El giro decolonial.indd - Patricio Lepe Carrión

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menos en perspectiva crítica. Este proceso de teorización cultural emerge apenas en el siglo XVI, con la conquista de América, y se consolida entre los siglos XVIII y XIX. Antes no es posible una noción de cultura, porque tampoco existía esa mirada refl exiva sobre el ser humano como constructor de su mundo y su futuro. Este ser humano que se piensa a sí mismo como dueño de sí, inaugura, como consecuencia, una concepción cultural en la que se puede defi nir, elegir y construir un futuro mejor. El ser humano, entonces, se autodescubre perfectible. Y es aquí donde surge una visión de los pueblos y las sociedades de tipo clasifi catorio: aquellos que manejan un determinado tipo de conocimiento, ética, normativa jurídica, etc., son sociedades o naciones que han alcanzado mayor desarrollo cultural; las otras, en cambio, se han quedado atrasadas y en estado de primitividad y barbarie. Siguiendo el parangón tomado de Horkheimer, una teoría tradicional de la cultura se tipifi caría por el hecho de naturalizar las construcciones culturales en clave evolucionista, tal como lo hiciera la Ilustración moderna de Occidente. Una teoría tradicional de la cultura se mueve dentro de estos supuestos. 1 Por el contrario, nos referimos a una teoría crítica de la cultura, cuando pensamos todo el hacer, sentir, pensar y representar de los grupos humanos, en lucha por ganar espacios de legitimidad frente a otros. Y al decir lucha, estamos pensando la cultura desde una perspectiva de confl ictividad en la que está incluido también quien refl exiona y se pronuncia sobre el fenómeno cultural; es decir, a la manera de la mutua condicionalidad de la relación sujeto-objeto que nos refería Horkheimer. El que refl exiona sobre la cultura, también está atravesado por ésta y representa a uno de los sectores en confl icto y en búsqueda de legitimación de sus espacios, prácticas y representaciones. Una teoría crítica de la cultura enfatizaría, entonces, las contradicciones que son propias de las relaciones culturales, marcadas por el confl icto y la misma contradicción social. En esta concepción, el refl exionador de la cultura no es un ser aséptico, ubicado en la distancia, que puede contemplar los fenómenos culturales sin mancharse en ellos, sino que está atravesado por los mismos hechos culturales que estudia, y por ello mismo se encuentra en una situación contradictoria de sujeto-objeto, no siempre separable y distinguible. Un aspecto sumamente interesante de lo que presenta Castro-Gómez es la referencia a la categoría de totalidad social, como algo muy usado por quienes piensan críticamente la cultura. Dice este autor que se trata de un concepto importante, por cuanto nos ayuda a pensar las sociedades no como una suma de individualidades, sino como una realidad cualitativamente diferente de la misma; es decir, una sociedad no es la suma de las voluntades individuales 1 En el capitalismo globalizado contemporáneo podemos reemplazar el término cultura, presentado hasta aquí por Castro-Gómez, por el término desarrollo, y el concepto seguiría funcionando a la perfección. El modelo clasifi catorio de la teoría cultural tradicional es: mundo desarrollado = +cultura, mundo subdesarrollado = 0 cultura o –cultura. 218

sino algo más que ello, que escapa, incluso, a las subjetividades voluntarias. Sin embargo, más allá de las críticas posmodernas a los metarrelatos, lo interesante del manejo de la categoría totalidad social es que, desde la teoría crítica de la cultura, ésta no es entendida en términos ontológicos sino a la manera de una cartografía política; no como un nuevo metarrelato sino como un mapa político útil para la transformación social. Al hablar de las políticas del conocimiento, quiero ubicarme en esta perspectiva de comprensión crítica del fenómeno cultural, en la que mi lugar de producción discursiva intenta cartografi ar políticamente —antes que defi nir ontológicamente— un tipo de construcción de la realidad, en referencia a los ámbitos en los que se mueve el poder del conocimiento y de las lenguas. No intento hacer una descripción del ser ontológico de las relaciones entre lengua, conocimiento y poder, sino cartografi ar mi propia percepción sobre dichas relaciones, inmersa en las contradicciones y confl ictividades a las cuales hace referencia Castro-Gómez. En tal sentido, mi propio pensar y mi propio decir serán, no sólo una práctica de construcción textual empeñada en contener ideas teóricas sobre el tema, sino también un enunciado realizativo, 2 que en la misma escritura se mueve en un juego de prácticas de poder y de toma de posición ante tal realidad. No es, entonces, una práctica cultural aséptica, sino contradictoria, en búsqueda, y de carácter político. Se trata de una toma de postura marcada por mi propia subjetividad e historia: un intelectual blanco, macho, hispanohablante, lleno de contradicciones, pero en esfuerzo de inserción en un proceso de aprendizaje marcado permanentemente por la crisis, la ruptura y la afectación de la relación con otros y otras desplazados y desplazadas en el decir y en el saber. Queremos pensar esta comunicación desde la situación límite del sabernos parte de un espacio de poder, pero en permanente confrontación de uso y refl exión con otras formas de saber, de pensar, de decir y de callar. EUROCENTRISMO Y SUBALTERNIZACIÓN DE LENGUAS Y CONOCIMIENTOS Como se sabe, varios autores han refl exionado sobre el carácter eurocéntrico que marca nuestro horizonte cultural. 3 Y aunque mucho se ha discutido sobre la validez del término en la confi guración geopolítica actual del capitalismo, sus planteamientos básicos son insoslayables al momento de pensar los procesos de subalternización lingüística y epistémica. Por eurocentrismo entendemos tanto un proceso histórico como una forma de operar intelectualmente y de construir nuestra realidad social. Dussel se 2 En el sentido de performance, tal como se suele usar en la pragmática lingüística a partir de Austin, esto es, un tipo de enunciado que hace cosas cuando dice. Sobre este concepto, véase Brigitte Schlieben-Lange (1987 [1975], pp. 43-49). 3 Véase, por ejemplo, Samir Amin (1989); Fernando Coronil (2000, pp. 87-111); Enrique Dussel (1993; 1998; 1999, pp. 147-161; 2000, pp. 41-63; y 2001, pp. 57-70); Edgardo Lander (1999, pp. 45-54); Aníbal Quijano (2000, pp. 201-246) y Comisión Gulbenkian (1996). 219

menos en perspectiva crítica. Este proceso de teorización cultural emerge<br />

apenas en el siglo XVI, con la conquista de América, y se consolida entre los<br />

siglos XVIII y XIX. Antes no es posible una noción de cultura, porque tampoco<br />

existía esa mirada refl exiva sobre el ser humano como constructor de su<br />

mundo y su futuro.<br />

Este ser humano que se piensa a sí mismo como dueño de sí, inaugura,<br />

como consecuencia, una concepción cultural en la que se puede defi nir, elegir<br />

y construir un futuro mejor. <strong>El</strong> ser humano, entonces, se autodescubre<br />

perfectible. Y es aquí donde surge una visión de los pueblos y las sociedades<br />

de tipo clasifi catorio: aquellos que manejan un determinado tipo de conocimiento,<br />

ética, normativa jurídica, etc., son sociedades o naciones que han<br />

alcanzado mayor desarrollo cultural; las otras, en cambio, se han quedado<br />

atrasadas y en estado de primitividad y barbarie. Siguiendo el parangón tomado<br />

de Horkheimer, una teoría tradicional de la cultura se tipifi caría por el<br />

hecho de naturalizar las construcciones culturales en clave evolucionista, tal<br />

como lo hiciera la Ilustración moderna de Occidente. Una teoría tradicional<br />

de la cultura se mueve dentro de estos supuestos. 1<br />

Por el contrario, nos referimos a una teoría crítica de la cultura, cuando<br />

pensamos todo el hacer, sentir, pensar y representar de los grupos humanos,<br />

en lucha por ganar espacios de legitimidad frente a otros. Y al decir<br />

lucha, estamos pensando la cultura desde una perspectiva de confl ictividad<br />

en la que está incluido también quien refl exiona y se pronuncia sobre el<br />

fenómeno cultural; es decir, a la manera de la mutua condicionalidad de la<br />

relación sujeto-objeto que nos refería Horkheimer. <strong>El</strong> que refl exiona sobre la<br />

cultura, también está atravesado por ésta y representa a uno de los sectores<br />

en confl icto y en búsqueda de legitimación de sus espacios, prácticas y<br />

representaciones. Una teoría crítica de la cultura enfatizaría, entonces, las<br />

contradicciones que son propias de las relaciones culturales, marcadas por<br />

el confl icto y la misma contradicción social. En esta concepción, el refl exionador<br />

de la cultura no es un ser aséptico, ubicado en la distancia, que puede<br />

contemplar los fenómenos culturales sin mancharse en ellos, sino que está<br />

atravesado por los mismos hechos culturales que estudia, y por ello mismo<br />

se encuentra en una situación contradictoria de sujeto-objeto, no siempre separable<br />

y distinguible.<br />

Un aspecto sumamente interesante de lo que presenta Castro-Gómez es la<br />

referencia a la categoría de totalidad social, como algo muy usado por quienes<br />

piensan críticamente la cultura. Dice este autor que se trata de un concepto<br />

importante, por cuanto nos ayuda a pensar las sociedades no como una suma<br />

de individualidades, sino como una realidad cualitativamente diferente de la<br />

misma; es decir, una sociedad no es la suma de las voluntades individuales<br />

1 En el capitalismo globalizado contemporáneo podemos reemplazar el término cultura,<br />

presentado hasta aquí por Castro-Gómez, por el término desarrollo, y el concepto seguiría<br />

funcionando a la perfección. <strong>El</strong> modelo clasifi catorio de la teoría cultural tradicional es:<br />

mundo desarrollado = +cultura, mundo subdesarrollado = 0 cultura o –cultura.<br />

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