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tierra por grandes y elevadas montañas, que distan del mar unas cien leguas<br />
aproximadamente. Tienen gran abundancia de carne y pescados, que no se parecen en<br />
nada a los nuestros, y que comen cocidos, sin ningún otro artificio. El primer hombre<br />
que vieron montado a caballo, aunque ya había tenido con ellos relaciones en<br />
anteriores viajes, les causó tanto horror en tal montura que lo mataron a flechazos antes<br />
de poder reconocerlo. Sus construcciones son muy largas, capaces de albergar<br />
doscientas o trescientas almas; las cubren con la corteza de grandes árboles, fijadas al<br />
suelo por un extremo y apoyadas unas sobre otras por los techos, a la manera de<br />
algunas de nuestras granjas, cuyos tejados llegan hasta el suelo y les sirve de flanco.<br />
Tienen madera tan dura que la emplean para cortar, y con ella hacen espadas, y<br />
parrillas para asar la carne. Sus lechos son de un tejido de algodón, y están<br />
suspendidos del techo como los de nuestros navíos; cada cual ocupa el suyo ya que las<br />
mujeres duermen separadas de sus maridos. Se levantan al amanecer, y comen, luego<br />
para todo el día, pues hacen una sola comida; en ésta no beben; como dice Suidas que<br />
hacen algunos pueblos del Oriente; beben sí fuera de la comida varias veces al día y<br />
abundantemente. Con ciertas raíces preparan su bebida, que tiene el color del vino<br />
claro y que toman solamente tibio. Esta bebida se conserva apenas dos o tres días; es<br />
algo picante, pero no se sube a la cabeza; es saludable al estómago y sirve de laxante<br />
a los que no tienen costumbre de beberlo, pero a los que están habituados les resulta<br />
muy agradable. En lugar de pan comen una sustancia blanca como el cilantro<br />
azucarado; yo la he probado y tiene el gusto dulce y algo desabrido.<br />
Pasan todo el día bailando. Los más jóvenes van a cazar armados con arcos.<br />
Algunas mujeres se ocupan de calentar la bebida, que es su principal tarea. Siempre<br />
hay algún anciano que por las mañanas, antes de la comida, predica a todos los que<br />
viven en el caserío, paseándose de un extremo a otro y repitiendo muchas veces la<br />
misma exhortación hasta que acaba de recorrer el recinto, de unos cien pasos de<br />
longitud. Solo les recomienda dos cosas: el valor contra los enemigos y la buena<br />
amistad para con sus mujeres, y a esta segunda recomendación añade siempre que<br />
ellas son las que les proveen la bebida tibia y gustosa. En varios lugares pueden verse,<br />
entre otros en mi casa, la forma de sus lechos, cordones, espadas, brazaletes de<br />
madera con los que se protegen los puños en los combates, y grandes bastones con<br />
una abertura por un extremo, con cuyo sonido sostienen la cadencia en sus danzas.<br />
Llevan el pelo rapado, y se afeitan mejor que nosotros, sin otro utensilio que una navaja<br />
de madera o piedra. Creen que las almas son inmortales, y que las que han hecho el<br />
bien a los ojos de los dioses van a reposar al lugar del cielo donde nace el sol; las<br />
malditas al Occidente.<br />
Sus sacerdotes y profetas raramente se presentan ante el pueblo, pues viven en<br />
las montañas. A su llegada se celebra una gran fiesta y asamblea solemne de varias<br />
aldeas (cada granja, como describí, forma una aldea y están situadas a una legua<br />
francesa de distancia unas de otras). Este profeta les habla en público, los exhorta a la<br />
virtud y al deber, pero toda su ciencia moral contiene estos dos únicos preceptos: el<br />
valor en la guerra y el afecto por sus mujeres. El les predice las cosas del porvenir y las<br />
consecuencias que deben esperar en sus empresas, los encamina o aparta de la<br />
guerra. Pero si es un mal adivino, si sucede lo contrario de lo que predice, es<br />
descuartizado en mil pedazos cuando lo atrapan, y condenado por falso profeta. Por<br />
esta razón, aquel que se equivoca una vez, desaparece luego para siempre.<br />
La adivinación es sólo don de Dios y por eso su abuso debería ser castigado<br />
como una impostura. Entre los escitas, cuando los adivinos se equivocaban, se los<br />
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