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para lograr la reconciliación nacional y formar un gobierno de unidad nacional.<br />

A continuación, se pone en marcha una conferencia de paz a la que acuden<br />

cientos de figuras políticas somalíes que se reúnen en un hotel de una capital de<br />

la región. La iniciativa destila optimismo y desdén hacia las posibles críticas y<br />

dudas que puedan expresarse respecto a la misma. En la conferencia aparecen<br />

pronto disputas por la representación, las agendas o la composición técnica de<br />

los distintos comités. El debate sobre quién representa a quién confunde a los<br />

mediadores externos, acostumbrados a un ambiente político menos caótico.<br />

Autoridades regionales, líderes de las facciones, comandantes de las milicias,<br />

presidentes autoproclamados, ancianos de los clanes, intelectuales y líderes<br />

de la sociedad civil reclaman su puesto en la mesa de negociaciones, menospreciando<br />

a otros como ilegítimos o irrelevantes. Las discusiones se centran<br />

sobre el lugar que ocupará cada uno en el futuro gobierno nacional. Los que<br />

fracasan en obtener el puesto deseado en el gabinete previsto abandonan la<br />

conferencia. Los delegados que permanecen en la mesa firman un acuerdo que<br />

nunca será puesto en marcha y vuelven a sus casas, a menudo, en terceros países<br />

en los que viven como residentes. El país que ha albergado la conferencia<br />

es abandonado con una importante factura sin pagar.<br />

En Somalia no es la existencia de un gobierno central efectivo lo que genera<br />

el conflicto sino el proceso para construir ese Estado, dado que todas las<br />

partes lo observan como un juego de suma cero, en el que hay ganadores y<br />

perdedores. Un asiento en la mesa de negociaciones es visto como un elemento<br />

esencial para asegurar una posición de poder en el futuro gobierno, por lo que<br />

se rechaza cualquier fórmula que minimice o elimine esa presencia. Menkhaus<br />

(2004) considera que Somalia, lejos de encontrarse hundida en el caos, ha visto<br />

surgir entes subestatales que han logrado una frágil pero meritoria capacidad<br />

para proveer a sus poblaciones de funciones claves de gobierno. Somalia ha<br />

demostrado repetidas veces que, en ocasiones y en algunos lugares, comunidades,<br />

ciudades y regiones pueden disfrutar de relativamente altos niveles de paz,<br />

reconciliación, seguridad y legalidad, a pesar de no contar con una autoridad<br />

central. Somalilandia y Puntlandia son dos ejemplos de ello. Los líderes y la<br />

sociedad de Somalilandia demostraron una notoria madurez cuando en el año<br />

2002 un presidente de un clan cedió el poder de manera pacífica a un miembro<br />

de otro clan. Sin embargo, en el sur los clanes no han mostrado este tipo de<br />

generosidad. El clan del presidente Barre, los marehan, ha dominado desde<br />

los años 70 la región a expensas de otros, como los rahanweyn. La coexistencia<br />

pacífica y la capacidad de compartir el poder aparecen así como factores que<br />

promueven mucho más la estabilidad que la existencia de una autoridad central<br />

reconocida por todos. Los pasos que se dan para crear un gobierno central<br />

somalí solo parecen fomentar que los distintos clanes se hagan más fuertes en<br />

los niveles locales, lo que aumenta los conflictos. De hecho, una de las razones<br />

por las que la Unión de Tribunales Islámicos logró restaurar el imperio de la<br />

ley en buena parte del país durante el año 2006 fue por apoyar su poder sobre<br />

las entidades locales. En municipios como Borama, Hargeisa, Luuq, Jowhar,<br />

Beled Weyn y Merka se proveyó a la población de servicios básicos, como<br />

sistemas de agua corriente, mercados regulados o recaudación de impuestos,<br />

gracias a alcaldes que trabajaban conjuntamente con ONG locales, ancianos<br />

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