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Etnias y árboles - Escuela de Historia

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unidireccional asume como causa eficiente a la dominación. Cuando en el Chaco austral se incorporó en el juego un elemento que antes<br />

no existía -el ganado vacuno libre- el juego cambió. Las violaciones, captaciones, explotación, rebelión <strong>de</strong>l objeto respecto al sujeto, se<br />

operó en Chaco a la manera <strong>de</strong> manifiestos.<br />

Los jesuitas <strong>de</strong>spliegan su conocimiento <strong>de</strong> la naturaleza, la abarcan, saludan y temen. Lanzan prédicas furibundas<br />

contra el trato insensato que los españoles hacen <strong>de</strong>l ganado. Se montan al espíritu <strong>de</strong> la naturaleza. Tienen una conciencia bastante<br />

diáfana <strong>de</strong> su armonía y <strong>de</strong>sarmonía. Pero no toleran la cultura <strong>de</strong>l indio. Para el hispanocriollo en cambio, la naturaleza no tiene<br />

espíritu. Había que <strong>de</strong>strozarla como en una guerra. La historia <strong>de</strong> la mentalidad sobre la naturaleza <strong>de</strong>l Chaco, se iniciaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> tres<br />

espacios inconexos: indios, jesuitas y españoles. Comprometía o ponía en acción una multitud <strong>de</strong> imágenes y símbolos: un espacio<br />

monstruoso, un polígono fluvial, una fortaleza natural, un territorio <strong>de</strong> miseria, una pesadilla étnica, un campo religioso <strong>de</strong> pruebas,<br />

un amontonamiento <strong>de</strong> riqueza forestal, una mina <strong>de</strong> cueros, un mundo intermedio, un hueco <strong>de</strong>l <strong>de</strong>monio, un prostíbulo natural, un<br />

firmamento <strong>de</strong> saqueo, un palacio natural, un edén incompleto, un escudo <strong>de</strong> conquista, una traba al mercado, un <strong>de</strong>sierto, un<br />

vacío. Era la más <strong>de</strong> las veces el sentido hegeliano <strong>de</strong>l todo, estar allí para ser <strong>de</strong>vorado. Para ello no hacía falta más que el sentido<br />

común. Las etnias aportaban el conocimiento <strong>de</strong>l todo, y los jesuitas la razón <strong>de</strong> explotación, aunque ambos en forma arcaica e<br />

incompleta. La naturaleza podía entrar al colonizador para ser <strong>de</strong>vorada, pero no él a la naturaleza para ser realimentado. El <strong>de</strong>vorar<br />

se transforma en el nexo entre el yo y la cosa, mediante el cual ambos términos pier<strong>de</strong>n lo que tienen <strong>de</strong> abstracto. Se agudizan las<br />

inecuaciones <strong>de</strong> la historia ecológica <strong>de</strong>l Chaco.<br />

De las siete yeguas que trajeron los españoles, ahora <strong>de</strong>scendían millones. Des<strong>de</strong> el Río <strong>de</strong> la Plata, y cuatrocientas<br />

leguas alre<strong>de</strong>dor, el espacio estaba completamente poblado <strong>de</strong> yeguarizos errantes <strong>de</strong> los que se podía apropiar cualquiera. Se<br />

enlazaban los caballos aislados que más placieran. Cercábanse los campos <strong>de</strong>jando una abertura como un embudo, se separaban a los<br />

yeguarizos <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más, sacándolos por el pico. A los encerrados les hacían pasar hambre y sed. Se tornaban entonces más mansos,<br />

<strong>de</strong>jándose arrear luego sin trabajo mezclados con otros caballos dóciles. 211 Esta tecnología <strong>de</strong> amansado se utilizaría también con los<br />

hombres. En particular con los clanes y los prisioneros en las guerras civiles. A veces se quemaba un retazo <strong>de</strong> campo. En cuanto<br />

brotaban los pastos nuevos llegaban los yeguarizos, eran ro<strong>de</strong>ados y tomados. La cantidad sin sentido humano imprimía insensatez a<br />

las técnicas. Se cortaba el tendón <strong>de</strong> la pata trasera <strong>de</strong> las yeguas para hacerlas rengas, lo que les impedía huir y ser preñadas<br />

rápidamente para lo cual era su <strong>de</strong>stino. Los potrillos se daban como obsequio a los compradores <strong>de</strong> las yeguas. Se podía arrear <strong>de</strong><br />

una vez dos mil yeguarizos, llevarlos a una estancia y recibir algunas varas <strong>de</strong> tela <strong>de</strong> lana por todo pago. 212 Una estancia podía tener<br />

habitualmente alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> 50.000 yeguarizos. Los hispanocriollos mataban cantida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> yeguas porque necesitaban la grasa para<br />

curtir y elaborar los cueros <strong>de</strong> los ciervos. Dos muertes en vez <strong>de</strong> una. Una mínima parte <strong>de</strong> la potrillada llegaba a adulto. Atacados<br />

por tigres o las sequías, morían <strong>de</strong> a miles junto a los arroyos secos. Los potrillos eran pisoteados por los yeguarizos disparados a<br />

carrera, o presa <strong>de</strong> los gusanos que se prendían a sus ombligos siempre húmedos. El valor <strong>de</strong> los caballos se tomaba <strong>de</strong> acuerdo al<br />

color y su manera <strong>de</strong> andar. El mayor aprecio resultaba si al caminar no sacudían ni trotaban, sino que avanzaban suave y<br />

tendidamente con los muslos. La prueba <strong>de</strong> eficacia era un jinete que sentado sobre el equino con un vaso <strong>de</strong> agua no volcaba una sola<br />

gota (asturcones en español, yachacatá en abipón). Si la yegua era <strong>de</strong> paso, el potrillo también lo sería. Pero se podía enseñar al<br />

animal: atarle en las patas una piedra redonda forrada en cuero. Si ellos trotaban la piedra les pegaría en las piernas. Aprendían así a<br />

andar uniformemente, <strong>de</strong> una manera suave y con las piernas bien extendidas por puro pánico a los dolores. Formaba andadores en<br />

pocos meses. El caballo <strong>de</strong> paso hacía en una hora dos leguas; un caballo ordinario no lo alcanzaba jamás, salvo al galope. Los<br />

caballos trotones (nichilecherametà en abipón) alzaban sus patas y sacudían muy violentamente el cuerpo <strong>de</strong>l hombre. Incómodos pero<br />

más seguros, porque al alzar altas las patas en un territorio casi sin caminos, evitaban tropezar y caerse. Para los viajes largos se<br />

optaba por caballos intermedios entre los <strong>de</strong> paso y los trotones: pasitrotes o marchadores. Su paso se aproximaba más al paso<br />

humano. Utiles para regiones intransitables <strong>de</strong>l Chaco, fatigaban menos al jinete, no se cansaban ellos mismos, y chocaban raras<br />

veces. Españoles e indios <strong>de</strong>spreciaban a un caballo que no galopase, es <strong>de</strong>cir que no saltara simultáneamente con los cuatro pies.<br />

Cuanto más rápidos más estimados. Había una guerra y la producción aborigen se basaba en la caza.<br />

Dibujo <strong>de</strong> Florián Paucke S.J. en su libro Hacia allá y para acá. Un indio <strong>de</strong> a pie trata <strong>de</strong> agarrar con su lazo las patas <strong>de</strong> la res, si bien el modo<br />

parece algo extraño, pues generalmente se tira sobre el anca para que caiga sobre las patas. Otro peatón se prepara para pialar.<br />

211 Í<strong>de</strong>m, 326.<br />

212 Í<strong>de</strong>m, 327.

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