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EL ZELOSO ESTREMEÑO 167
esto era de grandísima satisfacción para el zeloso ma-
rido, pareciéndole que habla acertado a escoger la vida
como él la supo imaginar, y que por ninguna vía la
industria ni la malicia humana podrían perturbar su
sosiego, y así sólo se desvelaba en traer regalos a Isa- 5
bela, y en acordarla que le pidiese quanto acertase a
desear.
Los días de obligación iba con ella a misa, y con to-
das sus criadas, muy de mañana, y a aquella hora ve-
nían sus padres de Isabela, y en la iglesia la hablaban, 10
delante de su marido, el qual les daba tantas dádivas
que, aunque tenían lástima de la estrecheza en que su
hija estaba, todo lo recompensaba la liberal mano de
su yerno. Levantábase de mañana Fiiipo, y aguardaba
a que el dispensero viniese, a quien de la noche antes, 15
por una cédula que ponían en el torno, como cartuxos,
las esclavas, había mandado lo que se había de traer
otro día; y, en viniendo, salía de casa Fiiipo, las más
veces a pie, y dexaba cerradas así las puertas del pa-
tio como la de la calle, y entre las dos puertas que- 20
daba el negro eunuco. íbase a sus negocios, que eran
pocos o ningunos, y con brevedad daba la vuelta y, en-
cerrándose en casa, se entretenía en regalar a Isabela,
y entretener a sus esclavas, que todas le querían bien,
por ser de agradable condición, fuera de los zelos, y,
sobre todo, por mostrarse tan liberal con ellas. De esta
manera pasaron un año de noviciado y hicieron profe-
sión en aquella vidíi, determinándose de llevarla hasta
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