JESUS y EL ESPIRITU

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4)0 Jesús y el Espíritu sí de charis (Rm 1, 5), pero no de charisma 105. El mismo caso tenemos en 1 Ca 7: una vez expuestas las líneas maestras de la tradición del Señor, ya no da ninguna orden sino que se limita a dar su opinión (gn6me, 1 Ca 7, 25. 40; también 2 Ca 8, 10). Por supuesto que confía en que esa opinión suya cuente con la asistencia y aprobación del Espíritu (l Ca 7, 40); pero, incluso siendo así las cosas, no se arropa el derecho de elevar su opinión inspirada a la categoría de mandato apostólico 106. Más aún, tampoco en los casos en los que está cierto de que sus instrucciones son «mandamiento del Señor», espera de ellos que le obedezcan meramente por la fuerza de su palabra; lo primero que tienen que hacer es ver que esas instrucciones son efectivamente orden del Señor y sólo entonces obedecerlas por ese motivo (1 Ca 14, 37 s.). También en 1 Ts 4, 2. 15 10 que deberíamos hacer es, probablemente, reconocer la autoridad del maestro y del profeta hablando bajo una inspiración y no tanto la autoridad del apóstol (cf. pp. 369 y 381); como ocurre en 1 Ca 14, 37 s., el llamamiento que hace en 1 Ts 4, 2-8 llama la atención no sólo sobre la propia inspiración de Pablo (v, 2), sino también sobre el hecho de que sus conversos han recibido el Espíritu (v. 8). En todos los casos mencionados la autoridad procedente de la fundación de una iglesia en el pasado, deja el camino abierto a la autoridad de un carisma en el aquí y el ahora; mientras que la primera puede impartir órdenes dentro de sus límites, el segundo, el carisma, lo único que puede hacer es invitar a que se le examine y a que se actúe en consecuencia (d. lo que se dirá en los SS 48,1 Y 49,2). Resumiendo diríamos que así como la autoridad apostólica se deriva directamente de ciertos acontecimientos básicos y de palabras trascendentales del pasado, también hay que afirmar que esa autoridad se encuentra circunscrita por esos mismos acontecimientos y palabras. El apóstol puede hablar como tal sólo cuando estos acontecimientos y palabras dicen algo inmediatamente sobre el problema sobre el que se trata. Pero incluso dentro de estos límites, Pablo es consciente de que su relación con la comunidad en cuestión es de tipo viviente y dinámico, y que también los creyentes tienen el mismo Espíritu y la misma libertad, como 105. Sobre la importancia de la distinción véase A. SATAKE, Apostalct und Gnade bei Paulus, NTS 15 (1968-69) 96-107. 106. Véase L. GOPPELT, Tradiuon, 224; Apostolic Times, 154; J. ROLOFF, Apostolat, 97, advierte que en las instrucciones que se dan en­ 1 Ca 7 existen «tres grados diferentes de autoridad»: 7, 10. 13. 25. Compárese con J. LINDBLOM, Gesicbte, 160 s.

El cuerpo de Cristo 451 tampoco olvida que aún siendo apóstol se encuentra dentro de la comunidad carismática (1 Co 12, 28; d. 5, 3). Así que siempre que se le presenta la ocasión anima a sus comunidades a tomar parte en el ejercicio de una autoridad que de por sí es cosa suya solamente. Fuera de estas limitaciones Pablo reconoce que es sencillamente un «hombre de espíritu» (pneumatikós) entre personas que también 10 son; 10 mismo que ellos también él tiene que saber que depende del carisma del Espíritu en 10 referente a cualquier palabra dotada de autoridad; 10 mismo que ellos también él tiene que someter esa palabra al juicio de la comunidad carismática en su conjunto (l Co 2, 12 ss.). Ahora podemos dar una respuesta provisional a la cuestión sobre cómo se enfrentó Pablo con el peligro carismático para la comunidad. Dondequiera que los carismas se utilizaban de modo que amenazaban el evangelio (piénsese en 2 Co 10-13, especialmente 11, 4), Pablo no tuvo la menor duda en «recurrir a cuanto le avalaba», por más que le pareciera casi enojoso. Siempre que los carismas constituyeron una amenaza contra la unidad de alguna de las Iglesias por él fundadas (Corinto, Tesalónica), no le costó 10 más mínimo hablarles como su apóstol sobre los temas que estaban en juego; había veces que su instrucción la daba con toda autoridad aplicando concretamente el evangelio o la tradición recibida del Señor (como en 1 Co 4, 14-21; 6, 9-20; 11, 17-34, y probablemente 2 Ts 3, 6-13); en otras ocasiones animaba a que tomaran parte en el ejercicio de la autoridad a la hora de tomar decisiones (l Co 5, 1-5; 2 Co 2, 6-8), o les proponía su exhortación diciéndoles que la consideraran no tanto como proveniente de un apóstol sino más bien como 10 dicho por un pneumatikós a otros que también 10 eran (l Co 2, 12-16; 7, 25-40; 14, 29-33a, y probablemente 1 Ts 4, 2-8). Por consiguiente} la autoridad apostólica era un control frente al peligro carismático en la comunidad, una autoridad que de por sí no era carismática. 48. La autoridad de los demás ministerios en las Iglesias paulinas Mirando más allá de los apóstoles, inmediatamente aparece la existencia de otros ministros regulares: profetas, maestros, (1 Co 12, 28), supervisores, diáconos (Flp 1, 1), evangelistas, pastores (Ef 4, 11) Y posiblemente otros servidores.

El cuerpo de Cristo 451<br />

tampoco olvida que aún siendo apóstol se encuentra dentro de la<br />

comunidad carismática (1 Co 12, 28; d. 5, 3). Así que siempre<br />

que se le presenta la ocasión anima a sus comunidades a tomar<br />

parte en el ejercicio de una autoridad que de por sí es cosa suya<br />

solamente. Fuera de estas limitaciones Pablo reconoce que es<br />

sencillamente un «hombre de espíritu» (pneumatikós) entre personas<br />

que también 10 son; 10 mismo que ellos también él tiene<br />

que saber que depende del carisma del Espíritu en 10 referente a<br />

cualquier palabra dotada de autoridad; 10 mismo que ellos también<br />

él tiene que someter esa palabra al juicio de la comunidad<br />

carismática en su conjunto (l Co 2, 12 ss.).<br />

Ahora podemos dar una respuesta provisional a la cuestión<br />

sobre cómo se enfrentó Pablo con el peligro carismático para la<br />

comunidad. Dondequiera que los carismas se utilizaban de modo<br />

que amenazaban el evangelio (piénsese en 2 Co 10-13, especialmente<br />

11, 4), Pablo no tuvo la menor duda en «recurrir a cuanto<br />

le avalaba», por más que le pareciera casi enojoso. Siempre que<br />

los carismas constituyeron una amenaza contra la unidad de alguna<br />

de las Iglesias por él fundadas (Corinto, Tesalónica), no le<br />

costó 10 más mínimo hablarles como su apóstol sobre los temas<br />

que estaban en juego; había veces que su instrucción la daba<br />

con toda autoridad aplicando concretamente el evangelio o la<br />

tradición recibida del Señor (como en 1 Co 4, 14-21; 6, 9-20;<br />

11, 17-34, y probablemente 2 Ts 3, 6-13); en otras ocasiones<br />

animaba a que tomaran parte en el ejercicio de la autoridad a<br />

la hora de tomar decisiones (l Co 5, 1-5; 2 Co 2, 6-8), o les<br />

proponía su exhortación diciéndoles que la consideraran no tanto<br />

como proveniente de un apóstol sino más bien como 10 dicho por<br />

un pneumatikós a otros que también 10 eran (l Co 2, 12-16; 7,<br />

25-40; 14, 29-33a, y probablemente 1 Ts 4, 2-8). Por consiguiente}<br />

la autoridad apostólica era un control frente al peligro<br />

carismático en la comunidad, una autoridad que de por sí no era<br />

carismática.<br />

48. La autoridad de los demás ministerios en las Iglesias paulinas<br />

Mirando más allá de los apóstoles, inmediatamente aparece<br />

la existencia de otros ministros regulares: profetas, maestros,<br />

(1 Co 12, 28), supervisores, diáconos (Flp 1, 1), evangelistas,<br />

pastores (Ef 4, 11) Y posiblemente otros servidores.

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