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Fornet-Betancourt, Arturo Roig y otros, parece no ser nada más que una manifestación del nuevo multiculturalismo disciplinario. Más bien nutre un diálogo sobre la diferencialidad localizada: pensamiento basado en el reconocimiento de que la fi losofía, como otras disciplinas, ha perpetuado la diferencia epistémica. La interculturalidad, tal como aquí es comprendida y aplicada, promueve una inclusión vacía de “lugar político”. Dicho de otro modo, se lleva a cabo una semblanza de la inclusión mientras, en la práctica, se realiza una exclusión de indígenas y afros (pero también de mujeres, campesinos y otros grupos históricamente subalternizados), como sujetos con un proyecto y una crítica epistémica, política y cultural; un pensamiento que difi ere radicalmente en su lógica y en su fundación sociohistórica y política de la de los fi lósofos blancos y blanco-mestizos, de base eurocéntrica, es el que propone un “diálogo intercultural”, el cual permite un “descubrimiento de América en toda su variedad y diversidad” (Fornet-Betancourt, 2002, p. 131). En contraste con este uso por parte de las disciplinas y el Estado, la interculturalidad, tal como es concebida por el movimiento indígena, introduce el juego de la diferencia colonial, que el concepto de multiculturalidad esconde. Como Mignolo señala claramente: 56 Por eso, cuando la palabra interculturalidad la emplea el Estado en el discurso ofi cial, el sentido es equivalente a multiculturalidad. El Estado quiere ser inclusivo, reformador, para mantener la ideología neoliberal y la primacía del mercado. Pero, en todo caso, es importante reconocer las reformas que se pueden realizar a través de las políticas de Estado. En cambio, el proyecto intercultural en el discurso de los movimientos indígenas está diciendo otra cosa, está proponiendo una transformación. No está pidiendo el reconocimiento y la inclusión en un Estado que reproduce la ideología neoliberal y el colonialismo interno, sino que está reclamando la necesidad de que el Estado reconozca la diferencia colonial (ética, política y epistémica). Está pidiendo que se reconozca la participación de los indígenas en el Estado, la intervención en paridad y reconociendo la diferencia actual de poder; esto es la diferencia colonial y la colonialidad del poder —todavía existente— de los indígenas en la transformación del Estado y, por cierto, de la educación, la economía, la ley. (Walsh, 2002a, p. 26) Al comprender la interculturalidad desde la perspectiva de la diferencia colonial, se introduce de entrada la dimensión del poder, que generalmente es olvidada en las discusiones relativistas de la diferencia cultural (Escobar, 2003) y en el tratamiento de orientación liberal de la diversidad étnica y cultural que el multiculturalismo, particularmente en sus versiones ofi cial y académica, sostiene. Por otra parte, y tomada en conjunto, la interculturalidad y la diferencia colonial no son comprendidas por su carácter descriptivo —de identidad política o particularismos minoritarios—, sino más bien como indicativas de una realidad estructural histórica y sociopolítica necesitada de descolonización y transformación. Más aún, denota y requiere una acción transformadora, una acción que no se limite a la esfera de lo político, sino que infi ltre un verdadero sistema de pensamiento.

LA “OTRA” DIMENSIÓN DE LA INTERCULTURALIDAD: DESCOLONIZACIÓN Y TRANSFORMACIONES SOCIO-POLÍTICAS Si bien el movimiento no usa los términos diferencia colonial o colonialidad del poder, tiene muy en claro que su discurso, pensamiento y práctica derivan de la experiencia del colonialismo a través de las manifestaciones de colonialidad; lo que Luis Macas 6 llama el “problema estructural de la cizaña colonial”. Esto quiere decir que el proyecto social, político y epistémico del movimiento se origina allí, pero que también aporta evidencia sobre las condiciones coloniales del presente y vincula al pasado a través de la descolonización política que usa el concepto de interculturalidad como su principal orientación. Lo que es importante destacar aquí no es solamente lo que el concepto de diferencia colonial ofrece a la interculturalidad, sino lo que la práctica de la interculturalidad aporta a los conceptos de “diferencia colonial” y “colonialidad del poder”. En esencia, la interculturalidad es un paradigma “otro” que cuestiona y modifi ca la colonialidad del poder, mientras, al mismo tiempo, hace visible la diferencia colonial. Al añadir una dimensión epistemológica “otra” a este concepto —una dimensión concebida en relación con y a través de verdaderas experiencias de subalternización promulgadas por la colonialidad— la interculturalidad ofrece un camino para pensar desde la diferencia a través de la descolonización y la construcción y constitución de una sociedad radicalmente distinta. El hecho de que este pensamiento no trasciende simplemente la diferencia colonial, sino que la visibiliza y rearticu la en nuevas políticas de la subjetividad y una diferencia lógica, lo hace crítico porque modifi ca el presente de la colonialidad del poder y del sistema mundo moderno/colonial. Desde 1990 el movimiento indígena ha hecho evidente, en forma cada vez más creciente, sus estrategias de visibilización y rearticulación de la diferencia colonial, aunque estas estrategias se fueron modifi cando en el tiempo. Las grandes movilizaciones, desde 1990, por ejemplo, visibilizaron y construyeron una base étnica de política de resistencia, alterando la percepción generalizada sobre los pueblos indígenas, considerados campesinos rurales y peones, hacia una percepción diferente por la que se conciben como actores sociales y políticos. Tal cambio proveyó de las bases, no sólo para un nuevo reconocimiento de y a través del movimiento indígena, sino también, lo que es más importante, la corroboración de una organización sociopolítica dentro del movimiento mismo, tanto a nivel local como nacional. En 1991, el Ministro de Bienestar Social se refi rió a la CONAIE como parte de un proceso sin comparación en la historia del país. En este proceso, la interculturalidad ha llegado a ser la herramienta conceptual que organiza la diferencia colonial, las políticas de la subjetividad del movimiento y su pensamiento y acciones en relación con el problema de la 6 Líder indígena, presidente de la CONAIE. 57

Fornet-Betancourt, Arturo Roig y otros, parece no ser nada más que una<br />

manifestación del nuevo multiculturalismo disciplinario. Más bien nutre<br />

un diálogo sobre la diferencialidad localizada: pensamiento basado en el<br />

reconocimiento de que la fi losofía, como otras disciplinas, ha perpetuado la<br />

diferencia epistémica. La interculturalidad, tal como aquí es comprendida<br />

y aplicada, promueve una inclusión vacía de “lugar político”. Dicho de otro<br />

modo, se lleva a cabo una semblanza de la inclusión mientras, en la práctica,<br />

se realiza una exclusión de indígenas y afros (pero también de mujeres, campesinos<br />

y otros grupos históricamente subalternizados), como sujetos con<br />

un proyecto y una crítica epistémica, política y cultural; un pensamiento que<br />

difi ere radicalmente en su lógica y en su fundación sociohistórica y política<br />

de la de los fi lósofos blancos y blanco-mestizos, de base eurocéntrica, es el<br />

que propone un “diálogo intercultural”, el cual permite un “descubrimiento<br />

de América en toda su variedad y diversidad” (Fornet-Betancourt, 2002, p.<br />

131).<br />

En contraste con este uso por parte de las disciplinas y el Estado, la interculturalidad,<br />

tal como es concebida por el movimiento indígena, introduce el<br />

juego de la diferencia colonial, que el concepto de multiculturalidad esconde.<br />

Como Mignolo señala claramente:<br />

56<br />

Por eso, cuando la palabra interculturalidad la emplea el Estado en el discurso ofi cial,<br />

el sentido es equivalente a multiculturalidad. <strong>El</strong> Estado quiere ser inclusivo, reformador,<br />

para mantener la ideología neoliberal y la primacía del mercado. Pero, en todo caso,<br />

es importante reconocer las reformas que se pueden realizar a través de las políticas<br />

de Estado. En cambio, el proyecto intercultural en el discurso de los movimientos<br />

indígenas está diciendo otra cosa, está proponiendo una transformación. No está<br />

pidiendo el reconocimiento y la inclusión en un Estado que reproduce la ideología<br />

neoliberal y el colonialismo interno, sino que está reclamando la necesidad de que<br />

el Estado reconozca la diferencia colonial (ética, política y epistémica). Está pidiendo<br />

que se reconozca la participación de los indígenas en el Estado, la intervención en<br />

paridad y reconociendo la diferencia actual de poder; esto es la diferencia colonial y<br />

la colonialidad del poder —todavía existente— de los indígenas en la transformación<br />

del Estado y, por cierto, de la educación, la economía, la ley. (Walsh, 2002a, p. 26)<br />

Al comprender la interculturalidad desde la perspectiva de la diferencia<br />

colonial, se introduce de entrada la dimensión del poder, que generalmente<br />

es olvidada en las discusiones relativistas de la diferencia cultural (Escobar,<br />

2003) y en el tratamiento de orientación liberal de la diversidad étnica y<br />

cultural que el multiculturalismo, particularmente en sus versiones ofi cial<br />

y académica, sostiene. Por otra parte, y tomada en conjunto, la interculturalidad<br />

y la diferencia colonial no son comprendidas por su carácter descriptivo<br />

—de identidad política o particularismos minoritarios—, sino más bien como<br />

indicativas de una realidad estructural histórica y sociopolítica necesitada<br />

de descolonización y transformación. Más aún, denota y requiere una acción<br />

transformadora, una acción que no se limite a la esfera de lo político, sino que<br />

infi ltre un verdadero sistema de pensamiento.

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