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Ensayo - Cátedras

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acerca tanto que ya han perdido cuatro leguas de tierra: esta arena es como su<br />

vanguardia. Y así vemos grandes dunas de arenas movedizas, media legua por delante<br />

del océano, que van ganando el país.<br />

El otro testimonio de la Antigüedad que puede relacionarse con este<br />

descubrimiento de un nuevo mundo lo encontramos en Aristóteles, siempre y cuando<br />

aceptemos que el librito Maravillas increíbles le pertenece. Cuenta allí que algunos<br />

cartagineses, que se habían aventurado al Océano Atlántico fuera del estrecho de<br />

Gibraltar, después de mucho navegar acabaron por descubrir una isla fértil, poblada de<br />

bosques y regada por ríos grandes y profundos, muy lejos de tierra firme; y que aquellos<br />

navegantes, y otros que los siguieron, atraídos por la bondad y fertilidad de la tierra,<br />

llevaron consigo a sus mujeres e hijos y se establecieron en el nuevo país. Los señores<br />

de Cartago, viendo que su territorio se despoblaba poco a poco, prohibieron bajo pena<br />

de muerte que nadie emigrara a la isla, y echaron a los nuevos habitantes, temiendo,<br />

según se cree, que con el tiempo se multiplicaran tanto que llegaran a suplantarlos a<br />

ellos mismos y ocasionaran su ruina. Este relato de Aristóteles tampoco se refiere al<br />

nuevo descubrimiento.<br />

El hombre del que he hablado era simple y rudo, condición muy adecuada para<br />

ofrecer un testimonio verdadero, pues las mentes refinadas observan con mayor<br />

curiosidad y mayor número de cosas pero suelen glosarlas y hacer valer su propia<br />

interpretación y no se privan de alterar un poco la Historia. Nunca nos presentan las<br />

cosas tal como son: las tergiversan y enmascaran según sus propósitos y, para dar<br />

crédito a sus opiniones y atraer nuestra atención, modifican la materia con agregados y<br />

amplificaciones. Hace falta, pues, un hombre fiel o tan simple que no tenga por qué<br />

concebir o hacer creíbles falsas invenciones, un hombre sin prejuicios de ninguna<br />

especie. Así era el mío. Además, me presentó en varias ocasiones marineros y<br />

comerciantes que había conocido en su viaje, así que confío en sus informes sin<br />

necesidad de confrontarlos con lo que dicen los cosmógrafos.<br />

Necesitamos topógrafos capaces de describir en detalle los lugares que han<br />

visitado. Pero por el hecho de tener esta ventaja sobre nosotros, de haber visto<br />

Palestina, por ejemplo, pretenden gozar del privilegio de contarnos las noticias del resto<br />

del mundo. Yo quisiera que cada uno escribiese sobre aquello que conoce bien, no<br />

precisamente en materia de viajes, sino en todo tipo de cosas; pues alguien puede tener<br />

tal conocimiento o experiencia particular de la naturaleza de un río o de una fuente y en<br />

lo demás ser tan ignorante como cualquiera. Y, sin embargo, si se le ocurre dedicarse a<br />

esta pequeña tarea, se embarcará en la escritura de toda la ciencia física. Y de este<br />

vicio surgen varios inconvenientes.<br />

Volviendo a mi asunto, creo que no hay nada de bárbaro ni de salvaje en ese<br />

pueblo, según lo que me han contado. Lo que ocurre es que cada uno llama barbarie a<br />

lo que es ajeno a sus costumbres. Como no tenemos otro criterio para distinguir la<br />

verdad y la razón más que los ejemplos que observamos y las opiniones y costumbres<br />

del país en el que vivimos, para nosotros allí se encuentra la religión perfecta, el<br />

gobierno perfecto y el más perfecto e insuperable uso de todas las cosas. Así, son tan<br />

salvajes esos pueblos como lo son los frutos que produce la naturaleza; en verdad creo<br />

yo que mas bien debiéramos llamar salvajes a las cosas que hemos alterado con<br />

nuestros artificios y apartado del orden común. En los primeros se mantienen vivas y<br />

vigorosas las propiedades y virtudes naturales, que son las verdaderas y útiles, que<br />

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