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de la heterogeneidad histórica de las estructuras sociales, sino también por implicar relaciones necesariamente consistentes entre sus componentes. Queda, en consecuencia, la propuesta marxiana (una de las fuentes del materialismo histórico) sobre el trabajo como ámbito primado de toda sociedad, y sobre el control del trabajo como el primado en todo poder social. Dos son los problemas que levanta esta propuesta y que requieren ser discutidos. En primer lugar, es cierto que la experiencia del poder capitalista mundial, eurocentrado y colonial/moderno, muestra que es el control del trabajo el factor primado en este patrón de poder: éste es, en primer término, capitalista. En consecuencia, el control del trabajo por el capital es la condición central del poder capitalista. Pero en Marx implica, de una parte, la homogeneidad histórica de éste y de los demás factores, y de otra parte, que el trabajo determina, todo el tiempo y de modo permanente, el carácter, el lugar y la función de todos los demás ámbitos en la estructura de poder. Sin embargo, si se examina de nuevo la experiencia del patrón mundial del poder capitalista, nada permite verifi car la homogeneidad histórica de sus componentes, ni siquiera de los fundamentales, sea del trabajo, del capital, o del capitalismo. Por el contrario, dentro de cada una de esas categorías no sólo coexisten, sino se articulan y se combinan todas y cada una de las formas, etapas y niveles de la historia de cada una de ellas. Por ejemplo, el trabajo asalariado existe hoy, como al comienzo de su historia, junto con la esclavitud, la servidumbre, la pequeña producción mercantil, la reciprocidad. Y todos ellos se articulan entre sí y con el capital. El propio trabajo asalariado se diferencia entre todas las formas históricas de acumulación, desde la llamada originaria o primitiva, la plusvalía extensiva, incluyendo todas las gradaciones de la intensiva y todos los niveles que la actual tecnología permite y contiene, hasta aquellos en que la fuerza viva de trabajo individual es virtualmente insignifi cante. El capitalismo abarca, tiene que abarcar, todo ese complejo y heterogéneo universo bajo su dominación. Respecto de la cadena unidireccional de determinaciones que le permite al trabajo articular los demás ámbitos y mantenerlos articulados en el largo tiempo, la experiencia del patrón de poder capitalista, mundial, eurocentrado y colonial/moderno no muestra tampoco nada que obligue a admitir que el rasgo capitalista haya hecho necesarios, en el sentido de inevitables, los demás. De otra parte, sin duda el carácter capitalista de este patrón de poder tiene implicaciones decisivas sobre el carácter y el sentido de las relaciones intersubjetivas, de las relaciones de autoridad y sobre las relaciones en torno del sexo y sus productos. Pero, primero, sólo si se ignora la heterogeneidad histórica de esas relaciones y del modo como se ordenan en cada ámbito y entre ellos, sería posible admitir la unilinealidad y unidireccionalidad de esas implicaciones. Y, segundo, a esta altura del debate debiera ser obvio que si bien el actual modo de controlar el trabajo tiene implicaciones sobre, por ejemplo, la intersubjetividad social, sabemos, del mismo modo, que para que se optara por la forma capitalista de organizar y controlar el trabajo, fue necesaria una 100

intersubjetividad que la hiciera posible y preferible. Las determinaciones no son, pues, no pueden ser, unilineales, ni unidireccionales. Y no sólo son recíprocas. Son heterogéneas, discontinuas, inconsistentes, confl ictivas, como corresponde a las relaciones entre elementos que tienen, todos y cada uno, tales características. La articulación de heterogéneos, discontinuos y confl ictivos elementos en una estructura común, en un determinado campo de relaciones, implica, pues, requiere, relaciones de recíprocas, múltiples y heterogéneas determinaciones. El estructuralismo y el funcionalismo no lograron percibir esas necesidades históricas. Tomaron un camino mal-conducente, reduciéndolas a la idea de relaciones funcionales entre los elementos de una estructura social. De todos modos, sin embargo, para que una estructura histórico-estructuralmente heterogénea tenga el movimiento, el desenvolvimiento o, si se quiere, el comportamiento de una totalidad histórica, no bastan tales modos de determinación recíproca y heterogénea entre sus componentes. Es indispensable que uno (o más) entre ellos tenga la primacía —en el caso del capitalismo, el control combinado del trabajo y de la autoridad— pero no como determinante o base de determinaciones en el sentido del materialismo histórico, sino estrictamente como eje(s) de articulación del conjunto. De ese modo, el movimiento conjunto de esa totalidad, el sentido de su desenvolvimiento, abarca, trasciende cada uno de sus componentes. Es decir, determinado campo de relaciones sociales se comporta como una totalidad. Pero semejante totalidad histórico-social, como articulación de heterogéneos, discontinuos y confl ictivos elementos, no puede ser de modo alguno cerrada, no puede ser un organismo, ni puede ser, como una máquina, consistente de modo sistémico, y constituir una entidad en la cual la lógica de cada uno de los elementos corresponde a la de cada uno de los otros. Sus movimientos de conjunto no pueden ser, en consecuencia, unilineales, ni unidireccionales, como sería necesariamente el caso de entidades orgánicas o sistémicas o mecánicas. NOTAS SOBRE LA CUESTIÓN DE LA TOTALIDAD Acerca de esa problemática es indispensable continuar indagando y debatiendo las implicaciones del paradigma epistemológico de la relación entre el todo y las partes respecto de la existencia histórico-social. El eurocentrismo ha llevado, a virtualmente todo el mundo, a admitir que en una totalidad el todo tiene absoluta primacía determinante sobre todas y cada una de las partes, y que por lo tanto hay una y sólo una lógica que gobierna el comportamiento del todo y de todas y de cada una de las partes. Las posibles variantes en el movimiento de cada parte son secundarias, sin efecto sobre el todo, y reconocidas como particularidades de una regla o lógica general del todo al que pertenecen. No es pertinente aquí, por razones obvias, plantear un debate sistemático acerca de aquel paradigma que en la modernidad eurocéntrica ha termina- 101

de la heterogeneidad histórica de las estructuras sociales, sino también por<br />

implicar relaciones necesariamente consistentes entre sus componentes.<br />

Queda, en consecuencia, la propuesta marxiana (una de las fuentes del materialismo<br />

histórico) sobre el trabajo como ámbito primado de toda sociedad,<br />

y sobre el control del trabajo como el primado en todo poder social. Dos son<br />

los problemas que levanta esta propuesta y que requieren ser discutidos.<br />

En primer lugar, es cierto que la experiencia del poder capitalista mundial,<br />

eurocentrado y colonial/moderno, muestra que es el control del trabajo el<br />

factor primado en este patrón de poder: éste es, en primer término, capitalista.<br />

En consecuencia, el control del trabajo por el capital es la condición central<br />

del poder capitalista. Pero en Marx implica, de una parte, la homogeneidad<br />

histórica de éste y de los demás factores, y de otra parte, que el trabajo determina,<br />

todo el tiempo y de modo permanente, el carácter, el lugar y la función<br />

de todos los demás ámbitos en la estructura de poder. Sin embargo, si se<br />

examina de nuevo la experiencia del patrón mundial del poder capitalista,<br />

nada permite verifi car la homogeneidad histórica de sus componentes, ni<br />

siquiera de los fundamentales, sea del trabajo, del capital, o del capitalismo.<br />

Por el contrario, dentro de cada una de esas categorías no sólo coexisten,<br />

sino se articulan y se combinan todas y cada una de las formas, etapas y<br />

niveles de la historia de cada una de ellas. Por ejemplo, el trabajo asalariado<br />

existe hoy, como al comienzo de su historia, junto con la esclavitud, la servidumbre,<br />

la pequeña producción mercantil, la reciprocidad. Y todos ellos se<br />

articulan entre sí y con el capital. <strong>El</strong> propio trabajo asalariado se diferencia<br />

entre todas las formas históricas de acumulación, desde la llamada originaria<br />

o primitiva, la plusvalía extensiva, incluyendo todas las gradaciones de<br />

la intensiva y todos los niveles que la actual tecnología permite y contiene,<br />

hasta aquellos en que la fuerza viva de trabajo individual es virtualmente<br />

insignifi cante. <strong>El</strong> capitalismo abarca, tiene que abarcar, todo ese complejo y<br />

heterogéneo universo bajo su dominación.<br />

Respecto de la cadena unidireccional de determinaciones que le permite<br />

al trabajo articular los demás ámbitos y mantenerlos articulados en el largo<br />

tiempo, la experiencia del patrón de poder capitalista, mundial, eurocentrado<br />

y colonial/moderno no muestra tampoco nada que obligue a admitir que<br />

el rasgo capitalista haya hecho necesarios, en el sentido de inevitables, los<br />

demás. De otra parte, sin duda el carácter capitalista de este patrón de poder<br />

tiene implicaciones decisivas sobre el carácter y el sentido de las relaciones<br />

intersubjetivas, de las relaciones de autoridad y sobre las relaciones en torno<br />

del sexo y sus productos. Pero, primero, sólo si se ignora la heterogeneidad<br />

histórica de esas relaciones y del modo como se ordenan en cada ámbito y<br />

entre ellos, sería posible admitir la unilinealidad y unidireccionalidad de esas<br />

implicaciones. Y, segundo, a esta altura del debate debiera ser obvio que si bien<br />

el actual modo de controlar el trabajo tiene implicaciones sobre, por ejemplo,<br />

la intersubjetividad social, sabemos, del mismo modo, que para que se optara<br />

por la forma capitalista de organizar y controlar el trabajo, fue necesaria una<br />

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