jaramillo, pedro - l..

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12.04.2013 Views

Octavo domingo 1. El abandono en manos de Dios (Is 49,14-15) No se puede decir más y mejor en tan sólo dos versículos. En el fondo, la búsqueda de apoyo para vivir con dign dad. Es en esa búsqueda donde arraiga el misterio de la fe, pero es también en ella donde tiene sus raíces todo tipo de idolatría... Al final, la pregunta será siempre en dónde busco yo el fundamento de mi propia vida. Isaías llega a la altura mística del «sólo Dios basta». Y pide esa confianza para momentos de «noche oscura»: «Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado». Desde la perspectiva religiosa, la más tormentosa de todas las preguntas: el pesado silencio de Dios. Y es, por eso, más hondo el nivel de la confianza. El apoyo confiado no sólo se hace maternal: «Como niño en brazos de su madre»; se abandona aún mucho más... Con la madre, podría darse el olvido; pero, al contrario de la madre olvidadiza, «yo nunca te olvidaré». Una ternura maternal en Dios que toca los límites mismos del apoyo ofrecido y pide un «sin límites» de abandono confiado.

2. La alabanza de Dios, respuesta a la fidelidad (1 Cor 4,1-5) Supone Pablo una tarea encomendada. La que recibe cada creyente al ser llamado y enviado como «servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios». Un tesoro que no es propio («administradores», no propietarios) y que es llevado, además, en nuestras vidas de barro. Un motivo mayor para insistir en la fidelidad que se pide a todo administrador. Una fidelidad tan exquisita que no termina en el bien hacer: «La conciencia no me remuerde». Avanza mucho más allá: ponerse, con libertad, bajo la luz que Cristo mismo proyecta en la vida. «Sólo él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón». Una fidelidad exquisita que no se mide en balanza alguna de tribunales humanos. Únicamente está abierta a «recibir la alabanza de Dios»: «Ven, siervo bueno y fiel, entra en el banquete de tu Señor». 3. ¿A quién me he abandonado? (Mt 6,24-34) La respuesta del Señor: «A aquel en quien hayas puesto tu confianza». En cuestión de abandono confiado no valen, en efecto, componendas: «Nadie puede estar al servicio de dos amos... No podéis servir a Dios y al dinero». La invitación de Jesús es a abandonarse en Dios. Inclu cuando las necesidades apremian y hay que darles respuesta, el agobio no se puede convertir en una especie de «angustiosa agonía».

2. La alabanza de Dios, respuesta a la fidelidad<br />

(1 Cor 4,1-5)<br />

Supone Pablo una tarea encomendada. La que recibe<br />

cada creyente al ser llamado y enviado como «servidores<br />

de Cristo y administradores de los misterios de Dios».<br />

Un tesoro que no es propio («administradores», no propietarios)<br />

y que es llevado, además, en nuestras vidas<br />

de barro.<br />

Un motivo mayor para insistir en la fidelidad que se<br />

pide a todo administrador. Una fidelidad tan exquisita<br />

que no termina en el bien hacer: «La conciencia no me<br />

remuerde». Avanza mucho más allá: ponerse, con libertad,<br />

bajo la luz que Cristo mismo proyecta en la vida.<br />

«Sólo él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá<br />

al descubierto los designios del corazón». Una fidelidad<br />

exquisita que no se mide en balanza alguna de tribunales<br />

humanos. Únicamente está abierta a «recibir la alabanza<br />

de Dios»: «Ven, siervo bueno y fiel, entra en el banquete<br />

de tu Señor».<br />

3. ¿A quién me he abandonado?<br />

(Mt 6,24-34)<br />

La respuesta del Señor: «A aquel en quien hayas puesto tu<br />

confianza». En cuestión de abandono confiado no valen,<br />

en efecto, componendas: «Nadie puede estar al servicio<br />

de dos amos... No podéis servir a Dios y al dinero».<br />

La invitación de Jesús es a abandonarse en Dios. Inclu<br />

cuando las necesidades apremian y hay que darles respuesta,<br />

el agobio no se puede convertir en una especie<br />

de «angustiosa agonía».

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