jaramillo, pedro - l..

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12.04.2013 Views

Exaltación de la santa Cruz (14 de septiembre) 1. El desierto y la muerte (Núm2l,4b-9) El desierto es símbolo de la aridez de la muerte. Inmerso en su experiencia extenuante, aflora en labios de los hebreos una queja dolorida: «¿Por qué nos has sacado de Egipto?». Se produce el «miedo a la libertad», cuando conseguirla se hace una tarea difícil. Pero, también es el desierto lugar privilegiado de prese salvadora del Señor. En ei fondo, ei reproche: «¿Por qué teméis?» y la apremiante llamada a la confianza: «Yo estoy con vosotros». Esta vez la presencia tiene una señal, símbolo de la futura señal de una cruz que será elevada como enseña para todas las naciones. Elevada en medio del campamento, la serpiente de bronce, es señal de salvación: «Los mordidos de serpiente quedarán salvos al mirarla». Mirada que es una petición suplicante, que nos recuerda, de nuevo, la mirada al «traspasado»: «Mirarán al que traspasaron». «Mirar a la serpiente de bronce», signo de curación y restablecimiento exterior. «Mirar a la cruz», para reflexionar con san Pablo: «Me amó y se entregó a la muerte

por mí». ¡Cuántas mordeduras de serpientes venenosas curadas en esa mirada serena y confiada! 2. «... y una muerte de cruz» (Flp 2,6-11) El himno del «abajamiento del Verbo», lo lleva hasta el fondo del compartir humano: hacerse solidario no sólo con el hecho «natural» de la muerte...; la solidaridad llega hasta «una muerte de cruz». Muerte en comunión con todas las víctimas de la violencia y del odio. Con la cruz, el abajamiento llega solidariamente hasta el fondo. En la encarnación del Verbo existen dos movimientos: el tomar realmente la carne (en-carnarse) y el tomar la condición de esclavo («fue contado entre los malhechores»). No sólo hacerse hombre, sino colocarse, como hombre, en la fila de los últimos. Y con los últimos, llegar hasta el fondo de la miseria: una muerte de cruz. Después de siglos de venerarla, la cruz es para todos nosotros no sólo el signo que nos distingue; es también orgullo y hasta ornato. La «cruz a secas» fue para Jesús instrumento de suplicio y de humillación. Pero, ¡qué paradoja! La cruz es el nuevo leño de donde brota la salvación. En contraste con aquel primer árbol del paraíso de donde vino la condena... ¡Los caminos irrastreables de Dios!

por mí». ¡Cuántas mordeduras de serpientes venenosas<br />

curadas en esa mirada serena y confiada!<br />

2. «... y una muerte de cruz»<br />

(Flp 2,6-11)<br />

El himno del «abajamiento del Verbo», lo lleva hasta el<br />

fondo del compartir humano: hacerse solidario no sólo<br />

con el hecho «natural» de la muerte...; la solidaridad llega<br />

hasta «una muerte de cruz». Muerte en comunión con<br />

todas las víctimas de la violencia y del odio. Con la cruz,<br />

el abajamiento llega solidariamente hasta el fondo.<br />

En la encarnación del Verbo existen dos movimientos:<br />

el tomar realmente la carne (en-carnarse) y el tomar la<br />

condición de esclavo («fue contado entre los malhechores»).<br />

No sólo hacerse hombre, sino colocarse, como<br />

hombre, en la fila de los últimos. Y con los últimos, llegar<br />

hasta el fondo de la miseria: una muerte de cruz.<br />

Después de siglos de venerarla, la cruz es para todos<br />

nosotros no sólo el signo que nos distingue; es también<br />

orgullo y hasta ornato. La «cruz a secas» fue para Jesús<br />

instrumento de suplicio y de humillación. Pero, ¡qué paradoja!<br />

La cruz es el nuevo leño de donde brota la salvación.<br />

En contraste con aquel primer árbol del paraíso de<br />

donde vino la condena... ¡Los caminos irrastreables de<br />

Dios!

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