jaramillo, pedro - l..
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Vigesimosegundo domingo 1. El camino difícil del profeta: la Palabra, oprobio y desprecio (Jer 20,7-9) Otra de las conmovedoras «confesiones» del profeta Jeremías. Dios le ha probado de tal modo en su vida que él mismo llega a sentirse como «un profeta a la fuerza»: «Me forzaste y me pudiste». En el fondo, una crisis tentadora; echarlo todo por la borda, «tirar la toalla». Siente como un dardo que se clava la reacción hostil de la gente: «Se burlaban todos de mí». A Jeremías, persona sensible y de delicadas reacciones, le toca, sin embargo, un ministerio profético du anunciar violencia y destrucción para quienes habían «disfrutado» la seguridad en el refugio de la sombra del templo. Tan grande y difícil es el peso, que el profeta se propone a sí mismo el abandono: «No me acordaré más de él; no hablaré más en su nombre». La respuesta le viene de muy dentro; de la Palabra misma que, en su adentro ha llegado a ser nueva entraña y huesos consistentes para una existencia nueva. Una imposibilidad interna de darse ya por vencido: «Intentaba contenerla y no podía».
La respuesta comienza a hacerse fiel, cuando proviene de una vida tan probada que se torna en respuesta dolo rosamente forzada: le toca ser profeta, y lo acepta, muy su pesar. 2. La vida, ofrecida como culto (Rom 12,1-2) La cuestión del culto preocupaba a la Iglesia primitiva. M chas manifestaciones externas, tan queridas al Antiguo Testamento, habían ido desapareciendo, cuando el culto cristiano se centra en «la fracción del pan», que tanto tiene que ver con la vida de cada día. San Pablo apunta a la vida misma como el lugar privilegiado de culto. Se hace eco de una larga y exigente tradición profética. Los profetas, en efecto, no podían concebir un culto que no contuviera vida. Pero, Pablo avanza más: no concibe una vida cristiana que, al mismo tiempo, no sea culto: «Vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios». Este es el culto debido, e realizado «como Dios manda»; el «culto razonable». Un culto nuevo que tiene estos ecos en nuestro poeta: «Sed culto razonable, no ostentosa/ y vana complacencia..., lucrativo/ afán de merecer..., obrar cautivo/ de una fe cicatera o pretensiosa». La «renovación de la mente» es aquella «metanoia» que significa la conversión y que centra en quien la acoge su capacidad de discernir; es el juzgar desde Dios la vida, para transformarla de acuerdo con su querer.
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La respuesta comienza a hacerse fiel, cuando proviene<br />
de una vida tan probada que se torna en respuesta dolo<br />
rosamente forzada: le toca ser profeta, y lo acepta, muy<br />
su pesar.<br />
2. La vida, ofrecida como culto<br />
(Rom 12,1-2)<br />
La cuestión del culto preocupaba a la Iglesia primitiva. M<br />
chas manifestaciones externas, tan queridas al Antiguo<br />
Testamento, habían ido desapareciendo, cuando el culto<br />
cristiano se centra en «la fracción del pan», que tanto<br />
tiene que ver con la vida de cada día.<br />
San Pablo apunta a la vida misma como el lugar privilegiado<br />
de culto. Se hace eco de una larga y exigente<br />
tradición profética. Los profetas, en efecto, no podían<br />
concebir un culto que no contuviera vida. Pero, Pablo<br />
avanza más: no concibe una vida cristiana que, al mismo<br />
tiempo, no sea culto: «Vuestros cuerpos como hostia<br />
viva, santa, agradable a Dios». Este es el culto debido, e<br />
realizado «como Dios manda»; el «culto razonable».<br />
Un culto nuevo que tiene estos ecos en nuestro poeta:<br />
«Sed culto razonable, no ostentosa/ y vana complacencia...,<br />
lucrativo/ afán de merecer..., obrar cautivo/ de<br />
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La «renovación de la mente» es aquella «metanoia»<br />
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para transformarla de acuerdo con su querer.