JESUS y EL ESPIRITU
JESUS y EL ESPIRITU JESUS y EL ESPIRITU
552 Jesús y el Espíritu y resucitado, es como Pablo enjuicia la experiencia religiosa y carismática; y su veredicto es inconfundible y enfático: toda experiencia religiosa, carismática o de otra clase, no tiene, en resumidas cuentas, valor ninguno si, al mismo tiempo, no es la manifestación de amor, o sea, del amor de Cristo, del amor de Dios en Cristo. 56.4. Tiene también su importancia el resaltar la relación existente entre la experiencia religiosa más general y la otra más particular y de tipo carismático, porque ambas son fundamentales para el concepto paulino de fe y religión cristianas. Sin experiencia de charis (de Espíritu o vida) no hay ningún estar «en Cristo», y sin experiencia de cbarisma no se da ni comunidad, ni cuerpo de Cristo. La inspiración, las manifestaciones concretas del Espíritu en poder, en revelación, en palabra, en servicio, todo eso es necesario, porque sin ello la gracia se convierte pronto en posición, el don se reduce a oficio, el ministerio se degrada en burocracia, el cuerpo de Cristo se hace institución y la koinánía se reduce a un mero caudal de reserva. Pero la experiencia de carismas siempre nuevos no basta. La experiencia de inspiración o de poder espiritual en sí misma no es 10 que crea una comunidad viviente de Cristo o una relación viviente con Cristo. El en pneúmati tiene que determinarse por el en Christó 184. Sólo cuando el carisma es expresión más del amor de Cristo que de inspiración; sólo cuando la experiencia carismática lleva la impronta de la paradoja de muerte y vida, de poder en la debilidad; sólo cuando lleva el sello del crucificado y resucitado, sólo entono ces es cuando se trata de una experiencia positiva y constructiva (cf. 2 Ca 5, 13 ss.); sólo cuando el charisma manifiesta la charis específica de Cristo es cuando se trata de un don que edifica. 56.5. Finalmente advertimos, ya al concluir el capítulo VII, que en lo referente a la experiencia carismática como tal se da una semejanza muy grande entre Jesús y Pablo (§ 43,9). De paulino del bautismo, véase R. SCHNACKENBURG, Baptism in the Thought oi St Paul, ET Blackwell 1964, especialmente 139·45; G. WAGNER, Pauline Baptism and the Pagan Mysteries, ET üliver & Body 1967. Sobre la importancia de lo escatológico en cuanto carácter distintivo de la «espiritualidad» paulina respecto del misticismo helenístico oriental, véase tamo bién G. Vos, Eschatology, 246 ss. (con nota 55 contra Reitzenstein}; A. SCHWEITZER, Mysticism, 74. 184. ef. E. PERCY, Leib, 3.5 ss.
El Espíritu de Jesús 553 hecho, si nuestras investigaciones se limitaran a fenómenos carismáticos, Pablo aparecería realmente como una figura religiosa importante e independiente en la historia de la religión, cuya conexión con Jesús fue algo meramente incidental y accidental. Tal conclusión sigue siendo una posibilidad que alguien puede ser que desee defender. Especialmente Windisch quedó tan impresionado con el catálogo de comparaciones entre Jesús y Pablo, catálogo que él compiló de un modo un tanto ecléctico, que no dudó en llamar a Jesús «el primer cristiano» o, echando mano de la terminología paulina, hablar de «un segundo Cristo» y «salvador» 185. Pero lo que ahora tenemos que reconocer es que, por 10 que se refiere a Pablo, la totalidad de su experiencia religiosa se caracteriza por la dependencia respecto de Jesús como Señor. No se trata simplemente de la experiencia de filiación, sino de la experiencia de la filiación de Jesús, hecha posible por el Espíritu del Hijo. No se trata de la experiencia de gracia sin más, sino de la experiencia de la gracia de Cristo. No se trata sólo de la experiencia del Espíritu de Cristo, de la experiencia de la muerte que Cristo murió y de la vida que Jesús vive. Resumiendo, se trata de la experiencia de Jesús, conciencia de Cristo, o sea, el reconocimiento de la marca de la persona de Cristo en la experiencia de Pablo y de sus consecuencias; una concreción de vida y muerte que reproduce la muerte y la vida de Jesús, no sólo de un modo accidental, sino en cuanto acción consciente del poder divino. Por tanto, Jesús no es sólo el primer cristiano, sino que es el Cristo; no es sólo el hombre típico cogido en el cruce de las edades, sino el hombre arquetipo, el segundo Adán. En fin de cuentas, la experiencia religiosa del cristiano no es sólo una experiencia como la de Jesús, sino que es una experiencia que en todos y cada uno de sus puntos característicos y distintivos se deriva de Jesús el Señor, experiencia que sólo tiene sentido cuando se reconoce este carácter suyo de derivación y dependencia. 185. Paulus and Cbristus, 140. 136. 248 s,
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hecho, si nuestras investigaciones se limitaran a fenómenos carismáticos,<br />
Pablo aparecería realmente como una figura religiosa<br />
importante e independiente en la historia de la religión, cuya<br />
conexión con Jesús fue algo meramente incidental y accidental.<br />
Tal conclusión sigue siendo una posibilidad que alguien puede<br />
ser que desee defender. Especialmente Windisch quedó tan impresionado<br />
con el catálogo de comparaciones entre Jesús y Pablo,<br />
catálogo que él compiló de un modo un tanto ecléctico, que no<br />
dudó en llamar a Jesús «el primer cristiano» o, echando mano de<br />
la terminología paulina, hablar de «un segundo Cristo» y «salvador»<br />
185. Pero lo que ahora tenemos que reconocer es que, por 10<br />
que se refiere a Pablo, la totalidad de su experiencia religiosa se<br />
caracteriza por la dependencia respecto de Jesús como Señor. No<br />
se trata simplemente de la experiencia de filiación, sino de la<br />
experiencia de la filiación de Jesús, hecha posible por el Espíritu<br />
del Hijo. No se trata de la experiencia de gracia sin más, sino de<br />
la experiencia de la gracia de Cristo. No se trata sólo de la<br />
experiencia del Espíritu de Cristo, de la experiencia de la muerte<br />
que Cristo murió y de la vida que Jesús vive. Resumiendo, se<br />
trata de la experiencia de Jesús, conciencia de Cristo, o sea, el<br />
reconocimiento de la marca de la persona de Cristo en la experiencia<br />
de Pablo y de sus consecuencias; una concreción de vida<br />
y muerte que reproduce la muerte y la vida de Jesús, no sólo de<br />
un modo accidental, sino en cuanto acción consciente del poder<br />
divino. Por tanto, Jesús no es sólo el primer cristiano, sino que<br />
es el Cristo; no es sólo el hombre típico cogido en el cruce de<br />
las edades, sino el hombre arquetipo, el segundo Adán. En fin<br />
de cuentas, la experiencia religiosa del cristiano no es sólo una<br />
experiencia como la de Jesús, sino que es una experiencia que<br />
en todos y cada uno de sus puntos característicos y distintivos se<br />
deriva de Jesús el Señor, experiencia que sólo tiene sentido cuando<br />
se reconoce este carácter suyo de derivación y dependencia.<br />
185. Paulus and Cbristus, 140. 136. 248 s,