jaramillo, pedro - l..
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Vigésimo domingo 1. Un Dios, abierto al extranjero (Is 56,1.6-7) Más que «abierto», mejor decir-, un Dios también de los extranjeros. No hay en efecto, nada ni nadie extraño para quien a todos los creó. La apertura de Dios es su creación. Quien debe abrirse al extranjero es el pueblo de Israel. El pueblo había entendido la elección como un privilegio y no como mediación para todas las naciones. De hecho, lo que desarrolla Israel es el particularismo. La pauta de comportamiento que el Señor les ofrece («guardad el derecho; practicad la justicia») es verdadera para todos. La revelación de «la victoria de Dios» alcanza también a las naciones. Lo que se pide al extranjero, como se pide al judío, es «que se entregue al Señor para servirlo». Un servicio cultual («guardad el sábado»), pero, sobre todo, un servicio existencial: «Amar el nombre del Señor...; perseverar en su alianza»)... Y un templo abierto para todos los pueblos, como casa común de oración.
2. La misericordia de Dios es para todos (Rom 11,13-15.29-32) La última frase de la lectura de hoy da la pista para entender todo el texto: «Todos encerrados en desobediencia, para ser todos objeto de la misericordia de Dios». Históricamente la mediación de esa misericordia pasó de los judíos a los gentiles... Pero, sean quienes sean los mediadores, la misericordia del Señor está destinada a todos. Pablo escribe este trozo de su carta desde el «lado gentil», pero con la intención de «despertar la emulación en los de su raza y salvar a alguno de ellos»... Su convicción respecto a la salvación de los judíos es firme: «Los dones y la llamada de Dios son irrevocables». A través de la obediencia de los judíos, la salvación estaba destinada a todos; lo mismo ahora: a través de la obediencia de los gentiles, la salvación llegará también a judíos. Y lo hará de manera extraordinaria: «Si su reprobación es salvación del mundo», ¿qué será su reintegración sino un volver de la muerte a la vida? Dejando aparte los «cálculos» de la conversión del pueblo judío a la fe cristiana, lo importante aquí es subrayar su universalidad. A alcanzar misericordia están convocados los judíos y los gentiles. Todos alejados de Dios, pero todos llamados a su cercanía entrañable. 3. Enviado a Israel, para salvación de todo el que cree (Mt 15,21-28) La lectura evangélica de hoy se sitúa en el paso, nada fácil, del particularismo judío al universalismo cristiano. L
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1. Un Dios, abierto al extranjero<br />
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Más que «abierto», mejor decir-, un Dios también de los<br />
extranjeros. No hay en efecto, nada ni nadie extraño<br />
para quien a todos los creó. La apertura de Dios es su<br />
creación. Quien debe abrirse al extranjero es el pueblo<br />
de Israel. El pueblo había entendido la elección como un<br />
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La pauta de comportamiento que el Señor les ofrece<br />
(«guardad el derecho; practicad la justicia») es verdadera<br />
para todos. La revelación de «la victoria de Dios» alcanza<br />
también a las naciones. Lo que se pide al extranjero,<br />
como se pide al judío, es «que se entregue al Señor para<br />
servirlo».<br />
Un servicio cultual («guardad el sábado»), pero, sobre<br />
todo, un servicio existencial: «Amar el nombre del Señor...;<br />
perseverar en su alianza»)... Y un templo abierto para<br />
todos los pueblos, como casa común de oración.