JESUS y EL ESPIRITU

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194 Jesús y el Espíritu a las mujeres, en el camino a la tumba, Mateo relata que «ellas acercándose, asieron sus pies» (28, 9). De este modo, los tres evangelios, que relatan las manifestaciones, tienen unanimidad al defender la naturaleza objetiva, física de las manifestaciones; cosa que parece situarles en desavenencia con Pablo. ¿Cuál es la explicación de esta diferencia llamativa entre el opbtbénai de Pablo y los relatos evangélicos de las restantes manifestaciones de la resurrección? Una, aparentemente tan inrar» gib1e; las otras, tan manifiestamente tangibles, ¿por qué esta diferencia? ¿Fueron las experiencias diferentes en el modo, o fueron todas esencialmente idénticas? Tres respuestas han sido presentadas: a) Primera, la tradición de las manifestaciones de la resurrección se ha desarrollado al parecer en el sentido de reducir detalles, es decir, de las manifestaciones más materiales, físicas, se ha llegado a las manifestaciones más visionarias, espirituales. De este modo, Kasernann piensa: «Apenas queda ahí otra hipótesis para el historiador que ésta: aquellas narraciones más detalladas, que eran aprovechables, se suprimieron por motivos dogmáticos, porque ellas no correspondían más a las perspectivas de la segunda o tercera generación cristianas» so. Desde este punto de vista, la restricción de las referencias de Pablo sobre las manifestaciones de la resurrección se debe a su respeto hacia la repugnancia he. lenística a pensar que el cuerpo físico había resucitado. Los relatos materialmente más densos de los evangelios proceden de la más antigua comprensión sobre el modo de la existencia de Jesús resucitado. b) Segunda, mucho más altamente aceptada por los estudiosos es la perspectiva de que la tradición se desarrolló precisamente en sentido opuesto; que las manifestaciones visionarias pertenecen al estrato más antiguo y que los relatos evangélicos representan una materialización progresiva y legendaria de la tradición sobre las manifestaciones 81; un desarrollo de los relatos de manifestaciones, «apropiándose los rasgos del Jesús terreno» 82. e) Una tercera posibilidad es la adopción de una postura intermedia, argumentando que hubo diferentes formas de manifes- 80. E. KASEMANN, Is the Gospel Obiectioe>, ENTT 49. 81. Véase, por ejemplo, R. BULTMANN, Theology 1 45; Grass 89 s.; FULLER, Resurrection 66 s. 77 s. 82. R. H. FULLER, Resurrection 115.

Manifestaciones de la Resurrección 195 taciones. De esta manera, Lindblom distinguió las manifestaciones terrenas (que él llamó «Cristoepifanías»), de las manifestaciones celestes «Cristofanías». Sugiere que las primeras tuvieron lugar antes de Pentecostés (a Pedro y a «los doce»); las últimas, después de Pentecostés (a más de 500, Santiago, los apóstoles, Pablo) 83. Alternativamente es posible que los diferentes tipos de manifestaciones pudieran remontarse a fuentes diferentes: la tradición de Jerusalén representada por Hch 1, 3 ss., y la tradición de Galilea representada por 1 Ca 15, 3 ss. 84. Aquí el problema básico es que parece nos encontramos con dos tendencias en conflicto dentro de las tradiciones de manifestación: una tendencia que se aleja de lo físico (a), y otra tendencia contraria que va hacia 10 físico (b), Según las apariencias es más probable la última. Si situamos los documentos pertinentes en orden cronológico según sus fechas de redacción es difícil negar una tendencia a elaborar las manifestaciones. Pablo recuerda sólo manifestaciones; Marcos no recuerda ninguna, pero promete manifestaciones a Pedro y presumiblemente a los doce, sin más detalles 85. La primera narración propiamente dicha de una manifestación de la resurrección parece encontrarse en el breve relato de Mateo sobre el encuentro de las mujeres con Jesús resucitado; ambos, narración y tendencia materializante, sólo llegan a expresarse completamente en los relatos de Lucas y de Juan; la tendencia continúa en el siglo II en Ignacio, Carta a los Esmirnenses 3, 2 s.; y especialmente en la Epístola de los Apóstoles, 10 ss. 86. Pero de hecho la otra tendencia también se puede probar, e intentaré demostrarlo, con el riesgo de alejarme algo de nuestro tema central. En particular, existen algunas indicaciones sobre una comprensión más física de la resurrección de Jesús, corriente en la comunidad más primitiva de Jerusalén; en cuyo caso la manera de tratar Pablo la resurrección corporal tiene que ser considerada como un producto de refinamiento helenizante, una desmitologización (cf. § 21, 3). 83. J. LINDBLOM, Gesichte 104 s. 198 s. 111 s. 84. W. GRUNDMANN, Die Apostel zwischen [erusalem und Antiocbia, ZNW 39 (1940) 111 ss. 85. Me inclino a pensar que Marcos intentó acabar su evangelio con 16, 8, idea que cada vez cuenta con más apoyos entre los estudiosos modernos; véase W. G. KÜMMEL, Introduction to the New Testament, ET SCM Press 1966, 71 ss, 86. E. E. HENNECKE, Apocrypha 1 165. 185 s. 195 ss.

Manifestaciones de la Resurrección 195<br />

taciones. De esta manera, Lindblom distinguió las manifestaciones<br />

terrenas (que él llamó «Cristoepifanías»), de las manifestaciones<br />

celestes «Cristofanías». Sugiere que las primeras tuvieron lugar<br />

antes de Pentecostés (a Pedro y a «los doce»); las últimas, después<br />

de Pentecostés (a más de 500, Santiago, los apóstoles,<br />

Pablo) 83. Alternativamente es posible que los diferentes tipos<br />

de manifestaciones pudieran remontarse a fuentes diferentes: la<br />

tradición de Jerusalén representada por Hch 1, 3 ss., y la tradición<br />

de Galilea representada por 1 Ca 15, 3 ss. 84.<br />

Aquí el problema básico es que parece nos encontramos con<br />

dos tendencias en conflicto dentro de las tradiciones de manifestación:<br />

una tendencia que se aleja de lo físico (a), y otra tendencia<br />

contraria que va hacia 10 físico (b), Según las apariencias es<br />

más probable la última. Si situamos los documentos pertinentes<br />

en orden cronológico según sus fechas de redacción es difícil<br />

negar una tendencia a elaborar las manifestaciones. Pablo recuerda<br />

sólo manifestaciones; Marcos no recuerda ninguna, pero promete<br />

manifestaciones a Pedro y presumiblemente a los doce, sin<br />

más detalles 85. La primera narración propiamente dicha de una<br />

manifestación de la resurrección parece encontrarse en el breve<br />

relato de Mateo sobre el encuentro de las mujeres con Jesús<br />

resucitado; ambos, narración y tendencia materializante, sólo<br />

llegan a expresarse completamente en los relatos de Lucas y de<br />

Juan; la tendencia continúa en el siglo II en Ignacio, Carta a los<br />

Esmirnenses 3, 2 s.; y especialmente en la Epístola de los Apóstoles,<br />

10 ss. 86.<br />

Pero de hecho la otra tendencia también se puede probar, e<br />

intentaré demostrarlo, con el riesgo de alejarme algo de nuestro<br />

tema central. En particular, existen algunas indicaciones sobre<br />

una comprensión más física de la resurrección de Jesús, corriente<br />

en la comunidad más primitiva de Jerusalén; en cuyo caso la<br />

manera de tratar Pablo la resurrección corporal tiene que ser<br />

considerada como un producto de refinamiento helenizante, una<br />

desmitologización (cf. § 21, 3).<br />

83. J. LINDBLOM, Gesichte 104 s. 198 s. 111 s.<br />

84. W. GRUNDMANN, Die Apostel zwischen [erusalem und Antiocbia,<br />

ZNW 39 (1940) 111 ss.<br />

85. Me inclino a pensar que Marcos intentó acabar su evangelio con<br />

16, 8, idea que cada vez cuenta con más apoyos entre los estudiosos modernos;<br />

véase W. G. KÜMM<strong>EL</strong>, Introduction to the New Testament, ET<br />

SCM Press 1966, 71 ss,<br />

86. E. E. HENNECKE, Apocrypha 1 165. 185 s. 195 ss.

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