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El giro decolonial.indd - Patricio Lepe Carrión

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de América. Este es un aspecto clave a la hora de ver la experiencia colonial<br />

como un elemento constitutivo y no derivativo de la modernidad, y entender<br />

así la vigencia que siguen teniendo los conceptos de “diferencia colonial” y<br />

“colonialidad del poder”. La diferencia colonial es una noción que se desprende<br />

del concepto de raza, una idea creada en el siglo XVI para clasifi car a la<br />

población mundial y defi nir la división del trabajo; la colonialidad del poder,<br />

por otro lado, es un concepto que describe el dispositivo que produce y reproduce<br />

la diferencia colonial más allá de la diferencia étnica (Mignolo, 2003;<br />

Quijano, 2000). En otras palabras, el ser descrito como “indio”, “blanco” o<br />

“negro” servía en un principio para defi nir la posición del individuo dentro del<br />

marco de la división social del trabajo; la diferencia racial/colonial se mantuvo<br />

y se ha seguido manteniendo —aunque rearticulada a través de otros<br />

términos y otros discursos— gracias a mecanismos sociales que perpetúan<br />

esta división. <strong>El</strong> punto es que, más allá de las bases socioeconómicas de la<br />

idea de raza, ésta es una categoría epistémica y de control del conocimiento<br />

y la intersubjetividad: la colonialidad del poder no sólo clasifi ca a los seres<br />

humanos en escala de inferior a superior de acuerdo con su raza, sino que<br />

también ordena los conocimientos y las maneras de saber de aquellos a quienes<br />

clasifi ca. De esta manera, el conocimiento que produce el hombre blanco<br />

es generalmente califi cado como “científi co”, “objetivo” y “racional”, mientras<br />

que aquel producido por hombres de color (o mujeres) es “mágico”, “subjetivo”<br />

e “irracional”. Es así como, a pesar de que las manifestaciones concretas del<br />

colonialismo sean ya cosa del pasado (o al menos tenemos la esperanza de<br />

que lo sean), la colonialidad persiste como un componente importante del ser<br />

moderno y posmoderno; la colonialidad es, como dice Mignolo, el lado oscuro<br />

de la modernidad (1995; 2003).<br />

Además de los conceptos de diferencia colonial y colonialidad del poder,<br />

voy a usar la noción de “pureza de sangre” para analizar el mecanismo a<br />

través del cual era posible (al menos teóricamente) traspasar las fronteras<br />

raciales dentro del sistema imperial español, que tenía su propia manera de<br />

racionalizar y controlar una población descendiente de la mezcla étnica de<br />

indígenas, europeos y africanos. Pureza de sangre hace referencia al sistema<br />

taxonómico de clasifi cación étnica, que catalogaba el lugar que cada persona<br />

ocupaba en la estructura de la sociedad colonial, dependiendo de la cantidad<br />

de su sangre “blanca” española. Siguiendo esa lógica, alguien clasifi cado como<br />

mestizo (hijo de padre español y madre indígena) podría limpiar su sangre<br />

impura después de un par de generaciones si lograba que sus hijos e hijas<br />

se casaran únicamente con españoles. Para los individuos pertenecientes<br />

a las castas inferiores, sin embargo, el proceso de purifi cación podía tomar<br />

mucho más tiempo o, en el caso de los negros y los mulatos, hacer completamente<br />

imposible el ascenso de estatus social (Castro-Gómez, 2005a). Este<br />

mecanismo, aplicado en este caso a los individuos, fue también empleado<br />

durante el siglo XIX para “purifi car” prácticas sociales de manera simbólica,<br />

entre ellas la música, asociadas a diferentes grupos étnicos.<br />

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