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en un reino óntico, ahistórico o transhistórico. La modernidad eurocéntrica no parece haber terminado con el ejercicio de secularizar la idea de un Dios providencial. De otro modo, concebir la existencia social de gentes concretas como confi gurada ab initio y por elementos históricamente homogéneos y consistentes, destinados indefi nidamente a guardar entre sí relaciones continuas, lineales y unidireccionales, sería innecesario y a fi n de cuentas impensable. LA HETEROGENEIDAD HISTÓRICO-ESTRUCTURAL DEL PODER Semejante perspectiva de conocimiento difícilmente podría dar cuenta de la experiencia histórica. En primer término, no se conoce patrón alguno de poder en el cual sus componentes se relacionen de ese modo y en especial en el largo tiempo. Lejos de eso, se trata siempre de una articulación estructural entre elementos históricamente heterogéneos, es decir, que provienen de historias específi cas y de espacios-tiempos distintos y distantes entre sí, que de ese modo tienen formas y caracteres no sólo diferentes, sino discontinuos, incoherentes y aun confl ictivos entre sí, en cada momento y en el largo tiempo. De ello son una demostración histórica efi ciente, mejor quizás que ninguna otra experiencia, precisamente la constitución y el desenvolvimiento histórico de América y del capitalismo mundial, colonial y moderno. En cada uno de los principales ámbitos de la existencia social, cuyo control disputan las gentes, y de cuyas victorias y derrotas se forman las relaciones de explotación/dominación/confl icto que constituyen el poder, los elementos componentes son siempre históricamente heterogéneos. Así, en el capitalismo mundial el trabajo existe actualmente, como hace 500 años, en todas y cada una de sus formas históricamente conocidas (salario, esclavitud, servidumbre, pequeña producción mercantil, reciprocidad), pero todas ellas al servicio del capital y articulándose en torno de su forma salarial. Pero, del mismo modo, en cualquiera de los otros ámbitos —la autoridad, el sexo, la subjetividad— están presentes todas las formas históricamente conocidas, bajo la primacía general de sus formas llamadas modernas: el “Estado-nación”, “la familia burguesa”, la “racionalidad moderna”. Lo que es realmente notable de toda estructura social es que elementos, experiencias, productos, históricamente discontinuos, distintos, distantes y heterogéneos puedan articularse juntos, no obstante sus incongruencias y sus confl ictos, en la trama común que los urde en una estructura conjunta. La pregunta pertinente indaga acerca de lo que produce, permite o determina semejante campo de relaciones, y le otorga el carácter y el comportamiento de una totalidad histórica específi ca y determinada. Y como la experiencia de América y del actual mundo capitalista lo demuestra, en cada caso lo que en primera instancia genera las condiciones para esa articulación es la capacidad que un grupo logra obtener o encontrar para imponerse sobre los demás y articular bajo su control, en una nueva estructura social, sus hete- 98
ogéneas historias. Es siempre una historia de necesidades, pero igualmente de intenciones, de deseos, de conocimientos o ignorancias, de opciones y preferencias, de decisiones certeras o erróneas, de victorias y derrotas. De ningún modo, en consecuencia, de la acción de factores extrahistóricos. Las posibilidades de acción de las gentes no son infi nitas, o siquiera muy numerosas y diversas. Los recursos que disputan no son abundantes. Más signifi cativo aún es el hecho de que las acciones u omisiones humanas no pueden desprenderse de lo que está ya previamente hecho y existe como condicionante de las acciones, externamente o no de la subjetividad, del conocimiento y/o de los deseos y de las intenciones. Por ello, las opciones, queridas o no, conscientes o no, para todos o para algunos, no pueden ser decididas, ni actuadas, en un vacuum histórico. De allí no se deriva, sin embargo, no necesariamente en todo caso, que las opciones estén inscritas ya en una determinación extrahistórica, suprahistórica o transhistórica, como en el destino de la tragedia griega clásica. No son, en suma, inevitables. ¿O lo era el hecho de que Colón tropezara con lo que llamó La Hispaniola en lugar de llegar a lo que hoy llamamos Nueva York? Las condiciones técnicas de esa aventura permitían lo mismo el uno que el otro resultado, o el fracaso de ambos. Piénsese en todas las implicaciones fundamentales, no banales, de tal cuestión, para la historia del mundo capitalista. La capacidad y la fuerza que le sirven a un grupo para imponerse sobre otros no es, sin embargo, sufi ciente para articular heterogéneas historias en un orden estructural duradero. Ellas ciertamente producen la autoridad, en tanto que capacidad de coerción. La fuerza y la coerción, o, en la mirada liberal, el consenso, no pueden, sin embargo, producir, ni reproducir duraderamente el orden estructural de una sociedad, es decir, las relaciones entre los componentes de cada uno de los ámbitos de la existencia social, ni las relaciones entre los ámbitos mismos. Ni, en especial, producir el sentido del movimiento y del desenvolvimiento histórico de la estructura social en su conjunto. Lo único que puede hacer la autoridad es obligar, o persuadir, a las gentes a someterse a esas relaciones y a ese sentido general del movimiento de la sociedad que les habita. De ese modo contribuye al sostenimiento, a la reproducción de esas relaciones y al control de sus crisis y de sus cambios. Si desde Hobbes el liberalismo insiste, sin embargo, en que la autoridad decide el orden social, el orden estructural de las relaciones de poder, es porque también insiste en que todos los otros ámbitos de existencia social articulados en esa estructura son naturales. Pero si no se admite ese imposible carácter no-histórico de la existencia social, debe buscarse en otra instancia histórica la explicación de que la existencia social consista en ámbitos o campos de relaciones sociales específi cas, y que tales campos tiendan a articularse en un campo conjunto de relaciones, cuya confi guración estructural y su reproducción o remoción en el tiempo se reconoce con el concepto de sociedad. ¿Dónde encontrar esa instancia? Ya quedó señalada la difi cultad de las propuestas estructuralistas y funcionalistas, no sólo para dar cuenta 99
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Las posibilidades de acción de las gentes no son infi nitas, o siquiera muy<br />
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pueden desprenderse de lo que está ya previamente hecho y existe como<br />
condicionante de las acciones, externamente o no de la subjetividad, del<br />
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queridas o no, conscientes o no, para todos o para algunos, no pueden ser<br />
decididas, ni actuadas, en un vacuum histórico. De allí no se deriva, sin embargo,<br />
no necesariamente en todo caso, que las opciones estén inscritas ya<br />
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era el hecho de que Colón tropezara con lo que llamó La Hispaniola en lugar<br />
de llegar a lo que hoy llamamos Nueva York? Las condiciones técnicas de<br />
esa aventura permitían lo mismo el uno que el otro resultado, o el fracaso de<br />
ambos. Piénsese en todas las implicaciones fundamentales, no banales, de tal<br />
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La capacidad y la fuerza que le sirven a un grupo para imponerse sobre<br />
otros no es, sin embargo, sufi ciente para articular heterogéneas historias<br />
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el orden estructural de una sociedad, es decir, las relaciones entre<br />
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Si desde Hobbes el liberalismo insiste, sin embargo, en que la autoridad<br />
decide el orden social, el orden estructural de las relaciones de poder, es<br />
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carácter no-histórico de la existencia social, debe buscarse en otra instancia<br />
histórica la explicación de que la existencia social consista en ámbitos o<br />
campos de relaciones sociales específi cas, y que tales campos tiendan a articularse<br />
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