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Lo propio se puede decir de Kant, afamado fi lósofo de la modernidad. Tras el pensador brillante y puro, tenemos a uno de los fundadores de la teoría racial que clasifi có a los humanos en blancos (europeos), amarillos (asiáticos), negros (africanos) y rojos (indios americanos), atribuyéndoles a cada uno características esenciales inscritas en la naturaleza humana: los indios americanos carecen de afecto y pasión, nada les importa, son haraganes; los negros, por el contrario, están llenos de pasión y afecto, son vanidosos y pueden ser educados, pero sólo como sirvientes-esclavos; los “hindúes” son pasivos, se les puede educar en las artes, pero no en las ciencias, porque no llegan al nivel de conceptos abstractos. En cambio, según Kant, “la raza blanca posee en sí misma todas las fuerzas motivadoras y talentos” (Eze, 2001, p. 227). No sobra decir que el conocimiento empírico que tenía Kant sobre los pueblos, razas y culturas de los que hablaba era pobre, por decir lo menos, 8 al tiempo que se vuelve inseparable de su propuesta fi losófi ca; es decir que la teoría racial no es un tipo de refl exión marginal en Kant, sino que pertenece, de modo íntimo, a su fi losofía trascendental (Eze, 2001, p. 250). Cabe aclarar que me interesa recuperar el término eurocentrismo por su utilidad como referencia histórica, pero que hoy habría que pensarlo desde la perspectiva más amplia del dominio imperial-global del capitalismo. Es decir, no estoy hablando del eurocentrismo sólo como algo que ocurrió en el pasado, sino como un proyecto de dominación política, epistémica y económica, hoy en día actualizado mediante otros mecanismos de poder. La denominación de esos mecanismos de poder (occidentalcentrismo, globocentrismo, etc.) no me preocupa tanto como el no perder la mirada sobre el hecho. Se trata de un mecanismo que ha ido acumulando lo euro, lo occidental y lo global como centro interpretativo del capitalismo transnacional que caracteriza las relaciones sociales y económicas actuales. Una mirada sobre la manera como se rearticula dicho eurocentrismo en el capitalismo global contemporáneo, nos la ofrece Fernando Coronil. Este autor, en un esfuerzo por mostrar la utilidad actual de la categoría imperialismo, en el debate contemporáneo, afi rma que “una concepción global del desarrollo del capitalismo permite concebir al imperialismo también como un proceso global, no como una etapa superior del capitalismo, sino como una condición de su desarrollo” (Coronil, 2003, p. 11). Sobre la base de esta concepción propone distinguir tres modalidades de imperialismo: colonial, nacional y global: 222 Trazando distinciones con brocha gorda, diría que el imperialismo colonial consiste en el dominio de un imperio sobre sus colonias por medios fundamentalmente políticos; el imperialismo nacional caracteriza al control de una nación sobre naciones independientes por medios predominantemente económicos a través de la mediación 8 Chukwudi Eze presenta el caso de la convicción de Kant de que los negros, rojos o amarillos nacen blancos, y sólo luego de algunas semanas van adquiriendo su color específi co, gracias a la expansión de un aro del color respectivo que rodea el ombligo. ¡Impresionante razón racional moderna! Véase Chukwudi Eze (2001, pp. 229-230).

de su Estado; y el imperialismo global identifi ca al poder de redes transnacionales sobre las poblaciones del planeta por medio de un mercado mundial sustentado por los Estados metropolitanos dentro de los cuales Estados Unidos juega actualmente un papel hegemónico. (Coronil, 2003, p. 12) 9 Habría que examinar, entonces, de qué modo nuestro conocimiento y la valoración-uso de nuestras lenguas estarían marcados por un horizonte imperial de comprensión, para lo cual nos parece útil recurrir a las nociones de colonialidad del poder (Quijano) y diferencia colonial (Mignolo), 10 que se vienen discutiendo desde hace algunos años en el interior de algunos sectores intelectuales latinoamericanos. COLONIALIDAD DEL PODER Y DIFERENCIA COLONIAL En síntesis, y coincidiendo con los planteamientos de Dussel ya presentados, Quijano 11 hace referencia a cómo se dio, históricamente, un desplazamiento de los centros de poder, desde el Mediterráneo hacia el Atlántico, a partir del mal llamado “descubrimiento” de América. El eje geopolítico de dominación cambió con la instauración de colonias europeas en América y, si bien desde comienzos del siglo XIX y hasta mediados del XX se empezó a poner fi n al colonialismo (con los procesos de independencia política de las colonias), el fenómeno de la colonialidad todavía persiste. En este sentido, el concepto de modernidad ha ocultado a los cientistas sociales, durante mucho tiempo, la permanencia de una realidad de dominación y dependencia colonial hacia los centros de poder. Como afi rma Mignolo (2000, pp. 3-4), bajo el membrete de que “el periodo colonial ha terminado”, no se ve que la colonialidad del poder sobrevivió el periodo colonial, dominando el periodo de construcción nacional y manteniéndose activa en la actual situación de colonialidad global. El proceso inicial de instauración de la colonialidad del poder se dio mediante dos mecanismos indisolubles. El primero se puede atribuir a la práctica de clasifi cación e identifi cación social, utilizando la idea de raza para poder ubicar al otro y a los otros como entidades diferentes del colonizador y dominador. Dice Quijano que […] esta distribución de las identidades sociales sería, en adelante, el fundamento de toda clasifi cación social de la población en América. Con él y sobre él se irían articulando, de manera cambiante según las necesidades del poder en cada periodo, 9 La utilidad de esta propuesta, según el autor, es que permite pensar el imperialismo en términos de continuidades-legados y de innovaciones-rupturas: “Desde esta perspectiva, el imperialismo es una categoría que abarca un amplio horizonte histórico que incluye al colonialismo” (Coronil, 2003, p. 12). 10 Mignolo, en realidad, usa la categoría diferencia colonial, probablemente por su traducción desde el inglés. Aunque parezca una sutileza, prefi ero hablar de diferenciación colonial, que da más cuenta del proceso de clasifi cación socio-racial al que se refi ere Mignolo. 11 Véase Aníbal Quijano (1999, pp. 99-109; 2000a, pp. 342-386; y 2000, pp. 201-246). 223

Lo propio se puede decir de Kant, afamado fi lósofo de la modernidad. Tras<br />

el pensador brillante y puro, tenemos a uno de los fundadores de la teoría<br />

racial que clasifi có a los humanos en blancos (europeos), amarillos (asiáticos),<br />

negros (africanos) y rojos (indios americanos), atribuyéndoles a cada<br />

uno características esenciales inscritas en la naturaleza humana: los indios<br />

americanos carecen de afecto y pasión, nada les importa, son haraganes;<br />

los negros, por el contrario, están llenos de pasión y afecto, son vanidosos y<br />

pueden ser educados, pero sólo como sirvientes-esclavos; los “hindúes” son<br />

pasivos, se les puede educar en las artes, pero no en las ciencias, porque no<br />

llegan al nivel de conceptos abstractos. En cambio, según Kant, “la raza blanca<br />

posee en sí misma todas las fuerzas motivadoras y talentos” (Eze, 2001, p.<br />

227). No sobra decir que el conocimiento empírico que tenía Kant sobre los<br />

pueblos, razas y culturas de los que hablaba era pobre, por decir lo menos, 8<br />

al tiempo que se vuelve inseparable de su propuesta fi losófi ca; es decir que la<br />

teoría racial no es un tipo de refl exión marginal en Kant, sino que pertenece,<br />

de modo íntimo, a su fi losofía trascendental (Eze, 2001, p. 250).<br />

Cabe aclarar que me interesa recuperar el término eurocentrismo por su<br />

utilidad como referencia histórica, pero que hoy habría que pensarlo desde la<br />

perspectiva más amplia del dominio imperial-global del capitalismo. Es decir,<br />

no estoy hablando del eurocentrismo sólo como algo que ocurrió en el pasado,<br />

sino como un proyecto de dominación política, epistémica y económica, hoy<br />

en día actualizado mediante otros mecanismos de poder. La denominación<br />

de esos mecanismos de poder (occidentalcentrismo, globocentrismo, etc.)<br />

no me preocupa tanto como el no perder la mirada sobre el hecho. Se trata<br />

de un mecanismo que ha ido acumulando lo euro, lo occidental y lo global<br />

como centro interpretativo del capitalismo transnacional que caracteriza las<br />

relaciones sociales y económicas actuales.<br />

Una mirada sobre la manera como se rearticula dicho eurocentrismo en<br />

el capitalismo global contemporáneo, nos la ofrece Fernando Coronil. Este<br />

autor, en un esfuerzo por mostrar la utilidad actual de la categoría imperialismo,<br />

en el debate contemporáneo, afi rma que “una concepción global del<br />

desarrollo del capitalismo permite concebir al imperialismo también como<br />

un proceso global, no como una etapa superior del capitalismo, sino como<br />

una condición de su desarrollo” (Coronil, 2003, p. 11). Sobre la base de esta<br />

concepción propone distinguir tres modalidades de imperialismo: colonial,<br />

nacional y global:<br />

222<br />

Trazando distinciones con brocha gorda, diría que el imperialismo colonial consiste<br />

en el dominio de un imperio sobre sus colonias por medios fundamentalmente políticos;<br />

el imperialismo nacional caracteriza al control de una nación sobre naciones<br />

independientes por medios predominantemente económicos a través de la mediación<br />

8 Chukwudi Eze presenta el caso de la convicción de Kant de que los negros, rojos o amarillos<br />

nacen blancos, y sólo luego de algunas semanas van adquiriendo su color específi co,<br />

gracias a la expansión de un aro del color respectivo que rodea el ombligo. ¡Impresionante<br />

razón racional moderna! Véase Chukwudi Eze (2001, pp. 229-230).

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