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Etnias y árboles - Escuela de Historia

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ca<strong>de</strong>na trófica y <strong>de</strong> ciclo ecológico, los principios organizacionales y motores perdían vali<strong>de</strong>z. El proceso auto-productor y autoregenerador<br />

se <strong>de</strong>tenía. El <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n inaudito <strong>de</strong> la guerra arrastraría inevitablemente a las propias tribus.<br />

Con la guerra el sistema sufría el primer exceso <strong>de</strong> entropía. Una superabundancia <strong>de</strong> muerte. Des<strong>de</strong> el fuego a las<br />

batallas, un superávit <strong>de</strong> ruina, <strong>de</strong> materias <strong>de</strong>gradadas, <strong>de</strong> polución propia. Una falta <strong>de</strong> senectud. Una opulencia <strong>de</strong> acci<strong>de</strong>ntes.<br />

Como la guerra se producía invariablemente en el espacio <strong>de</strong> las etnias, el ecosistema empezaba sufriendo <strong>de</strong> una carencia <strong>de</strong> vida, entre<br />

un <strong>de</strong>rroche <strong>de</strong> trampas y <strong>de</strong>strucciones artificiales. Las avanzadas indias <strong>de</strong> espionaje se ejecutaban a caballo, volteando al animal en<br />

un bajo o fachinal <strong>de</strong> altas hierbas, y <strong>de</strong>jándolo maneado para que no pudiese levantarse y ser visto por los blancomestizos. Si había<br />

cuevas<br />

<strong>de</strong> peludos o vizcachas, el espía entraba en ellas y se cubría el rostro con cenizas, pintándose hasta los párpados para evitar la<br />

reverberación. Si observaba a pie se confundía con la inmovilidad física <strong>de</strong> la naturaleza. Pero en este caso el espía no podía <strong>de</strong>tener<br />

el movimiento biológico. Se <strong>de</strong>scomponía con la naturaleza, empezaba a formar parte <strong>de</strong>l festín <strong>de</strong> un hervi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> insectos y<br />

microorganismos, a ser engrosado y remineralizado por el suelo. En esa situación <strong>de</strong> espera inmóvil, el ecosistema pasaba a comerle la<br />

vida, a hacerlo alimento <strong>de</strong> una ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong>trítica y convertirse él mismo en su <strong>de</strong>fecación. Los había bomberos 75 que podían estar días<br />

sin moverse sobre la tierra o el agua. De ello dan cuenta los cronistas y partes oficiales <strong>de</strong> los ejércitos hispanocriollos. El ecosistema,<br />

que es eurífago -es <strong>de</strong>cir se nutre <strong>de</strong> todo-, empezaba a biofagocitarse al espía. En el Chaco austral, los bomberos se camuflaban con<br />

ramas, paja, pasto, y semejando pequeños arbustos llegaban hasta el enemigo para flecharlo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cerca. Se cubrían <strong>de</strong> cortezas <strong>de</strong><br />

troncos y pasaban a ser <strong>árboles</strong>.<br />

Clavando las lanzas como garrochas, improvisaban un toldo para dormir sobre los equinos; usaban las lanzas para<br />

calcular la hora, y colocándola, perpendicular al suelo sabían si un objeto muy lejano estaba en movimiento o no. Eran alabardas<br />

mecánicas. A los jesuitas <strong>de</strong>l Chaco austral les impresionó hondamente la vista <strong>de</strong> felinos que ostentaban los aborígenes, como si se<br />

ejercitasen <strong>de</strong> continuo en las visiones lejanas. En ello les iba por otra parte la existencia cuando se trataba <strong>de</strong> la caza, y esto mismo se<br />

reproducía en condiciones <strong>de</strong> la guerra. Pero allí don<strong>de</strong> intervenía la piedra mostraban su inferioridad tecnológica: hachas <strong>de</strong> pe<strong>de</strong>rnal<br />

enacabadas en ma<strong>de</strong>ra; la honda <strong>de</strong> cuero para arrojar piedras gruesas a distancia; el cuchillo <strong>de</strong> pe<strong>de</strong>rnal; la bola perdida o piedra<br />

acanalada asegurada con un tiento <strong>de</strong> cuero que hacía las veces <strong>de</strong> larga manija, para arrojarse luego <strong>de</strong> hacerla girar rápidamente por<br />

sobre las cabezas; las boleadoras <strong>de</strong> dos tiras unidas entre sí. Esta última, arrojada a los pescuezos y patas <strong>de</strong> los animales, <strong>de</strong>bía<br />

servir también para cazar enemigos. Fue retomada por los soldados mestizos en la guerra. Las armas aborígenes más aptas eran<br />

reconvertidas en un proceso largo por los ejércitos hispanocriollos. Pero las armas a pólvora no pudieron serlo <strong>de</strong> la misma manera por<br />

las etnias, al menos hasta fines <strong>de</strong>l XIX. Y cuando sucedió fue en una estrategia <strong>de</strong> bandidaje o guerrillas improvisadas y en <strong>de</strong>rrota.<br />

En las boleadoras <strong>de</strong> tres ramales el indio aprisionaba entre los <strong>de</strong>dos mayor y siguiente <strong>de</strong> su pie <strong>de</strong>recho uno <strong>de</strong> los ramales, y<br />

tomando con ambas manos los dos restantes efectuaba un revoleo acrobático con el que podía romper un miembro o el cráneo <strong>de</strong>l<br />

enemigo. Se convertía en una suerte <strong>de</strong> boxeador con puños <strong>de</strong> piedra. Para el combate a pie la lanza o asta corta, <strong>de</strong> unos ciento<br />

setenta centímetros, extraordinariamente dúctil; y escudos y corazas <strong>de</strong> cuero <strong>de</strong> vaca. Los disparos <strong>de</strong> cañones pedreros y metralla<br />

abrían anchos boquetes entre la infantería aborigen. En el XIX las etnias <strong>de</strong>l Chaco todavía se <strong>de</strong>fendían <strong>de</strong>l fusil, la ametralladora y<br />

el cañón krupp, con lanzas, flechas y boleadoras. La tecnología bélica <strong>de</strong> las ciuda<strong>de</strong>s se había calificado <strong>de</strong> una manera sorpren<strong>de</strong>nte,<br />

pero la india retrocedía. La naturaleza seguía siendo el último escudo, la clave <strong>de</strong> una estrategia <strong>de</strong> conservación <strong>de</strong> la vida. Pero se<br />

perdían nociones elementales sobre ella.<br />

En el XVII los clanes abipones vivieron sobre el Bermejo; <strong>de</strong> aquí, perseguidos por los encomen<strong>de</strong>ros salteños, pasaron<br />

hacia tierras más australes a inicios <strong>de</strong>l XVIII. A fines <strong>de</strong>l XVIII ocupaban la ribera occi<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong>l río Paraná, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el arroyo <strong>de</strong>l Rey<br />

hasta el Bermejo. Habían llegado a un estadio <strong>de</strong> agricultura incipiente 76 , pero la guerra social cambió sus costumbres hasta volverlos<br />

la tribu más nómada <strong>de</strong>l Chaco. Generaban una simbiosis entre el hábitat (bosques, montes, esteros) y el bandolerismo. Su principal<br />

arma pudo ser la potencialidad física. Entre los abipones no había obesos. Tenían un juego popular consistente en lanzar un ma<strong>de</strong>ro,<br />

a<strong>de</strong>lgazado en el centro, hacia un blanco o un pozo. El mismo ma<strong>de</strong>ro arrojado en las guerras hacía estragos. Destinaban largas horas<br />

a ese juego. La habilidad era una estrategia <strong>de</strong> integración con la materialidad <strong>de</strong>l mundo. Estaban seguros <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r vivir eternamente<br />

si no fuera por dos causas <strong>de</strong> muerte: los hechiceros y los españoles. Pero la tribu abipón no había calculado que la lengua castellana se<br />

75 Así llamados por los hispanocriollos a los espías indios.<br />

76 Guillermo Furlong S.J.: Entre los Abipones <strong>de</strong>l Chaco. Buenos Aires, Talleres Gráficos San Pablo, 1938, 9 y 20.

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