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Quinto domingo de Cuaresma 1. «Os infundiré mi espíritu y viviréis» (Ez 37,12-14) En situación de abatimiento, Dios apuesta por la vida. E el fondo, está el poder del Señor que levanta la débil esperanza de su pueblo. La mayor debilidad la experimenta el hombre en el drama de su muerte. En Ezequiel hay un atisbo seguro d esperanza: «Os infundiré mi espíritu y viviréis». El pueblo abatido se parece, en efecto, a los muertos que yacen en sus sepulcros. La esperanza de una vida triunfadora de la muerte s perfilando poco a poco en el Antiguo Testamento. Lo hace desde la antropología que le es propia. No sólo se abrirá camino la idea de la inmortalidad del alma (de cuño más griego), sino de la resurrección que incluye también el cuerpo. En la entraña del progresivo desarrollo de esa fe está la confianza en el Señor-, el «sabréis q yo soy el Señor, lo digo y lo hago» (que recuerda la obra de la creación) amplía progresivamente su ámbito, en la línea de la re-creación. También el poder creador de Dios podrá definitiva-
mente contra la muerte y «vuestra tierra» donde seréis colocados, no será sólo esta tierra, perteneciente a este pueblo, sino el mismo Dios como tierra y patria definitiva. La lectura de Ezequiel marcha por este camino. Aún no ha llegado a la meta. Pero su apuesta por la vida y su confianza en el poder de Dios marcan un hito importante, abierto al anuncio de la resurrección. 2. Dios «vivificará también vuestros cuerpos mortales» (Rom 8,8-11) San Pablo reflexiona sobre el futuro personal y colectivo, más allá de la muerte, ya desde la resurrección de Cristo. Y, en su apuesta por la vida, apunta a la comunión en el mismo Espíritu de Dios (el «espíritu» de Ezequiel se ha convertido ya en «el Espíritu» de la revelación de la intimidad de Dios), para atribuir igual suerte a Cristo y a los cristianos. El Espíritu une tan estrechamente al cristiano con Cristo que lo hace propiedad suya. Si «el que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo», el que lo tiene, lo tiene de tal manera que se hace uno con Él. Y para Cristo, el Espíritu es la fuente de su resurrección y su vida. Lo mismo para el cristiano que, aun muerto, «vive para la justicia» y será «vivificado por el mismo Espíritu que en él habita». Toca el Apóstol el eje fundamental de la vida creyente. Sin la resurrección y la vida para siempre en el Señor, nada en la vida cristiana alcanzaría su meta ni su sentido. Todo quedaría a mitad de camino, si la esperanza que tenemos nos defrauda.
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1. «Os infundiré mi espíritu y viviréis»<br />
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En situación de abatimiento, Dios apuesta por la vida. E<br />
el fondo, está el poder del Señor que levanta la débil<br />
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La mayor debilidad la experimenta el hombre en el<br />
drama de su muerte. En Ezequiel hay un atisbo seguro d<br />
esperanza: «Os infundiré mi espíritu y viviréis». El pueblo<br />
abatido se parece, en efecto, a los muertos que yacen<br />
en sus sepulcros.<br />
La esperanza de una vida triunfadora de la muerte s<br />
perfilando poco a poco en el Antiguo Testamento. Lo<br />
hace desde la antropología que le es propia. No sólo<br />
se abrirá camino la idea de la inmortalidad del alma (de<br />
cuño más griego), sino de la resurrección que incluye<br />
también el cuerpo. En la entraña del progresivo desarrollo<br />
de esa fe está la confianza en el Señor-, el «sabréis q<br />
yo soy el Señor, lo digo y lo hago» (que recuerda la obra<br />
de la creación) amplía progresivamente su ámbito, en la<br />
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También el poder creador de Dios podrá definitiva-