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Ediciones copyleft Marilina Winik* Puntos de partida El interés de este escrito es reflexionar alrededor de un conjunto de prácticas emergentes en el campo de la producción editorial y cultural contemporánea. La generalización del uso de tecnologías digitales cuestiona las formas de distribución de los bienes culturales en esta etapa del capitalismo cognitivo, en donde se valoriza la producción de conocimiento, el pensamiento y la circulación de ideas. Es así que aquellas prácticas y obras que se originaron como creaciones colectivas, ingresan en una lógica económica que las trata de la misma manera que a los bienes materiales, es decir, a partir del principio de la escasez y la propiedad privada entendida sólo materialmente[1]. En este sentido, intentaremos dar cuenta de diversas estrategias utilizadas por las editoriales y los autores autogestivos[2] a la hora de decidir bajo qué términos de licencia distribuir sus producciones. Esta herramienta se denomina copyleft y debe entenderse en tensión con el monopolio legal del copyright[3] dentro del mercado editorial. De esta manera, en lugar de prohibir la copia, se la fomenta (ya sea digital o materialmente), al igual que la realización de obras derivadas, la utilización del material con o sin fines comerciales, siempre con respeto de la autoría. Con este mismo enfoque, encontramos otras formas de licenciamiento, donde son los autores o editores quienes, sin atenerse a licencias específicas[4], manifiestan sus deseos en relación a la autoría y la distribución de las obras con fundamentos propios. Desde otro lugar, encontramos a quienes a partir de un proyecto acuden a autores contemporáneos y les solicitan la autorización de derechos de reproducción en pos del fomento del trabajo editorial de carácter social, cultural y popular. Si bien este fenómeno es relativamente novedoso[5], no está exento del contexto histórico político, social, cultural y económico del cual emerge. Tres experiencias políticas históricas en tensión nutren simbólicamente el momento actual en la producción editorial autogestionada: la afinidad político ideológica con la tradición de iz-
144 | ARGENTINA COPYLEFT quierda que representa la lucha en los '70; la activa oposición al modelo neoliberal de los años '90; y finalmente, lo ocurrido alrededor del 19 y 20 de diciembre de 2001, donde se modifica el paradigma político vigente, se alinea la lucha global contra el neoliberalismo y se fomenta un tipo de lazo social anticapitalista en la producción de los movimientos culturales y sociales en general. En los '70 la acción represiva en la dictadura en términos culturales fue explícita: listas negras, escritores desaparecidos, torturados y asesinados, como Rodolfo Walsh y Haroldo Conti, exiliados y perseguidos. La censura y quema de libros dieron el tono a la época. Y, paradójicamente, en 1975 fue inaugurada la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, como la cara pública de una realidad que se niega a sí misma. En los '90 las empresas multinacionales continuaron y profundizaron el proceso concentrador iniciado en la dictadura. En lo que respecta al mundo editorial, diversas trasnacionales compraron el 75% de las editoriales nacionales[6], y generaron con ello una reconversión estructural en el plano de la producción editorial. A partir de la lógica “libroproducto”, la producción se orientó a la obtención de alta rentabilidad, antes que a fomentar, desde el libro, cualquier sentido cultural o social. De manera casi instintiva, pequeñas editoriales contrarrestaron el avance hacia la destrucción editorial al plantear políticas culturales que mostraban notorias diferencias ideológicas con los grandes grupos. Las editoriales independientes de la época generaron una identidad cultural a través de sus catálogos, promovieron la bibliodiversidad[7], y distribuyeron sus libros en pequeñas librerías de autor, como parte de algunas de las estrategias implementadas para responder a los grandes grupos editoriales. A fines de 2001 ocurre en Argentina un estallido social que sintetiza procesos sociales y económicos mucho más complejos, y a través de él, la política recobra un significado, no desde la lógica de la representación, sino desde la posibilidad de la organización asamblearia, horizontal, consensual, autónoma y autogestionada. En ese marco se gestaron diversos proyectos culturales que, a través de la incorporación de las tecnologías digitales, desarrollaron el trabajo colaborativo y en red. La estética política del “hazlo tú mismo” invadió la esfera de la producción cultural, y en el caso editorial muchos escritores comenzaron a fabricar sus libros y a generar proyectos editoriales propios. En ese mismo sentido, la proliferación de blogs, listas de mails y foros, como espacios de expresión y difusión, generaron una multiplicación de estrategias de encuentro y dieron fácilmente a conocer producciones y sentidos. A esto se sumaron los nuevos formatos en la organización política y cultural devenidas de la “generación post 2001”, donde se recrearon otras maneras de trabajar y poner en juego subjetividades no mercantilistas, afectivas y resistentes apoyadas en redes de trabajo. También debemos considerar el abaratamiento e incorporación de la tecnología a la producción cultural y la problematización en torno a la ideología que las tecnologías conllevan. En el escenario actual, y gracias a todo esto, hay producción de sentidos, hay espacio público en tensión, hay proyectos organizados que ge-
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Marilina Winik*<br />
Puntos de partida<br />
El interés de este escrito es reflexionar alrededor de un conjunto<br />
de prácticas emergentes en el campo de la producción editorial<br />
y cultural contemporánea. La generalización del uso de<br />
tecnologías digitales cuestiona las formas de distribución de los<br />
bienes culturales en esta etapa del capitalismo cognitivo, en donde<br />
se valoriza la producción de conocimiento, el pensamiento y la<br />
circulación de ideas. Es así que aquellas prácticas y obras que se<br />
originaron como creaciones colectivas, ingresan en una lógica<br />
económica que las trata de la misma manera que a los bienes materiales,<br />
es decir, a partir del principio de la escasez y la propiedad<br />
privada entendida sólo materialmente[1].<br />
En este sentido, intentaremos dar cuenta de diversas estrategias<br />
utilizadas por las editoriales y los autores autogestivos[2] a la<br />
hora de decidir bajo qué términos de licencia distribuir sus producciones.<br />
Esta herramienta se denomina copyleft y debe entenderse<br />
en tensión con el monopolio legal del copyright[3] dentro<br />
del mercado editorial. De esta manera, en lugar de prohibir la copia,<br />
se la fomenta (ya sea digital o materialmente), al igual que la<br />
realización de obras derivadas, la utilización del material con o<br />
sin fines comerciales, siempre con respeto de la autoría. Con este<br />
mismo enfoque, encontramos otras formas de licenciamiento,<br />
donde son los autores o editores quienes, sin atenerse a licencias<br />
específicas[4], manifiestan sus deseos en relación a la autoría y la<br />
distribución de las obras con fundamentos propios. Desde otro<br />
lugar, encontramos a quienes a partir de un proyecto acuden a<br />
autores contemporáneos y les solicitan la autorización de derechos<br />
de reproducción en pos del fomento del trabajo editorial de<br />
carácter social, cultural y popular.<br />
Si bien este fenómeno es relativamente novedoso[5], no está<br />
exento del contexto histórico político, social, cultural y económico<br />
del cual emerge.<br />
Tres experiencias políticas históricas en tensión nutren<br />
simbólicamente el momento actual en la producción editorial autogestionada:<br />
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