La traicion de bertrand.pdf - Biblioteca Mexiquense del Bicentenario
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<strong>La</strong> traición <strong>de</strong> Bertrand
Fedro Carlos Guillén obtuvo el tercer lugar en el género novela <strong>de</strong>l Certamen<br />
Internacional <strong>de</strong> Literatura Letras <strong>de</strong>l <strong>Bicentenario</strong> “Sor Juana Inés <strong>de</strong> la Cruz”,<br />
convocado por el Gobierno <strong>de</strong>l Estado <strong>de</strong> México, a través <strong>de</strong>l Consejo Editorial <strong>de</strong><br />
la Administración Pública Estatal, en 2011. El jurado estuvo integrado por Mónica<br />
<strong>La</strong>vín, David Martín <strong>de</strong>l Campo y Anamari Gomís.<br />
Leer para pensar en gran<strong>de</strong><br />
Cole CCión letras<br />
n a r r a t i v a
Fedro Carlos Guillén<br />
<strong>La</strong> traición <strong>de</strong> Bertrand
Eruviel Ávila Villegas<br />
Gobernador Constitucional<br />
Raymundo Édgar Martínez Carbajal<br />
Secretario <strong>de</strong> Educación<br />
Consejo Editorial: Ernesto Javier Nemer Álvarez, Raymundo Édgar Martínez Carbajal,<br />
Raúl Murrieta Cummings, Édgar Alfonso Hernán<strong>de</strong>z Muñoz,<br />
Raúl Vargas Herrera<br />
Comité Técnico: Alfonso Sánchez Arteche, Félix Suárez<br />
Secretario Técnico: Agustín Gasca Pliego<br />
<strong>La</strong> traición <strong>de</strong> Bertrand<br />
© Primera edición. Secretaría <strong>de</strong> Educación <strong>de</strong>l Gobierno <strong>de</strong>l Estado <strong>de</strong> México<br />
DR © Gobierno <strong>de</strong>l Estado <strong>de</strong> México<br />
Palacio <strong>de</strong>l Po<strong>de</strong>r Ejecutivo<br />
Lerdo poniente no. 300,<br />
colonia Centro, C.P. 50000,<br />
Toluca <strong>de</strong> Lerdo, Estado <strong>de</strong> México.<br />
ISBN: 978-607-495-193-6<br />
© Consejo Editorial <strong>de</strong> la Administración Pública Estatal. 2012<br />
www.edomex.gob.mx/consejoeditorial<br />
Número <strong>de</strong> autorización <strong>de</strong>l Consejo Editorial <strong>de</strong> la Administración<br />
Pública Estatal CE: 205/01/45/12<br />
© Fedro Carlos Guillén Rodríguez<br />
Impreso en México.<br />
Queda prohibida la reproducción total o parcial <strong>de</strong> esta obra, por cualquier medio o<br />
procedimiento, sin la autorización previa <strong>de</strong>l Gobierno <strong>de</strong>l Estado <strong>de</strong> México, a través <strong>de</strong>l<br />
Consejo Editorial <strong>de</strong> la Administración Pública Estatal.
En la vida, todo es cuestión <strong>de</strong> suerte:<br />
cualquier mañana, uno da vuelta en<br />
una esquina y se encuentra con aquella<br />
persona que lo hará infeliz durante los<br />
siguientes seis años <strong>de</strong> su vida. Si uno<br />
hubiese dado vuelta hacia el otro lado,<br />
tal vez se habría topado con la persona<br />
que lo haría feliz.<br />
Philip Roth
El pacto<br />
Los dos hombres contemplaron el resultado <strong>de</strong> su trabajo. Se veían<br />
cansados pero satisfechos, en el horizonte, a través <strong>de</strong> la ventana<br />
<strong>de</strong>l estudio, se apreciaba la silueta <strong>de</strong> la recién terminada Torre<br />
Eiffel. Ambos levantaron sus tarros y brindaron…<br />
El calendario en la pared mostraba un grabado <strong>de</strong> la campiña y la<br />
fecha exacta: jueves 17 <strong>de</strong> octubre <strong>de</strong> 1889.<br />
Miguel Dupin salió con paso lento <strong>de</strong> la consulta médica. Abordó<br />
el auto y se instaló en el asiento tracero. Respiró profundamente y<br />
tomó una <strong>de</strong>cisión. No quedaba mucho tiempo.<br />
[9]
Uno<br />
Escribir es un acto privado que se vuelve público en el momento<br />
que el arrojo, la calidad o la falta <strong>de</strong> sentido común lo permite.<br />
Sostengo que la tarea <strong>de</strong> quien escribe es tener una historia que contar,<br />
y hacerlo con la mayor eficacia posible… nada más, nada menos.<br />
Me llamo Juan Pablo y soy escritor. Así <strong>de</strong> simple. Invento historias,<br />
las <strong>de</strong>sarrollo y espero que alguien las lea. Los que nos<br />
<strong>de</strong>dicamos a este oficio nos movemos por un impulso vital que<br />
adquiere sentido sólo en la medida <strong>de</strong> un lector atento que significa<br />
el texto y lo hace suyo. Mi caso, como el <strong>de</strong> muchos otros,<br />
[11]
12<br />
se resume en una ecuación ligeramente frustrante: tengo cada vez<br />
más libros y menos lectores.<br />
Digamos que, <strong>de</strong> ser una promesa literaria con un “ingenio revelador”,<br />
me convertí en un cuarentón huyendo a salto <strong>de</strong> mata <strong>de</strong><br />
acreedores carnívoros y <strong>de</strong> llamadas telefónicas apremiando pagos<br />
con tácticas <strong>de</strong> Torquemada. Cualquier escritor que sea honesto<br />
<strong>de</strong>berá enten<strong>de</strong>r, como lo entendí yo, que si publica un libro <strong>de</strong>l<br />
que se ven<strong>de</strong>n ochocientos ejemplares en dos años, algo se pudre<br />
en Dinamarca y es vano recurrir a excusas intelectuales <strong>de</strong> calidad<br />
y no cantidad <strong>de</strong> lectores, como enarbolan exculpatoriamente<br />
los fracasados. Veo pasar como bólidos a escritores más jóvenes<br />
que se llenan <strong>de</strong> premios y lauros y me inva<strong>de</strong> una sensación<br />
autoconmiserativa.<br />
Me casé con Angelina a los veintisiete años. Ella era una mujer extraña<br />
y llena <strong>de</strong> vicios que no advertí a tiempo. El más señalado es que era<br />
una Puta, y si lo escribo <strong>de</strong> esta manera y con letra capital es porque lo<br />
era a cabalidad. Probablemente se relacionó con todos mis amigos y<br />
no pocos <strong>de</strong> mis enemigos a lo largo <strong>de</strong> los cinco años que duró nuestro<br />
matrimonio. Alguna vez, durante una fiesta en casa <strong>de</strong> una Gloria<br />
Nacional, <strong>de</strong>sapareció durante un buen rato con uno <strong>de</strong> mis críticos<br />
más enconados. Regresé al <strong>de</strong>partamento, saqué mis cosas y la <strong>de</strong>jé<br />
por primera vez. <strong>La</strong> escena se reiteró como una comedia <strong>de</strong> diecinueve<br />
actos en la que yo siempre regresaba pidiendo perdón y con la cola<br />
entre las patas. No la juzgo, no es esa mi intención; ella buscaba un<br />
placer que conmigo se agotó muy pronto y simplemente fue leal a su<br />
instinto <strong>de</strong> predadora sexual que yo era incapaz <strong>de</strong> satisfacer.<br />
Tuvimos un hijo —José María— y lo empezamos a criar con cierta<br />
esquizofrenia, hasta que un día Angelina salió por la puerta <strong>de</strong>l<br />
<strong>de</strong>partamento y jamás regresó. Fue lo mejor.
13<br />
Asumir la crianza <strong>de</strong> mi hijo se convirtió en uno más <strong>de</strong> los retos<br />
para los que no estaba preparado, por fortuna vivo en un país<br />
don<strong>de</strong> a todo mundo le da por opinar y eso me ayudó a enten<strong>de</strong>r<br />
qué carajo es el tempra o cómo garantizar que el niño no fallezca<br />
<strong>de</strong> muerte <strong>de</strong> cuna, escena que soñé aterrado varios años mientras<br />
aprendía <strong>de</strong> pediatras, consultas y fiebres galopantes. Mi hijo<br />
era un poco lento cuando pequeño; <strong>de</strong> hecho, pensé que podría<br />
pa<strong>de</strong>cer algún problema. <strong>La</strong> visita al neurólogo no arrojó nada: “Es<br />
quizá retraído”, diagnosticó el médico. José María hacía cosas que<br />
al resto le parecían extrañas y a mí entrañables: podía observar aves<br />
sin mover un músculo <strong>de</strong> su pequeño cuerpo durante horas; era,<br />
también, un voraz coleccionista <strong>de</strong> objetos que yo consi<strong>de</strong>raba piedras.<br />
Lo observaba fascinado levantarlas <strong>de</strong>l piso, limpiarlas con<br />
cuidado y luego clasificarlas <strong>de</strong> acuerdo con su color y tamaño. Una<br />
noche caí enfermo —él no tendría más <strong>de</strong> seis años— y sucumbí<br />
al sueño, vencido por la temperatura. Cuando <strong>de</strong>sperté, tenía un<br />
paño mojado en la frente y el agua escurría por mis hombros. José<br />
María me veía con sus enormes ojos atentos y preocupados. En<br />
el momento en que me reincorporé, empezó a llorar mientras me<br />
abrazaba: “Nunca te mueras papá”, dijo. Ésta quizá sea una forma<br />
algo almibarada <strong>de</strong> tratar <strong>de</strong> explicar el lazo que me une con él, pero<br />
es la que tengo… qué carajo.<br />
Un día llamaron <strong>de</strong> su escuela. <strong>La</strong> maestra quería hablar acerca<br />
<strong>de</strong> mi hijo. Acudí intrigado: José María no daba problemas jamás.<br />
<strong>La</strong> maestra explicó que estaba preocupada pues mi hijo invertía<br />
mucho más tiempo que sus compañeros en resolver tareas elementales,<br />
por lo que me sugería una valoración con el fin <strong>de</strong> <strong>de</strong>terminar<br />
las causas. A pesar <strong>de</strong> recelos <strong>de</strong>fensivos, acepté y visitamos al doctor<br />
Parra, un especialista que tenía su consultorio en <strong>La</strong>s Lomas y<br />
cobraba por consulta el equivalente al enganche <strong>de</strong> un auto. Nos<br />
atendió con amabilidad, tenía cara <strong>de</strong> viejo sabio y solicitó revisar
14<br />
a mi hijo a solas. El procedimiento tardó poco más <strong>de</strong> una hora y,<br />
al finalizar, el especialista pidió que aguardara un par <strong>de</strong> días para<br />
comunicarme sus hallazgos.<br />
Al tercer día recibí una llamada: era Parra citándome nuevamente<br />
en su consultorio. Al llegar a su <strong>de</strong>spacho con pare<strong>de</strong>s repletas <strong>de</strong><br />
diplomas, me miró fijo a los ojos y expresó:<br />
—Señor Balcárcel, permítame tranquilizarlo. José María no<br />
pa<strong>de</strong>ce ningún problema, al contrario, es superdotado. Le<br />
aplicamos varios exámenes y encontramos que tiene un<br />
coeficiente intelectual <strong>de</strong> 220. Para que usted tenga un contexto<br />
elemental, déjeme <strong>de</strong>cirle que el ser humano con el<br />
IQ más alto en el planeta es una mujer, Marylyn Mach Von<br />
Savant, que cuenta con 228. El IQ es una prueba estandarizada<br />
que mi<strong>de</strong> las habilida<strong>de</strong>s cognitivas <strong>de</strong> una persona<br />
<strong>de</strong> acuerdo a su grupo <strong>de</strong> edad, y es probable que su hijo se<br />
cuente entre una docena <strong>de</strong> personas en el mundo con tal<br />
nivel <strong>de</strong> capacidad.<br />
Recibí la noticia como se recibe una tromba. Jamás lo hubiera imaginado<br />
y <strong>de</strong> inmediato se me agolparon montones <strong>de</strong> dudas e<br />
inquietu<strong>de</strong>s.<br />
—¿Y la lentitud para resolver problemas? —pregunté.<br />
Parra asintió:<br />
—Una pregunta razonable, sin duda. Mire usted, es muy<br />
probable que José María, al enfrentarse a un problema,<br />
trate <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>rlo en lugar <strong>de</strong> respon<strong>de</strong>r <strong>de</strong> manera<br />
mecánica. Por ejemplo, si le preguntan cuánto es ocho<br />
por cuatro, él, en lugar <strong>de</strong> contestar valiéndose <strong>de</strong> su
15<br />
memoria “treintaidós”, procura explicar el razonamiento<br />
<strong>de</strong>l al goritmo. Hay casos semejantes documentados en la<br />
literatura. El más notable es el <strong>de</strong> Albert Einstein, quien en<br />
la escuela primaria fue calificado como retardado por sus<br />
profesores. No tiene usted nada <strong>de</strong> qué preocuparse pero sí<br />
<strong>de</strong>be ocuparse <strong>de</strong> que el talento <strong>de</strong> su hijo sea bien encauzado.<br />
Comenté esto con algunos colegas y creemos que José<br />
María es un caso fascinante que nos gustaría analizar; por<br />
supuesto, sin ningún costo para usted. Tratar <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r<br />
la forma en que funciona su razonamiento nos podría dar<br />
pistas invaluables acerca <strong>de</strong> la mente humana.<br />
No me gustó que mi hijo fuera etiquetado como un “caso fascinante”,<br />
y Parra lo advirtió, pues <strong>de</strong> inmediato dijo:<br />
—Por favor, ojalá no me interprete mal. No pensamos en su<br />
hijo como un sujeto experimental. Sólo creemos que trabajar<br />
con él redundaría en un gran avance científico.<br />
—Lo pensaré —fue mi respuesta lacónica.<br />
No tuve que hacerlo mucho. Tomé la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> darle a mi hijo la<br />
vida más normal posible, sin escuelas especiales ni tratamientos<br />
que, pensaba, lo podrían convertir en una atracción <strong>de</strong> circo.<br />
No pasó mucho tiempo antes <strong>de</strong> que todo lo que el doctor Parra<br />
había anunciado se hiciera realidad. Mi hijo entró en un proceso<br />
fascinante <strong>de</strong> cambio y la diversidad <strong>de</strong> sus intereses creció exponencialmente:<br />
la historia, la música, el cine y la literatura empezaron<br />
a ocupar su tiempo, mientras que la escuela era un simple<br />
trámite necesario. Yo lo percibía como un auto <strong>de</strong> carreras que utiliza<br />
la mitad <strong>de</strong> su capacidad. José María se negaba —con todo mi
16<br />
beneplácito— a volverse ese tipo <strong>de</strong> alumno brillante y extraordinario<br />
pero aborrecido por todos. De hecho, en algunos casos <strong>de</strong><br />
manera <strong>de</strong>liberada, reprobaba uno que otro examen y se mantenía<br />
con un <strong>de</strong>sempeño razonable. Sin embargo, pronto fue claro, para<br />
las autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la escuela, que estaba perdiendo su tiempo, y<br />
en contra <strong>de</strong> su voluntad, pero en este caso con mi autorización,<br />
fue cambiado a grados superiores. El proceso se repitió y hoy que<br />
tiene dieciséis años estudia ya el séptimo semestre <strong>de</strong> física en la<br />
Universidad Nacional. José María es bastante normal, agudo y <strong>de</strong>smadroso,<br />
un adolescente que se viste como tal y le va a los Pumas.<br />
No sé si los padres pue<strong>de</strong>n ser amigos <strong>de</strong> sus hijos, como dicen las<br />
viejas chotas, pero no hay nada que yo valore más en la vida que su<br />
compañía y su humor punzocortante.<br />
Trabajo haciendo traducciones <strong>de</strong>l francés que se pagan <strong>de</strong> una<br />
manera tan justa como los salarios <strong>de</strong> los mineros <strong>de</strong> Cananea, pero<br />
da para ir tirando. Dada mi neurosis, puedo lograr limpiamente<br />
que ninguna mujer me quiera ver <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la tercera cita, lo cual<br />
<strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser un récord olímpico que me mantiene en un celibato<br />
estricto muy parecido al <strong>de</strong>l santo varón <strong>de</strong> Asís.<br />
Bien, creo que lo anterior <strong>de</strong>scribe mi situación: un escritor sin<br />
éxito, mal pagado, sin esposa y con un hijo dotadísimo. Un balance<br />
mediocre que se agravó un jueves por la mañana, cuando llegó un<br />
requerimiento <strong>de</strong> Hacienda en el que se me invitaba a cubrir los<br />
impuestos que yo no sabía que <strong>de</strong>bía y que ascendían a casi cien mil<br />
pesos. Esa noche empecé a hablar solo y no dormí pensando en la<br />
manera <strong>de</strong> salir <strong>de</strong>l berenjenal. Eso es consecuencia <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>sapego<br />
y el enorme <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n administrativo en el que vivo. Siempre he<br />
visto al dinero como un accesorio que permite tener comida, comprar<br />
libros y tomar un trago con amigos <strong>de</strong> vez en vez. Por supuesto,<br />
no somos ricos, pero tampoco hemos vivido en la menesterosidad
17<br />
galopante, y el futuro <strong>de</strong> José María está claramente asegurado con<br />
sus talentos. Pero un boquete <strong>de</strong> cien mil pesos me <strong>de</strong>jaba fuera<br />
<strong>de</strong> combate por completo. Pensé en recurrir a algún amigo pero a<br />
cualquiera <strong>de</strong> ellos lo hubiera afectado más aún. Revisé mis ahorros:<br />
una cantidad vergonzosa. De pronto me di cuenta <strong>de</strong> que el asunto<br />
no tenía salida, o no por lo menos una que yo advirtiera, y que la<br />
amenaza <strong>de</strong> entrar en una espiral <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>nte era la más grave que<br />
había enfrentado en años. José María se percató <strong>de</strong> mi estado, pero<br />
no quise contarle nada. Repartir los males no los hacen menores.<br />
El martes <strong>de</strong> la siguiente semana recibí una llamada telefónica:<br />
“¿Señor Balcárcel? Mi nombre es Miguel Dupin. Un amigo lo ha<br />
recomendado como un traductor muy profesional y tengo interés<br />
en contratar sus servicios. Si le parece, me gustaría que asistiera<br />
a mi casa, ¿sabe? Tengo algunos problemas <strong>de</strong> movilidad y aquí<br />
podríamos discutir el asunto”.<br />
No creo en el <strong>de</strong>stino, es refugio <strong>de</strong> pusilánimes. Pero lo cierto<br />
es que la oportunidad que se me presentaba le daba una vuelta<br />
<strong>de</strong> tuerca a la racha que consi<strong>de</strong>raba <strong>de</strong>sastrosa, así que acepté <strong>de</strong><br />
inmediato y me dispuse a tomar muestras ejemplares <strong>de</strong> mi trabajo<br />
y buscar alguna corbata razonable en la Babel <strong>de</strong> mi armario.<br />
Subí al metrobús, lleno <strong>de</strong> oficinistas <strong>de</strong> regreso al sur <strong>de</strong> la ciudad<br />
<strong>de</strong> México. <strong>La</strong>s miradas cansadas, el amontonamiento y los hu-<br />
mores que emanaban <strong>de</strong>l camión contribuyeron a que me apeara<br />
con un estado <strong>de</strong> ánimo sombrío. Inicié la caminata por Altavista.<br />
Los comercios <strong>de</strong> oligarcas fueron quedando atrás, y entré en una<br />
zona <strong>de</strong> casas megalómanas, llenas <strong>de</strong> guardias y vallas que las<br />
aislaban <strong>de</strong> los simples mortales como yo.<br />
Me presenté en la casa <strong>de</strong> Dupin a las ocho <strong>de</strong> la noche. Era una<br />
mansión porfiriana en el corazón <strong>de</strong> San Ángel, con ventanales
18<br />
enormes y alfombras multicolores. Fui atendido por un sirviente<br />
(no una sirvienta) <strong>de</strong> una seriedad victoriana que me llevó a un<br />
estudio como sólo había visto en películas <strong>de</strong> época. Me ofreció<br />
un sofá mientras acercaba un carro <strong>de</strong> vidrio con alcohol suficiente<br />
para embriagar a un equipo <strong>de</strong> futbol, y minutos <strong>de</strong>spués entró un<br />
hombre abriéndose paso por una puerta <strong>de</strong> roble.<br />
De inmediato percibí el rasgo más importante <strong>de</strong> Miguel Dupin.<br />
Era ciego.<br />
Sin darme cuenta, doblaba la esquina.
Dos<br />
—Veo que está usted ya instalado, Juan Pablo. ¿Qué le gus taría<br />
tomar? —dijo Dupin con voz suave mientras yo pensaba que<br />
“ver” era el término menos a<strong>de</strong>cuado para la ocasión.<br />
No sé si el hombre leía el pensamiento, porque exclamó:<br />
—<strong>La</strong> vista, permítame <strong>de</strong>cirlo, está sobrevalorada en estos<br />
tiempos vi<strong>de</strong>ocráticos. Los ciegos hemos sido siempre percibidos<br />
con temor. Mire usted…<br />
Sacó una grabadora y escuché su propia voz:<br />
[19]
20<br />
<strong>La</strong> historia <strong>de</strong> la ceguera en el arte, sobre todo antiguo y paleocristiano,<br />
está escrita, con frecuencia, con un discurso ambiguo, cuando no profundamente<br />
negativo. Dejando aparte algunas representaciones seculares,<br />
el tratamiento artístico y literario <strong>de</strong> la ceguera suele conllevar una<br />
analogía <strong>de</strong> la privación sensorial con la moral. Así, la persona con un<br />
<strong>de</strong>fecto visual es presentada <strong>de</strong> manera poco atractiva, i<strong>de</strong>ntificándosela<br />
a menudo con lo pecaminoso, haciéndosela acreedora <strong>de</strong> castigos, o<br />
bien la ceguera es entendida como la con<strong>de</strong>na impuesta para expiar una<br />
<strong>de</strong>pravación. En <strong>La</strong> Leyenda Dorada, <strong>de</strong> Vorágine, los paganos son ciegos<br />
privados por el diablo, cuya remisión espiritual se acompañará <strong>de</strong> la<br />
sanación física. Baste recordar que el propio Leonardo da Vinci se refirió<br />
a la ceguera como “el peor <strong>de</strong> los males que pue<strong>de</strong>n caer sobre el hombre”.<br />
Aunque no siempre se le dé un carácter claramente punitivo, la ceguera<br />
suele ser tratada al menos con ambivalencia, moviéndose entre la piedad<br />
y el temor supersticioso, pero muy pocas veces se le da un trato naturalista.<br />
Esta especie <strong>de</strong> “<strong>de</strong>monización” <strong>de</strong> la ceguera es dominante hasta el<br />
Renacimiento, persistiendo posteriormente con una intensidad irregular.<br />
Miguel Dupin pulsó otro botón y se sentó en un sillón <strong>de</strong> cuero.<br />
—¿Qué le parece? Se trata <strong>de</strong> un ensayo publicado por<br />
Beatriz Sánchez Artola.<br />
—Interesante —respondí—. Francamente no lo había pensado<br />
así.<br />
Mi interlocutor asintió con cierta gravedad, y con una pericia sorpren<strong>de</strong>nte<br />
dispuso un par <strong>de</strong> tragos mientras yo lo observaba.<br />
Era un hombre <strong>de</strong> unos cincuenta años. El cabello peinado hacia<br />
atrás y la barba, entrecanos, estaban bien recortados y sus facciones<br />
eran regulares y bien proporcionadas. Vestía como viste un
21<br />
hombre próspero: con ropa impecable pero sobria. Un saco negro<br />
<strong>de</strong> muy buena calidad, combinado con pantalón gris. No usaba corbata<br />
pero sí una camisa azul planchada a la perfección. Los zapatos<br />
<strong>de</strong>bían costar más que mi riñón izquierdo y en la muñeca portaba<br />
un reloj que imaginé braille. El único rasgo anómalo eran sus ojos:<br />
tenían un color similar al <strong>de</strong>l acero y se movían sin cesar.<br />
—Debo iniciar esta charla pidiéndole que me disculpe, ya<br />
que no he sido por completo franco con usted.<br />
—…<br />
Dupin percibió la duda.<br />
—He seguido sus pasos, amigo mío. Lo he hecho por razones<br />
que estoy a punto <strong>de</strong> contarle. Si lo hubiera llamado<br />
con ese argumento, es seguro que me habría tomado por<br />
un lunático y este encuentro no se celebraría. Es por ello<br />
que hablé <strong>de</strong> traducciones. Creo que lo que charlemos le<br />
podrá interesar, así que espero disculpe esta pequeña estratagema,<br />
que <strong>de</strong> ninguna manera quisiera que se constituyera<br />
como un elemento negativo para la potencial relación<br />
que me gustaría entablar con usted.<br />
No sabía qué <strong>de</strong>cir. <strong>La</strong> situación era extraña pero no amenazadora,<br />
así que <strong>de</strong>cidí esperar el siguiente movimiento <strong>de</strong> mi interlocutor.<br />
—Juan Pablo, créame que entiendo sus reservas y es probable<br />
que mi disculpa le parezca poco usual. Usted pue<strong>de</strong> confiar<br />
en mí y, para que no le que<strong>de</strong> ninguna duda, iniciaré yo.
22<br />
Le dio un sorbo a su vaso, fijó sus pupilas en mí <strong>de</strong> manera milimétrica<br />
e inició su relato:<br />
—Lo primero que <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cirle es que mi nombre no es<br />
Miguel Dupin.<br />
“Mierda, empezamos mal”, pensé.<br />
—Elegí el nombre como un homenaje a un par <strong>de</strong> mis personajes<br />
más admirados. Si usted ha leído a Julio Verne,<br />
como estoy seguro que lo ha hecho, recordará a Miguel<br />
Strogoff, el correo <strong>de</strong>l zar, quien al ser capturado por los tártaros<br />
es con<strong>de</strong>nado a la ceguera por medio <strong>de</strong> un procedimiento<br />
bárbaro: un sable al rojo vivo se colocaría <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />
sus ojos. Ahora bien, esta tortura ocurre en el quinto capítulo<br />
<strong>de</strong> los quince que forman la segunda parte <strong>de</strong>l libro, y<br />
por supuesto <strong>de</strong>be recordar que en realidad Miguel se salva<br />
<strong>de</strong> la ceguera por el efecto físico <strong>de</strong> sus lágrimas al ser ejecutada<br />
la sentencia. Ello supone que <strong>de</strong>be fingir invi<strong>de</strong>ncia<br />
una buena parte <strong>de</strong> la historia y, créame, no es fácil. <strong>La</strong>s<br />
personas que ven, mantienen un instinto natural para protegerse;<br />
un ciego que no lo es esquivaría, por instinto, una<br />
roca en su camino, pero <strong>de</strong>be tropezar para no <strong>de</strong>latarse,<br />
¿me sigue?<br />
Asentí con la cabeza y <strong>de</strong> inmediato me percaté <strong>de</strong> mi imbecilidad;<br />
<strong>de</strong>bía verbalizar mi respuesta.<br />
—Entiendo —dije—, ¿y su segundo héroe?<br />
—Augusto Dupin —fue la respuesta—. El personaje <strong>de</strong> Poe,<br />
con el que supongo que también está familiarizado.
23<br />
—Lo recuerdo —dije—. El protagonista <strong>de</strong> “<strong>La</strong> carta<br />
robada”.<br />
—Precisamente.<br />
—¿Y qué es lo que le produce tal admiración?<br />
—Su razonamiento impecable al <strong>de</strong>mostrar que lo invisible<br />
ante los ojos <strong>de</strong> todos está ahí para quien tenga la suficiente<br />
agu<strong>de</strong>za…<br />
Dupin hizo una pausa mientras saboreaba su whisky.<br />
—Bien, eso explica mi nombre que, por cierto, para todo fin<br />
legal es el correcto. Si le cuento esto es simplemente para<br />
que sepa que no guardaré ninguna reserva.<br />
<strong>La</strong> bebida ejercía sobre mí un efecto relajante.<br />
—Me crié en el seno <strong>de</strong> una familia acomodada. Mi abuelo<br />
paterno fue un hombre nacido en Francia que corrió con<br />
mucha fortuna. Mi madre nunca se interesó en los negocios<br />
y mi padre tampoco. Los recuerdo como un par <strong>de</strong> sibaritas<br />
ilustrados que supieron inculcarme el amor al conocimiento.<br />
Cuando tenía siete años, el glaucoma me privó <strong>de</strong><br />
la vista <strong>de</strong> manera irremediable. Recuerdo la llegada <strong>de</strong> las<br />
sombras lentamente, hasta que se convirtieron en la oscuridad<br />
que me acompaña hace más <strong>de</strong> cuarenta años. Siempre<br />
he pensado en qué será peor, ¿per<strong>de</strong>r la vista o nacer sin<br />
ella? No lo sé, mi memoria visual es cada vez más vaga.<br />
Evoco el rostro <strong>de</strong> mi madre, algunos <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> la casa en<br />
don<strong>de</strong> nací, y nada más. Mis padres quedaron <strong>de</strong>vastados y
24<br />
fui enviado <strong>de</strong> interno a Suiza con el fin <strong>de</strong> adiestrarme para<br />
mi futura vida. Aprendí, durante cinco años, lo que todo<br />
ciego (no “invi<strong>de</strong>nte”, <strong>de</strong>testo los eufemismos) <strong>de</strong>be apren<strong>de</strong>r.<br />
Una mañana, la directora <strong>de</strong> la escuela me llamó y <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> abrazarme explicó que mis padres habían fallecido<br />
en un acci<strong>de</strong>nte aéreo. Durante un mes me negué a hablar<br />
con nadie y, al cabo <strong>de</strong> ese tiempo, fui repatriado a casa <strong>de</strong><br />
un familiar a quien prefiero no recordar. Fueron momentos<br />
<strong>de</strong> mucha soledad y tristeza en los que encerré mi dolor en<br />
la lectura y el estudio. El dinero no fue problema, ya que<br />
heredé un fi<strong>de</strong>icomiso <strong>de</strong>l cual me hice cargo cuando cumplí<br />
dieciocho años y el cual, con cierta astucia, perdone mi<br />
poca mo<strong>de</strong>stia, he multiplicado. Siempre pensé que las personas<br />
que se preocupan <strong>de</strong>masiado por los bienes materiales<br />
son poco libres, y yo <strong>de</strong>seaba libertad para hacer <strong>de</strong> mi<br />
vida lo que ha sido. Des<strong>de</strong> que era joven pu<strong>de</strong> percatarme <strong>de</strong><br />
que poseo la capacidad <strong>de</strong> escuchar y enten<strong>de</strong>r a las personas.<br />
Se trata <strong>de</strong> un don que encaja bien con mi condición, así<br />
que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace más <strong>de</strong> veinte años me <strong>de</strong>dico a dar terapia,<br />
aunque <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cirle que sigo reglas heterodoxas.<br />
—¿Qué reglas? —pregunté intrigado.<br />
—Son muy simples. Sólo acepto a mis pacientes entre aquellos<br />
que sean capaces <strong>de</strong> contarme una historia. Me da lo<br />
mismo si es una ficción o la realidad. A ellos los recibo y los<br />
eximo <strong>de</strong> pagarme honorario alguno. Supongo que eso me<br />
hace un coleccionista anómalo. Mi segunda y única regla,<br />
recuer<strong>de</strong> que los terapeutas enfatizan la importancia <strong>de</strong>l<br />
cobro, es <strong>de</strong>spedir a cualquier paciente que no asista a una<br />
cita pactada en la hora correcta.
Miguel Dupin se reclinó en su sillón <strong>de</strong> cuero.<br />
—Lo <strong>de</strong>más es lo <strong>de</strong> menos —concluyó.<br />
25<br />
Debo aceptar que la historia me impresionó, aunque seguía sin<br />
enten<strong>de</strong>r qué carajo hacía yo ahí.<br />
—¿Le parece que pasemos a usted?<br />
Me parecía, así que le conté retazos <strong>de</strong> mi historia, mi separación<br />
y los talentos <strong>de</strong> mi hijo, sin saber bien a dón<strong>de</strong> conducía todo.<br />
Cuando terminé, pregunto:<br />
—¿Qué inspiró su última novela?<br />
Se refería a un libro que había publicado el año anterior, y en don<strong>de</strong><br />
se narraba la historia <strong>de</strong> dos familias separadas por la traición<br />
cometida por uno <strong>de</strong> sus fundadores.<br />
—Es mera ficción —respondí—. Nada <strong>de</strong> lo que en ella<br />
ocurre tiene sustento ni en mi historia personal ni en la <strong>de</strong><br />
nadie que yo conozca…<br />
—Se equivoca —atajó—. Por alguna coinci<strong>de</strong>ncia asombrosa,<br />
y palabras más palabras menos, usted contó <strong>de</strong><br />
manera muy puntual un aspecto <strong>de</strong> mi saga familiar<br />
—Dupin hizo una pausa—. Es por ello que está aquí esta<br />
noche.
Tres<br />
Bertrand Tavernier nació el 24 <strong>de</strong> noviembre <strong>de</strong> 1859, siete años<br />
antes <strong>de</strong> la remo<strong>de</strong>lación parisina encargada al barón Haussmann<br />
por Napoleón III. <strong>La</strong>s calles eran un hervi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> peones y albañiles<br />
que <strong>de</strong>rribaban viviendas medievales, ensanchaban las avenidas<br />
y construían los futuros jardines <strong>de</strong> la Ciudad Luz. <strong>La</strong> efeméri<strong>de</strong>,<br />
que sólo advertiría años más tar<strong>de</strong>, era notable: en esa misma fecha<br />
Carlos Darwin publicaba El origen <strong>de</strong> las especies, la obra fundacional<br />
<strong>de</strong> la biología.<br />
<strong>La</strong> madre <strong>de</strong> Bertrand y el hermano gemelo con el que compartía<br />
su vientre murieron durante un parto apocalíptico, en el que<br />
[27]
28<br />
una comadrona analfabeta logró por un milagro conservar vivo al<br />
pequeño. Su padre, un hombre elemental, pronto se repuso <strong>de</strong> la<br />
pérdida doble y consiguió otra mujer: una campesina picarda que<br />
se encargó <strong>de</strong> Bertrand <strong>de</strong> la peor manera posible. Ella, lo mismo<br />
que su padre, bebía vino barato y entonces venían los golpes que<br />
mantenían al niño en un constante estado <strong>de</strong> alerta. Bertrand entró<br />
a los siete años a un taller <strong>de</strong> ebanistería como aprendiz, y ello<br />
supuso una tregua al infierno doméstico, que <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> serlo para<br />
siempre el 3 <strong>de</strong> junio <strong>de</strong> 1871, durante la represión <strong>de</strong> la Comuna<br />
<strong>de</strong> París. Su padre y su madrastra, al igual que otros miles, fueron<br />
fusilados <strong>de</strong> manera sumaria en los muros <strong>de</strong>l cementerio <strong>de</strong><br />
Père <strong>La</strong>chaise.<br />
Bertrand tenía once años.<br />
Su <strong>de</strong>stino fue sellado por el gobierno francés, que lo envió a un<br />
liceo politécnico en Melun, una ciudad situada a cuarenta kilómetros<br />
al su<strong>de</strong>ste <strong>de</strong> París, en un meandro <strong>de</strong>l Sena, entre las comarcas<br />
<strong>de</strong> Brie y Gâtinais. Ahí pasó el joven su infancia y parte <strong>de</strong> su<br />
adolescencia, aprendiendo diversos oficios que <strong>de</strong>sempeñaba con<br />
sorpren<strong>de</strong>nte habilidad. Su carácter era taciturno y hosco; <strong>de</strong>sconfiaba<br />
sistemáticamente <strong>de</strong> cualquier intento amistoso, y pronto se<br />
convirtió en un lector ávido <strong>de</strong> los avances científicos que en ese<br />
momento revolucionaban Europa. A los dieciocho años, como lo<br />
marcaban las reglas <strong>de</strong>l liceo, abandonó la institución y se instaló<br />
como asistente <strong>de</strong> monsieur Raspail en un pequeño taller <strong>de</strong> talabartería<br />
que se hallaba al sur <strong>de</strong> la ciudad.<br />
El interés <strong>de</strong> Bertrand por la ciencia tuvo recompensa. En junio <strong>de</strong><br />
1881, un científico francés ofreció una prueba dramática: curaría<br />
el ántrax, la enfermedad que mataba cientos <strong>de</strong> miles <strong>de</strong> cabezas<br />
<strong>de</strong> ganado y, con un sentido impecable <strong>de</strong>l manejo <strong>de</strong> medios,
29<br />
convocaría a la prensa y la sociedad en general a evaluar su audacia.<br />
<strong>La</strong> cita era en la granja <strong>de</strong> Poully le Fort, cerca <strong>de</strong> Melun, por lo<br />
que Bertrand acudió entusiasmado. El procedimiento fue simple:<br />
un grupo <strong>de</strong> cincuenta ovejas fue dividido en dos mita<strong>de</strong>s. Una <strong>de</strong><br />
ellas recibió una inyección <strong>de</strong> bacilos <strong>de</strong> ántrax <strong>de</strong> una cepa atenuada.<br />
Pasaron algunos días y las cincuenta ovejas fueron inyectadas<br />
con ántrax virulento. El resultado fue <strong>de</strong>moledor: al cabo <strong>de</strong><br />
algunas horas, las veinticinco ovejas no inmunizadas yacían muertas<br />
en los llanos <strong>de</strong> Melun, mientras el científico se acariciaba la<br />
barba satisfecho.<br />
Bertrand tuvo un momento <strong>de</strong> duda, ya que le intimidaba la<br />
muchedumbre que ro<strong>de</strong>aba al investigador. Finalmente se armó<br />
<strong>de</strong> valor, se acercó a él y con enorme trabajo le explicó que lo admiraba<br />
y que iría con él a París, sin paga alguna, si le permitía trabajar<br />
a su lado.<br />
Al mirar a Bertrand, el hombre encontró unos ojos brillantes y llenos<br />
<strong>de</strong> esperanza. Sonrió y le extendió una tarjeta que <strong>de</strong>cía a la<br />
letra: “Louis Pasteur. Químico”.
Cuatro<br />
Mi padre no está mal, es un buen hombre y lo que escribe me<br />
gusta. Lo veo esforzado, a veces torpe y bien intencionado, pero no<br />
da golpe y le será difícil darlo en medio <strong>de</strong> esas cofradías <strong>de</strong> mamones<br />
que viven agrupados en mafias y que miran con profundidad.<br />
Mi padre no está mal porque hace lo que quiere. Podría cambiar <strong>de</strong><br />
profesión y ven<strong>de</strong>r seguros, aunque tengo enormes dudas <strong>de</strong> si lo<br />
haría bien; <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo, no lo imagino con corbata explicando<br />
que la cobertura es total.<br />
A los jóvenes como yo nos ha tocado vivir en un mundo <strong>de</strong> oligofrenia.<br />
<strong>La</strong> transición <strong>de</strong> milenio ha traído avances y confusiones;<br />
[31]
32<br />
porque es confuso que personas a las que consi<strong>de</strong>ro esencialmente<br />
lúcidas se rapen la cabeza como huevo <strong>de</strong> pascua y ensayen cantitos<br />
con pan<strong>de</strong>retas, o escuchar a los apocalípticos anunciando el fin <strong>de</strong>l<br />
mundo. Mi generación se ha formado en el autismo social, con pulgares<br />
mutados para manejar nintendos y navegar en re<strong>de</strong>s sociales<br />
don<strong>de</strong> juegan con granjas e intercambian galletas <strong>de</strong> la suerte. Dios.<br />
Éste es un mundo en el que “soy Piscis y tu ascen<strong>de</strong>nte está en<br />
Leo”, o <strong>de</strong> menesterosos con la luci<strong>de</strong>z <strong>de</strong> un burro <strong>de</strong> planchar,<br />
que fueron abducidos por ovnis y enanitos <strong>de</strong> medio metro. No<br />
hay sorpresa: el mundo se <strong>de</strong>sboca en la imbecilidad; para no abrigar<br />
muchas esperanzas, basta ver los infomerciales con tenis para<br />
a<strong>de</strong>lgazar o pulseritas biomagnéticas.<br />
“El cine es mejor que la vida”, <strong>de</strong>cía García Riera y creo que estoy <strong>de</strong><br />
acuerdo con él. Una película muy buena sirve para explicar lo que no<br />
soy: se llama Magnolia. Los actores son Tom Cruise, Jason Robards<br />
muriéndose y Philip Baker Hall como un miserable que abusó <strong>de</strong><br />
su hija. De todos, el personaje más patético es el que hace William<br />
H. Macy, un ex niño prodigio al que aparentemente le cae un rayo y<br />
lo <strong>de</strong>ja tarado. <strong>La</strong> película ofrece el cliché más logrado sobre los<br />
niños genio y los presenta como freaks que saben idioteces<br />
<strong>de</strong>scono cidas por todos, como el día que murió Napoleón,<br />
el número <strong>de</strong> dinastías chinas y <strong>de</strong>más ondas forever que nomás<br />
sirven para impresionar a la gente impresionable. <strong>La</strong> inteligencia no<br />
supone acumular información; para eso hay Wikipedia.<br />
De acuerdo con la literatura científica soy superdotado, ya que mi<br />
coeficiente intelectual se halla por arriba <strong>de</strong>l 98 por ciento <strong>de</strong>l resto<br />
<strong>de</strong> la gente. Es un hecho que no puedo evitar, y que nada tiene que<br />
ver con esfuerzo… así nací y punto. Si se quiere enten<strong>de</strong>r cómo funciona<br />
el cerebro <strong>de</strong> un niño superdotado, no hay más que recurrir
33<br />
al maestro Salinger. En su libro Nueve cuentos aporta dos historias<br />
simplemente magistrales: la <strong>de</strong> “Teddy”, un niño que viaja en un<br />
crucero con dos padres medio cucús, y “Para Esmé con amor y sordi<strong>de</strong>z”,<br />
otra maravilla.<br />
Mi infancia, a pesar <strong>de</strong> clichés mamarrachos, fue bastante normal:<br />
no estudié en escuelas especiales y tuve muchos amigos que siempre<br />
me trataron como a uno más, a pesar <strong>de</strong> que apesto en el fut<br />
(soy una mierda irremediable) y, en general, en cualquier actividad<br />
que implique mover más <strong>de</strong> dos <strong>de</strong>dos. No tengo muy clara la<br />
forma en que opera todo, ya que simplemente ocurre. Mis habilida<strong>de</strong>s<br />
las percibo como un lunar o el pelo lacio, y es por ello que<br />
nunca me he sentido particularmente orgulloso o diferente, aunque<br />
resulta obvio que lo soy. Tengo un grupo <strong>de</strong> amigos que son<br />
un <strong>de</strong>smadre y la paso <strong>de</strong> lo mejor con ellos. El Garra es una especie<br />
<strong>de</strong> alcohólico juvenil, Tatanka está obsesionado con la masturbación<br />
y <strong>de</strong>l Perro sospecho que pa<strong>de</strong>ce una forma atenuada <strong>de</strong><br />
retardo mental. Me parece chido que me acepten, aunque a veces<br />
soy utilizado: explicarle al Garra una ecuación <strong>de</strong> segundo grado ha<br />
sido una <strong>de</strong> las cosas más cabronas que me han tocado en la vida;<br />
tuve la sensación <strong>de</strong> que la mesa <strong>de</strong> su comedor hubiera entendido<br />
más rápido. Me río con ellos, aunque nos vemos cada vez menos<br />
porque, a pesar <strong>de</strong> que iniciamos la primaria juntos, ahora estamos<br />
separados por nuestro rendimiento escolar diferencial.<br />
Hemos pasado por muchas cosas. Hace algunos años escribí un<br />
relato para una tarea escolar en don<strong>de</strong> narro una anécdota <strong>de</strong> nuestra<br />
infancia:<br />
Piungying, choi fa, ma yong”, ésas y no otras fueron las palabras que<br />
salieron <strong>de</strong>l teléfono un 23 <strong>de</strong> octubre. Del día me acuerdo porque era mi<br />
cumpleaños, <strong>de</strong>l año por Gigi, una perra french poodle hija <strong>de</strong> la tiznada
34<br />
que perteneció a la familia y murió en circunstancias misteriosas. Como<br />
el veterinario, que era un badulaque, no le hizo autopsia, a todo el<br />
mundo le entraron dudas sobre la causa <strong>de</strong> su muerte: “¿No será rabia?”,<br />
sugirió en un arrebato <strong>de</strong> enorme oportunidad un amigo <strong>de</strong> mi padre. Al<br />
oír la palabra “rabia” pensé inmediatamente en el niño Meister, el primer<br />
receptor <strong>de</strong> la vacuna antirrábica. Entre estremecimientos recordé<br />
una lámina <strong>de</strong>l libro <strong>de</strong> salud que había en casa: la escena representaba<br />
a un señor que bien podría ser un enfermo <strong>de</strong> rabia o Frankestein sacudido<br />
por el <strong>de</strong>seo sexual; era horrible y le brotaba <strong>de</strong> las comisuras <strong>de</strong><br />
los labios un hilillo <strong>de</strong> baba amarilla repugnante. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> la información<br />
sobre el Meister, se explicaba que la “rabia” también se conocía<br />
como “hidrofobia”, dada la aversión <strong>de</strong> los enfermos por el agua. En<br />
aquel momento pegué una carrera hacia el lavabo y me tomé medio litro.<br />
Total, que para salir <strong>de</strong> inquietu<strong>de</strong>s me recetaron catorce inyecciones en<br />
la panza.<br />
Recuerdo que mi padre me llevaba a una clínica en la calle <strong>de</strong> Chiapas.<br />
Allí esperábamos a que la enfermera (una mujer sin los dientes frontales)<br />
se acabara sus chilaquiles y pasábamos a un camastro enorme. <strong>La</strong><br />
escena era patética: los pacientes pegaban unos gritos horrorosos mientras<br />
la <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ntada sacaba unas jeringotas. Yo, que poseía más dignidad,resistía<br />
el tormento llorando muy quedito (como Marga López, cuando Arturo <strong>de</strong><br />
Córdova le hacía alguna marranada). En el momento <strong>de</strong> la inyección nos<br />
tenían que <strong>de</strong>tener los brazos y las piernas, como en una película <strong>de</strong> Boris<br />
Karloff, para que no pateáramos a la enfermera (sospecho que no tenía<br />
dientes por trabajos previos). Al final <strong>de</strong> la operación presentábamos una<br />
tarjeta como la <strong>de</strong> la Cineteca para que la perforaran...<br />
Decía pues que el 23 <strong>de</strong> octubre el teléfono nos dijo: “Piungying, choi<br />
fa, ma yong”, las circunstancias que <strong>de</strong>terminaron tan extraordinario<br />
evento fueron las siguientes:
35<br />
En la privada había cinco casas, la <strong>de</strong>l fondo era ocupada por Berthita<br />
la loca, una mujer que se había <strong>de</strong>schavetado el día <strong>de</strong> su boda cuando<br />
el presunto marido, al escuchar la pregunta <strong>de</strong>l cura, volteó a verla y dijo<br />
que ni hablar, que él no se casaba. En ese preciso instante Berthita se <strong>de</strong>smayó.<br />
Cuando volvió en sí, ya era loca <strong>de</strong> baba. Vivía con una sirvienta<br />
que la sacaba a pasear todas las tar<strong>de</strong>s. Al salir <strong>de</strong> la privada, Berthita<br />
invariablemente <strong>de</strong>cía una frase que no tenía que ver con nada como:<br />
“¡Sí hay pollitooo!”, o “¡muera Luis <strong>de</strong> Orleáns!”, cosa que nos divertía<br />
mucho.<br />
A la mitad <strong>de</strong> la privada, una frente a otra, se encontraban las casas que<br />
mi padre llamaba <strong>de</strong> “la dialéctica”. En una vivía la familia De las Heras,<br />
compuesta por don Enrique, su esposa doña Ana y tres hijas buenísimas:<br />
Ana, Alicia y Adriana. Des<strong>de</strong> luego, don Enrique era un estúpido, lo que<br />
se podía inferir no sólo por los nombres <strong>de</strong> sus hijas que tenían que empezar<br />
con A, sino porque estaba convencido <strong>de</strong> que era <strong>de</strong>scendiente directo<br />
<strong>de</strong> Fernando VII, “nuestro ilustre antecesor” (“antecesor mis huevos”, le<br />
oí <strong>de</strong>cir una vez a mi padre). Enfrente tenía su casa el señor Fe<strong>de</strong>rico, un<br />
grabador con el pelo hasta la nuca. Su familia era anómala: la esposa<br />
era una mujer <strong>de</strong> noventa kilos que se vestía <strong>de</strong> tehuana, hacía ofrendas<br />
a Tezcatlipoca y le gritaba al marido pela<strong>de</strong>ces durante la comida. Los<br />
hijos eran dos adolescentes <strong>de</strong> pelo largo que fumaban enfrente <strong>de</strong> sus<br />
padres y (prodigio <strong>de</strong> prodigios) les hablaban por su nombre <strong>de</strong> pila. Se<br />
habían hecho famosos por un letrero que pusieron con pintura vinílica<br />
en la barda <strong>de</strong> un terreno cercano, “¿Eres o te hacen?”...<br />
<strong>La</strong> relación entre las dos familias era lamentable, y se caracterizaba por<br />
peleas a gritos en las que se <strong>de</strong>cían <strong>de</strong> todo: “indios” (las niñas a los adolescentes<br />
fumadores); “vieja chirimolera” (doña Ana a la Tehuanota);<br />
“puta” (la Tehuanota a doña Ana), “viejo flácido” (don Fe<strong>de</strong>rico a don<br />
Enrique)... etcétera.
36<br />
Nosotros habitábamos la penúltima casa con todo y la Gigi, y éramos<br />
vecinos <strong>de</strong> don Fanfarrón, el viejo más-hijo-<strong>de</strong>-la-chingada que he<br />
conocido en mi vida. Le <strong>de</strong>cíamos así en honor al villano <strong>de</strong> los cuentos<br />
<strong>de</strong> Cachirulo. Vivía acompañado <strong>de</strong> un perrote que se llamaba Dingo,<br />
un animal llevado <strong>de</strong> la mala vida muy afecto a corretearnos cuando<br />
estaba <strong>de</strong> vena. Como la casa <strong>de</strong> Fanfarrón tenía el único espacio <strong>de</strong> tierra<br />
para las canicas, el viejo salía todas las tar<strong>de</strong>s a regarlo para que<br />
no pudiéramos jugar. Si una pelota caía en su jardín, se la daba al Dingo<br />
para que la <strong>de</strong>spedazara. Aunque todos los odiábamos, nos daba mucho<br />
miedo: usaba un sombrero negro y capa; parecía enterrador <strong>de</strong> película<br />
<strong>de</strong> espantos.<br />
Afortunadamente don Fanfarrón emprendía viajes a quién sabe dón<strong>de</strong><br />
con mucha frecuencia (“a comer niños”, <strong>de</strong>cía Tatanka que era un<br />
mamón) y eso nos daba la oportunidad <strong>de</strong> jugar canicas a placer sin<br />
preocuparnos <strong>de</strong>l Dingo, que estaba amarrado. El tiempo <strong>de</strong> ausencia <strong>de</strong>l<br />
viejo podía ser medido por la cantidad <strong>de</strong> comida que le <strong>de</strong>jaba al perro.<br />
Nuestros cálculos nunca fallaban.<br />
El plan se nos ocurrió <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ver una película <strong>de</strong> la segunda guerra,<br />
en la que los gringos <strong>de</strong>bían entrar a una fortaleza alemana y matar a<br />
treinta y cinco oficiales. Nomás que la puerta se hallaba custodiada por<br />
seis doberman <strong>de</strong> miedo. Para sortear a los perros sacaban <strong>de</strong> su mochila<br />
medio kilo <strong>de</strong> aguayón envenenado y lo tiraban por arriba <strong>de</strong> la barda.<br />
Del <strong>de</strong>senlace ya no me acuerdo, pero al terminar la película el Garra<br />
se dio un sopapo en la frente tipo “tengo una gran i<strong>de</strong>a” y dijo: “¿Y si le<br />
hacemos lo mismo al Dingo?” <strong>La</strong> sugerencia fue aprobada por todo el<br />
grupo y <strong>de</strong> inmediato surgieron las comisiones: “Tú, Tatanka, consigues<br />
el veneno; Juan Pablo, la carne; Perro, unos mecates. Nomás es cosa <strong>de</strong><br />
que el ruco salga”.<br />
Y esperamos.
37<br />
Hicimos un juramento muy idiota para guardar el secreto y cada quien<br />
se fue a su casa. Los días pasaron, hasta que una tar<strong>de</strong> la Gigi se murió<br />
<strong>de</strong> golpe. Todos sospechamos que el Perro andaba probando el veneno,<br />
pero lo negó terminante.<br />
Por fin, un 15 <strong>de</strong> octubre Fanfarrón salió con su maleta. Estaría fuera<br />
una semana. Acordamos que la segunda noche realizaríamos el plan, y<br />
quedamos <strong>de</strong> vernos a las ocho con los implementos necesarios. A la hora<br />
<strong>de</strong> la verdad se presentaron algunos problemas: el pen<strong>de</strong>jo <strong>de</strong>l Tatanka<br />
no llevaba veneno sino un bote <strong>de</strong> jabón. Yo no llevé aguayón sino tres<br />
rebanadas <strong>de</strong> salami con hongos y el mecate <strong>de</strong>l Perro medía exactamente<br />
un metro treinta, magnitud suficiente para que todos lo pen<strong>de</strong>jearamos.<br />
“No importa”, dijo el Garra, que era nuestro lí<strong>de</strong>r, “vamos a<br />
ver si pega”. Rociamos el salami con don Máximo, lo hicimos rollito y<br />
lo aventamos por encima <strong>de</strong> la reja hacia la casa <strong>de</strong>l Dingo. El perro<br />
salió y se tragó el pedazo inmediatamente. Enseguida empezó a hacer<br />
unos ruidos muy extraños, como si se estuviera atragantando, entró a<br />
su casa y ya no se movió. Como todos supusimos su muerte, trepamos<br />
por la alambrada y saltamos <strong>de</strong>l otro lado. Para entrar a la casa nomás<br />
hubo que zafar la puerta <strong>de</strong>l baño. Esta última acción fue motivo <strong>de</strong> un<br />
penoso inci<strong>de</strong>nte, ya que la vanguardia <strong>de</strong> nuestra misión (el Garra)<br />
se <strong>de</strong>scolgó sobre el excusado con la razonable creencia <strong>de</strong> que la tapa<br />
estaba puesta. Caro pagó su error, pues el pie se le fue hasta a<strong>de</strong>ntro y<br />
revolvió un pedazo <strong>de</strong> mierda <strong>de</strong>l tamaño <strong>de</strong> una salchicha frankfurter.<br />
Ya <strong>de</strong>ntro, recorrimos todas las habitaciones buscando alguna evi<strong>de</strong>ncia<br />
que indicara que Fanfarrón comía niños o era puto, pero nada.<br />
Decepcionados, íbamos <strong>de</strong> salida cuando Tatanka nos <strong>de</strong>tuvo: “¡El teléfono!”,<br />
dijo emocionado. Efectivamente, sobre una mesita que señalaba<br />
estaba el teléfono. Tomar el directorio, averiguar la manera para hacer<br />
llamadas <strong>de</strong> larga distancia y realizar la primera fue cosa <strong>de</strong> un instante.<br />
El mecanismo era muy simple: pensábamos en ciuda<strong>de</strong>s gran<strong>de</strong>s<br />
con teléfonos <strong>de</strong> seis números. Marcábamos el 02 y pedíamos “con quien
38<br />
conteste”. Iniciamos con Madrid, don<strong>de</strong> eran las tres <strong>de</strong> la mañana.<br />
Contestó un señor <strong>de</strong> muy mal modo. Le dijimos “Chin-chin-gachupín”<br />
y cambiamos a Londres (el tipo se ha <strong>de</strong> preguntar todavía hoy si vivió<br />
una experiencia paranormal).<br />
Esa noche recorrimos todo el mapamundi: Lima, Guatemala, Milán,<br />
Río <strong>de</strong> Janeiro. <strong>La</strong> llamada a Tokio fue la más corta. Lo primero que se oyó<br />
fueron las inmortales palabras: “Piungying, choi fa, ma yong”. Cuando el<br />
Perro iniciaba un “Chino, chino japonés...”, se escuchó un ladrido terrible.<br />
El susto que nos llevamos fue espantoso y salimos corriendo a la alambrada.<br />
Allí me <strong>de</strong>sgracié los pantalones nuevos <strong>de</strong> mi cumpleaños. Cuando llegué a<br />
mi casa, el corazón me daba tumbos.<br />
Al día siguiente fuimos a ver al Dingo. Estaba apen<strong>de</strong>jadísimo, pero<br />
vivito y coleando. <strong>La</strong> verdad es que a todos nos alivió. A la semana llegó<br />
don Fanfarrón y al mes entabló contra la compañía <strong>de</strong> teléfonos una<br />
<strong>de</strong>manda que se volvió legendaria. Cada que algún adulto lo veía pasar,<br />
le preguntaba:<br />
—Y… don Eustaquio, ¿cómo va su <strong>de</strong>manda?<br />
—Son carroña —replicaba furioso don Fanfarrón.<br />
Un día Berthita, que iba saliendo probablemente poseída por el espíritu<br />
<strong>de</strong> Graham Bell, gritó en las narices <strong>de</strong> Fanfarrón: “¡Ya suelta el teléfono,<br />
Isadora!” El viejo se puso peor <strong>de</strong> loco que la mismísima Berthita.<br />
Poco tiempo <strong>de</strong>spués nos mudamos y el asunto no volvió a mencionarse<br />
jamás. Si lo hago ahora es para <strong>de</strong>scribir el tipo <strong>de</strong> cosas que he vivido al<br />
lado <strong>de</strong> mis amigos.
39<br />
Mi madre nos abandonó cuando yo tenía cuatro años y no volvimos<br />
a saber jamás <strong>de</strong> ella, aunque creo que sería sencillo encontrarla,<br />
nomás que no me da la gana. Abandonar a un hijo es algo<br />
que simplemente no puedo enten<strong>de</strong>r. Mi padre ha ido tirando <strong>de</strong> la<br />
carreta lo mejor que ha podido… es un buen tipo y creo que se la<br />
ha rifado por mí. Me encanta jo<strong>de</strong>rlo diciéndole cosas como que<br />
los pingüinos en realidad son mamíferos. Es muy chistosa la cara<br />
que pone, para luego <strong>de</strong>scubrir que bromeo; entonces sonríe y me<br />
dice: “Cabrón”.<br />
Uno <strong>de</strong> los problemas que pa<strong>de</strong>zco es que pongo nerviosos a los<br />
maestros. Su incomodidad ante mi presencia es evi<strong>de</strong>nte. Se sienten<br />
observados, evaluados, y eso afecta a todo el grupo, lo que me<br />
ha convertido en un lastre. Para evitar esto me fueron ascendiendo<br />
<strong>de</strong> grados: a los ocho terminé la primara, a los catorce la prepa y<br />
ahora estudio séptimo semestre <strong>de</strong> Física en la unaM. Si bien me<br />
ofrecieron becas en varias universida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> paga, me parecía que<br />
el ambiente noruego no era lo mío. Creo que acerté. En este país,<br />
don<strong>de</strong> el diez por ciento <strong>de</strong> oligarcas concentra el ochenta por<br />
ciento <strong>de</strong>l ingreso, las escuelas son el mejor indicador <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sigualdad.<br />
Ahí van los yuppies, con alfalfa cerebral, en sus carrotes,<br />
posando para revistas mamarrachas, mientras que en la unaM<br />
tengo compañeros a quienes les toma tres horas llegar a la escuela,<br />
porque sólo pue<strong>de</strong>n hacerlo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tomar cinco peseros hasta<br />
llegar al metro.<br />
Nunca he visto tanto nerd en mi vida. Mis compañeros <strong>de</strong> facultad<br />
son lo más cercano al profesor chiflado y lucen bastante pazguatos.<br />
Por algún misterio, todos usan lentes y pantalones que se fajan en<br />
las tetillas, así como Paulina Bonaparte. Les gustan juegos impenetrables<br />
como el ajedrez o el Go, y su suerte con las chavas (<strong>de</strong>cir<br />
“niñas” es <strong>de</strong> retardados) es simplemente <strong>de</strong>plorable, porque tiene
40<br />
que ser <strong>de</strong>plorable que un individuo inicie una conversación con<br />
frases como: “¿Qué sabes <strong>de</strong>l acelerador <strong>de</strong> partículas?”<br />
Me gusta la física por razones diferentes a las que todo mundo cree:<br />
porque nos revela un mundo impre<strong>de</strong>cible y caótico, y a mí me late<br />
el caos, <strong>de</strong>testo la linealidad. Me <strong>de</strong>cidí por completo a estudiar la<br />
carrera al leer a Ilya Prigogine, que explicaba el “efecto mariposa”<br />
argumentando que el batir <strong>de</strong> las alas <strong>de</strong> una mariposa en Tokio<br />
podría ser el causante <strong>de</strong> un tornado en Kansas (o algo así), nomás<br />
que la ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> eventos que llevan <strong>de</strong> una cosa a otra es tan distante<br />
en tiempo y espacio que se vuelve invisible para los cerebros<br />
esquemáticos y causales que viven pensando que a+b=c.<br />
El cine y los libros son pasiones que conservo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> niño y que me<br />
han dado momentos <strong>de</strong> primera. Odio a los impostores que sólo<br />
ven cine <strong>de</strong> arte y todo les sabe a tortilla, o a aquellos que escupen<br />
a Kafka en las tertulias. Parecería que se trata <strong>de</strong> impresionar, y que<br />
mientras más profunda e ilegible sea la reflexión el efecto intelectual<br />
se acrecienta. Pensar que hay cine “<strong>de</strong> arte” o “comercial” es<br />
ridículo y poco útil, pero la fodonguería intelectual nos obliga a<br />
buscar referentes digeribles como comida rápida. A veces parezco<br />
mi abuela, porque veo películas viejas <strong>de</strong> Capra o <strong>de</strong> Ford que sólo<br />
puedo comentar con mi amigo imaginario, ya que nadie sabe quiénes<br />
son ésos. Aunque las películas <strong>de</strong>l Santo son simplemente la<br />
neta. Ahora mismo estoy leyendo a Sándor Márai, un viejo que<br />
estaba medio cucú y que se suicidó a los 89 años (¿cómo lo haría?).<br />
Es un pinche maestro en eso <strong>de</strong> <strong>de</strong>scribir personajes y ambientes.<br />
Hablo varios idiomas pero no los colecciono como estampas <strong>de</strong><br />
jugadores. Nomás me son útiles para leer en las fuentes originales<br />
y enten<strong>de</strong>r la forma en la que entien<strong>de</strong>n otros, no es para nada un<br />
tema trivial. Los físicos sostenemos, por ejemplo, que existen tres
41<br />
colores primarios: el rojo, el amarillo y el azul, ya que el resto se<br />
forma <strong>de</strong> cualquier combinación entre éstos. Newton hizo pasar<br />
un haz <strong>de</strong> luz blanca por un prisma y <strong>de</strong>scubrió que se <strong>de</strong>scomponía<br />
en siete colores que son los <strong>de</strong>l arco iris. Por cierto, Newton, a<br />
pesar <strong>de</strong> ser un genio, estaba lleno <strong>de</strong> taras: cuando era niño estaba<br />
<strong>de</strong> asilo y sombrero napoleónico. Aún conservo un trabajo suyo<br />
en el que le pidieron que escribiera libremente frases en latín. <strong>La</strong>s<br />
que escribió dan miedo: “Un tipo pequeño; es pálido; no hay un<br />
lugar don<strong>de</strong> sentarme; ¿para qué empleo sirve él?; ¿qué puedo<br />
hacer bien?; está quebrado; el barco se hun<strong>de</strong>; hay una cosa que<br />
me da problemas; él <strong>de</strong>bería haber sido castigado; ningún hombre<br />
me entien<strong>de</strong>; ¿qué será <strong>de</strong> mí?; haré un fin; no puedo llorar; no sé<br />
qué hacer”.<br />
De asilo.<br />
En realidad <strong>de</strong>testo a Newton por pensar en el mundo como una<br />
máquina perfecta que sigue reglas universales… pura madre, ya lo<br />
dije, lo que rifa es el caos… Kaos rules.<br />
Pero <strong>de</strong>cía <strong>de</strong> los colores y <strong>de</strong> las percepciones… Benjamin Whorf<br />
<strong>de</strong>mostró, por ejemplo, que los inuits que habitan el Ártico no<br />
conocen la palabra “nieve”, pues la clasifican en opciones prácticas<br />
que son las que enfrentan diariamente, y hace poco leí un<br />
trabajo en el que se <strong>de</strong>muestra que los berinmo, una tribu <strong>de</strong> cazadores-recolectores<br />
<strong>de</strong> Nueva Guinea que viven semiencuerados y<br />
comiendo porquerías, no tienen la menor capacidad <strong>de</strong> distinguir<br />
entre el ver<strong>de</strong> y el azul, mientras que ven tonalida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> amarillo<br />
que los occi<strong>de</strong>ntales no percibiríamos ni con lentes bifocales. Es<br />
por ello que me gustan los idiomas, porque parten <strong>de</strong> percepciones<br />
y ambientes, y la vida es eso: percepción y ambiente.
42<br />
Traigo una bronca: me gusta Gabriela, lo que representa un par <strong>de</strong><br />
problemas tan fáciles <strong>de</strong> resolver como la <strong>de</strong>uda <strong>de</strong> Haití. El primero<br />
es que tiene veinte años y me doy cuenta <strong>de</strong> que me mira<br />
como se mira a una mascota, como a un hurón simpático e inofensivo.<br />
El segundo es que sale con Tomás, el maestro <strong>de</strong> Fluidos,<br />
el único ser humano <strong>de</strong>finible como “guapo” en este pinche tugurio…<br />
en fin, tengo celos y frustración.
Cinco<br />
—Lo que le propongo, Juan Pablo, es <strong>de</strong> una simpleza<br />
ejemplar. Como le he dicho, su novela más reciente <strong>de</strong>scribe<br />
con rasgos casi idénticos la saga <strong>de</strong> mi familia, iniciada<br />
en Francia a finales <strong>de</strong>l siglo XiX, aunque en mi caso está<br />
ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> algunos misterios que me gustaría <strong>de</strong>scifrar. <strong>La</strong><br />
coinci<strong>de</strong>ncia resulta más que notable, y ello me hace pensar<br />
que es usted la persona indicada para <strong>de</strong>sentrañar estos<br />
cuestionamientos.<br />
<strong>La</strong> noche avanzaba en la casa <strong>de</strong> Miguel Dupin. Juan Pablo había<br />
estudiado la estancia y a su interlocutor mientras la charla se<br />
[43]
44<br />
<strong>de</strong>sarrollaba. <strong>La</strong> habitación era amplia y <strong>de</strong>corada con gusto y<br />
sobriedad. <strong>La</strong>s pare<strong>de</strong>s, forradas <strong>de</strong> alguna ma<strong>de</strong>ra fina. En el piso<br />
<strong>de</strong> ciruelo se extendía una larga alfombra, probablemente turca, y<br />
un enorme librero <strong>de</strong> caoba agrupaba objetos <strong>de</strong> colección, como<br />
pipas, tinteros y libros viejos que Juan Pablo supuso escritos en<br />
braille. Dupin se advertía relajado, con una pierna <strong>de</strong>scansando<br />
sobre la alfombra y pala<strong>de</strong>ando su bebida. Prosiguió:<br />
—Hace más <strong>de</strong> cien años mi abuelo rompió un pacto que<br />
había establecido con su socio, y lo <strong>de</strong>jó en la calle mientras<br />
él hacía una fortuna. Ese tema ha sido incómodo para<br />
mí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que mis padres me contaron todo. Por supuesto,<br />
corren historias exculpatorias que más bien parecen diseñadas<br />
para que durmamos con tranquilidad. Sin embargo, me<br />
interesa la verdad. Después <strong>de</strong> todo es un bien muy preciado<br />
en estos tiempos <strong>de</strong> canallas, y es por ello que he acudido<br />
a usted. Hay obsesiones en la vida, todos las tenemos, y la<br />
búsqueda <strong>de</strong> la verdad en este caso se ha vuelto la mía propia.<br />
Pienso en Ahab y la ballena o en el viejo <strong>de</strong> Hemingway,<br />
y perdone si los casos le parecen extremos o <strong>de</strong>masiado dramáticos,<br />
pero <strong>de</strong> alguna manera ilustran mi sensación.<br />
—¿Y no lo había intentado antes? —preguntó Juan Pablo.<br />
—No con esta intensidad. Algunas averiguatas infructuosas<br />
y nada más.<br />
—¿Y qué lo mueve ahora?<br />
—Digamos que quiero poner en or<strong>de</strong>n mi escritorio mientras<br />
tenga tiempo.
45<br />
Juan Pablo estudió a Dupin nuevamente. No se veía ni viejo ni<br />
enfermo; su aspecto era apacible y saludable. Pensó en sus propias<br />
obsesiones… no las había. Le costaba trabajo enten<strong>de</strong>rlo todo, así<br />
que insistió:<br />
—¿De veras le parece tan importante? Después <strong>de</strong> todo, las<br />
acciones <strong>de</strong> nuestros antepasados, para bien o para mal, <strong>de</strong><br />
ningún modo <strong>de</strong>berían ser motivo <strong>de</strong> sombras u orgullos<br />
presentes. Francamente tiendo a <strong>de</strong>sconfiar <strong>de</strong> los que me<br />
presumen sus blasones familiares o escon<strong>de</strong>n <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la<br />
alfombra las vergüenzas <strong>de</strong> sus ancestros. ¿No cree?<br />
Dupin apenas meditó su respuesta.<br />
—Coincido con usted, pero quizá no me he explicado<br />
a cabalidad. El interés en la historia <strong>de</strong> mi antepasado es<br />
estrictamente personal, no pienso compartirlo con nadie.<br />
Mi vida, amigo mío, ha estado marcada por un sino inescrutable<br />
que arranca en Francia hace ciento cincuenta años<br />
y terminará conmigo. Me gusta la simetría <strong>de</strong>l Uróboro,<br />
¿recuerda? <strong>La</strong> serpiente que se engulle a sí misma. <strong>La</strong> vida<br />
es al mismo tiempo un ciclo y continuidad y quisiera, créalo,<br />
po<strong>de</strong>r cerrar mi propio capítulo entendiendo el que le da<br />
inicio. Es probable que le cueste trabajo compren<strong>de</strong>rlo o<br />
atribuya mi obsesión a los achaques <strong>de</strong> un hombre ocioso,<br />
pero si usted se pusiera en el lugar que la vida me ha asignado,<br />
seguramente vería con otros ojos esta petición que le<br />
parece anómala.<br />
Juan Pablo hizo una pausa mientras meditaba en las palabras <strong>de</strong><br />
Dupin, y reviró:
46<br />
—Disculpe, Dupin, pero a pesar <strong>de</strong> que pudiera compren<strong>de</strong>r<br />
sus motivaciones, no veo cómo serle útil. Como le he explicado,<br />
mi novela parte <strong>de</strong> la más absoluta ficción y seguramente<br />
las coinci<strong>de</strong>ncias que usted ha encontrado no son<br />
más que obra <strong>de</strong> la casualidad o <strong>de</strong> su inclinación a encontrarlas.<br />
Para serle sincero, me parece por lo menos frívolo<br />
que usted me elija por esas razones.<br />
—¿Y cuáles serían las razones a<strong>de</strong>cuadas, Juan Pablo?<br />
—Miguel Dupin parecía un esgrimista verbal—. Piénselo,<br />
aquellas que parecen las más lógicas no lo son. ¿Qué <strong>de</strong>cidió<br />
a Hitler a invadir Rusia en lugar <strong>de</strong> cuidar su flanco occi<strong>de</strong>ntal?<br />
Un análisis <strong>de</strong>talladísimo y fallido. <strong>La</strong>s intuiciones están<br />
muy <strong>de</strong>valuadas en este mundo positivo, y a veces son un<br />
buen asi<strong>de</strong>ro.<br />
—Podría contratar a un profesional.<br />
—Se equivoca, amigo mío —replicó Dupin con una mueca<br />
que intentaba ser sonrisa—. Es justo el hombre indicado.<br />
Eso lo sé porque lo he leído, y me parece que tiene exactamente<br />
la mirada que me hace falta para enten<strong>de</strong>r el problema.<br />
No se trata <strong>de</strong> una investigación policial sino <strong>de</strong><br />
recrear una historia, y para ello se requieren sus capacida<strong>de</strong>s,<br />
no las <strong>de</strong> un <strong>de</strong>tective.<br />
—No me <strong>de</strong>dico a ello —dijo Juan Pablo con cierta incomodidad.<br />
—Perdone que insista: se equivoca. Usted se <strong>de</strong>dica a contar<br />
historias y yo le estoy ofreciendo una que pue<strong>de</strong> ser magnífica.<br />
Si le parece poco, le puedo también regalar las que
47<br />
he coleccionado a lo largo <strong>de</strong> los años. Algunas <strong>de</strong> ellas son<br />
notables. Desconozco cuáles son sus proyectos actuales,<br />
pero por supuesto también estoy dispuesto a compensarlo.<br />
Usted viajaría a Francia, si le parece acompañado <strong>de</strong> su hijo<br />
que, a juzgar por lo que me cuenta, sería una ayuda formidable<br />
en el rastreo <strong>de</strong> archivos y entrevistas <strong>de</strong> personas. Yo<br />
me sentiré satisfecho en el momento que usted me diga lo<br />
que pasó hace más <strong>de</strong> cien años. ¿Qué le parece?<br />
Carajo, no sonaba mal. Juan Pablo se encontraba en una crisis<br />
creativa y económica. El viaje en compañía <strong>de</strong> José María era muy<br />
atractivo y Dupin le inspiraba confianza. Ensayó una pregunta para<br />
ganar tiempo:<br />
—Concretamente, ¿en qué trabajaba su abuelo?<br />
—Él y su socio crearon una fórmula para producir cerveza<br />
que resultó muy exitosa. Después <strong>de</strong>l rompimiento, mi<br />
antecesor instaló una pequeña fábrica que pronto creció<br />
hasta hacerlo millonario. Cuando le llegó la edad <strong>de</strong>l retiro,<br />
y dado que mi padre nunca se interesó por el negocio familiar,<br />
<strong>de</strong>cidió ven<strong>de</strong>rla y pasar el resto <strong>de</strong> sus días en una finca<br />
rural don<strong>de</strong> experimentaba con pollos y gallinas hasta que<br />
una embolia lo privó <strong>de</strong> la vida en el justo momento que<br />
Lindbergh atravesaba el Atlántico.<br />
—Tendré que pensarlo —respondió Juan Pablo cada vez<br />
más intrigado—. ¿Le parece bien?<br />
—No sólo ello —fue la réplica satisfecha—. Debo confesarle<br />
que <strong>de</strong>sconfiaría si usted no se tomara unos días para meditarlo.<br />
Hágalo con calma, y cuando su <strong>de</strong>cisión esté tomada
48<br />
le suplicaría que se comunicara conmigo. Ahora creo que<br />
he abusado <strong>de</strong> su tiempo y me parece que es hora <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedirnos.<br />
Dupin le extendió una mano firme, tocó una pequeña campana <strong>de</strong><br />
bronce y <strong>de</strong> inmediato entró por una puerta lateral el mismo sirviente<br />
<strong>de</strong> antes, que escoltó a Juan Pablo a la salida <strong>de</strong> la casa.<br />
Llovía.
Seis<br />
El laboratorio <strong>de</strong> Pasteur, situado a la entrada <strong>de</strong> la Escuela Normal,<br />
se convirtió en una revelación para Bertrand, quien había llegado<br />
a París en diciembre <strong>de</strong> 1881. El joven se instaló en una mo<strong>de</strong>sta<br />
buhardilla y, a partir <strong>de</strong> enero, se integró a los trabajos <strong>de</strong>l científico<br />
francés en calidad <strong>de</strong> mozo. Pasteur no era un hombre fácil. <strong>La</strong>s<br />
constantes disputas con sus colegas lo mantenían con un humor<br />
<strong>de</strong> los <strong>de</strong>monios: “¡Imbéciles!”, exclamaba mientras jugaba con su<br />
barba perfectamente bien recortada. A pesar <strong>de</strong> que había sufrido<br />
en 1869 una hemorragia cerebral que le <strong>de</strong>jó paralizado el lado<br />
izquierdo <strong>de</strong>l cuerpo, su divisa era “trabajar, siempre trabajar”, y<br />
vaya que lo hacía como un obseso. <strong>La</strong>s jornadas en el laboratorio<br />
[49]
50<br />
frecuentemente podían durar muchas horas que a Bertrand, sin<br />
embargo, le parecían fascinantes. Pronto el joven se familiarizó<br />
con los elementos esenciales <strong>de</strong> la teoría química y fijó su atención<br />
en los trabajos realizados por su mentor, relacionados con la<br />
fermentación alcohólica. En 1856, en efecto, Pasteur había <strong>de</strong>mostrado<br />
que las levaduras causan la fermentación <strong>de</strong> las bebidas en<br />
condiciones <strong>de</strong> ausencia <strong>de</strong> oxígeno, convirtiendo el azúcar en alcohol.<br />
Durante los siguientes años el químico i<strong>de</strong>ntificó los microorganismos<br />
responsables <strong>de</strong> la fermentación <strong>de</strong> la cerveza, el vino<br />
y el vinagre, y logró <strong>de</strong>mostrar que, si calentaba las bebidas para<br />
luego <strong>de</strong>volverlas a la temperatura ambiente, se podían esterilizar.<br />
Bertrand trataba <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>rlo todo, y en los raros días <strong>de</strong> asueto<br />
con que contaba se <strong>de</strong>dicaba a pasear por las calles <strong>de</strong> París sin<br />
rumbo fijo y con muy poco dinero para gastar. No tenía a nadie y<br />
sus caminatas en solitario le permitían reflexionar sobre su futuro.<br />
Admiraba a Pasteur. Le parecía que sus trabajos eran indispensables,<br />
y compartía con él la visión <strong>de</strong> que la ciencia experimental<br />
era la única ciencia posible. Creía, asimismo, que la expresión<br />
<strong>de</strong> estos avances tendría que tener efectos prácticos y concretos.<br />
No entendía a los filósofos ni le interesaba enten<strong>de</strong>rlos; le parecía<br />
una basura especulativa todo lo que producían. Tampoco tenía<br />
muy clara la forma <strong>de</strong> abandonar la miseria congénita que lo había<br />
acompañado toda su vida, pero intuía que el trabajo al lado <strong>de</strong> su<br />
maestro era importante para lograrlo.<br />
Un día que vagaba por Montmartre <strong>de</strong>cidió entrar al Chat Noir,<br />
un cabaret <strong>de</strong> ambiente bohemio. Bertrand no frecuentaba ninguno<br />
<strong>de</strong> esos lugares pero la curiosidad, aunada a su larguísima<br />
soledad, lo empujó a ingresar en un local oscuro y lleno <strong>de</strong> humo<br />
don<strong>de</strong> los parroquianos bebían acompañados <strong>de</strong> mujeres como las<br />
que él nunca había visto. Una <strong>de</strong> ellas se le acercó <strong>de</strong> inmediato y le
51<br />
pidió una copa <strong>de</strong> vino. Se veía ajada y ebria pero era, finalmente,<br />
una compañía. El joven pagó la copa y luego otra más. Al paso <strong>de</strong><br />
las horas, Bertrand se encontró en un cuartucho don<strong>de</strong> perdió la<br />
virginidad <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un asalto más temible que el realizado a<br />
la Comuna, cuando murieron su padre y su madrastra. <strong>La</strong> experiencia<br />
fue seca, vacía; no era lo que buscaba. Pensó que si una mujer<br />
ja<strong>de</strong>ante y vencida era lo mejor que podía obtener, no andaba por<br />
buen camino.<br />
Fue en el Chat Noir don<strong>de</strong> conoció a Benoit Pouchet, un joven<br />
como él que llegaba en las tar<strong>de</strong>s a tomar un par <strong>de</strong> copas <strong>de</strong> vino.<br />
Bertrand se entretenía realizando bocetos <strong>de</strong> las levaduras que<br />
observaba en el microscopio. Los dibujos llamaron la atención <strong>de</strong><br />
Benoit, y aproximó su silla a la <strong>de</strong> Bertrand. Tendría la misma edad,<br />
quizá fuera ligeramente mayor, y su aspecto era <strong>de</strong>saliñado, con<br />
una incipiente barba, gorra <strong>de</strong> marino y una chaqueta raída que<br />
había vivido mejores épocas.<br />
—¿Qué haces? —preguntó con curiosidad <strong>de</strong>senfadada. Su<br />
acento era sureño.<br />
Bertrand vio al joven y <strong>de</strong> inmediato se sintió incómodo: no le gustaban<br />
los extraños, máxime si eran curiosos.<br />
—Dibujo —fue su respuesta lacónica.<br />
—Eso es evi<strong>de</strong>nte —los ojos <strong>de</strong> Benoit brillaban divertidos—.<br />
<strong>La</strong> pregunta es ¿qué?<br />
—Nada que creo te importe —la voz <strong>de</strong> Bertrand era seca. No<br />
estaba acostumbrado a los diálogos. En el laboratorio se trabaj<br />
aba en un silencio que sólo era interrumpido por los arrebatos
52<br />
exasperados <strong>de</strong> Pasteur cada vez que recibía alguna invectiva<br />
<strong>de</strong> sus enemigos—. ¿Podrías ocuparte <strong>de</strong> tus asuntos?<br />
—¡Vamos amigo! Sería bueno que te sacaras esa estaca <strong>de</strong>l<br />
culo —Benoit se burlaba y, a juzgar por su tamaño y su actitud,<br />
no sentía el menor temor por Bertrand—. Déjame invitarte<br />
un trago —sin esperar respuesta, se sentó a su lado—.<br />
¿Qué mierda es eso? —se refería a los dibujos.<br />
Bertrand, viendo que nada podía hacer, respondió:<br />
—Levaduras, fermentos que provienen <strong>de</strong> la <strong>de</strong>scomposición<br />
<strong>de</strong> la cebada —estaba confiando en que la respuesta<br />
<strong>de</strong>smoralizara al intruso.<br />
El efecto fue justamente el contrario.<br />
—¿Y para qué sirven?<br />
—<strong>La</strong>s levaduras se agregan a la cebada y transforman el azúcar<br />
en alcohol, así se fabrica la cerveza —contestó con cierta<br />
exasperación.<br />
—¿Y por qué las cervezas pue<strong>de</strong>n saber diferentes?<br />
—Depen<strong>de</strong> <strong>de</strong>l tipo <strong>de</strong> levadura, la calidad <strong>de</strong> la cebada<br />
y <strong>de</strong>l agua, así como <strong>de</strong> la temperatura a la que se realiza<br />
el proce so —a Bertrand le sorprendía el interés <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sconocido,<br />
por lo que, en contra <strong>de</strong> su instinto, <strong>de</strong>cidió un contraataque.<br />
—¿Tú qué haces?
53<br />
Evi<strong>de</strong>ntemente Benoit no tenía las mismas reservas, ya que <strong>de</strong><br />
inmediato replicó:<br />
—Todo y nada —miró sus ropas <strong>de</strong> pobre—. Digamos que<br />
tengo algunas habilida<strong>de</strong>s que no he conseguido <strong>de</strong>sarrollar<br />
a cabalidad. Me interesa cualquier cosa que produzca<br />
dinero. Y cuando digo “cualquier cosa”, lo hago <strong>de</strong><br />
manera literal. He generado algunas i<strong>de</strong>as, pero los cerdos<br />
<strong>de</strong> la Prefectura no las entien<strong>de</strong>n o quieren que les aceite<br />
las manos con algunos francos que, como es evi<strong>de</strong>nte, no<br />
poseo.<br />
—¿Qué i<strong>de</strong>as? —preguntó Bertrand, que comenzaba a<br />
intere sarse.<br />
Benoit lo miró un segundo con suspicacia, pero respondió:<br />
—Puafff, cientos. Botes para turistas, un método para enterrar<br />
cadáveres <strong>de</strong> manera vertical, orinales conectados a un<br />
<strong>de</strong>sagüe. Lo que se te ocurra, amigo mío. Hasta ahora nada<br />
ha prosperado, pero confío en que pronto ocurrirá algo.<br />
Mientras tanto, sigo pensando y <strong>de</strong> vez en cuando me doy<br />
una vuelta por estos lares en busca <strong>de</strong> algo <strong>de</strong> compañía,<br />
que nunca sobra, ¿no crees? Por cierto, mi nombre es Benoit<br />
Pouchet, y extendió la mano.<br />
—Bertrand Tavernier —fue la respuesta acompañada <strong>de</strong> un<br />
apretón firme.<br />
Cuando al día siguiente Bertrand trabajaba en el laboratorio, y mientras<br />
revisaba las notas <strong>de</strong> Pasteur contrastándolas con sus observaciones<br />
en el microscopio (Éstos son pequeños bacilos cilíndricos,
54<br />
redon<strong>de</strong>ados en sus extremida<strong>de</strong>s, rectos, aislados o agrupados en ca<strong>de</strong>nas<br />
<strong>de</strong> dos, tres, cuatro u ocasionalmente más segmentos), se dio cuenta<br />
<strong>de</strong> que algo le molestaba. ¡Claro! El principal contrincante <strong>de</strong> su<br />
mentor en cuanto a la teoría <strong>de</strong> la generación espontánea se llamaba<br />
Felix Pouchet. Pasteur se refería a él <strong>de</strong> forma constante con<br />
términos apocalípticos, aunque la Aca<strong>de</strong>mia <strong>de</strong> Ciencias le había<br />
concedido la razón en la polémica que habían establecido. ¿Sería<br />
algún espía? Descartó la i<strong>de</strong>a, ya que al <strong>de</strong>velarle su apellido con ese<br />
candor no podía más que significar que no había parentesco alguno.<br />
Arrancaba el año <strong>de</strong> 1885.
Siete<br />
El correo <strong>de</strong> Juan Pablo emitió una alerta en la parte inferior <strong>de</strong>recha<br />
<strong>de</strong> su monitor: tenía un nuevo mensaje y era <strong>de</strong> Miguel Dupin.<br />
¿Cómo los mandaría? ¿Cómo cotejaría que no hubiera errores? Lo<br />
ignoraba, pero lo abrió <strong>de</strong> inmediato.<br />
<strong>La</strong> propuesta <strong>de</strong> Dupin había alterado su dinámica por completo.<br />
No sabía qué hacer, y recurrió a José María para explicarle lo que<br />
había pasado en su entrevista con el ciego. Éste se entusiasmó:<br />
—Padre, está chido. El señor este, ¿Dupin?, parece medio<br />
cucú, pero no tanto. Por lo que me cuentas se ve sólido,<br />
[55]
56<br />
y la propuesta que te ha hecho no carece <strong>de</strong> cierta lógica.<br />
Después <strong>de</strong> todo, la gente anda buscando siempre sus raíces.<br />
Des<strong>de</strong> los mamarrachos que se mandan hacer árboles<br />
genealógicos para saber si su bisabuelo era con<strong>de</strong>, hasta la<br />
gente más sensata que simplemente quiere saber más.<br />
—Entiendo eso, José María, sin embargo me siento algo<br />
incómodo. Parece una propuesta <strong>de</strong> mercenarios, y a<strong>de</strong>más<br />
ni siquiera sabría cómo empezar. ¿Qué haríamos al llegar?<br />
¿Ver el directorio telefónico?<br />
—Lo que haríamos al llegar, padre mío, sería rendirle nuestro<br />
tributo al general Bonaparte en Los Inválidos, subir a la<br />
Torre Eiffel como un par <strong>de</strong> menesterosos y tragarnos medio<br />
kilo <strong>de</strong> queso con baguette <strong>de</strong> metro y medio y un vinito <strong>de</strong><br />
Alsacia.<br />
—…<br />
—Te estoy jodiendo, no tomo.<br />
El correo <strong>de</strong>cía:<br />
“Mi estimado amigo… no es mi intención presionar su <strong>de</strong>li-<br />
beración, simplemente quiero ofrecerle un aperitivo que lo ayu<strong>de</strong><br />
a <strong>de</strong>cidir. En anexo encontrará la primera historia que estoy dispuesto<br />
a obsequiarle. A veces los escritores como usted le pue<strong>de</strong>n<br />
dar un mejor uso que yo. Por favor, sea usted indulgente con mi<br />
sintaxis. Reciba un saludo.<br />
Dupin”
57<br />
El archivo que Juan Pablo <strong>de</strong>splegó contenía el texto siguiente:<br />
Patrón, venga a ver lo que agarramos.<br />
Los motores <strong>de</strong>l atunero ronroneaban afónicamente.<br />
“Co-ño”, pensó el capitán Incháustegui, “otra vez esa mierda con los<br />
<strong>de</strong>lfines. Media mañana pérdida”.<br />
<strong>La</strong> tripulación <strong>de</strong>l Jaén había suspendido por completo su trabajo. Todos<br />
contemplaban el cerco tendido por la inmensa red que escurría agua<br />
por todas partes. Cientos <strong>de</strong> peces se agitaban produciendo un chapoteo<br />
gigantesco. En el centro <strong>de</strong> la trampa <strong>de</strong>stacaba la inconfundible silueta<br />
<strong>de</strong> una figura humana <strong>de</strong> largo pelo lacio y un par <strong>de</strong> pechos incomparables<br />
(“como dos melones con fresa, cuñao”, contaría años <strong>de</strong>spués el<br />
grumete Casimiro <strong>La</strong>ra).<br />
Ulises Incháustegui, <strong>de</strong> oficio capitán, observó la escena y acto seguido<br />
perdió el aliento. No era para menos. Hallar una mujer sin chichero <strong>de</strong>ntro<br />
<strong>de</strong> una red <strong>de</strong> arrastre a trescientos kilómetros <strong>de</strong> la costa es, sin duda,<br />
un hecho prodigioso; pero si añadimos a esto que <strong>de</strong>l ombligo hacia ¿los<br />
pies? el citado hallazgo posee, en lugar <strong>de</strong>l esperable par <strong>de</strong> piernas, una<br />
brillante prolongación caudal escamosa, el asunto rebasa cualquier<br />
límite imaginable.<br />
—¡Co-ño, co-ño, coño!, ¡una sirena!<br />
Ante el comprensible pasmo que la visión produjo en el contramaestre<br />
Risquez, el capitán, procediendo con la energía acostumbrada, or<strong>de</strong>nó<br />
que se izara la red. <strong>La</strong> sirena mientras tanto permanecía completamente<br />
inmóvil, vigilando los movimientos <strong>de</strong>l patrón <strong>de</strong> la nave.
58<br />
El procedimiento tomó una larga hora <strong>de</strong>bido al cuidado empleado<br />
en realizarlo. Los tripulantes se co<strong>de</strong>aban curiosos (“¿Tendrá hoyo,<br />
compa?”), contaban historias.<br />
—Manatí una chingada —respondió <strong>de</strong>cidido el marino<br />
Andra<strong>de</strong> ante la torpe insinuación que en ese sentido vertiera<br />
su compadre Godoy—. ¿Qué no le mira la cara?, no sea pen<strong>de</strong>jo,<br />
compadre —agregó mientras el cuerpo <strong>de</strong> la discordia era <strong>de</strong>positado<br />
con suavidad sobre cubierta.<br />
El rostro era bello, armonioso; nada en su semblante <strong>de</strong>lataba temor.<br />
Parecía tener ojos sólo para Incháustegui, quien, incómodo, or<strong>de</strong>nó:<br />
—¡A mi camarote!, también quiero tres bal<strong>de</strong>s gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong> agua<br />
y una frazada. No, no, olvi<strong>de</strong>n la frazada.<br />
Toda la mañana permaneció Ulises Incháustegui encerrado con la<br />
sirena. Cuando salió, su semblante se había transformado. Se notaba<br />
rigi<strong>de</strong>z en sus facciones curtidas por una vida en el mar. Con paso lento<br />
se dirigió hacia la proa <strong>de</strong> la nave y, atacando su pipa con tabaco maple,<br />
se sentó a observar el horizonte.<br />
Nadie se atrevió a molestarlo. Sin embargo, al caer la tar<strong>de</strong>, la curiosidad<br />
venció al recelo y los hombres jugaron a suertes la tarea <strong>de</strong> hablar<br />
con su capitán. Correspondió al marinero Orduña la ingrata misión. Se<br />
arreó un fajazo <strong>de</strong> ron y, plantándose frente a Incháustegui, dijo en un<br />
hilo la voz:<br />
—Capitán, mi capitán, disculpe que venga yo aquí a disturbarlo,<br />
pero es que los muchachos y yo queremos saber qué ha pasado.<br />
—¿Qué ha pasado <strong>de</strong> qué Orduña? —estalló seca la voz.
—Con usted, con la señora esa... o lo que sea.<br />
59<br />
—Mire, Orduña, yo siempre he sido un buen capitán,<br />
¿verdad?<br />
—Sí, señor.<br />
—Los he tratado bien a todos, como amigos.<br />
—Sí, señor.<br />
—Bueno, en nombre <strong>de</strong> esa amistad le voy a pedir que no me<br />
pregunte nada más sobre esto que ha pasado aquí hoy, ¿<strong>de</strong><br />
acuerdo?<br />
—¡Pero!<br />
—¿De acuerdo? —la pregunta no admitía más réplica.<br />
—Sí, señor —concedió finalmente Orduña retirándose.<br />
<strong>La</strong> tripulación entera permaneció en vigilia, discutiendo lo que <strong>de</strong>bía<br />
hacerse. Al alba, don File, el cocinero, subió al puente gritando:<br />
—¡Vengan, vengan todos!<br />
<strong>La</strong> corriente humana se dirigió en la dirección indicada por Filemón. El<br />
camarote <strong>de</strong>l capitán estaba vacío, todo en or<strong>de</strong>n pero vacío. Ni rastro<br />
siquiera <strong>de</strong> Ulises o la sirena.<br />
Por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l segundo, el barco viró y rehízo el rumbo, pero nunca se les<br />
volvió a ver ni vivos ni muertos.
60<br />
Todavía hoy, si se visitan los portales alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>,<br />
se pondrá encontrar a Honorato Orduña dando pasos con la mirada<br />
perdida y un <strong>de</strong>stino irremediable <strong>de</strong> mendigo. Sin embargo, basta una<br />
botella <strong>de</strong> ron para que cuente esta historia, ofreciendo <strong>de</strong>talles sorpren<strong>de</strong>ntes<br />
(el día, la hora, las ropas que llevaba Incháustegui). Por cierto, en<br />
su relato, que yo escuché un atar<strong>de</strong>cer <strong>de</strong> noviembre, se advierte nostalgia<br />
y admiración por una historia que, resulta evi<strong>de</strong>nte al oírlo hablar<br />
con los ojos inyectados pero lúcidos, tiene que ver con el amor y no con<br />
viejas fantasías marineras.<br />
Juan Pablo pulsó la opción “respon<strong>de</strong>r” y tecleó:<br />
Dupin… acepto.
Ocho<br />
Miguel Dupin leía en su <strong>de</strong>spacho acerca <strong>de</strong> un fotógrafo que era<br />
una paradoja en sí mismo ya que —igual que él— era ciego.<br />
Evgen Bavcar es un fotógrafo que perdió ambos ojos a la edad <strong>de</strong> doce<br />
años y que cuatro años <strong>de</strong>spués tomó su primera fotografía. Dice Bavcar:<br />
El placer que experimenté entonces surgió <strong>de</strong>l hecho <strong>de</strong> haber robado y<br />
fijado en una película algo que no me pertenecía. Fue el <strong>de</strong>scubrimiento<br />
secreto <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r poseer algo que no podía mirar.<br />
[61]
62<br />
Cada foto que hago he <strong>de</strong> tenerla perfectamente or<strong>de</strong>nada en mi cabeza<br />
antes <strong>de</strong> disparar. Me llevo la cámara a la altura <strong>de</strong> la boca y <strong>de</strong> esa<br />
forma fotografío a las personas que estoy escuchando hablar. El autofoco<br />
me ayuda, pero sé valerme por mí mismo. Es sencillo. <strong>La</strong>s manos mi<strong>de</strong>n la<br />
distancia y lo <strong>de</strong>más lo hace el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> imagen que hay en mí.<br />
Me siento muy cercano a todos aquellos quienes no consi<strong>de</strong>ran la fotografía<br />
como una “rebanada” <strong>de</strong> la realidad, sino como una estructura<br />
conceptual, una forma sintética <strong>de</strong> lenguaje pictórico, <strong>de</strong> momento<br />
incluso como una imagen suprematista. Pienso en Malevich y su cuadrado<br />
negro. <strong>La</strong> dirección que he tomado está más próxima a la <strong>de</strong> un<br />
fotógrafo como Man Ray que a otras formas como el reportaje, que es<br />
como disparar una flecha en dirección <strong>de</strong> un momento fijo.<br />
Miguel no podía estar más <strong>de</strong> acuerdo. Me gustaría conocer a<br />
Bavcar, pensó.<br />
A continuación revisó sus notas. Después <strong>de</strong> cada sesión, grababa<br />
sus impresiones que luego transcribía en Braille utilizando su tabla<br />
y el punzón <strong>de</strong> plata que lo acompañaba hacía décadas<br />
“El señor XXX llegó a consulta aquejado <strong>de</strong> ataques <strong>de</strong> angustia<br />
que lo paralizaban. Fue referido por mi colega A. G., psiquiatra,<br />
quien a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> recetarle un ansiolítico le recomendó la terapia.<br />
XXX es un hombre <strong>de</strong> cincuenta años, próspero pero inseguro.<br />
Relata que su niñez fue profundamente infeliz. Su padre era un<br />
hombre <strong>de</strong> recursos pero dominante e infiel. Su madre, una mujer<br />
<strong>de</strong>presiva, sufría enormes crisis <strong>de</strong> ansiedad cuyos síntomas eran<br />
clásicos: un sentimiento <strong>de</strong> abandono y <strong>de</strong> falta <strong>de</strong> protección en<br />
un mundo amenazante y peligroso, con la percepción <strong>de</strong> sí misma<br />
como alguien vulnerable y <strong>de</strong>sprotegida. Vivía con la premonición<br />
permanente <strong>de</strong> que le podría ocurrir algo “terrible”, y el paciente
63<br />
la recuerda como alguien “que estaba y no estaba”. Cuando ella<br />
murió, su padre consiguió un reemplazo en una semana. XXX relata<br />
que su padre lo llevó a un prostíbulo cuando iniciaba su adolescencia<br />
y la experiencia fue traumática. Consi<strong>de</strong>ro que una <strong>de</strong> las líneas<br />
<strong>de</strong> análisis tendría que ver con la homosexualidad. El señor XXX<br />
realizó estudios y se <strong>de</strong>dica a la importación <strong>de</strong> carne, un negocio<br />
que le ha redituado lo suficiente para vivir con holgura. Se casó con<br />
una mujer también dominante, con la cual tiene dos hijos. Ella es<br />
<strong>de</strong>pendiente económica y aparentemente controla todo lo que XXX<br />
realiza: planifica los viajes, regula los horarios y elije los alimentos.<br />
Un <strong>de</strong>talle revelador es que el paciente se queja <strong>de</strong> que en su casa<br />
no pue<strong>de</strong> comer lo que prefiere. Asimismo explica que no está conforme<br />
con su apariencia física.<br />
Parecería claro que la angustia <strong>de</strong>l paciente tiene su origen en su<br />
incapacidad para tomar <strong>de</strong>cisiones propias, tanto en el pasado<br />
como en el futuro. Se percibe un enorme miedo a lo que viene más<br />
allá <strong>de</strong> cuestiones operativas o <strong>de</strong> negocios. <strong>La</strong> sugerencia terapéutica<br />
se ha relacionado con empezar el rompimiento con patrones<br />
que no le satisfacen. El padre <strong>de</strong> XXX vive ahora <strong>de</strong>l dinero que él<br />
provee, ya que sus hermanas le han asignado esa responsabilidad.<br />
Una primera aproximación es la <strong>de</strong> cortar esa ayuda. Con esta sencilla<br />
acción la mejoría es notable. Hoy ha contado que planea visitar<br />
al cirujano plástico con el fin <strong>de</strong> cambiar las partes <strong>de</strong> su físico que<br />
le incomodan y he respaldado la i<strong>de</strong>a plenamente…”<br />
Dupin se reclinó en el sillón. Pensaba que este caso le interesaba<br />
porque se vinculaba con él mismo: en la obsesión por enten<strong>de</strong>r<br />
su propio pasado fracturado por la traición <strong>de</strong> su abuelo y la muerte<br />
prematura <strong>de</strong> sus padres. Trataba <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r las claves <strong>de</strong> su vida y<br />
se daba cuenta que éstas se hallaban ahí. Cuando regresó <strong>de</strong> Suiza<br />
vivió en casa <strong>de</strong> una tía, en un ambiente familiar muy similar al
64<br />
<strong>de</strong>l señor XXX, <strong>de</strong>l que se libró apenas cumplió la mayoría <strong>de</strong> edad<br />
y pudo ejercer autoridad sobre su fi<strong>de</strong>icomiso. Eran días largos y<br />
vacíos. Su tutora, pariente lejanísima, era una beata <strong>de</strong> la Obra<br />
que quiso infundirle el temor a Dios por métodos que perdieron<br />
sutileza con los años. Su ceguera “era una señal <strong>de</strong>l Altísimo”;<br />
la austeridad y el racionamiento, “ofrendas <strong>de</strong> fe”. Dupin aceptó<br />
cansinamente, a sabiendas <strong>de</strong> que la situación cambiaría y en su<br />
fuero interno se fue formando un pensamiento rebel<strong>de</strong>, agnóstico<br />
y endurecido. Entendió que la comprensión <strong>de</strong>l pasado abría<br />
rutas <strong>de</strong> explicación mucho más sensatas que “el <strong>de</strong>stino” al que su<br />
tía parecía querer rendirlo. Quizá <strong>de</strong>bía agra<strong>de</strong>cer a ese ambiente,<br />
pensaba Miguel, opresivo, malsano y enmohecido, el germen <strong>de</strong><br />
rebeldía que lo atenazó en su adolescencia. Siempre se intrigó por<br />
su pasado. A sus padres, los únicos referentes cercanos, los recordaba<br />
con vaguedad, pero intuía que el presente se construye <strong>de</strong><br />
armazones viejas y a veces imperceptibles que cambian <strong>de</strong> sentido<br />
a veces con sutileza y en otras ocasiones violentamente. Enten<strong>de</strong>r el<br />
pasado era una obsesión para Dupin. Después <strong>de</strong> todo era su punto<br />
<strong>de</strong> fuga ante las certidumbres <strong>de</strong>l futuro, y también el camino que<br />
quizá le permitiera compren<strong>de</strong>r cómo la vida (esa perra) había<br />
maniobrado <strong>de</strong> tal manera.<br />
Era claro que se encontraba inmerso en un escape a su pasado… y<br />
el tiempo empezaba a ser un factor con el que no podía permitirse<br />
un juego <strong>de</strong> ajedrez.<br />
Miguel Dupin no era un terapeuta común, la primera aproximación<br />
ortodoxa con un paciente es visual. Los especialistas sacan conclusiones<br />
po<strong>de</strong>rosas acerca <strong>de</strong>l aspecto <strong>de</strong> las personas que asisten a<br />
consulta: el aliño, la angustia en su mirada, la forma <strong>de</strong> vestir y <strong>de</strong><br />
sentarse son claves primarias para enten<strong>de</strong>r los caminos que hay<br />
que tomar. Por supuesto, hay un componente <strong>de</strong> prejuicio que se
65<br />
alínea con la propia sesión. Dupin, al carecer <strong>de</strong>l sentido <strong>de</strong> la vista,<br />
no juzgaba, y ello podía ser una ventaja, ya que le había permitido<br />
<strong>de</strong>sarrollar una percepción muy aguda, sabia, que sustituía a los<br />
ojos disfuncionales con los que vivía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> niño.<br />
En ese momento Dupin recibió el aviso <strong>de</strong>l correo electrónico en su<br />
computadora Siafu. El remitente era Juan Pablo… había aceptado.<br />
Dupin se acarició la barba satisfecho, encendió un Cohíba y, mientras<br />
las espirales <strong>de</strong> humo ascendían al techo <strong>de</strong> su estudio, esbozó<br />
una sonrisa. Parecía que sus ojos cobraban vida.
Nueve<br />
43,252,003,274,489,856,000, es <strong>de</strong>cir, cuarenta y tres trillones<br />
doscientos cincuenta y dos mil tres billones doscientos setenta y<br />
cuatro mil cuatrocientos ochenta y nueve millones ochocientos<br />
cincuenta y seis mil permutaciones. Ése es el número exacto <strong>de</strong> las<br />
posibles combinaciones <strong>de</strong> un cubo <strong>de</strong> Rubik. Hoy fue mi cumpleaños<br />
y recibí uno <strong>de</strong> regalo. Supongo que la gente pasa un mal<br />
rato eligiendo lo que me va a dar. Mi padre lo resuelve siempre con<br />
sabiduría y me regala un libro, esta vez Los miserables. El resto se<br />
<strong>de</strong>vana entre juegos científicos, enciclopedias ilustradas o telescopios.<br />
Está bien, los prefiero a un balón <strong>de</strong> futbol que sólo serviría<br />
[67]
68<br />
para <strong>de</strong>sgraciar un vidrio o para generar una fractura expuesta en<br />
mis piernas <strong>de</strong> polichinela.<br />
Fui a la facultad por la mañana. Clase <strong>de</strong> Hidráulica. Se me ocurrió<br />
que la erección <strong>de</strong> un pito es el mejor ejemplo posible <strong>de</strong> la dinámica<br />
<strong>de</strong> fluidos. Un pene no es más que una cañería llena <strong>de</strong> cuerpos<br />
cavernosos que se nutre <strong>de</strong> sangre cuando entra en erección.<br />
Desgraciadamente a Tomás no le pareció la mejor <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as y me<br />
llamó “provocador”. Provocadora su chingada madre. Gabriela me<br />
regaló una armónica Marine Band. Me hizo el día, aunque dudo<br />
que pueda sacar una nota razonable, ya que mi aptitud musical es<br />
comparable al razonamiento <strong>de</strong> un diputado fe<strong>de</strong>ral.<br />
¿Soy un nerd? Es una buena pregunta, porque es algo que se<br />
me antoja tanto como una almorrana y tengo la distancia suficiente<br />
para enten<strong>de</strong>r que aquellos que sólo hablan <strong>de</strong> ecuaciones<br />
<strong>de</strong> segundo grado o se disfrazan <strong>de</strong> Darth Va<strong>de</strong>r para ir a estrenos <strong>de</strong><br />
cine, como hacen algunos <strong>de</strong> mis compañeros, no son precisamente<br />
un mo<strong>de</strong>lo a seguir. Por otro lado, disfruto algunas cosas que mis<br />
verda<strong>de</strong>ros amigos encuentran propias <strong>de</strong> un freak… dilemas.<br />
Comí con mi padre en el restaurante chino. El casting <strong>de</strong> los meseros<br />
es notable: todos son <strong>de</strong> la Portales o <strong>de</strong> la Escandón, pero<br />
tienen los ojos rasgados, lo que le da cierto sentido <strong>de</strong> realidad<br />
a la escenografía. El que nos atendió parecía extraído <strong>de</strong>l planeta<br />
Mongo. Mientras <strong>de</strong>voraba unas costillas agridulces, aproveché<br />
para preguntarle al viejo por mi nombre: José María es una contradicción<br />
teológica, ya que somos ateos estrictos. Me explicó<br />
que se le ocurrió a mi madre antes <strong>de</strong> que yo naciera y que él pre-<br />
fería haberme puesto Simón. Agra<strong>de</strong>cí con lágrimas en los ojos que<br />
nadie le hiciera caso. ¿Simón? Dios. Hablamos <strong>de</strong> Dupin. No sé si el<br />
tipo está loco o nomás es excéntrico, pero nos pi<strong>de</strong> que viajemos a
69<br />
Francia para rastrear a su abuelo, un oligarca que al parecer <strong>de</strong>jó en<br />
la calle a su socio. <strong>La</strong> historia no tiene pies ni cabeza, pero a la gorra<br />
no hay quien le corra y creo que a mi padre le viene bien el viaje. Lo<br />
he notado ausente y preocupado, así que <strong>La</strong> belle France nos espera.<br />
En la tar<strong>de</strong> rentamos películas. Sospechosos comunes es la neta. <strong>La</strong><br />
escena en la que Chazz Palimintieri se da cuenta que ya se lo chingaron<br />
es suprema. Comimos palomitas carcinógenas que traen un<br />
polvito que mancha las manos <strong>de</strong> manera in<strong>de</strong>leble, y en la noche<br />
me fui al billar y <strong>de</strong>mostré que soy una mierda irremediable.<br />
No han estado mal mis diecisiete años, aunque a veces me siento<br />
medio güey, sobre todo para evitar que me exasperen idioteces<br />
como las granjas <strong>de</strong>l Facebook o el chat con tipos que preguntan:<br />
“¿Qué haces?” Debo ganar tolerancia, pero en un país don<strong>de</strong> Paty<br />
Chapoy es lí<strong>de</strong>r <strong>de</strong> opinión, o un grupo <strong>de</strong> menesterosos proponen<br />
una estatua <strong>de</strong> Carmen Salinas, todo se vuelve un poco cuesta<br />
arriba.<br />
Me saca <strong>de</strong> onda lo <strong>de</strong> Gabriela, aunque es culpa mía. Es obvio<br />
que me queda gran<strong>de</strong>, pero ésa es un poco la historia <strong>de</strong> mi vida…<br />
todo me queda gran<strong>de</strong>, o chico. El otro día, por ejemplo, conocí a la<br />
hija <strong>de</strong> unos amigos <strong>de</strong> mi padre. Tiene quince años y está guapa,<br />
pero a la hora que “nos <strong>de</strong>jaron para que platicáramos” la cosa valió<br />
madre <strong>de</strong> la peor manera posible, ya que nos quedamos viendo<br />
como los monolitos <strong>de</strong> la Isla <strong>de</strong> Pascua; ella preguntándome cosas<br />
como si ya había visto High School Musical y yo tragando camote<br />
porque son preguntas para las que no tengo respuesta. No es<br />
bronca <strong>de</strong> ella, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, pero eso me <strong>de</strong>ja pensando con quién<br />
carajo me puedo enten<strong>de</strong>r… no soy <strong>de</strong> aquí ni soy <strong>de</strong> allá.
70<br />
Por supuesto que huyo <strong>de</strong> los terapeutas <strong>de</strong> 600 pesos la hora, que<br />
miran a los ojos y buscan la fijación oral por todos lados. <strong>La</strong> terapia<br />
se convirtió en moda intelectual o <strong>de</strong> señoras que no se explican<br />
su infelicidad si tienen una camioneta <strong>de</strong> nueve plazas. Creo<br />
que Freud estaba un poco cucú y alguna vez leí, en las cartas a su<br />
novia Martha, que tenía la misma tolerancia que Atila el Huno…<br />
pero esas cosas no se pue<strong>de</strong>n andar diciendo porque luego luego<br />
lo <strong>de</strong>fien<strong>de</strong>n las buenas conciencias.<br />
Hoy pensé en mi madre. ¿Dón<strong>de</strong> carajo andará? ¿Tendrá otros<br />
hijos? ¿Serán como yo? Mi padre nunca habla <strong>de</strong> ella, pero es<br />
obvio que se lo chingó todito y lo <strong>de</strong>jó medio disfuncional para el<br />
ligue. Me da ternura cómo se arregla para una cita; se pone loción<br />
y todo, pero siempre pasa lo mismo… lo mandan por los chescos.<br />
Definitivamente Francia nos va a ayudar.
Diez<br />
El mes <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 1885 fue <strong>de</strong>finitivo en la vida <strong>de</strong> Bertrand.<br />
Durante las últimas semanas su amistad con Benoit había crecido.<br />
Se encontraban en el Chat Noir y charlaban <strong>de</strong> todo y nada.<br />
A Bertrand le gustaba el <strong>de</strong>senfado <strong>de</strong>l joven, siempre lleno <strong>de</strong> proyectos<br />
e i<strong>de</strong>as, que en algunos casos consi<strong>de</strong>raba <strong>de</strong>lirantes. Una <strong>de</strong><br />
ellas, sin embargo, no sonaba <strong>de</strong>scabellada: se trataba <strong>de</strong> probar<br />
una fórmula nueva para fabricar cerveza. Bertrand se encargaría <strong>de</strong><br />
la parte técnica y Benoit <strong>de</strong>l proceso <strong>de</strong> comercialización. Juntos<br />
proyectaban una empresa que crecería y les daría la vida que les<br />
estaba vedada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su nacimiento. Eso no era todo; Benoit un día<br />
se presentó con su hermana. Salieron <strong>de</strong>l lugar, ya que la joven se<br />
encontraba incómoda en el bar <strong>de</strong> mala muerte al que asistían. Se<br />
[71]
72<br />
llamaba Isabel y Bertrand la halló bella. Nunca había sentido una<br />
atracción particular por las mujeres, pero ella le gustaba, y mucho,<br />
y <strong>de</strong>spertó en él un sentimiento <strong>de</strong>sconocido.<br />
El trabajo lo tenía satisfecho. Los procesos <strong>de</strong> fermentación ocupaban<br />
casi todo su tiempo. Sin embargo, asistía a Pasteur, quien<br />
llevaba ya tres años tratando <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r el problema <strong>de</strong> la rabia.<br />
Bertrand lo acompañaba <strong>de</strong> vez en vez a Meudon, don<strong>de</strong> el científico<br />
tenía enjaulados cincuenta perros rabiosos <strong>de</strong> los que sacaba,<br />
con riesgo <strong>de</strong> su vida, saliva para inyectarla en conejos <strong>de</strong> laboratorio<br />
y tratar <strong>de</strong> aislar el virus que mataba año con año a miles<br />
<strong>de</strong> hombres y mujeres en toda Europa. Pasteur ya tenía avances<br />
con perros pero no había probado con ningún ser humano. El 4<br />
<strong>de</strong> julio Bertrand fue testigo <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong> un niño alsaciano<br />
que venía acompañado <strong>de</strong> su madre. Se trataba <strong>de</strong> Joseph Meister,<br />
quien había sido mordido brutalmente por un perro rabioso y, en<br />
consecuencia, estaba con<strong>de</strong>nado a una muerte segura. El niño no<br />
tenía alternativa y, entonces, Pasteur tomó una <strong>de</strong>cisión drástica<br />
basada en los trabajos <strong>de</strong> Émile Roux, que había secado médulas <strong>de</strong><br />
conejos inoculados con el virus. En la medida que el secado tenía<br />
más tiempo, el virus atenuaba su efecto y fue por ello que el mentor<br />
<strong>de</strong> Bertrand <strong>de</strong>cidió iniciar una serie <strong>de</strong> inyecciones a lo largo<br />
<strong>de</strong> doce días, inoculando primero las dosis menos letales, hasta<br />
culminar con el virus casi en estado <strong>de</strong> pureza. El resultado fue exitoso.<br />
El joven Meister sobrevivió y, para el 31 <strong>de</strong> octubre <strong>de</strong>l año<br />
siguiente, ya habían sido vacunadas 2 490 personas. <strong>La</strong> admiración<br />
<strong>de</strong> Bertrand se sublimó por completo y se unió junto con todo el<br />
laboratorio a los homenajes que Pasteur recibió por su hallazgo.<br />
A mediados <strong>de</strong> 1886 Bertrand <strong>de</strong>cidió que los cinco años que había<br />
pasado en el laboratorio <strong>de</strong> la Escuela Normal eran suficientes, y<br />
una mañana <strong>de</strong> julio entró al <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> su tutor.
73<br />
—Profesor, vengo a <strong>de</strong>spedirme —dijo emocionado.<br />
Pasteur lo contempló por arriba <strong>de</strong> sus gafas <strong>de</strong> sabio, se acarició<br />
lentamente la barba con su brazo útil y respondió:<br />
—¿Qué planes tienes, Bertrand? ¿Has pensado en un futuro<br />
como hombre <strong>de</strong> ciencia?<br />
—De alguna manera, profesor —fue la réplica—. Tengo planes<br />
<strong>de</strong> aprovechar todo lo que generosamente me ha enseñado<br />
y tratar <strong>de</strong> abrir una empresa para la fabricación <strong>de</strong><br />
cerveza. Aún faltan muchos <strong>de</strong>talles, pero creo que lo puedo<br />
lograr.<br />
—Me parece que es una i<strong>de</strong>a excelente, hijo mío. Has trabajado<br />
con tesón, y consi<strong>de</strong>ro que ya es tiempo <strong>de</strong> que nuestro<br />
gremio haga valer su conocimiento en otros campos.<br />
No tienes estudios formales. A mí mismo me acusan <strong>de</strong> no<br />
ser médico, ¡puafff! ¡Imbéciles! Sin embargo, les he <strong>de</strong>mostrado<br />
que lo puedo hacer mejor que ellos, y creo que tú estás<br />
listo para dar también esa batalla. Acércate, Bertrand, permíteme<br />
estrechar tu mano, y antes <strong>de</strong> que te vayas déjame<br />
hacerte un obsequio.<br />
Mientras el joven se acercaba para <strong>de</strong>spedirse, Pasteur tomó uno <strong>de</strong><br />
sus microscopios R&J Beck y se lo ofreció a su aprendiz para <strong>de</strong>spués,<br />
a pesar <strong>de</strong> la rigi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> su cuerpo, estrecharlo en un abrazo.
Once<br />
El siguiente par <strong>de</strong> años fue <strong>de</strong> una actividad febril. Bertrand y<br />
Benoit trabajaron intensamente con el fin <strong>de</strong> lograr su cometido.<br />
Ambos habían conseguido diversos empleos temporales que les<br />
permitían solventar el montaje <strong>de</strong> un laboratorio rústico en don<strong>de</strong><br />
mezclaban sustancias con olores nauseabundos, mientras Bertrand<br />
tomaba notas acerca <strong>de</strong> las proporciones con las que experimentaba.<br />
<strong>La</strong>s pruebas tenían un carácter casi cómico, ya que los conejillos<br />
<strong>de</strong> indias eran una pandilla <strong>de</strong> borrachos perdidos que vagaban<br />
por Montmantre y que difícilmente podían emitir un juicio <strong>de</strong> calidad.<br />
De hecho les era imposible formular cualquier clase <strong>de</strong> juicio.<br />
[75]
76<br />
—Mierda, con este grupo iremos a la ruina —se quejó una<br />
tar<strong>de</strong> Benoit mientras veía al sujeto <strong>de</strong> prueba tambaleante<br />
y orinando en una esquina.<br />
—Probablemente tengas razón —respondió Bertrand—.<br />
Pero ¿qué hacemos entonces?<br />
—Déjame pensarlo.<br />
El interés <strong>de</strong> Bertrand por Isabel parecía correspondido, y los jóvenes<br />
daban largos paseos en la vera <strong>de</strong>l Sena. <strong>La</strong> belleza <strong>de</strong> la muchacha<br />
no era impresionante: sus facciones eran irregulares y la nariz<br />
quizá un poco más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> lo que a Bertrand le hubiera gustado.<br />
Sin embargo, la sencillez que irradiaba, su ingenuidad campesina y<br />
la forma en que reía <strong>de</strong> sus cada vez más frecuentes bromas pesaban<br />
en el corazón <strong>de</strong>l aprendiz <strong>de</strong> químico.<br />
Al inicio <strong>de</strong> 1889, y cuando los socios se encontraban muy cerca <strong>de</strong><br />
la quiebra, Bertrand anunció que había encontrado una fórmula<br />
que aparentemente podría funcionar. <strong>La</strong> cerveza producida tenía<br />
un olor dulzón, color a orines y un sabor fuerte. Benoit <strong>de</strong>cidió llevarle<br />
una muestra al dueño <strong>de</strong> una taberna cercana a la covacha que<br />
les servía como laboratorio y proponerle dotaciones gratis durante<br />
una semana. <strong>La</strong> iniciativa fue un éxito. Los parroquianos, menos<br />
alcoholizados que los sujetos <strong>de</strong> prueba tradicionales, aceptaron el<br />
brebaje y, al cabo <strong>de</strong> un mes, los socios se dieron cuenta <strong>de</strong> que no<br />
tendrían capacidad para suministrar los pedidos <strong>de</strong> una taberna.<br />
Entonces Benoit tuvo una i<strong>de</strong>a que eventualmente se consi<strong>de</strong>raría<br />
genial: el gobierno francés organizaba la Exposición Universal <strong>de</strong><br />
París para festejar el centenario <strong>de</strong> la Revolución francesa. <strong>La</strong> exposición<br />
contaría con pabellones don<strong>de</strong> treinta y cinco países presentarían<br />
sus avances más importantes. Después <strong>de</strong> días <strong>de</strong> antesala,
77<br />
Benoit logró convencer a los miembros <strong>de</strong>l comité organizador <strong>de</strong><br />
que les asignaran un pequeño espacio para ofrecer su producto al<br />
público visitante y a los inversionistas que acudirían en busca <strong>de</strong><br />
oportunida<strong>de</strong>s.<br />
Exactamente el 6 <strong>de</strong> mayo <strong>de</strong> 1889, la Exposición Universal <strong>de</strong><br />
París fue inaugurada al pie <strong>de</strong> la Torre Eiffel en un área <strong>de</strong> 94 hectáreas,<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Campo Marte hasta el Hôtel <strong>de</strong>s Invali<strong>de</strong>s. El par <strong>de</strong><br />
socios había embotellado algunos cientos <strong>de</strong> litros <strong>de</strong> la cerveza,<br />
a la que habían <strong>de</strong>cidido bautizar como B&B. <strong>La</strong> exposición era una<br />
mo<strong>de</strong>sta Babel en la que paseaban miles <strong>de</strong> visitantes azora dos ante<br />
el “pueblo negro” en el que se mostraban, como piezas circenses, a<br />
cuatrocientos indígenas. Buffalo Bill presentaba su espectáculo <strong>de</strong>l<br />
Salvaje Oeste. Sin duda la exposición más importante —en medio<br />
<strong>de</strong> la polémica por la Torre Eiffel— fue la Galerie <strong>de</strong>s Machines,<br />
diseñada por el arquitecto Ferdinand Dutert y el ingeniero Victor<br />
Contamin. Se trataba <strong>de</strong> un edificio alargado <strong>de</strong> 420 metros <strong>de</strong><br />
largo y 115 <strong>de</strong> ancho. Francia trataba <strong>de</strong> recuperar la moral <strong>de</strong> su<br />
nación, disminuida ante la caída <strong>de</strong>l Segundo Imperio y el <strong>de</strong>sastre<br />
<strong>de</strong> la guerra prusiana, y los dos jóvenes paseaban asombrados<br />
entre tales maravillas felicitándose <strong>de</strong> su suerte.<br />
Bertrand había iniciado una relación con Isabel. Se sentía feliz y<br />
satisfecho. Exactamente un mes <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su primer encuentro, la<br />
joven le anunció que estaba embarazada. Bertrand la abrazó emocionado<br />
y ahí mismo le propuso que se casaran, con Benoit por<br />
testigo. Se instalaron en una pequeña casa <strong>de</strong> dos pisos cerca <strong>de</strong><br />
la exposición, a la que Benoit acudía diariamente. Pronto las cosas<br />
tomaron un buen cariz, ya que obtuvieron la promesa <strong>de</strong> William<br />
Saletan, un inglés que los había visitado, <strong>de</strong> financiar una pequeña<br />
fábrica a cambio <strong>de</strong>l diez por ciento <strong>de</strong> las utilida<strong>de</strong>s netas. En octubre<br />
los jóvenes sellaron con un brindis su éxito.
78<br />
El martes 17 <strong>de</strong> junio <strong>de</strong> 1890, portando un vendaje en la mandíbula,<br />
Bertrand entró a la oficina <strong>de</strong> patentes. Su rostro tenso <strong>de</strong>lataba<br />
un estado <strong>de</strong> ánimo inédito. Llenó los formularios que le<br />
fueron entregados y registró a su nombre la fórmula <strong>de</strong> la cerveza,<br />
que sólo él conocía, excluyendo a Benoit Pouchet para siempre <strong>de</strong><br />
la fortuna que le había sido concedida.
Doce<br />
—Padre, la mansión <strong>de</strong> Nosferatu y éste igualito a Anthony<br />
Hopkins en Lo que queda <strong>de</strong>l día.<br />
José María se refería al sirviente imperturbable que los guiaba al<br />
interior <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Dupin. Habían pactado una cita con el fin<br />
<strong>de</strong> convenir algunos <strong>de</strong> los pormenores <strong>de</strong>l viaje que estaba a una<br />
semana <strong>de</strong> iniciarse.<br />
Eran días <strong>de</strong> cierta agitación. Después <strong>de</strong> comunicar que aceptaba,<br />
Juan Pablo trató <strong>de</strong> poner en or<strong>de</strong>n sus asuntos. Hizo arreglos<br />
para que la editorial le enviara los archivos a traducir por medio <strong>de</strong><br />
[79]
80<br />
correo electrónico. Visitó el Sistema <strong>de</strong> Administración Tributaria,<br />
actividad muy similar a una prefiguración <strong>de</strong>l infierno. Un funcionario<br />
<strong>de</strong> corbata chueca y manchas <strong>de</strong> mole le explicó que era gravísimo<br />
y emprendió una filípica acerca <strong>de</strong> la importancia <strong>de</strong> pagar<br />
impuestos para “tener alumbrado, carreteras y luchar contra el crimen”.<br />
Juan Pablo entendía poco, pero alcanzaba a compren<strong>de</strong>r que<br />
estos hijos <strong>de</strong> puta tenían <strong>de</strong> los huevos a los pobres diablos como<br />
él, en lugar <strong>de</strong> <strong>de</strong>dicarse a recaudar entre todos los que no pagaban<br />
nunca. Pese a su instinto que lo conminaba a pelear, adoptó<br />
una actitud <strong>de</strong> culpa y preguntó la forma <strong>de</strong> negociar. <strong>La</strong> respuesta<br />
fue <strong>de</strong>smoralizante: podría hacerlo, pero con recargos tan onerosos<br />
como la consulta <strong>de</strong>l doctor Parra. Poco había que hacer, así<br />
que salió <strong>de</strong> Hacienda sintiéndose un menesteroso con una <strong>de</strong>uda<br />
equivalente a la <strong>de</strong> Haití.<br />
José María, por su parte, también se <strong>de</strong>dicó a preparar la salida.<br />
Habló con sus maestros pidiéndoles indulgencia ante su viaje<br />
próximo. <strong>La</strong> mayoría aceptó que trabajara en línea, aunque el joven<br />
recibió resignado su excomunión en la materia <strong>de</strong> Fluidos que, por<br />
cierto, esperaba. <strong>La</strong> <strong>de</strong>spedida <strong>de</strong> Gabriela fue anticlimática; José<br />
María le explicó que se marchaba un tiempo a Francia y cuando<br />
escuchó respuestas como: “¡Padrísimo!” o “¡Qué envidia!”, entró<br />
en un proceso <strong>de</strong> <strong>de</strong>presión y malhumor <strong>de</strong>l cual lo sacaron sus<br />
cuates literalmente a madrazos. El Garra le dijo “Puto”, y Tatanka<br />
propuso la visita a un bur<strong>de</strong>l “don<strong>de</strong> trabajaba una prima”, lo cual<br />
suavizó un poco la nube que pendía sobre el ánimo <strong>de</strong>l joven, que<br />
le respondió a su amigo con una sonrisa:<br />
—Eres un pen<strong>de</strong>jo.<br />
Pasaron al salón que Juan Pablo ya conocía. Esta vez, en lugar <strong>de</strong><br />
un carro <strong>de</strong> vidrio con bebidas alcohólicas, se había dispuesto un
81<br />
servicio con té, café, galletas y diversos refrescos (“Dupin piensa en<br />
todo”, dijo para sí Juan Pablo). <strong>La</strong> mansión se veía diferente; la luz<br />
crepuscular resaltaba objetos insólitos:<br />
Y agregó:<br />
—Tiene que ser una copia —dijo José María. Este cuadro lo<br />
perdieron los gringos en 2006, es <strong>de</strong> Goya. Luego dijeron<br />
que lo habían hallado, pero nadie supo cómo.<br />
—José María, sabía que no serías una <strong>de</strong>cepción. En efecto,<br />
se trata <strong>de</strong> un cuadro <strong>de</strong> Goya: Niños en el carretón. Se le trasladaba<br />
<strong>de</strong> Ohio a Nueva York, cuando se <strong>de</strong>svaneció —dijo<br />
Dupin, quien entró a la pieza por una puerta lateral.<br />
—Se preguntarán la razón por la cual un ciego se <strong>de</strong>dica a<br />
coleccionar cuadros, no importa si son legítimos o copias. <strong>La</strong><br />
respuesta es simple: es muy sencillo obtener la <strong>de</strong>scripción<br />
<strong>de</strong> un cuadro. Hay quien lo hace con una erudición rupestre<br />
y entonces busca <strong>de</strong>talles fútiles como las pistas inexisten tes<br />
que <strong>de</strong>jó el pintor, pero que nos atraen como a las moscas la<br />
miel: la firma en un pañuelo, una alusión secreta y otras<br />
intrascen<strong>de</strong>ncias que me aburren. Otros simplemente <strong>de</strong>scriben<br />
los colores, la composición y lo que ocurre en el cuadro.<br />
A esos los prefiero. <strong>La</strong> obra que aprecian tiene cuatro<br />
niños, dos varones y dos mujeres. Ellas se encuentran a<strong>de</strong>ntro<br />
<strong>de</strong> una carreta y ellos tratan <strong>de</strong> complacerlas; el mayor<br />
toca una flauta mientras que el otro, intuyo, corta una loncha<br />
<strong>de</strong> jamón para ellas. ¿Que cómo lo sé? Porque me lo han<br />
<strong>de</strong>scrito y lo puedo tocar. Siento las texturas e imagino a los<br />
niños regor<strong>de</strong>tes y vestidos <strong>de</strong> tafetán.
82<br />
Se sentaron.<br />
—Eso sólo lo podría hacer con un original —dijo José María.<br />
—Pue<strong>de</strong> y pue<strong>de</strong> no ser, pero uste<strong>de</strong>s vinieron a otro asunto<br />
—Dupin cerraba la conversación, parecía divertido.<br />
—Les agra<strong>de</strong>zco que hayan aceptado mi invitación —dijo<br />
Dupin mientras prendía un puro—. Me cuenta tu padre que<br />
estudias Física, José María.<br />
—Así es —respondió el joven que analizaba al ciego atentamente.<br />
—Correcto. Siempre me han llamado la atención los científicos,<br />
particularmente los que se <strong>de</strong>dican a eso por el simple<br />
afán <strong>de</strong> satisfacer su curiosidad. Creo que la ciencia ha<br />
sufrido una enorme presión para aplicar sus hallazgos. De<br />
hecho, mi abuelo estaba convencido <strong>de</strong> que no había más<br />
ruta que la experimental. Creo que estoy en <strong>de</strong>sacuerdo.<br />
¿Qué opinas?<br />
—Supongo que tiene razón, aunque en este país <strong>de</strong> opereta<br />
—José María inquirió con la mirada a su padre para saber si<br />
no se propasaba— las cosas no pue<strong>de</strong>n ir peor. De los treinta<br />
y un países <strong>de</strong> la oC<strong>de</strong>, el más jodido en investigación es<br />
México. Destina a ella apenas 0.4 por ciento <strong>de</strong>l piB, lo cual<br />
es una basura y la cuarta parte <strong>de</strong> la <strong>de</strong>uda pública anual.<br />
—Basura —repitió Dupin—. De acuerdo. Entiendo que has<br />
cumplido años en fecha reciente, así que <strong>de</strong>cidí hacerte un<br />
pequeño obsequio.
83<br />
El ciego se reclinó sobre una mesa y tomó una caja <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra que<br />
extendió hacia la nada. José María la recogió y se volvió a sentar sin<br />
saber qué hacer.<br />
—Ábrela y dime qué te parece —Dupin se estaba divirtiendo.<br />
José María la abrió y extrajo <strong>de</strong> ella un mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra que parecía,<br />
por lo menos para Juan Pablo, una rueda <strong>de</strong> la fortuna.<br />
—¿Sabes qué es? —inquirió Miguel.<br />
El rostro <strong>de</strong>l muchacho cambió:<br />
—Supongo que el mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> una máquina <strong>de</strong> movimiento<br />
perpetuo —replicó José María—. ¡Está chidísima!<br />
—Exactamente. Ésta es una réplica <strong>de</strong> la máquina diseñada<br />
por Villard <strong>de</strong> Honnecourt en el siglo Xiii.<br />
—Muchísimas gracias, Dupin —exclamó José María. Se veía<br />
contento.<br />
—Como sabes, las máquinas <strong>de</strong> movimiento perpetuo sirven<br />
para <strong>de</strong>mostrar justamente que no existen las máquinas<br />
<strong>de</strong> movimiento perpetuo —expuso Miguel, didáctico…<br />
Juan Pablo empezaba a sentirse excluido.<br />
—Claro, porque violan las leyes <strong>de</strong> la termodinámica.<br />
¿Cómo sabe usted eso? —preguntó José María.
84<br />
—En realidad, muchacho, siempre he creído que los especialistas<br />
en algo se vuelven analfabetas funcionales en el<br />
resto <strong>de</strong>l conocimiento. Es por ello que he picado un poco<br />
<strong>de</strong> esto y aquello. Por supuesto, no poseo tus talentos, pero<br />
hago lo mejor que puedo por apren<strong>de</strong>r lo que es <strong>de</strong> mi interés,<br />
y estas máquinas lo son —Dupin se irguió <strong>de</strong> su confortable<br />
sillón y cambió su actitud, parecía <strong>de</strong>cir que había<br />
<strong>de</strong>cidido ir al grano.<br />
—Si les parece, pasemos a revisar algunos <strong>de</strong>talles <strong>de</strong><br />
nuestro proyecto común —Dupin tomó un sobre tamaño<br />
oficio y lo volvió a exten<strong>de</strong>r.<br />
—En este sobre encontrarán los boletos <strong>de</strong> avión con fecha<br />
<strong>de</strong> regreso abierta. Viajarán a París el próximo sábado.<br />
También se encuentra la clave <strong>de</strong> su reserva en el hotel Relais<br />
Saint Jaques, que está situado muy cerca <strong>de</strong>l Panthéon y los<br />
Jardines <strong>de</strong> Luxemburgo. Es un buen lugar. Hallarán también<br />
anotaciones y datos que creo que les serán indispensables<br />
en su pesquisa y que pue<strong>de</strong>n revisar durante su vuelo,<br />
o cuando lo <strong>de</strong>cidan, faltaba más. He abierto, a<strong>de</strong>más, una<br />
cuenta a su nombre en el Bnp Paribas. Cada que usted, Juan<br />
Pablo, requiera <strong>de</strong> fondos, podrá acce<strong>de</strong>r a su cuenta cuyo<br />
número y clave se encuentran también en el sobre. Mis<br />
números telefónicos y la dirección <strong>de</strong> correo electrónico<br />
ya los tiene, y espero que nos podamos comunicar por lo<br />
menos cada tercer día. En esencia, creo que es todo.<br />
—Concretamente, ¿qué espera usted, Dupin? —preguntó<br />
José María.
85<br />
—Se lo he dicho a tu padre: conocer exactamente qué sucedió<br />
hace más <strong>de</strong> cien años. ¿Cuál es la razón por la que un<br />
hombre aparentemente honesto, como mi abuelo, <strong>de</strong>jó en<br />
la calle a su socio? Nada más y nada menos. Hay quien aconseja<br />
no hurgar en el pasado. No puedo estar en mayor <strong>de</strong>sacuerdo.<br />
El pasado es, <strong>de</strong> alguna manera, nuestro <strong>de</strong>stino<br />
actual y quiero tratar <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>rlo. Kafka dijo alguna vez:<br />
“A pesar <strong>de</strong> las ilusiones, la verdad existe, pero la <strong>de</strong>scubrimos<br />
tar<strong>de</strong>, por eso es trágica”.<br />
Padre e hijo guardaron silencio un par <strong>de</strong> segundos ante la gravedad<br />
<strong>de</strong> la frase, y luego José María preguntó:<br />
—¿Y si no averiguamos nada?<br />
Miguel Dupin sonrió:<br />
—Confío en que harán su mejor esfuerzo, y con ello cuento.<br />
Tengo la impresión <strong>de</strong> que son las personas correctas, pero<br />
nadie está obligado a lo imposible. Si no lo logran, conocerán<br />
una <strong>de</strong> las ciuda<strong>de</strong>s más bellas <strong>de</strong>l mundo. Les <strong>de</strong>seo<br />
un buen viaje y una buena cacería.<br />
A Juan Pablo no le gustó la palabra “cacería”, pero ya Dupin se<br />
había incorporado y el sirviente los acompañó a la puerta <strong>de</strong> la casa.<br />
Al salir, José María dijo:<br />
—Me cayó a toda madre el viejo, aunque sí está medio cucú.<br />
¿Qué opinas, padre?<br />
—No lo sé aún. Creo que hemos cruzado el Rubicón y no<br />
hay camino <strong>de</strong> regreso, aunque lo único que me consuela es
86<br />
que nos estamos metiendo en esto juntos y siempre ayuda<br />
un hijo tan listo.<br />
José María sonrió, consciente <strong>de</strong> que su padre se burlaba un poco<br />
<strong>de</strong> él. Le alborotó el pelo y bajaron caminando por una <strong>de</strong> las calles<br />
empedradas <strong>de</strong> San Ángel.<br />
Alea jacta est… Se había cruzado el Rubicón.
Trece<br />
<strong>La</strong> salida a París era a las dos <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. José María y yo nos<br />
pre paramos para el viaje con la misma precisión que los americanos<br />
el día <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sembarco en Normandía. Mi hijo se veía excitado por la<br />
aventura que estábamos a punto <strong>de</strong> correr; llevaba tres días leyendo<br />
Los miserables y ensayando su francés, que era mejor que el mío, ya<br />
casi olvidado <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mi viaje <strong>de</strong> juventud, y que se mantenía<br />
<strong>de</strong>bido a las traducciones.<br />
Pedimos un taxi <strong>de</strong> sitio que nos <strong>de</strong>positó en treinta minutos en la<br />
terminal aérea. Nunca en mi vida había viajado en primera clase y<br />
sentí cierta culpa al ver cómo teníamos una atención preferencial<br />
[87]
88<br />
en el momento <strong>de</strong> documentar y abordar el avión. José María dormía.<br />
Pensé en mi vida pasada mientras el avión tomaba altura hacia<br />
la Ciudad Luz.<br />
A diferencia <strong>de</strong> un niño que a los ocho años construye puentes <strong>de</strong><br />
fantasía y que se sabe futuro ingeniero, o <strong>de</strong> otro que se sienta ante<br />
el piano y <strong>de</strong>leita a una nube <strong>de</strong> adultos sonrientes pero idiotas, yo<br />
nunca tuve un perfil <strong>de</strong>finido. Si acaso, se podría haber vaticinado<br />
que sería un lector profesional, pero nadie vive <strong>de</strong> eso. Una <strong>de</strong> mis<br />
aficiones favoritas en la infancia era fingirme enfermo. Entonces mi<br />
padre (quien trabajaba en casa y al que recuerdo siempre como el<br />
mejor <strong>de</strong> los hombres) salía a la tienda, a la farmacia y a la li brería,<br />
respectivamente, y regresaba con una botella <strong>de</strong> Sidral Mun<strong>de</strong>t<br />
(por algún misterio le atribuía propieda<strong>de</strong>s curativas universales);<br />
luego me untaba una pomada que representaba el segundo misterio<br />
médico, ya que la aplicaba sin consi<strong>de</strong>ración <strong>de</strong>l mal fingido,<br />
y finalmente sacaba un libro al que yo veía como los españoles tienen<br />
que haber visto el tesoro <strong>de</strong> los incas. Salgari, Verne, Kipling,<br />
Dumas, Quiroga y Poe fueron mis mejores amigos <strong>de</strong> la infancia.<br />
Mis habilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>portivas eran <strong>de</strong>smoralizantes —igual que<br />
las <strong>de</strong> José María—, y mi capacidad para hacer algo <strong>de</strong> manera<br />
sis temática, nula. A veces me encontraba acostado en la cama<br />
mirando al techo, pensando qué sería <strong>de</strong> mí. El día que entré en un<br />
galerón en compañía <strong>de</strong> un grupo <strong>de</strong> adolescentes, para optar por<br />
la carrera que estudiaría, fui el único que esperó media hora antes<br />
<strong>de</strong> marcar la opción <strong>de</strong>seada. Ello <strong>de</strong>terminó que mi carrera estudiantil<br />
fuera un fracaso estrepitoso. Elegí periodismo, siguiendo un<br />
criterio extravagante, y cuando terminé la carrera <strong>de</strong>cidí empren<strong>de</strong>r<br />
un viaje que me liberara <strong>de</strong> una sensación creciente <strong>de</strong> inutilidad<br />
congénita.
89<br />
Volé a Londres el lunes 11 <strong>de</strong> noviembre <strong>de</strong> 1991. No me acompañaba<br />
ningún objetivo heroico, como estudiar un posgrado o<br />
imbuirme <strong>de</strong> cultura: era un adolescente subvencionado para<br />
conocer mundo sin —<strong>de</strong>bo ser honesto— merecerlo. A pesar <strong>de</strong><br />
mi expectativa cultivada en el imaginario popular, que suponía el<br />
encuentro con rubias hermosísimas o, por lo menos, la oportunidad<br />
<strong>de</strong> visitar sitios que había imaginado bellísimos, la primera<br />
semana resultó terrible. Encontré una ciudad gris con gente en la<br />
misma tonalidad cromática. Un día caminaba pensando que nada<br />
se comparaba a la compañía, y en Picadilly escuché a un grupo <strong>de</strong><br />
mujeres que hablaban español. Por supuesto, pedí auxilio. Se compa<strong>de</strong>cieron<br />
y me recibieron como se recibe a un náufrago. Éramos<br />
diferentes: ellas mo<strong>de</strong>rnas, sagaces, frescas; yo, un adolescente confundido<br />
que se admiraba <strong>de</strong> tal liberalidad. Por alguna razón fingí<br />
una enfermedad terminal (supongo que <strong>de</strong>seaba inspirar algún<br />
tipo <strong>de</strong> compasión), y una <strong>de</strong> ellas, cuyo nombre no recuerdo, se<br />
enamoró <strong>de</strong> mí. En ese momento mis asi<strong>de</strong>ros éticos eran inexistentes<br />
y, en cambio, la necesidad <strong>de</strong> estar con alguien en un medio<br />
tan hostil, muy gran<strong>de</strong>, así que me porté como un perfecto miserable.<br />
Hoy lo lamento.<br />
Lo que recuerdo entre brumas es que a las dos semanas <strong>de</strong> vivir en<br />
un hotel (el Leinster) <strong>de</strong>cidí cambiar <strong>de</strong> aires, y Álvaro Caso, hermano<br />
<strong>de</strong> una amiga, sugirió la mudanza a una casa <strong>de</strong> huéspe<strong>de</strong>s<br />
en el barrio judío <strong>de</strong> Gol<strong>de</strong>rs Green. Mi casera, quien pedía explícitamente<br />
que se le llamara “señora Gerda”, era una mujer tan simpática<br />
como un oficial prusiano <strong>de</strong> caballería. Me explicó con toda<br />
claridad las reglas <strong>de</strong> su feudo: “Ésta es su llave. Todas las mañanas,<br />
entre las siete y las nueve, encontrará usted pan, mermelada, mantequilla,<br />
un tostador, té y leche en la cocina. Se <strong>de</strong>berá preparar el<br />
<strong>de</strong>sayuno y lavar sus platos. Está prohibido recibir visitas y el día <strong>de</strong><br />
pago es el lunes <strong>de</strong> cada semana”. Acepté, tentado a respon<strong>de</strong>r con
90<br />
un saludo militar. Le di el primer billete y me instalé en una habitación<br />
<strong>de</strong> la planta alta. Al día siguiente bajé a las ocho quince. Tosté<br />
pan y, en el preciso momento que lo untaba con mermelada, sentí<br />
una presencia acechante. Era un joven algo mayor que yo, con el<br />
pelo encrespado que miraba fijo. De pronto, empezó a realizar una<br />
especie <strong>de</strong> suerte <strong>de</strong> karate en mi honor. Mis botones <strong>de</strong> alarma se<br />
activaron: ¿era un ladrón?, ¿un imbécil?, ¿sería peligroso? Terminó<br />
y, señalando el cuchillo lleno <strong>de</strong> mermelada, dijo: “Atácame”. Le<br />
expresé en un susurro que me parecía mala i<strong>de</strong>a, que podíamos<br />
lastimarnos (mi voz subía <strong>de</strong> tono con la esperanza <strong>de</strong> que alguien<br />
nos oyera). Explicó que era una autoridad en artes marciales, que<br />
podría <strong>de</strong>sarmarme con facilidad y que no me preocupara. Yo, que<br />
en ese momento veía pasar la vida entera frente a mis ojos, hice un<br />
acercamiento con el cuchillo a la misma velocidad que un caracol<br />
emplea para subir un árbol. Tomó mi muñeca y en ese momento<br />
solté el arma con todo y mermelada, mientras la señora Gerda le<br />
atizaba un sopapo en la nuca al karateka: “¡Mauro! ¡Te he dicho<br />
que no molestes a los huéspe<strong>de</strong>s!” En lugar <strong>de</strong> <strong>de</strong>smayarse ante<br />
el madrazo ejemplar, Mauro extendió la mano y saludó: “Mauro<br />
Crivelli, a sus ór<strong>de</strong>nes”.<br />
Cuando recuperé el resuello, pu<strong>de</strong> enterarme <strong>de</strong> que estaba recluido<br />
en la pensión hacía años, <strong>de</strong> que era suizo-italiano e inofensivo.<br />
Nunca registré si era pariente <strong>de</strong> mi casera o un pobre diablo al que<br />
sus padres, cansados <strong>de</strong> tal <strong>de</strong>mencia, <strong>de</strong>jaron ahí.<br />
Mauro se convirtió en mi compañía. Su libido era exacerbada y me<br />
mostraba, entre sudoraciones, una colección <strong>de</strong> revistas llenas <strong>de</strong><br />
mujeres dispuestas a todo. Yo lo llevaba a un almacén <strong>de</strong> juguetes,<br />
don<strong>de</strong> pasaba horas manipulando un tren eléctrico mientras asustaba<br />
a los niños. También fue mi <strong>de</strong>lator: un día introduje a una<br />
española <strong>de</strong> forma clan<strong>de</strong>stina en mi habitación logrando el más
91<br />
perfecto coitus interruptus que ha registrado la historia, ya que un<br />
par <strong>de</strong> golpes en la puerta nos <strong>de</strong>jaron el eros en los talones. Era<br />
la señora Gerda, furiosa y llena <strong>de</strong> términos como honorabilidad y<br />
confianza. Mauro se asomaba por su hombro tratando <strong>de</strong> guardar<br />
un registro visual <strong>de</strong> mi compañera <strong>de</strong>snuda. Fui perdonado pero<br />
<strong>de</strong>cidí, que ya era tiempo <strong>de</strong> otros aires, así que tomé un camión<br />
hacia Dover buscando espacios <strong>de</strong> menor recato.<br />
Llegué a París una mañana invernal, en medio <strong>de</strong> un frío polar.<br />
Encontré espacio en un albergue llamado extrañamente Asociación<br />
<strong>de</strong> Estudiantes Protestantes, ubicado en el 46 <strong>de</strong> Vaugirard, enfrente<br />
<strong>de</strong> los Jardines <strong>de</strong> Luxemburgo. <strong>La</strong> extrañeza consistía en que ninguno<br />
<strong>de</strong> los habitantes <strong>de</strong> esta comuna era protestante, y los menos<br />
estudiaban algo. Nuestro <strong>de</strong>nominador compartido era la juventud<br />
y, en muchos casos, la pobreza extrema.<br />
El edificio era imponente: una mole llena <strong>de</strong> pasillos oscuros y<br />
habitaciones cuyo costo variaba en función <strong>de</strong>l número <strong>de</strong> inquilinos.<br />
Me instalé con cuatro compañeros; un inglés llamado Steve,<br />
dueño <strong>de</strong> una casa en Brighton que rentaba y huérfano <strong>de</strong> padre<br />
y madre. Era un tipo generoso como pocos; el equivalente británico<br />
<strong>de</strong>l Mahatma. Había un iraní enorme, escondido tras un<br />
bigote zapatista, que logró el prodigio bíblico <strong>de</strong> nunca ingresar<br />
al cuarto <strong>de</strong> baño, lo que producía que <strong>de</strong> su cuerpo brotaran<br />
todos los humores posibles y algunos imposibles. A los <strong>de</strong>más los<br />
he olvidado.<br />
Probablemente yo era el único habitante <strong>de</strong>l albergue que no tenía<br />
actividad fija; todos mis compañeros trabajaban para mantenerse<br />
y hacer algo <strong>de</strong> provecho. Yo vagaba por la ciudad sin <strong>de</strong>stino ni<br />
horario alguno. Como no hablaba francés, y ya en un par <strong>de</strong> recintos<br />
me habían maltratado por esta carencia idiomática, tuve la i<strong>de</strong>a
92<br />
<strong>de</strong> fingirme sordomudo (está visto que en esa etapa <strong>de</strong> mi vida<br />
estaba convertido en suplantador profesional). Hoy <strong>de</strong>scubro que<br />
era una estrategia imbécil pero funcional: cuando la dueña <strong>de</strong> la<br />
boulangerie advertía mi falsa limitación, su ceño se suavizaba y<br />
me entregaba medio metro <strong>de</strong> pan con toda solicitud. Así, mudo,<br />
entraba a museos y observaba a los turistas. En el Louvre <strong>de</strong>scubrí<br />
que los viajeros respetables medían la eficacia <strong>de</strong> su viaje por el<br />
número <strong>de</strong> cuadros admirados por minuto; pasaban a la carrera<br />
por los gran<strong>de</strong>s salones entre Dureros y Velázquez, mientras buscaban<br />
en el catálogo las obras más famosas <strong>de</strong> la galería. Recuerdo<br />
que al lado <strong>de</strong> <strong>La</strong> Monalisa había un cuadro que me inspiró un<br />
cuento, que nunca escribí, acerca <strong>de</strong> la soledad <strong>de</strong> este vecino anónimo<br />
y envidioso <strong>de</strong>l éxito <strong>de</strong> <strong>La</strong> Gioconda.<br />
En México había <strong>de</strong>jado una novia que era la mujer <strong>de</strong> mis sueños.<br />
El día <strong>de</strong> Navidad reuní un kilo <strong>de</strong> monedas y entré a una cabina<br />
telefónica para marcar a su casa. Pronto las cosas tomaron mal cariz:<br />
su tono era distante y, mientras yo seguía insertando níquel en el<br />
aparato, ella me explicó que había conocido a otro (un tal Manuel),<br />
que ya no me quería y lo mejor era terminar en paz. Yo rogaba y<br />
suplicaba, pero ella, implacable, terminó la conversación que seguramente<br />
costó treinta francos. Esa noche se celebraba una fiesta en<br />
la Asociación. Yo, que no era afecto al alcohol, llegué a alturas etílicas<br />
insospechadas. Todo pasaba entre brumas, y en un momento<br />
<strong>de</strong>terminado la fiesta se movió a una gran habitación en la que<br />
pu<strong>de</strong> ser testigo <strong>de</strong> lo más cercano a una orgía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los tiempos<br />
<strong>de</strong> Calígula. Terminé en un baño con otra española que estudiaba<br />
flauta y que por algún misterio estaba convencida <strong>de</strong> que yo también<br />
me interesaba en la música.<br />
Aquella noche sucedieron cosas memorables: una pareja <strong>de</strong> alemanes,<br />
imbuida <strong>de</strong>l espíritu <strong>de</strong> la Liga <strong>de</strong> las Naciones, se encontró
93<br />
bíblicamente con otra pareja <strong>de</strong> italianos; la australiana fue poseída<br />
por al menos cuatro personas diferentes, y un negro <strong>de</strong> nombre<br />
Jean Paul me agarró una nalga poniéndome el susto <strong>de</strong> mi vida.<br />
Conservo una foto <strong>de</strong> la velada en la que me veo joven, flaco y con<br />
una incipiente calvicie que, con el tiempo (no mucho), ganaría la<br />
batalla <strong>de</strong> manera <strong>de</strong>finitiva.<br />
Una noche fui a la Casa <strong>de</strong> México buscando compatriotas. Fue<br />
terrible. <strong>La</strong> gente que encontré tenía mi edad pero era sobrada y<br />
pedante; puro Godard y Sartre, pura intelectualidad. Se vestían con<br />
un uniforme consistente en camisa negra, una bufanda muy parecida<br />
a la que usaban los poetas malditos, fumaban gitanes y tenían<br />
una mirada profunda. Decidí que no era lo mío, y esa conclusión<br />
precipitó otra: ¿qué era lo mío? Me <strong>de</strong>primió tanto la pregunta sin<br />
respuesta, que opté por tomar el primer avión <strong>de</strong> regreso ante el<br />
riesgo <strong>de</strong> tirarme al Sena en un arrebato que hubiera sido conmovedor<br />
pero <strong>de</strong> muy malas consecuencias para mi salud.<br />
Al regresar me encontré en una especie <strong>de</strong> limbo intelectual.<br />
Entonces hice algo muy raro: escribí un artículo para el periódico. Sé<br />
que así enunciado parece un asunto resuelto, pero en el momento<br />
<strong>de</strong> sentarme ante la computadora no tenía i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l formato necesario,<br />
la extensión y mucho menos noticia <strong>de</strong> que algún diario se<br />
interesara en mis servicios. Hojeé algunos periódicos y <strong>de</strong>cidí, lleno<br />
<strong>de</strong> sentido práctico, que el que más me convenía era el Unomásuno,<br />
ya que estaba cerca <strong>de</strong>l lugar don<strong>de</strong> vivía. Lo anterior revelaba no<br />
sólo imbecilidad, sino un profundo <strong>de</strong>sconocimiento <strong>de</strong> las cosas,<br />
ya que ese mismo año el periódico empezó a irse a pique <strong>de</strong> la<br />
peor manera posible. Hice una llamada telefónica para averiguar<br />
que mi interlocutor se llamaba Huberto Bátiz, cuyo nombre no me<br />
<strong>de</strong>cía nada, pero ello se <strong>de</strong>bía a mi ignorancia. Llegué al periódico y<br />
recuerdo que fui recibido por un joven llamado Fe<strong>de</strong>rico Campbell,
94<br />
que puso muy mala cara cuando le dije el motivo <strong>de</strong> mi visita, pues<br />
aparentemente el señor Bátiz tenía un humor <strong>de</strong> los mil <strong>de</strong>monios<br />
(no me lo pareció). Hizo una pregunta <strong>de</strong>sconcertante acerca <strong>de</strong> mi<br />
virginidad literaria, que no entendí, y acto seguido tomó las dos<br />
hojas que llevaba a su consi<strong>de</strong>ración y contestó como contestan<br />
todos los editores: “Ya veremos”.<br />
El miércoles siguiente se publicó el artículo en la sección cultural.<br />
El efecto <strong>de</strong> ver mi nombre en letras <strong>de</strong> imprenta fue múltiple y no<br />
muy lúcido: <strong>de</strong>cidí hacerme escritor... y ello me llevó con Miguel<br />
Dupin.<br />
Mi hijo <strong>de</strong>spertaba <strong>de</strong> un largo sueño y se <strong>de</strong>dicó a analizar absolutamente<br />
todas las opciones posibles <strong>de</strong> vi<strong>de</strong>ojuegos y películas<br />
que traía la consola individualizada enfrente <strong>de</strong> su asiento. Al final<br />
suspiró:<br />
—Parecería que las líneas aéreas establecen el siguiente silogismo…<br />
Toda la gente rica es pen<strong>de</strong>ja; la gente rica que viaja<br />
en avión, lo hace en primera clase; ergo, la gente rica que<br />
viaja en primera clase es pen<strong>de</strong>ja. ¿Te imaginas a un oligarca<br />
jugando tetris? Mejor abre las notas <strong>de</strong> Dupin —dijo en el<br />
momento que nos ofrecían escalopas <strong>de</strong> ternera a diez mil<br />
metros <strong>de</strong> altura.<br />
Me pareció una buena i<strong>de</strong>a. Dupin era un tipo metódico y había clasificado<br />
la información <strong>de</strong> manera sistemática. Encontré un dossier<br />
en el que se leía lo siguiente:<br />
Nos sigue el número nueve: mi abuelo nació en 1859, asistió a la feria<br />
<strong>de</strong> París en 1889 y se hizo padre en 1909. Yo mismo nací en 1959, justo<br />
cuando papá tenía cincuenta años (si mi vida fueran las apuestas, ése
95<br />
sería el dígito elegido). Fue un embarazo tardío e inesperado, pero embarazo<br />
al fin. Aparentemente mi madre, que ya no esperaba un hijo,<br />
se comportó a la altura y me recibió en su seno con cariño. Como le he<br />
contado, mi padre, bautizado como Pascal Tavernier, era un hombre<br />
nacido en cuna <strong>de</strong> plata; nada le faltaba y fue criado con las mejores<br />
maneras posibles. Sin embargo, pasa y es frecuente, que los hijos difieran<br />
<strong>de</strong> sus padres. Pascal no tenía el menor apego a lo mercantil. De hecho,<br />
nunca se interesó en los negocios. Era un joven <strong>de</strong> posibilida<strong>de</strong>s, pero no<br />
abusó <strong>de</strong> ello. Entiendo que cuando murió mi abuelo, en 1927, <strong>de</strong>cidió que<br />
gastaría sólo lo necesario para ir tirando, y viajó a México en 1932, asombrado<br />
por los hallazgos <strong>de</strong> Caso en Monte Albán. En Marsella abordó el<br />
vapor francés Saint Domingue y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una travesía que duró veintiocho<br />
días que le parecieron un infierno y que aprovechó para tratar <strong>de</strong><br />
apren<strong>de</strong>r algo <strong>de</strong> español, atracó en el puerto <strong>de</strong> Veracruz una mañana<br />
<strong>de</strong> marzo. Se dirigió <strong>de</strong> inmediato a Oaxaca y se presentó ante Alfonso<br />
Caso, el mexicano que había <strong>de</strong>scubierto la Tumba Siete. Caso valoró al<br />
joven <strong>de</strong> veintidós años y <strong>de</strong>cidió aceptarlo como voluntario; <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />
todo, le podía ser útil un muchacho que hablaba francés y <strong>de</strong>rrochaba<br />
entusiasmo, a pesar <strong>de</strong> las pullas <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong> los estudiantes y voluntarios<br />
<strong>de</strong>bido a la reciente <strong>de</strong>rrota <strong>de</strong> México frente a los franceses en el mundial<br />
<strong>de</strong> 1930 en Uruguay.<br />
<strong>La</strong> Tumba Siete —bautizada <strong>de</strong> esa manera porque ese número le correspondía<br />
en el or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> los hallazgos— era el sueño <strong>de</strong> cualquier arqueólogo.<br />
Su contenido, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> los restos <strong>de</strong> algunos nobles zapotecos,<br />
estaba formado por ofrendas diversas, como collares, anillos, bezotes,<br />
dia<strong>de</strong>mas y bastones confeccionados con oro, plata, turquesa y obsidiana.<br />
<strong>La</strong> calidad <strong>de</strong> los trabajos era inédita, y es por ello que en poco<br />
tiempo Caso, al lado <strong>de</strong> su esposa María Lombardo, pudo incrementar<br />
los recursos <strong>de</strong>stinados a la excavación y ganar fama mundial.
96<br />
<strong>La</strong>s tareas <strong>de</strong> mi padre fueron diversas y variadas. En las cartas que me<br />
mandaba al internado en Suiza, años <strong>de</strong>spués, relataba que lo mismo<br />
podía acarrear tierra que participar en la construcción <strong>de</strong> un acceso<br />
para los trabajadores. También colaboró en las labores <strong>de</strong> clasificación<br />
<strong>de</strong> las más <strong>de</strong> doscientas piezas encontradas. Fue una época notable <strong>de</strong><br />
su vida, en la que aprendió a amar a este país. El equipo <strong>de</strong> Caso realizó<br />
trabajos en la zona durante dieciocho temporadas, pero mi padre<br />
<strong>de</strong>cidió retirarse al cumplir el cuarto año, y en 1935 viajó a la ciudad<br />
<strong>de</strong> México, atraído por el fermento cultural que se gestaba en la capital.<br />
Fue ahí don<strong>de</strong> conoció a mi madre, en una reunión celebrada en la<br />
entonces exclusiva colonia Santa María la Ribera y a la que había sido<br />
invitado como miembro <strong>de</strong> la colonia francesa. Ella se llamaba Dolores y<br />
tenía veinte años. Según las crónicas que recibí en Suiza, era una mujer<br />
hermosa. No la puedo recordar, pero sí en cambio anexarle una foto <strong>de</strong><br />
poco tiempo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su boda.<br />
Hice una pausa en la lectura y extraje la fotografía amarillenta y con<br />
los bor<strong>de</strong>s <strong>de</strong>sgastados, don<strong>de</strong> se apreciaba a una pareja feliz: él<br />
vestido con <strong>de</strong>senfado y con el pelo ligeramente largo; la madre <strong>de</strong><br />
Dupin era bella, tenía el pelo corto y recogido y posaba para la foto<br />
levantando una pierna en algo que Juan Pablo supuso una broma.<br />
Usaba pantalones y un cuerpo esbelto. Continué la lectura:<br />
Mis padres casaron en 1937 y se instalaron en una casa en Santa María.<br />
No vivían con excesos pero tampoco con mo<strong>de</strong>stia. Viajaban por toda la<br />
República fascinados por su semblante multicolor. En 1942 estuvieron<br />
en el recién nacido volcán Paricutín y por esa misma época se <strong>de</strong>dicaron<br />
a ayudar a los inmigrantes que huían <strong>de</strong> la guerra, a veces alojándolos<br />
<strong>de</strong> manera temporal, a veces consiguiendo trabajo para ellos.<br />
Durante años intentaron tener un hijo e iniciaron un proceso <strong>de</strong> enorme<br />
<strong>de</strong>sgaste. Tres veces mi madre se embarazó y tres veces perdió a los que
97<br />
hubieran sido mis hermanos. Cuando sus esperanzas se empezaron a<br />
agotar, llegó el año <strong>de</strong> 1959 y en febrero mi madre anunció que estaba<br />
embarazada por cuarta vez. Extremaron los cuidados y es así como vine<br />
a este mundo en el mes <strong>de</strong> octubre. El resto <strong>de</strong> su historia la conoce ya,<br />
amigo mío, por lo que creo que es menester pasar a mi abuelo.<br />
—¿Cuál es el resto padre? —me preguntó José María, que<br />
había seguido con atención la lectura.<br />
—Los padres <strong>de</strong> Dupin murieron en un acci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> que perdió la vista, cuando estaba en un internado<br />
suizo. Luego regresó a México y se hizo terapeuta. Es todo lo<br />
que sé.<br />
—Qué chinga.<br />
Mi abuelo nació en París a mediados <strong>de</strong>l siglo XiX, en el seno <strong>de</strong> una<br />
familia muy mo<strong>de</strong>sta. Aparentemente su madre, mi bisabuela, murió<br />
durante el parto y su padre años <strong>de</strong>spués, en la represión <strong>de</strong> la Comuna<br />
<strong>de</strong> París. De algún modo estudió en una escuela politécnica y logró entrar<br />
como aprendiz al laboratorio <strong>de</strong> Luis Pasteur…<br />
—¿Luis Pasteur? ¿El Luis Pasteur?<br />
Uno <strong>de</strong> los temas en que mi abuelo, cuyo nombre era Bertrand Tavernier,<br />
se interesó fue el <strong>de</strong> la fermentación, que era una <strong>de</strong> las líneas <strong>de</strong> trabajo<br />
<strong>de</strong> Pasteur. Después <strong>de</strong> unos años sabía lo necesario para embarcarse<br />
en la creación <strong>de</strong> una fórmula para fabricar cerveza. Se asoció entonces<br />
con un tal Benoit Pouchet, pero por alguna razón disolvió esta sociedad<br />
y presentó la patente, que lo hizo rico, únicamente a su nombre. Esto lo<br />
sabemos porque mi padre conservaba una carta en francés <strong>de</strong> la cual le<br />
anexo copia y que tiene fecha <strong>de</strong>l viernes 28 <strong>de</strong> febrero <strong>de</strong> 1890.
98<br />
Bertrand:<br />
Es monstruoso lo que nos has hecho a Isabel y a mí, es indigno <strong>de</strong> un<br />
hombre al que le profesé mi amistad. Haré lo que pueda porque pagues<br />
esta canallada, esta vileza sin nombre. Isabel está <strong>de</strong>vastada, pero te<br />
garantizo que cuando Jean Marié crezca le explicaré la clase <strong>de</strong> alimaña<br />
que eres. Me vengaré… lo juro.<br />
Benoit Pouchet<br />
Aparentemente Benoit intentó vengarse, y a mediados <strong>de</strong> la década <strong>de</strong><br />
los noventa, según contaba mi padre, atacó a mi abuelo en la calle provocándole<br />
una herida <strong>de</strong> la cual se recuperó. Benoit fue con<strong>de</strong>nado y sufrió<br />
prisión en la Isla <strong>de</strong>l Diablo. Si las fechas coinci<strong>de</strong>n, es probable que haya<br />
sido compañero <strong>de</strong> reclusión <strong>de</strong> Alfred Dreyfus.<br />
Después <strong>de</strong> un cierto análisis he asumido que “Isabel” <strong>de</strong>be haber sido<br />
la hermana o la esposa <strong>de</strong> Benoit, y Jean Marié el hijo <strong>de</strong> alguno <strong>de</strong> los<br />
dos o <strong>de</strong> ambos, en caso <strong>de</strong> que fueran pareja… El resto es un misterio<br />
impenetrable que espero puedan resolver.<br />
Les mando un abrazo a ambos,<br />
El avión, a 900 kilómetros por hora, se aproximaba a Europa.<br />
Dupin
Catorce<br />
El resto <strong>de</strong>l viaje lo <strong>de</strong>dicaron padre e hijo a dormitar y a charlar un<br />
poco. A Juan Pablo, que conocía perfectamente a su hijo, le parecía<br />
que algo le molestaba, por lo que preguntó:<br />
—¿Cómo vas con Gabriela?<br />
—Tan bien como el Titanic, padre. Le importo tanto como<br />
los indios a Custer. Aparentemente —sonrió— heredé tu<br />
éxito con las mujeres.<br />
Juan Pablo correspondió a la pulla con una mueca.<br />
[99]
100<br />
—Creo que es un poco mayor para ti.<br />
—Es probable, aunque lo entiendo poco. George Sand, cuyo<br />
apellido por cierto era Dupin, le llevaba seis años a Chopin<br />
y nadie la consi<strong>de</strong>ró una vieja lagartona. El hecho es que<br />
Gabriela me ve como a un ave <strong>de</strong>l trópico, y eso me exaspera<br />
un poco. Hay veces que me gustaría ser más normal.<br />
—Lo eres, lo eres —respondió Juan Pablo mientras le apretaba<br />
el brazo con afecto.<br />
El avión tocó pista y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> recoger sus pertenencias, tomaron<br />
un taxi que los llevó al hotel seleccionado por Dupin. Se encontraba,<br />
en efecto, muy cerca <strong>de</strong> los Jardines <strong>de</strong> Luxemburgo, en el<br />
número 3 <strong>de</strong> la Rue <strong>de</strong> l’Abbé <strong>de</strong> l’Epée, en la ribera sur <strong>de</strong>l Sena.<br />
Se trataba <strong>de</strong> un pequeño lugar <strong>de</strong> veintidós habitaciones sencillo y<br />
acogedor. Les correspondió una buhardilla <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la que <strong>de</strong>stacaba<br />
la silueta <strong>de</strong> la cúpula <strong>de</strong>l Panthéon.<br />
Amanecía en París.<br />
José María se tendió en la espaciosa cama <strong>de</strong> latón.<br />
—Qué chingón, padre. No está nada mal la vida <strong>de</strong> ricos ¿eh?<br />
—exclamó—. ¿Te parece que salgamos a dar una vuelta?<br />
Así lo hicieron y pasaron el día juntos. El otoño parisino se <strong>de</strong>splegaba<br />
y Juan Pablo sintió cómo se removían las nostalgias <strong>de</strong><br />
su viaje <strong>de</strong> juventud. Caminaron por las espaciosas avenidas diseñadas<br />
por Haussmann, enmarcadas entre los árboles <strong>de</strong>foliados.<br />
Visitaron las Tullerías, el museo Picasso —que a Juan Pablo siempre<br />
le había parecido mucho más acogedor que un monstruo como
101<br />
el Louvre— y comieron baguetes sentados enfrente <strong>de</strong> Notre Dame,<br />
don<strong>de</strong> reconocieron el lugar en el que se quitó la vida Antonieta<br />
Rivas Mercado el 11 <strong>de</strong> febrero <strong>de</strong> 1931. No escapó a ninguno el<br />
<strong>de</strong>talle <strong>de</strong> que el padre <strong>de</strong> Dupin, Pascal, se encontraba justamente<br />
en París en el momento <strong>de</strong>l suicidio <strong>de</strong> la mexicana.<br />
De todo lo visitado, sin embargo, lo que más impactó a José María<br />
fue la librería Shakespeare and Co., situada en la rue <strong>de</strong> la Bûcherie,<br />
a un costado <strong>de</strong>l Sena. Al joven le pareció maravillosa la historia<br />
<strong>de</strong> George Whitman, su dueño y fundador, que convirtió esa casa<br />
llena <strong>de</strong> recovecos en un homenaje a la hospitalidad y la bonhomía.<br />
Regresaron al caer la tar<strong>de</strong>, fatigados por su recorrido y por los saldos<br />
<strong>de</strong>l viaje trasatlántico. José María se <strong>de</strong>dicó a leer las andanzas<br />
<strong>de</strong> Jean Valjean, mientras que Juan Pablo prendió su computadora<br />
portátil… el aparato emitió un sonido familiar.<br />
Había un mensaje <strong>de</strong> Miguel Dupin.<br />
José María <strong>de</strong>jó su libro y prestó atención.<br />
—¿Hay correo, padre?<br />
—Lo hay. Es <strong>de</strong> Dupin, aunque no me acostumbro a esto <strong>de</strong><br />
los correos ni a los celulares.<br />
—No seas obsoleto, padre, es lo <strong>de</strong> hoy. A<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>bes<br />
saber que se <strong>de</strong>sarrollaron hace un madral <strong>de</strong> años. En 1971<br />
se inventó el correo. Era un intranet <strong>de</strong> pacotilla, pero un<br />
avance. Lo firmó un hombre que acaba <strong>de</strong> ganar el Asturias<br />
<strong>de</strong> ciencia, se lo merece. El celular es otra cosa: hace cien mil<br />
años la gente lo llevaba como un cetro real, ahora cualquier
102<br />
pelagatos trae el suyo. Cuatro mil millones <strong>de</strong> personas tienen<br />
un cel. ¿Les urge? No sé, pero es una buena oportunidad<br />
para reflexionar acerca <strong>de</strong> las necesida<strong>de</strong>s sociales… ¿arroz o<br />
celular? <strong>La</strong> gente elegiría celular, y eso nos obliga a enten<strong>de</strong>r<br />
que en un rato los celulares servirán para acercar a los que<br />
están lejos, pero alejar a los cercanos.<br />
Juan Pablo sonrió. Estaba acostumbrado a las disertaciones <strong>de</strong><br />
su hijo y sabía que en ellas había siempre una pizca <strong>de</strong> razón. Lo<br />
provocó:<br />
—Sí, pero es un sistema impersonal que a<strong>de</strong>más vulnera<br />
cualquier intimidad posible. No contestarlo es motivo <strong>de</strong><br />
sospecha.<br />
<strong>La</strong> respuesta tardó medio segundo:<br />
—Padre, me recuerdas a un viejito que alega que en sus<br />
tiempos las cosas eran mejores. Te <strong>de</strong>be costar trabajo<br />
enten<strong>de</strong>r que ahora hay Facebook, Twitter y re<strong>de</strong>s sociales.<br />
Pue<strong>de</strong>n ser frívolas, vacías o con nubes <strong>de</strong> tarados, pero es<br />
lo que rifa.<br />
—José María, me pue<strong>de</strong>s dar las lecciones que gustes. Es<br />
probable que sientas un enorme orgullo por comunicarte<br />
instantáneamente o por ver tu foto en el Facebook. Está<br />
bien. Cuando yo tenía tu edad, <strong>de</strong>bía buscar una pluma,<br />
un papel y darme el tiempo y la cabeza para escribir algo<br />
sensato. Luego, compraba timbres y un sobre y mandaba el<br />
mensaje, que era irreversible porque en las letras escritas no<br />
existe un comando que las borre. No sé qué es mejor, no sé<br />
qué es peor, pero no me acomodo.
103<br />
—Viejito —repitió José María y le lanzó un almohadazo a<br />
traición.<br />
El texto <strong>de</strong> Dupin <strong>de</strong>cía:<br />
Estimados amigos (estoy tentado a llamarlos “cómplices”)… Espero<br />
que su vuelo haya sido placentero y la llegada a la Ciudad Luz llena<br />
<strong>de</strong> ven turas. José María, no <strong>de</strong>jes <strong>de</strong> ir al Museo Picasso y, si te intere sa<br />
Napoleón, te sugiero que visites la Malmaison, un castillo que edificó<br />
Josefina muy cerca <strong>de</strong> París. De hecho, ella lo compró mientras él se<br />
encontraba en la campaña <strong>de</strong> Egipto, y cuando regresó montó en cólera<br />
por el costo exorbitante. Es un lugar precioso.<br />
Bien, es sólo un saludo. Ya me darán noticias. Pero no crea, Juan Pablo,<br />
que he olvidado mi compromiso… le regalo una segunda historia que<br />
anexo, en espera, nuevamente, <strong>de</strong> su indulgencia literaria. Ésta me la<br />
obsequió uno <strong>de</strong> mis pacientes más apreciados y simpáticos. Confío en<br />
que los hará reír.<br />
Los abraza: Dupin<br />
Se trataba, en efecto, <strong>de</strong> una historia divertida acerca <strong>de</strong> un hombre<br />
que inventa un brasier para hombres y <strong>de</strong>dica su vida a comercializarlo<br />
sin ningún éxito y con <strong>de</strong>sventuras cómicas.<br />
—¿Será cierto que Dupin cobra con historias?<br />
—Dupin me dijo que las historias que coleccionaba podían<br />
ser realidad o ficción, aunque ésta parece bastante verosímil.<br />
En fin, a dormir, que mañana nos espera un largo día.
Quince<br />
Dupin terminó la sesión vespertina y fue a su estudio, como lo<br />
hacía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> treinta años atrás, para tomar un trago y escuchar la<br />
BBC. Mientras caminaba pensó en Juan Pablo y José María. Le simpatizaban,<br />
sobre todo el muchacho. Se sentía solo, muy solo, y<br />
entonces recordó a Eugenia…<br />
Cuando era un joven estudiante <strong>de</strong> psicología, Dupin se había convertido<br />
ya en un lobo estepario, un ser solitario e incomunicado.<br />
Recelaba <strong>de</strong> todo y <strong>de</strong> todos. Su ceguera y su fortuna lo hacían pensar<br />
que todo aquel que iniciara un acercamiento estaba motivado<br />
por la compasión o la avaricia. Era por ello que llegaba a la facultad<br />
[105]
106<br />
escoltado por un chofer y se dirigía sin más al aula correspondiente<br />
para tomar la clase sin hablar con nadie y dudando siempre <strong>de</strong><br />
intervenir en las discusiones, a menos que se le formularan preguntas<br />
expresas.<br />
Una tar<strong>de</strong>, sin embargo, y a pesar <strong>de</strong> que conocía <strong>de</strong> memoria el<br />
camino, tropezó con un bote que algún inten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>scuidado<br />
había <strong>de</strong>jado a mitad <strong>de</strong>l camino. Cayó al piso y, en el momento<br />
que hacía el a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> levantarse, sintió una mano <strong>de</strong> mujer que<br />
lo tomaba <strong>de</strong>l brazo y le ayudaba a incorporarse.<br />
—¿No te lastimaste? —fue la pregunta. <strong>La</strong> voz era juvenil,<br />
sin duda <strong>de</strong> una estudiante.<br />
Con el amor propio zaran<strong>de</strong>ado, Dupin exclamó:<br />
—No fue nada, gracias, un simple tropezón.<br />
—¿Quieres que te acompañe a don<strong>de</strong> vayas?<br />
—No es necesario, conozco el camino. Gracias <strong>de</strong> nuevo.<br />
Pasaron un par <strong>de</strong> días, y esta vez, cuando Miguel se dirigía a clase,<br />
escuchó la misma voz femenina <strong>de</strong> días antes.<br />
—¿No hubo huesos fracturados?<br />
—No, salí ileso —fue la respuesta ligeramente seca.<br />
—¿Siempre eres tan hostil con la gente que te ayuda?<br />
—¿Y tú siempre eres tan curiosa? —respondió Miguel.
107<br />
—Sólo con la gente que me parece interesante. Me llamo<br />
Eugenia, soy tu compañera en Psicología Clínica y te he visto<br />
antes. ¿En verdad te llamas Maurice?<br />
—En verdad —respondió Dupin al tiempo que extendía la<br />
mano—. <strong>La</strong>mento <strong>de</strong>cir que yo no te he visto y es probable<br />
que nunca lo haga. Mucho gusto.<br />
A partir <strong>de</strong> ese momento los jóvenes iniciaron una amistad en la<br />
que el <strong>de</strong>senfado y la inteligencia <strong>de</strong> Eugenia lograron abatir las<br />
reservas y <strong>de</strong>fensas <strong>de</strong> Dupin. Empezaron a dar largos paseos en los<br />
que ella le daba explicaciones <strong>de</strong>talladas <strong>de</strong> todo lo que veía. Una<br />
tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> marzo se acostaron juntos y Miguel <strong>de</strong>scubrió que estaba<br />
enamorado. Sentía por primera vez la fuerza <strong>de</strong> un cariño incondicional<br />
y la posibilidad —que nunca consi<strong>de</strong>ró con seriedad— <strong>de</strong><br />
tener una pareja y formar una relación dura<strong>de</strong>ra.<br />
Pasaron los meses, y una mañana <strong>de</strong> septiembre Dupin le pidió a<br />
Eugenia que se casara con él:<br />
—Pensé que jamás lo propondrías, pelmazo —fue la respuesta<br />
llena <strong>de</strong> felicidad.<br />
<strong>La</strong> boda se celebró en el mes <strong>de</strong> marzo, un año <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que<br />
los jóvenes se habían encontrado por vez primera. Asistieron solamente<br />
los padres <strong>de</strong> Eugenia a una ceremonia civil en la casa <strong>de</strong><br />
Dupin. Esa noche, recostados <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> hacer el amor, Eugenia<br />
susurró a Miguel mientras lo besaba:<br />
—Quiero un hijo, Mauricio.
108<br />
Dupin, sentado en el sillón, recordaba ese periodo como el más<br />
feliz <strong>de</strong> su vida. A los pocos meses <strong>de</strong> casarse, ambos se graduaron<br />
<strong>de</strong> la universidad e iniciaron una mo<strong>de</strong>sta consulta en un pequeño<br />
condominio que él había rentado. Durante la comida intercambiaban<br />
sus impresiones sobre los pocos casos que cada uno llevaba.<br />
Por la tar<strong>de</strong> daban largas caminatas acompañados <strong>de</strong> Argos, el<br />
perro que Eugenia le había regalado a Miguel para que le hiciera<br />
compañía. Asistían a conciertos y gozaban <strong>de</strong> una vida en solitario,<br />
pero juntos y satisfechos.<br />
Viajaron por Europa y recorrieron lugares que Dupin imaginaba<br />
a través <strong>de</strong> sus lecturas: París, Capri en homenaje a Munthe, y<br />
muchas <strong>de</strong> las islas griegas. Eugenia <strong>de</strong>scribía con <strong>de</strong>talle todo lo<br />
que veía y Dupin escuchaba atento, sabiendo que <strong>de</strong>bía atesorar<br />
cada instante. Una tar<strong>de</strong> en Corfu, una <strong>de</strong> las islas jónicas, se <strong>de</strong>tuvieron<br />
en un hostal a tomar un refrigerio. Se trataba <strong>de</strong> una agradable<br />
casa encalada con mesas en la terraza. Era atendida por una<br />
familia <strong>de</strong> dos hombres viejos y sus tres hijas casi adolescentes.<br />
Fue una velada memorable. El patriarca sacó vino y narró historias<br />
mientras tocaba una guitarra. Les contó que había conocido a<br />
su esposa a través <strong>de</strong> cartas enviadas por palomas mensajeras, ya<br />
que el padre <strong>de</strong> ella, su suegro, se oponía tajante a su relación. <strong>La</strong>s<br />
hijas habían sido bautizadas en honor <strong>de</strong> diosas griegas: Atenea,<br />
Hera y Deméter. Escuchaban a su padre con veneración, mientras<br />
la mujer, una griega <strong>de</strong> facciones curtidas por el sol mediterráneo,<br />
servía viandas. Dupin jamás olvidó sus voces.<br />
Ese viaje y otros muchos los acercaron, los unieron. Miguel Dupin<br />
no entendía cómo había <strong>de</strong>jado pasar tanta vida sin atreverse a ser<br />
feliz y recelando <strong>de</strong> todo y todos.
109<br />
Pasaron un par <strong>de</strong> años. <strong>La</strong>s consultas <strong>de</strong> ambos empezaron a recibir<br />
un mayor número <strong>de</strong> pacientes, hasta que una tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> julio,<br />
mientras Dupin leía, escuchó aproximarse a Eugenia por atrás <strong>de</strong>l<br />
sillón. Ella tapó sus ojos siguiendo una broma vieja y le dijo:<br />
—Maurice, estoy embarazada.<br />
<strong>La</strong> noticia lo <strong>de</strong>sarmó. No la esperaba. Se abrazaron mientras lágrimas<br />
emergían <strong>de</strong> los ojos sin vida <strong>de</strong> Dupin.<br />
Se dieron a la tarea <strong>de</strong> buscar ropa y accesorios para recibir a su<br />
hijo, remo<strong>de</strong>laron el <strong>de</strong>partamento, iniciaron batallas campales en<br />
la búsqueda <strong>de</strong>l nombre correcto. Hasta que un día Eugenia sintió<br />
molestias e hizo una cita con el médico.<br />
Dos meses <strong>de</strong>spués, mientras Miguel estudiaba, llegó Eugenia al<br />
salón en el que ambos trabajaban. Su voz era el preludio <strong>de</strong> un<br />
<strong>de</strong>sastre y Dupin lo adivinó <strong>de</strong> inmediato:<br />
—¿Qué pasa? —la pregunta estaba cargada <strong>de</strong> ansiedad.<br />
—Te lo diré rápido, como creo que <strong>de</strong>ben <strong>de</strong>cirse estas<br />
cosas. Estoy agonizando… tengo cáncer. El médico me da<br />
algunas semanas <strong>de</strong> vida. No hay nada que hacer, nuestro<br />
hijo no podrá sobrevivir. Perdóname, Maurice.<br />
Los siguientes días se constituyeron en un tobogán emocional<br />
para los dos. <strong>La</strong>s consultas a los mejores médicos fueron infructuosas.<br />
El tiempo con el que contaban era insuficiente para salvar<br />
a su hijo. Eugenia le comunicó a Miguel la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> terminar<br />
con su vida, y él nada pudo hacer para evitarlo. Su última noche<br />
juntos cenaron, tomaron vino, hicieron el amor, y en la mañana
110<br />
ella ya había fallecido al vaciar un frasco <strong>de</strong> pastillas que había<br />
elegido para ese fin.<br />
Después <strong>de</strong>l funeral, Maurice se encerró en su habitación <strong>de</strong> la que<br />
salió dos días más tar<strong>de</strong> transformado en Miguel Dupin y convencido<br />
<strong>de</strong> que abrazar afectos era la vía más corta para morirse <strong>de</strong> tristeza.
Dieciséis<br />
<strong>La</strong> mañana amaneció esplendorosa en París. José María y su padre<br />
<strong>de</strong>cidieron poner manos a la obra, y mientras <strong>de</strong>sayunaban <strong>de</strong>linearon<br />
el plan <strong>de</strong> trabajo: en el pequeño comedor <strong>de</strong>l hotel sólo<br />
había un huésped solitario. Juan Pablo revisó sus notas, que eran<br />
ligeramente <strong>de</strong>smoralizantes:<br />
1. Bertrand Tavernier <strong>traicion</strong>a a su socio <strong>de</strong> nombre Benoit<br />
Pouchet.<br />
2. Tavernier se hace rico fundando la compañía B&B.<br />
[111]
112<br />
3. Benoit tiene una hermana o esposa <strong>de</strong> nombre Isabel.<br />
4. Él, ella o ambos tienen un hijo… Jean Marié.<br />
Nada más.<br />
—Bien —Juan Pablo trató <strong>de</strong> hacer un resumen—, sabemos<br />
que Bertrand murió en 1927 en una finca cercana a París,<br />
que su hijo Pascal viaja a México en la década <strong>de</strong> los treinta,<br />
se casa allá y procrea a Dupin, quien se cambió el nombre<br />
como homenaje a dos <strong>de</strong> sus héroes. También que Benoit<br />
intentó matar a Bertrand y que acabó sus días en la Isla <strong>de</strong>l<br />
Diablo. ¿Qué opciones nos da esta información?<br />
—Un par por lo menos, padre —respondió José María<br />
mientras mordisqueaba su baguette—. <strong>La</strong> primera y más<br />
evi<strong>de</strong>nte es buscar en la guía telefónica a todos los Pouchet<br />
que lleven el nombre <strong>de</strong> Benoit, Isabel o Jean Marié. Es una<br />
talacha infecta pero necesaria. De hecho, en la mañana navegué<br />
un rato y me encontré con la página infobel.fr. Ahí viene<br />
el directorio telefónico <strong>de</strong> toda Francia, aunque creo que lo<br />
primero es concentrarse en París.<br />
—¿Y la segunda?<br />
—Ir a las oficinas corporativas <strong>de</strong> B&B, que todavía se mantienen<br />
en París, aunque ya las compraron unos oligarcas alemanes.<br />
En este caso, necesitamos el charolazo <strong>de</strong>l nieto <strong>de</strong><br />
su fundador, aunque no creo que eso sea problema. Ya sé<br />
que suena tan excitante como el Facebook <strong>de</strong>l Garra, pero<br />
esas son las alternativas. ¿Cómo ves?
113<br />
Parecía razonable, así que Juan Pablo marcó el número <strong>de</strong> Dupin,<br />
le expuso la situación y una hora <strong>de</strong>spués entraba en el fax <strong>de</strong>l<br />
hotel un salvoconducto para él y su hijo, con los atentos saludos<br />
<strong>de</strong> Maurice Tavernier.<br />
—Así se llama Dupin —dijo José María—, perfecto.<br />
Había dos tareas por realizar. Una <strong>de</strong> ellas “infecta”, que consistía<br />
en rastrear a la familia Pouchet en la guía telefónica, mientras que<br />
la otra parecía ligeramente más grata. Juan Pablo sugirió echarlo a<br />
la suerte y sacó una moneda <strong>de</strong> un euro. De un lado se apreciaba la<br />
imagen <strong>de</strong> un árbol <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un hexágono, y <strong>de</strong>l otro el valor <strong>de</strong><br />
la moneda y su símbolo.<br />
—¿Cuál es águila y cuál sol? —preguntó.<br />
—Digamos, “árbol” o “número”. Pido árbol.<br />
<strong>La</strong> moneda giró en el aire, se <strong>de</strong>slizó <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la mesa y fue recogida<br />
por Juan Pablo, que exclamó:<br />
—Ganaste. Supongo que eliges B&B.<br />
—Supones correctamente, padre.<br />
El <strong>de</strong>sayuno terminó y, mientras Juan Pablo se dirigía a la pequeña<br />
sala <strong>de</strong> estar <strong>de</strong>l hotel, José María tomó un plano que le entregó el<br />
concierge y salió a la calle, pactando con su padre que se verían a las<br />
ocho <strong>de</strong> la noche para dar cuenta <strong>de</strong> sus pesquisas.
Diecisiete<br />
París no tiene madre, lo sabía. Es evi<strong>de</strong>nte que sus habitantes lo<br />
saben y te miran por arriba <strong>de</strong>l hombro… no es necesario ser arrogante<br />
ni idiota cuando atien<strong>de</strong>s a un turista extranjero y mucho<br />
menos dar resoplidos <strong>de</strong> perro.<br />
El hotel tampoco tuvo madre. Es como ser Enrique IV: hay buhardilla,<br />
tina y cualquier cantidad <strong>de</strong> pomaditas que no necesitamos. Nos<br />
dividimos el trabajo: mi padre perdió el volado y tiene que revisar la<br />
guía telefónica; a mí me toca ir a la empresa…<br />
[115]
116<br />
Llamé y me atendió una señora. Me explicó que una cita era posible<br />
sólo si yo <strong>de</strong>mostraba interés jurídico. Me pareció una mamada, pero<br />
la carta <strong>de</strong> Dupin me antecedía, así que <strong>de</strong>jé a la gorda <strong>de</strong> doce euros<br />
hablando sola y le dije que quería hablar con su supervisora. Esperé<br />
un minuto y me contestó una mujer amable. No entendía cómo era<br />
posible que mi salvoconducto tuviera más <strong>de</strong> cien años, pero me dio<br />
cita a las doce.<br />
Llegué a un corporativo impresionante: dos secretarias sacadas <strong>de</strong><br />
revistas <strong>de</strong> buenonas indagaban acerca <strong>de</strong> mi pasado. Di la i<strong>de</strong>ntificación<br />
<strong>de</strong> la unaM, parpa<strong>de</strong>aron y pasé al piso quince, don<strong>de</strong> fui<br />
recibido por otra mujer. Expliqué mi cita, se me ofreció un refresco<br />
asqueroso <strong>de</strong> nombre orangina y, pasados diez minutos, llegó Elisa.<br />
No mames…<br />
Era una mezcla <strong>de</strong> Isabelle Huppert y Grace Kelly.<br />
Tiene veintipocos años y no parece francesa: el pelo negro cortado a<br />
los hombros. <strong>La</strong>s facciones son regulares y su trato suave.<br />
Sonrió:<br />
—No eres francesa —dije.<br />
—Es lo que todo mundo me dice, pero lo soy. Mi abuelo<br />
emigró poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la Guerra Civil española, venía <strong>de</strong><br />
Granada, así que algo <strong>de</strong> andaluz hay en mí.<br />
Hizo una pausa, me miró y lanzó varias preguntas.
117<br />
—<strong>La</strong> verdad es que nos intrigó mucho tu visita. No todos los<br />
días recibimos una comunicación <strong>de</strong>l nieto <strong>de</strong> nuestro fundador<br />
<strong>de</strong>l que, para serte franca, ni siquiera sabíamos <strong>de</strong> su<br />
existencia. Por otro lado, tú eres <strong>de</strong>masiado joven, lo que produce<br />
un segundo misterio. En fin, ya me contarás. Mi nombre<br />
es Elisa Domínguez y soy la responsable <strong>de</strong> los archivos históricos<br />
<strong>de</strong> la compañía. Manejamos un pequeño museo que<br />
se encuentra en la planta baja. ¿Te parece que platiquemos<br />
mientras lo visitamos?<br />
Me parecía, así que tomamos el elevador y entramos a un salón no<br />
muy gran<strong>de</strong> en el que se apreciaban fotografías viejas, envases <strong>de</strong><br />
cerveza originales, actas notariadas y madres <strong>de</strong>l estilo. Bertrand<br />
Tavernier posaba en una foto con los brazos cruzados y aire satisfecho.<br />
Detrás <strong>de</strong> él se veía una turba <strong>de</strong> trabajadores que seguro estaban<br />
a huevo en la fotografía. Los enmarcaba un edificio con un letrero<br />
enorme: B&B Bière. Tavernier era un hombre alto y con un mostacho<br />
como el <strong>de</strong> Agallón Mafafas. Elisa preguntó entonces:<br />
—Bien, ¿qué te trae por acá?<br />
Medité unos segundos la respuesta para tratar <strong>de</strong> ser lo más claro<br />
posible.<br />
—Mi padre y yo fuimos comisionados para tratar <strong>de</strong> rastrear<br />
un misterio. Bertrand Tavernier registró y fundó esta compañía<br />
a finales <strong>de</strong>l siglo XiX, se hizo millonario y también<br />
sabemos que más o menos veinte años <strong>de</strong>spués la vendió a<br />
una corporación que, a su vez, fue absorbida por este grupo.<br />
Sin embargo, hay un problema. Bertrand tenía un socio al<br />
que <strong>de</strong>jó en la calle. <strong>La</strong> pregunta que nos interesa respon<strong>de</strong>r<br />
es ¿qué fue lo que pasó para provocar ese distanciamiento?
118<br />
Y es ahí don<strong>de</strong> necesitamos tu ayuda. Cualquier referencia<br />
a algún reclamo por parte <strong>de</strong> Benoit Pouchet, Isabel (ignoramos<br />
el apellido pero podría ser Pouchet también) o Jean<br />
Marié Pouchet sería <strong>de</strong> enorme utilidad.<br />
Elisa me miró pensativa, pero risueña.<br />
—Me encantan los misterios. Éste en particular no me es<br />
familiar, aunque me gustaría ayudarte. Te propongo que<br />
me <strong>de</strong>s un par <strong>de</strong> días para revisar los archivos <strong>de</strong> la empresa<br />
y me comunico contigo. ¿Estás <strong>de</strong> acuerdo?<br />
Sólo un imbécil, que no era yo, no lo estaría, así que accedí y saqué<br />
una tarjeta que había tomado en la recepción <strong>de</strong>l hotel. Elisa me <strong>de</strong>spidió<br />
con un beso y me hizo un cariño en el pelo, que es el mismo<br />
que se le hace a un perro. Prometió llamarme.<br />
Regresé al hotel y encontré a mi pobre padre con los ojos rojos y una<br />
libreta <strong>de</strong> notas llena <strong>de</strong> garabatos. Su aspecto era el <strong>de</strong> un <strong>de</strong>shollinador<br />
y se notaba fastidiado.<br />
—Por lo visto no te fue bien —dije cuando le vi la cara <strong>de</strong><br />
hueva interplanetaria.<br />
—Depen<strong>de</strong>. Hay catorce Pouchets en París, incluidos un café<br />
y una cava. Ninguno <strong>de</strong> ellos respon<strong>de</strong> al nombre <strong>de</strong> Benoit,<br />
Isabel o Jean Marié. Hay Raymond, Monique o Line… los<br />
llamé a todos y me trataron como a un loco. Aunque tengo<br />
un as bajo la manga, pero antes dime, ¿tuviste más suerte?<br />
—Me atendieron muy bien, y la mujer que lo hizo es un<br />
avión, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> simpática. Pidió tiempo para hacer averi-
119<br />
guatas en sus archivos y prometió llamarme. ¿Qué sorpresa<br />
tienes?<br />
—Pensé una imbecilidad, pero estaba tan frustrado que <strong>de</strong>cidí<br />
hacer un intento. No entiendo como a Dupin se le escapó.<br />
—¿De qué se trata?<br />
—Teclee en Google “Benoit Pouchet” y mira lo que hallé.<br />
—Mi padre me mostró el monitor en el que se leía:<br />
“Benoit Pouchet. Senior Manager. Rothschild. Vodickova 710/31.<br />
Praha-Navé Mesto. Email bpouchet@rotschild.com”<br />
—¡Madres! —exclamé.<br />
—Madres —confirmó mi viejo y agregó —como el burro que<br />
tocó la flauta.<br />
Entré a la página <strong>de</strong> Rothschild en Praga y comprendí que era una<br />
actualización muy reciente, <strong>de</strong> ahí que Dupin no la hubiera <strong>de</strong>tectado.<br />
Era lo más sólido que teníamos. Decidimos, dado el cansancio,<br />
discutir por la mañana los siguientes pasos. Mi padre se durmió y yo<br />
me enfrasqué en Los miserables, un verda<strong>de</strong>ro novelón. Victor Hugo<br />
la publicó en 1862 y es una clase magistral <strong>de</strong> historia, arquitectura,<br />
pero sobre todo, <strong>de</strong> la forma como el hombre se comporta en situaciones<br />
extremas… podría darme pistas, así que seguí absorbiendo<br />
las <strong>de</strong>sventuras <strong>de</strong> Valjean. Finalmente me venció el sueño pensando<br />
en Benoit Pouchet y su improbable homónimo checo.
Dieciocho<br />
Sopesamos nuestras posibilida<strong>de</strong>s en la mañana, mientras Elisa no<br />
diera color, el Pouchet checo era nuestro único asi<strong>de</strong>ro. Decidimos<br />
escribirle y esperar que tuviera la paciencia para enten<strong>de</strong>r que no<br />
éramos un par <strong>de</strong> imbéciles surgidos <strong>de</strong> la nada, aunque eso pareciera.<br />
Lo hicimos con un texto breve y parco en el que le solicitábamos<br />
<strong>de</strong> ser una posible una entrevista solo en el caso <strong>de</strong> que supiera<br />
algo acerca <strong>de</strong> su homónimo parisino <strong>de</strong> la última década <strong>de</strong>l siglo<br />
XiX. <strong>La</strong> respuesta, en un inglés impecable, llegó en el momento que<br />
veíamos un plano para visitar el drenaje <strong>de</strong> París. Era un lunes y<br />
Pouchet nos podía recibir el miércoles a las seis <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> en su<br />
casa <strong>de</strong> Praga, si ello “no representaba inconveniente dado que tenía<br />
[121]
122<br />
interés en saber algo más <strong>de</strong> su tío abuelo”. El correo anexaba un<br />
plano y la solicitud <strong>de</strong> respuesta.<br />
Mi padre tomó el teléfono, buscó a Dupin, que ya se había <strong>de</strong>spertado,<br />
le explicó el hallazgo. Cuando colgó me dijo sonriente:<br />
—Conocerás Praga.<br />
Después <strong>de</strong> mandar una respuesta a Pouchet confirmando la<br />
cita hicimos las reservas <strong>de</strong> vuelo en Easyjet y salimos a caminar.<br />
Parecíamos <strong>de</strong>tectives <strong>de</strong> pacotilla. Visitamos la Torre Eiffel en el<br />
plan más naco que registra la historia. Sacamos dinero y, mientras<br />
comíamos algo en un bistro, el viejo dijo:<br />
—José María, no lo estamos haciendo bien. Me siento un<br />
estafador.<br />
—Padre, relájate. Hemos hecho lo que po<strong>de</strong>mos, que por<br />
supuesto no es mucho pero, a menos que reencarnemos en<br />
Poirot, no queda más que esperar. Por lo pronto quiero visitar<br />
la tumba <strong>de</strong> Morrison.<br />
—Va —respondió divertido—. Tenemos un trato.<br />
Lo que siguió fue un tour por París. No fuimos a un paseo por el<br />
Sena, ni a una visita guiada al Louvre. Mi padre tenía un toque único<br />
para enten<strong>de</strong>r la ciudad que honestamente agra<strong>de</strong>cí. Me quería<br />
enseñar mundo... Caminando cerca <strong>de</strong>l Arco <strong>de</strong>l Triunfo, hallé un<br />
día al estafador más pen<strong>de</strong>jo <strong>de</strong>l planeta. Mi padre se había quedado<br />
tomando un café y yo preferí caminar. Llevaba una mochila al<br />
hombro, tenis, bermudas y, el dato clave, un mapa en la mano. De<br />
pronto se me acercó un hombre que preguntó si era parisino. Me dio
123<br />
curiosidad tratar <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r cuál sería su método, y le contesté que<br />
no. El tipo dijo entonces que era un fabricante <strong>de</strong> ropa italiano que<br />
estaba en París para una convención (si la convención hubiera sido<br />
<strong>de</strong> menesterosos, le hubiera creído) y explicó que le había sobrado<br />
un remanente <strong>de</strong> ropa que me ofrecía “a precios extraordinarios”.<br />
Todavía me estoy riendo.<br />
Encontré a mi padre pagando la cuenta y nos dirigimos a Pêre-<br />
<strong>La</strong>chaise. Cumplía su promesa. Después <strong>de</strong> todo, está cabrón encontrar<br />
un sitio <strong>de</strong> cuarenta y tres hectáreas en el que hay tanto cadáver<br />
ilustre: Oscar Wil<strong>de</strong>, Edith Piaf, Gay Lussac, Comte, Miguel Ángel<br />
Asturias, María Callas, Jaques-Louise David —un lambiscón que<br />
pintó a Napoleón—, Delacroix o cualquier peso pesado equivalente.<br />
Mi tema era Morrison, que fue enterrado en la división seis en 1971.<br />
No mamar, el epitafio dice (lo juro) una frase en griego antiguo:<br />
Kata ton daimona eaytoy, que esencialmente se traduce como “Cada<br />
quien su propio <strong>de</strong>stino”.<br />
Pues sí.<br />
Salimos en silencio y pensé en Porfirio Díaz, alojado con menos dignidad<br />
en Montparnasse… se lo merecía por cabrón.<br />
Regresamos al hotel, estábamos molidos así que <strong>de</strong>cidimos subir<br />
a la habitación para <strong>de</strong>scansar. Ya recostados, y mientras mi padre<br />
leía, preguntó sin mirarme, supongo que para restarle fuerza a la<br />
pregunta:<br />
—José María, ¿has consumido drogas?
124<br />
<strong>La</strong> pregunta me tomó fuera <strong>de</strong> base, pero entendí que se vinculaba<br />
con nuestra visita a la tumba <strong>de</strong>l Rey <strong>La</strong>garto, quien se metió hasta<br />
el astringosol y por ello <strong>de</strong>scansaba en paz. Pensé rápidamente en el<br />
día que el Perro sacó un toque <strong>de</strong> mota y lo distribuyó entre nosotros.<br />
—No padre, no lo he hecho. <strong>La</strong> verdad es que se me antoja<br />
poco, y no porque sea la madre Teresa, sino porque creo que<br />
embotarte a lo pen<strong>de</strong>jo no es buena i<strong>de</strong>a. Pero creo también<br />
que ya es momento <strong>de</strong> legalizarla y <strong>de</strong>jar que cada quien<br />
haga lo que le dé la gana. Esas pinches mojigaterías <strong>de</strong> prohibir<br />
las drogas, pero permitir cosas mucho más graves, simplemente<br />
no las entiendo. Y los pinches narcos haciendo lo<br />
que les da la gana… es idiota.<br />
Mi padre, aún sin voltearme a ver, esbozó una sonrisa.<br />
Era mi turno.<br />
—Ya sé que soy un hijo <strong>de</strong> la chingada (nunca un término<br />
mejor aplicado), pero no he leído tu última novela y, si pesqué<br />
bien las cosas, su trama fue la que <strong>de</strong>terminó que Dupin<br />
te buscara. ¿De qué trata, padre?<br />
Esta vez sí me miró y dijo:<br />
—En toda familia, José María, se cuentan historias que van<br />
y vienen, que se magnifican <strong>de</strong> acuerdo a la imaginación generacional<br />
y que se llenan <strong>de</strong> gloria si resultan exitosas o<br />
cargadas <strong>de</strong> amargura cuando el <strong>de</strong>stino o el azar, no importa,<br />
las convierte en <strong>de</strong>rrotas.<br />
—¿Cómo la <strong>de</strong>l bisabuelo tuerto? —interrumpí.
—Justamente.<br />
125<br />
<strong>La</strong> leyenda contaba que mi bisabuelo se había metido en la sierra <strong>de</strong><br />
Coahuila buscándose la vida, convencido <strong>de</strong> que había oro en esos<br />
montes. <strong>La</strong> razón por la que llegó a esta conclusión era un misterio<br />
geológico, porque cualquiera que no sea pen<strong>de</strong>jo sabe que hay<br />
puros árboles, pero en fin. Pasó medio año, y cuando lo daban por<br />
muerto apareció un día sin una pinche onza <strong>de</strong> oro y, lo más importante,<br />
sin el ojo <strong>de</strong>recho, cuya cuenca tapó el resto <strong>de</strong> su vida con un<br />
paliacate. <strong>La</strong> historia que contó era <strong>de</strong>lirante y hablaba <strong>de</strong> pepitas<br />
<strong>de</strong> medio kilo y <strong>de</strong> ataques <strong>de</strong> puma, por lo que todo mundo <strong>de</strong>cidió<br />
darle el avión y asumir que el <strong>de</strong>stino familiar era el <strong>de</strong>l simple<br />
fracaso.<br />
—Te <strong>de</strong>cía —continuó mi padre— que estas historias que se<br />
contaban en la tertulia familiar eran infinitas, y una <strong>de</strong> ellas<br />
llamó siempre mi atención: hablaba <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> hermanos,<br />
parientes lejanos nuestros, que formaron una sociedad hasta<br />
que uno <strong>de</strong> ellos <strong>traicion</strong>ó al otro. <strong>La</strong> historia terminó <strong>de</strong><br />
mala manera, ya que el hermano agraviado tomó la <strong>de</strong>cisión<br />
<strong>de</strong> asesinar al otro y quedarse con todo. Se hubiera salido con<br />
la suya, pero cometió el error <strong>de</strong> contárselo a la mujer <strong>de</strong> la<br />
que estaba enamorado y ésta, horrorizada, lo <strong>de</strong>lató obligándolo<br />
a huir. Nunca más se supo <strong>de</strong> él. <strong>La</strong> trama me parecía<br />
el armazón <strong>de</strong> una novela y me puse a escribir. ¿Para qué?<br />
Para que el here<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> mis <strong>de</strong>udas no se tome la molestia<br />
<strong>de</strong> leerla —bromeó.<br />
—Pero te acercó a Dupin y nos tiene en París, padre. No es<br />
mal saldo.<br />
—Efectivamente, no lo es —dijo ¿resignado? y apagó la luz.
Diecinueve<br />
Rennes, la capital <strong>de</strong> Bretaña, está situada a un poco más <strong>de</strong> trescientos<br />
kilómetros al oeste <strong>de</strong> París. Es una ciudad no muy gran<strong>de</strong>, habitada<br />
por más o menos medio millón <strong>de</strong> bretones. Goza <strong>de</strong> un clima<br />
oceánico e inviernos mo<strong>de</strong>rados. Si se quiere ir al Monte Saint-<br />
Michel, es menester tomar un tren a Rennes, por lo que no es poco<br />
común ver hordas <strong>de</strong> turistas japoneses, y más recientemente chinos,<br />
<strong>de</strong>ambulando por sus calles.<br />
En esta ciudad nació, en el seno <strong>de</strong> una familia acomodada, Alphonse<br />
Metièr en el año <strong>de</strong> 1945, muy cerca <strong>de</strong>l final <strong>de</strong> la guerra. Su padre<br />
y su abuelo fueron médicos, así que Alphonse, sin ser consultado y<br />
[127]
128<br />
al llegar a su mayoría <strong>de</strong> edad, fue enviado a París para estudiar la<br />
profesión heredada. No lo hizo mal. Fue uno <strong>de</strong> los alumnos más<br />
aventajados y, cuando planeaba establecerse <strong>de</strong> manera más formal<br />
eligiendo la hematología, llegó 1968 y el mayo <strong>de</strong> París. Su padre,<br />
horrorizado por lo que consi<strong>de</strong>raba la “rebelión <strong>de</strong> una turba”, le<br />
or<strong>de</strong>nó regresar a su ciudad natal, <strong>de</strong> la que jamás salió <strong>de</strong> nuevo.<br />
En todo esto pensaba el doctor Metièr cuando fue interrumpido<br />
por su asistente para anunciarle que el paciente <strong>de</strong> las seis había<br />
llegado. Alphonse suspiró y se dirigió a uno <strong>de</strong> los cubículos <strong>de</strong><br />
la próspera clínica que había establecido muy cerca <strong>de</strong>l centro <strong>de</strong> la<br />
ciudad. Los resultados no eran malos, había superado con creces<br />
los logros familiares y, en un acto <strong>de</strong> tardía rebelión (su padre lo<br />
llamo “comunista”), <strong>de</strong>cidió aten<strong>de</strong>r <strong>de</strong> manera gratuita a un porcentaje<br />
<strong>de</strong> sus enfermos. René era uno <strong>de</strong> ellos y pa<strong>de</strong>cía hemofilia,<br />
una enfermedad <strong>de</strong> origen genético que años atrás le hubiera<br />
costado la vida <strong>de</strong>bido a la <strong>de</strong>ficiencia <strong>de</strong> una proteína llamada globulina<br />
antihemofílica en la sangre. Sin embargo, los avances más<br />
recientes habían i<strong>de</strong>ntificado los elementos <strong>de</strong>terminantes <strong>de</strong> la<br />
enfermedad y era posible —Alphonse lo hacía periódicamente con<br />
René— inyectar factores coagulantes que daban una razonable<br />
esperanza <strong>de</strong> vida.<br />
El médico entró al cubículo don<strong>de</strong> ya lo esperaba su paciente<br />
que, entrenado durante años, se arremangó la camisa mientras lo<br />
saludaba:<br />
—Hola, doctor.<br />
—Hola, René. Tienes buen aspecto —mintió Metièr, consciente<br />
<strong>de</strong> que se apartaba <strong>de</strong> la verdad—. ¿Cómo va todo?
129<br />
—Jalando la carreta, doctor, la mo<strong>de</strong>rnidad me aniquila.<br />
René se <strong>de</strong>dicaba al negocio <strong>de</strong> la impresión y veía cómo día a día<br />
su taller recibía menos pedidos, <strong>de</strong>bido al creciente uso <strong>de</strong> técnicas<br />
<strong>de</strong> cómputo que hacían más barato el trabajo, y que lo sacaban <strong>de</strong>l<br />
mercado <strong>de</strong> manera inexorable.<br />
—Verás que todo se arregla —fue la réplica <strong>de</strong> Alphonse—.<br />
¿Cómo va la rodilla?<br />
<strong>La</strong> hemofilia producía en René hemartrosis, o sangrado <strong>de</strong> la articulación<br />
<strong>de</strong> la rodilla, lo que le había generado una leve <strong>de</strong>formidad.<br />
—Da la molestia que tiene que dar —contestó René con<br />
cierta resignación, aunque un <strong>de</strong>stello <strong>de</strong> dignidad brillaba<br />
en su mirada.<br />
Alphonse Metièr le dirigió una sonrisa. Inyectó el brazo izquierdo<br />
<strong>de</strong>l paciente a la altura <strong>de</strong>l antebrazo y se <strong>de</strong>spidió con un apretón<br />
<strong>de</strong> manos. René se dirigió a la recepción para agendar su siguiente<br />
cita, y luego salió con el andar cuidadoso que lo había acompañado<br />
toda la vida.<br />
<strong>La</strong> recepcionista lo miró y luego anotó en la agenda <strong>de</strong> piel:<br />
“Martes 25, 16:00 p.m. René Tavernier.”
Veinte<br />
Jean Valjean se encontraba en la cloaca <strong>de</strong> París.<br />
En un abrir y cerrar <strong>de</strong> ojos había pasado <strong>de</strong> la luz a las tinieblas, <strong>de</strong>l<br />
mediodía a la medianoche, <strong>de</strong>l ruido al silencio, <strong>de</strong>l torbellino a la quietud<br />
<strong>de</strong> la tumba, y <strong>de</strong>l mayor peligro a la seguridad absoluta.<br />
Qué instante tan extraño aquél cuando cambió la calle don<strong>de</strong> en todos<br />
lados veía la muerte, por una especie <strong>de</strong> sepulcro don<strong>de</strong> <strong>de</strong>bía encontrar<br />
la vida. Permaneció algunos segundos como aturdido, escuchando, estupefacto.<br />
Se había abierto <strong>de</strong> improviso ante sus pies la trampa <strong>de</strong> salvación<br />
que la bondad divina le ofreció en el momento crucial.<br />
[131]
132<br />
Cuando <strong>de</strong>spertó José María regresó a Los miserables. Era fascinante<br />
la <strong>de</strong>scripción <strong>de</strong>l sistema <strong>de</strong> alcantarillado <strong>de</strong> París y la pasión por<br />
el <strong>de</strong>talle. El texto, que situaba a Valjean en el subterráneo parisino,<br />
podía ser firmado por un ingeniero hidráulico. Estar en la ciudad<br />
que protagoniza la obra era algo que el joven disfrutaba: i<strong>de</strong>ntificar<br />
las calles, los edificios retratados por Hugo, le generaba una<br />
sensación <strong>de</strong> ser parte <strong>de</strong> esa historia. El joven propuso a su padre<br />
visitar <strong>de</strong>s Egouts <strong>de</strong> París, el Museo <strong>de</strong> las Cloacas al que se acce<strong>de</strong><br />
por el lado sur <strong>de</strong>l Pont <strong>de</strong> l´Alma. Tenían el día libre así que Juan<br />
Pablo aceptó la i<strong>de</strong>a. Entraron por unas escaleras hacia una espaciosa<br />
galería con un canal intermedio. <strong>La</strong>s calles parisinas tienen un<br />
túnel <strong>de</strong> drenaje, lo que produce que la Ciudad Luz esté replicada<br />
por una red <strong>de</strong> dos mil kilómetros <strong>de</strong> ductos y canales en algunos<br />
<strong>de</strong> los cuales vivió Jean Valjean. En el museo encontraron objetos<br />
perdidos y réplicas <strong>de</strong> los botes en los que los trabajadores dan<br />
mantenimiento a las cañerías, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> horas el olor<br />
los ahuyentó y salieron a la calle.<br />
—¿Ahora? —preguntó Juan Pablo que observaba a su hijo<br />
disfrutar la visita.<br />
—Pues si andas complaciente, padre, me gustaría ir al<br />
Panthéon antes <strong>de</strong> regresar al hotel, hay algo que me gustaría<br />
mostrarte.<br />
El edificio era una mole impresionante al que se acce<strong>de</strong> por una<br />
amplia plaza. Entraron y pagaron sus boletos. Des<strong>de</strong> la cúpula colgaba<br />
un cable <strong>de</strong> acero con una esfera metálica que oscilaba con<br />
simetría.<br />
—El péndulo <strong>de</strong> Foucault, padre.
—¿Cómo el libro <strong>de</strong> Eco?<br />
133<br />
—Justamente al revés, Eco lo toma <strong>de</strong> esta cosa que estás<br />
viendo. En 1851 León Foucault colgó un cable <strong>de</strong> 67 metros<br />
con una bala <strong>de</strong> cañón <strong>de</strong> 28 kilos a la que le puso una punta<br />
que trazaba líneas sobre una superficie <strong>de</strong> arena. Hizo oscilar<br />
el péndulo y <strong>de</strong>mostró la rotación terrestre. Fíjate como<br />
el plano <strong>de</strong>l péndulo no se mueve pero si regresamos en una<br />
hora estará en una posición diferente.<br />
—Entiendo poco.<br />
—No importa padre, sólo piensa que la Tierra va en chinga,<br />
recorre 1 700 kilómetros por hora en el Ecuador, si suspen<strong>de</strong>s<br />
un objeto y lo <strong>de</strong> abajo se mueve, lo podrás apreciar. Eso<br />
pensó Foucault, por cierto, contemporáneo <strong>de</strong> Pasteur.<br />
Padre e hijo continuaron la visita, recorrieron las tumbas <strong>de</strong> Victor<br />
Hugo, Zola, Voltaire y Rousseau.<br />
—Puro chingonete padre. ¿Te late una baguette?<br />
El martes terminaba con un París sometido al viento mientras<br />
padre e hijo charlaban y reían en un pequeño local <strong>de</strong> la calle<br />
Vaugirard.
Llegaron a Praga a las dos <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un vuelo <strong>de</strong> poco<br />
menos <strong>de</strong> dos horas. El contacto estaba hecho y la cita era a las seis,<br />
se hospedaron en el Grand Hotel Praha, justo enfrente <strong>de</strong>l reloj<br />
astronómico en la plaza principal, revisaron un mapa y dieron<br />
con la calle Na Kampé, que se hallaba <strong>de</strong>l otro lado <strong>de</strong> la ribera<br />
<strong>de</strong>l Moldava, justo al lado <strong>de</strong>l puente <strong>de</strong> Carlos IV, era una distancia<br />
caminable así que emprendieron la marcha admirándose <strong>de</strong> la<br />
belleza <strong>de</strong> la ciudad. Tocaron el timbre <strong>de</strong> una espaciosa resi<strong>de</strong>ncia<br />
faltando tres minutos para las seis.<br />
—Otro oligarca, padre.<br />
Veintiuno<br />
[135]
136<br />
Les abrió un hombre <strong>de</strong> edad madura y aspecto relajado que los<br />
invitó a pasar <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un apretón <strong>de</strong> manos. Se instalaron en<br />
una estancia <strong>de</strong>corada con sobriedad y su anfitrión se presentó <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> ofrecerles una taza <strong>de</strong> café.<br />
—Bien, como saben me llamo Benoit Pouchet y entiendo<br />
que tienen noticias <strong>de</strong> mi tío abuelo francés —dijo en inglés<br />
con un ligero acento.<br />
Juan Pablo invirtió unos minutos en contarle la historia que los<br />
había llevado a Europa. Benoit asentía lentamente y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />
una pausa en la que sirvió un poco más <strong>de</strong> café inició su historia.<br />
—No sé si pueda serles <strong>de</strong> alguna ayuda, algo conozco <strong>de</strong> la<br />
historia <strong>de</strong> Benoit ya que era hermano <strong>de</strong> mi abuelo Félix.<br />
Eran muy unidos. Sin embargo nunca conoció a Bertrand,<br />
<strong>de</strong>l que sé por algunas crónicas familiares. Permítanme contarles<br />
una historia, Gustavo Rothschild y su familia vieron<br />
una oportunidad en el Canal <strong>de</strong> Panamá y accedieron a<br />
financiar a Fernando <strong>de</strong> Lesseps para la construcción <strong>de</strong>l<br />
canal a finales <strong>de</strong>l siglo XiX. Era una inversión cuantiosa y<br />
<strong>de</strong>cidieron contratar a un ingeniero supervisor, la <strong>de</strong>cisión<br />
recayó en Félix Pouchet, un joven entusiasta que se había<br />
graduado recientemente. Mi abuelo viajó a Centroamérica y<br />
realizó un trabajo satisfactorio que nada tuvo que ver con el<br />
<strong>de</strong>sastre financiero <strong>de</strong> la obra. Cuando regresó a Francia los<br />
Rothschild le tenían otra asignación; la ciudad <strong>de</strong> Praga en<br />
1897 <strong>de</strong>cidió la <strong>de</strong>molición <strong>de</strong>l Barrio Judío y dada la trascen<strong>de</strong>ncia<br />
<strong>de</strong>l proyecto y el apego religioso <strong>de</strong> la familia, le<br />
encomendaron nuevamente labores <strong>de</strong> supervisión. <strong>La</strong> obra<br />
era monumental y concluyó hasta 1914, por lo que el abuelo<br />
sentó raíces en esta ciudad, se casó y tuvo un hijo, mi padre,
137<br />
al que llamó Benoit en honor <strong>de</strong> su malogrado hermano.<br />
Mi padre vivió la transición al comunismo y murió en 1965,<br />
cuando yo tenía seis años <strong>de</strong> edad. Con la caída <strong>de</strong>l muro<br />
las cosas cambiaron y los Rothschild volvieron a instalarse<br />
en Praga. Yo me <strong>de</strong>dico a cuestiones financieras y trabajo<br />
con ellos hace ya algunos años. Llevo el mismo nombre<br />
—Benoit— <strong>de</strong> mi tío abuelo <strong>de</strong>l que sé que terminó muy<br />
mal. Aparentemente Bertrand Tavernier lo <strong>de</strong>jó en la calle<br />
y ello le produjo una amargura <strong>de</strong> la que nunca se repuso,<br />
terminó sus días preso. Sé que hay un hijo pero, a pesar <strong>de</strong><br />
haberlo buscado, su pista se pier<strong>de</strong> a principios <strong>de</strong>l siglo XX.<br />
Ignoro si ese niño murió o cambió su nombre ante el escándalo,<br />
pero estoy seguro que ésa es la única salida posible, si<br />
es que la hay, un hijo. Como ven, no es mucho lo que aporto,<br />
pero quizá sirva <strong>de</strong> algo. ¿Más café?<br />
No eran buenas noticias, el viaje a Praga no rendía los resultados<br />
esperados y padre e hijo se <strong>de</strong>spidieron mientras salían a la tar<strong>de</strong><br />
fresca coronada por el castillo a la orilla <strong>de</strong>l Moldava. Su avión salía<br />
a la noche <strong>de</strong>l día siguiente, así que <strong>de</strong>cidieron regresar a la plaza y<br />
comer un par <strong>de</strong> salchichas y papas con ajo en una feria <strong>de</strong> alimentos<br />
locales que disfrutaron frente al reloj astronómico.<br />
—¿Qué sigue? —Juan Pablo admiraba la belleza <strong>de</strong> la plaza.<br />
—Visitar Praga mañana padre y regresar a París, para saber<br />
si Elisa encontró algo. Si somos un fracaso no será porque<br />
no lo intentamos.<br />
<strong>La</strong> mañana siguiente fue <strong>de</strong> visita relámpago ya que su avión salía<br />
a las ocho <strong>de</strong> la noche. Caminaron a la casa <strong>de</strong> Kafka pero estaba
138<br />
cerrada. Cerca <strong>de</strong> ahí se encontraba el barrio judío, entraron al<br />
cementerio que los impresionó por su rareza:<br />
—Que amontona<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> tumbas padre. ¿Sabes que están<br />
así porque a los judíos no se les permitía enterrar a los<br />
muertos en otro lugar? Hay lápidas <strong>de</strong>l siglo XiV.<br />
Continuaron hacia la sinagoga española y al salir tomaron un refrigerio<br />
en el restaurante Pushkin, quedaba poco tiempo así que visitaron<br />
la plaza en la que en 1969 se inmolaron Jan Palach y Jan Zajíc<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la primavera <strong>de</strong> Praga. Apenas les dio tiempo <strong>de</strong> llegar<br />
al aeropuerto y a las once <strong>de</strong> la noche estaban <strong>de</strong> vuelta en París.<br />
Había una nota <strong>de</strong> Elisa.<br />
Después <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sayuno y un reporte por correo electrónico a Dupin,<br />
Juan Pablo y José María subieron a su buhardilla para buscar a Elisa.<br />
Pactaron una cita a la hora <strong>de</strong>l almuerzo en un pequeño café cerca<br />
<strong>de</strong> las oficinas <strong>de</strong>l corporativo. Era sábado, día <strong>de</strong> futbol. Des<strong>de</strong> la<br />
recepción <strong>de</strong>l hotel reservaron un par <strong>de</strong> boletos para el partido<br />
entre el París Saint Germain y el Valenciennes, que se celebraría<br />
a las 19:00 en el Parque <strong>de</strong> los Príncipes. Ambos eran profundos<br />
aficionados, aunque los separaba inexorablemente su preferencia;<br />
Juan Pablo simpatizaba con el Cruz Azul, mientras que José María<br />
era Puma hasta el tuétano.<br />
—¿Cruz Azul? No jodas, padre. Es un equipo mequetrefe y<br />
<strong>de</strong> albañiles —pullaba José María.<br />
Disfrutaban mucho <strong>de</strong> la trivia futbolera. Ambos sabían que el<br />
portero mexicano Óscar Bonfiglio fue el primero en recibir gol en<br />
copa <strong>de</strong>l mundo el 13 <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 1930, en el partido inaugural<br />
ante Francia, aunque en su <strong>de</strong>scargo reconocían que también fue
139<br />
el primero en la historia <strong>de</strong> los mundiales en <strong>de</strong>tener un penalti<br />
ante el francés Fernand Paternoster. Se rego<strong>de</strong>aban con el dato <strong>de</strong><br />
Martín Palermo fallando tres penales ante Colombia en partido<br />
<strong>de</strong> primera ronda <strong>de</strong> Copa América en 1999, o en el gol <strong>de</strong>l uruguayo<br />
Alci<strong>de</strong>s Edgardo Ghiggia que le arrebató la copa <strong>de</strong>l mundo<br />
a Brasil en 1950.<br />
Esa mañana vagaron un rato por las calles parisinas y a la hora<br />
acordada se presentaron juntos en el sitio pactado con Elisa, quien<br />
llegó con cinco minutos <strong>de</strong> retraso. Juan Pablo confirmó la percepción<br />
<strong>de</strong> José María: era una mujer muy atractiva que entraba al local<br />
poniendo por <strong>de</strong>lante, como ban<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> asalto, un par <strong>de</strong> ojos<br />
negros que <strong>de</strong>lataban su origen andaluz.<br />
—Hola, Elisa —saludó José María—. Te presento a mi<br />
padre, el novelista.<br />
<strong>La</strong> joven le dio un par <strong>de</strong> besos a Juan Pablo y se sentó mientras con<br />
un gesto <strong>de</strong> asidua pedía bebidas y algo <strong>de</strong> comer.<br />
—Les <strong>de</strong>bo pedir a ambos una disculpa, ya que tengo el<br />
tiempo limitado y <strong>de</strong>bo regresar pronto a la oficina. Así que<br />
tendrán que confiar en mi elección. Probablemente estoy<br />
hecha un <strong>de</strong>sastre, pero el asunto que me planteaste, José<br />
María, me intrigó muchísimo y he pasado horas y horas<br />
revisando nuestros archivos históricos. <strong>La</strong>mento <strong>de</strong>cirles<br />
que en ellos no hay ningún Pouchet.<br />
<strong>La</strong> <strong>de</strong>cepción en la mirada <strong>de</strong> padre e hijo fue interrumpida por<br />
un mesero con barba <strong>de</strong> tres días que puso en la mesa una botella<br />
<strong>de</strong> vino <strong>de</strong> la casa y viandas con quesos y jamones junto con una<br />
cesta <strong>de</strong> pan.
140<br />
—Pero no pongan esa cara. Para dar malas noticias basta el<br />
teléfono. Resulta que en el año 1934 se presentó efectivamente<br />
un Jean Marié a la empresa, argumentando que sus<br />
<strong>de</strong>rechos habían sido pisoteados, que tenía evi<strong>de</strong>ncia en el<br />
sentido <strong>de</strong> que la fábrica le pertenecía. Supongo que se le<br />
trató como a un loco <strong>de</strong>lirante, ya que se levantó un acta,<br />
<strong>de</strong> la cual obtuve copia, en la que si bien no hay muchos<br />
<strong>de</strong>talles, se da cuenta <strong>de</strong> su llegada a las oficinas y <strong>de</strong> su<br />
exabrupto. <strong>La</strong> persona que lo atendió en aquel momento<br />
era diligente y escribió una nota:<br />
Elisa hizo una pausa, mordisqueó un pedazo <strong>de</strong> baguette y empezó<br />
a leer…padre e hijo la observaban atentos.<br />
Memorando interno 27 <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 1934<br />
Hoy se presentó un individuo que había solicitado una cita con el director.<br />
Se me pidió que lo atendiera y lo hice pasar a mi oficina. Se veía<br />
muy alterado y mal vestido. Inició una plática muy confusa acerca <strong>de</strong><br />
los <strong>de</strong>rechos que le correspondían sobre la fábrica y empezó a exaltarse,<br />
por lo que solicité al personal <strong>de</strong> seguridad que lo retirara. Se fue dando<br />
empellones y lanzando amenazas. Sugiero tomar medidas para evitar<br />
que vuelva a entrar. El hombre <strong>de</strong>jó una tarjeta con su nombre: Jean<br />
Marié Tavernier.<br />
—Mierda —exclamó José María y volteó a ver a su padre,<br />
que se había quedado muy serio.
Veintidós<br />
[141]<br />
Diario <strong>de</strong> Bertrand Tavernier…<br />
Marzo 15 <strong>de</strong> 1919<br />
<strong>La</strong> guerra ha traído un saldo <strong>de</strong> <strong>de</strong>strucción pavoroso <strong>de</strong>l que pocos<br />
hemos escapado. Los reportes <strong>de</strong> los diarios hablan <strong>de</strong> más diez<br />
millones <strong>de</strong> muertos. Es atroz. <strong>La</strong> enorme mayoría <strong>de</strong> los obreros<br />
<strong>de</strong> la fábrica fueron reclutados, y muchos <strong>de</strong> ellos murieron en el<br />
frente. Yo mismo fui obligado a prestar mano <strong>de</strong> obra y suministros<br />
para el ejército francés, y las promesas <strong>de</strong> pago <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>n en<br />
gran medida <strong>de</strong> las in<strong>de</strong>mnizaciones <strong>de</strong> guerra. Los campos también<br />
han sido <strong>de</strong>vastados y la materia prima para producir nuestra<br />
cerveza es escasa y <strong>de</strong> mala calidad. Es por ello que he <strong>de</strong>cidido ven<strong>de</strong>r<br />
la fábrica. <strong>La</strong>s utilida<strong>de</strong>s que reciba, a pesar <strong>de</strong> no representar<br />
la mitad <strong>de</strong>l valor real, serán enormes. Pascal está por cumplir diez
142<br />
años y quisiera darle algunas <strong>de</strong> las cosas <strong>de</strong> las que carecí cuando<br />
niño. Pienso comprar una finca al sureste <strong>de</strong> París, cerca <strong>de</strong> la ciudad<br />
medieval <strong>de</strong> Provins, y educar a Pascal en el amor al conocimiento.<br />
Aún me quedan algunos años <strong>de</strong> luci<strong>de</strong>z y tengo interés<br />
en invertirlos en conocer un poco más <strong>de</strong> este mundo tan caótico y<br />
absurdo. <strong>La</strong> operación <strong>de</strong> compra-venta está pactada para las cuatro<br />
<strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>… que así sea.<br />
Bertrand Tavernier
Veintitrés<br />
El estadio estaba lleno a medias —que es mejor que <strong>de</strong>cir semivacío—<br />
y el partido no era interesante, pero mi padre y yo procesábamos<br />
la información que Elisa nos había dado… no mamar, ¿Tavernier?<br />
Al minuto catorce Baning cometió un penalti flagrante: le costó<br />
una amarilla. Le expliqué a mi padre el estudio <strong>de</strong> un pinche loco<br />
en Israel acerca <strong>de</strong> la mejor forma <strong>de</strong> tirar los penales.<br />
—Si el portero no se mueve, ya chingó, o por lo menos eso<br />
<strong>de</strong>scubrió el investigador. Mira.<br />
[143]
144<br />
El jugador <strong>de</strong>l Valenciennes se enfiló mientras el estadio contenía<br />
el aliento, sacó un disparo al centro <strong>de</strong> la portería, el guardameta<br />
se recostó sobre la <strong>de</strong>recha y vio cómo la bola entraba pachorramente<br />
al arco.<br />
—Te lo dije —le expliqué a mi padre—. Estos cabrones<br />
no leen.<br />
Me miró intrigado:<br />
—Mira, los penaltis se cobran a una distancia <strong>de</strong> 36 pies,<br />
casi once metros <strong>de</strong> la portería y, en promedio, alcanzan<br />
una velocidad <strong>de</strong> cien kilómetros por hora, lo que le <strong>de</strong>ja al<br />
portero dos décimas <strong>de</strong> segundo para reaccionar. Si a esto<br />
agregamos que la portería mi<strong>de</strong> reglamentariamente 7.32<br />
metros <strong>de</strong> ancho por 2.44 metros <strong>de</strong> alto, parecería entonces<br />
que hay que ser muy pen<strong>de</strong>jo para fallar. Sin embargo<br />
el veinte por ciento <strong>de</strong> los penales cobrados son actos fallidos.<br />
Ahora bien, entre las variables que explican la probabilidad<br />
<strong>de</strong> que un penalti se acierte, se encuentran algunas<br />
evi<strong>de</strong>ntes, como la presión que trae encima el jugador. No<br />
es lo mismo cobrar la pena máxima para <strong>de</strong>finir un campeonato<br />
y fallar, como lo hizo Baggio en la final <strong>de</strong> la copa <strong>de</strong>l<br />
mundo <strong>de</strong> Estados Unidos, que ejecutar un penalti cuando<br />
vas ganado 4-0. Un segundo factor es metabólico, y se relaciona<br />
con la proporción en el cuerpo <strong>de</strong> oxígeno y ácido<br />
láctico (la sustancia que se produce por fatiga muscular y<br />
hace que te duelan hasta los huevos cuando haces ejercicio).<br />
Influye también el rendimiento <strong>de</strong>l jugador que dispara<br />
durante el partido, tendrá más presión si no ha dado<br />
un buen juego, y también la justicia en el cobro <strong>de</strong> la falta.<br />
El inglés Robbie Fowler, por ejemplo, durante un partido
145<br />
entre su equipo, el Liverpool, contra el Arsenal, le hizo ver al<br />
árbitro que el penalti que se había marcado en su favor era<br />
injusto. Ante la negativa <strong>de</strong>l silbante por enmendar la falla,<br />
Fowler disparó un caracol <strong>de</strong>liberado a las manos <strong>de</strong>l portero<br />
David Seaman. ¿Que tipo chingón, no?<br />
Mi padre asintió sonriente.<br />
—Ofer Azar es profesor <strong>de</strong> la escuela <strong>de</strong> administración en<br />
la universidad Ben Gurion en Israel. Su especialidad es la<br />
toma <strong>de</strong> <strong>de</strong>cisiones, y recientemente publicó un artículo en<br />
la revista Journal of Economic Psichology, un pinche mamotreto<br />
que a veces trae cosas interesantes. Sus conclusiones<br />
se pue<strong>de</strong>n resumir <strong>de</strong> la siguiente manera: en el caso <strong>de</strong><br />
un portero que enfrenta a un tirador, la mejor estrategia es<br />
no hacer absolutamente nada y quedarse quieto, ya que ello<br />
aumenta sus probabilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> atajarlo. Lo que hicieron fue<br />
sencillísimo; analizaron 311 penales <strong>de</strong> las principales ligas<br />
europeas y clasificaron a los porteros en los que se tiran a la<br />
<strong>de</strong>recha, a la izquierda o se quedan en el centro. Luego estimaron<br />
cuál opción maximizaba sus posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> atajar<br />
el balón. Quedarse en el centro arrojó un sorpren<strong>de</strong>nte<br />
33.3 por ciento, contra 14.2 por ciento a la izquierda y 12.6<br />
por ciento a la <strong>de</strong>recha. Sin embargo, y aquí entra la belleza<br />
<strong>de</strong>l estudio, los porteros se quedaron en el centro sólo 6.3<br />
por ciento <strong>de</strong> las veces. ¿Por qué los guardametas se lanzan<br />
en contra <strong>de</strong> las probabilida<strong>de</strong>s? <strong>La</strong> respuesta tiene que<br />
ver con el castigo a la inamovilidad. Un portero que no se<br />
lanza en alguna dirección y recibe un gol es tachado como<br />
inepto, débil o <strong>de</strong> plano pen<strong>de</strong>jo. Los mismos investigadores<br />
entrevistaron a 32 arqueros <strong>de</strong> la liga israelí, y todos ellos<br />
<strong>de</strong>clararon que se sentían muy mal ante los espectadores si
146<br />
les era anotado un gol sin que hicieran nada. Uno <strong>de</strong> ellos<br />
dijo inclusive que “no quería parecer un tonto”. Después <strong>de</strong><br />
todo, nadie los va a culpar si la pelota entra, y sí, en cambio,<br />
si adoptan una actitud aparentemente pazguata, aunque<br />
ésta sea su mejor probabilidad.<br />
—Interesante —dijo mi padre mientras tomaba un sorbo<br />
<strong>de</strong> cerveza.<br />
—Ok, padre. Digamos que el profesor Azar está medio cucú,<br />
pero, ¿qué onda con Tavernier?<br />
—Mañana lo analizaremos, si te parece —fue la respuesta.<br />
En ese momento comenzaba a caer la lluvia mientras el partido<br />
agonizaba y París se rendía a la noche.
Veinticuatro<br />
Padre e hijo se sentaron a la mesa para <strong>de</strong>sayunar y evaluar<br />
la información:<br />
—Veamos —resumió José María—. Es altamente probable<br />
que la persona que llegó a la fábrica en 1934 sea nuestro<br />
Jean Marié, el mismo al que hace referencia Benoit, el socio<br />
<strong>de</strong> Pouchet. El apellido es <strong>de</strong>sconcertante, ya que la sospecha<br />
<strong>de</strong> Dupin se centraba en que era hijo <strong>de</strong> Benoit, <strong>de</strong> Isabel<br />
o <strong>de</strong> los dos. Esto podría ser cierto, y Jean Marié simplemente<br />
pudo cambiarse el apellido para reclamar un <strong>de</strong>recho<br />
que él creía tener. ¿Por qué hacerlo en ese momento? Es un<br />
[147]
148<br />
misterio, ya que Bertrand llevaba siete años fallecido y a<strong>de</strong>más<br />
la fábrica ya no le pertenecía. De cualquier modo es una<br />
pista, y lo que tenemos que hacer es seguir el mismo camino<br />
que ya recorriste. Buscar en la guía telefónica <strong>de</strong> París, primero,<br />
y <strong>de</strong> Francia si no hay éxito, todos los Tavernier posibles.<br />
Hacer una lista y llamarlos para averiguar si tuvieron<br />
un padre o abuelo Jean Marié. Simultáneamente puedo<br />
poner varios cebos en la red, a veces funcionan. ¿Cómo ves,<br />
padre?<br />
—Es un plan en toda la regla, aunque suena tedioso.<br />
—Es <strong>de</strong> hueva, padre, <strong>de</strong> hueva. Pero supongo que así se<br />
investiga. Ojalá todo fuera como lo planteaban Conan Doyle<br />
o Hammet, pero aquí no hay mamadas como las células grises<br />
o buenotas que son espías. Nos espera un largo día. Voy<br />
a un ciber a trabajar y te <strong>de</strong>jo la compu. Regreso en la noche<br />
y vemos qué pasó.<br />
José María salió a la calle y enfiló hacia Vaugirard pensando en<br />
Elisa, a la que le habían prometido informar <strong>de</strong>l resultado <strong>de</strong> sus<br />
averiguatas. Entró en un café internet y se dispuso a trabajar navegando<br />
en las re<strong>de</strong>s sociales. Aprovechó para mandarle un correo<br />
a Gabriela, sin ninguna esperanza, y abrió los que había recibido.<br />
El Garra preguntaba: “¿Si yo estuviera en un mar <strong>de</strong> leche, me sacarías?”<br />
Sonrió, sintió hambre y entró a los Jardines <strong>de</strong> Luxemburgo<br />
para comer un bocado y observar a la gente. Había padres <strong>de</strong> familia,<br />
que imaginó <strong>de</strong>sempleados, acompañando a sus hijos a tripular<br />
botes <strong>de</strong> plástico en la fuente central. Señoras con carriolas y ancianos<br />
jugando al Pétanque. Era notable su <strong>de</strong>streza y concentración.<br />
Volvió al café y a eso <strong>de</strong> las ocho regresó al hotel, don<strong>de</strong> encontró a<br />
su padre con muy mala cara.
149<br />
—Pareces la mamá <strong>de</strong>l muerto —bromeó José María.<br />
—Estoy literalmente hasta el huevo —fue la réplica <strong>de</strong>sfallecida—.<br />
Pero tuve cierto éxito.<br />
Apuntó hacia una libreta llena <strong>de</strong> notas.<br />
—Hallé treinta y cuatro Tavernier en Francia y los llamé a<br />
todos. No quiero ni pensar en la cuenta <strong>de</strong> teléfono. En cuatro<br />
casos nadie contestó, en seis me colgaron el teléfono.<br />
Tres más ya fallecieron.<br />
—Quedan veintiuno.<br />
—De los cuales, veinte no tenían la menor i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> qué les<br />
hablaba y, finalmente, sólo una persona reconoció el apellido<br />
como el <strong>de</strong> una mujer que vivía en esa casa y se ha<br />
mudado. Mira.<br />
En la página se leía, encerrado en un círculo, un nombre:<br />
“Alice Tavernier”.<br />
—<strong>La</strong> persona que me atendió, un tal Émile Deli, me dijo que<br />
Alice aún seguía recibiendo correspon<strong>de</strong>ncia en esa casa, y<br />
que probablemente el correo podría darnos alguna pista.<br />
—No parece muy prometedor, pero es, al fin, una pista.<br />
¿Tienes la dirección <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> este cuate? —dijo José<br />
María alborotándose el cabello.<br />
—Sí, se halla en Dijon.
150<br />
—Pues mañana lo buscamos.<br />
Toda la mañana siguiente padre e hijo se <strong>de</strong>dicaron a investigar<br />
en la oficina <strong>de</strong> correos si se les podía dar la nueva dirección <strong>de</strong><br />
Alice Tavernier. El inicio fue bastante <strong>de</strong>salentador pues el funcionario<br />
que tomó la llamada argumentó que ésa era información<br />
confi<strong>de</strong>ncial. Probaron suerte con el directorio telefónico <strong>de</strong> Dijon,<br />
pero no se encontraba ningún registro que correspondiera a la persona<br />
buscada. José María intentó en páginas web <strong>de</strong> investigación<br />
genealógica, y nada. Al inicio <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> el joven tuvo la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> llamar<br />
a Elisa y explicarle el problema. <strong>La</strong> sugerencia que ella ofreció<br />
fue sencilla pero luminosa: hablaría a correos fingiendo ser una<br />
pariente cercana <strong>de</strong> Alice que necesitaba ubicarla <strong>de</strong>bido a que el<br />
abuelo <strong>de</strong> ambas se hallaba agonizante. <strong>La</strong> i<strong>de</strong>a fue aceptada como<br />
un último recurso y padre e hijo se dispusieron a esperar.<br />
Al cabo <strong>de</strong> dos horas sonó el teléfono. Era Elisa.<br />
—Tengo el teléfono <strong>de</strong> Alice Tavernier en Dijon —le dijo a<br />
José María entre risas.<br />
Juan Pablo marcó <strong>de</strong> inmediato y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> diez minutos <strong>de</strong><br />
charla, terminó la llamada. José María lo miraba atento.<br />
—Era Alice Tavernier, una mujer amable. Dice que es nieta<br />
<strong>de</strong> Jean Marié Tavernier y que, <strong>de</strong> hecho, tiene un primo,<br />
René, quien vive en Rennes. Le pregunté si podríamos visitarlos<br />
y me aseguró que no habría problema, ella le avisará.<br />
El asunto logístico es que Dijon y Rennes están en direcciones<br />
opuestas.<br />
José María se mostraba contento y replicó.
—No lo es tanto, padre, po<strong>de</strong>mos dividirnos.<br />
151<br />
—No creo que sea buena i<strong>de</strong>a. Me parece que separarnos<br />
complicaría todo y no me sentiría tranquilo. Lo mejor sería<br />
ir juntos a las dos ciuda<strong>de</strong>s.<br />
—Pero ello implica tiempo.<br />
—Lo sé, pero no se me ocurre una mejor i<strong>de</strong>a.<br />
—¿Y si consultamos con Dupin?<br />
—De acuerdo, que él nos dé su opinión. Ahora mismo le<br />
escribo.<br />
—Pregúntale en tu correo si i<strong>de</strong>ntifica esta frase: “Looking<br />
on darkness which the blind do see”.<br />
Juan Pablo abrió la computadora, escribió un correo a Dupin<br />
poniéndolo al corriente <strong>de</strong> la situación, y ambos bajaron a cenar en<br />
un pequeño restaurante enfrente <strong>de</strong> los Jardines <strong>de</strong> Luxemburgo,<br />
muy cerca <strong>de</strong>l hotel. <strong>La</strong> noche era fría y los parisinos apuraban<br />
el paso buscando refugio en las tabernas y cafés que inundaban<br />
la zona.<br />
—¿Su abuelo? —preguntó José María mientras mordisqueaba<br />
una papa.<br />
—Eso me dijeron: su abuelo. Ello supone una vuelta <strong>de</strong><br />
tuerca interesante, ya que hasta don<strong>de</strong> sabemos Dupin no<br />
tiene i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> esto, lo cual resulta muy difícil <strong>de</strong> explicar.
152<br />
—Una posibilidad es que su abuelo tuviera hijos fuera <strong>de</strong> su<br />
matrimonio. Ello explicaría la irrupción <strong>de</strong> Jean Marié en la<br />
empresa y su alegato <strong>de</strong> herencia.<br />
—Es una posibilidad, en efecto, pero sería extraño que no<br />
tuviera alguna forma <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrarlo. ¿No crees?<br />
—En realidad todo es extraño: la obsesión <strong>de</strong> Dupin y que<br />
nosotros estemos aquí discutiendo esto. Ya sabes lo que dijo<br />
Bene<strong>de</strong>tti: “Cuando encontramos las respuestas, nos cambiaron<br />
las preguntas”. Pero esto se pone interesante.<br />
Padre e hijo regresaron al hotel. A la mañana siguiente, cuando José<br />
María <strong>de</strong>spertó, su padre consultaba la computadora.<br />
—¿Noticias <strong>de</strong> Dupin, padre?<br />
—Noticias. El hallazgo lo impresionó y está dispuesto a viajar<br />
para alcanzarnos. Inclusive nos pregunta si requerimos<br />
refuerzos. Parece muy interesado. Por cierto, dice que la frase<br />
es <strong>de</strong> Shakespeare.<br />
—Un tipo listo. ¿Refuerzos? ¿Así, como <strong>de</strong>tectives? ¿Se te<br />
ocurre algo?<br />
—<strong>La</strong> verdad no. ¿Quién podría ayudarnos? Peor aún, ¿a qué?<br />
José María se alborotó el cabello mientras estiraba su cuerpo.<br />
—Probablemente me arrepienta <strong>de</strong> esto que voy a sugerir,<br />
pero, ¿si les <strong>de</strong>cimos a mis amigos que vengan?
153<br />
—¿Tus amigos? —la duda <strong>de</strong> Juan Pablo era razonable.<br />
Conocía a los amigos <strong>de</strong> su hijo y sabía que entre los tres<br />
sumaban un coeficiente intelectual <strong>de</strong> once.<br />
—Lo sé, pero en realidad podríamos dividirnos. Tú y Dupin<br />
ir a Dijon y yo con ellos subir a Rennes. Si lo que te preocupa<br />
es mi seguridad, con ellos pue<strong>de</strong>s estar más tranquilo. Son<br />
un trío <strong>de</strong> ladrillos, pero pue<strong>de</strong>n ser útiles <strong>de</strong> alguna manera.<br />
Juan Pablo dudaba.<br />
—No sé si sea buena i<strong>de</strong>a, si sus padres les permitan venir<br />
y, sobre todo, si Dupin lo encuentre apropiado.<br />
—Pues nada se pier<strong>de</strong> con preguntar, anda.<br />
—Déjame pensarlo en el <strong>de</strong>sayuno. ¿Tatanka no es tu amigo<br />
que pensaba que un kilo <strong>de</strong> plomo pesa más que uno <strong>de</strong><br />
algodón? —preguntó con una mueca que parecía sonrisa.<br />
José María asintió sonriente.<br />
—Ese mero. Pero, insisto, no vienen a resolver ecuaciones<br />
diferenciales.<br />
Estimado Miguel:<br />
Tenía razón, la experiencia ha sido extraordinaria y me ha acercado<br />
con José María <strong>de</strong> una manera inédita. Sus relatos son interesantes. ¿Los<br />
escribe <strong>de</strong> memoria? José María apuesta que el segundo lo escribió un<br />
adolescente. Bien, sirva el preámbulo para <strong>de</strong>cirle que lo esperamos. En<br />
cuanto a los refuerzos, José María ha pensando que podría ser útil que
154<br />
usted viniera para acompañarme a Dijon, mientras tres <strong>de</strong> sus amigos<br />
lo escoltan a Rennes, lo cual me <strong>de</strong>jaría más tranquilo. Por norma, confío<br />
en el criterio <strong>de</strong> mi hijo, pero pongo todo a su consi<strong>de</strong>ración, ya que<br />
nosotros no tenemos el dinero para financiar los boletos. Dígame qué le<br />
parece la i<strong>de</strong>a. Reciba un abrazo y los saludos <strong>de</strong> José María, quien ahora<br />
le pregunta lo que tenían en común Einstein, María Curie, Franklin<br />
y Newton.<br />
Juan Pablo<br />
Mientras esperaban la respuesta, padre e hijo <strong>de</strong>cidieron dar una<br />
caminata. París <strong>de</strong>splegaba sus encantos a discreción.<br />
—Paris vaut bien une messe —exclamó José María.<br />
—“París bien vale una misa” —tradujo Juan Pablo.<br />
—Es correcto, padre. Enrique IV era un ser práctico. Después<br />
<strong>de</strong> la noche <strong>de</strong> San Bartolomé, don<strong>de</strong> se chingaron a los<br />
hugonotes, <strong>de</strong>cidió con gran sentido común cambiar <strong>de</strong> religión.<br />
Se <strong>de</strong>claró católico y fue rey <strong>de</strong> Francia en la transición<br />
<strong>de</strong>l siglo XVi, hasta que lo mataron. Pero la frase vale oro.<br />
—Tienes razón, José María… París bien vale una misa.<br />
A Juan Pablo le asombró, como siempre, la cantidad <strong>de</strong> información<br />
que manejaba su hijo, pero por otro lado lo alivió; era un<br />
aliado formidable. Él jamás retenía nada. De hecho, le daba hueva<br />
la gente que, como en un acto circense, acudía a la televisión a repetir<br />
datos inútiles. Su hijo era muy diferente. Regresaron al hotel y<br />
había una lacónica respuesta <strong>de</strong> Dupin:
155<br />
Es un trato. Necesito datos, pero me parece bien. Todo resuelto. Por<br />
supuesto, los cuatro eran zurdos.<br />
Saludos, D.
Veinticinco<br />
[157]<br />
Diario <strong>de</strong> Bertrand Tavernier…<br />
18 <strong>de</strong> Marzo 1919<br />
El mundo ya no es igual, son <strong>de</strong>masiados cambios. Cuando yo era<br />
joven estaba acostumbrado a la cotidianeidad. Hoy hay aviones,<br />
autos y a<strong>de</strong>lantos tecnológicos para los que no estoy preparado.<br />
Siempre pensé que era más simple. Creí que estábamos estancados.<br />
Es obvio que me equivoqué y me alegro. Nunca pensé que sería<br />
testigo <strong>de</strong> una guerra monstruosa, ni <strong>de</strong> lo que veo hoy. Me siento<br />
enfermo y sin fuerza, pero intrigado por lo que pasa.<br />
Bertrand Tavernier
Veintiséis<br />
Tatanka no tenía pasaporte y eso se <strong>de</strong>bía a que (usando sus<br />
argumentos) “la probabilidad que tenía <strong>de</strong> salir <strong>de</strong>l país era la<br />
misma <strong>de</strong> que le salieran chichis a las culebras”. Así que hubo<br />
que esperar un día más para el viaje. <strong>La</strong> libró <strong>de</strong> milagro y subió al<br />
avión. Evi<strong>de</strong>ntemente Dupin iba en primera y mis amigos, como<br />
menesterosos, atrás tratando <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r cómo funcionaban los<br />
audífonos o por qué las azafatas les daban pollo. Llegamos por<br />
ellos al Charles <strong>de</strong> Gaulle. Era obvio: Dupin escoltado y mis cuates<br />
batallando para llegar a tiempo <strong>de</strong> recoger sus maletas.<br />
[159]
160<br />
Nos encontramos afuera. Era el momento <strong>de</strong> las presentaciones,<br />
que se dieron <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que Miguel nos ofreció un abrazo a mi<br />
padre y a mí.<br />
—Dupin, estos son mis amigos. Le presento a Pedro, a Luis y<br />
a Pablo. Sin embargo, ni ellos mismos recuerdan esos nombres,<br />
por lo que le sugiero que los conozca como el Garra,<br />
Tatanka y el Perro.<br />
Dupin permaneció inescrutable mientras extendía la mano, y dijo:<br />
—¿Así que estos son los irregulares <strong>de</strong> Baker Street?<br />
—¿Los qué? —le susurró el Perro a Tatanka.<br />
—Ellos son —respondí.<br />
—Pues un gusto conocerlos, jóvenes.<br />
El Garra nunca había visto una limosina y <strong>de</strong>sconfió:<br />
—No mamen, nos van a robar.<br />
Le expliqué, más veces <strong>de</strong> las que yo merecía, que era un imbécil y<br />
que estábamos a salvo.<br />
El grupo era variopinto: estaban Dupin y mi padre, respetabilísimos;<br />
por otro lado el Garra, el Perro y Tatanka diciendo cosas como:<br />
“¡Mira, güey, es la Torre Eiffel!”<br />
Llegamos al hotel; no había lugar. En otro hotel cercano, el cuarto<br />
costaba trescientos euros. Dupin aceptó sin rechistar. Por supuesto,
161<br />
les hablé a mis amigos para ver cómo estaban. Se tragaban los pistaches,<br />
las cervezas y el vino <strong>de</strong>l servibar. Les pedí atención y apoyo.<br />
El Garra quería un paseo por el Sena. Pacté un armisticio con mi<br />
padre y Dupin.<br />
—¿Estás seguro <strong>de</strong> tus irregulares? —preguntó Dupin.<br />
—Cada vez menos, pero haremos lo mejor que podamos.<br />
El Perro, que había visto folletos, dijo que quería ir a Notre<strong>de</strong>in.<br />
Suspiré y tomamos el metro. <strong>La</strong> verdad es que estaba encantado <strong>de</strong><br />
tener a mis amigos conmigo. Llegamos y Tatanka pidió un baguette<br />
con salchicha vergonzosa.<br />
Salimos y me dijeron:<br />
—¿En qué pedo andas, güey? ¿Qué es eso <strong>de</strong> irregulares?<br />
—Son un grupo <strong>de</strong> adolescentes que apoyaban a Sherlock<br />
Holmes para resolver casos. Ahora bien, si me preguntan<br />
quién fue Sherlock Holmes, enten<strong>de</strong>ré que he tenido la i<strong>de</strong>a<br />
más pen<strong>de</strong>ja <strong>de</strong> mi vida trayéndolos.<br />
—Yo si sé —fue la réplica <strong>de</strong>l Perro, que se limpiaba la mostaza<br />
dijon <strong>de</strong> las comisuras.<br />
—Pues ya está. Ahora pongan atención, que les voy a explicar<br />
<strong>de</strong> qué va la cosa.<br />
—Mira nomás qué culo —dijo el Perro refiriéndose a una<br />
turista que entraba a la Catedral.
162<br />
Elevé nuevamente un suspiro y al rato nos sentamos en unas jardineras<br />
que enmarcan Notre Dame. Les expliqué quién era Dupin,<br />
quién su abuelo y la razón por la que estábamos en Francia rastreando<br />
su pasado. Les conté también acerca <strong>de</strong> los Tavernier que<br />
iríamos a buscar; nosotros a Rennes y mi padre y Dupin a Dijon.<br />
Me observaban atentos y, supongo, con una sensación creciente<br />
<strong>de</strong> aventura.<br />
<strong>La</strong>s gárgolas nos miraban.<br />
Juan Pablo y Dupin buscaron un café en Montparnasse y allí se<br />
sentaron.<br />
—Dígame, Juan Pablo, ¿cómo ve todo?<br />
—<strong>La</strong> verdad es que estoy confundido, Dupin. <strong>La</strong> familia<br />
Tavernier empieza a seguirnos <strong>de</strong> forma obsesiva. Hasta<br />
don<strong>de</strong> entendíamos, usted era el último <strong>de</strong> ellos dado que<br />
Pascal, su padre, y Bertrand, su abuelo, han fallecido ya. De<br />
pronto aparece un Jean Marié, que bien podría ser su tío<br />
o un impostor; y él a su vez nos conduce con René y Alice<br />
Tavernier. ¿Es posible que sean parientes suyos?<br />
—Si eliminamos lo imposible, lo que queda, por improbable<br />
que parezca, tiene que ser la verdad —replicó Dupin.<br />
—Esa cita la conozco. Es <strong>de</strong> Conan Doyle, en la boca <strong>de</strong><br />
Holmes.<br />
—Es cierto, parece que buscaremos imposibles —comentó<br />
Dupin mientras sus ojos <strong>de</strong> acero se perdían en la nada.
Veintisiete<br />
Existen grupos que, en su conjunto, son heterodoxos: Livingstone<br />
junto a los nativos o los habitantes <strong>de</strong> la Isla Misteriosa; un ingeniero<br />
genial, un negro, un marino, un adolescente y un periodista.<br />
Ésa era más o menos la composición <strong>de</strong> los reunidos a la mesa <strong>de</strong><br />
un <strong>de</strong>sayunador parisino: un hombre maduro e invi<strong>de</strong>nte, un escritor<br />
<strong>de</strong> pelo no muy abundante y cuatro adolescentes <strong>de</strong> jeans con<br />
el pelo amotinado.<br />
Los jóvenes habían dado una vuelta por París y se veían contentos.<br />
Dupin parecía disfrutar <strong>de</strong> su compañía, particularmente <strong>de</strong><br />
[163]
164<br />
José María, con el que dialogaba sobre temas infinitos. Juan Pablo<br />
observaba satisfecho cómo su hijo era uno más en su grupo.<br />
—El plan no pue<strong>de</strong> ser más simple —inició Juan Pablo—.<br />
Uste<strong>de</strong>s —se dirigía a los jóvenes— tomarán el tren a<br />
Rennes mañana a las 12:05 en la estación Montparnasse.<br />
De acuerdo con lo que consulté, su viaje durará un poco<br />
más <strong>de</strong> dos horas. Entablarán contacto con René Tavernier<br />
y tra tarán <strong>de</strong> que les explique su vínculo con Jean Marié, así<br />
como todo lo que crean que pue<strong>de</strong> ser importante.<br />
—¿Como qué? —pregunto el Perro.<br />
—No lo sé. Quizá tenga fotos, recuerdos, inclusive resentimientos,<br />
así que <strong>de</strong>ben tener cuidado. Mañana será jueves<br />
y estimo que, como máximo el viernes, concluirán su entrevista,<br />
así que si les parece nos veremos <strong>de</strong> regreso el sábado.<br />
Miguel y yo salimos también mañana a Dijon, pero <strong>de</strong> la<br />
Gare <strong>de</strong> Lyon en busca <strong>de</strong> Alice Tavernier. El procedimiento<br />
será el mismo. Nos quedaremos en el hotel Wilson y éste<br />
es el teléfono. No du<strong>de</strong>n en llamar ante cualquier contratiempo.<br />
José María observaba contento la transformación <strong>de</strong> su padre,<br />
quien mostraba una <strong>de</strong>cisión nueva para él. Lo estaba disfrutando<br />
mucho. Dupin también lucía relajado, aunque su aire <strong>de</strong> hombre<br />
mayor y su seriedad intimidaba a sus amigos.<br />
—¿Por qué se quedó ciego? —preguntó Tantanka una vez<br />
que el grupo se hubo separado para comprar los boletos.
165<br />
—Tuvo glaucoma cuando era niño —replicó José María—.<br />
Pero es un viejo a toda madre y sabe un chingo <strong>de</strong> cosas.<br />
A<strong>de</strong>más, es nuestro mecenas.<br />
—¿Me qué? —inquirió el Garra.<br />
—Mecenas, güey. Me-ce-nas. Es la persona que apoya a otros<br />
<strong>de</strong>sinteresadamente y se llama así por un noble romano,<br />
Cayo Mecenas. De hecho, mucho <strong>de</strong>l arte que conocemos<br />
se <strong>de</strong>be a güeyes que financiaban a pintores y artistas en<br />
ge neral para producirlo.<br />
Tatanka se carcajeaba.<br />
—Imagina que se hubiera llamado “Pito”, “¡Pito Mecenas!”<br />
—Ja, ja, ja —apostilló el Perro—. Podría ser hermano <strong>de</strong>l<br />
Abate Melcachote.<br />
—O <strong>de</strong> Martín Cholano —terció el Garra.<br />
Todos rieron y José María golpeó levemente con la palma <strong>de</strong> la<br />
mano la nuca <strong>de</strong> Tatanka mientras le <strong>de</strong>cía:<br />
—Son unos idiotas, simplemente unos idiotas.<br />
El grupo juvenil adquirió los boletos y <strong>de</strong>spués se encaminó al<br />
Louvre. Se dirigieron <strong>de</strong> inmediato hacia la sala en la que se expone<br />
la Gioconda, que fue reconocible sin dificultad por la nube <strong>de</strong> turistas<br />
que se agolpaban para admirarla. <strong>La</strong> obra, protegida por un cristal<br />
a prueba <strong>de</strong> balas, <strong>de</strong>cepcionó al Perro:
166<br />
—No mames, ¿éste es el cuadro más famoso <strong>de</strong>l mundo?<br />
¿Una pinche vieja fea sin cejas y con cara <strong>de</strong> pujido? A<strong>de</strong>más<br />
es una mierdita. ¿Cuánto mi<strong>de</strong>?<br />
—Algo así como setenta por cincuenta —les comento José<br />
María—. ¿De veras no te gusta?<br />
—Está pinchísima —fue la respuesta <strong>de</strong>cidida—. ¿Por qué<br />
es tan famosa esta chinga<strong>de</strong>ra?<br />
—Por un montón <strong>de</strong> razones, güey. En primer lugar, observa<br />
el fondo <strong>de</strong>l paisaje. ¿Qué ves?<br />
—Nada, parece como si hubiera niebla —razonó el Garra.<br />
—Exacto. Ésa era una <strong>de</strong> las técnicas favoritas <strong>de</strong> Leonardo<br />
y se llama sfumato, que produce una atmósfera irreal. Ahora<br />
chequen su sonrisa. Si fijan la mirada en la boca haciendo<br />
esto —José María cerró un ojo e hizo un puño con la mano<br />
<strong>de</strong>recha para concentrar la mirada, <strong>de</strong>jando un pequeño<br />
hueco entre los <strong>de</strong>dos y el pulgar—, verán que no se ríe.<br />
Pero si miran otras partes <strong>de</strong>l cuadro, la sonrisa reaparece.<br />
—¡No mames! ¡Es cierto! —exclamó el Garra muy impresionado.<br />
José María siguió con su explicación:<br />
—No se sabe quién es la mujer retratada, aunque las sospechas<br />
recaen en Lisa Gherardini, una dama florentina esposa<br />
<strong>de</strong> Francesco <strong>de</strong>l Giocondo, un comerciante bastante ricachón.<br />
Ése es otro misterio, ya que hay idiotas que sugieren
167<br />
que es un autorretrato, o la pintura <strong>de</strong> un amante adolescente<br />
<strong>de</strong> Leonardo.<br />
—¿Dijiste un? —preguntó interesado el Perro.<br />
—Eso dije. Da Vinci era homosexual —al ver la mirada <strong>de</strong><br />
su amigo, le preguntó—: ¿Te causa problema, pinche homofóbico?<br />
—Ninguno —fue la respuesta lacónica—. Estoy convencido<br />
<strong>de</strong> que la gente pue<strong>de</strong> hacer <strong>de</strong> su culo un papalote. Sigue.<br />
—Bien. El cuadro fue robado por un italiano en 1911, que<br />
simplemente lo guardó <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> su cama, y fue reintegrado<br />
al museo en 1913. Ha sido objeto <strong>de</strong> mil especulaciones. El<br />
propio Freud dijo que le parecía muy masculino. Por todo<br />
eso, están ante la obra más famosa <strong>de</strong>l planeta.<br />
Los muchachos guardaron silencio, hasta que Tatanka dijo:<br />
—¿Cómo sabes tanta mamada?<br />
José María respondió guiñando un ojo.<br />
Todos rieron.<br />
—Simple: porque soy más listo que tú.
Veintiocho<br />
“Harto” es una palabra <strong>de</strong> mucha contun<strong>de</strong>ncia. Refleja que alguien<br />
no aguanta más, que ha dado todo, la piel inclusive, y que <strong>de</strong> pronto<br />
está vencido y sin fuerza. Un adjetivo que en el diccionario se lee como<br />
“fastidiado, cansado”. Alice regresó <strong>de</strong> su trabajo literalmente harta.<br />
Era la secretaria <strong>de</strong> un pobre diablo que no <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> mirarla <strong>de</strong> una<br />
manera inequívoca, pero ella, por supuesto, necesitaba el trabajo. <strong>La</strong><br />
vida no era fácil en Dijon. Los coletazos <strong>de</strong> la crisis habían llegado<br />
pronto a la ciudad, que <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> la oferta <strong>de</strong> comercios y servicios.<br />
Alice había quedado cesante hacía seis meses, y tuvo que aceptar un<br />
empleo in<strong>de</strong>seable con menor paga para po<strong>de</strong>r sobrevivir.<br />
[169]
170<br />
Camino a su casa, a bordo <strong>de</strong>l transporte urbano que la llevaría al<br />
suburbio don<strong>de</strong> habitaba, realizó el repaso que la obsesionaba hacía<br />
más <strong>de</strong> veinte años: ¿qué había hecho mal? Muy probablemente todo.<br />
En un mundo carnívoro, la naturaleza no la había dotado <strong>de</strong> dientes.<br />
Su padre dominante y una formación espartana la convirtieron en<br />
presa fácil <strong>de</strong> un guardia <strong>de</strong> seguridad que la embarazó y <strong>de</strong>sapareció<br />
para siempre. Ahí inició un proceso <strong>de</strong> espiral en picada: la echaron<br />
<strong>de</strong> casa y la crianza <strong>de</strong> Thierry la separó <strong>de</strong> cualquier opción profesional<br />
aceptable.<br />
Pensó en su hijo, mientras el autobús se alejaba <strong>de</strong>l centro <strong>de</strong><br />
la ciudad.<br />
Thierry había sido una fuente <strong>de</strong> problemas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> niño. Escondía una<br />
enorme violencia y resentimiento. En el liceo había mandado al hospital<br />
a un compañero por una discusión absurda, a los dieciséis años<br />
abandonó la escuela, y ahora Alice no tenía claro bien a bien lo que<br />
hacía, ya que entraba y salía <strong>de</strong> la casa sin horario alguno. Era muy<br />
probable que consumiera drogas, y su trato hosco y áspero se incrementaba<br />
día con día. Alice sospechaba que pertenecía a un grupo radical,<br />
ya que había encontrado algunos folletos <strong>de</strong> propaganda contra<br />
la inmigración que llegaba a Francia proveniente <strong>de</strong>l norte <strong>de</strong> África y<br />
el este <strong>de</strong> Europa.<br />
No sabía qué hacer, pensó <strong>de</strong> nuevo mientras el autobús se <strong>de</strong>tenía<br />
en la parada que le correspondía y ella caminaba lentamente hasta<br />
llegar a su casa.<br />
Estaba cansadísima pero intrigada: un par <strong>de</strong> días antes había recibido<br />
la llamada <strong>de</strong> un hombre con acento extranjero que le preguntó<br />
acerca <strong>de</strong> su abuelo y prometió visitarla para hablar <strong>de</strong> él. <strong>La</strong> cita era<br />
esa misma noche.
Sonó el timbre.<br />
171<br />
Afuera se encontraban un ciego <strong>de</strong> edad madura y un hombre algo<br />
menor. Ambos se presentaron en un francés fluido y Alice los invitó<br />
a pasar.<br />
<strong>La</strong> vivienda era mo<strong>de</strong>sta, aunque or<strong>de</strong>nada con esmero. Alice les ofreció<br />
algo <strong>de</strong> tomar, pero ambos negaron con la cabeza <strong>de</strong> manera cortés.<br />
Se estableció un silencio incómodo que Alice interrumpió:<br />
—¿Cómo puedo ayudarlos?<br />
Dupin hizo un gesto dándole la palabra a Juan Pablo.<br />
—Antes que nada, le agra<strong>de</strong>cemos la atención <strong>de</strong> recibirnos.<br />
No queremos quitarle mucho tiempo, así que iré a los hechos.<br />
Por teléfono usted nos confirmó que Jean Marié Tavernier fue<br />
su abuelo. ¿Es correcto?<br />
—Así es —fue la respuesta <strong>de</strong> Alice que veía alternativamente<br />
a sus dos interlocutores.<br />
—Bien. Nos gustaría que nos platicara todo lo que sepa o<br />
recuer<strong>de</strong> <strong>de</strong> él.<br />
—Pero, ¿por qué? Él murió ya hace años.<br />
Esta vez Dupin se hizo <strong>de</strong> la palabra:<br />
—Es muy razonable su pregunta y la historia es quizá un poco<br />
larga, pero estoy seguro <strong>de</strong> que mi compañero la pue<strong>de</strong> resumir<br />
<strong>de</strong> una forma correcta.
172<br />
Entonces Juan Pablo contó la historia <strong>de</strong> Benoit y Bertrand, <strong>de</strong> la<br />
fábrica <strong>de</strong> cerveza y <strong>de</strong> la referencia <strong>de</strong> Benoit a Jean Marié en una carta.<br />
También le explicó la información que Elisa les había dado acerca <strong>de</strong> la<br />
irrupción <strong>de</strong> su abuelo en la fábrica en los años treinta. Sin embargo,<br />
se guardó <strong>de</strong> darle los motivos que daban origen a la pesquisa, porque<br />
consi<strong>de</strong>ró que ello era una tarea que correspondía a Miguel Dupin.<br />
<strong>La</strong> mirada <strong>de</strong> Alice era <strong>de</strong> total atención.<br />
—Mi abuelo nació a finales <strong>de</strong>l siglo XiX, no sé la fecha exacta,<br />
pero la puedo averiguar. Lo que sí recuerdo es que murió<br />
en 1960, antes <strong>de</strong> que yo naciera, así que no lo conocí. Sin<br />
embargo, mi padre —Alice sintió un estremecimiento al recordar<br />
la severidad <strong>de</strong> su hogar— nos contaba que era un hombre<br />
lleno <strong>de</strong> amargura y frustración, que vivió una vida bastante<br />
miserable. En las tertulias familiares se comentaba con cierta<br />
sorna que él siempre invocaba que había sido sujeto <strong>de</strong> un <strong>de</strong>spojo<br />
por parte <strong>de</strong> su padre, justamente Bertrand Tavernier, que<br />
lo había <strong>de</strong>sconocido y <strong>de</strong>jado sin los <strong>de</strong>rechos hereditari os<br />
<strong>de</strong> una gran fortuna. <strong>La</strong> verdad es que nadie le daba mucho<br />
crédito a sus palabras. Del tal Benoit nunca había oído hablar.<br />
—¿Pero él <strong>de</strong>cía que era su hijo? —preguntó Dupin con las<br />
voz muy ronca.<br />
—Murió repitiéndolo —respondió la mujer notando el cambio<br />
en el tono <strong>de</strong> Dupin—. ¿Por qué le interesa tanto?<br />
—Porque si lo que su abuelo <strong>de</strong>cía es verdad, usted y yo somos<br />
familiares. Yo también soy un Tavernier.<br />
Se hizo un profundo silencio en la habitación.
Veintinueve<br />
[173]<br />
Diario <strong>de</strong> Bertrand Tavernier…<br />
31 <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 1923<br />
Ha fallecido la madre <strong>de</strong> Pascal. Era una buena esposa, comprometida<br />
<strong>de</strong>votamente con sus <strong>de</strong>beres. Había salido avante <strong>de</strong> la epi<strong>de</strong>mia<br />
<strong>de</strong> influenza que se presentó hace un par <strong>de</strong> años, pero su corazón<br />
flaqueó justo el viernes <strong>de</strong> la semana pasada. No era una mujer<br />
mayor, y es por ello que su muerte sorpresiva nos tomó <strong>de</strong>sprevenidos<br />
a Pascal —quien ha cumplido los doce años— y a mí. Me ha<br />
impresionado la serenidad con la que él tomó la noticia. Sé que no<br />
se trata <strong>de</strong> un <strong>de</strong>sapego. Me parece que el niño muestra un carácter<br />
maduro e interesado en muchas cosas, aunque creo que diferentes<br />
a las que han guiado mi vida. Pascal sueña con explorar el
174<br />
mundo, con visitar la cuna <strong>de</strong> civilizaciones antiguas y su cuarto se<br />
ha llenado <strong>de</strong> libros y mapas. Me gusta que así sea.<br />
Estábamos en pleno proceso <strong>de</strong> duelo cuando me ha llegado la más<br />
espantosa <strong>de</strong> las noticias. Mientras comíamos, se presentó un sirviente<br />
con una nota advirtiéndome que la persona que la enviaba<br />
estaba esperando en la entrada <strong>de</strong> la casa:<br />
Padre:<br />
Soy tu hijo Jean Marié. No entiendo la razón <strong>de</strong> tu abandono, pero<br />
vengo a ti porque necesito apoyo. Te habría buscado antes, pero sólo he<br />
podido localizarte a raíz <strong>de</strong>l anuncio <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> tu esposa, que<br />
mucho lamento. Sé tan amable <strong>de</strong> recibirme por favor.<br />
Jean Marié Tavernier<br />
Mi semblante se congestionó y <strong>de</strong>rramé la taza <strong>de</strong> café que estaba<br />
sobre la mesa. Los recuerdos se agolparon y tuve una reacción que<br />
inclusive asustó a mi hijo. Mandé echar <strong>de</strong> la casa a ese extraño<br />
con la amenaza <strong>de</strong> que la próxima vez que se presentara llamaría<br />
a la policía. No sé si obré justamente, pero estoy seguro <strong>de</strong> que no<br />
puedo jugar con mis memorias.<br />
Bertrand Tavernier
Treinta<br />
Hacía años no me divertía tanto. Los paseos con mis amigos por<br />
París han sido <strong>de</strong> no mamar. Fuimos al Louvre y le vieron las<br />
chichis a la Venus <strong>de</strong> Milo. En los Campos Elíseos el imbécil <strong>de</strong>l<br />
Garra se metió al baño <strong>de</strong> las mujeres, y en la Torre Eiffel el Perro me<br />
preguntó cuánto tardaría en llegar un gargajo al piso. El clímax se<br />
alcanzó cuando durante la cena hice una analogía medio mamona:<br />
seríamos los mosqueteros. Y Tatanka preguntó con cierto candor:<br />
“¿Qué no eran cinco?”<br />
<strong>La</strong>s razones que dieron a sus padres para viajar a París fueron muy<br />
diversas, pero satisfactorias, ya que todos obtuvieron el permiso<br />
[175]
176<br />
requerido y aquí estamos. Tomamos el tGV hacia Rennes a las<br />
12:05. Nos <strong>de</strong>spidieron mi padre y Dupin —al que noté algo<br />
ausente—, ya que ellos abordarían un par <strong>de</strong> horas más tar<strong>de</strong>.<br />
Recibí correo <strong>de</strong> Gabriela, una pinche joya. Me cuenta que, en términos<br />
generales, las clases avanzan y luego pi<strong>de</strong> consejo “porque<br />
hay un niño que le gusta…” Mi Waterloo. Por otro lado, no sé por<br />
qué putas se ha puesto <strong>de</strong> moda llamar “niño” o “niña” a cabrones<br />
con todos los caracteres sexuales secundarios en su lugar. Le contesté<br />
que me parecía el novio i<strong>de</strong>al y a la chingada. Se acabó.<br />
El tGV es un tren como cualquier otro, nomás que va hecho la<br />
madre. <strong>La</strong>s siglas en francés significan “tren <strong>de</strong> gran velocidad” y,<br />
en 2007, <strong>de</strong> París a Estrasburgo una <strong>de</strong> estas madres alcanzó 574<br />
km/h. Dado que mis amigos no hablan ni el español correctamente,<br />
se han vuelto apéndices míos. Cuando el Tatanka preguntó cómo<br />
se pedía una baguette en la cafetería <strong>de</strong>l tren, le dije: Allez vous faire<br />
foutre. Se fue repitiendo la frase y a los diez minutos regresó con<br />
muy mala cara a mentarme la madre:<br />
—¿Qué me hiciste <strong>de</strong>cir, pen<strong>de</strong>jo?<br />
—Que te <strong>de</strong>n por el culo.<br />
Todos reímos, con excepción <strong>de</strong>l Tatanka, quien se hundió en el<br />
asiento hasta que sonrió a medias mientras <strong>de</strong>cía la frase <strong>de</strong> un<br />
niño <strong>de</strong> ocho años:<br />
—Que le <strong>de</strong>n a tu mamá.<br />
Llegamos a Rennes y buscamos un hotel baratón. Me daba escrúpulo<br />
con Dupin que estos cabrones abusaran. Encontramos el<br />
Anne <strong>de</strong> Bretagne en la calle Tronjolly. <strong>La</strong> tal Ana es responsable <strong>de</strong>
177<br />
que Bretaña se uniera a Francia en el siglo XVI, pero <strong>de</strong>cidí no explicarle<br />
esto a mis cuates, sobre todo cuando escuché al Garra hablar a<br />
su casa y <strong>de</strong>cir que estábamos hospedados en “el año <strong>de</strong> Britania”.<br />
René Tavernier nos dio cita para el día siguiente, así que salimos<br />
a dar una vuelta por la ciudad. Llegamos a la zona amurallada<br />
<strong>de</strong> la parte medieval y entramos en una discusión ligeramente<br />
pen<strong>de</strong>ja acerca <strong>de</strong> a cuál <strong>de</strong> nosotros le correspon<strong>de</strong>ría cada<br />
mosque tero, pero como ninguno <strong>de</strong> ellos había leído la obra <strong>de</strong><br />
Dumas la cosa se complicó: “¿Cuál era el mosquetero nerd? Porque<br />
ése eres tú, cabrón”, dijo el Garra. Les expliqué que Athos era el<br />
más juicio so, Aramis el seductor, Porthos el <strong>de</strong> la fuerza bruta y<br />
Dartagnan su lí<strong>de</strong>r. También les relaté algunas <strong>de</strong> sus aventuras<br />
que, <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cirlo, escucharon con atención. Como nadie daba el<br />
tipo, los acabamos rifando y resulté Porthos, el más pen<strong>de</strong>jo <strong>de</strong><br />
los cuatro.<br />
Pasamos la cena discutiendo capítulos <strong>de</strong> Astérix, y concluimos<br />
que el favorito es en el que Obélix le da un menhirazo al druida<br />
Panoramix y lo <strong>de</strong>ja pen<strong>de</strong>jísimo e incapaz <strong>de</strong> fabricar la poción<br />
mágica. <strong>La</strong> escena clave es don<strong>de</strong> Astérix dice: “Ha perdido la<br />
memoria”, a lo cual Obélix agrega: “Y la razón, ve gordos don<strong>de</strong><br />
no los hay”.<br />
Me dormí pensando en la esquizofrenia <strong>de</strong> nuestra edad, que nos<br />
hace verle las tetas a una estatua y a la vez hablar <strong>de</strong> comics y repartirnos<br />
personajes <strong>de</strong> novela… es raro.<br />
Por la mañana nos encaminamos a la dirección que mi padre había<br />
anotado. Hallamos el lugar rápidamente: un taller <strong>de</strong> impresión al<br />
sur <strong>de</strong> la ciudad. Se veía jodidón. Una recepcionista viejita nos vio<br />
entrar, y entonces le expliqué que teníamos una cita. <strong>La</strong> suspicacia se
178<br />
reflejaba en su mirada, pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una llamada nos hizo pasar<br />
al interior <strong>de</strong>l taller, en el que dos chavos trabajaban las máquinas,<br />
y en la parte alta nos esperaba un hombre <strong>de</strong> la edad aproximada<br />
<strong>de</strong> mi padre. Se veía más jodido que el taller: estaba pálido como<br />
vela y traía un bastón en la mano <strong>de</strong>recha. <strong>La</strong> sorpresa se reflejó en<br />
su cara al vernos y preguntó si se trataba <strong>de</strong> una broma. Mis amigos<br />
no entendían nada, así que le respondí que no, que en realidad sí<br />
queríamos hablar con él. Después <strong>de</strong> un instante <strong>de</strong> duda, nos hizo<br />
pasar a su <strong>de</strong>spacho.<br />
Entramos Athos, Porthos, Aramis, comandados por Dartagnan, que<br />
era el pen<strong>de</strong>jo <strong>de</strong>l Perro.
Juan Pablo y Dupin tomaban un cognac en el vestíbulo <strong>de</strong>l hotel<br />
Wilson mientras la noche acechaba las calles <strong>de</strong> Dijon.<br />
—Descríbame la casa —solicitó Miguel.<br />
—Mo<strong>de</strong>sta, muy mo<strong>de</strong>sta —fue la respuesta—. Aunque es<br />
evi<strong>de</strong>nte el esfuerzo por mantenerla limpia y or<strong>de</strong>nada.<br />
—¿Y cómo es ella?<br />
Treinta y uno<br />
[179]
180<br />
—¿Alice? —Juan Pablo dudó un momento—. Es una<br />
mujer <strong>de</strong> aproximadamente cuarenta años, que podría ser<br />
muy atractiva pero parece que ha renunciado a ello. No<br />
usa maquillaje y lleva el pelo recogido en una coleta. Me<br />
recuerda un cuadro <strong>de</strong> Modigliani.<br />
—Lo más impresionante es su tristeza —comentó Dupin—.<br />
Esa mujer está en un profundo estado <strong>de</strong> <strong>de</strong>presión. <strong>La</strong>s<br />
inflexiones <strong>de</strong> su voz, el temblor <strong>de</strong> su mano al <strong>de</strong>spedirse,<br />
los suspiros, son señales inequívocas <strong>de</strong> que la vida le ha<br />
jugado una mala partida. ¿Qué opina?<br />
—Es probable, aunque parece una buena persona. No sé<br />
<strong>de</strong> qué tanta ayuda pueda ser, aunque supongo que fue<br />
genero sa su oferta <strong>de</strong> investigar en papeles viejos.<br />
<strong>La</strong> ma<strong>de</strong>ra ardiente <strong>de</strong> la chimenea crepitaba creando una atmósfera<br />
muy agradable. Un mesero se acercó para ofrecerles algo más.<br />
Juan Pablo negó con un gesto.<br />
—Lo fue, en efecto —Dupin tomó un sorbo <strong>de</strong> cognac—.<br />
Debo <strong>de</strong>cirle, amigo mío, que me encuentro <strong>de</strong>sconcertado.<br />
Si todo lo que han <strong>de</strong>scubierto es cercano a la verdad, se<br />
pue<strong>de</strong> concluir que mi abuelo era un miserable, un <strong>de</strong>spojador<br />
profesional que se encargó <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar en la calle a su<br />
socio y a su propio hijo, sembrando una cauda <strong>de</strong> miseria y<br />
resentimiento.<br />
<strong>La</strong> mirada vacía <strong>de</strong> Miguel Dupin no ocultaba, sin embargo,<br />
vergüenza.
181<br />
—Aún no estamos seguros <strong>de</strong> ello, Miguel. Pero, <strong>de</strong> cualquier<br />
manera, creo que entien<strong>de</strong> que nadie pue<strong>de</strong> ser responsable<br />
por el comportamiento <strong>de</strong> sus antepasados.<br />
—Tiene razón, es obvio. Sin embargo, no estoy a gusto. <strong>La</strong><br />
culpa pue<strong>de</strong> tener tintes retrospectivos. Piense en toda la<br />
gente que ha sido perseguida por las atrocida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> aquellos<br />
que les precedieron genealógicamente.<br />
Entonces se estableció el silencio más incómodo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la noche<br />
<strong>de</strong> los tiempos.<br />
—¿Nunca se relaja?<br />
—No veo razón para sentirme relajado. ¿Propone algo?<br />
—Creo que preferirá estar solo —replicó Juan Pablo, percibiendo<br />
la tensión <strong>de</strong> la respuesta. Le dio una palmada en la<br />
espalda y subió a la recámara. Dupin permaneció sentado<br />
sin percatarse <strong>de</strong> que dos jóvenes se acercaban a él.
Treinta y dos<br />
—¿Hemofílico? No mames, ¿cómo que hemofílico, güey?<br />
—Tatanka se quejaba—. Si esos güeyes te sueltan sangre,<br />
te chingan.<br />
—Sí, cabrón. ¿Adón<strong>de</strong> putas nos viniste a traer? No entiendo<br />
el viaje, ni para qué chingaos nos haces conocer a un menesteroso<br />
para que tú seas Porthos.<br />
<strong>La</strong> entrevista transcurrió lo mejor posible. René, a pesar <strong>de</strong> sus<br />
recelos, explicó que estaba maldito por una enfermedad. También<br />
relató <strong>de</strong> su prima Alice en Dijon. Era una familia perdida, victimada<br />
[183]
184<br />
por las historias megalómanas <strong>de</strong> éxito <strong>de</strong> sus antepasados. Él<br />
había renunciado a esa historia hacía veinte años y se conformaba<br />
con tratar <strong>de</strong> sobrevivir en un mundo que elevaba las murallas día<br />
con día.<br />
—Señor Tavernier, ¿usted registra algún <strong>de</strong>talle que lo haga<br />
sentir agraviado? —preguntó José María <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> dar las<br />
explicaciones correspondientes, que por cierto eran necesarias,<br />
ya que René no entendía por qué tenía ante sí a cuatro<br />
adolescentes mexicanos que indagaban su pasado.<br />
Los tres amigos observaban la plática con el mismo azoro que los<br />
incas la salida <strong>de</strong>l sol.<br />
—No, he estado más ocupado en mí mismo. Soy hemofílico,<br />
y ello supone una vida <strong>de</strong> cristal. Imagina, muchacho,<br />
lo complicado que pue<strong>de</strong> ser —dijo, mientras acariciaba una<br />
larga barba que José María pensó que no se afeitaba por el<br />
enorme riesgo <strong>de</strong> un corte.<br />
—Con enormes esfuerzos establecí una imprenta y no me<br />
va bien. Sé que soy bisnieto <strong>de</strong> un hombre riquísimo, al que<br />
por alguna razón no interesé. No tengo batallas <strong>de</strong>l pasado<br />
que pelear, lo hago día a día con las mías propias, pero<br />
siento que era un hijo <strong>de</strong> puta. No sé qué más pueda agregar.<br />
—¿Guarda usted algún objeto familiar, alguna carta o<br />
fotografías?<br />
—Nada, absolutamente nada. No entiendo esa obsesión por<br />
atesorar lo que se ha ido; es más razonable separarse <strong>de</strong> ello.<br />
Los recuerdos son el mejor armario.
185<br />
José María pensó que la frase era interesante, pero se convenció <strong>de</strong><br />
inmediato <strong>de</strong> que habían llegado a un camino sin retorno y se <strong>de</strong>spidió.<br />
Al salir, le dijo a Tatanka:<br />
—Athos, no seas pen<strong>de</strong>jo, la hemofilia no es contagiosa.<br />
Luego regresaron al hotel para recoger sus cosas y partir a París. En<br />
el camino no cesaba la discusión acerca <strong>de</strong> las virtu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los mosqueteros<br />
<strong>de</strong>l rey. José María buscó la tarjeta con el número telefónico<br />
<strong>de</strong>l hotel Wilson, pidió al encargado con la habitación <strong>de</strong> su<br />
padre y lo saludó. <strong>La</strong> respuesta lo <strong>de</strong>jó helado…<br />
—Dupin ha <strong>de</strong>saparecido.
Treinta y tres<br />
Después <strong>de</strong> pactar con su hijo por teléfono que los cuatro jóvenes<br />
se moverían a Dijon lo más pronto posible, Juan Pablo repasó los<br />
acontecimientos. Se había dormido temprano pensando en Dupin<br />
y cómo el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> hurgar en el pasado podía acarrear dolor y vergüenza.<br />
Por la mañana, al <strong>de</strong>spertar, llamó al cuarto <strong>de</strong> Dupin pero<br />
nadie respondió. Se levantó y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> asearse, hizo un segundo<br />
intento infructuoso, por lo que se dirigió a la habitación contigua<br />
y tocó la puerta. Dupin no atendió. En ese momento se prendió<br />
en su interior un pequeño botón <strong>de</strong> alarma. Bajó a la administración<br />
y preguntó por Dupin, esperanzado en que lo hallaría mero<strong>de</strong>ando<br />
por ahí. <strong>La</strong> respuesta encendió el botón al máximo posible.<br />
[187]
188<br />
Le explicaron que el caballero había salido la noche anterior acompañado<br />
<strong>de</strong> dos jóvenes y no había regresado a recoger su llave.<br />
—Mierda —razonó—. Mierda y recontramierda.<br />
¿Qué hacer? Pensó en la policía, pero <strong>de</strong>cidió que <strong>de</strong>bería esperar<br />
un poco antes <strong>de</strong> movilizar respuestas paranoicas, así que lo único<br />
que se le ocurrió fue llamar a Alice Tavernier. No la encontró en su<br />
casa. Debía estar trabajando, así que salió a la calle para or<strong>de</strong>nar sus<br />
i<strong>de</strong>as. ¿Qué podría hacer Dupin con dos jóvenes? ¿Serían conocidos<br />
<strong>de</strong> él? Seguramente no, ya que Miguel era un hombre metódico y le<br />
habría advertido <strong>de</strong> su salida. No halló nada mejor que dar un paseo<br />
por la ciudad, en la que encontró un museo extrañísimo don<strong>de</strong><br />
se exhibían objetos domésticos <strong>de</strong> diversas épocas. Albergaba la<br />
esperanza <strong>de</strong> que Dupin estuviera en el hotel a su regreso, pero no<br />
fue así. Insistió en casa <strong>de</strong> Alice, pero <strong>de</strong> nuevo nadie le respondió.<br />
Llamaría en la noche, ya con los muchachos en Dijon. Subió a su<br />
cuarto a <strong>de</strong>scansar y lo <strong>de</strong>spertó el timbre <strong>de</strong>l teléfono. Levantó el<br />
auricular <strong>de</strong> inmediato. Era José María y sus compañeros, que por<br />
fin habían llegado. Bajó a la recepción para acordar el alojamiento y,<br />
una vez que estuvieron instalados, les contó todo. El <strong>de</strong>sconcierto<br />
se reflejaba en los rostros <strong>de</strong> los jóvenes que, sin embargo, se daban<br />
cuenta <strong>de</strong> que estaban a<strong>de</strong>ntrándose en una aventura real.<br />
—Todo es prematuro —Juan Pablo se dirigía a los mosqueteros—,<br />
pero creo que valdría la pena valorar los riesgos,<br />
sobre todo <strong>de</strong> uste<strong>de</strong>s tres —señalaba al Perro, Tatanka y<br />
el Garra—. Si esto adquiere un mal cariz, creo que lo mejor<br />
sería mandarlos <strong>de</strong> regreso; no vale la pena exponerlos.<br />
El ambiente era fúnebre y nadie respondió.
189<br />
Juan Pablo se incorporó y volvió a llamar a Alice. Esta vez contestó<br />
al tercer timbrazo.<br />
—¿Alice? Es Juan Pablo. No quisiera molestarla, pero mi<br />
amigo, al que usted conoció ayer, ha <strong>de</strong>saparecido, y quisiera<br />
saber si nos pue<strong>de</strong> ayudar <strong>de</strong> alguna manera. No tengo<br />
a nadie más a quién recurrir en esta ciudad.<br />
Se hizo un largo silencio y la respuesta activó, por tercera vez en el<br />
día, todas las alarmas <strong>de</strong> Juan Pablo.<br />
—Mi hijo tampoco durmió aquí anoche.<br />
—Vamos para allá.<br />
El grupo llegó a casa <strong>de</strong> Alice a las diez <strong>de</strong> la noche. Ella se veía<br />
preocupada.<br />
—Si bien Thierry es una fuente <strong>de</strong> problemas, jamás ha faltado<br />
a dormir.<br />
—Cuénteme usted, ¿qué ocurrió <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que nos fuimos<br />
ayer?<br />
—Mi hijo llegó y cenamos. Le conté <strong>de</strong> su visita y <strong>de</strong> inmediato<br />
perdió el control. Dijo que uste<strong>de</strong>s eran los culpables<br />
<strong>de</strong> nuestra miseria y salió dando un portazo. Normalmente<br />
tiene esos arrebatos, así que no me preocupé hasta esta<br />
mañana que noté que no había llegado. ¿Uste<strong>de</strong>s creen…?<br />
Su mirada <strong>de</strong>lataba angustia.
190<br />
<strong>La</strong> pregunta fue interrumpida por José María, quien dijo:<br />
—Quizás en el hotel hay vi<strong>de</strong>os <strong>de</strong> seguridad. Vamos.<br />
Los seis salieron rumbo al Wilson en el Peugeot <strong>de</strong>startalado<br />
<strong>de</strong> Alice. Al llegar, le explicaron al encargado el problema. Éste <strong>de</strong><br />
inmediato llamó al jefe <strong>de</strong> seguridad, quien los condujo a un cuarto<br />
don<strong>de</strong> se veía una pared llena <strong>de</strong> monitores. Le pidió al responsable<br />
<strong>de</strong> su operación que buscara los vi<strong>de</strong>os <strong>de</strong>l vestíbulo en la<br />
noche anterior. Así lo hizo. El vi<strong>de</strong>o daba cuenta <strong>de</strong> personas sentadas<br />
y otras caminando a saltos estroboscópicos. Se apreciaba cómo<br />
Dupin se encontraba reclinado en un sofá y, <strong>de</strong> pronto, era abordado<br />
por dos jóvenes que comentaban algo con él. Se incorporaba<br />
y salían <strong>de</strong> cuadro. El vi<strong>de</strong>o <strong>de</strong> la fachada relataba, como un tren en<br />
marcha, la manera en que se alejaban por una <strong>de</strong> las calles laterales.<br />
Todos los ojos se posaron en Alice.<br />
—Es Thierry —asintió mientras una lágrima se <strong>de</strong>slizaba<br />
por su mejilla, tan semejante a la plasmada en los cuadros<br />
<strong>de</strong> Modigliani.
Treinta y cuatro<br />
[191]<br />
Diario <strong>de</strong> Bertrand Tavernier<br />
1 <strong>de</strong> enero <strong>de</strong> 1927<br />
“Me apo<strong>de</strong>raré <strong>de</strong>l <strong>de</strong>stino agarrándolo <strong>de</strong>l cuello. No me dominará”.<br />
<strong>La</strong> frase es <strong>de</strong> Beethoven, o por lo menos a él se le atribuye, y refleja<br />
muchas <strong>de</strong> las cosas que han vagado por mi cabeza en estos mis<br />
últimos días. Me gusta la obstinación <strong>de</strong> Beethoven. Recuerdo su<br />
anécdota en el balneario <strong>de</strong> Teplice cuando, en compañía <strong>de</strong> Goethe,<br />
se encontró con la emperatriz y su séquito. Mientras Goethe se quitaba<br />
el sombrero y rendía una reverencia cortesana, Beethoven se<br />
caló el suyo más aún y siguió a<strong>de</strong>lante, cuestionando el comportamiento<br />
<strong>de</strong> “lacayo” <strong>de</strong>l filósofo alemán.
192<br />
Esa terquedad es la que probablemente proviene <strong>de</strong> una infancia<br />
aviesa como la <strong>de</strong> él y la mía. El padre <strong>de</strong>l músico alemán era<br />
alcohólico, una tragedia que yo sufrí durante la niñez. Es probable,<br />
y también una paradoja, que esta condición familiar genere<br />
un <strong>de</strong>seo irrefrenable a imponerse a lo que la gente perezosa<br />
llama “<strong>de</strong>stino”.<br />
El <strong>de</strong>stino es inexorable y está guiado por hados misteriosos.<br />
Es, <strong>de</strong> acuerdo con los que creen en él, una ruta trazada <strong>de</strong> antemano,<br />
un camino <strong>de</strong>l que es imposible apartarse y que nos guía<br />
como cor<strong>de</strong>ros tar<strong>de</strong> o temprano hacia un mata<strong>de</strong>ro pre<strong>de</strong>stinado.<br />
¿Cuál sería la razón <strong>de</strong> vivir si el plan ya está <strong>de</strong>finido? ¿Cuál sería<br />
el sentido <strong>de</strong> nuestra voluntad si ésta obe<strong>de</strong>ciera a un <strong>de</strong>signio<br />
metafísico? Por supuesto ninguna. El <strong>de</strong>stino es la excusa <strong>de</strong> los<br />
incompetentes, <strong>de</strong> los débiles <strong>de</strong> carácter que todo lo justifican<br />
porque “así tenía que ser”. Pienso por ejemplo en la presencia <strong>de</strong><br />
Pasteur en los llanos <strong>de</strong> Melun y la lucha interna que libré para<br />
vencer mi timi<strong>de</strong>z y presentarme ante él para convertirme en su<br />
aprendiz. <strong>La</strong> ecuación en este caso nada tiene que ver con <strong>de</strong>stinos<br />
ni otros absurdos, sino con el azar y la necesidad. Es claro que fui<br />
afortunado al estar en la misma ciudad que Pasteur, y ahí es don<strong>de</strong><br />
intervienen los hados que fueron remachados por mi imperioso<br />
<strong>de</strong>seo <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r y <strong>de</strong> salir a<strong>de</strong>lante… el azar y la necesidad.<br />
Se antoja un balance <strong>de</strong> la vida. Es el momento justo. Cuando era<br />
joven buscaba metas, objetivos, <strong>de</strong>stinos a los cuales llegar. Hoy,<br />
en contraste, pienso en revisar lo que he sido. No puedo cambiar<br />
nada, ello le da frialdad y distancia a mi evaluación. No creo<br />
en el arrepentimiento; me parece ociosa la i<strong>de</strong>a ju<strong>de</strong>ocristiana <strong>de</strong><br />
tomar <strong>de</strong>cisiones para luego purgarlas como un convicto a perpetuidad.<br />
Los saldos, me parece normal, están llenos <strong>de</strong> claroscuros.<br />
Siempre traté <strong>de</strong> proce<strong>de</strong>r con justicia y buen sentido, pero tengo
193<br />
claro que esta aseveración admite matices: no he sido perfecto, y<br />
en este recuento <strong>de</strong>scubro en la memoria <strong>de</strong>cisiones que <strong>de</strong>bería<br />
haber tomado <strong>de</strong> otra manera. Evoco, por ejemplo, a Villepin, un<br />
empleado <strong>de</strong> toda mi confianza. Sería 1908 o 1909, no lo recuerdo<br />
con precisión. <strong>La</strong> fábrica hervía y yo no me permitía un <strong>de</strong>scanso, ni<br />
se los daba a mis más cercanos. Una tar<strong>de</strong> llegó Villepin a mi oficina<br />
y se sentó frente al escritorio, como lo hacía <strong>de</strong> forma habitual para<br />
darme el reporte <strong>de</strong>l día. Así lo hizo y luego carraspeó con incomodidad.<br />
Explicó que su mujer tenía un hijo <strong>de</strong> un matrimonio previo,<br />
el niño vivía con el padre en otra ciudad y él solicitaba un permiso<br />
para visitarlo durante tres días. Me negué y hoy lo lamento. Pero<br />
así son las cosas.<br />
¿Qué hice bien y qué mal? Menuda pregunta. Es razonable que se<br />
tienda a recordar con primacía todo aquello que nos <strong>de</strong>ja satisfechos.<br />
Lo es, también, que ocultemos <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la alfombra aquellas<br />
<strong>de</strong>cisiones que nos satisfacen menos. No lo sé, creo que he trabajado<br />
con apasionamiento, también que me he tratado <strong>de</strong> sustraer a<br />
la tentación <strong>de</strong> ser un hombre rico sin más ambición que sirvientes<br />
y un chofer <strong>de</strong> librea. Siempre me apasionó la vida, que hoy<br />
empieza a cobrar cuentas, mismas que pagaré con gusto porque<br />
creo, a pesar <strong>de</strong> todo, que hice lo correcto.<br />
Otro año ha terminado. Pascal está a punto <strong>de</strong> cumplir dieciocho<br />
años y ha <strong>de</strong>sarrollado una personalidad muy atractiva. Se intere sa<br />
poco en el dinero y cada vez más en conocer el mundo; el año<br />
pasado viajó a Inglaterra para visitar Glastonbury, don<strong>de</strong>, se dice,<br />
se encuentra Avalon, y regresó entusiasmado contando la leyenda<br />
<strong>de</strong>l rey Arturo. También recorrió Turquía en busca <strong>de</strong> la Troya <strong>de</strong><br />
Schliemann y caminó por las ruinas <strong>de</strong>l Coliseo Romano. Su vida<br />
está resuelta y ello me <strong>de</strong>ja en paz… son otros los <strong>de</strong>monios que<br />
me atormentan.
194<br />
Hay coinci<strong>de</strong>ncias felices —la mía con Pasteur lo fue—, y otras que<br />
<strong>de</strong>speñan una tragedia. ¿Qué <strong>de</strong>termina cada una? Ya lo he dicho,<br />
las re<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l azar, que son infinitas e insondables.<br />
¿Por qué ese cochero <strong>de</strong> una carreta <strong>de</strong> carga (cuyo nombre —lo<br />
averigüé <strong>de</strong>spués— era Louis Rostand) iba alcoholizado a las nueve<br />
<strong>de</strong> la mañana en el Boulevard <strong>de</strong>s Italiens? ¿Tendría algún problema<br />
irremediable? ¿Un amor irresoluto? No lo sé, pero la cauda<br />
<strong>de</strong> acontecimientos que los sutiles caminos <strong>de</strong> la fortuna <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>naron<br />
es seguro que nunca los previó…<br />
Se hace tar<strong>de</strong>; continuaré mañana.
Treinta y cinco<br />
El comisario Fabre estaba <strong>de</strong> mal humor. Al bañarse se había<br />
cortado con la navaja que suponía nueva y, ahora, en su auto<br />
rumbo a la prefectura, podía ver por el retrovisor el trozo enrojecido<br />
<strong>de</strong> papel higiénico sobre su mejilla <strong>de</strong>recha. Eso no era todo, le<br />
preocupaban los disturbios <strong>de</strong> origen racial que se habían presentado<br />
en la ciudad y que habían puesto en entredicho la capacidad<br />
<strong>de</strong> reacción <strong>de</strong> las fuerzas policiales. Sobre la inmigración, Fabre<br />
tenía i<strong>de</strong>as ambiguas. Percibía con claridad que la <strong>de</strong>lincuencia iba<br />
en ascenso en la medida que las ratas <strong>de</strong>l este <strong>de</strong> Europa se dirigían<br />
al oeste. <strong>La</strong> mafia, los traficantes <strong>de</strong> blancas y los contrabandistas<br />
planteaban un problema <strong>de</strong> seguridad real que había sido<br />
[195]
196<br />
<strong>de</strong>sglosado a <strong>de</strong>talle en la reunión nacional <strong>de</strong> Nancy, a la que había<br />
asistido. Por otro lado, le irritaban profundamente el salvajis mo<br />
con el que muchos jóvenes franceses empezaban a reaccionar:<br />
ataques a chabolas y abusos contra civiles, sobre todo con turcos y<br />
africanos, eran cada vez más frecuentes.<br />
Tenía más <strong>de</strong> veinte años <strong>de</strong> servicio, durante los cuales había mostrado<br />
diligencia y eficacia. Sus aficiones eran más bien simples: soltero<br />
empe<strong>de</strong>rnido, pasaba <strong>de</strong> quince a veinte horas trabajando, y<br />
en los fines <strong>de</strong> semana que no había alguna contingencia se reunía<br />
con un grupo <strong>de</strong> amigos a jugar al petanc, para luego pasar la tar<strong>de</strong><br />
bebiendo vino y charlando. Le gustaban las novelas policiacas y<br />
solía reírse <strong>de</strong> las técnicas propuestas por los escritores para resolver<br />
crímenes. “Parecería que todo se reduce a pensar y tener un<br />
chispazo genial”, pensaba. “Bah, idioteces. El trabajo policial es eso,<br />
sudar hasta por el culo y poseer la tenacidad suficiente, nada más”.<br />
Cuando llegó a la prefectura y bajó <strong>de</strong> su auto, se palpó el vientre.<br />
Estaba ganando peso, y tomó una nota mental acerca <strong>de</strong> la necesidad<br />
<strong>de</strong> regresar al gimnasio <strong>de</strong> la comisaría, que había abandonado<br />
hacía ya varios meses. Al entrar a su <strong>de</strong>spacho puso en or<strong>de</strong>n algunos<br />
papeles, y luego asistió a la reunión preparatoria <strong>de</strong>l día, don<strong>de</strong><br />
se revisaban los avances en las investigaciones, así como las noveda<strong>de</strong>s.<br />
Fue informado acerca <strong>de</strong> un correo <strong>de</strong> la Policía Nacional<br />
para coordinar la próxima visita <strong>de</strong>l primer ministro, y maldijo para<br />
sus a<strong>de</strong>ntros: <strong>de</strong>testaba los actos oficiales y la mierda logística que<br />
ello suponía. El resto <strong>de</strong> los asuntos tomaban el curso que <strong>de</strong>bían<br />
tomar. Al pasar a los casos nuevos, leyó el reporte <strong>de</strong> tres autos<br />
robados la noche anterior, un asalto a transeúnte y un secuestro.<br />
Este último llamó <strong>de</strong> inmediato su atención, ya que era poco<br />
común; <strong>de</strong> hecho, insólito. Pidió más <strong>de</strong>talles y el sargento Molina<br />
le explicó que en la madrugada se había presentado un grupo <strong>de</strong>
197<br />
mexicanos y una ciudadana francesa para reportar el secuestro <strong>de</strong><br />
un compañero <strong>de</strong> ellos, que fue confirmado, o por lo menos eso<br />
aseguraban, con el vi<strong>de</strong>o <strong>de</strong>l hotel Wilson don<strong>de</strong> habían ocurrido<br />
los hechos.<br />
Después <strong>de</strong> repartir el trabajo, pidió que el grupo <strong>de</strong>nunciante se<br />
reuniera en la sala <strong>de</strong> juntas, a la que acudió con el tercer café <strong>de</strong> la<br />
mañana. No estaba preparado para el cuadro <strong>de</strong> cuatro adolescentes,<br />
una dama y un caballero <strong>de</strong> más o menos su misma edad, que<br />
lo esperaban nerviosos.<br />
Se presentó y les solicitó que le expusieran los hechos. Sus ojos se<br />
dirigían al hombre y la mujer adultos.<br />
El hombre tomó la palabra. En un francés muy razonable le explicó<br />
que eran mexicanos, con la excepción <strong>de</strong> Alice Tavernier, vecina <strong>de</strong><br />
Dijon, y que se encontraban en Francia para rastrear la pista <strong>de</strong> uno<br />
<strong>de</strong> los antepasados <strong>de</strong> Miguel Dupin. Le dijo también que era muy<br />
probable que sus hallazgos provocaran la reacción <strong>de</strong> Thierry, y le<br />
cedió la palabra a la mujer, quien narró la exaltación <strong>de</strong> su hijo al<br />
enterarse <strong>de</strong> la visita <strong>de</strong> Dupin a su hogar. Uno <strong>de</strong> los jóvenes respondió<br />
en buen francés que los vi<strong>de</strong>os <strong>de</strong> seguridad <strong>de</strong>l hotel mostraban<br />
a Thierry y a otro joven llevándose a Dupin hacia la calle,<br />
aunque no se percibía ningún arma visible. Detalle que llamó la<br />
atención <strong>de</strong> Fabre, ya que <strong>de</strong>mostraba un buen ojo policial.<br />
—¿No han recibido ninguna comunicación? —fue la primera<br />
pregunta que formuló.<br />
—Ninguna —la respuesta <strong>de</strong> Juan Pablo era lacónica.
198<br />
—Bien, les diré lo que haremos. Creo que necesito un<br />
momento más con usted, señora, para que me ofrezca <strong>de</strong>talles<br />
acerca <strong>de</strong> los hábitos <strong>de</strong> su hijo. Uste<strong>de</strong>s —se dirigía al<br />
resto <strong>de</strong>l grupo— regresen a su hotel y tomen un <strong>de</strong>scanso.<br />
Les pido que estén pendientes <strong>de</strong> sus teléfonos celulares,<br />
mi asistente tomará sus datos. Pondré una escolta que los<br />
acompañará. No creo que estén en peligro alguno, pero es<br />
el procedimiento.<br />
El grupo regresó al hotel, don<strong>de</strong> convinieron encontrarse con<br />
Alice una vez que concluyera su entrevista. Se veían taciturnos y<br />
cansados.<br />
—¿Qué opinan? —preguntó Juan Pablo.<br />
Era un cuestionamiento retórico, ya que no apostaba dinero a las<br />
hipótesis <strong>de</strong> Tatanka, el Garra y el Perro.<br />
—Que este cabrón, Thierry, <strong>de</strong>be estar medio cucú, padre.<br />
El secuestro en este país es un <strong>de</strong>lito muy grave, y dudo<br />
mucho que quiera lana, más bien busca una manera <strong>de</strong><br />
jo<strong>de</strong>r a Dupin por el <strong>de</strong>spojo que, cree, cometió su abuelo.<br />
<strong>La</strong> chinga es que estamos en blanco y dudo mucho que la<br />
policía pueda avanzar con rapi<strong>de</strong>z. Creo que hay que esperar<br />
a Alice y saber qué carajo pasó.<br />
Esperaron en el lobby <strong>de</strong>l hotel realizando activida<strong>de</strong>s misceláneas.<br />
El Garra y Tatanka se enfrascaron en un duelo <strong>de</strong> albures lamentable.<br />
El Perro se puso a chatear en su laptop. José María buscó sus<br />
Miserables y Juan Pablo se hundió en un sofá pensando en Alice. Le<br />
llamaba la atención esa mujer y la vida durísima que enfrentaba<br />
día con día.
199<br />
Cuando ella llegó, escoltada en un coche policial, todos se reunieron<br />
a su alre<strong>de</strong>dor. Se veía <strong>de</strong>macrada y las cuencas <strong>de</strong> los ojos<br />
<strong>de</strong>lataban que había llorado. Les narró que el inspector Fabre había<br />
preguntado por todos los <strong>de</strong>talles acerca <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> Thierry:<br />
sus amigos, los lugares que acostumbraba frecuentar, así como<br />
sus horarios. Analizaron juntos el vi<strong>de</strong>o y, finalmente, le pidió una<br />
fotografía <strong>de</strong> su hijo, pero ya no fue necesaria, pues un ayudante<br />
<strong>de</strong>l inspector entró con un expediente en el que se apreciaba con<br />
claridad a Thierry acompañado <strong>de</strong> otros jóvenes. Fabre le explicó<br />
entonces que su hijo estaba ya fichado por su pertenencia a un<br />
grupo ultranacionalista <strong>de</strong>nominado “Francia con fronteras”, y que<br />
ello, a pesar <strong>de</strong> ser una mala noticia familiar, se constituía en una<br />
primera pista para avanzar en el caso. Prometió tenerla informada<br />
y la envió <strong>de</strong> regreso al hotel.<br />
Juan Pablo no encontró la manera <strong>de</strong> confortarla, y la invitó a tomar<br />
un café en un lugar cercano.<br />
—No sé qué <strong>de</strong>cirte —exclamó mientras le daba un sorbo<br />
a su taza.<br />
<strong>La</strong> respuesta <strong>de</strong> Alice fue entrecortada.<br />
Suspiró.<br />
—No es necesario que me digas nada. Te agra<strong>de</strong>zco la compañía.<br />
Ello me basta. Creo que estoy cansada <strong>de</strong> que la vida<br />
me dé la espalda. Imagina que el máximo logro familiar<br />
es el <strong>de</strong> un tío abuelo que sale dos segundos a cuadro en<br />
Monsieur Verdoux, <strong>de</strong> Chaplin.
200<br />
—A veces creo que soy una <strong>de</strong>sadaptada. Siempre pensé en<br />
el valor <strong>de</strong> la confianza, y esa ingenuidad me ha acarreado<br />
más patadas <strong>de</strong> las que hubiera podido imaginar. El padre<br />
<strong>de</strong> Thierry me trató como a una puta. Mi familia me <strong>de</strong>spreció.<br />
He criado un criminal y vivo en una precariedad espantosa.<br />
Un saldo <strong>de</strong> mierda, ¿no crees?<br />
Juan Pablo la miró amistosamente. Los rasgos <strong>de</strong> Modigliani llamaban<br />
su atención.<br />
—No lo sé, supongo que sí. Pero te <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cir que no estás<br />
tan sola ante los saldos <strong>de</strong> la <strong>de</strong>rrota. Aunque dudo mucho<br />
que ello te reconforte.<br />
Y entonces le contó su propia historia, mientras el sol <strong>de</strong>scendía<br />
por los tejados <strong>de</strong> Dijon.
Treinta y seis<br />
Todo ocurrió muy rápido. Miguel Dupin pensaba en su pasado y<br />
en su futuro. Sentía esa <strong>de</strong>sazón propia <strong>de</strong> un amante <strong>de</strong>spechado,<br />
o <strong>de</strong> aquel que no ha quedado satisfecho ante sus acciones <strong>de</strong> vida:<br />
una especie <strong>de</strong> garra que le oprimía la boca <strong>de</strong>l estómago. ¿Por qué<br />
se empecinaba en remontarse a su pasado? Ahora se daba cuenta<br />
<strong>de</strong> que una simple acción era capaz <strong>de</strong> arrojar docenas <strong>de</strong> reacciones<br />
imprevisibles, y en muchos casos cargadas <strong>de</strong> dolor y agravio.<br />
Pensaba también en Juan Pablo y José María. Le gustaba esa<br />
pareja que se movía a contrapelo <strong>de</strong> la ortodoxia filial, pero empezaba<br />
a dudar que su i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> llevarlos a esta historia fuera afortunada.<br />
Recordaba el dolor en la voz <strong>de</strong> Alice y la punzada crecía. En<br />
[201]
202<br />
todo ello cavilaba Miguel Dupin, cuando sintió una presencia a su<br />
espalda. Razonó en milésimas <strong>de</strong> segundo que un mesero jamás<br />
anunciaría su presencia <strong>de</strong> manera subrepticia y aguzó sus cuatro<br />
sentidos. Era tar<strong>de</strong>, una voz muy joven le dijo:<br />
—Levántate <strong>de</strong>spacio y acompáñanos. Tomarás nuestros<br />
brazos y caminaremos afuera <strong>de</strong>l hotel. Traigo un arma y te<br />
juro, cabrón, que tengo ganas <strong>de</strong> usarla aquí mismo.<br />
<strong>La</strong> dureza <strong>de</strong> las palabras que amenazaban a Dupin contrastaba con<br />
el tono: un susurro.<br />
Dupin reaccionó lentamente. No sintió miedo, era el cansancio el<br />
que lo atormentaba, y curiosidad por esta vuelta <strong>de</strong> tuerca inesperada,<br />
así que se incorporó tal y como se lo habían pedido. Tomó<br />
los brazos que sintió a sus costados para salir caminando por la<br />
puerta <strong>de</strong>l Wilson. Afuera el frío <strong>de</strong> la noche le cortó la cara como<br />
un cuchillo. Se dio cuenta <strong>de</strong> que uno <strong>de</strong> sus captores temblaba<br />
ligeramente, y luego fue obligado a entrar a un coche que carraspeó<br />
afónico antes <strong>de</strong> encen<strong>de</strong>r el motor. Escuchó <strong>de</strong>cir a la voz original:<br />
—<strong>La</strong> ventaja es que no será necesario vendarle los ojos.<br />
<strong>La</strong> broma, cruel y <strong>de</strong>spiadada, provocó una risa: la segunda voz que<br />
Dupin i<strong>de</strong>ntificaba y que le dio una primera aproximación para<br />
compren<strong>de</strong>r que se trataba <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> jóvenes violentos y zafios.<br />
Entendía poco <strong>de</strong> lo que pasaba pero mantenía la calma. Decidió<br />
tomar la iniciativa.<br />
—¿Saben quién soy? —preguntó en un tono neutro.
203<br />
—¿Nos tomas por imbéciles? Claro que lo sabemos. Eres<br />
un ciego <strong>de</strong> mierda que se presenta <strong>de</strong> la nada con su abrigo<br />
elegante y zapatos <strong>de</strong> 500 euros para restregarnos lo bien<br />
que te ha ido. Claro que no sé qué tanto un topo como tú<br />
pueda disfrutar <strong>de</strong> todo ello.<br />
Dupin se reclinó en el asiento. Era evi<strong>de</strong>nte que el auto había abandonado<br />
la ciudad y se encontraba en una carretera. Se escuchaba el<br />
rebase <strong>de</strong> algunos camiones y nada más. Los jóvenes habían encendido<br />
la radio o activado el sistema <strong>de</strong> discos y se escuchaba una<br />
música <strong>de</strong>sconocida para él, pero ruidosa y llena <strong>de</strong> gritos que sus<br />
captores cantaban eufóricos. Se <strong>de</strong>tuvieron en algún sitio y Miguel<br />
pudo percibir el olor a alcohol, quizá vodka, que se <strong>de</strong>slizaba por<br />
el interior <strong>de</strong>l auto. Cayó vencido por el sueño. Lo <strong>de</strong>spertó la voz<br />
original, que <strong>de</strong>cía:<br />
—Alise Sainte Reine, veinte kilómetros. Hemos llegado,<br />
muchacho.<br />
Entonces tuvo una i<strong>de</strong>a: sacó con el mayor sigilo su aparato celular<br />
—ignoraba si ya había amanecido— y marcó la tecla <strong>de</strong> pulsado<br />
rápido al celular <strong>de</strong> Juan Pablo. Apenas había oprimido cuatro<br />
caracteres y marcado “enviar”, cuando un golpe brutal lo <strong>de</strong>jó<br />
inconsciente <strong>de</strong> inmediato.<br />
—¡Este imbécil mandó un mensaje! —exclamó Thierry.<br />
Checa si lo envió y qué dice.<br />
Su compañero tomó el aparato y entró al menú <strong>de</strong> opciones enviadas.<br />
Luego rió <strong>de</strong> manera sonora.
204<br />
—No te preocupes, son garabatos. Este ciego <strong>de</strong> mierda<br />
estaba nervioso y no sabía qué tecleaba. Mira, ésa es la casa.<br />
Entonces el coche entró en una finca rural que se veía vacía. Los dos<br />
jóvenes se apearon y tomaron a Miguel <strong>de</strong> pies y brazos. Lo llevaron<br />
a su interior para luego recostarlo en una cama que se encontraba<br />
en una habitación <strong>de</strong> la planta baja. De la sien <strong>de</strong> Dupin brotaba un<br />
hilillo <strong>de</strong> sangre, por lo que Thierry limpió la herida y aplicó una<br />
gasa que Jaques, su compañero, le proporcionó.<br />
Thierry valoró la propiedad.<br />
—¿Así que ésta es la casa <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso <strong>de</strong> tus padres? No<br />
jodas, se ve que están forrados.<br />
—Lo están —fue la respuesta <strong>de</strong> Jaques—. El cerdo <strong>de</strong> mi<br />
padre sólo se ha <strong>de</strong>dicado a hacer dinero. Pero es un escondite<br />
i<strong>de</strong>al. Ellos se fueron a las Islas Maldivas y regresan <strong>de</strong>ntro<br />
<strong>de</strong> un mes, yo les importo un carajo, así que todo está<br />
bajo control. A<strong>de</strong>más, la alacena está llena y la cava <strong>de</strong>be<br />
tener unas quinientas botellas. ¿Qué te parece si brindamos?<br />
Fue por una botella <strong>de</strong> vino, que <strong>de</strong>scorchó sin mucha pericia,<br />
y se sentó junto con Thierry ante una mesa con mantel <strong>de</strong> cuadros.<br />
Escanciaron las copas y las elevaron en el aire hasta chocarlas<br />
suavemente.<br />
—Por la venganza.<br />
—Por la venganza —respondió Thierry mientras sus ojos<br />
veían fijamente la habitación don<strong>de</strong> Miguel Dupin <strong>de</strong>spertaba<br />
en ese momento.
Treinta y siete<br />
El comisario Fabre cerró el libro y lo puso en la mesa <strong>de</strong> noche. Le<br />
gustaban Mankel y su personaje, el inspector Kurt Wallan<strong>de</strong>r,<br />
ese policía amargado y alcohólico que resolvía los crímenes más<br />
extraños en algún lugar perdido <strong>de</strong> Suecia. Lo encontraba verosímil<br />
y cercano a su propia experiencia. El trabajo policial no era glamoroso,<br />
y lo había enfrentado a situaciones espantosas. Recordaba<br />
el caso <strong>de</strong> un hombre <strong>de</strong> origen alemán que había mutilado a más<br />
<strong>de</strong> una docena <strong>de</strong> mujeres. <strong>La</strong>s sedaba para luego cortarles una<br />
oreja. En la prefectura lo llamaban Van Gogh, y los mantuvo en<br />
jaque durante ocho meses. Cuando lo pudieron capturar en un<br />
suburbio <strong>de</strong> Dijon, el hombre no opuso resistencia alguna. Parecía<br />
[205]
206<br />
un ciudadano normal, pero al entrar a su casa, Fabre apenas pudo<br />
contener las arcadas que le provocó encontrar en un cuarto más <strong>de</strong><br />
cincuenta orejas clavadas en la pared, algunas <strong>de</strong> ellas <strong>de</strong>scompuestas<br />
mostrando los cartílagos. Su trabajo lo acercaba siempre a las<br />
pocilgas, a la crueldad y la locura. Fabre era un hombre duro que,<br />
sin embargo, no perdía la capacidad <strong>de</strong> asombro. En una ocasión se<br />
enfrentaron a un hombre que advertía sobre el fin <strong>de</strong>l mundo. Los<br />
vecinos se habían quejado <strong>de</strong> su locura, ya que durante las madrugadas<br />
salía al balcón <strong>de</strong> su casa y por medio <strong>de</strong> un megáfono le<br />
pedía a la gente que se preparara para un inminente apocalipsis<br />
<strong>de</strong>l que sólo él los podría salvar. Le dieron una amonestación y lo<br />
<strong>de</strong>jaron ir… fue un error que costó la vida <strong>de</strong> cuatro niños. El lunático<br />
irrumpió una mañana en un jardín <strong>de</strong> infantes con una pistola<br />
automática, disparó durante quince minutos y luego se voló la tapa<br />
<strong>de</strong> los sesos. Ver los cuerpecitos inermes <strong>de</strong> aquellas criaturas fue<br />
algo que a Fabre le había costado muchos años olvidar.<br />
Antes <strong>de</strong> dormir pensó en el caso que se le había presentado ese<br />
día. Aparentemente estaba todo claro. Thierry Duchamps era un<br />
joven resentido y violento, en un par <strong>de</strong> ocasiones había sido <strong>de</strong>tenido<br />
por disturbios <strong>de</strong> origen racial. <strong>La</strong>s razones <strong>de</strong> su conducta<br />
tenían un motivo: juzgaba que ese hombre mexicano y ciego,<br />
¿Miguel Dupin?, había heredado un <strong>de</strong>stino que le correspondía<br />
a él. El problema consistía en tratar <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r las razones últimas:<br />
era evi<strong>de</strong>nte que no quería asesinarlo, o no por lo menos tan<br />
pronto, ya que ello lo podría haber realizado en el mismo hotel o<br />
saliendo <strong>de</strong> él. Tampoco había una comunicación relacionada con<br />
un rescate. <strong>La</strong> venganza parecía el móvil más plausible, y eso lo<br />
inquietaba: la violencia <strong>de</strong> estos jóvenes se apreciaba creciente y<br />
<strong>de</strong>smedida, por lo que concluyó que tendrían que dar lo antes posible<br />
con el para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> Dupin.
207<br />
Habían ya analizado las fichas <strong>de</strong> los integrantes <strong>de</strong>l grupo <strong>de</strong><br />
Thierry. Eran más <strong>de</strong> cincuenta y se habían dispuesto cateos en las<br />
casas <strong>de</strong> todos y cada uno <strong>de</strong> ellos. <strong>La</strong>s fuerzas <strong>de</strong> tarea resultaban<br />
insuficientes y ello les tomaría algo <strong>de</strong> tiempo. Ni siquiera sabían<br />
en qué coche habían escapado o si seguían en Dijon. El retrato <strong>de</strong><br />
Thierry fue enviado a todas las comisarías <strong>de</strong>l país. Hasta ahí se<br />
podía llegar por ese día.<br />
Por la mañana se cuidó mucho <strong>de</strong> pasar la cuchilla por la zona <strong>de</strong>l<br />
corte, tomó un café muy cargado y salió a la comisaría. Se repitió<br />
mentalmente la necesidad <strong>de</strong> hacer ejercicio y, cuando se disponía<br />
entrar a la reunión matutina, fue interrumpido por el sargento<br />
Chabrol, quien le indicó que una <strong>de</strong> las personas que había presentado<br />
la <strong>de</strong>nuncia el día anterior estaba en la antesala. Fabre asintió<br />
y pidió que lo enviaran a su <strong>de</strong>spacho en el que trató <strong>de</strong> arreglar la<br />
Babel <strong>de</strong> papeles que inundaban el escritorio.<br />
Juan Pablo entró y saludó al inspector con un apretón <strong>de</strong> manos.<br />
—¿Alguna novedad? —preguntó.<br />
Fabre estaba acostumbrado a la ansiedad <strong>de</strong> las personas que<br />
habían perdido a alguien, así que tuvo la paciencia suficiente para<br />
explicarle todo el procedimiento y luego guardó silencio, como<br />
invitando a Juan Pablo a retirarse. Sin embargo, éste permaneció<br />
en su sitio y sacó un teléfono celular.<br />
—Comisario —dijo—, normalmente no uso estos aparatos<br />
y lo tenía guardado en mi habitación. Sé que usted nos<br />
advirtió y lamento mi distracción, pero hoy que recordé sus<br />
instrucciones, lo prendí y me encontré con un mensaje <strong>de</strong><br />
Miguel Dupin. Él <strong>de</strong>sapareció cerca <strong>de</strong> las diez <strong>de</strong> la noche
208<br />
<strong>de</strong> antier y la hora registrada en el celular al momento <strong>de</strong><br />
recibir el mensaje es en la madrugada, concretamente las<br />
4:37 a.m. Sin embargo, el texto es in<strong>de</strong>scifrable. Pensé que<br />
le interesaría conocerlo.<br />
Fabre extendió la mano con prontitud, por supuesto le interesaba…<br />
En efecto, el mensaje era críptico:<br />
“5 2 a C”.<br />
Mierda, pensó Fabre mientras observaba fijamente a Juan Pablo.
Treinta y ocho<br />
<strong>La</strong> ¿clave? <strong>de</strong> Dupin era un bal<strong>de</strong> <strong>de</strong> agua fría. ¿5 2 A C? ¿Qué putas<br />
significaba eso?, razonó José María. Parecía el pinche nombre <strong>de</strong><br />
una cápsula espacial tercermundista. Lo primero era enten<strong>de</strong>r si<br />
su amigo la había enviado, pero se encontraban en un callejón sin<br />
salida, ya que no era posible saberlo. Aceptando, entonces, que el<br />
mensaje efectivamente era <strong>de</strong> Dupin, tocaba <strong>de</strong>scifrarlo. José María<br />
tomó el control <strong>de</strong> la situación y pidió que les fuera asignada la sala<br />
<strong>de</strong> negocios <strong>de</strong>l hotel Wilson. Era un espacio modular que había<br />
sido acondicionado para que él y sus acompañantes pudieran pasar<br />
la mañana. Había un pizarrón plagado <strong>de</strong> plumones, una computadora<br />
en línea que se proyectaba en una pantalla <strong>de</strong> cuarenta y<br />
[209]
210<br />
dos pulgadas, sillas, una mesa y una dotación <strong>de</strong> galletas, café y<br />
refrescos que hubieran generado un coma diabético en la persona<br />
equivocada.<br />
Parecía un salón <strong>de</strong> clase: José María al frente, Tatanka, el Perro y el<br />
Garra sentados juntos con cara <strong>de</strong> aparente concentración, y Juan<br />
Pablo y Alice un poco más atrás observando al muchacho.<br />
—Creo que lo primero que <strong>de</strong>bemos hacer es buscar la asociación<br />
<strong>de</strong> i<strong>de</strong>as. Les propongo a todos que escriban en un<br />
papel todo aquello que les sugiera la fórmula 5 2 A C y luego<br />
contrastemos nuestros hallazgos. Para que esto sirva <strong>de</strong> algo,<br />
sugiero <strong>de</strong>scartar lo <strong>de</strong>scartable. Por ejemplo, es ocioso pensar<br />
en qué número <strong>de</strong> letra es el 5 o el 2, ya que hubiera sido<br />
más fácil escribir las letras <strong>de</strong> forma directa.<br />
Tatanka borró discretamente su hoja.<br />
—Tampoco es una placa <strong>de</strong> auto y, si bien es curioso que los<br />
dos son números primos, me parece que Dupin los tecleó <strong>de</strong><br />
manera <strong>de</strong>liberada. Es <strong>de</strong>cir, hubiera gastado más tiempo en<br />
mandar una clave que un texto legible. Ya revisé las carreteras<br />
<strong>de</strong> Francia y no se guían por esa nomenclatura, así que<br />
no es por ahí. También he marcado el número y me manda<br />
a un buzón, por lo que es probable que sus secuestradores<br />
se dieran cuenta <strong>de</strong> que traía un celular y no le fue posible<br />
usarlo más.<br />
Todos asintieron mientras Juan Pablo le traducía a Alice las indicaciones.<br />
No se oía una mosca. Al cabo <strong>de</strong> media hora, José María se<br />
levantó <strong>de</strong> su asiento y recorrió con la mirada a sus compañeros. El<br />
Garra alzó la mano.
—¿Qué es un número primo?<br />
211<br />
José María elevó los ojos al cielo y se concentró en el resto. Era <strong>de</strong>smoralizante.<br />
El Perro había establecido una secuencia numérica restando<br />
2 a 5 y obteniendo 3, “que era la C”, aunque no sabía qué uso<br />
le podía dar a esa información. Tatanka miraba al techo y Alice y<br />
Juan Pablo no habían llegado a nada. Los comprendía. Él mismo no<br />
lograba enten<strong>de</strong>r qué les quería <strong>de</strong>cir Miguel Dupin. Estaba seguro<br />
<strong>de</strong> que no era una clave, sino información explícita. Se encontraba<br />
en un callejón sin salida, por lo que, lleno <strong>de</strong> sentido práctico, propuso<br />
dividir el trabajo. Tatanka y el Garra analizarían un mapa <strong>de</strong><br />
Francia para estimar la distancia que se podía recorrer en las cinco<br />
horas y media que habían transcurrido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el secuestro hasta la<br />
llegada <strong>de</strong>l mensaje. Juan Pablo y Alice analizarían las permutaciones<br />
<strong>de</strong> las tres teclas <strong>de</strong>l celular necesarias para producir la clave, y<br />
él y el Perro seguirían dándole vueltas al asunto con papel y lápiz.<br />
Acordaron trabajar toda la mañana y contrastar sus hallazgos. A las<br />
dos <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> se reunieron <strong>de</strong> nuevo. Le correspondió a Tatanka la<br />
primera exposición. Carraspeó y mostró en línea el plano <strong>de</strong> carreteras<br />
Michelin: en cinco horas y media se podía cubrir prácticamente<br />
todo el país. De hecho, en sólo dos horas estarían en Ginebra<br />
y en 5.44 en Rennes, la ciudad <strong>de</strong> la que habían salido un par <strong>de</strong> días<br />
antes, así que por ese camino avanzarían muy poco.<br />
El Garra apostilló:<br />
—Es un pinche paisito <strong>de</strong> mierda. Todo queda a media hora.<br />
Alice y Juan Pablo presentaron una hoja que parecía salida <strong>de</strong><br />
un juego <strong>de</strong> boggle. Este último argumentó que seguramente<br />
Dupin habría escrito en español y las palabras que se podían forman
212<br />
con las teclas 2, 3 y 5 eran ininteligibles: “Cabe, cable, lacé, cal, <strong>de</strong>ba,<br />
ceba, <strong>de</strong>, el, al, cal, ceda, beca, lea, Elba, cela”. También informó que<br />
buscaron una lista <strong>de</strong> ciuda<strong>de</strong>s francesas, pero ninguna se acercaba<br />
ni <strong>de</strong> manera remota a la fórmula.<br />
José María no pudo reportar nada. Lo avergonzaban las i<strong>de</strong>as que le<br />
habían venido a la mente y que, sabía, eran equivocadas.<br />
Todos se miraron en silencio.<br />
<strong>La</strong>s cosas no iban mejor en la prefectura. Fabre estaba teniendo un<br />
día <strong>de</strong> perros: uno <strong>de</strong> sus hombres se había embriagado y chocado<br />
en su coche oficial contra un comercio. <strong>La</strong> bronca con el alcal<strong>de</strong><br />
todavía le retumbaba en los oídos. El enlace <strong>de</strong> la Policía Nacional<br />
para coordinar la visita <strong>de</strong>l primer ministro lo tenía podrido, y la<br />
cabeza estaba a punto <strong>de</strong> estallarle. Tomó un par <strong>de</strong> pastillas analgésicas<br />
y se concentró en el informe <strong>de</strong>l secuestro.<br />
“Se investigaron y catearon cuatro domicilios, sin éxito. En todos<br />
los casos, los miembros <strong>de</strong> la célula Francia con fronteras estaban<br />
en su hogar, y los cuatro pudieron ofrecer coartadas satisfactorias.<br />
No se ha recibido llamada alguna solicitando un rescate, y el celular<br />
<strong>de</strong> Thierry Duchamps está <strong>de</strong>sactivado, aunque se han intervenido<br />
ya las líneas <strong>de</strong> Alice Tavernier y <strong>de</strong>l Hotel Wilson, así como<br />
los celulares <strong>de</strong> los mexicanos. Respecto al mensaje 52 A C, éste ha<br />
sido enviado a los criptólogos <strong>de</strong> la Policía Nacional, pero aún no<br />
ofrecen resultado alguno”.<br />
Vaya informe <strong>de</strong> mierda, pensó Fabre, ¿cuatro casas? A ese ritmo<br />
terminarían en un año y estaba seguro <strong>de</strong> que Dupin no contaba<br />
con tanto tiempo. Tamborileó con los <strong>de</strong>dos sobre su escritorio y<br />
<strong>de</strong>cidió que lo mejor que le podría pasar era que lo <strong>de</strong>capitaran.
Treinta y nueve<br />
Miguel Dupin abrió los ojos <strong>de</strong> acero e inmediatamente sintió una<br />
punzada en la herida que tenía en la cabeza. No sabía si su mensaje<br />
tendría algún éxito, pero era su única oportunidad. Había perdido<br />
la noción <strong>de</strong>l tiempo, pero estaba seguro <strong>de</strong> que los jóvenes se<br />
habían <strong>de</strong>tenido un buen rato, ya que el trayecto total en el auto no<br />
había durado más <strong>de</strong> una hora. Tenía hambre y se sentía incómodo<br />
con la ropa <strong>de</strong>l día anterior. El miedo no lo dominaba aún; seguía<br />
poseído por la curiosidad, por conocer las razones que <strong>de</strong>terminaban<br />
su secuestro. No era un saldo <strong>de</strong>seable, pero era un saldo al fin,<br />
y Dupin estaba ansioso por saber más, así que esperó. Un par <strong>de</strong><br />
[213]
214<br />
horas más tar<strong>de</strong> se abrió una puerta y sintió la ru<strong>de</strong>za <strong>de</strong> un brazo<br />
que lo levantaba con cierta violencia.<br />
Lo llevaron a una silla en otra estancia y percibió el olor a embutidos.<br />
—¡Come! —fue la instrucción imperiosa, y así lo hizo <strong>de</strong>vorando<br />
una baguette con jamón y mostaza, acompañada <strong>de</strong><br />
un vaso con agua. Cuando pidió una servilleta, <strong>de</strong> inmediato<br />
sintió que le lanzaban un trapo a la cara, lo que le causó un<br />
sobresalto, <strong>de</strong>l que se repuso para limpiarse las comisuras<br />
<strong>de</strong> los labios.<br />
—¿Qué quieren <strong>de</strong> mí? —preguntó una vez que hubo terminado<br />
y mientras sentía las miradas acechantes.<br />
—Que nos expliques, viejo <strong>de</strong> mierda, cómo es posible que<br />
lo tengas todo y yo nada. Nada más no quiero limosnas<br />
ni consi<strong>de</strong>raciones, sino enten<strong>de</strong>r cómo coños tu padre lo<br />
heredó todo y mi abuelo, su hermano, fue echado como un<br />
perro <strong>de</strong> la familia.<br />
—¿Quién eres? —preguntó Miguel Dupin, azorado por la<br />
revelación.<br />
—El hijo <strong>de</strong> Alice, una pobre miserable que se las da <strong>de</strong><br />
beata y que me ha contado la historia <strong>de</strong> la familia. Estoy<br />
seguro <strong>de</strong> que tú no sabes lo que es que falte la comida, que<br />
tengas que robar lo que necesitas, vivir en medio <strong>de</strong> una<br />
nube <strong>de</strong> mierda ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> negros y sudacas. Por supuesto<br />
que lo ignoras todo, pero es el momento <strong>de</strong> rendir cuentas<br />
y por eso estás aquí.
Dupin se interesó <strong>de</strong> inmediato y previno:<br />
215<br />
—Mira, hijo, nadie ha resultado lastimado aún y me parece<br />
que el asunto no se ha salido <strong>de</strong> proporción. ¿Por qué no<br />
regresamos al principio? Todo lo po<strong>de</strong>mos platicar sin consecuencias<br />
que pue<strong>de</strong>n ser muy graves. ¿No crees que sería<br />
lo mejor?<br />
—No soy tu hijo, cabrón. Y esto se salió <strong>de</strong> proporción hace<br />
dos días. <strong>La</strong> policía ya nos <strong>de</strong>be estar buscando, así que<br />
no me vengas con estupi<strong>de</strong>ces <strong>de</strong> re<strong>de</strong>ntor. Quiero saber<br />
exactamente lo que pasó, y mucho cuidado con mentirme<br />
porque, como te dije, estoy armado y dispuesto a todo. No<br />
tengo nada que per<strong>de</strong>r, te lo garantizo.<br />
—Tenemos un problema entonces. Ya que la información<br />
que buscas es justo la que me ha traído a Francia. Yo tampoco<br />
entiendo lo que pasó, y siempre me he sentido intrigado<br />
por el misterio. Ignoro si mi abuelo era un miserable,<br />
te lo juro. Pero es algo que me he preguntado siempre y es<br />
por ello que estoy aquí. De hecho, el asunto se vuelve día a<br />
día más confuso, y no creo que la forma en la que lo quieres<br />
resolver ayu<strong>de</strong> en nada.<br />
Dupin percibió en la respiración <strong>de</strong>l joven la duda.<br />
—No te creo. ¿Cómo es posible que no sepas nada?<br />
—El asunto <strong>de</strong>l rompimiento <strong>de</strong> mi abuelo con su socio<br />
se manejó siempre como un secreto familiar incómodo.<br />
Información que se guarda <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la alfombra y que produce<br />
vergüenza. Te lo juro.
216<br />
<strong>La</strong> duda crecía.<br />
—Basta, no quiero hablar más. Vamos a pensar qué carajo<br />
hacemos contigo. Te voy a llevar <strong>de</strong> regreso a tu habitación y<br />
te advierto que si vuelves a intentar algo te va a ir muy mal.<br />
No estamos jugando.<br />
—¿Podría al menos bañarme y tener una muda <strong>de</strong> ropa?<br />
—¿Crees que esto es un hotel, cabrón? Claro que no. Vamos.<br />
Lo llevaron <strong>de</strong> regreso a la habitación original y luego escuchó<br />
unos ruidos. Cuando oyó que la puerta se cerraba, se incorporó.<br />
En una mesa había una ban<strong>de</strong>ja con agua y, al lado, un jabón junto<br />
a la muda <strong>de</strong> ropa y una toalla. Era claro para él que los jóvenes se<br />
encontraban <strong>de</strong>sorientados, y eso lo podría aprovechar a su favor.<br />
Se aseó y cambió y, ya recostado en su cama, se dio cuenta <strong>de</strong> que<br />
parte <strong>de</strong> las respuestas empezaban a perfilarse en el horizonte. Muy<br />
a su pesar, esbozó una sonrisa melancólica pensando en su pasado,<br />
en su presente, pero señaladamente en el futuro y lo que venía con él.
Cuarenta<br />
Un largo día transcurrió sin avances. Athos, Porthos, Aramis y<br />
Dartagnan se encontraban en blanco y confundidos. Invirtieron la<br />
mañana en ir <strong>de</strong> compras al centro <strong>de</strong> la ciudad, ya que nada más<br />
podían hacer. Juan Pablo y Alice parecían haber aceptado la compañía<br />
mutua, lo mismo que perros viejos que se lamen las heridas.<br />
A Juan Pablo le gustaba la melancolía que emanaba <strong>de</strong> su nueva<br />
amiga, el rostro tallado en Modigliani y la sencillez con la que veía<br />
el mundo. Ella también se sentía atraída por el mexicano, un hombre<br />
sensato y bueno, padre <strong>de</strong> ese niño portentoso.<br />
[217]
218<br />
Los muchachos regresaron <strong>de</strong>l centro, cada uno con sus nuevas<br />
adquisiciones. El Perro había comprado una playera en la que se<br />
apreciaba a su nueva conocida, <strong>La</strong> Gioconda. Garra le había comprado<br />
un disco <strong>de</strong> Charles Aznavour a su abuelita, que le valió el<br />
pitorreo generalizado:<br />
—No mames, Garra. ¿Charles Aznavour? No mames. Es<br />
como si compraras un cenicero <strong>de</strong> cristal cortado, güey.<br />
¿No has oído cantar a ese pinche ruco? —le dijo José María<br />
divertido—. Es como meterte a un establo.<br />
—Me vale madre. Mi abuelita me lo pidió, así que no estén<br />
chingando.<br />
Tatanka había encontrado un par <strong>de</strong> ejemplares <strong>de</strong> Astérix en español<br />
en una tienda <strong>de</strong> viejo, y José María adquirió un libro: The God<br />
<strong>de</strong>lusion, <strong>de</strong> Richard Dawkins, una reivindicación <strong>de</strong>l ateísmo que<br />
le interesaba leer.<br />
En el hotel se pusieron a jugar a las preguntas pen<strong>de</strong>jas. Era<br />
ganador el que lograra la que, a juicio unánime, superara a<br />
las <strong>de</strong>más y que tuviera respuesta.<br />
—¿Quién inventó el sándwich? —Tatanka.<br />
—¿Por qué moja el agua? —el Perro.<br />
—¿Por qué las cosas se ven más chiquitas cuando están<br />
lejos —el Garra.<br />
—¿Cómo le hablan a los bomberos en China? —José María.
219<br />
Esta última captó la atención <strong>de</strong> sus compañeros y le pidieron la<br />
respuesta.<br />
—Por teléfono.<br />
El chiste mamón le valió una madriza <strong>de</strong> almohadazos. Siguieron<br />
jugando toda la tar<strong>de</strong>. <strong>La</strong>s respuestas invariablemente las ofrecía<br />
José María en una especie <strong>de</strong> tertulia que todos disfrutaban. Luego<br />
cada uno se concentró en sus asuntos. Tatanka y José María empezaron<br />
a leer. El Perro se puso su camiseta y el Garra fue echado<br />
<strong>de</strong>l cuarto en el momento que intentó poner a Aznavour. No había<br />
avances y la preocupación en el grupo aumentaba. Un aire <strong>de</strong> tragedia<br />
empezaba a apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong> ellos.
Cuarenta y uno<br />
El comisario Fabre tomó dos pastillas analgésicas y las <strong>de</strong>smenuzó<br />
con los dientes. Frente a sí se encontraba el expediente <strong>de</strong> Thierry<br />
Duchamps, en la foto <strong>de</strong> su fichaje se veía un joven <strong>de</strong> mirada dura y<br />
llena <strong>de</strong> resentimiento. ¿Por qué se había hecho policía? Si le pidieran<br />
una respuesta a quemarropa no habría sabido qué respon<strong>de</strong>r, alguna<br />
vez pensó en escribir cuentos para niños, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> varios intentos<br />
<strong>de</strong>sechó la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> inmediato. En plena confusión vocacional fue<br />
invitado por un amigo a probar suerte en el entrenamiento policial.<br />
A Fabre no le animaba la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> hacer justicia o castigar a criminales.<br />
Sin embargo. Con el paso <strong>de</strong> los meses <strong>de</strong>scubrió que lo que le<br />
apasionaba era resolver problemas, es por ello que fueron largos los<br />
[221]
222<br />
años <strong>de</strong> trabajo administrativo que tuvo que enfrentar hasta obtener<br />
el rango <strong>de</strong> inspector.<br />
<strong>La</strong>s pistas acerca <strong>de</strong>l secuestro eran <strong>de</strong>smoralizantes, el mensaje <strong>de</strong><br />
Dupin y las pesquisas posteriores. <strong>La</strong> reacción al secuestro había sido<br />
muy tardía y ello complicaba todo ya que podrían estar refugiados en<br />
prácticamente cualquier lugar. Thierry no contaba con tarjeta <strong>de</strong> crédito<br />
ni se había comunicado al teléfono <strong>de</strong> su madre. Su celular estaba<br />
inactivo y el grupo <strong>de</strong> amigos era tan gran<strong>de</strong> que rebasaba sus capacida<strong>de</strong>s<br />
<strong>de</strong> investigación. El bar que frecuentaba no ofrecía pista alguna.<br />
En blanco.<br />
Fabre sabía por experiencia que las primeras cuarenta y ocho horas son<br />
<strong>de</strong>terminantes en toda investigación. Decidió dar un paseo, las caminatas<br />
le permitían reflexionar y or<strong>de</strong>nar i<strong>de</strong>as sin las presiones <strong>de</strong> la<br />
comisaría. Lo más probable era que los jóvenes se encontraran en algún<br />
refugio ya que la foto <strong>de</strong> Thierry circulaba por todo el país. Su compañero<br />
llevaba gorra y lentes oscuros y había sido imposible i<strong>de</strong>ntificarlo.<br />
El grupo <strong>de</strong> jóvenes que frecuentaba Thierry era numeroso, lo que<br />
complicaba más las cosas. Habría que esperar para saber si el mensaje<br />
<strong>de</strong> Dupin adquiría algún sentido y también prepararse para aten<strong>de</strong>r a<br />
los diplomáticos mexicanos que no tardarían en aparecer, ya que la ley<br />
obliga a la policía francesa a dar aviso <strong>de</strong> las <strong>de</strong>sapariciones <strong>de</strong> extranjeros<br />
que entraron <strong>de</strong> manera legal. Algunas veces, sobre todo cuando<br />
se trataba <strong>de</strong> gente sin experiencia, se cometían errores, una llamada o<br />
el uso <strong>de</strong> una tarjeta. Estaban preparados para seguirlas. A la comisaría<br />
habían llegado ya mensajes <strong>de</strong> gente que creía haber visto a Thierry. Los<br />
situaban en puntos completamente diferentes, lo que restaba confiabilidad<br />
a la información. Fabre observo su celular; su jefe le pedía información<br />
<strong>de</strong> avances presionado por la embajada mexicana. Elevó los ojos<br />
al cielo, entonó una maldición y regresó con paso rápido a la comisaría.
Cuarenta y dos<br />
<strong>La</strong> tensión crecía en la casa <strong>de</strong> campo; Thierry y Jaques empezaban<br />
a dimensionar los alcances <strong>de</strong> su acción. Estaban drogados en el<br />
momento <strong>de</strong>l secuestro pero el asunto no tenía ya nada <strong>de</strong> divertido<br />
y tomaba un rumbo preocupante.<br />
—¿Qué vamos a hacer? —El tono <strong>de</strong> Jaques <strong>de</strong>notaba que<br />
quería salir ya <strong>de</strong>l atolla<strong>de</strong>ro.<br />
—No lo sé, creo que lo mejor sería largarnos <strong>de</strong> aquí.<br />
—¿Y <strong>de</strong>jar que nos <strong>de</strong>late? ¿Eres imbécil o qué?<br />
[223]
224<br />
—¿Tienes alguna i<strong>de</strong>a mejor? —Thierry estaba perdiendo<br />
la paciencia.<br />
—Podríamos silenciarlo. —Jaques sacó <strong>de</strong>l bolso <strong>de</strong> su chamarra<br />
un revólver.<br />
—¿De dón<strong>de</strong> sacaste eso? ¿Te has vuelto loco?<br />
Jaques torció con un gesto la boca.<br />
—¿Qué esperabas imbécil? Creo que lo que <strong>de</strong>bes hacer es<br />
son<strong>de</strong>ar al viejo y <strong>de</strong>terminar si po<strong>de</strong>mos confiar en él. De lo<br />
contrario tendremos que tomar una medida extrema.<br />
Contempló su revólver.
Cuarenta y tres<br />
Serían las nueve <strong>de</strong> la noche cuando Tatanka se dio una palmada<br />
en la frente y gritó:<br />
—¿Aquí está, pen<strong>de</strong>jos! ¡Aquí está!<br />
Todos lo voltearon a ver muy sorprendidos.<br />
Tatanka, que no consultaba ni las páginas porno <strong>de</strong> la red, se había<br />
incorporado <strong>de</strong> la cama y estaba navegando en Google. Al teclear<br />
“5 2 A C”, apareció <strong>de</strong> inmediato la primera entrada <strong>de</strong> Wikipedia:<br />
[225]
226<br />
“52 A. C.”, y en la sección <strong>de</strong> acontecimientos se podía leer “Julio<br />
César <strong>de</strong>rrota a Vercingétorix en Alesia”. ¡Eso era!<br />
Tatanka explicó con voz entrecortada que estaba leyendo Astérix el<br />
Galo, el primer número <strong>de</strong> la saga, cuando se encontró con la viñeta<br />
<strong>de</strong> Vercingétorix arrojando su escudo a los pies <strong>de</strong>l César. Regresó a<br />
la primera página y encontró el texto: “Estamos en el año 50 antes<br />
<strong>de</strong> Jesucristo. Toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿toda?<br />
¡No!...” El resto fue sencillo: <strong>de</strong>ducir que “A C” significaba antes<br />
<strong>de</strong> Cristo y 52 un año, era elemental. Justamente en ese año César<br />
había <strong>de</strong>rrotado a los galos en Alesia. El siguiente paso era buscar<br />
dón<strong>de</strong> carajo quedaba ese lugar.<br />
José María y sus amigos estaban pasmados ante la súbita <strong>de</strong>mostración<br />
<strong>de</strong> Tatanka, quien los miraba satisfecho.<br />
—Si no soy tan pen<strong>de</strong>jo, nomás parezco.<br />
De inmediato buscaron el lugar. <strong>La</strong> ciudad más cercana era Alise<br />
Sainte Reine, a una hora en coche al noroeste <strong>de</strong> Dijon. Sin duda<br />
era una pista, por lo que José María llamó a su padre y le pidió que<br />
regresara al hotel.<br />
Cuando Juan Pablo llegó, acompañado <strong>de</strong> Alice, recibió con pasmo<br />
la noticia. Señaladamente porque era Tatanka el que la había <strong>de</strong>scubierto<br />
y, si bien el padre <strong>de</strong> José María apreciaba al muchacho, le<br />
concedía el mismo talento que a una puerta <strong>de</strong> roble.<br />
<strong>La</strong> noticia era importante, así que <strong>de</strong>cidieron llamar a Fabre al teléfono<br />
celular que les había dado. El inspector contestó y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />
que Juan Pablo le informó <strong>de</strong>l hallazgo, se hizo un largo silencio. Al<br />
colgar el teléfono, Juan Pablo les dijo:
227<br />
—No sonaba muy convencido, pero dijo que le daría seguimiento<br />
a la información. Se comunicará.<br />
A las tres <strong>de</strong> la mañana, cuando todos dormían, sonó el teléfono<br />
en el cuarto <strong>de</strong> Juan Pablo y José María. Se trataba <strong>de</strong> Fabre, quien<br />
le dijo al joven:<br />
—Una pista. Thierry tiene un amigo, un tal Jaques Guigue,<br />
cuyos padres poseen una casa <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso en Alise Sainte<br />
Reine. Hemos organizado una batida. Saldremos en diez<br />
minutos. Ojalá no sea tar<strong>de</strong>.<br />
José María colgó el teléfono y se quedó mirando a su padre. Su rostro<br />
<strong>de</strong>lataba angustia y tensión.
Cuarenta y cuatro<br />
El día se fue lento en el confinamiento <strong>de</strong> Dupin. Percibía evi<strong>de</strong>ntemente<br />
que los jóvenes se encontraban atemorizados y no tenían<br />
muy claro cómo salir <strong>de</strong>l berenjenal en el que se habían metido.<br />
Algunas horas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que se hubo aseado, sintió una presencia<br />
en la habitación.<br />
—¿Lo que nos dijiste es verdad? —preguntó la voz juvenil.<br />
—Absolutamente. Sé poco <strong>de</strong> todo lo que ocurrió en el<br />
pasado y he venido para tratar <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>rlo. También me<br />
gustaría enten<strong>de</strong>r la razón por la que estás tan enojado.<br />
[229]
230<br />
—Vaya mierda. ¿Ahora me harás un examen? ¿Cómo te sentirías<br />
tú si supieras que nunca saldrás <strong>de</strong> una puta chabola,<br />
a menos que sea con los pies por <strong>de</strong>lante o gaseado por la<br />
poli? Ése es el <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> todos nosotros. Tengo un amigo<br />
que fue navajeado por los turcos hace dos semanas. ¿Sabes<br />
qué fue lo último que me dijo?<br />
—…<br />
—“Mata a esos negros <strong>de</strong> mierda”. Murió en mis brazos<br />
<strong>de</strong>sangrado. Toda esa cháchara <strong>de</strong>l gobierno para darnos<br />
oportunida<strong>de</strong>s es un embuste. Los políticos sólo quieren<br />
alzarse el cuello hablando <strong>de</strong> liberta<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>rechos. Sí, cómo<br />
no. Los <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong> una turba <strong>de</strong> cabrones que nos vienen a<br />
quitar trabajos y que llegan como ratas. ¿Tú crees que tenía<br />
alguna oportunidad <strong>de</strong> continuar en la escuela? Naaa.<br />
—¿Y tu padre?<br />
—¿Ese cabrón? Embarazó a mi madre y luego se largó<br />
a seguir preñando mujeres. No lo conozco y, si lo tuviera<br />
frente a mí, sabría a qué atenerse.<br />
—Tu madre es una buena persona —advirtió Dupin, que<br />
se daba cuenta <strong>de</strong> que penetraba por uno <strong>de</strong> los flancos <strong>de</strong><br />
vulnerabilidad <strong>de</strong> Thierry.<br />
—¿Esa? Siempre suspirando, siempre sufriendo. Me cagan<br />
las mártires. <strong>La</strong>s santonas que viven en agonía y se agachan<br />
ante todo. Eso no es lo mío. Para colmo, es una per<strong>de</strong>dora;<br />
como toda mi familia, que está llena <strong>de</strong> muertos <strong>de</strong> hambre.<br />
En Rennes tengo un tío hemofílico que da vergüenza, y todo
231<br />
porque tu puto abuelo nos <strong>de</strong>spojó <strong>de</strong> lo que nos pertenecía<br />
—la voz <strong>de</strong> Thierry volvía a ganar tensión.<br />
Dupin <strong>de</strong>cidió que era mejor alejarse <strong>de</strong> ese tema.<br />
—¿Han pensado qué van a hacer conmigo?<br />
—Aún no, pero tenemos tiempo. Quería conocerte y saber<br />
por qué nos habían hecho eso. Pero la noche que entramos<br />
al hotel estábamos drogados y nos pareció todo muy fácil.<br />
Ahora estamos en un lío. Aunque te <strong>de</strong>jemos libre, ya se fundió<br />
todo, y créeme, yo a una correccional no vuelvo. Nunca<br />
enten<strong>de</strong>rías lo que es eso. A los nuevos los tratan como<br />
perras y son marcados <strong>de</strong> inmediato. Toca.<br />
Dupin extendió el brazo en dirección <strong>de</strong> la voz, y sintió una cicatriz<br />
queloi<strong>de</strong> en el bíceps. Se trataba <strong>de</strong> una letra C.<br />
—Chien —le dijo la voz—. Yo ya fui perra una vez y eso no<br />
volverá a ocurrir. Antes me mato, o nos morimos todos.<br />
Miguel nunca había oído en vivo el sonido <strong>de</strong> una pistola automática<br />
amartillándose, pero lo reconoció <strong>de</strong> inmediato. En ese<br />
momento se escuchó el estrépito <strong>de</strong> una puerta al ser <strong>de</strong>rribada y<br />
Dupin se tiró al suelo. Sonaron varios disparos y luego el ruido cesó<br />
y un intenso olor a humo invadió sus pulmones.<br />
Fabre comandaba el grupo policial hacia Alise Sainte Reine. Lo<br />
escoltaban ocho hombres, todos ellos armados y con el equipo<br />
suficiente para tomar por asalto la casa don<strong>de</strong> sospechaban que se<br />
encontraba retenido Miguel Dupin. Tomaron la autopista A 38, que<br />
en una hora <strong>de</strong> recorrido los llevó al pequeño pueblo. El operativo
232<br />
se montó con sigilo cuando confirmaron que había un vehículo<br />
estacionado afuera <strong>de</strong> la casa. Supuso que estarían durmiendo.<br />
Eran las cinco <strong>de</strong> la mañana y la luz <strong>de</strong>l sol todavía no asomaba en<br />
el horizonte. Dispuso grupos <strong>de</strong> dos hombres ro<strong>de</strong>ando la casa, un<br />
pequeño chalet que sólo contaba con dos entradas y estaba aislado<br />
en medio <strong>de</strong> la campiña. Parecía sencillo, pero no quería cometer<br />
errores; hacía ya algunos años, el exceso <strong>de</strong> confianza <strong>de</strong>jó a uno <strong>de</strong><br />
sus hombres en silla <strong>de</strong> ruedas y a un rehén acuchillado. El equipo<br />
se alistó con equipos <strong>de</strong> visión nocturna y chalecos antibalas y, a<br />
la indicación <strong>de</strong> radio dada por Fabre, irrumpió en la casa. Fue recibido<br />
a tiros <strong>de</strong> inmediato.<br />
Mierda.<br />
Pasaron un par <strong>de</strong> minutos —una eternidad—. Los disparos y los<br />
gritos cesaron. Por radio, Fabre escuchó que todo se encontraba<br />
<strong>de</strong>spejado y que se requería una ambulancia urgentemente. El inspector<br />
se había preparado para esa eventualidad, aunque hubiera<br />
preferido no usarla, y dio instrucciones para que los servicios médicos,<br />
que esperaban a cinco minutos, se aproximaran.<br />
Todo había salido mal: uno <strong>de</strong> sus hombres estaba herido en el<br />
cuello y sangraba <strong>de</strong> forma profusa. En el interior yacían dos jóvenes,<br />
casi adolescentes, acribillados. Uno <strong>de</strong> ellos traía un arma en<br />
la mano, pero el otro no. En el interior <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las habitaciones<br />
se hallaba Miguel Dupin en el piso, sano y salvo.<br />
Al ver en el suelo al par <strong>de</strong> jóvenes, Fabre movió la cabeza y suspiró.<br />
—No tuvimos más remedio, inspector. Uno <strong>de</strong> ellos estaba<br />
armado y empezó a disparar apenas entramos. El otro apareció<br />
<strong>de</strong> la nada y no sabíamos si también portaba un arma.
233<br />
Era tristeza lo que sentía Fabre. ¿Cómo carajo se perdían <strong>de</strong> esa<br />
manera las vidas <strong>de</strong> jóvenes franceses? ¿Qué los llevaba a segar <strong>de</strong><br />
esa forma su futuro? Se alegró <strong>de</strong> alguna manera <strong>de</strong> no tener hijos,<br />
y encaminó sus pasos al coche patrulla en el que Miguel Dupin,<br />
envuelto en una frazada, tomaba café <strong>de</strong> un termo.<br />
—¿Se encuentra usted bien? —pregunto analizando su vendoleta<br />
en la sien.<br />
—Estoy bien, pero dígame, ¿qué ha pasado?<br />
—Soy el inspector Fabre. En la madrugada recibimos una<br />
pista para ubicar su para<strong>de</strong>ro y organizamos un equipo <strong>de</strong><br />
rescate. <strong>La</strong>s cosas no salieron como yo esperaba. Fuimos<br />
recibidos a tiros. Tengo a un hombre herido <strong>de</strong> gravedad, y<br />
sus dos captores están muertos.<br />
En ese momento Miguel Dupin sintió rabia y un enorme <strong>de</strong>sasosiego<br />
lo invadió. Por sus mejillas rodaron lágrimas.<br />
El teléfono <strong>de</strong> la habitación sonó a las ocho <strong>de</strong> la mañana. Juan<br />
Pablo levantó el auricular y escuchó impasible. Minutos más tar<strong>de</strong>,<br />
en la mesa <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sayuno con todo el grupo reunido, dijo:<br />
—Dupin fue rescatado ileso en la madrugada. Lo están valorando<br />
y luego lo traerán <strong>de</strong> regreso al hotel. Alice —la voz<br />
le temblaba—, tu hijo está muerto.<br />
<strong>La</strong> mujer se levantó en cámara lenta <strong>de</strong> la mesa, esbozó una ligera<br />
sonrisa y caminó hacia la calle sin <strong>de</strong>cir una palabra.
234<br />
El inspector Fabre llegó a su casa <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cerciorarse <strong>de</strong> que su<br />
hombre herido se encontraba estable y bien atendido. Se quitó el<br />
arnés con la pistola, su placa y sirvió un buen vaso <strong>de</strong> whisky que<br />
tomó a sorbos mientras veía cómo el sol avanzaba arriba <strong>de</strong>l campanario<br />
<strong>de</strong> una iglesia.<br />
Luego se durmió.
Cuarenta y cinco<br />
Han sido unos pinches días extrañísimos. Nos quedamos en Dijon,<br />
entre otras cosas porque a Dupin lo tuvieron dos días reponiéndose,<br />
y para ver lo <strong>de</strong>l funeral <strong>de</strong> Thierry, el pinche secuestrador.<br />
Todo parece como <strong>de</strong> novela negra. Mi padre anda <strong>de</strong> novio y sospecho<br />
que Alice y él están iniciando algo. Él cree que no me doy<br />
cuenta, pero es obvio: compró algo <strong>de</strong> ropa para no parecer refugiado<br />
polaco, y ahora hasta cambió la marca <strong>de</strong> loción que huele a<br />
mierda. Ayer me hizo que le podara los pelos <strong>de</strong> la oreja. Yo no sé<br />
si a ella la alivió la muerte <strong>de</strong> su hijo, pero está claro que el güey era<br />
un pinche sicópata en potencia. Los funerales fueron <strong>de</strong>primentes,<br />
en un cementerio municipal con un frío <strong>de</strong>l carajo y un cura<br />
[235]
236<br />
que probablemente estaba pedo. Ahí vi por segunda vez a René, el<br />
hemofílico.<br />
<strong>La</strong>s andanzas <strong>de</strong> mi padre y la convalecencia <strong>de</strong> Dupin nos han<br />
<strong>de</strong>jado a los cuatro mosqueteros tiempo para ir por aquí y por allá.<br />
El héroe <strong>de</strong>l momento es Tatanka, que está inmamable <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />
su hallazgo, aunque hay que darle todo el crédito. <strong>La</strong> solución era<br />
tan evi<strong>de</strong>nte y ninguno <strong>de</strong> nosotros logró siquiera acercarse. De<br />
hecho, hicimos un viaje a Alesia para rendirle tributo a la estatua <strong>de</strong><br />
Vercingétorix que, aunque nadie sabe cómo era, fue representado<br />
como un señor <strong>de</strong> cuatro metros, con el bigote <strong>de</strong> Hulk Hogan y<br />
mirando al horizonte, cerca <strong>de</strong> don<strong>de</strong> se rindió a Julio César en el<br />
año 52 a.C. Al pen<strong>de</strong>jo <strong>de</strong>l Tatanka nomás le falta comprarse una<br />
pipa, un gorro y un gabán. Se siente Poirot. En el momento que<br />
íbamos en el tren y empezó a contar por treintava vez la forma en<br />
la “que había resuelto el caso”, le caímos a madrazos y establecimos<br />
que cualquiera que mencionara la palabra “Alesia” se haría<br />
acreedor a un putazo en el hombro (eso lo hacemos en la ciudad<br />
<strong>de</strong> México cuando vemos un vocho amarillo). Debo admitir que<br />
empiezo a extrañar la escuela. Gabriela me mandó otro correo y<br />
algo cambió; ignoro qué, pero ya no me pidió consejo. Decía que<br />
le gustaría que estuviera en México, lo que me movió el tapete y<br />
me <strong>de</strong>jó reflexionando en la capacidad que tiene uno <strong>de</strong> ser títere.<br />
A partir <strong>de</strong>l secuestro, quizás un poco antes, Dupin está rarísimo y<br />
metido en sí mismo. Sale poco <strong>de</strong> su cuarto y toma sus alimentos<br />
solo. Cuando suponía que todo había terminado, me llamó ayer a<br />
su cuarto. Lo encontré recostado en la cama con las lámparas prendidas,<br />
seguro como una cortesía para mí.<br />
—¿Cómo vas, José María?
237<br />
—Dando la batalla, Miguel. Ayer fuimos a Alesia y hoy estuvimos<br />
catando mostazas, saben asquerosas.<br />
Sonrió un poco y me dijo:<br />
—¿Qué te ha parecido el viaje?<br />
—Chingonsísimo… es <strong>de</strong>cir, muy bien —rectifiqué cuando<br />
vi la ceja arqueada—. Supongo que jamás voy a vivir una<br />
cosa así <strong>de</strong> nuevo.<br />
Esta vez la sonrisa fue explícita.<br />
—No, José María. Tú harás todo lo que te propongas. El<br />
futuro que se te presenta es brillante. Thierry Duchamps era<br />
apenas un año mayor que tú y mira cómo ha terminado. <strong>La</strong>s<br />
formas que toma la vida son misteriosas.<br />
—Él se lo buscó, ¿no? —repuse viendo cómo Dupin movía<br />
la cabeza.<br />
—Es probable que Thierry sólo sea una víctima, muchacho.<br />
Justo antes <strong>de</strong> que lo mataran estuve hablando con él<br />
y noté toda la confusión y el dolor que pue<strong>de</strong> sentir alguien<br />
en su condición. <strong>La</strong>s cosas no tenían por qué terminar así.<br />
A veces llego a pensar en lo inexorable <strong>de</strong> ciertas condiciones.<br />
Piensa, por ejemplo, en un niño que nace en Sonora y<br />
tiene como futuro trabajar una milpa miserable. Pronto se<br />
le abren opciones: empezar a trabajar para el narco o seguir<br />
ese <strong>de</strong>stino manifiesto. <strong>La</strong> primera opción le dará una vida<br />
que no habría soñado; el costo es obvio. Es una existencia<br />
efímera. <strong>La</strong> segunda ruta es estable y le permitiría vivir hasta
238<br />
los setenta años sin problemas. ¿Qué elige? Pues evi<strong>de</strong>ntemente<br />
la primera. Creo que Thierry vivió <strong>de</strong> alguna manera<br />
ese dilema, que es una disyuntiva bárbara para alguien <strong>de</strong><br />
su edad.<br />
Me quedé pensando que tenía razón, pero ello <strong>de</strong> ninguna manera<br />
me hacía superar mi encabronamiento por su secuestro.<br />
—¿Cuándo saldremos? —pregunté cambiando el rumbo<br />
<strong>de</strong> la conversación.<br />
—¿Adón<strong>de</strong>?<br />
—Pues a México. Creo que hemos terminado, ¿no?<br />
Por segunda vez en minutos, Dupin no me dio la razón.<br />
—Tenemos asuntos pendientes, muchacho. Todavía ignoramos<br />
qué pasó, y el giro que han tomado las cosas me obliga<br />
a averiguar la verdad. Claro que esta imposición es sólo para<br />
mí. Uste<strong>de</strong>s pue<strong>de</strong>n regresar en el momento que lo juzguen.<br />
Han hecho un gran trabajo y no tienen por qué seguirme<br />
en esta búsqueda.<br />
—Pero yo pensé que era mejor para ti <strong>de</strong>jar las cosas como<br />
están.<br />
—¿De veras? Es justamente al contrario. Hoy más que nunca<br />
necesito encontrar las pistas <strong>de</strong> mi pasado. A veces pienso<br />
que Dios sí juega a los dados con el universo.
239<br />
Así concluyó la charla con Miguel Dupin. Cuando llegó mi padre y<br />
nos fuimos a acostar, se lo conté todo.<br />
—¿Tú qué opinas? —inquirió mientras se quitaba su saco<br />
nuevo.<br />
—Que estaría chido seguir, aunque no tengo muy claro<br />
para dón<strong>de</strong>. Creo que estamos en un callejón sin salida, a<br />
menos que Alice encuentre algo que pueda ser <strong>de</strong> utilidad.<br />
Por cierto, ¿cómo vas con ella?<br />
Mi padre me miró fijamente para saber si lo estaba chingando.<br />
Cuando se dio cuenta <strong>de</strong> que era una pregunta honesta, se reclinó<br />
en su cama y respondió:<br />
—Eso no lo sé, José María. Pero se <strong>de</strong>be a mi imbecilidad<br />
congénita para tratar a las mujeres. Ella me gusta y mucho,<br />
aunque creo también que está muy vapuleada para que yo<br />
pueda saber bien a bien cómo van las cosas. No sé si se refugia<br />
en mí por su necesidad <strong>de</strong> abrigo.<br />
—¡Uyyy, qué serio!, “necesidad <strong>de</strong> abrigo” —me burlé—.<br />
No seas teto, padre. Claro que le gustas. Si bien no soy una<br />
autori dad ni mucho menos, me he dado cuenta <strong>de</strong> que te<br />
mira y que se arregla un poco más. ¿A poco no lo percibes?<br />
—Te digo que estoy como oxidado. De cualquier manera, lo<br />
mejor será ver cómo se dan las cosas y no a<strong>de</strong>lantar vísperas.<br />
—¡Killerrr! —lo seguí jodiendo hasta que me atizó un<br />
almohadazo a traición.
240<br />
Convenimos que lo mejor era tratar todo el asunto con Miguel<br />
Dupin en el <strong>de</strong>sayuno, así que finalmente nos dormimos.<br />
Ya está, nos quedamos en Francia. Alice le comentó a mi padre <strong>de</strong><br />
una tía suya que podría tener algo <strong>de</strong> información, ya que es una<br />
especie <strong>de</strong> arcón <strong>de</strong> recuerdos familiares. Es nuestra última carta y<br />
se ha <strong>de</strong>cidido jugarla, así que todo el grupo, que empieza a parecer<br />
un equipo <strong>de</strong> softbol mamarracho, sale mañana rumbo a Orleáns.<br />
Que Santa Juana <strong>de</strong> Arco nos asista.
Cuarenta y seis<br />
[241]<br />
Diario <strong>de</strong> Bertrand Tavernier<br />
2 <strong>de</strong> enero <strong>de</strong> 1927<br />
…Caminaba al trabajo. Esa mañana había <strong>de</strong>cidido hacerle un<br />
pequeño obsequio a Isabel. Era el 16 <strong>de</strong> junio <strong>de</strong> 1890, la fecha<br />
la tengo improntada en mis recuerdos. Jean Marié cumplía apenas<br />
un mes. <strong>La</strong> empresa empezaba a moverse en alguna dirección,<br />
por lo que podía permitirme un pequeño dispendio. El trayecto<br />
lo hacía siempre caminando por la Rue <strong>La</strong> Fayette, y me distraían<br />
los ten<strong>de</strong>ros que arrancaban el día acarreando sus productos a las<br />
aceras, las discusiones entre los viandantes y la creciente variedad<br />
<strong>de</strong> ofertas insólitas provenientes <strong>de</strong> las colonias. Tomé una <strong>de</strong>cisión<br />
imprevista, pero que había postergado ya <strong>de</strong>masiado tiempo.<br />
Visité al viejo Pasteur, quien estaba por cumplir setenta años. Lo
242<br />
hallé <strong>de</strong>smejorado y <strong>de</strong> mal humor. Sin embargo, mi llegada sorpresiva<br />
le alegró el día, se interesó en mis asuntos y luego inició<br />
una diatriba contra sus críticos, a los que acusaba <strong>de</strong> ser “una nube<br />
<strong>de</strong> petimetres <strong>de</strong>scerebrados”. Estimaba a Pasteur. <strong>La</strong> admiración<br />
inalterable que sentía por él se acompañaba <strong>de</strong>l agra<strong>de</strong>cimiento<br />
enorme <strong>de</strong> haberme permitido estar a su lado y apren<strong>de</strong>r todo<br />
aquello que me cambiaría la vida. Me <strong>de</strong>spedí con un gran abrazo,<br />
sin saber que no lo volvería a ver (murió cinco años más tar<strong>de</strong> en<br />
medio <strong>de</strong> la gloria que se merecía).<br />
<strong>La</strong> mañana invernal era fresca pero agradable, y el encuentro con<br />
mi mentor me había animado. Recordé que en el Boulevard <strong>de</strong>s<br />
Italiens había visto un abanico filipino que a Isabel le encantaría.<br />
Se vería preciosa usándolo en la canícula <strong>de</strong>l verano siguiente. Me<br />
consi<strong>de</strong>raba un hombre feliz: el trabajo <strong>de</strong> toda la vida por fin rendía<br />
algún fruto. Estaba enamorado, tenía un hijo al que mis ambiciones<br />
<strong>de</strong> proletario le asignaban un futuro mejor que el mío.<br />
Desvié mi rumbo, en consecuencia, y tomé el boulevard que me<br />
llevaría a la tienda, cerca <strong>de</strong> la Place <strong>de</strong> la Ma<strong>de</strong>leine. Me distrajo<br />
una agrupación <strong>de</strong> palomas que tomaban por asalto las migas<br />
que una anciana esparcía en la banqueta, cuando <strong>de</strong> la nada vi un<br />
carruaje que se dirigía sin conductor hacia mí. Hoy que soy viejo y<br />
lo pienso una y otra vez, creo que reaccioné <strong>de</strong> forma lamentable:<br />
me quedé inmóvil como una estatua pensando que era una mala<br />
manera <strong>de</strong> morir. Los caballos, que eran dos, estaban <strong>de</strong>sbocados<br />
y pasaron a medio metro <strong>de</strong> mí, distancia suficiente para que el<br />
bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la carreta me alcanzara en la mandíbula con un impacto<br />
seco que me <strong>de</strong>jó inconsciente.<br />
Veamos… ¿cuáles son las probabilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> que un carretero tome<br />
<strong>de</strong> más? ¿Que un hombre como yo, acompañando <strong>de</strong> rutinas <strong>de</strong>
243<br />
vida, <strong>de</strong>cida abandonarlas por una vez? Seguramente muy menores.<br />
Por supuesto, los carreteros son borrachos y la gente cambia<br />
<strong>de</strong> opinión a cada segundo. Sin embargo, lo que me aterró fue<br />
la coinci<strong>de</strong>ncia.<br />
Cuando <strong>de</strong>sperté, estaba en una charcutería con una venda en la<br />
cabeza y ro<strong>de</strong>ado por una turba <strong>de</strong> curiosos que se preguntaban<br />
si estaría vivo.<br />
Estaba mareado, alguien había robado mi cartera y sentía que la<br />
cabeza me estallaba. Los caballos sin gobierno y la carreta que me<br />
había conmocionado causaron una serie <strong>de</strong> <strong>de</strong>strozos inimaginables.<br />
Aparentemente Louis Rostand se quedó dormido y aflojó las<br />
riendas, lo que provocó un <strong>de</strong>sboque. Mi caso fue el más insípido.<br />
<strong>La</strong> tragedia fue primera plana al día siguiente. Un policía me escoltó<br />
<strong>de</strong> regreso a casa. Iba aturdido, sin ganas <strong>de</strong> presentar una <strong>de</strong>nuncia…<br />
quería dormir en compañía <strong>de</strong> Isabel.
Cuarenta y siete<br />
—Abandonar a las monjas, hijos míos, fue la mejor <strong>de</strong>cisión<br />
que pu<strong>de</strong> haber tomado en mi vida. Aquello estaba lleno<br />
<strong>de</strong> lesbianas y viejas resentidas que tenían bigote. Estuve<br />
cuarenta años con la Congregación <strong>de</strong> las Misiones<br />
Extranjeras en París. ¡Ayyy!, si uste<strong>de</strong>s vieran lo que yo vi.<br />
En Filipinas fui asignada a un leprosario. Había gente sin<br />
nariz que me hizo revisar si la piedad y el amor a Dios<br />
daba para tanto. En Nigeria conocí a un negro que era un<br />
verda<strong>de</strong>ro mango, y nuevamente dudé <strong>de</strong> la firmeza <strong>de</strong><br />
mis votos. Después <strong>de</strong> todo, ¿qué paparruchas son esas<br />
<strong>de</strong>l celibato? No creo que el Altísimo imponga esos vetos<br />
[245]
246<br />
a sus representantes directos, parecerían ganas <strong>de</strong> jorobar.<br />
A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> que todos los Papas antiguos y algunos<br />
mo<strong>de</strong>rnos conocieron más mujeres en el sentido bíblico<br />
que las que yo en la Congregación. Pero bueno, como les<br />
<strong>de</strong>cía, estuve cuarenta años trabajando para la fe, hasta que<br />
entendí que no era vida para mí. Un poco lenta, ¿no? Cuando<br />
le anuncié a la superiora mi <strong>de</strong>cisión, hubo que darle sales<br />
porque casi le da un infarto, pero apenas me liberé comprendí<br />
<strong>de</strong> inmediato que el amor a nuestro Señor difícilmente<br />
se muestra comiendo porquerías, durmiendo en<br />
tablas o evitando tentaciones, así que conseguí un empleo<br />
<strong>de</strong> maestra aquí en Orleáns y soy completamente feliz.<br />
Aunque he engordado veinte kilos y ya no veo ni la palma<br />
<strong>de</strong> mi mano sin estos lentes <strong>de</strong> culo <strong>de</strong> botella. ¿Otra copita?<br />
<strong>La</strong> charla transcurría en el <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong> Rose, la tía abuela<br />
<strong>de</strong> Alice, quien tomaba los días francos que le habían dado en su<br />
empleo <strong>de</strong>bido a la muerte <strong>de</strong> Thierry para acompañar a la expedición.<br />
Rose era un caudal <strong>de</strong> palabras, simplemente no había parado<br />
<strong>de</strong> hablar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que el grupo apareció en la puerta <strong>de</strong> su <strong>de</strong>partamento<br />
un sábado a las doce <strong>de</strong>l día. Les ofreció café y galletas. Ella<br />
se sirvió un jerez e inundó la pequeña sala con su torrente verbal.<br />
Tatanka, el Garra y el Perro se volteaban a ver divertidos, tratando<br />
<strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r lo que <strong>de</strong>cía esa señora <strong>de</strong> un metro y medio que parecía<br />
una esfera y usaba lentes tan gruesos como un cristal <strong>de</strong> ventanilla<br />
bancaria.<br />
—Se parece a madame Mim —susurró Tatanka.<br />
—Alice, hija mía, te veo un poco flaca. Supongo que no<br />
habrás comido bien en estos días. Pero no te preocupes, en<br />
la congregación aprendí a hacer maravillas con la basura que
247<br />
se compraba en Les Halles, así que subirás esos kilos que te<br />
hacen falta, sobre todo en las ca<strong>de</strong>ras. ¿Este muchacho es tu<br />
novio? —preguntó mientras veía a Juan Pablo. El cuestionamiento<br />
hizo que José María escupiera un poco <strong>de</strong> agua que<br />
tomaba en ese momento mientras ahogaba la risa.<br />
—Tía Rose, Juan Pablo es un amigo mexicano —el rostro <strong>de</strong><br />
Alice estaba sonrojado—. Él es Miguel Dupin, y estos jóvenes<br />
son José María, hijo <strong>de</strong> Juan Pablo, y Tatanka, el Garra<br />
y el Perro.<br />
—¿Es usted casado? —la tía Rose se dirigía ahora a Juan<br />
Pablo.<br />
—Separado, señora —fue la respuesta divertida.<br />
—Ah, bien. Entonces todo en or<strong>de</strong>n. Supongo que tendremos<br />
una plática <strong>de</strong> adultos, así que me llevaré a estos niños<br />
a otra habitación. Tengo un parkasé.<br />
—En realidad, si a usted no le molesta, preferiría quedar-<br />
me —dijo José María—. A<strong>de</strong>más mis amigos no hablan<br />
francés, pero estamos juntos en esto.<br />
—¡Qué buen acento, hijo mío! Seguro estudiaste con los<br />
lasallistas. Claro, claro, no hay problema. Me recuerdas a uno<br />
<strong>de</strong> mis alumnos favoritos… ya estoy divagando otra vez.<br />
Siéntense, por favor, les ayudaré tanto como pueda.<br />
Esta vez fue Miguel Dupin quien narró la historia con su voz <strong>de</strong><br />
barítono italiano. Recorrió los <strong>de</strong>talles que eran <strong>de</strong> todos conocidos<br />
y que habían <strong>de</strong>sembocado en la muerte <strong>de</strong> Thierry. <strong>La</strong> mujer
248<br />
lo escuchaba atentamente mientras comía galletas y tomaba jerez a<br />
un ritmo vertiginoso. Cuando Dupin concluyó, ella le dio un abrazo<br />
cariñoso a Alice y comenzó su parte <strong>de</strong>l relato.<br />
—Jean Marié Tavernier era mi tío, primo <strong>de</strong> mamá, que en<br />
Gloria esté. Lo conocí muy poco cuando era niña, pero la<br />
historia que usted me ha relatado la sabía a retazos. Somos<br />
una familia malograda. El propio Jean Marié murió en la<br />
miseria y quejándose siempre <strong>de</strong>l abandono <strong>de</strong> su padre. No<br />
creo po<strong>de</strong>r ser <strong>de</strong> gran ayuda. A pesar <strong>de</strong> que todos los cachivaches<br />
familiares los he ido acumulando a lo largo <strong>de</strong> los<br />
años, dudo que haya algo que les pueda ser medianamente<br />
útil, porque supongo que no querrán conocer la rueca <strong>de</strong> la<br />
tía Gertru<strong>de</strong> o las fotos <strong>de</strong> bailarinas <strong>de</strong>l primo Francoise,<br />
¿verdad?<br />
Nadie contestó.<br />
—Pero tengo una pista que siempre he guardado porque me<br />
gustan las novelas. Bertrand <strong>de</strong>jó una casa <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso en<br />
la costa azul. Pocos sabían <strong>de</strong> su existencia. Se vendió hace<br />
años. Si algo <strong>de</strong>jó, está ahí. Hace tiempo fui a un retiro y<br />
la visité, es una villa hermosa. Toda esa fortuna es la que<br />
amargó a Jean Marié. No es mi caso, a mí no me interesan<br />
las cosas materiales y tampoco enten<strong>de</strong>ría por qué un padre<br />
tiene que mantener a su <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia, para eso hay trabajos.<br />
Pero así pienso yo, y tampoco tengo interés en que la<br />
gente esté <strong>de</strong> acuerdo conmigo.<br />
Fue una tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>liciosa. Los jóvenes se sorprendieron <strong>de</strong> la capacidad<br />
<strong>de</strong> Rose para jugar dominó: lo hacía con la habilidad <strong>de</strong> un<br />
marinero. Se contaron anécdotas familiares hilarantes, como la <strong>de</strong>l
249<br />
primo que se tiró a una alberca sin agua, o la <strong>de</strong> una sobrina que<br />
fue plantada en el altar porque el novio confundió la iglesia. Por<br />
primera vez se advertía un cierto aire <strong>de</strong> relajación en el grupo, <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> días <strong>de</strong> tensión y tristeza. Inclusive Dupin, que había adoptado<br />
un tono sombrío, se carcajeó con la charla <strong>de</strong> Rose. Cuando<br />
salieron hacia la calle, las manos <strong>de</strong> Juan Pablo y Alice se rozaron<br />
por primera vez.<br />
José María sonrió.<br />
El laberinto <strong>de</strong> caminos que los había puesto en Orleáns adquiría<br />
un rumbo inequívoco… Niza, una ciudad azul a la que todos se<br />
dirigieron en tren al día siguiente.
Cuarenta y ocho<br />
—¿Vas a tener un hermanito? —el Garra jodía a José María<br />
mientras observaba cómo en un asiento <strong>de</strong>l tren Juan Pablo<br />
y Alice se <strong>de</strong>cían cosas al oído.<br />
—Sí, con tu chingada madre, a pesar <strong>de</strong> su menopausia.<br />
Habían tomado el tren que corría veloz hacia el Mediterráneo. <strong>La</strong><br />
noche anterior, en el hotel, Juan Pablo <strong>de</strong>sapareció durante algunas<br />
horas, y cuando llegó al cuarto José María lo esperaba.<br />
[251]
252<br />
—Padre, no puedo creerlo, eres un rompecorazones.<br />
Definitivamente lo tuyo, lo tuyo, es la producción francesa.<br />
¿Todo en or<strong>de</strong>n?<br />
Juan Pablo lo miró cariñosamente y negó con la cabeza.<br />
—Me odio, José María. Soy un nudo <strong>de</strong> insegurida<strong>de</strong>s. A<br />
cada momento pienso que voy a meter la pata, me sudan las<br />
manos y <strong>de</strong> pronto me <strong>de</strong>scubro tratando <strong>de</strong> masticar algo<br />
inteligente. No quiero hacerme muchas ilusiones, ya sabes<br />
que las mujeres con las que he salido abortan la misión <strong>de</strong><br />
inmediato.<br />
—Porque se te nota el ansia, padre. Tienes que relajarte y<br />
tratar <strong>de</strong> ser tú mismo. Después <strong>de</strong> todo no estás tan mal,<br />
eres culto, escribes libros y eso a las mujeres les atrae. Lo que<br />
las pone a correr es justamente <strong>de</strong>scubrir que pareces hambreado,<br />
que todo el tiempo quieres que las cosas salgan bien<br />
y eso es imposible. Por otro lado, si empiezas a negociar una<br />
personalidad que no es la tuya, verás lo inestable que se convierte<br />
cualquier relación, ya que al rato, cuando brote lo que<br />
sí eres, las cosas se van a tensar.<br />
Juan Pablo veía a su hijo.<br />
—Tienes razón. Aunque no estoy seguro <strong>de</strong> si el consejo lo<br />
sacaste <strong>de</strong> un libro <strong>de</strong> psicología o <strong>de</strong> una revista para viejas<br />
chochas. Pero tienes razón, <strong>de</strong>bo relajarme. ¿Qué opinas<br />
<strong>de</strong> ella?<br />
—No está nada mal, se ve que es buena onda, está <strong>de</strong> tu<br />
rodada y pareces interesarle, así que cálmate, <strong>de</strong>ja que las
253<br />
cosas corran y, por favor, tira a la chingada esa pinche loción<br />
que huele a huevo <strong>de</strong> oso.<br />
Dupin pensaba en su asiento que el viaje se aproximaba a su final.<br />
Si no encontraban algo en Niza, habrían llegado a un punto ciego<br />
(que ironía) y nada más se podría hacer. Aún contaba con el tiempo<br />
suficiente, pero estaba apostando todo a una sola carta y no se sentía<br />
seguro <strong>de</strong> que fuera la correcta. Algo no embonaba. Bertrand,<br />
su abuelo, no parecía un monstruo en las crónicas familiares que<br />
recordaba vagamente. Su padre, Pascal, hablaba <strong>de</strong> él con cariño y<br />
respeto. ¿Qué había pasado? El misterio se había convertido en una<br />
obsesión, en esa búsqueda que lo atenazaba y le quitaba la paz que<br />
requería. Evocó a Thierry y su ánimo recayó. Era absurda su muerte<br />
y <strong>de</strong> alguna manera —no lo podía evitar— se sentía culpable. Trató<br />
<strong>de</strong> acomodar el ánimo y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> unos minutos, entró en un<br />
sueño lleno <strong>de</strong> sobresaltos.<br />
Llegaron a Niza a la hora <strong>de</strong> comer. Dupin propuso que se hospedasen<br />
en un hotel y los invitó a un encuentro con la comida mediterránea.<br />
Así lo hicieron y cuando se hallaban <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> una fuente<br />
<strong>de</strong> viandas diversas, Juan Pablo propuso un brindis tumultuario.<br />
—Por Alice —y elevó su copa.<br />
Dupin hizo lo propio y dijo:<br />
—Por el valor <strong>de</strong> la amistad en tiempos difíciles.<br />
José María correspondió:<br />
—Por Miguel Dupin, por su sabiduría y generosidad.
254<br />
El Garra, el Perro y Tatanka se miraron entre sí y se expresaron<br />
como Hugo, Paco y Luis:<br />
—Por Astérix.<br />
—Por la gorra.<br />
—Por Sherlock Holmes…<br />
Los jóvenes le dieron un madrazo a Tatanka, y Alice remató mientras<br />
veía a Juan Pablo sonriendo:<br />
—Por ti.<br />
<strong>La</strong> comida transcurrió muy bien. Garra contó un chiste impenetrable<br />
y el Perro explicó que él no podía cantar porque “su registro no<br />
daba sostenidos”. Juan Pablo y Alice seguían tomados <strong>de</strong> la mano y<br />
Miguel Dupin sonreía satisfecho: era el patriarca <strong>de</strong> un grupo anómalo<br />
pero entrañable. Se veía relajado y <strong>de</strong> pronto sacó un sobre<br />
<strong>de</strong>l que extrajo algunas hojas con signos Braille.<br />
—Juan Pablo, no he sido una buena paga. Han hecho un trabajo<br />
extraordinario y yo me ofrecí a compartir las historias<br />
que me cuentan mis pacientes. Me parece que es momento<br />
<strong>de</strong> contarles una más, quizá sea el vino pero he elegido una<br />
que me pareció divertida para festejar este momento. ¿No<br />
abuso <strong>de</strong> uste<strong>de</strong>s si me permiten compartirla?<br />
<strong>La</strong> aprobación fue unánime así que Dupin, tras dar un sorbo a su<br />
tinto, carraspeó ligeramente y empezó la lectura:
255<br />
<strong>La</strong>s cosas nunca fueron muy buenas entre mi vecino y yo. En realidad<br />
nos odiábamos profundamente. Sin embargo, cada vez que nuestros<br />
caminos se cruzaban en la escalera, dábamos los buenos días con una<br />
sonrisa chueca. Pasó lo <strong>de</strong>l violonchelo y todo se fue a la mierda.<br />
Vivíamos entonces mi esposa y yo en un conjunto habitacional por la<br />
avenida Universidad. <strong>La</strong> familia <strong>de</strong>l ingenierete —así lo llamaremos—<br />
ocupaba el <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong> arriba y se componía, a saber, por tres niños<br />
<strong>de</strong> eda<strong>de</strong>s <strong>de</strong>finibles entre los 4 y los 10 años; una señora con aspecto<br />
<strong>de</strong> tísica <strong>de</strong> novela romántica que no salía <strong>de</strong> allí; el abuelo, un viejo<br />
ver<strong>de</strong> que a la menor oportunidad le metía mano a las sirvientas <strong>de</strong> otros<br />
<strong>de</strong>partamentos; un perro pequinés y el ingenierete. Mi esposa fue a presentarse<br />
nada más para saber cómo se iban a acomodar.<br />
Exactamente el 7 <strong>de</strong> enero se abrieron las hostilida<strong>de</strong>s, cuando a las<br />
seis <strong>de</strong> la mañana oímos un ruido que venía <strong>de</strong> las alturas, muy similar<br />
al que se escucha en las pruebas militares; era la niña mayor estrenando<br />
sobre el parquet sus patines <strong>de</strong> ruedas, regalo <strong>de</strong> los reyes magos.<br />
Sacamos dos conclusiones inmediatas: los padres eran pen<strong>de</strong>jos perdidos<br />
y la niña era una patinadora muy incompetente, ya que cayó cinco veces<br />
en un lapso <strong>de</strong> ocho minutos. Allí no paró la cosa. Al niño le regalaron<br />
canicas que se complacía en rebotar contra el suelo a las once <strong>de</strong> la noche.<br />
Fue una época en la que nunca llegué tar<strong>de</strong> a trabajar.<br />
El grupo observaba divertido a Dupin que por primera vez abría<br />
un flanco <strong>de</strong> humor.<br />
Un día iba yo subiendo la escalera y me topé con el anciano. Decidí<br />
que era el momento <strong>de</strong> poner las cosas en or<strong>de</strong>n. Sin embargo, cuando<br />
empecé a explicarle el problema, se volteó y empezó a subir las escaleras.<br />
Parecíamos italianos, él a<strong>de</strong>lante, imperturbable, y yo atrás gritando<br />
pela<strong>de</strong>ces hasta que me cerró la puerta en las narices.
256<br />
En otra ocasión pisé la mierda <strong>de</strong>l perro pequinés con unos zapatos nuevos<br />
que quedaron oliendo a rabadilla <strong>de</strong> pollo. Traté <strong>de</strong> quejarme en la<br />
administración, sólo para enfrentarme con una respuesta que sugería<br />
retardo mental: <strong>de</strong>bería <strong>de</strong>mostrar que el excremento era específicamente<br />
<strong>de</strong> ese perro. ¿¡Con una prueba <strong>de</strong> adn!?, pregunté a los gritos, y entonces<br />
me dijeron que no era necesario exaltarse.<br />
Así las cosas, una tar<strong>de</strong>, cuando estacionaba el coche, vi cómo <strong>de</strong> un<br />
camionsote bajaban una caja enorme y la subieron hasta el piso <strong>de</strong><br />
arriba llevándose en el camino dos lámparas <strong>de</strong> neón. Invertí toda la<br />
tar<strong>de</strong> en preguntarme qué carajos era aquello. El ingenierete me dio la<br />
respuesta; era un violonchelo. No pu<strong>de</strong> explicarme entonces, y aún no lo<br />
puedo hacerlo ahora, el que una persona como él tuviera algún tipo <strong>de</strong><br />
interés en un instrumento como ése. Si era una súbita y repentina pasión<br />
por el estudio musical, se confirmaba que era un pen<strong>de</strong>jo, porque a nadie<br />
en pleno uso <strong>de</strong> sus faculta<strong>de</strong>s mentales se le ocurriría apren<strong>de</strong>r en un<br />
mamotreto así cuando existen guitarras y flautas.<br />
Estaba yo en el baño sumido en profundas meditaciones, cuando un<br />
sonido extraordinario llamó mi atención. Era algo comparable al traqueteo<br />
<strong>de</strong> un tren que al alcanzar su tonalidad más aguda hacía vibrar<br />
el can<strong>de</strong>lero. Era el ingenierete tocando el chelo. Empezaba siempre<br />
como a las siete <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, hora en que llegaba <strong>de</strong> trabajar. Ponía a funcionar<br />
un metrónomo y se lanzaba a cumplir sus escalas con profunda<br />
incompetencia. Me imaginaba yo a los tres niños, la tísica y el viejito con<br />
tapones <strong>de</strong> algodón rogándole a Dios que aquello acabase <strong>de</strong> una vez,<br />
que era exactamente lo que mi esposa y yo hacíamos.<br />
Como aquello no tenía trazas <strong>de</strong> parar, me presenté una tar<strong>de</strong> y le expliqué<br />
al ingenierete que, si bien apreciaba su disciplina musical, estaba<br />
convencido <strong>de</strong> que el estudio en condiciones <strong>de</strong> mayor privacía le brindaría<br />
elementos técnicos invaluables. Me mandó a la mierda:
—Ocúpese <strong>de</strong> sus asuntos —dijo.<br />
Perfectamente. Era la guerra.<br />
257<br />
Fui a ver a mi amigo Nacho y le expliqué el problema, seguro <strong>de</strong> que iba<br />
a hallar la solución a<strong>de</strong>cuada. El po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> la inventiva <strong>de</strong> Nacho era<br />
legendario.<br />
Encontró una salida en dos patadas. “Espérame”, dijo y regresó <strong>de</strong> su<br />
cuarto con un objeto largo <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra tallada al que le colgaban unas<br />
bolas <strong>de</strong> cuero.<br />
—Esto —dijo— es una cachipucha, los maoríes la utilizan para<br />
ahuyentar a las fieras, fíjate bien.<br />
Girando el antebrazo, movió las bolas como si fueran rehiletes. Sentí un<br />
escalofrío.<br />
Aquello hacía un ruido <strong>de</strong> los mil <strong>de</strong>monios, similar al <strong>de</strong> una turba <strong>de</strong><br />
macacos enloquecidos. Tuve que darle un madrazo a Nacho, que parecía<br />
disfrutarlo, para que suspendiera los giros. El plan no tenía <strong>de</strong>sperdicio,<br />
¿que el ingenierete tocaba el chelo?, pues yo me trepaba a una silla y<br />
tocaba la cachipucha como un poseído.<br />
<strong>La</strong>s cosas no salieron como yo había previsto, ya que mi némesis, lejos <strong>de</strong><br />
capitular ante mi amenaza acústica, redobló sus ensayos musicales por<br />
lo que la intensidad <strong>de</strong> nuestra pugna alcanzó los mil <strong>de</strong>cibeles. Me di<br />
cuenta <strong>de</strong> que se requería una acción más drástica y pedí una semana<br />
<strong>de</strong> vacaciones para diseñar el plan <strong>de</strong> ataque. Se me ocurrieron i<strong>de</strong>as <strong>de</strong><br />
extravagancia múltiple y <strong>de</strong> imbecilidad ejemplar, tales como secuestrar<br />
a la tísica y pedir como rescate un violonchelo, o quemar el edificio<br />
y cobrar el seguro <strong>de</strong> incendios. Ya casi rendido y al final <strong>de</strong> mi mal
258<br />
empleado asueto, me acosté un día en la cama a mirar el techo mientras<br />
manipulaba el control remoto <strong>de</strong> la televisión. En un momento —como<br />
si <strong>de</strong> una revelación se tratara— me encontré con un programa que en<br />
otras circunstancias me hubiera parecido una mierda infumable, pero<br />
que en ese momento suponía mi tabla <strong>de</strong> salvación. Se trataba <strong>de</strong>l canal<br />
ése en el que un señor bien intencionado explica la vida y obra <strong>de</strong> un animal<br />
<strong>de</strong>finido. En este caso se trataba <strong>de</strong> plagas; se apreciaba una imagen<br />
<strong>de</strong> algo parecido al chicharrón prensado que era en realidad ma<strong>de</strong>ra<br />
apolillada. ¡Claro! ¡Polillas!<br />
Me dirigí a una biblioteca y encontré media tonelada <strong>de</strong> información<br />
acerca <strong>de</strong> estos bichos: la mitad no me servía para maldita la cosa; me<br />
enteré, por ejemplo, <strong>de</strong> que las polillas pertenecen al or<strong>de</strong>n coleoptera y<br />
a la familia anobidae, que Anobium punctatum, vulgarmente conocido<br />
como “taladrillo”, sobresale por su voracidad en el ataque <strong>de</strong> muebles,<br />
pisos, techos, puertas y otras estructuras elaboradas con todo tipo<br />
<strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ras, que tiene un ciclo evolutivo completo que consta <strong>de</strong> huevo,<br />
larva, pupa y adulto, y que los huevos son blanquecinos, elipsoidales y<br />
<strong>de</strong> unos 0.35 mm a 0.55 mm... etcétera.<br />
El plan llegó súbitamente, como la manzana <strong>de</strong> Newton o Arquími<strong>de</strong>s<br />
en la bañera, nomás que en mi caso con propósitos más nobles. Estudié<br />
los hábitos <strong>de</strong> la familia y me dirigí a casa <strong>de</strong> mi abuelita Francisca,<br />
una anciana que vivía en una casa construida en 1932 y cuya principal<br />
característica era que se caía a pedazos (al igual que mi abuela).<br />
Fingí una visita <strong>de</strong> cortesía, pero iba preparado: con los implementos<br />
a<strong>de</strong>cuados serruché <strong>de</strong> la covacha kilo y medio <strong>de</strong> duela con una cantidad<br />
<strong>de</strong> polilla suficiente para convertir en astillas el parque Yellowstone.<br />
Fui al carpintero que, nomás <strong>de</strong> verme entrar, se puso horrorizado un<br />
tapabocas ante el riesgo <strong>de</strong> contagio. Pagué lo triple por un barquito <strong>de</strong><br />
ma<strong>de</strong>ra fabricado a partir <strong>de</strong> mi insumo infestado (el maestro lo construyó<br />
en una especie <strong>de</strong> cuarentena carpinteril) y finalmente lo llevé a
259<br />
una tienda <strong>de</strong> envíos con la consigna específica <strong>de</strong> que fuera entregado<br />
al día siguiente a las 13:00 horas, acompañado con una tarjeta prefabricada<br />
que indicaba que el buque <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra era un regalo por su constancia<br />
en el consumo.<br />
<strong>La</strong> familia (que, como ya expliqué, era idiota en su conjunto), se tragó la<br />
estratagema <strong>de</strong> manera inmejorable.<br />
Pasaron los días.<br />
Me di cuenta <strong>de</strong>l éxito <strong>de</strong>l plan cuando a las tres semanas llegó un<br />
camión <strong>de</strong>l que bajaron un par <strong>de</strong> señores a los que nomás les faltaba el<br />
lanzallamas. Un mes <strong>de</strong>spués la familia capituló y se mudó para siempre<br />
<strong>de</strong>jando el violonchelo abandonado a su <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> aserrín.<br />
Hoy que leía el periódico advertí un hoyo muy pequeño en mi librero, no<br />
me importa en lo más mínimo. <strong>La</strong>s polillas y yo viviremos un concubinato<br />
en el más envidiable <strong>de</strong> los silencios.<br />
Dupin lanzó una sonrisa y dijo:<br />
—Es todo.<br />
El grupo aplaudió mientras la tertulia continuaba.<br />
Después <strong>de</strong> un recorrido por la playa en el que el ala juvenil <strong>de</strong>l<br />
grupo se quedó pasmada viendo tetas francesas, se pactó la salida<br />
hacia la dirección <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Bertrand a las nueve <strong>de</strong> la mañana.<br />
Los cuatro mosqueteros se entretuvieron tomando un café en posición<br />
estratégica.<br />
—¿No creen que Dupin se ve raro? —inquirió Tatanka.
260<br />
—Sí, está como ausente —replicó el Perro.<br />
—No es para menos, güey. Imagina que tienes un abuelo<br />
hijo <strong>de</strong> puta que <strong>de</strong>ja en la calle a hemofílicos y mujeres en<br />
problemas. Encima te secuestran y se chingan a dos chavos.<br />
Está cabrón. Pero sí se ve raro. Habrá que preguntarle —dijo<br />
José María.<br />
—<strong>La</strong> verdad es que todo ha estado <strong>de</strong> pelos y a<strong>de</strong>más hemos<br />
gorreado chido. ¿No <strong>de</strong>beríamos comprarle algo? —preguntó<br />
el Garra, emulando las conductas maternas.<br />
—No es mala i<strong>de</strong>a, pero ¿qué se le regala a alguien que lo<br />
tiene todo y a<strong>de</strong>más no ve? Ni modo que una película o un<br />
libro —contestó Tatanka.<br />
—Nomás <strong>de</strong>bemos pensar. Mañana seguro se nos ocurre<br />
algo. Vámonos a dormir, que ya las encueradas se fueron.<br />
Los muchachos se alejaron caminando en parejas por las calles <strong>de</strong><br />
Niza, azorados por la belleza <strong>de</strong> la puesta <strong>de</strong> sol.<br />
José María encontró a Miguel Dupin escuchando música mientras<br />
leía un libro en braille. Reconoció <strong>de</strong> inmediato la Sinfonía <strong>de</strong>l nuevo<br />
mundo, <strong>de</strong> Dvorjak.<br />
—¿Qué lees?<br />
—¿Recuerdas que me recomendaste a Sándor Márai? Pues<br />
a él me he <strong>de</strong>dicado y ha sido un hallazgo, José María. Es<br />
impresionante la profundidad <strong>de</strong> su pensamiento, así como<br />
la creciente amargura que lo acompañó en su vejez. Ahora
261<br />
estoy revisando algunas frases suyas, mira —Dupin le ofreció<br />
un libro encua<strong>de</strong>rnado con caracteres en Braille. José<br />
María lo recorrió suavemente para sentir el relieve <strong>de</strong> las<br />
páginas—: “Uno siempre respon<strong>de</strong> con su vida entera a las<br />
preguntas más importantes” —recitó <strong>de</strong> memoria Dupin.<br />
—¿Es un libro comercial?<br />
Miguel movió la cabeza negativamente.<br />
—Para leer lo que quiero y no lo que hay disponible contacté<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace años a un tipógrafo que me “traduce” los<br />
textos <strong>de</strong> mi elección. Te agra<strong>de</strong>zco mucho la recomendación,<br />
muchacho.<br />
—Dupin, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace unos días te noto extraño. ¿De veras<br />
estás bien?<br />
Los ojos sin vida <strong>de</strong>l ciego voltearon en dirección <strong>de</strong> la voz <strong>de</strong><br />
José María.<br />
—Supongo que he estado mejor, pero hay cosas que <strong>de</strong>ben<br />
reservarse, hijo mío. A su <strong>de</strong>bido momento mantendremos<br />
una charla <strong>de</strong>finitiva, si te parece.<br />
—Okei, estaré esperando —exclamó José María—.<br />
Descansa, mañana es un día importante.<br />
Regresó a su cuarto y no pudo evitar sonreír al ver que su padre no<br />
había llegado aún.
Cuarenta y nueve<br />
<strong>La</strong> casa era en realidad una pequeña mansión ubicada sobre un<br />
risco que daba al mar en las afueras <strong>de</strong> Niza. Los propietarios eran<br />
Martín y Nora, una pareja <strong>de</strong> ancianos llenos <strong>de</strong> prosperidad y<br />
sonri sas. Habían aceptado recibir al grupo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las llamadas<br />
pertinentes. Tras un recorrido en el que fueron guiados hacia<br />
un enorme salón lleno <strong>de</strong> ventanales altísimos, y ante una mesa<br />
en la que se habían dispuesto bebidas refrescantes, Nora y Martín<br />
es cucharon por primera vez la historia que había sido ya narrada<br />
hasta la saciedad. Contaron que el padre <strong>de</strong> Martín había comprado<br />
la casa a la muerte <strong>de</strong> Bertrand, pero no sabían <strong>de</strong> qué forma<br />
podrían ayudar.<br />
[263]
264<br />
—Es improbable, pero, ¿no conservan objetos en algún<br />
lugar?, ¿cajas que nunca se abrieron? —preguntó José María.<br />
Martín y Nora se miraron entre sí y luego ella respondió:<br />
—Efectivamente, hay un ático en el que se han ido acumulando<br />
objetos, pero sólo <strong>de</strong> pensar en abrir esa puerta ya me<br />
siento enferma. Es probable que no se haya limpiado en los<br />
últimos diez años. Parece una bo<strong>de</strong>ga <strong>de</strong> museo y hay algunos<br />
recuerdos que francamente no me gustaría avivar —su<br />
mirada se entristeció mientras Martín la tomaba <strong>de</strong> la mano.<br />
—Nosotros cuatro podríamos subir a revisar, si uste<strong>de</strong>s<br />
están <strong>de</strong> acuerdo. Les prometemos que lo haremos con<br />
cuidado —fue la propuesta <strong>de</strong> José María, que generó una<br />
nueva mirada entre la pareja.<br />
—Pues sería bajo su propio riesgo, jóvenes. Creo que es conveniente,<br />
<strong>de</strong> cualquier manera, que se cambiaran. Mandaré<br />
por unos tapabocas, y en la habitación que se encuentra al<br />
fondo <strong>de</strong>l corredor encontrarán unas camisetas usadas que<br />
pertenecieron a mi hijo. Vayan.<br />
Tatanka, el Garra y el Perro, que no entendían un carajo, siguieron<br />
a José María, que en ese momento les explicó cuál sería su labor.<br />
—No mames, nos va a dar tifoi<strong>de</strong>a —repeló el Perro.<br />
—Lo que confirma simplemente que eres un pen<strong>de</strong>jo irremediable.<br />
A lo mejor sería buena i<strong>de</strong>a donar tu cerebro a<br />
la ciencia —respondió José María mientras entraban a una<br />
habitación espaciosa y or<strong>de</strong>nada, en la que se veían diversas
265<br />
fotos <strong>de</strong> un adolescente <strong>de</strong> su edad, con Martín y Nora, sólo<br />
que treinta años más jóvenes.<br />
Los mosqueteros se cambiaron y regresaron a la estancia en la que<br />
charlaban los adultos. Un asistente llegó con los tapabocas y se los<br />
pusieron. Nora los condujo por una escalera hacia la planta superior.<br />
Ahí encontraron una argolla en el techo <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las habitaciones<br />
y, por medio <strong>de</strong> un cordón, la jalaron. En ese momento se <strong>de</strong>splegó<br />
la escalera retráctil que llegó al piso dando acceso al <strong>de</strong>sván, mientras<br />
Nora les prendía la luz.<br />
—Suerte, muchachos —dijo y se <strong>de</strong>spidió.<br />
Los jóvenes se miraron y el Garra dijo:<br />
—No mames, güey. Esto está <strong>de</strong> la chingada. Parece película<br />
<strong>de</strong> terror. ¿Y si la ruca es una asesina serial?<br />
—Tienes razón, imbécil. Seguramente nos matará con el<br />
bastón o con su ca<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> Titanio. Vamos —replicó Tatanka,<br />
que estaba convertido en un lí<strong>de</strong>r natural—. Pero falta que<br />
este güey —se dirigió a José María— nos diga qué carajo<br />
buscamos.<br />
—Cualquier cosa que crean que pudo pertenecer a Tavernier.<br />
No lo sé, cartas, baúles, lo que sea.<br />
Entraron al <strong>de</strong>sván que, efectivamente, parecía una bo<strong>de</strong>ga por la<br />
que no había pasado la mano <strong>de</strong>l hombre en años. Había telarañas<br />
y docenas <strong>de</strong> objetos diversos: cajas, bicicletas viejas, floreros rotos,<br />
muñecas <strong>de</strong> maniquí… una verda<strong>de</strong>ra Babel <strong>de</strong>l cachivacherío.
266<br />
Tatanka suspiró y levantó un maniquí a la altura <strong>de</strong> las tetas.<br />
En la estancia, el grupo platicaba <strong>de</strong> temas diversos.<br />
—Me <strong>de</strong>diqué al negocio editorial y <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cir que fui afortunado<br />
—narraba Martín—. En esto no hay más que un<br />
secreto y <strong>de</strong>sgraciadamente es el mejor guardado: elegir a<br />
los autores a<strong>de</strong>cuados. No hay manera posible <strong>de</strong> anticipar<br />
el <strong>de</strong>stino que correrá un libro una vez que se publica. Obras<br />
por las que hubiera apostado mi barba pasaron inadvertidas,<br />
y otras que consi<strong>de</strong>raba menores fueron éxitos <strong>de</strong> venta.<br />
Sin embargo, me hice <strong>de</strong> un catálogo interesante y <strong>de</strong> dos o<br />
tres autores que han sido gran<strong>de</strong>s ven<strong>de</strong>dores. Uno <strong>de</strong> ellos<br />
situaba dramas policiacos en la Francia <strong>de</strong> Luis XIV y su<br />
éxito fue <strong>de</strong>moledor. El paso <strong>de</strong>l tiempo trajo, por otro lado,<br />
algunas perversiones que entendí poco. Los jóvenes <strong>de</strong> la<br />
empresa, que tienen la voracidad <strong>de</strong> un tiburón y son egresados<br />
<strong>de</strong> escuelas <strong>de</strong> administración, discutían conmigo y<br />
trataban <strong>de</strong> hacerme enten<strong>de</strong>r que la editorial era un negocio<br />
y no un proyecto cultural. No puedo disentir más <strong>de</strong> esta<br />
aproximación mercenaria, pero los números <strong>de</strong> la compañía<br />
me mostraron pronto que no podría sostenerme con tales<br />
ilusiones, así que empezamos a publicar lo que no me gustaba<br />
para po<strong>de</strong>r imprimir lo que sí me gustaba. ¿Me explico?<br />
—Perfectamente —contestó Juan Pablo—. <strong>La</strong>s editoriales<br />
viven <strong>de</strong> monjes que ven<strong>de</strong>n ferraris o caldos <strong>de</strong> pollo para<br />
el alma. ¿Sabe?, yo me <strong>de</strong>dico a escribir y ciertamente siempre<br />
me ha parecido misterioso el éxito <strong>de</strong> alguien. Entiendo<br />
que hay factores que no son literarios, como las mafias o<br />
la publicidad. Sin embargo, el secreto <strong>de</strong> una buena narración<br />
es tener una historia que contar y hacerlo con la mayor
267<br />
eficacia posible, y he encontrado mucha basura que tiene<br />
éxito. Y no me refiero a libros <strong>de</strong> autoayuda.<br />
—Tienes razón —asintió Martín interesado—. Supongo<br />
que conoces un poco el negocio. Pero no sabes la cantidad<br />
<strong>de</strong> dinero que he pagado para “sembrar” autores en concursos,<br />
los cabil<strong>de</strong>os con autorida<strong>de</strong>s culturales o las inserciones<br />
elogiosas en la prensa. Claro, con cargo a mi bolsillo.<br />
No es el mundo i<strong>de</strong>al que se cree. ¿Qué escribes, Juan Pablo?<br />
—Básicamente novela. Le puedo garantizar que no conoce<br />
ninguna. De hecho, en mi país podría garantizar lo mismo<br />
—se burló <strong>de</strong> sí mismo.<br />
—De cualquier manera me gustaría conocer alguna.<br />
—Se la enviaré con mucho gusto a mi regreso.<br />
—Por supuesto que Juan Pablo tiene mucho talento<br />
—terció Dupin—. Quizá le falta algo <strong>de</strong> confianza.<br />
—¿Usted cree? —preguntó Alice.<br />
—Estoy convencido, es un buen escritor. Algo sombrío<br />
pero, como él dice, con una historia que contar.<br />
—¿Qué opinan <strong>de</strong> los libros electrónicos? —Martín, experto<br />
en el arte <strong>de</strong> la charla, consi<strong>de</strong>ró oportuno cambiar el tema.<br />
—Yo creo que son una basura —se apresuró a contestar Juan<br />
Pablo—. El libro trascien<strong>de</strong> a su contenido, es un objeto,<br />
un bello objeto. No entiendo la posibilidad <strong>de</strong> comparar
268<br />
una máquina, por mo<strong>de</strong>rna que ésta sea, con la experiencia<br />
<strong>de</strong> tocar los lomos <strong>de</strong> un libro, olerlo, acomodarlo en un<br />
estante, prestárselo a alguien querido. Simplemente no lo<br />
entiendo.<br />
—Comparto tu punto <strong>de</strong> vista —asintió Martín—, pero el<br />
público manda y es probable que en pocos años objetos<br />
como el kindle dominen ciertos mercados, particularmente<br />
el <strong>de</strong> los libros <strong>de</strong> texto. Los jóvenes, como tu hijo y sus amigos,<br />
no comparten este amor que tú sientes por los libros.<br />
Ellos crecieron habituados a la experiencia <strong>de</strong>l cómputo. En<br />
fin, ya veremos qué pasa. Me parece que es la hora oficial<br />
para un cognac. ¿Les apetece un puro?<br />
En el ático los muchachos habían logrado, en un par <strong>de</strong> horas, el<br />
prodigio <strong>de</strong> convertirse en <strong>de</strong>shollinadores. El Garra gritó como<br />
vieja chota en el momento que vio una araña, que aplastó <strong>de</strong> un<br />
zapatazo convirtiéndola en polvo molecular. El Perro se entretenía<br />
con una colección <strong>de</strong> Tin Tin, y había <strong>de</strong>cidido tomarse un inmerecido<br />
<strong>de</strong>scanso, mientras Tatanka luchaba por abrirse paso entre<br />
una selva impenetrable <strong>de</strong> cajas. No parecía nada prometedor.<br />
Después <strong>de</strong> tomarse un cognac y fumar largos habanos, los hombres<br />
continuaron con su charla, mientras que Nora se dispuso a<br />
enseñarle el jardín a Alice.<br />
—Tu hijo se ve <strong>de</strong>spierto, Juan Pablo.<br />
—Lo es, créamelo.<br />
—Es superdotado —agregó Dupin.
269<br />
—¿En verdad? Creo que nunca había conocido a alguien así.<br />
¿Cómo es todo?<br />
—Bastante normal. Siempre traté <strong>de</strong> que José María tuviera<br />
una vida sin cargas asociadas a su condición. Es agudo, brillante,<br />
pero nunca ha tenido pretensión alguna. Hay veces<br />
que me he preguntado si no <strong>de</strong>bería ser <strong>de</strong> otra forma, pero<br />
al día <strong>de</strong> hoy lo veo feliz. A veces quizás incómodo en la<br />
camisa <strong>de</strong> fuerza que le impone su juventud con un cerebro<br />
<strong>de</strong> adulto, pero eso lo arregla el tiempo.<br />
—Es excepcional —agregó nuevamente Dupin, que disfrutaba<br />
su puro—. Exactamente el hijo que siempre quise<br />
tener.<br />
A Juan Pablo lo conmovió el comentario y mentalmente le agra<strong>de</strong>ció<br />
a Miguel.<br />
En ese momento entraron Alice y Nora, que venían <strong>de</strong> un paseo.<br />
Alice supo por boca <strong>de</strong> Nora que habían perdido a su hijo adolescente<br />
hacía treinta años. <strong>La</strong> coinci<strong>de</strong>ncia removió las fibras <strong>de</strong><br />
dolor que estaban hasta ese momento anestesiadas. Se <strong>de</strong>tuvieron<br />
cuando vieron a los cuatro jóvenes en la estancia. Su aspecto era el<br />
<strong>de</strong> alguien que ha luchado con un tigre <strong>de</strong> Bengala en condiciones<br />
<strong>de</strong>sfavorables.<br />
En el piso <strong>de</strong> la estancia había un objeto que todos observaban:<br />
una caja no muy gran<strong>de</strong> en la que se leía con letras negras: “Pascal<br />
Tavernier” y una dirección en México.<br />
Mierda.
Cincuenta<br />
[271]<br />
Diario <strong>de</strong> Bertrand Tavernier<br />
2 <strong>de</strong> enero <strong>de</strong> 1927<br />
Han pasado más <strong>de</strong> treinta y cinco años <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el día que fui<br />
atropellado por Louis Rostand y, diariamente, con la obsesión <strong>de</strong><br />
un reloj cucú, recuerdo esa fecha.<br />
Llegué a casa aturdido pero a salvo. No estaba preparado —nadie<br />
lo pue<strong>de</strong> estar— para el peor momento <strong>de</strong> mi vida. Al subir por la<br />
escalera escuché que el pequeño Jean Marié lloraba. Apresuré el<br />
paso y, al pasar por la puerta <strong>de</strong> mi recámara, me <strong>de</strong>tuve en seco:<br />
Benoit Pouchet e Isabel, mi esposa —su hermana— estaban <strong>de</strong>snudos.<br />
Él la montaba como a una perra y sus gemidos opacaban el<br />
llanto <strong>de</strong>l niño.
272<br />
No se percataron <strong>de</strong> mi presencia. Bajé las escaleras y salí para siempre<br />
<strong>de</strong> esa casa. Nunca más volví a verlos, con la excepción <strong>de</strong>l día<br />
en que Benoit intentó atacarme y Jean Marié, ya adulto, me visitó.<br />
Es momento <strong>de</strong> cerrar este diario. Es momento, <strong>de</strong> hecho, <strong>de</strong> cerrar<br />
la vida. Nada más tengo que <strong>de</strong>cir. Mi hijo navega por el camino<br />
correcto y el alma que se extingue se encuentra en paz.<br />
Que así sea.<br />
Bertrand Tavernier
Cincuenta y uno<br />
El grupo agra<strong>de</strong>ció la generosidad <strong>de</strong> Martín y Nora. Eran un par <strong>de</strong><br />
viejos entrañables que finalmente les habían proporcionado un<br />
dato sólido. Parecía inapropiado abrir la caja en su presencia, así<br />
que regresaron al hotel y se refugiaron en la amplia recámara <strong>de</strong><br />
Miguel Dupin.<br />
—¿Por qué no se envió la caja? —preguntó intrigado<br />
Tatanka, que no abandonaba a Hércules Poirot.<br />
—Una pregunta muy sensata —respondió Miguel—. Estoy<br />
seguro <strong>de</strong> que José María tiene la respuesta.<br />
[273]
274<br />
El joven asintió.<br />
—Sabemos que Pascal Tavernier no abandonó Francia hasta<br />
que murió su padre en 1927, pero la caja tiene ya una dirección<br />
en México. Es probable que, a la muerte <strong>de</strong> Bertrand,<br />
hubiera una disposición testamentaria para el envío <strong>de</strong><br />
objetos y pertenencias. Seguramente el albacea olvidó esta<br />
caja y nunca la envió, por algún motivo que <strong>de</strong>sconocemos,<br />
pero que es irrelevante. Eso es lo que sospecho. ¿Les parece<br />
que la abramos?<br />
Así lo hicieron.<br />
En el interior había un microscopio viejísimo, algunas fotografías<br />
<strong>de</strong> Pascal cuando era niño, vestido <strong>de</strong> marinero. Un reloj grabado y,<br />
en el fondo, una libreta. Juan Pablo <strong>de</strong>scribía todo a Miguel Dupin<br />
y, cuando le entregó el cua<strong>de</strong>rno, dijo:<br />
—Es el diario <strong>de</strong> tu abuelo.<br />
El semblante <strong>de</strong> Miguel Dupin cambió: las fosas nasales se expandieron<br />
sutilmente y movió la cabeza.<br />
—Finalmente.<br />
El silencio en la habitación era total.<br />
—¿Qué quiere usted hacer, Miguel? —preguntó Juan Pablo<br />
tratando <strong>de</strong> romper un poco la solemnidad <strong>de</strong>l momento.<br />
—Creo que lo mejor es que nos <strong>de</strong>jen a José María y a mí<br />
solos. Me gustaría, si estás <strong>de</strong> acuerdo muchacho, que me
275<br />
leyeras el contenido <strong>de</strong>l diario. Espero no les moleste mi<br />
petición, pero así lo prefiero.<br />
—Por supuesto —fue la respuesta inmediata—. Esperaremos<br />
abajo.<br />
Los cinco personajes bajaron al vestíbulo y salieron a dar un paseo<br />
a la playa, siguiendo la sugerencia <strong>de</strong>l Garra, que no olvidaba el<br />
paraíso topless que le esperaba. Juan Pablo iba tomado <strong>de</strong> la mano<br />
<strong>de</strong> Alice y los tres mosqueteros caminaban un poco a<strong>de</strong>lante<br />
jugando como niños.<br />
Alice le dijo a Juan Pablo:<br />
—¿Crees que el diario revele las respuestas que está buscando<br />
Miguel?<br />
—Es probable. Seguramente Bertrand quiso comunicarse<br />
<strong>de</strong> manera póstuma con su hijo. Por <strong>de</strong>sgracia el mensaje<br />
llegó más <strong>de</strong> setenta años <strong>de</strong>spués. ¿Cómo te encuentras?<br />
—Algo cansada. Ha sido todo muy rápido. Pero me has ayudado<br />
muchísimo, y pase lo que pase te lo agra<strong>de</strong>ceré siempre.<br />
Te quiero, Juan Pablo.<br />
—Y yo a ti.<br />
<strong>La</strong>s horas transcurrieron en el cuarto. José María leía lentamente<br />
cada párrafo <strong>de</strong> las casi doscientas cuartillas <strong>de</strong> letra apretada. Esa<br />
tar<strong>de</strong> supo <strong>de</strong> la infancia <strong>de</strong> Bertrand, las vejaciones sufridas a<br />
manos <strong>de</strong> su padre y su madrastra y la forma en que murieron.<br />
Su llegada al politécnico y la narración <strong>de</strong> cómo fue testigo <strong>de</strong>l
276<br />
experimento famosísimo <strong>de</strong> Pasteur, que él había estudiado en la<br />
secundaria. Entendió que era un hombre <strong>de</strong> trabajo y honestidad.<br />
A la mitad <strong>de</strong>l diario aparecía Benoit Pouchet como su socio, acompañado<br />
<strong>de</strong> su hermana Isabel. José María le narró a Dupin la forma<br />
en que su abuelo se había enamorado y el éxito notable <strong>de</strong> la exposición<br />
<strong>de</strong> París. Le contó, también, <strong>de</strong> la boda y el nacimiento <strong>de</strong><br />
Jean Marié.<br />
En el mes <strong>de</strong> febrero <strong>de</strong> 1890, el diario súbitamente cancelaba toda<br />
referencia a Benoit, Jean Marié e Isabel, y entraba en <strong>de</strong>talles acerca<br />
<strong>de</strong>l crecimiento <strong>de</strong>l negocio. <strong>La</strong>s alianzas que Bertrand había establecido,<br />
los problemas con los trabajadores y más información que,<br />
si bien tenía algún valor histórico, se volvía poco importante para<br />
los fines <strong>de</strong>l ciego. Bertrand <strong>de</strong>scribía los horrores <strong>de</strong> la guerra y<br />
las enormes dificulta<strong>de</strong>s <strong>de</strong> seguir operando. Contaba también la<br />
forma en la que vendió la fábrica y daba algunos <strong>de</strong>talles acerca<br />
<strong>de</strong> su nueva esposa, una mujer que trabajaba para él y <strong>de</strong> la que se<br />
expresaba con cariño. En 1909 anunciaba el nacimiento <strong>de</strong> Pascal<br />
y ofrecía minuciosos <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> su <strong>de</strong>sarrollo escolar, así como <strong>de</strong><br />
sus ambiciones <strong>de</strong> ser un explorador <strong>de</strong>l mundo.<br />
Una entrada en julio <strong>de</strong> 1923 presentaba a Jean Marié, y cómo en<br />
una forma crudísima Bertrand Tavernier se había negado a verlo,<br />
pero no exponía las razones que motivaron dicha conducta. Se<br />
apreciaba ya como un hombre cansado en el recuento <strong>de</strong> su vida.<br />
El tono era ligeramente sombrío.<br />
<strong>La</strong> noche había caído ya cuando José María inició la lectura <strong>de</strong> la<br />
última entrada <strong>de</strong>l diario, fechada el 1 <strong>de</strong> enero <strong>de</strong> 1927. <strong>La</strong>s<br />
esperan zas para encontrar las razones <strong>de</strong> la traición, que se <strong>de</strong>svanecían<br />
con el paso <strong>de</strong> las horas, se disiparon en el preciso momento<br />
en que el joven leyó acerca <strong>de</strong>l incesto <strong>de</strong>l que fue testigo Bertrand
277<br />
Tavernier. Cuando José María terminó, Miguel Dupin volvía a llorar<br />
por segunda vez.<br />
José María lo abrazó emocionado. También lloraba.
Cincuenta y dos<br />
Han pasado un chingo <strong>de</strong> cosas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que leí el diario en Niza. Por<br />
principio <strong>de</strong> cuentas, todos regresamos a París, con excepción <strong>de</strong><br />
Alice, que se ha quedado en Dijon para arreglar asuntos y luego<br />
viajar a México. El pen<strong>de</strong>jo <strong>de</strong>l Perro perdió su pasaporte, por lo que<br />
Dupin y mi padre se nos a<strong>de</strong>lantaron y tuvimos un par <strong>de</strong> días más<br />
<strong>de</strong> Ciudad Luz. Llevé a mis amigos con Elisa Domínguez, la chava<br />
que trabaja en B&B, todos se enamoraron <strong>de</strong> ella y Tatanka dijo<br />
<strong>de</strong>spués “que lo había mirado <strong>de</strong> una manera especial”.<br />
Vagamos por la ciudad. Les conté la historia <strong>de</strong>l jorobado <strong>de</strong> Notre<br />
Dame en la plaza <strong>de</strong> la catedral. Finalmente, el Perro comprendió<br />
[279]
280<br />
la razón por la cual nombramos “Quasimodo” a Luis Ramírez. Esa<br />
tar<strong>de</strong> en París entendí lo chingón que es tener amigos.<br />
En el aeropuerto terminé Los miserables y una etapa <strong>de</strong> mi vida. El<br />
viaje <strong>de</strong> dos semanas me había transformado: sentía que era necesario<br />
procesar todo lo que había aprendido y el avión daba una<br />
buena oportunidad para hacerlo. El abordaje fue un <strong>de</strong>smadre<br />
<strong>de</strong>bido a los mexicanos que son una raza <strong>de</strong> pen<strong>de</strong>jos, y no entien<strong>de</strong>n<br />
que si a uno le pi<strong>de</strong>n que suba al avión <strong>de</strong> acuerdo al número<br />
<strong>de</strong>l asiento, es para evitar tener que pasar al lado <strong>de</strong> un gordo que<br />
está trepando sus maletas en el compartimento… en fin.<br />
Durante el vuelo traté <strong>de</strong> recomponer todo lo que había ocurrido.<br />
Me sacó mucho <strong>de</strong> onda la cabronada que le habían hecho al abuelo<br />
<strong>de</strong> Dupin. No mamar, incesto. Y me quedé pensando si Jean Marié<br />
sería hijo <strong>de</strong> Benoit e Isabel. Cualquier genetista medianamente<br />
listo sabe que es muy mala i<strong>de</strong>a andar mezclando genes: la consanguineidad<br />
acarrea menor variación y por eso salen niños con colas<br />
<strong>de</strong> cochino. Dudo que la hemofilia <strong>de</strong> René se transmitiera <strong>de</strong> esta<br />
manera, ya que es una enfermedad que ocurre por línea materna.<br />
Por supuesto, la única manera <strong>de</strong> averiguar si Miguel, Alice y René<br />
son parientes es con una prueba <strong>de</strong> adn, pero Dupin no quiere<br />
saber más <strong>de</strong> este <strong>de</strong>smadre y los ha reconocido como sus únicos<br />
familiares, igual que a la tía Rose. A<strong>de</strong>más, los tres son a toda madre.<br />
Sospecho que Dupin tiene algo, pero en realidad no estoy seguro.<br />
Cuando le pregunté puso una cara muy rara y misteriosa. Creo que<br />
en México iré a visitarlo.<br />
Me pareció chingonsísimo hacer este viaje con mi padre, y todavía<br />
más que el güey an<strong>de</strong> como adolescente. No tengo la menor<br />
i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> cómo opera la conducta amorosa; <strong>de</strong> hecho, creo que sería
281<br />
<strong>de</strong> hueva buscarle el lado científico, pero lo he visto transformarse<br />
sutilmente. Siempre he creído que se lo tragan las insegurida<strong>de</strong>s, y<br />
las ha ido venciendo poco a poco. Llegó a Francia con la sensación<br />
<strong>de</strong> que es un escritor mediocre, una mierda con las mujeres y que<br />
pocas cosas pue<strong>de</strong> hacer bien. Ahora mismo ya está escribiendo<br />
una nueva novela en la que, por supuesto, el protagonista es un<br />
terapeuta ciego. Me contó también que por fin aceptó una invitación<br />
a la Feria <strong>de</strong>l Libro <strong>de</strong> Guadalajara, <strong>de</strong> la que se había alejado<br />
como <strong>de</strong> una plaga, para participar en un coloquio <strong>de</strong> escritores,<br />
por lo que parece tomar un camino más gregario. <strong>La</strong> relación con<br />
Alice es ya un récord olímpico. <strong>La</strong> tipa es a toda madre y creo que lo<br />
pue<strong>de</strong> hacer muy feliz. Está valorando irse a vivir a México, y Miguel<br />
le ha ofrecido apoyo para que encuentre algún empleo razonable<br />
y no la mierda que tenía en Dijon. Supongo que será una buena<br />
madrastra, aunque el pinche término me evoca a Blancanieves,<br />
pero uno nunca sabe. <strong>La</strong>s relaciones van y vienen, y si no, habría<br />
que preguntarle a Gabriela, que parece administrarme como se<br />
administra una pinche montaña rusa. Regresando creo que tomaré<br />
una estrategia más asertiva, y que truene lo que tenga que tronar.<br />
Mi padre resultó un hallazgo, aunque creo que no me estoy explicando<br />
bien. Por supuesto, siempre he sabido que es un buen hombre.<br />
Uno <strong>de</strong> los recuerdos más viejos que tengo es el <strong>de</strong> un día que<br />
se enfermó y me puso un sustazo <strong>de</strong> su pinche madre. Sé <strong>de</strong> su<br />
calidad humana, pero nunca había sentido esa cali<strong>de</strong>z y esa complicidad<br />
tan absoluta. Tengo mucha suerte y pienso en algunos <strong>de</strong><br />
mis amigos. El padre <strong>de</strong>l Tatanka, por ejemplo, es un viejo mamón,<br />
funcionario <strong>de</strong> no sé que pinche secretaría, que sólo habla <strong>de</strong> lo<br />
importante que es y <strong>de</strong>l futuro <strong>de</strong> México o mamadas <strong>de</strong> ese calibre.<br />
A<strong>de</strong>más es pedísimo, y cuando chupa le da por recitar pura pen<strong>de</strong>jada<br />
o por babear gente.
282<br />
Mis cuates le dieron un enorme sentido al viaje. Son <strong>de</strong>smadrosos<br />
y actúan con la misma sutileza <strong>de</strong> un búfalo <strong>de</strong> agua. Su nivel<br />
<strong>de</strong> pen<strong>de</strong>jez es inconmensurable, pero también muy divertido. El<br />
pinche Perro se clavó una sábana <strong>de</strong>l hotel, compró un manojo <strong>de</strong><br />
laurel y posó como estatua en los Campos Elíseos durante exactamente<br />
quince minutos… ganó un euro. El Garra ya subió la foto<br />
al face y ha recibido una enorme cantidad <strong>de</strong> comentarios entre<br />
los que <strong>de</strong>stacan: “mamarracho”, “menesteroso” o “nunca había<br />
visto a alguien que luciera tan limpiamente como un imbécil”…<br />
Creo que la experiencia para los cuatro ha generado uno <strong>de</strong> esos<br />
lazos que no se rompen ya jamás.<br />
Por supuesto he pensado en mí y en el futuro. Ya no estoy tan<br />
seguro que quiera ser un científico <strong>de</strong> esos que miran fijamente y<br />
<strong>de</strong>dican su vida a encerrarse en cuatro pare<strong>de</strong>s, para luego publicar<br />
un artículo que no lee nadie. Tengo ofertas <strong>de</strong> beca en Cal Tech,<br />
en Princeton y en una escuela suiza, <strong>de</strong> nombre impenetrable. Me<br />
angustia un poco tener que tomar <strong>de</strong>cisiones pero ya va siendo<br />
momento. Por <strong>de</strong>scarte, sé que no tengo futuro como beisbolista o<br />
arquitecto (dibujo como un borracho). Tampoco podría ser escritor<br />
ni político. Me cagan las onG’s. Entonces hay dilemas…<br />
Mierda.<br />
Llegamos a México con bien. Mi padre me esperaba con una cara<br />
muy larga y los ojos enrojecidos. En el momento que aparecí en la<br />
sala <strong>de</strong> llegadas, me dio un abrazo quebrantahuesos que me <strong>de</strong>jó<br />
muy sorprendido.
Cincuenta y tres<br />
El Aire para la cuerda <strong>de</strong> sol, <strong>de</strong> Bach, inundaba con su belleza el<br />
es tudio <strong>de</strong> Miguel Dupin. En una mesa lateral se había dispuesto<br />
una botella <strong>de</strong> Luis XIII, <strong>de</strong>l que ya se habían escanciado un par <strong>de</strong><br />
copas. <strong>La</strong>s volutas <strong>de</strong> un habano Behike se elevaban perezosamente<br />
hacia el enorme can<strong>de</strong>labro que iluminaba a medias la habitación.<br />
Miguel Dupin pensaba en su vida.<br />
No estaba mal, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo. <strong>La</strong>s <strong>de</strong>rrotas y las victorias se compensaban<br />
<strong>de</strong> manera equitativa, o por lo menos eso razonaba. Sin<br />
embargo, la muerte, esa hija <strong>de</strong> puta, fue su fiel compañera muchos<br />
[283]
284<br />
años. Primero le arrebató <strong>de</strong> un zarpazo a sus padres en aquel acci<strong>de</strong>nte<br />
<strong>de</strong> avión. Luego se llevó a Eugenia, y con ella al joven Maurice<br />
Tavernier, que trató <strong>de</strong> esa manera <strong>de</strong> romper lanzas con su pasado<br />
adoptando la personalidad <strong>de</strong> Miguel Dupin. Recordó a Thierry<br />
una vez más y la melancolía lo invadió mientras aspiraba una larga<br />
bocanada.<br />
Durante toda su vida trató <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r los motivos <strong>de</strong> Bertrand.<br />
Ahora los conocía y estaba en paz. No había juicios. El sólo pensar<br />
en una situación como la que vivió su abuelo era casi imposible.<br />
Seguramente quedó <strong>de</strong>strozado y lleno <strong>de</strong> rencor. Dupin había<br />
lidiado <strong>de</strong> manera profesional con el resentimiento y sabía por<br />
experiencia propia que era un veneno lento que consumía por <strong>de</strong>ntro.<br />
Sin embargo, nunca se había enfrentado a una historia como<br />
esa. De hecho admiraba a su abuelo, un hombre que se impuso a<br />
sus circunstancias <strong>de</strong> vida y luchó a brazo partido con eso que la<br />
gente perezosa llama “<strong>de</strong>stino”. Pensó también en la maldad <strong>de</strong><br />
Benoit. ¿Cómo era posible que alguien tuviera esa capacidad para<br />
lastimar a los <strong>de</strong>más? A Miguel nunca le gustaron las historias<br />
ejemplares en las que aquel que proce<strong>de</strong> mal recibe un castigo (“el<br />
que la hace, la paga”). Le parecía maniqueo y torpe, pero en este<br />
caso asumía que el final <strong>de</strong> Pouchet era el que se había labrado.<br />
Lo impresionaba cómo una simple <strong>de</strong>cisión tenía un efecto que se<br />
<strong>de</strong>speñaba en abismos diversos.<br />
Miguel Dupin le dio un largo trago a su copa <strong>de</strong> cognac y, mientras<br />
la pala<strong>de</strong>aba, recordó a René y Alice, <strong>de</strong> alguna manera víctimas<br />
directas <strong>de</strong> la traición. Los había reconocido como sus únicos<br />
parientes y se haría cargo <strong>de</strong> resarcir sus años <strong>de</strong> sufrimiento.<br />
<strong>La</strong> tar<strong>de</strong> anterior había hecho las modificaciones testamentarias<br />
pertinentes.
285<br />
Pensó en Juan Pablo y José María, sobre todo en este último. En<br />
sólo unos días el muchacho lo había seducido y Dupin no era un<br />
hombre impresionable. Sonrió. José María era excepcional y le<br />
esperaba un futuro muy brillante. Le hubiera gustado convivir más<br />
con él. Juan Pablo también se había ganado todo su afecto. Estaba<br />
contento <strong>de</strong> la incipiente relación con su prima, que con certeza a<br />
ambos les daría el bálsamo para años <strong>de</strong> heridas.<br />
Esa tar<strong>de</strong> Miguel Dupin también evocó su visita al médico, haría<br />
cosa <strong>de</strong> dos meses. Eduardo Antonio Peña era su amigo <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
tiempos inmemoriales. Los jueves por la tar<strong>de</strong> se reunían en el<br />
estudio <strong>de</strong> Miguel a charlar y jugar una partida infinita <strong>de</strong> ajedrez.<br />
Había sentido una molestia en el costado y visitó a Eduardo en<br />
su consultorio, le hicieron algunos análisis y, en una segunda cita,<br />
se enfrentó con su vieja compañera: Eduardo le explicó con voz<br />
pedregosa que le habían <strong>de</strong>tectado cáncer <strong>de</strong> páncreas y el pronóstico<br />
era <strong>de</strong>salentador. Miguel Dupin reconoció el tono paliativo que<br />
empleaba su amigo al explicarle que había formas invasivas <strong>de</strong> atacar<br />
la enfermedad, y entonces tomó una <strong>de</strong>cisión.<br />
No se quería ir <strong>de</strong> este mundo sin <strong>de</strong>velar el misterio <strong>de</strong> su abuelo,<br />
y ahora la tarea estaba terminada. Miguel había conseguido (Peña<br />
colaboró entre protestas) una “bolsa <strong>de</strong> salida” consistente en un<br />
pequeño tanque <strong>de</strong> dióxido <strong>de</strong> carbono conectado con una bolsa<br />
<strong>de</strong> plástico con aire. De la caja salía una conexión que Dupin colocó<br />
en su nariz, y lentamente sintió el efecto <strong>de</strong>l sedante que lo llevaba<br />
a la inconsciencia y a la muerte.<br />
<strong>La</strong> música se extinguía en el momento que Miguel Dupin se <strong>de</strong>spidió<br />
<strong>de</strong> la vida.
Epílogo<br />
José María, siguiendo un criterio que hallarás clásico, te escribo advirtiéndote<br />
que cuando leas esta carta estaré muerto. Recuerdo que prometí<br />
<strong>de</strong>cirte cómo iban las cosas y aquí estoy, aunque sea <strong>de</strong> manera póstuma,<br />
para hacerlo. Hace algunos meses me diagnosticaron un cáncer terminal<br />
y, si bien mi médico propuso una serie <strong>de</strong> medidas, resultó claro que éstas<br />
me <strong>de</strong>jarían en una condición indigna por la que ya no estoy dispuesto<br />
a pasar.<br />
Hijo mío, ser ciego es una maldición <strong>de</strong> la que hay que sacar el máximo<br />
provecho. Traté <strong>de</strong> hacerlo a lo largo <strong>de</strong> toda mi vida. Una limitación es<br />
eso, el obstáculo que se nos impone y obliga a echar mano <strong>de</strong> todo. Te<br />
[287]
288<br />
puedo <strong>de</strong>cir que he tenido muchos momentos <strong>de</strong> felicidad. Alguna vez<br />
estuve enamorado y es un periodo que no cambiaría por nada. También<br />
te <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cir que el trabajo con mis pacientes me dio muchas satisfacciones.<br />
Es notable la forma en la que pue<strong>de</strong>s ayudar a la gente que lo necesita<br />
y tratar <strong>de</strong> que ellos mismos en<strong>de</strong>recen los retorcidos caminos <strong>de</strong> este<br />
mundo vertiginoso… El mundo, José María, el mundo. Te han tocado<br />
tiempos interesantes y un proverbio chino reza que esos son los me jores.<br />
Enfrentas una Era llena <strong>de</strong> mezquindad y <strong>de</strong>sigualda<strong>de</strong>s, un mundo que<br />
se encuentra en riesgo por la avaricia <strong>de</strong> algunos. No importa lo que<br />
<strong>de</strong>cidas acerca <strong>de</strong> tu futuro, estoy seguro <strong>de</strong> que tus esfuerzos, asociados<br />
a la nobleza <strong>de</strong> tu inteligencia, se encaminarán a arreglar lo arreglable.<br />
Sé que eres justo y sencillo, sé también que lo harás inmejorablemente,<br />
me hubiera gustado verlo pero, ¿sabes?, la ruleta me ha dado el número<br />
incorrecto.<br />
Te quiero, José María, como a un hijo. Disculpa este quebranto <strong>de</strong> un<br />
hombre viejo que no siente temor a expresar su afecto.<br />
Cuida a tu padre, y te pido que me recuer<strong>de</strong>s siempre como un ser<br />
humano que vivió con plenitud y se va <strong>de</strong> este mundo con la paz necesaria.<br />
No creo en la reencarnación, mucho menos en espacios celestiales, así<br />
que este es el adiós <strong>de</strong>finitivo. Sé que enten<strong>de</strong>rás que no lo haya queri do<br />
hacer <strong>de</strong> manera personal.<br />
Ojalá que disfrutes Los niños en el carretón, <strong>de</strong> Francisco <strong>de</strong> Goya y<br />
Lucientes, un mo<strong>de</strong>sto recuerdo que te <strong>de</strong>jo, pues sé que no podría estar<br />
en mejores manos.<br />
Te abrazo.<br />
Miguel Dupin
Índice
9 El pacto<br />
11 Uno<br />
19 Dos<br />
27 Tres<br />
31 Cuatro<br />
43 Cinco<br />
49 Seis<br />
55 Siete<br />
61 Ocho<br />
67 Nueve<br />
71 Diez
75 Once<br />
79 Doce<br />
87 Trece<br />
99 Catorce<br />
105 Quince<br />
111 Dieciséis<br />
115 Diecisiete<br />
121 Dieciocho<br />
127 Diecinueve<br />
131 Veinte<br />
135 Veintiuno<br />
141 Veintidós<br />
143 Veintitrés<br />
147 Veinticuatro<br />
157 Veinticinco<br />
159 Veintiséis
163 Veintisiete<br />
169 Veintiocho<br />
173 Veintinueve<br />
175 Treinta<br />
179 Treinta y uno<br />
183 Treinta y dos<br />
187 Treinta y tres<br />
191 Treinta y cuatro<br />
195 Treinta y cinco<br />
201 Treinta y seis<br />
205 Treinta y siete<br />
209 Treinta y ocho<br />
213 Treinta y nueve<br />
217 Cuarenta<br />
221 Cuarenta y uno<br />
223 Cuarenta y dos
225 Cuarenta y tres<br />
229 Caurenta y cuatro<br />
235 Cuarenta y cinco<br />
241 Cuarenta y seis<br />
245 Cuarenta y siete<br />
251 Cuarenta y ocho<br />
263 Cuarenta y nueve<br />
271 Cincuenta<br />
273 Cincuenta y uno<br />
279 Cincuenta y dos<br />
283 Cincuenta y tres<br />
287 Epílogo
<strong>La</strong> traición <strong>de</strong> Bertrand,<br />
<strong>de</strong> Fedro Carlos Guillén, se ter-<br />
minó <strong>de</strong> imprimir en agosto <strong>de</strong> 2012, en<br />
los talleres gráficos <strong>de</strong> Compañía Editorial <strong>de</strong><br />
México, S.A. <strong>de</strong> C.V., ubicados en Av. 16 <strong>de</strong> Septiembre<br />
núm. 116 norte, colonia. Lázaro Cár<strong>de</strong>nas, C.P. 52140,<br />
en Metepec, Estado <strong>de</strong> México. El tiraje consta <strong>de</strong> mil ejem-<br />
plares. Para su formación se usó la tipografía Borges, <strong>de</strong><br />
Alejandro Lo Celso, <strong>de</strong> la Fundidora PampaType. Concepto<br />
editorial: Hugo Ortíz, Juan Carlos Cué y Lucero Estrada.<br />
Formación y portada: Iván Emmanuel Jiménez. Cuidado<br />
<strong>de</strong> la edición: Luz María Bazaldúa, Zujey García Gasca,<br />
Delfina Careaga y el autor.Supervisión en imprenta:<br />
Iván Emmanuel Jiménez.