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jaramillo, pedro - l..

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3. «Yo soy la resurrección y la vida»<br />

(Jn 11,1-45)<br />

La resurrección de Lázaro no es sólo un gesto de entrañable<br />

amistad por parte de Jesús, Es, ante todo, un signo<br />

que abre los ojos para ahondar más sobre la identidad<br />

del Maestro: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros<br />

de que no hayamos estado allí, para que creáis».<br />

Creer en Jesús como resurrección y vida para siempre<br />

se contenta Jesús con que Marta confiese que espera<br />

la resurrección de su hermano que acontecerá cuando<br />

llegue «el último día». No se trata, en efecto, de una<br />

resurrección anónima. La resurrección tiene un nombre,<br />

Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida». La fe en él es ya<br />

germen de lo nuevo que está naciendo para vivir: «El que<br />

cree en mí no morirá para siempre».<br />

La resurrección de Lázaro es un signo de la vida que n<br />

acaba. Él revivió, para volver a morir. Pero, en esa vida<br />

mortal, regalada otra vez al amigo por Jesús, él se manifiesta<br />

como Señor de la vida, capaz de hacerla nacer en<br />

la entraña misma de la muerte, como un nuevo y definitivo<br />

nacimiento. Es la expresión más cabal de que él es<br />

el Enviado: «Te doy gracias porque me has escuchado...,<br />

para que crean que tú me has enviado».

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