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ANTROPOLOGÍA Y COLONIALIDAD Eduardo Restrepo Las narrativas históricas producen necesariamente silencios que son ellos mismos signifi cativos. Michel-Rolph Trouillot Hasta hace sólo tres décadas, un antropólogo era asociado con ciertos lugares y poblaciones más que con otros. Basta con hojear las memorias de los congresos de antropología de cualquier país, las tablas de contenido de las diferentes revistas especializadas, los títulos de las tesis de aquellos años o un balance de las trayectorias de graduados, para encontrar que, con algunas excepciones, la práctica antropológica estaba, de hecho, predominantemente interpelada por los radicales otros culturales. Incluso en las antropologías periféricas que se habían ido consolidando hacia la mitad del siglo pasado, los antropólogos centraban su atención en un otro dentro de los marcos de las fronteras de sus Estados-nación (Jimeno, 2005). A diferencia de sus colegas franceses, ingleses o estadounidenses, que encontraban ese otro por fuera de sus países de origen (aunque muchos de ellos dentro de sus posesiones coloniales), los antropólogos mexicanos, brasileños o colombianos (para mencionar tres ejemplos latinoamericanos) dirigían sus esfuerzos hacia los otros-internos, a las poblaciones indígenas de sus respectivos países (Krotz, 1993). De ahí que no sea sorprendente que en el imaginario social y académico, los antropólogos aparezcan como ‘expertos’ de la alteridad cultural. De una forma aún más restringida, la asociación antropología /estudio de las culturas indígenas (pasadas y presentes) es la imagen más convencional, y la que en muchos casos circula en diferentes manuales de introducción a las ciencias sociales o en las representaciones populares. No obstante, este imaginario y asociación son inadecuados cuando se contrastan con las 289
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ANTROPOLOGÍA Y COLONIALIDAD<br />
Eduardo Restrepo<br />
Las narrativas históricas producen necesariamente silencios<br />
que son ellos mismos signifi cativos.<br />
Michel-Rolph Trouillot<br />
Hasta hace sólo tres décadas, un antropólogo era asociado con ciertos lugares<br />
y poblaciones más que con otros. Basta con hojear las memorias de los<br />
congresos de antropología de cualquier país, las tablas de contenido de las<br />
diferentes revistas especializadas, los títulos de las tesis de aquellos años o<br />
un balance de las trayectorias de graduados, para encontrar que, con algunas<br />
excepciones, la práctica antropológica estaba, de hecho, predominantemente<br />
interpelada por los radicales otros culturales. Incluso en las antropologías<br />
periféricas que se habían ido consolidando hacia la mitad del siglo pasado, los<br />
antropólogos centraban su atención en un otro dentro de los marcos de las<br />
fronteras de sus Estados-nación (Jimeno, 2005). A diferencia de sus colegas<br />
franceses, ingleses o estadounidenses, que encontraban ese otro por fuera<br />
de sus países de origen (aunque muchos de ellos dentro de sus posesiones<br />
coloniales), los antropólogos mexicanos, brasileños o colombianos (para<br />
mencionar tres ejemplos latinoamericanos) dirigían sus esfuerzos hacia los<br />
otros-internos, a las poblaciones indígenas de sus respectivos países (Krotz,<br />
1993).<br />
De ahí que no sea sorprendente que en el imaginario social y académico,<br />
los antropólogos aparezcan como ‘expertos’ de la alteridad cultural. De<br />
una forma aún más restringida, la asociación antropología /estudio de las<br />
culturas indígenas (pasadas y presentes) es la imagen más convencional,<br />
y la que en muchos casos circula en diferentes manuales de introducción<br />
a las ciencias sociales o en las representaciones populares. No obstante,<br />
este imaginario y asociación son inadecuados cuando se contrastan con las<br />
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