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EL ZELOSO ESTREMEÑO 241
vio la puerta rodeada de todas las mozas, criadas y
doncellas de casa, no gustó muncho de ello; mas, como
aquella que las mandaba a todas, les dixo que se reco-
giesen a sus aposentos, que ya era hora de dormir, y
que sería bien estar con recato, por si su amo dispcr- 5
tase. Bien entendieron todas por qué lo decía, mas no
por eso dexaron de obedecerla todas, si no fué Guiomar,
que dixo que ella se quería quedar allí con su señora,
y que no se iría a dormir si la matasen. Todo esto de-
cía la negra por dar pesadumbre a la vieja, pero su 10
ama la rogó que se fuese, y así quedó sola con Gonzá-
lez, la qual, con una larga y concertada arenga, la comenzó
a persuadir y a rogar condescendiese con la
voluntad del músico, encareciéndole de quánto más
gusto le serían los abrazos del amante mozo que los 15
del viejo marido, asigurándole el secreto y la duración
del deleyte, y de otras cosas semejantes a éstas, dichas
con tantos colores y dichos de aquella maldita vieja,
que moviera, no sólo el corazón tierno y poco advertido
de la incauta Isabela, sino de un endurecido mármol. 20
jOh dueñas, nacidas y usadas en el mundo para perdi-
ción de mili recatadas intenciones! ¡Oh viejas y repul-
gadas tocas, escogidas para autorizar salas y entradas
de principales señoras, y quán al revés de lo que debíais
usáis de vuestro compuesto y casi perezoso oficio! En 25
NOVELAS. — TOMO II