JESUS y EL ESPIRITU

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456 Jesús y el Espirltu pretación actualizada también de las tradiciones sobre Jesús y sobre el kerygma, en especial si se notaba la necesidad de una palabra de orientación profética (véanse ejemplos en § 41, 4). Aquí el «modelo» sería más probablemente la interpretación carismática de Jesús (cf. § 13, 3) y no la autoridad rabínica del aprendizaje y de lo que antes se había dicho o hecho. Está claro que tal exégesis estaría expuesta a que se le acusara de ser caprichosa. Piénsese en la explicación que Pablo da a pasajes como éstos: Ce 12, 7, etc., en Ca 3, 16; Hb 2, 4, en Rm 1, 17 ss. y a Gn 15, 6 en Rm 4 (tan diferente incluso de la exégesis cristiana como la vemos en St 2, 22 s.). Pero esto lo que lí'rueba es sencillamente que la autoridad de ese estilo exegético no se apoyaba en su lógica sino más bien en el carisma de la enseñanza como tal. Respecto al Nuevo Testamento podemos decir que si el Apocalipsis es la expresión clásica de la profecía (apocalíptica), la carta a los Hebreos es el ejemplo clásico de la interpretación que un maestro hace del culto del AT, así como Mateo es el ejemplo de un maestro transmitiendo e interpretando la tradición de Jesús. Si este esbozo de la función de enseñanza dentro de las iglesias paulinas es acertado, aunque forzosamente especulativo, entonces podemos sacar algunas conclusiones respecto de la autoridad de los maestros dentro de esas comunidades suyas. 1) De todos los ministerios corrientes la función de la enseñanza es la que más tenía el carácter de "oficio", porque no consistía meramente en el carisma del momento sino que primordialmente se apoyaba en la tradición del pasado. Así que, casi con certeza, el papel de maestro lo tendrían sólo aquellos que tenían la capacidad de retener, entender y enseñar la tradición. Incluiría el aprendizaje y el estudio y, desde el principio, consistiría más o menos en un trabajo o «profesión» de dedicación plena o sólo parcial; los enseñantes recibrían su sustento material de los demás cristianos, en especial, de aquellos a quienes enseñaban (Ca 6, 6). Más aún, la transmisión de la tradición, en cuanto se tratara de una mera transmisión, no requeriría un carisma siempre nuevo (pero d. § 43,5). En el desempeño de este papel la autoridad del enseñante sería la autoridad de su tradicián, nada más ni nada menos que ésta. La comunidad no estaría sometida a la autoridad de un «oficio», sino que ambos, enseñante y comunidad, se hallarían bajo la autoridad de la tradición.

El cuerpo de Cristo 457 2) Dado que ambos eran mediadores de tradición, los papeles y la autoridad del apóstol y del maestro eran muy afines. Pero ahí se acaba la semejanza. A diferencia del apóstol, la autoridad del enseñante no se debía a su singular relación personal con el Jesús resucitado, ni en su designación, ni menos aún en su «oficio», sino únicamente en su enseñanza. El apóstol podía ordenar e impartir directrices, mientras que el enseñante lo único que podía hacer era enseñar. Más aún, la relación entre enseñante y comunidad no era tan personal como la existente entre apóstol y comunidad. En seguida que surgía la relación maestro-discípulo, como se da en el judaísmo entre rabino y discípulo 123, piénsese en Corinto 12\ Pablo denunciaba tal situación inmediatamente, procurando congregar al conjunto de la comunidad bajo la única bandera de Cristo (l Ca 1, 10-17), puesto que el maestro no tenía su doctrina propia o una tradición independiente, sino la única tradición compartida por todas las demás iglesias 125. Y su autoridad como enseñante se limitaba a la función de transmitir la tradición. 3) En la medida en que el enseñante pasaba de la simple transmisión de la tradición a su interpretación, el resultado era que la base de su autoridad pasaba de la tradición y se situaba en el carisma. Por tanto, su autoridad se parecía más a la del profeta que a la del apóstol. Así como el profeta recibía su autoridad para profetizar del carisma de la fe (Rm 12, 6), el maestro recibía su autoridad para enseñar del carisma de la docencia (Rm 12, 7) 126. El desarrollo y comunicación de la interpretación por aquel tiempo no dependería necesariamente de un carisma, sino que la autoridad de esa interpretación dependería de si ésta se debía o no al Espíritu, es decir, esta autoridad era realmente una autoridad de tipo carismático (d. § 41,4). Puede pensarse que, lo mismo que para la profecía, esa enseñanza se hallaba sometida 123. Respecto de cómo estimaban los alumnos a sus maestros en el judaísmo, véase A. HARNACK, Expansión I, 416 s.; J. JEREMÍAS, [erusalem, 243 s. 124. Aunque en Corinto posiblemente la idea se refería más a una relación mística entre bautizante y bautizado basada en la iniciación; por ejemplo, H. LIETZMANN en H. LIETZMANN-W. G. KÜMMEL, 8; HE­ RING, 1 Cor 7; CoNZELMANN, 1 Kor 49 s. 125. Cf. G. HASENHÜTTL, 203. 126. Cf. LINDSAY, 104. Induce. pues, a error y es injustificada la afirmación de K. H. RENGSTORF, TDNT 2, 158, en el sentido de que los enseñantes son sencillamente «no-pneumáticos».

456 Jesús y el Espirltu<br />

pretación actualizada también de las tradiciones sobre Jesús y<br />

sobre el kerygma, en especial si se notaba la necesidad de una<br />

palabra de orientación profética (véanse ejemplos en § 41, 4).<br />

Aquí el «modelo» sería más probablemente la interpretación carismática<br />

de Jesús (cf. § 13, 3) y no la autoridad rabínica del<br />

aprendizaje y de lo que antes se había dicho o hecho. Está claro<br />

que tal exégesis estaría expuesta a que se le acusara de ser<br />

caprichosa. Piénsese en la explicación que Pablo da a pasajes<br />

como éstos: Ce 12, 7, etc., en Ca 3, 16; Hb 2, 4, en Rm 1,<br />

17 ss. y a Gn 15, 6 en Rm 4 (tan diferente incluso de la exégesis<br />

cristiana como la vemos en St 2, 22 s.). Pero esto lo que lí'rueba<br />

es sencillamente que la autoridad de ese estilo exegético no se<br />

apoyaba en su lógica sino más bien en el carisma de la enseñanza<br />

como tal. Respecto al Nuevo Testamento podemos decir que si<br />

el Apocalipsis es la expresión clásica de la profecía (apocalíptica),<br />

la carta a los Hebreos es el ejemplo clásico de la interpretación<br />

que un maestro hace del culto del AT, así como Mateo es el<br />

ejemplo de un maestro transmitiendo e interpretando la tradición<br />

de Jesús.<br />

Si este esbozo de la función de enseñanza dentro de las<br />

iglesias paulinas es acertado, aunque forzosamente especulativo,<br />

entonces podemos sacar algunas conclusiones respecto de la autoridad<br />

de los maestros dentro de esas comunidades suyas.<br />

1) De todos los ministerios corrientes la función de la enseñanza<br />

es la que más tenía el carácter de "oficio", porque no consistía<br />

meramente en el carisma del momento sino que primordialmente<br />

se apoyaba en la tradición del pasado. Así que, casi con<br />

certeza, el papel de maestro lo tendrían sólo aquellos que tenían<br />

la capacidad de retener, entender y enseñar la tradición. Incluiría<br />

el aprendizaje y el estudio y, desde el principio, consistiría más<br />

o menos en un trabajo o «profesión» de dedicación plena o sólo<br />

parcial; los enseñantes recibrían su sustento material de los demás<br />

cristianos, en especial, de aquellos a quienes enseñaban<br />

(Ca 6, 6). Más aún, la transmisión de la tradición, en cuanto se<br />

tratara de una mera transmisión, no requeriría un carisma siempre<br />

nuevo (pero d. § 43,5). En el desempeño de este papel<br />

la autoridad del enseñante sería la autoridad de su tradicián,<br />

nada más ni nada menos que ésta. La comunidad no estaría sometida<br />

a la autoridad de un «oficio», sino que ambos, enseñante y<br />

comunidad, se hallarían bajo la autoridad de la tradición.

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