CARTA PASTORAL - Inicio
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El amor exagerado de sí mismo no puede existir en el corazón cristiano<br />
con el amor de Dios o la Caridad; así lo ha repetido el Divino Maestro, y la<br />
experiencia de cada día nos lo demuestra. En aquellas almas de sgraciadas<br />
donde el primero ha sentado su trono, simultáneamente se ha extinguido el<br />
segundo; y donde, ése brilla irradiando divinales fulgores, que hermosean la<br />
imagen de Dios, aquél ha desaparecido como por encanto. El amor de sí mismo<br />
conduce al hombre al desprecio de Dios; y el amor de Dios lo lleva al<br />
desprecio de sí mismo.<br />
Pues bien, como medida eficacísima para combatir la llaga del egoísmo,<br />
reanimar la llama de la caridad y devolver la vida, no es dado, o mejor dicho,<br />
nos es de nuevo manifestado el Corazón de Jesús en sus dulces emociones. En<br />
efecto, ¿Hay un medio más propio para abrir e l e goís mo , q ue el poder<br />
i nfinito de esa llama de amor que, partiendo del Corazón amantísimo de Jesús,<br />
ha inflamado con ardor de caridad en el mundo entero, infundiendo, en el<br />
cadáver de la sociedad pagana, el es píritu de una vida moral y civil. Ignem veni<br />
mittere in terram, et quid volo, nisi ut accendatur? 3<br />
La conservación de las cosas no se verifica sino por sus principios<br />
generadores. Y como el principio generador de la sociedad cristiana ha sido<br />
el amor de este Corazón Divino, preciso es también que ese mismo amor sea el<br />
principio restaurador.<br />
La salud deseada debe ser principalmente el fruto de una gran efusión de<br />
caridad, de esa caridad cristiana que es la síntesis del Evangelio y el más<br />
seguro antídoto contra el egoísmo de nuestra época. Y esta caridad tiene su<br />
origen en el divino Corazón del Redentor, de donde emana para salud del<br />
mundo 4 .<br />
Si paramos nuestra atención en la fisonomía moral que presentan las<br />
sociedades modernas, el corazón se entristece encontrar por doquiera a ese<br />
enemigo siempre antiguo y siempre nuevo, el amor exagerado de sí mismo,<br />
levantando, más o menos descubiertas, sus siete cabezas. Sí los pecados que el<br />
Catecismo nos hace conocer con el nombre de capitales, son diversas formas<br />
del egoísmo, que cual Proteo, cambia de figura, y hasta pretende, con disfraces y<br />
afeites, s er tenido como un fruto preciado del progreso y una brillante<br />
conquista de la civilización moderna.<br />
La bestia de siete cabezas descrita por san Juan en el Apocalipsis, y que<br />
tenía semejanza con el leopardo, el oso y el león, debió también figurar al<br />
egoísmo, o culto de la propia sensualidad, que con sus instintos brutales,<br />
precipita al hombre del pedestal de su gloria, para reducirlo a la condición de<br />
3 Leon. XII-49<br />
4 Leon XIII, ibid.