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La traicion de bertrand.pdf - Biblioteca Mexiquense del Bicentenario

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<strong>La</strong> traición <strong>de</strong> Bertrand


Fedro Carlos Guillén obtuvo el tercer lugar en el género novela <strong>de</strong>l Certamen<br />

Internacional <strong>de</strong> Literatura Letras <strong>de</strong>l <strong>Bicentenario</strong> “Sor Juana Inés <strong>de</strong> la Cruz”,<br />

convocado por el Gobierno <strong>de</strong>l Estado <strong>de</strong> México, a través <strong>de</strong>l Consejo Editorial <strong>de</strong><br />

la Administración Pública Estatal, en 2011. El jurado estuvo integrado por Mónica<br />

<strong>La</strong>vín, David Martín <strong>de</strong>l Campo y Anamari Gomís.<br />

Leer para pensar en gran<strong>de</strong><br />

Cole CCión letras<br />

n a r r a t i v a


Fedro Carlos Guillén<br />

<strong>La</strong> traición <strong>de</strong> Bertrand


Eruviel Ávila Villegas<br />

Gobernador Constitucional<br />

Raymundo Édgar Martínez Carbajal<br />

Secretario <strong>de</strong> Educación<br />

Consejo Editorial: Ernesto Javier Nemer Álvarez, Raymundo Édgar Martínez Carbajal,<br />

Raúl Murrieta Cummings, Édgar Alfonso Hernán<strong>de</strong>z Muñoz,<br />

Raúl Vargas Herrera<br />

Comité Técnico: Alfonso Sánchez Arteche, Félix Suárez<br />

Secretario Técnico: Agustín Gasca Pliego<br />

<strong>La</strong> traición <strong>de</strong> Bertrand<br />

© Primera edición. Secretaría <strong>de</strong> Educación <strong>de</strong>l Gobierno <strong>de</strong>l Estado <strong>de</strong> México<br />

DR © Gobierno <strong>de</strong>l Estado <strong>de</strong> México<br />

Palacio <strong>de</strong>l Po<strong>de</strong>r Ejecutivo<br />

Lerdo poniente no. 300,<br />

colonia Centro, C.P. 50000,<br />

Toluca <strong>de</strong> Lerdo, Estado <strong>de</strong> México.<br />

ISBN: 978-607-495-193-6<br />

© Consejo Editorial <strong>de</strong> la Administración Pública Estatal. 2012<br />

www.edomex.gob.mx/consejoeditorial<br />

Número <strong>de</strong> autorización <strong>de</strong>l Consejo Editorial <strong>de</strong> la Administración<br />

Pública Estatal CE: 205/01/45/12<br />

© Fedro Carlos Guillén Rodríguez<br />

Impreso en México.<br />

Queda prohibida la reproducción total o parcial <strong>de</strong> esta obra, por cualquier medio o<br />

procedimiento, sin la autorización previa <strong>de</strong>l Gobierno <strong>de</strong>l Estado <strong>de</strong> México, a través <strong>de</strong>l<br />

Consejo Editorial <strong>de</strong> la Administración Pública Estatal.


En la vida, todo es cuestión <strong>de</strong> suerte:<br />

cualquier mañana, uno da vuelta en<br />

una esquina y se encuentra con aquella<br />

persona que lo hará infeliz durante los<br />

siguientes seis años <strong>de</strong> su vida. Si uno<br />

hubiese dado vuelta hacia el otro lado,<br />

tal vez se habría topado con la persona<br />

que lo haría feliz.<br />

Philip Roth


El pacto<br />

Los dos hombres contemplaron el resultado <strong>de</strong> su trabajo. Se veían<br />

cansados pero satisfechos, en el horizonte, a través <strong>de</strong> la ventana<br />

<strong>de</strong>l estudio, se apreciaba la silueta <strong>de</strong> la recién terminada Torre<br />

Eiffel. Ambos levantaron sus tarros y brindaron…<br />

El calendario en la pared mostraba un grabado <strong>de</strong> la campiña y la<br />

fecha exacta: jueves 17 <strong>de</strong> octubre <strong>de</strong> 1889.<br />

Miguel Dupin salió con paso lento <strong>de</strong> la consulta médica. Abordó<br />

el auto y se instaló en el asiento tracero. Respiró profundamente y<br />

tomó una <strong>de</strong>cisión. No quedaba mucho tiempo.<br />

[9]


Uno<br />

Escribir es un acto privado que se vuelve público en el momento<br />

que el arrojo, la calidad o la falta <strong>de</strong> sentido común lo permite.<br />

Sostengo que la tarea <strong>de</strong> quien escribe es tener una historia que contar,<br />

y hacerlo con la mayor eficacia posible… nada más, nada menos.<br />

Me llamo Juan Pablo y soy escritor. Así <strong>de</strong> simple. Invento historias,<br />

las <strong>de</strong>sarrollo y espero que alguien las lea. Los que nos<br />

<strong>de</strong>dicamos a este oficio nos movemos por un impulso vital que<br />

adquiere sentido sólo en la medida <strong>de</strong> un lector atento que significa<br />

el texto y lo hace suyo. Mi caso, como el <strong>de</strong> muchos otros,<br />

[11]


12<br />

se resume en una ecuación ligeramente frustrante: tengo cada vez<br />

más libros y menos lectores.<br />

Digamos que, <strong>de</strong> ser una promesa literaria con un “ingenio revelador”,<br />

me convertí en un cuarentón huyendo a salto <strong>de</strong> mata <strong>de</strong><br />

acreedores carnívoros y <strong>de</strong> llamadas telefónicas apremiando pagos<br />

con tácticas <strong>de</strong> Torquemada. Cualquier escritor que sea honesto<br />

<strong>de</strong>berá enten<strong>de</strong>r, como lo entendí yo, que si publica un libro <strong>de</strong>l<br />

que se ven<strong>de</strong>n ochocientos ejemplares en dos años, algo se pudre<br />

en Dinamarca y es vano recurrir a excusas intelectuales <strong>de</strong> calidad<br />

y no cantidad <strong>de</strong> lectores, como enarbolan exculpatoriamente<br />

los fracasados. Veo pasar como bólidos a escritores más jóvenes<br />

que se llenan <strong>de</strong> premios y lauros y me inva<strong>de</strong> una sensación<br />

autoconmiserativa.<br />

Me casé con Angelina a los veintisiete años. Ella era una mujer extraña<br />

y llena <strong>de</strong> vicios que no advertí a tiempo. El más señalado es que era<br />

una Puta, y si lo escribo <strong>de</strong> esta manera y con letra capital es porque lo<br />

era a cabalidad. Probablemente se relacionó con todos mis amigos y<br />

no pocos <strong>de</strong> mis enemigos a lo largo <strong>de</strong> los cinco años que duró nuestro<br />

matrimonio. Alguna vez, durante una fiesta en casa <strong>de</strong> una Gloria<br />

Nacional, <strong>de</strong>sapareció durante un buen rato con uno <strong>de</strong> mis críticos<br />

más enconados. Regresé al <strong>de</strong>partamento, saqué mis cosas y la <strong>de</strong>jé<br />

por primera vez. <strong>La</strong> escena se reiteró como una comedia <strong>de</strong> diecinueve<br />

actos en la que yo siempre regresaba pidiendo perdón y con la cola<br />

entre las patas. No la juzgo, no es esa mi intención; ella buscaba un<br />

placer que conmigo se agotó muy pronto y simplemente fue leal a su<br />

instinto <strong>de</strong> predadora sexual que yo era incapaz <strong>de</strong> satisfacer.<br />

Tuvimos un hijo —José María— y lo empezamos a criar con cierta<br />

esquizofrenia, hasta que un día Angelina salió por la puerta <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>partamento y jamás regresó. Fue lo mejor.


13<br />

Asumir la crianza <strong>de</strong> mi hijo se convirtió en uno más <strong>de</strong> los retos<br />

para los que no estaba preparado, por fortuna vivo en un país<br />

don<strong>de</strong> a todo mundo le da por opinar y eso me ayudó a enten<strong>de</strong>r<br />

qué carajo es el tempra o cómo garantizar que el niño no fallezca<br />

<strong>de</strong> muerte <strong>de</strong> cuna, escena que soñé aterrado varios años mientras<br />

aprendía <strong>de</strong> pediatras, consultas y fiebres galopantes. Mi hijo<br />

era un poco lento cuando pequeño; <strong>de</strong> hecho, pensé que podría<br />

pa<strong>de</strong>cer algún problema. <strong>La</strong> visita al neurólogo no arrojó nada: “Es<br />

quizá retraído”, diagnosticó el médico. José María hacía cosas que<br />

al resto le parecían extrañas y a mí entrañables: podía observar aves<br />

sin mover un músculo <strong>de</strong> su pequeño cuerpo durante horas; era,<br />

también, un voraz coleccionista <strong>de</strong> objetos que yo consi<strong>de</strong>raba piedras.<br />

Lo observaba fascinado levantarlas <strong>de</strong>l piso, limpiarlas con<br />

cuidado y luego clasificarlas <strong>de</strong> acuerdo con su color y tamaño. Una<br />

noche caí enfermo —él no tendría más <strong>de</strong> seis años— y sucumbí<br />

al sueño, vencido por la temperatura. Cuando <strong>de</strong>sperté, tenía un<br />

paño mojado en la frente y el agua escurría por mis hombros. José<br />

María me veía con sus enormes ojos atentos y preocupados. En<br />

el momento en que me reincorporé, empezó a llorar mientras me<br />

abrazaba: “Nunca te mueras papá”, dijo. Ésta quizá sea una forma<br />

algo almibarada <strong>de</strong> tratar <strong>de</strong> explicar el lazo que me une con él, pero<br />

es la que tengo… qué carajo.<br />

Un día llamaron <strong>de</strong> su escuela. <strong>La</strong> maestra quería hablar acerca<br />

<strong>de</strong> mi hijo. Acudí intrigado: José María no daba problemas jamás.<br />

<strong>La</strong> maestra explicó que estaba preocupada pues mi hijo invertía<br />

mucho más tiempo que sus compañeros en resolver tareas elementales,<br />

por lo que me sugería una valoración con el fin <strong>de</strong> <strong>de</strong>terminar<br />

las causas. A pesar <strong>de</strong> recelos <strong>de</strong>fensivos, acepté y visitamos al doctor<br />

Parra, un especialista que tenía su consultorio en <strong>La</strong>s Lomas y<br />

cobraba por consulta el equivalente al enganche <strong>de</strong> un auto. Nos<br />

atendió con amabilidad, tenía cara <strong>de</strong> viejo sabio y solicitó revisar


14<br />

a mi hijo a solas. El procedimiento tardó poco más <strong>de</strong> una hora y,<br />

al finalizar, el especialista pidió que aguardara un par <strong>de</strong> días para<br />

comunicarme sus hallazgos.<br />

Al tercer día recibí una llamada: era Parra citándome nuevamente<br />

en su consultorio. Al llegar a su <strong>de</strong>spacho con pare<strong>de</strong>s repletas <strong>de</strong><br />

diplomas, me miró fijo a los ojos y expresó:<br />

—Señor Balcárcel, permítame tranquilizarlo. José María no<br />

pa<strong>de</strong>ce ningún problema, al contrario, es superdotado. Le<br />

aplicamos varios exámenes y encontramos que tiene un<br />

coeficiente intelectual <strong>de</strong> 220. Para que usted tenga un contexto<br />

elemental, déjeme <strong>de</strong>cirle que el ser humano con el<br />

IQ más alto en el planeta es una mujer, Marylyn Mach Von<br />

Savant, que cuenta con 228. El IQ es una prueba estandarizada<br />

que mi<strong>de</strong> las habilida<strong>de</strong>s cognitivas <strong>de</strong> una persona<br />

<strong>de</strong> acuerdo a su grupo <strong>de</strong> edad, y es probable que su hijo se<br />

cuente entre una docena <strong>de</strong> personas en el mundo con tal<br />

nivel <strong>de</strong> capacidad.<br />

Recibí la noticia como se recibe una tromba. Jamás lo hubiera imaginado<br />

y <strong>de</strong> inmediato se me agolparon montones <strong>de</strong> dudas e<br />

inquietu<strong>de</strong>s.<br />

—¿Y la lentitud para resolver problemas? —pregunté.<br />

Parra asintió:<br />

—Una pregunta razonable, sin duda. Mire usted, es muy<br />

probable que José María, al enfrentarse a un problema,<br />

trate <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>rlo en lugar <strong>de</strong> respon<strong>de</strong>r <strong>de</strong> manera<br />

mecánica. Por ejemplo, si le preguntan cuánto es ocho<br />

por cuatro, él, en lugar <strong>de</strong> contestar valiéndose <strong>de</strong> su


15<br />

memoria “treintaidós”, procura explicar el razonamiento<br />

<strong>de</strong>l al goritmo. Hay casos semejantes documentados en la<br />

literatura. El más notable es el <strong>de</strong> Albert Einstein, quien en<br />

la escuela primaria fue calificado como retardado por sus<br />

profesores. No tiene usted nada <strong>de</strong> qué preocuparse pero sí<br />

<strong>de</strong>be ocuparse <strong>de</strong> que el talento <strong>de</strong> su hijo sea bien encauzado.<br />

Comenté esto con algunos colegas y creemos que José<br />

María es un caso fascinante que nos gustaría analizar; por<br />

supuesto, sin ningún costo para usted. Tratar <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r<br />

la forma en que funciona su razonamiento nos podría dar<br />

pistas invaluables acerca <strong>de</strong> la mente humana.<br />

No me gustó que mi hijo fuera etiquetado como un “caso fascinante”,<br />

y Parra lo advirtió, pues <strong>de</strong> inmediato dijo:<br />

—Por favor, ojalá no me interprete mal. No pensamos en su<br />

hijo como un sujeto experimental. Sólo creemos que trabajar<br />

con él redundaría en un gran avance científico.<br />

—Lo pensaré —fue mi respuesta lacónica.<br />

No tuve que hacerlo mucho. Tomé la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> darle a mi hijo la<br />

vida más normal posible, sin escuelas especiales ni tratamientos<br />

que, pensaba, lo podrían convertir en una atracción <strong>de</strong> circo.<br />

No pasó mucho tiempo antes <strong>de</strong> que todo lo que el doctor Parra<br />

había anunciado se hiciera realidad. Mi hijo entró en un proceso<br />

fascinante <strong>de</strong> cambio y la diversidad <strong>de</strong> sus intereses creció exponencialmente:<br />

la historia, la música, el cine y la literatura empezaron<br />

a ocupar su tiempo, mientras que la escuela era un simple<br />

trámite necesario. Yo lo percibía como un auto <strong>de</strong> carreras que utiliza<br />

la mitad <strong>de</strong> su capacidad. José María se negaba —con todo mi


16<br />

beneplácito— a volverse ese tipo <strong>de</strong> alumno brillante y extraordinario<br />

pero aborrecido por todos. De hecho, en algunos casos <strong>de</strong><br />

manera <strong>de</strong>liberada, reprobaba uno que otro examen y se mantenía<br />

con un <strong>de</strong>sempeño razonable. Sin embargo, pronto fue claro, para<br />

las autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la escuela, que estaba perdiendo su tiempo, y<br />

en contra <strong>de</strong> su voluntad, pero en este caso con mi autorización,<br />

fue cambiado a grados superiores. El proceso se repitió y hoy que<br />

tiene dieciséis años estudia ya el séptimo semestre <strong>de</strong> física en la<br />

Universidad Nacional. José María es bastante normal, agudo y <strong>de</strong>smadroso,<br />

un adolescente que se viste como tal y le va a los Pumas.<br />

No sé si los padres pue<strong>de</strong>n ser amigos <strong>de</strong> sus hijos, como dicen las<br />

viejas chotas, pero no hay nada que yo valore más en la vida que su<br />

compañía y su humor punzocortante.<br />

Trabajo haciendo traducciones <strong>de</strong>l francés que se pagan <strong>de</strong> una<br />

manera tan justa como los salarios <strong>de</strong> los mineros <strong>de</strong> Cananea, pero<br />

da para ir tirando. Dada mi neurosis, puedo lograr limpiamente<br />

que ninguna mujer me quiera ver <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la tercera cita, lo cual<br />

<strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser un récord olímpico que me mantiene en un celibato<br />

estricto muy parecido al <strong>de</strong>l santo varón <strong>de</strong> Asís.<br />

Bien, creo que lo anterior <strong>de</strong>scribe mi situación: un escritor sin<br />

éxito, mal pagado, sin esposa y con un hijo dotadísimo. Un balance<br />

mediocre que se agravó un jueves por la mañana, cuando llegó un<br />

requerimiento <strong>de</strong> Hacienda en el que se me invitaba a cubrir los<br />

impuestos que yo no sabía que <strong>de</strong>bía y que ascendían a casi cien mil<br />

pesos. Esa noche empecé a hablar solo y no dormí pensando en la<br />

manera <strong>de</strong> salir <strong>de</strong>l berenjenal. Eso es consecuencia <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>sapego<br />

y el enorme <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n administrativo en el que vivo. Siempre he<br />

visto al dinero como un accesorio que permite tener comida, comprar<br />

libros y tomar un trago con amigos <strong>de</strong> vez en vez. Por supuesto,<br />

no somos ricos, pero tampoco hemos vivido en la menesterosidad


17<br />

galopante, y el futuro <strong>de</strong> José María está claramente asegurado con<br />

sus talentos. Pero un boquete <strong>de</strong> cien mil pesos me <strong>de</strong>jaba fuera<br />

<strong>de</strong> combate por completo. Pensé en recurrir a algún amigo pero a<br />

cualquiera <strong>de</strong> ellos lo hubiera afectado más aún. Revisé mis ahorros:<br />

una cantidad vergonzosa. De pronto me di cuenta <strong>de</strong> que el asunto<br />

no tenía salida, o no por lo menos una que yo advirtiera, y que la<br />

amenaza <strong>de</strong> entrar en una espiral <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>nte era la más grave que<br />

había enfrentado en años. José María se percató <strong>de</strong> mi estado, pero<br />

no quise contarle nada. Repartir los males no los hacen menores.<br />

El martes <strong>de</strong> la siguiente semana recibí una llamada telefónica:<br />

“¿Señor Balcárcel? Mi nombre es Miguel Dupin. Un amigo lo ha<br />

recomendado como un traductor muy profesional y tengo interés<br />

en contratar sus servicios. Si le parece, me gustaría que asistiera<br />

a mi casa, ¿sabe? Tengo algunos problemas <strong>de</strong> movilidad y aquí<br />

podríamos discutir el asunto”.<br />

No creo en el <strong>de</strong>stino, es refugio <strong>de</strong> pusilánimes. Pero lo cierto<br />

es que la oportunidad que se me presentaba le daba una vuelta<br />

<strong>de</strong> tuerca a la racha que consi<strong>de</strong>raba <strong>de</strong>sastrosa, así que acepté <strong>de</strong><br />

inmediato y me dispuse a tomar muestras ejemplares <strong>de</strong> mi trabajo<br />

y buscar alguna corbata razonable en la Babel <strong>de</strong> mi armario.<br />

Subí al metrobús, lleno <strong>de</strong> oficinistas <strong>de</strong> regreso al sur <strong>de</strong> la ciudad<br />

<strong>de</strong> México. <strong>La</strong>s miradas cansadas, el amontonamiento y los hu-<br />

mores que emanaban <strong>de</strong>l camión contribuyeron a que me apeara<br />

con un estado <strong>de</strong> ánimo sombrío. Inicié la caminata por Altavista.<br />

Los comercios <strong>de</strong> oligarcas fueron quedando atrás, y entré en una<br />

zona <strong>de</strong> casas megalómanas, llenas <strong>de</strong> guardias y vallas que las<br />

aislaban <strong>de</strong> los simples mortales como yo.<br />

Me presenté en la casa <strong>de</strong> Dupin a las ocho <strong>de</strong> la noche. Era una<br />

mansión porfiriana en el corazón <strong>de</strong> San Ángel, con ventanales


18<br />

enormes y alfombras multicolores. Fui atendido por un sirviente<br />

(no una sirvienta) <strong>de</strong> una seriedad victoriana que me llevó a un<br />

estudio como sólo había visto en películas <strong>de</strong> época. Me ofreció<br />

un sofá mientras acercaba un carro <strong>de</strong> vidrio con alcohol suficiente<br />

para embriagar a un equipo <strong>de</strong> futbol, y minutos <strong>de</strong>spués entró un<br />

hombre abriéndose paso por una puerta <strong>de</strong> roble.<br />

De inmediato percibí el rasgo más importante <strong>de</strong> Miguel Dupin.<br />

Era ciego.<br />

Sin darme cuenta, doblaba la esquina.


Dos<br />

—Veo que está usted ya instalado, Juan Pablo. ¿Qué le gus taría<br />

tomar? —dijo Dupin con voz suave mientras yo pensaba que<br />

“ver” era el término menos a<strong>de</strong>cuado para la ocasión.<br />

No sé si el hombre leía el pensamiento, porque exclamó:<br />

—<strong>La</strong> vista, permítame <strong>de</strong>cirlo, está sobrevalorada en estos<br />

tiempos vi<strong>de</strong>ocráticos. Los ciegos hemos sido siempre percibidos<br />

con temor. Mire usted…<br />

Sacó una grabadora y escuché su propia voz:<br />

[19]


20<br />

<strong>La</strong> historia <strong>de</strong> la ceguera en el arte, sobre todo antiguo y paleocristiano,<br />

está escrita, con frecuencia, con un discurso ambiguo, cuando no profundamente<br />

negativo. Dejando aparte algunas representaciones seculares,<br />

el tratamiento artístico y literario <strong>de</strong> la ceguera suele conllevar una<br />

analogía <strong>de</strong> la privación sensorial con la moral. Así, la persona con un<br />

<strong>de</strong>fecto visual es presentada <strong>de</strong> manera poco atractiva, i<strong>de</strong>ntificándosela<br />

a menudo con lo pecaminoso, haciéndosela acreedora <strong>de</strong> castigos, o<br />

bien la ceguera es entendida como la con<strong>de</strong>na impuesta para expiar una<br />

<strong>de</strong>pravación. En <strong>La</strong> Leyenda Dorada, <strong>de</strong> Vorágine, los paganos son ciegos<br />

privados por el diablo, cuya remisión espiritual se acompañará <strong>de</strong> la<br />

sanación física. Baste recordar que el propio Leonardo da Vinci se refirió<br />

a la ceguera como “el peor <strong>de</strong> los males que pue<strong>de</strong>n caer sobre el hombre”.<br />

Aunque no siempre se le dé un carácter claramente punitivo, la ceguera<br />

suele ser tratada al menos con ambivalencia, moviéndose entre la piedad<br />

y el temor supersticioso, pero muy pocas veces se le da un trato naturalista.<br />

Esta especie <strong>de</strong> “<strong>de</strong>monización” <strong>de</strong> la ceguera es dominante hasta el<br />

Renacimiento, persistiendo posteriormente con una intensidad irregular.<br />

Miguel Dupin pulsó otro botón y se sentó en un sillón <strong>de</strong> cuero.<br />

—¿Qué le parece? Se trata <strong>de</strong> un ensayo publicado por<br />

Beatriz Sánchez Artola.<br />

—Interesante —respondí—. Francamente no lo había pensado<br />

así.<br />

Mi interlocutor asintió con cierta gravedad, y con una pericia sorpren<strong>de</strong>nte<br />

dispuso un par <strong>de</strong> tragos mientras yo lo observaba.<br />

Era un hombre <strong>de</strong> unos cincuenta años. El cabello peinado hacia<br />

atrás y la barba, entrecanos, estaban bien recortados y sus facciones<br />

eran regulares y bien proporcionadas. Vestía como viste un


21<br />

hombre próspero: con ropa impecable pero sobria. Un saco negro<br />

<strong>de</strong> muy buena calidad, combinado con pantalón gris. No usaba corbata<br />

pero sí una camisa azul planchada a la perfección. Los zapatos<br />

<strong>de</strong>bían costar más que mi riñón izquierdo y en la muñeca portaba<br />

un reloj que imaginé braille. El único rasgo anómalo eran sus ojos:<br />

tenían un color similar al <strong>de</strong>l acero y se movían sin cesar.<br />

—Debo iniciar esta charla pidiéndole que me disculpe, ya<br />

que no he sido por completo franco con usted.<br />

—…<br />

Dupin percibió la duda.<br />

—He seguido sus pasos, amigo mío. Lo he hecho por razones<br />

que estoy a punto <strong>de</strong> contarle. Si lo hubiera llamado<br />

con ese argumento, es seguro que me habría tomado por<br />

un lunático y este encuentro no se celebraría. Es por ello<br />

que hablé <strong>de</strong> traducciones. Creo que lo que charlemos le<br />

podrá interesar, así que espero disculpe esta pequeña estratagema,<br />

que <strong>de</strong> ninguna manera quisiera que se constituyera<br />

como un elemento negativo para la potencial relación<br />

que me gustaría entablar con usted.<br />

No sabía qué <strong>de</strong>cir. <strong>La</strong> situación era extraña pero no amenazadora,<br />

así que <strong>de</strong>cidí esperar el siguiente movimiento <strong>de</strong> mi interlocutor.<br />

—Juan Pablo, créame que entiendo sus reservas y es probable<br />

que mi disculpa le parezca poco usual. Usted pue<strong>de</strong> confiar<br />

en mí y, para que no le que<strong>de</strong> ninguna duda, iniciaré yo.


22<br />

Le dio un sorbo a su vaso, fijó sus pupilas en mí <strong>de</strong> manera milimétrica<br />

e inició su relato:<br />

—Lo primero que <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cirle es que mi nombre no es<br />

Miguel Dupin.<br />

“Mierda, empezamos mal”, pensé.<br />

—Elegí el nombre como un homenaje a un par <strong>de</strong> mis personajes<br />

más admirados. Si usted ha leído a Julio Verne,<br />

como estoy seguro que lo ha hecho, recordará a Miguel<br />

Strogoff, el correo <strong>de</strong>l zar, quien al ser capturado por los tártaros<br />

es con<strong>de</strong>nado a la ceguera por medio <strong>de</strong> un procedimiento<br />

bárbaro: un sable al rojo vivo se colocaría <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

sus ojos. Ahora bien, esta tortura ocurre en el quinto capítulo<br />

<strong>de</strong> los quince que forman la segunda parte <strong>de</strong>l libro, y<br />

por supuesto <strong>de</strong>be recordar que en realidad Miguel se salva<br />

<strong>de</strong> la ceguera por el efecto físico <strong>de</strong> sus lágrimas al ser ejecutada<br />

la sentencia. Ello supone que <strong>de</strong>be fingir invi<strong>de</strong>ncia<br />

una buena parte <strong>de</strong> la historia y, créame, no es fácil. <strong>La</strong>s<br />

personas que ven, mantienen un instinto natural para protegerse;<br />

un ciego que no lo es esquivaría, por instinto, una<br />

roca en su camino, pero <strong>de</strong>be tropezar para no <strong>de</strong>latarse,<br />

¿me sigue?<br />

Asentí con la cabeza y <strong>de</strong> inmediato me percaté <strong>de</strong> mi imbecilidad;<br />

<strong>de</strong>bía verbalizar mi respuesta.<br />

—Entiendo —dije—, ¿y su segundo héroe?<br />

—Augusto Dupin —fue la respuesta—. El personaje <strong>de</strong> Poe,<br />

con el que supongo que también está familiarizado.


23<br />

—Lo recuerdo —dije—. El protagonista <strong>de</strong> “<strong>La</strong> carta<br />

robada”.<br />

—Precisamente.<br />

—¿Y qué es lo que le produce tal admiración?<br />

—Su razonamiento impecable al <strong>de</strong>mostrar que lo invisible<br />

ante los ojos <strong>de</strong> todos está ahí para quien tenga la suficiente<br />

agu<strong>de</strong>za…<br />

Dupin hizo una pausa mientras saboreaba su whisky.<br />

—Bien, eso explica mi nombre que, por cierto, para todo fin<br />

legal es el correcto. Si le cuento esto es simplemente para<br />

que sepa que no guardaré ninguna reserva.<br />

<strong>La</strong> bebida ejercía sobre mí un efecto relajante.<br />

—Me crié en el seno <strong>de</strong> una familia acomodada. Mi abuelo<br />

paterno fue un hombre nacido en Francia que corrió con<br />

mucha fortuna. Mi madre nunca se interesó en los negocios<br />

y mi padre tampoco. Los recuerdo como un par <strong>de</strong> sibaritas<br />

ilustrados que supieron inculcarme el amor al conocimiento.<br />

Cuando tenía siete años, el glaucoma me privó <strong>de</strong><br />

la vista <strong>de</strong> manera irremediable. Recuerdo la llegada <strong>de</strong> las<br />

sombras lentamente, hasta que se convirtieron en la oscuridad<br />

que me acompaña hace más <strong>de</strong> cuarenta años. Siempre<br />

he pensado en qué será peor, ¿per<strong>de</strong>r la vista o nacer sin<br />

ella? No lo sé, mi memoria visual es cada vez más vaga.<br />

Evoco el rostro <strong>de</strong> mi madre, algunos <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> la casa en<br />

don<strong>de</strong> nací, y nada más. Mis padres quedaron <strong>de</strong>vastados y


24<br />

fui enviado <strong>de</strong> interno a Suiza con el fin <strong>de</strong> adiestrarme para<br />

mi futura vida. Aprendí, durante cinco años, lo que todo<br />

ciego (no “invi<strong>de</strong>nte”, <strong>de</strong>testo los eufemismos) <strong>de</strong>be apren<strong>de</strong>r.<br />

Una mañana, la directora <strong>de</strong> la escuela me llamó y <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> abrazarme explicó que mis padres habían fallecido<br />

en un acci<strong>de</strong>nte aéreo. Durante un mes me negué a hablar<br />

con nadie y, al cabo <strong>de</strong> ese tiempo, fui repatriado a casa <strong>de</strong><br />

un familiar a quien prefiero no recordar. Fueron momentos<br />

<strong>de</strong> mucha soledad y tristeza en los que encerré mi dolor en<br />

la lectura y el estudio. El dinero no fue problema, ya que<br />

heredé un fi<strong>de</strong>icomiso <strong>de</strong>l cual me hice cargo cuando cumplí<br />

dieciocho años y el cual, con cierta astucia, perdone mi<br />

poca mo<strong>de</strong>stia, he multiplicado. Siempre pensé que las personas<br />

que se preocupan <strong>de</strong>masiado por los bienes materiales<br />

son poco libres, y yo <strong>de</strong>seaba libertad para hacer <strong>de</strong> mi<br />

vida lo que ha sido. Des<strong>de</strong> que era joven pu<strong>de</strong> percatarme <strong>de</strong><br />

que poseo la capacidad <strong>de</strong> escuchar y enten<strong>de</strong>r a las personas.<br />

Se trata <strong>de</strong> un don que encaja bien con mi condición, así<br />

que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace más <strong>de</strong> veinte años me <strong>de</strong>dico a dar terapia,<br />

aunque <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cirle que sigo reglas heterodoxas.<br />

—¿Qué reglas? —pregunté intrigado.<br />

—Son muy simples. Sólo acepto a mis pacientes entre aquellos<br />

que sean capaces <strong>de</strong> contarme una historia. Me da lo<br />

mismo si es una ficción o la realidad. A ellos los recibo y los<br />

eximo <strong>de</strong> pagarme honorario alguno. Supongo que eso me<br />

hace un coleccionista anómalo. Mi segunda y única regla,<br />

recuer<strong>de</strong> que los terapeutas enfatizan la importancia <strong>de</strong>l<br />

cobro, es <strong>de</strong>spedir a cualquier paciente que no asista a una<br />

cita pactada en la hora correcta.


Miguel Dupin se reclinó en su sillón <strong>de</strong> cuero.<br />

—Lo <strong>de</strong>más es lo <strong>de</strong> menos —concluyó.<br />

25<br />

Debo aceptar que la historia me impresionó, aunque seguía sin<br />

enten<strong>de</strong>r qué carajo hacía yo ahí.<br />

—¿Le parece que pasemos a usted?<br />

Me parecía, así que le conté retazos <strong>de</strong> mi historia, mi separación<br />

y los talentos <strong>de</strong> mi hijo, sin saber bien a dón<strong>de</strong> conducía todo.<br />

Cuando terminé, pregunto:<br />

—¿Qué inspiró su última novela?<br />

Se refería a un libro que había publicado el año anterior, y en don<strong>de</strong><br />

se narraba la historia <strong>de</strong> dos familias separadas por la traición<br />

cometida por uno <strong>de</strong> sus fundadores.<br />

—Es mera ficción —respondí—. Nada <strong>de</strong> lo que en ella<br />

ocurre tiene sustento ni en mi historia personal ni en la <strong>de</strong><br />

nadie que yo conozca…<br />

—Se equivoca —atajó—. Por alguna coinci<strong>de</strong>ncia asombrosa,<br />

y palabras más palabras menos, usted contó <strong>de</strong><br />

manera muy puntual un aspecto <strong>de</strong> mi saga familiar<br />

—Dupin hizo una pausa—. Es por ello que está aquí esta<br />

noche.


Tres<br />

Bertrand Tavernier nació el 24 <strong>de</strong> noviembre <strong>de</strong> 1859, siete años<br />

antes <strong>de</strong> la remo<strong>de</strong>lación parisina encargada al barón Haussmann<br />

por Napoleón III. <strong>La</strong>s calles eran un hervi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> peones y albañiles<br />

que <strong>de</strong>rribaban viviendas medievales, ensanchaban las avenidas<br />

y construían los futuros jardines <strong>de</strong> la Ciudad Luz. <strong>La</strong> efeméri<strong>de</strong>,<br />

que sólo advertiría años más tar<strong>de</strong>, era notable: en esa misma fecha<br />

Carlos Darwin publicaba El origen <strong>de</strong> las especies, la obra fundacional<br />

<strong>de</strong> la biología.<br />

<strong>La</strong> madre <strong>de</strong> Bertrand y el hermano gemelo con el que compartía<br />

su vientre murieron durante un parto apocalíptico, en el que<br />

[27]


28<br />

una comadrona analfabeta logró por un milagro conservar vivo al<br />

pequeño. Su padre, un hombre elemental, pronto se repuso <strong>de</strong> la<br />

pérdida doble y consiguió otra mujer: una campesina picarda que<br />

se encargó <strong>de</strong> Bertrand <strong>de</strong> la peor manera posible. Ella, lo mismo<br />

que su padre, bebía vino barato y entonces venían los golpes que<br />

mantenían al niño en un constante estado <strong>de</strong> alerta. Bertrand entró<br />

a los siete años a un taller <strong>de</strong> ebanistería como aprendiz, y ello<br />

supuso una tregua al infierno doméstico, que <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> serlo para<br />

siempre el 3 <strong>de</strong> junio <strong>de</strong> 1871, durante la represión <strong>de</strong> la Comuna<br />

<strong>de</strong> París. Su padre y su madrastra, al igual que otros miles, fueron<br />

fusilados <strong>de</strong> manera sumaria en los muros <strong>de</strong>l cementerio <strong>de</strong><br />

Père <strong>La</strong>chaise.<br />

Bertrand tenía once años.<br />

Su <strong>de</strong>stino fue sellado por el gobierno francés, que lo envió a un<br />

liceo politécnico en Melun, una ciudad situada a cuarenta kilómetros<br />

al su<strong>de</strong>ste <strong>de</strong> París, en un meandro <strong>de</strong>l Sena, entre las comarcas<br />

<strong>de</strong> Brie y Gâtinais. Ahí pasó el joven su infancia y parte <strong>de</strong> su<br />

adolescencia, aprendiendo diversos oficios que <strong>de</strong>sempeñaba con<br />

sorpren<strong>de</strong>nte habilidad. Su carácter era taciturno y hosco; <strong>de</strong>sconfiaba<br />

sistemáticamente <strong>de</strong> cualquier intento amistoso, y pronto se<br />

convirtió en un lector ávido <strong>de</strong> los avances científicos que en ese<br />

momento revolucionaban Europa. A los dieciocho años, como lo<br />

marcaban las reglas <strong>de</strong>l liceo, abandonó la institución y se instaló<br />

como asistente <strong>de</strong> monsieur Raspail en un pequeño taller <strong>de</strong> talabartería<br />

que se hallaba al sur <strong>de</strong> la ciudad.<br />

El interés <strong>de</strong> Bertrand por la ciencia tuvo recompensa. En junio <strong>de</strong><br />

1881, un científico francés ofreció una prueba dramática: curaría<br />

el ántrax, la enfermedad que mataba cientos <strong>de</strong> miles <strong>de</strong> cabezas<br />

<strong>de</strong> ganado y, con un sentido impecable <strong>de</strong>l manejo <strong>de</strong> medios,


29<br />

convocaría a la prensa y la sociedad en general a evaluar su audacia.<br />

<strong>La</strong> cita era en la granja <strong>de</strong> Poully le Fort, cerca <strong>de</strong> Melun, por lo<br />

que Bertrand acudió entusiasmado. El procedimiento fue simple:<br />

un grupo <strong>de</strong> cincuenta ovejas fue dividido en dos mita<strong>de</strong>s. Una <strong>de</strong><br />

ellas recibió una inyección <strong>de</strong> bacilos <strong>de</strong> ántrax <strong>de</strong> una cepa atenuada.<br />

Pasaron algunos días y las cincuenta ovejas fueron inyectadas<br />

con ántrax virulento. El resultado fue <strong>de</strong>moledor: al cabo <strong>de</strong><br />

algunas horas, las veinticinco ovejas no inmunizadas yacían muertas<br />

en los llanos <strong>de</strong> Melun, mientras el científico se acariciaba la<br />

barba satisfecho.<br />

Bertrand tuvo un momento <strong>de</strong> duda, ya que le intimidaba la<br />

muchedumbre que ro<strong>de</strong>aba al investigador. Finalmente se armó<br />

<strong>de</strong> valor, se acercó a él y con enorme trabajo le explicó que lo admiraba<br />

y que iría con él a París, sin paga alguna, si le permitía trabajar<br />

a su lado.<br />

Al mirar a Bertrand, el hombre encontró unos ojos brillantes y llenos<br />

<strong>de</strong> esperanza. Sonrió y le extendió una tarjeta que <strong>de</strong>cía a la<br />

letra: “Louis Pasteur. Químico”.


Cuatro<br />

Mi padre no está mal, es un buen hombre y lo que escribe me<br />

gusta. Lo veo esforzado, a veces torpe y bien intencionado, pero no<br />

da golpe y le será difícil darlo en medio <strong>de</strong> esas cofradías <strong>de</strong> mamones<br />

que viven agrupados en mafias y que miran con profundidad.<br />

Mi padre no está mal porque hace lo que quiere. Podría cambiar <strong>de</strong><br />

profesión y ven<strong>de</strong>r seguros, aunque tengo enormes dudas <strong>de</strong> si lo<br />

haría bien; <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo, no lo imagino con corbata explicando<br />

que la cobertura es total.<br />

A los jóvenes como yo nos ha tocado vivir en un mundo <strong>de</strong> oligofrenia.<br />

<strong>La</strong> transición <strong>de</strong> milenio ha traído avances y confusiones;<br />

[31]


32<br />

porque es confuso que personas a las que consi<strong>de</strong>ro esencialmente<br />

lúcidas se rapen la cabeza como huevo <strong>de</strong> pascua y ensayen cantitos<br />

con pan<strong>de</strong>retas, o escuchar a los apocalípticos anunciando el fin <strong>de</strong>l<br />

mundo. Mi generación se ha formado en el autismo social, con pulgares<br />

mutados para manejar nintendos y navegar en re<strong>de</strong>s sociales<br />

don<strong>de</strong> juegan con granjas e intercambian galletas <strong>de</strong> la suerte. Dios.<br />

Éste es un mundo en el que “soy Piscis y tu ascen<strong>de</strong>nte está en<br />

Leo”, o <strong>de</strong> menesterosos con la luci<strong>de</strong>z <strong>de</strong> un burro <strong>de</strong> planchar,<br />

que fueron abducidos por ovnis y enanitos <strong>de</strong> medio metro. No<br />

hay sorpresa: el mundo se <strong>de</strong>sboca en la imbecilidad; para no abrigar<br />

muchas esperanzas, basta ver los infomerciales con tenis para<br />

a<strong>de</strong>lgazar o pulseritas biomagnéticas.<br />

“El cine es mejor que la vida”, <strong>de</strong>cía García Riera y creo que estoy <strong>de</strong><br />

acuerdo con él. Una película muy buena sirve para explicar lo que no<br />

soy: se llama Magnolia. Los actores son Tom Cruise, Jason Robards<br />

muriéndose y Philip Baker Hall como un miserable que abusó <strong>de</strong><br />

su hija. De todos, el personaje más patético es el que hace William<br />

H. Macy, un ex niño prodigio al que aparentemente le cae un rayo y<br />

lo <strong>de</strong>ja tarado. <strong>La</strong> película ofrece el cliché más logrado sobre los<br />

niños genio y los presenta como freaks que saben idioteces<br />

<strong>de</strong>scono cidas por todos, como el día que murió Napoleón,<br />

el número <strong>de</strong> dinastías chinas y <strong>de</strong>más ondas forever que nomás<br />

sirven para impresionar a la gente impresionable. <strong>La</strong> inteligencia no<br />

supone acumular información; para eso hay Wikipedia.<br />

De acuerdo con la literatura científica soy superdotado, ya que mi<br />

coeficiente intelectual se halla por arriba <strong>de</strong>l 98 por ciento <strong>de</strong>l resto<br />

<strong>de</strong> la gente. Es un hecho que no puedo evitar, y que nada tiene que<br />

ver con esfuerzo… así nací y punto. Si se quiere enten<strong>de</strong>r cómo funciona<br />

el cerebro <strong>de</strong> un niño superdotado, no hay más que recurrir


33<br />

al maestro Salinger. En su libro Nueve cuentos aporta dos historias<br />

simplemente magistrales: la <strong>de</strong> “Teddy”, un niño que viaja en un<br />

crucero con dos padres medio cucús, y “Para Esmé con amor y sordi<strong>de</strong>z”,<br />

otra maravilla.<br />

Mi infancia, a pesar <strong>de</strong> clichés mamarrachos, fue bastante normal:<br />

no estudié en escuelas especiales y tuve muchos amigos que siempre<br />

me trataron como a uno más, a pesar <strong>de</strong> que apesto en el fut<br />

(soy una mierda irremediable) y, en general, en cualquier actividad<br />

que implique mover más <strong>de</strong> dos <strong>de</strong>dos. No tengo muy clara la<br />

forma en que opera todo, ya que simplemente ocurre. Mis habilida<strong>de</strong>s<br />

las percibo como un lunar o el pelo lacio, y es por ello que<br />

nunca me he sentido particularmente orgulloso o diferente, aunque<br />

resulta obvio que lo soy. Tengo un grupo <strong>de</strong> amigos que son<br />

un <strong>de</strong>smadre y la paso <strong>de</strong> lo mejor con ellos. El Garra es una especie<br />

<strong>de</strong> alcohólico juvenil, Tatanka está obsesionado con la masturbación<br />

y <strong>de</strong>l Perro sospecho que pa<strong>de</strong>ce una forma atenuada <strong>de</strong><br />

retardo mental. Me parece chido que me acepten, aunque a veces<br />

soy utilizado: explicarle al Garra una ecuación <strong>de</strong> segundo grado ha<br />

sido una <strong>de</strong> las cosas más cabronas que me han tocado en la vida;<br />

tuve la sensación <strong>de</strong> que la mesa <strong>de</strong> su comedor hubiera entendido<br />

más rápido. Me río con ellos, aunque nos vemos cada vez menos<br />

porque, a pesar <strong>de</strong> que iniciamos la primaria juntos, ahora estamos<br />

separados por nuestro rendimiento escolar diferencial.<br />

Hemos pasado por muchas cosas. Hace algunos años escribí un<br />

relato para una tarea escolar en don<strong>de</strong> narro una anécdota <strong>de</strong> nuestra<br />

infancia:<br />

Piungying, choi fa, ma yong”, ésas y no otras fueron las palabras que<br />

salieron <strong>de</strong>l teléfono un 23 <strong>de</strong> octubre. Del día me acuerdo porque era mi<br />

cumpleaños, <strong>de</strong>l año por Gigi, una perra french poodle hija <strong>de</strong> la tiznada


34<br />

que perteneció a la familia y murió en circunstancias misteriosas. Como<br />

el veterinario, que era un badulaque, no le hizo autopsia, a todo el<br />

mundo le entraron dudas sobre la causa <strong>de</strong> su muerte: “¿No será rabia?”,<br />

sugirió en un arrebato <strong>de</strong> enorme oportunidad un amigo <strong>de</strong> mi padre. Al<br />

oír la palabra “rabia” pensé inmediatamente en el niño Meister, el primer<br />

receptor <strong>de</strong> la vacuna antirrábica. Entre estremecimientos recordé<br />

una lámina <strong>de</strong>l libro <strong>de</strong> salud que había en casa: la escena representaba<br />

a un señor que bien podría ser un enfermo <strong>de</strong> rabia o Frankestein sacudido<br />

por el <strong>de</strong>seo sexual; era horrible y le brotaba <strong>de</strong> las comisuras <strong>de</strong><br />

los labios un hilillo <strong>de</strong> baba amarilla repugnante. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> la información<br />

sobre el Meister, se explicaba que la “rabia” también se conocía<br />

como “hidrofobia”, dada la aversión <strong>de</strong> los enfermos por el agua. En<br />

aquel momento pegué una carrera hacia el lavabo y me tomé medio litro.<br />

Total, que para salir <strong>de</strong> inquietu<strong>de</strong>s me recetaron catorce inyecciones en<br />

la panza.<br />

Recuerdo que mi padre me llevaba a una clínica en la calle <strong>de</strong> Chiapas.<br />

Allí esperábamos a que la enfermera (una mujer sin los dientes frontales)<br />

se acabara sus chilaquiles y pasábamos a un camastro enorme. <strong>La</strong><br />

escena era patética: los pacientes pegaban unos gritos horrorosos mientras<br />

la <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ntada sacaba unas jeringotas. Yo, que poseía más dignidad,resistía<br />

el tormento llorando muy quedito (como Marga López, cuando Arturo <strong>de</strong><br />

Córdova le hacía alguna marranada). En el momento <strong>de</strong> la inyección nos<br />

tenían que <strong>de</strong>tener los brazos y las piernas, como en una película <strong>de</strong> Boris<br />

Karloff, para que no pateáramos a la enfermera (sospecho que no tenía<br />

dientes por trabajos previos). Al final <strong>de</strong> la operación presentábamos una<br />

tarjeta como la <strong>de</strong> la Cineteca para que la perforaran...<br />

Decía pues que el 23 <strong>de</strong> octubre el teléfono nos dijo: “Piungying, choi<br />

fa, ma yong”, las circunstancias que <strong>de</strong>terminaron tan extraordinario<br />

evento fueron las siguientes:


35<br />

En la privada había cinco casas, la <strong>de</strong>l fondo era ocupada por Berthita<br />

la loca, una mujer que se había <strong>de</strong>schavetado el día <strong>de</strong> su boda cuando<br />

el presunto marido, al escuchar la pregunta <strong>de</strong>l cura, volteó a verla y dijo<br />

que ni hablar, que él no se casaba. En ese preciso instante Berthita se <strong>de</strong>smayó.<br />

Cuando volvió en sí, ya era loca <strong>de</strong> baba. Vivía con una sirvienta<br />

que la sacaba a pasear todas las tar<strong>de</strong>s. Al salir <strong>de</strong> la privada, Berthita<br />

invariablemente <strong>de</strong>cía una frase que no tenía que ver con nada como:<br />

“¡Sí hay pollitooo!”, o “¡muera Luis <strong>de</strong> Orleáns!”, cosa que nos divertía<br />

mucho.<br />

A la mitad <strong>de</strong> la privada, una frente a otra, se encontraban las casas que<br />

mi padre llamaba <strong>de</strong> “la dialéctica”. En una vivía la familia De las Heras,<br />

compuesta por don Enrique, su esposa doña Ana y tres hijas buenísimas:<br />

Ana, Alicia y Adriana. Des<strong>de</strong> luego, don Enrique era un estúpido, lo que<br />

se podía inferir no sólo por los nombres <strong>de</strong> sus hijas que tenían que empezar<br />

con A, sino porque estaba convencido <strong>de</strong> que era <strong>de</strong>scendiente directo<br />

<strong>de</strong> Fernando VII, “nuestro ilustre antecesor” (“antecesor mis huevos”, le<br />

oí <strong>de</strong>cir una vez a mi padre). Enfrente tenía su casa el señor Fe<strong>de</strong>rico, un<br />

grabador con el pelo hasta la nuca. Su familia era anómala: la esposa<br />

era una mujer <strong>de</strong> noventa kilos que se vestía <strong>de</strong> tehuana, hacía ofrendas<br />

a Tezcatlipoca y le gritaba al marido pela<strong>de</strong>ces durante la comida. Los<br />

hijos eran dos adolescentes <strong>de</strong> pelo largo que fumaban enfrente <strong>de</strong> sus<br />

padres y (prodigio <strong>de</strong> prodigios) les hablaban por su nombre <strong>de</strong> pila. Se<br />

habían hecho famosos por un letrero que pusieron con pintura vinílica<br />

en la barda <strong>de</strong> un terreno cercano, “¿Eres o te hacen?”...<br />

<strong>La</strong> relación entre las dos familias era lamentable, y se caracterizaba por<br />

peleas a gritos en las que se <strong>de</strong>cían <strong>de</strong> todo: “indios” (las niñas a los adolescentes<br />

fumadores); “vieja chirimolera” (doña Ana a la Tehuanota);<br />

“puta” (la Tehuanota a doña Ana), “viejo flácido” (don Fe<strong>de</strong>rico a don<br />

Enrique)... etcétera.


36<br />

Nosotros habitábamos la penúltima casa con todo y la Gigi, y éramos<br />

vecinos <strong>de</strong> don Fanfarrón, el viejo más-hijo-<strong>de</strong>-la-chingada que he<br />

conocido en mi vida. Le <strong>de</strong>cíamos así en honor al villano <strong>de</strong> los cuentos<br />

<strong>de</strong> Cachirulo. Vivía acompañado <strong>de</strong> un perrote que se llamaba Dingo,<br />

un animal llevado <strong>de</strong> la mala vida muy afecto a corretearnos cuando<br />

estaba <strong>de</strong> vena. Como la casa <strong>de</strong> Fanfarrón tenía el único espacio <strong>de</strong> tierra<br />

para las canicas, el viejo salía todas las tar<strong>de</strong>s a regarlo para que<br />

no pudiéramos jugar. Si una pelota caía en su jardín, se la daba al Dingo<br />

para que la <strong>de</strong>spedazara. Aunque todos los odiábamos, nos daba mucho<br />

miedo: usaba un sombrero negro y capa; parecía enterrador <strong>de</strong> película<br />

<strong>de</strong> espantos.<br />

Afortunadamente don Fanfarrón emprendía viajes a quién sabe dón<strong>de</strong><br />

con mucha frecuencia (“a comer niños”, <strong>de</strong>cía Tatanka que era un<br />

mamón) y eso nos daba la oportunidad <strong>de</strong> jugar canicas a placer sin<br />

preocuparnos <strong>de</strong>l Dingo, que estaba amarrado. El tiempo <strong>de</strong> ausencia <strong>de</strong>l<br />

viejo podía ser medido por la cantidad <strong>de</strong> comida que le <strong>de</strong>jaba al perro.<br />

Nuestros cálculos nunca fallaban.<br />

El plan se nos ocurrió <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ver una película <strong>de</strong> la segunda guerra,<br />

en la que los gringos <strong>de</strong>bían entrar a una fortaleza alemana y matar a<br />

treinta y cinco oficiales. Nomás que la puerta se hallaba custodiada por<br />

seis doberman <strong>de</strong> miedo. Para sortear a los perros sacaban <strong>de</strong> su mochila<br />

medio kilo <strong>de</strong> aguayón envenenado y lo tiraban por arriba <strong>de</strong> la barda.<br />

Del <strong>de</strong>senlace ya no me acuerdo, pero al terminar la película el Garra<br />

se dio un sopapo en la frente tipo “tengo una gran i<strong>de</strong>a” y dijo: “¿Y si le<br />

hacemos lo mismo al Dingo?” <strong>La</strong> sugerencia fue aprobada por todo el<br />

grupo y <strong>de</strong> inmediato surgieron las comisiones: “Tú, Tatanka, consigues<br />

el veneno; Juan Pablo, la carne; Perro, unos mecates. Nomás es cosa <strong>de</strong><br />

que el ruco salga”.<br />

Y esperamos.


37<br />

Hicimos un juramento muy idiota para guardar el secreto y cada quien<br />

se fue a su casa. Los días pasaron, hasta que una tar<strong>de</strong> la Gigi se murió<br />

<strong>de</strong> golpe. Todos sospechamos que el Perro andaba probando el veneno,<br />

pero lo negó terminante.<br />

Por fin, un 15 <strong>de</strong> octubre Fanfarrón salió con su maleta. Estaría fuera<br />

una semana. Acordamos que la segunda noche realizaríamos el plan, y<br />

quedamos <strong>de</strong> vernos a las ocho con los implementos necesarios. A la hora<br />

<strong>de</strong> la verdad se presentaron algunos problemas: el pen<strong>de</strong>jo <strong>de</strong>l Tatanka<br />

no llevaba veneno sino un bote <strong>de</strong> jabón. Yo no llevé aguayón sino tres<br />

rebanadas <strong>de</strong> salami con hongos y el mecate <strong>de</strong>l Perro medía exactamente<br />

un metro treinta, magnitud suficiente para que todos lo pen<strong>de</strong>jearamos.<br />

“No importa”, dijo el Garra, que era nuestro lí<strong>de</strong>r, “vamos a<br />

ver si pega”. Rociamos el salami con don Máximo, lo hicimos rollito y<br />

lo aventamos por encima <strong>de</strong> la reja hacia la casa <strong>de</strong>l Dingo. El perro<br />

salió y se tragó el pedazo inmediatamente. Enseguida empezó a hacer<br />

unos ruidos muy extraños, como si se estuviera atragantando, entró a<br />

su casa y ya no se movió. Como todos supusimos su muerte, trepamos<br />

por la alambrada y saltamos <strong>de</strong>l otro lado. Para entrar a la casa nomás<br />

hubo que zafar la puerta <strong>de</strong>l baño. Esta última acción fue motivo <strong>de</strong> un<br />

penoso inci<strong>de</strong>nte, ya que la vanguardia <strong>de</strong> nuestra misión (el Garra)<br />

se <strong>de</strong>scolgó sobre el excusado con la razonable creencia <strong>de</strong> que la tapa<br />

estaba puesta. Caro pagó su error, pues el pie se le fue hasta a<strong>de</strong>ntro y<br />

revolvió un pedazo <strong>de</strong> mierda <strong>de</strong>l tamaño <strong>de</strong> una salchicha frankfurter.<br />

Ya <strong>de</strong>ntro, recorrimos todas las habitaciones buscando alguna evi<strong>de</strong>ncia<br />

que indicara que Fanfarrón comía niños o era puto, pero nada.<br />

Decepcionados, íbamos <strong>de</strong> salida cuando Tatanka nos <strong>de</strong>tuvo: “¡El teléfono!”,<br />

dijo emocionado. Efectivamente, sobre una mesita que señalaba<br />

estaba el teléfono. Tomar el directorio, averiguar la manera para hacer<br />

llamadas <strong>de</strong> larga distancia y realizar la primera fue cosa <strong>de</strong> un instante.<br />

El mecanismo era muy simple: pensábamos en ciuda<strong>de</strong>s gran<strong>de</strong>s<br />

con teléfonos <strong>de</strong> seis números. Marcábamos el 02 y pedíamos “con quien


38<br />

conteste”. Iniciamos con Madrid, don<strong>de</strong> eran las tres <strong>de</strong> la mañana.<br />

Contestó un señor <strong>de</strong> muy mal modo. Le dijimos “Chin-chin-gachupín”<br />

y cambiamos a Londres (el tipo se ha <strong>de</strong> preguntar todavía hoy si vivió<br />

una experiencia paranormal).<br />

Esa noche recorrimos todo el mapamundi: Lima, Guatemala, Milán,<br />

Río <strong>de</strong> Janeiro. <strong>La</strong> llamada a Tokio fue la más corta. Lo primero que se oyó<br />

fueron las inmortales palabras: “Piungying, choi fa, ma yong”. Cuando el<br />

Perro iniciaba un “Chino, chino japonés...”, se escuchó un ladrido terrible.<br />

El susto que nos llevamos fue espantoso y salimos corriendo a la alambrada.<br />

Allí me <strong>de</strong>sgracié los pantalones nuevos <strong>de</strong> mi cumpleaños. Cuando llegué a<br />

mi casa, el corazón me daba tumbos.<br />

Al día siguiente fuimos a ver al Dingo. Estaba apen<strong>de</strong>jadísimo, pero<br />

vivito y coleando. <strong>La</strong> verdad es que a todos nos alivió. A la semana llegó<br />

don Fanfarrón y al mes entabló contra la compañía <strong>de</strong> teléfonos una<br />

<strong>de</strong>manda que se volvió legendaria. Cada que algún adulto lo veía pasar,<br />

le preguntaba:<br />

—Y… don Eustaquio, ¿cómo va su <strong>de</strong>manda?<br />

—Son carroña —replicaba furioso don Fanfarrón.<br />

Un día Berthita, que iba saliendo probablemente poseída por el espíritu<br />

<strong>de</strong> Graham Bell, gritó en las narices <strong>de</strong> Fanfarrón: “¡Ya suelta el teléfono,<br />

Isadora!” El viejo se puso peor <strong>de</strong> loco que la mismísima Berthita.<br />

Poco tiempo <strong>de</strong>spués nos mudamos y el asunto no volvió a mencionarse<br />

jamás. Si lo hago ahora es para <strong>de</strong>scribir el tipo <strong>de</strong> cosas que he vivido al<br />

lado <strong>de</strong> mis amigos.


39<br />

Mi madre nos abandonó cuando yo tenía cuatro años y no volvimos<br />

a saber jamás <strong>de</strong> ella, aunque creo que sería sencillo encontrarla,<br />

nomás que no me da la gana. Abandonar a un hijo es algo<br />

que simplemente no puedo enten<strong>de</strong>r. Mi padre ha ido tirando <strong>de</strong> la<br />

carreta lo mejor que ha podido… es un buen tipo y creo que se la<br />

ha rifado por mí. Me encanta jo<strong>de</strong>rlo diciéndole cosas como que<br />

los pingüinos en realidad son mamíferos. Es muy chistosa la cara<br />

que pone, para luego <strong>de</strong>scubrir que bromeo; entonces sonríe y me<br />

dice: “Cabrón”.<br />

Uno <strong>de</strong> los problemas que pa<strong>de</strong>zco es que pongo nerviosos a los<br />

maestros. Su incomodidad ante mi presencia es evi<strong>de</strong>nte. Se sienten<br />

observados, evaluados, y eso afecta a todo el grupo, lo que me<br />

ha convertido en un lastre. Para evitar esto me fueron ascendiendo<br />

<strong>de</strong> grados: a los ocho terminé la primara, a los catorce la prepa y<br />

ahora estudio séptimo semestre <strong>de</strong> Física en la unaM. Si bien me<br />

ofrecieron becas en varias universida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> paga, me parecía que<br />

el ambiente noruego no era lo mío. Creo que acerté. En este país,<br />

don<strong>de</strong> el diez por ciento <strong>de</strong> oligarcas concentra el ochenta por<br />

ciento <strong>de</strong>l ingreso, las escuelas son el mejor indicador <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sigualdad.<br />

Ahí van los yuppies, con alfalfa cerebral, en sus carrotes,<br />

posando para revistas mamarrachas, mientras que en la unaM<br />

tengo compañeros a quienes les toma tres horas llegar a la escuela,<br />

porque sólo pue<strong>de</strong>n hacerlo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tomar cinco peseros hasta<br />

llegar al metro.<br />

Nunca he visto tanto nerd en mi vida. Mis compañeros <strong>de</strong> facultad<br />

son lo más cercano al profesor chiflado y lucen bastante pazguatos.<br />

Por algún misterio, todos usan lentes y pantalones que se fajan en<br />

las tetillas, así como Paulina Bonaparte. Les gustan juegos impenetrables<br />

como el ajedrez o el Go, y su suerte con las chavas (<strong>de</strong>cir<br />

“niñas” es <strong>de</strong> retardados) es simplemente <strong>de</strong>plorable, porque tiene


40<br />

que ser <strong>de</strong>plorable que un individuo inicie una conversación con<br />

frases como: “¿Qué sabes <strong>de</strong>l acelerador <strong>de</strong> partículas?”<br />

Me gusta la física por razones diferentes a las que todo mundo cree:<br />

porque nos revela un mundo impre<strong>de</strong>cible y caótico, y a mí me late<br />

el caos, <strong>de</strong>testo la linealidad. Me <strong>de</strong>cidí por completo a estudiar la<br />

carrera al leer a Ilya Prigogine, que explicaba el “efecto mariposa”<br />

argumentando que el batir <strong>de</strong> las alas <strong>de</strong> una mariposa en Tokio<br />

podría ser el causante <strong>de</strong> un tornado en Kansas (o algo así), nomás<br />

que la ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> eventos que llevan <strong>de</strong> una cosa a otra es tan distante<br />

en tiempo y espacio que se vuelve invisible para los cerebros<br />

esquemáticos y causales que viven pensando que a+b=c.<br />

El cine y los libros son pasiones que conservo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> niño y que me<br />

han dado momentos <strong>de</strong> primera. Odio a los impostores que sólo<br />

ven cine <strong>de</strong> arte y todo les sabe a tortilla, o a aquellos que escupen<br />

a Kafka en las tertulias. Parecería que se trata <strong>de</strong> impresionar, y que<br />

mientras más profunda e ilegible sea la reflexión el efecto intelectual<br />

se acrecienta. Pensar que hay cine “<strong>de</strong> arte” o “comercial” es<br />

ridículo y poco útil, pero la fodonguería intelectual nos obliga a<br />

buscar referentes digeribles como comida rápida. A veces parezco<br />

mi abuela, porque veo películas viejas <strong>de</strong> Capra o <strong>de</strong> Ford que sólo<br />

puedo comentar con mi amigo imaginario, ya que nadie sabe quiénes<br />

son ésos. Aunque las películas <strong>de</strong>l Santo son simplemente la<br />

neta. Ahora mismo estoy leyendo a Sándor Márai, un viejo que<br />

estaba medio cucú y que se suicidó a los 89 años (¿cómo lo haría?).<br />

Es un pinche maestro en eso <strong>de</strong> <strong>de</strong>scribir personajes y ambientes.<br />

Hablo varios idiomas pero no los colecciono como estampas <strong>de</strong><br />

jugadores. Nomás me son útiles para leer en las fuentes originales<br />

y enten<strong>de</strong>r la forma en la que entien<strong>de</strong>n otros, no es para nada un<br />

tema trivial. Los físicos sostenemos, por ejemplo, que existen tres


41<br />

colores primarios: el rojo, el amarillo y el azul, ya que el resto se<br />

forma <strong>de</strong> cualquier combinación entre éstos. Newton hizo pasar<br />

un haz <strong>de</strong> luz blanca por un prisma y <strong>de</strong>scubrió que se <strong>de</strong>scomponía<br />

en siete colores que son los <strong>de</strong>l arco iris. Por cierto, Newton, a<br />

pesar <strong>de</strong> ser un genio, estaba lleno <strong>de</strong> taras: cuando era niño estaba<br />

<strong>de</strong> asilo y sombrero napoleónico. Aún conservo un trabajo suyo<br />

en el que le pidieron que escribiera libremente frases en latín. <strong>La</strong>s<br />

que escribió dan miedo: “Un tipo pequeño; es pálido; no hay un<br />

lugar don<strong>de</strong> sentarme; ¿para qué empleo sirve él?; ¿qué puedo<br />

hacer bien?; está quebrado; el barco se hun<strong>de</strong>; hay una cosa que<br />

me da problemas; él <strong>de</strong>bería haber sido castigado; ningún hombre<br />

me entien<strong>de</strong>; ¿qué será <strong>de</strong> mí?; haré un fin; no puedo llorar; no sé<br />

qué hacer”.<br />

De asilo.<br />

En realidad <strong>de</strong>testo a Newton por pensar en el mundo como una<br />

máquina perfecta que sigue reglas universales… pura madre, ya lo<br />

dije, lo que rifa es el caos… Kaos rules.<br />

Pero <strong>de</strong>cía <strong>de</strong> los colores y <strong>de</strong> las percepciones… Benjamin Whorf<br />

<strong>de</strong>mostró, por ejemplo, que los inuits que habitan el Ártico no<br />

conocen la palabra “nieve”, pues la clasifican en opciones prácticas<br />

que son las que enfrentan diariamente, y hace poco leí un<br />

trabajo en el que se <strong>de</strong>muestra que los berinmo, una tribu <strong>de</strong> cazadores-recolectores<br />

<strong>de</strong> Nueva Guinea que viven semiencuerados y<br />

comiendo porquerías, no tienen la menor capacidad <strong>de</strong> distinguir<br />

entre el ver<strong>de</strong> y el azul, mientras que ven tonalida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> amarillo<br />

que los occi<strong>de</strong>ntales no percibiríamos ni con lentes bifocales. Es<br />

por ello que me gustan los idiomas, porque parten <strong>de</strong> percepciones<br />

y ambientes, y la vida es eso: percepción y ambiente.


42<br />

Traigo una bronca: me gusta Gabriela, lo que representa un par <strong>de</strong><br />

problemas tan fáciles <strong>de</strong> resolver como la <strong>de</strong>uda <strong>de</strong> Haití. El primero<br />

es que tiene veinte años y me doy cuenta <strong>de</strong> que me mira<br />

como se mira a una mascota, como a un hurón simpático e inofensivo.<br />

El segundo es que sale con Tomás, el maestro <strong>de</strong> Fluidos,<br />

el único ser humano <strong>de</strong>finible como “guapo” en este pinche tugurio…<br />

en fin, tengo celos y frustración.


Cinco<br />

—Lo que le propongo, Juan Pablo, es <strong>de</strong> una simpleza<br />

ejemplar. Como le he dicho, su novela más reciente <strong>de</strong>scribe<br />

con rasgos casi idénticos la saga <strong>de</strong> mi familia, iniciada<br />

en Francia a finales <strong>de</strong>l siglo XiX, aunque en mi caso está<br />

ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> algunos misterios que me gustaría <strong>de</strong>scifrar. <strong>La</strong><br />

coinci<strong>de</strong>ncia resulta más que notable, y ello me hace pensar<br />

que es usted la persona indicada para <strong>de</strong>sentrañar estos<br />

cuestionamientos.<br />

<strong>La</strong> noche avanzaba en la casa <strong>de</strong> Miguel Dupin. Juan Pablo había<br />

estudiado la estancia y a su interlocutor mientras la charla se<br />

[43]


44<br />

<strong>de</strong>sarrollaba. <strong>La</strong> habitación era amplia y <strong>de</strong>corada con gusto y<br />

sobriedad. <strong>La</strong>s pare<strong>de</strong>s, forradas <strong>de</strong> alguna ma<strong>de</strong>ra fina. En el piso<br />

<strong>de</strong> ciruelo se extendía una larga alfombra, probablemente turca, y<br />

un enorme librero <strong>de</strong> caoba agrupaba objetos <strong>de</strong> colección, como<br />

pipas, tinteros y libros viejos que Juan Pablo supuso escritos en<br />

braille. Dupin se advertía relajado, con una pierna <strong>de</strong>scansando<br />

sobre la alfombra y pala<strong>de</strong>ando su bebida. Prosiguió:<br />

—Hace más <strong>de</strong> cien años mi abuelo rompió un pacto que<br />

había establecido con su socio, y lo <strong>de</strong>jó en la calle mientras<br />

él hacía una fortuna. Ese tema ha sido incómodo para<br />

mí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que mis padres me contaron todo. Por supuesto,<br />

corren historias exculpatorias que más bien parecen diseñadas<br />

para que durmamos con tranquilidad. Sin embargo, me<br />

interesa la verdad. Después <strong>de</strong> todo es un bien muy preciado<br />

en estos tiempos <strong>de</strong> canallas, y es por ello que he acudido<br />

a usted. Hay obsesiones en la vida, todos las tenemos, y la<br />

búsqueda <strong>de</strong> la verdad en este caso se ha vuelto la mía propia.<br />

Pienso en Ahab y la ballena o en el viejo <strong>de</strong> Hemingway,<br />

y perdone si los casos le parecen extremos o <strong>de</strong>masiado dramáticos,<br />

pero <strong>de</strong> alguna manera ilustran mi sensación.<br />

—¿Y no lo había intentado antes? —preguntó Juan Pablo.<br />

—No con esta intensidad. Algunas averiguatas infructuosas<br />

y nada más.<br />

—¿Y qué lo mueve ahora?<br />

—Digamos que quiero poner en or<strong>de</strong>n mi escritorio mientras<br />

tenga tiempo.


45<br />

Juan Pablo estudió a Dupin nuevamente. No se veía ni viejo ni<br />

enfermo; su aspecto era apacible y saludable. Pensó en sus propias<br />

obsesiones… no las había. Le costaba trabajo enten<strong>de</strong>rlo todo, así<br />

que insistió:<br />

—¿De veras le parece tan importante? Después <strong>de</strong> todo, las<br />

acciones <strong>de</strong> nuestros antepasados, para bien o para mal, <strong>de</strong><br />

ningún modo <strong>de</strong>berían ser motivo <strong>de</strong> sombras u orgullos<br />

presentes. Francamente tiendo a <strong>de</strong>sconfiar <strong>de</strong> los que me<br />

presumen sus blasones familiares o escon<strong>de</strong>n <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la<br />

alfombra las vergüenzas <strong>de</strong> sus ancestros. ¿No cree?<br />

Dupin apenas meditó su respuesta.<br />

—Coincido con usted, pero quizá no me he explicado<br />

a cabalidad. El interés en la historia <strong>de</strong> mi antepasado es<br />

estrictamente personal, no pienso compartirlo con nadie.<br />

Mi vida, amigo mío, ha estado marcada por un sino inescrutable<br />

que arranca en Francia hace ciento cincuenta años<br />

y terminará conmigo. Me gusta la simetría <strong>de</strong>l Uróboro,<br />

¿recuerda? <strong>La</strong> serpiente que se engulle a sí misma. <strong>La</strong> vida<br />

es al mismo tiempo un ciclo y continuidad y quisiera, créalo,<br />

po<strong>de</strong>r cerrar mi propio capítulo entendiendo el que le da<br />

inicio. Es probable que le cueste trabajo compren<strong>de</strong>rlo o<br />

atribuya mi obsesión a los achaques <strong>de</strong> un hombre ocioso,<br />

pero si usted se pusiera en el lugar que la vida me ha asignado,<br />

seguramente vería con otros ojos esta petición que le<br />

parece anómala.<br />

Juan Pablo hizo una pausa mientras meditaba en las palabras <strong>de</strong><br />

Dupin, y reviró:


46<br />

—Disculpe, Dupin, pero a pesar <strong>de</strong> que pudiera compren<strong>de</strong>r<br />

sus motivaciones, no veo cómo serle útil. Como le he explicado,<br />

mi novela parte <strong>de</strong> la más absoluta ficción y seguramente<br />

las coinci<strong>de</strong>ncias que usted ha encontrado no son<br />

más que obra <strong>de</strong> la casualidad o <strong>de</strong> su inclinación a encontrarlas.<br />

Para serle sincero, me parece por lo menos frívolo<br />

que usted me elija por esas razones.<br />

—¿Y cuáles serían las razones a<strong>de</strong>cuadas, Juan Pablo?<br />

—Miguel Dupin parecía un esgrimista verbal—. Piénselo,<br />

aquellas que parecen las más lógicas no lo son. ¿Qué <strong>de</strong>cidió<br />

a Hitler a invadir Rusia en lugar <strong>de</strong> cuidar su flanco occi<strong>de</strong>ntal?<br />

Un análisis <strong>de</strong>talladísimo y fallido. <strong>La</strong>s intuiciones están<br />

muy <strong>de</strong>valuadas en este mundo positivo, y a veces son un<br />

buen asi<strong>de</strong>ro.<br />

—Podría contratar a un profesional.<br />

—Se equivoca, amigo mío —replicó Dupin con una mueca<br />

que intentaba ser sonrisa—. Es justo el hombre indicado.<br />

Eso lo sé porque lo he leído, y me parece que tiene exactamente<br />

la mirada que me hace falta para enten<strong>de</strong>r el problema.<br />

No se trata <strong>de</strong> una investigación policial sino <strong>de</strong><br />

recrear una historia, y para ello se requieren sus capacida<strong>de</strong>s,<br />

no las <strong>de</strong> un <strong>de</strong>tective.<br />

—No me <strong>de</strong>dico a ello —dijo Juan Pablo con cierta incomodidad.<br />

—Perdone que insista: se equivoca. Usted se <strong>de</strong>dica a contar<br />

historias y yo le estoy ofreciendo una que pue<strong>de</strong> ser magnífica.<br />

Si le parece poco, le puedo también regalar las que


47<br />

he coleccionado a lo largo <strong>de</strong> los años. Algunas <strong>de</strong> ellas son<br />

notables. Desconozco cuáles son sus proyectos actuales,<br />

pero por supuesto también estoy dispuesto a compensarlo.<br />

Usted viajaría a Francia, si le parece acompañado <strong>de</strong> su hijo<br />

que, a juzgar por lo que me cuenta, sería una ayuda formidable<br />

en el rastreo <strong>de</strong> archivos y entrevistas <strong>de</strong> personas. Yo<br />

me sentiré satisfecho en el momento que usted me diga lo<br />

que pasó hace más <strong>de</strong> cien años. ¿Qué le parece?<br />

Carajo, no sonaba mal. Juan Pablo se encontraba en una crisis<br />

creativa y económica. El viaje en compañía <strong>de</strong> José María era muy<br />

atractivo y Dupin le inspiraba confianza. Ensayó una pregunta para<br />

ganar tiempo:<br />

—Concretamente, ¿en qué trabajaba su abuelo?<br />

—Él y su socio crearon una fórmula para producir cerveza<br />

que resultó muy exitosa. Después <strong>de</strong>l rompimiento, mi<br />

antecesor instaló una pequeña fábrica que pronto creció<br />

hasta hacerlo millonario. Cuando le llegó la edad <strong>de</strong>l retiro,<br />

y dado que mi padre nunca se interesó por el negocio familiar,<br />

<strong>de</strong>cidió ven<strong>de</strong>rla y pasar el resto <strong>de</strong> sus días en una finca<br />

rural don<strong>de</strong> experimentaba con pollos y gallinas hasta que<br />

una embolia lo privó <strong>de</strong> la vida en el justo momento que<br />

Lindbergh atravesaba el Atlántico.<br />

—Tendré que pensarlo —respondió Juan Pablo cada vez<br />

más intrigado—. ¿Le parece bien?<br />

—No sólo ello —fue la réplica satisfecha—. Debo confesarle<br />

que <strong>de</strong>sconfiaría si usted no se tomara unos días para meditarlo.<br />

Hágalo con calma, y cuando su <strong>de</strong>cisión esté tomada


48<br />

le suplicaría que se comunicara conmigo. Ahora creo que<br />

he abusado <strong>de</strong> su tiempo y me parece que es hora <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedirnos.<br />

Dupin le extendió una mano firme, tocó una pequeña campana <strong>de</strong><br />

bronce y <strong>de</strong> inmediato entró por una puerta lateral el mismo sirviente<br />

<strong>de</strong> antes, que escoltó a Juan Pablo a la salida <strong>de</strong> la casa.<br />

Llovía.


Seis<br />

El laboratorio <strong>de</strong> Pasteur, situado a la entrada <strong>de</strong> la Escuela Normal,<br />

se convirtió en una revelación para Bertrand, quien había llegado<br />

a París en diciembre <strong>de</strong> 1881. El joven se instaló en una mo<strong>de</strong>sta<br />

buhardilla y, a partir <strong>de</strong> enero, se integró a los trabajos <strong>de</strong>l científico<br />

francés en calidad <strong>de</strong> mozo. Pasteur no era un hombre fácil. <strong>La</strong>s<br />

constantes disputas con sus colegas lo mantenían con un humor<br />

<strong>de</strong> los <strong>de</strong>monios: “¡Imbéciles!”, exclamaba mientras jugaba con su<br />

barba perfectamente bien recortada. A pesar <strong>de</strong> que había sufrido<br />

en 1869 una hemorragia cerebral que le <strong>de</strong>jó paralizado el lado<br />

izquierdo <strong>de</strong>l cuerpo, su divisa era “trabajar, siempre trabajar”, y<br />

vaya que lo hacía como un obseso. <strong>La</strong>s jornadas en el laboratorio<br />

[49]


50<br />

frecuentemente podían durar muchas horas que a Bertrand, sin<br />

embargo, le parecían fascinantes. Pronto el joven se familiarizó<br />

con los elementos esenciales <strong>de</strong> la teoría química y fijó su atención<br />

en los trabajos realizados por su mentor, relacionados con la<br />

fermentación alcohólica. En 1856, en efecto, Pasteur había <strong>de</strong>mostrado<br />

que las levaduras causan la fermentación <strong>de</strong> las bebidas en<br />

condiciones <strong>de</strong> ausencia <strong>de</strong> oxígeno, convirtiendo el azúcar en alcohol.<br />

Durante los siguientes años el químico i<strong>de</strong>ntificó los microorganismos<br />

responsables <strong>de</strong> la fermentación <strong>de</strong> la cerveza, el vino<br />

y el vinagre, y logró <strong>de</strong>mostrar que, si calentaba las bebidas para<br />

luego <strong>de</strong>volverlas a la temperatura ambiente, se podían esterilizar.<br />

Bertrand trataba <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>rlo todo, y en los raros días <strong>de</strong> asueto<br />

con que contaba se <strong>de</strong>dicaba a pasear por las calles <strong>de</strong> París sin<br />

rumbo fijo y con muy poco dinero para gastar. No tenía a nadie y<br />

sus caminatas en solitario le permitían reflexionar sobre su futuro.<br />

Admiraba a Pasteur. Le parecía que sus trabajos eran indispensables,<br />

y compartía con él la visión <strong>de</strong> que la ciencia experimental<br />

era la única ciencia posible. Creía, asimismo, que la expresión<br />

<strong>de</strong> estos avances tendría que tener efectos prácticos y concretos.<br />

No entendía a los filósofos ni le interesaba enten<strong>de</strong>rlos; le parecía<br />

una basura especulativa todo lo que producían. Tampoco tenía<br />

muy clara la forma <strong>de</strong> abandonar la miseria congénita que lo había<br />

acompañado toda su vida, pero intuía que el trabajo al lado <strong>de</strong> su<br />

maestro era importante para lograrlo.<br />

Un día que vagaba por Montmartre <strong>de</strong>cidió entrar al Chat Noir,<br />

un cabaret <strong>de</strong> ambiente bohemio. Bertrand no frecuentaba ninguno<br />

<strong>de</strong> esos lugares pero la curiosidad, aunada a su larguísima<br />

soledad, lo empujó a ingresar en un local oscuro y lleno <strong>de</strong> humo<br />

don<strong>de</strong> los parroquianos bebían acompañados <strong>de</strong> mujeres como las<br />

que él nunca había visto. Una <strong>de</strong> ellas se le acercó <strong>de</strong> inmediato y le


51<br />

pidió una copa <strong>de</strong> vino. Se veía ajada y ebria pero era, finalmente,<br />

una compañía. El joven pagó la copa y luego otra más. Al paso <strong>de</strong><br />

las horas, Bertrand se encontró en un cuartucho don<strong>de</strong> perdió la<br />

virginidad <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un asalto más temible que el realizado a<br />

la Comuna, cuando murieron su padre y su madrastra. <strong>La</strong> experiencia<br />

fue seca, vacía; no era lo que buscaba. Pensó que si una mujer<br />

ja<strong>de</strong>ante y vencida era lo mejor que podía obtener, no andaba por<br />

buen camino.<br />

Fue en el Chat Noir don<strong>de</strong> conoció a Benoit Pouchet, un joven<br />

como él que llegaba en las tar<strong>de</strong>s a tomar un par <strong>de</strong> copas <strong>de</strong> vino.<br />

Bertrand se entretenía realizando bocetos <strong>de</strong> las levaduras que<br />

observaba en el microscopio. Los dibujos llamaron la atención <strong>de</strong><br />

Benoit, y aproximó su silla a la <strong>de</strong> Bertrand. Tendría la misma edad,<br />

quizá fuera ligeramente mayor, y su aspecto era <strong>de</strong>saliñado, con<br />

una incipiente barba, gorra <strong>de</strong> marino y una chaqueta raída que<br />

había vivido mejores épocas.<br />

—¿Qué haces? —preguntó con curiosidad <strong>de</strong>senfadada. Su<br />

acento era sureño.<br />

Bertrand vio al joven y <strong>de</strong> inmediato se sintió incómodo: no le gustaban<br />

los extraños, máxime si eran curiosos.<br />

—Dibujo —fue su respuesta lacónica.<br />

—Eso es evi<strong>de</strong>nte —los ojos <strong>de</strong> Benoit brillaban divertidos—.<br />

<strong>La</strong> pregunta es ¿qué?<br />

—Nada que creo te importe —la voz <strong>de</strong> Bertrand era seca. No<br />

estaba acostumbrado a los diálogos. En el laboratorio se trabaj<br />

aba en un silencio que sólo era interrumpido por los arrebatos


52<br />

exasperados <strong>de</strong> Pasteur cada vez que recibía alguna invectiva<br />

<strong>de</strong> sus enemigos—. ¿Podrías ocuparte <strong>de</strong> tus asuntos?<br />

—¡Vamos amigo! Sería bueno que te sacaras esa estaca <strong>de</strong>l<br />

culo —Benoit se burlaba y, a juzgar por su tamaño y su actitud,<br />

no sentía el menor temor por Bertrand—. Déjame invitarte<br />

un trago —sin esperar respuesta, se sentó a su lado—.<br />

¿Qué mierda es eso? —se refería a los dibujos.<br />

Bertrand, viendo que nada podía hacer, respondió:<br />

—Levaduras, fermentos que provienen <strong>de</strong> la <strong>de</strong>scomposición<br />

<strong>de</strong> la cebada —estaba confiando en que la respuesta<br />

<strong>de</strong>smoralizara al intruso.<br />

El efecto fue justamente el contrario.<br />

—¿Y para qué sirven?<br />

—<strong>La</strong>s levaduras se agregan a la cebada y transforman el azúcar<br />

en alcohol, así se fabrica la cerveza —contestó con cierta<br />

exasperación.<br />

—¿Y por qué las cervezas pue<strong>de</strong>n saber diferentes?<br />

—Depen<strong>de</strong> <strong>de</strong>l tipo <strong>de</strong> levadura, la calidad <strong>de</strong> la cebada<br />

y <strong>de</strong>l agua, así como <strong>de</strong> la temperatura a la que se realiza<br />

el proce so —a Bertrand le sorprendía el interés <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sconocido,<br />

por lo que, en contra <strong>de</strong> su instinto, <strong>de</strong>cidió un contraataque.<br />

—¿Tú qué haces?


53<br />

Evi<strong>de</strong>ntemente Benoit no tenía las mismas reservas, ya que <strong>de</strong><br />

inmediato replicó:<br />

—Todo y nada —miró sus ropas <strong>de</strong> pobre—. Digamos que<br />

tengo algunas habilida<strong>de</strong>s que no he conseguido <strong>de</strong>sarrollar<br />

a cabalidad. Me interesa cualquier cosa que produzca<br />

dinero. Y cuando digo “cualquier cosa”, lo hago <strong>de</strong><br />

manera literal. He generado algunas i<strong>de</strong>as, pero los cerdos<br />

<strong>de</strong> la Prefectura no las entien<strong>de</strong>n o quieren que les aceite<br />

las manos con algunos francos que, como es evi<strong>de</strong>nte, no<br />

poseo.<br />

—¿Qué i<strong>de</strong>as? —preguntó Bertrand, que comenzaba a<br />

intere sarse.<br />

Benoit lo miró un segundo con suspicacia, pero respondió:<br />

—Puafff, cientos. Botes para turistas, un método para enterrar<br />

cadáveres <strong>de</strong> manera vertical, orinales conectados a un<br />

<strong>de</strong>sagüe. Lo que se te ocurra, amigo mío. Hasta ahora nada<br />

ha prosperado, pero confío en que pronto ocurrirá algo.<br />

Mientras tanto, sigo pensando y <strong>de</strong> vez en cuando me doy<br />

una vuelta por estos lares en busca <strong>de</strong> algo <strong>de</strong> compañía,<br />

que nunca sobra, ¿no crees? Por cierto, mi nombre es Benoit<br />

Pouchet, y extendió la mano.<br />

—Bertrand Tavernier —fue la respuesta acompañada <strong>de</strong> un<br />

apretón firme.<br />

Cuando al día siguiente Bertrand trabajaba en el laboratorio, y mientras<br />

revisaba las notas <strong>de</strong> Pasteur contrastándolas con sus observaciones<br />

en el microscopio (Éstos son pequeños bacilos cilíndricos,


54<br />

redon<strong>de</strong>ados en sus extremida<strong>de</strong>s, rectos, aislados o agrupados en ca<strong>de</strong>nas<br />

<strong>de</strong> dos, tres, cuatro u ocasionalmente más segmentos), se dio cuenta<br />

<strong>de</strong> que algo le molestaba. ¡Claro! El principal contrincante <strong>de</strong> su<br />

mentor en cuanto a la teoría <strong>de</strong> la generación espontánea se llamaba<br />

Felix Pouchet. Pasteur se refería a él <strong>de</strong> forma constante con<br />

términos apocalípticos, aunque la Aca<strong>de</strong>mia <strong>de</strong> Ciencias le había<br />

concedido la razón en la polémica que habían establecido. ¿Sería<br />

algún espía? Descartó la i<strong>de</strong>a, ya que al <strong>de</strong>velarle su apellido con ese<br />

candor no podía más que significar que no había parentesco alguno.<br />

Arrancaba el año <strong>de</strong> 1885.


Siete<br />

El correo <strong>de</strong> Juan Pablo emitió una alerta en la parte inferior <strong>de</strong>recha<br />

<strong>de</strong> su monitor: tenía un nuevo mensaje y era <strong>de</strong> Miguel Dupin.<br />

¿Cómo los mandaría? ¿Cómo cotejaría que no hubiera errores? Lo<br />

ignoraba, pero lo abrió <strong>de</strong> inmediato.<br />

<strong>La</strong> propuesta <strong>de</strong> Dupin había alterado su dinámica por completo.<br />

No sabía qué hacer, y recurrió a José María para explicarle lo que<br />

había pasado en su entrevista con el ciego. Éste se entusiasmó:<br />

—Padre, está chido. El señor este, ¿Dupin?, parece medio<br />

cucú, pero no tanto. Por lo que me cuentas se ve sólido,<br />

[55]


56<br />

y la propuesta que te ha hecho no carece <strong>de</strong> cierta lógica.<br />

Después <strong>de</strong> todo, la gente anda buscando siempre sus raíces.<br />

Des<strong>de</strong> los mamarrachos que se mandan hacer árboles<br />

genealógicos para saber si su bisabuelo era con<strong>de</strong>, hasta la<br />

gente más sensata que simplemente quiere saber más.<br />

—Entiendo eso, José María, sin embargo me siento algo<br />

incómodo. Parece una propuesta <strong>de</strong> mercenarios, y a<strong>de</strong>más<br />

ni siquiera sabría cómo empezar. ¿Qué haríamos al llegar?<br />

¿Ver el directorio telefónico?<br />

—Lo que haríamos al llegar, padre mío, sería rendirle nuestro<br />

tributo al general Bonaparte en Los Inválidos, subir a la<br />

Torre Eiffel como un par <strong>de</strong> menesterosos y tragarnos medio<br />

kilo <strong>de</strong> queso con baguette <strong>de</strong> metro y medio y un vinito <strong>de</strong><br />

Alsacia.<br />

—…<br />

—Te estoy jodiendo, no tomo.<br />

El correo <strong>de</strong>cía:<br />

“Mi estimado amigo… no es mi intención presionar su <strong>de</strong>li-<br />

beración, simplemente quiero ofrecerle un aperitivo que lo ayu<strong>de</strong><br />

a <strong>de</strong>cidir. En anexo encontrará la primera historia que estoy dispuesto<br />

a obsequiarle. A veces los escritores como usted le pue<strong>de</strong>n<br />

dar un mejor uso que yo. Por favor, sea usted indulgente con mi<br />

sintaxis. Reciba un saludo.<br />

Dupin”


57<br />

El archivo que Juan Pablo <strong>de</strong>splegó contenía el texto siguiente:<br />

Patrón, venga a ver lo que agarramos.<br />

Los motores <strong>de</strong>l atunero ronroneaban afónicamente.<br />

“Co-ño”, pensó el capitán Incháustegui, “otra vez esa mierda con los<br />

<strong>de</strong>lfines. Media mañana pérdida”.<br />

<strong>La</strong> tripulación <strong>de</strong>l Jaén había suspendido por completo su trabajo. Todos<br />

contemplaban el cerco tendido por la inmensa red que escurría agua<br />

por todas partes. Cientos <strong>de</strong> peces se agitaban produciendo un chapoteo<br />

gigantesco. En el centro <strong>de</strong> la trampa <strong>de</strong>stacaba la inconfundible silueta<br />

<strong>de</strong> una figura humana <strong>de</strong> largo pelo lacio y un par <strong>de</strong> pechos incomparables<br />

(“como dos melones con fresa, cuñao”, contaría años <strong>de</strong>spués el<br />

grumete Casimiro <strong>La</strong>ra).<br />

Ulises Incháustegui, <strong>de</strong> oficio capitán, observó la escena y acto seguido<br />

perdió el aliento. No era para menos. Hallar una mujer sin chichero <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong> una red <strong>de</strong> arrastre a trescientos kilómetros <strong>de</strong> la costa es, sin duda,<br />

un hecho prodigioso; pero si añadimos a esto que <strong>de</strong>l ombligo hacia ¿los<br />

pies? el citado hallazgo posee, en lugar <strong>de</strong>l esperable par <strong>de</strong> piernas, una<br />

brillante prolongación caudal escamosa, el asunto rebasa cualquier<br />

límite imaginable.<br />

—¡Co-ño, co-ño, coño!, ¡una sirena!<br />

Ante el comprensible pasmo que la visión produjo en el contramaestre<br />

Risquez, el capitán, procediendo con la energía acostumbrada, or<strong>de</strong>nó<br />

que se izara la red. <strong>La</strong> sirena mientras tanto permanecía completamente<br />

inmóvil, vigilando los movimientos <strong>de</strong>l patrón <strong>de</strong> la nave.


58<br />

El procedimiento tomó una larga hora <strong>de</strong>bido al cuidado empleado<br />

en realizarlo. Los tripulantes se co<strong>de</strong>aban curiosos (“¿Tendrá hoyo,<br />

compa?”), contaban historias.<br />

—Manatí una chingada —respondió <strong>de</strong>cidido el marino<br />

Andra<strong>de</strong> ante la torpe insinuación que en ese sentido vertiera<br />

su compadre Godoy—. ¿Qué no le mira la cara?, no sea pen<strong>de</strong>jo,<br />

compadre —agregó mientras el cuerpo <strong>de</strong> la discordia era <strong>de</strong>positado<br />

con suavidad sobre cubierta.<br />

El rostro era bello, armonioso; nada en su semblante <strong>de</strong>lataba temor.<br />

Parecía tener ojos sólo para Incháustegui, quien, incómodo, or<strong>de</strong>nó:<br />

—¡A mi camarote!, también quiero tres bal<strong>de</strong>s gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong> agua<br />

y una frazada. No, no, olvi<strong>de</strong>n la frazada.<br />

Toda la mañana permaneció Ulises Incháustegui encerrado con la<br />

sirena. Cuando salió, su semblante se había transformado. Se notaba<br />

rigi<strong>de</strong>z en sus facciones curtidas por una vida en el mar. Con paso lento<br />

se dirigió hacia la proa <strong>de</strong> la nave y, atacando su pipa con tabaco maple,<br />

se sentó a observar el horizonte.<br />

Nadie se atrevió a molestarlo. Sin embargo, al caer la tar<strong>de</strong>, la curiosidad<br />

venció al recelo y los hombres jugaron a suertes la tarea <strong>de</strong> hablar<br />

con su capitán. Correspondió al marinero Orduña la ingrata misión. Se<br />

arreó un fajazo <strong>de</strong> ron y, plantándose frente a Incháustegui, dijo en un<br />

hilo la voz:<br />

—Capitán, mi capitán, disculpe que venga yo aquí a disturbarlo,<br />

pero es que los muchachos y yo queremos saber qué ha pasado.<br />

—¿Qué ha pasado <strong>de</strong> qué Orduña? —estalló seca la voz.


—Con usted, con la señora esa... o lo que sea.<br />

59<br />

—Mire, Orduña, yo siempre he sido un buen capitán,<br />

¿verdad?<br />

—Sí, señor.<br />

—Los he tratado bien a todos, como amigos.<br />

—Sí, señor.<br />

—Bueno, en nombre <strong>de</strong> esa amistad le voy a pedir que no me<br />

pregunte nada más sobre esto que ha pasado aquí hoy, ¿<strong>de</strong><br />

acuerdo?<br />

—¡Pero!<br />

—¿De acuerdo? —la pregunta no admitía más réplica.<br />

—Sí, señor —concedió finalmente Orduña retirándose.<br />

<strong>La</strong> tripulación entera permaneció en vigilia, discutiendo lo que <strong>de</strong>bía<br />

hacerse. Al alba, don File, el cocinero, subió al puente gritando:<br />

—¡Vengan, vengan todos!<br />

<strong>La</strong> corriente humana se dirigió en la dirección indicada por Filemón. El<br />

camarote <strong>de</strong>l capitán estaba vacío, todo en or<strong>de</strong>n pero vacío. Ni rastro<br />

siquiera <strong>de</strong> Ulises o la sirena.<br />

Por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l segundo, el barco viró y rehízo el rumbo, pero nunca se les<br />

volvió a ver ni vivos ni muertos.


60<br />

Todavía hoy, si se visitan los portales alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>,<br />

se pondrá encontrar a Honorato Orduña dando pasos con la mirada<br />

perdida y un <strong>de</strong>stino irremediable <strong>de</strong> mendigo. Sin embargo, basta una<br />

botella <strong>de</strong> ron para que cuente esta historia, ofreciendo <strong>de</strong>talles sorpren<strong>de</strong>ntes<br />

(el día, la hora, las ropas que llevaba Incháustegui). Por cierto, en<br />

su relato, que yo escuché un atar<strong>de</strong>cer <strong>de</strong> noviembre, se advierte nostalgia<br />

y admiración por una historia que, resulta evi<strong>de</strong>nte al oírlo hablar<br />

con los ojos inyectados pero lúcidos, tiene que ver con el amor y no con<br />

viejas fantasías marineras.<br />

Juan Pablo pulsó la opción “respon<strong>de</strong>r” y tecleó:<br />

Dupin… acepto.


Ocho<br />

Miguel Dupin leía en su <strong>de</strong>spacho acerca <strong>de</strong> un fotógrafo que era<br />

una paradoja en sí mismo ya que —igual que él— era ciego.<br />

Evgen Bavcar es un fotógrafo que perdió ambos ojos a la edad <strong>de</strong> doce<br />

años y que cuatro años <strong>de</strong>spués tomó su primera fotografía. Dice Bavcar:<br />

El placer que experimenté entonces surgió <strong>de</strong>l hecho <strong>de</strong> haber robado y<br />

fijado en una película algo que no me pertenecía. Fue el <strong>de</strong>scubrimiento<br />

secreto <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r poseer algo que no podía mirar.<br />

[61]


62<br />

Cada foto que hago he <strong>de</strong> tenerla perfectamente or<strong>de</strong>nada en mi cabeza<br />

antes <strong>de</strong> disparar. Me llevo la cámara a la altura <strong>de</strong> la boca y <strong>de</strong> esa<br />

forma fotografío a las personas que estoy escuchando hablar. El autofoco<br />

me ayuda, pero sé valerme por mí mismo. Es sencillo. <strong>La</strong>s manos mi<strong>de</strong>n la<br />

distancia y lo <strong>de</strong>más lo hace el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> imagen que hay en mí.<br />

Me siento muy cercano a todos aquellos quienes no consi<strong>de</strong>ran la fotografía<br />

como una “rebanada” <strong>de</strong> la realidad, sino como una estructura<br />

conceptual, una forma sintética <strong>de</strong> lenguaje pictórico, <strong>de</strong> momento<br />

incluso como una imagen suprematista. Pienso en Malevich y su cuadrado<br />

negro. <strong>La</strong> dirección que he tomado está más próxima a la <strong>de</strong> un<br />

fotógrafo como Man Ray que a otras formas como el reportaje, que es<br />

como disparar una flecha en dirección <strong>de</strong> un momento fijo.<br />

Miguel no podía estar más <strong>de</strong> acuerdo. Me gustaría conocer a<br />

Bavcar, pensó.<br />

A continuación revisó sus notas. Después <strong>de</strong> cada sesión, grababa<br />

sus impresiones que luego transcribía en Braille utilizando su tabla<br />

y el punzón <strong>de</strong> plata que lo acompañaba hacía décadas<br />

“El señor XXX llegó a consulta aquejado <strong>de</strong> ataques <strong>de</strong> angustia<br />

que lo paralizaban. Fue referido por mi colega A. G., psiquiatra,<br />

quien a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> recetarle un ansiolítico le recomendó la terapia.<br />

XXX es un hombre <strong>de</strong> cincuenta años, próspero pero inseguro.<br />

Relata que su niñez fue profundamente infeliz. Su padre era un<br />

hombre <strong>de</strong> recursos pero dominante e infiel. Su madre, una mujer<br />

<strong>de</strong>presiva, sufría enormes crisis <strong>de</strong> ansiedad cuyos síntomas eran<br />

clásicos: un sentimiento <strong>de</strong> abandono y <strong>de</strong> falta <strong>de</strong> protección en<br />

un mundo amenazante y peligroso, con la percepción <strong>de</strong> sí misma<br />

como alguien vulnerable y <strong>de</strong>sprotegida. Vivía con la premonición<br />

permanente <strong>de</strong> que le podría ocurrir algo “terrible”, y el paciente


63<br />

la recuerda como alguien “que estaba y no estaba”. Cuando ella<br />

murió, su padre consiguió un reemplazo en una semana. XXX relata<br />

que su padre lo llevó a un prostíbulo cuando iniciaba su adolescencia<br />

y la experiencia fue traumática. Consi<strong>de</strong>ro que una <strong>de</strong> las líneas<br />

<strong>de</strong> análisis tendría que ver con la homosexualidad. El señor XXX<br />

realizó estudios y se <strong>de</strong>dica a la importación <strong>de</strong> carne, un negocio<br />

que le ha redituado lo suficiente para vivir con holgura. Se casó con<br />

una mujer también dominante, con la cual tiene dos hijos. Ella es<br />

<strong>de</strong>pendiente económica y aparentemente controla todo lo que XXX<br />

realiza: planifica los viajes, regula los horarios y elije los alimentos.<br />

Un <strong>de</strong>talle revelador es que el paciente se queja <strong>de</strong> que en su casa<br />

no pue<strong>de</strong> comer lo que prefiere. Asimismo explica que no está conforme<br />

con su apariencia física.<br />

Parecería claro que la angustia <strong>de</strong>l paciente tiene su origen en su<br />

incapacidad para tomar <strong>de</strong>cisiones propias, tanto en el pasado<br />

como en el futuro. Se percibe un enorme miedo a lo que viene más<br />

allá <strong>de</strong> cuestiones operativas o <strong>de</strong> negocios. <strong>La</strong> sugerencia terapéutica<br />

se ha relacionado con empezar el rompimiento con patrones<br />

que no le satisfacen. El padre <strong>de</strong> XXX vive ahora <strong>de</strong>l dinero que él<br />

provee, ya que sus hermanas le han asignado esa responsabilidad.<br />

Una primera aproximación es la <strong>de</strong> cortar esa ayuda. Con esta sencilla<br />

acción la mejoría es notable. Hoy ha contado que planea visitar<br />

al cirujano plástico con el fin <strong>de</strong> cambiar las partes <strong>de</strong> su físico que<br />

le incomodan y he respaldado la i<strong>de</strong>a plenamente…”<br />

Dupin se reclinó en el sillón. Pensaba que este caso le interesaba<br />

porque se vinculaba con él mismo: en la obsesión por enten<strong>de</strong>r<br />

su propio pasado fracturado por la traición <strong>de</strong> su abuelo y la muerte<br />

prematura <strong>de</strong> sus padres. Trataba <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r las claves <strong>de</strong> su vida y<br />

se daba cuenta que éstas se hallaban ahí. Cuando regresó <strong>de</strong> Suiza<br />

vivió en casa <strong>de</strong> una tía, en un ambiente familiar muy similar al


64<br />

<strong>de</strong>l señor XXX, <strong>de</strong>l que se libró apenas cumplió la mayoría <strong>de</strong> edad<br />

y pudo ejercer autoridad sobre su fi<strong>de</strong>icomiso. Eran días largos y<br />

vacíos. Su tutora, pariente lejanísima, era una beata <strong>de</strong> la Obra<br />

que quiso infundirle el temor a Dios por métodos que perdieron<br />

sutileza con los años. Su ceguera “era una señal <strong>de</strong>l Altísimo”;<br />

la austeridad y el racionamiento, “ofrendas <strong>de</strong> fe”. Dupin aceptó<br />

cansinamente, a sabiendas <strong>de</strong> que la situación cambiaría y en su<br />

fuero interno se fue formando un pensamiento rebel<strong>de</strong>, agnóstico<br />

y endurecido. Entendió que la comprensión <strong>de</strong>l pasado abría<br />

rutas <strong>de</strong> explicación mucho más sensatas que “el <strong>de</strong>stino” al que su<br />

tía parecía querer rendirlo. Quizá <strong>de</strong>bía agra<strong>de</strong>cer a ese ambiente,<br />

pensaba Miguel, opresivo, malsano y enmohecido, el germen <strong>de</strong><br />

rebeldía que lo atenazó en su adolescencia. Siempre se intrigó por<br />

su pasado. A sus padres, los únicos referentes cercanos, los recordaba<br />

con vaguedad, pero intuía que el presente se construye <strong>de</strong><br />

armazones viejas y a veces imperceptibles que cambian <strong>de</strong> sentido<br />

a veces con sutileza y en otras ocasiones violentamente. Enten<strong>de</strong>r el<br />

pasado era una obsesión para Dupin. Después <strong>de</strong> todo era su punto<br />

<strong>de</strong> fuga ante las certidumbres <strong>de</strong>l futuro, y también el camino que<br />

quizá le permitiera compren<strong>de</strong>r cómo la vida (esa perra) había<br />

maniobrado <strong>de</strong> tal manera.<br />

Era claro que se encontraba inmerso en un escape a su pasado… y<br />

el tiempo empezaba a ser un factor con el que no podía permitirse<br />

un juego <strong>de</strong> ajedrez.<br />

Miguel Dupin no era un terapeuta común, la primera aproximación<br />

ortodoxa con un paciente es visual. Los especialistas sacan conclusiones<br />

po<strong>de</strong>rosas acerca <strong>de</strong>l aspecto <strong>de</strong> las personas que asisten a<br />

consulta: el aliño, la angustia en su mirada, la forma <strong>de</strong> vestir y <strong>de</strong><br />

sentarse son claves primarias para enten<strong>de</strong>r los caminos que hay<br />

que tomar. Por supuesto, hay un componente <strong>de</strong> prejuicio que se


65<br />

alínea con la propia sesión. Dupin, al carecer <strong>de</strong>l sentido <strong>de</strong> la vista,<br />

no juzgaba, y ello podía ser una ventaja, ya que le había permitido<br />

<strong>de</strong>sarrollar una percepción muy aguda, sabia, que sustituía a los<br />

ojos disfuncionales con los que vivía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> niño.<br />

En ese momento Dupin recibió el aviso <strong>de</strong>l correo electrónico en su<br />

computadora Siafu. El remitente era Juan Pablo… había aceptado.<br />

Dupin se acarició la barba satisfecho, encendió un Cohíba y, mientras<br />

las espirales <strong>de</strong> humo ascendían al techo <strong>de</strong> su estudio, esbozó<br />

una sonrisa. Parecía que sus ojos cobraban vida.


Nueve<br />

43,252,003,274,489,856,000, es <strong>de</strong>cir, cuarenta y tres trillones<br />

doscientos cincuenta y dos mil tres billones doscientos setenta y<br />

cuatro mil cuatrocientos ochenta y nueve millones ochocientos<br />

cincuenta y seis mil permutaciones. Ése es el número exacto <strong>de</strong> las<br />

posibles combinaciones <strong>de</strong> un cubo <strong>de</strong> Rubik. Hoy fue mi cumpleaños<br />

y recibí uno <strong>de</strong> regalo. Supongo que la gente pasa un mal<br />

rato eligiendo lo que me va a dar. Mi padre lo resuelve siempre con<br />

sabiduría y me regala un libro, esta vez Los miserables. El resto se<br />

<strong>de</strong>vana entre juegos científicos, enciclopedias ilustradas o telescopios.<br />

Está bien, los prefiero a un balón <strong>de</strong> futbol que sólo serviría<br />

[67]


68<br />

para <strong>de</strong>sgraciar un vidrio o para generar una fractura expuesta en<br />

mis piernas <strong>de</strong> polichinela.<br />

Fui a la facultad por la mañana. Clase <strong>de</strong> Hidráulica. Se me ocurrió<br />

que la erección <strong>de</strong> un pito es el mejor ejemplo posible <strong>de</strong> la dinámica<br />

<strong>de</strong> fluidos. Un pene no es más que una cañería llena <strong>de</strong> cuerpos<br />

cavernosos que se nutre <strong>de</strong> sangre cuando entra en erección.<br />

Desgraciadamente a Tomás no le pareció la mejor <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as y me<br />

llamó “provocador”. Provocadora su chingada madre. Gabriela me<br />

regaló una armónica Marine Band. Me hizo el día, aunque dudo<br />

que pueda sacar una nota razonable, ya que mi aptitud musical es<br />

comparable al razonamiento <strong>de</strong> un diputado fe<strong>de</strong>ral.<br />

¿Soy un nerd? Es una buena pregunta, porque es algo que se<br />

me antoja tanto como una almorrana y tengo la distancia suficiente<br />

para enten<strong>de</strong>r que aquellos que sólo hablan <strong>de</strong> ecuaciones<br />

<strong>de</strong> segundo grado o se disfrazan <strong>de</strong> Darth Va<strong>de</strong>r para ir a estrenos <strong>de</strong><br />

cine, como hacen algunos <strong>de</strong> mis compañeros, no son precisamente<br />

un mo<strong>de</strong>lo a seguir. Por otro lado, disfruto algunas cosas que mis<br />

verda<strong>de</strong>ros amigos encuentran propias <strong>de</strong> un freak… dilemas.<br />

Comí con mi padre en el restaurante chino. El casting <strong>de</strong> los meseros<br />

es notable: todos son <strong>de</strong> la Portales o <strong>de</strong> la Escandón, pero<br />

tienen los ojos rasgados, lo que le da cierto sentido <strong>de</strong> realidad<br />

a la escenografía. El que nos atendió parecía extraído <strong>de</strong>l planeta<br />

Mongo. Mientras <strong>de</strong>voraba unas costillas agridulces, aproveché<br />

para preguntarle al viejo por mi nombre: José María es una contradicción<br />

teológica, ya que somos ateos estrictos. Me explicó<br />

que se le ocurrió a mi madre antes <strong>de</strong> que yo naciera y que él pre-<br />

fería haberme puesto Simón. Agra<strong>de</strong>cí con lágrimas en los ojos que<br />

nadie le hiciera caso. ¿Simón? Dios. Hablamos <strong>de</strong> Dupin. No sé si el<br />

tipo está loco o nomás es excéntrico, pero nos pi<strong>de</strong> que viajemos a


69<br />

Francia para rastrear a su abuelo, un oligarca que al parecer <strong>de</strong>jó en<br />

la calle a su socio. <strong>La</strong> historia no tiene pies ni cabeza, pero a la gorra<br />

no hay quien le corra y creo que a mi padre le viene bien el viaje. Lo<br />

he notado ausente y preocupado, así que <strong>La</strong> belle France nos espera.<br />

En la tar<strong>de</strong> rentamos películas. Sospechosos comunes es la neta. <strong>La</strong><br />

escena en la que Chazz Palimintieri se da cuenta que ya se lo chingaron<br />

es suprema. Comimos palomitas carcinógenas que traen un<br />

polvito que mancha las manos <strong>de</strong> manera in<strong>de</strong>leble, y en la noche<br />

me fui al billar y <strong>de</strong>mostré que soy una mierda irremediable.<br />

No han estado mal mis diecisiete años, aunque a veces me siento<br />

medio güey, sobre todo para evitar que me exasperen idioteces<br />

como las granjas <strong>de</strong>l Facebook o el chat con tipos que preguntan:<br />

“¿Qué haces?” Debo ganar tolerancia, pero en un país don<strong>de</strong> Paty<br />

Chapoy es lí<strong>de</strong>r <strong>de</strong> opinión, o un grupo <strong>de</strong> menesterosos proponen<br />

una estatua <strong>de</strong> Carmen Salinas, todo se vuelve un poco cuesta<br />

arriba.<br />

Me saca <strong>de</strong> onda lo <strong>de</strong> Gabriela, aunque es culpa mía. Es obvio<br />

que me queda gran<strong>de</strong>, pero ésa es un poco la historia <strong>de</strong> mi vida…<br />

todo me queda gran<strong>de</strong>, o chico. El otro día, por ejemplo, conocí a la<br />

hija <strong>de</strong> unos amigos <strong>de</strong> mi padre. Tiene quince años y está guapa,<br />

pero a la hora que “nos <strong>de</strong>jaron para que platicáramos” la cosa valió<br />

madre <strong>de</strong> la peor manera posible, ya que nos quedamos viendo<br />

como los monolitos <strong>de</strong> la Isla <strong>de</strong> Pascua; ella preguntándome cosas<br />

como si ya había visto High School Musical y yo tragando camote<br />

porque son preguntas para las que no tengo respuesta. No es<br />

bronca <strong>de</strong> ella, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, pero eso me <strong>de</strong>ja pensando con quién<br />

carajo me puedo enten<strong>de</strong>r… no soy <strong>de</strong> aquí ni soy <strong>de</strong> allá.


70<br />

Por supuesto que huyo <strong>de</strong> los terapeutas <strong>de</strong> 600 pesos la hora, que<br />

miran a los ojos y buscan la fijación oral por todos lados. <strong>La</strong> terapia<br />

se convirtió en moda intelectual o <strong>de</strong> señoras que no se explican<br />

su infelicidad si tienen una camioneta <strong>de</strong> nueve plazas. Creo<br />

que Freud estaba un poco cucú y alguna vez leí, en las cartas a su<br />

novia Martha, que tenía la misma tolerancia que Atila el Huno…<br />

pero esas cosas no se pue<strong>de</strong>n andar diciendo porque luego luego<br />

lo <strong>de</strong>fien<strong>de</strong>n las buenas conciencias.<br />

Hoy pensé en mi madre. ¿Dón<strong>de</strong> carajo andará? ¿Tendrá otros<br />

hijos? ¿Serán como yo? Mi padre nunca habla <strong>de</strong> ella, pero es<br />

obvio que se lo chingó todito y lo <strong>de</strong>jó medio disfuncional para el<br />

ligue. Me da ternura cómo se arregla para una cita; se pone loción<br />

y todo, pero siempre pasa lo mismo… lo mandan por los chescos.<br />

Definitivamente Francia nos va a ayudar.


Diez<br />

El mes <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 1885 fue <strong>de</strong>finitivo en la vida <strong>de</strong> Bertrand.<br />

Durante las últimas semanas su amistad con Benoit había crecido.<br />

Se encontraban en el Chat Noir y charlaban <strong>de</strong> todo y nada.<br />

A Bertrand le gustaba el <strong>de</strong>senfado <strong>de</strong>l joven, siempre lleno <strong>de</strong> proyectos<br />

e i<strong>de</strong>as, que en algunos casos consi<strong>de</strong>raba <strong>de</strong>lirantes. Una <strong>de</strong><br />

ellas, sin embargo, no sonaba <strong>de</strong>scabellada: se trataba <strong>de</strong> probar<br />

una fórmula nueva para fabricar cerveza. Bertrand se encargaría <strong>de</strong><br />

la parte técnica y Benoit <strong>de</strong>l proceso <strong>de</strong> comercialización. Juntos<br />

proyectaban una empresa que crecería y les daría la vida que les<br />

estaba vedada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su nacimiento. Eso no era todo; Benoit un día<br />

se presentó con su hermana. Salieron <strong>de</strong>l lugar, ya que la joven se<br />

encontraba incómoda en el bar <strong>de</strong> mala muerte al que asistían. Se<br />

[71]


72<br />

llamaba Isabel y Bertrand la halló bella. Nunca había sentido una<br />

atracción particular por las mujeres, pero ella le gustaba, y mucho,<br />

y <strong>de</strong>spertó en él un sentimiento <strong>de</strong>sconocido.<br />

El trabajo lo tenía satisfecho. Los procesos <strong>de</strong> fermentación ocupaban<br />

casi todo su tiempo. Sin embargo, asistía a Pasteur, quien<br />

llevaba ya tres años tratando <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r el problema <strong>de</strong> la rabia.<br />

Bertrand lo acompañaba <strong>de</strong> vez en vez a Meudon, don<strong>de</strong> el científico<br />

tenía enjaulados cincuenta perros rabiosos <strong>de</strong> los que sacaba,<br />

con riesgo <strong>de</strong> su vida, saliva para inyectarla en conejos <strong>de</strong> laboratorio<br />

y tratar <strong>de</strong> aislar el virus que mataba año con año a miles<br />

<strong>de</strong> hombres y mujeres en toda Europa. Pasteur ya tenía avances<br />

con perros pero no había probado con ningún ser humano. El 4<br />

<strong>de</strong> julio Bertrand fue testigo <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong> un niño alsaciano<br />

que venía acompañado <strong>de</strong> su madre. Se trataba <strong>de</strong> Joseph Meister,<br />

quien había sido mordido brutalmente por un perro rabioso y, en<br />

consecuencia, estaba con<strong>de</strong>nado a una muerte segura. El niño no<br />

tenía alternativa y, entonces, Pasteur tomó una <strong>de</strong>cisión drástica<br />

basada en los trabajos <strong>de</strong> Émile Roux, que había secado médulas <strong>de</strong><br />

conejos inoculados con el virus. En la medida que el secado tenía<br />

más tiempo, el virus atenuaba su efecto y fue por ello que el mentor<br />

<strong>de</strong> Bertrand <strong>de</strong>cidió iniciar una serie <strong>de</strong> inyecciones a lo largo<br />

<strong>de</strong> doce días, inoculando primero las dosis menos letales, hasta<br />

culminar con el virus casi en estado <strong>de</strong> pureza. El resultado fue exitoso.<br />

El joven Meister sobrevivió y, para el 31 <strong>de</strong> octubre <strong>de</strong>l año<br />

siguiente, ya habían sido vacunadas 2 490 personas. <strong>La</strong> admiración<br />

<strong>de</strong> Bertrand se sublimó por completo y se unió junto con todo el<br />

laboratorio a los homenajes que Pasteur recibió por su hallazgo.<br />

A mediados <strong>de</strong> 1886 Bertrand <strong>de</strong>cidió que los cinco años que había<br />

pasado en el laboratorio <strong>de</strong> la Escuela Normal eran suficientes, y<br />

una mañana <strong>de</strong> julio entró al <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> su tutor.


73<br />

—Profesor, vengo a <strong>de</strong>spedirme —dijo emocionado.<br />

Pasteur lo contempló por arriba <strong>de</strong> sus gafas <strong>de</strong> sabio, se acarició<br />

lentamente la barba con su brazo útil y respondió:<br />

—¿Qué planes tienes, Bertrand? ¿Has pensado en un futuro<br />

como hombre <strong>de</strong> ciencia?<br />

—De alguna manera, profesor —fue la réplica—. Tengo planes<br />

<strong>de</strong> aprovechar todo lo que generosamente me ha enseñado<br />

y tratar <strong>de</strong> abrir una empresa para la fabricación <strong>de</strong><br />

cerveza. Aún faltan muchos <strong>de</strong>talles, pero creo que lo puedo<br />

lograr.<br />

—Me parece que es una i<strong>de</strong>a excelente, hijo mío. Has trabajado<br />

con tesón, y consi<strong>de</strong>ro que ya es tiempo <strong>de</strong> que nuestro<br />

gremio haga valer su conocimiento en otros campos.<br />

No tienes estudios formales. A mí mismo me acusan <strong>de</strong> no<br />

ser médico, ¡puafff! ¡Imbéciles! Sin embargo, les he <strong>de</strong>mostrado<br />

que lo puedo hacer mejor que ellos, y creo que tú estás<br />

listo para dar también esa batalla. Acércate, Bertrand, permíteme<br />

estrechar tu mano, y antes <strong>de</strong> que te vayas déjame<br />

hacerte un obsequio.<br />

Mientras el joven se acercaba para <strong>de</strong>spedirse, Pasteur tomó uno <strong>de</strong><br />

sus microscopios R&J Beck y se lo ofreció a su aprendiz para <strong>de</strong>spués,<br />

a pesar <strong>de</strong> la rigi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> su cuerpo, estrecharlo en un abrazo.


Once<br />

El siguiente par <strong>de</strong> años fue <strong>de</strong> una actividad febril. Bertrand y<br />

Benoit trabajaron intensamente con el fin <strong>de</strong> lograr su cometido.<br />

Ambos habían conseguido diversos empleos temporales que les<br />

permitían solventar el montaje <strong>de</strong> un laboratorio rústico en don<strong>de</strong><br />

mezclaban sustancias con olores nauseabundos, mientras Bertrand<br />

tomaba notas acerca <strong>de</strong> las proporciones con las que experimentaba.<br />

<strong>La</strong>s pruebas tenían un carácter casi cómico, ya que los conejillos<br />

<strong>de</strong> indias eran una pandilla <strong>de</strong> borrachos perdidos que vagaban<br />

por Montmantre y que difícilmente podían emitir un juicio <strong>de</strong> calidad.<br />

De hecho les era imposible formular cualquier clase <strong>de</strong> juicio.<br />

[75]


76<br />

—Mierda, con este grupo iremos a la ruina —se quejó una<br />

tar<strong>de</strong> Benoit mientras veía al sujeto <strong>de</strong> prueba tambaleante<br />

y orinando en una esquina.<br />

—Probablemente tengas razón —respondió Bertrand—.<br />

Pero ¿qué hacemos entonces?<br />

—Déjame pensarlo.<br />

El interés <strong>de</strong> Bertrand por Isabel parecía correspondido, y los jóvenes<br />

daban largos paseos en la vera <strong>de</strong>l Sena. <strong>La</strong> belleza <strong>de</strong> la muchacha<br />

no era impresionante: sus facciones eran irregulares y la nariz<br />

quizá un poco más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> lo que a Bertrand le hubiera gustado.<br />

Sin embargo, la sencillez que irradiaba, su ingenuidad campesina y<br />

la forma en que reía <strong>de</strong> sus cada vez más frecuentes bromas pesaban<br />

en el corazón <strong>de</strong>l aprendiz <strong>de</strong> químico.<br />

Al inicio <strong>de</strong> 1889, y cuando los socios se encontraban muy cerca <strong>de</strong><br />

la quiebra, Bertrand anunció que había encontrado una fórmula<br />

que aparentemente podría funcionar. <strong>La</strong> cerveza producida tenía<br />

un olor dulzón, color a orines y un sabor fuerte. Benoit <strong>de</strong>cidió llevarle<br />

una muestra al dueño <strong>de</strong> una taberna cercana a la covacha que<br />

les servía como laboratorio y proponerle dotaciones gratis durante<br />

una semana. <strong>La</strong> iniciativa fue un éxito. Los parroquianos, menos<br />

alcoholizados que los sujetos <strong>de</strong> prueba tradicionales, aceptaron el<br />

brebaje y, al cabo <strong>de</strong> un mes, los socios se dieron cuenta <strong>de</strong> que no<br />

tendrían capacidad para suministrar los pedidos <strong>de</strong> una taberna.<br />

Entonces Benoit tuvo una i<strong>de</strong>a que eventualmente se consi<strong>de</strong>raría<br />

genial: el gobierno francés organizaba la Exposición Universal <strong>de</strong><br />

París para festejar el centenario <strong>de</strong> la Revolución francesa. <strong>La</strong> exposición<br />

contaría con pabellones don<strong>de</strong> treinta y cinco países presentarían<br />

sus avances más importantes. Después <strong>de</strong> días <strong>de</strong> antesala,


77<br />

Benoit logró convencer a los miembros <strong>de</strong>l comité organizador <strong>de</strong><br />

que les asignaran un pequeño espacio para ofrecer su producto al<br />

público visitante y a los inversionistas que acudirían en busca <strong>de</strong><br />

oportunida<strong>de</strong>s.<br />

Exactamente el 6 <strong>de</strong> mayo <strong>de</strong> 1889, la Exposición Universal <strong>de</strong><br />

París fue inaugurada al pie <strong>de</strong> la Torre Eiffel en un área <strong>de</strong> 94 hectáreas,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Campo Marte hasta el Hôtel <strong>de</strong>s Invali<strong>de</strong>s. El par <strong>de</strong><br />

socios había embotellado algunos cientos <strong>de</strong> litros <strong>de</strong> la cerveza,<br />

a la que habían <strong>de</strong>cidido bautizar como B&B. <strong>La</strong> exposición era una<br />

mo<strong>de</strong>sta Babel en la que paseaban miles <strong>de</strong> visitantes azora dos ante<br />

el “pueblo negro” en el que se mostraban, como piezas circenses, a<br />

cuatrocientos indígenas. Buffalo Bill presentaba su espectáculo <strong>de</strong>l<br />

Salvaje Oeste. Sin duda la exposición más importante —en medio<br />

<strong>de</strong> la polémica por la Torre Eiffel— fue la Galerie <strong>de</strong>s Machines,<br />

diseñada por el arquitecto Ferdinand Dutert y el ingeniero Victor<br />

Contamin. Se trataba <strong>de</strong> un edificio alargado <strong>de</strong> 420 metros <strong>de</strong><br />

largo y 115 <strong>de</strong> ancho. Francia trataba <strong>de</strong> recuperar la moral <strong>de</strong> su<br />

nación, disminuida ante la caída <strong>de</strong>l Segundo Imperio y el <strong>de</strong>sastre<br />

<strong>de</strong> la guerra prusiana, y los dos jóvenes paseaban asombrados<br />

entre tales maravillas felicitándose <strong>de</strong> su suerte.<br />

Bertrand había iniciado una relación con Isabel. Se sentía feliz y<br />

satisfecho. Exactamente un mes <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su primer encuentro, la<br />

joven le anunció que estaba embarazada. Bertrand la abrazó emocionado<br />

y ahí mismo le propuso que se casaran, con Benoit por<br />

testigo. Se instalaron en una pequeña casa <strong>de</strong> dos pisos cerca <strong>de</strong><br />

la exposición, a la que Benoit acudía diariamente. Pronto las cosas<br />

tomaron un buen cariz, ya que obtuvieron la promesa <strong>de</strong> William<br />

Saletan, un inglés que los había visitado, <strong>de</strong> financiar una pequeña<br />

fábrica a cambio <strong>de</strong>l diez por ciento <strong>de</strong> las utilida<strong>de</strong>s netas. En octubre<br />

los jóvenes sellaron con un brindis su éxito.


78<br />

El martes 17 <strong>de</strong> junio <strong>de</strong> 1890, portando un vendaje en la mandíbula,<br />

Bertrand entró a la oficina <strong>de</strong> patentes. Su rostro tenso <strong>de</strong>lataba<br />

un estado <strong>de</strong> ánimo inédito. Llenó los formularios que le<br />

fueron entregados y registró a su nombre la fórmula <strong>de</strong> la cerveza,<br />

que sólo él conocía, excluyendo a Benoit Pouchet para siempre <strong>de</strong><br />

la fortuna que le había sido concedida.


Doce<br />

—Padre, la mansión <strong>de</strong> Nosferatu y éste igualito a Anthony<br />

Hopkins en Lo que queda <strong>de</strong>l día.<br />

José María se refería al sirviente imperturbable que los guiaba al<br />

interior <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Dupin. Habían pactado una cita con el fin<br />

<strong>de</strong> convenir algunos <strong>de</strong> los pormenores <strong>de</strong>l viaje que estaba a una<br />

semana <strong>de</strong> iniciarse.<br />

Eran días <strong>de</strong> cierta agitación. Después <strong>de</strong> comunicar que aceptaba,<br />

Juan Pablo trató <strong>de</strong> poner en or<strong>de</strong>n sus asuntos. Hizo arreglos<br />

para que la editorial le enviara los archivos a traducir por medio <strong>de</strong><br />

[79]


80<br />

correo electrónico. Visitó el Sistema <strong>de</strong> Administración Tributaria,<br />

actividad muy similar a una prefiguración <strong>de</strong>l infierno. Un funcionario<br />

<strong>de</strong> corbata chueca y manchas <strong>de</strong> mole le explicó que era gravísimo<br />

y emprendió una filípica acerca <strong>de</strong> la importancia <strong>de</strong> pagar<br />

impuestos para “tener alumbrado, carreteras y luchar contra el crimen”.<br />

Juan Pablo entendía poco, pero alcanzaba a compren<strong>de</strong>r que<br />

estos hijos <strong>de</strong> puta tenían <strong>de</strong> los huevos a los pobres diablos como<br />

él, en lugar <strong>de</strong> <strong>de</strong>dicarse a recaudar entre todos los que no pagaban<br />

nunca. Pese a su instinto que lo conminaba a pelear, adoptó<br />

una actitud <strong>de</strong> culpa y preguntó la forma <strong>de</strong> negociar. <strong>La</strong> respuesta<br />

fue <strong>de</strong>smoralizante: podría hacerlo, pero con recargos tan onerosos<br />

como la consulta <strong>de</strong>l doctor Parra. Poco había que hacer, así<br />

que salió <strong>de</strong> Hacienda sintiéndose un menesteroso con una <strong>de</strong>uda<br />

equivalente a la <strong>de</strong> Haití.<br />

José María, por su parte, también se <strong>de</strong>dicó a preparar la salida.<br />

Habló con sus maestros pidiéndoles indulgencia ante su viaje<br />

próximo. <strong>La</strong> mayoría aceptó que trabajara en línea, aunque el joven<br />

recibió resignado su excomunión en la materia <strong>de</strong> Fluidos que, por<br />

cierto, esperaba. <strong>La</strong> <strong>de</strong>spedida <strong>de</strong> Gabriela fue anticlimática; José<br />

María le explicó que se marchaba un tiempo a Francia y cuando<br />

escuchó respuestas como: “¡Padrísimo!” o “¡Qué envidia!”, entró<br />

en un proceso <strong>de</strong> <strong>de</strong>presión y malhumor <strong>de</strong>l cual lo sacaron sus<br />

cuates literalmente a madrazos. El Garra le dijo “Puto”, y Tatanka<br />

propuso la visita a un bur<strong>de</strong>l “don<strong>de</strong> trabajaba una prima”, lo cual<br />

suavizó un poco la nube que pendía sobre el ánimo <strong>de</strong>l joven, que<br />

le respondió a su amigo con una sonrisa:<br />

—Eres un pen<strong>de</strong>jo.<br />

Pasaron al salón que Juan Pablo ya conocía. Esta vez, en lugar <strong>de</strong><br />

un carro <strong>de</strong> vidrio con bebidas alcohólicas, se había dispuesto un


81<br />

servicio con té, café, galletas y diversos refrescos (“Dupin piensa en<br />

todo”, dijo para sí Juan Pablo). <strong>La</strong> mansión se veía diferente; la luz<br />

crepuscular resaltaba objetos insólitos:<br />

Y agregó:<br />

—Tiene que ser una copia —dijo José María. Este cuadro lo<br />

perdieron los gringos en 2006, es <strong>de</strong> Goya. Luego dijeron<br />

que lo habían hallado, pero nadie supo cómo.<br />

—José María, sabía que no serías una <strong>de</strong>cepción. En efecto,<br />

se trata <strong>de</strong> un cuadro <strong>de</strong> Goya: Niños en el carretón. Se le trasladaba<br />

<strong>de</strong> Ohio a Nueva York, cuando se <strong>de</strong>svaneció —dijo<br />

Dupin, quien entró a la pieza por una puerta lateral.<br />

—Se preguntarán la razón por la cual un ciego se <strong>de</strong>dica a<br />

coleccionar cuadros, no importa si son legítimos o copias. <strong>La</strong><br />

respuesta es simple: es muy sencillo obtener la <strong>de</strong>scripción<br />

<strong>de</strong> un cuadro. Hay quien lo hace con una erudición rupestre<br />

y entonces busca <strong>de</strong>talles fútiles como las pistas inexisten tes<br />

que <strong>de</strong>jó el pintor, pero que nos atraen como a las moscas la<br />

miel: la firma en un pañuelo, una alusión secreta y otras<br />

intrascen<strong>de</strong>ncias que me aburren. Otros simplemente <strong>de</strong>scriben<br />

los colores, la composición y lo que ocurre en el cuadro.<br />

A esos los prefiero. <strong>La</strong> obra que aprecian tiene cuatro<br />

niños, dos varones y dos mujeres. Ellas se encuentran a<strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong> una carreta y ellos tratan <strong>de</strong> complacerlas; el mayor<br />

toca una flauta mientras que el otro, intuyo, corta una loncha<br />

<strong>de</strong> jamón para ellas. ¿Que cómo lo sé? Porque me lo han<br />

<strong>de</strong>scrito y lo puedo tocar. Siento las texturas e imagino a los<br />

niños regor<strong>de</strong>tes y vestidos <strong>de</strong> tafetán.


82<br />

Se sentaron.<br />

—Eso sólo lo podría hacer con un original —dijo José María.<br />

—Pue<strong>de</strong> y pue<strong>de</strong> no ser, pero uste<strong>de</strong>s vinieron a otro asunto<br />

—Dupin cerraba la conversación, parecía divertido.<br />

—Les agra<strong>de</strong>zco que hayan aceptado mi invitación —dijo<br />

Dupin mientras prendía un puro—. Me cuenta tu padre que<br />

estudias Física, José María.<br />

—Así es —respondió el joven que analizaba al ciego atentamente.<br />

—Correcto. Siempre me han llamado la atención los científicos,<br />

particularmente los que se <strong>de</strong>dican a eso por el simple<br />

afán <strong>de</strong> satisfacer su curiosidad. Creo que la ciencia ha<br />

sufrido una enorme presión para aplicar sus hallazgos. De<br />

hecho, mi abuelo estaba convencido <strong>de</strong> que no había más<br />

ruta que la experimental. Creo que estoy en <strong>de</strong>sacuerdo.<br />

¿Qué opinas?<br />

—Supongo que tiene razón, aunque en este país <strong>de</strong> opereta<br />

—José María inquirió con la mirada a su padre para saber si<br />

no se propasaba— las cosas no pue<strong>de</strong>n ir peor. De los treinta<br />

y un países <strong>de</strong> la oC<strong>de</strong>, el más jodido en investigación es<br />

México. Destina a ella apenas 0.4 por ciento <strong>de</strong>l piB, lo cual<br />

es una basura y la cuarta parte <strong>de</strong> la <strong>de</strong>uda pública anual.<br />

—Basura —repitió Dupin—. De acuerdo. Entiendo que has<br />

cumplido años en fecha reciente, así que <strong>de</strong>cidí hacerte un<br />

pequeño obsequio.


83<br />

El ciego se reclinó sobre una mesa y tomó una caja <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra que<br />

extendió hacia la nada. José María la recogió y se volvió a sentar sin<br />

saber qué hacer.<br />

—Ábrela y dime qué te parece —Dupin se estaba divirtiendo.<br />

José María la abrió y extrajo <strong>de</strong> ella un mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra que parecía,<br />

por lo menos para Juan Pablo, una rueda <strong>de</strong> la fortuna.<br />

—¿Sabes qué es? —inquirió Miguel.<br />

El rostro <strong>de</strong>l muchacho cambió:<br />

—Supongo que el mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> una máquina <strong>de</strong> movimiento<br />

perpetuo —replicó José María—. ¡Está chidísima!<br />

—Exactamente. Ésta es una réplica <strong>de</strong> la máquina diseñada<br />

por Villard <strong>de</strong> Honnecourt en el siglo Xiii.<br />

—Muchísimas gracias, Dupin —exclamó José María. Se veía<br />

contento.<br />

—Como sabes, las máquinas <strong>de</strong> movimiento perpetuo sirven<br />

para <strong>de</strong>mostrar justamente que no existen las máquinas<br />

<strong>de</strong> movimiento perpetuo —expuso Miguel, didáctico…<br />

Juan Pablo empezaba a sentirse excluido.<br />

—Claro, porque violan las leyes <strong>de</strong> la termodinámica.<br />

¿Cómo sabe usted eso? —preguntó José María.


84<br />

—En realidad, muchacho, siempre he creído que los especialistas<br />

en algo se vuelven analfabetas funcionales en el<br />

resto <strong>de</strong>l conocimiento. Es por ello que he picado un poco<br />

<strong>de</strong> esto y aquello. Por supuesto, no poseo tus talentos, pero<br />

hago lo mejor que puedo por apren<strong>de</strong>r lo que es <strong>de</strong> mi interés,<br />

y estas máquinas lo son —Dupin se irguió <strong>de</strong> su confortable<br />

sillón y cambió su actitud, parecía <strong>de</strong>cir que había<br />

<strong>de</strong>cidido ir al grano.<br />

—Si les parece, pasemos a revisar algunos <strong>de</strong>talles <strong>de</strong><br />

nuestro proyecto común —Dupin tomó un sobre tamaño<br />

oficio y lo volvió a exten<strong>de</strong>r.<br />

—En este sobre encontrarán los boletos <strong>de</strong> avión con fecha<br />

<strong>de</strong> regreso abierta. Viajarán a París el próximo sábado.<br />

También se encuentra la clave <strong>de</strong> su reserva en el hotel Relais<br />

Saint Jaques, que está situado muy cerca <strong>de</strong>l Panthéon y los<br />

Jardines <strong>de</strong> Luxemburgo. Es un buen lugar. Hallarán también<br />

anotaciones y datos que creo que les serán indispensables<br />

en su pesquisa y que pue<strong>de</strong>n revisar durante su vuelo,<br />

o cuando lo <strong>de</strong>cidan, faltaba más. He abierto, a<strong>de</strong>más, una<br />

cuenta a su nombre en el Bnp Paribas. Cada que usted, Juan<br />

Pablo, requiera <strong>de</strong> fondos, podrá acce<strong>de</strong>r a su cuenta cuyo<br />

número y clave se encuentran también en el sobre. Mis<br />

números telefónicos y la dirección <strong>de</strong> correo electrónico<br />

ya los tiene, y espero que nos podamos comunicar por lo<br />

menos cada tercer día. En esencia, creo que es todo.<br />

—Concretamente, ¿qué espera usted, Dupin? —preguntó<br />

José María.


85<br />

—Se lo he dicho a tu padre: conocer exactamente qué sucedió<br />

hace más <strong>de</strong> cien años. ¿Cuál es la razón por la que un<br />

hombre aparentemente honesto, como mi abuelo, <strong>de</strong>jó en<br />

la calle a su socio? Nada más y nada menos. Hay quien aconseja<br />

no hurgar en el pasado. No puedo estar en mayor <strong>de</strong>sacuerdo.<br />

El pasado es, <strong>de</strong> alguna manera, nuestro <strong>de</strong>stino<br />

actual y quiero tratar <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>rlo. Kafka dijo alguna vez:<br />

“A pesar <strong>de</strong> las ilusiones, la verdad existe, pero la <strong>de</strong>scubrimos<br />

tar<strong>de</strong>, por eso es trágica”.<br />

Padre e hijo guardaron silencio un par <strong>de</strong> segundos ante la gravedad<br />

<strong>de</strong> la frase, y luego José María preguntó:<br />

—¿Y si no averiguamos nada?<br />

Miguel Dupin sonrió:<br />

—Confío en que harán su mejor esfuerzo, y con ello cuento.<br />

Tengo la impresión <strong>de</strong> que son las personas correctas, pero<br />

nadie está obligado a lo imposible. Si no lo logran, conocerán<br />

una <strong>de</strong> las ciuda<strong>de</strong>s más bellas <strong>de</strong>l mundo. Les <strong>de</strong>seo<br />

un buen viaje y una buena cacería.<br />

A Juan Pablo no le gustó la palabra “cacería”, pero ya Dupin se<br />

había incorporado y el sirviente los acompañó a la puerta <strong>de</strong> la casa.<br />

Al salir, José María dijo:<br />

—Me cayó a toda madre el viejo, aunque sí está medio cucú.<br />

¿Qué opinas, padre?<br />

—No lo sé aún. Creo que hemos cruzado el Rubicón y no<br />

hay camino <strong>de</strong> regreso, aunque lo único que me consuela es


86<br />

que nos estamos metiendo en esto juntos y siempre ayuda<br />

un hijo tan listo.<br />

José María sonrió, consciente <strong>de</strong> que su padre se burlaba un poco<br />

<strong>de</strong> él. Le alborotó el pelo y bajaron caminando por una <strong>de</strong> las calles<br />

empedradas <strong>de</strong> San Ángel.<br />

Alea jacta est… Se había cruzado el Rubicón.


Trece<br />

<strong>La</strong> salida a París era a las dos <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. José María y yo nos<br />

pre paramos para el viaje con la misma precisión que los americanos<br />

el día <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sembarco en Normandía. Mi hijo se veía excitado por la<br />

aventura que estábamos a punto <strong>de</strong> correr; llevaba tres días leyendo<br />

Los miserables y ensayando su francés, que era mejor que el mío, ya<br />

casi olvidado <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mi viaje <strong>de</strong> juventud, y que se mantenía<br />

<strong>de</strong>bido a las traducciones.<br />

Pedimos un taxi <strong>de</strong> sitio que nos <strong>de</strong>positó en treinta minutos en la<br />

terminal aérea. Nunca en mi vida había viajado en primera clase y<br />

sentí cierta culpa al ver cómo teníamos una atención preferencial<br />

[87]


88<br />

en el momento <strong>de</strong> documentar y abordar el avión. José María dormía.<br />

Pensé en mi vida pasada mientras el avión tomaba altura hacia<br />

la Ciudad Luz.<br />

A diferencia <strong>de</strong> un niño que a los ocho años construye puentes <strong>de</strong><br />

fantasía y que se sabe futuro ingeniero, o <strong>de</strong> otro que se sienta ante<br />

el piano y <strong>de</strong>leita a una nube <strong>de</strong> adultos sonrientes pero idiotas, yo<br />

nunca tuve un perfil <strong>de</strong>finido. Si acaso, se podría haber vaticinado<br />

que sería un lector profesional, pero nadie vive <strong>de</strong> eso. Una <strong>de</strong> mis<br />

aficiones favoritas en la infancia era fingirme enfermo. Entonces mi<br />

padre (quien trabajaba en casa y al que recuerdo siempre como el<br />

mejor <strong>de</strong> los hombres) salía a la tienda, a la farmacia y a la li brería,<br />

respectivamente, y regresaba con una botella <strong>de</strong> Sidral Mun<strong>de</strong>t<br />

(por algún misterio le atribuía propieda<strong>de</strong>s curativas universales);<br />

luego me untaba una pomada que representaba el segundo misterio<br />

médico, ya que la aplicaba sin consi<strong>de</strong>ración <strong>de</strong>l mal fingido,<br />

y finalmente sacaba un libro al que yo veía como los españoles tienen<br />

que haber visto el tesoro <strong>de</strong> los incas. Salgari, Verne, Kipling,<br />

Dumas, Quiroga y Poe fueron mis mejores amigos <strong>de</strong> la infancia.<br />

Mis habilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>portivas eran <strong>de</strong>smoralizantes —igual que<br />

las <strong>de</strong> José María—, y mi capacidad para hacer algo <strong>de</strong> manera<br />

sis temática, nula. A veces me encontraba acostado en la cama<br />

mirando al techo, pensando qué sería <strong>de</strong> mí. El día que entré en un<br />

galerón en compañía <strong>de</strong> un grupo <strong>de</strong> adolescentes, para optar por<br />

la carrera que estudiaría, fui el único que esperó media hora antes<br />

<strong>de</strong> marcar la opción <strong>de</strong>seada. Ello <strong>de</strong>terminó que mi carrera estudiantil<br />

fuera un fracaso estrepitoso. Elegí periodismo, siguiendo un<br />

criterio extravagante, y cuando terminé la carrera <strong>de</strong>cidí empren<strong>de</strong>r<br />

un viaje que me liberara <strong>de</strong> una sensación creciente <strong>de</strong> inutilidad<br />

congénita.


89<br />

Volé a Londres el lunes 11 <strong>de</strong> noviembre <strong>de</strong> 1991. No me acompañaba<br />

ningún objetivo heroico, como estudiar un posgrado o<br />

imbuirme <strong>de</strong> cultura: era un adolescente subvencionado para<br />

conocer mundo sin —<strong>de</strong>bo ser honesto— merecerlo. A pesar <strong>de</strong><br />

mi expectativa cultivada en el imaginario popular, que suponía el<br />

encuentro con rubias hermosísimas o, por lo menos, la oportunidad<br />

<strong>de</strong> visitar sitios que había imaginado bellísimos, la primera<br />

semana resultó terrible. Encontré una ciudad gris con gente en la<br />

misma tonalidad cromática. Un día caminaba pensando que nada<br />

se comparaba a la compañía, y en Picadilly escuché a un grupo <strong>de</strong><br />

mujeres que hablaban español. Por supuesto, pedí auxilio. Se compa<strong>de</strong>cieron<br />

y me recibieron como se recibe a un náufrago. Éramos<br />

diferentes: ellas mo<strong>de</strong>rnas, sagaces, frescas; yo, un adolescente confundido<br />

que se admiraba <strong>de</strong> tal liberalidad. Por alguna razón fingí<br />

una enfermedad terminal (supongo que <strong>de</strong>seaba inspirar algún<br />

tipo <strong>de</strong> compasión), y una <strong>de</strong> ellas, cuyo nombre no recuerdo, se<br />

enamoró <strong>de</strong> mí. En ese momento mis asi<strong>de</strong>ros éticos eran inexistentes<br />

y, en cambio, la necesidad <strong>de</strong> estar con alguien en un medio<br />

tan hostil, muy gran<strong>de</strong>, así que me porté como un perfecto miserable.<br />

Hoy lo lamento.<br />

Lo que recuerdo entre brumas es que a las dos semanas <strong>de</strong> vivir en<br />

un hotel (el Leinster) <strong>de</strong>cidí cambiar <strong>de</strong> aires, y Álvaro Caso, hermano<br />

<strong>de</strong> una amiga, sugirió la mudanza a una casa <strong>de</strong> huéspe<strong>de</strong>s<br />

en el barrio judío <strong>de</strong> Gol<strong>de</strong>rs Green. Mi casera, quien pedía explícitamente<br />

que se le llamara “señora Gerda”, era una mujer tan simpática<br />

como un oficial prusiano <strong>de</strong> caballería. Me explicó con toda<br />

claridad las reglas <strong>de</strong> su feudo: “Ésta es su llave. Todas las mañanas,<br />

entre las siete y las nueve, encontrará usted pan, mermelada, mantequilla,<br />

un tostador, té y leche en la cocina. Se <strong>de</strong>berá preparar el<br />

<strong>de</strong>sayuno y lavar sus platos. Está prohibido recibir visitas y el día <strong>de</strong><br />

pago es el lunes <strong>de</strong> cada semana”. Acepté, tentado a respon<strong>de</strong>r con


90<br />

un saludo militar. Le di el primer billete y me instalé en una habitación<br />

<strong>de</strong> la planta alta. Al día siguiente bajé a las ocho quince. Tosté<br />

pan y, en el preciso momento que lo untaba con mermelada, sentí<br />

una presencia acechante. Era un joven algo mayor que yo, con el<br />

pelo encrespado que miraba fijo. De pronto, empezó a realizar una<br />

especie <strong>de</strong> suerte <strong>de</strong> karate en mi honor. Mis botones <strong>de</strong> alarma se<br />

activaron: ¿era un ladrón?, ¿un imbécil?, ¿sería peligroso? Terminó<br />

y, señalando el cuchillo lleno <strong>de</strong> mermelada, dijo: “Atácame”. Le<br />

expresé en un susurro que me parecía mala i<strong>de</strong>a, que podíamos<br />

lastimarnos (mi voz subía <strong>de</strong> tono con la esperanza <strong>de</strong> que alguien<br />

nos oyera). Explicó que era una autoridad en artes marciales, que<br />

podría <strong>de</strong>sarmarme con facilidad y que no me preocupara. Yo, que<br />

en ese momento veía pasar la vida entera frente a mis ojos, hice un<br />

acercamiento con el cuchillo a la misma velocidad que un caracol<br />

emplea para subir un árbol. Tomó mi muñeca y en ese momento<br />

solté el arma con todo y mermelada, mientras la señora Gerda le<br />

atizaba un sopapo en la nuca al karateka: “¡Mauro! ¡Te he dicho<br />

que no molestes a los huéspe<strong>de</strong>s!” En lugar <strong>de</strong> <strong>de</strong>smayarse ante<br />

el madrazo ejemplar, Mauro extendió la mano y saludó: “Mauro<br />

Crivelli, a sus ór<strong>de</strong>nes”.<br />

Cuando recuperé el resuello, pu<strong>de</strong> enterarme <strong>de</strong> que estaba recluido<br />

en la pensión hacía años, <strong>de</strong> que era suizo-italiano e inofensivo.<br />

Nunca registré si era pariente <strong>de</strong> mi casera o un pobre diablo al que<br />

sus padres, cansados <strong>de</strong> tal <strong>de</strong>mencia, <strong>de</strong>jaron ahí.<br />

Mauro se convirtió en mi compañía. Su libido era exacerbada y me<br />

mostraba, entre sudoraciones, una colección <strong>de</strong> revistas llenas <strong>de</strong><br />

mujeres dispuestas a todo. Yo lo llevaba a un almacén <strong>de</strong> juguetes,<br />

don<strong>de</strong> pasaba horas manipulando un tren eléctrico mientras asustaba<br />

a los niños. También fue mi <strong>de</strong>lator: un día introduje a una<br />

española <strong>de</strong> forma clan<strong>de</strong>stina en mi habitación logrando el más


91<br />

perfecto coitus interruptus que ha registrado la historia, ya que un<br />

par <strong>de</strong> golpes en la puerta nos <strong>de</strong>jaron el eros en los talones. Era<br />

la señora Gerda, furiosa y llena <strong>de</strong> términos como honorabilidad y<br />

confianza. Mauro se asomaba por su hombro tratando <strong>de</strong> guardar<br />

un registro visual <strong>de</strong> mi compañera <strong>de</strong>snuda. Fui perdonado pero<br />

<strong>de</strong>cidí, que ya era tiempo <strong>de</strong> otros aires, así que tomé un camión<br />

hacia Dover buscando espacios <strong>de</strong> menor recato.<br />

Llegué a París una mañana invernal, en medio <strong>de</strong> un frío polar.<br />

Encontré espacio en un albergue llamado extrañamente Asociación<br />

<strong>de</strong> Estudiantes Protestantes, ubicado en el 46 <strong>de</strong> Vaugirard, enfrente<br />

<strong>de</strong> los Jardines <strong>de</strong> Luxemburgo. <strong>La</strong> extrañeza consistía en que ninguno<br />

<strong>de</strong> los habitantes <strong>de</strong> esta comuna era protestante, y los menos<br />

estudiaban algo. Nuestro <strong>de</strong>nominador compartido era la juventud<br />

y, en muchos casos, la pobreza extrema.<br />

El edificio era imponente: una mole llena <strong>de</strong> pasillos oscuros y<br />

habitaciones cuyo costo variaba en función <strong>de</strong>l número <strong>de</strong> inquilinos.<br />

Me instalé con cuatro compañeros; un inglés llamado Steve,<br />

dueño <strong>de</strong> una casa en Brighton que rentaba y huérfano <strong>de</strong> padre<br />

y madre. Era un tipo generoso como pocos; el equivalente británico<br />

<strong>de</strong>l Mahatma. Había un iraní enorme, escondido tras un<br />

bigote zapatista, que logró el prodigio bíblico <strong>de</strong> nunca ingresar<br />

al cuarto <strong>de</strong> baño, lo que producía que <strong>de</strong> su cuerpo brotaran<br />

todos los humores posibles y algunos imposibles. A los <strong>de</strong>más los<br />

he olvidado.<br />

Probablemente yo era el único habitante <strong>de</strong>l albergue que no tenía<br />

actividad fija; todos mis compañeros trabajaban para mantenerse<br />

y hacer algo <strong>de</strong> provecho. Yo vagaba por la ciudad sin <strong>de</strong>stino ni<br />

horario alguno. Como no hablaba francés, y ya en un par <strong>de</strong> recintos<br />

me habían maltratado por esta carencia idiomática, tuve la i<strong>de</strong>a


92<br />

<strong>de</strong> fingirme sordomudo (está visto que en esa etapa <strong>de</strong> mi vida<br />

estaba convertido en suplantador profesional). Hoy <strong>de</strong>scubro que<br />

era una estrategia imbécil pero funcional: cuando la dueña <strong>de</strong> la<br />

boulangerie advertía mi falsa limitación, su ceño se suavizaba y<br />

me entregaba medio metro <strong>de</strong> pan con toda solicitud. Así, mudo,<br />

entraba a museos y observaba a los turistas. En el Louvre <strong>de</strong>scubrí<br />

que los viajeros respetables medían la eficacia <strong>de</strong> su viaje por el<br />

número <strong>de</strong> cuadros admirados por minuto; pasaban a la carrera<br />

por los gran<strong>de</strong>s salones entre Dureros y Velázquez, mientras buscaban<br />

en el catálogo las obras más famosas <strong>de</strong> la galería. Recuerdo<br />

que al lado <strong>de</strong> <strong>La</strong> Monalisa había un cuadro que me inspiró un<br />

cuento, que nunca escribí, acerca <strong>de</strong> la soledad <strong>de</strong> este vecino anónimo<br />

y envidioso <strong>de</strong>l éxito <strong>de</strong> <strong>La</strong> Gioconda.<br />

En México había <strong>de</strong>jado una novia que era la mujer <strong>de</strong> mis sueños.<br />

El día <strong>de</strong> Navidad reuní un kilo <strong>de</strong> monedas y entré a una cabina<br />

telefónica para marcar a su casa. Pronto las cosas tomaron mal cariz:<br />

su tono era distante y, mientras yo seguía insertando níquel en el<br />

aparato, ella me explicó que había conocido a otro (un tal Manuel),<br />

que ya no me quería y lo mejor era terminar en paz. Yo rogaba y<br />

suplicaba, pero ella, implacable, terminó la conversación que seguramente<br />

costó treinta francos. Esa noche se celebraba una fiesta en<br />

la Asociación. Yo, que no era afecto al alcohol, llegué a alturas etílicas<br />

insospechadas. Todo pasaba entre brumas, y en un momento<br />

<strong>de</strong>terminado la fiesta se movió a una gran habitación en la que<br />

pu<strong>de</strong> ser testigo <strong>de</strong> lo más cercano a una orgía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los tiempos<br />

<strong>de</strong> Calígula. Terminé en un baño con otra española que estudiaba<br />

flauta y que por algún misterio estaba convencida <strong>de</strong> que yo también<br />

me interesaba en la música.<br />

Aquella noche sucedieron cosas memorables: una pareja <strong>de</strong> alemanes,<br />

imbuida <strong>de</strong>l espíritu <strong>de</strong> la Liga <strong>de</strong> las Naciones, se encontró


93<br />

bíblicamente con otra pareja <strong>de</strong> italianos; la australiana fue poseída<br />

por al menos cuatro personas diferentes, y un negro <strong>de</strong> nombre<br />

Jean Paul me agarró una nalga poniéndome el susto <strong>de</strong> mi vida.<br />

Conservo una foto <strong>de</strong> la velada en la que me veo joven, flaco y con<br />

una incipiente calvicie que, con el tiempo (no mucho), ganaría la<br />

batalla <strong>de</strong> manera <strong>de</strong>finitiva.<br />

Una noche fui a la Casa <strong>de</strong> México buscando compatriotas. Fue<br />

terrible. <strong>La</strong> gente que encontré tenía mi edad pero era sobrada y<br />

pedante; puro Godard y Sartre, pura intelectualidad. Se vestían con<br />

un uniforme consistente en camisa negra, una bufanda muy parecida<br />

a la que usaban los poetas malditos, fumaban gitanes y tenían<br />

una mirada profunda. Decidí que no era lo mío, y esa conclusión<br />

precipitó otra: ¿qué era lo mío? Me <strong>de</strong>primió tanto la pregunta sin<br />

respuesta, que opté por tomar el primer avión <strong>de</strong> regreso ante el<br />

riesgo <strong>de</strong> tirarme al Sena en un arrebato que hubiera sido conmovedor<br />

pero <strong>de</strong> muy malas consecuencias para mi salud.<br />

Al regresar me encontré en una especie <strong>de</strong> limbo intelectual.<br />

Entonces hice algo muy raro: escribí un artículo para el periódico. Sé<br />

que así enunciado parece un asunto resuelto, pero en el momento<br />

<strong>de</strong> sentarme ante la computadora no tenía i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l formato necesario,<br />

la extensión y mucho menos noticia <strong>de</strong> que algún diario se<br />

interesara en mis servicios. Hojeé algunos periódicos y <strong>de</strong>cidí, lleno<br />

<strong>de</strong> sentido práctico, que el que más me convenía era el Unomásuno,<br />

ya que estaba cerca <strong>de</strong>l lugar don<strong>de</strong> vivía. Lo anterior revelaba no<br />

sólo imbecilidad, sino un profundo <strong>de</strong>sconocimiento <strong>de</strong> las cosas,<br />

ya que ese mismo año el periódico empezó a irse a pique <strong>de</strong> la<br />

peor manera posible. Hice una llamada telefónica para averiguar<br />

que mi interlocutor se llamaba Huberto Bátiz, cuyo nombre no me<br />

<strong>de</strong>cía nada, pero ello se <strong>de</strong>bía a mi ignorancia. Llegué al periódico y<br />

recuerdo que fui recibido por un joven llamado Fe<strong>de</strong>rico Campbell,


94<br />

que puso muy mala cara cuando le dije el motivo <strong>de</strong> mi visita, pues<br />

aparentemente el señor Bátiz tenía un humor <strong>de</strong> los mil <strong>de</strong>monios<br />

(no me lo pareció). Hizo una pregunta <strong>de</strong>sconcertante acerca <strong>de</strong> mi<br />

virginidad literaria, que no entendí, y acto seguido tomó las dos<br />

hojas que llevaba a su consi<strong>de</strong>ración y contestó como contestan<br />

todos los editores: “Ya veremos”.<br />

El miércoles siguiente se publicó el artículo en la sección cultural.<br />

El efecto <strong>de</strong> ver mi nombre en letras <strong>de</strong> imprenta fue múltiple y no<br />

muy lúcido: <strong>de</strong>cidí hacerme escritor... y ello me llevó con Miguel<br />

Dupin.<br />

Mi hijo <strong>de</strong>spertaba <strong>de</strong> un largo sueño y se <strong>de</strong>dicó a analizar absolutamente<br />

todas las opciones posibles <strong>de</strong> vi<strong>de</strong>ojuegos y películas<br />

que traía la consola individualizada enfrente <strong>de</strong> su asiento. Al final<br />

suspiró:<br />

—Parecería que las líneas aéreas establecen el siguiente silogismo…<br />

Toda la gente rica es pen<strong>de</strong>ja; la gente rica que viaja<br />

en avión, lo hace en primera clase; ergo, la gente rica que<br />

viaja en primera clase es pen<strong>de</strong>ja. ¿Te imaginas a un oligarca<br />

jugando tetris? Mejor abre las notas <strong>de</strong> Dupin —dijo en el<br />

momento que nos ofrecían escalopas <strong>de</strong> ternera a diez mil<br />

metros <strong>de</strong> altura.<br />

Me pareció una buena i<strong>de</strong>a. Dupin era un tipo metódico y había clasificado<br />

la información <strong>de</strong> manera sistemática. Encontré un dossier<br />

en el que se leía lo siguiente:<br />

Nos sigue el número nueve: mi abuelo nació en 1859, asistió a la feria<br />

<strong>de</strong> París en 1889 y se hizo padre en 1909. Yo mismo nací en 1959, justo<br />

cuando papá tenía cincuenta años (si mi vida fueran las apuestas, ése


95<br />

sería el dígito elegido). Fue un embarazo tardío e inesperado, pero embarazo<br />

al fin. Aparentemente mi madre, que ya no esperaba un hijo,<br />

se comportó a la altura y me recibió en su seno con cariño. Como le he<br />

contado, mi padre, bautizado como Pascal Tavernier, era un hombre<br />

nacido en cuna <strong>de</strong> plata; nada le faltaba y fue criado con las mejores<br />

maneras posibles. Sin embargo, pasa y es frecuente, que los hijos difieran<br />

<strong>de</strong> sus padres. Pascal no tenía el menor apego a lo mercantil. De hecho,<br />

nunca se interesó en los negocios. Era un joven <strong>de</strong> posibilida<strong>de</strong>s, pero no<br />

abusó <strong>de</strong> ello. Entiendo que cuando murió mi abuelo, en 1927, <strong>de</strong>cidió que<br />

gastaría sólo lo necesario para ir tirando, y viajó a México en 1932, asombrado<br />

por los hallazgos <strong>de</strong> Caso en Monte Albán. En Marsella abordó el<br />

vapor francés Saint Domingue y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una travesía que duró veintiocho<br />

días que le parecieron un infierno y que aprovechó para tratar <strong>de</strong><br />

apren<strong>de</strong>r algo <strong>de</strong> español, atracó en el puerto <strong>de</strong> Veracruz una mañana<br />

<strong>de</strong> marzo. Se dirigió <strong>de</strong> inmediato a Oaxaca y se presentó ante Alfonso<br />

Caso, el mexicano que había <strong>de</strong>scubierto la Tumba Siete. Caso valoró al<br />

joven <strong>de</strong> veintidós años y <strong>de</strong>cidió aceptarlo como voluntario; <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

todo, le podía ser útil un muchacho que hablaba francés y <strong>de</strong>rrochaba<br />

entusiasmo, a pesar <strong>de</strong> las pullas <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong> los estudiantes y voluntarios<br />

<strong>de</strong>bido a la reciente <strong>de</strong>rrota <strong>de</strong> México frente a los franceses en el mundial<br />

<strong>de</strong> 1930 en Uruguay.<br />

<strong>La</strong> Tumba Siete —bautizada <strong>de</strong> esa manera porque ese número le correspondía<br />

en el or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> los hallazgos— era el sueño <strong>de</strong> cualquier arqueólogo.<br />

Su contenido, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> los restos <strong>de</strong> algunos nobles zapotecos,<br />

estaba formado por ofrendas diversas, como collares, anillos, bezotes,<br />

dia<strong>de</strong>mas y bastones confeccionados con oro, plata, turquesa y obsidiana.<br />

<strong>La</strong> calidad <strong>de</strong> los trabajos era inédita, y es por ello que en poco<br />

tiempo Caso, al lado <strong>de</strong> su esposa María Lombardo, pudo incrementar<br />

los recursos <strong>de</strong>stinados a la excavación y ganar fama mundial.


96<br />

<strong>La</strong>s tareas <strong>de</strong> mi padre fueron diversas y variadas. En las cartas que me<br />

mandaba al internado en Suiza, años <strong>de</strong>spués, relataba que lo mismo<br />

podía acarrear tierra que participar en la construcción <strong>de</strong> un acceso<br />

para los trabajadores. También colaboró en las labores <strong>de</strong> clasificación<br />

<strong>de</strong> las más <strong>de</strong> doscientas piezas encontradas. Fue una época notable <strong>de</strong><br />

su vida, en la que aprendió a amar a este país. El equipo <strong>de</strong> Caso realizó<br />

trabajos en la zona durante dieciocho temporadas, pero mi padre<br />

<strong>de</strong>cidió retirarse al cumplir el cuarto año, y en 1935 viajó a la ciudad<br />

<strong>de</strong> México, atraído por el fermento cultural que se gestaba en la capital.<br />

Fue ahí don<strong>de</strong> conoció a mi madre, en una reunión celebrada en la<br />

entonces exclusiva colonia Santa María la Ribera y a la que había sido<br />

invitado como miembro <strong>de</strong> la colonia francesa. Ella se llamaba Dolores y<br />

tenía veinte años. Según las crónicas que recibí en Suiza, era una mujer<br />

hermosa. No la puedo recordar, pero sí en cambio anexarle una foto <strong>de</strong><br />

poco tiempo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su boda.<br />

Hice una pausa en la lectura y extraje la fotografía amarillenta y con<br />

los bor<strong>de</strong>s <strong>de</strong>sgastados, don<strong>de</strong> se apreciaba a una pareja feliz: él<br />

vestido con <strong>de</strong>senfado y con el pelo ligeramente largo; la madre <strong>de</strong><br />

Dupin era bella, tenía el pelo corto y recogido y posaba para la foto<br />

levantando una pierna en algo que Juan Pablo supuso una broma.<br />

Usaba pantalones y un cuerpo esbelto. Continué la lectura:<br />

Mis padres casaron en 1937 y se instalaron en una casa en Santa María.<br />

No vivían con excesos pero tampoco con mo<strong>de</strong>stia. Viajaban por toda la<br />

República fascinados por su semblante multicolor. En 1942 estuvieron<br />

en el recién nacido volcán Paricutín y por esa misma época se <strong>de</strong>dicaron<br />

a ayudar a los inmigrantes que huían <strong>de</strong> la guerra, a veces alojándolos<br />

<strong>de</strong> manera temporal, a veces consiguiendo trabajo para ellos.<br />

Durante años intentaron tener un hijo e iniciaron un proceso <strong>de</strong> enorme<br />

<strong>de</strong>sgaste. Tres veces mi madre se embarazó y tres veces perdió a los que


97<br />

hubieran sido mis hermanos. Cuando sus esperanzas se empezaron a<br />

agotar, llegó el año <strong>de</strong> 1959 y en febrero mi madre anunció que estaba<br />

embarazada por cuarta vez. Extremaron los cuidados y es así como vine<br />

a este mundo en el mes <strong>de</strong> octubre. El resto <strong>de</strong> su historia la conoce ya,<br />

amigo mío, por lo que creo que es menester pasar a mi abuelo.<br />

—¿Cuál es el resto padre? —me preguntó José María, que<br />

había seguido con atención la lectura.<br />

—Los padres <strong>de</strong> Dupin murieron en un acci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> que perdió la vista, cuando estaba en un internado<br />

suizo. Luego regresó a México y se hizo terapeuta. Es todo lo<br />

que sé.<br />

—Qué chinga.<br />

Mi abuelo nació en París a mediados <strong>de</strong>l siglo XiX, en el seno <strong>de</strong> una<br />

familia muy mo<strong>de</strong>sta. Aparentemente su madre, mi bisabuela, murió<br />

durante el parto y su padre años <strong>de</strong>spués, en la represión <strong>de</strong> la Comuna<br />

<strong>de</strong> París. De algún modo estudió en una escuela politécnica y logró entrar<br />

como aprendiz al laboratorio <strong>de</strong> Luis Pasteur…<br />

—¿Luis Pasteur? ¿El Luis Pasteur?<br />

Uno <strong>de</strong> los temas en que mi abuelo, cuyo nombre era Bertrand Tavernier,<br />

se interesó fue el <strong>de</strong> la fermentación, que era una <strong>de</strong> las líneas <strong>de</strong> trabajo<br />

<strong>de</strong> Pasteur. Después <strong>de</strong> unos años sabía lo necesario para embarcarse<br />

en la creación <strong>de</strong> una fórmula para fabricar cerveza. Se asoció entonces<br />

con un tal Benoit Pouchet, pero por alguna razón disolvió esta sociedad<br />

y presentó la patente, que lo hizo rico, únicamente a su nombre. Esto lo<br />

sabemos porque mi padre conservaba una carta en francés <strong>de</strong> la cual le<br />

anexo copia y que tiene fecha <strong>de</strong>l viernes 28 <strong>de</strong> febrero <strong>de</strong> 1890.


98<br />

Bertrand:<br />

Es monstruoso lo que nos has hecho a Isabel y a mí, es indigno <strong>de</strong> un<br />

hombre al que le profesé mi amistad. Haré lo que pueda porque pagues<br />

esta canallada, esta vileza sin nombre. Isabel está <strong>de</strong>vastada, pero te<br />

garantizo que cuando Jean Marié crezca le explicaré la clase <strong>de</strong> alimaña<br />

que eres. Me vengaré… lo juro.<br />

Benoit Pouchet<br />

Aparentemente Benoit intentó vengarse, y a mediados <strong>de</strong> la década <strong>de</strong><br />

los noventa, según contaba mi padre, atacó a mi abuelo en la calle provocándole<br />

una herida <strong>de</strong> la cual se recuperó. Benoit fue con<strong>de</strong>nado y sufrió<br />

prisión en la Isla <strong>de</strong>l Diablo. Si las fechas coinci<strong>de</strong>n, es probable que haya<br />

sido compañero <strong>de</strong> reclusión <strong>de</strong> Alfred Dreyfus.<br />

Después <strong>de</strong> un cierto análisis he asumido que “Isabel” <strong>de</strong>be haber sido<br />

la hermana o la esposa <strong>de</strong> Benoit, y Jean Marié el hijo <strong>de</strong> alguno <strong>de</strong> los<br />

dos o <strong>de</strong> ambos, en caso <strong>de</strong> que fueran pareja… El resto es un misterio<br />

impenetrable que espero puedan resolver.<br />

Les mando un abrazo a ambos,<br />

El avión, a 900 kilómetros por hora, se aproximaba a Europa.<br />

Dupin


Catorce<br />

El resto <strong>de</strong>l viaje lo <strong>de</strong>dicaron padre e hijo a dormitar y a charlar un<br />

poco. A Juan Pablo, que conocía perfectamente a su hijo, le parecía<br />

que algo le molestaba, por lo que preguntó:<br />

—¿Cómo vas con Gabriela?<br />

—Tan bien como el Titanic, padre. Le importo tanto como<br />

los indios a Custer. Aparentemente —sonrió— heredé tu<br />

éxito con las mujeres.<br />

Juan Pablo correspondió a la pulla con una mueca.<br />

[99]


100<br />

—Creo que es un poco mayor para ti.<br />

—Es probable, aunque lo entiendo poco. George Sand, cuyo<br />

apellido por cierto era Dupin, le llevaba seis años a Chopin<br />

y nadie la consi<strong>de</strong>ró una vieja lagartona. El hecho es que<br />

Gabriela me ve como a un ave <strong>de</strong>l trópico, y eso me exaspera<br />

un poco. Hay veces que me gustaría ser más normal.<br />

—Lo eres, lo eres —respondió Juan Pablo mientras le apretaba<br />

el brazo con afecto.<br />

El avión tocó pista y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> recoger sus pertenencias, tomaron<br />

un taxi que los llevó al hotel seleccionado por Dupin. Se encontraba,<br />

en efecto, muy cerca <strong>de</strong> los Jardines <strong>de</strong> Luxemburgo, en el<br />

número 3 <strong>de</strong> la Rue <strong>de</strong> l’Abbé <strong>de</strong> l’Epée, en la ribera sur <strong>de</strong>l Sena.<br />

Se trataba <strong>de</strong> un pequeño lugar <strong>de</strong> veintidós habitaciones sencillo y<br />

acogedor. Les correspondió una buhardilla <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la que <strong>de</strong>stacaba<br />

la silueta <strong>de</strong> la cúpula <strong>de</strong>l Panthéon.<br />

Amanecía en París.<br />

José María se tendió en la espaciosa cama <strong>de</strong> latón.<br />

—Qué chingón, padre. No está nada mal la vida <strong>de</strong> ricos ¿eh?<br />

—exclamó—. ¿Te parece que salgamos a dar una vuelta?<br />

Así lo hicieron y pasaron el día juntos. El otoño parisino se <strong>de</strong>splegaba<br />

y Juan Pablo sintió cómo se removían las nostalgias <strong>de</strong><br />

su viaje <strong>de</strong> juventud. Caminaron por las espaciosas avenidas diseñadas<br />

por Haussmann, enmarcadas entre los árboles <strong>de</strong>foliados.<br />

Visitaron las Tullerías, el museo Picasso —que a Juan Pablo siempre<br />

le había parecido mucho más acogedor que un monstruo como


101<br />

el Louvre— y comieron baguetes sentados enfrente <strong>de</strong> Notre Dame,<br />

don<strong>de</strong> reconocieron el lugar en el que se quitó la vida Antonieta<br />

Rivas Mercado el 11 <strong>de</strong> febrero <strong>de</strong> 1931. No escapó a ninguno el<br />

<strong>de</strong>talle <strong>de</strong> que el padre <strong>de</strong> Dupin, Pascal, se encontraba justamente<br />

en París en el momento <strong>de</strong>l suicidio <strong>de</strong> la mexicana.<br />

De todo lo visitado, sin embargo, lo que más impactó a José María<br />

fue la librería Shakespeare and Co., situada en la rue <strong>de</strong> la Bûcherie,<br />

a un costado <strong>de</strong>l Sena. Al joven le pareció maravillosa la historia<br />

<strong>de</strong> George Whitman, su dueño y fundador, que convirtió esa casa<br />

llena <strong>de</strong> recovecos en un homenaje a la hospitalidad y la bonhomía.<br />

Regresaron al caer la tar<strong>de</strong>, fatigados por su recorrido y por los saldos<br />

<strong>de</strong>l viaje trasatlántico. José María se <strong>de</strong>dicó a leer las andanzas<br />

<strong>de</strong> Jean Valjean, mientras que Juan Pablo prendió su computadora<br />

portátil… el aparato emitió un sonido familiar.<br />

Había un mensaje <strong>de</strong> Miguel Dupin.<br />

José María <strong>de</strong>jó su libro y prestó atención.<br />

—¿Hay correo, padre?<br />

—Lo hay. Es <strong>de</strong> Dupin, aunque no me acostumbro a esto <strong>de</strong><br />

los correos ni a los celulares.<br />

—No seas obsoleto, padre, es lo <strong>de</strong> hoy. A<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>bes<br />

saber que se <strong>de</strong>sarrollaron hace un madral <strong>de</strong> años. En 1971<br />

se inventó el correo. Era un intranet <strong>de</strong> pacotilla, pero un<br />

avance. Lo firmó un hombre que acaba <strong>de</strong> ganar el Asturias<br />

<strong>de</strong> ciencia, se lo merece. El celular es otra cosa: hace cien mil<br />

años la gente lo llevaba como un cetro real, ahora cualquier


102<br />

pelagatos trae el suyo. Cuatro mil millones <strong>de</strong> personas tienen<br />

un cel. ¿Les urge? No sé, pero es una buena oportunidad<br />

para reflexionar acerca <strong>de</strong> las necesida<strong>de</strong>s sociales… ¿arroz o<br />

celular? <strong>La</strong> gente elegiría celular, y eso nos obliga a enten<strong>de</strong>r<br />

que en un rato los celulares servirán para acercar a los que<br />

están lejos, pero alejar a los cercanos.<br />

Juan Pablo sonrió. Estaba acostumbrado a las disertaciones <strong>de</strong><br />

su hijo y sabía que en ellas había siempre una pizca <strong>de</strong> razón. Lo<br />

provocó:<br />

—Sí, pero es un sistema impersonal que a<strong>de</strong>más vulnera<br />

cualquier intimidad posible. No contestarlo es motivo <strong>de</strong><br />

sospecha.<br />

<strong>La</strong> respuesta tardó medio segundo:<br />

—Padre, me recuerdas a un viejito que alega que en sus<br />

tiempos las cosas eran mejores. Te <strong>de</strong>be costar trabajo<br />

enten<strong>de</strong>r que ahora hay Facebook, Twitter y re<strong>de</strong>s sociales.<br />

Pue<strong>de</strong>n ser frívolas, vacías o con nubes <strong>de</strong> tarados, pero es<br />

lo que rifa.<br />

—José María, me pue<strong>de</strong>s dar las lecciones que gustes. Es<br />

probable que sientas un enorme orgullo por comunicarte<br />

instantáneamente o por ver tu foto en el Facebook. Está<br />

bien. Cuando yo tenía tu edad, <strong>de</strong>bía buscar una pluma,<br />

un papel y darme el tiempo y la cabeza para escribir algo<br />

sensato. Luego, compraba timbres y un sobre y mandaba el<br />

mensaje, que era irreversible porque en las letras escritas no<br />

existe un comando que las borre. No sé qué es mejor, no sé<br />

qué es peor, pero no me acomodo.


103<br />

—Viejito —repitió José María y le lanzó un almohadazo a<br />

traición.<br />

El texto <strong>de</strong> Dupin <strong>de</strong>cía:<br />

Estimados amigos (estoy tentado a llamarlos “cómplices”)… Espero<br />

que su vuelo haya sido placentero y la llegada a la Ciudad Luz llena<br />

<strong>de</strong> ven turas. José María, no <strong>de</strong>jes <strong>de</strong> ir al Museo Picasso y, si te intere sa<br />

Napoleón, te sugiero que visites la Malmaison, un castillo que edificó<br />

Josefina muy cerca <strong>de</strong> París. De hecho, ella lo compró mientras él se<br />

encontraba en la campaña <strong>de</strong> Egipto, y cuando regresó montó en cólera<br />

por el costo exorbitante. Es un lugar precioso.<br />

Bien, es sólo un saludo. Ya me darán noticias. Pero no crea, Juan Pablo,<br />

que he olvidado mi compromiso… le regalo una segunda historia que<br />

anexo, en espera, nuevamente, <strong>de</strong> su indulgencia literaria. Ésta me la<br />

obsequió uno <strong>de</strong> mis pacientes más apreciados y simpáticos. Confío en<br />

que los hará reír.<br />

Los abraza: Dupin<br />

Se trataba, en efecto, <strong>de</strong> una historia divertida acerca <strong>de</strong> un hombre<br />

que inventa un brasier para hombres y <strong>de</strong>dica su vida a comercializarlo<br />

sin ningún éxito y con <strong>de</strong>sventuras cómicas.<br />

—¿Será cierto que Dupin cobra con historias?<br />

—Dupin me dijo que las historias que coleccionaba podían<br />

ser realidad o ficción, aunque ésta parece bastante verosímil.<br />

En fin, a dormir, que mañana nos espera un largo día.


Quince<br />

Dupin terminó la sesión vespertina y fue a su estudio, como lo<br />

hacía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> treinta años atrás, para tomar un trago y escuchar la<br />

BBC. Mientras caminaba pensó en Juan Pablo y José María. Le simpatizaban,<br />

sobre todo el muchacho. Se sentía solo, muy solo, y<br />

entonces recordó a Eugenia…<br />

Cuando era un joven estudiante <strong>de</strong> psicología, Dupin se había convertido<br />

ya en un lobo estepario, un ser solitario e incomunicado.<br />

Recelaba <strong>de</strong> todo y <strong>de</strong> todos. Su ceguera y su fortuna lo hacían pensar<br />

que todo aquel que iniciara un acercamiento estaba motivado<br />

por la compasión o la avaricia. Era por ello que llegaba a la facultad<br />

[105]


106<br />

escoltado por un chofer y se dirigía sin más al aula correspondiente<br />

para tomar la clase sin hablar con nadie y dudando siempre <strong>de</strong><br />

intervenir en las discusiones, a menos que se le formularan preguntas<br />

expresas.<br />

Una tar<strong>de</strong>, sin embargo, y a pesar <strong>de</strong> que conocía <strong>de</strong> memoria el<br />

camino, tropezó con un bote que algún inten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>scuidado<br />

había <strong>de</strong>jado a mitad <strong>de</strong>l camino. Cayó al piso y, en el momento<br />

que hacía el a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> levantarse, sintió una mano <strong>de</strong> mujer que<br />

lo tomaba <strong>de</strong>l brazo y le ayudaba a incorporarse.<br />

—¿No te lastimaste? —fue la pregunta. <strong>La</strong> voz era juvenil,<br />

sin duda <strong>de</strong> una estudiante.<br />

Con el amor propio zaran<strong>de</strong>ado, Dupin exclamó:<br />

—No fue nada, gracias, un simple tropezón.<br />

—¿Quieres que te acompañe a don<strong>de</strong> vayas?<br />

—No es necesario, conozco el camino. Gracias <strong>de</strong> nuevo.<br />

Pasaron un par <strong>de</strong> días, y esta vez, cuando Miguel se dirigía a clase,<br />

escuchó la misma voz femenina <strong>de</strong> días antes.<br />

—¿No hubo huesos fracturados?<br />

—No, salí ileso —fue la respuesta ligeramente seca.<br />

—¿Siempre eres tan hostil con la gente que te ayuda?<br />

—¿Y tú siempre eres tan curiosa? —respondió Miguel.


107<br />

—Sólo con la gente que me parece interesante. Me llamo<br />

Eugenia, soy tu compañera en Psicología Clínica y te he visto<br />

antes. ¿En verdad te llamas Maurice?<br />

—En verdad —respondió Dupin al tiempo que extendía la<br />

mano—. <strong>La</strong>mento <strong>de</strong>cir que yo no te he visto y es probable<br />

que nunca lo haga. Mucho gusto.<br />

A partir <strong>de</strong> ese momento los jóvenes iniciaron una amistad en la<br />

que el <strong>de</strong>senfado y la inteligencia <strong>de</strong> Eugenia lograron abatir las<br />

reservas y <strong>de</strong>fensas <strong>de</strong> Dupin. Empezaron a dar largos paseos en los<br />

que ella le daba explicaciones <strong>de</strong>talladas <strong>de</strong> todo lo que veía. Una<br />

tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> marzo se acostaron juntos y Miguel <strong>de</strong>scubrió que estaba<br />

enamorado. Sentía por primera vez la fuerza <strong>de</strong> un cariño incondicional<br />

y la posibilidad —que nunca consi<strong>de</strong>ró con seriedad— <strong>de</strong><br />

tener una pareja y formar una relación dura<strong>de</strong>ra.<br />

Pasaron los meses, y una mañana <strong>de</strong> septiembre Dupin le pidió a<br />

Eugenia que se casara con él:<br />

—Pensé que jamás lo propondrías, pelmazo —fue la respuesta<br />

llena <strong>de</strong> felicidad.<br />

<strong>La</strong> boda se celebró en el mes <strong>de</strong> marzo, un año <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que<br />

los jóvenes se habían encontrado por vez primera. Asistieron solamente<br />

los padres <strong>de</strong> Eugenia a una ceremonia civil en la casa <strong>de</strong><br />

Dupin. Esa noche, recostados <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> hacer el amor, Eugenia<br />

susurró a Miguel mientras lo besaba:<br />

—Quiero un hijo, Mauricio.


108<br />

Dupin, sentado en el sillón, recordaba ese periodo como el más<br />

feliz <strong>de</strong> su vida. A los pocos meses <strong>de</strong> casarse, ambos se graduaron<br />

<strong>de</strong> la universidad e iniciaron una mo<strong>de</strong>sta consulta en un pequeño<br />

condominio que él había rentado. Durante la comida intercambiaban<br />

sus impresiones sobre los pocos casos que cada uno llevaba.<br />

Por la tar<strong>de</strong> daban largas caminatas acompañados <strong>de</strong> Argos, el<br />

perro que Eugenia le había regalado a Miguel para que le hiciera<br />

compañía. Asistían a conciertos y gozaban <strong>de</strong> una vida en solitario,<br />

pero juntos y satisfechos.<br />

Viajaron por Europa y recorrieron lugares que Dupin imaginaba<br />

a través <strong>de</strong> sus lecturas: París, Capri en homenaje a Munthe, y<br />

muchas <strong>de</strong> las islas griegas. Eugenia <strong>de</strong>scribía con <strong>de</strong>talle todo lo<br />

que veía y Dupin escuchaba atento, sabiendo que <strong>de</strong>bía atesorar<br />

cada instante. Una tar<strong>de</strong> en Corfu, una <strong>de</strong> las islas jónicas, se <strong>de</strong>tuvieron<br />

en un hostal a tomar un refrigerio. Se trataba <strong>de</strong> una agradable<br />

casa encalada con mesas en la terraza. Era atendida por una<br />

familia <strong>de</strong> dos hombres viejos y sus tres hijas casi adolescentes.<br />

Fue una velada memorable. El patriarca sacó vino y narró historias<br />

mientras tocaba una guitarra. Les contó que había conocido a<br />

su esposa a través <strong>de</strong> cartas enviadas por palomas mensajeras, ya<br />

que el padre <strong>de</strong> ella, su suegro, se oponía tajante a su relación. <strong>La</strong>s<br />

hijas habían sido bautizadas en honor <strong>de</strong> diosas griegas: Atenea,<br />

Hera y Deméter. Escuchaban a su padre con veneración, mientras<br />

la mujer, una griega <strong>de</strong> facciones curtidas por el sol mediterráneo,<br />

servía viandas. Dupin jamás olvidó sus voces.<br />

Ese viaje y otros muchos los acercaron, los unieron. Miguel Dupin<br />

no entendía cómo había <strong>de</strong>jado pasar tanta vida sin atreverse a ser<br />

feliz y recelando <strong>de</strong> todo y todos.


109<br />

Pasaron un par <strong>de</strong> años. <strong>La</strong>s consultas <strong>de</strong> ambos empezaron a recibir<br />

un mayor número <strong>de</strong> pacientes, hasta que una tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> julio,<br />

mientras Dupin leía, escuchó aproximarse a Eugenia por atrás <strong>de</strong>l<br />

sillón. Ella tapó sus ojos siguiendo una broma vieja y le dijo:<br />

—Maurice, estoy embarazada.<br />

<strong>La</strong> noticia lo <strong>de</strong>sarmó. No la esperaba. Se abrazaron mientras lágrimas<br />

emergían <strong>de</strong> los ojos sin vida <strong>de</strong> Dupin.<br />

Se dieron a la tarea <strong>de</strong> buscar ropa y accesorios para recibir a su<br />

hijo, remo<strong>de</strong>laron el <strong>de</strong>partamento, iniciaron batallas campales en<br />

la búsqueda <strong>de</strong>l nombre correcto. Hasta que un día Eugenia sintió<br />

molestias e hizo una cita con el médico.<br />

Dos meses <strong>de</strong>spués, mientras Miguel estudiaba, llegó Eugenia al<br />

salón en el que ambos trabajaban. Su voz era el preludio <strong>de</strong> un<br />

<strong>de</strong>sastre y Dupin lo adivinó <strong>de</strong> inmediato:<br />

—¿Qué pasa? —la pregunta estaba cargada <strong>de</strong> ansiedad.<br />

—Te lo diré rápido, como creo que <strong>de</strong>ben <strong>de</strong>cirse estas<br />

cosas. Estoy agonizando… tengo cáncer. El médico me da<br />

algunas semanas <strong>de</strong> vida. No hay nada que hacer, nuestro<br />

hijo no podrá sobrevivir. Perdóname, Maurice.<br />

Los siguientes días se constituyeron en un tobogán emocional<br />

para los dos. <strong>La</strong>s consultas a los mejores médicos fueron infructuosas.<br />

El tiempo con el que contaban era insuficiente para salvar<br />

a su hijo. Eugenia le comunicó a Miguel la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> terminar<br />

con su vida, y él nada pudo hacer para evitarlo. Su última noche<br />

juntos cenaron, tomaron vino, hicieron el amor, y en la mañana


110<br />

ella ya había fallecido al vaciar un frasco <strong>de</strong> pastillas que había<br />

elegido para ese fin.<br />

Después <strong>de</strong>l funeral, Maurice se encerró en su habitación <strong>de</strong> la que<br />

salió dos días más tar<strong>de</strong> transformado en Miguel Dupin y convencido<br />

<strong>de</strong> que abrazar afectos era la vía más corta para morirse <strong>de</strong> tristeza.


Dieciséis<br />

<strong>La</strong> mañana amaneció esplendorosa en París. José María y su padre<br />

<strong>de</strong>cidieron poner manos a la obra, y mientras <strong>de</strong>sayunaban <strong>de</strong>linearon<br />

el plan <strong>de</strong> trabajo: en el pequeño comedor <strong>de</strong>l hotel sólo<br />

había un huésped solitario. Juan Pablo revisó sus notas, que eran<br />

ligeramente <strong>de</strong>smoralizantes:<br />

1. Bertrand Tavernier <strong>traicion</strong>a a su socio <strong>de</strong> nombre Benoit<br />

Pouchet.<br />

2. Tavernier se hace rico fundando la compañía B&B.<br />

[111]


112<br />

3. Benoit tiene una hermana o esposa <strong>de</strong> nombre Isabel.<br />

4. Él, ella o ambos tienen un hijo… Jean Marié.<br />

Nada más.<br />

—Bien —Juan Pablo trató <strong>de</strong> hacer un resumen—, sabemos<br />

que Bertrand murió en 1927 en una finca cercana a París,<br />

que su hijo Pascal viaja a México en la década <strong>de</strong> los treinta,<br />

se casa allá y procrea a Dupin, quien se cambió el nombre<br />

como homenaje a dos <strong>de</strong> sus héroes. También que Benoit<br />

intentó matar a Bertrand y que acabó sus días en la Isla <strong>de</strong>l<br />

Diablo. ¿Qué opciones nos da esta información?<br />

—Un par por lo menos, padre —respondió José María<br />

mientras mordisqueaba su baguette—. <strong>La</strong> primera y más<br />

evi<strong>de</strong>nte es buscar en la guía telefónica a todos los Pouchet<br />

que lleven el nombre <strong>de</strong> Benoit, Isabel o Jean Marié. Es una<br />

talacha infecta pero necesaria. De hecho, en la mañana navegué<br />

un rato y me encontré con la página infobel.fr. Ahí viene<br />

el directorio telefónico <strong>de</strong> toda Francia, aunque creo que lo<br />

primero es concentrarse en París.<br />

—¿Y la segunda?<br />

—Ir a las oficinas corporativas <strong>de</strong> B&B, que todavía se mantienen<br />

en París, aunque ya las compraron unos oligarcas alemanes.<br />

En este caso, necesitamos el charolazo <strong>de</strong>l nieto <strong>de</strong><br />

su fundador, aunque no creo que eso sea problema. Ya sé<br />

que suena tan excitante como el Facebook <strong>de</strong>l Garra, pero<br />

esas son las alternativas. ¿Cómo ves?


113<br />

Parecía razonable, así que Juan Pablo marcó el número <strong>de</strong> Dupin,<br />

le expuso la situación y una hora <strong>de</strong>spués entraba en el fax <strong>de</strong>l<br />

hotel un salvoconducto para él y su hijo, con los atentos saludos<br />

<strong>de</strong> Maurice Tavernier.<br />

—Así se llama Dupin —dijo José María—, perfecto.<br />

Había dos tareas por realizar. Una <strong>de</strong> ellas “infecta”, que consistía<br />

en rastrear a la familia Pouchet en la guía telefónica, mientras que<br />

la otra parecía ligeramente más grata. Juan Pablo sugirió echarlo a<br />

la suerte y sacó una moneda <strong>de</strong> un euro. De un lado se apreciaba la<br />

imagen <strong>de</strong> un árbol <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un hexágono, y <strong>de</strong>l otro el valor <strong>de</strong><br />

la moneda y su símbolo.<br />

—¿Cuál es águila y cuál sol? —preguntó.<br />

—Digamos, “árbol” o “número”. Pido árbol.<br />

<strong>La</strong> moneda giró en el aire, se <strong>de</strong>slizó <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la mesa y fue recogida<br />

por Juan Pablo, que exclamó:<br />

—Ganaste. Supongo que eliges B&B.<br />

—Supones correctamente, padre.<br />

El <strong>de</strong>sayuno terminó y, mientras Juan Pablo se dirigía a la pequeña<br />

sala <strong>de</strong> estar <strong>de</strong>l hotel, José María tomó un plano que le entregó el<br />

concierge y salió a la calle, pactando con su padre que se verían a las<br />

ocho <strong>de</strong> la noche para dar cuenta <strong>de</strong> sus pesquisas.


Diecisiete<br />

París no tiene madre, lo sabía. Es evi<strong>de</strong>nte que sus habitantes lo<br />

saben y te miran por arriba <strong>de</strong>l hombro… no es necesario ser arrogante<br />

ni idiota cuando atien<strong>de</strong>s a un turista extranjero y mucho<br />

menos dar resoplidos <strong>de</strong> perro.<br />

El hotel tampoco tuvo madre. Es como ser Enrique IV: hay buhardilla,<br />

tina y cualquier cantidad <strong>de</strong> pomaditas que no necesitamos. Nos<br />

dividimos el trabajo: mi padre perdió el volado y tiene que revisar la<br />

guía telefónica; a mí me toca ir a la empresa…<br />

[115]


116<br />

Llamé y me atendió una señora. Me explicó que una cita era posible<br />

sólo si yo <strong>de</strong>mostraba interés jurídico. Me pareció una mamada, pero<br />

la carta <strong>de</strong> Dupin me antecedía, así que <strong>de</strong>jé a la gorda <strong>de</strong> doce euros<br />

hablando sola y le dije que quería hablar con su supervisora. Esperé<br />

un minuto y me contestó una mujer amable. No entendía cómo era<br />

posible que mi salvoconducto tuviera más <strong>de</strong> cien años, pero me dio<br />

cita a las doce.<br />

Llegué a un corporativo impresionante: dos secretarias sacadas <strong>de</strong><br />

revistas <strong>de</strong> buenonas indagaban acerca <strong>de</strong> mi pasado. Di la i<strong>de</strong>ntificación<br />

<strong>de</strong> la unaM, parpa<strong>de</strong>aron y pasé al piso quince, don<strong>de</strong> fui<br />

recibido por otra mujer. Expliqué mi cita, se me ofreció un refresco<br />

asqueroso <strong>de</strong> nombre orangina y, pasados diez minutos, llegó Elisa.<br />

No mames…<br />

Era una mezcla <strong>de</strong> Isabelle Huppert y Grace Kelly.<br />

Tiene veintipocos años y no parece francesa: el pelo negro cortado a<br />

los hombros. <strong>La</strong>s facciones son regulares y su trato suave.<br />

Sonrió:<br />

—No eres francesa —dije.<br />

—Es lo que todo mundo me dice, pero lo soy. Mi abuelo<br />

emigró poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la Guerra Civil española, venía <strong>de</strong><br />

Granada, así que algo <strong>de</strong> andaluz hay en mí.<br />

Hizo una pausa, me miró y lanzó varias preguntas.


117<br />

—<strong>La</strong> verdad es que nos intrigó mucho tu visita. No todos los<br />

días recibimos una comunicación <strong>de</strong>l nieto <strong>de</strong> nuestro fundador<br />

<strong>de</strong>l que, para serte franca, ni siquiera sabíamos <strong>de</strong> su<br />

existencia. Por otro lado, tú eres <strong>de</strong>masiado joven, lo que produce<br />

un segundo misterio. En fin, ya me contarás. Mi nombre<br />

es Elisa Domínguez y soy la responsable <strong>de</strong> los archivos históricos<br />

<strong>de</strong> la compañía. Manejamos un pequeño museo que<br />

se encuentra en la planta baja. ¿Te parece que platiquemos<br />

mientras lo visitamos?<br />

Me parecía, así que tomamos el elevador y entramos a un salón no<br />

muy gran<strong>de</strong> en el que se apreciaban fotografías viejas, envases <strong>de</strong><br />

cerveza originales, actas notariadas y madres <strong>de</strong>l estilo. Bertrand<br />

Tavernier posaba en una foto con los brazos cruzados y aire satisfecho.<br />

Detrás <strong>de</strong> él se veía una turba <strong>de</strong> trabajadores que seguro estaban<br />

a huevo en la fotografía. Los enmarcaba un edificio con un letrero<br />

enorme: B&B Bière. Tavernier era un hombre alto y con un mostacho<br />

como el <strong>de</strong> Agallón Mafafas. Elisa preguntó entonces:<br />

—Bien, ¿qué te trae por acá?<br />

Medité unos segundos la respuesta para tratar <strong>de</strong> ser lo más claro<br />

posible.<br />

—Mi padre y yo fuimos comisionados para tratar <strong>de</strong> rastrear<br />

un misterio. Bertrand Tavernier registró y fundó esta compañía<br />

a finales <strong>de</strong>l siglo XiX, se hizo millonario y también<br />

sabemos que más o menos veinte años <strong>de</strong>spués la vendió a<br />

una corporación que, a su vez, fue absorbida por este grupo.<br />

Sin embargo, hay un problema. Bertrand tenía un socio al<br />

que <strong>de</strong>jó en la calle. <strong>La</strong> pregunta que nos interesa respon<strong>de</strong>r<br />

es ¿qué fue lo que pasó para provocar ese distanciamiento?


118<br />

Y es ahí don<strong>de</strong> necesitamos tu ayuda. Cualquier referencia<br />

a algún reclamo por parte <strong>de</strong> Benoit Pouchet, Isabel (ignoramos<br />

el apellido pero podría ser Pouchet también) o Jean<br />

Marié Pouchet sería <strong>de</strong> enorme utilidad.<br />

Elisa me miró pensativa, pero risueña.<br />

—Me encantan los misterios. Éste en particular no me es<br />

familiar, aunque me gustaría ayudarte. Te propongo que<br />

me <strong>de</strong>s un par <strong>de</strong> días para revisar los archivos <strong>de</strong> la empresa<br />

y me comunico contigo. ¿Estás <strong>de</strong> acuerdo?<br />

Sólo un imbécil, que no era yo, no lo estaría, así que accedí y saqué<br />

una tarjeta que había tomado en la recepción <strong>de</strong>l hotel. Elisa me <strong>de</strong>spidió<br />

con un beso y me hizo un cariño en el pelo, que es el mismo<br />

que se le hace a un perro. Prometió llamarme.<br />

Regresé al hotel y encontré a mi pobre padre con los ojos rojos y una<br />

libreta <strong>de</strong> notas llena <strong>de</strong> garabatos. Su aspecto era el <strong>de</strong> un <strong>de</strong>shollinador<br />

y se notaba fastidiado.<br />

—Por lo visto no te fue bien —dije cuando le vi la cara <strong>de</strong><br />

hueva interplanetaria.<br />

—Depen<strong>de</strong>. Hay catorce Pouchets en París, incluidos un café<br />

y una cava. Ninguno <strong>de</strong> ellos respon<strong>de</strong> al nombre <strong>de</strong> Benoit,<br />

Isabel o Jean Marié. Hay Raymond, Monique o Line… los<br />

llamé a todos y me trataron como a un loco. Aunque tengo<br />

un as bajo la manga, pero antes dime, ¿tuviste más suerte?<br />

—Me atendieron muy bien, y la mujer que lo hizo es un<br />

avión, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> simpática. Pidió tiempo para hacer averi-


119<br />

guatas en sus archivos y prometió llamarme. ¿Qué sorpresa<br />

tienes?<br />

—Pensé una imbecilidad, pero estaba tan frustrado que <strong>de</strong>cidí<br />

hacer un intento. No entiendo como a Dupin se le escapó.<br />

—¿De qué se trata?<br />

—Teclee en Google “Benoit Pouchet” y mira lo que hallé.<br />

—Mi padre me mostró el monitor en el que se leía:<br />

“Benoit Pouchet. Senior Manager. Rothschild. Vodickova 710/31.<br />

Praha-Navé Mesto. Email bpouchet@rotschild.com”<br />

—¡Madres! —exclamé.<br />

—Madres —confirmó mi viejo y agregó —como el burro que<br />

tocó la flauta.<br />

Entré a la página <strong>de</strong> Rothschild en Praga y comprendí que era una<br />

actualización muy reciente, <strong>de</strong> ahí que Dupin no la hubiera <strong>de</strong>tectado.<br />

Era lo más sólido que teníamos. Decidimos, dado el cansancio,<br />

discutir por la mañana los siguientes pasos. Mi padre se durmió y yo<br />

me enfrasqué en Los miserables, un verda<strong>de</strong>ro novelón. Victor Hugo<br />

la publicó en 1862 y es una clase magistral <strong>de</strong> historia, arquitectura,<br />

pero sobre todo, <strong>de</strong> la forma como el hombre se comporta en situaciones<br />

extremas… podría darme pistas, así que seguí absorbiendo<br />

las <strong>de</strong>sventuras <strong>de</strong> Valjean. Finalmente me venció el sueño pensando<br />

en Benoit Pouchet y su improbable homónimo checo.


Dieciocho<br />

Sopesamos nuestras posibilida<strong>de</strong>s en la mañana, mientras Elisa no<br />

diera color, el Pouchet checo era nuestro único asi<strong>de</strong>ro. Decidimos<br />

escribirle y esperar que tuviera la paciencia para enten<strong>de</strong>r que no<br />

éramos un par <strong>de</strong> imbéciles surgidos <strong>de</strong> la nada, aunque eso pareciera.<br />

Lo hicimos con un texto breve y parco en el que le solicitábamos<br />

<strong>de</strong> ser una posible una entrevista solo en el caso <strong>de</strong> que supiera<br />

algo acerca <strong>de</strong> su homónimo parisino <strong>de</strong> la última década <strong>de</strong>l siglo<br />

XiX. <strong>La</strong> respuesta, en un inglés impecable, llegó en el momento que<br />

veíamos un plano para visitar el drenaje <strong>de</strong> París. Era un lunes y<br />

Pouchet nos podía recibir el miércoles a las seis <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> en su<br />

casa <strong>de</strong> Praga, si ello “no representaba inconveniente dado que tenía<br />

[121]


122<br />

interés en saber algo más <strong>de</strong> su tío abuelo”. El correo anexaba un<br />

plano y la solicitud <strong>de</strong> respuesta.<br />

Mi padre tomó el teléfono, buscó a Dupin, que ya se había <strong>de</strong>spertado,<br />

le explicó el hallazgo. Cuando colgó me dijo sonriente:<br />

—Conocerás Praga.<br />

Después <strong>de</strong> mandar una respuesta a Pouchet confirmando la<br />

cita hicimos las reservas <strong>de</strong> vuelo en Easyjet y salimos a caminar.<br />

Parecíamos <strong>de</strong>tectives <strong>de</strong> pacotilla. Visitamos la Torre Eiffel en el<br />

plan más naco que registra la historia. Sacamos dinero y, mientras<br />

comíamos algo en un bistro, el viejo dijo:<br />

—José María, no lo estamos haciendo bien. Me siento un<br />

estafador.<br />

—Padre, relájate. Hemos hecho lo que po<strong>de</strong>mos, que por<br />

supuesto no es mucho pero, a menos que reencarnemos en<br />

Poirot, no queda más que esperar. Por lo pronto quiero visitar<br />

la tumba <strong>de</strong> Morrison.<br />

—Va —respondió divertido—. Tenemos un trato.<br />

Lo que siguió fue un tour por París. No fuimos a un paseo por el<br />

Sena, ni a una visita guiada al Louvre. Mi padre tenía un toque único<br />

para enten<strong>de</strong>r la ciudad que honestamente agra<strong>de</strong>cí. Me quería<br />

enseñar mundo... Caminando cerca <strong>de</strong>l Arco <strong>de</strong>l Triunfo, hallé un<br />

día al estafador más pen<strong>de</strong>jo <strong>de</strong>l planeta. Mi padre se había quedado<br />

tomando un café y yo preferí caminar. Llevaba una mochila al<br />

hombro, tenis, bermudas y, el dato clave, un mapa en la mano. De<br />

pronto se me acercó un hombre que preguntó si era parisino. Me dio


123<br />

curiosidad tratar <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r cuál sería su método, y le contesté que<br />

no. El tipo dijo entonces que era un fabricante <strong>de</strong> ropa italiano que<br />

estaba en París para una convención (si la convención hubiera sido<br />

<strong>de</strong> menesterosos, le hubiera creído) y explicó que le había sobrado<br />

un remanente <strong>de</strong> ropa que me ofrecía “a precios extraordinarios”.<br />

Todavía me estoy riendo.<br />

Encontré a mi padre pagando la cuenta y nos dirigimos a Pêre-<br />

<strong>La</strong>chaise. Cumplía su promesa. Después <strong>de</strong> todo, está cabrón encontrar<br />

un sitio <strong>de</strong> cuarenta y tres hectáreas en el que hay tanto cadáver<br />

ilustre: Oscar Wil<strong>de</strong>, Edith Piaf, Gay Lussac, Comte, Miguel Ángel<br />

Asturias, María Callas, Jaques-Louise David —un lambiscón que<br />

pintó a Napoleón—, Delacroix o cualquier peso pesado equivalente.<br />

Mi tema era Morrison, que fue enterrado en la división seis en 1971.<br />

No mamar, el epitafio dice (lo juro) una frase en griego antiguo:<br />

Kata ton daimona eaytoy, que esencialmente se traduce como “Cada<br />

quien su propio <strong>de</strong>stino”.<br />

Pues sí.<br />

Salimos en silencio y pensé en Porfirio Díaz, alojado con menos dignidad<br />

en Montparnasse… se lo merecía por cabrón.<br />

Regresamos al hotel, estábamos molidos así que <strong>de</strong>cidimos subir<br />

a la habitación para <strong>de</strong>scansar. Ya recostados, y mientras mi padre<br />

leía, preguntó sin mirarme, supongo que para restarle fuerza a la<br />

pregunta:<br />

—José María, ¿has consumido drogas?


124<br />

<strong>La</strong> pregunta me tomó fuera <strong>de</strong> base, pero entendí que se vinculaba<br />

con nuestra visita a la tumba <strong>de</strong>l Rey <strong>La</strong>garto, quien se metió hasta<br />

el astringosol y por ello <strong>de</strong>scansaba en paz. Pensé rápidamente en el<br />

día que el Perro sacó un toque <strong>de</strong> mota y lo distribuyó entre nosotros.<br />

—No padre, no lo he hecho. <strong>La</strong> verdad es que se me antoja<br />

poco, y no porque sea la madre Teresa, sino porque creo que<br />

embotarte a lo pen<strong>de</strong>jo no es buena i<strong>de</strong>a. Pero creo también<br />

que ya es momento <strong>de</strong> legalizarla y <strong>de</strong>jar que cada quien<br />

haga lo que le dé la gana. Esas pinches mojigaterías <strong>de</strong> prohibir<br />

las drogas, pero permitir cosas mucho más graves, simplemente<br />

no las entiendo. Y los pinches narcos haciendo lo<br />

que les da la gana… es idiota.<br />

Mi padre, aún sin voltearme a ver, esbozó una sonrisa.<br />

Era mi turno.<br />

—Ya sé que soy un hijo <strong>de</strong> la chingada (nunca un término<br />

mejor aplicado), pero no he leído tu última novela y, si pesqué<br />

bien las cosas, su trama fue la que <strong>de</strong>terminó que Dupin<br />

te buscara. ¿De qué trata, padre?<br />

Esta vez sí me miró y dijo:<br />

—En toda familia, José María, se cuentan historias que van<br />

y vienen, que se magnifican <strong>de</strong> acuerdo a la imaginación generacional<br />

y que se llenan <strong>de</strong> gloria si resultan exitosas o<br />

cargadas <strong>de</strong> amargura cuando el <strong>de</strong>stino o el azar, no importa,<br />

las convierte en <strong>de</strong>rrotas.<br />

—¿Cómo la <strong>de</strong>l bisabuelo tuerto? —interrumpí.


—Justamente.<br />

125<br />

<strong>La</strong> leyenda contaba que mi bisabuelo se había metido en la sierra <strong>de</strong><br />

Coahuila buscándose la vida, convencido <strong>de</strong> que había oro en esos<br />

montes. <strong>La</strong> razón por la que llegó a esta conclusión era un misterio<br />

geológico, porque cualquiera que no sea pen<strong>de</strong>jo sabe que hay<br />

puros árboles, pero en fin. Pasó medio año, y cuando lo daban por<br />

muerto apareció un día sin una pinche onza <strong>de</strong> oro y, lo más importante,<br />

sin el ojo <strong>de</strong>recho, cuya cuenca tapó el resto <strong>de</strong> su vida con un<br />

paliacate. <strong>La</strong> historia que contó era <strong>de</strong>lirante y hablaba <strong>de</strong> pepitas<br />

<strong>de</strong> medio kilo y <strong>de</strong> ataques <strong>de</strong> puma, por lo que todo mundo <strong>de</strong>cidió<br />

darle el avión y asumir que el <strong>de</strong>stino familiar era el <strong>de</strong>l simple<br />

fracaso.<br />

—Te <strong>de</strong>cía —continuó mi padre— que estas historias que se<br />

contaban en la tertulia familiar eran infinitas, y una <strong>de</strong> ellas<br />

llamó siempre mi atención: hablaba <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> hermanos,<br />

parientes lejanos nuestros, que formaron una sociedad hasta<br />

que uno <strong>de</strong> ellos <strong>traicion</strong>ó al otro. <strong>La</strong> historia terminó <strong>de</strong><br />

mala manera, ya que el hermano agraviado tomó la <strong>de</strong>cisión<br />

<strong>de</strong> asesinar al otro y quedarse con todo. Se hubiera salido con<br />

la suya, pero cometió el error <strong>de</strong> contárselo a la mujer <strong>de</strong> la<br />

que estaba enamorado y ésta, horrorizada, lo <strong>de</strong>lató obligándolo<br />

a huir. Nunca más se supo <strong>de</strong> él. <strong>La</strong> trama me parecía<br />

el armazón <strong>de</strong> una novela y me puse a escribir. ¿Para qué?<br />

Para que el here<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> mis <strong>de</strong>udas no se tome la molestia<br />

<strong>de</strong> leerla —bromeó.<br />

—Pero te acercó a Dupin y nos tiene en París, padre. No es<br />

mal saldo.<br />

—Efectivamente, no lo es —dijo ¿resignado? y apagó la luz.


Diecinueve<br />

Rennes, la capital <strong>de</strong> Bretaña, está situada a un poco más <strong>de</strong> trescientos<br />

kilómetros al oeste <strong>de</strong> París. Es una ciudad no muy gran<strong>de</strong>, habitada<br />

por más o menos medio millón <strong>de</strong> bretones. Goza <strong>de</strong> un clima<br />

oceánico e inviernos mo<strong>de</strong>rados. Si se quiere ir al Monte Saint-<br />

Michel, es menester tomar un tren a Rennes, por lo que no es poco<br />

común ver hordas <strong>de</strong> turistas japoneses, y más recientemente chinos,<br />

<strong>de</strong>ambulando por sus calles.<br />

En esta ciudad nació, en el seno <strong>de</strong> una familia acomodada, Alphonse<br />

Metièr en el año <strong>de</strong> 1945, muy cerca <strong>de</strong>l final <strong>de</strong> la guerra. Su padre<br />

y su abuelo fueron médicos, así que Alphonse, sin ser consultado y<br />

[127]


128<br />

al llegar a su mayoría <strong>de</strong> edad, fue enviado a París para estudiar la<br />

profesión heredada. No lo hizo mal. Fue uno <strong>de</strong> los alumnos más<br />

aventajados y, cuando planeaba establecerse <strong>de</strong> manera más formal<br />

eligiendo la hematología, llegó 1968 y el mayo <strong>de</strong> París. Su padre,<br />

horrorizado por lo que consi<strong>de</strong>raba la “rebelión <strong>de</strong> una turba”, le<br />

or<strong>de</strong>nó regresar a su ciudad natal, <strong>de</strong> la que jamás salió <strong>de</strong> nuevo.<br />

En todo esto pensaba el doctor Metièr cuando fue interrumpido<br />

por su asistente para anunciarle que el paciente <strong>de</strong> las seis había<br />

llegado. Alphonse suspiró y se dirigió a uno <strong>de</strong> los cubículos <strong>de</strong><br />

la próspera clínica que había establecido muy cerca <strong>de</strong>l centro <strong>de</strong> la<br />

ciudad. Los resultados no eran malos, había superado con creces<br />

los logros familiares y, en un acto <strong>de</strong> tardía rebelión (su padre lo<br />

llamo “comunista”), <strong>de</strong>cidió aten<strong>de</strong>r <strong>de</strong> manera gratuita a un porcentaje<br />

<strong>de</strong> sus enfermos. René era uno <strong>de</strong> ellos y pa<strong>de</strong>cía hemofilia,<br />

una enfermedad <strong>de</strong> origen genético que años atrás le hubiera<br />

costado la vida <strong>de</strong>bido a la <strong>de</strong>ficiencia <strong>de</strong> una proteína llamada globulina<br />

antihemofílica en la sangre. Sin embargo, los avances más<br />

recientes habían i<strong>de</strong>ntificado los elementos <strong>de</strong>terminantes <strong>de</strong> la<br />

enfermedad y era posible —Alphonse lo hacía periódicamente con<br />

René— inyectar factores coagulantes que daban una razonable<br />

esperanza <strong>de</strong> vida.<br />

El médico entró al cubículo don<strong>de</strong> ya lo esperaba su paciente<br />

que, entrenado durante años, se arremangó la camisa mientras lo<br />

saludaba:<br />

—Hola, doctor.<br />

—Hola, René. Tienes buen aspecto —mintió Metièr, consciente<br />

<strong>de</strong> que se apartaba <strong>de</strong> la verdad—. ¿Cómo va todo?


129<br />

—Jalando la carreta, doctor, la mo<strong>de</strong>rnidad me aniquila.<br />

René se <strong>de</strong>dicaba al negocio <strong>de</strong> la impresión y veía cómo día a día<br />

su taller recibía menos pedidos, <strong>de</strong>bido al creciente uso <strong>de</strong> técnicas<br />

<strong>de</strong> cómputo que hacían más barato el trabajo, y que lo sacaban <strong>de</strong>l<br />

mercado <strong>de</strong> manera inexorable.<br />

—Verás que todo se arregla —fue la réplica <strong>de</strong> Alphonse—.<br />

¿Cómo va la rodilla?<br />

<strong>La</strong> hemofilia producía en René hemartrosis, o sangrado <strong>de</strong> la articulación<br />

<strong>de</strong> la rodilla, lo que le había generado una leve <strong>de</strong>formidad.<br />

—Da la molestia que tiene que dar —contestó René con<br />

cierta resignación, aunque un <strong>de</strong>stello <strong>de</strong> dignidad brillaba<br />

en su mirada.<br />

Alphonse Metièr le dirigió una sonrisa. Inyectó el brazo izquierdo<br />

<strong>de</strong>l paciente a la altura <strong>de</strong>l antebrazo y se <strong>de</strong>spidió con un apretón<br />

<strong>de</strong> manos. René se dirigió a la recepción para agendar su siguiente<br />

cita, y luego salió con el andar cuidadoso que lo había acompañado<br />

toda la vida.<br />

<strong>La</strong> recepcionista lo miró y luego anotó en la agenda <strong>de</strong> piel:<br />

“Martes 25, 16:00 p.m. René Tavernier.”


Veinte<br />

Jean Valjean se encontraba en la cloaca <strong>de</strong> París.<br />

En un abrir y cerrar <strong>de</strong> ojos había pasado <strong>de</strong> la luz a las tinieblas, <strong>de</strong>l<br />

mediodía a la medianoche, <strong>de</strong>l ruido al silencio, <strong>de</strong>l torbellino a la quietud<br />

<strong>de</strong> la tumba, y <strong>de</strong>l mayor peligro a la seguridad absoluta.<br />

Qué instante tan extraño aquél cuando cambió la calle don<strong>de</strong> en todos<br />

lados veía la muerte, por una especie <strong>de</strong> sepulcro don<strong>de</strong> <strong>de</strong>bía encontrar<br />

la vida. Permaneció algunos segundos como aturdido, escuchando, estupefacto.<br />

Se había abierto <strong>de</strong> improviso ante sus pies la trampa <strong>de</strong> salvación<br />

que la bondad divina le ofreció en el momento crucial.<br />

[131]


132<br />

Cuando <strong>de</strong>spertó José María regresó a Los miserables. Era fascinante<br />

la <strong>de</strong>scripción <strong>de</strong>l sistema <strong>de</strong> alcantarillado <strong>de</strong> París y la pasión por<br />

el <strong>de</strong>talle. El texto, que situaba a Valjean en el subterráneo parisino,<br />

podía ser firmado por un ingeniero hidráulico. Estar en la ciudad<br />

que protagoniza la obra era algo que el joven disfrutaba: i<strong>de</strong>ntificar<br />

las calles, los edificios retratados por Hugo, le generaba una<br />

sensación <strong>de</strong> ser parte <strong>de</strong> esa historia. El joven propuso a su padre<br />

visitar <strong>de</strong>s Egouts <strong>de</strong> París, el Museo <strong>de</strong> las Cloacas al que se acce<strong>de</strong><br />

por el lado sur <strong>de</strong>l Pont <strong>de</strong> l´Alma. Tenían el día libre así que Juan<br />

Pablo aceptó la i<strong>de</strong>a. Entraron por unas escaleras hacia una espaciosa<br />

galería con un canal intermedio. <strong>La</strong>s calles parisinas tienen un<br />

túnel <strong>de</strong> drenaje, lo que produce que la Ciudad Luz esté replicada<br />

por una red <strong>de</strong> dos mil kilómetros <strong>de</strong> ductos y canales en algunos<br />

<strong>de</strong> los cuales vivió Jean Valjean. En el museo encontraron objetos<br />

perdidos y réplicas <strong>de</strong> los botes en los que los trabajadores dan<br />

mantenimiento a las cañerías, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> horas el olor<br />

los ahuyentó y salieron a la calle.<br />

—¿Ahora? —preguntó Juan Pablo que observaba a su hijo<br />

disfrutar la visita.<br />

—Pues si andas complaciente, padre, me gustaría ir al<br />

Panthéon antes <strong>de</strong> regresar al hotel, hay algo que me gustaría<br />

mostrarte.<br />

El edificio era una mole impresionante al que se acce<strong>de</strong> por una<br />

amplia plaza. Entraron y pagaron sus boletos. Des<strong>de</strong> la cúpula colgaba<br />

un cable <strong>de</strong> acero con una esfera metálica que oscilaba con<br />

simetría.<br />

—El péndulo <strong>de</strong> Foucault, padre.


—¿Cómo el libro <strong>de</strong> Eco?<br />

133<br />

—Justamente al revés, Eco lo toma <strong>de</strong> esta cosa que estás<br />

viendo. En 1851 León Foucault colgó un cable <strong>de</strong> 67 metros<br />

con una bala <strong>de</strong> cañón <strong>de</strong> 28 kilos a la que le puso una punta<br />

que trazaba líneas sobre una superficie <strong>de</strong> arena. Hizo oscilar<br />

el péndulo y <strong>de</strong>mostró la rotación terrestre. Fíjate como<br />

el plano <strong>de</strong>l péndulo no se mueve pero si regresamos en una<br />

hora estará en una posición diferente.<br />

—Entiendo poco.<br />

—No importa padre, sólo piensa que la Tierra va en chinga,<br />

recorre 1 700 kilómetros por hora en el Ecuador, si suspen<strong>de</strong>s<br />

un objeto y lo <strong>de</strong> abajo se mueve, lo podrás apreciar. Eso<br />

pensó Foucault, por cierto, contemporáneo <strong>de</strong> Pasteur.<br />

Padre e hijo continuaron la visita, recorrieron las tumbas <strong>de</strong> Victor<br />

Hugo, Zola, Voltaire y Rousseau.<br />

—Puro chingonete padre. ¿Te late una baguette?<br />

El martes terminaba con un París sometido al viento mientras<br />

padre e hijo charlaban y reían en un pequeño local <strong>de</strong> la calle<br />

Vaugirard.


Llegaron a Praga a las dos <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un vuelo <strong>de</strong> poco<br />

menos <strong>de</strong> dos horas. El contacto estaba hecho y la cita era a las seis,<br />

se hospedaron en el Grand Hotel Praha, justo enfrente <strong>de</strong>l reloj<br />

astronómico en la plaza principal, revisaron un mapa y dieron<br />

con la calle Na Kampé, que se hallaba <strong>de</strong>l otro lado <strong>de</strong> la ribera<br />

<strong>de</strong>l Moldava, justo al lado <strong>de</strong>l puente <strong>de</strong> Carlos IV, era una distancia<br />

caminable así que emprendieron la marcha admirándose <strong>de</strong> la<br />

belleza <strong>de</strong> la ciudad. Tocaron el timbre <strong>de</strong> una espaciosa resi<strong>de</strong>ncia<br />

faltando tres minutos para las seis.<br />

—Otro oligarca, padre.<br />

Veintiuno<br />

[135]


136<br />

Les abrió un hombre <strong>de</strong> edad madura y aspecto relajado que los<br />

invitó a pasar <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un apretón <strong>de</strong> manos. Se instalaron en<br />

una estancia <strong>de</strong>corada con sobriedad y su anfitrión se presentó <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> ofrecerles una taza <strong>de</strong> café.<br />

—Bien, como saben me llamo Benoit Pouchet y entiendo<br />

que tienen noticias <strong>de</strong> mi tío abuelo francés —dijo en inglés<br />

con un ligero acento.<br />

Juan Pablo invirtió unos minutos en contarle la historia que los<br />

había llevado a Europa. Benoit asentía lentamente y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

una pausa en la que sirvió un poco más <strong>de</strong> café inició su historia.<br />

—No sé si pueda serles <strong>de</strong> alguna ayuda, algo conozco <strong>de</strong> la<br />

historia <strong>de</strong> Benoit ya que era hermano <strong>de</strong> mi abuelo Félix.<br />

Eran muy unidos. Sin embargo nunca conoció a Bertrand,<br />

<strong>de</strong>l que sé por algunas crónicas familiares. Permítanme contarles<br />

una historia, Gustavo Rothschild y su familia vieron<br />

una oportunidad en el Canal <strong>de</strong> Panamá y accedieron a<br />

financiar a Fernando <strong>de</strong> Lesseps para la construcción <strong>de</strong>l<br />

canal a finales <strong>de</strong>l siglo XiX. Era una inversión cuantiosa y<br />

<strong>de</strong>cidieron contratar a un ingeniero supervisor, la <strong>de</strong>cisión<br />

recayó en Félix Pouchet, un joven entusiasta que se había<br />

graduado recientemente. Mi abuelo viajó a Centroamérica y<br />

realizó un trabajo satisfactorio que nada tuvo que ver con el<br />

<strong>de</strong>sastre financiero <strong>de</strong> la obra. Cuando regresó a Francia los<br />

Rothschild le tenían otra asignación; la ciudad <strong>de</strong> Praga en<br />

1897 <strong>de</strong>cidió la <strong>de</strong>molición <strong>de</strong>l Barrio Judío y dada la trascen<strong>de</strong>ncia<br />

<strong>de</strong>l proyecto y el apego religioso <strong>de</strong> la familia, le<br />

encomendaron nuevamente labores <strong>de</strong> supervisión. <strong>La</strong> obra<br />

era monumental y concluyó hasta 1914, por lo que el abuelo<br />

sentó raíces en esta ciudad, se casó y tuvo un hijo, mi padre,


137<br />

al que llamó Benoit en honor <strong>de</strong> su malogrado hermano.<br />

Mi padre vivió la transición al comunismo y murió en 1965,<br />

cuando yo tenía seis años <strong>de</strong> edad. Con la caída <strong>de</strong>l muro<br />

las cosas cambiaron y los Rothschild volvieron a instalarse<br />

en Praga. Yo me <strong>de</strong>dico a cuestiones financieras y trabajo<br />

con ellos hace ya algunos años. Llevo el mismo nombre<br />

—Benoit— <strong>de</strong> mi tío abuelo <strong>de</strong>l que sé que terminó muy<br />

mal. Aparentemente Bertrand Tavernier lo <strong>de</strong>jó en la calle<br />

y ello le produjo una amargura <strong>de</strong> la que nunca se repuso,<br />

terminó sus días preso. Sé que hay un hijo pero, a pesar <strong>de</strong><br />

haberlo buscado, su pista se pier<strong>de</strong> a principios <strong>de</strong>l siglo XX.<br />

Ignoro si ese niño murió o cambió su nombre ante el escándalo,<br />

pero estoy seguro que ésa es la única salida posible, si<br />

es que la hay, un hijo. Como ven, no es mucho lo que aporto,<br />

pero quizá sirva <strong>de</strong> algo. ¿Más café?<br />

No eran buenas noticias, el viaje a Praga no rendía los resultados<br />

esperados y padre e hijo se <strong>de</strong>spidieron mientras salían a la tar<strong>de</strong><br />

fresca coronada por el castillo a la orilla <strong>de</strong>l Moldava. Su avión salía<br />

a la noche <strong>de</strong>l día siguiente, así que <strong>de</strong>cidieron regresar a la plaza y<br />

comer un par <strong>de</strong> salchichas y papas con ajo en una feria <strong>de</strong> alimentos<br />

locales que disfrutaron frente al reloj astronómico.<br />

—¿Qué sigue? —Juan Pablo admiraba la belleza <strong>de</strong> la plaza.<br />

—Visitar Praga mañana padre y regresar a París, para saber<br />

si Elisa encontró algo. Si somos un fracaso no será porque<br />

no lo intentamos.<br />

<strong>La</strong> mañana siguiente fue <strong>de</strong> visita relámpago ya que su avión salía<br />

a las ocho <strong>de</strong> la noche. Caminaron a la casa <strong>de</strong> Kafka pero estaba


138<br />

cerrada. Cerca <strong>de</strong> ahí se encontraba el barrio judío, entraron al<br />

cementerio que los impresionó por su rareza:<br />

—Que amontona<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> tumbas padre. ¿Sabes que están<br />

así porque a los judíos no se les permitía enterrar a los<br />

muertos en otro lugar? Hay lápidas <strong>de</strong>l siglo XiV.<br />

Continuaron hacia la sinagoga española y al salir tomaron un refrigerio<br />

en el restaurante Pushkin, quedaba poco tiempo así que visitaron<br />

la plaza en la que en 1969 se inmolaron Jan Palach y Jan Zajíc<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la primavera <strong>de</strong> Praga. Apenas les dio tiempo <strong>de</strong> llegar<br />

al aeropuerto y a las once <strong>de</strong> la noche estaban <strong>de</strong> vuelta en París.<br />

Había una nota <strong>de</strong> Elisa.<br />

Después <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sayuno y un reporte por correo electrónico a Dupin,<br />

Juan Pablo y José María subieron a su buhardilla para buscar a Elisa.<br />

Pactaron una cita a la hora <strong>de</strong>l almuerzo en un pequeño café cerca<br />

<strong>de</strong> las oficinas <strong>de</strong>l corporativo. Era sábado, día <strong>de</strong> futbol. Des<strong>de</strong> la<br />

recepción <strong>de</strong>l hotel reservaron un par <strong>de</strong> boletos para el partido<br />

entre el París Saint Germain y el Valenciennes, que se celebraría<br />

a las 19:00 en el Parque <strong>de</strong> los Príncipes. Ambos eran profundos<br />

aficionados, aunque los separaba inexorablemente su preferencia;<br />

Juan Pablo simpatizaba con el Cruz Azul, mientras que José María<br />

era Puma hasta el tuétano.<br />

—¿Cruz Azul? No jodas, padre. Es un equipo mequetrefe y<br />

<strong>de</strong> albañiles —pullaba José María.<br />

Disfrutaban mucho <strong>de</strong> la trivia futbolera. Ambos sabían que el<br />

portero mexicano Óscar Bonfiglio fue el primero en recibir gol en<br />

copa <strong>de</strong>l mundo el 13 <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 1930, en el partido inaugural<br />

ante Francia, aunque en su <strong>de</strong>scargo reconocían que también fue


139<br />

el primero en la historia <strong>de</strong> los mundiales en <strong>de</strong>tener un penalti<br />

ante el francés Fernand Paternoster. Se rego<strong>de</strong>aban con el dato <strong>de</strong><br />

Martín Palermo fallando tres penales ante Colombia en partido<br />

<strong>de</strong> primera ronda <strong>de</strong> Copa América en 1999, o en el gol <strong>de</strong>l uruguayo<br />

Alci<strong>de</strong>s Edgardo Ghiggia que le arrebató la copa <strong>de</strong>l mundo<br />

a Brasil en 1950.<br />

Esa mañana vagaron un rato por las calles parisinas y a la hora<br />

acordada se presentaron juntos en el sitio pactado con Elisa, quien<br />

llegó con cinco minutos <strong>de</strong> retraso. Juan Pablo confirmó la percepción<br />

<strong>de</strong> José María: era una mujer muy atractiva que entraba al local<br />

poniendo por <strong>de</strong>lante, como ban<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> asalto, un par <strong>de</strong> ojos<br />

negros que <strong>de</strong>lataban su origen andaluz.<br />

—Hola, Elisa —saludó José María—. Te presento a mi<br />

padre, el novelista.<br />

<strong>La</strong> joven le dio un par <strong>de</strong> besos a Juan Pablo y se sentó mientras con<br />

un gesto <strong>de</strong> asidua pedía bebidas y algo <strong>de</strong> comer.<br />

—Les <strong>de</strong>bo pedir a ambos una disculpa, ya que tengo el<br />

tiempo limitado y <strong>de</strong>bo regresar pronto a la oficina. Así que<br />

tendrán que confiar en mi elección. Probablemente estoy<br />

hecha un <strong>de</strong>sastre, pero el asunto que me planteaste, José<br />

María, me intrigó muchísimo y he pasado horas y horas<br />

revisando nuestros archivos históricos. <strong>La</strong>mento <strong>de</strong>cirles<br />

que en ellos no hay ningún Pouchet.<br />

<strong>La</strong> <strong>de</strong>cepción en la mirada <strong>de</strong> padre e hijo fue interrumpida por<br />

un mesero con barba <strong>de</strong> tres días que puso en la mesa una botella<br />

<strong>de</strong> vino <strong>de</strong> la casa y viandas con quesos y jamones junto con una<br />

cesta <strong>de</strong> pan.


140<br />

—Pero no pongan esa cara. Para dar malas noticias basta el<br />

teléfono. Resulta que en el año 1934 se presentó efectivamente<br />

un Jean Marié a la empresa, argumentando que sus<br />

<strong>de</strong>rechos habían sido pisoteados, que tenía evi<strong>de</strong>ncia en el<br />

sentido <strong>de</strong> que la fábrica le pertenecía. Supongo que se le<br />

trató como a un loco <strong>de</strong>lirante, ya que se levantó un acta,<br />

<strong>de</strong> la cual obtuve copia, en la que si bien no hay muchos<br />

<strong>de</strong>talles, se da cuenta <strong>de</strong> su llegada a las oficinas y <strong>de</strong> su<br />

exabrupto. <strong>La</strong> persona que lo atendió en aquel momento<br />

era diligente y escribió una nota:<br />

Elisa hizo una pausa, mordisqueó un pedazo <strong>de</strong> baguette y empezó<br />

a leer…padre e hijo la observaban atentos.<br />

Memorando interno 27 <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 1934<br />

Hoy se presentó un individuo que había solicitado una cita con el director.<br />

Se me pidió que lo atendiera y lo hice pasar a mi oficina. Se veía<br />

muy alterado y mal vestido. Inició una plática muy confusa acerca <strong>de</strong><br />

los <strong>de</strong>rechos que le correspondían sobre la fábrica y empezó a exaltarse,<br />

por lo que solicité al personal <strong>de</strong> seguridad que lo retirara. Se fue dando<br />

empellones y lanzando amenazas. Sugiero tomar medidas para evitar<br />

que vuelva a entrar. El hombre <strong>de</strong>jó una tarjeta con su nombre: Jean<br />

Marié Tavernier.<br />

—Mierda —exclamó José María y volteó a ver a su padre,<br />

que se había quedado muy serio.


Veintidós<br />

[141]<br />

Diario <strong>de</strong> Bertrand Tavernier…<br />

Marzo 15 <strong>de</strong> 1919<br />

<strong>La</strong> guerra ha traído un saldo <strong>de</strong> <strong>de</strong>strucción pavoroso <strong>de</strong>l que pocos<br />

hemos escapado. Los reportes <strong>de</strong> los diarios hablan <strong>de</strong> más diez<br />

millones <strong>de</strong> muertos. Es atroz. <strong>La</strong> enorme mayoría <strong>de</strong> los obreros<br />

<strong>de</strong> la fábrica fueron reclutados, y muchos <strong>de</strong> ellos murieron en el<br />

frente. Yo mismo fui obligado a prestar mano <strong>de</strong> obra y suministros<br />

para el ejército francés, y las promesas <strong>de</strong> pago <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>n en<br />

gran medida <strong>de</strong> las in<strong>de</strong>mnizaciones <strong>de</strong> guerra. Los campos también<br />

han sido <strong>de</strong>vastados y la materia prima para producir nuestra<br />

cerveza es escasa y <strong>de</strong> mala calidad. Es por ello que he <strong>de</strong>cidido ven<strong>de</strong>r<br />

la fábrica. <strong>La</strong>s utilida<strong>de</strong>s que reciba, a pesar <strong>de</strong> no representar<br />

la mitad <strong>de</strong>l valor real, serán enormes. Pascal está por cumplir diez


142<br />

años y quisiera darle algunas <strong>de</strong> las cosas <strong>de</strong> las que carecí cuando<br />

niño. Pienso comprar una finca al sureste <strong>de</strong> París, cerca <strong>de</strong> la ciudad<br />

medieval <strong>de</strong> Provins, y educar a Pascal en el amor al conocimiento.<br />

Aún me quedan algunos años <strong>de</strong> luci<strong>de</strong>z y tengo interés<br />

en invertirlos en conocer un poco más <strong>de</strong> este mundo tan caótico y<br />

absurdo. <strong>La</strong> operación <strong>de</strong> compra-venta está pactada para las cuatro<br />

<strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>… que así sea.<br />

Bertrand Tavernier


Veintitrés<br />

El estadio estaba lleno a medias —que es mejor que <strong>de</strong>cir semivacío—<br />

y el partido no era interesante, pero mi padre y yo procesábamos<br />

la información que Elisa nos había dado… no mamar, ¿Tavernier?<br />

Al minuto catorce Baning cometió un penalti flagrante: le costó<br />

una amarilla. Le expliqué a mi padre el estudio <strong>de</strong> un pinche loco<br />

en Israel acerca <strong>de</strong> la mejor forma <strong>de</strong> tirar los penales.<br />

—Si el portero no se mueve, ya chingó, o por lo menos eso<br />

<strong>de</strong>scubrió el investigador. Mira.<br />

[143]


144<br />

El jugador <strong>de</strong>l Valenciennes se enfiló mientras el estadio contenía<br />

el aliento, sacó un disparo al centro <strong>de</strong> la portería, el guardameta<br />

se recostó sobre la <strong>de</strong>recha y vio cómo la bola entraba pachorramente<br />

al arco.<br />

—Te lo dije —le expliqué a mi padre—. Estos cabrones<br />

no leen.<br />

Me miró intrigado:<br />

—Mira, los penaltis se cobran a una distancia <strong>de</strong> 36 pies,<br />

casi once metros <strong>de</strong> la portería y, en promedio, alcanzan<br />

una velocidad <strong>de</strong> cien kilómetros por hora, lo que le <strong>de</strong>ja al<br />

portero dos décimas <strong>de</strong> segundo para reaccionar. Si a esto<br />

agregamos que la portería mi<strong>de</strong> reglamentariamente 7.32<br />

metros <strong>de</strong> ancho por 2.44 metros <strong>de</strong> alto, parecería entonces<br />

que hay que ser muy pen<strong>de</strong>jo para fallar. Sin embargo<br />

el veinte por ciento <strong>de</strong> los penales cobrados son actos fallidos.<br />

Ahora bien, entre las variables que explican la probabilidad<br />

<strong>de</strong> que un penalti se acierte, se encuentran algunas<br />

evi<strong>de</strong>ntes, como la presión que trae encima el jugador. No<br />

es lo mismo cobrar la pena máxima para <strong>de</strong>finir un campeonato<br />

y fallar, como lo hizo Baggio en la final <strong>de</strong> la copa <strong>de</strong>l<br />

mundo <strong>de</strong> Estados Unidos, que ejecutar un penalti cuando<br />

vas ganado 4-0. Un segundo factor es metabólico, y se relaciona<br />

con la proporción en el cuerpo <strong>de</strong> oxígeno y ácido<br />

láctico (la sustancia que se produce por fatiga muscular y<br />

hace que te duelan hasta los huevos cuando haces ejercicio).<br />

Influye también el rendimiento <strong>de</strong>l jugador que dispara<br />

durante el partido, tendrá más presión si no ha dado<br />

un buen juego, y también la justicia en el cobro <strong>de</strong> la falta.<br />

El inglés Robbie Fowler, por ejemplo, durante un partido


145<br />

entre su equipo, el Liverpool, contra el Arsenal, le hizo ver al<br />

árbitro que el penalti que se había marcado en su favor era<br />

injusto. Ante la negativa <strong>de</strong>l silbante por enmendar la falla,<br />

Fowler disparó un caracol <strong>de</strong>liberado a las manos <strong>de</strong>l portero<br />

David Seaman. ¿Que tipo chingón, no?<br />

Mi padre asintió sonriente.<br />

—Ofer Azar es profesor <strong>de</strong> la escuela <strong>de</strong> administración en<br />

la universidad Ben Gurion en Israel. Su especialidad es la<br />

toma <strong>de</strong> <strong>de</strong>cisiones, y recientemente publicó un artículo en<br />

la revista Journal of Economic Psichology, un pinche mamotreto<br />

que a veces trae cosas interesantes. Sus conclusiones<br />

se pue<strong>de</strong>n resumir <strong>de</strong> la siguiente manera: en el caso <strong>de</strong><br />

un portero que enfrenta a un tirador, la mejor estrategia es<br />

no hacer absolutamente nada y quedarse quieto, ya que ello<br />

aumenta sus probabilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> atajarlo. Lo que hicieron fue<br />

sencillísimo; analizaron 311 penales <strong>de</strong> las principales ligas<br />

europeas y clasificaron a los porteros en los que se tiran a la<br />

<strong>de</strong>recha, a la izquierda o se quedan en el centro. Luego estimaron<br />

cuál opción maximizaba sus posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> atajar<br />

el balón. Quedarse en el centro arrojó un sorpren<strong>de</strong>nte<br />

33.3 por ciento, contra 14.2 por ciento a la izquierda y 12.6<br />

por ciento a la <strong>de</strong>recha. Sin embargo, y aquí entra la belleza<br />

<strong>de</strong>l estudio, los porteros se quedaron en el centro sólo 6.3<br />

por ciento <strong>de</strong> las veces. ¿Por qué los guardametas se lanzan<br />

en contra <strong>de</strong> las probabilida<strong>de</strong>s? <strong>La</strong> respuesta tiene que<br />

ver con el castigo a la inamovilidad. Un portero que no se<br />

lanza en alguna dirección y recibe un gol es tachado como<br />

inepto, débil o <strong>de</strong> plano pen<strong>de</strong>jo. Los mismos investigadores<br />

entrevistaron a 32 arqueros <strong>de</strong> la liga israelí, y todos ellos<br />

<strong>de</strong>clararon que se sentían muy mal ante los espectadores si


146<br />

les era anotado un gol sin que hicieran nada. Uno <strong>de</strong> ellos<br />

dijo inclusive que “no quería parecer un tonto”. Después <strong>de</strong><br />

todo, nadie los va a culpar si la pelota entra, y sí, en cambio,<br />

si adoptan una actitud aparentemente pazguata, aunque<br />

ésta sea su mejor probabilidad.<br />

—Interesante —dijo mi padre mientras tomaba un sorbo<br />

<strong>de</strong> cerveza.<br />

—Ok, padre. Digamos que el profesor Azar está medio cucú,<br />

pero, ¿qué onda con Tavernier?<br />

—Mañana lo analizaremos, si te parece —fue la respuesta.<br />

En ese momento comenzaba a caer la lluvia mientras el partido<br />

agonizaba y París se rendía a la noche.


Veinticuatro<br />

Padre e hijo se sentaron a la mesa para <strong>de</strong>sayunar y evaluar<br />

la información:<br />

—Veamos —resumió José María—. Es altamente probable<br />

que la persona que llegó a la fábrica en 1934 sea nuestro<br />

Jean Marié, el mismo al que hace referencia Benoit, el socio<br />

<strong>de</strong> Pouchet. El apellido es <strong>de</strong>sconcertante, ya que la sospecha<br />

<strong>de</strong> Dupin se centraba en que era hijo <strong>de</strong> Benoit, <strong>de</strong> Isabel<br />

o <strong>de</strong> los dos. Esto podría ser cierto, y Jean Marié simplemente<br />

pudo cambiarse el apellido para reclamar un <strong>de</strong>recho<br />

que él creía tener. ¿Por qué hacerlo en ese momento? Es un<br />

[147]


148<br />

misterio, ya que Bertrand llevaba siete años fallecido y a<strong>de</strong>más<br />

la fábrica ya no le pertenecía. De cualquier modo es una<br />

pista, y lo que tenemos que hacer es seguir el mismo camino<br />

que ya recorriste. Buscar en la guía telefónica <strong>de</strong> París, primero,<br />

y <strong>de</strong> Francia si no hay éxito, todos los Tavernier posibles.<br />

Hacer una lista y llamarlos para averiguar si tuvieron<br />

un padre o abuelo Jean Marié. Simultáneamente puedo<br />

poner varios cebos en la red, a veces funcionan. ¿Cómo ves,<br />

padre?<br />

—Es un plan en toda la regla, aunque suena tedioso.<br />

—Es <strong>de</strong> hueva, padre, <strong>de</strong> hueva. Pero supongo que así se<br />

investiga. Ojalá todo fuera como lo planteaban Conan Doyle<br />

o Hammet, pero aquí no hay mamadas como las células grises<br />

o buenotas que son espías. Nos espera un largo día. Voy<br />

a un ciber a trabajar y te <strong>de</strong>jo la compu. Regreso en la noche<br />

y vemos qué pasó.<br />

José María salió a la calle y enfiló hacia Vaugirard pensando en<br />

Elisa, a la que le habían prometido informar <strong>de</strong>l resultado <strong>de</strong> sus<br />

averiguatas. Entró en un café internet y se dispuso a trabajar navegando<br />

en las re<strong>de</strong>s sociales. Aprovechó para mandarle un correo<br />

a Gabriela, sin ninguna esperanza, y abrió los que había recibido.<br />

El Garra preguntaba: “¿Si yo estuviera en un mar <strong>de</strong> leche, me sacarías?”<br />

Sonrió, sintió hambre y entró a los Jardines <strong>de</strong> Luxemburgo<br />

para comer un bocado y observar a la gente. Había padres <strong>de</strong> familia,<br />

que imaginó <strong>de</strong>sempleados, acompañando a sus hijos a tripular<br />

botes <strong>de</strong> plástico en la fuente central. Señoras con carriolas y ancianos<br />

jugando al Pétanque. Era notable su <strong>de</strong>streza y concentración.<br />

Volvió al café y a eso <strong>de</strong> las ocho regresó al hotel, don<strong>de</strong> encontró a<br />

su padre con muy mala cara.


149<br />

—Pareces la mamá <strong>de</strong>l muerto —bromeó José María.<br />

—Estoy literalmente hasta el huevo —fue la réplica <strong>de</strong>sfallecida—.<br />

Pero tuve cierto éxito.<br />

Apuntó hacia una libreta llena <strong>de</strong> notas.<br />

—Hallé treinta y cuatro Tavernier en Francia y los llamé a<br />

todos. No quiero ni pensar en la cuenta <strong>de</strong> teléfono. En cuatro<br />

casos nadie contestó, en seis me colgaron el teléfono.<br />

Tres más ya fallecieron.<br />

—Quedan veintiuno.<br />

—De los cuales, veinte no tenían la menor i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> qué les<br />

hablaba y, finalmente, sólo una persona reconoció el apellido<br />

como el <strong>de</strong> una mujer que vivía en esa casa y se ha<br />

mudado. Mira.<br />

En la página se leía, encerrado en un círculo, un nombre:<br />

“Alice Tavernier”.<br />

—<strong>La</strong> persona que me atendió, un tal Émile Deli, me dijo que<br />

Alice aún seguía recibiendo correspon<strong>de</strong>ncia en esa casa, y<br />

que probablemente el correo podría darnos alguna pista.<br />

—No parece muy prometedor, pero es, al fin, una pista.<br />

¿Tienes la dirección <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> este cuate? —dijo José<br />

María alborotándose el cabello.<br />

—Sí, se halla en Dijon.


150<br />

—Pues mañana lo buscamos.<br />

Toda la mañana siguiente padre e hijo se <strong>de</strong>dicaron a investigar<br />

en la oficina <strong>de</strong> correos si se les podía dar la nueva dirección <strong>de</strong><br />

Alice Tavernier. El inicio fue bastante <strong>de</strong>salentador pues el funcionario<br />

que tomó la llamada argumentó que ésa era información<br />

confi<strong>de</strong>ncial. Probaron suerte con el directorio telefónico <strong>de</strong> Dijon,<br />

pero no se encontraba ningún registro que correspondiera a la persona<br />

buscada. José María intentó en páginas web <strong>de</strong> investigación<br />

genealógica, y nada. Al inicio <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> el joven tuvo la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> llamar<br />

a Elisa y explicarle el problema. <strong>La</strong> sugerencia que ella ofreció<br />

fue sencilla pero luminosa: hablaría a correos fingiendo ser una<br />

pariente cercana <strong>de</strong> Alice que necesitaba ubicarla <strong>de</strong>bido a que el<br />

abuelo <strong>de</strong> ambas se hallaba agonizante. <strong>La</strong> i<strong>de</strong>a fue aceptada como<br />

un último recurso y padre e hijo se dispusieron a esperar.<br />

Al cabo <strong>de</strong> dos horas sonó el teléfono. Era Elisa.<br />

—Tengo el teléfono <strong>de</strong> Alice Tavernier en Dijon —le dijo a<br />

José María entre risas.<br />

Juan Pablo marcó <strong>de</strong> inmediato y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> diez minutos <strong>de</strong><br />

charla, terminó la llamada. José María lo miraba atento.<br />

—Era Alice Tavernier, una mujer amable. Dice que es nieta<br />

<strong>de</strong> Jean Marié Tavernier y que, <strong>de</strong> hecho, tiene un primo,<br />

René, quien vive en Rennes. Le pregunté si podríamos visitarlos<br />

y me aseguró que no habría problema, ella le avisará.<br />

El asunto logístico es que Dijon y Rennes están en direcciones<br />

opuestas.<br />

José María se mostraba contento y replicó.


—No lo es tanto, padre, po<strong>de</strong>mos dividirnos.<br />

151<br />

—No creo que sea buena i<strong>de</strong>a. Me parece que separarnos<br />

complicaría todo y no me sentiría tranquilo. Lo mejor sería<br />

ir juntos a las dos ciuda<strong>de</strong>s.<br />

—Pero ello implica tiempo.<br />

—Lo sé, pero no se me ocurre una mejor i<strong>de</strong>a.<br />

—¿Y si consultamos con Dupin?<br />

—De acuerdo, que él nos dé su opinión. Ahora mismo le<br />

escribo.<br />

—Pregúntale en tu correo si i<strong>de</strong>ntifica esta frase: “Looking<br />

on darkness which the blind do see”.<br />

Juan Pablo abrió la computadora, escribió un correo a Dupin<br />

poniéndolo al corriente <strong>de</strong> la situación, y ambos bajaron a cenar en<br />

un pequeño restaurante enfrente <strong>de</strong> los Jardines <strong>de</strong> Luxemburgo,<br />

muy cerca <strong>de</strong>l hotel. <strong>La</strong> noche era fría y los parisinos apuraban<br />

el paso buscando refugio en las tabernas y cafés que inundaban<br />

la zona.<br />

—¿Su abuelo? —preguntó José María mientras mordisqueaba<br />

una papa.<br />

—Eso me dijeron: su abuelo. Ello supone una vuelta <strong>de</strong><br />

tuerca interesante, ya que hasta don<strong>de</strong> sabemos Dupin no<br />

tiene i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> esto, lo cual resulta muy difícil <strong>de</strong> explicar.


152<br />

—Una posibilidad es que su abuelo tuviera hijos fuera <strong>de</strong> su<br />

matrimonio. Ello explicaría la irrupción <strong>de</strong> Jean Marié en la<br />

empresa y su alegato <strong>de</strong> herencia.<br />

—Es una posibilidad, en efecto, pero sería extraño que no<br />

tuviera alguna forma <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrarlo. ¿No crees?<br />

—En realidad todo es extraño: la obsesión <strong>de</strong> Dupin y que<br />

nosotros estemos aquí discutiendo esto. Ya sabes lo que dijo<br />

Bene<strong>de</strong>tti: “Cuando encontramos las respuestas, nos cambiaron<br />

las preguntas”. Pero esto se pone interesante.<br />

Padre e hijo regresaron al hotel. A la mañana siguiente, cuando José<br />

María <strong>de</strong>spertó, su padre consultaba la computadora.<br />

—¿Noticias <strong>de</strong> Dupin, padre?<br />

—Noticias. El hallazgo lo impresionó y está dispuesto a viajar<br />

para alcanzarnos. Inclusive nos pregunta si requerimos<br />

refuerzos. Parece muy interesado. Por cierto, dice que la frase<br />

es <strong>de</strong> Shakespeare.<br />

—Un tipo listo. ¿Refuerzos? ¿Así, como <strong>de</strong>tectives? ¿Se te<br />

ocurre algo?<br />

—<strong>La</strong> verdad no. ¿Quién podría ayudarnos? Peor aún, ¿a qué?<br />

José María se alborotó el cabello mientras estiraba su cuerpo.<br />

—Probablemente me arrepienta <strong>de</strong> esto que voy a sugerir,<br />

pero, ¿si les <strong>de</strong>cimos a mis amigos que vengan?


153<br />

—¿Tus amigos? —la duda <strong>de</strong> Juan Pablo era razonable.<br />

Conocía a los amigos <strong>de</strong> su hijo y sabía que entre los tres<br />

sumaban un coeficiente intelectual <strong>de</strong> once.<br />

—Lo sé, pero en realidad podríamos dividirnos. Tú y Dupin<br />

ir a Dijon y yo con ellos subir a Rennes. Si lo que te preocupa<br />

es mi seguridad, con ellos pue<strong>de</strong>s estar más tranquilo. Son<br />

un trío <strong>de</strong> ladrillos, pero pue<strong>de</strong>n ser útiles <strong>de</strong> alguna manera.<br />

Juan Pablo dudaba.<br />

—No sé si sea buena i<strong>de</strong>a, si sus padres les permitan venir<br />

y, sobre todo, si Dupin lo encuentre apropiado.<br />

—Pues nada se pier<strong>de</strong> con preguntar, anda.<br />

—Déjame pensarlo en el <strong>de</strong>sayuno. ¿Tatanka no es tu amigo<br />

que pensaba que un kilo <strong>de</strong> plomo pesa más que uno <strong>de</strong><br />

algodón? —preguntó con una mueca que parecía sonrisa.<br />

José María asintió sonriente.<br />

—Ese mero. Pero, insisto, no vienen a resolver ecuaciones<br />

diferenciales.<br />

Estimado Miguel:<br />

Tenía razón, la experiencia ha sido extraordinaria y me ha acercado<br />

con José María <strong>de</strong> una manera inédita. Sus relatos son interesantes. ¿Los<br />

escribe <strong>de</strong> memoria? José María apuesta que el segundo lo escribió un<br />

adolescente. Bien, sirva el preámbulo para <strong>de</strong>cirle que lo esperamos. En<br />

cuanto a los refuerzos, José María ha pensando que podría ser útil que


154<br />

usted viniera para acompañarme a Dijon, mientras tres <strong>de</strong> sus amigos<br />

lo escoltan a Rennes, lo cual me <strong>de</strong>jaría más tranquilo. Por norma, confío<br />

en el criterio <strong>de</strong> mi hijo, pero pongo todo a su consi<strong>de</strong>ración, ya que<br />

nosotros no tenemos el dinero para financiar los boletos. Dígame qué le<br />

parece la i<strong>de</strong>a. Reciba un abrazo y los saludos <strong>de</strong> José María, quien ahora<br />

le pregunta lo que tenían en común Einstein, María Curie, Franklin<br />

y Newton.<br />

Juan Pablo<br />

Mientras esperaban la respuesta, padre e hijo <strong>de</strong>cidieron dar una<br />

caminata. París <strong>de</strong>splegaba sus encantos a discreción.<br />

—Paris vaut bien une messe —exclamó José María.<br />

—“París bien vale una misa” —tradujo Juan Pablo.<br />

—Es correcto, padre. Enrique IV era un ser práctico. Después<br />

<strong>de</strong> la noche <strong>de</strong> San Bartolomé, don<strong>de</strong> se chingaron a los<br />

hugonotes, <strong>de</strong>cidió con gran sentido común cambiar <strong>de</strong> religión.<br />

Se <strong>de</strong>claró católico y fue rey <strong>de</strong> Francia en la transición<br />

<strong>de</strong>l siglo XVi, hasta que lo mataron. Pero la frase vale oro.<br />

—Tienes razón, José María… París bien vale una misa.<br />

A Juan Pablo le asombró, como siempre, la cantidad <strong>de</strong> información<br />

que manejaba su hijo, pero por otro lado lo alivió; era un<br />

aliado formidable. Él jamás retenía nada. De hecho, le daba hueva<br />

la gente que, como en un acto circense, acudía a la televisión a repetir<br />

datos inútiles. Su hijo era muy diferente. Regresaron al hotel y<br />

había una lacónica respuesta <strong>de</strong> Dupin:


155<br />

Es un trato. Necesito datos, pero me parece bien. Todo resuelto. Por<br />

supuesto, los cuatro eran zurdos.<br />

Saludos, D.


Veinticinco<br />

[157]<br />

Diario <strong>de</strong> Bertrand Tavernier…<br />

18 <strong>de</strong> Marzo 1919<br />

El mundo ya no es igual, son <strong>de</strong>masiados cambios. Cuando yo era<br />

joven estaba acostumbrado a la cotidianeidad. Hoy hay aviones,<br />

autos y a<strong>de</strong>lantos tecnológicos para los que no estoy preparado.<br />

Siempre pensé que era más simple. Creí que estábamos estancados.<br />

Es obvio que me equivoqué y me alegro. Nunca pensé que sería<br />

testigo <strong>de</strong> una guerra monstruosa, ni <strong>de</strong> lo que veo hoy. Me siento<br />

enfermo y sin fuerza, pero intrigado por lo que pasa.<br />

Bertrand Tavernier


Veintiséis<br />

Tatanka no tenía pasaporte y eso se <strong>de</strong>bía a que (usando sus<br />

argumentos) “la probabilidad que tenía <strong>de</strong> salir <strong>de</strong>l país era la<br />

misma <strong>de</strong> que le salieran chichis a las culebras”. Así que hubo<br />

que esperar un día más para el viaje. <strong>La</strong> libró <strong>de</strong> milagro y subió al<br />

avión. Evi<strong>de</strong>ntemente Dupin iba en primera y mis amigos, como<br />

menesterosos, atrás tratando <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r cómo funcionaban los<br />

audífonos o por qué las azafatas les daban pollo. Llegamos por<br />

ellos al Charles <strong>de</strong> Gaulle. Era obvio: Dupin escoltado y mis cuates<br />

batallando para llegar a tiempo <strong>de</strong> recoger sus maletas.<br />

[159]


160<br />

Nos encontramos afuera. Era el momento <strong>de</strong> las presentaciones,<br />

que se dieron <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que Miguel nos ofreció un abrazo a mi<br />

padre y a mí.<br />

—Dupin, estos son mis amigos. Le presento a Pedro, a Luis y<br />

a Pablo. Sin embargo, ni ellos mismos recuerdan esos nombres,<br />

por lo que le sugiero que los conozca como el Garra,<br />

Tatanka y el Perro.<br />

Dupin permaneció inescrutable mientras extendía la mano, y dijo:<br />

—¿Así que estos son los irregulares <strong>de</strong> Baker Street?<br />

—¿Los qué? —le susurró el Perro a Tatanka.<br />

—Ellos son —respondí.<br />

—Pues un gusto conocerlos, jóvenes.<br />

El Garra nunca había visto una limosina y <strong>de</strong>sconfió:<br />

—No mamen, nos van a robar.<br />

Le expliqué, más veces <strong>de</strong> las que yo merecía, que era un imbécil y<br />

que estábamos a salvo.<br />

El grupo era variopinto: estaban Dupin y mi padre, respetabilísimos;<br />

por otro lado el Garra, el Perro y Tatanka diciendo cosas como:<br />

“¡Mira, güey, es la Torre Eiffel!”<br />

Llegamos al hotel; no había lugar. En otro hotel cercano, el cuarto<br />

costaba trescientos euros. Dupin aceptó sin rechistar. Por supuesto,


161<br />

les hablé a mis amigos para ver cómo estaban. Se tragaban los pistaches,<br />

las cervezas y el vino <strong>de</strong>l servibar. Les pedí atención y apoyo.<br />

El Garra quería un paseo por el Sena. Pacté un armisticio con mi<br />

padre y Dupin.<br />

—¿Estás seguro <strong>de</strong> tus irregulares? —preguntó Dupin.<br />

—Cada vez menos, pero haremos lo mejor que podamos.<br />

El Perro, que había visto folletos, dijo que quería ir a Notre<strong>de</strong>in.<br />

Suspiré y tomamos el metro. <strong>La</strong> verdad es que estaba encantado <strong>de</strong><br />

tener a mis amigos conmigo. Llegamos y Tatanka pidió un baguette<br />

con salchicha vergonzosa.<br />

Salimos y me dijeron:<br />

—¿En qué pedo andas, güey? ¿Qué es eso <strong>de</strong> irregulares?<br />

—Son un grupo <strong>de</strong> adolescentes que apoyaban a Sherlock<br />

Holmes para resolver casos. Ahora bien, si me preguntan<br />

quién fue Sherlock Holmes, enten<strong>de</strong>ré que he tenido la i<strong>de</strong>a<br />

más pen<strong>de</strong>ja <strong>de</strong> mi vida trayéndolos.<br />

—Yo si sé —fue la réplica <strong>de</strong>l Perro, que se limpiaba la mostaza<br />

dijon <strong>de</strong> las comisuras.<br />

—Pues ya está. Ahora pongan atención, que les voy a explicar<br />

<strong>de</strong> qué va la cosa.<br />

—Mira nomás qué culo —dijo el Perro refiriéndose a una<br />

turista que entraba a la Catedral.


162<br />

Elevé nuevamente un suspiro y al rato nos sentamos en unas jardineras<br />

que enmarcan Notre Dame. Les expliqué quién era Dupin,<br />

quién su abuelo y la razón por la que estábamos en Francia rastreando<br />

su pasado. Les conté también acerca <strong>de</strong> los Tavernier que<br />

iríamos a buscar; nosotros a Rennes y mi padre y Dupin a Dijon.<br />

Me observaban atentos y, supongo, con una sensación creciente<br />

<strong>de</strong> aventura.<br />

<strong>La</strong>s gárgolas nos miraban.<br />

Juan Pablo y Dupin buscaron un café en Montparnasse y allí se<br />

sentaron.<br />

—Dígame, Juan Pablo, ¿cómo ve todo?<br />

—<strong>La</strong> verdad es que estoy confundido, Dupin. <strong>La</strong> familia<br />

Tavernier empieza a seguirnos <strong>de</strong> forma obsesiva. Hasta<br />

don<strong>de</strong> entendíamos, usted era el último <strong>de</strong> ellos dado que<br />

Pascal, su padre, y Bertrand, su abuelo, han fallecido ya. De<br />

pronto aparece un Jean Marié, que bien podría ser su tío<br />

o un impostor; y él a su vez nos conduce con René y Alice<br />

Tavernier. ¿Es posible que sean parientes suyos?<br />

—Si eliminamos lo imposible, lo que queda, por improbable<br />

que parezca, tiene que ser la verdad —replicó Dupin.<br />

—Esa cita la conozco. Es <strong>de</strong> Conan Doyle, en la boca <strong>de</strong><br />

Holmes.<br />

—Es cierto, parece que buscaremos imposibles —comentó<br />

Dupin mientras sus ojos <strong>de</strong> acero se perdían en la nada.


Veintisiete<br />

Existen grupos que, en su conjunto, son heterodoxos: Livingstone<br />

junto a los nativos o los habitantes <strong>de</strong> la Isla Misteriosa; un ingeniero<br />

genial, un negro, un marino, un adolescente y un periodista.<br />

Ésa era más o menos la composición <strong>de</strong> los reunidos a la mesa <strong>de</strong><br />

un <strong>de</strong>sayunador parisino: un hombre maduro e invi<strong>de</strong>nte, un escritor<br />

<strong>de</strong> pelo no muy abundante y cuatro adolescentes <strong>de</strong> jeans con<br />

el pelo amotinado.<br />

Los jóvenes habían dado una vuelta por París y se veían contentos.<br />

Dupin parecía disfrutar <strong>de</strong> su compañía, particularmente <strong>de</strong><br />

[163]


164<br />

José María, con el que dialogaba sobre temas infinitos. Juan Pablo<br />

observaba satisfecho cómo su hijo era uno más en su grupo.<br />

—El plan no pue<strong>de</strong> ser más simple —inició Juan Pablo—.<br />

Uste<strong>de</strong>s —se dirigía a los jóvenes— tomarán el tren a<br />

Rennes mañana a las 12:05 en la estación Montparnasse.<br />

De acuerdo con lo que consulté, su viaje durará un poco<br />

más <strong>de</strong> dos horas. Entablarán contacto con René Tavernier<br />

y tra tarán <strong>de</strong> que les explique su vínculo con Jean Marié, así<br />

como todo lo que crean que pue<strong>de</strong> ser importante.<br />

—¿Como qué? —pregunto el Perro.<br />

—No lo sé. Quizá tenga fotos, recuerdos, inclusive resentimientos,<br />

así que <strong>de</strong>ben tener cuidado. Mañana será jueves<br />

y estimo que, como máximo el viernes, concluirán su entrevista,<br />

así que si les parece nos veremos <strong>de</strong> regreso el sábado.<br />

Miguel y yo salimos también mañana a Dijon, pero <strong>de</strong> la<br />

Gare <strong>de</strong> Lyon en busca <strong>de</strong> Alice Tavernier. El procedimiento<br />

será el mismo. Nos quedaremos en el hotel Wilson y éste<br />

es el teléfono. No du<strong>de</strong>n en llamar ante cualquier contratiempo.<br />

José María observaba contento la transformación <strong>de</strong> su padre,<br />

quien mostraba una <strong>de</strong>cisión nueva para él. Lo estaba disfrutando<br />

mucho. Dupin también lucía relajado, aunque su aire <strong>de</strong> hombre<br />

mayor y su seriedad intimidaba a sus amigos.<br />

—¿Por qué se quedó ciego? —preguntó Tantanka una vez<br />

que el grupo se hubo separado para comprar los boletos.


165<br />

—Tuvo glaucoma cuando era niño —replicó José María—.<br />

Pero es un viejo a toda madre y sabe un chingo <strong>de</strong> cosas.<br />

A<strong>de</strong>más, es nuestro mecenas.<br />

—¿Me qué? —inquirió el Garra.<br />

—Mecenas, güey. Me-ce-nas. Es la persona que apoya a otros<br />

<strong>de</strong>sinteresadamente y se llama así por un noble romano,<br />

Cayo Mecenas. De hecho, mucho <strong>de</strong>l arte que conocemos<br />

se <strong>de</strong>be a güeyes que financiaban a pintores y artistas en<br />

ge neral para producirlo.<br />

Tatanka se carcajeaba.<br />

—Imagina que se hubiera llamado “Pito”, “¡Pito Mecenas!”<br />

—Ja, ja, ja —apostilló el Perro—. Podría ser hermano <strong>de</strong>l<br />

Abate Melcachote.<br />

—O <strong>de</strong> Martín Cholano —terció el Garra.<br />

Todos rieron y José María golpeó levemente con la palma <strong>de</strong> la<br />

mano la nuca <strong>de</strong> Tatanka mientras le <strong>de</strong>cía:<br />

—Son unos idiotas, simplemente unos idiotas.<br />

El grupo juvenil adquirió los boletos y <strong>de</strong>spués se encaminó al<br />

Louvre. Se dirigieron <strong>de</strong> inmediato hacia la sala en la que se expone<br />

la Gioconda, que fue reconocible sin dificultad por la nube <strong>de</strong> turistas<br />

que se agolpaban para admirarla. <strong>La</strong> obra, protegida por un cristal<br />

a prueba <strong>de</strong> balas, <strong>de</strong>cepcionó al Perro:


166<br />

—No mames, ¿éste es el cuadro más famoso <strong>de</strong>l mundo?<br />

¿Una pinche vieja fea sin cejas y con cara <strong>de</strong> pujido? A<strong>de</strong>más<br />

es una mierdita. ¿Cuánto mi<strong>de</strong>?<br />

—Algo así como setenta por cincuenta —les comento José<br />

María—. ¿De veras no te gusta?<br />

—Está pinchísima —fue la respuesta <strong>de</strong>cidida—. ¿Por qué<br />

es tan famosa esta chinga<strong>de</strong>ra?<br />

—Por un montón <strong>de</strong> razones, güey. En primer lugar, observa<br />

el fondo <strong>de</strong>l paisaje. ¿Qué ves?<br />

—Nada, parece como si hubiera niebla —razonó el Garra.<br />

—Exacto. Ésa era una <strong>de</strong> las técnicas favoritas <strong>de</strong> Leonardo<br />

y se llama sfumato, que produce una atmósfera irreal. Ahora<br />

chequen su sonrisa. Si fijan la mirada en la boca haciendo<br />

esto —José María cerró un ojo e hizo un puño con la mano<br />

<strong>de</strong>recha para concentrar la mirada, <strong>de</strong>jando un pequeño<br />

hueco entre los <strong>de</strong>dos y el pulgar—, verán que no se ríe.<br />

Pero si miran otras partes <strong>de</strong>l cuadro, la sonrisa reaparece.<br />

—¡No mames! ¡Es cierto! —exclamó el Garra muy impresionado.<br />

José María siguió con su explicación:<br />

—No se sabe quién es la mujer retratada, aunque las sospechas<br />

recaen en Lisa Gherardini, una dama florentina esposa<br />

<strong>de</strong> Francesco <strong>de</strong>l Giocondo, un comerciante bastante ricachón.<br />

Ése es otro misterio, ya que hay idiotas que sugieren


167<br />

que es un autorretrato, o la pintura <strong>de</strong> un amante adolescente<br />

<strong>de</strong> Leonardo.<br />

—¿Dijiste un? —preguntó interesado el Perro.<br />

—Eso dije. Da Vinci era homosexual —al ver la mirada <strong>de</strong><br />

su amigo, le preguntó—: ¿Te causa problema, pinche homofóbico?<br />

—Ninguno —fue la respuesta lacónica—. Estoy convencido<br />

<strong>de</strong> que la gente pue<strong>de</strong> hacer <strong>de</strong> su culo un papalote. Sigue.<br />

—Bien. El cuadro fue robado por un italiano en 1911, que<br />

simplemente lo guardó <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> su cama, y fue reintegrado<br />

al museo en 1913. Ha sido objeto <strong>de</strong> mil especulaciones. El<br />

propio Freud dijo que le parecía muy masculino. Por todo<br />

eso, están ante la obra más famosa <strong>de</strong>l planeta.<br />

Los muchachos guardaron silencio, hasta que Tatanka dijo:<br />

—¿Cómo sabes tanta mamada?<br />

José María respondió guiñando un ojo.<br />

Todos rieron.<br />

—Simple: porque soy más listo que tú.


Veintiocho<br />

“Harto” es una palabra <strong>de</strong> mucha contun<strong>de</strong>ncia. Refleja que alguien<br />

no aguanta más, que ha dado todo, la piel inclusive, y que <strong>de</strong> pronto<br />

está vencido y sin fuerza. Un adjetivo que en el diccionario se lee como<br />

“fastidiado, cansado”. Alice regresó <strong>de</strong> su trabajo literalmente harta.<br />

Era la secretaria <strong>de</strong> un pobre diablo que no <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> mirarla <strong>de</strong> una<br />

manera inequívoca, pero ella, por supuesto, necesitaba el trabajo. <strong>La</strong><br />

vida no era fácil en Dijon. Los coletazos <strong>de</strong> la crisis habían llegado<br />

pronto a la ciudad, que <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> la oferta <strong>de</strong> comercios y servicios.<br />

Alice había quedado cesante hacía seis meses, y tuvo que aceptar un<br />

empleo in<strong>de</strong>seable con menor paga para po<strong>de</strong>r sobrevivir.<br />

[169]


170<br />

Camino a su casa, a bordo <strong>de</strong>l transporte urbano que la llevaría al<br />

suburbio don<strong>de</strong> habitaba, realizó el repaso que la obsesionaba hacía<br />

más <strong>de</strong> veinte años: ¿qué había hecho mal? Muy probablemente todo.<br />

En un mundo carnívoro, la naturaleza no la había dotado <strong>de</strong> dientes.<br />

Su padre dominante y una formación espartana la convirtieron en<br />

presa fácil <strong>de</strong> un guardia <strong>de</strong> seguridad que la embarazó y <strong>de</strong>sapareció<br />

para siempre. Ahí inició un proceso <strong>de</strong> espiral en picada: la echaron<br />

<strong>de</strong> casa y la crianza <strong>de</strong> Thierry la separó <strong>de</strong> cualquier opción profesional<br />

aceptable.<br />

Pensó en su hijo, mientras el autobús se alejaba <strong>de</strong>l centro <strong>de</strong><br />

la ciudad.<br />

Thierry había sido una fuente <strong>de</strong> problemas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> niño. Escondía una<br />

enorme violencia y resentimiento. En el liceo había mandado al hospital<br />

a un compañero por una discusión absurda, a los dieciséis años<br />

abandonó la escuela, y ahora Alice no tenía claro bien a bien lo que<br />

hacía, ya que entraba y salía <strong>de</strong> la casa sin horario alguno. Era muy<br />

probable que consumiera drogas, y su trato hosco y áspero se incrementaba<br />

día con día. Alice sospechaba que pertenecía a un grupo radical,<br />

ya que había encontrado algunos folletos <strong>de</strong> propaganda contra<br />

la inmigración que llegaba a Francia proveniente <strong>de</strong>l norte <strong>de</strong> África y<br />

el este <strong>de</strong> Europa.<br />

No sabía qué hacer, pensó <strong>de</strong> nuevo mientras el autobús se <strong>de</strong>tenía<br />

en la parada que le correspondía y ella caminaba lentamente hasta<br />

llegar a su casa.<br />

Estaba cansadísima pero intrigada: un par <strong>de</strong> días antes había recibido<br />

la llamada <strong>de</strong> un hombre con acento extranjero que le preguntó<br />

acerca <strong>de</strong> su abuelo y prometió visitarla para hablar <strong>de</strong> él. <strong>La</strong> cita era<br />

esa misma noche.


Sonó el timbre.<br />

171<br />

Afuera se encontraban un ciego <strong>de</strong> edad madura y un hombre algo<br />

menor. Ambos se presentaron en un francés fluido y Alice los invitó<br />

a pasar.<br />

<strong>La</strong> vivienda era mo<strong>de</strong>sta, aunque or<strong>de</strong>nada con esmero. Alice les ofreció<br />

algo <strong>de</strong> tomar, pero ambos negaron con la cabeza <strong>de</strong> manera cortés.<br />

Se estableció un silencio incómodo que Alice interrumpió:<br />

—¿Cómo puedo ayudarlos?<br />

Dupin hizo un gesto dándole la palabra a Juan Pablo.<br />

—Antes que nada, le agra<strong>de</strong>cemos la atención <strong>de</strong> recibirnos.<br />

No queremos quitarle mucho tiempo, así que iré a los hechos.<br />

Por teléfono usted nos confirmó que Jean Marié Tavernier fue<br />

su abuelo. ¿Es correcto?<br />

—Así es —fue la respuesta <strong>de</strong> Alice que veía alternativamente<br />

a sus dos interlocutores.<br />

—Bien. Nos gustaría que nos platicara todo lo que sepa o<br />

recuer<strong>de</strong> <strong>de</strong> él.<br />

—Pero, ¿por qué? Él murió ya hace años.<br />

Esta vez Dupin se hizo <strong>de</strong> la palabra:<br />

—Es muy razonable su pregunta y la historia es quizá un poco<br />

larga, pero estoy seguro <strong>de</strong> que mi compañero la pue<strong>de</strong> resumir<br />

<strong>de</strong> una forma correcta.


172<br />

Entonces Juan Pablo contó la historia <strong>de</strong> Benoit y Bertrand, <strong>de</strong> la<br />

fábrica <strong>de</strong> cerveza y <strong>de</strong> la referencia <strong>de</strong> Benoit a Jean Marié en una carta.<br />

También le explicó la información que Elisa les había dado acerca <strong>de</strong> la<br />

irrupción <strong>de</strong> su abuelo en la fábrica en los años treinta. Sin embargo,<br />

se guardó <strong>de</strong> darle los motivos que daban origen a la pesquisa, porque<br />

consi<strong>de</strong>ró que ello era una tarea que correspondía a Miguel Dupin.<br />

<strong>La</strong> mirada <strong>de</strong> Alice era <strong>de</strong> total atención.<br />

—Mi abuelo nació a finales <strong>de</strong>l siglo XiX, no sé la fecha exacta,<br />

pero la puedo averiguar. Lo que sí recuerdo es que murió<br />

en 1960, antes <strong>de</strong> que yo naciera, así que no lo conocí. Sin<br />

embargo, mi padre —Alice sintió un estremecimiento al recordar<br />

la severidad <strong>de</strong> su hogar— nos contaba que era un hombre<br />

lleno <strong>de</strong> amargura y frustración, que vivió una vida bastante<br />

miserable. En las tertulias familiares se comentaba con cierta<br />

sorna que él siempre invocaba que había sido sujeto <strong>de</strong> un <strong>de</strong>spojo<br />

por parte <strong>de</strong> su padre, justamente Bertrand Tavernier, que<br />

lo había <strong>de</strong>sconocido y <strong>de</strong>jado sin los <strong>de</strong>rechos hereditari os<br />

<strong>de</strong> una gran fortuna. <strong>La</strong> verdad es que nadie le daba mucho<br />

crédito a sus palabras. Del tal Benoit nunca había oído hablar.<br />

—¿Pero él <strong>de</strong>cía que era su hijo? —preguntó Dupin con las<br />

voz muy ronca.<br />

—Murió repitiéndolo —respondió la mujer notando el cambio<br />

en el tono <strong>de</strong> Dupin—. ¿Por qué le interesa tanto?<br />

—Porque si lo que su abuelo <strong>de</strong>cía es verdad, usted y yo somos<br />

familiares. Yo también soy un Tavernier.<br />

Se hizo un profundo silencio en la habitación.


Veintinueve<br />

[173]<br />

Diario <strong>de</strong> Bertrand Tavernier…<br />

31 <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 1923<br />

Ha fallecido la madre <strong>de</strong> Pascal. Era una buena esposa, comprometida<br />

<strong>de</strong>votamente con sus <strong>de</strong>beres. Había salido avante <strong>de</strong> la epi<strong>de</strong>mia<br />

<strong>de</strong> influenza que se presentó hace un par <strong>de</strong> años, pero su corazón<br />

flaqueó justo el viernes <strong>de</strong> la semana pasada. No era una mujer<br />

mayor, y es por ello que su muerte sorpresiva nos tomó <strong>de</strong>sprevenidos<br />

a Pascal —quien ha cumplido los doce años— y a mí. Me ha<br />

impresionado la serenidad con la que él tomó la noticia. Sé que no<br />

se trata <strong>de</strong> un <strong>de</strong>sapego. Me parece que el niño muestra un carácter<br />

maduro e interesado en muchas cosas, aunque creo que diferentes<br />

a las que han guiado mi vida. Pascal sueña con explorar el


174<br />

mundo, con visitar la cuna <strong>de</strong> civilizaciones antiguas y su cuarto se<br />

ha llenado <strong>de</strong> libros y mapas. Me gusta que así sea.<br />

Estábamos en pleno proceso <strong>de</strong> duelo cuando me ha llegado la más<br />

espantosa <strong>de</strong> las noticias. Mientras comíamos, se presentó un sirviente<br />

con una nota advirtiéndome que la persona que la enviaba<br />

estaba esperando en la entrada <strong>de</strong> la casa:<br />

Padre:<br />

Soy tu hijo Jean Marié. No entiendo la razón <strong>de</strong> tu abandono, pero<br />

vengo a ti porque necesito apoyo. Te habría buscado antes, pero sólo he<br />

podido localizarte a raíz <strong>de</strong>l anuncio <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> tu esposa, que<br />

mucho lamento. Sé tan amable <strong>de</strong> recibirme por favor.<br />

Jean Marié Tavernier<br />

Mi semblante se congestionó y <strong>de</strong>rramé la taza <strong>de</strong> café que estaba<br />

sobre la mesa. Los recuerdos se agolparon y tuve una reacción que<br />

inclusive asustó a mi hijo. Mandé echar <strong>de</strong> la casa a ese extraño<br />

con la amenaza <strong>de</strong> que la próxima vez que se presentara llamaría<br />

a la policía. No sé si obré justamente, pero estoy seguro <strong>de</strong> que no<br />

puedo jugar con mis memorias.<br />

Bertrand Tavernier


Treinta<br />

Hacía años no me divertía tanto. Los paseos con mis amigos por<br />

París han sido <strong>de</strong> no mamar. Fuimos al Louvre y le vieron las<br />

chichis a la Venus <strong>de</strong> Milo. En los Campos Elíseos el imbécil <strong>de</strong>l<br />

Garra se metió al baño <strong>de</strong> las mujeres, y en la Torre Eiffel el Perro me<br />

preguntó cuánto tardaría en llegar un gargajo al piso. El clímax se<br />

alcanzó cuando durante la cena hice una analogía medio mamona:<br />

seríamos los mosqueteros. Y Tatanka preguntó con cierto candor:<br />

“¿Qué no eran cinco?”<br />

<strong>La</strong>s razones que dieron a sus padres para viajar a París fueron muy<br />

diversas, pero satisfactorias, ya que todos obtuvieron el permiso<br />

[175]


176<br />

requerido y aquí estamos. Tomamos el tGV hacia Rennes a las<br />

12:05. Nos <strong>de</strong>spidieron mi padre y Dupin —al que noté algo<br />

ausente—, ya que ellos abordarían un par <strong>de</strong> horas más tar<strong>de</strong>.<br />

Recibí correo <strong>de</strong> Gabriela, una pinche joya. Me cuenta que, en términos<br />

generales, las clases avanzan y luego pi<strong>de</strong> consejo “porque<br />

hay un niño que le gusta…” Mi Waterloo. Por otro lado, no sé por<br />

qué putas se ha puesto <strong>de</strong> moda llamar “niño” o “niña” a cabrones<br />

con todos los caracteres sexuales secundarios en su lugar. Le contesté<br />

que me parecía el novio i<strong>de</strong>al y a la chingada. Se acabó.<br />

El tGV es un tren como cualquier otro, nomás que va hecho la<br />

madre. <strong>La</strong>s siglas en francés significan “tren <strong>de</strong> gran velocidad” y,<br />

en 2007, <strong>de</strong> París a Estrasburgo una <strong>de</strong> estas madres alcanzó 574<br />

km/h. Dado que mis amigos no hablan ni el español correctamente,<br />

se han vuelto apéndices míos. Cuando el Tatanka preguntó cómo<br />

se pedía una baguette en la cafetería <strong>de</strong>l tren, le dije: Allez vous faire<br />

foutre. Se fue repitiendo la frase y a los diez minutos regresó con<br />

muy mala cara a mentarme la madre:<br />

—¿Qué me hiciste <strong>de</strong>cir, pen<strong>de</strong>jo?<br />

—Que te <strong>de</strong>n por el culo.<br />

Todos reímos, con excepción <strong>de</strong>l Tatanka, quien se hundió en el<br />

asiento hasta que sonrió a medias mientras <strong>de</strong>cía la frase <strong>de</strong> un<br />

niño <strong>de</strong> ocho años:<br />

—Que le <strong>de</strong>n a tu mamá.<br />

Llegamos a Rennes y buscamos un hotel baratón. Me daba escrúpulo<br />

con Dupin que estos cabrones abusaran. Encontramos el<br />

Anne <strong>de</strong> Bretagne en la calle Tronjolly. <strong>La</strong> tal Ana es responsable <strong>de</strong>


177<br />

que Bretaña se uniera a Francia en el siglo XVI, pero <strong>de</strong>cidí no explicarle<br />

esto a mis cuates, sobre todo cuando escuché al Garra hablar a<br />

su casa y <strong>de</strong>cir que estábamos hospedados en “el año <strong>de</strong> Britania”.<br />

René Tavernier nos dio cita para el día siguiente, así que salimos<br />

a dar una vuelta por la ciudad. Llegamos a la zona amurallada<br />

<strong>de</strong> la parte medieval y entramos en una discusión ligeramente<br />

pen<strong>de</strong>ja acerca <strong>de</strong> a cuál <strong>de</strong> nosotros le correspon<strong>de</strong>ría cada<br />

mosque tero, pero como ninguno <strong>de</strong> ellos había leído la obra <strong>de</strong><br />

Dumas la cosa se complicó: “¿Cuál era el mosquetero nerd? Porque<br />

ése eres tú, cabrón”, dijo el Garra. Les expliqué que Athos era el<br />

más juicio so, Aramis el seductor, Porthos el <strong>de</strong> la fuerza bruta y<br />

Dartagnan su lí<strong>de</strong>r. También les relaté algunas <strong>de</strong> sus aventuras<br />

que, <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cirlo, escucharon con atención. Como nadie daba el<br />

tipo, los acabamos rifando y resulté Porthos, el más pen<strong>de</strong>jo <strong>de</strong><br />

los cuatro.<br />

Pasamos la cena discutiendo capítulos <strong>de</strong> Astérix, y concluimos<br />

que el favorito es en el que Obélix le da un menhirazo al druida<br />

Panoramix y lo <strong>de</strong>ja pen<strong>de</strong>jísimo e incapaz <strong>de</strong> fabricar la poción<br />

mágica. <strong>La</strong> escena clave es don<strong>de</strong> Astérix dice: “Ha perdido la<br />

memoria”, a lo cual Obélix agrega: “Y la razón, ve gordos don<strong>de</strong><br />

no los hay”.<br />

Me dormí pensando en la esquizofrenia <strong>de</strong> nuestra edad, que nos<br />

hace verle las tetas a una estatua y a la vez hablar <strong>de</strong> comics y repartirnos<br />

personajes <strong>de</strong> novela… es raro.<br />

Por la mañana nos encaminamos a la dirección que mi padre había<br />

anotado. Hallamos el lugar rápidamente: un taller <strong>de</strong> impresión al<br />

sur <strong>de</strong> la ciudad. Se veía jodidón. Una recepcionista viejita nos vio<br />

entrar, y entonces le expliqué que teníamos una cita. <strong>La</strong> suspicacia se


178<br />

reflejaba en su mirada, pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una llamada nos hizo pasar<br />

al interior <strong>de</strong>l taller, en el que dos chavos trabajaban las máquinas,<br />

y en la parte alta nos esperaba un hombre <strong>de</strong> la edad aproximada<br />

<strong>de</strong> mi padre. Se veía más jodido que el taller: estaba pálido como<br />

vela y traía un bastón en la mano <strong>de</strong>recha. <strong>La</strong> sorpresa se reflejó en<br />

su cara al vernos y preguntó si se trataba <strong>de</strong> una broma. Mis amigos<br />

no entendían nada, así que le respondí que no, que en realidad sí<br />

queríamos hablar con él. Después <strong>de</strong> un instante <strong>de</strong> duda, nos hizo<br />

pasar a su <strong>de</strong>spacho.<br />

Entramos Athos, Porthos, Aramis, comandados por Dartagnan, que<br />

era el pen<strong>de</strong>jo <strong>de</strong>l Perro.


Juan Pablo y Dupin tomaban un cognac en el vestíbulo <strong>de</strong>l hotel<br />

Wilson mientras la noche acechaba las calles <strong>de</strong> Dijon.<br />

—Descríbame la casa —solicitó Miguel.<br />

—Mo<strong>de</strong>sta, muy mo<strong>de</strong>sta —fue la respuesta—. Aunque es<br />

evi<strong>de</strong>nte el esfuerzo por mantenerla limpia y or<strong>de</strong>nada.<br />

—¿Y cómo es ella?<br />

Treinta y uno<br />

[179]


180<br />

—¿Alice? —Juan Pablo dudó un momento—. Es una<br />

mujer <strong>de</strong> aproximadamente cuarenta años, que podría ser<br />

muy atractiva pero parece que ha renunciado a ello. No<br />

usa maquillaje y lleva el pelo recogido en una coleta. Me<br />

recuerda un cuadro <strong>de</strong> Modigliani.<br />

—Lo más impresionante es su tristeza —comentó Dupin—.<br />

Esa mujer está en un profundo estado <strong>de</strong> <strong>de</strong>presión. <strong>La</strong>s<br />

inflexiones <strong>de</strong> su voz, el temblor <strong>de</strong> su mano al <strong>de</strong>spedirse,<br />

los suspiros, son señales inequívocas <strong>de</strong> que la vida le ha<br />

jugado una mala partida. ¿Qué opina?<br />

—Es probable, aunque parece una buena persona. No sé<br />

<strong>de</strong> qué tanta ayuda pueda ser, aunque supongo que fue<br />

genero sa su oferta <strong>de</strong> investigar en papeles viejos.<br />

<strong>La</strong> ma<strong>de</strong>ra ardiente <strong>de</strong> la chimenea crepitaba creando una atmósfera<br />

muy agradable. Un mesero se acercó para ofrecerles algo más.<br />

Juan Pablo negó con un gesto.<br />

—Lo fue, en efecto —Dupin tomó un sorbo <strong>de</strong> cognac—.<br />

Debo <strong>de</strong>cirle, amigo mío, que me encuentro <strong>de</strong>sconcertado.<br />

Si todo lo que han <strong>de</strong>scubierto es cercano a la verdad, se<br />

pue<strong>de</strong> concluir que mi abuelo era un miserable, un <strong>de</strong>spojador<br />

profesional que se encargó <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar en la calle a su<br />

socio y a su propio hijo, sembrando una cauda <strong>de</strong> miseria y<br />

resentimiento.<br />

<strong>La</strong> mirada vacía <strong>de</strong> Miguel Dupin no ocultaba, sin embargo,<br />

vergüenza.


181<br />

—Aún no estamos seguros <strong>de</strong> ello, Miguel. Pero, <strong>de</strong> cualquier<br />

manera, creo que entien<strong>de</strong> que nadie pue<strong>de</strong> ser responsable<br />

por el comportamiento <strong>de</strong> sus antepasados.<br />

—Tiene razón, es obvio. Sin embargo, no estoy a gusto. <strong>La</strong><br />

culpa pue<strong>de</strong> tener tintes retrospectivos. Piense en toda la<br />

gente que ha sido perseguida por las atrocida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> aquellos<br />

que les precedieron genealógicamente.<br />

Entonces se estableció el silencio más incómodo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la noche<br />

<strong>de</strong> los tiempos.<br />

—¿Nunca se relaja?<br />

—No veo razón para sentirme relajado. ¿Propone algo?<br />

—Creo que preferirá estar solo —replicó Juan Pablo, percibiendo<br />

la tensión <strong>de</strong> la respuesta. Le dio una palmada en la<br />

espalda y subió a la recámara. Dupin permaneció sentado<br />

sin percatarse <strong>de</strong> que dos jóvenes se acercaban a él.


Treinta y dos<br />

—¿Hemofílico? No mames, ¿cómo que hemofílico, güey?<br />

—Tatanka se quejaba—. Si esos güeyes te sueltan sangre,<br />

te chingan.<br />

—Sí, cabrón. ¿Adón<strong>de</strong> putas nos viniste a traer? No entiendo<br />

el viaje, ni para qué chingaos nos haces conocer a un menesteroso<br />

para que tú seas Porthos.<br />

<strong>La</strong> entrevista transcurrió lo mejor posible. René, a pesar <strong>de</strong> sus<br />

recelos, explicó que estaba maldito por una enfermedad. También<br />

relató <strong>de</strong> su prima Alice en Dijon. Era una familia perdida, victimada<br />

[183]


184<br />

por las historias megalómanas <strong>de</strong> éxito <strong>de</strong> sus antepasados. Él<br />

había renunciado a esa historia hacía veinte años y se conformaba<br />

con tratar <strong>de</strong> sobrevivir en un mundo que elevaba las murallas día<br />

con día.<br />

—Señor Tavernier, ¿usted registra algún <strong>de</strong>talle que lo haga<br />

sentir agraviado? —preguntó José María <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> dar las<br />

explicaciones correspondientes, que por cierto eran necesarias,<br />

ya que René no entendía por qué tenía ante sí a cuatro<br />

adolescentes mexicanos que indagaban su pasado.<br />

Los tres amigos observaban la plática con el mismo azoro que los<br />

incas la salida <strong>de</strong>l sol.<br />

—No, he estado más ocupado en mí mismo. Soy hemofílico,<br />

y ello supone una vida <strong>de</strong> cristal. Imagina, muchacho,<br />

lo complicado que pue<strong>de</strong> ser —dijo, mientras acariciaba una<br />

larga barba que José María pensó que no se afeitaba por el<br />

enorme riesgo <strong>de</strong> un corte.<br />

—Con enormes esfuerzos establecí una imprenta y no me<br />

va bien. Sé que soy bisnieto <strong>de</strong> un hombre riquísimo, al que<br />

por alguna razón no interesé. No tengo batallas <strong>de</strong>l pasado<br />

que pelear, lo hago día a día con las mías propias, pero<br />

siento que era un hijo <strong>de</strong> puta. No sé qué más pueda agregar.<br />

—¿Guarda usted algún objeto familiar, alguna carta o<br />

fotografías?<br />

—Nada, absolutamente nada. No entiendo esa obsesión por<br />

atesorar lo que se ha ido; es más razonable separarse <strong>de</strong> ello.<br />

Los recuerdos son el mejor armario.


185<br />

José María pensó que la frase era interesante, pero se convenció <strong>de</strong><br />

inmediato <strong>de</strong> que habían llegado a un camino sin retorno y se <strong>de</strong>spidió.<br />

Al salir, le dijo a Tatanka:<br />

—Athos, no seas pen<strong>de</strong>jo, la hemofilia no es contagiosa.<br />

Luego regresaron al hotel para recoger sus cosas y partir a París. En<br />

el camino no cesaba la discusión acerca <strong>de</strong> las virtu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los mosqueteros<br />

<strong>de</strong>l rey. José María buscó la tarjeta con el número telefónico<br />

<strong>de</strong>l hotel Wilson, pidió al encargado con la habitación <strong>de</strong> su<br />

padre y lo saludó. <strong>La</strong> respuesta lo <strong>de</strong>jó helado…<br />

—Dupin ha <strong>de</strong>saparecido.


Treinta y tres<br />

Después <strong>de</strong> pactar con su hijo por teléfono que los cuatro jóvenes<br />

se moverían a Dijon lo más pronto posible, Juan Pablo repasó los<br />

acontecimientos. Se había dormido temprano pensando en Dupin<br />

y cómo el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> hurgar en el pasado podía acarrear dolor y vergüenza.<br />

Por la mañana, al <strong>de</strong>spertar, llamó al cuarto <strong>de</strong> Dupin pero<br />

nadie respondió. Se levantó y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> asearse, hizo un segundo<br />

intento infructuoso, por lo que se dirigió a la habitación contigua<br />

y tocó la puerta. Dupin no atendió. En ese momento se prendió<br />

en su interior un pequeño botón <strong>de</strong> alarma. Bajó a la administración<br />

y preguntó por Dupin, esperanzado en que lo hallaría mero<strong>de</strong>ando<br />

por ahí. <strong>La</strong> respuesta encendió el botón al máximo posible.<br />

[187]


188<br />

Le explicaron que el caballero había salido la noche anterior acompañado<br />

<strong>de</strong> dos jóvenes y no había regresado a recoger su llave.<br />

—Mierda —razonó—. Mierda y recontramierda.<br />

¿Qué hacer? Pensó en la policía, pero <strong>de</strong>cidió que <strong>de</strong>bería esperar<br />

un poco antes <strong>de</strong> movilizar respuestas paranoicas, así que lo único<br />

que se le ocurrió fue llamar a Alice Tavernier. No la encontró en su<br />

casa. Debía estar trabajando, así que salió a la calle para or<strong>de</strong>nar sus<br />

i<strong>de</strong>as. ¿Qué podría hacer Dupin con dos jóvenes? ¿Serían conocidos<br />

<strong>de</strong> él? Seguramente no, ya que Miguel era un hombre metódico y le<br />

habría advertido <strong>de</strong> su salida. No halló nada mejor que dar un paseo<br />

por la ciudad, en la que encontró un museo extrañísimo don<strong>de</strong><br />

se exhibían objetos domésticos <strong>de</strong> diversas épocas. Albergaba la<br />

esperanza <strong>de</strong> que Dupin estuviera en el hotel a su regreso, pero no<br />

fue así. Insistió en casa <strong>de</strong> Alice, pero <strong>de</strong> nuevo nadie le respondió.<br />

Llamaría en la noche, ya con los muchachos en Dijon. Subió a su<br />

cuarto a <strong>de</strong>scansar y lo <strong>de</strong>spertó el timbre <strong>de</strong>l teléfono. Levantó el<br />

auricular <strong>de</strong> inmediato. Era José María y sus compañeros, que por<br />

fin habían llegado. Bajó a la recepción para acordar el alojamiento y,<br />

una vez que estuvieron instalados, les contó todo. El <strong>de</strong>sconcierto<br />

se reflejaba en los rostros <strong>de</strong> los jóvenes que, sin embargo, se daban<br />

cuenta <strong>de</strong> que estaban a<strong>de</strong>ntrándose en una aventura real.<br />

—Todo es prematuro —Juan Pablo se dirigía a los mosqueteros—,<br />

pero creo que valdría la pena valorar los riesgos,<br />

sobre todo <strong>de</strong> uste<strong>de</strong>s tres —señalaba al Perro, Tatanka y<br />

el Garra—. Si esto adquiere un mal cariz, creo que lo mejor<br />

sería mandarlos <strong>de</strong> regreso; no vale la pena exponerlos.<br />

El ambiente era fúnebre y nadie respondió.


189<br />

Juan Pablo se incorporó y volvió a llamar a Alice. Esta vez contestó<br />

al tercer timbrazo.<br />

—¿Alice? Es Juan Pablo. No quisiera molestarla, pero mi<br />

amigo, al que usted conoció ayer, ha <strong>de</strong>saparecido, y quisiera<br />

saber si nos pue<strong>de</strong> ayudar <strong>de</strong> alguna manera. No tengo<br />

a nadie más a quién recurrir en esta ciudad.<br />

Se hizo un largo silencio y la respuesta activó, por tercera vez en el<br />

día, todas las alarmas <strong>de</strong> Juan Pablo.<br />

—Mi hijo tampoco durmió aquí anoche.<br />

—Vamos para allá.<br />

El grupo llegó a casa <strong>de</strong> Alice a las diez <strong>de</strong> la noche. Ella se veía<br />

preocupada.<br />

—Si bien Thierry es una fuente <strong>de</strong> problemas, jamás ha faltado<br />

a dormir.<br />

—Cuénteme usted, ¿qué ocurrió <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que nos fuimos<br />

ayer?<br />

—Mi hijo llegó y cenamos. Le conté <strong>de</strong> su visita y <strong>de</strong> inmediato<br />

perdió el control. Dijo que uste<strong>de</strong>s eran los culpables<br />

<strong>de</strong> nuestra miseria y salió dando un portazo. Normalmente<br />

tiene esos arrebatos, así que no me preocupé hasta esta<br />

mañana que noté que no había llegado. ¿Uste<strong>de</strong>s creen…?<br />

Su mirada <strong>de</strong>lataba angustia.


190<br />

<strong>La</strong> pregunta fue interrumpida por José María, quien dijo:<br />

—Quizás en el hotel hay vi<strong>de</strong>os <strong>de</strong> seguridad. Vamos.<br />

Los seis salieron rumbo al Wilson en el Peugeot <strong>de</strong>startalado<br />

<strong>de</strong> Alice. Al llegar, le explicaron al encargado el problema. Éste <strong>de</strong><br />

inmediato llamó al jefe <strong>de</strong> seguridad, quien los condujo a un cuarto<br />

don<strong>de</strong> se veía una pared llena <strong>de</strong> monitores. Le pidió al responsable<br />

<strong>de</strong> su operación que buscara los vi<strong>de</strong>os <strong>de</strong>l vestíbulo en la<br />

noche anterior. Así lo hizo. El vi<strong>de</strong>o daba cuenta <strong>de</strong> personas sentadas<br />

y otras caminando a saltos estroboscópicos. Se apreciaba cómo<br />

Dupin se encontraba reclinado en un sofá y, <strong>de</strong> pronto, era abordado<br />

por dos jóvenes que comentaban algo con él. Se incorporaba<br />

y salían <strong>de</strong> cuadro. El vi<strong>de</strong>o <strong>de</strong> la fachada relataba, como un tren en<br />

marcha, la manera en que se alejaban por una <strong>de</strong> las calles laterales.<br />

Todos los ojos se posaron en Alice.<br />

—Es Thierry —asintió mientras una lágrima se <strong>de</strong>slizaba<br />

por su mejilla, tan semejante a la plasmada en los cuadros<br />

<strong>de</strong> Modigliani.


Treinta y cuatro<br />

[191]<br />

Diario <strong>de</strong> Bertrand Tavernier<br />

1 <strong>de</strong> enero <strong>de</strong> 1927<br />

“Me apo<strong>de</strong>raré <strong>de</strong>l <strong>de</strong>stino agarrándolo <strong>de</strong>l cuello. No me dominará”.<br />

<strong>La</strong> frase es <strong>de</strong> Beethoven, o por lo menos a él se le atribuye, y refleja<br />

muchas <strong>de</strong> las cosas que han vagado por mi cabeza en estos mis<br />

últimos días. Me gusta la obstinación <strong>de</strong> Beethoven. Recuerdo su<br />

anécdota en el balneario <strong>de</strong> Teplice cuando, en compañía <strong>de</strong> Goethe,<br />

se encontró con la emperatriz y su séquito. Mientras Goethe se quitaba<br />

el sombrero y rendía una reverencia cortesana, Beethoven se<br />

caló el suyo más aún y siguió a<strong>de</strong>lante, cuestionando el comportamiento<br />

<strong>de</strong> “lacayo” <strong>de</strong>l filósofo alemán.


192<br />

Esa terquedad es la que probablemente proviene <strong>de</strong> una infancia<br />

aviesa como la <strong>de</strong> él y la mía. El padre <strong>de</strong>l músico alemán era<br />

alcohólico, una tragedia que yo sufrí durante la niñez. Es probable,<br />

y también una paradoja, que esta condición familiar genere<br />

un <strong>de</strong>seo irrefrenable a imponerse a lo que la gente perezosa<br />

llama “<strong>de</strong>stino”.<br />

El <strong>de</strong>stino es inexorable y está guiado por hados misteriosos.<br />

Es, <strong>de</strong> acuerdo con los que creen en él, una ruta trazada <strong>de</strong> antemano,<br />

un camino <strong>de</strong>l que es imposible apartarse y que nos guía<br />

como cor<strong>de</strong>ros tar<strong>de</strong> o temprano hacia un mata<strong>de</strong>ro pre<strong>de</strong>stinado.<br />

¿Cuál sería la razón <strong>de</strong> vivir si el plan ya está <strong>de</strong>finido? ¿Cuál sería<br />

el sentido <strong>de</strong> nuestra voluntad si ésta obe<strong>de</strong>ciera a un <strong>de</strong>signio<br />

metafísico? Por supuesto ninguna. El <strong>de</strong>stino es la excusa <strong>de</strong> los<br />

incompetentes, <strong>de</strong> los débiles <strong>de</strong> carácter que todo lo justifican<br />

porque “así tenía que ser”. Pienso por ejemplo en la presencia <strong>de</strong><br />

Pasteur en los llanos <strong>de</strong> Melun y la lucha interna que libré para<br />

vencer mi timi<strong>de</strong>z y presentarme ante él para convertirme en su<br />

aprendiz. <strong>La</strong> ecuación en este caso nada tiene que ver con <strong>de</strong>stinos<br />

ni otros absurdos, sino con el azar y la necesidad. Es claro que fui<br />

afortunado al estar en la misma ciudad que Pasteur, y ahí es don<strong>de</strong><br />

intervienen los hados que fueron remachados por mi imperioso<br />

<strong>de</strong>seo <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r y <strong>de</strong> salir a<strong>de</strong>lante… el azar y la necesidad.<br />

Se antoja un balance <strong>de</strong> la vida. Es el momento justo. Cuando era<br />

joven buscaba metas, objetivos, <strong>de</strong>stinos a los cuales llegar. Hoy,<br />

en contraste, pienso en revisar lo que he sido. No puedo cambiar<br />

nada, ello le da frialdad y distancia a mi evaluación. No creo<br />

en el arrepentimiento; me parece ociosa la i<strong>de</strong>a ju<strong>de</strong>ocristiana <strong>de</strong><br />

tomar <strong>de</strong>cisiones para luego purgarlas como un convicto a perpetuidad.<br />

Los saldos, me parece normal, están llenos <strong>de</strong> claroscuros.<br />

Siempre traté <strong>de</strong> proce<strong>de</strong>r con justicia y buen sentido, pero tengo


193<br />

claro que esta aseveración admite matices: no he sido perfecto, y<br />

en este recuento <strong>de</strong>scubro en la memoria <strong>de</strong>cisiones que <strong>de</strong>bería<br />

haber tomado <strong>de</strong> otra manera. Evoco, por ejemplo, a Villepin, un<br />

empleado <strong>de</strong> toda mi confianza. Sería 1908 o 1909, no lo recuerdo<br />

con precisión. <strong>La</strong> fábrica hervía y yo no me permitía un <strong>de</strong>scanso, ni<br />

se los daba a mis más cercanos. Una tar<strong>de</strong> llegó Villepin a mi oficina<br />

y se sentó frente al escritorio, como lo hacía <strong>de</strong> forma habitual para<br />

darme el reporte <strong>de</strong>l día. Así lo hizo y luego carraspeó con incomodidad.<br />

Explicó que su mujer tenía un hijo <strong>de</strong> un matrimonio previo,<br />

el niño vivía con el padre en otra ciudad y él solicitaba un permiso<br />

para visitarlo durante tres días. Me negué y hoy lo lamento. Pero<br />

así son las cosas.<br />

¿Qué hice bien y qué mal? Menuda pregunta. Es razonable que se<br />

tienda a recordar con primacía todo aquello que nos <strong>de</strong>ja satisfechos.<br />

Lo es, también, que ocultemos <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la alfombra aquellas<br />

<strong>de</strong>cisiones que nos satisfacen menos. No lo sé, creo que he trabajado<br />

con apasionamiento, también que me he tratado <strong>de</strong> sustraer a<br />

la tentación <strong>de</strong> ser un hombre rico sin más ambición que sirvientes<br />

y un chofer <strong>de</strong> librea. Siempre me apasionó la vida, que hoy<br />

empieza a cobrar cuentas, mismas que pagaré con gusto porque<br />

creo, a pesar <strong>de</strong> todo, que hice lo correcto.<br />

Otro año ha terminado. Pascal está a punto <strong>de</strong> cumplir dieciocho<br />

años y ha <strong>de</strong>sarrollado una personalidad muy atractiva. Se intere sa<br />

poco en el dinero y cada vez más en conocer el mundo; el año<br />

pasado viajó a Inglaterra para visitar Glastonbury, don<strong>de</strong>, se dice,<br />

se encuentra Avalon, y regresó entusiasmado contando la leyenda<br />

<strong>de</strong>l rey Arturo. También recorrió Turquía en busca <strong>de</strong> la Troya <strong>de</strong><br />

Schliemann y caminó por las ruinas <strong>de</strong>l Coliseo Romano. Su vida<br />

está resuelta y ello me <strong>de</strong>ja en paz… son otros los <strong>de</strong>monios que<br />

me atormentan.


194<br />

Hay coinci<strong>de</strong>ncias felices —la mía con Pasteur lo fue—, y otras que<br />

<strong>de</strong>speñan una tragedia. ¿Qué <strong>de</strong>termina cada una? Ya lo he dicho,<br />

las re<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l azar, que son infinitas e insondables.<br />

¿Por qué ese cochero <strong>de</strong> una carreta <strong>de</strong> carga (cuyo nombre —lo<br />

averigüé <strong>de</strong>spués— era Louis Rostand) iba alcoholizado a las nueve<br />

<strong>de</strong> la mañana en el Boulevard <strong>de</strong>s Italiens? ¿Tendría algún problema<br />

irremediable? ¿Un amor irresoluto? No lo sé, pero la cauda<br />

<strong>de</strong> acontecimientos que los sutiles caminos <strong>de</strong> la fortuna <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>naron<br />

es seguro que nunca los previó…<br />

Se hace tar<strong>de</strong>; continuaré mañana.


Treinta y cinco<br />

El comisario Fabre estaba <strong>de</strong> mal humor. Al bañarse se había<br />

cortado con la navaja que suponía nueva y, ahora, en su auto<br />

rumbo a la prefectura, podía ver por el retrovisor el trozo enrojecido<br />

<strong>de</strong> papel higiénico sobre su mejilla <strong>de</strong>recha. Eso no era todo, le<br />

preocupaban los disturbios <strong>de</strong> origen racial que se habían presentado<br />

en la ciudad y que habían puesto en entredicho la capacidad<br />

<strong>de</strong> reacción <strong>de</strong> las fuerzas policiales. Sobre la inmigración, Fabre<br />

tenía i<strong>de</strong>as ambiguas. Percibía con claridad que la <strong>de</strong>lincuencia iba<br />

en ascenso en la medida que las ratas <strong>de</strong>l este <strong>de</strong> Europa se dirigían<br />

al oeste. <strong>La</strong> mafia, los traficantes <strong>de</strong> blancas y los contrabandistas<br />

planteaban un problema <strong>de</strong> seguridad real que había sido<br />

[195]


196<br />

<strong>de</strong>sglosado a <strong>de</strong>talle en la reunión nacional <strong>de</strong> Nancy, a la que había<br />

asistido. Por otro lado, le irritaban profundamente el salvajis mo<br />

con el que muchos jóvenes franceses empezaban a reaccionar:<br />

ataques a chabolas y abusos contra civiles, sobre todo con turcos y<br />

africanos, eran cada vez más frecuentes.<br />

Tenía más <strong>de</strong> veinte años <strong>de</strong> servicio, durante los cuales había mostrado<br />

diligencia y eficacia. Sus aficiones eran más bien simples: soltero<br />

empe<strong>de</strong>rnido, pasaba <strong>de</strong> quince a veinte horas trabajando, y<br />

en los fines <strong>de</strong> semana que no había alguna contingencia se reunía<br />

con un grupo <strong>de</strong> amigos a jugar al petanc, para luego pasar la tar<strong>de</strong><br />

bebiendo vino y charlando. Le gustaban las novelas policiacas y<br />

solía reírse <strong>de</strong> las técnicas propuestas por los escritores para resolver<br />

crímenes. “Parecería que todo se reduce a pensar y tener un<br />

chispazo genial”, pensaba. “Bah, idioteces. El trabajo policial es eso,<br />

sudar hasta por el culo y poseer la tenacidad suficiente, nada más”.<br />

Cuando llegó a la prefectura y bajó <strong>de</strong> su auto, se palpó el vientre.<br />

Estaba ganando peso, y tomó una nota mental acerca <strong>de</strong> la necesidad<br />

<strong>de</strong> regresar al gimnasio <strong>de</strong> la comisaría, que había abandonado<br />

hacía ya varios meses. Al entrar a su <strong>de</strong>spacho puso en or<strong>de</strong>n algunos<br />

papeles, y luego asistió a la reunión preparatoria <strong>de</strong>l día, don<strong>de</strong><br />

se revisaban los avances en las investigaciones, así como las noveda<strong>de</strong>s.<br />

Fue informado acerca <strong>de</strong> un correo <strong>de</strong> la Policía Nacional<br />

para coordinar la próxima visita <strong>de</strong>l primer ministro, y maldijo para<br />

sus a<strong>de</strong>ntros: <strong>de</strong>testaba los actos oficiales y la mierda logística que<br />

ello suponía. El resto <strong>de</strong> los asuntos tomaban el curso que <strong>de</strong>bían<br />

tomar. Al pasar a los casos nuevos, leyó el reporte <strong>de</strong> tres autos<br />

robados la noche anterior, un asalto a transeúnte y un secuestro.<br />

Este último llamó <strong>de</strong> inmediato su atención, ya que era poco<br />

común; <strong>de</strong> hecho, insólito. Pidió más <strong>de</strong>talles y el sargento Molina<br />

le explicó que en la madrugada se había presentado un grupo <strong>de</strong>


197<br />

mexicanos y una ciudadana francesa para reportar el secuestro <strong>de</strong><br />

un compañero <strong>de</strong> ellos, que fue confirmado, o por lo menos eso<br />

aseguraban, con el vi<strong>de</strong>o <strong>de</strong>l hotel Wilson don<strong>de</strong> habían ocurrido<br />

los hechos.<br />

Después <strong>de</strong> repartir el trabajo, pidió que el grupo <strong>de</strong>nunciante se<br />

reuniera en la sala <strong>de</strong> juntas, a la que acudió con el tercer café <strong>de</strong> la<br />

mañana. No estaba preparado para el cuadro <strong>de</strong> cuatro adolescentes,<br />

una dama y un caballero <strong>de</strong> más o menos su misma edad, que<br />

lo esperaban nerviosos.<br />

Se presentó y les solicitó que le expusieran los hechos. Sus ojos se<br />

dirigían al hombre y la mujer adultos.<br />

El hombre tomó la palabra. En un francés muy razonable le explicó<br />

que eran mexicanos, con la excepción <strong>de</strong> Alice Tavernier, vecina <strong>de</strong><br />

Dijon, y que se encontraban en Francia para rastrear la pista <strong>de</strong> uno<br />

<strong>de</strong> los antepasados <strong>de</strong> Miguel Dupin. Le dijo también que era muy<br />

probable que sus hallazgos provocaran la reacción <strong>de</strong> Thierry, y le<br />

cedió la palabra a la mujer, quien narró la exaltación <strong>de</strong> su hijo al<br />

enterarse <strong>de</strong> la visita <strong>de</strong> Dupin a su hogar. Uno <strong>de</strong> los jóvenes respondió<br />

en buen francés que los vi<strong>de</strong>os <strong>de</strong> seguridad <strong>de</strong>l hotel mostraban<br />

a Thierry y a otro joven llevándose a Dupin hacia la calle,<br />

aunque no se percibía ningún arma visible. Detalle que llamó la<br />

atención <strong>de</strong> Fabre, ya que <strong>de</strong>mostraba un buen ojo policial.<br />

—¿No han recibido ninguna comunicación? —fue la primera<br />

pregunta que formuló.<br />

—Ninguna —la respuesta <strong>de</strong> Juan Pablo era lacónica.


198<br />

—Bien, les diré lo que haremos. Creo que necesito un<br />

momento más con usted, señora, para que me ofrezca <strong>de</strong>talles<br />

acerca <strong>de</strong> los hábitos <strong>de</strong> su hijo. Uste<strong>de</strong>s —se dirigía al<br />

resto <strong>de</strong>l grupo— regresen a su hotel y tomen un <strong>de</strong>scanso.<br />

Les pido que estén pendientes <strong>de</strong> sus teléfonos celulares,<br />

mi asistente tomará sus datos. Pondré una escolta que los<br />

acompañará. No creo que estén en peligro alguno, pero es<br />

el procedimiento.<br />

El grupo regresó al hotel, don<strong>de</strong> convinieron encontrarse con<br />

Alice una vez que concluyera su entrevista. Se veían taciturnos y<br />

cansados.<br />

—¿Qué opinan? —preguntó Juan Pablo.<br />

Era un cuestionamiento retórico, ya que no apostaba dinero a las<br />

hipótesis <strong>de</strong> Tatanka, el Garra y el Perro.<br />

—Que este cabrón, Thierry, <strong>de</strong>be estar medio cucú, padre.<br />

El secuestro en este país es un <strong>de</strong>lito muy grave, y dudo<br />

mucho que quiera lana, más bien busca una manera <strong>de</strong><br />

jo<strong>de</strong>r a Dupin por el <strong>de</strong>spojo que, cree, cometió su abuelo.<br />

<strong>La</strong> chinga es que estamos en blanco y dudo mucho que la<br />

policía pueda avanzar con rapi<strong>de</strong>z. Creo que hay que esperar<br />

a Alice y saber qué carajo pasó.<br />

Esperaron en el lobby <strong>de</strong>l hotel realizando activida<strong>de</strong>s misceláneas.<br />

El Garra y Tatanka se enfrascaron en un duelo <strong>de</strong> albures lamentable.<br />

El Perro se puso a chatear en su laptop. José María buscó sus<br />

Miserables y Juan Pablo se hundió en un sofá pensando en Alice. Le<br />

llamaba la atención esa mujer y la vida durísima que enfrentaba<br />

día con día.


199<br />

Cuando ella llegó, escoltada en un coche policial, todos se reunieron<br />

a su alre<strong>de</strong>dor. Se veía <strong>de</strong>macrada y las cuencas <strong>de</strong> los ojos<br />

<strong>de</strong>lataban que había llorado. Les narró que el inspector Fabre había<br />

preguntado por todos los <strong>de</strong>talles acerca <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> Thierry:<br />

sus amigos, los lugares que acostumbraba frecuentar, así como<br />

sus horarios. Analizaron juntos el vi<strong>de</strong>o y, finalmente, le pidió una<br />

fotografía <strong>de</strong> su hijo, pero ya no fue necesaria, pues un ayudante<br />

<strong>de</strong>l inspector entró con un expediente en el que se apreciaba con<br />

claridad a Thierry acompañado <strong>de</strong> otros jóvenes. Fabre le explicó<br />

entonces que su hijo estaba ya fichado por su pertenencia a un<br />

grupo ultranacionalista <strong>de</strong>nominado “Francia con fronteras”, y que<br />

ello, a pesar <strong>de</strong> ser una mala noticia familiar, se constituía en una<br />

primera pista para avanzar en el caso. Prometió tenerla informada<br />

y la envió <strong>de</strong> regreso al hotel.<br />

Juan Pablo no encontró la manera <strong>de</strong> confortarla, y la invitó a tomar<br />

un café en un lugar cercano.<br />

—No sé qué <strong>de</strong>cirte —exclamó mientras le daba un sorbo<br />

a su taza.<br />

<strong>La</strong> respuesta <strong>de</strong> Alice fue entrecortada.<br />

Suspiró.<br />

—No es necesario que me digas nada. Te agra<strong>de</strong>zco la compañía.<br />

Ello me basta. Creo que estoy cansada <strong>de</strong> que la vida<br />

me dé la espalda. Imagina que el máximo logro familiar<br />

es el <strong>de</strong> un tío abuelo que sale dos segundos a cuadro en<br />

Monsieur Verdoux, <strong>de</strong> Chaplin.


200<br />

—A veces creo que soy una <strong>de</strong>sadaptada. Siempre pensé en<br />

el valor <strong>de</strong> la confianza, y esa ingenuidad me ha acarreado<br />

más patadas <strong>de</strong> las que hubiera podido imaginar. El padre<br />

<strong>de</strong> Thierry me trató como a una puta. Mi familia me <strong>de</strong>spreció.<br />

He criado un criminal y vivo en una precariedad espantosa.<br />

Un saldo <strong>de</strong> mierda, ¿no crees?<br />

Juan Pablo la miró amistosamente. Los rasgos <strong>de</strong> Modigliani llamaban<br />

su atención.<br />

—No lo sé, supongo que sí. Pero te <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cir que no estás<br />

tan sola ante los saldos <strong>de</strong> la <strong>de</strong>rrota. Aunque dudo mucho<br />

que ello te reconforte.<br />

Y entonces le contó su propia historia, mientras el sol <strong>de</strong>scendía<br />

por los tejados <strong>de</strong> Dijon.


Treinta y seis<br />

Todo ocurrió muy rápido. Miguel Dupin pensaba en su pasado y<br />

en su futuro. Sentía esa <strong>de</strong>sazón propia <strong>de</strong> un amante <strong>de</strong>spechado,<br />

o <strong>de</strong> aquel que no ha quedado satisfecho ante sus acciones <strong>de</strong> vida:<br />

una especie <strong>de</strong> garra que le oprimía la boca <strong>de</strong>l estómago. ¿Por qué<br />

se empecinaba en remontarse a su pasado? Ahora se daba cuenta<br />

<strong>de</strong> que una simple acción era capaz <strong>de</strong> arrojar docenas <strong>de</strong> reacciones<br />

imprevisibles, y en muchos casos cargadas <strong>de</strong> dolor y agravio.<br />

Pensaba también en Juan Pablo y José María. Le gustaba esa<br />

pareja que se movía a contrapelo <strong>de</strong> la ortodoxia filial, pero empezaba<br />

a dudar que su i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> llevarlos a esta historia fuera afortunada.<br />

Recordaba el dolor en la voz <strong>de</strong> Alice y la punzada crecía. En<br />

[201]


202<br />

todo ello cavilaba Miguel Dupin, cuando sintió una presencia a su<br />

espalda. Razonó en milésimas <strong>de</strong> segundo que un mesero jamás<br />

anunciaría su presencia <strong>de</strong> manera subrepticia y aguzó sus cuatro<br />

sentidos. Era tar<strong>de</strong>, una voz muy joven le dijo:<br />

—Levántate <strong>de</strong>spacio y acompáñanos. Tomarás nuestros<br />

brazos y caminaremos afuera <strong>de</strong>l hotel. Traigo un arma y te<br />

juro, cabrón, que tengo ganas <strong>de</strong> usarla aquí mismo.<br />

<strong>La</strong> dureza <strong>de</strong> las palabras que amenazaban a Dupin contrastaba con<br />

el tono: un susurro.<br />

Dupin reaccionó lentamente. No sintió miedo, era el cansancio el<br />

que lo atormentaba, y curiosidad por esta vuelta <strong>de</strong> tuerca inesperada,<br />

así que se incorporó tal y como se lo habían pedido. Tomó<br />

los brazos que sintió a sus costados para salir caminando por la<br />

puerta <strong>de</strong>l Wilson. Afuera el frío <strong>de</strong> la noche le cortó la cara como<br />

un cuchillo. Se dio cuenta <strong>de</strong> que uno <strong>de</strong> sus captores temblaba<br />

ligeramente, y luego fue obligado a entrar a un coche que carraspeó<br />

afónico antes <strong>de</strong> encen<strong>de</strong>r el motor. Escuchó <strong>de</strong>cir a la voz original:<br />

—<strong>La</strong> ventaja es que no será necesario vendarle los ojos.<br />

<strong>La</strong> broma, cruel y <strong>de</strong>spiadada, provocó una risa: la segunda voz que<br />

Dupin i<strong>de</strong>ntificaba y que le dio una primera aproximación para<br />

compren<strong>de</strong>r que se trataba <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> jóvenes violentos y zafios.<br />

Entendía poco <strong>de</strong> lo que pasaba pero mantenía la calma. Decidió<br />

tomar la iniciativa.<br />

—¿Saben quién soy? —preguntó en un tono neutro.


203<br />

—¿Nos tomas por imbéciles? Claro que lo sabemos. Eres<br />

un ciego <strong>de</strong> mierda que se presenta <strong>de</strong> la nada con su abrigo<br />

elegante y zapatos <strong>de</strong> 500 euros para restregarnos lo bien<br />

que te ha ido. Claro que no sé qué tanto un topo como tú<br />

pueda disfrutar <strong>de</strong> todo ello.<br />

Dupin se reclinó en el asiento. Era evi<strong>de</strong>nte que el auto había abandonado<br />

la ciudad y se encontraba en una carretera. Se escuchaba el<br />

rebase <strong>de</strong> algunos camiones y nada más. Los jóvenes habían encendido<br />

la radio o activado el sistema <strong>de</strong> discos y se escuchaba una<br />

música <strong>de</strong>sconocida para él, pero ruidosa y llena <strong>de</strong> gritos que sus<br />

captores cantaban eufóricos. Se <strong>de</strong>tuvieron en algún sitio y Miguel<br />

pudo percibir el olor a alcohol, quizá vodka, que se <strong>de</strong>slizaba por<br />

el interior <strong>de</strong>l auto. Cayó vencido por el sueño. Lo <strong>de</strong>spertó la voz<br />

original, que <strong>de</strong>cía:<br />

—Alise Sainte Reine, veinte kilómetros. Hemos llegado,<br />

muchacho.<br />

Entonces tuvo una i<strong>de</strong>a: sacó con el mayor sigilo su aparato celular<br />

—ignoraba si ya había amanecido— y marcó la tecla <strong>de</strong> pulsado<br />

rápido al celular <strong>de</strong> Juan Pablo. Apenas había oprimido cuatro<br />

caracteres y marcado “enviar”, cuando un golpe brutal lo <strong>de</strong>jó<br />

inconsciente <strong>de</strong> inmediato.<br />

—¡Este imbécil mandó un mensaje! —exclamó Thierry.<br />

Checa si lo envió y qué dice.<br />

Su compañero tomó el aparato y entró al menú <strong>de</strong> opciones enviadas.<br />

Luego rió <strong>de</strong> manera sonora.


204<br />

—No te preocupes, son garabatos. Este ciego <strong>de</strong> mierda<br />

estaba nervioso y no sabía qué tecleaba. Mira, ésa es la casa.<br />

Entonces el coche entró en una finca rural que se veía vacía. Los dos<br />

jóvenes se apearon y tomaron a Miguel <strong>de</strong> pies y brazos. Lo llevaron<br />

a su interior para luego recostarlo en una cama que se encontraba<br />

en una habitación <strong>de</strong> la planta baja. De la sien <strong>de</strong> Dupin brotaba un<br />

hilillo <strong>de</strong> sangre, por lo que Thierry limpió la herida y aplicó una<br />

gasa que Jaques, su compañero, le proporcionó.<br />

Thierry valoró la propiedad.<br />

—¿Así que ésta es la casa <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso <strong>de</strong> tus padres? No<br />

jodas, se ve que están forrados.<br />

—Lo están —fue la respuesta <strong>de</strong> Jaques—. El cerdo <strong>de</strong> mi<br />

padre sólo se ha <strong>de</strong>dicado a hacer dinero. Pero es un escondite<br />

i<strong>de</strong>al. Ellos se fueron a las Islas Maldivas y regresan <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong> un mes, yo les importo un carajo, así que todo está<br />

bajo control. A<strong>de</strong>más, la alacena está llena y la cava <strong>de</strong>be<br />

tener unas quinientas botellas. ¿Qué te parece si brindamos?<br />

Fue por una botella <strong>de</strong> vino, que <strong>de</strong>scorchó sin mucha pericia,<br />

y se sentó junto con Thierry ante una mesa con mantel <strong>de</strong> cuadros.<br />

Escanciaron las copas y las elevaron en el aire hasta chocarlas<br />

suavemente.<br />

—Por la venganza.<br />

—Por la venganza —respondió Thierry mientras sus ojos<br />

veían fijamente la habitación don<strong>de</strong> Miguel Dupin <strong>de</strong>spertaba<br />

en ese momento.


Treinta y siete<br />

El comisario Fabre cerró el libro y lo puso en la mesa <strong>de</strong> noche. Le<br />

gustaban Mankel y su personaje, el inspector Kurt Wallan<strong>de</strong>r,<br />

ese policía amargado y alcohólico que resolvía los crímenes más<br />

extraños en algún lugar perdido <strong>de</strong> Suecia. Lo encontraba verosímil<br />

y cercano a su propia experiencia. El trabajo policial no era glamoroso,<br />

y lo había enfrentado a situaciones espantosas. Recordaba<br />

el caso <strong>de</strong> un hombre <strong>de</strong> origen alemán que había mutilado a más<br />

<strong>de</strong> una docena <strong>de</strong> mujeres. <strong>La</strong>s sedaba para luego cortarles una<br />

oreja. En la prefectura lo llamaban Van Gogh, y los mantuvo en<br />

jaque durante ocho meses. Cuando lo pudieron capturar en un<br />

suburbio <strong>de</strong> Dijon, el hombre no opuso resistencia alguna. Parecía<br />

[205]


206<br />

un ciudadano normal, pero al entrar a su casa, Fabre apenas pudo<br />

contener las arcadas que le provocó encontrar en un cuarto más <strong>de</strong><br />

cincuenta orejas clavadas en la pared, algunas <strong>de</strong> ellas <strong>de</strong>scompuestas<br />

mostrando los cartílagos. Su trabajo lo acercaba siempre a las<br />

pocilgas, a la crueldad y la locura. Fabre era un hombre duro que,<br />

sin embargo, no perdía la capacidad <strong>de</strong> asombro. En una ocasión se<br />

enfrentaron a un hombre que advertía sobre el fin <strong>de</strong>l mundo. Los<br />

vecinos se habían quejado <strong>de</strong> su locura, ya que durante las madrugadas<br />

salía al balcón <strong>de</strong> su casa y por medio <strong>de</strong> un megáfono le<br />

pedía a la gente que se preparara para un inminente apocalipsis<br />

<strong>de</strong>l que sólo él los podría salvar. Le dieron una amonestación y lo<br />

<strong>de</strong>jaron ir… fue un error que costó la vida <strong>de</strong> cuatro niños. El lunático<br />

irrumpió una mañana en un jardín <strong>de</strong> infantes con una pistola<br />

automática, disparó durante quince minutos y luego se voló la tapa<br />

<strong>de</strong> los sesos. Ver los cuerpecitos inermes <strong>de</strong> aquellas criaturas fue<br />

algo que a Fabre le había costado muchos años olvidar.<br />

Antes <strong>de</strong> dormir pensó en el caso que se le había presentado ese<br />

día. Aparentemente estaba todo claro. Thierry Duchamps era un<br />

joven resentido y violento, en un par <strong>de</strong> ocasiones había sido <strong>de</strong>tenido<br />

por disturbios <strong>de</strong> origen racial. <strong>La</strong>s razones <strong>de</strong> su conducta<br />

tenían un motivo: juzgaba que ese hombre mexicano y ciego,<br />

¿Miguel Dupin?, había heredado un <strong>de</strong>stino que le correspondía<br />

a él. El problema consistía en tratar <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r las razones últimas:<br />

era evi<strong>de</strong>nte que no quería asesinarlo, o no por lo menos tan<br />

pronto, ya que ello lo podría haber realizado en el mismo hotel o<br />

saliendo <strong>de</strong> él. Tampoco había una comunicación relacionada con<br />

un rescate. <strong>La</strong> venganza parecía el móvil más plausible, y eso lo<br />

inquietaba: la violencia <strong>de</strong> estos jóvenes se apreciaba creciente y<br />

<strong>de</strong>smedida, por lo que concluyó que tendrían que dar lo antes posible<br />

con el para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> Dupin.


207<br />

Habían ya analizado las fichas <strong>de</strong> los integrantes <strong>de</strong>l grupo <strong>de</strong><br />

Thierry. Eran más <strong>de</strong> cincuenta y se habían dispuesto cateos en las<br />

casas <strong>de</strong> todos y cada uno <strong>de</strong> ellos. <strong>La</strong>s fuerzas <strong>de</strong> tarea resultaban<br />

insuficientes y ello les tomaría algo <strong>de</strong> tiempo. Ni siquiera sabían<br />

en qué coche habían escapado o si seguían en Dijon. El retrato <strong>de</strong><br />

Thierry fue enviado a todas las comisarías <strong>de</strong>l país. Hasta ahí se<br />

podía llegar por ese día.<br />

Por la mañana se cuidó mucho <strong>de</strong> pasar la cuchilla por la zona <strong>de</strong>l<br />

corte, tomó un café muy cargado y salió a la comisaría. Se repitió<br />

mentalmente la necesidad <strong>de</strong> hacer ejercicio y, cuando se disponía<br />

entrar a la reunión matutina, fue interrumpido por el sargento<br />

Chabrol, quien le indicó que una <strong>de</strong> las personas que había presentado<br />

la <strong>de</strong>nuncia el día anterior estaba en la antesala. Fabre asintió<br />

y pidió que lo enviaran a su <strong>de</strong>spacho en el que trató <strong>de</strong> arreglar la<br />

Babel <strong>de</strong> papeles que inundaban el escritorio.<br />

Juan Pablo entró y saludó al inspector con un apretón <strong>de</strong> manos.<br />

—¿Alguna novedad? —preguntó.<br />

Fabre estaba acostumbrado a la ansiedad <strong>de</strong> las personas que<br />

habían perdido a alguien, así que tuvo la paciencia suficiente para<br />

explicarle todo el procedimiento y luego guardó silencio, como<br />

invitando a Juan Pablo a retirarse. Sin embargo, éste permaneció<br />

en su sitio y sacó un teléfono celular.<br />

—Comisario —dijo—, normalmente no uso estos aparatos<br />

y lo tenía guardado en mi habitación. Sé que usted nos<br />

advirtió y lamento mi distracción, pero hoy que recordé sus<br />

instrucciones, lo prendí y me encontré con un mensaje <strong>de</strong><br />

Miguel Dupin. Él <strong>de</strong>sapareció cerca <strong>de</strong> las diez <strong>de</strong> la noche


208<br />

<strong>de</strong> antier y la hora registrada en el celular al momento <strong>de</strong><br />

recibir el mensaje es en la madrugada, concretamente las<br />

4:37 a.m. Sin embargo, el texto es in<strong>de</strong>scifrable. Pensé que<br />

le interesaría conocerlo.<br />

Fabre extendió la mano con prontitud, por supuesto le interesaba…<br />

En efecto, el mensaje era críptico:<br />

“5 2 a C”.<br />

Mierda, pensó Fabre mientras observaba fijamente a Juan Pablo.


Treinta y ocho<br />

<strong>La</strong> ¿clave? <strong>de</strong> Dupin era un bal<strong>de</strong> <strong>de</strong> agua fría. ¿5 2 A C? ¿Qué putas<br />

significaba eso?, razonó José María. Parecía el pinche nombre <strong>de</strong><br />

una cápsula espacial tercermundista. Lo primero era enten<strong>de</strong>r si<br />

su amigo la había enviado, pero se encontraban en un callejón sin<br />

salida, ya que no era posible saberlo. Aceptando, entonces, que el<br />

mensaje efectivamente era <strong>de</strong> Dupin, tocaba <strong>de</strong>scifrarlo. José María<br />

tomó el control <strong>de</strong> la situación y pidió que les fuera asignada la sala<br />

<strong>de</strong> negocios <strong>de</strong>l hotel Wilson. Era un espacio modular que había<br />

sido acondicionado para que él y sus acompañantes pudieran pasar<br />

la mañana. Había un pizarrón plagado <strong>de</strong> plumones, una computadora<br />

en línea que se proyectaba en una pantalla <strong>de</strong> cuarenta y<br />

[209]


210<br />

dos pulgadas, sillas, una mesa y una dotación <strong>de</strong> galletas, café y<br />

refrescos que hubieran generado un coma diabético en la persona<br />

equivocada.<br />

Parecía un salón <strong>de</strong> clase: José María al frente, Tatanka, el Perro y el<br />

Garra sentados juntos con cara <strong>de</strong> aparente concentración, y Juan<br />

Pablo y Alice un poco más atrás observando al muchacho.<br />

—Creo que lo primero que <strong>de</strong>bemos hacer es buscar la asociación<br />

<strong>de</strong> i<strong>de</strong>as. Les propongo a todos que escriban en un<br />

papel todo aquello que les sugiera la fórmula 5 2 A C y luego<br />

contrastemos nuestros hallazgos. Para que esto sirva <strong>de</strong> algo,<br />

sugiero <strong>de</strong>scartar lo <strong>de</strong>scartable. Por ejemplo, es ocioso pensar<br />

en qué número <strong>de</strong> letra es el 5 o el 2, ya que hubiera sido<br />

más fácil escribir las letras <strong>de</strong> forma directa.<br />

Tatanka borró discretamente su hoja.<br />

—Tampoco es una placa <strong>de</strong> auto y, si bien es curioso que los<br />

dos son números primos, me parece que Dupin los tecleó <strong>de</strong><br />

manera <strong>de</strong>liberada. Es <strong>de</strong>cir, hubiera gastado más tiempo en<br />

mandar una clave que un texto legible. Ya revisé las carreteras<br />

<strong>de</strong> Francia y no se guían por esa nomenclatura, así que<br />

no es por ahí. También he marcado el número y me manda<br />

a un buzón, por lo que es probable que sus secuestradores<br />

se dieran cuenta <strong>de</strong> que traía un celular y no le fue posible<br />

usarlo más.<br />

Todos asintieron mientras Juan Pablo le traducía a Alice las indicaciones.<br />

No se oía una mosca. Al cabo <strong>de</strong> media hora, José María se<br />

levantó <strong>de</strong> su asiento y recorrió con la mirada a sus compañeros. El<br />

Garra alzó la mano.


—¿Qué es un número primo?<br />

211<br />

José María elevó los ojos al cielo y se concentró en el resto. Era <strong>de</strong>smoralizante.<br />

El Perro había establecido una secuencia numérica restando<br />

2 a 5 y obteniendo 3, “que era la C”, aunque no sabía qué uso<br />

le podía dar a esa información. Tatanka miraba al techo y Alice y<br />

Juan Pablo no habían llegado a nada. Los comprendía. Él mismo no<br />

lograba enten<strong>de</strong>r qué les quería <strong>de</strong>cir Miguel Dupin. Estaba seguro<br />

<strong>de</strong> que no era una clave, sino información explícita. Se encontraba<br />

en un callejón sin salida, por lo que, lleno <strong>de</strong> sentido práctico, propuso<br />

dividir el trabajo. Tatanka y el Garra analizarían un mapa <strong>de</strong><br />

Francia para estimar la distancia que se podía recorrer en las cinco<br />

horas y media que habían transcurrido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el secuestro hasta la<br />

llegada <strong>de</strong>l mensaje. Juan Pablo y Alice analizarían las permutaciones<br />

<strong>de</strong> las tres teclas <strong>de</strong>l celular necesarias para producir la clave, y<br />

él y el Perro seguirían dándole vueltas al asunto con papel y lápiz.<br />

Acordaron trabajar toda la mañana y contrastar sus hallazgos. A las<br />

dos <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> se reunieron <strong>de</strong> nuevo. Le correspondió a Tatanka la<br />

primera exposición. Carraspeó y mostró en línea el plano <strong>de</strong> carreteras<br />

Michelin: en cinco horas y media se podía cubrir prácticamente<br />

todo el país. De hecho, en sólo dos horas estarían en Ginebra<br />

y en 5.44 en Rennes, la ciudad <strong>de</strong> la que habían salido un par <strong>de</strong> días<br />

antes, así que por ese camino avanzarían muy poco.<br />

El Garra apostilló:<br />

—Es un pinche paisito <strong>de</strong> mierda. Todo queda a media hora.<br />

Alice y Juan Pablo presentaron una hoja que parecía salida <strong>de</strong><br />

un juego <strong>de</strong> boggle. Este último argumentó que seguramente<br />

Dupin habría escrito en español y las palabras que se podían forman


212<br />

con las teclas 2, 3 y 5 eran ininteligibles: “Cabe, cable, lacé, cal, <strong>de</strong>ba,<br />

ceba, <strong>de</strong>, el, al, cal, ceda, beca, lea, Elba, cela”. También informó que<br />

buscaron una lista <strong>de</strong> ciuda<strong>de</strong>s francesas, pero ninguna se acercaba<br />

ni <strong>de</strong> manera remota a la fórmula.<br />

José María no pudo reportar nada. Lo avergonzaban las i<strong>de</strong>as que le<br />

habían venido a la mente y que, sabía, eran equivocadas.<br />

Todos se miraron en silencio.<br />

<strong>La</strong>s cosas no iban mejor en la prefectura. Fabre estaba teniendo un<br />

día <strong>de</strong> perros: uno <strong>de</strong> sus hombres se había embriagado y chocado<br />

en su coche oficial contra un comercio. <strong>La</strong> bronca con el alcal<strong>de</strong><br />

todavía le retumbaba en los oídos. El enlace <strong>de</strong> la Policía Nacional<br />

para coordinar la visita <strong>de</strong>l primer ministro lo tenía podrido, y la<br />

cabeza estaba a punto <strong>de</strong> estallarle. Tomó un par <strong>de</strong> pastillas analgésicas<br />

y se concentró en el informe <strong>de</strong>l secuestro.<br />

“Se investigaron y catearon cuatro domicilios, sin éxito. En todos<br />

los casos, los miembros <strong>de</strong> la célula Francia con fronteras estaban<br />

en su hogar, y los cuatro pudieron ofrecer coartadas satisfactorias.<br />

No se ha recibido llamada alguna solicitando un rescate, y el celular<br />

<strong>de</strong> Thierry Duchamps está <strong>de</strong>sactivado, aunque se han intervenido<br />

ya las líneas <strong>de</strong> Alice Tavernier y <strong>de</strong>l Hotel Wilson, así como<br />

los celulares <strong>de</strong> los mexicanos. Respecto al mensaje 52 A C, éste ha<br />

sido enviado a los criptólogos <strong>de</strong> la Policía Nacional, pero aún no<br />

ofrecen resultado alguno”.<br />

Vaya informe <strong>de</strong> mierda, pensó Fabre, ¿cuatro casas? A ese ritmo<br />

terminarían en un año y estaba seguro <strong>de</strong> que Dupin no contaba<br />

con tanto tiempo. Tamborileó con los <strong>de</strong>dos sobre su escritorio y<br />

<strong>de</strong>cidió que lo mejor que le podría pasar era que lo <strong>de</strong>capitaran.


Treinta y nueve<br />

Miguel Dupin abrió los ojos <strong>de</strong> acero e inmediatamente sintió una<br />

punzada en la herida que tenía en la cabeza. No sabía si su mensaje<br />

tendría algún éxito, pero era su única oportunidad. Había perdido<br />

la noción <strong>de</strong>l tiempo, pero estaba seguro <strong>de</strong> que los jóvenes se<br />

habían <strong>de</strong>tenido un buen rato, ya que el trayecto total en el auto no<br />

había durado más <strong>de</strong> una hora. Tenía hambre y se sentía incómodo<br />

con la ropa <strong>de</strong>l día anterior. El miedo no lo dominaba aún; seguía<br />

poseído por la curiosidad, por conocer las razones que <strong>de</strong>terminaban<br />

su secuestro. No era un saldo <strong>de</strong>seable, pero era un saldo al fin,<br />

y Dupin estaba ansioso por saber más, así que esperó. Un par <strong>de</strong><br />

[213]


214<br />

horas más tar<strong>de</strong> se abrió una puerta y sintió la ru<strong>de</strong>za <strong>de</strong> un brazo<br />

que lo levantaba con cierta violencia.<br />

Lo llevaron a una silla en otra estancia y percibió el olor a embutidos.<br />

—¡Come! —fue la instrucción imperiosa, y así lo hizo <strong>de</strong>vorando<br />

una baguette con jamón y mostaza, acompañada <strong>de</strong><br />

un vaso con agua. Cuando pidió una servilleta, <strong>de</strong> inmediato<br />

sintió que le lanzaban un trapo a la cara, lo que le causó un<br />

sobresalto, <strong>de</strong>l que se repuso para limpiarse las comisuras<br />

<strong>de</strong> los labios.<br />

—¿Qué quieren <strong>de</strong> mí? —preguntó una vez que hubo terminado<br />

y mientras sentía las miradas acechantes.<br />

—Que nos expliques, viejo <strong>de</strong> mierda, cómo es posible que<br />

lo tengas todo y yo nada. Nada más no quiero limosnas<br />

ni consi<strong>de</strong>raciones, sino enten<strong>de</strong>r cómo coños tu padre lo<br />

heredó todo y mi abuelo, su hermano, fue echado como un<br />

perro <strong>de</strong> la familia.<br />

—¿Quién eres? —preguntó Miguel Dupin, azorado por la<br />

revelación.<br />

—El hijo <strong>de</strong> Alice, una pobre miserable que se las da <strong>de</strong><br />

beata y que me ha contado la historia <strong>de</strong> la familia. Estoy<br />

seguro <strong>de</strong> que tú no sabes lo que es que falte la comida, que<br />

tengas que robar lo que necesitas, vivir en medio <strong>de</strong> una<br />

nube <strong>de</strong> mierda ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> negros y sudacas. Por supuesto<br />

que lo ignoras todo, pero es el momento <strong>de</strong> rendir cuentas<br />

y por eso estás aquí.


Dupin se interesó <strong>de</strong> inmediato y previno:<br />

215<br />

—Mira, hijo, nadie ha resultado lastimado aún y me parece<br />

que el asunto no se ha salido <strong>de</strong> proporción. ¿Por qué no<br />

regresamos al principio? Todo lo po<strong>de</strong>mos platicar sin consecuencias<br />

que pue<strong>de</strong>n ser muy graves. ¿No crees que sería<br />

lo mejor?<br />

—No soy tu hijo, cabrón. Y esto se salió <strong>de</strong> proporción hace<br />

dos días. <strong>La</strong> policía ya nos <strong>de</strong>be estar buscando, así que<br />

no me vengas con estupi<strong>de</strong>ces <strong>de</strong> re<strong>de</strong>ntor. Quiero saber<br />

exactamente lo que pasó, y mucho cuidado con mentirme<br />

porque, como te dije, estoy armado y dispuesto a todo. No<br />

tengo nada que per<strong>de</strong>r, te lo garantizo.<br />

—Tenemos un problema entonces. Ya que la información<br />

que buscas es justo la que me ha traído a Francia. Yo tampoco<br />

entiendo lo que pasó, y siempre me he sentido intrigado<br />

por el misterio. Ignoro si mi abuelo era un miserable,<br />

te lo juro. Pero es algo que me he preguntado siempre y es<br />

por ello que estoy aquí. De hecho, el asunto se vuelve día a<br />

día más confuso, y no creo que la forma en la que lo quieres<br />

resolver ayu<strong>de</strong> en nada.<br />

Dupin percibió en la respiración <strong>de</strong>l joven la duda.<br />

—No te creo. ¿Cómo es posible que no sepas nada?<br />

—El asunto <strong>de</strong>l rompimiento <strong>de</strong> mi abuelo con su socio<br />

se manejó siempre como un secreto familiar incómodo.<br />

Información que se guarda <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la alfombra y que produce<br />

vergüenza. Te lo juro.


216<br />

<strong>La</strong> duda crecía.<br />

—Basta, no quiero hablar más. Vamos a pensar qué carajo<br />

hacemos contigo. Te voy a llevar <strong>de</strong> regreso a tu habitación y<br />

te advierto que si vuelves a intentar algo te va a ir muy mal.<br />

No estamos jugando.<br />

—¿Podría al menos bañarme y tener una muda <strong>de</strong> ropa?<br />

—¿Crees que esto es un hotel, cabrón? Claro que no. Vamos.<br />

Lo llevaron <strong>de</strong> regreso a la habitación original y luego escuchó<br />

unos ruidos. Cuando oyó que la puerta se cerraba, se incorporó.<br />

En una mesa había una ban<strong>de</strong>ja con agua y, al lado, un jabón junto<br />

a la muda <strong>de</strong> ropa y una toalla. Era claro para él que los jóvenes se<br />

encontraban <strong>de</strong>sorientados, y eso lo podría aprovechar a su favor.<br />

Se aseó y cambió y, ya recostado en su cama, se dio cuenta <strong>de</strong> que<br />

parte <strong>de</strong> las respuestas empezaban a perfilarse en el horizonte. Muy<br />

a su pesar, esbozó una sonrisa melancólica pensando en su pasado,<br />

en su presente, pero señaladamente en el futuro y lo que venía con él.


Cuarenta<br />

Un largo día transcurrió sin avances. Athos, Porthos, Aramis y<br />

Dartagnan se encontraban en blanco y confundidos. Invirtieron la<br />

mañana en ir <strong>de</strong> compras al centro <strong>de</strong> la ciudad, ya que nada más<br />

podían hacer. Juan Pablo y Alice parecían haber aceptado la compañía<br />

mutua, lo mismo que perros viejos que se lamen las heridas.<br />

A Juan Pablo le gustaba la melancolía que emanaba <strong>de</strong> su nueva<br />

amiga, el rostro tallado en Modigliani y la sencillez con la que veía<br />

el mundo. Ella también se sentía atraída por el mexicano, un hombre<br />

sensato y bueno, padre <strong>de</strong> ese niño portentoso.<br />

[217]


218<br />

Los muchachos regresaron <strong>de</strong>l centro, cada uno con sus nuevas<br />

adquisiciones. El Perro había comprado una playera en la que se<br />

apreciaba a su nueva conocida, <strong>La</strong> Gioconda. Garra le había comprado<br />

un disco <strong>de</strong> Charles Aznavour a su abuelita, que le valió el<br />

pitorreo generalizado:<br />

—No mames, Garra. ¿Charles Aznavour? No mames. Es<br />

como si compraras un cenicero <strong>de</strong> cristal cortado, güey.<br />

¿No has oído cantar a ese pinche ruco? —le dijo José María<br />

divertido—. Es como meterte a un establo.<br />

—Me vale madre. Mi abuelita me lo pidió, así que no estén<br />

chingando.<br />

Tatanka había encontrado un par <strong>de</strong> ejemplares <strong>de</strong> Astérix en español<br />

en una tienda <strong>de</strong> viejo, y José María adquirió un libro: The God<br />

<strong>de</strong>lusion, <strong>de</strong> Richard Dawkins, una reivindicación <strong>de</strong>l ateísmo que<br />

le interesaba leer.<br />

En el hotel se pusieron a jugar a las preguntas pen<strong>de</strong>jas. Era<br />

ganador el que lograra la que, a juicio unánime, superara a<br />

las <strong>de</strong>más y que tuviera respuesta.<br />

—¿Quién inventó el sándwich? —Tatanka.<br />

—¿Por qué moja el agua? —el Perro.<br />

—¿Por qué las cosas se ven más chiquitas cuando están<br />

lejos —el Garra.<br />

—¿Cómo le hablan a los bomberos en China? —José María.


219<br />

Esta última captó la atención <strong>de</strong> sus compañeros y le pidieron la<br />

respuesta.<br />

—Por teléfono.<br />

El chiste mamón le valió una madriza <strong>de</strong> almohadazos. Siguieron<br />

jugando toda la tar<strong>de</strong>. <strong>La</strong>s respuestas invariablemente las ofrecía<br />

José María en una especie <strong>de</strong> tertulia que todos disfrutaban. Luego<br />

cada uno se concentró en sus asuntos. Tatanka y José María empezaron<br />

a leer. El Perro se puso su camiseta y el Garra fue echado<br />

<strong>de</strong>l cuarto en el momento que intentó poner a Aznavour. No había<br />

avances y la preocupación en el grupo aumentaba. Un aire <strong>de</strong> tragedia<br />

empezaba a apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong> ellos.


Cuarenta y uno<br />

El comisario Fabre tomó dos pastillas analgésicas y las <strong>de</strong>smenuzó<br />

con los dientes. Frente a sí se encontraba el expediente <strong>de</strong> Thierry<br />

Duchamps, en la foto <strong>de</strong> su fichaje se veía un joven <strong>de</strong> mirada dura y<br />

llena <strong>de</strong> resentimiento. ¿Por qué se había hecho policía? Si le pidieran<br />

una respuesta a quemarropa no habría sabido qué respon<strong>de</strong>r, alguna<br />

vez pensó en escribir cuentos para niños, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> varios intentos<br />

<strong>de</strong>sechó la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> inmediato. En plena confusión vocacional fue<br />

invitado por un amigo a probar suerte en el entrenamiento policial.<br />

A Fabre no le animaba la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> hacer justicia o castigar a criminales.<br />

Sin embargo. Con el paso <strong>de</strong> los meses <strong>de</strong>scubrió que lo que le<br />

apasionaba era resolver problemas, es por ello que fueron largos los<br />

[221]


222<br />

años <strong>de</strong> trabajo administrativo que tuvo que enfrentar hasta obtener<br />

el rango <strong>de</strong> inspector.<br />

<strong>La</strong>s pistas acerca <strong>de</strong>l secuestro eran <strong>de</strong>smoralizantes, el mensaje <strong>de</strong><br />

Dupin y las pesquisas posteriores. <strong>La</strong> reacción al secuestro había sido<br />

muy tardía y ello complicaba todo ya que podrían estar refugiados en<br />

prácticamente cualquier lugar. Thierry no contaba con tarjeta <strong>de</strong> crédito<br />

ni se había comunicado al teléfono <strong>de</strong> su madre. Su celular estaba<br />

inactivo y el grupo <strong>de</strong> amigos era tan gran<strong>de</strong> que rebasaba sus capacida<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> investigación. El bar que frecuentaba no ofrecía pista alguna.<br />

En blanco.<br />

Fabre sabía por experiencia que las primeras cuarenta y ocho horas son<br />

<strong>de</strong>terminantes en toda investigación. Decidió dar un paseo, las caminatas<br />

le permitían reflexionar y or<strong>de</strong>nar i<strong>de</strong>as sin las presiones <strong>de</strong> la<br />

comisaría. Lo más probable era que los jóvenes se encontraran en algún<br />

refugio ya que la foto <strong>de</strong> Thierry circulaba por todo el país. Su compañero<br />

llevaba gorra y lentes oscuros y había sido imposible i<strong>de</strong>ntificarlo.<br />

El grupo <strong>de</strong> jóvenes que frecuentaba Thierry era numeroso, lo que<br />

complicaba más las cosas. Habría que esperar para saber si el mensaje<br />

<strong>de</strong> Dupin adquiría algún sentido y también prepararse para aten<strong>de</strong>r a<br />

los diplomáticos mexicanos que no tardarían en aparecer, ya que la ley<br />

obliga a la policía francesa a dar aviso <strong>de</strong> las <strong>de</strong>sapariciones <strong>de</strong> extranjeros<br />

que entraron <strong>de</strong> manera legal. Algunas veces, sobre todo cuando<br />

se trataba <strong>de</strong> gente sin experiencia, se cometían errores, una llamada o<br />

el uso <strong>de</strong> una tarjeta. Estaban preparados para seguirlas. A la comisaría<br />

habían llegado ya mensajes <strong>de</strong> gente que creía haber visto a Thierry. Los<br />

situaban en puntos completamente diferentes, lo que restaba confiabilidad<br />

a la información. Fabre observo su celular; su jefe le pedía información<br />

<strong>de</strong> avances presionado por la embajada mexicana. Elevó los ojos<br />

al cielo, entonó una maldición y regresó con paso rápido a la comisaría.


Cuarenta y dos<br />

<strong>La</strong> tensión crecía en la casa <strong>de</strong> campo; Thierry y Jaques empezaban<br />

a dimensionar los alcances <strong>de</strong> su acción. Estaban drogados en el<br />

momento <strong>de</strong>l secuestro pero el asunto no tenía ya nada <strong>de</strong> divertido<br />

y tomaba un rumbo preocupante.<br />

—¿Qué vamos a hacer? —El tono <strong>de</strong> Jaques <strong>de</strong>notaba que<br />

quería salir ya <strong>de</strong>l atolla<strong>de</strong>ro.<br />

—No lo sé, creo que lo mejor sería largarnos <strong>de</strong> aquí.<br />

—¿Y <strong>de</strong>jar que nos <strong>de</strong>late? ¿Eres imbécil o qué?<br />

[223]


224<br />

—¿Tienes alguna i<strong>de</strong>a mejor? —Thierry estaba perdiendo<br />

la paciencia.<br />

—Podríamos silenciarlo. —Jaques sacó <strong>de</strong>l bolso <strong>de</strong> su chamarra<br />

un revólver.<br />

—¿De dón<strong>de</strong> sacaste eso? ¿Te has vuelto loco?<br />

Jaques torció con un gesto la boca.<br />

—¿Qué esperabas imbécil? Creo que lo que <strong>de</strong>bes hacer es<br />

son<strong>de</strong>ar al viejo y <strong>de</strong>terminar si po<strong>de</strong>mos confiar en él. De lo<br />

contrario tendremos que tomar una medida extrema.<br />

Contempló su revólver.


Cuarenta y tres<br />

Serían las nueve <strong>de</strong> la noche cuando Tatanka se dio una palmada<br />

en la frente y gritó:<br />

—¿Aquí está, pen<strong>de</strong>jos! ¡Aquí está!<br />

Todos lo voltearon a ver muy sorprendidos.<br />

Tatanka, que no consultaba ni las páginas porno <strong>de</strong> la red, se había<br />

incorporado <strong>de</strong> la cama y estaba navegando en Google. Al teclear<br />

“5 2 A C”, apareció <strong>de</strong> inmediato la primera entrada <strong>de</strong> Wikipedia:<br />

[225]


226<br />

“52 A. C.”, y en la sección <strong>de</strong> acontecimientos se podía leer “Julio<br />

César <strong>de</strong>rrota a Vercingétorix en Alesia”. ¡Eso era!<br />

Tatanka explicó con voz entrecortada que estaba leyendo Astérix el<br />

Galo, el primer número <strong>de</strong> la saga, cuando se encontró con la viñeta<br />

<strong>de</strong> Vercingétorix arrojando su escudo a los pies <strong>de</strong>l César. Regresó a<br />

la primera página y encontró el texto: “Estamos en el año 50 antes<br />

<strong>de</strong> Jesucristo. Toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿toda?<br />

¡No!...” El resto fue sencillo: <strong>de</strong>ducir que “A C” significaba antes<br />

<strong>de</strong> Cristo y 52 un año, era elemental. Justamente en ese año César<br />

había <strong>de</strong>rrotado a los galos en Alesia. El siguiente paso era buscar<br />

dón<strong>de</strong> carajo quedaba ese lugar.<br />

José María y sus amigos estaban pasmados ante la súbita <strong>de</strong>mostración<br />

<strong>de</strong> Tatanka, quien los miraba satisfecho.<br />

—Si no soy tan pen<strong>de</strong>jo, nomás parezco.<br />

De inmediato buscaron el lugar. <strong>La</strong> ciudad más cercana era Alise<br />

Sainte Reine, a una hora en coche al noroeste <strong>de</strong> Dijon. Sin duda<br />

era una pista, por lo que José María llamó a su padre y le pidió que<br />

regresara al hotel.<br />

Cuando Juan Pablo llegó, acompañado <strong>de</strong> Alice, recibió con pasmo<br />

la noticia. Señaladamente porque era Tatanka el que la había <strong>de</strong>scubierto<br />

y, si bien el padre <strong>de</strong> José María apreciaba al muchacho, le<br />

concedía el mismo talento que a una puerta <strong>de</strong> roble.<br />

<strong>La</strong> noticia era importante, así que <strong>de</strong>cidieron llamar a Fabre al teléfono<br />

celular que les había dado. El inspector contestó y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

que Juan Pablo le informó <strong>de</strong>l hallazgo, se hizo un largo silencio. Al<br />

colgar el teléfono, Juan Pablo les dijo:


227<br />

—No sonaba muy convencido, pero dijo que le daría seguimiento<br />

a la información. Se comunicará.<br />

A las tres <strong>de</strong> la mañana, cuando todos dormían, sonó el teléfono<br />

en el cuarto <strong>de</strong> Juan Pablo y José María. Se trataba <strong>de</strong> Fabre, quien<br />

le dijo al joven:<br />

—Una pista. Thierry tiene un amigo, un tal Jaques Guigue,<br />

cuyos padres poseen una casa <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso en Alise Sainte<br />

Reine. Hemos organizado una batida. Saldremos en diez<br />

minutos. Ojalá no sea tar<strong>de</strong>.<br />

José María colgó el teléfono y se quedó mirando a su padre. Su rostro<br />

<strong>de</strong>lataba angustia y tensión.


Cuarenta y cuatro<br />

El día se fue lento en el confinamiento <strong>de</strong> Dupin. Percibía evi<strong>de</strong>ntemente<br />

que los jóvenes se encontraban atemorizados y no tenían<br />

muy claro cómo salir <strong>de</strong>l berenjenal en el que se habían metido.<br />

Algunas horas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que se hubo aseado, sintió una presencia<br />

en la habitación.<br />

—¿Lo que nos dijiste es verdad? —preguntó la voz juvenil.<br />

—Absolutamente. Sé poco <strong>de</strong> todo lo que ocurrió en el<br />

pasado y he venido para tratar <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>rlo. También me<br />

gustaría enten<strong>de</strong>r la razón por la que estás tan enojado.<br />

[229]


230<br />

—Vaya mierda. ¿Ahora me harás un examen? ¿Cómo te sentirías<br />

tú si supieras que nunca saldrás <strong>de</strong> una puta chabola,<br />

a menos que sea con los pies por <strong>de</strong>lante o gaseado por la<br />

poli? Ése es el <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> todos nosotros. Tengo un amigo<br />

que fue navajeado por los turcos hace dos semanas. ¿Sabes<br />

qué fue lo último que me dijo?<br />

—…<br />

—“Mata a esos negros <strong>de</strong> mierda”. Murió en mis brazos<br />

<strong>de</strong>sangrado. Toda esa cháchara <strong>de</strong>l gobierno para darnos<br />

oportunida<strong>de</strong>s es un embuste. Los políticos sólo quieren<br />

alzarse el cuello hablando <strong>de</strong> liberta<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>rechos. Sí, cómo<br />

no. Los <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong> una turba <strong>de</strong> cabrones que nos vienen a<br />

quitar trabajos y que llegan como ratas. ¿Tú crees que tenía<br />

alguna oportunidad <strong>de</strong> continuar en la escuela? Naaa.<br />

—¿Y tu padre?<br />

—¿Ese cabrón? Embarazó a mi madre y luego se largó<br />

a seguir preñando mujeres. No lo conozco y, si lo tuviera<br />

frente a mí, sabría a qué atenerse.<br />

—Tu madre es una buena persona —advirtió Dupin, que<br />

se daba cuenta <strong>de</strong> que penetraba por uno <strong>de</strong> los flancos <strong>de</strong><br />

vulnerabilidad <strong>de</strong> Thierry.<br />

—¿Esa? Siempre suspirando, siempre sufriendo. Me cagan<br />

las mártires. <strong>La</strong>s santonas que viven en agonía y se agachan<br />

ante todo. Eso no es lo mío. Para colmo, es una per<strong>de</strong>dora;<br />

como toda mi familia, que está llena <strong>de</strong> muertos <strong>de</strong> hambre.<br />

En Rennes tengo un tío hemofílico que da vergüenza, y todo


231<br />

porque tu puto abuelo nos <strong>de</strong>spojó <strong>de</strong> lo que nos pertenecía<br />

—la voz <strong>de</strong> Thierry volvía a ganar tensión.<br />

Dupin <strong>de</strong>cidió que era mejor alejarse <strong>de</strong> ese tema.<br />

—¿Han pensado qué van a hacer conmigo?<br />

—Aún no, pero tenemos tiempo. Quería conocerte y saber<br />

por qué nos habían hecho eso. Pero la noche que entramos<br />

al hotel estábamos drogados y nos pareció todo muy fácil.<br />

Ahora estamos en un lío. Aunque te <strong>de</strong>jemos libre, ya se fundió<br />

todo, y créeme, yo a una correccional no vuelvo. Nunca<br />

enten<strong>de</strong>rías lo que es eso. A los nuevos los tratan como<br />

perras y son marcados <strong>de</strong> inmediato. Toca.<br />

Dupin extendió el brazo en dirección <strong>de</strong> la voz, y sintió una cicatriz<br />

queloi<strong>de</strong> en el bíceps. Se trataba <strong>de</strong> una letra C.<br />

—Chien —le dijo la voz—. Yo ya fui perra una vez y eso no<br />

volverá a ocurrir. Antes me mato, o nos morimos todos.<br />

Miguel nunca había oído en vivo el sonido <strong>de</strong> una pistola automática<br />

amartillándose, pero lo reconoció <strong>de</strong> inmediato. En ese<br />

momento se escuchó el estrépito <strong>de</strong> una puerta al ser <strong>de</strong>rribada y<br />

Dupin se tiró al suelo. Sonaron varios disparos y luego el ruido cesó<br />

y un intenso olor a humo invadió sus pulmones.<br />

Fabre comandaba el grupo policial hacia Alise Sainte Reine. Lo<br />

escoltaban ocho hombres, todos ellos armados y con el equipo<br />

suficiente para tomar por asalto la casa don<strong>de</strong> sospechaban que se<br />

encontraba retenido Miguel Dupin. Tomaron la autopista A 38, que<br />

en una hora <strong>de</strong> recorrido los llevó al pequeño pueblo. El operativo


232<br />

se montó con sigilo cuando confirmaron que había un vehículo<br />

estacionado afuera <strong>de</strong> la casa. Supuso que estarían durmiendo.<br />

Eran las cinco <strong>de</strong> la mañana y la luz <strong>de</strong>l sol todavía no asomaba en<br />

el horizonte. Dispuso grupos <strong>de</strong> dos hombres ro<strong>de</strong>ando la casa, un<br />

pequeño chalet que sólo contaba con dos entradas y estaba aislado<br />

en medio <strong>de</strong> la campiña. Parecía sencillo, pero no quería cometer<br />

errores; hacía ya algunos años, el exceso <strong>de</strong> confianza <strong>de</strong>jó a uno <strong>de</strong><br />

sus hombres en silla <strong>de</strong> ruedas y a un rehén acuchillado. El equipo<br />

se alistó con equipos <strong>de</strong> visión nocturna y chalecos antibalas y, a<br />

la indicación <strong>de</strong> radio dada por Fabre, irrumpió en la casa. Fue recibido<br />

a tiros <strong>de</strong> inmediato.<br />

Mierda.<br />

Pasaron un par <strong>de</strong> minutos —una eternidad—. Los disparos y los<br />

gritos cesaron. Por radio, Fabre escuchó que todo se encontraba<br />

<strong>de</strong>spejado y que se requería una ambulancia urgentemente. El inspector<br />

se había preparado para esa eventualidad, aunque hubiera<br />

preferido no usarla, y dio instrucciones para que los servicios médicos,<br />

que esperaban a cinco minutos, se aproximaran.<br />

Todo había salido mal: uno <strong>de</strong> sus hombres estaba herido en el<br />

cuello y sangraba <strong>de</strong> forma profusa. En el interior yacían dos jóvenes,<br />

casi adolescentes, acribillados. Uno <strong>de</strong> ellos traía un arma en<br />

la mano, pero el otro no. En el interior <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las habitaciones<br />

se hallaba Miguel Dupin en el piso, sano y salvo.<br />

Al ver en el suelo al par <strong>de</strong> jóvenes, Fabre movió la cabeza y suspiró.<br />

—No tuvimos más remedio, inspector. Uno <strong>de</strong> ellos estaba<br />

armado y empezó a disparar apenas entramos. El otro apareció<br />

<strong>de</strong> la nada y no sabíamos si también portaba un arma.


233<br />

Era tristeza lo que sentía Fabre. ¿Cómo carajo se perdían <strong>de</strong> esa<br />

manera las vidas <strong>de</strong> jóvenes franceses? ¿Qué los llevaba a segar <strong>de</strong><br />

esa forma su futuro? Se alegró <strong>de</strong> alguna manera <strong>de</strong> no tener hijos,<br />

y encaminó sus pasos al coche patrulla en el que Miguel Dupin,<br />

envuelto en una frazada, tomaba café <strong>de</strong> un termo.<br />

—¿Se encuentra usted bien? —pregunto analizando su vendoleta<br />

en la sien.<br />

—Estoy bien, pero dígame, ¿qué ha pasado?<br />

—Soy el inspector Fabre. En la madrugada recibimos una<br />

pista para ubicar su para<strong>de</strong>ro y organizamos un equipo <strong>de</strong><br />

rescate. <strong>La</strong>s cosas no salieron como yo esperaba. Fuimos<br />

recibidos a tiros. Tengo a un hombre herido <strong>de</strong> gravedad, y<br />

sus dos captores están muertos.<br />

En ese momento Miguel Dupin sintió rabia y un enorme <strong>de</strong>sasosiego<br />

lo invadió. Por sus mejillas rodaron lágrimas.<br />

El teléfono <strong>de</strong> la habitación sonó a las ocho <strong>de</strong> la mañana. Juan<br />

Pablo levantó el auricular y escuchó impasible. Minutos más tar<strong>de</strong>,<br />

en la mesa <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sayuno con todo el grupo reunido, dijo:<br />

—Dupin fue rescatado ileso en la madrugada. Lo están valorando<br />

y luego lo traerán <strong>de</strong> regreso al hotel. Alice —la voz<br />

le temblaba—, tu hijo está muerto.<br />

<strong>La</strong> mujer se levantó en cámara lenta <strong>de</strong> la mesa, esbozó una ligera<br />

sonrisa y caminó hacia la calle sin <strong>de</strong>cir una palabra.


234<br />

El inspector Fabre llegó a su casa <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cerciorarse <strong>de</strong> que su<br />

hombre herido se encontraba estable y bien atendido. Se quitó el<br />

arnés con la pistola, su placa y sirvió un buen vaso <strong>de</strong> whisky que<br />

tomó a sorbos mientras veía cómo el sol avanzaba arriba <strong>de</strong>l campanario<br />

<strong>de</strong> una iglesia.<br />

Luego se durmió.


Cuarenta y cinco<br />

Han sido unos pinches días extrañísimos. Nos quedamos en Dijon,<br />

entre otras cosas porque a Dupin lo tuvieron dos días reponiéndose,<br />

y para ver lo <strong>de</strong>l funeral <strong>de</strong> Thierry, el pinche secuestrador.<br />

Todo parece como <strong>de</strong> novela negra. Mi padre anda <strong>de</strong> novio y sospecho<br />

que Alice y él están iniciando algo. Él cree que no me doy<br />

cuenta, pero es obvio: compró algo <strong>de</strong> ropa para no parecer refugiado<br />

polaco, y ahora hasta cambió la marca <strong>de</strong> loción que huele a<br />

mierda. Ayer me hizo que le podara los pelos <strong>de</strong> la oreja. Yo no sé<br />

si a ella la alivió la muerte <strong>de</strong> su hijo, pero está claro que el güey era<br />

un pinche sicópata en potencia. Los funerales fueron <strong>de</strong>primentes,<br />

en un cementerio municipal con un frío <strong>de</strong>l carajo y un cura<br />

[235]


236<br />

que probablemente estaba pedo. Ahí vi por segunda vez a René, el<br />

hemofílico.<br />

<strong>La</strong>s andanzas <strong>de</strong> mi padre y la convalecencia <strong>de</strong> Dupin nos han<br />

<strong>de</strong>jado a los cuatro mosqueteros tiempo para ir por aquí y por allá.<br />

El héroe <strong>de</strong>l momento es Tatanka, que está inmamable <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

su hallazgo, aunque hay que darle todo el crédito. <strong>La</strong> solución era<br />

tan evi<strong>de</strong>nte y ninguno <strong>de</strong> nosotros logró siquiera acercarse. De<br />

hecho, hicimos un viaje a Alesia para rendirle tributo a la estatua <strong>de</strong><br />

Vercingétorix que, aunque nadie sabe cómo era, fue representado<br />

como un señor <strong>de</strong> cuatro metros, con el bigote <strong>de</strong> Hulk Hogan y<br />

mirando al horizonte, cerca <strong>de</strong> don<strong>de</strong> se rindió a Julio César en el<br />

año 52 a.C. Al pen<strong>de</strong>jo <strong>de</strong>l Tatanka nomás le falta comprarse una<br />

pipa, un gorro y un gabán. Se siente Poirot. En el momento que<br />

íbamos en el tren y empezó a contar por treintava vez la forma en<br />

la “que había resuelto el caso”, le caímos a madrazos y establecimos<br />

que cualquiera que mencionara la palabra “Alesia” se haría<br />

acreedor a un putazo en el hombro (eso lo hacemos en la ciudad<br />

<strong>de</strong> México cuando vemos un vocho amarillo). Debo admitir que<br />

empiezo a extrañar la escuela. Gabriela me mandó otro correo y<br />

algo cambió; ignoro qué, pero ya no me pidió consejo. Decía que<br />

le gustaría que estuviera en México, lo que me movió el tapete y<br />

me <strong>de</strong>jó reflexionando en la capacidad que tiene uno <strong>de</strong> ser títere.<br />

A partir <strong>de</strong>l secuestro, quizás un poco antes, Dupin está rarísimo y<br />

metido en sí mismo. Sale poco <strong>de</strong> su cuarto y toma sus alimentos<br />

solo. Cuando suponía que todo había terminado, me llamó ayer a<br />

su cuarto. Lo encontré recostado en la cama con las lámparas prendidas,<br />

seguro como una cortesía para mí.<br />

—¿Cómo vas, José María?


237<br />

—Dando la batalla, Miguel. Ayer fuimos a Alesia y hoy estuvimos<br />

catando mostazas, saben asquerosas.<br />

Sonrió un poco y me dijo:<br />

—¿Qué te ha parecido el viaje?<br />

—Chingonsísimo… es <strong>de</strong>cir, muy bien —rectifiqué cuando<br />

vi la ceja arqueada—. Supongo que jamás voy a vivir una<br />

cosa así <strong>de</strong> nuevo.<br />

Esta vez la sonrisa fue explícita.<br />

—No, José María. Tú harás todo lo que te propongas. El<br />

futuro que se te presenta es brillante. Thierry Duchamps era<br />

apenas un año mayor que tú y mira cómo ha terminado. <strong>La</strong>s<br />

formas que toma la vida son misteriosas.<br />

—Él se lo buscó, ¿no? —repuse viendo cómo Dupin movía<br />

la cabeza.<br />

—Es probable que Thierry sólo sea una víctima, muchacho.<br />

Justo antes <strong>de</strong> que lo mataran estuve hablando con él<br />

y noté toda la confusión y el dolor que pue<strong>de</strong> sentir alguien<br />

en su condición. <strong>La</strong>s cosas no tenían por qué terminar así.<br />

A veces llego a pensar en lo inexorable <strong>de</strong> ciertas condiciones.<br />

Piensa, por ejemplo, en un niño que nace en Sonora y<br />

tiene como futuro trabajar una milpa miserable. Pronto se<br />

le abren opciones: empezar a trabajar para el narco o seguir<br />

ese <strong>de</strong>stino manifiesto. <strong>La</strong> primera opción le dará una vida<br />

que no habría soñado; el costo es obvio. Es una existencia<br />

efímera. <strong>La</strong> segunda ruta es estable y le permitiría vivir hasta


238<br />

los setenta años sin problemas. ¿Qué elige? Pues evi<strong>de</strong>ntemente<br />

la primera. Creo que Thierry vivió <strong>de</strong> alguna manera<br />

ese dilema, que es una disyuntiva bárbara para alguien <strong>de</strong><br />

su edad.<br />

Me quedé pensando que tenía razón, pero ello <strong>de</strong> ninguna manera<br />

me hacía superar mi encabronamiento por su secuestro.<br />

—¿Cuándo saldremos? —pregunté cambiando el rumbo<br />

<strong>de</strong> la conversación.<br />

—¿Adón<strong>de</strong>?<br />

—Pues a México. Creo que hemos terminado, ¿no?<br />

Por segunda vez en minutos, Dupin no me dio la razón.<br />

—Tenemos asuntos pendientes, muchacho. Todavía ignoramos<br />

qué pasó, y el giro que han tomado las cosas me obliga<br />

a averiguar la verdad. Claro que esta imposición es sólo para<br />

mí. Uste<strong>de</strong>s pue<strong>de</strong>n regresar en el momento que lo juzguen.<br />

Han hecho un gran trabajo y no tienen por qué seguirme<br />

en esta búsqueda.<br />

—Pero yo pensé que era mejor para ti <strong>de</strong>jar las cosas como<br />

están.<br />

—¿De veras? Es justamente al contrario. Hoy más que nunca<br />

necesito encontrar las pistas <strong>de</strong> mi pasado. A veces pienso<br />

que Dios sí juega a los dados con el universo.


239<br />

Así concluyó la charla con Miguel Dupin. Cuando llegó mi padre y<br />

nos fuimos a acostar, se lo conté todo.<br />

—¿Tú qué opinas? —inquirió mientras se quitaba su saco<br />

nuevo.<br />

—Que estaría chido seguir, aunque no tengo muy claro<br />

para dón<strong>de</strong>. Creo que estamos en un callejón sin salida, a<br />

menos que Alice encuentre algo que pueda ser <strong>de</strong> utilidad.<br />

Por cierto, ¿cómo vas con ella?<br />

Mi padre me miró fijamente para saber si lo estaba chingando.<br />

Cuando se dio cuenta <strong>de</strong> que era una pregunta honesta, se reclinó<br />

en su cama y respondió:<br />

—Eso no lo sé, José María. Pero se <strong>de</strong>be a mi imbecilidad<br />

congénita para tratar a las mujeres. Ella me gusta y mucho,<br />

aunque creo también que está muy vapuleada para que yo<br />

pueda saber bien a bien cómo van las cosas. No sé si se refugia<br />

en mí por su necesidad <strong>de</strong> abrigo.<br />

—¡Uyyy, qué serio!, “necesidad <strong>de</strong> abrigo” —me burlé—.<br />

No seas teto, padre. Claro que le gustas. Si bien no soy una<br />

autori dad ni mucho menos, me he dado cuenta <strong>de</strong> que te<br />

mira y que se arregla un poco más. ¿A poco no lo percibes?<br />

—Te digo que estoy como oxidado. De cualquier manera, lo<br />

mejor será ver cómo se dan las cosas y no a<strong>de</strong>lantar vísperas.<br />

—¡Killerrr! —lo seguí jodiendo hasta que me atizó un<br />

almohadazo a traición.


240<br />

Convenimos que lo mejor era tratar todo el asunto con Miguel<br />

Dupin en el <strong>de</strong>sayuno, así que finalmente nos dormimos.<br />

Ya está, nos quedamos en Francia. Alice le comentó a mi padre <strong>de</strong><br />

una tía suya que podría tener algo <strong>de</strong> información, ya que es una<br />

especie <strong>de</strong> arcón <strong>de</strong> recuerdos familiares. Es nuestra última carta y<br />

se ha <strong>de</strong>cidido jugarla, así que todo el grupo, que empieza a parecer<br />

un equipo <strong>de</strong> softbol mamarracho, sale mañana rumbo a Orleáns.<br />

Que Santa Juana <strong>de</strong> Arco nos asista.


Cuarenta y seis<br />

[241]<br />

Diario <strong>de</strong> Bertrand Tavernier<br />

2 <strong>de</strong> enero <strong>de</strong> 1927<br />

…Caminaba al trabajo. Esa mañana había <strong>de</strong>cidido hacerle un<br />

pequeño obsequio a Isabel. Era el 16 <strong>de</strong> junio <strong>de</strong> 1890, la fecha<br />

la tengo improntada en mis recuerdos. Jean Marié cumplía apenas<br />

un mes. <strong>La</strong> empresa empezaba a moverse en alguna dirección,<br />

por lo que podía permitirme un pequeño dispendio. El trayecto<br />

lo hacía siempre caminando por la Rue <strong>La</strong> Fayette, y me distraían<br />

los ten<strong>de</strong>ros que arrancaban el día acarreando sus productos a las<br />

aceras, las discusiones entre los viandantes y la creciente variedad<br />

<strong>de</strong> ofertas insólitas provenientes <strong>de</strong> las colonias. Tomé una <strong>de</strong>cisión<br />

imprevista, pero que había postergado ya <strong>de</strong>masiado tiempo.<br />

Visité al viejo Pasteur, quien estaba por cumplir setenta años. Lo


242<br />

hallé <strong>de</strong>smejorado y <strong>de</strong> mal humor. Sin embargo, mi llegada sorpresiva<br />

le alegró el día, se interesó en mis asuntos y luego inició<br />

una diatriba contra sus críticos, a los que acusaba <strong>de</strong> ser “una nube<br />

<strong>de</strong> petimetres <strong>de</strong>scerebrados”. Estimaba a Pasteur. <strong>La</strong> admiración<br />

inalterable que sentía por él se acompañaba <strong>de</strong>l agra<strong>de</strong>cimiento<br />

enorme <strong>de</strong> haberme permitido estar a su lado y apren<strong>de</strong>r todo<br />

aquello que me cambiaría la vida. Me <strong>de</strong>spedí con un gran abrazo,<br />

sin saber que no lo volvería a ver (murió cinco años más tar<strong>de</strong> en<br />

medio <strong>de</strong> la gloria que se merecía).<br />

<strong>La</strong> mañana invernal era fresca pero agradable, y el encuentro con<br />

mi mentor me había animado. Recordé que en el Boulevard <strong>de</strong>s<br />

Italiens había visto un abanico filipino que a Isabel le encantaría.<br />

Se vería preciosa usándolo en la canícula <strong>de</strong>l verano siguiente. Me<br />

consi<strong>de</strong>raba un hombre feliz: el trabajo <strong>de</strong> toda la vida por fin rendía<br />

algún fruto. Estaba enamorado, tenía un hijo al que mis ambiciones<br />

<strong>de</strong> proletario le asignaban un futuro mejor que el mío.<br />

Desvié mi rumbo, en consecuencia, y tomé el boulevard que me<br />

llevaría a la tienda, cerca <strong>de</strong> la Place <strong>de</strong> la Ma<strong>de</strong>leine. Me distrajo<br />

una agrupación <strong>de</strong> palomas que tomaban por asalto las migas<br />

que una anciana esparcía en la banqueta, cuando <strong>de</strong> la nada vi un<br />

carruaje que se dirigía sin conductor hacia mí. Hoy que soy viejo y<br />

lo pienso una y otra vez, creo que reaccioné <strong>de</strong> forma lamentable:<br />

me quedé inmóvil como una estatua pensando que era una mala<br />

manera <strong>de</strong> morir. Los caballos, que eran dos, estaban <strong>de</strong>sbocados<br />

y pasaron a medio metro <strong>de</strong> mí, distancia suficiente para que el<br />

bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la carreta me alcanzara en la mandíbula con un impacto<br />

seco que me <strong>de</strong>jó inconsciente.<br />

Veamos… ¿cuáles son las probabilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> que un carretero tome<br />

<strong>de</strong> más? ¿Que un hombre como yo, acompañando <strong>de</strong> rutinas <strong>de</strong>


243<br />

vida, <strong>de</strong>cida abandonarlas por una vez? Seguramente muy menores.<br />

Por supuesto, los carreteros son borrachos y la gente cambia<br />

<strong>de</strong> opinión a cada segundo. Sin embargo, lo que me aterró fue<br />

la coinci<strong>de</strong>ncia.<br />

Cuando <strong>de</strong>sperté, estaba en una charcutería con una venda en la<br />

cabeza y ro<strong>de</strong>ado por una turba <strong>de</strong> curiosos que se preguntaban<br />

si estaría vivo.<br />

Estaba mareado, alguien había robado mi cartera y sentía que la<br />

cabeza me estallaba. Los caballos sin gobierno y la carreta que me<br />

había conmocionado causaron una serie <strong>de</strong> <strong>de</strong>strozos inimaginables.<br />

Aparentemente Louis Rostand se quedó dormido y aflojó las<br />

riendas, lo que provocó un <strong>de</strong>sboque. Mi caso fue el más insípido.<br />

<strong>La</strong> tragedia fue primera plana al día siguiente. Un policía me escoltó<br />

<strong>de</strong> regreso a casa. Iba aturdido, sin ganas <strong>de</strong> presentar una <strong>de</strong>nuncia…<br />

quería dormir en compañía <strong>de</strong> Isabel.


Cuarenta y siete<br />

—Abandonar a las monjas, hijos míos, fue la mejor <strong>de</strong>cisión<br />

que pu<strong>de</strong> haber tomado en mi vida. Aquello estaba lleno<br />

<strong>de</strong> lesbianas y viejas resentidas que tenían bigote. Estuve<br />

cuarenta años con la Congregación <strong>de</strong> las Misiones<br />

Extranjeras en París. ¡Ayyy!, si uste<strong>de</strong>s vieran lo que yo vi.<br />

En Filipinas fui asignada a un leprosario. Había gente sin<br />

nariz que me hizo revisar si la piedad y el amor a Dios<br />

daba para tanto. En Nigeria conocí a un negro que era un<br />

verda<strong>de</strong>ro mango, y nuevamente dudé <strong>de</strong> la firmeza <strong>de</strong><br />

mis votos. Después <strong>de</strong> todo, ¿qué paparruchas son esas<br />

<strong>de</strong>l celibato? No creo que el Altísimo imponga esos vetos<br />

[245]


246<br />

a sus representantes directos, parecerían ganas <strong>de</strong> jorobar.<br />

A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> que todos los Papas antiguos y algunos<br />

mo<strong>de</strong>rnos conocieron más mujeres en el sentido bíblico<br />

que las que yo en la Congregación. Pero bueno, como les<br />

<strong>de</strong>cía, estuve cuarenta años trabajando para la fe, hasta que<br />

entendí que no era vida para mí. Un poco lenta, ¿no? Cuando<br />

le anuncié a la superiora mi <strong>de</strong>cisión, hubo que darle sales<br />

porque casi le da un infarto, pero apenas me liberé comprendí<br />

<strong>de</strong> inmediato que el amor a nuestro Señor difícilmente<br />

se muestra comiendo porquerías, durmiendo en<br />

tablas o evitando tentaciones, así que conseguí un empleo<br />

<strong>de</strong> maestra aquí en Orleáns y soy completamente feliz.<br />

Aunque he engordado veinte kilos y ya no veo ni la palma<br />

<strong>de</strong> mi mano sin estos lentes <strong>de</strong> culo <strong>de</strong> botella. ¿Otra copita?<br />

<strong>La</strong> charla transcurría en el <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong> Rose, la tía abuela<br />

<strong>de</strong> Alice, quien tomaba los días francos que le habían dado en su<br />

empleo <strong>de</strong>bido a la muerte <strong>de</strong> Thierry para acompañar a la expedición.<br />

Rose era un caudal <strong>de</strong> palabras, simplemente no había parado<br />

<strong>de</strong> hablar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que el grupo apareció en la puerta <strong>de</strong> su <strong>de</strong>partamento<br />

un sábado a las doce <strong>de</strong>l día. Les ofreció café y galletas. Ella<br />

se sirvió un jerez e inundó la pequeña sala con su torrente verbal.<br />

Tatanka, el Garra y el Perro se volteaban a ver divertidos, tratando<br />

<strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r lo que <strong>de</strong>cía esa señora <strong>de</strong> un metro y medio que parecía<br />

una esfera y usaba lentes tan gruesos como un cristal <strong>de</strong> ventanilla<br />

bancaria.<br />

—Se parece a madame Mim —susurró Tatanka.<br />

—Alice, hija mía, te veo un poco flaca. Supongo que no<br />

habrás comido bien en estos días. Pero no te preocupes, en<br />

la congregación aprendí a hacer maravillas con la basura que


247<br />

se compraba en Les Halles, así que subirás esos kilos que te<br />

hacen falta, sobre todo en las ca<strong>de</strong>ras. ¿Este muchacho es tu<br />

novio? —preguntó mientras veía a Juan Pablo. El cuestionamiento<br />

hizo que José María escupiera un poco <strong>de</strong> agua que<br />

tomaba en ese momento mientras ahogaba la risa.<br />

—Tía Rose, Juan Pablo es un amigo mexicano —el rostro <strong>de</strong><br />

Alice estaba sonrojado—. Él es Miguel Dupin, y estos jóvenes<br />

son José María, hijo <strong>de</strong> Juan Pablo, y Tatanka, el Garra<br />

y el Perro.<br />

—¿Es usted casado? —la tía Rose se dirigía ahora a Juan<br />

Pablo.<br />

—Separado, señora —fue la respuesta divertida.<br />

—Ah, bien. Entonces todo en or<strong>de</strong>n. Supongo que tendremos<br />

una plática <strong>de</strong> adultos, así que me llevaré a estos niños<br />

a otra habitación. Tengo un parkasé.<br />

—En realidad, si a usted no le molesta, preferiría quedar-<br />

me —dijo José María—. A<strong>de</strong>más mis amigos no hablan<br />

francés, pero estamos juntos en esto.<br />

—¡Qué buen acento, hijo mío! Seguro estudiaste con los<br />

lasallistas. Claro, claro, no hay problema. Me recuerdas a uno<br />

<strong>de</strong> mis alumnos favoritos… ya estoy divagando otra vez.<br />

Siéntense, por favor, les ayudaré tanto como pueda.<br />

Esta vez fue Miguel Dupin quien narró la historia con su voz <strong>de</strong><br />

barítono italiano. Recorrió los <strong>de</strong>talles que eran <strong>de</strong> todos conocidos<br />

y que habían <strong>de</strong>sembocado en la muerte <strong>de</strong> Thierry. <strong>La</strong> mujer


248<br />

lo escuchaba atentamente mientras comía galletas y tomaba jerez a<br />

un ritmo vertiginoso. Cuando Dupin concluyó, ella le dio un abrazo<br />

cariñoso a Alice y comenzó su parte <strong>de</strong>l relato.<br />

—Jean Marié Tavernier era mi tío, primo <strong>de</strong> mamá, que en<br />

Gloria esté. Lo conocí muy poco cuando era niña, pero la<br />

historia que usted me ha relatado la sabía a retazos. Somos<br />

una familia malograda. El propio Jean Marié murió en la<br />

miseria y quejándose siempre <strong>de</strong>l abandono <strong>de</strong> su padre. No<br />

creo po<strong>de</strong>r ser <strong>de</strong> gran ayuda. A pesar <strong>de</strong> que todos los cachivaches<br />

familiares los he ido acumulando a lo largo <strong>de</strong> los<br />

años, dudo que haya algo que les pueda ser medianamente<br />

útil, porque supongo que no querrán conocer la rueca <strong>de</strong> la<br />

tía Gertru<strong>de</strong> o las fotos <strong>de</strong> bailarinas <strong>de</strong>l primo Francoise,<br />

¿verdad?<br />

Nadie contestó.<br />

—Pero tengo una pista que siempre he guardado porque me<br />

gustan las novelas. Bertrand <strong>de</strong>jó una casa <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso en<br />

la costa azul. Pocos sabían <strong>de</strong> su existencia. Se vendió hace<br />

años. Si algo <strong>de</strong>jó, está ahí. Hace tiempo fui a un retiro y<br />

la visité, es una villa hermosa. Toda esa fortuna es la que<br />

amargó a Jean Marié. No es mi caso, a mí no me interesan<br />

las cosas materiales y tampoco enten<strong>de</strong>ría por qué un padre<br />

tiene que mantener a su <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia, para eso hay trabajos.<br />

Pero así pienso yo, y tampoco tengo interés en que la<br />

gente esté <strong>de</strong> acuerdo conmigo.<br />

Fue una tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>liciosa. Los jóvenes se sorprendieron <strong>de</strong> la capacidad<br />

<strong>de</strong> Rose para jugar dominó: lo hacía con la habilidad <strong>de</strong> un<br />

marinero. Se contaron anécdotas familiares hilarantes, como la <strong>de</strong>l


249<br />

primo que se tiró a una alberca sin agua, o la <strong>de</strong> una sobrina que<br />

fue plantada en el altar porque el novio confundió la iglesia. Por<br />

primera vez se advertía un cierto aire <strong>de</strong> relajación en el grupo, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> días <strong>de</strong> tensión y tristeza. Inclusive Dupin, que había adoptado<br />

un tono sombrío, se carcajeó con la charla <strong>de</strong> Rose. Cuando<br />

salieron hacia la calle, las manos <strong>de</strong> Juan Pablo y Alice se rozaron<br />

por primera vez.<br />

José María sonrió.<br />

El laberinto <strong>de</strong> caminos que los había puesto en Orleáns adquiría<br />

un rumbo inequívoco… Niza, una ciudad azul a la que todos se<br />

dirigieron en tren al día siguiente.


Cuarenta y ocho<br />

—¿Vas a tener un hermanito? —el Garra jodía a José María<br />

mientras observaba cómo en un asiento <strong>de</strong>l tren Juan Pablo<br />

y Alice se <strong>de</strong>cían cosas al oído.<br />

—Sí, con tu chingada madre, a pesar <strong>de</strong> su menopausia.<br />

Habían tomado el tren que corría veloz hacia el Mediterráneo. <strong>La</strong><br />

noche anterior, en el hotel, Juan Pablo <strong>de</strong>sapareció durante algunas<br />

horas, y cuando llegó al cuarto José María lo esperaba.<br />

[251]


252<br />

—Padre, no puedo creerlo, eres un rompecorazones.<br />

Definitivamente lo tuyo, lo tuyo, es la producción francesa.<br />

¿Todo en or<strong>de</strong>n?<br />

Juan Pablo lo miró cariñosamente y negó con la cabeza.<br />

—Me odio, José María. Soy un nudo <strong>de</strong> insegurida<strong>de</strong>s. A<br />

cada momento pienso que voy a meter la pata, me sudan las<br />

manos y <strong>de</strong> pronto me <strong>de</strong>scubro tratando <strong>de</strong> masticar algo<br />

inteligente. No quiero hacerme muchas ilusiones, ya sabes<br />

que las mujeres con las que he salido abortan la misión <strong>de</strong><br />

inmediato.<br />

—Porque se te nota el ansia, padre. Tienes que relajarte y<br />

tratar <strong>de</strong> ser tú mismo. Después <strong>de</strong> todo no estás tan mal,<br />

eres culto, escribes libros y eso a las mujeres les atrae. Lo que<br />

las pone a correr es justamente <strong>de</strong>scubrir que pareces hambreado,<br />

que todo el tiempo quieres que las cosas salgan bien<br />

y eso es imposible. Por otro lado, si empiezas a negociar una<br />

personalidad que no es la tuya, verás lo inestable que se convierte<br />

cualquier relación, ya que al rato, cuando brote lo que<br />

sí eres, las cosas se van a tensar.<br />

Juan Pablo veía a su hijo.<br />

—Tienes razón. Aunque no estoy seguro <strong>de</strong> si el consejo lo<br />

sacaste <strong>de</strong> un libro <strong>de</strong> psicología o <strong>de</strong> una revista para viejas<br />

chochas. Pero tienes razón, <strong>de</strong>bo relajarme. ¿Qué opinas<br />

<strong>de</strong> ella?<br />

—No está nada mal, se ve que es buena onda, está <strong>de</strong> tu<br />

rodada y pareces interesarle, así que cálmate, <strong>de</strong>ja que las


253<br />

cosas corran y, por favor, tira a la chingada esa pinche loción<br />

que huele a huevo <strong>de</strong> oso.<br />

Dupin pensaba en su asiento que el viaje se aproximaba a su final.<br />

Si no encontraban algo en Niza, habrían llegado a un punto ciego<br />

(que ironía) y nada más se podría hacer. Aún contaba con el tiempo<br />

suficiente, pero estaba apostando todo a una sola carta y no se sentía<br />

seguro <strong>de</strong> que fuera la correcta. Algo no embonaba. Bertrand,<br />

su abuelo, no parecía un monstruo en las crónicas familiares que<br />

recordaba vagamente. Su padre, Pascal, hablaba <strong>de</strong> él con cariño y<br />

respeto. ¿Qué había pasado? El misterio se había convertido en una<br />

obsesión, en esa búsqueda que lo atenazaba y le quitaba la paz que<br />

requería. Evocó a Thierry y su ánimo recayó. Era absurda su muerte<br />

y <strong>de</strong> alguna manera —no lo podía evitar— se sentía culpable. Trató<br />

<strong>de</strong> acomodar el ánimo y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> unos minutos, entró en un<br />

sueño lleno <strong>de</strong> sobresaltos.<br />

Llegaron a Niza a la hora <strong>de</strong> comer. Dupin propuso que se hospedasen<br />

en un hotel y los invitó a un encuentro con la comida mediterránea.<br />

Así lo hicieron y cuando se hallaban <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> una fuente<br />

<strong>de</strong> viandas diversas, Juan Pablo propuso un brindis tumultuario.<br />

—Por Alice —y elevó su copa.<br />

Dupin hizo lo propio y dijo:<br />

—Por el valor <strong>de</strong> la amistad en tiempos difíciles.<br />

José María correspondió:<br />

—Por Miguel Dupin, por su sabiduría y generosidad.


254<br />

El Garra, el Perro y Tatanka se miraron entre sí y se expresaron<br />

como Hugo, Paco y Luis:<br />

—Por Astérix.<br />

—Por la gorra.<br />

—Por Sherlock Holmes…<br />

Los jóvenes le dieron un madrazo a Tatanka, y Alice remató mientras<br />

veía a Juan Pablo sonriendo:<br />

—Por ti.<br />

<strong>La</strong> comida transcurrió muy bien. Garra contó un chiste impenetrable<br />

y el Perro explicó que él no podía cantar porque “su registro no<br />

daba sostenidos”. Juan Pablo y Alice seguían tomados <strong>de</strong> la mano y<br />

Miguel Dupin sonreía satisfecho: era el patriarca <strong>de</strong> un grupo anómalo<br />

pero entrañable. Se veía relajado y <strong>de</strong> pronto sacó un sobre<br />

<strong>de</strong>l que extrajo algunas hojas con signos Braille.<br />

—Juan Pablo, no he sido una buena paga. Han hecho un trabajo<br />

extraordinario y yo me ofrecí a compartir las historias<br />

que me cuentan mis pacientes. Me parece que es momento<br />

<strong>de</strong> contarles una más, quizá sea el vino pero he elegido una<br />

que me pareció divertida para festejar este momento. ¿No<br />

abuso <strong>de</strong> uste<strong>de</strong>s si me permiten compartirla?<br />

<strong>La</strong> aprobación fue unánime así que Dupin, tras dar un sorbo a su<br />

tinto, carraspeó ligeramente y empezó la lectura:


255<br />

<strong>La</strong>s cosas nunca fueron muy buenas entre mi vecino y yo. En realidad<br />

nos odiábamos profundamente. Sin embargo, cada vez que nuestros<br />

caminos se cruzaban en la escalera, dábamos los buenos días con una<br />

sonrisa chueca. Pasó lo <strong>de</strong>l violonchelo y todo se fue a la mierda.<br />

Vivíamos entonces mi esposa y yo en un conjunto habitacional por la<br />

avenida Universidad. <strong>La</strong> familia <strong>de</strong>l ingenierete —así lo llamaremos—<br />

ocupaba el <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong> arriba y se componía, a saber, por tres niños<br />

<strong>de</strong> eda<strong>de</strong>s <strong>de</strong>finibles entre los 4 y los 10 años; una señora con aspecto<br />

<strong>de</strong> tísica <strong>de</strong> novela romántica que no salía <strong>de</strong> allí; el abuelo, un viejo<br />

ver<strong>de</strong> que a la menor oportunidad le metía mano a las sirvientas <strong>de</strong> otros<br />

<strong>de</strong>partamentos; un perro pequinés y el ingenierete. Mi esposa fue a presentarse<br />

nada más para saber cómo se iban a acomodar.<br />

Exactamente el 7 <strong>de</strong> enero se abrieron las hostilida<strong>de</strong>s, cuando a las<br />

seis <strong>de</strong> la mañana oímos un ruido que venía <strong>de</strong> las alturas, muy similar<br />

al que se escucha en las pruebas militares; era la niña mayor estrenando<br />

sobre el parquet sus patines <strong>de</strong> ruedas, regalo <strong>de</strong> los reyes magos.<br />

Sacamos dos conclusiones inmediatas: los padres eran pen<strong>de</strong>jos perdidos<br />

y la niña era una patinadora muy incompetente, ya que cayó cinco veces<br />

en un lapso <strong>de</strong> ocho minutos. Allí no paró la cosa. Al niño le regalaron<br />

canicas que se complacía en rebotar contra el suelo a las once <strong>de</strong> la noche.<br />

Fue una época en la que nunca llegué tar<strong>de</strong> a trabajar.<br />

El grupo observaba divertido a Dupin que por primera vez abría<br />

un flanco <strong>de</strong> humor.<br />

Un día iba yo subiendo la escalera y me topé con el anciano. Decidí<br />

que era el momento <strong>de</strong> poner las cosas en or<strong>de</strong>n. Sin embargo, cuando<br />

empecé a explicarle el problema, se volteó y empezó a subir las escaleras.<br />

Parecíamos italianos, él a<strong>de</strong>lante, imperturbable, y yo atrás gritando<br />

pela<strong>de</strong>ces hasta que me cerró la puerta en las narices.


256<br />

En otra ocasión pisé la mierda <strong>de</strong>l perro pequinés con unos zapatos nuevos<br />

que quedaron oliendo a rabadilla <strong>de</strong> pollo. Traté <strong>de</strong> quejarme en la<br />

administración, sólo para enfrentarme con una respuesta que sugería<br />

retardo mental: <strong>de</strong>bería <strong>de</strong>mostrar que el excremento era específicamente<br />

<strong>de</strong> ese perro. ¿¡Con una prueba <strong>de</strong> adn!?, pregunté a los gritos, y entonces<br />

me dijeron que no era necesario exaltarse.<br />

Así las cosas, una tar<strong>de</strong>, cuando estacionaba el coche, vi cómo <strong>de</strong> un<br />

camionsote bajaban una caja enorme y la subieron hasta el piso <strong>de</strong><br />

arriba llevándose en el camino dos lámparas <strong>de</strong> neón. Invertí toda la<br />

tar<strong>de</strong> en preguntarme qué carajos era aquello. El ingenierete me dio la<br />

respuesta; era un violonchelo. No pu<strong>de</strong> explicarme entonces, y aún no lo<br />

puedo hacerlo ahora, el que una persona como él tuviera algún tipo <strong>de</strong><br />

interés en un instrumento como ése. Si era una súbita y repentina pasión<br />

por el estudio musical, se confirmaba que era un pen<strong>de</strong>jo, porque a nadie<br />

en pleno uso <strong>de</strong> sus faculta<strong>de</strong>s mentales se le ocurriría apren<strong>de</strong>r en un<br />

mamotreto así cuando existen guitarras y flautas.<br />

Estaba yo en el baño sumido en profundas meditaciones, cuando un<br />

sonido extraordinario llamó mi atención. Era algo comparable al traqueteo<br />

<strong>de</strong> un tren que al alcanzar su tonalidad más aguda hacía vibrar<br />

el can<strong>de</strong>lero. Era el ingenierete tocando el chelo. Empezaba siempre<br />

como a las siete <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, hora en que llegaba <strong>de</strong> trabajar. Ponía a funcionar<br />

un metrónomo y se lanzaba a cumplir sus escalas con profunda<br />

incompetencia. Me imaginaba yo a los tres niños, la tísica y el viejito con<br />

tapones <strong>de</strong> algodón rogándole a Dios que aquello acabase <strong>de</strong> una vez,<br />

que era exactamente lo que mi esposa y yo hacíamos.<br />

Como aquello no tenía trazas <strong>de</strong> parar, me presenté una tar<strong>de</strong> y le expliqué<br />

al ingenierete que, si bien apreciaba su disciplina musical, estaba<br />

convencido <strong>de</strong> que el estudio en condiciones <strong>de</strong> mayor privacía le brindaría<br />

elementos técnicos invaluables. Me mandó a la mierda:


—Ocúpese <strong>de</strong> sus asuntos —dijo.<br />

Perfectamente. Era la guerra.<br />

257<br />

Fui a ver a mi amigo Nacho y le expliqué el problema, seguro <strong>de</strong> que iba<br />

a hallar la solución a<strong>de</strong>cuada. El po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> la inventiva <strong>de</strong> Nacho era<br />

legendario.<br />

Encontró una salida en dos patadas. “Espérame”, dijo y regresó <strong>de</strong> su<br />

cuarto con un objeto largo <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra tallada al que le colgaban unas<br />

bolas <strong>de</strong> cuero.<br />

—Esto —dijo— es una cachipucha, los maoríes la utilizan para<br />

ahuyentar a las fieras, fíjate bien.<br />

Girando el antebrazo, movió las bolas como si fueran rehiletes. Sentí un<br />

escalofrío.<br />

Aquello hacía un ruido <strong>de</strong> los mil <strong>de</strong>monios, similar al <strong>de</strong> una turba <strong>de</strong><br />

macacos enloquecidos. Tuve que darle un madrazo a Nacho, que parecía<br />

disfrutarlo, para que suspendiera los giros. El plan no tenía <strong>de</strong>sperdicio,<br />

¿que el ingenierete tocaba el chelo?, pues yo me trepaba a una silla y<br />

tocaba la cachipucha como un poseído.<br />

<strong>La</strong>s cosas no salieron como yo había previsto, ya que mi némesis, lejos <strong>de</strong><br />

capitular ante mi amenaza acústica, redobló sus ensayos musicales por<br />

lo que la intensidad <strong>de</strong> nuestra pugna alcanzó los mil <strong>de</strong>cibeles. Me di<br />

cuenta <strong>de</strong> que se requería una acción más drástica y pedí una semana<br />

<strong>de</strong> vacaciones para diseñar el plan <strong>de</strong> ataque. Se me ocurrieron i<strong>de</strong>as <strong>de</strong><br />

extravagancia múltiple y <strong>de</strong> imbecilidad ejemplar, tales como secuestrar<br />

a la tísica y pedir como rescate un violonchelo, o quemar el edificio<br />

y cobrar el seguro <strong>de</strong> incendios. Ya casi rendido y al final <strong>de</strong> mi mal


258<br />

empleado asueto, me acosté un día en la cama a mirar el techo mientras<br />

manipulaba el control remoto <strong>de</strong> la televisión. En un momento —como<br />

si <strong>de</strong> una revelación se tratara— me encontré con un programa que en<br />

otras circunstancias me hubiera parecido una mierda infumable, pero<br />

que en ese momento suponía mi tabla <strong>de</strong> salvación. Se trataba <strong>de</strong>l canal<br />

ése en el que un señor bien intencionado explica la vida y obra <strong>de</strong> un animal<br />

<strong>de</strong>finido. En este caso se trataba <strong>de</strong> plagas; se apreciaba una imagen<br />

<strong>de</strong> algo parecido al chicharrón prensado que era en realidad ma<strong>de</strong>ra<br />

apolillada. ¡Claro! ¡Polillas!<br />

Me dirigí a una biblioteca y encontré media tonelada <strong>de</strong> información<br />

acerca <strong>de</strong> estos bichos: la mitad no me servía para maldita la cosa; me<br />

enteré, por ejemplo, <strong>de</strong> que las polillas pertenecen al or<strong>de</strong>n coleoptera y<br />

a la familia anobidae, que Anobium punctatum, vulgarmente conocido<br />

como “taladrillo”, sobresale por su voracidad en el ataque <strong>de</strong> muebles,<br />

pisos, techos, puertas y otras estructuras elaboradas con todo tipo<br />

<strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ras, que tiene un ciclo evolutivo completo que consta <strong>de</strong> huevo,<br />

larva, pupa y adulto, y que los huevos son blanquecinos, elipsoidales y<br />

<strong>de</strong> unos 0.35 mm a 0.55 mm... etcétera.<br />

El plan llegó súbitamente, como la manzana <strong>de</strong> Newton o Arquími<strong>de</strong>s<br />

en la bañera, nomás que en mi caso con propósitos más nobles. Estudié<br />

los hábitos <strong>de</strong> la familia y me dirigí a casa <strong>de</strong> mi abuelita Francisca,<br />

una anciana que vivía en una casa construida en 1932 y cuya principal<br />

característica era que se caía a pedazos (al igual que mi abuela).<br />

Fingí una visita <strong>de</strong> cortesía, pero iba preparado: con los implementos<br />

a<strong>de</strong>cuados serruché <strong>de</strong> la covacha kilo y medio <strong>de</strong> duela con una cantidad<br />

<strong>de</strong> polilla suficiente para convertir en astillas el parque Yellowstone.<br />

Fui al carpintero que, nomás <strong>de</strong> verme entrar, se puso horrorizado un<br />

tapabocas ante el riesgo <strong>de</strong> contagio. Pagué lo triple por un barquito <strong>de</strong><br />

ma<strong>de</strong>ra fabricado a partir <strong>de</strong> mi insumo infestado (el maestro lo construyó<br />

en una especie <strong>de</strong> cuarentena carpinteril) y finalmente lo llevé a


259<br />

una tienda <strong>de</strong> envíos con la consigna específica <strong>de</strong> que fuera entregado<br />

al día siguiente a las 13:00 horas, acompañado con una tarjeta prefabricada<br />

que indicaba que el buque <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra era un regalo por su constancia<br />

en el consumo.<br />

<strong>La</strong> familia (que, como ya expliqué, era idiota en su conjunto), se tragó la<br />

estratagema <strong>de</strong> manera inmejorable.<br />

Pasaron los días.<br />

Me di cuenta <strong>de</strong>l éxito <strong>de</strong>l plan cuando a las tres semanas llegó un<br />

camión <strong>de</strong>l que bajaron un par <strong>de</strong> señores a los que nomás les faltaba el<br />

lanzallamas. Un mes <strong>de</strong>spués la familia capituló y se mudó para siempre<br />

<strong>de</strong>jando el violonchelo abandonado a su <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> aserrín.<br />

Hoy que leía el periódico advertí un hoyo muy pequeño en mi librero, no<br />

me importa en lo más mínimo. <strong>La</strong>s polillas y yo viviremos un concubinato<br />

en el más envidiable <strong>de</strong> los silencios.<br />

Dupin lanzó una sonrisa y dijo:<br />

—Es todo.<br />

El grupo aplaudió mientras la tertulia continuaba.<br />

Después <strong>de</strong> un recorrido por la playa en el que el ala juvenil <strong>de</strong>l<br />

grupo se quedó pasmada viendo tetas francesas, se pactó la salida<br />

hacia la dirección <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Bertrand a las nueve <strong>de</strong> la mañana.<br />

Los cuatro mosqueteros se entretuvieron tomando un café en posición<br />

estratégica.<br />

—¿No creen que Dupin se ve raro? —inquirió Tatanka.


260<br />

—Sí, está como ausente —replicó el Perro.<br />

—No es para menos, güey. Imagina que tienes un abuelo<br />

hijo <strong>de</strong> puta que <strong>de</strong>ja en la calle a hemofílicos y mujeres en<br />

problemas. Encima te secuestran y se chingan a dos chavos.<br />

Está cabrón. Pero sí se ve raro. Habrá que preguntarle —dijo<br />

José María.<br />

—<strong>La</strong> verdad es que todo ha estado <strong>de</strong> pelos y a<strong>de</strong>más hemos<br />

gorreado chido. ¿No <strong>de</strong>beríamos comprarle algo? —preguntó<br />

el Garra, emulando las conductas maternas.<br />

—No es mala i<strong>de</strong>a, pero ¿qué se le regala a alguien que lo<br />

tiene todo y a<strong>de</strong>más no ve? Ni modo que una película o un<br />

libro —contestó Tatanka.<br />

—Nomás <strong>de</strong>bemos pensar. Mañana seguro se nos ocurre<br />

algo. Vámonos a dormir, que ya las encueradas se fueron.<br />

Los muchachos se alejaron caminando en parejas por las calles <strong>de</strong><br />

Niza, azorados por la belleza <strong>de</strong> la puesta <strong>de</strong> sol.<br />

José María encontró a Miguel Dupin escuchando música mientras<br />

leía un libro en braille. Reconoció <strong>de</strong> inmediato la Sinfonía <strong>de</strong>l nuevo<br />

mundo, <strong>de</strong> Dvorjak.<br />

—¿Qué lees?<br />

—¿Recuerdas que me recomendaste a Sándor Márai? Pues<br />

a él me he <strong>de</strong>dicado y ha sido un hallazgo, José María. Es<br />

impresionante la profundidad <strong>de</strong> su pensamiento, así como<br />

la creciente amargura que lo acompañó en su vejez. Ahora


261<br />

estoy revisando algunas frases suyas, mira —Dupin le ofreció<br />

un libro encua<strong>de</strong>rnado con caracteres en Braille. José<br />

María lo recorrió suavemente para sentir el relieve <strong>de</strong> las<br />

páginas—: “Uno siempre respon<strong>de</strong> con su vida entera a las<br />

preguntas más importantes” —recitó <strong>de</strong> memoria Dupin.<br />

—¿Es un libro comercial?<br />

Miguel movió la cabeza negativamente.<br />

—Para leer lo que quiero y no lo que hay disponible contacté<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace años a un tipógrafo que me “traduce” los<br />

textos <strong>de</strong> mi elección. Te agra<strong>de</strong>zco mucho la recomendación,<br />

muchacho.<br />

—Dupin, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace unos días te noto extraño. ¿De veras<br />

estás bien?<br />

Los ojos sin vida <strong>de</strong>l ciego voltearon en dirección <strong>de</strong> la voz <strong>de</strong><br />

José María.<br />

—Supongo que he estado mejor, pero hay cosas que <strong>de</strong>ben<br />

reservarse, hijo mío. A su <strong>de</strong>bido momento mantendremos<br />

una charla <strong>de</strong>finitiva, si te parece.<br />

—Okei, estaré esperando —exclamó José María—.<br />

Descansa, mañana es un día importante.<br />

Regresó a su cuarto y no pudo evitar sonreír al ver que su padre no<br />

había llegado aún.


Cuarenta y nueve<br />

<strong>La</strong> casa era en realidad una pequeña mansión ubicada sobre un<br />

risco que daba al mar en las afueras <strong>de</strong> Niza. Los propietarios eran<br />

Martín y Nora, una pareja <strong>de</strong> ancianos llenos <strong>de</strong> prosperidad y<br />

sonri sas. Habían aceptado recibir al grupo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las llamadas<br />

pertinentes. Tras un recorrido en el que fueron guiados hacia<br />

un enorme salón lleno <strong>de</strong> ventanales altísimos, y ante una mesa<br />

en la que se habían dispuesto bebidas refrescantes, Nora y Martín<br />

es cucharon por primera vez la historia que había sido ya narrada<br />

hasta la saciedad. Contaron que el padre <strong>de</strong> Martín había comprado<br />

la casa a la muerte <strong>de</strong> Bertrand, pero no sabían <strong>de</strong> qué forma<br />

podrían ayudar.<br />

[263]


264<br />

—Es improbable, pero, ¿no conservan objetos en algún<br />

lugar?, ¿cajas que nunca se abrieron? —preguntó José María.<br />

Martín y Nora se miraron entre sí y luego ella respondió:<br />

—Efectivamente, hay un ático en el que se han ido acumulando<br />

objetos, pero sólo <strong>de</strong> pensar en abrir esa puerta ya me<br />

siento enferma. Es probable que no se haya limpiado en los<br />

últimos diez años. Parece una bo<strong>de</strong>ga <strong>de</strong> museo y hay algunos<br />

recuerdos que francamente no me gustaría avivar —su<br />

mirada se entristeció mientras Martín la tomaba <strong>de</strong> la mano.<br />

—Nosotros cuatro podríamos subir a revisar, si uste<strong>de</strong>s<br />

están <strong>de</strong> acuerdo. Les prometemos que lo haremos con<br />

cuidado —fue la propuesta <strong>de</strong> José María, que generó una<br />

nueva mirada entre la pareja.<br />

—Pues sería bajo su propio riesgo, jóvenes. Creo que es conveniente,<br />

<strong>de</strong> cualquier manera, que se cambiaran. Mandaré<br />

por unos tapabocas, y en la habitación que se encuentra al<br />

fondo <strong>de</strong>l corredor encontrarán unas camisetas usadas que<br />

pertenecieron a mi hijo. Vayan.<br />

Tatanka, el Garra y el Perro, que no entendían un carajo, siguieron<br />

a José María, que en ese momento les explicó cuál sería su labor.<br />

—No mames, nos va a dar tifoi<strong>de</strong>a —repeló el Perro.<br />

—Lo que confirma simplemente que eres un pen<strong>de</strong>jo irremediable.<br />

A lo mejor sería buena i<strong>de</strong>a donar tu cerebro a<br />

la ciencia —respondió José María mientras entraban a una<br />

habitación espaciosa y or<strong>de</strong>nada, en la que se veían diversas


265<br />

fotos <strong>de</strong> un adolescente <strong>de</strong> su edad, con Martín y Nora, sólo<br />

que treinta años más jóvenes.<br />

Los mosqueteros se cambiaron y regresaron a la estancia en la que<br />

charlaban los adultos. Un asistente llegó con los tapabocas y se los<br />

pusieron. Nora los condujo por una escalera hacia la planta superior.<br />

Ahí encontraron una argolla en el techo <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las habitaciones<br />

y, por medio <strong>de</strong> un cordón, la jalaron. En ese momento se <strong>de</strong>splegó<br />

la escalera retráctil que llegó al piso dando acceso al <strong>de</strong>sván, mientras<br />

Nora les prendía la luz.<br />

—Suerte, muchachos —dijo y se <strong>de</strong>spidió.<br />

Los jóvenes se miraron y el Garra dijo:<br />

—No mames, güey. Esto está <strong>de</strong> la chingada. Parece película<br />

<strong>de</strong> terror. ¿Y si la ruca es una asesina serial?<br />

—Tienes razón, imbécil. Seguramente nos matará con el<br />

bastón o con su ca<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> Titanio. Vamos —replicó Tatanka,<br />

que estaba convertido en un lí<strong>de</strong>r natural—. Pero falta que<br />

este güey —se dirigió a José María— nos diga qué carajo<br />

buscamos.<br />

—Cualquier cosa que crean que pudo pertenecer a Tavernier.<br />

No lo sé, cartas, baúles, lo que sea.<br />

Entraron al <strong>de</strong>sván que, efectivamente, parecía una bo<strong>de</strong>ga por la<br />

que no había pasado la mano <strong>de</strong>l hombre en años. Había telarañas<br />

y docenas <strong>de</strong> objetos diversos: cajas, bicicletas viejas, floreros rotos,<br />

muñecas <strong>de</strong> maniquí… una verda<strong>de</strong>ra Babel <strong>de</strong>l cachivacherío.


266<br />

Tatanka suspiró y levantó un maniquí a la altura <strong>de</strong> las tetas.<br />

En la estancia, el grupo platicaba <strong>de</strong> temas diversos.<br />

—Me <strong>de</strong>diqué al negocio editorial y <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cir que fui afortunado<br />

—narraba Martín—. En esto no hay más que un<br />

secreto y <strong>de</strong>sgraciadamente es el mejor guardado: elegir a<br />

los autores a<strong>de</strong>cuados. No hay manera posible <strong>de</strong> anticipar<br />

el <strong>de</strong>stino que correrá un libro una vez que se publica. Obras<br />

por las que hubiera apostado mi barba pasaron inadvertidas,<br />

y otras que consi<strong>de</strong>raba menores fueron éxitos <strong>de</strong> venta.<br />

Sin embargo, me hice <strong>de</strong> un catálogo interesante y <strong>de</strong> dos o<br />

tres autores que han sido gran<strong>de</strong>s ven<strong>de</strong>dores. Uno <strong>de</strong> ellos<br />

situaba dramas policiacos en la Francia <strong>de</strong> Luis XIV y su<br />

éxito fue <strong>de</strong>moledor. El paso <strong>de</strong>l tiempo trajo, por otro lado,<br />

algunas perversiones que entendí poco. Los jóvenes <strong>de</strong> la<br />

empresa, que tienen la voracidad <strong>de</strong> un tiburón y son egresados<br />

<strong>de</strong> escuelas <strong>de</strong> administración, discutían conmigo y<br />

trataban <strong>de</strong> hacerme enten<strong>de</strong>r que la editorial era un negocio<br />

y no un proyecto cultural. No puedo disentir más <strong>de</strong> esta<br />

aproximación mercenaria, pero los números <strong>de</strong> la compañía<br />

me mostraron pronto que no podría sostenerme con tales<br />

ilusiones, así que empezamos a publicar lo que no me gustaba<br />

para po<strong>de</strong>r imprimir lo que sí me gustaba. ¿Me explico?<br />

—Perfectamente —contestó Juan Pablo—. <strong>La</strong>s editoriales<br />

viven <strong>de</strong> monjes que ven<strong>de</strong>n ferraris o caldos <strong>de</strong> pollo para<br />

el alma. ¿Sabe?, yo me <strong>de</strong>dico a escribir y ciertamente siempre<br />

me ha parecido misterioso el éxito <strong>de</strong> alguien. Entiendo<br />

que hay factores que no son literarios, como las mafias o<br />

la publicidad. Sin embargo, el secreto <strong>de</strong> una buena narración<br />

es tener una historia que contar y hacerlo con la mayor


267<br />

eficacia posible, y he encontrado mucha basura que tiene<br />

éxito. Y no me refiero a libros <strong>de</strong> autoayuda.<br />

—Tienes razón —asintió Martín interesado—. Supongo<br />

que conoces un poco el negocio. Pero no sabes la cantidad<br />

<strong>de</strong> dinero que he pagado para “sembrar” autores en concursos,<br />

los cabil<strong>de</strong>os con autorida<strong>de</strong>s culturales o las inserciones<br />

elogiosas en la prensa. Claro, con cargo a mi bolsillo.<br />

No es el mundo i<strong>de</strong>al que se cree. ¿Qué escribes, Juan Pablo?<br />

—Básicamente novela. Le puedo garantizar que no conoce<br />

ninguna. De hecho, en mi país podría garantizar lo mismo<br />

—se burló <strong>de</strong> sí mismo.<br />

—De cualquier manera me gustaría conocer alguna.<br />

—Se la enviaré con mucho gusto a mi regreso.<br />

—Por supuesto que Juan Pablo tiene mucho talento<br />

—terció Dupin—. Quizá le falta algo <strong>de</strong> confianza.<br />

—¿Usted cree? —preguntó Alice.<br />

—Estoy convencido, es un buen escritor. Algo sombrío<br />

pero, como él dice, con una historia que contar.<br />

—¿Qué opinan <strong>de</strong> los libros electrónicos? —Martín, experto<br />

en el arte <strong>de</strong> la charla, consi<strong>de</strong>ró oportuno cambiar el tema.<br />

—Yo creo que son una basura —se apresuró a contestar Juan<br />

Pablo—. El libro trascien<strong>de</strong> a su contenido, es un objeto,<br />

un bello objeto. No entiendo la posibilidad <strong>de</strong> comparar


268<br />

una máquina, por mo<strong>de</strong>rna que ésta sea, con la experiencia<br />

<strong>de</strong> tocar los lomos <strong>de</strong> un libro, olerlo, acomodarlo en un<br />

estante, prestárselo a alguien querido. Simplemente no lo<br />

entiendo.<br />

—Comparto tu punto <strong>de</strong> vista —asintió Martín—, pero el<br />

público manda y es probable que en pocos años objetos<br />

como el kindle dominen ciertos mercados, particularmente<br />

el <strong>de</strong> los libros <strong>de</strong> texto. Los jóvenes, como tu hijo y sus amigos,<br />

no comparten este amor que tú sientes por los libros.<br />

Ellos crecieron habituados a la experiencia <strong>de</strong>l cómputo. En<br />

fin, ya veremos qué pasa. Me parece que es la hora oficial<br />

para un cognac. ¿Les apetece un puro?<br />

En el ático los muchachos habían logrado, en un par <strong>de</strong> horas, el<br />

prodigio <strong>de</strong> convertirse en <strong>de</strong>shollinadores. El Garra gritó como<br />

vieja chota en el momento que vio una araña, que aplastó <strong>de</strong> un<br />

zapatazo convirtiéndola en polvo molecular. El Perro se entretenía<br />

con una colección <strong>de</strong> Tin Tin, y había <strong>de</strong>cidido tomarse un inmerecido<br />

<strong>de</strong>scanso, mientras Tatanka luchaba por abrirse paso entre<br />

una selva impenetrable <strong>de</strong> cajas. No parecía nada prometedor.<br />

Después <strong>de</strong> tomarse un cognac y fumar largos habanos, los hombres<br />

continuaron con su charla, mientras que Nora se dispuso a<br />

enseñarle el jardín a Alice.<br />

—Tu hijo se ve <strong>de</strong>spierto, Juan Pablo.<br />

—Lo es, créamelo.<br />

—Es superdotado —agregó Dupin.


269<br />

—¿En verdad? Creo que nunca había conocido a alguien así.<br />

¿Cómo es todo?<br />

—Bastante normal. Siempre traté <strong>de</strong> que José María tuviera<br />

una vida sin cargas asociadas a su condición. Es agudo, brillante,<br />

pero nunca ha tenido pretensión alguna. Hay veces<br />

que me he preguntado si no <strong>de</strong>bería ser <strong>de</strong> otra forma, pero<br />

al día <strong>de</strong> hoy lo veo feliz. A veces quizás incómodo en la<br />

camisa <strong>de</strong> fuerza que le impone su juventud con un cerebro<br />

<strong>de</strong> adulto, pero eso lo arregla el tiempo.<br />

—Es excepcional —agregó nuevamente Dupin, que disfrutaba<br />

su puro—. Exactamente el hijo que siempre quise<br />

tener.<br />

A Juan Pablo lo conmovió el comentario y mentalmente le agra<strong>de</strong>ció<br />

a Miguel.<br />

En ese momento entraron Alice y Nora, que venían <strong>de</strong> un paseo.<br />

Alice supo por boca <strong>de</strong> Nora que habían perdido a su hijo adolescente<br />

hacía treinta años. <strong>La</strong> coinci<strong>de</strong>ncia removió las fibras <strong>de</strong><br />

dolor que estaban hasta ese momento anestesiadas. Se <strong>de</strong>tuvieron<br />

cuando vieron a los cuatro jóvenes en la estancia. Su aspecto era el<br />

<strong>de</strong> alguien que ha luchado con un tigre <strong>de</strong> Bengala en condiciones<br />

<strong>de</strong>sfavorables.<br />

En el piso <strong>de</strong> la estancia había un objeto que todos observaban:<br />

una caja no muy gran<strong>de</strong> en la que se leía con letras negras: “Pascal<br />

Tavernier” y una dirección en México.<br />

Mierda.


Cincuenta<br />

[271]<br />

Diario <strong>de</strong> Bertrand Tavernier<br />

2 <strong>de</strong> enero <strong>de</strong> 1927<br />

Han pasado más <strong>de</strong> treinta y cinco años <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el día que fui<br />

atropellado por Louis Rostand y, diariamente, con la obsesión <strong>de</strong><br />

un reloj cucú, recuerdo esa fecha.<br />

Llegué a casa aturdido pero a salvo. No estaba preparado —nadie<br />

lo pue<strong>de</strong> estar— para el peor momento <strong>de</strong> mi vida. Al subir por la<br />

escalera escuché que el pequeño Jean Marié lloraba. Apresuré el<br />

paso y, al pasar por la puerta <strong>de</strong> mi recámara, me <strong>de</strong>tuve en seco:<br />

Benoit Pouchet e Isabel, mi esposa —su hermana— estaban <strong>de</strong>snudos.<br />

Él la montaba como a una perra y sus gemidos opacaban el<br />

llanto <strong>de</strong>l niño.


272<br />

No se percataron <strong>de</strong> mi presencia. Bajé las escaleras y salí para siempre<br />

<strong>de</strong> esa casa. Nunca más volví a verlos, con la excepción <strong>de</strong>l día<br />

en que Benoit intentó atacarme y Jean Marié, ya adulto, me visitó.<br />

Es momento <strong>de</strong> cerrar este diario. Es momento, <strong>de</strong> hecho, <strong>de</strong> cerrar<br />

la vida. Nada más tengo que <strong>de</strong>cir. Mi hijo navega por el camino<br />

correcto y el alma que se extingue se encuentra en paz.<br />

Que así sea.<br />

Bertrand Tavernier


Cincuenta y uno<br />

El grupo agra<strong>de</strong>ció la generosidad <strong>de</strong> Martín y Nora. Eran un par <strong>de</strong><br />

viejos entrañables que finalmente les habían proporcionado un<br />

dato sólido. Parecía inapropiado abrir la caja en su presencia, así<br />

que regresaron al hotel y se refugiaron en la amplia recámara <strong>de</strong><br />

Miguel Dupin.<br />

—¿Por qué no se envió la caja? —preguntó intrigado<br />

Tatanka, que no abandonaba a Hércules Poirot.<br />

—Una pregunta muy sensata —respondió Miguel—. Estoy<br />

seguro <strong>de</strong> que José María tiene la respuesta.<br />

[273]


274<br />

El joven asintió.<br />

—Sabemos que Pascal Tavernier no abandonó Francia hasta<br />

que murió su padre en 1927, pero la caja tiene ya una dirección<br />

en México. Es probable que, a la muerte <strong>de</strong> Bertrand,<br />

hubiera una disposición testamentaria para el envío <strong>de</strong><br />

objetos y pertenencias. Seguramente el albacea olvidó esta<br />

caja y nunca la envió, por algún motivo que <strong>de</strong>sconocemos,<br />

pero que es irrelevante. Eso es lo que sospecho. ¿Les parece<br />

que la abramos?<br />

Así lo hicieron.<br />

En el interior había un microscopio viejísimo, algunas fotografías<br />

<strong>de</strong> Pascal cuando era niño, vestido <strong>de</strong> marinero. Un reloj grabado y,<br />

en el fondo, una libreta. Juan Pablo <strong>de</strong>scribía todo a Miguel Dupin<br />

y, cuando le entregó el cua<strong>de</strong>rno, dijo:<br />

—Es el diario <strong>de</strong> tu abuelo.<br />

El semblante <strong>de</strong> Miguel Dupin cambió: las fosas nasales se expandieron<br />

sutilmente y movió la cabeza.<br />

—Finalmente.<br />

El silencio en la habitación era total.<br />

—¿Qué quiere usted hacer, Miguel? —preguntó Juan Pablo<br />

tratando <strong>de</strong> romper un poco la solemnidad <strong>de</strong>l momento.<br />

—Creo que lo mejor es que nos <strong>de</strong>jen a José María y a mí<br />

solos. Me gustaría, si estás <strong>de</strong> acuerdo muchacho, que me


275<br />

leyeras el contenido <strong>de</strong>l diario. Espero no les moleste mi<br />

petición, pero así lo prefiero.<br />

—Por supuesto —fue la respuesta inmediata—. Esperaremos<br />

abajo.<br />

Los cinco personajes bajaron al vestíbulo y salieron a dar un paseo<br />

a la playa, siguiendo la sugerencia <strong>de</strong>l Garra, que no olvidaba el<br />

paraíso topless que le esperaba. Juan Pablo iba tomado <strong>de</strong> la mano<br />

<strong>de</strong> Alice y los tres mosqueteros caminaban un poco a<strong>de</strong>lante<br />

jugando como niños.<br />

Alice le dijo a Juan Pablo:<br />

—¿Crees que el diario revele las respuestas que está buscando<br />

Miguel?<br />

—Es probable. Seguramente Bertrand quiso comunicarse<br />

<strong>de</strong> manera póstuma con su hijo. Por <strong>de</strong>sgracia el mensaje<br />

llegó más <strong>de</strong> setenta años <strong>de</strong>spués. ¿Cómo te encuentras?<br />

—Algo cansada. Ha sido todo muy rápido. Pero me has ayudado<br />

muchísimo, y pase lo que pase te lo agra<strong>de</strong>ceré siempre.<br />

Te quiero, Juan Pablo.<br />

—Y yo a ti.<br />

<strong>La</strong>s horas transcurrieron en el cuarto. José María leía lentamente<br />

cada párrafo <strong>de</strong> las casi doscientas cuartillas <strong>de</strong> letra apretada. Esa<br />

tar<strong>de</strong> supo <strong>de</strong> la infancia <strong>de</strong> Bertrand, las vejaciones sufridas a<br />

manos <strong>de</strong> su padre y su madrastra y la forma en que murieron.<br />

Su llegada al politécnico y la narración <strong>de</strong> cómo fue testigo <strong>de</strong>l


276<br />

experimento famosísimo <strong>de</strong> Pasteur, que él había estudiado en la<br />

secundaria. Entendió que era un hombre <strong>de</strong> trabajo y honestidad.<br />

A la mitad <strong>de</strong>l diario aparecía Benoit Pouchet como su socio, acompañado<br />

<strong>de</strong> su hermana Isabel. José María le narró a Dupin la forma<br />

en que su abuelo se había enamorado y el éxito notable <strong>de</strong> la exposición<br />

<strong>de</strong> París. Le contó, también, <strong>de</strong> la boda y el nacimiento <strong>de</strong><br />

Jean Marié.<br />

En el mes <strong>de</strong> febrero <strong>de</strong> 1890, el diario súbitamente cancelaba toda<br />

referencia a Benoit, Jean Marié e Isabel, y entraba en <strong>de</strong>talles acerca<br />

<strong>de</strong>l crecimiento <strong>de</strong>l negocio. <strong>La</strong>s alianzas que Bertrand había establecido,<br />

los problemas con los trabajadores y más información que,<br />

si bien tenía algún valor histórico, se volvía poco importante para<br />

los fines <strong>de</strong>l ciego. Bertrand <strong>de</strong>scribía los horrores <strong>de</strong> la guerra y<br />

las enormes dificulta<strong>de</strong>s <strong>de</strong> seguir operando. Contaba también la<br />

forma en la que vendió la fábrica y daba algunos <strong>de</strong>talles acerca<br />

<strong>de</strong> su nueva esposa, una mujer que trabajaba para él y <strong>de</strong> la que se<br />

expresaba con cariño. En 1909 anunciaba el nacimiento <strong>de</strong> Pascal<br />

y ofrecía minuciosos <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> su <strong>de</strong>sarrollo escolar, así como <strong>de</strong><br />

sus ambiciones <strong>de</strong> ser un explorador <strong>de</strong>l mundo.<br />

Una entrada en julio <strong>de</strong> 1923 presentaba a Jean Marié, y cómo en<br />

una forma crudísima Bertrand Tavernier se había negado a verlo,<br />

pero no exponía las razones que motivaron dicha conducta. Se<br />

apreciaba ya como un hombre cansado en el recuento <strong>de</strong> su vida.<br />

El tono era ligeramente sombrío.<br />

<strong>La</strong> noche había caído ya cuando José María inició la lectura <strong>de</strong> la<br />

última entrada <strong>de</strong>l diario, fechada el 1 <strong>de</strong> enero <strong>de</strong> 1927. <strong>La</strong>s<br />

esperan zas para encontrar las razones <strong>de</strong> la traición, que se <strong>de</strong>svanecían<br />

con el paso <strong>de</strong> las horas, se disiparon en el preciso momento<br />

en que el joven leyó acerca <strong>de</strong>l incesto <strong>de</strong>l que fue testigo Bertrand


277<br />

Tavernier. Cuando José María terminó, Miguel Dupin volvía a llorar<br />

por segunda vez.<br />

José María lo abrazó emocionado. También lloraba.


Cincuenta y dos<br />

Han pasado un chingo <strong>de</strong> cosas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que leí el diario en Niza. Por<br />

principio <strong>de</strong> cuentas, todos regresamos a París, con excepción <strong>de</strong><br />

Alice, que se ha quedado en Dijon para arreglar asuntos y luego<br />

viajar a México. El pen<strong>de</strong>jo <strong>de</strong>l Perro perdió su pasaporte, por lo que<br />

Dupin y mi padre se nos a<strong>de</strong>lantaron y tuvimos un par <strong>de</strong> días más<br />

<strong>de</strong> Ciudad Luz. Llevé a mis amigos con Elisa Domínguez, la chava<br />

que trabaja en B&B, todos se enamoraron <strong>de</strong> ella y Tatanka dijo<br />

<strong>de</strong>spués “que lo había mirado <strong>de</strong> una manera especial”.<br />

Vagamos por la ciudad. Les conté la historia <strong>de</strong>l jorobado <strong>de</strong> Notre<br />

Dame en la plaza <strong>de</strong> la catedral. Finalmente, el Perro comprendió<br />

[279]


280<br />

la razón por la cual nombramos “Quasimodo” a Luis Ramírez. Esa<br />

tar<strong>de</strong> en París entendí lo chingón que es tener amigos.<br />

En el aeropuerto terminé Los miserables y una etapa <strong>de</strong> mi vida. El<br />

viaje <strong>de</strong> dos semanas me había transformado: sentía que era necesario<br />

procesar todo lo que había aprendido y el avión daba una<br />

buena oportunidad para hacerlo. El abordaje fue un <strong>de</strong>smadre<br />

<strong>de</strong>bido a los mexicanos que son una raza <strong>de</strong> pen<strong>de</strong>jos, y no entien<strong>de</strong>n<br />

que si a uno le pi<strong>de</strong>n que suba al avión <strong>de</strong> acuerdo al número<br />

<strong>de</strong>l asiento, es para evitar tener que pasar al lado <strong>de</strong> un gordo que<br />

está trepando sus maletas en el compartimento… en fin.<br />

Durante el vuelo traté <strong>de</strong> recomponer todo lo que había ocurrido.<br />

Me sacó mucho <strong>de</strong> onda la cabronada que le habían hecho al abuelo<br />

<strong>de</strong> Dupin. No mamar, incesto. Y me quedé pensando si Jean Marié<br />

sería hijo <strong>de</strong> Benoit e Isabel. Cualquier genetista medianamente<br />

listo sabe que es muy mala i<strong>de</strong>a andar mezclando genes: la consanguineidad<br />

acarrea menor variación y por eso salen niños con colas<br />

<strong>de</strong> cochino. Dudo que la hemofilia <strong>de</strong> René se transmitiera <strong>de</strong> esta<br />

manera, ya que es una enfermedad que ocurre por línea materna.<br />

Por supuesto, la única manera <strong>de</strong> averiguar si Miguel, Alice y René<br />

son parientes es con una prueba <strong>de</strong> adn, pero Dupin no quiere<br />

saber más <strong>de</strong> este <strong>de</strong>smadre y los ha reconocido como sus únicos<br />

familiares, igual que a la tía Rose. A<strong>de</strong>más, los tres son a toda madre.<br />

Sospecho que Dupin tiene algo, pero en realidad no estoy seguro.<br />

Cuando le pregunté puso una cara muy rara y misteriosa. Creo que<br />

en México iré a visitarlo.<br />

Me pareció chingonsísimo hacer este viaje con mi padre, y todavía<br />

más que el güey an<strong>de</strong> como adolescente. No tengo la menor<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> cómo opera la conducta amorosa; <strong>de</strong> hecho, creo que sería


281<br />

<strong>de</strong> hueva buscarle el lado científico, pero lo he visto transformarse<br />

sutilmente. Siempre he creído que se lo tragan las insegurida<strong>de</strong>s, y<br />

las ha ido venciendo poco a poco. Llegó a Francia con la sensación<br />

<strong>de</strong> que es un escritor mediocre, una mierda con las mujeres y que<br />

pocas cosas pue<strong>de</strong> hacer bien. Ahora mismo ya está escribiendo<br />

una nueva novela en la que, por supuesto, el protagonista es un<br />

terapeuta ciego. Me contó también que por fin aceptó una invitación<br />

a la Feria <strong>de</strong>l Libro <strong>de</strong> Guadalajara, <strong>de</strong> la que se había alejado<br />

como <strong>de</strong> una plaga, para participar en un coloquio <strong>de</strong> escritores,<br />

por lo que parece tomar un camino más gregario. <strong>La</strong> relación con<br />

Alice es ya un récord olímpico. <strong>La</strong> tipa es a toda madre y creo que lo<br />

pue<strong>de</strong> hacer muy feliz. Está valorando irse a vivir a México, y Miguel<br />

le ha ofrecido apoyo para que encuentre algún empleo razonable<br />

y no la mierda que tenía en Dijon. Supongo que será una buena<br />

madrastra, aunque el pinche término me evoca a Blancanieves,<br />

pero uno nunca sabe. <strong>La</strong>s relaciones van y vienen, y si no, habría<br />

que preguntarle a Gabriela, que parece administrarme como se<br />

administra una pinche montaña rusa. Regresando creo que tomaré<br />

una estrategia más asertiva, y que truene lo que tenga que tronar.<br />

Mi padre resultó un hallazgo, aunque creo que no me estoy explicando<br />

bien. Por supuesto, siempre he sabido que es un buen hombre.<br />

Uno <strong>de</strong> los recuerdos más viejos que tengo es el <strong>de</strong> un día que<br />

se enfermó y me puso un sustazo <strong>de</strong> su pinche madre. Sé <strong>de</strong> su<br />

calidad humana, pero nunca había sentido esa cali<strong>de</strong>z y esa complicidad<br />

tan absoluta. Tengo mucha suerte y pienso en algunos <strong>de</strong><br />

mis amigos. El padre <strong>de</strong>l Tatanka, por ejemplo, es un viejo mamón,<br />

funcionario <strong>de</strong> no sé que pinche secretaría, que sólo habla <strong>de</strong> lo<br />

importante que es y <strong>de</strong>l futuro <strong>de</strong> México o mamadas <strong>de</strong> ese calibre.<br />

A<strong>de</strong>más es pedísimo, y cuando chupa le da por recitar pura pen<strong>de</strong>jada<br />

o por babear gente.


282<br />

Mis cuates le dieron un enorme sentido al viaje. Son <strong>de</strong>smadrosos<br />

y actúan con la misma sutileza <strong>de</strong> un búfalo <strong>de</strong> agua. Su nivel<br />

<strong>de</strong> pen<strong>de</strong>jez es inconmensurable, pero también muy divertido. El<br />

pinche Perro se clavó una sábana <strong>de</strong>l hotel, compró un manojo <strong>de</strong><br />

laurel y posó como estatua en los Campos Elíseos durante exactamente<br />

quince minutos… ganó un euro. El Garra ya subió la foto<br />

al face y ha recibido una enorme cantidad <strong>de</strong> comentarios entre<br />

los que <strong>de</strong>stacan: “mamarracho”, “menesteroso” o “nunca había<br />

visto a alguien que luciera tan limpiamente como un imbécil”…<br />

Creo que la experiencia para los cuatro ha generado uno <strong>de</strong> esos<br />

lazos que no se rompen ya jamás.<br />

Por supuesto he pensado en mí y en el futuro. Ya no estoy tan<br />

seguro que quiera ser un científico <strong>de</strong> esos que miran fijamente y<br />

<strong>de</strong>dican su vida a encerrarse en cuatro pare<strong>de</strong>s, para luego publicar<br />

un artículo que no lee nadie. Tengo ofertas <strong>de</strong> beca en Cal Tech,<br />

en Princeton y en una escuela suiza, <strong>de</strong> nombre impenetrable. Me<br />

angustia un poco tener que tomar <strong>de</strong>cisiones pero ya va siendo<br />

momento. Por <strong>de</strong>scarte, sé que no tengo futuro como beisbolista o<br />

arquitecto (dibujo como un borracho). Tampoco podría ser escritor<br />

ni político. Me cagan las onG’s. Entonces hay dilemas…<br />

Mierda.<br />

Llegamos a México con bien. Mi padre me esperaba con una cara<br />

muy larga y los ojos enrojecidos. En el momento que aparecí en la<br />

sala <strong>de</strong> llegadas, me dio un abrazo quebrantahuesos que me <strong>de</strong>jó<br />

muy sorprendido.


Cincuenta y tres<br />

El Aire para la cuerda <strong>de</strong> sol, <strong>de</strong> Bach, inundaba con su belleza el<br />

es tudio <strong>de</strong> Miguel Dupin. En una mesa lateral se había dispuesto<br />

una botella <strong>de</strong> Luis XIII, <strong>de</strong>l que ya se habían escanciado un par <strong>de</strong><br />

copas. <strong>La</strong>s volutas <strong>de</strong> un habano Behike se elevaban perezosamente<br />

hacia el enorme can<strong>de</strong>labro que iluminaba a medias la habitación.<br />

Miguel Dupin pensaba en su vida.<br />

No estaba mal, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo. <strong>La</strong>s <strong>de</strong>rrotas y las victorias se compensaban<br />

<strong>de</strong> manera equitativa, o por lo menos eso razonaba. Sin<br />

embargo, la muerte, esa hija <strong>de</strong> puta, fue su fiel compañera muchos<br />

[283]


284<br />

años. Primero le arrebató <strong>de</strong> un zarpazo a sus padres en aquel acci<strong>de</strong>nte<br />

<strong>de</strong> avión. Luego se llevó a Eugenia, y con ella al joven Maurice<br />

Tavernier, que trató <strong>de</strong> esa manera <strong>de</strong> romper lanzas con su pasado<br />

adoptando la personalidad <strong>de</strong> Miguel Dupin. Recordó a Thierry<br />

una vez más y la melancolía lo invadió mientras aspiraba una larga<br />

bocanada.<br />

Durante toda su vida trató <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r los motivos <strong>de</strong> Bertrand.<br />

Ahora los conocía y estaba en paz. No había juicios. El sólo pensar<br />

en una situación como la que vivió su abuelo era casi imposible.<br />

Seguramente quedó <strong>de</strong>strozado y lleno <strong>de</strong> rencor. Dupin había<br />

lidiado <strong>de</strong> manera profesional con el resentimiento y sabía por<br />

experiencia propia que era un veneno lento que consumía por <strong>de</strong>ntro.<br />

Sin embargo, nunca se había enfrentado a una historia como<br />

esa. De hecho admiraba a su abuelo, un hombre que se impuso a<br />

sus circunstancias <strong>de</strong> vida y luchó a brazo partido con eso que la<br />

gente perezosa llama “<strong>de</strong>stino”. Pensó también en la maldad <strong>de</strong><br />

Benoit. ¿Cómo era posible que alguien tuviera esa capacidad para<br />

lastimar a los <strong>de</strong>más? A Miguel nunca le gustaron las historias<br />

ejemplares en las que aquel que proce<strong>de</strong> mal recibe un castigo (“el<br />

que la hace, la paga”). Le parecía maniqueo y torpe, pero en este<br />

caso asumía que el final <strong>de</strong> Pouchet era el que se había labrado.<br />

Lo impresionaba cómo una simple <strong>de</strong>cisión tenía un efecto que se<br />

<strong>de</strong>speñaba en abismos diversos.<br />

Miguel Dupin le dio un largo trago a su copa <strong>de</strong> cognac y, mientras<br />

la pala<strong>de</strong>aba, recordó a René y Alice, <strong>de</strong> alguna manera víctimas<br />

directas <strong>de</strong> la traición. Los había reconocido como sus únicos<br />

parientes y se haría cargo <strong>de</strong> resarcir sus años <strong>de</strong> sufrimiento.<br />

<strong>La</strong> tar<strong>de</strong> anterior había hecho las modificaciones testamentarias<br />

pertinentes.


285<br />

Pensó en Juan Pablo y José María, sobre todo en este último. En<br />

sólo unos días el muchacho lo había seducido y Dupin no era un<br />

hombre impresionable. Sonrió. José María era excepcional y le<br />

esperaba un futuro muy brillante. Le hubiera gustado convivir más<br />

con él. Juan Pablo también se había ganado todo su afecto. Estaba<br />

contento <strong>de</strong> la incipiente relación con su prima, que con certeza a<br />

ambos les daría el bálsamo para años <strong>de</strong> heridas.<br />

Esa tar<strong>de</strong> Miguel Dupin también evocó su visita al médico, haría<br />

cosa <strong>de</strong> dos meses. Eduardo Antonio Peña era su amigo <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

tiempos inmemoriales. Los jueves por la tar<strong>de</strong> se reunían en el<br />

estudio <strong>de</strong> Miguel a charlar y jugar una partida infinita <strong>de</strong> ajedrez.<br />

Había sentido una molestia en el costado y visitó a Eduardo en<br />

su consultorio, le hicieron algunos análisis y, en una segunda cita,<br />

se enfrentó con su vieja compañera: Eduardo le explicó con voz<br />

pedregosa que le habían <strong>de</strong>tectado cáncer <strong>de</strong> páncreas y el pronóstico<br />

era <strong>de</strong>salentador. Miguel Dupin reconoció el tono paliativo que<br />

empleaba su amigo al explicarle que había formas invasivas <strong>de</strong> atacar<br />

la enfermedad, y entonces tomó una <strong>de</strong>cisión.<br />

No se quería ir <strong>de</strong> este mundo sin <strong>de</strong>velar el misterio <strong>de</strong> su abuelo,<br />

y ahora la tarea estaba terminada. Miguel había conseguido (Peña<br />

colaboró entre protestas) una “bolsa <strong>de</strong> salida” consistente en un<br />

pequeño tanque <strong>de</strong> dióxido <strong>de</strong> carbono conectado con una bolsa<br />

<strong>de</strong> plástico con aire. De la caja salía una conexión que Dupin colocó<br />

en su nariz, y lentamente sintió el efecto <strong>de</strong>l sedante que lo llevaba<br />

a la inconsciencia y a la muerte.<br />

<strong>La</strong> música se extinguía en el momento que Miguel Dupin se <strong>de</strong>spidió<br />

<strong>de</strong> la vida.


Epílogo<br />

José María, siguiendo un criterio que hallarás clásico, te escribo advirtiéndote<br />

que cuando leas esta carta estaré muerto. Recuerdo que prometí<br />

<strong>de</strong>cirte cómo iban las cosas y aquí estoy, aunque sea <strong>de</strong> manera póstuma,<br />

para hacerlo. Hace algunos meses me diagnosticaron un cáncer terminal<br />

y, si bien mi médico propuso una serie <strong>de</strong> medidas, resultó claro que éstas<br />

me <strong>de</strong>jarían en una condición indigna por la que ya no estoy dispuesto<br />

a pasar.<br />

Hijo mío, ser ciego es una maldición <strong>de</strong> la que hay que sacar el máximo<br />

provecho. Traté <strong>de</strong> hacerlo a lo largo <strong>de</strong> toda mi vida. Una limitación es<br />

eso, el obstáculo que se nos impone y obliga a echar mano <strong>de</strong> todo. Te<br />

[287]


288<br />

puedo <strong>de</strong>cir que he tenido muchos momentos <strong>de</strong> felicidad. Alguna vez<br />

estuve enamorado y es un periodo que no cambiaría por nada. También<br />

te <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cir que el trabajo con mis pacientes me dio muchas satisfacciones.<br />

Es notable la forma en la que pue<strong>de</strong>s ayudar a la gente que lo necesita<br />

y tratar <strong>de</strong> que ellos mismos en<strong>de</strong>recen los retorcidos caminos <strong>de</strong> este<br />

mundo vertiginoso… El mundo, José María, el mundo. Te han tocado<br />

tiempos interesantes y un proverbio chino reza que esos son los me jores.<br />

Enfrentas una Era llena <strong>de</strong> mezquindad y <strong>de</strong>sigualda<strong>de</strong>s, un mundo que<br />

se encuentra en riesgo por la avaricia <strong>de</strong> algunos. No importa lo que<br />

<strong>de</strong>cidas acerca <strong>de</strong> tu futuro, estoy seguro <strong>de</strong> que tus esfuerzos, asociados<br />

a la nobleza <strong>de</strong> tu inteligencia, se encaminarán a arreglar lo arreglable.<br />

Sé que eres justo y sencillo, sé también que lo harás inmejorablemente,<br />

me hubiera gustado verlo pero, ¿sabes?, la ruleta me ha dado el número<br />

incorrecto.<br />

Te quiero, José María, como a un hijo. Disculpa este quebranto <strong>de</strong> un<br />

hombre viejo que no siente temor a expresar su afecto.<br />

Cuida a tu padre, y te pido que me recuer<strong>de</strong>s siempre como un ser<br />

humano que vivió con plenitud y se va <strong>de</strong> este mundo con la paz necesaria.<br />

No creo en la reencarnación, mucho menos en espacios celestiales, así<br />

que este es el adiós <strong>de</strong>finitivo. Sé que enten<strong>de</strong>rás que no lo haya queri do<br />

hacer <strong>de</strong> manera personal.<br />

Ojalá que disfrutes Los niños en el carretón, <strong>de</strong> Francisco <strong>de</strong> Goya y<br />

Lucientes, un mo<strong>de</strong>sto recuerdo que te <strong>de</strong>jo, pues sé que no podría estar<br />

en mejores manos.<br />

Te abrazo.<br />

Miguel Dupin


Índice


9 El pacto<br />

11 Uno<br />

19 Dos<br />

27 Tres<br />

31 Cuatro<br />

43 Cinco<br />

49 Seis<br />

55 Siete<br />

61 Ocho<br />

67 Nueve<br />

71 Diez


75 Once<br />

79 Doce<br />

87 Trece<br />

99 Catorce<br />

105 Quince<br />

111 Dieciséis<br />

115 Diecisiete<br />

121 Dieciocho<br />

127 Diecinueve<br />

131 Veinte<br />

135 Veintiuno<br />

141 Veintidós<br />

143 Veintitrés<br />

147 Veinticuatro<br />

157 Veinticinco<br />

159 Veintiséis


163 Veintisiete<br />

169 Veintiocho<br />

173 Veintinueve<br />

175 Treinta<br />

179 Treinta y uno<br />

183 Treinta y dos<br />

187 Treinta y tres<br />

191 Treinta y cuatro<br />

195 Treinta y cinco<br />

201 Treinta y seis<br />

205 Treinta y siete<br />

209 Treinta y ocho<br />

213 Treinta y nueve<br />

217 Cuarenta<br />

221 Cuarenta y uno<br />

223 Cuarenta y dos


225 Cuarenta y tres<br />

229 Caurenta y cuatro<br />

235 Cuarenta y cinco<br />

241 Cuarenta y seis<br />

245 Cuarenta y siete<br />

251 Cuarenta y ocho<br />

263 Cuarenta y nueve<br />

271 Cincuenta<br />

273 Cincuenta y uno<br />

279 Cincuenta y dos<br />

283 Cincuenta y tres<br />

287 Epílogo


<strong>La</strong> traición <strong>de</strong> Bertrand,<br />

<strong>de</strong> Fedro Carlos Guillén, se ter-<br />

minó <strong>de</strong> imprimir en agosto <strong>de</strong> 2012, en<br />

los talleres gráficos <strong>de</strong> Compañía Editorial <strong>de</strong><br />

México, S.A. <strong>de</strong> C.V., ubicados en Av. 16 <strong>de</strong> Septiembre<br />

núm. 116 norte, colonia. Lázaro Cár<strong>de</strong>nas, C.P. 52140,<br />

en Metepec, Estado <strong>de</strong> México. El tiraje consta <strong>de</strong> mil ejem-<br />

plares. Para su formación se usó la tipografía Borges, <strong>de</strong><br />

Alejandro Lo Celso, <strong>de</strong> la Fundidora PampaType. Concepto<br />

editorial: Hugo Ortíz, Juan Carlos Cué y Lucero Estrada.<br />

Formación y portada: Iván Emmanuel Jiménez. Cuidado<br />

<strong>de</strong> la edición: Luz María Bazaldúa, Zujey García Gasca,<br />

Delfina Careaga y el autor.Supervisión en imprenta:<br />

Iván Emmanuel Jiménez.

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