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EL ZELOSO ESTREMEÑO 243<br />

fin, tanto dixo González, que Isabela se rindió, Isabela<br />

se engañó, Isabela se perdió, dando en tierra con todas<br />

las prevenciones de Carrizales, que, untado y seguro,<br />

dormía el sueño de su muerte y de su honra. Tomó<br />

González por la mano a Isabela, y casi por fuerza y 5<br />

medio arrastrando, preñados de lágrimas los ojos, la<br />

llevó al aposento donde Loaisa estaba; y dándoles la<br />

bendición con una falsa risa de mono, les cerró tras sí<br />

la puerta, y los dexó solos, y ella se puso a dormir en<br />

el estrado, o por mejor decir, a esperar de recudida su 10<br />

contento; pero, con el cansancio de la no dormida no-<br />

che, la venció el sueño y se quedó dormida en el es-<br />

trado.<br />

Bueno fuera a esta sazón preguntar a Carrizales, si<br />

no durmiera tanto, adonde estaban sus advertidos re-<br />

celos, sus prevenciones, los altos muros de su casa, el<br />

no haber entrado en ella sombra de varón de ninguna<br />

cosa viviente, el torno, las paredes sin ventanas, el en-<br />

cerramiento y clausura, los veinte mili ducados con que<br />

a Isabela había dotado, los regalos que de continuo la<br />

hacía, el buen tratamiento de las criadas, el no faltar<br />

un punto a todo aquello que él imaginaba que podían<br />

haber menester. Pero ya he dicho que no había para<br />

qué preguntárselo, porque dormía con más silencio que<br />

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