencia fresca, John F. Kennedy,
cautivó a muchos de sus compatriotas
no sólo por su personalidad sino
por enfrentarse a los conservadores
sureños en defensa de los derechos
civiles de la gente de raza negra.
En el viejo continente de hoy,
nombres de los un día jóvenes
presidentes y primeros ministros
de los socialismos democráticos y
de la socialdemocracia como Felipe
González, Tony Blair o Michel
Rocard, son sinónimo de trans-