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deslocalizado. La trampa del discurso de la modernidad es que éste creó la ilusión de que el conocimiento es des-incorporado y des-localizado y que es necesario subir a la epistemología de la modernidad desde todos los rincones del planeta (Castro-Gómez, 2005; Mignolo, 1999a). Ello se realiza, fundamentalmente, mediante la naturalización de las relaciones y del pensamiento del liberalismo, en dos dimensiones que explican su efi cacia naturalizadora: por un lado, se establecen sucesivas separaciones o particiones del mundo de lo real y, por otro, se establecen formas de articulación del saber moderno con la organización del poder colonial/imperial. Surgen, así, tres esferas autónomas de la razón: la ciencia, la moralidad y el arte, cada una de ellas con sus especialistas (Lander, 2000). Tanto el conocimiento como las lenguas pueden ser vistos como bienes que poseen los pueblos pero que tienen distinta valoración, otorgada por los centros de poder a nivel local, regional y global. Así, el conocimiento llamado científi co es visto y valorado como el conocimiento, y ese conocimiento se vehicula expresivamente mediante ciertas lenguas, todas de origen europeo (el inglés, el alemán y el francés). Quien quiera hacer ciencia, fi losofía, conocimiento, tiene que apropiarse de tales lenguas para moverse en dicho espacio de poder. Lenguas como el chino o el bengalí, como el quichua, el quechua, el aimara o el shuar, a lo más sirven para expresar algo de cultura y literatura. Es decir que el conocimiento del saber institucional que pasa por el Estado y la Universidad está en las tres lenguas hegemónicas de la modernidad; las otras lenguas, en el mejor de los casos, sirven para la literatura y la expresión cultural de estos pueblos, pero no para hacer ciencia. El conocimiento de las lenguas subalternas (minorizadas, dirían los sociolingüistas) es algo que se puede estudiar, pero no es un conocimiento válido para incorporar como conocimiento paradigmático del pensar y del vivir. 16 Los datos que presenta Mignolo, al respecto, son interesantes: 226 Hay casi cien lenguas que dan cuenta del 95 por ciento de la población del mundo. De estas cien lenguas, doce son habladas por el 75 por ciento de la población. De esas doce, seis son coloniales y, por ende, son las lenguas de la modernidad europea. Su orden según la cantidad de hablantes es: inglés, español, alemán, portugués, francés, italiano. El chino es la lengua más hablada del mundo, por encima del inglés, aunque éste ha gozado del poder de estar acompañado y apoyado por la ubicación geocultural del capitalismo durante el periodo del imperio británico y, en el último medio siglo, en los Estados Unidos. El español, aunque desplazado como lengua relevante de la modernidad (dominado por el francés, el alemán y el inglés), tiene más hablantes que el francés y el alemán. (Mignolo, 1999b, p. 62) 17 Sin embargo, hay que tener claro que no se trata tanto de un problema estadístico de número de hablantes, sino del “poder de hegemonía de las lenguas coloniales en el campo del conocimiento, la producción intelectual y 16 Walter Mignolo (1999a, p. 269). Véase, también, Catherine Walsh (2001, pp. 109-118). 17 Walter Mignolo (1999b, p. 62).

las culturas de conocimiento académico” (Mignolo, 1999b, p. 64). Como Mignolo también ha demostrado, […] las genealogías de pensamiento se dan a través de quienes están en posibilidad de producir conocimiento en un momento histórico, desde un espacio y sensibilidad; desde una lengua particular, porque el conocimiento lo determina, en gran medida, el idioma en que se produce. 18 El inglés, el alemán y el francés son las tres lenguas de mayor peso de la alta modernidad, y continúan teniendo su hegemonía como lenguas del conocimiento y la literatura mundial. Es importante ver que lenguas bien establecidas gracias al peso de la escritura, como el chino, el japonés y el árabe, no fueron desplazadas por las lenguas coloniales modernas; lo que sí pasó con el quechua, el aimara y el náhuatl, que sufrieron el impacto del latín y el español durante la Colonia (Mignolo, 1999b, p. 63). Estamos, pues, frente a una colonialidad lingüística que muestra una doble cara: por un lado, la modernidad subalternizó determinadas lenguas en favor de otras, pero, por otro lado, además, colonizó la palabra de los hablantes de dichas lenguas. Es decir, no sólo se subalternizaron determinadas lenguas, sino también la propia palabra y el decir de los hablantes colonizados. La palabra de un quechua-parlante, por ejemplo, aunque se exprese en castella no, siempre será menos valorada que la palabra de un hispano-hablante, sobre todo si es urbano, blanco, mestizo, varón, titulado, etc.; es decir, la valoración de la palabra sigue dependiendo de la trilogía colonial señalada por Quijano: clase, raza, género. La presencia de la escritura juega un papel importante en todo este proce so de consolidación de la colonialidad del poder y de las geopolíticas de dominación del conocimiento: La escritura alfabética [...] está ligada a determinadas lenguas (fundamentalmente el griego, el latín y las lenguas vernáculas europeas que se convertirán en lenguas coloniales) y las lenguas están ligadas a determinar las formas de conocimiento. (Mignolo, 2000, p. 19) Desde una concepción de la escritura como escritura alfabética, los hablantes de las lenguas andinas no desarrollaron la escritura hasta la llegada de los europeos. Quienes refl exionan sobre el fenómeno escriturario desde esta perspectiva, no dejan de hacerlo teniendo como templete el papel, el papiro, el pergamino, la piel, las tablas y tablillas de madera, las tablillas de arcilla, el bronce o semejantes. La escritura alfabética (occidental), entonces, asume una uni-versalidad, en términos del mismo signifi cado de escritura. Pero la escritura, como la propia base de la comunicación, debe incluir todos los ejemplos de templetes con los cuales la voz interactúa para producir sentido. 18 Walter Mignolo, en Nuevas teorías culturales: entrevista a Walter Mignolo realizada por Álvaro Cano. http://www.uanarino.edu.co/publica/papeles/vol2/nuevas.html. 227

deslocalizado. La trampa del discurso de la modernidad es que éste creó la<br />

ilusión de que el conocimiento es des-incorporado y des-localizado y que es<br />

necesario subir a la epistemología de la modernidad desde todos los rincones<br />

del planeta (Castro-Gómez, 2005; Mignolo, 1999a). <strong>El</strong>lo se realiza, fundamentalmente,<br />

mediante la naturalización de las relaciones y del pensamiento del<br />

liberalismo, en dos dimensiones que explican su efi cacia naturalizadora: por<br />

un lado, se establecen sucesivas separaciones o particiones del mundo de<br />

lo real y, por otro, se establecen formas de articulación del saber moderno<br />

con la organización del poder colonial/imperial. Surgen, así, tres esferas autónomas<br />

de la razón: la ciencia, la moralidad y el arte, cada una de ellas con sus<br />

especialistas (Lander, 2000).<br />

Tanto el conocimiento como las lenguas pueden ser vistos como bienes<br />

que poseen los pueblos pero que tienen distinta valoración, otorgada por los<br />

centros de poder a nivel local, regional y global. Así, el conocimiento llamado<br />

científi co es visto y valorado como el conocimiento, y ese conocimiento se<br />

vehicula expresivamente mediante ciertas lenguas, todas de origen europeo<br />

(el inglés, el alemán y el francés). Quien quiera hacer ciencia, fi losofía, conocimiento,<br />

tiene que apropiarse de tales lenguas para moverse en dicho espacio<br />

de poder. Lenguas como el chino o el bengalí, como el quichua, el quechua, el<br />

aimara o el shuar, a lo más sirven para expresar algo de cultura y literatura.<br />

Es decir que el conocimiento del saber institucional que pasa por el Estado<br />

y la Universidad está en las tres lenguas hegemónicas de la modernidad; las<br />

otras lenguas, en el mejor de los casos, sirven para la literatura y la expresión<br />

cultural de estos pueblos, pero no para hacer ciencia. <strong>El</strong> conocimiento de las<br />

lenguas subalternas (minorizadas, dirían los sociolingüistas) es algo que se<br />

puede estudiar, pero no es un conocimiento válido para incorporar como conocimiento<br />

paradigmático del pensar y del vivir. 16<br />

Los datos que presenta Mignolo, al respecto, son interesantes:<br />

226<br />

Hay casi cien lenguas que dan cuenta del 95 por ciento de la población del mundo.<br />

De estas cien lenguas, doce son habladas por el 75 por ciento de la población. De esas<br />

doce, seis son coloniales y, por ende, son las lenguas de la modernidad europea. Su<br />

orden según la cantidad de hablantes es: inglés, español, alemán, portugués, francés,<br />

italiano. <strong>El</strong> chino es la lengua más hablada del mundo, por encima del inglés, aunque<br />

éste ha gozado del poder de estar acompañado y apoyado por la ubicación geocultural<br />

del capitalismo durante el periodo del imperio británico y, en el último medio siglo,<br />

en los Estados Unidos. <strong>El</strong> español, aunque desplazado como lengua relevante de la<br />

modernidad (dominado por el francés, el alemán y el inglés), tiene más hablantes que<br />

el francés y el alemán. (Mignolo, 1999b, p. 62) 17<br />

Sin embargo, hay que tener claro que no se trata tanto de un problema<br />

estadístico de número de hablantes, sino del “poder de hegemonía de las<br />

lenguas coloniales en el campo del conocimiento, la producción intelectual y<br />

16 Walter Mignolo (1999a, p. 269). Véase, también, Catherine Walsh (2001, pp. 109-118).<br />

17 Walter Mignolo (1999b, p. 62).

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