jaramillo, pedro - l..

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12.04.2013 Views

Cuarto domingo de Cuaresma 1. Ver con los ojos de Dios (ISam 16,lb.6-7.10~13a) Se puede decir con verdad que «las apariencias engañan». También para personajes bíblicos de la talla de Samuel. El momento relatado en la lectura tiene toda la importancia que se da a la unción del rey. Con el rey cambia, e efecto, el modo mismo de guiar Dios a su pueblo. No es extraño que Samuel, mirando con sus propios ojos, se fijara en la apariencia, resumida en una gran estatura. Un hombre corpulento y fuerte, le hace pensar a Samuel: «Sin duda está ante el Señor, su ungido». Pero, recibe la primera gran lección, vista desde los ojos de Dios. Un criterio repetido en los relatos de vocación: «La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón». La mirada humana no repara en lo pequeño. Con afanes de grandeza, había hecho Samuel pasar a los hijos de Jesé ante el Señor. Y, extrañado, recibe la pregunta: «¿No quedan más muchachos?». Y es que faltaba por pasar el pequeño. A él lo habían enviado a cuidar el rebaño,

porque no estaba previsto que entrara en el «desfile». Y sin embargo, «dijo el Señor, levántate, porque este es». ¡Cuánta teología de lo pequeño encierran los relatos vocación!..., como para andar buscando apariencias de grandeza... 2. Las tinieblas y la luz (Ef 5,8-14) Las tinieblas y la luz no son sólo realidades externas al hombre. Son también metáfora y referencia de situaciones internas. El hombre mismo puede ser tiniebla o puede ser luz. Nuestra tendencia espontánea nos lleva a la oscuridad («en otro tiempo erais tinieblas»); somos luz por conversión («ahora sois luz en el Señor»). Y como «el movimiento se demuestra andando», la luz ilumina el camino y se puede y se debe caminar «como hi jos de la luz». La luz engendra bondad, justicia y verdad. Un camino que es agradable a Dios y realiza al caminante. Situaciones de plenitud en la luz, que contrastan con la esterilidad: esa sensación vacía que acompaña, invariable, a las obras de la maldad. La conversión de «las obras estériles de las tinieblas» es la mayor obra de la luz, aunque sea una obra dolorid Porque todo lo descubierto es luz, aunque sean las propias tinieblas. Cuando dejamos nuestro propio pecado inmerso en nuestras oscuridades, le estamos impidiendo a Dios que, desde su misma luz, pueda «sacar bienes de los males»..., «incluso del pecado», como le gustaba apostillar a san Agustín.

porque no estaba previsto que entrara en el «desfile». Y<br />

sin embargo, «dijo el Señor, levántate, porque este es».<br />

¡Cuánta teología de lo pequeño encierran los relatos<br />

vocación!..., como para andar buscando apariencias de<br />

grandeza...<br />

2. Las tinieblas y la luz<br />

(Ef 5,8-14)<br />

Las tinieblas y la luz no son sólo realidades externas al<br />

hombre. Son también metáfora y referencia de situaciones<br />

internas. El hombre mismo puede ser tiniebla o<br />

puede ser luz. Nuestra tendencia espontánea nos lleva a<br />

la oscuridad («en otro tiempo erais tinieblas»); somos luz<br />

por conversión («ahora sois luz en el Señor»).<br />

Y como «el movimiento se demuestra andando», la luz<br />

ilumina el camino y se puede y se debe caminar «como hi<br />

jos de la luz». La luz engendra bondad, justicia y verdad.<br />

Un camino que es agradable a Dios y realiza al caminante.<br />

Situaciones de plenitud en la luz, que contrastan<br />

con la esterilidad: esa sensación vacía que acompaña,<br />

invariable, a las obras de la maldad.<br />

La conversión de «las obras estériles de las tinieblas»<br />

es la mayor obra de la luz, aunque sea una obra dolorid<br />

Porque todo lo descubierto es luz, aunque sean las propias<br />

tinieblas. Cuando dejamos nuestro propio pecado<br />

inmerso en nuestras oscuridades, le estamos impidiendo<br />

a Dios que, desde su misma luz, pueda «sacar bienes<br />

de los males»..., «incluso del pecado», como le gustaba<br />

apostillar a san Agustín.

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