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EL ZELOSO ESTREMEÑO 239
del que había menester, no dexaba de templar su gui-
tarra: tanta era (encomendado él sea a Satanás) la
afición, como otra vez se ha dicho, que él tenía a la
música.
Como vieron las mozas que acechaban por la puerta 5
del aposento donde González y el músico estaban, que
ella le decía palabras tiernas, y de quando en quando
le tomaba las manos, y aun procuraba llegar su rostro
con el del mozo, perdieron la paciencia, y cada una de
por sí la comenzó a maldecir, y a deciile el nombre de 10
las pasquas. Lo menos era llamarle vieja, porque aun-
que se lo llamaron muchas veces, ninguna fué sin puta,
con otros epitectos que entraban más en hondo, y que
por honestos respectos se callan. Pero lo que más risa
causaba a quien entonces le oía, eran las razones que 15
Guiomar la negra decía en respecto de la dueña, por
ser portuguesa, y no muy ladina. Era de ver la gracia
con que la vituperaba. En efecto, la conclusión de la
larga plática de Loaisa y de la dueña fué que él con-
descendería con la voluntad que ella había significado, 20
con presupuesto que ella le había de entregar a toda
su voluntad a Isabela; y que si esto hiciese, podía hacer
del todo aquello que más fuese de su gusto. Cuesta
arriba se le hizo a González ofrecer lo que Loaisa pe-
día; pero a trueco de cumplir con el deseo que ya se le 25
había apoderado del alma, y de los huesos y médulas
del cuerpo, le prometiera todos los imposibles que ima-
ginar se pueden.
D«xóle con esto, y salióse a hablar a Isabela, y como