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EspEcial Anombre de mi madre y de la familia De la Madrid Cordero, quiero agradecer su presencia en este lugar tan emblemático para el país, pero también, tan cargado de significado para quienes hoy honramos la memoria del Presidente Miguel de la Madrid Hurtado. En este edificio, en una tarde como ésta, el 25 de septiembre de 1981, nuestro padre recibió el apoyo de los sectores de su partido, para nominarlo candidato a la Presidencia de la República. Hoy, estamos cerrando el ciclo vital de un hombre cuya vida es la prueba del México que es posible, logrando crecer ante la adversidad y tener oportunidades de acceder a la educación, contando además con el privilegio que significa haber estudiado en la Universidad Nacional Autónoma de México, haber alcanzado también los sueños y poder así servir a su país y devolverle lo mucho que éste le entregó. México les dio a nuestros padres valores y principios. Ese esfuerzo se recompensa hoy con el reconocimiento como el que se le brinda por el Estado mexicano. El valor de la honradez, la dignidad y la lealtad con que condujo su vida pública y privada. La imagen que queremos hoy compartirles es una imagen que se nutre desde el espacio familiar y aquí, la objetividad consiste en hablar de Miguel de la Madrid Hurtado no sólo desde el análisis de su gestión, sino también, desde el lado humano que definió su personalidad y su visión de país, una visión que se forjó tras la pérdida abrupta de su padre en su amada Colima, partiendo de una vida de sacrificio y esfuerzo que le permitió abrirse paso guiado siempre por una madre viuda, que a sus tempranos 20 años llegó al Distrito Federal para trabajar intensamente y poder mantener y educar a sus dos hijos: Alicia y Miguel. Miguel de la Madrid Hurtado fue hijo de la cultura del esfuerzo, pero también, de una sociedad generosa y de un país plural y diverso, que le brindó la oportunidad de servirlo gobernando. Para él, la renovación moral consistía en gobernar con el ejemplo. Para sus hijos ese ejemplo nos permite hoy hablar de frente, decir las cosas por su nombre y trabajar honradamente, compartiendo una vida familiar plena y un México para todos lleno de futuro. Veo aquí a muchos de sus amigos. Algunos se han adelantado. También, nos honra la presencia de mu- 20 examen chas personalidades, que desde distintas trincheras, e incluso, formas distintas de pensar, coincidieron con él en que el consenso y el diálogo son la única manera de superar cualquier crisis y de construir un México mejor. Fue ese consenso de pactos, con todos los sectores productivos del país, lo que al Presidente De la Madrid le permitió administrar la crisis, y sentar las bases de la estabilidad económica, de la que afortunadamente, hoy gozamos. Aquí están muchos miembros de la Generación del Medio Siglo, que imaginaron un país que supieron transformar. A nuestro padre, le agradecemos el permitirnos conocer a México y sentirlo como una segunda piel. Sus hijos le debemos eso, pero también, le debemos su nobleza, su generosidad, su presencia cercana y su amistad incondicional. Miguel de la Madrid gobernó con el temple de la razón y la pasión comprometida; la pasión capaz de someter la vanidad y el derroche, aunque por ser justo, honesto, austero y firme, no siempre se le comprenda. Su fortaleza fue su carácter. Por eso tuvo el espíritu republicano que le permitió sortear las distintas crisis económicas, iniciar la renegociación de la deuda externa, y enfrentar, junto con el país entero, desgracias como fueron el Chichonal, San Juanico, el Huracán Gilberto, el terremoto de 1985. Siempre dijo que México es más grande que sus problemas. Nunca tomó una sola decisión que no estuviese apegada al estado de derecho. Como abogado, siempre creyó en que cualquier acción de gobierno tendría que estar dentro del marco de la ley. Miguel de la Madrid fue un reformista, cuya administración destacó por una enorme transformación del marco jurídico de nuestro país, que permitió diseñar las políticas públicas a fin de construir un cambio con rumbo. Hoy, rendimos un homenaje de Estado a un hombre de Estado. Un hombre que siempre antepuso los intereses del país, incluso, a costa de la imagen personal. Siempre creyó que el trabajo y los resultados eran la mejor manera de trabajar por México y que el prestigio era una consecuencia que se alcanza cuando se mira más allá del corto plazo. Era un convencido de la dignidad presidencial como factor de cohesión de los mexicanos; con ella