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jaramillo, pedro - l..

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penitencia»; con la Sabiduría, deberíamos decir: «En su<br />

pecado lleva el arrepentimiento». La primera sentencia es<br />

castigadora; la segunda, esperanzadora.<br />

2. El Espíritu y nuestra debilidad<br />

(Rom 8,26-27)<br />

La experiencia de su debilidad es siempre dolorosa para<br />

el hombre. Llega, en efecto, a tocar dimensiones hondas<br />

de su ser, confrontándolo con la expresión más grande<br />

de su débil condición: la muerte.<br />

Frente a los esfuerzos titánicos por superarla, introduce<br />

Pablo una fuerza externa de superación que es, sin<br />

embargo, «don» para la interioridad del creyente: el Espíritu.<br />

Su ayuda a nuestra debilidad la concreta el Apóstol<br />

en la hondura de la oración.<br />

Por lógica, la experiencia de la debilidad se convierte<br />

en súplica. La certeza interior es que Alguien pueda remediarla.<br />

Pero, incluso nuestra súplica es débil por humana:<br />

«No sabemos lo que nos conviene». Nos es difícil<br />

llegar al nivel de nuestras hondas necesidades. Cuando<br />

pedimos, creemos pedir lo que nos conviene..., pero sólo<br />

lo creemos.<br />

El Espíritu se convierte en nuestro intérprete. Él conoc<br />

los deseos más íntimos de nuestro propio corazón. Con<br />

«gemidos inefables» da forma a nuestros débiles gemidos.<br />

Ahondando en nosotros mismos el manantial de<br />

nuestros clamores. Hacer coincidir nuestros deseos con<br />

los deseos del Espíritu sólo lo puede hacer quien conoce<br />

el corazón humano en su mayor y mejor hondura... En<br />

esa profunda y misteriosa dimensión en la que el deseo<br />

humano se identifica con el de Dios.

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