El giro decolonial.indd - Patricio Lepe Carrión
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evolución y desarrollo del discurso acerca del bambuco colombiano, desde mediados del siglo XIX hasta mediados del XX, me servirá para ilustrar lo que llamaré el problema de la inaccesibilidad epistémica a los saberes mestizos. Este problema hace referencia a los obstáculos con los que se encontraban las instituciones locales y los estudiosos de la música, especialmente aquellos que recibieron una fuerte formación académica en centros cosmopolitas, al enfrentarse a tradiciones musicales de origen étnico incierto. Mi hipótesis es que, más allá de los prejuicios raciales, los intentos por “blanquear” una tradición musical surgieron de la imposibilidad colonial de acceder a epistemes que no eran del todo europeas; las músicas “mestizas”, como el bambuco, encarnaban una mezcla de saberes musicales europeos con otros indígenas o africanos, dando como resultado saberes que simplemente “no encajaban” bien dentro de los parámetros reconocidos como absolutos, objetivos y científi cos. En el caso del bambuco, veremos cómo este problema entorpeció, por décadas, un estudio sistemático y profundo del género y de su repertorio. De forma paralela, la ausencia de límites epistémicos claros entre los saberes musicales paralizó, en la práctica, el establecimiento y desarrollo disciplinar de los estudios musicales a nivel local. Ante la ausencia de disciplinas locales consolidadas y comunidades académicas activas, no es de extrañarse, entonces, de que a lo largo del siglo XX la academia norteamericana tomara el liderazgo en la producción de conocimiento acerca de tradiciones musicales de muchas regiones de América Latina. Antes de entrar en materia puramente musical, esbozaré rápidamente las herramientas teóricas que utilizaré para este análisis. COLONIALIDAD Y CONOCIMIENTO No es éste el espacio para realizar un análisis detallado del surgimiento de los estudios poscoloniales latinoamericanos, o de sus relaciones con la obra de pensadores como Michel Foucault o Edward Said. 5 Vale la pena recordar, sin embargo, las implicaciones que tiene la ampliación que hacen las obras de Aníbal Quijano y Walter Mignolo de los límites geopolíticos y temporales del origen de la modernidad (Quijano, 2000; Mignolo, 1995 y 2003). De acuerdo con análisis realizados en las décadas del setenta y ochenta por pensadores del primer mundo, como Wallerstein, y por representantes del tercero, como Said, los inicios de la modernidad se ubican en los siglos XVIII y XIX con la Revolución Industrial y el nacimiento del capitalismo. Según esto, la modernidad fue el resultado de fenómenos puramente intraeuropeos, como la Ilustración y la Revolución Francesa. Mignolo y Quijano argumentan que esta visión del sistema-mundo, según el término de Wallerstein, no contempla la formación del primer circuito comercial mundial ni la creación de la idea de “Occidente”, que surgen a fi nales del siglo XV con el descubrimiento 5 Para una corta y agradable manera de aproximarse a este tema, véase el libro de Santiago Castro-Gómez, La poscolonialidad explicada a los niños (2005b). 198
de América. Este es un aspecto clave a la hora de ver la experiencia colonial como un elemento constitutivo y no derivativo de la modernidad, y entender así la vigencia que siguen teniendo los conceptos de “diferencia colonial” y “colonialidad del poder”. La diferencia colonial es una noción que se desprende del concepto de raza, una idea creada en el siglo XVI para clasifi car a la población mundial y defi nir la división del trabajo; la colonialidad del poder, por otro lado, es un concepto que describe el dispositivo que produce y reproduce la diferencia colonial más allá de la diferencia étnica (Mignolo, 2003; Quijano, 2000). En otras palabras, el ser descrito como “indio”, “blanco” o “negro” servía en un principio para defi nir la posición del individuo dentro del marco de la división social del trabajo; la diferencia racial/colonial se mantuvo y se ha seguido manteniendo —aunque rearticulada a través de otros términos y otros discursos— gracias a mecanismos sociales que perpetúan esta división. El punto es que, más allá de las bases socioeconómicas de la idea de raza, ésta es una categoría epistémica y de control del conocimiento y la intersubjetividad: la colonialidad del poder no sólo clasifi ca a los seres humanos en escala de inferior a superior de acuerdo con su raza, sino que también ordena los conocimientos y las maneras de saber de aquellos a quienes clasifi ca. De esta manera, el conocimiento que produce el hombre blanco es generalmente califi cado como “científi co”, “objetivo” y “racional”, mientras que aquel producido por hombres de color (o mujeres) es “mágico”, “subjetivo” e “irracional”. Es así como, a pesar de que las manifestaciones concretas del colonialismo sean ya cosa del pasado (o al menos tenemos la esperanza de que lo sean), la colonialidad persiste como un componente importante del ser moderno y posmoderno; la colonialidad es, como dice Mignolo, el lado oscuro de la modernidad (1995; 2003). Además de los conceptos de diferencia colonial y colonialidad del poder, voy a usar la noción de “pureza de sangre” para analizar el mecanismo a través del cual era posible (al menos teóricamente) traspasar las fronteras raciales dentro del sistema imperial español, que tenía su propia manera de racionalizar y controlar una población descendiente de la mezcla étnica de indígenas, europeos y africanos. Pureza de sangre hace referencia al sistema taxonómico de clasifi cación étnica, que catalogaba el lugar que cada persona ocupaba en la estructura de la sociedad colonial, dependiendo de la cantidad de su sangre “blanca” española. Siguiendo esa lógica, alguien clasifi cado como mestizo (hijo de padre español y madre indígena) podría limpiar su sangre impura después de un par de generaciones si lograba que sus hijos e hijas se casaran únicamente con españoles. Para los individuos pertenecientes a las castas inferiores, sin embargo, el proceso de purifi cación podía tomar mucho más tiempo o, en el caso de los negros y los mulatos, hacer completamente imposible el ascenso de estatus social (Castro-Gómez, 2005a). Este mecanismo, aplicado en este caso a los individuos, fue también empleado durante el siglo XIX para “purifi car” prácticas sociales de manera simbólica, entre ellas la música, asociadas a diferentes grupos étnicos. 199
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Este problema hace referencia a los obstáculos con los que se encontraban<br />
las instituciones locales y los estudiosos de la música, especialmente aquellos<br />
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que, más allá de los prejuicios raciales, los intentos por “blanquear” una tradición<br />
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encarnaban una mezcla de saberes musicales europeos con otros indígenas<br />
o africanos, dando como resultado saberes que simplemente “no encajaban”<br />
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décadas, un estudio sistemático y profundo del género y de su repertorio. De<br />
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consolidadas y comunidades académicas activas, no es de extrañarse, entonces,<br />
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de muchas regiones de América Latina. Antes de entrar en materia puramente<br />
musical, esbozaré rápidamente las herramientas teóricas que utilizaré<br />
para este análisis.<br />
COLONIALIDAD Y CONOCIMIENTO<br />
No es éste el espacio para realizar un análisis detallado del surgimiento de los<br />
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pensadores como Michel Foucault o Edward Said. 5 Vale la pena recordar, sin<br />
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Aníbal Quijano y Walter Mignolo de los límites geopolíticos y temporales del<br />
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con análisis realizados en las décadas del setenta y ochenta por pensadores<br />
del primer mundo, como Wallerstein, y por representantes del tercero,<br />
como Said, los inicios de la modernidad se ubican en los siglos XVIII y XIX<br />
con la Revolución Industrial y el nacimiento del capitalismo. Según esto, la<br />
modernidad fue el resultado de fenómenos puramente intraeuropeos, como<br />
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esta visión del sistema-mundo, según el término de Wallerstein, no contempla<br />
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5 Para una corta y agradable manera de aproximarse a este tema, véase el libro de Santiago<br />
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