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Las miserias contra la filosofía Horacio Potel en diálogo con Beatriz Busaniche El año 2009 marcó un antes y un después en el debate sobre el derecho de autor en Argentina. El carácter restrictivo de la Ley 11.723 de Propiedad Intelectual no había sido puesto de manifiesto nunca antes de manera tan clara. Hasta ese momento, las personas comunes no parecían objeto de persecución, aún cuando muchas de ellas violaran cotidianamente la norma vigente. Se hablaba casi siempre de casos ocurridos en otros países, juicios a desconocidos, e incluso muchos casos de dudosa veracidad documentados por la prensa local en relación al uso de redes P2P para intercambiar archivos musicales. Pero en 2009 ocurrió lo que el sentido común no podía prever: la Cámara Argentina del libro inició una acción penal contra un docente universitario por el simple hecho de mantener sitios de Internet dedicados a la filosofía, que, entre otras actividades, disponibilizaban textos inéditos e inconseguibles de Derrida, Heidegger y Nietzsche. El nombre de Horacio Potel pasó a las páginas de medios europeos, asiáticos, norteamericanos. El caso del profesor argentino perseguido penalmente por mantener sitios web de filosofía sin ningún fin de lucro dejó en claro que si todos violan la ley, cualquiera puede ser perseguido. Esto fue lo que pasó con Horacio Potel. - ¿Cuándo empezaste a subir a los autores a Internet? ¿Por qué? El 22 de diciembre de 1999, nació Nietzsche en castellano[1], hace ya 10 años; toda una vida en estos tiempos de mutaciones ultra aceleradas. No había banda ancha, ni blogs, ni Facebook, ni siquiera Google, pero yo podía por primera vez acceder a una serie de contenidos que jamás pensé que podría disfrutar y para colmo ¡gratis! Sobre filosofía, en Internet, por aquellos años,
46 | ARGENTINA COPYLEFT había poco y nada. De Nietzsche, cuya lectura por aquel entonces me apasionaba, aún menos. Así que decidí aportar algo a la construcción de esa red poniendo a disposición de todos una selección de textos de Nietzsche en castellano, ya que casi todo lo que se podía encontrar por entonces estaba en inglés. Según Altavista (el Google de la época), sólo había 15 textos en castellano de o sobre Nietzsche. En la noche en que nació Nietzscheana la cantidad de textos de Nietzsche en castellano que circulaban por la web se duplicó. Yo, en mi ingenuidad, supuse que teniendo un medio tan formidable para compartir los textos filosóficos, en muchos menos de 10 años podríamos contar con la totalidad -¿por qué no?- de la producción de filosofía on-line. Es decir, contar con una biblioteca total en la casa de cada uno, una biblioteca que no necesita traslados ni esperas; cuyos libros pueden ser prestados a miles a la vez, y buscados y encontrados en instantes. Por fin –pensaba- las revistas de filosofía no serían esas publicaciones que con suerte sacan un ejemplar por año con una edición de 50 revistitas que ni siquiera sirven para abastecer a las bibliotecas especializadas. No debería ser más así, pensaba, toda la producción pasada y futura podría estar en la web. Esto era sencillamente maravilloso. La filosofía es una actividad que, para producirse, depende de lo escrito previamente. La filosofía es un diálogo con la tradición: sin textos de filosofía no se puede producir filosofía. Y la situación por entonces era muy mala, y lamentablemente lo sigue siendo. La tecnología de los libros de papel había quedado obsoleta pero seguíamos y seguimos padeciendo sus limitaciones, debido en parte a las pésimas leyes sobre copyright que gracias al lobby de los fabricantes de libros de papel, siguen vigentes e interpretándose de la misma manera que en el '33, cuando fue promulgada la ley que pretende legislar sobre cuestiones que los autores de la ley no podían vislumbrar ni en sus peores pesadillas, leyes que criminalizan cualquier cosa que apunte contra los monopolios sobre la cultura. Los libros de filosofía en papel, publicados por corporaciones internacionales, son caros y suelen tener una vida brevísima; se publican muy pocos ejemplares de los cuales llegan a nuestro país aún menos, si es que llegan; de forma tal que en semanas ya están agotados, y luego habrá que esperar años o décadas para ver si el editor -dueño exclusivo del derecho de copia- decide si es negocio o no volver a publicar obras imprescindibles para nuestra profesión. Las bibliotecas especializadas suelen tener carencias importantísimas, además de estar ellas mismas limitadas en su hacer por las mismas leyes que generan esta escasez artificial de bienes culturales, escasez fabricada que no tiene ningún sentido, ya que es más que fácilmente superable con las tecnologías digitales que decuplican el poder de las viejas bibliotecas analógicas. Así fue como surgió el proyecto de crear dos bibliotecas digitales on-line. La de Nietzsche fue seguida por Heidegger en castellano[2] en 2000 y Derrida en castellano[3] en 2001.
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había poco y nada. De Nietzsche, cuya lectura por aquel entonces me<br />
apasionaba, aún menos. Así que decidí aportar algo a la construcción de<br />
esa red poniendo a disposición de todos una selección de textos de<br />
Nietzsche en castellano, ya que casi todo lo que se podía encontrar por<br />
entonces estaba en inglés. Según Altavista (el Google de la época), sólo<br />
había 15 textos en castellano de o sobre Nietzsche. En la noche en que<br />
nació Nietzscheana la cantidad de textos de Nietzsche en castellano que<br />
circulaban por la web se duplicó.<br />
Yo, en mi ingenuidad, supuse que teniendo un medio tan formidable<br />
para compartir los textos filosóficos, en muchos menos de 10 años<br />
podríamos contar con la totalidad -¿por qué no?- de la producción de filosofía<br />
on-line. Es decir, contar con una biblioteca total en la casa de cada<br />
uno, una biblioteca que no necesita traslados ni esperas; cuyos libros<br />
pueden ser prestados a miles a la vez, y buscados y encontrados en instantes.<br />
Por fin –pensaba- las revistas de filosofía no serían esas publicaciones<br />
que con suerte sacan un ejemplar por año con una edición de 50<br />
revistitas que ni siquiera sirven para abastecer a las bibliotecas especializadas.<br />
No debería ser más así, pensaba, toda la producción pasada y<br />
futura podría estar en la web. Esto era sencillamente maravilloso.<br />
La filosofía es una actividad que, para producirse, depende de lo escrito<br />
previamente. La filosofía es un diálogo con la tradición: sin textos<br />
de filosofía no se puede producir filosofía. Y la situación por entonces<br />
era muy mala, y lamentablemente lo sigue siendo. La tecnología de los<br />
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copyright que gracias al lobby de los fabricantes de libros de papel, siguen<br />
vigentes e interpretándose de la misma manera que en el '33,<br />
cuando fue promulgada la ley que pretende legislar sobre cuestiones<br />
que los autores de la ley no podían vislumbrar ni en sus peores pesadillas,<br />
leyes que criminalizan cualquier cosa que apunte contra los monopolios<br />
sobre la cultura.<br />
Los libros de filosofía en papel, publicados por corporaciones internacionales,<br />
son caros y suelen tener una vida brevísima; se publican<br />
muy pocos ejemplares de los cuales llegan a nuestro país aún menos, si<br />
es que llegan; de forma tal que en semanas ya están agotados, y luego<br />
habrá que esperar años o décadas para ver si el editor -dueño exclusivo<br />
del derecho de copia- decide si es negocio o no volver a publicar obras<br />
imprescindibles para nuestra profesión. Las bibliotecas especializadas<br />
suelen tener carencias importantísimas, además de estar ellas mismas<br />
limitadas en su hacer por las mismas leyes que generan esta escasez artificial<br />
de bienes culturales, escasez fabricada que no tiene ningún sentido,<br />
ya que es más que fácilmente superable con las tecnologías digitales<br />
que decuplican el poder de las viejas bibliotecas analógicas. Así fue como<br />
surgió el proyecto de crear dos bibliotecas digitales on-line. La de<br />
Nietzsche fue seguida por Heidegger en castellano[2] en 2000 y Derrida<br />
en castellano[3] en 2001.