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Patriarcas y Profetas (1954) - Elena G. de White

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PATRIARCAS Y PROFETAS

(1954)

Ellen G. White


Prefacio

***

Los editores de esta obra la publican porque están convencidos

de que arroja luz sobre un tema de interés universal, y porque

presenta verdades que no se conocen lo suficiente o se pasan por

alto con demasiada frecuencia. La gran controversia entre el error y

la verdad, entre la luz y las tinieblas, entre el poder de Dios y las

usurpaciones que ha intentado el enemigo de toda justicia, es

ciertamente un espectáculo que merece atraer la atención de todos

los mundos. El que exista una tal controversia como resultado del

pecado, y que ella haya de pasar por diversas etapas, para terminar

al fin en forma que redunde para la gloria de Dios y la mayor

exaltación de sus siervos leales, es algo tan seguro como que la

Biblia es una comunicación de Dios a los hombres. Esta Palabra

revela las grandes características de esa controversia, o conflicto,

que abarca la redención de un mundo; pero hay épocas especiales en

las cuales estas cuestiones asumen un interés inusitado, y llega a ser

asunto de importancia primordial que comprendamos nuestra

relación con ellas.

Una época tal es la actual, puesto que todo indica que podemos

albergar la esperanza de que este largo conflicto se acerca a su fin.

Son muchos, sin embargo, los que parecen dispuestos a relegar al

reino de las fábulas aquella porción del relato bíblico que nos

muestra cómo nuestro mundo se vió envuelto en esta gran crisis;

mientras que otros, si bien evitan una opinión tan extremista, se

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inclinan, no obstante, a considerar el mencionado relato como

anticuado y sin importancia.

Pero ¿quién no desearía averiguar las causas secretas de tan

extraña defección, discernir su espíritu, notar sus consecuencias y

evitar sus resultados? Explicarnos cómo se logra todo esto es el

objeto de este libro. Tiende a fomentar un interés vivo en las

porciones de la Palabra de Dios que más a menudo se descuidan.

Reviste de un nuevo significado las promesas y profecías del relato

sagrado, justifica el proceder de Dios en lo que respecta a la rebelión

y revela la admirable gracia de Dios en su plan de redención para el

hombre vencido por el pecado. Y nos guía en la historia de esta obra

de redención hasta un tiempo en que los planes y propósitos de Dios

habían sido claramente manifestados al pueblo escogido.

Aunque trata de temas tan sublimes, que conmueven hasta lo

más profundo del corazón y despiertan las emociones más vivas, el

estilo del libro es lúcido y su lenguaje sencillo y directo.

Recomendamos este volumen a todos los que se deleitan en estudiar

el divino plan de redención y se interesan en la relación de su propia

alma con la obra expiatoria de Cristo; y a todos los demás se lo

recomendamos también para que despierte en ellos un interés por

tan importantes asuntos.

Que la lectura de sus páginas resulte en una bendición para

quienes las recorran y encamine los pies de muchos por la senda de

la vida, es la oración sincera de Los Editores.

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Capítulo 1

El origen del mal

"Dios es amor." Su naturaleza y su ley son amor. Lo han sido

siempre, y lo serán para siempre. "El Alto y Sublime, el que habita

la eternidad," cuyos "caminos son eternos," no cambia. En él "no

hay mudanza, ni sombra de variación."

Cada manifestación del poder creador es una expresión del

amor infinito. La soberanía de Dios encierra plenitud de bendiciones

para todos los seres creados. El salmista dice:

"Tuyo el brazo con valentía; fuerte es tu mano, ensalzada tu

diestra. Justicia y juicio son el asiento de tu trono: misericordia y

verdad van delante de tu rostro. Bienaventurado el pueblo que sabe

aclamarte: andarán, oh Jehová, a la luz de tu rostro. En tu nombre se

alegrarán todo el día; y en tu justicia serán ensalzados. Porque tú

eres la gloria de su fortaleza; ... Porque Jehová es nuestro escudo; y

nuestro rey es el Santo de Israel." Salmos 89:13-18.*

La historia del gran conflicto entre el bien y el mal, desde que

principió en el cielo hasta el final abatimiento de la rebelión y la

total extirpación del pecado, es también una demostración del

inmutable amor de Dios.

El soberano del universo no estaba solo en su obra benéfica.

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Tuvo un compañero, un colaborador que podía apreciar sus

designios, y que podía compartir su regocijo al brindar felicidad a

los seres creados. "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con

Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios." Juan

1:1, 2. Cristo, el Verbo, el Unigénito de Dios, era uno solo con el

Padre eterno, uno solo en naturaleza, en carácter y en propósitos; era

el único ser que podía penetrar en todos los designios y fines de

Dios. "Y llamaráse su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte,

Padre eterno, Príncipe de paz." "Y sus salidas son desde el principio,

desde los días del siglo." Isaías 9:6; Miqueas 5:2. Y el Hijo de Dios,

hablando de sí mismo, declara: "Jehová me poseía en el principio de

su camino, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternalmente tuve el

principado.... Cuando establecía los fundamentos de la tierra; con él

estaba yo ordenándolo todo; y fuí su delicia todos los días, teniendo

solaz delante de él en todo tiempo." Proverbios 8:22-30.

El Padre obró por medio de su Hijo en la creación de todos los

seres celestiales. "Porque por él fueron criadas todas las cosas, ...

sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo

fué criado por él y para él." Colosenses 1:16. Los ángeles son los

ministros de Dios, que, irradiando la luz que constantemente dimana

de la presencia de él y valiéndose de sus rápidas alas, se apresuran a

ejecutar la voluntad de Dios. Pero el Hijo, el Ungido de Dios, "la

misma imagen de su sustancia," "el resplandor de su gloria" y

sostenedor de "todas las cosas con la palabra de su potencia," tiene

la supremacía sobre todos ellos. Un "trono de gloria, excelso desde

el principio," era el lugar de su santuario; una "vara de equidad," el

cetro de su reino. "Alabanza y magnificencia delante de él: fortaleza

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y gloria en su santuario." "Misericordia y verdad van delante de tu

rostro." Hebreos 1:3, 8; Jeremías 17:12; Salmos 96:6; 89:14.

Siendo la ley del amor el fundamento del gobierno de Dios, la

felicidad de todos los seres inteligentes depende de su perfecto

acuerdo con los grandes principios de justicia de esa ley. Dios desea

de todas sus criaturas el servicio que nace del amor, de la

comprensión y del aprecio de su carácter. No halla placer en una

obediencia forzada, y otorga a todos libre albedrío para que puedan

servirle voluntariamente.

Mientras todos los seres creados reconocieron la lealtad del

amor, hubo perfecta armonía en el universo de Dios. Cumplir los

designios de su Creador era el gozo de las huestes celestiales. Se

deleitaban en reflejar la gloria del Todopoderoso y en alabarle. Y su

amor mutuo fué fiel y desinteresado mientras el amor de Dios fué

supremo. No había nota discordante que perturbara las armonías

celestiales. Pero se produjo un cambio en ese estado de felicidad.

Hubo uno que pervirtió la libertad que Dios había otorgado a sus

criaturas. El pecado se originó en aquel que, después de Cristo,

había sido el más honrado por Dios y que era el más exaltado en

poder y en gloria entre los habitantes del cielo. Lucifer, el "hijo de la

mañana," era el principal de los querubines cubridores, santo e

inmaculado. Estaba en la presencia del gran Creador, y los

incesantes rayos de gloria que envolvían al Dios eterno, caían sobre

él. "Así ha dicho el Señor Jehová: Tú echas el sello a la proporción,

lleno de sabiduría, y acabado de hermosura. En Edén, en el huerto

de Dios estuviste: toda piedra preciosa fué tu vestidura.... Tú,

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querubín grande, cubridor: y yo te puse; en el santo monte de Dios

estuviste; en medio de piedras de fuego has andado. Perfecto eras en

todos tus caminos desde el día que fuiste criado, hasta que se halló

en ti maldad." Ezequiel 28:12-15.

Poco a poco Lucifer llegó a albergar el deseo de ensalzarse. Las

Escrituras dicen: "Enaltecióse tu corazón a causa de tu hermosura,

corrompiste tu sabiduría a causa de tu resplandor." Vers. 17. "Tú

que decías en tu corazón: ... Junto a las estrellas de Dios ensalzaré

mi solio,... y seré semejante al Altísimo." Isaías 14:13, 14. Aunque

toda su gloria procedía de Dios, este poderoso ángel llegó a

considerarla como perteneciente a sí mismo. Descontento con el

puesto que ocupaba, a pesar de ser el ángel que recibía más honores

entre las huestes celestiales, se aventuró a codiciar el homenaje que

sólo debe darse al Creador. En vez de procurar el ensalzamiento de

Dios como supremo en el afecto y la lealtad de todos los seres

creados, trató de obtener para sí mismo el servicio y la lealtad de

ellos. Y codiciando la gloria con que el Padre infinito había

investido a su Hijo, este príncipe de los ángeles aspiraba al poder

que sólo pertenecía a Cristo.

Ahora la perfecta armonía del cielo estaba quebrantada. La

disposición de Lucifer de servirse a sí mismo en vez de servir a su

Creador, despertó un sentimiento de honda aprensión cuando fué

observada por quienes consideraban que la gloria de Dios debía ser

suprema. Reunidos en concilio celestial, los ángeles rogaron a

Lucifer que desistiese de su intento. El Hijo de Dios presentó ante él

la grandeza, la bondad y la justicia del Creador, y también la

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naturaleza sagrada e inmutable de su ley. Dios mismo había

establecido el orden del cielo, y, al separarse de él, Lucifer

deshonraría a su Creador y acarrearía la ruina sobre sí mismo. Pero

la amonestación, hecha con misericordia y amor infinitos, solamente

despertó un espíritu de resistencia. Lucifer permitió que su envidia

hacia Cristo prevaleciese, y se afirmó más en su rebelión.

El propósito de este príncipe de los ángeles llegó a ser disputar

la supremacía del Hijo de Dios, y así poner en tela de juicio la

sabiduría y el amor del Creador. A lograr este fin estaba por

consagrar las energías de aquella mente maestra, la cual, después de

la de Cristo, era la principal entre las huestes de Dios. Pero Aquel

que quiso que sus criaturas tuviesen libre albedrío, no dejó a

ninguna de ellas inadvertida en cuanto a los sofismas perturbadores

con los cuales la rebelión procuraría justificarse. Antes de que la

gran controversia principiase, debía presentarse claramente a todos

la voluntad de Aquel cuya sabiduría y bondad eran la fuente de todo

su regocijo.

El Rey del universo convocó a las huestes celestiales a

comparecer ante él, a fin de que en su presencia él pudiese

manifestar cuál era el verdadero lugar que ocupaba su Hijo y

manifestar cuál era la relación que él tenía para con todos los seres

creados. El Hijo de Dios compartió el trono del Padre, y la gloria del

Ser eterno, que existía por sí mismo, cubrió a ambos. Alrededor del

trono se congregaron los santos ángeles, una vasta e innumerable

muchedumbre, "millones de millones," y los ángeles más elevados,

como ministros y súbditos, se regocijaron en la luz que de la

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presencia de la Deidad caía sobre ellos. Ante los habitantes del cielo

reunidos, el Rey declaró que ninguno, excepto Cristo, el Hijo

unigénito de Dios, podía penetrar en la plenitud de sus designios y

que a éste le estaba encomendada la ejecución de los grandes

propósitos de su voluntad. El Hijo de Dios había ejecutado la

voluntad del Padre en la creación de todas las huestes del cielo, y a

él, así como a Dios, debían ellas tributar homenaje y lealtad. Cristo

había de ejercer aún el poder divino en la creación de la tierra y sus

habitantes. Pero en todo esto no buscaría poder o ensalzamiento para

sí mismo, en contra del plan de Dios, sino que exaltaría la gloria del

Padre, y ejecutaría sus fines de beneficencia y amor.

Los ángeles reconocieron gozosamente la supremacía de

Cristo, y postrándose ante él, le rindieron su amor y adoración.

Lucifer se postró con ellos, pero en su corazón se libraba un extraño

y feroz conflicto. La verdad, la justicia y la lealtad luchaban contra

los celos y la envidia. La influencia de los santos ángeles pareció

por algún tiempo arrastrarlo con ellos. Mientras en melodiosos

acentos se elevaban himnos de alabanza cantados por millares de

alegres voces, el espíritu del mal parecía vencido; indecible amor

conmovía su ser entero; al igual que los inmaculados adoradores, su

alma se hinchió de amor hacia el Padre y el Hijo. Pero luego se llenó

del orgullo de su propia gloria. Volvió a su deseo de supremacía, y

nuevamente dió cabida a su envidia hacia Cristo. Los altos honores

conferidos a Lucifer no fueron justipreciados como dádiva especial

de Dios, y por lo tanto, no produjeron gratitud alguna hacia su

Creador. Se jactaba de su esplendor y elevado puesto, y aspiraba a

ser igual a Dios. La hueste celestial le amaba y reverenciaba, los

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ángeles se deleitaban en cumplir sus órdenes, y estaba dotado de

más sabiduría y gloria que todos ellos. Sin embargo, el Hijo de Dios

ocupaba una posición más exaltada que él. Era igual al Padre en

poder y autoridad. El compartía los designios del Padre, mientras

que Lucifer no participaba en los concilios de Dios. ¿"Por qué--se

preguntaba el poderoso ángel--debe Cristo tener la supremacía? ¿Por

qué se le honra más que a mí?"

Abandonando su lugar en la inmediata presencia del Padre,

Lucifer salió a difundir el espíritu de descontento entre los ángeles.

Trabajó con misteriosa reserva, y por algún tiempo ocultó sus

verdaderos propósitos bajo una aparente reverencia hacia Dios.

Principió por insinuar dudas acerca de las leyes que gobernaban a

los seres celestiales, sugiriendo que aunque las leyes fuesen

necesarias para los habitantes de los mundos, los ángeles, siendo

más elevados, no necesitaban semejantes restricciones, porque su

propia sabiduría bastaba para guiarlos. Ellos no eran seres que

pudieran acarrear deshonra a Dios; todos sus pensamientos eran

santos; y errar era tan imposible para ellos como para el mismo

Dios. La exaltación del Hijo de Dios como igual al Padre fué

presentada como una injusticia cometida contra Lucifer, quien,

según se alegaba, tenía también derecho a recibir reverencia y honra.

Si este príncipe de los ángeles pudiese alcanzar su verdadera y

elevada posición, ello redundaría en grandes beneficios para toda la

hueste celestial; pues era su objeto asegurar la libertad de todos.

Pero ahora aun la libertad que habían gozado hasta ese entonces

concluía, pues se les había nombrado un gobernante absoluto, y

todos ellos tenían que prestar obediencia a su autoridad. Tales

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fueron los sutiles engaños que por medio de las astucias de Lucifer

cundían rápidamente por los atrios celestiales.

No se había efectuado cambio alguno en la posición o en la

autoridad de Cristo. La envidia de Lucifer, sus tergiversaciones, y

sus pretensiones de igualdad con Cristo, habían hecho

absolutamente necesaria una declaración categórica acerca de la

verdadera posición que ocupaba el Hijo de Dios; pero ésta había

sido la misma desde el principio. Sin embargo, las argucias de

Lucifer confundieron a muchos ángeles.

Valiéndose de la amorosa y leal confianza depositada en él por

los seres celestiales que estaban bajo sus órdenes, había inculcado

tan insidiosamente en sus mentes su propia desconfianza y

descontento, que su influencia no se discernía. Lucifer había

presentado con falsía los designios de Dios, interpretándolos torcida

y erróneamente, a fin de producir disensión y descontento.

Astutamente inducía a sus oyentes a que expresaran sus

sentimientos; luego, cuando así convenía a sus intereses, repetía esas

declaraciones en prueba de que los ángeles no estaban del todo en

armonía con el gobierno de Dios. Mientras aseveraba tener perfecta

lealtad hacia Dios, insistía en que era necesario que se hiciesen

cambios en el orden y las leyes del cielo para asegurar la estabilidad

del gobierno divino. Así, mientras obraba por despertar oposición a

la ley de Dios y por inculcar su propio descontento en la mente de

los ángeles que estaban bajo sus órdenes, hacía alarde de querer

eliminar el descontento y reconciliar a los ángeles desconformes con

el orden del cielo. Mientras fomentaba secretamente el desacuerdo y

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la rebelión, con pericia consumada aparentaba que su único fin era

promover la lealtad y preservar la armonía y la paz.

El espíritu de descontento así encendido hacía su funesta obra.

Aunque no había rebelión abierta, el desacuerdo aumentaba

imperceptiblemente entre los ángeles. Algunos recibían

favorablemente las insinuaciones de Lucifer contra el gobierno de

Dios. Aunque previamente habían estado en perfecta armonía con el

orden que Dios había establecido, estaban ahora descontentos y se

sentían desdichados porque no podían penetrar los inescrutables

designios de Dios; les desagradaba la idea de exaltar a Cristo.

Estaban listos para respaldar la demanda de Lucifer de que él

tuviese igual autoridad que el Hijo de Dios. Pero los ángeles que

permanecieron leales y fieles apoyaron la sabiduría y la justica del

decreto divino, y así trataron de reconciliar al descontento Lucifer

con la voluntad de Dios. Cristo era el Hijo de Dios. Había sido uno

con el Padre antes que los ángeles fuesen creados. Siempre estuvo a

la diestra del Padre; su supremacía, tan llena de bendiciones para

todos aquellos que estaban bajo su benigno dominio, no había sido

hasta entonces disputada. La armonía que reinaba en el cielo nunca

había sido interrumpida. ¿Por qué debía haber ahora discordia? Los

ángeles leales podían ver sólo terribles consecuencias como

resultado de esta disensión, y con férvidas súplicas aconsejaron a los

descontentos que renunciasen a su propósito y se mostrasen leales a

Dios mediante la fidelidad a su gobierno.

Con gran misericordia, según su divino carácter, Dios soportó

por mucho tiempo a Lucifer. El espíritu de descontento y desafecto

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no se había conocido antes en el cielo. Era un elemento nuevo,

extraño, misterioso e inexplicable. Lucifer mismo, al principio, no

entendía la verdadera naturaleza de sus sentimientos; durante algún

tiempo había temido dar expresión a los pensamientos y a las

imaginaciones de su mente; sin embargo no los desechó. No veía el

alcance de su extravío. Para convencerlo de su error, se hizo cuanto

esfuerzo podían sugerir la sabiduría y el amor infinitos. Se le probó

que su desafecto no tenía razón de ser, y se le hizo saber cuál sería el

resultado si persistía en su rebeldía.

Lucifer quedó convencido de que se hallaba en el error. Vió

que "justo es Jehová en todos sus caminos, y misericordioso en

todas sus obras" (Salmos 145:17), que los estatutos divinos son

justos, y que debía reconocerlos como tales ante todo el cielo. De

haberlo hecho, podría haberse salvado a sí mismo y a muchos

ángeles. Aún no había desechado completamente la lealtad a Dios.

Aunque había abandonado su puesto de querubín cubridor, si

hubiese querido volver a Dios, reconociendo la sabiduría del

Creador y conformándose con ocupar el lugar que se le asignó en el

gran plan de Dios, habría sido restablecido en su puesto.

Había llegado el momento de hacer una decisión final; él debía

someterse completamente a la divina soberanía o colocarse en

abierta rebelión. Casi decidió volver sobre sus pasos, pero el orgullo

no se lo permitió. Era un sacrificio demasiado grande para quien

había sido honrado tan altamente el tener que confesar que había

errado, que sus ideas y propósitos eran falsos, y someterse a la

autoridad que había estado presentando como injusta.

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Un Creador compasivo, anhelante de manifestar piedad hacia

Lucifer y sus seguidores, procuró hacerlos retroceder del abismo de

la ruina al cual estaban a punto de lanzarse. Pero su misericordia fué

mal interpretada. Lucifer señaló la longanimidad de Dios como una

prueba evidente de su propia superioridad sobre él, como una

indicación de que el Rey del universo aún accedería a sus

exigencias. Si los ángeles se mantenían firmes de su parte, dijo, aún

podrían conseguir todo lo que deseaban. Defendió persistentemente

su conducta, y se dedicó de lleno al gran conflicto contra su

Creador. Así fué como Lucifer, el "portaluz," el que compartía la

gloria de Dios, el ministro de su trono, mediante la transgresión, se

convirtió en Satanás el "adversario" de Dios y de los seres santos, y

el destructor de aquellos que el Señor había encomendado a su

dirección y cuidado.

Rechazando con desdén los argumentos y las súplicas de los

ángeles leales, los tildó de esclavos engañados. Declaró que la

preferencia otorgada a Cristo era un acto de injusticia tanto hacia él

como hacia toda la hueste celestial, y anunció que desde ese

entonces no se sometería a esa violación de los derechos de sus

asociados y de los suyos propios. Nunca más reconocería la

supremacía de Cristo. Había decidido reclamar el honor que se le

debió haber otorgado, y asumir la dirección de cuantos quisieran

seguirle; y prometió a quienes entrasen en sus filas un gobierno

nuevo y mejor, bajo cuya tutela todos gozarían de libertad. Gran

número de ángeles manifestó su decisión de aceptarle como su

caudillo. Engreído por el favor que recibieran sus designios, alentó

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la esperanza de atraer a su lado a todos los ángeles para hacerse

igual a Dios mismo, y ser obedecido por toda la hueste celestial.

Los ángeles leales volvieron a instar a Satanás y a sus

simpatizantes a someterse a Dios; les presentaron lo que resultaría

inevitable en caso de rehusarse. El que los había creado podía

vencerlos y castigar severamente su rebelde osadía. Ningún ángel

podía oponerse con éxito a la ley divina, tan sagrada como Dios

mismo. Advirtieron y aconsejaron a todos que hiciesen oídos sordos

a los razonamientos engañosos de Lucifer, y le instaron a él y a sus

secuaces a buscar la presencia de Dios sin demora alguna, y a

confesar el error de haber puesto en tela de juicio la sabiduría y la

autoridad divinas.

Muchos estaban dispuestos a prestar atención a este consejo, a

arrepentirse de su desafecto, y a pedir que se les admitiese en el

favor del Padre y del Hijo. Pero Lucifer tenía otro engaño listo. El

poderoso rebelde declaró entonces que los ángeles que se le habían

unido habían ido demasiado lejos para retroceder, que él estaba bien

enterado de la ley divina, y que sabía que Dios no los perdonaría.

Declaró que todos aquellos que se sometieran a la autoridad del

cielo serían despojados de su honra y degradados. En cuanto a él se

refería, estaba dispuesto a no reconocer nunca más la autoridad de

Cristo. Manifestó que la única salida que les quedaba a él y a sus

seguidores era declarar su libertad, y obtener por medio de la fuerza

los derechos que no se les quiso otorgar de buen grado.

En lo que concernía a Satanás mismo, era cierto que ya había

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ido demasiado lejos en su rebelión para retroceder. Pero no ocurría

lo mismo con aquellos que habían sido cegados por sus engaños.

Para ellos el consejo y las súplicas de los ángeles leales abrían una

puerta de esperanza; y si hubiesen atendido la advertencia, podrían

haber escapado del lazo de Satanás. Pero permitieron que el orgullo,

el amor a su jefe y el deseo de libertad ilimitada los dominasen por

completo, y los ruegos del amor y la misericordia divinos fueron

finalmente rechazados.

Dios permitió que Satanás siguiese con su obra hasta que el

espíritu de desafecto se trocó en una activa rebelión. Era necesario

que sus planes se desarrollasen en toda su plenitud, para que su

verdadera naturaleza y tendencia fuesen vistas por todos. Como

querubín ungido, Lucifer, había sido altamente exaltado; era muy

amado por los seres celestiales, y su influencia sobre cllos era

poderosa. El gobierno de Dios incluía no sólo los habitantes del

cielo sino también los de todos los mundos que había creado; y

Lucifer llegó a la conclusión de que si pudiera arrastrar a los ángeles

celestiales en su rebelión, podría también arrastrar a todos los

mundos. El había presentado su punto de vista astutamente,

haciendo uso de sofismas y engaños para lograr sus fines. Su poder

para engañar era enorme. Disfrazándose con un manto de mentira,

había obtenido una ventaja. Todo cuanto hacía estaba tan revestido

de misterio que era muy difícil revelar a los ángeles la verdadera

naturaleza de su obra. Hasta que ésta no estuviese plenamente

desarrollada, no podría manifestarse cuán mala era ni su desafecto

sería visto como rebelión. Aun los ángeles leales no podían discernir

bien su carácter, ni ver adonde se encaminaba su obra.

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Al principio Lucifer había encauzado sus tentaciones de tal

manera que él mismo no se comprometía. A los ángeles a quienes

no pudo atraer completamente a su lado los acusó de ser indiferentes

a los intereses de los seres celestiales. Acusó a los ángeles leales de

estar haciendo precisamente la misma labor que él hacía. Su política

era confundirlos con argumentos sutiles acerca de los designios de

Dios. Cubría de misterio todo lo sencillo, y por medio de astuta

perversión ponía en duda las declaraciones más claras de Jehová. Y

su elevada posición, tan íntimamente relacionada con el gobierno

divino, daba mayor fuerza a sus pretensiones.

Dios podía emplear sólo aquellos medios que fuesen

compatibles con la verdad y la justicia. Satanás podía valerse de

medios que Dios no podía usar: la lisonja y el engaño. Había

procurado falsear la palabra de Dios, y había tergiversado el plan de

gobierno divino, alegando que el Creador no obraba con justicia al

imponer leyes a los ángeles; que al exigir sumisión y obediencia de

sus criaturas, buscaba solamente su propia exaltación. Por lo tanto,

era necesario demostrar ante los habitantes del cielo y de todos los

mundos que el gobierno de Dios es justo y su ley perfecta. Satanás

había fingido que procuraba fomentar el bien del universo. El

verdadero carácter del usurpador, y su verdadero objetivo, debían

ser comprendidos por todos. Debía dársele tiempo suficiente para

que se revelase por medio de sus propias obras inicuas.

La discordia que su propio proceder había causado en el cielo,

Satanás la atribuía al gobierno de Dios. Todo lo malo, decía, era

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resultado de la administración divina. Alegaba que su propósito era

mejorar los estatutos de Jehová. Por consiguiente, Dios le permitió

demostrar la naturaleza de sus pretensiones para que se viese el

resultado de los cambios que él proponía hacer en la ley divina. Su

propia labor había de condenarle. Satanás había dicho desde el

principio que no estaba en rebeldía. El universo entero había de ver

al engañador desenmascarado.

Aun cuando Satanás fué arrojado del cielo, la Sabiduría infinita

no le aniquiló. Puesto que sólo el servicio inspirado por el amor

puede ser aceptable para Dios, la lealtad de sus criaturas debe

basarse en la convicción de que es justo y benévolo. Por no estar los

habitantes del cielo y de los mundos preparados para entender la

naturaleza o las consecuencias del pecado no podrían haber

discernido la justicia de Dios en la destrucción de Satanás. Si se le

hubiese suprimido inmediatamente, algunos habrían servido a Dios

por temor más bien que por amor. La influencia del engañador no

habría sido anulada totalmente, ni se habría extirpado por completo

el espíritu de rebelión. Para el bien del universo entero a través de

los siglos sin fin, era necesario que Satanás desarrollase más

ampliamente sus principios, para que todos los seres creados

pudiesen reconocer la naturaleza de sus acusaciones contra el

gobierno divino y para que la justicia y la misericordia de Dios y la

inmutabilidad de su ley quedasen establecidas para siempre.

La rebelión de Satanás había de ser una lección para el

universo a través de todos los siglos venideros, un testimonio

perpetuo acerca de la naturaleza del pecado y sus terribles

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consecuencias. Los resultados del gobierno de Satanás y sus efectos

sobre los ángeles y los hombres iban a demostrar qué resultado se

obtiene inevitablemente al desechar la autoridad divina. Iban a

atestiguar que la existencia del gobierno de Dios entraña el bienestar

de todos los seres que él creó. De esta manera la historia de este

terrible experimento de la rebelión iba a ser una perpetua

salvaguardia para todos los seres santos, para evitar que sean

engañados acerca de la naturaleza de la transgresión, para salvarlos

de cometer pecado y sufrir sus consecuencias.

El que gobierna en los cielos ve el fin desde el principio. Aquel

en cuya presencia los misterios del pasado y del futuro son

manifiestos, más allá de la angustia, las tinieblas y la ruina

provocadas por el pecado, contempla la realización de sus propios

designios de amor y bendición. Aunque haya "nube y oscuridad

alrededor de él: justicia y juicio son el asiento de su trono." Salmos

97:2. Y esto lo entenderán algún día todos los habitantes del

universo, tanto los leales como los desleales. "El es la Roca, cuya

obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud: Dios de

verdad, y ninguna iniquidad en él: es justo y recto." Deuteronomio

32:4.

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Capítulo 2

La creación

"Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el

ejército de ellos por el espíritu de su boca.... Porque él dijo, y fué

hecho; él mandó, y existió." "El fundó la tierra sobre sus basas; no

será jamás removida." Salmos 33:6, 9; 104:5.

Cuando salió de las manos del Creador, la tierra era sumamente

hermosa. La superficie presentaba un aspecto multiforme, con

montañas, colinas y llanuras, entrelazadas con magníficos ríos y

bellos lagos. Pero las colinas y las montañas no eran abruptas y

escarpadas, ni abundaban en ellas declives aterradores, ni abismos

espeluznantes como ocurre ahora; las agudas y ásperas cúspides de

la rocosa armazón de la tierra estaban sepultadas bajo un suelo fértil,

que producía por doquiera una frondosa vegetación verde. No había

repugnantes pantanos ni desiertos estériles. Agraciados arbustos y

delicadas flores saludaban la vista por dondequiera. Las alturas

estaban coronadas con árboles aun más imponentes que los que

existen ahora. El aire, limpio de impuros miasmas, era claro y

saludable. El paisaje sobrepujaba en hermosura los adornados

jardines del más suntuoso palacio de la actualidad. La hueste

angélica presenció la escena con deleite, y se regocijó en las

maravillosas obras de Dios.

Una vez creada la tierra con su abundante vida vegetal y

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animal, fué introducido en el escenario el hombre, corona de la

creación para quien la hermosa tierra había sido aparejada. A él se le

dió dominio sobre todo lo que sus ojos pudiesen mirar; pues, "dijo

Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra

semejanza; y señoree ... en toda la tierra. Y crió Dios al hombre a su

imagen,... varón y hembra los crió." Génesis 1:26, 27.

Aquí se expone con claridad el origen de la raza humana; y el

relato divino está tan claramente narrado que no da lugar a

conclusiones erróneas. Dios creó al hombre conforme a su propia

imagen. No hay en esto misterio. No existe fundamento alguno para

la suposición de que el hombre llegó a existir mediante un lento

proceso evolutivo de las formas bajas de la vida animal o vegetal.

Tales enseñanzas rebajan la obra sublime del Creador al nivel de las

mezquinas y terrenales concepciones humanas. Los hombres están

tan resueltos a excluir a Dios de la soberanía del universo que

rebajan al hombre y le privan de la dignidad de su origen. El que

colocó los mundos estrellados en la altura y coloreó con delicada

maestría las flores del campo, el que llenó la tierra y los cielos con

las maravillas de su potencia, cuando quiso coronar su gloriosa obra,

colocando a alguien para regir la hermosa tierra, supo crear un ser

digno de las manos que le dieron vida. La genealogía de nuestro

linaje, como ha sido revelada, no hace remontar su origen a una

serie de gérmenes, moluscos o cuadrúpedos, sino al gran Creador.

Aunque Adán fué formado del polvo, era el "hijo de Dios." Lucas

3:38 (VM).

Adán fué colocado como representante de Dios sobre los

20


órdenes de los seres inferiores. Estos no pueden comprender ni

reconocer la soberanía de Dios; sin embargo, fueron creados con

capacidad de amar y de servir al hombre. El salmista dice:

"Hicístelo enseñorear de las obras de tus manos; todo lo pusiste

debajo de sus pies: ... asimismo las bestias del campo; las aves de

los cielos, ... todo cuanto pasa por los senderos de la mar." Salmos

8:6-8.

El hombre había de llevar la imagen de Dios, tanto en la

semejanza exterior, como en el carácter. Sólo Cristo es "la misma

imagen" del Padre (Hebreos 1:3); pero el hombre fué creado a

semejanza de Dios. Su naturaleza estaba en armonía con la voluntad

de Dios. Su mente era capaz de comprender las cosas divinas. Sus

afectos eran puros, sus apetitos y pasiones estaban bajo el dominio

de la razón. Era santo y se sentía feliz de llevar la imagen de Dios y

de mantenerse en perfecta obediencia a la voluntad del Padre.

Cuando el hombre salió de las manos de su Creador, era de

elevada estatura y perfecta simetría. Su semblante llevaba el tinte

rosado de la salud y brillaba con la luz y el regocijo de la vida. La

estatura de Adán era mucho mayor que la de los hombres que

habitan la tierra en la actualidad. Eva era algo más baja de estatura

que Adán; no obstante, su forma era noble y plena de belleza. La

inmaculada pareja no llevaba vestiduras artificiales. Estaban

rodeados de una envoltura de luz y gloria, como la que rodea a los

ángeles. Mientras vivieron obedeciendo a Dios, este atavío de luz

continuó revistiéndolos.

21


Después de la creación de Adán, toda criatura viviente fué

traída ante su presencia para recibir un nombre; vió que a cada uno

se le había dado una compañera, pero entre todos ellos no había

"ayuda idónea para él." Entre todas las criaturas que Dios había

creado en la tierra, no había ninguna igual al hombre. "Y dijo

Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo, haréle ayuda

idónea para él." Génesis 2:18. El hombre no fué creado para que

viviese en la soledad; había de tener una naturaleza sociable. Sin

compañía, las bellas escenas y las encantadoras ocupaciones del

Edén no hubiesen podido proporcionarle perfecta felicidad. Aun la

comunión con los ángeles no hubiese podido satisfacer su deseo de

simpatía y compañía. No existía nadie de la misma naturaleza y

forma a quien amar y de quien ser amado.

Dios mismo dió a Adán una compañera. Le proveyó de una

"ayuda idónea para él," alguien que realmente le correspondía, una

persona digna y apropiada para ser su compañera y que podría ser

una sola cosa con él en amor y simpatía. Eva fué creada de una

costilla tomada del costado de Adán; este hecho significa que ella no

debía dominarle como cabeza, ni tampoco debía ser humillada y

hollada bajo sus plantas como un ser inferior, sino que más bien

debía estar a su lado como su igual, para ser amada y protegida por

él. Siendo parte del hombre, hueso de sus huesos y carne de su

carne, era ella su segundo yo; y quedaba en evidencia la unión

íntima y afectuosa que debía existir en esta relación. "Porque

ninguno aborreció jamás a su propia carne, antes la sustenta y

regala." "Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y

allegarse ha a su mujer, y serán una sola carne." Efesios 5:29;

22


Génesis 2:24.

Dios celebró la primera boda. De manera que la institución del

matrimonio tiene como su autor al Creador del universo. "Honroso

es en todos el matrimonio." Hebreos 13:4. Fué una de las primeras

dádivas de Dios al hombre, y es una de las dos instituciones que,

después de la caída, llevó Adán consigo al salir del paraíso. Cuando

se reconocen y obedecen los principios divinos en esta materia, el

matrimonio es una bendición: salvaguarda la felicidad y la pureza de

la raza, satisface ias necesidades sociales del hombre y eleva su

naturaleza física, intelectual y moral.

"Y había Jehová Dios plantado un huerto en Edén al oriente, y

puso allí al hombre que había formado." Génesis 2:8. Todo lo que

hizo Dios tenía la perfección de la belleza, y nada que contribuyese

a la felicidad de la santa pareja parecía faltar; sin embargo, el

Creador les dió todavía otra prueba de su amor, preparándoles

especialmente un huerto para que fuese su morada. En este huerto

había árboles de toda variedad, muchos de ellos cargados de

fragantes y deliciosas frutas. Había hermosas plantas trepadoras,

como vides, que presentaban un aspecto agradable y hermoso, con

sus ramas inclinadas bajo el peso de tentadora fruta de los más ricos

y variados matices. El trabajo de Adán y Eva debía consistir en

formar cenadores o albergues con las ramas de las vides, haciendo

así su propia morada con árboles vivos cubiertos de follaje y frutos.

Había en profusión y prodigalidad fragantes flores de todo matiz. En

medio del huerto estaba el árbol de la vida que aventajaba en gloria

y esplendor a todos los demás árboles. Sus frutos parecían manzanas

23


de oro y plata, y tenían el poder de perpetuar la vida.

La creación estaba ahora completa. "Y fueron acabados los

cielos y la tierra, y todo su ornamento." "Y vió Dios todo lo que

había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera." Génesis 2:1;

1:31. El Edén florecía en la tierra. Adán y Eva tenían libre acceso al

árbol de la vida. Ninguna mácula de pecado o sombra de muerte

desfiguraba la hermosa creación. "Las estrellas todas del alba

alababan, y se regocijaban todos los hijos de Dios." Job 38:7.

El gran Jehová había puesto los fundamentos de la tierra; había

vestido a todo el mundo con un manto de belleza, y había colmado

el mundo de cosas útiles para el hombre; había creado todas las

maravillas de la tierra y del mar. La gran obra de la creación fué

realizada en seis días. "Y acabó Dios en el día séptimo su obra que

hizo, y reposó el día séptimo de toda su obra que había hecho. Y

bendijo Dios al día séptimo, y santificólo, porque en él reposó de

toda su obra que había Dios creado y hecho." Génesis 2:2, 3. Dios

miró con satisfacción la obra de sus manos. Todo era perfecto, digno

de su divino Autor; y él descansó, no como quien estuviera fatigado,

sino satisfecho con los frutos de su sabiduría y bondad y con las

manifestaciones de su gloria.

Después de descansar el séptimo día, Dios lo santificó; es decir,

lo escogió y apartó como día de descanso para el hombre. Siguiendo

el ejemplo del Creador, el hombre había de reposar durante este

sagrado día, para que, mientras contemplara los cielos y la tierra,

pudiese reflexionar sobre la grandiosa obra de la creación de Dios; y

24


para que, mientras mirara las evidencias de la sabiduría y bondad de

Dios, su corazón se llenase de amor y reverencia hacia su Creador.

Al bendecir el séptimo día en el Edén, Dios estableció un

recordativo de su obra creadora. El sábado fué confiado y entregado

a Adán, padre y representante de toda la familia humana. Su

observancia había de ser un acto de agradecido reconocimiento de

parte de todos los que habitasen la tierra, de que Dios era su Creador

y su legítimo soberano, de que ellos eran la obra de sus manos y los

súbditos de su autoridad. De esa manera la institución del sábado era

enteramente conmemorativa, y fué dada para toda la humanidad. No

había nada en ella que fuese obscuro o que limitase su observancia a

un solo pueblo.

Dios vió que el sábado era esencial para el hombre, aun en el

paraíso. Necesitaba dejar a un lado sus propios intereses y

actividades durante un día de cada siete para poder contemplar más

de lleno las obras de Dios y meditar en su poder y bondad.

Necesitaba el sábado para que le recordase más vivamente la

existencia de Dios, y para que despertase su gratitud hacia él, pues

todo lo que disfrutaba y poseía procedía de la mano benéfica del

Creador.

Dios quiere que el sábado dirija la mente de los hombres hacia

la contemplación de las obras que él creó. La naturaleza habla a sus

sentidos, declarándoles que hay un Dios viviente, Creador y

supremo Soberano del universo. "Los cielos cuentan la gloria de

Dios, y la expansión denuncia la obra de sus manos. El un día emite

25


palabra al otro día, y la una noche a la otra noche declara sabiduría."

Salmos 19:1, 2. La belleza que cubre la tierra es una demostración

del amor de Dios. La podemos contemplar en las colinas eternas, en

los corpulentos árboles, en los capullos que se abren y en las

delicadas flores. Todas estas cosas nos hablan de Dios. El sábado,

señalando siempre hacia el que lo creó todo, manda a los hombres

que abran el gran libro de la naturaleza y escudriñen allí la

sabiduría, el poder y el amor del Creador.

Nuestros primeros padres, a pesar de que fueron creados

inocentes y santos, no fueron colocados fuera del alcance del

pecado. Dios los hizo entes morales libres, capaces de apreciar y

comprender la sabiduría y benevolencia de su carácter y la justicia

de sus exigencias, y les dejó plena libertad para prestarle o negarle

obediencia. Debían gozar de la comunión de Dios y de los santos

ángeles; pero antes de darles seguridad eterna, era menester que su

lealtad se pusiese a prueba. En el mismo principio de la existencia

del hombre se le puso freno al egoísmo, la pasión fatal que motivó la

caída de Satanás. El árbol del conocimiento, que estaba cerca del

árbol de la vida, en el centro del huerto, había de probar la

obediencia, la fe y el amor de nuestros primeros padres. Aunque se

les permitía comer libremente del fruto de todo otro árbol del huerto,

se les prohibía comer de éste, so pena de muerte. También iban a

estar expuestos a las tentaciones de Satanás; pero si soportaban con

éxito la prueba, serían colocados finalmente fuera del alcance de su

poder, para gozar del perpetuo favor de Dios.

Dios puso al hombre bajo una ley, como condición

26


indispensable para su propia existencia. Era súbdito del gobierno

divino, y no puede existir gobierno sin ley. Dios pudo haber creado

al hombre incapaz de violar su ley; pudo haber detenido la mano de

Adán para que no tocara el fruto prohibido, pero en ese caso el

hombre hubiese sido, no un ente moral libre, sino un mero autómata.

Sin libre albedrío, su obediencia no habría sido voluntaria, sino

forzada. No habría sido posible el desarrollo de su carácter.

Semejante procedimiento habría sido contrario al plan que Dios

seguía en su relación con los habitantes de los otros mundos.

Hubiese sido indigno del hombre como ser inteligente, y hubiese

dado base a las acusaciones de Satanás, de que el gobierno de Dios

era arbitrario.

Dios hizo al hombre recto; le dió nobles rasgos de carácter, sin

inclinación hacia lo malo. Le dotó de elevadas cualidades

intelectuales, y le presentó los más fuertes atractivos posibles para

inducirle a ser constante en su lealtad. La obediencia, perfecta y

perpetua, era la condición para la felicidad eterna. Cumpliendo esta

condición, tendría acceso al árbol de la vida.

El hogar de nuestros primeros padres había de ser un modelo

para cuando sus hijos saliesen a ocupar la tierra. Ese hogar,

embellecido por la misma mano de Dios, no era un suntuoso

palacio. Los hombres, en su orgullo, se deleitan en tener magníficos

y costosos edificios y se enorgullecen de las obras de sus propias

manos; pero Dios puso a Adán en un huerto. Esta fué su morada.

Los azulados cielos le servían de techo; la tierra, con sus delicadas

flores y su alfombra de animado verdor, era su piso; y las ramas

27


frondosas de los hermosos árboles le servían de dosel. Sus paredes

estaban engalanadas con los adornos más esplendorosos, que eran

obra de la mano del sumo Artista.

En el medio en que vivía la santa pareja, había una lección para

todos los tiempos; a saber, que la verdadera felicidad se encuentra,

no en dar rienda suelta al orgullo y al lujo, sino en la comunión con

Dios por medio de sus obras creadas. Si los hombres pusiesen

menos atención en lo superficial y cultivasen más la sencillez,

cumplirían con mayor plenitud los designios que tuvo Dios al

crearlos. El orgullo y la ambición jamás se satisfacen, pero aquellos

que realmente son inteligentes encontrarán placer verdadero y

elevado en las fuentes de gozo que Dios ha puesto al alcance de

todos.

A los moradores del Edén se les encomendó el cuidado del

huerto, para que lo labraran y lo guardasen. Su ocupación no era

cansadora, sino agradable y vigorizadora. Dios dió el trabajo como

una bendición con que el hombre ocupara su mente, fortaleciera su

cuerpo y desarrollara sus facultades. En la actividad mental y física,

Adán encontró uno de los placeres más elevados de su santa

existencia. Cuando, como resultado de su desobediencia, fué

expulsado de su bello hogar, y cuando, para ganarse el pan de cada

día, fué forzado a luchar con una tierra obstinada, ese mismo

trabajo, aunque muy distinto de su agradable ocupación en el huerto,

le sirvió de salvaguardia contra la tentación y como fuente de

felicidad.

28


Están en gran error los que consideran el trabajo como una

maldición, si bien éste lleva aparejados dolor y fatiga. A menudo los

ricos miran con desdén a las clases trabajadoras; pero esto está

enteramente en desacuerdo con los designios de Dios al crear al

hombre. ¿Qué son las riquezas del más opulento en comparación

con la herencia dada al señorial Adán? Sin embargo, éste no había

de estar ocioso. Nuestro Creador, que sabe lo que constituye la

felicidad del hombre, señaló a Adán su trabajo. El verdadero

regocijo de la vida lo encuentran sólo los hombres y las mujeres que

trabajan. Los ángeles trabajan diligentemente; son ministros de Dios

en favor de los hijos de los hombres. En el plan del Creador, no

cabía la práctica de la indolencia que estanca al hombre.

Mientras permaneciesen leales a Dios, Adán y su compañera

iban a ser los señores de la tierra. Recibieron dominio ilimitado

sobre toda criatura viviente. El león y la oveja triscaban

pacíficamente a su alrededor o se echaban junto a sus pies. Los

felices pajarillos revoloteaban alrededor de ellos sin temor alguno; y

cuando sus alegres trinos ascendían alabando a su Creador, Adán y

Eva se unían a ellos en acción de gracias al Padre y al Hijo.

La santa pareja eran no sólo hijos bajo el cuidado paternal de

Dios, sino también estudiantes que recibían instrucción del

omnisciente Creador. Eran visitados por los ángeles, y se gozaban

en la comunión directa con su Creador, sin ningún velo

obscurecedor de por medio. Se sentían pletóricos del vigor que

procedía del árbol de la vida y su poder intelectual era apenas un

poco menor que el de los ángeles. Los misterios del universo visible,

29


"las maravillas del Perfecto en sabiduría" (Job 37:16), les

suministraban una fuente inagotable de instrucción y placer. Las

leyes y los procesos de la naturaleza, que han sido objeto del estudio

de los hombres durante seis mil años, fueron puestos al alcance de

sus mentes por el infinito Forjador y Sustentador de todo. Se

entretenían con las hojas, las flores y los árboles, descubriendo en

cada uno de ellos los secretos de su vida. Toda criatura viviente era

familiar para Adán, desde el poderoso leviatán que juega entre las

aguas hasta el más diminuto insecto que flota en el rayo del sol. A

cada uno le había dado nombre y conocía su naturaleza y sus

costumbres. La gloria de Dios en los cielos, los innumerables

mundos en sus ordenados movimientos, "las diferencias de las

nubes" (Job 37:16), los misterios de la luz y del sonido, de la noche

y el día, todo estaba al alcance de la comprensión de nuestros

primeros padres. El nombre de Dios estaba escrito en cada hoja del

bosque, y en cada piedra de la montaña, en cada brillante estrella, en

la tierra, en el aire y en los cielos. El orden y la armonía de la

creación les hablaba de una sabiduría y un poder infinitos.

Continuamente descubrían algo nuevo que llenaba su corazón del

más profundo amor, y les arrancaba nuevas expresiones de gratitud.

Mientras permaneciesen fieles a la divina ley, su capacidad de

saber, gozar y amar aumentaría continuamente. Constantemente

obtendrían nuevos tesoros de sabiduría, descubriendo frescos

manantiales de felicidad, y obteniendo un concepto cada vez más

claro del inconmensurable e infalible amor de Dios.

30


Capítulo 3

La tentación y la caída

No SIÉNDOLE posible continuar con su rebelión en el cielo,

Satanás halló un nuevo campo de acción para su enemistad contra

Dios, al tramar la ruina de la raza humana. Vió en la felicidad y en

la paz que la santa pareja gozaba en el Edén el deleite que él había

perdido para siempre. Estimulado por la envidia, resolvió inducirlos

a desobedecer y atraer sobre sí la culpa y el castigo del pecado.

Trataría de cambiar su amor en desconfianza, y sus cantos de

alabanza en oprobio para su Creador. De esta manera no sólo

arrojaría a estos inocentes seres en la desgracia en que él mismo se

encontraba, sino que también ocasionaría deshonra para Dios y

pesar en los cielos.

A nuestros primeros padres no dejó de advertírseles el peligro

que les amenazaba. Mensajeros celestiales acudieron a presentarles

la historia de la caída de Satanás y sus maquinaciones para

destruirlos; para lo cual les explicaron ampliamente la naturaleza del

gobierno divino, que el príncipe del mal trataba de derrocar. Fué la

desobediencia a los justos mandamientos de Dios lo que ocasionó la

caída de Satanás y sus huestes. Cuán importante era, entonces, que

Adán y Eva honrasen aquella ley, único medio por el cual es posible

mantener el orden y la equidad.

La ley de Dios es tan santa como él mismo. Es la revelación de

31


su voluntad, el reflejo de su carácter, y la expresión de su amor y

sabiduría. La armonía de la creación depende del perfecto acuerdo

de todos los seres y las cosas, animadas e inanimadas, con la ley del

Creador. No sólo ha dispuesto Dios leyes para el gobierno de los

seres vivientes, sino también para todas las operaciones de la

naturaleza. Todo obedece a leyes fijas, que no pueden eludirse. Pero

mientras que en la naturaleza todo está gobernado por leyes

naturales, solamente el hombre, entre todos los moradores de la

tierra, está sujeto a la ley moral. Al hombre, obra maestra de la

creación, Dios le dio la facultad de comprender sus requerimientos,

para que reconociese la justicia y la benevolencia de su ley y su

sagrado derecho sobre él; y del hombre se exige una respuesta

obediente. obedece a leyes fijas, que no pueden eludirse. Pero

mientras que en la naturaleza todo está gobernado por leyes

naturales, solamente el hombre, entre todos los moradores de la

tierra, está sujeto a la ley moral. Al hombre, obra maestra de la

creación, Dios le dió la facultad de comprender sus requerimientos,

para que reconociese la justicia y la benevolencia de su ley y su

sagrado derecho sobre él; y del hombre se exige una respuesta

obediente.

Como los ángeles, los moradores del Edén habían de ser

probados. Sólo podían conservar su feliz estado si eran fieles a la ley

del Creador. Podían obedecer y vivir, o desobedecer y perecer. Dios

los había colmado de ricas bendiciones; pero si ellos

menospreciaban su voluntad, Aquel que no perdonó a los ángeles

que pecaron no los perdonaría a ellos tampoco: la transgresión los

privaría de todos sus dones, y les acarrearía desgracia y ruina.

32


Los ángeles amonestaron a Adán y a Eva a que estuviesen en

guardia contra las argucias de Satanás; porque sus esfuerzos por

tenderles una celada serían infatigables. Mientras fuesen obedientes

a Dios, el maligno no podría perjudicarles; pues, si fuese necesario,

todos los ángeles del cielo serían enviados en su ayuda. Si ellos

rechazaban firmemente sus primeras insinuaciones, estarían tan

seguros como los mismos mensajeros celestiales. Pero si cedían a la

tentación, su naturaleza se depravaría, y no tendrían en sí mismos

poder ni disposición para resistir a Satanás.

El árbol de la sabiduría había sido puesto como una prueba de

su obediencia y de su amor a Dios. El Señor había decidido

imponerles una sola prohibición tocante al uso de lo que había en el

huerto. Si menospreciaban su voluntad en este punto especial, se

harían culpables de transgresión. Satanás no los seguiría

continuamente con sus tentaciones; sólo podría acercarse a ellos

junto al árbol prohibido. Si ellos trataban de investigar la naturaleza

de este árbol, quedarían expuestos a sus engaños. Se les aconsejó

que prestasen atención cuidadosa a la amonestación que Dios les

había enviado, y que se conformasen con las instrucciones que él

había tenido a bien darles.

Para conseguir lo que quería sin ser advertido, Satanás escogió

como medio a la serpiente, disfraz bien adecuado para su proyecto

de engaño. La serpiente era en aquel entonces uno de los seres más

inteligentes y bellos de la tierra. Tenía alas, y cuando volaba

presentaba una apariencia deslumbradora, con el color y el brillo del

33


oro bruñido. Posada en las cargadas ramas del árbol prohibido,

mientras comía su delicioso fruto, cautivaba la atención y deleitaba

la vista que la contemplaba. Así, en el huerto de paz, el destructor

acechaba su presa.

Los ángeles habían prevenido a Eva que tuviese cuidado de no

separarse de su esposo mientras éste estaba ocupado en su trabajo

cotidiano en el huerto; estando con él correría menos peligro de caer

en tentación que estando sola. Pero distraída en sus agradables

labores, inconscientemente se alejó del lado de su esposo. Al verse

sola, tuvo un presentimiento del peligro, pero desechó sus temores,

diciéndose a sí misma que tenía suficiente sabiduría y poder para

comprender el mal y resistirlo. Desdeñando la advertencia de los

ángeles, muy pronto se encontró extasiada, mirando con curiosidad

y admiración el árbol prohibido. El fruto era bello, y se preguntaba

por qué Dios se lo había vedado. Esta fué la oportunidad de Satanás.

Como discerniendo sus pensamientos, se dirigió a ella diciendo:

"¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?"

Véase Génesis 3.

Eva quedó sorprendida y espantada al oír el eco de sus

pensamientos. Pero, con voz melodiosa, la serpiente siguió con

sutiles alabanzas de su hermosura; y sus palabras no fueron

desagradables a Eva. En lugar de huir de aquel lugar, permaneció en

él, maravillada de oír hablar a la serpiente. Si se hubiese dirigido a

ella un ser como los ángeles, hubiera sentido temor; pero no se

imaginó que la encantadora serpiente pudiera convertirse en

instrumento del enemigo caído.

34


A la capciosa pregunta de Satanás, Eva contestó: "Del fruto de

los árboles del huerto comemos; mas del fruto del árbol que está en

medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, porque

no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; mas

sabe Dios que el día que comiereis de él, serán abiertos vuestros

ojos, y seréis como dioses sabiendo el bien y el mal."

Le dijo que al comer del fruto de este árbol, alcanzarían una

esfera de existencia más elevada y entrarían en un campo de

sabiduría más amplio. Añadió que él mismo había comido de ese

fruto prohibido y como resultado había adquirido el don de la

palabra. Insinuó que por egoísmo el Señor no quería que comiesen

del fruto, pues entonces se elevarían a la igualdad con él. Manifestó

Satanás que Dios les había prohibido que gustasen del fruto de aquel

árbol o que lo tocasen, debido a las maravillosas propiedades que

tenía de dar sabiduría y poder. El tentador afirmó que jamás llegaría

a cumplirse la divina advertencia; que les fué hecha meramente para

intimidarlos. ¿Cómo sería posible que ellos muriesen? ¿No habían

comido del árbol de la vida? Agregó el tentador que Dios estaba

tratando de impedirles alcanzar un desarrollo superior y mayor

felicidad.

Tal ha sido la labor que Satanás ha llevado adelante con gran

éxito, desde los días de Adán hasta el presente. Tienta a los hombres

a desconfiar del amor de Dios y a dudar de su sabiduría.

Constantemente pugna por despertar en los seres humanos un

espíritu de curiosidad irreverente, un inquieto e inquisitivo deseo de

35


penetrar en los inescrutables secretos del poder y la sabiduría de

Dios. En sus esfuerzos por escudriñar aquello que Dios tuvo a bien

ocultarnos, muchos pasan por alto las verdades eternas que nos ha

revelado y que son esenciales para nuestra salvación. Satanás induce

a los hombres a la desobediencia llevándoles a creer que entran en

un admirable campo de conocimiento. Pero todo esto es un engaño.

Ensoberbecidos por sus ideas de progreso, pisotean los

requerimientos de Dios, caminando por la ruta que los lleva a la

degradación y a la muerte.

Satanás hizo creer a la santa pareja que ellos se beneficiarían

violando la ley de Dios. ¿No oímos hoy día razonamientos

semejantes? Muchos hablan de la estrechez de los que obedecen los

mandamientos de Dios, mientras pretenden tener ideas más amplias

y gozar de mayor libertad. ¿Qué es esto sino el eco de la voz del

Edén: "El día que comiereis de él," es decir, el día que violareis el

divino mandamiento, "seréis como dioses"? Satanás aseveró haber

recibido grandes beneficios por haber comido del fruto prohibido,

pero nunca dejó ver que por la transgresión había sido desechado del

cielo. Aunque había comprobado que el pecado acarrea una pérdida

infinita, ocultó su propia desgracia para atraer a otros a la misma

situación. Así también el pecador trata de disfrazar su verdadero

carácter; puede pretender ser santo, pero su elevada profesión sólo

hace de él un embaucador tanto más peligroso. Está del lado de

Satanás y al hollar la ley de Dios e inducir a otros a hacer lo mismo,

los lleva hacia la ruina eterna.

Eva creyó realmente las palabras de Satanás, pero esta creencia

36


no la salvó de la pena del pecado. No creyó en las palabras de Dios,

y esto la condujo a su caída. En el juicio final, los hombres no serán

condenados porque creyeron concienzudamente una mentira, sino

porque no creyeron la verdad, porque descuidaron la oportunidad de

aprender la verdad. No obstante los sofismas con que Satanás trata

de establecer lo contrario, siempre es desastroso desobedecer a Dios.

Debemos aplicar nuestros corazones a buscar la verdad. Todas las

lecciones que Dios mandó registrar en su Palabra son para nuestra

advertencia e instrucción. Fueron escritas para salvarnos del engaño.

El descuidarlas nos traerá la ruina. Podemos estar seguros de que

todo lo que contradiga la Palabra de Dios procede de Satanás.

La serpiente tomó del fruto del árbol prohibido y lo puso en las

manos vacilantes de Eva. Entonces le recordó sus propias palabras

referentes a que Dios les había prohibido tocarlo, a pena de muerte.

Le manifestó que no recibiría más daño de comer el fruto que de

tocarlo. No experimentando ningún mal resultado por lo que había

hecho, Eva se atrevió a más. Vió "que el árbol era bueno para

comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para

alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió." Era agradable al

paladar, y a medida que comía, parecía sentir una fuerza vivificante,

y se figuró que entraba en un estado más elevado de existencia. Sin

temor, tomó el fruto y lo comió.

Y ahora, habiendo pecado, ella se convirtió en el agente de

Satanás para labrar la ruina de su esposo. Con extraña y anormal

excitación, y con las manos llenas del fruto prohibido, lo buscó y le

relató todo lo que había ocurrido.

37


Una expresión de tristeza cubrió el rostro de Adán. Quedó

atónito y alarmado. A las palabras de Eva contestó que ése debía ser

el enemigo contra quien se los había prevenido; y que conforme a la

sentencia divina ella debía morir. En contestación, Eva le instó a

comer, repitiendo el aserto de la serpiente de que no morirían. Alegó

que las palabras de la serpiente debían ser ciertas puesto que no

sentía ninguna evidencia del desagrado de Dios; sino que, al

contrario, experimentaba una deliciosa y alborozante influencia, que

conmovía todas sus facultades con una nueva vida, que le parecía

semejante a la que inspiraba a los mensajeros celestiales.

Adán comprendió que su compañera había violado el

mandamiento de Dios, menospreciando la única prohibición que les

había sido puesta como una prueba de su fidelidad y amor. Se desató

una terrible lucha en su mente. Lamentó haber dejado a Eva

separarse de su lado. Pero ahora el error estaba cometido; debía

separarse de su compañía, que le había sido de tanto gozo. ¿Cómo

podría hacer eso?

Adán había gozado el compañerismo de Dios y de los santos

ángeles. Había contemplado la gloria del Creador. Comprendía el

elevado destino que aguardaba al linaje humano si los hombres

permanecían fieles a Dios. Sin embargo, se olvidó de todas estas

bendiciones ante el temor de perder el don que apreciaba más que

todos los demás. El amor, la gratitud y la lealtad al Creador, todo fué

sofocado por amor a Eva. Ella era parte de sí mismo, y Adán no

podía soportar la idea de una separación. No alcanzó a comprender

38


que el mismo Poder infinito que lo había creado del polvo de la

tierra y hecho de él un ser viviente de hermosa forma y que, como

demostración de su amor, le había dado una compañera, podía muy

bien proporcionarle otra. Adán resolvió compartir la suerte de Eva;

si ella debía morir, él moriría con ella. Al fin y al cabo, se dijo

Adán, ¿no podrían ser verídicas las palabras de la sabia serpiente?

Eva estaba ante él, tan bella y aparentemente tan inocente como

antes de su desobediencia. Le expresaba mayor amor que antes.

Ninguna señal de muerte se notaba en ella, y así decidió hacer frente

a las consecuencias. Tomó el fruto y lo comió apresuradamente.

Después de su transgresión, Adán se imaginó al principio que

entraba en un plano superior de existencia. Pero pronto la idea de su

pecado le llenó de terror. El aire que hasta entonces había sido de

temperatura suave y uniforme pareció enfriar los cuerpos de la

culpable pareja. El amor y la paz que habían disfrutado desapareció,

y en su lugar sintieron el remordimiento del pecado, el temor al

futuro y la desnudez del alma. El manto de luz que los había

cubierto desapareció, y para reemplazarlo hicieron delantales;

porque no podían presentarse desnudos a la vista de Dios y los

santos ángeles.

Ahora comenzaron a ver el verdadero carácter de su pecado.

Adán increpó a su compañera por su locura de apartarse de su lado y

dejarse engañar por la serpiente; pero ambos presumían que Aquel

que les había dado tantas muestras de su amor perdonaría esa sola y

única transgresión, o que no se verían sometidos al castigo tan

terrible que habían temido.

39


Satanás se regocijó de su triunfo. Había tentado a la mujer a

desconfiar del amor de Dios, a dudar de su sabiduría, y a violar su

ley; y por su medio, causar la caída de Adán.

Pero el gran Legislador iba a dar a conocer a Adán y a Eva las

consecuencias de su pecado. La presencia divina se manifestó en el

huerto. En su anterior estado de inocencia y santidad solían dar

alegremente la bienvenida a la presencia de su Creador; pero ahora

huyeron aterrorizados, y se escondieron en el lugar más apartado del

huerto. "Y llamó Jehová Dios al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?

Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba

desnudo; y escondíme. Y díjole: ¿Quién te enseñó que estabas

desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?"

Adán no podía negar ni disculpar su pecado; pero en vez de

mostrar arrepentimiento, culpó a su esposa, y de esa manera al

mismo Dios: "La mujer que me diste por compañera me dió del

árbol, y yo comí." El que por amor a Eva había escogido

deliberadamente perder la aprobación de Dios, su hogar en el

paraíso y una vida de eterno regocijo, ahora después de su caída

culpó de su transgresión a su compañera y aun a su mismo Creador.

Tan terrible es el poder del pecado.

Cuando la mujer fué interrogada: "¿Qué es lo que has hecho?"

contestó: "La serpiente me engañó, y comí." "¿Por qué creaste la

serpiente? ¿Por qué la dejaste entrar en Edén?" Estas eran las

preguntas implícitas en sus disculpas por su pecado. Así como

40


Adán, ella culpó a Dios por su caída. El espíritu de autojustificación

se originó en el padre de la mentira; lo manifestaron nuestros

primeros padres tan pronto como se sometieron a la influencia de

Satanás, y se ha visto en todos los hijos e hijas de Adán. En vez de

confesar humildemente su pecado, tratan de justificarse culpando a

otros, a las circunstancias, a Dios, y hasta murmuran contra las

bendiciones divinas.

El Señor sentenció entonces a la serpiente: "Por cuanto esto

hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los

animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos

los días de tu vida." Puesto que la serpiente había sido el

instrumento de Satanás, compartiría con él la pena del juicio divino.

Después de ser la más bella y admirada criatura del campo, iba a ser

la más envilecida y detestada de todas, temida y odiada tanto por el

hombre como por los animales. Las palabras dichas a la serpiente se

aplican directamente al mismo Satanás y señalan su derrota y

destrucción final: "Y enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu

simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le

herirás en el calcañar."

A Eva se le habló de la tristeza y los dolores que sufriría. Y el

Señor dijo: "A tu marido será tu deseo, y él se enseñoreará de ti." En

la creación Dios la había hecho igual a Adán. Si hubiesen

permanecido obedientes a Dios, en concordancia con su gran ley de

amor, siempre hubieran estado en mutua armonía; pero el pecado

había traído discordia, y ahora la unión y la armonía podían

mantenerse sólo mediante la sumisión del uno o del otro. Eva había

41


sido la primera en pecar, había caído en tentación por haberse

separado de su compañero, contrariando la instrucción divina. Adán

pecó a sus instancias, y ahora ella fué puesta en sujeción a su

marido. Si los principios prescritos por la ley de Dios hubieran sido

apreciados por la humanidad caída, esta sentencia, aunque era

consecuencia del pecado, hubiera resultado en bendición para ellos;

pero el abuso de parte del hombre de la supremacía que se le dió, a

menudo ha hecho muy amarga la suerte de la mujer y ha convertido

su vida en una carga.

Junto a su esposo, Eva había sido perfectamente feliz en su

hogar edénico; pero, a semejanza de las inquietas Evas modernas, se

lisonjeaba con ascender a una esfera superior a la que Dios le había

designado. En su afán de subir más allá de su posición original,

descendió a un nivel más bajo. Resultado similar alcanzarán las

mujeres que no están dispuestas a cumplir alegremente los deberes

de su vida de acuerdo al plan de Dios. En su esfuerzo por alcanzar

posiciones para las cuales Dios no las ha preparado, muchas están

dejando vacío el lugar donde podrían ser una bendición. En su deseo

de lograr una posición más elevada, muchas han sacrificado su

verdadera dignidad femenina y la nobleza de su carácter, y han

dejado sin hacer la obra misma que el Cielo les señaló.

Dios manifestó a Adán: "Por cuanto obedeciste a la voz de tu

mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo, No comerás de

él; maldita será la tierra por amor de ti; con dolor comerás de ella

todos los días de tu vida; espinos y cardos te producirá, y comerás

hierba del campo; en el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que

42


vuelvas a la tierra; porque de ella fuiste tomado: pues polvo eres, y

al polvo serás tornado."

Era voluntad de Dios que la inmaculada pareja no conociese

absolutamente nada de lo malo. Les había dado abundantemente el

bien, y vedado el mal. Pero, contra su mandamiento, habían comido

del fruto prohibido, y ahora continuarían comiéndolo y conocerían

el mal todos los días de su vida. Desde entonces el linaje humano

sufriría las asechanzas de Satanás. En lugar de las agradables

labores que se les habían asignado hasta entonces, la ansiedad y el

trabajo serían su suerte. Estarían sujetos a desengaños, aflicciones,

dolor, y al fin, a la muerte.

Bajo la maldición del pecado, toda la naturaleza daría al

hombre testimonio del carácter y las consecuencias de la rebelión

contra Dios. Cuando Dios creó al hombre lo hizo señor de toda la

tierra y de cuantos seres la habitaban. Mientras Adán permaneció

leal a Dios, toda la naturaleza se mantuvo bajo su señorío. Pero

cuando se rebeló contra la ley divina, las criaturas inferiores se

rebelaron contra su dominio. Así el Señor, en su gran misericordia,

quiso enseñar al hombre la santidad de su ley e inducirle a ver por su

propia experiencia el peligro de hacerla a un lado, aun en lo más

mínimo.

La vida de trabajo y cuidado, que en lo sucesivo sería el destino

del hombre, le fué asignada por amor a él. Era una disciplina que su

pecado había hecho necesaria para frenar la tendencia a ceder a los

apetitos y las pasiones y para desarrollar hábitos de dominio propio.

43


Era parte del gran plan de Dios para rescatar al hombre de la ruina y

la degradación del pecado.

La advertencia hecha a nuestros primeros padres: "Porque el

día que de él comieres, morirás" (Génesis 2:17), no significaba que

morirían el mismo día en que comiesen del fruto prohibido, sino que

ese día sería dictada la irrevocable sentencia. La inmortalidad les

había sido prometida bajo condición de que fueran obedientes; pero

mediante la transgresión perderían su derecho a la vida eterna. El

mismo día en que pecaran serían condenados a muerte.

Para que poseyera una existencia sin fin, el hombre debía

continuar comiendo del árbol de la vida. Privado de este alimento,

vería su vitalidad disminuir gradualmente hasta extinguirse la vida.

Era el plan de Satanás que Adán y Eva desagradasen a Dios

mediante su desobediencia; y esperaba que luego, sin obtener

perdón, siguiesen comiendo del árbol de la vida, y perpetuasen así

una vida de pecado y miseria. Pero después de la caída, se

encomendó a los santos ángeles que custodiaran el árbol de la vida.

Estos ángeles estaban rodeados de rayos luminosos semejantes a

espadas resplandecientes. A ningún miembro de la familia de Adán

se le permitió traspasar esa barrera para comer del fruto de la vida;

de ahí que no exista pecador inmortal.

La ola de angustia que siguió a la transgresión de nuestros

primeros padres es considerada por muchos como un castigo

demasiado severo para un pecado tan insignificante; y ponen en tela

de juicio la sabiduría y la justicia de Dios en su trato con el hombre.

44


Pero si estudiasen más profundamente el asunto, podrían discernir

su error. Dios creó al hombre a su semejanza, libre de pecado. La

tierra debía ser poblada con seres algo inferiores a los ángeles; pero

debía probarse su obediencia; pues Dios no había de permitir que el

mundo se llenara de seres que menospreciasen su ley. No obstante,

en su gran misericordia, no señaló a Adán una prueba severa. La

misma levedad de la prohibición hizo al pecado sumamente grave.

Si Adán no pudo resistir la prueba más ínfima, tampoco habría

podido resistir una mayor, si se le hubiesen confiado

responsabilidades más importantes.

Si Adán hubiese sido sometido a una prueba mayor, entonces

aquellos cuyos corazones se inclinan hacia lo malo se hubiesen

disculpado diciendo: "Esto es algo insignificante, y Dios no es

exigente en las cosas pequeñas." Y así hubiera habido continuas

transgresiones en las cosas aparentemente pequeñas, que pasan sin

censura entre los hombres. Pero Dios indicó claramente que el

pecado en cualquier grado le es ofensivo.

A Eva le pareció de poca importancia desobedecer a Dios al

probar el fruto del árbol prohibido y al tentar a su esposo a que

pecara también; pero su pecado inició la inundación del dolor sobre

el mundo. ¿Quién puede saber, en el momento de la tentación, las

terribles consecuencias de un solo mal paso?

Muchos que enseñan que la ley de Dios no es obligatoria para

el hombre, alegan que es imposible obedecer sus preceptos. Pero si

eso fuese cierto, ¿por qué sufrió Adán el castigo por su pecado? El

45


pecado de nuestros primeros padres trajo sobre el mundo la culpa y

la angustia, y si no se hubiesen manifestado la misericordia y la

bondad de Dios, la raza humana se habría sumido en irremediable

desesperación. Nadie se engañe. "La paga del pecado es muerte."

Romanos 6:23. La ley de Dios no puede violarse ahora más

impunemente que cuando se pronunció la sentencia contra el padre

de la humanidad.

Después de su pecado, Adán y Eva no pudieron seguir

morando en el Edén. Suplicaron fervientemente a Dios que les

permitiese permanecer en el hogar de su inocencia y regocijo.

Confesaron que habían perdido todo derecho a aquella feliz morada,

y prometieron prestar estricta obediencia a Dios en el futuro. Pero se

les dijo que su naturaleza se había depravado por el pecado, que

había disminuido su poder para resistir al mal, y que habían abierto

la puerta para qué Satanás tuviera más fácil acceso a ellos. Si siendo

inocentes habían cedido a la tentación; ahora, en su estado de

consciente culpabilidad, tendrían menos fuerza para mantener su

integridad.

Con humildad e inenarrable tristeza se despidieron de su bello

hogar, y fueron a morar en la tierra, sobre la cual descansaba la

maldición del pecado. La atmósfera, de temperatura antes tan suave

y uniforme, estaba ahora sujeta a grandes cambios, y

misericordiosamente, el Señor les proveyó de vestidos de pieles para

protegerlos de los extremos del calor y del frío.

Cuando vieron en la caída de las flores y las hojas los primeros

46


signos de la decadencia, Adán y su compañera se apenaron más

profundamente de lo que hoy se apenan los hombres que lloran a sus

muertos. La muerte de las delicadas y frágiles flores fué en realidad

un motivo de tristeza; pero cuando los bellos árboles dejaron caer

sus hojas, la escena les recordó vivamente la fría realidad de que la

muerte es el destino de todo lo que tiene vida.

El huerto del Edén permaneció en la tierra mucho tiempo

después que el hombre fuera expulsado de sus agradables senderos.

Véase Génesis 4:16. Durante mucho tiempo después, se le permitió

a la raza caída contemplar de lejos el hogar de la inocencia, cuya

entrada estaba vedada por los vigilantes ángeles. En la puerta del

paraíso, custodiada por querubines, se revelaba la gloria divina.*

Allí iban Adán y sus hijos a adorar a Dios. Allí renovaban sus votos

de obediencia a aquella ley cuya transgresión los había arrojado del

Edén. Cuando la ola de iniquidad cubrió al mundo, y la maldad de

los hombres trajo su destrucción por medio del diluvio, la mano que

había plantado el Edén lo quitó de la tierra. Pero en la final

restitución, cuando haya "un cielo nuevo, y una tierra nueva"

(Apocalipsis 21:1), ha de ser restaurado más gloriosamente

embellecido que al principio.

Entonces los que hayan guardado los mandamientos de Dios

respirarán llenos de inmortal vigor bajo el árbol de la vida; y al

través de las edades sin fin los habitantes de los mundos sin pecado

contemplarán en aquel huerto de delicias un modelo de la perfecta

obra de la creación de Dios, incólume de la maldición del pecado,

una muestra de lo que toda la tierra hubiera llegado a ser si el

47


hombre hubiera cumplido el glorioso plan de Dios.

48


Capítulo 4

El plan de redención

La caída del hombre llenó todo el cielo de tristeza. El mundo

que Dios había hecho quedaba mancillado por la maldición del

pecado, y habitado por seres condenados a la miseria y a la muerte.

Parecía no existir escapatoria para aquellos que habían quebrantado

la ley. Los ángeles suspendieron sus himnos de alabanza. Por todos

los ámbitos de los atrios celestiales, había lamentos por la ruina que

el pecado había causado.

El Hijo de Dios, el glorioso Soberano del cielo, se conmovió de

compasión por la raza caída. Una infinita misericordia conmovió su

corazón al evocar las desgracias de un mundo perdido. Pero el amor

divino había concebido un plan mediante el cual el hombre podría

ser redimido. La quebrantada ley de Dios exigía la vida del pecador.

En todo el universo sólo existía uno que podía satisfacer sus

exigencias en lugar del hombre. Puesto que la ley divina es tan

sagrada como el mismo Dios, sólo uno igual a Dios podría expiar su

transgresión. Ninguno sino Cristo podía salvar al hombre de la

maldición de la ley, y colocarlo otra vez en armonía con el Cielo.

Cristo cargaría con la culpa y la vergüenza del pecado, que era algo

tan abominable a los ojos de Dios que iba a separar al Padre y su

Hijo. Cristo descendería a la profundidad de la desgracia para

rescatar la raza caída.

49


Cristo intercedió ante el Padre en favor del pecador, mientras la

hueste celestial esperaba los resultados con tan intenso interés que la

palabra no puede expresarlo. Mucho tiempo duró aquella misteriosa

conversación, el "consejo de paz" (Zacarías 6:13) en favor del

hombre caído. El plan de la salvación había sido concebido antes de

la creación del mundo; pues Cristo es "el Cordero, el cual fué

muerto desde el principio del mundo." Apocalipsis 13:8. Sin

embargo, fué una lucha, aun para el mismo Rey del universo,

entregar a su Hijo a la muerte por la raza culpable. Pero, "de tal

manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para

que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna."

Juan 3:16. ¡Oh, el misterio de la redención! ¡El amor de Dios hacia

un mundo que no le amaba! ¿Quién puede comprender la

profundidad de ese amor "que excede a todo conocimiento"? Al

través de los siglos sin fin, las mentes inmortales, tratando de

entender el misterio de ese incomprensible amor, se maravillarán y

adorarán a Dios.

Dios se iba a manifestar en Cristo, "reconciliando el mundo a

sí." 2 Corintios 5:19. El hombre se había envilecido tanto por el

pecado que le era imposible por sí mismo ponerse en armonía con

Aquel cuya naturaleza es bondad y pureza. Pero después de haber

redimido al mundo de la condenación de la ley, Cristo podría

impartir poder divino al esfuerzo humano. Así, mediante el

arrepentimiento ante Dios y la fe en Cristo, los caídos hijos de Adán

podrían convertirse nuevamente en "hijos de Dios." 1 Juan 3:2.

El único plan que podía asegurar la salvación del hombre

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afectaba a todo el cielo en su infinito sacrificio. Los ángeles no

podían regocijarse mientras Cristo les explicaba el plan de

redención, pues veían que la salvación del hombre iba a costar

indecible angustia a su amado Jefe. Llenos de asombro y pesar, le

escucharon cuando les dijo que debería bajar de la pureza, paz,

gozo, gloria y vida inmortal del cielo, a la degradación de la tierra,

para soportar dolor, vergüenza y muerte. Se interpondría entre el

pecador y la pena del pecado, pero pocos le recibirían como el Hijo

de Dios. Dejaría su elevada posición de Soberano del cielo para

presentarse en la tierra, y humillándose como hombre, conocería por

su propia experiencia las tristezas y tentaciones que el hombre

habría de sufrir. Todo esto era necesario para que pudiese socorrer a

los que iban a ser tentados. Hebreos 2:18. Cuando hubiese

terminado su misión como maestro, sería entregado en manos de los

impíos y sometido a todo insulto y tormento que Satanás pudiera

inspirarles. Sufriría la más cruel de las muertes, levantado en alto

entre la tierra y el cielo como un pecador culpable. Pasaría largas

horas de tan terrible agonía, que los ángeles se habrían de velar el

rostro para no ver semejante escena. Mientras la culpa de la

transgresión y la carga de los pecados del mundo pesaran sobre él,

tendría que sufrir angustia del alma y hasta su Padre ocultaría de él

su rostro.

Los ángeles se postraron de hinojos ante su Soberano y se

ofrecieron ellos mismos como sacrificio por el hombre. Pero la vida

de un ángel no podía satisfacer la deuda; solamente Aquel que había

creado al hombre tenía poder para redimirlo. No obstante, los

ángeles iban a tener una parte que desempeñar en el plan de

51


redención. Cristo iba a ser hecho "un poco ... inferior a los ángeles,

para que ... gustase la muerte." Hebreos 2:9 (VM). Cuando adoptara

la naturaleza humana, su poder no sería semejante al de los ángeles,

y ellos habrían de servirle, fortalecerle y mitigar su profundo

sufrimiento. Asimismo, los ángeles habrían de ser espíritus

auxiliadores, enviados para ayudar a los que fuesen herederos de la

salvación. Hebreos 1:14. Guardarían a los súbditos de la gracia del

poder de los malos ángeles y de las tinieblas que Satanás esparciría

constantemente alrededor de ellos.

Cuando los ángeles presenciaran la agonía y humillación de su

Señor, se llenarían de dolor e indignación, y desearían librarlo de

sus verdugos; mas no debían interponerse para evitar lo que vieran.

Era parte del plan de la redención que Cristo sufriese el escarnio y el

abuso de los impíos; y él mismo consintió en todo esto al convertirse

en Redentor del hombre.

Cristo aseguró a los ángeles que mediante su muerte iba a

rescatar a muchos, destruyendo al que tenía el imperio de la muerte.

Iba a recuperar el reino que el hombre había perdido por su

transgresión, y que los redimidos habrían de heredar juntamente con

él, para morar eternamente allí. El pecado y los pecadores iban a ser

exterminados, para nunca más perturbar la paz del cielo y de la

tierra. Pidió a la hueste angélica que concordase con el plan que su

Padre había aceptado, y que se regocijasen en que mediante su

muerte el hombre caído podría reconciliarse con Dios.

Entonces un indecible regocijo llenó el cielo. La gloria y la

52


bendición de un mundo redimido excedió a la misma angustia y al

sacrificio del Príncipe de la vida. Por todos los atrios celestiales

repercutieron los acordes de aquella dulce canción que más tarde

habría de oírse sobre las colinas de Belén: "Gloria en las alturas a

Dios, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres."

Lucas 2:14. Ahora con una felicidad más profunda que la producida

por el deleite y entusiasmo de la nueva creación, "las estrellas todas

del alba alababan, y se regocijaban todos los hijos de Dios." Job

38:7.

La primera indicación que el hombre tuvo acerca de su

redención la oyó en la sentencia pronunciada contra Satanás en el

huerto. El Señor declaró: "Y enemistad pondré entre ti y la mujer, y

entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú

le herirás en el calcañar." Génesis 3:15. Esta sentencia, pronunciada

en presencia de nuestros primeros padres, fué una promesa para

ellos. Mientras predecía la lucha entre el hombre y Satanás,

declaraba que el poder del gran adversario sería finalmente

destruído. Adán y Eva estaban como criminales ante el justo Juez, y

aguardaban la sentencia que merecía su transgresión; pero antes de

oír hablar de la vida de trabajo y angustia que sería su destino, o del

decreto que determinaba que volverían al polvo, escucharon

palabras que no podían menos que infundirles esperanza. Aunque

habrían de padecer por efecto del poder de su gran enemigo, podrían

esperar una victoria final.

Cuando Satanás supo que existiría enemistad entre él y la

mujer, y entre su simiente y la simiente de ella, se dió cuenta de que

53


su obra de depravación de la naturaleza humana sería interrumpida;

que de alguna manera el hombre sería capacitado para resistir su

poder. Sin embargo, cuando el plan de redención se dió a conocer,

Satanás se regocijó con sus ángeles al pensar que por haber causado

la caída del hombre, podía ahora hacer descender al Hijo de Dios de

su elevada posición. Satanás declaró que hasta la fecha sus planes

habían tenido éxito en la tierra, y que cuando Cristo tomase la

naturaleza humana, él también podría ser vencido, y así se evitaría la

redención de la raza caída.

Los ángeles celestiales explicaron más completamente a

nuestros primeros padres el plan que había sido concebido para su

redención. Se les aseguró a Adán y a su compañera que a pesar de

su gran pecado, no se les abandonaría a merced de Satanás. El Hijo

de Dios había ofrecido expiar, con su propia vida, la transgresión de

ellos. Se les otorgaría un tiempo de gracia y, mediante el

arrepentimiento y la fe en Cristo, podrían llegar a ser de nuevo hijos

de Dios.

El sacrificio exigido por su transgresión reveló a Adán y a Eva

el carácter sagrado de la ley de Dios; y comprendieron mejor que

nunca la culpa del pecado y sus horrorosos resultados. En medio de

su remordimiento y angustia pidieron que la pena no cayese sobre

Aquel cuyo amor había sido la fuente de todo su regocijo; que más

bien cayera sobre ellos y su descendencia.

Se les dijo que, como la ley de Jehová es el fundamento de su

gobierno en el cielo y en la tierra, ni aun la vida de un ángel podría

54


aceptarse como sacrificio por la transgresión de ellos. Ninguno de

sus preceptos podía abolirse o cambiarse para ajustarse al hombre en

su condición caída; pero el Hijo de Dios, que había creado al

hombre, podía expiar su falta. Así como la transgresión de Adán

había traído desgracia y muerte, el sacrificio de Cristo traería vida e

inmortalidad.

No sólo el hombre sino también la tierra había caído por el

pecado bajo el dominio del maligno, y había de ser restaurada

mediante el plan de la redención. Al ser creado, Adán recibió el

señorío de la tierra. Pero al ceder a la tentación, cayó bajo el poder

de Satanás. Y "el que es de alguno vencido, es sujeto a la

servidumbre del que lo venció." 2 Pedro 2:19. Cuando el hombre

cayó bajo el cautiverio de Satanás, el dominio que antes ejercía pasó

a manos de su conquistador. De esa manera Satanás llegó a ser "el

dios de este siglo." 2 Corintios 4:4. El había usurpado el dominio

que originalmente fué otorgado a Adán. Pero Cristo, mediante su

sacrificio, al pagar la pena del pecado, no sólo redimiría al hombre,

sino que también recuperaría el dominio que éste había perdido.

Todo lo que perdió el primer Adán será recuperado por el segundo.

El profeta dijo: "Oh torre del rebaño, la fortaleza de la hija de Sión

vendrá hasta ti: y el señorío primero." Miqueas 4:8. Y el apóstol

Pablo dirige nuestras miradas hacia "la redención de la posesión

adquirida." Efesios 1:14. Dios creó la tierra para que fuese la

morada de seres santos y felices. El Señor "que formó la tierra, el

que la hizo y la compuso; no la crió en vano, para que fuese

habitada la crió." Isaías 45:18. Ese propósito será cumplido, cuando

sea renovada mediante el poder de Dios y libertada del pecado y el

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dolor; entonces se convertirá en la morada eterna de los redimidos.

"Los justos heredarán la tierra, y vivirán para siempre sobre ella."

"Y no habrá más maldición; sino que el trono de Dios y del Cordero

estará en ella, y sus siervos le servirán." Salmos 37:29; Apocalipsis

22:3.

Mientras fuera inocente, Adán había gozado de abierta

comunión con su Hacedor; pero el pecado produjo separación entre

Dios y el hombre, y sólo la expiación de Cristo podía salvar el

abismo, y hacer posible la transmisión de las bendiciones de la

salvación entre el cielo y la tierra. El hombre tenía vedada la

comunicación directa con su Creador, pero Dios se comunicaría con

él por medio de Cristo y de los ángeles.

En esa forma se revelaron a Adán importantes acontecimientos

que se producirían en la historia humana, desde el tiempo en que fué

pronunciada la sentencia divina en el Edén hasta el diluvio, y desde

allí hasta el primer advenimiento del Hijo de Dios. Se le mostró que

si bien el sacrificio de Cristo tendría suficiente valor para salvar a

todo el mundo, muchos escogerían una vida de pecado más bien que

de arrepentimiento y obediencia. Los crímenes aumentarían en las

generaciones sucesivas, y la maldición del pecado pesaría cada vez

más sobre la raza humana, las bestias y la tierra. La vida del hombre

sería acortada por su propio pecado; disminuirían su estatura y

resistencia física, así como su poder intelectual y moral, hasta que el

mundo se llenase de toda clase de miserias. Mediante la

complacencia del apetito y las pasiones, los hombres se

incapacitarían para apreciar las grandes verdades del plan de

56


redención. No obstante, fiel al propósito por el cual dejó el cielo,

Cristo mantendría su interés en los hombres, y seguiría invitándolos

a ocultar sus debilidades y deficiencias en él. Supliría las

necesidades de todos los que fuesen a él con fe. Y siempre habría

unos pocos que conservarían el conocimiento de Dios, y se

guardarían incólumes en medio de la prevaleciente iniquidad.

El sacrificio de animales fué ordenado por Dios para que fuese

para el hombre un recuerdo perpetuo, un penitente reconocimiento

de su pecado y una confesión de su fe en el Redentor prometido.

Tenía por objeto manifestar a la raza caída la solemne verdad de que

el pecado era lo que causaba la muerte. Para Adán el ofrecimiento

del primer sacrificio fué una ceremonia muy dolorosa. Tuvo que

alzar la mano para quitar una vida que sólo Dios podía dar. Por

primera vez iba a presenciar la muerte, y sabía que si hubiese sido

obediente a Dios no la habrían conocido el hombre ni las bestias.

Mientras mataba a la inocente víctima temblaba al pensar que su

pecado haría derramar la sangre del Cordero inmaculado de Dios.

Esta escena le dió un sentido más profundo y vívido de la enormidad

de su transgresión, que nada sino la muerte del querido Hijo de Dios

podía expiar. Y se admiró de la infinita bondad que daba semejante

rescate para salvar a los culpables. Una estrella de esperanza

iluminaba el tenebroso y horrible futuro, y le libraba de una

completa desesperación.

Pero el plan de redención tenía un propósito todavía más

amplio y profundo que el de salvar al hombre. Cristo no vino a la

tierra sólo por este motivo; no vino meramente para que los

57


habitantes de este pequeño mundo acatasen la ley de Dios como

debe ser acatada; sino que vino para vindicar el carácter de Dios

ante el universo. A este resultado de su gran sacrificio, a su

influencia sobre los seres de otros mundos, así como sobre el

hombre, se refirió el Salvador cuando poco antes de su crucifixión

dijo: "Ahora es el juicio de este mundo: ahora el príncipe de este

mundo será echado fuera. Y yo, si fuere levantado de la tierra, a

todos traeré a mí mismo." Juan 12:31, 32. El acto de Cristo, de morir

por la salvación del hombre, no sólo haría accesible el cielo para los

hombres, sino que ante todo el universo justificaría a Dios y a su

Hijo en su trato con la rebelión de Satanás. Demostraría la

perpetuidad de la ley de Dios, y revelaría la naturaleza y las

consecuencias del pecado.

Desde el principio, el gran conflicto giró en derredor de la ley

de Dios. Satanás había procurado probar que Dios era injusto, que

su ley era defectuosa, y que el bien del universo requería que fuese

cambiada. Al atacar la ley, procuró derribar la autoridad de su

Autor. En el curso del conflicto habría de demostrarse si los

estatutos divinos eran defectuosos y sujetos a cambio, o perfectos e

inmutables.

Cuando Satanás fué expulsado del cielo, decidió hacer de la

tierra su reino. Cuando sedujo y venció a Adán y a Eva, pensó que

había conquistado la posesión de este mundo; "porque me han

escogido como su soberano," dijo él. Alegaba que era imposible que

se otorgase perdón al pecador; que por lo tanto los miembros del

género humano caído eran legítimamente sus súbditos y el mundo

58


era suyo. Pero Dios dió a su propio amado Hijo, que era igual a él,

para que sufriese la pena de la transgresión y proveyó así un camino

mediante el cual ellos pudiesen ser devueltos a su favor y a su hogar

edénico. Cristo emprendió la tarea de redimir al hombre y de

rescatar al mundo de las garras de Satanás. El gran conflicto que

principió en el cielo iba a ser decidido en el mismo mundo, en el

terreno que Satanás reclamaba como suyo.

El universo entero se maravilló al ver que Cristo debía

humillarse a sí mismo para salvar al hombre caído. El hecho de que

Aquel que había pasado de una estrella a otra, de un mundo a otro,

dirigiéndolo todo, satisfaciendo, mediante su providencia, las

necesidades de todo orden de seres de su enorme creación,

consintiese en dejar su gloria para tomar sobre sí la naturaleza

humana, era un misterio que todas las inmaculadas inteligencias de

los otros mundos deseaban entender.

Cuando Cristo vino a nuestro mundo en forma humana, todos

estaban interesados en seguirle mientras recorría paso a paso su

sendero salpicado de sangre desde el pesebre hasta el Calvario. El

cielo notó las afrentas y las burlas que él recibía, y supo que todo era

instigado por Satanás. Presenció la obra de dos fuerzas contrarias:

Satanás arrojando constantemente tinieblas, angustia y sufrimientos

sobre la raza humana, y Cristo oponiéndosele. Observó la batalla

entre la luz y las tinieblas a medida que se reñía con más ardor.

Cuando Cristo exclamó en la cruz en su expirante agonía:

"Consumado es," un grito de triunfo resonó a través de todos los

mundos, y a través del mismo cielo.

59


Finalmente se había decidido la gran contienda que tanto había

durado en este mundo, y Cristo era el vencedor. Su muerte había

contestado la pregunta de si el Padre y el Hijo tenían suficiente amor

hacia el hombre para obrar con tal abnegación y espíritu de

sacrificio. Satanás había revelado su verdadero carácter de

mentiroso y asesino. Se vió que si se le hubiese permitido dominar a

los habitantes del cielo, hubiera manifestado el mismo espíritu con

el cual había gobernado a los hijos de los hombres que estuvieron

bajo su potestad. Como con una sola voz, el universo leal se unió

para ensalzar la administración divina.

Si se hubiera podido cambiar la ley, el hombre habría sido

salvado sin necesidad del sacrificio de Cristo; pero el hecho de que

fuese necesario que Cristo diera su vida por la raza caída prueba que

la ley de Dios no exonerará al pecador de sus demandas. Está

demostrado que la paga del pecado es la muerte. Cuando murió

Cristo, quedó asegurada la destrucción de Satanás. Pero si la ley

hubiera sido abolida en la cruz, como muchos aseveran, entonces el

amado Hijo de Dios hubiera sufrido la agonía y la muerte sólo para

dar a Satanás lo que pedía; entonces el príncipe del mal habría

triunfado; y sus acusaciones contra el gobierno divino hubieran

quedado probadas. Pero el mismo hecho de que Cristo sufrió la pena

de la transgresión del hombre, es para todos los seres creados un

poderoso argumento en prueba de que la ley es inmutable; que Dios

es justo, misericordioso y abnegado; y que la justicia y la

misericordia más infinitas se entrelazan en la administración de su

gobierno.

60


61


Capítulo 5

Caín y Abel probados

Cain y Abel, los hijos de Adán, eran muy distintos en carácter.

Abel poseía un espíritu de lealtad hacia Dios; veía justicia y

misericordia en el trato del Creador hacia la raza caída, y aceptaba

agradecido la esperanza de la redención. Pero Caín abrigaba

sentimientos de rebelión y murmuraba contra Dios, a causa de la

maldición pronunciada sobre la tierra y sobre la raza humana por el

pecado de Adán. Permitió que su mente se encauzara en la misma

dirección que los pensamientos que hicieron caer a Satanás, quien

había alentado el deseo de ensalzarse y puesto en tela de juicio la

justicia y autoridad divinas.

Estos hermanos fueron probados, como lo había sido Adán

antes que ellos, para comprobar si habrían de creer y obedecer las

palabras de Dios. Conocían el medio provisto para salvar al hombre,

y entendían el sistema de ofrendas que Dios había ordenado. Sabían

que mediante esas ofrendas podían expresar su fe en el Salvador a

quien éstas representaban, y al mismo tiempo reconocer su completa

dependencia de él para obtener perdón; y sabían que sometiéndose

así al plan divino para su redención, demostraban su obediencia a la

voluntad de Dios. Sin derramamiento de sangre no podía haber

perdón del pecado; y ellos habían de mostrar su fe en la sangre de

Cristo como la expiación prometida ofreciendo en sacrificio las

primicias del ganado. Además de esto, debían presentar al Señor los

62


primeros frutos de la tierra, como ofrenda de agradecimiento.

Los dos hermanos levantaron altares semejantes, y cada uno de

ellos trajo una ofrenda. Abel presentó un sacrificio de su ganado,

conforme a las instrucciones del Señor. "Y miró Jehová con agrado

a Abel y a su ofrenda." Génesis 4:4. Descendió fuego del cielo y

consumió la víctima. Pero Caín, desobedeciendo el directo y

expreso mandamiento del Señor, presentó sólo una ofrenda de

frutos. No hubo señal del cielo de que este sacrificio fuera aceptado.

Abel rogó a su hermano que se acercase a Dios en la forma que él

había ordenado; pero sus súplicas crearon en Caín mayor

obstinación para seguir su propia voluntad. Como era el mayor, no

le parecía propio que le amonestase su hermano, y desdeñó su

consejo.

Caín se presentó a Dios con murmuración e incredulidad en el

corazón tocante al sacrificio prometido y a la necesidad de las

ofrendas expiatorias. Su ofrenda no expresó arrepentimiento del

pecado. Creía, como muchos creen ahora, que seguir exactamente el

plan indicado por Dios y confiar enteramente en el sacrificio del

Salvador prometido para obtener salvación, sería una muestra de

debilidad. Prefirió depender de sí mismo. Se presentó confiando en

sus propios méritos. No traería el cordero para mezclar su sangre

con su ofrenda, sino que presentaría sus frutos, el producto de su

trabajo. Presentó su ofrenda como un favor que hacía a Dios, para

conseguir la aprobación divina. Caín obedeció al construir el altar,

obedeció al traer una ofrenda; pero rindió una obediencia sólo

parcial. Omitió lo esencial, el reconocimiento de que necesitaba un

63


Salvador.

En lo que se refiere al nacimiento y a la educación religiosa,

estos hermanos eran iguales. Ambos eran pecadores, y ambos

reconocían que Dios demandaba reverencia y adoración. En su

apariencia exterior, su religión era la misma hasta cierto punto; pero

más allá de esto, la diferencia entre los dos era grande.

"Por la fe Abel ofreció a Dios mayor sacrificio que Caín."

Hebreos 11:4. Abel comprendía los grandes principios de la

redención. Veía que era pecador, y que el pecado y su pena de

muerte se interponían entre su alma y la comunión con Dios. Trajo

la víctima inmolada, la vida sacrificada, y así reconoció las

demandas de la ley que había sido quebrantada. En la sangre

derramada contempló el futuro sacrificio, a Cristo muriendo en la

cruz del Calvario; y al confiar en la expiación que iba a realizarse

allí, obtuvo testimonio de que era justo, y de que su ofrenda había

sido aceptada.

Caín tuvo la misma oportunidad que Abel para aprender y

aceptar estas verdades. No fué víctima de un propósito arbitrario. No

fué elegido un hermano para ser aceptado y el otro para ser

desechado. Abel eligió la fe y la obediencia; Caín, en cambio,

escogió la incredulidad y la rebelión. Todo dependió de esta

elección.

Caín y Abel representan dos clases de personas que existirán en

el mundo hasta el fin del tiempo. Una clase se acoge al sacrificio

64


indicado; la otra se aventura a depender de sus propios méritos; el

sacrificio de éstos no posee la virtud de la divina intervención y, por

lo tanto, no puede llevar al hombre al favor de Dios. Sólo por los

méritos de Jesús son perdonadas nuestras transgresiones. Los que

creen que no necesitan la sangre de Cristo, y que pueden obtener el

favor de Dios por sus propias obras sin que medie la divina gracia,

están cometiendo el mismo error que Caín. Si no aceptan la sangre

purificadora, están bajo condenación. No hay otro medio por el cual

puedan ser librados del dominio del pecado.

La clase de adoradores que sigue el ejemplo de Caín abarca la

mayor parte del mundo; pues casi todas las religiones falsas se basan

en el mismo principio, a saber que el hombre puede depender de sus

propios esfuerzos para salvarse. Afirman algunos que la humanidad

no necesita redención, sino desarrollo, y que ella puede refinarse,

elevarse y regenerarse por sí misma. Como Caín pensó lograr el

favor divino mediante una ofrenda que carecía de la sangre del

sacrificio, así obran los que esperan elevar a la humanidad a la altura

del ideal divino sin valerse del sacrificio expiatorio. La historia de

Caín demuestra cuál será el resultado de esta teoría. Demuestra lo

que será el hombre sin Cristo. La humanidad no tiene poder para

regenerarse a sí misma. No tiende a subir hacia lo divino, sino a

descender hacia lo satánico. Cristo es nuestra única esperanza. "En

ningún otro hay salud; porque no hay otro nombre debajo del cielo,

dado a los hombres, en que podamos ser salvos." Hechos 4:12.

La verdadera fe, que descansa plenamente en Cristo, se

manifestará mediante la obediencia a todos los requerimientos de

65


Dios. Desde los días de Adán hasta el presente, el motivo del gran

conflicto ha sido la obediencia a la ley de Dios. En todo tiempo

hubo individuos que pretendían el favor de Dios, aun cuando

menospreciaban algunos de sus mandamientos. Pero las Escrituras

declaran "que la fe fué perfecta por las obras," y que sin las obras de

la obediencia, la fe "es muerta." "El que dice, Yo le he conocido, y

no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y no hay verdad en

él." Santiago 2:22, 17; 1 Juan 2:4.

Cuando Caín vió que su ofrenda era desechada, se enfureció

contra el Señor y contra Abel; se disgustó porque Dios no aceptaba

el sacrificio con que el hombre substituía al que había sido ordenado

divinamente, y se disgustó con su hermano porque éste había

decidido obedecer a Dios en vez de unírsele en la rebelión contra él.

A pesar de que Caín despreció el divino mandamiento, Dios no le

abandonó a sus propias fuerzas; sino que condescendió en razonar

con el hombre que se había mostrado tan obstinado. Y el Señor dijo

a Caín: "¿Por qué te has ensañado, y por qué se ha inmutado tu

rostro?" Por medio de un ángel se le hizo llegar la divina

amonestación: "Si bien hicieres, ¿no serás ensalzado? y si no

hicieres bien, el pecado está a la puerta." Génesis 4:6, 7. Tocaba a

Caín escoger. Si confiaba en los méritos del Salvador prometido, y

obedecía los requerimientos de Dios, gozaría su favor. Pero si

persistía en su incredulidad y transgresión, no tendría fundamento

para quejarse al ser rechazado por el Señor.

Pero en lugar de reconocer su pecado, Caín siguió quejándose

de la injusticia de Dios, y abrigando envidia y odio contra Abel.

66


Censuró violentamente a su hermano y trató de arrastrarlo a una

disputa acerca del trato de Dios con ellos. Con mansedumbre, pero

valiente y firmemente, Abel defendió la justicia y la bondad de

Dios. Indicó a Caín su error, y trató de convencerle de que el mal

estaba en él. Le recordó la infinita misericordia de Dios al perdonar

la vida a sus padres cuando pudo haberlos castigado con la muerte

instantánea, e insistió en que Dios realmente los amaba, pues de otra

manera no entregaría a su Hijo, santo e inocente, para que sufriera el

castigo que ellos merecían. Todo esto aumentó la ira de Caín. La

razón y la conciencia le decían que Abel estaba en lo cierto; pero se

enfurecía al ver que quien solía aceptar su consejo osaba ahora

disentir con él, y al ver que no lograba despertar simpatía hacia su

rebelión. En la furia de su pasión, dió muerte a su hermano.

Caín odió y mató a su hermano, no porque Abel le hubiese

causado algún mal, sino "porque sus obras eran malas, y las de su

hermano justas." 1 Juan 3:12. Asimismo odiaron los impíos en todo

tiempo a los que eran mejores que ellos. La vida de obediencia de

Abel y su fe pronta para responder eran un perpetuo reproche para

Caín. "Todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la

luz, porque sus obras no sean redargüídas." Juan 3:20. Cuanto más

clara sea la luz celestial reflejada por el carácter de los fieles siervos

de Dios, tanto más a lo vivo quedan revelados los pecados de los

impíos, y tanto más firmes serán los esfuerzos que harán por destruir

a los que turban su paz.

La muerte de Abel fué el primer ejemplo de la enemistad que

Dios predijo que existiría entre la serpiente y la simiente de la

67


mujer; entre Satanás y sus súbditos, y Cristo y sus seguidores.

Mediante el pecado del hombre, Satanás había obtenido el dominio

de la raza humana, pero Cristo habilitaría al hombre para librarse de

su yugo. Siempre que por la fe en el Cordero de Dios, un alma

renuncie a servir al pecado, se enciende la ira de Satanás. La vida

santa de Abel desmentía el aserto de Satanás de que es imposible

para el hombre guardar la ley de Dios.

Cuando Caín, movido por el espíritu malo, vió que no podía

dominar a Abel, se enfureció tanto que le quitó la vida. Y

dondequiera haya quienes se levanten para vindicar la justicia de la

ley de Dios, el mismo espíritu se manifestará contra ellos. Es el

espíritu que a través de las edades ha levantado la estaca y

encendido la hoguera para los discípulos de Cristo. Pero las

crueldades perpetradas contra ellos son instigadas por Satanás y su

hueste porque no pueden obligarlos a que se sometan a su dominio.

Es la ira de un enemigo vencido. Todo mártir de Jesús murió

vencedor. El profeta dice: "Ellos le han vencido ["la serpiente

antigua, que se llama Diablo y Satanás"] por la sangre del Cordero,

y por la palabra de su testimonio; y no han amado sus vidas hasta la

muerte." Apocalipsis 12:11, 9.

El fratricida Caín tuvo pronto que rendir cuenta por su delito.

"Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él

respondió: No sé; ¿soy yo guarda de mi hermano?" Caín se había

envilecido tanto en el pecado que había perdido la noción de la

continua presencia de Dios y de su grandeza y omnisciencia. Así,

recurrió a la mentira para ocultar su culpa.

68


Nuevamente el Señor dijo a Caín: "¿Qué has hecho? La voz de

la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra." Dios había dado

a Caín una oportunidad para que confesara su pecado. Había tenido

tiempo para reflexionar. Conocía la enormidad de la acción que

había cometido y de la mentira de que se había valido para esconder

su crimen; pero seguía aún en su rebeldía, y la sentencia no se hizo

esperar. La voz divina que antes se había oído en tono de súplica y

amonestación pronunció las terribles palabras: "Ahora pues, maldito

seas tú de la tierra que abrió su boca para recibir la sangre de tu

hermano de tu mano: Cuando labrares la tierra, no te volverá a dar

su fuerza: errante y extranjero serás en la tierra." Génesis 4:9-12.

Aunque Caín merecía la sentencia de muerte por sus crímenes,

el misericordioso Creador le perdonó la vida y le dió oportunidad

para arrepentirse. Pero Caín vivió sólo para endurecer su corazón,

para alentar la rebelión contra la divina autoridad, y para convertirse

en jefe de un linaje de osados y réprobos pecadores. Este apóstata,

dirigido por Satanás, llegó a ser un tentador para otros; y su ejemplo

e influencia hicieron sentir su fuerza desmoralizadora, hasta que la

tierra llegó a estar tan corrompida y llena de violencia que fué

necesario destruirla.

Al perdonar la vida al primer asesino, Dios dió al universo

entero una lección concerniente al gran conflicto. La sombría

historia de Caín y sus descendientes demostró cuál hubiera sido el

resultado si se hubiera permitido que el pecador viviera para

siempre, y continuara en su rebelión contra Dios. La paciencia de

69


Dios sólo inducía a los impíos a ser más osados y provocadores en

su iniquidad.

Quince siglos después de dictarse la sentencia contra Caín, el

universo vió cómo fructificaban su influencia y su ejemplo en el

crimen y la corrupción que inundaron la tierra. Se puso en claro que

la sentencia de muerte pronunciada contra la raza caída por la

transgresión de la ley de Dios, era a la vez justa y misericordiosa.

Cuanto más tiempo vivían los hombres en el pecado, tanto más

réprobos se tornaban. La sentencia divina que acortaba una carrera

de iniquidad desenfrenada, y que libertaba al mundo de la influencia

de los que se habían endurecido en la rebelión, fué una bendición

más bien que una maldición.

Satanás obra constantemente, con intensa energía y bajo miles

de disfraces, para desfigurar el carácter y el gobierno de Dios. Con

planes abarcantes y bien organizados y con maravilloso poder,

trabaja por mantener engañados a los habitantes del mundo. Dios, el

Ser infinito y omnisciente, ve el fin desde el principio, y al hacer

frente al mal trazó planes extensos y de gran alcance. Se propuso no

sólo aplastar la rebelión, sino también demostrar a todo el universo

la naturaleza de ésta. El plan de Dios se iba desarrollando y a la vez

que revelaba su justicia y su misericordia, vindicaba plenamente su

sabiduría y equidad en su trato con el mal.

Los santos habitantes de los otros mundos observaban con

profundo interés los acontecimientos que ocurrían en la tierra. En las

condiciones que prevalecieron en el mundo antediluviano vieron

70


ilustradas las consecuencias de la administración que Lucifer había

tratado de establecer en el cielo, al rechazar la autoridad de Cristo y

al desechar la ley de Dios. En aquellos despóticos pecadores

antediluvianos veían los súbditos sobre los cuales Satanás ejercía

dominio. "Todo designio de los pensamientos del corazón de ellos

era de continuo solamente el mal." Génesis 6:5. Toda emoción, todo

impulso y toda imaginación estaban en pugna con los divinos

principios de pureza, paz y amor. Era un ejemplo de la terrible

depravación resultante del procedimiento seguido por Satanás para

quitar a las criaturas de Dios la restricción de su santa ley.

Mediante el desarrollo del gran conflicto, Dios demostrará los

principios de su gobierno, los cuales han sido falseados por Satanás

y por todos los que él ha engañado. La justicia de Dios será

finalmente reconocida por todo el mundo, aunque tal

reconocimiento se hará demasiado tarde para salvar a los rebeldes.

Dios tiene la simpatía y la aprobación del universo entero a medida

que paso a paso su plan progresa hacia su pleno cumplimiento. El lo

cumplirá hasta la final extirpación de la rebelión. Se verá que todos

los que desecharon los divinos preceptos se colocaron del lado de

Satanás en guerra contra Cristo. Cuando el príncipe de este mundo

sea juzgado, y todos los que se unieron con él compartan su destino,

el universo entero testificará así acerca de la sentencia: "Justos y

verdaderos son tus caminos, Rey de los santos." Apocalipsis 15:3.

71


Capítulo 6

Set y Enoc

Adan tuvo otro hijo que debía ser el heredero de la promesa

divina, el heredero de la primogenitura espiritual. El nombre dado a

este hijo, Set, significa "señalado" o "compensación;" pues, dijo la

madre: "Dios me ha sustituído otra simiente en lugar de Abel, a

quien mató Caín." Génesis 4:25.

Set aventajaba en estatura a Caín y Abel, y se parecía a su

padre Adán más que sus otros hermanos. Tenía un carácter digno, y

seguía las huellas de Abel. Sin embargo, no había heredado más

bondad natural que Caín. Acerca de la creación de Adán se dice: "A

la semejanza de Dios lo hizo;" pero el hombre, después de la caída,

"engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen." Génesis

5:1, 3. En tanto que Adán había sido creado sin pecado, a la

semejanza de Dios, Set, así como Caín, heredó la naturaleza caída

de sus padres. Pero recibió también el conocimiento del Redentor, e

instrucción acerca de la justicia. Mediante la gracia divina sirvió y

honró a Dios; y trabajó, como Abel lo hubiera hecho, de haber

vivido, por cambiar las mentes pecaminosas de los hombres y

encauzarlas a reverenciar y obedecer a su Creador.

"Y a Seth también le nació un hijo, y llamó su nombre Enós.

Entonces los hombres comenzaron a llamarse del nombre de

Jehová." Génesis 4:26. Los fieles habían adorado a Dios antes; pero

72


a medida que aumentaba el número de los seres humanos, se hacía

más visible la distinción entre las dos clases en que se dividían.

Había franca lealtad hacia Dios de parte de una clase, así como

desprecio y desobediencia de parte de la otra.

Antes de la caída, nuestros primeros padres habían guardado el

sábado que había sido instituído en el Edén; y después de su

expulsión del paraíso continuaron observándolo. Habían gustado los

amargos frutos de la desobediencia, y habían aprendido lo que tarde

o temprano aprenderán todos aquellos que pisotean los

mandamientos de Dios, a saber, que los preceptos divinos son

sagrados e inmutables, y que la pena por la transgresión es

ineludible. El sábado fué honrado por todos los hijos de Adán que

permanecieron leales a Dios. Pero Caín y sus descendientes no

respetaron el día en el cual Dios había reposado. Eligieron su propio

tiempo para el trabajo y el descanso, sin tomar en cuenta el

mandamiento expreso de Jehová.

Al recibir la maldición de Dios, Caín se había retirado de la

familia de sus padres. Había escogido primeramente el oficio de

labrador, y luego fundó una ciudad, a la cual dió el nombre de su

hijo mayor. Se había retirado de la presencia del Señor, desechando

la promesa del Edén restaurado, para buscar riquezas y placer en la

tierra maldita por el pecado, y así se había destacado como caudillo

de la gran multitud que adora al dios de este mundo. Sus

descendientes se distinguieron en todo lo referente al mero progreso

terrenal y material. Pero menospreciaron a Dios, y se opusieron a

sus propósitos hacia el hombre. Al homicidio, cuya comisión

73


iniciara Caín, Lamec, su quinto descendiente, agregó la poligamia, y

con cínica jactancia, reconoció a Dios tan sólo para sacar de la

venganza prometida a Caín una garantía de su propia salvaguardia.

Abel había llevado una vida pastoral, habitando en tiendas o

cabañas, y los descendientes de Set hicieron lo mismo y se

consideraron "peregrinos y advenedizos sobre la tierra," que

buscaban una patria "mejor, es a saber, la celestial." Hebreos 11:13,

16.

Durante algún tiempo las dos clases permanecieron separadas.

Esparciéndose del lugar en que se establecieron primeramente, los

descendientes de Caín se dispersaron por todos los llanos y valles

donde habían habitado los hijos de Set; y éstos, para escapar a la

influencia contaminadora de aquéllos, se retiraron a las montañas, y

allí establecieron sus hogares. Mientras duró esta separación, los

hijos de Set mantuvieron el culto a Dios en toda su pureza. Pero con

el transcurso del tiempo, se aventuraron poco a poco a mezclarse

con los habitantes de los valles. Esta asociación produjo los peores

resultados. Vieron "los hijos de Dios que las hijas de los hombres

eran hermosas." Génesis 6:2. Atraídos por la hermosura de las hijas

de los descendientes de Caín, los hijos de Set desagradaron al Señor

aliándose con ellas en matrimonio. Muchos de los que adoraban a

Dios fueron inducidos a pecar mediante los halagos que ahora

estaban constantemente ante ellos, y perdieron su carácter peculiar y

santo. Al mezclarse con los depravados, llegaron a ser semejantes a

ellos en espíritu y en obras; menospreciaron las restricciones del

séptimo mandamiento, y "tomáronse mujeres escogiendo entre

todas." Los hijos de Set siguieron "el camino de Caín" (Judas 11),

74


fijaron su atención en la prosperidad y el gozo terrenales y

descuidaron los mandamientos del Señor. A los hombres "no les

pareció tener a Dios en su noticia;" "se desvanecieron en sus

discursos, y el necio corazón de ellos fué entenebrecido." Por tanto,

"Dios los entregó a una mente depravada." Romanos 1:21, 28. El

pecado se extendió por toda la tierra como una lepra mortal.

Adán vivió casi mil años entre los hombres, como testigo de los

resultados del pecado. Con toda fidelidad trató de poner coto a la

corriente del mal. Se le había ordenado instruir a su descendencia en

el camino del Señor; y cuidadosamente atesoró lo que Dios le había

revelado, y lo repetía a las generaciones que se sucedían. A sus hijos

y a sus nietos hasta la novena generación, pudo describir Adán el

estado santo y feliz del hombre en el paraíso, y repitiéndoles la

historia de su caída, les refirió los sufrimientos mediante los cuales

Dios le había enseñado la necesidad de adherirse estrictamente a su

ley y les explicó las misericordiosas medidas tomadas para su

salvación. Pero sólo unos pocos prestaron atención a sus palabras. A

menudo le hacian amargos reproches por el pecado que había traído

tanto dolor a sus descendientes.

La de Adán fué una vida de tristeza, humildad y contrición.

Cuando salió del Edén, la idea de que tendría que morir le hacía

estremecerse de terror. Conoció por primera vez la realidad de la

muerte en la familia humana cuando Caín, su primogénito, asesinó a

su hermano. Lleno del más agudo remordimiento por su propio

pecado, y doblemente acongojado por la muerte de Abel y el

rechazamiento de Caín, Adán estaba abrumado por la angustia. Veía

75


cómo por doquiera se esparcía la corrupción que iba a causar

finalmente la destrucción del mundo mediante un diluvio; y a pesar

de que la sentencia de muerte pronunciada sobre él por su Hacedor

le había parecido terrible al principio, después de presenciar durante

casi mil años los resultados del pecado, Adán llegó a considerar

como una misericordia el que Dios pusiera fin a su vida de

sufrimiento y dolor.

No obstante la iniquidad del mundo antediluviano, esa época

no fué, como a menudo se ha supuesto, una era de ignorancia y

barbarie. Los hombres tuvieron oportunidad de alcanzar un alto

desarrollo moral e intelectual. Poseían gran fuerza física y mental, y

sus ventajas para adquirir conocimientos religiosos y científicos eran

incomparables. Es un error suponer que porque vivían muchos años,

sus mentes alcanzaban tarde su madurez: sus facultades mentales se

desarrollaban temprano y los que abrigaban el temor de Dios y

vivían en armonía con su voluntad, continuaban aumentando en

conocimiento y en sabiduría durante toda su vida.

Si pudieran compararse con los antediluvianos de la misma

edad, los más ilustres eruditos de nuestros tiempos parecerían muy

inferiores en vigor mental y físico. A medida que se acortó la vida

del hombre y disminuyó su vigor físico, también se aminoró su

capacidad mental. Hoy día hay hombres que dedican al estudio un

período de veinte a cincuenta años, y el mundo se llena de

admiración por sus éxitos. Pero ¡qué limitados son estos triunfos

cuando se los compara con los de aquellos hombres cuyo vigor

físico y mental se desarrollaba durante siglos!

76


Es verdad que los hombres de los tiempos modernos tienen el

beneficio del conocimiento alcanzado por sus predecesores. Los

genios que proyectaron, estudiaron y escribieron, han legado sus

trabajos a quienes les han seguido. Pero aun en este respecto, y en lo

que concierne meramente a los conocimientos humanos, ¡cuán

superiores fueron las ventajas de los hombres de aquella edad

antigua! Tuvieron entre ellos durante siglos a aquel que Dios había

formado según su propia imagen, a quien el Creador mismo declaró

"bueno," el hombre a quien Dios había instruído en toda sabiduría

del mundo material. Adán había aprendido del Creador la historia de

la creación; él mismo había presenciado los acontecimientos de

nueve siglos; y comunicó sus conocimientos a sus descendientes.

Los antediluvianos no tenían libros ni anales escritos; pero con su

gran vigor mental y físico disponían de una memoria poderosa, que

les permitía comprender y retener lo que se les comunicaba, para

transmitirlo después con toda precisión a sus descendientes. Durante

varios siglos hubo siete generaciones que vivieron

contemporáneamente, y tuvieron la oportunidad de consultarse para

aprovechar cada una los conocimientos y la experiencia de las

demás.

Las ventajas que gozaron los hombres de aquellos tiempos para

obtener un conocimiento de Dios por el estudio de su obra, no han

sido igualadas desde entonces. Lejos de ser una era de tinieblas

religiosas, fué una edad de grandes luces. Todo el mundo tuvo la

oportunidad de recibir instrucción de Adán y los que temían al

Señor tuvieron también a Cristo y a los ángeles por maestros. Y

77


tuvieron un silencioso testimonio de la verdad en el huerto de Dios,

que durante siglos permaneció entre los hombres. A la puerta del

paraíso, guardada por querubines, se manifestaba la gloria de Dios,

y allí iban los primeros adoradores a levantar sus altares y a

presentar sus ofrendas. Allí era donde Caín y Abel habían llevado

sus sacrificios y Dios había condescendido a comunicarse con ellos.

El escepticismo no podía negar la existencia del Edén mientras

estaba a la vista, con su entrada vedada por los ángeles custodios. El

orden de la creación, el objeto del huerto, la historia de sus dos

árboles tan estrechamente ligados al destino del hombre, eran

hechos indiscutibles; y la existencia y suprema autoridad de Dios, la

vigencia de su ley, eran verdades que nadie pudo poner en tela de

juicio mientras Adán vivía.

A pesar de la iniquidad que prevalecía, había un número de

hombres santos, ennoblecidos y elevados por la comunión con Dios,

que vivían en compañerismo con el cielo. Eran hombres de

poderoso intelecto, que habían realizado obras admirables. Tenían

una santa y gran misión; a saber, desarrollar un carácter justo y

enseñar una lección de piedad, no sólo a los hombres de su tiempo,

sino también a las generaciones futuras. Sólo algunos de los más

destacados se mencionan en las Escrituras; pero a través de todos los

tiempos, Dios tuvo testigos fieles y adoradores sinceros.

Las Escrituras dicen que Enoc tuvo un hijo a los sesenta y

cinco años. Después anduvo con Dios durante trescientos años. En

la primera parte de su vida, Enoc había amado y temido a Dios y

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guardado sus mandamientos. Pertenecía al santo linaje, a los

depositarios de la verdadera fe, a los progenitores de la simiente

prometida. De labios de Adán había aprendido la triste historia de la

caída y las gozosas nuevas de la gracia de Dios contenidas en la

promesa; y confiaba en el Redentor que vendría. Pero después del

nacimiento de su primer hijo, Enoc alcanzó una experiencia más

elevada, fué atraído a más íntima relación con Dios. Comprendió

más cabalmente sus propias obligaciones y responsabilidades como

hijo de Dios. Cuando conoció el amor de su hijo hacia él, y la

sencilla confianza del niño en su protección; cuando sintió la

profunda y anhelante ternura de su corazón hacia su primogénito,

aprendió la preciosa lección del maravilloso amor de Dios hacia el

hombre manifestado en la dádiva de su Hijo, y la confianza que los

hijos de Dios podían tener en el Padre celestial. El infinito e

inescrutable amor de Dios, manifestado mediante Cristo, se

convirtió en el tema de su meditación de día y de noche; y con todo

el fervor de su alma trató de manifestar este amor a la gente entre la

cual vivía.

El andar de Enoc con Dios no era en arrobamiento o en visión,

sino en el cumplimiento de los deberes de su vida diaria. No se aisló

de la gente convirtiéndose en ermitaño, pues tenía una obra que

hacer para Dios en el mundo. En el seno de la familia y en sus

relaciones con los hombres, ora como esposo o padre, ora como

amigo o ciudadano, fué firme y constante siervo de Dios.

Su corazón estaba en armonía con la voluntad de Dios; pues

"¿andarán dos juntos, si no estuvieren de concierto?" Amós 3:3. Y

79


este santo andar continuó durante trescientos años. Muchos

cristianos serían más fervientes y devotos si supiesen que tienen sólo

poco tiempo que vivir, o que la venida de Cristo está por suceder.

Pero en el caso de Enoc su fe se fortalecía y su amor se hacía más

ardiente a medida que pasaban los siglos.

Enoc poseía una mente poderosa, bien cultivada, y profundos

conocimientos. Dios le había honrado con revelaciones especiales;

sin embargo, por el hecho de que estaba en continua comunión con

el cielo, y reconocía constantemente la grandeza y perfección

divinas, fué uno de los hombres más humildes. Cuanto más íntima

era su unión con Dios, tanto más profundo era el sentido de su

propia debilidad e imperfección.

Afligido por la maldad creciente de los impíos, y temiendo que

la infidelidad de esos hombres pudiese aminorar su veneración hacia

Dios, Enoc eludía el asociarse continuamente con ellos, y pasaba

mucho tiempo en la soledad, dedicándose a la meditación y a la

oración. Así esperaba ante el Señor, buscando un conocimiento más

claro de su voluntad a fin de cumplirla. Para él la oración era el

aliento del alma. Vivía en la misma atmósfera del cielo.

Por medio de santos ángeles, Dios reveló a Enoc su propósito

de destruir al mundo mediante un diluvio, y también le hizo más

manifiesto el plan de la redención. Mediante el espíritu de profecía

lo llevó a través de las generaciones que vivirían después del

diluvio, y le mostró los grandes eventos relacionados con la segunda

venida de Cristo y el fin del mundo.

80


Enoc había estado preocupado acerca de los muertos. Le había

parecido que los justos y los impíos se convertirían igualmente en

polvo, y que ése sería su fin. No podía concebir que los justos

vivieran más allá de la tumba. En visión profética se le instruyó

concerniente a la muerte de Cristo y se le mostró su venida en

gloria, acompañado de todos los santos ángeles, para rescatar a su

pueblo de la tumba. También vió la corrupción que habría en el

mundo cuando Cristo viniera por segunda vez, y habría una

generación presumida, jactanciosa y empecinada, que negaría al

único Dios y al Señor Jesucristo, pisoteando la ley y despreciando la

redención. Vió a los justos coronados de gloria y honor, y a los

impíos desechados de la presencia del Señor, y destruídos por el

fuego.

Enoc se convirtió en el predicador de la justicia e hizo saber al

pueblo lo que Dios le había revelado. Los que temían al Señor

buscaban a este hombre santo, para compartir su instrucción y sus

oraciones. También trabajó públicamente, dando los mensajes de

Dios a todos los que querían oír las palabras de advertencia. Su obra

no se limitaba a los descendientes de Set. En la tierra adonde Caín

había tratado de huir de la divina presencia, el profeta de Dios dió a

conocer las maravillosas escenas que había presenciado en visión.

"He aquí--dijo,--el Señor es venido con sus santos millares, a hacer

juicio contra todos, y a convencer a todos los impíos de entre ellos

tocante a todas sus obras de impiedad que han hecho impíamente."

Judas 14, 15.

81


Enoc condenaba intrépidamente el pecado. Mientras predicaba

el amor de Dios en Cristo a la gente de aquel entonces, y les rogaba

que abandonaran sus malos caminos, reprobaba la prevaleciente

iniquidad, y amonestaba a los hombres de su generación

manifestándoles que vendría el juicio sobre los transgresores. El

Espíritu de Cristo habló por medio de Enoc, y se manifestaba no

sólo en expresiones de amor, compasión y súplica; pues los santos

hombres no hablan sólo palabras halagadoras. Dios pone en el

corazón y en los labios de sus mensajeros las verdades que han de

expresar a la gente, verdades agudas y cortantes como una espada de

dos filos.

El poder de Dios que obraba con su siervo se hacía sentir entre

los que le oían. Algunos prestaban oídos a la amonestación, y

renunciaban a su vida de pecado; pero las multitudes se mofaban del

solemne mensaje, y seguían más osadamente en sus malos caminos.

En los últimos días los siervos de Dios han de dar al mundo un

mensaje parecido, que será recibido también con incredulidad y

burla. El mundo antediluviano rechazó las palabras de amonestación

del que anduvo con Dios. E igualmente la última generación no

prestará atención a las advertencias de los mensajeros del Señor.

En medio de una vida de activa labor, Enoc mantenía fielmente

su comunión con Dios. Cuanto más intensas y urgentes eran sus

labores, tanto más constantes y fervorosas eran sus oraciones.

Seguía apartándose, durante ciertos lapsos, de todo trato humano.

Después de permanecer algún tiempo entre la gente, trabajando para

beneficiarla mediante la instrucción y el ejemplo, se retiraba con el

82


fin de estar solo, para satisfacer su sed y hambre de aquella divina

sabiduría que sólo Dios puede dar. Manteniéndose así en comunión

con Dios, Enoc llegó a reflejar más y más la imagen divina. Tenía el

rostro radiante de una santa luz, semejante a la que resplandece del

rostro de Jesús. Cuando regresaba de estar en comunión con Dios,

hasta los impíos miraban con reverencia ese sello del cielo en su

semblante.

La iniquidad de los hombres había llegado a tal grado que su

destrucción quedó decretada. A medida que los años pasaban, crecía

más la ola de la culpabilidad humana, y se volvían más obscuras las

nubes del juicio divino. Con todo, Enoc, el testigo de la fe,

perseveró en su camino, amonestando, suplicando, implorando,

tratando de rechazar la ola de culpabilidad y detener los dardos de la

venganza. Aunque sus amonestaciones eran menospreciadas por el

pueblo pecaminoso y amante del placer, tenía el testimonio de la

aprobación de Dios, y continuó fielmente la lucha contra la

iniquidad reinante, hasta que Dios lo trasladó de un mundo de

pecado al gozo puro del cielo.

Los hombres de aquel entonces se burlaron de la insensatez del

que no procuraba acumular oro o plata, ni adquirir bienes terrenales.

Pero el corazón de Enoc estaba puesto en los tesoros eternos. Había

contemplado la ciudad celestial. Había visto al Rey en su gloria en

medio de Sión. Su mente, su corazón y su conversación se

concentraban en el cielo. Cuanto mayor era la iniquidad

prevaleciente, tanto más intensa era su nostalgia del hogar de Dios.

Mientras estaba aún en la tierra, vivió por la fe en el reino de luz.

83


"Bienaventurados los de limpio corazón: porque ellos verán a

Dios." Mateo 5:8. Durante trescientos años Enoc buscó la pureza del

alma, para estar en armonía con el Cielo. Durante tres siglos anduvo

con Dios. Día tras día anheló una unión más íntima; esa comunión

se hizo más y más estrecha, hasta que Dios lo llevó consigo. Había

llegado al umbral del mundo eterno, a un paso de la tierra de los

bienaventurados; se le abrieron los portales, y continuando su andar

con Dios, tanto tiempo proseguido en la tierra, entró por las puertas

de la santa ciudad. Fué el primero de los hombres que llegó allí.

La desaparición de Enoc se sintió en la tierra. La voz de

instrucción y amonestación que se había escuchado día tras día se

echó de menos. Hubo algunos, entre los justos y los impíos, que

presenciaron su partida; y con la esperanza de que se le hubiese

llevado a uno de sus lugares de retiro, los que le amaban hicieron

una diligente búsqueda, así como más tarde los hijos de los profetas

buscaron a Elías; pero fué sin resultado. Informaron que no estaba

en ninguna parte, porque Dios lo había llevado consigo.

Mediante la traslación de Enoc, el Señor quiso dar una

importante lección. Había peligro de que los hombres cedieran al

desaliento, debido a los temibles resultados del pecado de Adán.

Muchos estaban dispuestos a exclamar: "¿De qué nos sirve haber

temido al Señor y guardado sus ordenanzas, ya que una terrible

maldición pesa sobre la humanidad, y a todos nos espera la muerte?"

Pero las instrucciones que Dios dió a Adán, repetidas por Set y

practicadas por Enoc, despejaron las tinieblas y la tristeza e

84


infundieron al hombre la esperanza de que, como por Adán vino la

muerte, por el Redentor prometido vendría la vida y la inmortalidad.

Satanás procuraba inculcar a los hombres la creencia de que no

había premio para los justos ni castigo para los impíos, y que era

imposible para el hombre obedecer los estatutos divinos. Pero en el

caso de Enoc, Dios declara de sí mismo que "existe y que es

remunerador de los que le buscan." Hebreos 11:6. Revela lo que

hará en bien de los que guardan sus mandamientos. A los hombres

se les demostró que se puede obedecer la ley de Dios; que aun

viviendo entre pecadores corruptos, podían, mediante la gracia de

Dios, resistir la tentación y llegar a ser puros y santos. Vieron en su

ejemplo la bienaventuranza de esa vida; y su traslación fué una

evidencia de la veracidad de su profecía acerca del porvenir que

traerá un galardón de felicidad, gloria y vida eterna para los

obedientes, y de condenación, pesar y muerte para el transgresor.

"Por la fe Enoc fué traspuesto para no ver muerte, ... y antes

que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios."

Vers. 5. En medio de un mundo condenado a la destrucción por su

iniquidad, Enoc pasó su vida en tan íntima comunión con Dios, que

no se le permitió caer bajo el poder de la muerte. El piadoso carácter

de este profeta representa el estado de santidad que deben alcanzar

todos los que serán "comprados de entre los de la tierra"

(Apocalipsis 14:3) en el tiempo de la segunda venida de Cristo. En

ese entonces, así como en el mundo antediluviano, prevalecerá la

iniquidad. Siguiendo los impulsos de su corrupto corazón y las

enseñanzas de una filosofía engañosa, el hombre se rebelará contra

85


la autoridad del Cielo. Pero, así como Enoc, el pueblo de Dios

buscará la pureza de corazón y la conformidad con la voluntad de su

Señor, hasta que refleje la imagen de Cristo. Tal como lo hizo Enoc,

anunciarán al mundo la segunda venida del Señor, y los juicios que

merecerá la transgresión; y mediante su conversación y ejemplo

santos condenarán los pecados de los impíos.

Así como Enoc fué trasladado al cielo antes de la destrucción

del mundo por el diluvio, así también los justos vivos serán

traspuestos de la tierra antes de la destrucción por el fuego. Dice el

apóstol: "Todos ciertamente no dormiremos, mas todos seremos

transformados, en un momento, en un abrir de ojo, a la final

trompeta." "Porque el mismo Señor con aclamación, con voz de

arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo." "Porque

será tocada la trompeta, y los muertos serán levantados sin

corrupción, y nosotros seremos transformados." "Los muertos en

Cristo resucitarán primero: luego nosotros, los que vivimos, los que

quedamos, juntamente con ellos seremos arrebatados en las nubes a

recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por

tanto, consolaos los unos a los otros en estas palabras." 1 Corintios

15:51, 52; 1 Tesalonicenses 4:16-18.

86


Capítulo 7

El diluvio

En los días de Noé pesaba sobre la tierra una doble maldición,

como consecuencia de la transgresión de Adán y del asesinato

cometido por Caín. No obstante esta circunstancia, la faz de la

naturaleza no había cambiado mucho. Había señales evidentes de

decadencia, pero la tierra todavía era bella y rica con los regalos de

la providencia de Dios. Las colinas estaban coronadas de

majestuosos árboles que sostenían los sarmientos cargados del fruto

de la vid. Las vastas planicies que semejaban jardines estaban

vestidas de suave verdor y endulzadas con la fragancia de miles de

flores. Los frutos de la tierra eran de una gran variedad y de una

abundancia casi ilimitada. Los árboles superaban en tamaño, belleza

y perfecta simetría, a los más hermosos del presente; la madera era

de magnífica fibra y de dura substancia, muy parecida a la piedra, y

apenas un poco menos durable que ésta. Además, abundaban el oro,

la plata y las piedras preciosas.

El linaje humano aun conservaba mucho de su vigor original.

Sólo pocas generaciones habían pasado desde que Adán había

tenido acceso al árbol que había de prolongar la vida; y la unidad de

la existencia del hombre era todavía el siglo. Si aquellas personas

dotadas de longevidad hubieran dedicado al servicio de Dios sus

excepcionales facultades para hacer planes y ejecutarlos, habrían

hecho del nombre de su Creador un motivo de alabanza en la tierra,

87


y habrían cumplido el motivo por el cual él les dió la vida. Pero

dejaron de hacerlo. Había muchos gigantes, hombres de gran

estatura y fuerza, renombrados por su sabiduría, hábiles para

proyectar las más sutiles y maravillosas obras; pero la culpa en que

incurrieron al dar rienda suelta a la iniquidad fué proporcional a su

pericia y habilidad mentales.

Dios otorgó ricos y variados dones a estos antediluvianos; pero

los usaron para glorificarse a sí mismos, y los trocaron en maldición

poniendo sus afectos en ellos más bien que en Aquel que se los

había dado. Emplearon el oro y la plata, las piedras preciosas y las

maderas selectas, en la construcción de mansiones para sí y trataron

de superarse unos a otros en el embellecimiento de sus moradas con

las más hábiles obras del ingenio humano. Sólo procuraban

satisfacer los deseos de sus orgullosos corazones, y se aturdían en

escenas de placer y perversidad. No deseando conservar a Dios en

su memoria, no tardaron en negar su existencia. Adoraban a la

naturaleza en lugar de rendir culto al Dios de la naturaleza.

Glorificaban al ingenio humano, adoraban las obras de sus propias

manos, y enseñaban a sus hijos a postrarse ante imágenes

esculpidas.

Construyeron altares a sus ídolos en los verdes campos y bajo

la sombra de hermosos árboles. Bosques extensos, que conservaban

su follaje siempre verde, eran dedicados al culto de dioses falsos. A

estos bosques estaban unidos bellos jardines, con largas y sinuosas

avenidas adornadas de árboles cargados de frutos, y de toda clase de

estatuas; todo lo cual estaba provisto de cuanto podía agradar a los

88


sentidos y fomentar los voluptuosos deseos del pueblo, y así

inducirlo a participar del culto idólatra.

Los hombres eliminaron a Dios de su mente, y adoraron las

creaciones de su propia imaginación; y como consecuencia, se

degradaron más y más. El salmista describe el efecto producido por

la adoración de ídolos sobre quienes la practican. "Como ellos son

los que los hacen; cualquiera que en ellos confía." Salmos 115:8.

Es una ley del espíritu humano que nos hacemos semejantes a

lo que contemplamos. El hombre no se elevará más allá de sus

conceptos acerca de la verdad, la pureza y la santidad. Si el espíritu

no sube nunca más arriba que el nivel humano, si no se eleva

mediante la fe para comprender la sabiduría y el amor infinitos, el

hombre irá hundiéndose cada vez más. Los adoradores de falsos

dioses revestían a sus deidades de cualidades y pasiones humanas, y

rebajaban así sus normas de carácter a la semejanza de la humanidad

pecaminosa. Como resultado lógico se corrompieron.

"Y vió Jehová que la malicia de los hombres era mucha en la

tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos

era de continuo solamente el mal.... Y corrompióse la tierra delante

de Dios, y estaba la tierra llena de violencia." Génesis 6:5, 11. Dios

había dado a los hombres sus mandamientos como norma de vida,

pero su ley fué quebrantada, y como resultado cometieron todos los

pecados concebibles. La impiedad de los hombres fué manifiesta y

osada, la justicia fué pisoteada en el polvo, y las lamentaciones de

los oprimidos ascendieron hasta el cielo.

89


La poligamia había sido introducida desde temprano, contra la

divina voluntad manifestada en el principio. El Señor dió a Adán

una mujer, revelando así sus órdenes. Pero después de la caída, los

hombres prefirieron seguir sus deseos pecaminosos: y como

resultado, aumentaron rápidamente los delitos y la desgracia. No se

respetaba el vínculo matrimonial ni los derechos de propiedad.

Cualquiera que codiciaba las mujeres o los bienes de su prójimo, los

tomaba por la fuerza, y los hombres se regocijaban en sus hechos de

violencia. Gozaban matando los animales; y el consumo de la carne

como alimento los volvía aún más crueles y sedientos de sangre,

hasta que llegaron a considerar la vida humana con sorprendente

indiferencia.

El mundo estaba en su infancia; no obstante, la iniquidad del

género humano se había hecho tan profunda y general que Dios no

pudo soportarla más; y dijo: "Raeré los hombres que he criado de

sobre la faz de la tierra." Vers. 7; véase el Apéndice, nota 1. Declaró

que su Espíritu no contendería para siempre con la humanidad

culpable. Si los hombres no cesaban de manchar el mundo y sus

ricos tesoros con sus pecados, los borraría de su creación, y

destruiría las cosas que con tanta delicia les había brindado;

arrebataría las bestias de los campos, y la vegetación que les

suministraba abundante abastecimiento de alimentos, y

transformaría la bella tierra en un vasto panorama de desolación y

ruina.

En medio de la corrupción reinante, Matusalén, Noé y muchos

90


más, trabajaron para conservar el conocimiento del verdadero Dios y

para detener la ola del mal. Ciento veinte años antes del diluvio, el

Señor, mediante un santo ángel, comunicó a Noé su propósito, y le

ordenó que construyese un arca. Mientras la construía, había de

predicar que Dios iba a traer sobre la tierra un diluvio para destruir a

los impíos. Los que creyesen en el mensaje, y se preparasen para ese

acontecimiento mediante el arrepentimiento y la reforma, obtendrían

perdón y serían salvos. Enoc había repetido a sus hijos lo que Dios

le había manifestado tocante al diluvio, y Matusalén y sus hijos, que

alcanzaron a oír las prédicas de Noé, le ayudaron en la construcción

del arca.

Dios dió a Noé las dimensiones exactas del arca, y explícitas

instrucciones acerca de todos los detalles de su construcción. La

sabiduría humana no podría haber ideado una estructura de tanta

solidez y durabilidad. Dios fué el diseñador, y Noé el maestro

constructor. Se construyó como el casco de un barco, para que

pudiese flotar en el agua, pero en ciertos aspectos se parecía más a

una casa. Tenía tres pisos, con sólo una puerta en un costado. La luz

entraba por la parte superior, y las distintas secciones estaban

arregladas de tal manera que todas recibían luz. En la construcción

del arca se empleó madera de ciprés, que duraría cientos de años. La

construcción de esta estructura fué un proceso lento y trabajoso. A

pesar de la gran fuerza que poseían los hombres de aquel entonces,

debido al gran tamaño de los árboles y la naturaleza de la madera, se

necesitaba mucho más tiempo que ahora para prepararla. Se hizo

todo lo humanamente posible para que la obra resultase perfecta; sin

embargo, el arca de por sí no hubiera podido soportar la tempestad

91


que había de venir sobre la tierra. Sólo Dios podía guardar a sus

siervos de las aguas borrascosas.

"Por la fe Noé, habiendo recibido respuesta de cosas que aun

no se veían, con temor aparejó el arca en que su casa se salvase: por

la cual fe condenó al mundo, y fué hecho heredero de la justicia que

es por la fe." Hebreos 11:7. Mientras Noé daba al mundo su mensaje

de amonestación, sus obras demostraban su sinceridad. Así se

perfeccionó y manifestó su fe. Dió al mundo el ejemplo de creer

exactamente lo que Dios dice. Todo lo que poseía lo invirtió en el

arca. Cuando empezó a construir aquel inmenso barco en tierra seca,

multitudes vinieron de todos los rumbos a ver aquella extraña

escena, y a oír las palabras serias y fervientes de aquel singular

predicador. Cada martillazo dado en la construcción del arca era un

testimonio para la gente.

Al principio, pareció que muchos recibirían la advertencia; sin

embargo, no se volvieron a Dios con verdadero arrepentimiento. No

quisieron renunciar a sus pecados. Durante el tiempo que precedió al

diluvio, su fe fué probada, pero ellos no resistieron esa prueba.

Vencidos por la incredulidad reinante, se unieron a sus antiguos

camaradas para rechazar el solemne mensaje. Algunos estaban

profundamente convencidos, y hubieran atendido la amonestación;

pero eran tantos los que se mofaban y los ridiculizaban, que

terminaron por participar del mismo espíritu, resistieron a las

invitaciones de la misericordia, y pronto se hallaron entre los más

atrevidos e insolentes burladores; pues nadie es tan desenfrenado ni

se hunde tanto en el pecado como los que una vez conocieron la luz,

92


pero resistieron al Espíritu que convence de pecado.

No todos los hombres de aquella generación eran idólatras en el

sentido estricto de la palabra. Muchos profesaban ser adoradores de

Dios. Alegaban que sus ídolos eran imágenes de la Deidad, y que

por su medio el pueblo podía formarse una concepción más clara del

Ser divino. Esta clase sobresalía en el menosprecio del mensaje de

Noé. Al tratar de representar a Dios mediante objetos materiales,

cegaron sus mentes en lo que respectaba a la majestad y al poder del

Creador; dejaron de comprender la santidad de su carácter, y la

naturaleza sagrada e inmutable de sus requerimientos.

A medida que el pecado se generalizaba, les parecía cada vez

menos grave, y terminaron por declarar que la ley divina ya no

estaba en vigor; que era contrario al carácter de Dios castigar la

transgresión; y negaron que sus juicios se harían sentir en la tierra.

Si los hombres de aquella generación hubieran obedecido la ley

divina, habrían reconocido la voz de Dios en la amonestación de su

siervo; pero al rechazar la luz sus mentes se habían vuelto tan

ciegas, que creyeron de veras que el mensaje de Noé era un engaño.

No fueron las multitudes o las mayorías las que se colocaron de

parte de lo justo. El mundo se puso contra la justicia y las leyes de

Dios, y Noé fué considerado fanático. Satanás, al tentar a Eva para

que desobedeciese a Dios, le dijo: "No moriréis." Génesis 3:4.

Grandes hombres del mundo, honrados y sabios, repitieron lo

mismo. "Las amenazas de Dios--dijeron--tienen por fin intimidarnos

y nunca se realizarán. No debéis alarmaros. Nunca se producirá la

93


destrucción de la tierra por el Dios que la hizo ni el castigo de los

seres que él creó. Podéis estar tranquilos; no temáis. Noé es un

descabellado fanático." El mundo se reía de la locura del iluso

anciano. En vez de humillar sus corazones ante Dios, persistieron en

su desobediencia e impiedad, como si Dios no les hubiera hablado

por su siervo.

Pero Noé se mantuvo como una roca en medio de la tempestad.

Rodeado por el desdén y el ridículo popular, se distinguió por su

santa integridad y por su inconmovible fidelidad. Sus palabras iban

acompañadas de poder, pues eran la voz de Dios que hablaba a los

hombres por medio de su siervo. Su relación con Dios le

comunicaba la fuerza del poder infinito, mientras que, durante

ciento veinte años, su voz solemne anunció a oídos de aquella

generación acontecimientos que, en cuanto podía juzgar la sabiduría

humana, estaban fuera de toda posibilidad.

El mundo antediluviano razonaba que las leyes de la naturaleza

habían sido estables durante muchos siglos. Las estaciones se habían

sucedido unas a otras en orden. Hasta entonces nunca había llovido;

la tierra había sido regada por una niebla o el rocío. Los ríos nunca

habían salido de sus cauces, sino que habían llevado sus aguas

libremente hacia el mar. Leyes fijas habían mantenido las aguas

dentro de sus límites naturales. Pero estos razonadores no

reconocían la mano del que había detenido las aguas diciendo:

"Hasta aquí vendrás, y no pasarás adelante." Job 38:11.

A medida que transcurría el tiempo sin ningún cambio visible

94


en la naturaleza, los hombres cuyo corazón a veces había temblado

de temor comenzaron a tranquilizarse. Razonaron, como muchos lo

hacen hoy, que la naturaleza está por encima del Dios de la

naturaleza, y que sus leyes están tan firmemente establecidas que el

mismo Dios no podría cambiarlas. Alegando que si el mensaje de

Noé fuese correcto, la naturaleza tendría que cambiar su curso,

hicieron que ese mensaje apareciera ante el mundo como un error,

como un gran engaño. Demostraron su desdén por la amonestación

de Dios haciendo exactamente las mismas cosas que habían hecho

antes de recibir la advertencia. Continuaron sus fiestas y glotonerías;

siguieron comiendo y bebiendo, plantando y edificando, haciendo

planes con referencia a beneficios que esperaban obtener en el

futuro; y se hundieron más profundamente en la impiedad y el

obstinado menosprecio de los requerimientos de Dios, para mostrar

que no temían al Ser infinito. Afirmaban que si fuese cierto lo que

Noé había dicho, los hombres de fama, los sabios, los prudentes y

los grandes lo habrían comprendido.

Si los antediluvianos hubiesen creído la advertencia y se

hubiesen arrepentido de sus obras impías, el Señor habría desistido

de su ira, como lo hizo más tarde con Nínive. Pero con su obstinada

resistencia a los reproches de la conciencia y a las advertencias del

profeta de Dios, aquella generación llenó la copa de su iniquidad y

maduró para la destrucción.

Su tiempo de gracia estaba a punto de concluir. Noé había

seguido fielmente las instrucciones que había recibido de Dios. El

arca se terminó en todos sus aspectos como Dios lo había mandado,

95


y fué provista de alimentos para los hombres y las bestias. Y

entonces el siervo de Dios dirigió su última y solemne súplica a la

gente. Con anhelo indecible, les rogó que buscasen refugio mientras

era posible encontrarlo. Nuevamente rechazaron sus palabras, y

alzaron sus voces en son de burla y de mofa.

De repente reinó el silencio entre aquella multitud

escarnecedora. Animales de toda especie, desde los más feroces

hasta los más mansos, se veían venir de las montañas y los bosques,

y dirigirse tranquilamente hacia el arca. Se oyó un ruido como de un

fuerte viento, y he aquí los pájaros que venían de todas direcciones

en tal cantidad que obscurecieron los cielos, y entraban en el arca en

perfecto orden. Los animales obedecían la palabra de Dios, mientras

que los hombres la desobedecían. Dirigidos por santos ángeles, "de

dos en dos entraron a Noé en el arca," y los animales limpios de

"siete en siete." Génesis 7:9, 2.

El mundo miraba maravillado, algunos hasta con temor.

Llamaron a los filósofos para que explicasen aquel singular suceso,

pero fué en vano. Era un misterio que no podían comprender. Pero

los corazones de los hombres se habían endurecido tanto, al rechazar

obstinadamente la luz, que aun esta escena les produjo sólo una

impresión pasajera. La raza condenada contemplaba el sol en toda

su gloria y la tierra revestida casi de la belleza del Edén, y ahuyentó

sus crecientes temores mediante ruidosas diversiones; y mediante

actos de violencia pareció atraer sobre sí la ya despierta ira de Dios.

Dios mandó a Noé: "Entra tú y toda tu casa en el arca; porque a

96


ti he visto justo delante de mí en esta generación." Génesis 7:1. Las

advertencias de Noé habían sido rechazadas por el mundo, pero su

influencia y su ejemplo habían sido una bendición para su familia.

Como premio por su fidelidad e integridad, Dios salvó con él a

todos los miembros de su familia. ¡Qué estímulo para la fidelidad de

los padres!

La misericordia dejó de suplicar a la raza culpable. Las bestias

de los campos y las aves del aire habían entrado en su refugio. Noé

y su familia estaban en el arca; "y Jehová le cerró la puerta." Vers.

16. Se vió un relámpago deslumbrante, y una nube de gloria más

vívida que el relámpago descendió del cielo para cernerse ante la

entrada del arca. La maciza puerta, que no podían cerrar los que

estaban dentro, fué puesta lentamente en su sitio por manos

invisibles. Noé quedó adentro y los que habían desechado la

misericordia de Dios quedaron afuera. El sello del cielo fué puesto

sobre la puerta; Dios la había cerrado, y sólo Dios podía abrirla.

Asimismo, cuando Cristo deje de interceder por los hombres

culpables, antes de su venida en las nubes del cielo, la puerta de la

misericordia será cerrada. Entonces la gracia divina ya no refrenará

más a los impíos, y Satanás tendrá dominio absoluto sobre los que

hayan rechazado la misericordia divina. Pugnarán ellos por destruir

al pueblo de Dios; pero así como Noé fué guardado en el arca, los

justos serán escudados por el poder divino.

Durante siete días después que Noé y su familia hubieron

entrado en el arca, no aparecieron señales de la inminente

tempestad. Durante ese tiempo se probó su fe. Fué un momento de

97


triunfo para el mundo exterior. La aparente tardanza confirmaba la

creencia de que el mensaje de Noé era un error y que el diluvio no

ocurriría. A pesar de las solemnes escenas que habían presenciado,

al ver cómo las bestias y las aves entraban en el arca, y el ángel de

Dios cerraba la puerta, continuaron las burlas y orgías, y hasta se

mofaron los hombres de las manifiestas señales del poder de Dios.

Se reunieron en multitudes alrededor del arca para ridiculizar a sus

ocupantes con una audacia violenta que no se habían atrevido a

manifestar antes.

Pero al octavo día obscuros nubarrones cubrieron los cielos. Y

comenzó el estallido de los truenos y el centellear de los

relámpagos. Pronto grandes gotas de agua comenzaron a caer.

Nunca había presenciado el mundo cosa semejante y el temor se

apoderó del corazón de los hombres. Todos se preguntaban

secretamente: "¿Será posible que Noé tuviera razón y que el mundo

se halle condenado a la destrucción?" El cielo se obscurecía cada

vez más y la lluvia caía más aprisa. Las bestias rondaban presas de

terror, y sus discordantes aullidos parecían lamentar su propio

destino y la suerte del hombre. Entonces "fueron rotas todas las

fuentes del grande abismo, y las cataratas de los cielos fueron

abiertas." Vers. 11. El agua se veía caer de las nubes cual enormes

cataratas. Los ríos se salieron de madre e inundaron los valles.

Torrentes de aguas brotaban de la tierra con fuerza indescriptible,

arrojando al aire, a centenares de pies,* macizas rocas, que al caer se

sepultaban profundamente en el suelo.

La gente presenció primeramente la destrucción de las obras de

98


sus manos. Sus espléndidos edificios, sus bellos jardines y alamedas

donde habían colocado sus ídolos, fueron destruídos por los rayos, y

sus escombros fueron diseminados. Los altares donde habían

ofrecido sacrificios humanos fueron destruídos, y los adoradores

temblaron ante el poder del Dios viviente, y comprendieron que

había sido su corrupción e idolatría lo que había provocado su

destrucción.

A medida que la violencia de la tempestad aumentaba, árboles,

edificios, rocas y tierra eran lanzados en todas direcciones. El terror

de los hombres y los animales era indescriptible. Por encima del

rugido de la tempestad podían escucharse los lamentos de un pueblo

que había despreciado la autoridad de Dios. El mismo Satanás,

obligado a permanecer en medio de los revueltos elementos, temió

por su propia existencia. Se había deleitado en dominar tan poderosa

raza, y deseaba que los hombres viviesen para que siguieran

practicando sus abominaciones y rebelándose contra el Rey del

cielo. Ahora lanzaba maldiciones contra Dios, culpándolo de

injusticia y de crueldad. Muchos, como Satanás, blasfemaban contra

Dios, y si hubiesen podido, le habrían arrojado del trono de su

poder. Otros, locos de terror, extendían las manos hacia el arca,

implorando que les permitieran entrar. Pero sus súplicas fueron

vanas. Su conciencia despertó, por fin, y se convencieron de que hay

en los cielos un Dios que lo gobierna todo. Le invocaron con fervor,

pero los oídos del Creador no escuchaban sus súplicas.

En aquella terrible hora vieron que la transgresión de la ley de

Dios había ocasionado su ruina. Pero, si bien por temor al castigo

99


reconocían su pecado, no sentían verdadero arrepentimiento ni

verdadera repugnancia hacia el mal. Habrían vuelto a su desafío

contra el cielo, si se les hubiese librado del castigo. Así también

cuando los juicios de Dios caigan sobre la tierra antes del diluvio de

fuego, los impíos sabrán exactamente en qué consiste su pecado: en

haber menospreciado su santa ley. Sin embargo, su arrepentimiento

no será más genuino que el de los pecadores del mundo antiguo.

Algunos, en su desesperación, trataron de romper el arca para

entrar en ella; pero su firme estructura soportó todos estos intentos.

Otros se asieron del arca hasta que fueron arrancados de ella por las

embravecidas aguas o por los choques con las rocas y los árboles.

Todas las fibras de la maciza arca temblaban cuando era golpeada

por los vientos inmisericordes, y una ola la arrojaba a la otra. Los

rugidos de los animales que estaban dentro del arca expresaban su

miedo y dolor. Pero en medio de los revueltos elementos el arca

continuaba flotando con toda seguridad. Angeles muy poderosos

habían sido enviados para protegerla.

Los animales expuestos a la tempestad corrían hacia los

hombres, como si esperasen ayuda de ellos. Algunas personas se

ataron, juntamente con sus hijos, en los lomos de poderosos

animales, sabiendo que éstos eran tenaces para conservar la vida, y

que subirían a los picos más altos para escapar de las crecientes

aguas. Otros se ataron a altos árboles en la cumbre de las colinas o

las montañas; pero los árboles fueron desarraigados, y juntamente

con su cargamento de seres vivientes fueron lanzados a las bullentes

olas. Sitio tras sitio que prometía seguridad era abandonado. A

100


medida que las aguas subían más y más, la gente huía a las más

elevadas montañas en busca de refugio. En muchos lugares podía

verse a hombres y animales que luchaban por asentar pie en un

mismo sitio hasta que al fin unos y otros eran barridos por la furia de

los elementos.

Desde las cimas más altas, los hombres contemplaban un

enorme océano sin playas. Las solemnes amonestaciones del siervo

de Dios ya no eran objeto de ridículo y mofa. ¡Cuánto habrían

deseado estos pecadores condenados a morir que se les volviera a

deparar la oportunidad que habían menospreciado! ¡Cómo

imploraban que se les diera una hora más de gracia, otra

manifestación de misericordia, otra invitación de labios de Noé!

Pero ya no habían de oír la dulce voz de misericordia. El amor, no

menos que la justicia, exigía que los juicios de Dios pusiesen

término al pecado. Las aguas vengadoras barrieron el último

refugio, y los que habían despreciado a Dios perecieron finalmente

en las obscuras profundidades.

"Por la palabra de Dios ... el mundo de entonces pereció

anegado en agua: Mas los cielos que son ahora, y la tierra, son

conservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día

del juicio, y de la perdición de los hombres impíos." 2 Pedro 3:5-7.

Otra tempestad se aproxima ahora. La tierra será otra vez barrida por

la asoladora ira de Dios, y el pecado y los pecadores serán

destruídos.

Los pecados que acarrearon la venganza sobre el mundo

101


antediluviano, existen hoy. El temor de Dios ha desaparecido de los

corazones de los hombres, y su ley se trata con indiferencia y

desdén. La intensa mundanalidad de aquella generación es igualada

por la de la presente. Cristo dijo: "Porque como en los días antes del

diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en

casamiento, hasta el día que Noé entró en el arca, y no conocieron

hasta que vino el diluvio y llevó a todos, así será también la venida

del Hijo del hombre." Mateo 24:38, 39.

Dios no condenó a los antediluvianos porque comían y bebían;

les había dado los frutos de la tierra en gran abundancia para

satisfacer sus necesidades materiales. Su pecado consistió en que

tomaron estas dádivas sin ninguna gratitud hacia el Dador, y se

rebajaron entregándose desenfrenadamente a la glotonería. Era lícito

que se casaran. El matrimonio formaba parte del plan de Dios; fué

una de las primeras instituciones que él estableció. Dió instrucciones

especiales tocante a esta institución, revistiéndola de santidad y

belleza; pero estas instrucciones fueron olvidadas y el matrimonio

fué pervertido y puesto al servicio de las pasiones humanas.

Condiciones semejantes prevalecen hoy día. Lo que es lícito en

sí es llevado al exceso. Se complace al apetito sin restricción. Hoy

muchos de los que profesan ser cristianos comen y beben en

compañía de los borrachos mientras sus nombres aparecen en las

listas de honor de las iglesias. La intemperancia entorpece las

facultades morales y espirituales, y prepara el dominio de las

pasiones bajas. Multitudes de personas no sienten la obligación

moral de dominar sus apetitos sensuales y se vuelven esclavos de la

102


concupiscencia. Los hombres viven sólo para el placer de los

sentidos; únicamente para este mundo y para esta vida. El

despilfarro prevalece en todos los círculos sociales. La integridad se

sacrifica en aras del lujo y la ostentación. Los que quieren

enriquecerse rápidamente corrompen la justicia y oprimen a los

pobres; y todavía se compran y venden "siervos, y las almas de los

hombres." El engaño, el soborno y el robo se cometen libremente

entre humildes y encumbrados. La prensa abunda en noticias de

asesinatos y crímenes ejecutados tan a sangre fría y sin causa, que

parecería que todo instinto de humanidad hubiese desaparecido.

Estos crímenes atroces son hoy día sucesos tan comunes que apenas

motivan un comentario o causan sorpresa. El espíritu de anarquía

está penetrando en todas las naciones, y los disturbios que de vez en

cuando excitan el horror del mundo, no son sino señales de los

reprimidos fuegos de las pasiones y de la maldad que, una vez que

escapen al dominio de las leyes, llenarán el mundo de miseria y de

desolación.

El cuadro del mundo antediluviano que pintó la inspiración

representa con fiel veracidad la condición a la cual la sociedad

moderna está llegando rápidamente. Ahora mismo, en el presente

siglo, y en países que se llaman cristianos, se cometen diariamente

crímenes tan negros y atroces, como aquellos por los cuales los

pecadores del antiguo mundo fueron destruídos.

Antes del diluvio, Dios mandó a Noé que diese aviso al mundo,

para que los hombres fuesen llevados al arrepentimiento, y para que

así escapasen a la destrucción. A medida que se aproxima el

103


momento de la segunda venida de Cristo, el Señor envía a sus

siervos al mundo con una amonestación para que los hombres se

preparen para ese gran acontecimiento. Multitudes de personas han

vivido violando la ley de Dios, y ahora, con toda misericordia, las

llama para que obedezcan sus sagrados preceptos. A todos los que

abandonen sus pecados mediante el arrepentimiento para con Dios y

la fe en Cristo, se les ofrece perdón. Pero muchos creen que

renunciar al pecado es hacer un sacrificio demasiado grande. Porque

su vida no está en armonía con los principios puros del gobierno

moral de Dios, rechazan sus amonestaciones y niegan la autoridad

de su ley.

Solamente ocho almas de la enorme población antediluviana

creyeron y obedecieron la palabra que Dios les habló por labios de

Noé. Durante ciento veinte años el predicador de la justicia

amonestó al mundo acerca de la destrucción que se aproximaba;

pero su mensaje fué desechado y despreciado. Lo mismo sucederá

ahora. Antes de que el Legislador venga a castigar a los

desobedientes, exhorta a los transgresores a que se arrepientan y

vuelvan a su lealtad; pero para la mayoría estas advertencias serán

vanas.

Dice el apóstol Pedro: "En los postrimeros días vendrán

burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo:

¿Dónde está la promesa de su advenimiento? porque desde el día en

que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como

desde el principio de la creación." 2 Pedro 3:3, 4. ¿No oímos repetir

hoy estas mismas palabras, no sólo por los impíos, sino también por

104


muchos que ocupan los púlpitos en nuestra tierra? "No hay motivo

de alarma--dicen.--Antes de que venga Cristo, se ha de convertir el

mundo entero, y la justicia ha de reinar durante mil años. ¡Paz, paz!

Todo permanece así como desde el principio. Nadie se turbe por el

inquietante mensaje de estos alarmistas."

Pero esta doctrina del milenario no está en armonía con las

enseñanzas de Cristo y de los apóstoles. Jesús hizo esta pregunta

significativa: "Cuando el Hijo del hombre viniere, ¿hallará fe en la

tierra?" Lucas 18:8. Como hemos visto, él manifiesta que el estado

del mundo será como en los días de Noé. San Pablo nos recuerda

que la impiedad aumentará a medida que se acerque el fin: "El

Espíritu dice manifiestamente, que en los venideros tiempos algunos

apostatarán de la fe, escuchando a espíritus de error y a doctrinas de

demonios." 1 Timoteo 4:1. El apóstol dice que "en los postreros días

vendrán tiempos peligrosos." 2 Timoteo 3:1. Y nos da una tremenda

lista de pecados que se notarían entre quienes tendrían apariencia de

piedad.

Mientras que su tiempo de gracia estaba concluyendo, los

antediluvianos se entregaban a una vida agitada de diversiones y

festividades. Los que poseían influencia y poder se empeñaban en

distraer la atención del pueblo con alegrías y placeres para que

ninguno se dejara impresionar por la última solemne advertencia.

¿No vemos repetirse lo mismo hoy? Mientras los siervos de Dios

proclaman que el fin de todas las cosas se aproxima, el mundo va en

pos de los placeres y las diversiones. Hay constantemente

abundancia de excitaciones que causan indiferencia hacia Dios e

105


impiden que la gente sea impresionada por las únicas verdades que

podrían salvarla de la destrucción que se avecina.

En los días de Noé, los filósofos declararon que era imposible

que el mundo fuese destruído por el agua; asimismo hay ahora

hombres de ciencia que tratan de probar que el mundo no puede ser

destruído por fuego, que esto es incompatible con las leyes

naturales. Pero el Dios de la naturaleza, el que creó las leyes y las

controla, puede usar las obras de sus manos para que sirvan a sus

fines.

Cuando los grandes sabios habían probado a su entera

satisfacción que era imposible que el mundo fuese destruido por

agua, cuando los temores del pueblo se habían tranquilizado, cuando

todos consideraban que la profecía de Noé era un engaño, y le

llamaban fanático, entonces llegó la hora de Dios. "Fueron rotas

todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas de los cielos

fueron abiertas" (Génesis 7:11), y los burladores sucumbieron en las

aguas del diluvio. Con toda su jactanciosa filosofía, los hombres

descubrieron muy tarde que su sabiduría era necedad, que el

Legislador es superior a las leyes de la naturaleza, y que a la

Omnipotencia no le faltan medios para alcanzar sus fines.

"Y como fué en los días de Noé, ... como esto será el día en que

el Hijo del hombre se manifestará." "El día del Señor vendrá como

ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande

estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las

obras que en ella están serán quemadas." Lucas 17:26, 30; 2 Pedro

106


3:10. Cuando los razonamientos de la filosofía hayan desterrado el

temor a los juicios de Dios; cuando los maestros de la religión nos

hablen de largos siglos de paz y prosperidad, y el mundo se dedique

por completo a sus negocios y placeres, a plantar y edificar, a fiestas

y diversiones, y desechando las amonestaciones de Dios, se burle de

sus mensajeros, "entonces vendrá sobre ellos destrucción de repente,

... y no escaparán." 1 Tesalonicenses 5:3.

107


Capítulo 8

Después del diluvio

Las aguas subieron quince codos sobre las más altas montañas.

A menudo le pareció a la familia que ocupaba el arca que todos

perecerían, pues durante cinco largos meses su buque flotó de un

lado para otro, aparentemente a merced del viento y las olas. Fué

una prueba grave; pero la fe de Noé no vaciló, pues tenía la

seguridad de que la mano divina empuñaba el timón.

Cuando las aguas comenzaron a bajar, el Señor guió el arca

hacia un lugar protegido por un grupo de montañas conservadas por

su poder. Estas montañas estaban muy poco separadas entre sí, y el

arca se mecía en este quieto refugio, sin que el inmenso océano la

agitara ya. Esto alivió a los cansados y sacudidos viajeros.

Noé y su familia esperaban ansiosamente que bajasen las

aguas; pues anhelaban volver a pisar tierra firme. Cuarenta días

después que se hicieron visibles las cimas de las montañas, enviaron

un cuervo, ave de olfato delicado, para ver si la tierra ya estaba seca.

No encontrando más que agua, el ave continuó yendo y viniendo.

Siete días después, se envió una paloma, la cual al no encontrar

dónde posarse, regresó al arca. Noé esperó siete días más, y

nuevamente envió la paloma. Cuando ésta regresó por la tarde con

una hoja de olivo en el pico, hubo gran alborozo en el arca. Más

tarde "quitó Noé la cubierta del arca, y miró, y he aquí que la faz de

108


la tierra estaba enjuta." Génesis 8:13. Todavía esperó pacientemente

dentro del arca. Como había entrado obedeciendo un mandato de

Dios, esperó hasta recibir instrucciones especiales para salir.

Finalmente descendió un ángel del cielo, abrió la maciza puerta

y mandó al patriarca y a su familia que saliesen a tierra, y llevasen

consigo todo ser viviente. En su regocijo por verse libre, Noé no se

olvidó de Aquel en virtud de cuyo misericordioso cuidado habían

sido protegidos. Su primer acto después de salir del arca fué

construir un altar y ofrecer un sacrificio de toda clase de bestias y

aves limpias, con lo que manifestó su gratitud hacia Dios por su

liberación, y su fe en Cristo, el gran sacrificio. Esta ofrenda agradó

al Señor y de esto se derivó una bendición, no sólo para el patriarca

y su familia, sino también para todos los que habrían de vivir en la

tierra. "Y percibió Jehová olor de suavidad; y dijo Jehová en su

corazón: No tornaré más a maldecir la tierra por causa del hombre....

Todavía serán todos los tiempos de la tierra; la sementera y la siega,

y el frío y calor, verano e invierno, y día y noche, no cesarán." Vers.

21, 22.

En esto había una lección para las futuras generaciones. Noé

había tornado a una tierra desolada; pero antes de preparar una casa

para sí, construyó un altar para Dios. Su ganado era poco, y había

sido conservado con gran esfuerzo. No obstante, con alegría dió una

parte al Señor, en reconocimiento de que todo era de él. Asimismo

nuestro primer deber consiste en dar a Dios nuestras ofrendas

voluntarias. Toda manifestación de su misericordia y su amor hacia

nosotros debe ser reconocida con gratitud, mediante actos de

109


devoción y ofrendas para su obra.

Para evitar que las nubes y las lluvias llenasen a los hombres de

constante terror, por temor a otro diluvio, el Señor animó a la

familia de Noé mediante una promesa: "Estableceré mi pacto con

vosotros, ... ni habrá más diluvio para destruir la tierra.... Mi arco

pondré en las nubes, el cual será por señal de convenio entre mí y la

tierra. Y será que cuando haré venir nubes sobre la tierra, se dejará

ver entonces mi arco en las nubes, ... y verlo he para acordarme del

pacto perpetuo entre Dios y toda alma viviente." Génesis 9:11-16.

¡Cuán grandes fueron la condescendencia y compasión que

Dios manifestó hacia sus criaturas descarriadas al colocar el bello

arco iris en las nubes como señal de su pacto con el hombre! El

Señor declaró que al ver el arco iris recordaría su pacto. Esto no

significa que pudiera olvidarlo, sino que nos habla en nuestro propio

lenguaje, para que podamos comprenderle mejor. Quería el Señor

que cuando los niños de las generaciones futuras preguntasen por el

significado del glorioso arco que se extiende por el cielo, sus padres

les repitiesen la historia del diluvio, y les explicasen que el Altísimo

había combado el arco, y lo había colocado en las nubes para

asegurarles que las aguas no volverían jamás a inundar la tierra. Así

sería el arco iris, de generación en generación, un testimonio del

amor divino hacia el hombre, y fortalecería su confianza en Dios.

En el cielo una semejanza del arco iris rodea el trono y nimba

la cabeza de Cristo. El profeta dice: "Cual parece el arco del cielo

que está en las nubes el día que llueve, así era el parecer del

110


resplandor alrededor [del trono]. Esta fué la visión de la semejanza

de la gloria de Jehová." Ezequiel 1:28. Juan el revelador declara: "Y

he aquí, un trono que estaba puesto en el cielo, y sobre el trono

estaba uno sentado.... Y un arco celeste había alrededor del trono,

semejante en el aspecto a la esmeralda." Apocalipsis 4:2, 3. Cuando

por su impiedad el hombre provoca los juicios divinos, el Salvador

intercede ante el Padre en su favor y señala el arco en las nubes, el

arco iris que está en torno al trono y sobre su propia cabeza, como

recuerdo de la misericordia de Dios hacia el pecador arrepentido.

A la seguridad dada a Noé respecto al diluvio, Dios mismo ligó

una de las más preciosas promesas de su gracia: "Juré que nunca

más las aguas de Noé pasarían sobre la tierra; así he jurado que no

me enojaré contra ti, ni te reñiré. Porque los montes se moverán, y

los collados temblarán; mas no se apartará de ti mi misericordia, ni

el pacto de mi paz vacilará, dijo Jehová, el que tiene misericordia de

ti." Isaías 54:9, 10.

Cuando Noé vió las poderosas fieras que salían con él del arca,

temió que su familia, compuesta de ocho personas solamente, fuese

devorada por ellas. Pero el Señor envió un ángel a su siervo con este

mensaje de seguridad: "Y vuestro temor y vuestro pavor será sobre

todo animal de la tierra, y sobre toda ave de los cielos, en todo lo

que se moverá en la tierra, y en todos los peces del mar: en vuestra

mano son entregados. Todo lo que se mueve y vive, os será para

mantenimiento: así como las legumbres y hierbas, os lo he dado

todo." Génesis 9:2, 3. Antes de ese tiempo, Dios no había permitido

al hombre que comiera carne; quería que la raza humana subsistiera

111


enteramente con los productos de la tierra; pero ahora que toda cosa

verde había sido destruída, les dió permiso para que consumieran la

carne de los animales limpios que habían sido preservados en el

arca.

Toda la superficie de la tierra fué cambiada por el diluvio. Una

tercera y terrible maldición pesaba sobre ella como consecuencia del

pecado. A medida que las aguas comenzaron a bajar, las lomas y las

montañas quedaron rodeadas por un vasto y turbio mar. Por

doquiera yacían cadáveres de hombres y animales. El Señor no iba a

permitir que permaneciesen allí para infectar el aire por su

descomposición, y por lo tanto, hizo de la tierra un vasto

cementerio. Un viento violento enviado para secar las aguas, las

agitó con gran fuerza, de modo que en algunos casos derribaron las

cumbres de las montañas y amontonaron árboles, rocas y tierra

sobre los cadáveres. De la misma manera la plata y el oro, las

maderas escogidas y las piedras preciosas, que habían enriquecido y

adornado el mundo antediluviano y que la gente idolatrara, fueron

ocultados de los ojos de los hombres. La violenta acción de las

aguas amontonó tierra y rocas sobre estos tesoros, y en algunos

casos se formaron montañas sobre ellos. Dios vió que cuanto más

enriquecía y hacía prosperar a los impíos, tanto más corrompían sus

caminos delante de él. Mientras deshonraban y menospreciaban a

Dios, habían adorado los tesoros que debieran haberlos inducido a

glorificar al bondadoso Dador.

La tierra presentaba un indescriptible aspecto de confusión y

desolación. Las montañas, una vez tan bellas en su perfecta simetría,

112


eran ahora quebradas e irregulares. Piedras, riscos y escabrosas

rocas estaban ahora diseminados por la superficie de la tierra. En

muchos sitios, las colinas y las montañas habían desaparecido, sin

dejar huella del sitio en donde habían estado; y las llanuras dieron

lugar a cordilleras. Estos cambios eran más pronunciados en algunos

lugares que en otros. Donde habían estado los tesoros más valiosos

de oro, plata y piedras preciosas, se veían las señales mayores de la

maldición, mientras que ésta pesó menos en las regiones

deshabitadas y donde había habido menos crímenes.

En ese tiempo inmensos bosques fueron sepultados. Desde

entonces se han transformado en el carbón de piedra de las extensas

capas de hulla que existen hoy día, y han producido también

enormes cantidades de petróleo. Con frecuencia la hulla y el

petróleo se encienden y arden bajo la superficie de la tierra. Esto

calienta las rocas, quema la piedra caliza, y derrite el hierro. La

acción del agua sobre la cal intensifica el calor, y ocasiona

terremotos, volcanes y brotes ígneos. Cuando el fuego y el agua

entran en contacto con las capas de roca y mineral, se producen

terribles explosiones subterráneas, semejantes a truenos sordos. El

aire se calienta y se vuelve sofocante. A esto siguen erupciones

volcánicas, pero a menudo ellas no dan suficiente escape a los

elementos encendidos, que conmueven la tierra. El suelo se levanta

entonces y se hincha como las olas de la mar, aparecen grandes

grietas, y algunas veces ciudades, aldeas, y montañas encendidas

son tragadas por la tierra. Estas maravillosas manifestaciones serán

más frecuentes y terribles poco antes de la segunda venida de Cristo

y del fin del mundo, como señales de su rápida destrucción.

113


Las profundidades de la tierra son el arsenal del Señor, de

donde se sacaron las armas empleadas en la destrucción del mundo

antiguo. Las aguas brotaron de la tierra y se unieron a las aguas del

cielo para llevar a cabo la obra de desolación. Desde el diluvio, el

fuego y el agua han sido instrumentos de Dios para destruir ciudades

impías. Estos juicios son enviados para que los que tienen en poco la

ley de Dios y pisotean su autoridad, tiemblen ante su poderío, y

reconozcan su justa soberanía. Cuando los hombres han visto

montañas encendidas arrojando fuego, llamas y torrentes de

minerales derretidos, que secaban ríos, cubrían populosas ciudades y

regaban por doquiera ruina y desolación, los corazones más

valientes se han llenado de terror, y los infieles y blasfemos se han

visto obligados a reconocer el infinito poder de Dios.

Los antiguos profetas, al referirse a escenas de esta índole,

dijeron: "¡Oh si rompieses los cielos, y descendieras, y a tu

presencia se escurriesen los montes, como fuego abrasador de

fundiciones, fuego que hace hervir las aguas, para que hicieras

notorio tu nombre a tus enemigos, y las gentes temblasen a tu

presencia! Cuando, haciendo terriblezas cuales nunca esperábamos,

descendiste, fluyeron los montes delante de ti." "Jehová marcha

entre la tempestad y turbión, y las nubes son el polvo de sus pies. El

amenaza a la mar, y la hace secar, y agosta todos los ríos." Isaías

64:1-3; Nahúm 1:3, 4.

Las más terribles manifestaciones que el mundo jamás haya

visto hasta ahora, serán presenciadas cuando Cristo vuelva por

114


segunda vez. "Los montes tiemblan de él, y los collados se deslíen;

y la tierra se abrasa a su presencia, y el mundo, y todos los que en él

habitan. ¿Quién permanecerá delante de su ira? ¿y quién quedará en

pie en el furor de su enojo?" "Oh Jehová, inclina tus cielos y

desciende: toca los montes, y humeen. Despide relámpagos, y

disípalos; envía tus saetas, y contúrbalos." Nahúm 1:5, 6; Salmos

144:5, 6.

"Y daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra,

sangre y fuego y vapor de humo." "Entonces fueron hechos

relámpagos y voces y truenos; y hubo un gran temblor de tierra, un

terremoto tan grande, cual no fué jamás desde que los hombres han

estado sobre la tierra." "Y toda isla huyó, y los montes no fueron

hallados. Y cayó del cielo sobre los hombres un grande granizo

como del peso de un talento." Hechos 2:19; Apocalipsis 16:18, 20,

21.

Cuando se unan los rayos del cielo con el fuego de la tierra, las

montañas arderán como un horno, y arrojarán espantosos torrentes

de lava, que cubrirán jardines y campos, aldeas y ciudades. Masas

incandescentes fundidas arrojadas en los ríos harán hervir las aguas,

arrojarán con indescriptible violencia macizas rocas cuyos

fragmentos se esparcirán por la tierra. Los ríos se secarán. La tierra

se conmoverá; por doquiera habrá espantosos terremotos y

erupciones.

Así destruirá Dios a los impíos de la tierra. Pero los justos

serán protegidos en medio de estas conmociones, como lo fué Noé

115


en el arca. Dios será su refugio y tendrán confianza bajo sus alas

protectoras. El salmista dice: "Porque tú has puesto a Jehová, que es

mi esperanza, al Altísimo por tu habitación, no te sobrevendrá mal."

"Porque él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal;

ocultaráme en lo reservado de su pabellón." La promesa de Dios es:

"Por cuanto en mí ha puesto su voluntad, yo también lo libraré:

pondrélo en alto, por cuanto ha conocido mi nombre." Salmos 91:9,

10, 14; 27:5.

116


Capítulo 9

La semana literal

Asi como el sábado, la semana se originó al tiempo de la

creación, y fué conservada y transmitida a nosotros a través de la

historia bíblica. Dios mismo dió la primera semana como modelo de

las subsiguientes hasta el fin de los tiempos. Como las demás,

consistió en siete días literales. Se emplearon seis días en la obra de

la creación; y en el séptimo, Dios reposó y luego bendijo ese día y lo

puso aparte como día de descanso para el hombre.

En la ley dada en el Sinaí, Dios reconoció la semana y los

hechos sobre los cuales se funda. Después de dar el mandamiento:

"Acuérdate de santificar el día de sábado" (Éxodo 20:8, V. Torres

Amat), y después de estipular lo que debe hacerse durante los seis

días, y lo que no debe hacerse el día séptimo, manifiesta la razón por

la cual ha de observarse así la semana, recordándonos su propio

ejemplo: "Por cuanto el Señor en seis días hizo el cielo, y la tierra, y

el mar, y todas las cosas que hay en ellos, y descansó en el día

séptimo: por esto bendijo el Señor el día sábado, y le santificó."

Vers. 11. Esta razón resulta plausible cuando entendemos que los

días de la creación son literales. Los primeros seis días de la semana

fueron dados al hombre para su trabajo, porque Dios empleó el

mismo período de la primera semana en la obra de la creación. En el

día séptimo el hombre ha de abstenerse de trabajar, en memoria del

reposo del Creador.

117


Pero la suposición de que los acontecimientos de la primera

semana requirieron miles y miles de años, ataca directamente los

fundamentos del cuarto mandamiento. Representa al Creador como

si estuviese ordenando a los hombres que observaran la semana de

días literales en memoria de largos e indefinidos períodos. Esto es

distinto del método que él usa en su relación con sus criaturas. Hace

obscuro e indefinido lo que él ha hecho muy claro. Es incredulidad

en la forma más insidiosa y, por lo tanto, más peligrosa; su

verdadero carácter está disfrazado de tal manera que la sostienen y

enseñan muchos que dicen creer en la Sagrada Escritura.

"Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el

ejército de ellos por el espíritu de su boca.... Porque él dijo, y fué

hecho; él mandó, y existió." Salmos 33:6, 9. La Sagrada Escritura no

reconoce largos períodos en los cuales la tierra fué saliendo

lentamente del caos. Acerca de cada día de la creación, las Santas

Escrituras declaran que consistía en una tarde y una mañana, como

todos los demás días que siguieron desde entonces. Al fin de cada

día se da el resultado de la obra del Creador. Y al terminar la

narración de la primera semana se dice: "Estos son los orígenes de

los cielos y de la tierra cuando fueron criados." Génesis 2:4. Pero

esto no implica que los días de la creación fueron algo más que días

literales. Cada día se llama un origen, porque Dios originó o produjo

en él una parte nueva de su obra.

Los geólogos alegan que en la misma tierra se encuentra la

evidencia de que ésta es mucho más vieja de lo que enseña el relato

118


mosaico. Han descubierto huesos de seres humanos y de animales,

así como también instrumentos bélicos, árboles petrificados, etc.,

mucho mayores que los que existen hoy día, o que hayan existido

durante miles de años, y de esto infieren que la tierra estaba poblada

mucho tiempo antes de la semana de la creación de la cual nos habla

la Escritura, y por una raza de seres de tamaño muy superior al de

cualquier hombre de la actualidad. Semejante razonamiento ha

llevado a muchos que aseveran creer en la Sagrada Escritura a

aceptar la idea de que los días de la creación fueron períodos largos

e indefinidos.

Pero sin la historia bíblica, la geología no puede probar nada.

Los que razonan con tanta seguridad acerca de sus descubrimientos,

no tienen una noción adecuada del tamaño de los hombres, los

animales y los árboles antediluvianos, ni de los grandes cambios que

ocurrieron en aquel entonces. Los vestigios que se encuentran en la

tierra dan evidencia de condiciones que en muchos respectos eran

muy diferentes de las actuales; pero el tiempo en que estas

condiciones imperaron sólo puede saberse mediante la Sagrada

Escritura. En la historia del diluvio, la inspiración divina ha

explicado lo que la geología sola jamás podría desentrañar. En los

días de Noé, hombres, animales y árboles de un tamaño muchas

veces mayor que el de los que existen actualmente, fueron

sepultados y de esa manera preservados para probar a las

generaciones subsiguientes que los antediluvianos perecieron por un

diluvio, Dios quiso que el descubrimiento de estas cosas estableciese

la fe de los hombres en la historia sagrada; pero éstos, con su vano

raciocinio, caen en el mismo error en que cayeron los

119


antediluvianos: al usar mal las cosas que Dios les dió para su

beneficio, las tornan en maldición.

Uno de los ardides de Satanás consiste en lograr que los

hombres acepten las fábulas de los incrédulos; pues así puede

obscurecer la ley de Dios, muy clara en sí misma, y envalentonar a

los hombres para que se rebelen contra el gobierno divino. Sus

esfuerzos van dirigidos especialmente contra el cuarto

mandamiento, porque éste señala tan claramente al Dios vivo,

Creador del cielo y de la tierra.

Algunos realizan un esfuerzo constante para explicar la obra de

la creación como resultado de causas naturales; y, en abierta

oposición a las verdades consignadas en la Sagrada Escritura, el

razonamiento humano es aceptado aun por personas que se dicen

cristianas. Hay quienes se oponen al estudio e investigación de las

profecías, especialmente las de Daniel y del Apocalipsis, diciendo

que éstas son tan obscuras que no las podemos comprender; no

obstante, estas mismas personas reciben ansiosamente las

suposiciones de los geólogos, que están en contradicción con el

relato de Moisés. Pero si lo que Dios ha revelado es tan difícil de

comprender, ¡cuán ilógico es aceptar meras suposiciones en lo que

se refiere a cosas que él no ha revelado!

"Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios: mas las

reveladas son para nosotros y para nuestros hijos por siempre."

Deuteronomio 29:29. Nunca reveló Dios al hombre la manera

precisa en que llevó a cabo la obra de la creación; la ciencia humana

120


no puede escudriñar los secretos del Altísimo. Su poder creador es

tan incomprensible como su propia existencia.

Dios ha permitido que raudales de luz se derramasen sobre el

mundo, tanto en las ciencias como en las artes; pero cuando los

llamados hombres de ciencia tratan estos asuntos desde el punto de

vista meramente humano, llegan a conclusiones erróneas. Puede ser

inocente el especular más allá de lo que Dios ha revelado, si

nuestras teorías no contradicen los hechos de la Sagrada Escritura;

pero los que dejan a un lado la Palabra de Dios y pugnan por

explicar de acuerdo con principios científicos las obras creadas,

flotan sin carta de navegación, o sin brújula, en un océano ignoto.

Aun los cerebros más notables, si en sus investigaciones no son

dirigidos por la Palabra de Dios, se confunden en sus esfuerzos por

delinear las relaciones de la ciencia y la revelación. Debido a que el

Creador y sus obras les resultan tan incomprensibles que se ven

incapacitados para explicarlos mediante las leyes naturales,

consideran la historia bíblica como algo indigno de confianza. Los

que dudan de la certeza de los relatos del Antiguo Testamento y del

Nuevo serán inducidos a dar un paso más y a dudar de la existencia

de Dios, y luego, habiendo perdido sus anclas, se verán entregados a

su propia suerte para encallar finalmente en las rocas de la

incredulidad.

Estas personas han perdido la sencillez de la fe. Debería existir

una fe arraigada en la divina autoridad de la Santa Palabra de Dios.

La Sagrada Escritura no se ha de juzgar de acuerdo con las ideas

121


científicas de los hombres. La sabiduría humana es una guía en la

cual no se puede confiar. Los escépticos que leen la Sagrada

Escritura para poder sutilizar acerca de ella, pueden, mediante una

comprensión imperfecta de la ciencia o de la revelación, sostener

que encuentran contradicciones entre una y otra; pero cuando se

entienden correctamente, se las nota en perfecta armonía. Moisés

escribió bajo la dirección del Espíritu de Dios; y una teoría

geológica correcta no presentará descubrimientos que no puedan

conciliarse con los asertos así inspirados. Toda verdad, ya sea en la

naturaleza o en la revelación, es consecuente consigo misma en

todas sus manifestaciones.

En la Palabra de Dios hay muchas interrogaciones que los más

profundos eruditos no pueden contestar. Se nos llama la atención a

estos asuntos para mostrarnos que, aun en las cosas comunes de la

vida diaria, es mucho lo que las mentes finitas, con toda su

jactanciosa sabiduría, no podrán jamás comprender en toda su

plenitud.

Sin embargo, los hombres de ciencia creen que ellos pueden

comprender la sabiduría de Dios, lo que él ha hecho y lo que puede

hacer. Se ha generalizado mucho la idea de que Dios está restringido

por sus propias leyes. Los hombres niegan o pasan por alto su

existencia, o piensan que pueden explicarlo todo, aun la acción de su

Espíritu sobre el corazón humano; y ya no reverencian su nombre ni

temen su poder. No comprendiendo las leyes de Dios ni el poder

infinito de él para hacer efectiva su voluntad mediante ellas, no

creen en lo sobrenatural. Comúnmente, la expresión "leyes de la

122


naturaleza" abarca lo que el hombre ha podido descubrir acerca de

las leyes que gobiernan el mundo físico; pero ¡cuán limitada es la

sabiduría del hombre, y cuán vasto el campo en el cual el Creador

puede obrar, en armonía con sus propias leyes, y sin embargo,

enteramente más allá de la comprensión de los seres finitos!

Muchos enseñan que la materia posee poderes vitales, que se le

impartieron ciertas propiedades y que se la dejó luego actuar

mediante su propia energía inherente; y que las operaciones de la

naturaleza se llevan a cabo en conformidad con leyes fijas, en las

cuales Dios mismo no puede intervenir. Esta es una ciencia falsa, y

no está respaldada por la Palabra de Dios. La naturaleza es la sierva

de su Creador. Dios no anula sus leyes, ni tampoco obra

contrariándolas: las usa continuamente como sus instrumentos. La

naturaleza atestigua que hay una inteligencia, una presencia y una

energía activa, que obran dentro de sus leyes y mediante ellas.

Existe en la naturaleza la acción del Padre y del Hijo. Cristo dice:

"Mi Padre hasta ahora obra, y yo obro." Juan 5:17.

Los levitas, en su himno registrado por Nehemías, cantaban:

"Tú, oh Jehová, eres solo; tú hiciste los cielos, y los cielos de los

cielos, y toda su milicia, la tierra y todo lo que está en ella, ... tú

vivificas todas estas cosas." Nehemías 9:6.

En cuanto se refiere a este mundo, la obra de la creación de

Dios está terminada, pues fueron "acabadas las obras desde el

principio del mundo." Hebreos 4:3. Pero su energía sigue ejerciendo

su influencia para sustentar los objetos de su creación. Una

123


palpitación no sigue a la otra, y un hálito al otro, porque el

mecanismo que una vez se puso en marcha continúe accionando por

su propia energía inherente; sino que todo hálito, toda palpitación

del corazón es una evidencia del completo cuidado que tiene de todo

lo creado Aquel en quien "vivimos, y nos movemos, y somos."

Hechos 17:28. No es en virtud de alguna fuerza inherente que año

tras año la tierra produce sus abundantes cosechas y que continúa su

movimiento alrededor del sol. La mano de Dios dirige los planetas,

y los mantiene en su puesto en su ordenada marcha a través de los

cielos. "El saca por cuenta su ejército: a todas llama por sus

nombres; ninguna faltará: tal es la grandeza de su fuerza, y su poder

y virtud." Isaías 40:26. En virtud de su poder la vegetación florece,

aparecen las hojas y las flores se abren. Es él quien "hace a los

montes producir hierba," por su poder los valles se fertilizan. Todas

las bestias de los bosques piden a Dios su alimento, y toda criatura

viviente, desde el diminuto insecto hasta el hombre, dependen

diariamente de su divina providencia. Según las hermosas palabras

del salmista: "Todos ellos esperan en ti, para que les des su comida a

su tiempo. Les das, recogen; abres tu mano, hártanse de bien." Su

Palabra controla los elementos, él cubre los cielos de nubes y

prepara la lluvia para la tierra. "El da la nieve como lana, derrama la

escarcha como ceniza." "A su voz se da muchedumbre de aguas en

el cielo, y hace subir las nubes de lo postrero de la tierra; hace los

relámpagos con la lluvia, y saca el viento de sus depósitos." Salmos

147:8, 16; 104:27, 28; Jeremías 10:13.

Dios es el fundamento de todas las cosas. Toda verdadera

ciencia está en armonía con sus obras; toda verdadera educación nos

124


induce a obedecer a su gobierno. La ciencia abre nuevas maravillas

ante nuestra vista, se remonta alto, y explora nuevas profundidades;

pero de su búsqueda no trae nada que esté en conflicto con la divina

revelación. La ignorancia puede tratar de respaldar puntos de vista

falsos con respecto a Dios valiéndose para ello de la ciencia; pero el

libro de la naturaleza y la Palabra escrita se iluminan mutuamente.

De esa manera somos inducidos a adorar al Creador, y confiar con

inteligencia en su Palabra.

Ninguna mente finita puede comprender plenamente la

existencia, el poder, la sabiduría, o las obras del Infinito. El escritor

sagrado dice: "¿Alcanzarás tú el rastro de Dios? ¿Llegarás tú a la

perfección del Todopoderoso? Es más alto que los cielos: ¿qué

harás? es más profundo que el infierno: ¿cómo lo conocerás? Su

dimensión es más larga que la tierra, y más ancha que la mar." Job

11:7-9. Los intelectos más poderosos de la tierra no pueden

comprender a Dios. Los hombres podrán investigar y aprender

siempre; pero habrá siempre un infinito inalcanzable para ellos.

Sin embargo, las obras de la creación dan testimonio de la

grandeza y del poder de Dios. "Los cielos cuentan la gloria de Dios,

y la expansión denuncia la obra de sus manos." Salmos 19:1. Los

que reciben la Palabra escrita como su consejera encontrarán en la

ciencia un auxiliar para comprender a Dios. "Porque las cosas

invisibles de él, su eterna potencia y divinidad, se echan de ver

desde la creación del mundo, siendo entendidas por las cosas que

son hechas." Romanos 1:20.

125


Capítulo 10

La torre de Babel

Para repoblar la tierra, de la cual el diluvio había barrido toda

corrupción moral, Dios había preservado una sola familia, la casa de

Noé, a quien había manifestado: "A ti he visto justo delante de mí en

esta generación." Génesis 7:1. Sin embargo, entre los tres hijos de

Noé pronto se desarrolló la misma gran distinción que se había visto

en el mundo antediluviano. En Sem, Cam y Jafet, quienes habían de

ser los fundadores del linaje humano, se pudo prever el carácter de

sus descendientes.

Hablando por inspiración divina. Noé predijo la historia de las

tres grandes razas que habrían de proceder de estos padres de la

humanidad. Al hablar de los descendientes de Cam, refiriéndose al

hijo más que al padre, manifestó Noé: "Maldito sea Canaán, siervo

de siervos será a sus hermanos." Génesis 9:25. El monstruoso

crimen de Cam demostró que hacía mucho que la reverencia filial

había desaparecido de su alma, y reveló la impiedad y la vileza de su

carácter. Estas perversas características se perpetuaron en Canaán y

su posteridad, cuya continua culpabilidad atrajo sobre ellos el juicio

de Dios.

En cambio, la reverencia manifestada por Sem y Jafet hacia su

padre y hacia los divinos estatutos, prometía un futuro más brillante

a sus descendientes. Acerca de estos hijos fué declarado: "Bendito

126


Jehová el Dios de Sem, y séale Canaán siervo. Engrandezca Dios a

Japhet, y habite en las tiendas de Sem, y séale Canaán siervo." Vers.

26, 27. El linaje de Sem iba a ser el del pueblo escogido, del pacto

de Dios, del Redentor prometido. Jehová fué el Dios de Sem. De él

iban a descender Abrahán y el pueblo de Israel, por medio del cual

habría de venir Cristo. "Bienaventurado el pueblo cuyo Dios es

Jehová." Salmos 144:15. Y Jafet "habite en las tiendas de Sem." Los

descendientes de Jafet habían de disfrutar muy especialmente de las

bendiciones del Evangelio.

La posteridad de Canaán bajó hasta las formas más degradantes

del paganismo. A pesar de que la maldición profética los había

condenado a la esclavitud, la condena fué aplazada durante siglos.

Dios sobrellevó su impiedad y corrupción hasta que traspasaron los

límites de la paciencia divina. Entonces fueron desposeídos, y

llegaron a ser esclavos de los descendientes de Sem y de Jafet.

La profecía de Noé no fué una denuncia arbitraria y airada ni

una declaración de favoritismo. No fijó el carácter y el destino de

sus hijos. Pero reveló cuál sería el resultado de la conducta que

habían escogido individualmente, y el carácter que habían

desarrollado. Fué una expresión del propósito de Dios hacia ellos y

hacia su posteridad, en vista de su propio carácter y conducta.

Generalmente, los niños heredan la disposición y las tendencias de

sus padres, e imitan su ejemplo; de manera que los pecados de los

padres son cometidos por los hijos de generación en generación. Así

la vileza y la irreverencia de Cam se reprodujeron en su posteridad y

le acarrearon maldición durante muchas generaciones. "Un pecador

127


destruye mucho bien." Eclesiastés 9:18.

Por otro lado, ¡cuán ricamente fué premiado el respeto de Sem

hacia su padre; y qué ilustre serie de hombres santos se ve en su

posteridad! "Conoce Jehová los días de los perfectos," "y su

simiente es para bendición." "Conoce, pues, que Jehová tu Dios es

Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le

aman y guardan sus mandamientos, hasta las mil generaciones."

Salmos 37:18, 26; Deuteronomio 7:9.

Durante algún tiempo, los descendientes de Noé continuaron

habitando en las montañas donde el arca se había detenido. A

medida que se multiplicaron, la apostasía no tardó en causar división

entre ellos. Los que deseaban olvidar a su Creador y desechar las

restricciones de su ley, tenían por constante molestia las enseñanzas

y el ejemplo de sus piadosos compañeros; y después de un tiempo

decidieron separarse de los que adoraban a Dios. Para lograr su fin,

emigraron a la llanura de Sinar, que estaba a orillas del río Eufrates.

Les atraían la hermosa ubicación y la fertilidad del terreno, y en esa

llanura resolvieron establecerse.

Decidieron construir allí una ciudad, y en ella una torre de tan

estupenda altura que fuera la maravilla del mundo. Estas empresas

fueron ideadas para impedir que la gente se esparciera en colonias.

Dios había mandado a los hombres que se diseminaran por toda la

tierra, que la poblaran y que se enseñoreasen de ella; pero estos

constructores de la torre de Babel decidieron mantener su

comunidad unida en un solo cuerpo, y fundar una monarquía que a

128


su tiempo abarcara toda la tierra. Así su ciudad se convertiría en la

metrópoli de un imperio universal; su gloria demandaría la

admiración y el homenaje del mundo, y haría célebres a sus

fundadores. La magnífica torre, que debia alcanzar hasta los cielos,

estaba destinada a ser algo así como un monumento del poder y

sabiduría de sus constructores, para perpetuar su fama hasta las

últimas generaciones.

Los moradores de la llanura de Sinar no creyeron en el pacto de

Dios que prometía no traer otro diluvio sobre la tierra. Muchos de

ellos negaban la existencia de Dios, y atribuían el diluvio a la acción

de causas naturales. Otros creían en un Ser supremo, que había

destruído el mundo antediluviano; y sus corazones, como el de Caín,

se rebelaban contra él. Uno de sus fines, al construir la torre, fué el

de alcanzar seguridad si ocurría otro diluvio. Creyeron que,

construyendo la torre hasta una altura mucho más elevada que la que

habían alcanzado las aguas del diluvio, se hallarían fuera de toda

posibilidad de peligro. Y al poder ascender a la región de las nubes,

esperaban descubrir la causa del diluvio. Toda la empresa tenía por

objeto exaltar aun más el orgullo de quienes la proyectaron, apartar

de Dios las mentes de las generaciones futuras, y llevarlas a la

idolatría.

Adelantada la construcción de la torre, parte de ella fué

habitada por los edificadores. Otras secciones, magníficamente

amuebladas y adornadas, las destinaron a sus ídolos. El pueblo se

regocijaba en su éxito, loaba a dioses de oro y plata, y se obstinaba

contra el Soberano del cielo y la tierra.

129


De repente, la obra que había estado avanzando tan

prósperamente fué interrumpida. Fueron enviados ángeles para

anular los propósitos de los edificadores. La torre había alcanzado

una gran altura, y por ese motivo les era imposible a los trabajadores

que estaban arriba comunicarse directamente con los de abajo; por

lo tanto, fueron colocados hombres en diferentes puntos para recibir

y transmitir al siguiente las órdenes acerca del material que se

necesitaba, u otras instrucciones tocante a la obra. Al pasar los

mensajes de uno a otro, el lenguaje se les confundía de modo que

pedían un material que no se necesitaba, y las instrucciones dadas

eran a menudo contrarias a las recibidas. Esto produjo confusión y

consternación. Toda la obra se detuvo. No había armonía ni

cooperación. Los edificadores no podían explicarse aquellas

extrañas equivocaciones entre ellos, y en su ira y desengaño se

dirigían reproches unos a otros. Su unión terminó en lucha y en

derramamiento de sangre. Como prueba del desagrado de Dios,

cayeron rayos del cielo que destruyeron la parte superior de la torre

y la derribaron. Se hizo sentir a los hombres que hay un Dios que

reina en los cielos.

Hasta esa época, todos los hombres habían hablado el mismo

idioma; ahora los que podían entenderse se reunieron en grupos y

unos tomaron un camino, y otros otro. "Así los esparció Jehová

desde allí sobre la faz de toda la tierra." Génesis 11:8. Esta

dispersión obligó a los hombres a poblar la tierra, y el propósito de

Dios se alcanzó por el medio empleado por ellos para evitarlo.

130


Pero ¡a costa de cuánta pérdida para los que se habían

levantado contra Dios! Era el propósito del Creador que a medida

que los hombres fuesen a fundar naciones en distintas partes de la

tierra, llevasen consigo el conocimiento de su voluntad, y que la luz

de la verdad alumbrara a las generaciones futuras. Noé, el fiel

predicador de la justicia, vivió trescientos cincuenta años después

del diluvio, Sem vivió quinientos años, y sus descendientes tuvieron

así oportunidad de conocer los requerimientos de Dios y la historia

de su trato con sus padres. Pero no quisieron escuchar estas verdades

desagradables; no querían retener a Dios en su conocimiento, y en

gran medida la confusión de lenguas les impidió comunicarse con

quienes podrían haberles ilustrado.

Los constructores de la torre de Babel habían manifestado un

espíritu de murmuración contra Dios. En vez de recordar con

gratitud su misericordia hacia Adán, y su bondadoso pacto con Noé,

se habían quejado de su severidad al expulsar a la primera pareja del

Edén y al destruir al mundo mediante un diluvio. Pero mientras

murmuraban contra Dios calificándolo de arbitrario y severo,

estaban aceptando la soberanía del más cruel de los tiranos. Satanás

trató de acarrear menosprecio sobre las ofrendas expiatorias que

prefiguraban la muerte de Cristo; y a medida que la mente de los

hombres iba entenebreciéndose con la idolatría, los indujo a

falsificar estas ofrendas, y a sacrificar sus propios hijos sobre los

altares de sus dioses. A medida que los hombres se alejaban de Dios,

los atributos divinos: la justicia, la pureza y el amor, fueron

reemplazados por la opresión, la violencia y la brutalidad.

131


Los hombres de Babel habían decidido establecer un gobierno

independiente de Dios. Sin embargo, había algunos entre ellos que

temían al Señor, pero que habían sido engañados por las

pretensiones de los impíos, y enredados por sus ardides. Por amor a

éstos el Señor retardó sus juicios, y dió tiempo a los seres humanos

para que revelasen su carácter verdadero. A medida que esto se

cumplía, los hijos de Dios trabajaban por hacerles cambiar su

propósito; pero los hombres estaban completamente unidos en su

atrevida empresa contra el cielo. Si no se los hubiese reprimido,

habrían desmoralizado al mundo cuando todavía era joven. Su

confederación se fundó en la rebelión; era un reino que se establecía

para el ensalzamiento propio, en el cual Dios no iba a tener

soberanía ni honor. Si se hubiese permitido esta confederación, un

formidable poder habría procurado desterrar la justicia, la paz, la

felicidad y la seguridad de este mundo. En lugar del estatuto divino

que es "santo, y justo, y bueno" (Romanos 7:12), los hombres

estaban tratando de establecer leyes que satisficieran su propio

corazón cruel y egoísta.

Los que temían al Señor le imploraron que intercediese. "Y

descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los

hijos de los hombres." Génesis 11:5. Por misericordia hacia el

mundo, Dios frustró el propósito de los edificadores de la torre, y

derrumbó el monumento de su osadía. Por misericordia, confundió

su lenguaje y estorbó sus propósitos de rebelión.

Dios soporta pacientemente la perversidad de los hombres,

dándoles amplia oportunidad para arrepentirse; pero toma en cuenta

132


todos sus ardides para resistir la autoridad de su justa y santa ley. De

vez en cuando la mano invisible que empuña el cetro del gobierno se

extiende para reprimir la iniquidad. Se da evidencia inequívoca de

que el Creador del universo, el que es infinito en sabiduría, amor y

verdad, es el Gobernante supremo del cielo y de la tierra, cuyo poder

nadie puede desafiar impunemente.

Los planes de los constructores de la torre de Babel terminaron

en vergüenza y derrota. El monumento de su orgullo sirvió para

conmemorar su locura. Pero los hombres siguen hoy el mismo

sendero, confiando en sí mismos y rechazando la ley de Dios. Es el

principio que Satanás trató de practicar en el cielo, el mismo que

siguió Caín al presentar su ofrenda.

Hay constructores de torres en nuestros días. Los incrédulos

formulan sus teorías sobre supuestas deducciones de la ciencia, y

rechazan la palabra revelada de Dios. Pretenden juzgar el gobierno

moral de Dios; desprecian su ley y se jactan de la suficiencia de la

razón humana. Y, "porque nc se ejecuta luego sentencia sobre la

mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos lleno

para hacer mal." Eclesiastés 8:11.

En el mundo que profesa ser cristiano, muchos se alejan de las

claras enseñanzas de la Sagrada Escritura y construyen un credo

fundado en especulaciones humanas y fábulas agradables; y señalan

su torre como una manera de subir al cielo. Los hombres penden

admirados de los labios elocuentes, que enseñan que el transgresor

no morirá, que la salvación se puede obtener sin obedecer a la ley de

133


Dios. Si los que profesan ser discípulos de Cristo aceptaran las

normas de Dios, se unirían entre sí; pero mientras se ensalce la

sabiduría humana sobre la santa Palabra, habrá divisiones y

disensiones. La confusión existente entre los credos y sectas

contrarias se representa adecuadamente por el término "Babilonia,"

que la profecía aplica a las iglesias mundanas de los últimos días.

Muchos procuran hacerse un cielo adquiriendo riquezas y

poder. "Hablan con maldad de hacer violencia; hablan con altanería"

(Salmos 73:8), pisotean los derechos humanos, y desprecian la

autoridad divina. Podrán los orgullosos ejercer momentáneamente

gran poder y tener éxito en todas sus empresas; pero al fin sólo

encontrarán desilusión y miseria.

El tiempo de la investigación de Dios ha llegado. El Altísimo

descenderá para ver lo que los hijos de los hombres han construído.

Su poder soberano se revelará; las obras del orgullo humano serán

abatidas. "Desde los cielos miró Jehová; vió a todos los hijos de los

hombres: desde la morada de su asiento miró sobre todos los

moradores de la tierra." "Jehová hace nulo el consejo de las gentes,

y frustra las maquinaciones de los pueblos. El consejo de Jehová

permanecerá para siempre; los pensamientos de su corazón por

todas las generaciones." Salmos 33:13, 14, 10, 11.

134


Capítulo 11

El llamamiento de Abrahán

Después de la dispersión de Babel, la idolatría llegó a ser otra

vez casi universal, y el Señor dejó finalmente que los transgresores

empedernidos siguiesen sus malos caminos, mientras elegía a

Abrahán del linaje de Sem, a fin de hacerle depositario de su ley

para las futuras generaciones.

Abrahán se había criado en un ambiente de superstición y

paganismo. Aun la familia de su padre, en la cual se había

conservado el conocimiento de Dios, estaba cediendo a las

seductoras influencias que la rodeaban, "y servían a dioses extraños"

(Josué 24:2), en vez de servir a Jehová. Pero la verdadera fe no

había de extinguirse. Dios ha conservado siempre un remanente para

que le sirva. Adán, Set, Enoc, Matusalén, Noé, Sem (véase el

Apéndice, nota 2), en línea ininterrumpida, transmitieron de

generación en generación las preciosas revelaciones de su voluntad.

El hijo de Taré se convirtió en el heredero de este santo cometido.

Por doquiera le invitaba la idolatría, pero en vano. Fiel entre los

fieles, incorrupto en medio de la prevaleciente apostasía, se mantuvo

firme en la adoración del único Dios verdadero. "Cercano está

Jehová a todos los que le invocan, a todos los que le invocan de

veras." Salmos 145:18. El comunicó su voluntad a Abrahán, y le dió

un conocimiento claro de los requerimientos de su ley, y de la

salvación que alcanzaría mediante Cristo.

135


A Abrahán se le dió la promesa, muy apreciada por la gente de

aquel entonces, de que tendría numerosa posteridad y grandeza

nacional: "Y haré de ti una nación grande, y bendecirte he, y

engrandeceré tu nombre, y serás bendición." Génesis 12:2. Además,

el heredero de la fe recibió la promesa que para él era la más

preciosa de todas, a saber que de su linaje descendería el Redentor

del mundo: "Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra."

Vers. 3. Sin embargo, como condición primordial para su

cumplimiento, su fe iba a ser probada; se le exigiría un sacrificio.

El mensaje de Dios a Abrahán era: "Vete de tu tierra y de tu

parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré." Vers.

1. A fin de que Dios pudiese capacitarlo para su gran obra como

depositario de los sagrados oráculos, Abrahán debía separarse de los

compañeros de su niñez. La influencia de sus parientes y amigos

impediría la educación que el Señor intentaba dar a su siervo. Ahora

que Abrahán estaba, en forma especial, unido con el cielo, debía

morar entre extraños. Su carácter debía ser peculiar, diferente del de

todo el mundo. Ni siquiera podía explicar su manera de obrar para

que la entendiesen sus amigos. Las cosas espirituales se disciernen

espiritualmente, y sus motivos y acciones no eran comprendidos por

sus parientes idólatras.

"Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al

lugar que había de recibir por heredad; y salió sin saber dónde iba."

Hebreos 11:8. La obediencia incondicional de Abrahán es una de las

más notables evidencias de fe de toda la Sagrada Escritura. Para él,

136


la fe era "la sustancia de las cosas que se esperan, la demostración

de las cosas que no se ven." Vers. 1. Confiando en la divina

promesa, sin la menor seguridad externa de su cumplimiento,

abandonó su hogar, sus parientes, y su tierra nativa; y salió, sin

saber adónde iba, fiel a la dirección divina. "Por fe habitó en la tierra

prometida como en tierra ajena, morando en cabañas con Isaac y

Jacob, herederos juntamente de la misma promesa." Vers. 9.

No fué una prueba ligera la que soportó Abrahán, ni tampoco

era pequeño el sacrificio que se requirió de él. Había fuertes

vínculos que le ataban a su tierra, a sus parientes y a su hogar. Pero

no vaciló en obedecer al llamamiento. Nada preguntó en cuanto a la

tierra prometida. No averiguó si era feraz y de clima saludable, si los

campos ofrecían paisajes agradables, o si habría oportunidad para

acumular riquezas. Dios había hablado, y su siervo debía obedecer;

el lugar más feliz de la tierra para él era dónde Dios quería que

estuviese.

Muchos continúan siendo probados como lo fué Abrahán. No

oyen la voz de Dios hablándoles directamente desde el cielo; pero,

en cambio, son llamados mediante las enseñanzas de su Palabra y

los acontecimientos de su providencia. Se les puede pedir que

abandonen una carrera que promete riquezas 7 honores, que dejen

afables y provechosas amistades, y que se separen de sus parientes,

para entrar en lo que parezca ser sólo un sendero de abnegación,

trabajos y sacrificios. Dios tiene una obra para ellos; pero una vida

fácil y la influencia de las amistades y los parientes impediría el

desarrollo de los rasgos esenciales para su realización. Los llama

137


para que se aparten de las influencias y los auxilios humanos, y les

hace sentir la necesidad de su ayuda, y de depender sólo de Dios,

para que él mismo pueda revelarse a ellos. ¿Quién está listo para

renunciar a los planes que ha abrigado y a las relaciones familiares

en cuanto le llame la Providencia? ¿Quién aceptará nuevas

obligaciones y entrará en campos inexplorados para hacer la obra de

Dios con buena voluntad y firmeza y contar sus pérdidas como

ganancia por amor a Cristo? El que haga esto tiene la fe de Abrahán,

y compartirá con él el "sobremanera alto y eterno peso de gloria,"

con el cual no se puede comparar "lo que en este tiempo se padece."

2 Corintios 4:17; Romanos 8:18.

El llamamiento del cielo le llegó a Abrahán por primera vez

mientras vivía en "Ur de los Caldeos" (Génesis 11:31) y, obediente,

se trasladó a Harán. Hasta allí lo acompañó la familia de su padre,

pues con su idolatría ella mezclaba la adoración del Dios verdadero.

Allí permaneció Abrahán hasta la muerte de Taré. Pero después de

la muerte de su padre la voz divina le ordenó proseguir su

peregrinación. Su hermano Nacor, con toda su familia, se quedó en

su hogar y con sus ídolos. Además de Sara, la esposa de Abrahán,

sólo Lot, cuyo padre Harán había fallecido hacía mucho tiempo,

escogió participar de la vida de peregrinaje del patriarca. Sin

embargo, fué una gran compañía la que salió de Mesopotamia.

Abrahán ya poseía gran cantidad de ganado vacuno y lanar, que eran

las riquezas del Oriente, e iba acompañado de un gran número de

criados y personas dependientes de él. Se alejaba de la tierra de sus

padres para nunca más volver, y llevó consigo todo lo que poseía,

"toda su hacienda que habían ganado, y las almas que habían

138


adquirido en Harán." Génesis 12:5. Entre los que le acompañaban

muchos eran guiados por motivos más altos que el interés propio.

Mientras estuvieron en Harán, Abrahán y Sara los habían inducido a

adorar y servir al Dios verdadero. Estos se agregaron a la familia del

patriarca, y le acompañaron a la tierra prometida. "Y salieron para ir

a tierra de Canaán; y a tierra de Canaán llegaron." Vers. 5.

El sitio donde se detuvieron primero fué Siquem. A la sombra

de las encinas de Moré, en un ancho y herboso valle, con olivos y

ricas fuentes, entre los montes de Ebal y Gerizim, Abrahán

estableció su campamento. El patriarca había entrado en un país

hermoso y bueno, "tierra de arroyos, de aguas, de fuentes, de

abismos que brotan por vegas y montes; tierra de trigo y cebada, y

de vides, e higueras, y granados; tierra de olivas, de aceite, y de

miel." Deuteronomio 8:7, 8. Pero, para el adorador de Jehová, una

espesa sombra descansaba sobre las arboladas colinas y el fructífero

valle. "El cananeo estaba entonces en la tierra."

Abrahán había alcanzado el blanco de sus esperanzas, pero

había encontrado el país ocupado por una raza extraña y dominada

por la idolatría. En los bosques había altares consagrados a los

dioses falsos, y se ofrecían sacrificios humanos en las alturas

vecinas. Aunque Abrahán se aferraba a la divina promesa, estableció

allí su campamento con penosos presentimientos. Entonces

"apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu simiente daré esta tierra."

Génesis 12:7. Su fe se fortaleció con esta seguridad de que la divina

presencia estaba con él, y de que no estaba abandonado a merced de

los impíos. "Y edificó allí un altar a Jehová, que le había aparecido."

139


Vers. 7. Continuando aún como peregrino, pronto se marchó a un

lugar cerca de Betel, y de nuevo erigió un altar e invocó el nombre

del Señor.

Abrahán, el "amigo de Dios" (Santiago 2:23), nos dió un digno

ejemplo. Fué la suya una vida de oración. Dondequiera que

establecía su campamento, muy cerca de él también levantaba su

altar, y llamaba a todos los que le acompañaban al sacrificio

matutino y vespertino. Cuando retiraba su tienda, el altar

permanecía allí. En los años subsiguientes, hubo entre los errantes

cananeos algunos que habían sido instruídos por Abrahán; y siempre

que uno de ellos llegaba al altar, sabía quién había estado allí antes

que él; y después de levantar su tienda, reparaba el altar y allí

adoraba al Dios viviente.

Abrahán continuó su viaje hacia el sur; y otra vez fué probada

su fe. El cielo retuvo la lluvia, los arroyos cesaron de correr por los

valles, y se marchitó la hierba de las llanuras. Los ganados no

encontraban pastos, y el hambre amenazaba a todo el campamento.

¿No pondría ahora el patriarca en tela de juicio la dirección de la

Providencia? ¿No miraría hacia atrás anhelando la abundancia de las

llanuras caldeas? Todos observaban ansiosamente para ver qué haría

Abrahán, a medida que una dificultad sucedía a la otra. Al ver su

confianza inquebrantable, comprendían que había esperanza; sabían

que Dios era su amigo y seguía guiándole.

Abrahán no podía explicar la dirección de la Providencia; sus

esperanzas no se habían cumplido; pero mantuvo su confianza en la

140


promesa: "Y bendecirte he, y engrandeceré tu nombre, y serás

bendición." Génesis 12:2. Con oraciones fervientes consideró la

manera de preservar la vida de su pueblo y de su ganado, pero no

permitió que las circunstancias perturbaran su fe en la palabra de

Dios. Para escapar del hambre fué a Egipto. No abandonó a Canaán,

ni tampoco en su extrema necesidad se volvió a la tierra de Caldea

de la cual había venido, donde no había escasez de pan; sino que

buscó refugio temporal tan cerca como fuese posible de la tierra

prometida, con la intención de regresar pronto al sitio donde Dios le

había puesto.

En su providencia, el Señor proporcionó esta prueba a Abrahán

para enseñarle lecciones de sumisión, paciencia y fe, lecciones que

habían de conservarse por escrito para beneficio de todos los que

posteriormente iban a ser llamados a soportar aflicciones. Dios

dirige a sus hijos por senderos que ellos desconocen; pero no olvida

ni desecha a los que depositan su confianza en él. Permitió que Job

fuese atribulado pero no le abandonó. Consintió en que el amado

Juan fuese desterrado a la solitaria isla de Patmos, pero el Hijo de

Dios le visitó allí, y pudo ver escenas de gloria inmortal.

Dios permite que las pruebas asedien a los suyos, para que

mediante su constancia y obediencia puedan enriquecerse

espiritualmente, y para que su ejemplo sea una fuente de poder para

otros. "Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros,

dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal." Jeremías 29:11.

Los mismos sufrimientos que prueban más severamente nuestra fe, y

que nos hacen pensar que Dios nos ha olvidado, sirven para

141


llevarnos más cerca de Cristo, para que echemos todas nuestras

cargas a sus pies, y para que sintamos la paz que nos ha de dar en

cambio.

Dios probó siempre a su pueblo en el crisol de la aflicción. Es

en el fuego del crisol donde la escoria se separa del oro puro del

carácter cristiano. Jesús vigila la prueba; él sabe qué se necesita para

purificar el precioso metal, a fin de que refleje la luz de su amor. Es

mediante pruebas estrictas y reveladoras cómo Dios disciplina a sus

siervos. El ve que algunos tienen aptitudes que pueden usarse en el

progreso de su obra, y los somete a pruebas. En su providencia, los

coloca en situaciones que prueban su carácter, y revelan defectos y

debilidades que estaban ocultos para ellos mismos. Les da la

oportunidad de corregir estos defectos, y de prepararse para su

servicio. Les muestra sus propias debilidades, y les enseña a

depender de él; pues él es su única ayuda y salvaguardia. Así se

alcanza su propósito. Son educados, adiestrados, disciplinados y

preparados para cumplir el gran propósito para el cual recibieron sus

capacidades. Cuando Dios los llama a obrar, están listos, y los

ángeles pueden ayudarles en la obra que debe hacerse en la tierra.

Durante su estada en Egipto, Abrahán dió evidencias de que no

estaba libre de la imperfección y la debilidad humanas. Al ocultar el

hecho de que Sara era su esposa, reveló desconfianza en el amparo

divino, una falta de esa fe y ese valor elevadísimos tan noble y

frecuentemente manifestados en su vida. Sara era una "mujer

hermosa de vista," y Abrahán no dudó de que los egipcios de piel

obscura codiciarían a la hermosa extranjera, y que para conseguirla,

142


no tendrían escrúpulos en matar a su esposo. Razonó que no mentía

al presentar a Sara como su hermana; pues ella era hija de su padre,

aunque no de su madre. Pero este ocultamiento de la verdadera

relación que existía entre ellos era un engaño. Ningún desvío de la

estricta integridad puede merecer la aprobación de Dios. A causa de

la falta de fe de Abrahán, Sara se vió en gran peligro. El rey de

Egipto, habiendo oído hablar de su belleza, la hizo llevar a su

palacio, pensando hacerla su esposa. Pero el Señor, en su gran

misericordia, protegió a Sara, enviando plagas sobre la familia real.

Por este medio supo el monarca la verdad del asunto, e indignado

por el engaño de que había sido objeto, devolvió su esposa a

Abrahán repiendiéndole así: "¿Qué es esto que has hecho conmigo?

... ¿Por qué dijiste: Es mi hermana, poniéndome en ocasión de

tomarla para mí por mujer? Ahora pues, he aquí tu mujer, tómala y

vete." Génesis 12:11, 18, 19.

Abrahán había sido muy favorecido por el rey; y aun ahora

Faraón no permitió que se le hiciese daño a él o a su compañía, sino

que ordenó que una guardia los condujese con seguridad fuera de

sus dominios. En ese tiempo se promulgaron leyes que prohibían a

los egipcios relacionarse con pastores extranjeros en actos

familiares, tales como comer o beber juntos. La despedida que

Faraón dió a Abrahán fué amable y generosa; pero le pidió que

saliera de Egipto, pues no se atrevía a permitirle permanecer en el

país. Sin saberlo, el rey había estado a punto de hacerle un gran

daño; pero Dios se había interpuesto, y había salvado al monarca de

cometer tan gran pecado. Faraón vió en este extranjero a un hombre

honrado por el Dios del cielo, y temió tener en su reino a una

143


persona que tan evidentemente gozaba del favor divino. Si Abrahán

se quedaba en Egipto, su creciente riqueza y honor podrían despertar

la envidia y la codicia de los egipcios, quienes podrían causarle

algún daño, por el cual el monarca sería considerado responsable, y

que podría atraer nuevamente plagas sobre la familia real.

La amonestación dada a Faraón resultó ser una protección para

Abrahán en sus relaciones futuras con los pueblos paganos; pues el

asunto no pudo conservarse en secreto. Era evidente que el Dios a

quien Abrahán adoraba protegía a su siervo, y que cualquier daño

que se le hiciese sería vengado. Es asunto peligroso dañar a uno de

los hijos del Rey del cielo. El salmista se refiere a este capítulo de la

experiencia de Abrahán cuando dice, al hablar del pueblo escogido,

que Dios "por causa de ellos castigó los reyes. No toquéis, dijo, a

mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas." Salmos 105:14, 15.

Hay una interesante semejanza entre la experiencia de Abrahán

en Egipto y la de sus descendientes siglos después. En ambos casos,

fueron a Egipto a causa del hambre y moraron allí y, a causa de los

juicios divinos en su favor, los egipcios los temieron, y los

descendientes de Abrahán salieron al fin enriquecidos por los

obsequios de los paganos.

144


Capítulo 12

Abrahán en Canaán

Abrahan volvió a Canaán "riquísimo en ganado, en plata y

oro." Lot aún estaba con él, y de nuevo llegaron a Betel, y

establecieron su campamento junto al altar que habían erigido

anteriormente. Pronto comprendieron que las riquezas acrecentadas

aumentaban las dificultades. En medio de las penurias y las pruebas

habían vivido juntos en perfecta armonía, pero en su prosperidad

había peligro de discordias entre ellos. Los pastos no eran

suficientes para el ganado de ambos; y las frecuentes disputas entre

los pastores fueron traídas ante sus amos para que las resolviesen.

Era evidente que debían separarse. Abrahán era mayor que Lot, y

superior a él en parentesco, riqueza y posición; no obstante, él fué el

primero en sugerir planes para mantener la paz. A pesar de que Dios

mismo le había dado toda esa tierra, muy cortésmente renunció a su

derecho.

"No haya ahora altercado--dijo Abrahán--entre mí y ti, entre

mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos. ¿No está toda la

tierra delante de ti? Yo te ruego que te apartes de mí. Si fueres a la

mano izquierda, yo iré a la derecha: y si tú a la derecha, yo iré a la

izquierda." Génesis 13:1-9.

Este caso puso de manifiesto el noble y desinteresado espíritu

de Abrahán. ¡Cuántos, en circunstancias semejantes, habrían

145


procurado a toda costa sus preferencias y derechos personales!

¡Cuántas familias se han desintegrado por esa razón! ¡Cuántas

iglesias se han dividido, dando lugar a que la causa de la verdad sea

objeto de las burlas y el menosprecio de los impíos! "No haya ahora

altercado entre mí y ti," dijo Abrahán, "porque somos hermanos."

No sólo lo eran por parentesco natural sino también como

adoradores del verdadero Dios. Los hijos de Dios forman una sola

familia en todo el mundo, y debería guiarlos el mismo espíritu de

amor y concordia. "Amándoos los unos a los otros con caridad

fraternal; previniéndoos con honra los unos a los otros" (Romanos

12:10), es la enseñanza de nuestro Salvador. El cultivo de una

cortesía uniforme, y la voluntad de tratar a otros como deseamos ser

tratados nosotros, eliminaría la mitad de las dificultades de la vida.

El espíritu de ensalzamiento propio es el espíritu de Satanás; pero el

corazón que abriga el amor de Cristo poseerá esa caridad que no

busca lo suyo. El tal cumplirá la orden divina: "No mirando cada

uno a lo suyo propio, sino cada cual también a lo de los otros."

Filipenses 2:4.

Aunque Lot debía su prosperidad a su relación con Abrahán, no

manifestó gratitud hacia su bienhechor. La cortesía hubiese

requerido que él dejase escoger a Abrahán; pero en vez de hacer eso,

trató egoístamente de apoderarse de las mejores ventajas. "Y alzó

Lot sus ojos, y vió toda la llanura del Jordán, que toda ella era de

riego, ... como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto

entrando en Zoar." Génesis 13:10-13.

La región más feraz de toda Palestina era el valle del Jordán,

146


que a todos aquellos que lo veían les recordaba el paraíso perdido,

pues igualaba en hermosura y producción a las llanuras fertilizadas

por el Nilo que hacía tan poco tiempo habían dejado. También había

ciudades, ricas y hermosas, que invitaban a hacer provechosas

ganancias mediante el intercambio comercial en sus concurridos

mercados. Ofuscado por sus visiones de ganancias materiales, Lot

pasó por alto los males morales y espirituales que encontraría allí.

Los habitantes de la llanura eran "malos y pecadores para con

Jehová en gran manera," pero Lot ignoraba eso, o si lo sabía, le dió

poca importancia. "Entonces Lot escogió para sí toda la llanura del

Jordán," "y fué poniendo sus tiendas hasta Sodoma." Vers. 13, 11.

¡Cuán mal previó los terribles resultados de esa elección egoísta!

Después de separarse de Lot, Abrahán recibió otra vez del

Señor la promesa de que todo el país sería suyo. Poco tiempo

después, se mudó a Hebrón, levantó su tienda bajo el encinar de

Mamre y al lado erigió un altar para el Señor. En esas frescas

mesetas, con sus olivares y viñedos, sus ondulantes campos de trigo

y las amplias tierras de pastoreo circundadas de colinas, habitó

Abrahán, satisfecho de su vida sencilla y patriarcal, dejando a Lot el

peligroso lujo del valle de Sodoma.

Abrahán fué honrado por los pueblos circunvecinos como un

príncipe poderoso y un caudillo sabio y capaz. No dejó de ejercer su

influencia entre sus vecinos. Su vida y su carácter, en contraste con

la vida y el carácter de los idólatras, ejercían una influencia notable

en favor de la verdadera fe. Su fidelidad hacia Dios fué

inquebrantable, en tanto que su afabilidad y benevolencia inspiraban

147


confianza y amistad, y su grandeza sin afectación imponía respeto y

honra.

No retuvo su religión como un tesoro precioso que debía

guardarse celosamente y pertenecer exclusivamente a su poseedor.

La verdadera religión no puede considerarse así, pues un espíritu tal

sería contrario a los principios del Evangelio. Mientras Cristo more

en el corazón, será imposible esconder la luz de su presencia, u

obscurecerla. Por el contrario, brillará cada vez más a medida que

día tras día las nieblas del egoísmo y del pecado que envuelven el

alma sean disipadas por los brillantes rayos del Sol de justicia.

Los hijos de Dios son sus representantes en la tierra y él quiere

que sean luces en medio de las tinieblas morales de este mundo.

Esparcidos por todos los ámbitos de la tierra, en pueblos, ciudades y

aldeas, son testigos de Dios, los medios por los cuales él ha de

comunicar a un mundo incrédulo el conocimiento de su voluntad y

las maravillas de su gracia. El se propone que todos los que

participan de la gran salvación sean sus misioneros. La piedad de los

cristianos constituye la norma mediante la cual los infieles juzgan al

Evangelio. Las pruebas soportadas pacientemente, las bendiciones

recibidas con gratitud, la mansedumbre, la bondad, la misericordia y

el amor manifestados habitualmente, son las luces que brillan en el

carácter ante el mundo, y ponen de manifiesto el contraste que existe

con las tinieblas que proceden del egoísmo del corazón natural.

Abrahán, además de ser rico en fe, noble y generoso,

inquebrantable en la obediencia, y humilde en la sencillez de su vida

148


de peregrino, era sabio en la diplomacia, y valiente y diestro en la

guerra. A pesar de ser conocido como maestro de una nueva

religión, tres príncipes, hermanos entre sí y soberanos de las llanuras

de los amorreos donde él vivía, le demostraron su amistad

invitándolo a aliarse con ellos para alcanzar mayor seguridad; pues

el país estaba lleno de violencia y opresión. Muy pronto se le

presentó una oportunidad para valerse de esta alianza.

Chedorlaomer, rey de Elam, había invadido la tierra de Canaán

hacía catorce años, y la había hecho su tributaria. Varios de los

príncipes se habían rebelado ahora, y el rey elamita, con cuatro

aliados, marchó de nuevo contra el país con el fin de someterlo.

Cinco reyes de Canaán unieron sus fuerzas, y salieron al encuentro

de los invasores en el valle de Sidim, pero sólo para ser derrotados.

Una gran parte del ejército fué destruida totalmente, y los que

pudieron escapar huyeron a las montañas en busca de seguridad. Los

invasores victoriosos saquearon las ciudades de la llanura, y se

marcharon llevándose un rico botín y muchos prisioneros, entre los

cuales iban Lot y su familia.

Abrahán, que habitaba tranquilamente en el encinar de Mamre,

fué enterado por un fugitivo de lo ocurrido en aquella batalla y de la

desgracia de su sobrino. No había albergado en su corazón

resentimiento por la ingratitud de Lot. Se despertó por él todo su

afecto, y decidió rescatarlo. Buscando ante todo el consejo divino,

Abrahán se preparó para la guerra. En su propio campamento reunió

a trescientos dieciocho de sus siervos adiestrados, hombres

educados en el temor de Dios, en el servicio de su señor y en el uso

149


de las armas. Sus aliados, Mamre, Escol y Aner, se le unieron con

sus grupos, y juntos salieron en persecución de los invasores.

Los elamitas y sus aliados habían acampado en Dan, en la

frontera septentrional de Canaán. Envalentonados por su victoria, y

sin temer un asalto de parte de sus enemigos vencidos, se habían

entregado por completo a la orgía. El patriarca dividió sus fuerzas de

tal manera que éstas se aproximaran por distintos puntos, y

convergieran en el campamento enemigo, atacándolo durante la

noche. Su ataque, vigoroso e inesperado, logró una rápida victoria.

El rey de Elam fué muerto, y sus fuerzas, presas de pánico, fueron

totalmente derrotadas. Lot y su familia, con todos los demás

prisioneros y sus bienes, fueron recuperados, y un rico botín de

guerra cayó en poder de los vencedores.

Después de Dios, el triunfo se debió a Abrahán. El adorador de

Jehová no sólo había prestado un gran servicio al país, sino que

también se había revelado hombre de valor. Se vió que la justicia no

es cobarde, y que la religión de Abrahán le daba valor para mantener

el derecho y defender a los oprimidos. Su heroica hazaña le dió

amplia influencia entre las tribus circunvecinas. A su regreso, el rey

de Sodoma le salió al encuentro con su séquito para honrarlo como

conquistador. Le pidió que conservase los bienes, solicitándole sólo

la entrega de los prisioneros. Conforme a las leyes de la guerra, el

botín pertenecía a los vencedores; pero Abrahán no había

emprendido esta expedición con el objeto de obtener lucro, y rehusó

aprovecharse de los desdichados; sólo estipuló que sus aliados

recibiesen la porción a que tenían derecho.

150


Muy pocos, si fueran sometidos a la misma prueba, se hubiesen

mostrado tan nobles como Abrahán. Pocos hubiesen resistido la

tentación de asegurarse tan rico botín. Su ejemplo es un reproche

para los espíritus egoístas y mercenarios. Abrahán tuvo en cuenta las

exigencias de la justicia y la humanidad. Su conducta ilustra la

máxima inspirada: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Levítico

19:18. "He alzado mi mano--dijo--a Jehová Dios alto, poseedor de

los cielos y de la tierra, que desde un hilo hasta la correa de un

calzado, nada tomaré de todo lo que es tuyo, porque no digas: Yo

enriquecí a Abram." Génesis 14:22, 23. No quería darles motivo

para que creyesen que había emprendido la guerra con miras de

lucro, ni que atribuyeran su prosperidad a sus regalos o a su favor.

Dios había prometido bendecir a Abrahán, y a él debía adjudicársele

la gloria.

Otro que salió a dar la bienvenida al victorioso patriarca fué

Melquisedec, rey de Salem, quién trajo pan y vino para alimentar al

ejército. Como "sacerdote del Dios alto," bendijo a Abrahán, y dió

gracias al Señor, quien había obrado tan grande liberación por

medio de su siervo. Y "dióle Abram los diezmos de todo." Vers. 20.

Abrahán regresó alegremente a su campamento y a sus

ganados; pero su espíritu estaba perturbado por pensamientos que no

le abandonaban. Había sido hombre de paz, y hasta donde había

podido, había evitado toda enemistad y contienda; y con horror

recordaba la escena de matanza que había presenciado. Las naciones

cuyas fuerzas había derrotado intentarían sin duda invadir de nuevo

151


a Canaán, y le harían a él objeto especial de su venganza. Enredado

en esta forma en las discordias nacionales, vería interrumpirse la

apacible quietud de su vida. Por otro lado, no había tomado posesión

de Canaán, ni podía esperar ya un heredero en quien la promesa se

hubiese de cumplir.

En una visión nocturna, Abrahán oyó otra vez la voz divina:

"No temas, Abram--fueron las palabras del Príncipe de los

príncipes;--yo soy tu escudo, y tu galardón sobremanera grande."

Génesis 15:1. Pero tenía el ánimo tan deprimido por los

presentimientos que no pudo esta vez aceptar la promesa con

absoluta confianza como lo había hecho antes. Rogó que se le diera

una evidencia tangible de que la promesa sería cumplida. ¿Cómo iba

a cumplirse la promesa del pacto, mientras se le negaba la dádiva de

un hijo? "¿Qué me has de dar--dijo Abrahán,--siendo así que ando

sin hijo? ... Y he aquí que es mi heredero uno nacido en mi casa."

Vers. 2, 3. Se proponía adoptar a su fiel siervo Eliezer como hijo y

heredero. Pero se le aseguró que un hijo propio había de ser su

heredero. Entonces Dios lo llevó fuera de su tienda, y le dijo que

mirara las innumerables estrellas que brillaban en el firmamento; y

mientras lo hacía le fueron dirigidas las siguientes palabras: "Así

será tu simiente." "Y creyó Abraham a Dios, y le fué atribuido a

justicia." Vers. 5; Romanos 4:3.

Aun así el patriarca suplicó que se le diese una señal visible

para confirmar su fe, y como evidencia para las futuras generaciones

de que los bondadosos propósitos que Dios tenía para con ellas se

cumplirían. El Señor se dignó concertar un pacto con su siervo,

152


empleando las formas acostumbradas entre los hombres para la

ratificación de contratos solemnes. En conformidad con las

indicaciones divinas, Abrahán sacrificó una novilla, una cabra y un

carnero, cada uno de tres años de edad, dividió cada cuerpo en dos

partes y colocó las piezas a poca distancia la una de la otra. Añadió

una tórtola y un palomino, que no fueron partidos. Hecho esto,

Abrahán pasó reverentemente entre las porciones del sacrificio,

haciendo un solemne voto a Dios de obediencia perpetua.

Atenta y constantemente permaneció al lado de los animales

partidos, hasta la puesta del sol, para que no fuesen profanados o

devorados por las aves de rapiña. Al atardecer se durmió

profundamente; y "el pavor de una grande obscuridad cayó sobre

él." Génesis 15:12. Y oyó la voz de Dios diciéndole que no esperase

la inmediata posesión de la tierra prometida, y anunciándole los

sufrimientos que su posteridad tendría que soportar antes de tomar

posesión de Canaán. Le fué revelado el plan de redención, en la

muerte de Cristo, el gran sacrificio, y su venida en gloria. También

vió Abrahán la tierra restaurada a su belleza edénica, que se le daría

a él para siempre, como pleno y final cumplimiento de la promesa.

Como garantía de este pacto de Dios con el hombre, "dejóse

ver un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasó entre los

animales divididos," y aquellos símbolos de la presencia divina

consumieron completamente las víctimas. Y otra vez oyó Abrahán

una voz que confirmaba la dádiva de la tierra de Canaán a sus

descendientes, "desde el río de Egipto hasta el río grande, el río

Eufrates." Vers. 18.

153


Cuando hacía casi veinticinco años que Abrahán estaba en

Canaán, el Señor se le apareció y le dijo: "Yo soy el Dios

Todopoderoso; anda delante de mí, y sé perfecto." Véase Génesis

17:1-16. Con reverencia el patriarca se postró, y el mensaje continuó

así: "Yo, he aquí mi pacto contigo: Serás padre de muchedumbre de

gentes." Como garantía del cumplimiento de este pacto, su nombre,

que hasta entonces era Abram, fué cambiado en "Abraham," que

significa: "padre de muchedumbre de gentes." El nombre de Sarai se

cambió por el de Sara, "princesa;" pues, dijo la divina voz, "vendrá a

ser madre de naciones; reyes de pueblos serán de ella."

En ese tiempo el rito de la circuncisión fué dado a Abrahán

"por sello de la justicia de la fe que tuvo en la incircuncisión."

Romanos 4:11. Este rito había de ser observado por el patriarca y

sus descendientes como señal de que estaban dedicados al servicio

de Dios, y por consiguiente separados de los idólatras y aceptados

por Dios como su tesoro especial. Por este rito se comprometían a

cumplir, por su parte, las condiciones del pacto hecho con Abrahán.

No debían contraer matrimonio con los paganos; pues haciéndolo

perderían su reverencia hacia Dios y hacia su santa ley, serían

tentados a participar de las prácticas pecaminosas de otras naciones,

y serían inducidos a la idolatría.

Dios confirió un gran honor a Abrahán. Los ángeles del cielo

anduvieron y hablaron con él como con un amigo. Cuando los

juicios de Dios estaban por caer sobre Sodoma, este hecho no le fué

ocultado y él se convirtió en intercesor de los pecadores para con

154


Dios. Su entrevista con los ángeles presenta también un hermoso

ejemplo de hospitalidad.

En un caluroso mediodía estival, el patriarca estaba sentado a la

puerta de su tienda, contemplando el tranquilo panorama, cuando

vió a lo lejos a tres viajeros que se aproximaban. Antes de llegar a

su tienda, los forasteros se detuvieron, como para consultarse

respecto al camino que debían seguir. Sin esperar que le solicitasen

favor alguno, Abrahán se levantó rápidamente, y cuando ellos

parecían volverse hacia otra dirección, él se apresuró a acercarse a

ellos, y con la mayor cortesía les pidió que le honrasen deteniéndose

en su casa para descansar. Con sus propias manos les trajo agua para

que se lavasen los pies y se quitasen el polvo del camino. El mismo

escogió los alimentos para los visitantes y mientras descansaban

bajo la sombra refrescante, se sirvió la mesa, y él se mantuvo

respetuosamente al lado de ellos, mientras participaban de su

hospitalidad.

Este acto de cortesía fué considerado por Dios de suficiente

importancia como para registrarlo en su Palabra; y mil años más

tarde, un apóstol inspirado se refirió a él, diciendo: "No olvidéis la

hospitalidad, porque por ésta algunos, sin saberlo, hospedaron

ángeles." Hebreos 13:2.

Abrahán no había visto en sus huéspedes más que tres viajeros

cansados. No imaginó que entre ellos había Uno a quien podría

adorar sin cometer pecado. En ese momento le fué revelado el

verdadero carácter de los mensajeros celestiales. Aunque iban en

155


camino como mensajeros de ira, a Abrahán, el hombre de fe, le

hablaron primeramente de bendiciones. Aunque Dios es riguroso

para notar la iniquidad y castigar la transgresión, no se complace en

la venganza. La obra de la destrucción es una "extraña obra" (Isaías

28:21) para el que es infinito en amor.

"El secreto de Jehová es para los que le temen." Salmos 25:14.

Abrahán había honrado a Dios, y el Señor le honró, haciéndole

partícipe de sus consejos, y revelándole sus propósitos. "¿Encubriré

yo a Abraham lo que voy a hacer?" dijo el Señor. "El clamor de

Sodoma y Gomorra se aumenta más y más, y el pecado de ellos se

ha agravado en extremo, descenderé ahora, y veré si han consumado

su obra según el clamor que ha venido hasta mí; y si no, saberlo he."

Véase Génesis 18:17-33. Dios conocía bien la medida de la

culpabilidad de Sodoma; pero se expresó a la manera de los

hombres, para que la justicia de su trato fuese comprendida. Antes

de descargar sus juicios sobre los transgresores, iría él mismo a

examinar su conducta; si no habían traspasado los límites de la

misericordia divina, les concedería todavía más tiempo para que se

arrepintieran.

Dos de los mensajeros celestiales se marcharon dejando a

Abrahán solo con Aquel a quien reconocía ahora como el Hijo de

Dios. Y el hombre de fe intercedió en favor de los habitantes de

Sodoma. Una vez los había salvado mediante su espada, ahora trató

de salvarlos por medio de la oración. Lot y su familia habitaban aún

allí; y el amor desinteresado que movió a Abrahán a rescatarlo de

los elamitas, trató ahora de salvarlo de la tempestad del juicio

156


divino, si era la voluntad de Dios.

Con profunda reverencia y humildad rogó: "He aquí ahora que

he comenzado a hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza." En

su súplica no había confianza en sí mismo, ni jactancia de su propia

justicia. No pidió un favor basado en su obediencia, o en los

sacrificios que había hecho en cumplimiento de la voluntad de Dios.

Siendo él mismo pecador, intercedió en favor de los pecadores.

Semejante espíritu deben tener todos los que se acercan a Dios.

Abrahán manifestó la confianza de un niño que suplica a un padre a

quien ama. Se aproximó al mensajero celestial, y fervientemente le

hizo su petición. A pesar de que Lot habitaba en Sodoma, no

participaba de la impiedad de sus habitantes. Abrahán pensó que en

aquella populosa ciudad debía haber otros adoradores del verdadero

Dios. Y tomando en consideración este hecho, suplicó: "Lejos de ti

el hacer tal, que hagas morir al justo con el impío, y que sea el justo

tratado como el impío; nunca tal hagas. El juez de toda la tierra ¿no

ha de hacer lo que es justo?" Génesis 18:25. Abrahán no imploró

sólo una vez, sino muchas. Atreviéndose a más a medida que se le

concedía lo pedido, persistió hasta que obtuvo la seguridad de que

aunque hubiese allí sólo diez personas justas, la ciudad sería

perdonada.

El amor hacia las almas a punto de perecer inspiraba las

oraciones de Abrahán. Aunque detestaba los pecados de aquella

ciudad corrompida, deseaba que los pecadores pudieran salvarse. Su

profundo interés por Sodoma demuestra la ansiedad que debemos

experimentar por los impíos. Debemos sentir odio hacia el pecado, y

157


compasión y amor hacia el pecador. Por todas partes, en derredor

nuestro, hay almas que van hacia una ruina tan desesperada y

terrible como la que sobrecogió a Sodoma. Cada día termina el

tiempo de gracia para algunos. Cada hora, algunos pasan más allá

del alcance de la misericordia. ¿Y dónde están las voces de

amonestación y súplica que induzcan a los pecadores a huir de esta

pavorosa condenación? ¿Dónde están las manos extendidas para

sacar a los pecadores de la muerte? ¿Dónde están los que con

humildad y perseverante fe ruegan a Dios por ellos?

El espíritu de Abrahán fué el espíritu de Cristo. El mismo Hijo

de Dios es el gran intercesor en favor del pecador. El que pagó el

precio de su redención conoce el valor del alma humana. Sintiendo

hacia la iniquidad un antagonismo que sólo puede existir en una

naturaleza pura e inmaculada, Cristo manifestó hacia el pecador un

amor que sólo la bondad infinita pudo concebir. En la agonía de la

crucifixión, él mismo, cargado con el espantoso peso de los pecados

del mundo, oró por sus vilipendiadores y asesinos: "Padre,

perdónalos, porque no saben lo que hacen." Lucas 23:34.

De Abrahán está escrito que "fué llamado amigo de Dios,"

"padre de todos los creyentes." Santiago 2:23; Romanos 4:11. El

testimonio de Dios acerca de este fiel patriarca es: "Oyó Abraham

mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y

mis leyes." Y en otro lugar dice: "Yo lo he conocido, sé que

mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino

de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová

sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él." Génesis 26:5;

158


18:19.

Fué un gran honor para Abrahán ser el padre del pueblo que

durante siglos fué guardián y preservador de la verdad de Dios para

el mundo, de aquel pueblo por medio del cual todas las naciones de

la tierra iban a ser bendecidas con el advenimiento del Mesías

prometido. El que llamó al patriarca le juzgó digno. Es Dios el que

habla. El que entiende los pensamientos desde antes y desde muy

lejos y justiprecia a los hombres, dice: "Lo he conocido." En lo que

tocaba a Abrahán, no traicionaría la verdad por motivos egoístas.

Guardaría la ley y se conduciría recta y justamente. Y no sólo

temería al Señor, sino que también cultivaría la religión en su hogar.

Instruiría a su familia en la justicia. La ley de Dios sería la norma de

su hogar.

La familia de Abrahán comprendía más de mil almas. Los que

por sus enseñanzas eran inducidos a adorar al Dios único

encontraban un hogar en su campamento; y allí, como en una

escuela, recibían una instrucción que los preparaba para ser

representantes de la verdadera fe. Así que pesaba sobre Abrahán una

gran responsabilidad. Educaba a los padres de familia, y sus

métodos de gobierno eran puestos en práctica en las casas que ellos

presidían.

En la antigüedad el padre era el jefe y el sacerdote de su propia

familia, y ejercía autoridad sobre sus hijos, aun después de que éstos

tenían sus propias familias. Sus descendientes aprendían a

considerarle como su jefe, tanto en los asuntos religiosos como en

159


los seculares. Abrahán trató de perpetuar este sistema patriarcal de

gobierno, pues tendía a conservar el conocimiento de Dios. Era

necesario vincular a los miembros de la familia, para construir una

barrera contra la idolatría tan generalizada y arraigada en aquel

entonces. Abrahán trataba por todos los medios a su alcance de

evitar que los habitantes de su campamento se mezclaran con los

paganos y presenciaran sus prácticas idólatras; pues sabía muy bien

que la familiaridad con el mal iría corrompiendo insensiblemente los

sanos principios. Ponía el mayor cuidado en excluir toda forma de

religión falsa y en hacer comprender a los suyos la majestad y gloria

del Dios viviente como único objeto del culto.

Era sabio arreglo, dispuesto por Dios mismo, el que consistía

en aislar a su pueblo, en lo posible, de toda relación con los paganos,

para hacer de él un pueblo separado, que no se contase entre las

naciones. El había separado a Abrahán de sus parientes idólatras,

para que el patriarca pudiese adiestrar y educar a su familia alejada

de las influencias seductoras que la hubieran rodeado en

Mesopotamia, y para que la verdadera fe fuese conservada en su

pureza por sus descendientes, de generación en generación.

El afecto de Abrahán hacia sus hijos y su casa le movió a

resguardar su fe religiosa, y a inculcarles el conocimiento de los

estatutos divinos, como el legado más precioso que pudiera dejarles

a ellos y por su medio al mundo. A todos les enseñó que estaban

bajo el gobierno del Dios del cielo. No debía haber opresión de parte

de los padres, ni desobediencia de parte de los hijos. La ley de Dios

había designado a cada uno sus obligaciones, y sólo mediante la

160


obediencia a dicha ley se podía obtener la felicidad y la prosperidad.

Su propio ejemplo, la silenciosa influencia de su vida cotidiana,

era una constante lección. La integridad inalterable, la benevolencia

y la desinteresada cortesía, que le habían granjeado la admiración de

los reyes, se manifestaban en el hogar. Había en esa vida una

fragancia, una nobleza y una dulzura de carácter que revelaban a

todos que Abrahán estaba en relación con el Cielo. No descuidaba

siquiera al más humilde de sus siervos. En su casa no había una ley

para el amo, y otra para el siervo; no había un camino real para el

rico, y otro para el pobre. Todos eran tratados con justicia y

simpatía, como coherederos de la gracia de la vida.

El "mandará a su casa después de sí." En Abrahán no se vería

negligencia pecaminosa en lo referente a restringir las malas

inclinaciones de sus hijos, ni tampoco habría favoritismo

imprudente, indulgencia o debilidad; no sacrificaría su convicción

del deber ante las pretensiones de un amor mal entendido. No sólo

daría Abrahán la instrucción apropiada, sino que mantendría la

autoridad de las leyes justas y rectas.

¡Cuán pocos son los que siguen este ejemplo actualmente!

Muchos padres manifiestan un sentimentalismo ciego y egoísta, un

mal llamado amor, que deja a los niños gobernarse por su propia

voluntad cuando su juicio no se ha formado aún y los dominan

pasiones indisciplinadas. Esto es ser cruel hacia la juventud, y

cometer un gran mal contra el mundo. La indulgencia de los padres

provoca muchos desórdenes en las familias y en la sociedad.

161


Confirma en los jóvenes el deseo de seguir sus inclinaciones, en

lugar de someterse a los requerimientos divinos. Así crecen con

aversión a cumplir la voluntad de Dios, y transmiten su espíritu

irreligioso e insubordinado a sus hijos y a sus nietos. Así como

Abrahán, los padres deberían "mandar a su casa después de sí."

Enséñese a los niños a obedecer a la autoridad de sus padres, e

impóngase esta obediencia como primer paso en la obediencia a la

autoridad de Dios.

El poco aprecio en que aun los dirigentes religiosos tienen la

ley de Dios ha producido muchos males. La enseñanza tan

generalizada de que los estatutos divinos ya no están en vigor es, en

sus efectos morales sobre las personas, semejante a la idolatría. Los

que procuran disminuir los requerimientos de la santa ley de Dios

están socavando directamente el fundamento del gobierno de

familias y naciones. Los padres religiosos que no andan en los

estatutos de Dios, no mandan a su familia que siga el camino del

Señor. No hacen de la ley de Dios la norma de la vida. Los hijos, al

fundar sus propios hogares, no se sienten obligados a enseñar a sus

propios hijos lo que nunca se les enseñó a ellos. Y éste es el motivo

porque hay tantas familias impías; ésta es la razón porque la

depravación se ha arraigado y extendido tanto.

Mientras que los mismos padres no anden conforme a la ley del

Señor con corazón perfecto, no estarán preparados para "mandar a

sus hijos después de sí." Es preciso hacer en este respecto una

reforma amplia y profunda. Los padres deben reformarse. Los

ministros necesitan reformarse; necesitan a Dios en sus hogares. Si

162


quieren ver un estado de cosas diferente, deben dar la Palabra de

Dios a sus familias, y deben hacerla su consejera. Deben enseñar a

sus hijos que ésta es la voz de Dios a ellos dirigida y que deben

obedecerle implícitamente. Deben instruir con paciencia a sus hijos;

bondadosa e incesantemente deben enseñarles a vivir para agradar a

Dios. Los hijos de tales familias estarán preparados para hacer frente

a los sofismas de la incredulidad. Aceptaron la Biblia como base de

su fe, y por consiguiente, tienen un fundamento que no puede ser

barrido por la ola de escepticismo que se avecina.

En muchos hogares, se descuida la oración. Los padres creen

que no disponen de tiempo para el culto matutino o vespertino. No

pueden invertir unos momentos en dar gracias a Dios por sus

abundantes misericordias, por el bendito sol y las lluvias que hacen

florecer la vegetación, y por el cuidado de los santos ángeles. No

tienen tiempo para orar y pedir la ayuda y la dirección divinas, y la

permanente presencia de Jesús en el hogar. Salen a trabajar como va

el buey o el caballo, sin dedicar un solo pensamiento a Dios o al

cielo. Poseen almas tan preciosas que para que no sucumbieran en la

perdición eterna, el Hijo de Dios dió su vida por su rescate; sin

embargo, aprecian las grandes bondades del Señor muy poco más

que las bestias que perecen.

Como los patriarcas de la antigüedad, los que profesan amar a

Dios deberían erigir un altar al Señor dondequiera que se

establezcan. Si alguna vez hubo un tiempo cuando todo hogar

debería ser una casa de oración, es ahora. Los padres y las madres

deberían elevar sus corazones a menudo hacia Dios para suplicar

163


humildemente por ellos mismos y por sus hijos. Que el padre, como

sacerdote de la familia, ponga sobre el altar de Dios el sacrificio de

la mañana y de la noche, mientras la esposa y los niños se le unen en

oración y alabanza. Jesús se complace en morar en un hogar tal.

De todo hogar cristiano debería irradiar una santa luz. El amor

debe expresarse en hechos. Debe manifestarse en todas las

relaciones del hogar y revelarse en una amabilidad atenta, en una

suave y desinteresada cortesía. Hay hogares donde se pone en

práctica este principio, hogares donde se adora a Dios, y donde reina

el amor verdadero. De estos hogares, de mañana y de noche, la

oración asciende hacia Dios como un dulce incienso, y las

misericordias y las bendiciones de Dios descienden sobre los

suplicantes como el rocío de la mañana.

Un hogar piadoso bien dirigido constituye un argumento

poderoso en favor de la religión cristiana, un argumento que el

incrédulo no puede negar. Todos pueden ver que una influencia obra

en la familia y afecta a los hijos, y que el Dios de Abrahán está con

ellos. Si los hogares de los profesos cristianos tuviesen el debido

molde religioso, ejercerían una gran influencia en favor del bien.

Serían, ciertamente, "la luz del mundo." El Dios del cielo habla a

todo padre fiel por medio de las palabras dirigidas a Abrahán:

"Porque yo lo he conocido, sé que mandará a sus hijos, y a su casa

después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia, y

juicio, para que haga venir Jehová sobre Abrahán lo que ha hablado

acerca de él."

164


Capítulo 13

La prueba de la fe

Abrahan había aceptado sin hacer pregunta alguna la promesa

de un hijo, pero no esperó a que Dios cumpliese su palabra en su

oportunidad y a su manera. Fué permitida una tardanza, para probar

su fe en el poder de Dios, pero fracasó en la prueba. Pensando que

era imposible que se le diera un hijo en su vejez, Sara sugirió como

plan mediante el cual se cumpliría el propósito divino, que una de

sus siervas fuese tomada por Abrahán como esposa secundaria. La

poligamia se había difundido tanto que había dejado de considerarse

pecado; violaba, sin embargo, la ley de Dios y destruía la santidad y

la paz de las relaciones familiares.

El casamiento de Abrahán con Agar fué un mal, no sólo para su

propia casa, sino también para las generaciones futuras. Halagada

por el honor de su nueva posición como esposa de Abrahán, y con la

esperanza de ser la madre de la gran nación que descendería de él,

Agar se llenó de orgullo y jactancia, y trató a su ama con

menosprecio. Los celos mutuos perturbaron la paz del hogar que una

vez había sido feliz. Viéndose forzado a escuchar las quejas de

ambas, Abrahán trató en vano de restaurar la armonía. Aunque él se

había casado con Agar a instancias de Sara, ahora ella le hacía

cargos como si fuera el culpable. Sara deseaba desterrar a su rival;

pero Abrahán se negó a permitirlo; pues Agar iba a ser madre de su

hijo, que él esperaba tiernamente sería el hijo de la promesa. Sin

165


embargo, era la sierva de Sara, y él la dejó todavía bajo el mando de

su ama. El espíritu arrogante de Agar no quiso soportar la aspereza

que su insolencia había provocado. "Y como Sarai la afligiese,

huyóse de su presencia." Véase Génesis 16.

Se fué al desierto, y mientras, solitaria y sin amigos,

descansaba al lado de una fuente, un ángel del Señor se le apareció

en forma humana. Dirigiéndose a ella como "Agar, sierva de Sarai,"

para recordarle su posición y su deber, le mandó: "Vuélvete a tu

señora, y ponte sumisa bajo de su mano." No obstante, con el

reproche se mezclaron palabras de consolación. "Oído ha Jehová tu

aflicción." "Multiplicaré tanto tu linaje, que no será contado a causa

de la muchedumbre." Y como recordatorio perpetuo de su

misericordia, se le mandó que llamara a su hijo Ismael, o sea: "Dios

oirá."

Cuando Abrahán tenía casi cien años, se le repitió la promesa

de un hijo, y se le aseguró que el futuro heredero sería hijo de Sara.

Pero Abrahán todavía no comprendió la promesa. En seguida pensó

en Ismael, aferrado a la creencia de que por medio de él se habían de

cumplir los propósitos misericordiosos de Dios. En su afecto por su

hijo exclamó: "Ojalá Ismael viva delante de ti." Nuevamente se le

dió la promesa en palabras inequívocas: "Ciertamente Sara tu mujer

te parirá un hijo, y llamarás su nombre Isaac; y confirmaré mi pacto

con él." Sin embargo, Dios se acordó también de la oración del

padre. "Y en cuanto a Ismael--dijo,--también te he oído: he aquí que

le bendeciré ... y ponerlo he por gran gente."

166


El nacimiento de Isaac, al traer, después de una espera de toda

la vida, el cumplimiento de las más caras esperanzas de Abrahán y

de Sara, llenó de felicidad su campamento. Pero para Agar

representó el fin de sus más caras ambiciones. Ismael, ahora

adolescente, había sido considerado por todo el campamento como

el heredero de las riquezas de Abrahán, así como de las bendiciones

prometidas a sus descendientes. Ahora era repentinamente puesto a

un lado; y en su desengaño, madre e hijo odiaron al hijo de Sara. La

alegría general aumentó sus celos, hasta que Ismael osó burlarse

abiertamente del heredero de la promesa de Dios.

Sara vió en la inclinación turbulenta de Ismael una fuente

perpetua de discordia, y le pidió a Abrahán que alejara del

campamento a Ismael y a Agar. El patriarca se llenó de angustia.

¿Cómo podría desterrar a Ismael, su hijo, a quien todavía amaba

entrañablemente? En su perplejidad, Abrahán pidió la dirección

divina. Mediante un santo ángel, el Señor le ordenó que accediera a

la petición de Sara; que su amor por Ismael o Agar no debía

interponerse, pues sólo así podría restablecer la armonía y la

felicidad en su familia. Y el ángel le dió la promesa consoladora de

que aunque estuviese separado del hogar de su padre, Ismael no

sería abandonado por Dios; su vida sería conservada, y llegaría a ser

padre de una gran nación. Abrahán obedeció la palabra del ángel,

aunque no sin sufrir gran pena. Su corazón de padre se llenó de

indecible pesar al separar de su casa a Agar y a su hijo.

La instrucción impartida a Abrahán tocante a la santidad de la

relación matrimonial, había de ser una lección para todas las edades.

167


Declara que los derechos y la felicidad de estas relaciones deben

resguardarse cuidadosamente, aun a costa de un gran sacrificio. Sara

era la única esposa verdadera de Abrahán. Ninguna otra persona

debía compartir sus derechos de esposa y madre. Reverenciaba a su

esposo, y en este aspecto el Nuevo Testamento la presenta como un

digno ejemplo. Pero ella no quería que el afecto de Abrahán fuese

dado a otra; y el Señor no la reprendió por haber exigido el destierro

de su rival.

Tanto Abrahán como Sara desconfiaron del poder de Dios, y

este error fué la causa del matrimonio con Agar. Dios había llamado

a Abrahán para que fuese el padre de los fieles, y su vida había de

servir como ejemplo de fe para las generaciones futuras. Pero su fe

no había sido perfecta. Había manifestado desconfianza para con

Dios al ocultar el hecho de que Sara era su esposa, y también al

casarse con Agar.

Para que pudiera alcanzar la norma más alta, Dios le sometió a

otra prueba, la mayor que se haya impuesto jamás a hombre alguno.

En una visión nocturna se le ordenó ir a la tierra de Moria para

ofrecer allí a su hijo en holocausto en un monte que se le indicaría.

Cuando Abrahán recibió esta orden, había llegado a los ciento

veinte años. Se le consideraba ya un anciano, aun en aquella

generación. Antes había sido fuerte para arrostrar penurias y

peligros, pero ya se había desvanecido el ardor de su juventud. En el

vigor de la virilidad, uno puede enfrentar con valor dificultades y

aflicciones capaces de hacerle desmayar en la senectud, cuando sus

168


pies se acercan vacilantes hacia la tumba. Pero Dios había reservado

a Abrahán su última y más aflictiva prueba para el tiempo cuando la

carga de los años pesaba sobre él y anhelaba descansar de la

ansiedad y el trabajo.

El patriarca moraba en Beerseba rodeado de prosperidad y

honor. Era muy rico y los soberanos de aquella tierra le honraban

como a un príncipe poderoso. Miles de ovejas y vacas cubrían la

llanura que se extendía más allá de su campamento. Por doquiera

estaban las tiendas de su séquito para albergar centenares de siervos

fieles. El hijo de la promesa había llegado a la edad viril junto a su

padre. El Cielo parecía haber coronado de bendiciones la vida de

sacrificio y paciencia frente a la esperanza aplazada.

Por obedecer con fe, Abrahán había abandonado su país natal,

había dejado atrás las tumbas de sus antepasados y la patria de su

parentela. Había andado errante como peregrino por la tierra que

sería su heredad. Había esperado durante mucho tiempo el

nacimiento del heredero prometido. Por mandato de Dios, había

desterrado a su hijo Ismael. Y ahora que el hijo a quien había

deseado durante tanto tiempo entraba en la edad viril, y el patriarca

parecía estar a punto de gozar de lo que había esperado, se hallaba

frente a una prueba mayor que todas las demás.

La orden fué expresada con palabras que debieron torturar

angustiosamente el corazón de aquel padre: "Toma ahora tu hijo, tu

único, Isaac, a quien amas, ... y ofrécelo allí en holocausto." Génesis

22:2. Isaac era la luz de su casa, el solaz de su vejez, y sobre todo

169


era el heredero de la bendición prometida. La pérdida de este hijo

por un accidente o alguna enfermedad hubiera partido el corazón del

amante padre; hubiera doblado de pesar su encanecida cabeza; pero

he aquí que se le ordenaba que con su propia mano derramara la

sangre de ese hijo. Le parecía que se trataba de una espantosa

imposibilidad.

Satanás estaba listo para sugerirle que se engañaba, pues la ley

divina mandaba: "No matarás," y Dios no habría de exigir lo que

una vez había prohibido. Abrahán salió de su tienda y miró hacia el

sereno resplandor del firmamento despejado, y recordó la promesa

que se le había hecho casi cincuenta años antes, a saber, que su

simiente sería innumerable como las estrellas. Si se había de cumplir

esta promesa por medio de Isaac, ¿cómo podía ser muerto? Abrahán

estuvo tentado a creer que se engañaba. Dominado por la duda y la

angustia, se postró de hinojos y oró como nunca lo había hecho

antes, para pedir que se le confirmase si debía llevar a cabo o no este

terrible deber. Recordó a los ángeles que se le enviaron para

revelarle el propósito de Dios acerca de la destrucción de Sodoma, y

que le prometieron este mismo hijo Isaac. Fué al sitio donde varias

veces se había encontrado con los mensajeros celestiales, esperando

hallarlos allí otra vez y recibir más instrucción; pero ninguno de

ellos vino en su ayuda. Parecía que las tinieblas le habían cercado;

pero la orden de Dios resonaba en sus oídos: "Toma ahora tu hijo, tu

único, Isaac, a quien amas." Aquel mandato debía ser obedecido, y

él no se atrevió a retardarse. La luz del día se aproximaba, y debía

ponerse en marcha.

170


Abrahán regresó a su tienda, y fué al sitio donde Isaac dormía

profundamente el tranquilo sueño de la juventud y la inocencia.

Durante unos instantes el padre miró el rostro amado de su hijo, y se

alejó temblando. Fué al lado de Sara, quien también dormía. ¿Debía

despertarla, para que abrazara a su hijo por última vez? ¿Debía

comunicarle la exigencia de Dios? Anhelaba descargar su corazón

compartiendo con su esposa esta terrible responsabilidad; pero se

vió cohibido por el temor de que ella le pusiera obstáculos. Isaac era

la delicia y el orgullo de Sara; la vida de ella estaba ligada a él, y el

amor materno podría rehusar el sacrificio.

Abrahán, por último, llamó a su hijo y le comunicó que había

recibido el mandato de ofrecer un sacrificio en una montaña

distante. A menudo había acompañado Isaac a su padre para adorar

en algunos de los distintos altares que señalaban su peregrinaje, de

modo que este llamamiento no le sorprendió, y pronto terminaron

los preparativos para el viaje. Se alistó la leña y se la cargó sobre un

asno, y acompañados de dos siervos principiaron el viaje.

Padre e hijo caminaban el uno junto al otro en silencio. El

patriarca, reflexionando en su pesado secreto, no tenía valor para

hablar. Pensaba en la amante y orgullosa madre, y en el día en que él

habría de regresar solo adonde ella estaba. Sabía muy bien que, al

quitarle la vida a su hijo, el cuchillo heriría el corazón de ella.

Aquel día, el más largo en la vida de Abrahán, llegó lentamente

a su fin. Mientras su hijo y los siervos dormían, él pasó la noche en

oración, todavía con la esperanza de que algún mensajero celestial

171


viniese a decirle que la prueba era ya suficiente, que el joven podía

regresar sano y salvo a su madre. Pero su alma torturada no recibió

alivio. Pasó otro largo día y otra noche de humillación y oración,

mientras la orden que lo iba a dejar sin hijo resonaba en sus oídos.

Satanás estaba muy cerca de él susurrándole dudas e incredulidad;

pero Abrahán rechazó sus sugerencias. Cuando se disponían a

principiar la jornada del tercer día, el patriarca, mirando hacia el

norte, vió la señal prometida, una nube de gloria, que cubría el

monte Moria, y comprendió que la voz que le había hablado

procedía del cielo.

Ni aun entonces murmuró Abrahán contra Dios, sino que

fortaleció su alma espaciándose en las evidencias de la bondad y la

fidelidad de Dios. Se le había dado este hijo inesperadamente; y el

que le había dado este precioso regalo ¿no tenía derecho a reclamar

lo que era suyo? Entonces su fe le repitió la promesa: "En Isaac te

será llamada descendencia" (Génesis 21:12), una descendencia

incontable, numerosa como la arena de las playas del mar. Isaac era

el hijo de un milagro, y ¿no podía devolverle la vida el poder que se

la había dado? Mirando más allá de lo visible, Abrahán comprendió

la divina palabra, "considerando que aun de entre los muertos podía

Dios resucitarle." Hebreos 11:19 (VM).

No obstante, nadie sino Dios pudo comprender la grandeza del

sacrificio de aquel padre al acceder a que su hijo muriese; Abrahán

deseó que nadie sino Dios presenciase la escena de la despedida.

Ordenó a sus siervos que permaneciesen atrás, diciéndoles: "Yo y el

muchacho iremos hasta allí, y adoraremos, y volveremos a

172


vosotros." Isaac, que iba a ser sacrificado, cargó con la leña; el padre

llevó el cuchillo y el fuego, y juntos ascendieron a la cima del

monte. El joven iba silencioso, deseando saber de dónde vendría la

víctima, ya que los rebaños y los ganados habían quedado muy

lejos. Finalmente dijo: "Padre mío, ... he aquí el fuego y la leña; mas

¿dónde está el cordero para el holocausto?" ¡Oh, qué prueba tan

terrible era ésta! ¡Cómo hirieron el corazón de Abrahán esas dulces

palabras: "Padre mío!" No, todavía no podía decirle, así que le

contestó: "Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío."

Génesis 22:5-8.

En el sitio indicado construyeron el altar, y pusieron sobre él la

leña. Entonces, con voz temblorosa, Abrahán reveló a su hijo el

mensaje divino. Con terror y asombro Isaac se enteró de su destino;

pero no ofreció resistencia. Habría podido escapar a esta suerte si lo

hubiera querido; el anciano, agobiado de dolor, cansado por la lucha

de aquellos tres días terribles, no habría podido oponerse a la

voluntad del joven vigoroso. Pero desde la niñez se le había

enseñado a Isaac a obedecer pronta y confiadamente, y cuando el

propósito de Dios le fué manifestado, lo aceptó con sumisión

voluntaria. Participaba de la fe de Abrahán, y consideraba como un

honor el ser llamado a dar su vida en holocausto a Dios. Con ternura

trató de aliviar el dolor de su padre, y animó sus debilitadas manos

para que ataran las cuerdas que lo sujetarían al altar.

Por fin se dicen las últimas palabras de amor, derraman las

últimas lágrimas, y se dan el último abrazo. El padre levanta el

cuchillo para dar muerte a su hijo, y de repente su brazo es detenido.

173


Un ángel del Señor llama al patriarca desde el cielo: "Abraham,

Abraham." El contesta en seguida: "Heme aquí." De nuevo se oye la

voz: "No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada;

que ya conozco que temes a Dios, pues que no me rehusaste tu hijo,

tu único." Vers. 11, 12.

Entonces Abrahán vió "un carnero a sus espaldas trabado en un

zarzal," y en seguida trajo la nueva víctima y la ofreció "en lugar de

su hijo." Lleno de felicidad y gratitud, Abrahán dió un nuevo

nombre a aquel lugar sagrado y lo llamó "Jehová Yireh," o sea,

"Jehová proveerá." Vers. 13, 14.

En el monte Moria Dios renovó su pacto con Abrahán y

confirmó con un solemne juramento la bendición que le había

prometido a él y a su simiente por todas las generaciones futuras.

"Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho

esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único; bendiciendo te

bendeciré, y multiplicando multiplicaré tu simiente como las

estrellas del cielo, y como la arena que está a la orilla del mar; y tu

simiente poseerá las puertas de sus enemigos: en tu simiente serán

benditas todas las gentes de la tierra, por cuanto obedeciste a mi

voz." Vers. 16-18.

El gran acto de fe de Abrahán descuella como un fanal de luz,

que ilumina el sendero de los siervos de Dios en las edades

subsiguientes. Abrahán no buscó excusas para no hacer la voluntad

de Dios. Durante aquel viaje de tres días tuvo tiempo suficiente para

razonar, y para dudar de Dios si hubiera estado inclinado a hacerlo.

174


Pudo pensar que si mataba a su hijo, se le consideraría asesino,

como un segundo Caín, lo cual haría que sus enseñanzas fuesen

desechadas y menospreciadas, y de esa manera se destruiría su

facultad de beneficiar a sus semejantes. Pudo alegar que la edad le

dispensaba de obedecer. Pero el patriarca no recurrió a ninguna de

estas excusas. Abrahán era humano, y sus pasiones y sus

inclinaciones eran como las nuestras; pero no se detuvo a inquirir

cómo se cumpliría la promesa si Isaac muriera. No se detuvo a

discutir con su dolorido corazón. Sabía que Dios es justo y recto en

todos sus requerimientos, y obedeció el mandato al pie de la letra.

"Abrahán creyó a Dios, y le fué imputado a justicia, y fué

llamado amigo de Dios." Santiago 2:23. San Pablo dice: "Los que

son de fe, los tales son hijos de Abraham." Gálatas 3:7. Pero la fe de

Abrahán se manifestó por sus obras. "¿No fué justificado por las

obras Abraham, nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre

el altar? ¿No ves que la fe obró con sus obras, y que la fe fué

perfecta por las obras?" Santiago 2:21, 22.

Son muchos los que no comprenden la relación que existe entre

la fe y las obras. Dicen: "Cree solamente en Cristo, y estarás seguro.

No tienes necesidad de guardar la ley." Pero la verdadera fe se

manifiesta mediante la obediencia. Cristo dijo a los judíos

incrédulos: "Si fuerais hijos de Abraham, las obras de Abraham

haríais." Juan 8:39. Y tocante al padre de los fieles el Señor declara:

"Oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos,

mis estatutos y mis leyes." Génesis 26:5. El apóstol Santiago dice:

"La fe, si no tuviere obras, es muerta en sí misma." Santiago 2:17. Y

175


Juan, que habla tan minuciosamente acerca del amor, nos dice: "Este

es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus

mandamientos no son penosos." 1 Juan 5:3.

Mediante símbolos y promesas, Dios "evangelizó antes a

Abraham." Gálatas 3:8. Y la fe del patriarca se fijó en el Redentor

que había de venir. Cristo dijo a los judíos: "Abraham vuestro padre

se gozó por ver mi día; y lo vió, y se gozó." Juan 8:56. El carnero

ofrecido en lugar de Isaac representaba al Hijo de Dios, que había de

ser sacrificado en nuestro lugar. Cuando el hombre estaba

condenado a la muerte por su transgresión de la ley de Dios, el

Padre, mirando a su Hijo, dijo al pecador: "Vive, he hallado un

rescate."

Fué para grabar en la mente de Abrahán la realidad del

Evangelio, así como para probar su fe, por lo que Dios le mandó

sacrificar a su hijo. La agonía que sufrió durante los aciagos días de

aquella terrible prueba fué permitida para que comprendiera por su

propia experiencia algo de la grandeza del sacrificio hecho por el

Dios infinito en favor de la redención del hombre. Ninguna otra

prueba podría haber causado a Abrahán tanta angustia como la que

le causó el ofrecer a su hijo.

Dios dió a su Hijo para que muriera en la agonía y la

vergüenza. A los ángeles que presenciaron la humillación y la

angustia del Hijo de Dios, no se les permitió intervenir como en el

caso de Isaac. No hubo voz que clamara: "¡Basta!" El Rey de la

gloria dió su vida para salvar a la raza caída. ¿Qué mayor prueba se

176


puede dar del infinito amor y de la compasión de Dios? "El que aun

a su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por todos nosotros,

¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?" Romanos 8:32.

El sacrificio exigido a Abrahán no fué sólo para su propio bien

ni tampoco exclusivamente para el beneficio de las futuras

generaciones; sino también para instruir a los seres sin pecado del

cielo y de otros mundos. El campo de batalla entre Cristo y Satanás,

el terreno en el cual se desarrolla el plan de la redención, es el libro

de texto del universo. Por haber demostrado Abrahán falta de fe en

las promesas de Dios, Satanás le había acusado ante los ángeles y

ante Dios de no ser digno de sus bendiciones. Dios deseaba probar

la lealtad de su siervo ante todo el cielo, para demostrar que no se

puede aceptar algo inferior a la obediencia perfecta y para revelar

más plenamente el plan de la salvación.

Los seres celestiales fueron testigos de la escena en que se

probaron la fe de Abrahán y la sumisión de Isaac. La prueba fué

mucho más severa que la impuesta a Adán. La obediencia a la

prohibición hecha a nuestros primeros padres no entrañaba ningún

sufrimiento; pero la orden dada a Abrahán exigía el más atroz

sacrificio. Todo el cielo presenció, absorto y maravillado, la

intachable obediencia de Abrahán. Todo el cielo aplaudió su

fidelidad. Se demostró que las acusaciones de Satanás eran falsas.

Dios declaró a su siervo: "Ya conozco que temes a Dios [a pesar de

las denuncias de Satanás], pues que no me rehusaste tu hijo, tu

único." El pacto de Dios, confirmado a Abrahán mediante un

juramento ante los seres de los otros mundos, atestiguó que la

177


obediencia será premiada.

Había sido difícil aun para los ángeles comprender el misterio

de la redención, entender que el Soberano del cielo, el Hijo de Dios,

debía morir por el hombre culpable. Cuando a Abrahán se le mandó

ofrecer a su hijo en sacrificio, se despertó el interés de todos los

seres celestiales. Con intenso fervor, observaron cada paso dado en

cumplimiento de ese mandato. Cuando a la pregunta de Isaac:

"¿Dónde está el cordero para el holocausto?" Abrahán contestó:

"Dios se proveerá de cordero;" y cuando fué detenida la mano del

padre en el momento mismo en que estaba por sacrificar a su hijo y

el carnero que Dios había provisto fué ofrecido en lugar de Isaac,

entonces se derramó luz sobre el misterio de la redención, y aun los

ángeles comprendieron más claramente las medidas admirables que

había tomado Dios para salvar al hombre. Véase 1 Pedro 1:12.

178


Capítulo 14

La destrucción de Sodoma

La más bella entre las ciudades del valle del Jordán era

Sodoma, situada en una llanura que era como el "huerto de Jehová"

(Génesis 13:10) por su fertilidad y hermosura. Allí florecía la

abundante vegetación de los trópicos. Allí abundaban la palmera, el

olivo y la vid, y las flores esparcían su fragancia durante todo el año.

Abundantes mieses revestían los campos, y muchos rebaños lanares

y vacunos cubrían las colinas circundantes. El arte y el comercio

contribuían a enriquecer la orgullosa ciudad de la llanura. Los

tesoros del oriente adornaban sus palacios, y las caravanas del

desierto proveían sus mercados de preciosos artículos. Con poco

trabajo mental o físico, se podían satisfacer todas las necesidades de

la vida, y todo el año parecía una larga serie de festividades.

La abundancia general dió origen al lujo y al orgullo. La

ociosidad y las riquezas endurecen el corazón que nunca ha estado

oprimido por la necesidad ni sobrecargado por el pesar. El amor a

los placeres fué fomentado por la riqueza y la ociosidad, y la gente

se entregó a la complacencia sensual. "He aquí--dice Ezequiel,--que

ésta fué la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, hartura de pan,

y abundancia de ociosidad tuvo ella y sus hijas; y no corroboró la

mano del afligido y del menesteroso. Y ensoberbeciéronse, e

hicieron abominación delante de mí, y quitélas como vi bueno."

(16:49, 50.)

179


Nada desean los hombres tanto como la riqueza y la ociosidad,

y, sin embargo, estas cosas fueron el origen de los pecados que

acarrearon la destrucción de las ciudades de la llanura. La vida inútil

y ociosa de sus habitantes los hizo víctimas de las tentaciones de

Satanás, desfiguraron la imagen de Dios, y se hicieron más satánicos

que divinos.

La ociosidad es la mayor maldición que puede caer sobre el

hombre; porque la siguen el vicio y el crimen. Debilita la mente,

pervierte el entendimiento y el alma. Satanás está al acecho, pronto

para destruir a los imprudentes cuya ociosidad le da ocasión de

acercarse a ellos bajo cualquier disfraz atractivo. Nunca tiene más

éxito que cuando se aproxima a los hombres en sus horas ociosas.

Reinaban en Sodoma el alboroto y el júbilo, los festines y las

borracheras. Las más viles y más brutales pasiones imperaban

desenfrenadas. Los habitantes desafiaban públicamente a Dios y a su

ley, y encontraban deleite en los actos de violencia. Aunque tenían

ante sí el ejemplo del mundo antediluviano, y sabían cómo se había

manifestado la ira de Dios en su destrucción, sin embargo, seguían

la misma conducta impía.

Cuando Lot se trasladó a Sodoma, la corrupción no se había

generalizado, y Dios en su misericordia permitió que brillasen rayos

de luz en medio de las tinieblas morales. Cuando Abrahán libró a los

cautivos de los elamitas, la atención del pueblo fué atraída a la

verdadera fe. Abrahán no era desconocido para los habitantes de

180


Sodoma, y su veneración del Dios invisible había sido para ellos

objeto de ridículo; pero su victoria sobre fuerzas muy superiores, y

su magnánima disposición acerca de los prisioneros y del botín,

despertaron la admiración y el asombro. Mientras alababan su

habilidad y valentía, nadie pudo evitar la convicción de que un

poder divino le había dado la victoria. Y su espíritu noble y

desinteresado, tan extraño para los egoístas habitantes de Sodoma,

fué otra prueba de la superioridad de la religión a la que honró por

su valor y fidelidad.

Melquisedec, al bendecir a Abrahán, había reconocido a Jehová

como la fuente de todo su poder y como autor de la victoria:

"Bendito sea Abram del Dios alto, poseedor de los cielos y de la

tierra; y bendito sea el Dios alto, que entregó tus enemigos en tu

mano." Génesis 14:19, 20. Dios estaba hablando a aquel pueblo por

su providencia, pero el último rayo de luz fué rechazado, como

todos los anteriores.

Y ahora se acercaba la última noche de Sodoma. Las nubes de

la venganza proyectaban ya sus sombras sobre la ciudad condenada.

Pero los hombres no las percibieron. Mientras se acercaban los

ángeles con su misión destructora, los hombres soñaban con

prosperidad y placer. El último día fué como todos los demás que

habían llegado y desaparecido. La noche se cerró sobre una escena

de hermosura y seguridad. Los rayos del sol poniente inundaron un

panorama de incomparable belleza. La frescura del atardecer había

atraído fuera de las casas a los habitantes de la ciudad, y las

muchedumbres amantes del placer se paseaban gozando de aquel

181


momento.

A la caída de la tarde, dos forasteros se acercaron a la puerta de

la ciudad. Parecían viajeros que venían a pasar allí la noche. Nadie

pudo reconocer en estos humildes caminantes a los poderosos

heraldos del juicio divino, y poco pensaba la alegre e indiferente

muchedumbre que, en su trato con estos mensajeros celestiales, esa

misma noche colmaría la culpabilidad que condenaba a su orgullosa

ciudad. Pero hubo un hombre que demostró a los forasteros una

amable atención, convidándolos a su casa. Lot no conocía el

verdadero carácter de los visitantes, pero la cortesía y la hospitalidad

eran una costumbre en él, eran una parte de su religión, eran

lecciones que había aprendido del ejemplo de Abrahán. Si no

hubiera cultivado este espíritu de cortesía, habría sido abandonado

para que pereciera con los demás habitantes de Sodoma. Muchas

familias, al cerrar sus puertas a un forastero, han excluído a algún

mensajero de Dios, que les habría proporcionado bendición,

esperanza y paz.

En la vida, todo acto, por insignificante que sea, tiene su

influencia para el bien o para el mal. La fidelidad o el descuido en lo

que parecen ser deberes menos importantes puede abrir la puerta a

las más ricas bendiciones o a las mayores calamidades. Son las

cosas pequeñas las que prueban el carácter. Dios mira con una

sonrisa complaciente los actos humildes de abnegación cotidiana, si

se realizan con un corazón alegre y voluntario. No hemos de vivir

para nosotros mismos, sino para los demás. Sólo olvidándonos de

nosotros mismos y abrigando un espíritu amable y ayudador,

182


podemos hacer de nuestra vida una bendición. Las pequeñas

atenciones, los actos sencillos de cortesía, contribuyen mucho a la

felicidad de la vida, y el descuido de estas cosas influye no poco en

la miseria humana.

Conociendo Lot el maltrato a que los forasteros estarían

expuestos en Sodoma, consideró deber suyo protegerlos,

ofreciéndoles hospedaje en su propia casa. Estaba sentado a la

puerta de la ciudad cuando los viajeros se acercaron, y al verlos, se

levantó para ir a su encuentro, e inclinándose cortésmente, les dijo:

"Ahora, pues, mis señores, os ruego que vengáis a casa de vuestro

siervo y os hospedéis." Véase Génesis 19. Pareció que rehusaban su

hospitalidad cuando contestaron: "No, que en la plaza nos

quedaremos esta noche." La intención de esta contestación era

doble: probar la sinceridad de Lot, y también aparentar que

ignoraban el carácter de los habitantes de Sodoma, como si

supusieran que había seguridad en quedarse en la calle durante la

noche. Su contestación hizo que Lot se sintiera más decidido a no

dejarlos a merced del populacho. Repitió su invitación hasta que

cedieron y le acompañaron a su casa.

Lot había esperado ocultar su intención a los ociosos que

estaban en la puerta, llevando a los forasteros a su casa mediante un

rodeo; pero la vacilación y tardanza de éstos, así como las instancias

de él dieron tiempo a que los observaran; y antes de que se acostaran

aquella noche, una muchedumbre desenfrenada se reunió alrededor

de la casa. Era una inmensa multitud de jóvenes y ancianos, todos

igualmente enardecidos por las más bajas pasiones. Los forasteros se

183


habían informado del carácter de la ciudad, y Lot les había advertido

que no se atrevieran a salir de la casa por la noche; en ese momento

se oyeron los gritos y las mofas de la muchedumbre, que exigía que

sacara afuera a los hombres.

Sabiendo Lot que si provocaba la violencia de esta gente,

podrían derribar fácilmente la puerta de su casa, salió a ver si podía

conseguir algo mediante la persuasión. "Os ruego--dijo,--hermanos

míos, que no hagáis tal maldad." Sirviéndose de la palabra

"hermanos" en el sentido de vecinos, esperaba conciliárselos y

avergonzarlos de sus malos propósitos. Pero sus palabras fueron

como aceite sobre las llamas. La ira de la turba creció como una

rugiente tempestad. Se burlaron de Lot por intentar hacerse juez de

ellos, y le amenazaron con tratarle peor de cómo intentaban tratar a

sus huéspedes. Se abalanzaron sobre él, y le habrían despedazado si

no le hubiesen librado los ángeles de Dios. Los mensajeros

celestiales "alargaron la mano, y metieron a Lot en casa con ellos, y

cerraron las puertas." Los sucesos que siguieron manifestaron el

carácter de los huéspedes a quienes había alojado. "Y a los hombres

que estaban a la puerta de la casa desde el menor hasta el mayor,

hirieron con ceguera; mas ellos se fatigaban por hallar la puerta." Si

por el endurecimiento de su corazón, no hubiesen sido afectados por

doble ceguedad, el golpe que Dios les asestara los habría

atemorizado y hecho desistir de sus obras impías.

Aquella última noche no se distinguió porque se cometieran

mayores pecados que en otras noches anteriores; pero la

misericordia, tanto tiempo despreciada, al fin cesó de interceder por

184


ellos. Los habitantes de Sodoma habían pasado los límites de la

longanimidad divina, "el límite oculto entre la paciencia de Dios y

su ira." Los fuegos de su venganza estaban por encenderse en el

valle de Sidim.

Los ángeles manifestaron a Lot el objeto de su misión: "Vamos

a destruir este lugar, por cuanto el clamor de ellos ha subido de

punto delante de Jehová; por tanto Jehová nos ha enviado para

destruirlo." Los forasteros a quienes Lot había tratado de proteger, le

prometieron a su vez protegerlo a él y salvar también a todos los

miembros de su familia que huyeran con él de la ciudad impía. La

turba ya cansada se había marchado, y Lot salió para avisar a sus

yernos. Repitió las palabras de los ángeles: "Levantaos, salid de este

lugar; porque Jehová va a destruir esta ciudad." Pero a ellos les

pareció que Lot bromeaba. Se rieron de lo que llamaron sus temores

supersticiosos. Sus hijas se dejaron convencer por la influencia de

sus maridos. Se encontraban perfectamente bien donde estaban. No

podían ver señal alguna de peligro. Todo estaba exactamente como

antes. Tenían grandes haciendas, y no les parecía posible que la

hermosa Sodoma iba a ser destruída.

Lleno de dolor, regresó Lot a su casa, y contó su fracaso.

Entonces los ángeles le mandaron levantarse, llevar a su esposa y a

sus dos hijas que estaban aún en la casa, y abandonar la ciudad. Pero

Lot se demoraba. Aunque diariamente se afligía al presenciar actos

de violencia, no tenía un verdadero concepto de la abominable

iniquidad y la depravación que se practicaban en esa vil ciudad. No

comprendía la terrible necesidad de que los juicios de Dios

185


reprimiesen el pecado. Algunos de sus cercanos se aferraban a

Sodoma, y su esposa se negaba a marcharse sin ellos. A Lot le

parecía insoportable la idea de dejar a los que más quería en la

tierra. Le apenaba abandonar su suntuosa morada y la riqueza

adquirida con el trabajo de toda su vida, para salir como un pobre

peregrino. Aturdido por el dolor, se demoraba, y no podía

marcharse. Si no hubiese sido por los ángeles de Dios, todos habrían

perecido en la ruina de Sodoma. Los mensajeros celestiales asieron

de la mano a Lot y a su mujer y a sus hijas, y los llevaron fuera de la

ciudad.

Allí los dejaron los ángeles y se volvieron a Sodoma para

cumplir su obra de destrucción. Otro, Aquel a quien había implorado

Abrahán, se acercó a Lot. En todas las ciudades de la llanura, no se

habían encontrado ni siquiera diez justos; pero en respuesta al ruego

del patriarca, el hombre que temía a Dios fué preservado de la

destrucción. Con vehemencia aterradora se le dió el mandamiento:

"Escapa por tu vida; no mires tras ti, ni pares en toda esta llanura;

escapa al monte, no sea que perezcas." Cualquier tardanza o

vacilación sería ahora fatal. El retrasarse por echar una sola mirada a

la ciudad condenada, el detenerse un solo momento, sintiendo dejar

un hogar tan hermoso, les habría costado la vida. La tempestad del

juicio divino sólo esperaba que estos pobres fugitivos escapasen.

Pero Lot, confuso y aterrado, protestó que no podía hacer lo

que se le exigía, por temor a que le ocurriera algún mal que le

causara la muerte. Mientras vivía en aquella ciudad impía, en medio

de la incredulidad, su fe había disminuído. El Príncipe del cielo

186


estaba a su lado, y sin embargo rogaba por su vida como si el Dios

que había manifestado tanto cuidado y amor hacia él no estuviera

dispuesto a seguir protegiéndole. Debiera haber confiado

plenamente en el mensajero divino, poniendo su voluntad y su vida

en las manos del Señor, sin duda ni pregunta alguna. Pero como

tantos otros, trató de hacer planes por sí mismo: "He aquí ahora esta

ciudad está cerca para huir allá, la cual es pequeña; escaparé ahora

allá, (¿no es ella pequeña?) y vivirá mi alma." La ciudad

mencionada aquí era Bela, que más tarde se llamó Zoar. Estaba a

pocas millas de Sodoma, era tan corrompida como ésta, y también

condenada a la destrucción. Pero Lot rogó que fuese conservada,

insistiendo en que era poco lo que pedía; y lo que deseaba le fué

otorgado. El Señor le aseguró: "He aquí he recibido también tu

súplica sobre esto, y no destruiré la ciudad de que has hablado."

¡Cuánta es la misericordia de Dios hacia sus extraviadas criaturas!

Otra vez se le dió la solemne orden de apresurarse, pues la

tempestad de fuego tardaría muy poco en llegar. Pero una de las

personas fugitivas se atrevió a mirar hacia atrás, hacia la ciudad

condenada, y se convirtió en monumento del juicio de Dios. Si Lot

mismo no hubiese vacilado en obedecer a la advertencia del ángel, y

si hubiese huído con prontitud hacia las montañas, sin una palabra

de súplica ni de protesta, su esposa también habría podido escapar.

La influencia del ejemplo de él la habría salvado del pecado que

selló su condenación. Pero la vacilación y la tardanza de él la

indujeron a ella a considerar livianamente la amonestación divina.

Mientras su cuerpo estaba en la llanura, su corazón se asía de

Sodoma, y con Sodoma pereció. Se rebeló contra Dios porque sus

187


juicios arrastraban a sus hijos y sus bienes a la ruina. Aunque fué

muy favorecida al ser llamada a que saliera de la ciudad impía,

creyó que se la trataba duramente, porque tenía que dejar para ser

destruídas las riquezas que habían acumulado con el trabajo de

muchos años. En vez de aceptar la salvación con gratitud, miró

hacia atrás presuntuosamente deseando la vida de los que habían

despreciado la advertencia divina. Su pecado mostró que no era

digna de la vida, por cuya conservación sentía tan poca gratitud.

Debiéramos guardarnos de tratar tan ligeramente las benignas

medidas que Dios toma para nuestra salvación. Hay cristianos que

dicen: "No me interesa ser salvo, si mi esposa y mis hijos no se

salvan conmigo." Les parece que sin la presencia de los que les son

tan queridos, el cielo no sería el cielo para ellos. Pero, al albergar

tales sentimientos, ¿tienen un concepto justo de su propia relación

con Dios, en vista de su gran bondad y misericordia hacia ellos?

¿Han olvidado que están obligados por los lazos más fuertes del

amor, del honor y de la fidelidad a servir a su Creador y Salvador?

Las invitaciones de la misericordia se dirigen a todos; y porque

nuestros amigos rechazan el implorante amor del Salvador, ¿hemos

de apartarnos también nosotros? La redención del alma es preciosa.

Cristo pagó un precio infinito por nuestra salvación, y porque otros

la desechen, ninguna persona que aprecie el valor de este gran

sacrificio, o el valor del alma, despreciará la misericordia de Dios.

El mismo hecho de que otros no reconozcan los justos

requerimientos de Dios debiera incitarnos a honrar al Creador con

más diligencia, y a inducir a todos los que alcance nuestra influencia

a aceptar su amor.

188


"El sol salía sobre la tierra, cuando Lot llegó a Zoar." Los

claros rayos matutinos parecían anunciar sólo prosperidad y paz a

las ciudades de la llanura. Empezó el ajetreo de la vida diaria por las

calles; los hombres iban por sus distintos caminos, a su negocio o a

los placeres del día. Los yernos de Lot se burlaban de los temores y

advertencias del caduco anciano.

De repente, como un trueno en un cielo despejado, se desató la

tempestad. El Señor hizo llover fuego y azufre del cielo sobre las

ciudades y la fértil llanura. Sus palacios y templos, las costosas

moradas, los jardines y viñedos, la muchedumbre amante del placer,

que la noche anterior había injuriado a los mensajeros del cielo, todo

fué consumido. El humo de la conflagración ascendió al cielo como

si fuera el humo de un gran horno. Y el hermoso valle de Sidim se

convirtió en un desierto, un sitio que jamás había de ser reconstruído

ni habitado, como testimonio para todas las generaciones de la

seguridad con que el juicio de Dios castiga el pecado.

Las llamas que consumieron las ciudades de la llanura

transmiten hasta nuestros días la luz de su advertencia. Se nos

enseña la temible y solemne lección de que mientras la misericordia

de Dios tiene mucha paciencia con el transgresor, hay un límite más

allá del cual los hombres no pueden seguir en sus pecados. Cuando

se llega a ese límite, se retira el ofrecimiento de la gracia y comienza

la ejecución del juicio.

El Redentor del mundo declara que hay pecados mayores que

189


aquellos por los cuales fueron destruídas Sodoma y Gomorra. Los

que oyen la invitación del Evangelio que llama a los pecadores al

arrepentimiento, y no hacen caso de ella, son más culpables ante

Dios que los habitantes del valle de Sidim. Mayor aun es el pecado

de los que aseveran conocer a Dios y guardar sus mandamientos, y

sin embargo, niegan a Cristo en su carácter y en su vida diaria. De

acuerdo con lo indicado por el Salvador, la suerte de Sodoma es una

solemne advertencia, no meramente para los que son culpables de

pecados manifiestos, sino para todos aquellos que están jugando con

la luz y los privilegios que vienen del cielo.

El Testigo fiel dijo a la iglesia de Efeso: "Tengo contra ti que

has dejado tu primer amor. Recuerda por tanto de dónde has caído, y

arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré presto a ti,

y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido."

Apocalipsis 2:4, 5.

Con una compasión más tierna que la que conmueve el corazón

de un padre terrenal que perdona a su hijo pródigo y doliente, el

Salvador anhela que respondamos a su amor y al perdón que nos

ofrece. Dice a los extraviados: "Tornaos a mí, y yo me tornaré a

vosotros." Malaquías 3:7. Pero si el pecador se niega

obstinadamente a responder a la voz que le llama con compasivo y

tierno amor, será abandonado al fin en las tinieblas. El corazón que

ha menospreciado por mucho tiempo la misericordia de Dios se

endurece en el pecado, y ya no es susceptible a la influencia de la

gracia divina. Terrible será la suerte de aquel de quien por último el

Salvador declare: "Es dado a ídolos." Oseas 4:17. En el día del

190


juicio, la suerte de las ciudades de la llanura será más tolerable que

la de aquellos que reconocieron el amor de Cristo y, sin embargo, se

apartaron para seguir los placeres de un mundo pecador.

Vosotros que despreciáis los ofrecimientos de la misericordia,

pensad en la larga serie de asientos que se acumulan contra vosotros

en los libros del cielo; pues allá se registra la impiedad de las

naciones, las familias y los individuos. Dios puede soportar mucho

mientras se lleva la cuenta, y puede enviar llamados al

arrepentimiento y ofrecer perdón; sin embargo, llegará el momento

cuando habrá completado la cuenta; cuando el alma habrá hecho su

elección; cuando por su propia decisión el hombre habrá fijado su

destino. Entonces se dará la señal para ejecutar el juicio.

Hay motivo para inquietarse por el estado religioso del mundo

actual. Se ha jugado con la gracia de Dios. La multitud ha anulado la

ley de Dios "enseñando doctrinas y mandamientos de hombres."

Mateo 15:9. La incredulidad prevalece en muchas iglesias de nuestra

tierra; no es una incredulidad en el sentido más amplio, que niegue

abiertamente la Sagrada Escritura, sino una incredulidad envuelta en

la capa del cristianismo, mientras mina la fe en la Biblia como

revelación de Dios. La devoción ferviente y la piedad viva han

cedido el lugar a un formalismo hueco. Como resultado prevalece la

apostasía y el sensualismo. Cristo declaró: "Asimismo también

como fué en los días de Lot; ... como esto será el día en que el Hijo

del hombre se manifestará." Lucas 17:28-30. El registro diario de

los acontecimientos atestigua el cumplimiento de estas palabras. El

mundo está madurando rápidamente para la destrucción. Pronto se

191


derramarán los juicios de Dios, y serán consumidos el pecado y los

pecadores.

Dijo nuestro Salvador: "Mirad por vosotros, que vuestros

corazones no sean cargados de glotonería y embriaguez, y de los

cuidados de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día.

Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz

de toda la tierra," sobre todos aquellos cuyos intereses se concentran

en este mundo. "Velad pues, orando en todo tiempo, que seáis

tenidos por dignos de evitar todas estas cosas que han de venir y de

estar en pie delante del Hijo del hombre." Lucas 21:34-36.

Antes de destruir a Sodoma, Dios mandó un mensaje a Lot:

"Escapa por tu vida; no mires tras ti, ni pares en toda esta llanura;

escapa al monte, no sea que perezcas." La misma voz amonestadora

fué oída por los discípulos de Cristo antes de la destrucción de

Jerusalén: "Y cuando viereis a Jerusalem cercada de ejércitos, sabed

entonces que su destrucción ha llegado. Entonces los que estuvieren

en Judea, huyan a los montes." Lucas 21:20, 21. No debían

detenerse para salvar algo de su hacienda, sino aprovechar lo mejor

posible la ocasión para la fuga.

Hubo una salida, una separación decidida de los impíos, una

fuga para salvar la vida. Así fué en los días de Noé; así ocurrió en el

caso de Lot; así en el de los discípulos antes de la destrucción de

Jerusalén, y así será en los últimos días. De nuevo se oye la voz de

Dios en un mensaje de advertencia, que manda a su pueblo separarse

de la impiedad creciente.

192


La depravación y la apostasía que existirán en los últimos días

en el mundo religioso se le presentó al profeta Juan en la visión de

Babilonia, "la grande ciudad que tiene reino sobre los reyes de la

tierra." Apocalipsis 17:18. Antes de que sea destruída se ha de oír la

llamada del cielo: "Salid de ella, pueblo mío, porque no seáis

participantes de sus pecados, y que no recibáis de sus plagas."

Apocalipsis 18:4. Como en días de Noé y Lot, es necesario

separarse decididamente del pecado y de los pecadores. No puede

haber transigencia entre Dios y el mundo, ni se puede volver atrás

para conseguir tesoros terrenales. "No podéis servir a Dios y a

Mammón." Mateo 6:24.

Como los habitantes del valle de Sidim, la gente sueña ahora

con prosperidad y paz. "Escapa por tu vida," es la advertencia de los

ángeles de Dios; pero se oyen otras voces que dicen: "No os

inquietéis, no hay nada que temer." La multitud vocea: "Paz y

seguridad," mientras el Cielo declara que una rápida destrucción

está por caer sobre el transgresor. En la noche anterior a su

destrucción, las ciudades de la llanura se entregaban

desenfrenadamente a los placeres, y se burlaron de los temores y

advertencias del mensajero de Dios; pero aquellos burladores

perecieron en las llamas; en aquella misma noche la puerta de la

gracia fué cerrada para siempre para los impíos y descuidados

habitantes de Sodoma.

Dios no será siempre objeto de burla; no se jugará mucho

tiempo con él. "He aquí el día de Jehová viene, crudo, y de saña y

193


ardor de ira, para tornar la tierra en soledad, y raer de ella sus

pecadores." Isaías 13:9. La inmensa mayoría del mundo desechará la

misericordia de Dios, y será sumida en pronta e irremisible ruina.

Pero el que presta oídos a la advertencia y "habita al abrigo del

Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente." "Escudo y

adarga es su verdad." Para el tal es la promesa: "Saciarélo de larga

vida, y mostraréle mi salud." Salmos 91:1, 4, 16.

Lot habitó poco tiempo en Zoar. La impiedad reinaba allí como

en Sodoma, y tuvo miedo de quedarse, por temor a que la ciudad

fuese destruída. Poco después Zoar fué destruída, tal como Dios lo

había proyectado. Lot se fué a los montes y vivió en una caverna,

privado de todas las cosas por las cuales se había atrevido a exponer

a su familia a la influencia de una ciudad impía. Pero hasta allá le

siguió la maldición de Sodoma. La infame conducta de sus hijas fué

la consecuencia de las malas compañías que habían tenido en aquel

vil lugar. La depravación moral de Sodoma se había filtrado de tal

manera en su carácter, que ellas no podían distinguir entre lo bueno

y lo malo. Los únicos descendientes de Lot, los moabitas y

amonitas, fueron tribus viles e idólatras, rebeldes contra Dios, y

acérrimos enemigos de su pueblo.

¡Cuán grande fué el contraste entre la vida de Lot y la de

Abrahán! Una vez habían sido compañeros, habían adorado ante el

mismo altar, y habían morado juntos en sus tiendas de peregrinos.

Pero ¡qué separados estaban ahora! Lot había elegido a Sodoma en

busca de placer y beneficios. Abandonando el altar de Abrahán y sus

194


sacrificios diarios ofrecidos al Dios viviente, había permitido a sus

hijos mezclarse con un pueblo depravado e idólatra; sin embargo,

había conservado en su corazón el temor de Dios, pues las Escrituras

lo llaman "justo." 2 Pedro 2:7. Su alma justa se afligía por la vil

conversación que tenía que oír diariamente, y por la violencia y los

crímenes que no podía impedir. Fué salvado, por fin, como un "tizón

arrebatado del incendio" (Zacarías 3:2), pero fué privado de su

hacienda, perdió a su esposa y a sus hijos, moró en cuevas como las

fieras, en su vejez fué cubierto de infamia, y dió al mundo no una

generación de hombres piadosos, sino dos naciones idólatras, que se

enemistaron contra Dios y guerrearon contra su pueblo, hasta que,

cuando la medida de su impiedad estuvo llena, fueron condenadas a

la destrucción. ¡Qué terribles fueron las consecuencias que siguieron

a un solo paso imprudente!

El sabio Salomón dice: "No trabajes por ser rico; pon coto a tu

prudencia." "Alborota su casa el codicioso: mas el que aborrece las

dádivas, vivirá." Proverbios 23:4; 15:27. Y el apóstol Pablo declara:

"Los que quieren enriquecerse, caen en tentación y lazo, y en

muchas codicias locas y dañosas, que hunden a los hombres en

perdición y muerte." 1 Timoteo 6:9.

Cuando Lot se estableció en Sodoma, estaba completamente

decidido a abstenerse de la impiedad y a "mandar a su casa después

de sí" que obedeciera a Dios. Pero fracasó rotundamente. Las

corruptoras influencias que le rodeaban afectaron su propia fe, y la

unión de sus hijas con los habitantes de Sodoma vinculó hasta cierto

punto sus intereses con el de ellos. El resultado está ante nosotros.

195


Muchos continúan cometiendo un error semejante. Cuando

buscan donde establecerse, miran las ventajas temporales que

pueden obtener, antes que las influencias morales y sociales que los

rodearán a ellos y a sus familias. Con la esperanza de alcanzar

mayor prosperidad, escogen un país hermoso y fértil o se mudan a

una ciudad floreciente; pero sus hijos se ven rodeados de

tentaciones, y muy a menudo entran en relaciones poco favorables al

desarrollo de la piedad y a la formación de un carácter recto. El

ambiente de baja moralidad, de incredulidad, o indiferencia hacia las

cosas religiosas, tiende a contrarrestar la influencia de los padres. La

juventud ve por todas partes ejemplos de rebelión contra la

autoridad de los padres y la de Dios; muchos se unen a los infieles e

incrédulos y echan su suerte con los enemigos de Dios.

Al elegir un sitio para vivir, Dios quiere que consideremos ante

todo las influencias morales y religiosas que nos rodearan a nosotros

y a nuestras familias. Podemos encontrarnos en posiciones difíciles,

pues muchos no pueden vivir en el medio en que quisieran. Pero

dondequiera que el deber nos llame, Dios nos ayudará a

mantenernos incólumes, si velamos y oramos, confiando en la gracia

de Cristo. Pero no debemos exponernos innecesariamente a

influencias desfavorables a la formación de un carácter cristiano. Si

nos colocamos voluntariamente en un ambiente mundano e

incrédulo, desagradamos a Dios, y ahuyentamos a los ángeles de

nuestras casas.

Los que procuran para sus hijos riquezas y honores terrenales a

196


costa de sus intereses eternos, comprenderán al fin que estas

ventajas son una terrible pérdida. Como Lot, muchos ven a sus hijos

arruinados, y apenas salvan su propia alma. La obra de su vida se

pierde; y resulta en triste fracaso. Si hubiesen ejercido verdadera

sabiduría, sus hijos habrían tenido menos prosperidad mundana,

pero tendrían en cambio seguro derecho a la herencia inmortal.

La herencia que Dios prometió a su pueblo no está en este

mundo. Abrahán no tuvo posesion en la tierra, "ni aun para asentar

un pie." Hechos 7:5. Poseía grandes riquezas y las empleaba en

honor de Dios y para el bien de sus prójimos; pero no consideraba

este mundo como su hogar. El Señor le había ordenado que

abandonara a sus compatriotas idólatras, con la promesa de darle la

tierra de Canaán como posesión eterna; y sin embargo, ni él, ni su

hijo, ni su nieto la recibieron. Cuando Abrahán deseó un lugar

donde sepultar sus muertos, tuvo que comprarlo a los cananeos. Su

única posesión en la tierra prometida fué aquella tumba cavada en la

peña en la cueva de Macpela.

Pero Dios no faltó a su palabra; ni tuvo ésta su cumplimiento

final en la ocupación de la tierra de Canaán por el pueblo judío. "A

Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente." Gálatas

3:16. Abrahán mismo debía participar de la herencia. Puede parecer

que el cumplimiento de la promesa de Dios tarda mucho; pues "un

día delante del Señor es como mil años y mil años como un día;"

puede parecer que se demora, pero al tiempo determinado "sin duda

vendrá; no tardará." 2 Pedro 3:8; Habacuc 2:3.

197


La dádiva prometida a Abrahán y a su simiente incluía no sólo

la tierra de Canaán, sino toda la tierra. Así dice el apóstol: "No por

la ley fué dada la promesa a Abraham o a su simiente, que sería

heredero del mundo, sino por la justicia de la fe." Romanos 4:13. Y

la Sagrada Escritura enseña expresamente que las promesas hechas a

Abrahán han de ser cumplidas mediante Cristo. Todos los que

pertenecen a Cristo, "ciertamente la simiente de Abrahán" son, "y

conforme a la promesa los herederos," herederos de la "herencia

incorruptible, y que no puede contaminarse, ni marchitarse,"

herederos de la tierra libre de la maldición del pecado. Porque "el

reino, y el señorío, y la majestad de los reinos debajo de todo el

cielo," será "dado al pueblo de los santos del Altísimo;" y "los

mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz."

Gálatas 3:29; 1 Pedro 1:4; Daniel 7:27; Salmos 37:11.

Dios dió a Abrahán una vislumbre de esta herencia inmortal, y

con esta esperanza, él se conformó. "Por fe habitó en la tierra

prometida como en tierra ajena, morando en cabañas con Isaac y

Jacob, herederos juntamente de la misma promesa: porque esperaba

ciudad con fundamentos, el artífice y hacedor de la cual es Dios."

Hebreos 11:9, 10.

De la descendencia de Abrahán dice la Escritura: "Conforme a

la fe murieron todos éstos sin haber recibido las promesas, sino

mirándolas de lejos, y creyéndolas, y saludándolas, y confesando

que eran peregrinos y advenedizos sobre la tierra." Tenemos que

vivir aquí como "peregrinos y advenedizos," si deseamos la patria

"mejor, es a saber, la celestial." Los que son hijos de Abrahán

198


desearán la ciudad que él buscaba, "el artífice y hacedor de la cual es

Dios." Vers. 13, 16.

199


Capítulo 15

El casamiento de Isaac

Abrahan había llegado a la ancianidad y sabía que pronto

moriría, pero aún le quedaba un acto por cumplir, para asegurar a su

descendencia el cumplimiento de la promesa. Isaac era el que Dios

había designado para sucederle como depositario de la ley de Dios y

padre del pueblo escogido; pero todavía era soltero. Los habitantes

de Canaán estaban entregados a la idolatría, y Dios, sabiendo que

tales uniones conducirían a la apostasía, había prohibido el

matrimonio entre ellos y su pueblo. El patriarca temía el efecto de

las corruptoras influencias que rodeaban a su hijo. La fe habitual de

Abrahán en Dios y su sumisión a la voluntad divina se reflejaban en

el carácter de Isaac; pero el joven era de afectos profundos, y de

naturaleza benigna y condescendiente. Si se unía con una mujer que

no temiera a Dios, se vería en peligro de sacrificar sus principios en

aras de la armonía. Para Abrahán, elegir esposa para su hijo era

asunto de suma importancia y anhelaba que se casara con quien no

le apartase de Dios.

En los tiempos antiguos, los compromisos matrimoniales eran

hechos generalmente por los padres; y ésta era la costumbre también

entre los que adoraban a Dios. No se exigía a nadie que se casara

con una persona a quien no pudiese amar; pero al brindar sus

afectos, los hijos eran guiados por el juicio de sus padres piadosos y

experimentados. Obrar de otro modo era como deshonrar a los

200


padres, y hasta cometer delito.

Isaac, confiando en la sabiduría y el cariño de su padre, se

conformaba con dejarle a él la solución del asunto creyendo que

Dios le guiaría en la elección. Los pensamientos del patriarca se

dirigieron hacia los parientes de su padre que estaban en

Mesopotamia. Aunque no estaban libres de idolatría, apreciaban el

conocimiento y el culto del verdadero Dios. Isaac no debía salir de

Canaán para ir adonde estaban ellos; pero tal vez se podría hallar

entre ellos a una mujer dispuesta a dejar a su país y a unirse con él

para conservar puro el culto del Dios viviente.

Abrahán confió este importante asunto al servidor más anciano

de su casa, hombre piadoso y experimentado, de sano juicio, que le

había dado fiel y largo servicio. Hizo prestar a este servidor el

solemne juramento ante el Señor de que no tomaría para Isaac una

mujer cananea, sino que elegiría a una doncella de la familia de

Nacor, de Mesopotamia. Le ordenó que no llevara allá a Isaac. En

caso de que no se encontrase una doncella que quisiese dejar a sus

parientes, el mensajero quedaría absuelto de su juramento. El

patriarca le animó en su difícil y delicada empresa, asegurándole

que Dios coronaría su tarea con éxito. "Jehová, Dios de los cielos--le

dijo,--que me tomó de la casa de mi padre ... enviará su ángel

delante de ti." Véase Génesis 24.

El mensajero se puso en camino sin demora. Llevó consigo

diez camellos para su acompañamiento y para la comitiva de la

novia que vendría con él. Se proveyó también de regalos para la

201


futura esposa y sus amistades, y emprendió el largo viaje allende

Damasco, por las llanuras que llegan hasta el gran río del este. Al

llegar a Harán, "la ciudad de Nacor," se detuvo fuera de las

murallas, cerca del pozo donde al atardecer iban las mujeres de la

ciudad a sacar agua. Estos fueron para él momentos de grave

reflexión. La elección que hiciera tendría consecuencias

importantes, no sólo para la familia de su señor, sino también para

las generaciones venideras; y ¿cómo elegiría sabiamente entre gente

completamente desconocida? Acordándose de las palabras de

Abrahán referentes a que Dios enviaría su ángel con él, rogó a Dios

con fervor para pedirle que le dirigiera en forma positiva. En la

familia de su amo estaba acostumbrado a ver de continuo

manifestaciones de amabilidad y hospitalidad, y rogó ahora que un

acto de cortesía le señalase la doncella que Dios había elegido.

Apenas hubo formulado su oración, le fué otorgada la

respuesta. Entre las mujeres que se habían reunido cerca del pozo,

había una cuyos modales corteses llamaron su atención. En el

momento en que ella dejaba el pozo, el forastero fué a su encuentro

y le pidió un poco de agua del cántaro que llevaba al hombro. Le fué

concedido amablemente lo que pedía, y se le ofreció sacar agua

también para los camellos, un servicio que hasta las hijas de los

príncipes solían prestar para atender a los ganados de sus padres.

Esa era la señal deseada. "La moza era de muy hermoso aspecto," y

su presta cortesía daba testimonio de que poseía un corazón

bondadoso y una naturaleza activa y enérgica. Hasta aquí la mano

divina había estado con Eliezer. Después de retribuir la amabilidad

de la joven dándole ricos regalos, el forastero le preguntó por su

202


parentela, y al enterarse que era hija de Betuel, sobrino de Abrahán,

"el hombre entonces se inclinó, y adoró a Jehová."

Eliezer había solicitado hospedaje en la casa del padre de la

joven, y al agradecerle había revelado su relación con Abrahán. Al

volver a su casa, la joven refirió lo que había sucedido, y su

hermano Labán se apresuró a buscar al forastero y a sus compañeros

para que compartieran su hospitalidad.

Eliezer no quiso tomar alimento antes de hablarles de su

misión, de su oración junto al pozo, y de todos los demás detalles.

Luego dijo: "Ahora pues, si vosotros hacéis misericordia y verdad

con mi señor, declarádmelo; y si no, declarádmelo; y echaré a la

diestra o a la siniestra." La contestación fué: "De Jehová ha salido

esto; no podemos hablarte malo ni bueno. He ahí Rebeca delante de

ti, tómala y vete, y sea mujer del hijo de tu señor, como lo ha dicho

Jehová."

Obtenido el consentimiento de la familia, preguntaron a Rebeca

misma si iría tan lejos de la casa de su padre, para casarse con el hijo

de Abrahán. Después de lo que había sucedido, ella creyó que Dios

la había elegido para que fuese la esposa de Isaac, y dijo: "Sí, iré."

El criado, previendo la alegría de su amo por el éxito de su

misión, no pudo contener sus deseos de irse, y a la mañana siguiente

se pusieron en camino hacia su país. Abrahán vivía en Beerseba, e

Isaac después de apacentar el ganado en los campos vecinos, había

vuelto a la tienda de su padre, para esperar la.llegada del mensajero

203


de Harán. "Y había salido Isaac a orar al campo, a la hora de la

tarde; y alzando sus ojos miró, y he aquí los camellos que venían.

Rebeca también alzó sus ojos, y vió a Isaac, y descendió del

camello; porque había preguntado al criado: ¿Quién es este varón

que viene por el campo hacia nosotros? Y el siervo había

respondido: Este es mi señor. Ella entonces tomó el velo, y cubrióse.

Entonces el criado contó a Isaac todo lo que había hecho. E

introdújola Isaac a la tienda de su madre Sara, y tomó a Rebeca por

mujer; y amóla: y consolóse Isaac después de la muerte de su

madre."

Abrahán había notado los resultados que desde los días de Caín

hasta su propio tiempo dieran los casamientos entre los que temían a

Dios y los que no le temían. Tenía ante los ojos las consecuencias de

su propio matrimonio con Agar y las de los lazos matrimoniales de

Ismael y de Lot. La falta de fe de Abrahán y de Sara había dado

lugar al nacimiento de Ismael, mezcla de la simiente justa con la

impía. La influencia del padre sobre su hijo era contrarrestada por la

de los idólatras parientes de su madre, y por la unión de Ismael con

mujeres paganas. Los celos de Agar y de las esposas que ella había

elegido para Ismael, rodeaban a su familia de una barrera que

Abrahán trató en vano de romper.

Las anteriores enseñanzas de Abrahán no habían quedado sin

efecto sobre Ismael, pero la influencia de sus esposas determinó la

introducción de la idolatría en su familia. Separado de su padre, e

irritado por las riñas y discordias de su familia destituída del amor y

del temor de Dios, Ismael fué incitado a escoger la vida de salvaje

204


merodeo como jefe del desierto, y fué "su mano contra todos, y las

manos de todos contra él." Génesis 16:12. En sus últimos días se

arrepintió de sus malos caminos, y volvió al Dios de su padre, pero

quedó el sello del carácter que había legado a su posteridad. La

nación poderosa que descendió de él, fué un pueblo turbulento y

pagano, que de continuo afligió a los descendientes de Isaac.

La esposa de Lot era una mujer egoísta e irreligiosa, que ejerció

su influencia para separar a su marido de Abrahán. Si no hubiera

sido por ella, Lot no habría quedado en Sodoma, privado de los

consejos del sabio y piadoso patriarca. La influencia de su esposa y

las amistades que tuvo en esa ciudad impía, le habrían inducido a

apostatar de Dios, de no haber sido por la instrucción fiel que antes

había recibido de Abrahán. El casamiento de Lot y su decisión de

residir en Sodoma iniciaron una serie de sucesos cargados de males

para el mundo a través de muchas generaciones.

Nadie que tema a Dios puede unirse sin peligro con quien no le

teme. "¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de concierto?" Amós

3:3. La felicidad y la prosperidad del matrimonio dependen de la

unidad que haya entre los esposos; pero entre el creyente y el

incrédulo hay una diferencia radical de gustos, inclinaciones y

propósitos. Sirven a dos señores, entre los cuales la concordia es

imposible. Por puros y rectos que sean los principios de una

persona, la influencia de un cónyuge incrédulo tenderá a apartarla de

Dios.

El que contrajo matrimonio antes de convertirse tiene después

205


de su conversión mayor obligación de ser fiel a su cónyuge, por

mucho que difieran en sus convicciones religiosas. Sin embargo, las

exigencias del Señor deben estar por encima de toda relación

terrenal, aunque como resultado vengan pruebas y persecuciones.

Manifestada en un espíritu de amor y mansedumbre, esta fidelidad

puede influir para ganar al cónyuge incrédulo. Pero el matrimonio

de cristianos con infieles está prohibido en la Sagrada Escritura. El

mandamiento del Señor dice: "No os juntéis en yugo con los

infieles." 2 Corintios 6:14; también 17, 18.

Isaac fué sumamente honrado por Dios, al ser hecho heredero

de las promesas por las cuales sería bendecida la tierra; sin embargo,

a la edad de cuarenta años, se sometió al juicio de su padre cuando

envió a un servidor experto y piadoso a buscarle esposa. Y el

resultado de este casamiento, que nos es presentado en las

Escrituras, es un tierno y hermoso cuadro de la felicidad doméstica:

"E introdújola Isaac a la tienda de su madre Sara, y tomó a Rebeca

por mujer; y amóla: y consolóse Isaac después de la muerte de su

madre."

¡Qué contraste entre la conducta de Isaac y la de la juventud de

nuestro tiempo, aun entre los que se dicen cristianos! Los jóvenes

creen con demasiada frecuencia que la entrega de sus afectos es un

asunto en el cual tienen que consultarse únicamente a sí mismos, un

asunto en el cual no deben intervenir ni Dios ni los padres. Mucho

antes de llegar a la edad madura, se creen competentes para hacer su

propia elección sin la ayuda de sus padres. Suelen bastarles unos

años de matrimonio para convencerlos de su error; pero muchas

206


veces es demasiado tarde para evitar las consecuencias perniciosas.

La falta de sabiduría y dominio propio que los indujo a hacer una

elección apresurada agrava el mal hasta que el matrimonio llega a

ser un amargo yugo. Así han arruinado muchos su felicidad en esta

vida y su esperanza de una vida venidera.

Si hay un asunto que debe ser considerado cuidadosamente, y

en el cual se debe buscar el consejo de personas experimentadas y

de edad, es el matrimonio; si alguna vez se necesita la Biblia como

consejera, si alguna vez se debe buscar en oración la dirección

divina, es antes de dar un paso que ha de vincular a dos personas

para toda la vida.

Nunca deben los padres perder de vista su propia

responsabilidad acerca de la futura felicidad de sus hijos. El respeto

de Isaac por el juicio de su padre era resultado de su educación, que

le había enseñado a amar una vida de obediencia. Al mismo tiempo

que Abrahán exigía a sus hijos que respetasen la autoridad paterna,

su vida diaria daba testimonio de que esta autoridad no era un

dominio egoísta o arbitrario, sino que se basaba en el amor y

procuraba su bienestar y dicha.

Los padres y las madres deben considerar que les incumbe

guiar el afecto de los jóvenes, para que contraigan amistades con

personas que sean compañías adecuadas. Deberían sentir que,

mediante su enseñanza y por su ejemplo, con la ayuda de la divina

gracia, deben formar el carácter de sus hijos desde la más tierna

infancia, de tal manera que sean puros y nobles y se sientan atraídos

207


por lo bueno y verdadero. Los que se asemejan se atraen

mutuamente, y los que son semejantes se aprecian. ¡Plantad el amor

a la verdad, a la pureza y a la bondad temprano en las almas, y la

juventud buscará la compañía de los que poseen estas

características!

Procuren los padres manifestar en su propio carácter y en su

vida doméstica el amor y la benevolencia del Padre celestial. Llenen

el hogar de alegría. Para vuestros hijos esto valdrá más que tierras y

dinero. Cultívese en sus corazones el amor al hogar, para que

puedan mirar hacia atrás, hacia el hogar de su niñez, y ver en él un

lugar de paz y felicidad, superado sólo por el cielo. Los miembros

de una familia no tienen todos idéntico carácter, y habrá muchas

ocasiones para ejercitar la paciencia e indulgencia; pero por el amor

y el dominio propio todos pueden vincularse en la más estrecha

comunión.

El amor verdadero es un principio santo y elevado, por

completo diferente en su carácter del amor despertado por el

impulso, que muere de repente cuando es severamente probado.

Mediante la fidelidad al deber en la casa paterna, los jóvenes deben

prepararse para formar su propio hogar. Practiquen allí la

abnegación propia, la amabilidad, la cortesía y la compasión del

cristianismo. El amor se conservará vivo en el corazón, y los que

salgan de tal hogar para ponerse al frente de su propia familia,

sabrán aumentar la felicidad de la persona a quien hayan escogido

por compañero o compañera de su vida. Entonces el matrimonio, en

vez de ser el fin del amor, será su verdadero principio.

208


209


Capítulo 16

Jacob y Esaú

Jacob y Esaú, los hijos gemelos de Isaac, presentan un

contraste sorprendente tanto en su vida como en su carácter. Esta

desigualdad fué predicha por el ángel de Dios antes de que nacieran.

Cuando él contestó la oración de Rebeca, le anunció que tendría dos

hijos y le reveló su historia futura, diciéndole que cada uno sería jefe

de una nación poderosa, pero que uno de ellos sería más grande que

el otro, y que el menor tendría la preeminencia.

Esaú se crió deleitándose en la complacencia propia y

concentrando todo su interés en lo presente. Contrario a toda

restricción, se deleitaba en la libertad montaraz de la caza, y desde

joven eligió la vida de cazador. Sin embargo, era el hijo favorito de

su padre. El pastor tranquilo y pacífico se sintió atraído por la osadía

y la fuerza de su hijo mayor, que corría sin temor por montes y

desiertos, y volvía con caza para su padre y con relatos palpitantes

de su vida aventurera.

Jacob, reflexivo, aplicado y cuidadoso, pensando siempre más

en el porvenir que en el presente, se conformaba con vivir en casa,

ocupado en cuidar los rebaños y en labrar la tierra. Su perseverancia

paciente, su economía y su previsión eran apreciadas por su madre.

Sus afectos eran profundos y fuertes, y sus gentiles e infatigables

atenciones contribuían mucho más a su felicidad que la amabilidad

210


bulliciosa y ocasional de Esaú. Para Rebeca, Jacob era el hijo

predilecto.

Las promesas hechas a Abrahán y confirmadas a su hijo eran

miradas por Isaac y Rebeca como la meta suprema de sus deseos y

esperanzas. Esaú y Jacob conocían estas promesas. Se les había

enseñado a considerar la primogenitura como asunto de gran

importancia, porque no sólo abarcaba la herencia de las riquezas

terrenales, sino también la preeminencia espiritual. El que la recibía

debía ser el sacerdote de la familia; y de su linaje descendería el

Redentor del mundo. En cambio, también pesaban responsabilidades

sobre el poseedor de la primogenitura. El que heredaba sus

bendiciones debía dedicar su vida al servicio de Dios. Como

Abrahán, debía obedecer los requerimientos divinos. En el

casamiento, en las relaciones de familia y en la vida pública, debía

consultar la voluntad de Dios.

Isaac presentó a sus hijos estos privilegios y condiciones, y les

indicó claramente que Esaú, por ser el mayor, tenía derecho a la

primogenitura. Pero Esaú no amaba la devoción, ni tenía inclinación

hacia la vida religiosa. Las exigencias que acompañaban a la

primogenitura espiritual eran para él una restricción desagradable y

hasta odiosa. La ley de Dios, condición del pacto divino con

Abrahán, era considerada por Esaú como un yugo servil. Inclinado a

la complacencia propia, nada deseaba tanto como la libertad para

hacer su gusto. Para él, el poder y la riqueza, los festines y el

alboroto, constituían la felicidad. Se jactaba de la libertad ilimitada

de su vida indómita y errante.

211


Rebeca recordaba las palabras del ángel, y, con percepción más

clara que la de su esposo, comprendía el carácter de sus hijos.

Estaba convencida de que Jacob estaba destinado a heredar la

promesa divina. Repitió a Isaac las palabras del ángel; pero los

afectos del padre se concentraban en su hijo mayor, y se mantuvo

firme en su propósito.

Jacob había oído a su madre referirse a la indicación divina de

que él recibiría la primogenitura, y desde entonces tuvo un deseo

indecible de alcanzar los privilegios que ésta confería. No era la

riqueza del padre lo que ansiaba; el objeto de sus anhelos era la

primogenitura espiritual. Tener comunión con Dios, como el justo

Abrahán, ofrecer el sacrificio expiatorio por su familia, ser el

progenitor del pueblo escogido y del Mesías prometido, y heredar

las posesiones inmortales que estaban contenidas en las bendiciones

del pacto: éstos eran los honores y prerrogativas que encendían sus

deseos más ardientes. Sus pensamientos se dirigían constantemente

hacia el porvenir, y trataba de comprender sus bendiciones

invisibles.

Con secreto anhelo escuchaba todo lo que su padre decía acerca

de la primogenitura espiritual; retenía cuidadosamente lo que oía de

su madre. Día y noche este asunto ocupaba sus pensamientos, hasta

que se convirtió en el interés absorbente de su vida. Pero aunque

daba más valor a las bendiciones eternas que a las temporales, Jacob

no tenía todavía un conocimiento experimental del Dios a quien

adoraba. Su corazón no había sido renovado por la gracia divina.

212


Creía que la promesa respecto a él mismo no se podría cumplir

mientras Esaú poseyera la primogenitura; y constantemente

estudiaba los medios de obtener la bendición que su hermano

consideraba de poca importancia y que para él era tan preciosa.

Cuando Esaú, al volver un día de la caza, cansado y des

fallecido, le pidió a Jacob la comida que estaba preparando, éste

último, en quien predominaba siempre el mismo pensamiento,

aprovechó la oportunidad y ofreció saciar el hambre de su hermano

a cambio de la primogenitura. "He aquí yo me voy a morir--exclamó

el temerario y desenfrenado cazador;--¿para qué, pues, me servirá la

primogenitura?" Génesis 25:32. Y por un plato de lentejas se

deshizo de su primogenitura, y confirmó la transacción mediante un

juramento. Unos instantes después, a lo sumo, Esaú hubiera

conseguido alimento en las tiendas de su padre; pero para satisfacer

el deseo del momento, trocó descuidadamente la gloriosa herencia

que Dios mismo había prometido a sus padres. Todo su interés se

concentraba en el momento presente. Estaba dispuesto a sacrificar lo

celestial por lo terreno, a cambiar un bien futuro por un goce

momentáneo.

"Así menospreció Esaú la primogenitura." Al deshacerse de

ella, tuvo un sentimiento de alivio. Ahora su camino estaba libre;

podría hacer lo que se le antojara. ¡Cuántos aun hoy día, por este

insensato placer, mal llamado libertad, venden su derecho a una

herencia pura, inmaculada y eterna en el cielo!

Sometido siempre a los estímulos exteriores y terrenales, Esaú

213


se había casado con dos mujeres de las hijas de Het. Estas adoraban

dioses falsos, y su idolatría causaba amarga pena a Isaac y Rebeca.

Esaú había violado una de las condiciones del pacto, que prohibía el

matrimonio entre el pueblo escogido y los paganos; pero Isaac no

vacilaba en su determinación de conferirle la primogenitura. Las

razones de Rebeca, el vehemente deseo de Jacob de recibir la

bendición, la indiferencia de Esaú hacia sus obligaciones, no

consiguieron cambiar la resolución del padre.

Pasaron los años, hasta que Isaac, anciano y ciego, y esperando

morir pronto, decidió no demorar más en dar la bendición a su hijo

mayor. Pero conociendo la resistencia de Rebeca y de Jacob, decidió

realizar secretamente la solemne ceremonia. En conformidad con la

costumbre de hacer un festín en tales ocasiones, el patriarca mandó a

Esaú: "Sal al campo, y cógeme caza; y hazme un guisado, ... para

que te bendiga mi alma antes que muera." Véase Génesis 27.

Rebeca adivinó su propósito. Estaba convencida de que era

contrario a lo que Dios le había revelado como su voluntad. Isaac

estaba en peligro de desagradar al Señor y de excluir a su hijo menor

de la posición a la cual Dios le había llamado. En vano había tratado

de razonar con Isaac, por lo que decidió recurrir a un ardid.

Apenas Esaú se puso en camino para cumplir su encargo,

empezó Rebeca a realizar su intención. Refirió a Jacob lo que había

sucedido, y le apremió con la necesidad de obrar en seguida, para

impedir que la bendición se diera definitiva e irrevocablemente a

Esaú. Le aseguró que si obedecía sus instrucciones obtendría la

214


bendición, como Dios lo había prometido. Jacob no consintió en

seguida en apoyar el plan que ella propuso. La idea de engañar a su

padre le causaba mucha aflicción. Le parecía que tal pecado le

traería una maldición más bien que bendición. Pero sus escrúpulos

fueron vencidos y procedió a hacer lo que le sugería su madre. No

era su intención pronunciar una mentira directa, pero cuando estuvo

ante su padre, le pareció que había ido demasiado lejos para poder

retroceder, y valiéndose de un engaño obtuvo la codiciada

bendición.

Jacob y Rebeca triunfaron en su propósito, pero por su engaño

no se granjearon más que tristeza y aflicción. Dios había declarado

que Jacob debía recibir la primogenitura y si hubiesen esperado con

confianza hasta que Dios obrara en su favor, la promesa se habría

cumplido a su debido tiempo. Pero, como muchos que hoy profesan

ser hijos de Dios, no quisieron dejar el asunto en las manos del

Señor. Rebeca se arrepintió amargamente del mal consejo que había

dado a su hijo; pues fué la causa de que quedara separada de él y

nunca más volviera a ver su rostro. Desde la hora en que recibió la

primogenitura, Jacob se sintió agobiado por la condenación propia.

Había pecado contra su padre, contra su hermano, contra su propia

alma, y contra Dios. En sólo una hora se había acarreado una larga

vida de arrepentimiento. Esta escena estuvo siempre presente ante él

en sus años postrimeros, cuando la mala conducta de sus propios

hijos oprimía su alma.

Ni bien hubo dejado Jacob la tienda de su padre, entró Esaú.

Aunque había vendido su primogenitura y confirmado el trueque

215


con un solemne juramento, estaba ahora decidido a conseguir sus

bendiciones, a pesar de las protestas de su hermano. Con la

primogenitura espiritual estaba unida la temporal, que le daría el

gobierno de la familia y una porción doble de las riquezas de su

padre. Estas eran bendiciones que él podía avalorar. "Levántese mi

padre--dijo,--y coma de la caza de su hijo, para que me bendiga tu

alma."

Temblando de asombro y congoja, el anciano padre se dió

cuenta del engaño cometido contra él. Habían sido frustradas las

caras esperanzas que había albergado durante tanto tiempo, y sintió

en el alma el desengaño que había de herir a su hijo mayor. Sin

embargo, se le ocurrió como un relámpago la convicción de que era

la providencia de Dios la que había vencido su intención, y había

realizado aquello mismo que él había resuelto impedir. Se acordó de

las palabras que el ángel había dicho a Rebeca, y no obstante el

pecado del cual Jacob ahora era culpable, vió en él al hijo más capaz

para realizar los propósitos de Dios. Cuando las palabras de la

bendición estaban en sus labios, había sentido sobre sí el Espíritu de

la inspiración; y ahora, conociendo todas las circunstancias, ratificó

la bendición que sin saberlo había pronunciado sobre Jacob: "Yo le

bendije, y será bendito."

Esaú había menospreciado la bendición mientras parecía estar a

su alcance, pero ahora que se le había escapado para siempre, deseó

poseerla. Se despertó toda la fuerza de su naturaleza impetuosa y

apasionada, y su dolor e ira fueron terribles. Gritó con intensa

amargura: "Bendíceme también a mí, padre mío." "¿No has

216


guardado bendición para mí?" Pero la promesa dada no se había de

revocar. No podía recobrar la primogenitura que había trocado tan

descuidadamente. "Por una vianda," con que satisfizo

momentáneamente el apetito que nunca había reprimido, vendió

Esaú su herencia; y cuando comprendió su locura, ya era tarde para

recobrar la bendición. "No halló lugar de arrepentimiento, aunque la

procuró con lágrimas." Hebreos 12:16, 17. Esaú no quedaba privado

del derecho de buscar la gracia de Dios mediante el arrepentimiento;

pero no podía encontrar medios para recobrar la primogenitura. Su

dolor no provenía de que estuviese convencido de haber pecado; no

deseaba reconciliarse con Dios. Se entristecía por los resultados de

su pecado, no por el pecado mismo.

A causa de su indiferencia hacia las bendiciones y

requerimientos divinos, la Escritura llama a Esaú "profano."

Representa a aquellos que menosprecian la redención comprada para

ellos por Cristo, y que están dispuestos a sacrificar su herencia

celestial a cambio de las cosas perecederas de la tierra. Multitudes

viven para el momento presente, sin preocuparse del futuro. Como

Esaú exclaman: "Comamos y bebamos, que mañana moriremos." 1

Corintios 15:32. Son dominados por sus inclinaciones; y en vez de

practicar la abnegación, pasan por alto las consideraciones de más

valor. Si se trata de renunciar a una de las dos cosas, la satisfacción

de un apetito depravado o las bendiciones celestiales prometidas

solamente a los que practican la abnegación de sí mismos y temen a

Dios, prevalecen las exigencias del apetito, y Dios y el cielo son

tenidos en poco.

217


¡Cuántos, aun entre los que profesan ser cristianos, se aferran a

goccs perjudiciales para la salud, que entorpecen la sensibilidad del

alma! Cuando se les presenta el deber de limpiarse de toda

inmundicia del espíritu y de la carne, perfeccionando la santidad en

el temor de Dios, se ofenden. Ven que no pueden retener esos goces

perjudiciales, y al mismo tiempo alcanzar el cielo, y como la senda

que lleva a la vida eterna les resulta tan estrecha, concluyen por

decidirse a no seguir en ella.

Millares de personas están vendiendo su primogenitura para

satisfacer deseos sensuales. Sacrifican la salud, debilitan las

facultades mentales, y pierden el cielo; y todo esto por un placer

meramente temporal, por un goce que debilita y degrada. Así como

Esaú despertó para ver la locura de su cambio precipitado cuando

era tarde para recobrar lo perdido, así les ocurrirá en el día de Dios a

los que han trocado su herencia celestial por la satisfacción de goces

egoístas.

218


Capítulo 17

Huida y destierro de Jacob

Amenazado de muerte por la ira de Esaú, Jacob salió fugitivo

de la casa de su padre; pero llevó consigo la bendición paterna. Isaac

le había renovado la promesa del pacto y como heredero de ella, le

había mandado que tomase esposa de entre la familia de su madre en

Mesopotamia. Sin embargo, Jacob emprendió su solitario viaje con

un corazón profundamente acongojado. Con sólo su báculo en la

mano, debía viajar durante varios días por una región habitada por

tribus indómitas y errantes. Dominado por su remordimiento y

timidez, trató de evitar a los hombres, para no ser hallado por su

airado hermano. Temía haber perdido para siempre la bendición que

Dios había tratado de darle, y Satanás estaba listo para atormentarlo

con sus tentaciones.

La noche del segundo día le encontró lejos de las tiendas de su

padre. Se sentía desechado, y sabía que toda esta tribulación había

venido sobre él por su propio proceder erróneo. Las tinieblas de la

desesperación oprimían su alma, y apenas se atrevía a orar. Sin

embargo, estaba tan completamente solo que sentía como nunca

antes la necesidad de la protección de Dios. Llorando y con

profunda humildad, confesó su pecado, y pidió que se le diera

alguna evidencia de que no estaba completamente abandonado. Pero

su corazón agobiado no encontraba alivio. Había perdido toda

confianza en sí mismo, y temía haber sido desechado por el Dios de

219


sus padres.

Pero Dios no abandonó a Jacob. Su misericordia alcanzaba

todavía a su errante y desconfiado siervo. Compasivamente el Señor

reveló a Jacob precisamente lo que necesitaba: un Salvador. Había

pecado; pero su corazón se llenó de gratitud cuando vió revelado un

camino por el cual podría ser restituído a la gracia de Dios.

Cansado de su viaje, el peregrino se acostó en el suelo, con una

piedra por cabecera. Mientras dormía, vió una escalera, clara y

reluciente, "que estaba apoyada en tierra, y su cabeza tocaba en el

cielo." Véase Génesis 28. Por esta escalera subían y bajaban

ángeles. En lo alto de ella estaba el Señor de la gloria, y su voz se

oyó desde los cielos: "Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre,

y el Dios de Isaac." La tierra en que estaba acostado como

desterrado y fugitivo le fué prometida a él y a su descendencia, al

asegurársele: "Todas las familias de la tierra serán benditas en ti y

en tu simiente." Esta promesa había sido dada a Abrahán y a Isaac, y

ahora fué repetida a Jacob. Luego, en atención especial a su actual

soledad y tribulación, fueron pronunciadas las palabras de consuelo

y estímulo: "He aquí, yo soy contigo, y te guardaré por donde quiera

que fueres, y te volveré a esta tierra; porque no te dejaré hasta tanto

que haya hecho lo que te he dicho."

El Señor conocía las malas influencias que rodearían a Jacob y

los peligros a que estaría expuesto. En su misericordia abrió el

futuro ante el arrepentido fugitivo, para que comprendiese la

intención divina a su respecto, y a fin de que estuviese preparado

220


para resistir las tentaciones que necesariamente sufriría, cuando se

encontrase solo entre idólatras e intrigantes. Tendría entonces

siempre presente la alta norma a que debía aspirar, y el saber que

por su medio se cumpliría el propósito de Dios le incitaría

constantemente a la fidelidad.

En esta visión el plan de la redención le fué revelado a Jacob,

no del todo, sino hasta donde le era esencial en aquel momento. La

escalera mística que se le mostró en su sueño, fué la misma a la cual

se refirió Cristo en su conversación con Natanael. Dijo el Señor:

"De aquí adelante veréis el cielo abierto, y los ángeles de Dios que

suben y descienden sobre el Hijo del hombre." Juan 1:51.

Hasta el tiempo de la rebelión del hombre contra el gobierno

divino, había existido libre comunión entre Dios y el hombre. Pero

el pecado de Adán y Eva separó la tierra del cielo, de manera que el

hombre no podía ya comunicarse con su Hacedor. Sin embargo, no

se dejó al mundo en solitaria desesperación. La escalera representa a

Jesús, el medio señalado para comunicarnos con el cielo. Si no

hubiese salvado por sus méritos el abismo producido por el pecado,

los ángeles ministradores no habrían podido tratar con el hombre

caído. Cristo une el hombre débil y desamparado con la fuente del

poder infinito.

Todo esto se le reveló a Jacob en su sueño. Aunque su mente

comprendió en seguida una parte de la revelación, sus grandes y

misteriosas verdades fueron el estudio de toda su vida, y las fué

comprendiendo cada vez mejor.

221


Jacob se despertó de su sueño en el profundo silencio de la

noche. Las relucientes figuras de su visión se habían desvanecido.

Sus ojos no veían ahora más que los contornos obscuros de las

colinas solitarias y sobre ellas el cielo estrellado. Pero

experimentaba un solemne sentimiento de que Dios estaba con él.

Una presencia invisible llenaba la soledad. "Ciertamente Jehová está

en este lugar--dijo,--y yo no lo sabía.... No es otra cosa que casa de

Dios, y puerta del cielo."

"Y levantóse Jacob de mañana, y tomó la piedra que había

puesto de cabecera, y alzóla por título, y derramó aceite encima de

ella." Siguiendo la costumbre de conmemorar los acontecimientos

de importancia, Jacob erigió un monumento a la misericordia de

Dios, para que siempre que pasara por aquel camino, pudiese

detenerse en ese lugar sagrado para adorar al Señor. Y llamó aquel

lugar Betel; o sea, "casa de Dios." Con profunda gratitud repitió la

promesa que le aseguraba que la presencia de Dios estaría con él; y

luego hizo el solemne voto: "Si fuere Dios conmigo, y me guardare

en este viaje que voy, y me diere pan para comer y vestido para

vestir, y si tornare en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios, y

esta piedra que he puesto por título, será casa de Dios: y de todo lo

que me dieres, el diezmo lo he de apartar para ti." Génesis 28:20-22.

Jacob no estaba tratando de concertar condiciones con Dios. El

Señor ya le había prometido prosperidad, y este voto era la

expresión de un corazón lleno de gratitud por la seguridad del amor

y la misericordia de Dios. Jacob comprendía que Dios tenía sobre él

222


derechos que estaba en el deber de reconocer, y que las señales

especiales de la gracia divina que se le habían concedido, le exigían

reciprocidad. Cada bendición que se nos concede demanda una

respuesta hacia el Autor de todos los dones de la gracia. El cristiano

debiera repasar muchas veces su vida pasada, y recordar con

gratitud las preciosas liberaciones que Dios ha obrado en su favor,

sosteniéndole en la tentación, abriéndole caminos cuando todo

parecía tinieblas y obstáculos, y dándole nuevas fuerzas cuando

estaba por desmayar. Debiera reconocer todo esto como pruebas de

la protección de los ángeles celestiales. En vista de estas

innumerables bendiciones debiera preguntarse muchas veces con

corazón humilde y agradecido: "¿Qué pagaré a Jehová por todos sus

beneficios para conmigo?" Salmos 116:12.

Nuestro tiempo, nuestros talentos y nuestros bienes debieran

dedicarse en forma sagrada al que nos confió estas bendiciones.

Cada vez que se obra en nuestro favor una liberación especial, o

recibimos nuevos e inesperados favores, debiéramos reconocer la

bondad de Dios, expresando nuestra gratitud no sólo en palabras,

sino, como Jacob, mediante ofrendas y dones para su causa. Así

como recibimos constantemente las bendiciones de Dios, también

hemos de dar sin cesar.

"Y de todo lo que me dieres--dijo Jacob,--el diezmo lo he de

apartar para ti." Nosotros que gozamos de la clara luz y de los

privilegios del Evangelio, ¿nos contentaremos con darle a Dios

menos de lo que daban aquellos que vivieron en la dispensación

anterior menos favorecida que la nuestra? De ninguna manera. A

223


medida que aumentan las bendiciones de que gozamos, ¿no

aumentan nuestras obligaciones en forma correspondiente? Pero

¡cuán en poco las tenemos! ¡Cuán imposible es el esfuerzo de medir

con reglas matemáticas lo que le debemos en tiempo, dinero y

afecto, en respuesta a un amor tan inconmensurable y a una dádiva

de valor tan inconcebible! ¡Los diezmos para Cristo! ¡Oh, mezquina

limosna, pobre recompensa para lo que ha costado tanto! Desde la

cruz del Calvario, Cristo nos pide una consagración sin reservas.

Todo lo que tenemos y todo lo que somos, lo debiéramos dedicar a

Dios.

Con nueva y duradera fe en las promesas divinas, y seguro de

la presencia y la protección de los ángeles celestiales, prosiguió

Jacob su jornada "a la tierra de los orientales." Pero ¡qué diferencia

entre su llegada y la del mensajero de Abrahán, casi cien años antes!

El servidor había venido con un séquito montado en camellos, y con

ricos regalos de oro y plata; Jacob llegaba solo, con los pies

lastimados, sin más posesión que su cayado. Como el siervo de

Abrahán, Jacob se detuvo cerca de un pozo, y fué allí donde conoció

a Raquel, la hija menor de Labán. Ahora fué Jacob quien prestó sus

servicios, quitando la piedra de la boca del pozo y dando de beber al

ganado. Después de haber manifestado su parentesco, fué acogido

en casa de Labán. Aunque llegó sin herencia ni acompañamiento,

pocas semanas bastaron para mostrar el valor de su diligencia y

habilidad, y se le exhortó a quedarse. Convinieron en que serviría a

Labán siete años por la mano de Raquel.

En los tiempos antiguos era costumbre que el novio, antes de

224


confirmar el compromiso del matrimonio, pagara al padre de su

novia, según las circunstancias, cierta suma de dinero o su valor en

otros efectos. Esto se consideraba como garantía del matrimonio. No

les parecía seguro a los padres confiar la felicidad de sus hijas a

hombres que no habían hecho provisión para mantener una famila.

Si no eran bastante frugales y enérgicos para administrar sus

negocios y adquirir ganado o tierras, se temía que su vida fuese

inútil. Pero se hacían arreglos para probar a los que no tenían con

que pagar la dote de la esposa. Se les permitía trabajar para el padre

cuya hija amaban, durante un tiempo, que variaba según la dote

requerida. Cuando el pretendiente era fiel en sus servicios, y se

mostraba digno también en otros aspectos, recibía a la hija por

esposa, y, generalmente, la dote que el padre había recibido se la

daba a ella el día de la boda. Pero tanto en el caso de Raquel como

en el de Lea, el egoísta Labán se quedó con la dote que debía

haberles dado a ellas; y a eso se refirieron cuando dijeron antes de

marcharse de Mesopotamia: "Nos vendió, y aun se ha comido del

todo nuestro precio." Génesis 31:15.

Esta antigua costumbre, aunque muchas veces se prestaba al

abuso, como en el caso de Labán, producía buenos resultados.

Cuando se pedía al pretendiente que trabajara para conseguir a su

esposa, se evitaba un casamiento precipitado, y se le permitía probar

la profundidad de sus afectos y su capacidad para mantener a su

familia. En nuestro tiempo, resultan muchos males de una conducta

diferente. Muchas veces ocurre que antes de casarse las personas

tienen poca oportunidad de familiarizarse con sus mutuos

temperamentos y costumbres; y en cuanto a la vida diaria, cuando

225


unen sus intereses ante el altar, casi no se conocen. Muchos

descubren demasiado tarde que no se adaptan el uno al otro, y el

resultado de su unión es una vida miserable. Muchas veces sufren la

esposa y los niños a causa de la indolencia, la incapacidad o las

costumbres viciosas del marido y padre. Si, como lo permitía la

antigua costumbre, se hubiese probado el carácter del pretendiente

antes del casamiento, habrían podido evitarse muchas desgracias.

Jacob trabajó fielmente siete años por Raquel, y los años

durante los cuales sirvió, "pareciéronle como pocos días, porque la

amaba." Génesis 29:20. Pero el egoísta y codicioso Labán, deseoso

de retener tan valioso ayudante, cometió un cruel engaño al

substituir a Lea en lugar de Raquel. El hecho de que Lea misma

había participado del engaño hizo sentir a Jacob que no la podía

amar. Su indignado reproche fué contestado por Labán con el

ofrecimiento de que trabajara por Raquel otros siete años. Pero el

padre insistió en que Lea no fuese repudiada, puesto que esto

deshonraría a la familia. De este modo se encontró Jacob en una

situación sumamente penosa y difícil; por fin, decidió quedarse con

Lea y casarse con Raquel. Fué siempre a Raquel a quien más amó;

pero su predilección por ella excitó envidia y celos, y su vida se vió

amargada por la rivalidad entre las dos hermanas.

Veinte años permaneció Jacob en Mesopotamia, trabajando al

servicio de Labán quien, despreciando los vínculos de parentesco,

estaba ansioso de apropiarse de todas las ventajas. Exigió catorce

años de trabajo por sus dos hijas; y durante el resto del tiempo

cambió diez veces el salario de Jacob. Con todo, el servicio de Jacob

226


fué diligente y fiel. Las palabras que le dijo a Labán, en su última

conversación con él, describen vivamente la vigilancia incansable

con que había cuidado los intereses de su exigente amo: "Estos

veinte años he estado contigo: tus ovejas y tus cabras nunca

abortaron, ni yo comí carnero de tus ovejas. Nunca te traje lo

arrebatado por las fieras; yo pagaba el daño; lo hurtado así de día

como de noche, de mi mano lo requerías. De día me consumía el

calor, y de noche la helada, y el sueño se huía de mis ojos." Génesis

31:38-40.

Era preciso que el pastor guardase sus ganados de día y de

noche. Estaban expuestos al peligro de ladrones, y de numerosas

fieras, que con frecuencia hacían estragos en el ganado que no era

fielmente cuidado. Jacob tenía muchos ayudantes para apacentar los

numerosos rebaños de Labán; pero él mismo era responsable de

todo. Durante una parte del año era preciso que él quedase

personalmente a cargo del ganado, para evitar que en la estación

seca los animales pereciesen de sed, y que en los meses de frío se

helasen con las crudas escarchas nocturnas. Jacob era el pastor jefe,

y los pastores que estaban a su servicio, eran sus ayudantes. Si

faltaba una oveja, el pastor principal sufría la pérdida, y los

servidores a quienes estaba confiada la vigilancia del ganado tenían

que darle cuenta minuciosa, si éste no se encontraba en estado

lozano.

La vida de aplicación y cuidado del pastor, y su tierna

compasión hacia las criaturas desvalidas confiadas a su vigilancia,

han servido a los escritores inspirados para ilustrar algunas de las

227


verdades más preciosas del Evangelio. Se compara a Cristo, en su

relación con su pueblo, con un pastor. Después de la caída del

hombre vió a sus ovejas condenadas a perecer en las sendas

tenebrosas del pecado. Para salvar a estas descarriadas, dejó los

honores y la gloria de la casa de su Padre. Dice: "Yo buscaré la

perdida, y tornaré la amontada, y ligaré la perniquebrada, y

corroboraré la enferma." "Yo salvaré a mis ovejas, y nunca más

serán en rapiña;" "ni las bestias de la tierra las devorarán." Se oye su

voz que las llama a su redil: "Y habrá sombrajo para sombra contra

el calor del día, para acogida y escondedero contra el turbión y

contra el aguacero." Su cuidado por el rebaño es incansable.

Fortalece a las ovejas débiles, libra a las que padecen, reune los

corderos en sus brazos, y los lleva en su seno. Sus ovejas le aman.

"Mas al extraño no seguirán, antes huirán de él: porque no conocen

la voz de los extraños." Ezequiel 34:16, 22, 28; Isaías 4:6; Juan

10:5.

Cristo dice: "El buen pastor su vida da por las ovejas. Mas el

asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas,

ve al lobo que viene, y deja las ovejas, y huye, y el lobo las arrebata,

y esparce las ovejas. Así que, el asalariado huye, porque es

asalariado, y no tiene cuidado de las ovejas. Yo soy el buen pastor; y

conozco mis ovejas, y las mías me conocen." Juan 10:11-14.

Cristo, el pastor principal, ha confiado el rebaño a sus ministros

como subpastores; y les manda que tengan el mismo interés que él

manifestó, y que sientan la misma santa responsabilidad por el cargo

que les ha confiado. Les ha mandado solemnemente ser fieles,

228


apacentar el rebaño, fortalecer a los débiles, animar a los que

desfallecen y protegerlos de los lobos rapaces.

Para salvar a sus ovejas, Cristo entregó su propia vida; y señala

el amor que así demostró como ejemplo para sus pastores. "Mas el

asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las

ovejas," no tiene verdadero interés por el rebaño. Trabaja solamente

por la ganancia, y no cuida más que de sí mismo. Calcula su propia

ventaja, en vez de atender los intereses de los que le han sido

confiados; y en tiempos de peligro huye y abandona al rebaño.

El apóstol Pedro amonesta a los subpastores: "Apacentad la

grey de Dios que está entre vosotros, teniendo cuidado de ella, no

por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino

de un ánimo pronto; y no como teniendo señorío sobre las heredades

del Señor, sino siendo dechados de la grey." Y Pablo dice: "Por

tanto mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu

Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor,

la cual ganó por su sangre. Porque yo sé que después de mi partida

entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al

ganado." 1 Pedro 5:2, 3; Hechos 20:28, 29.

Todos los que consideran como un deber desagradable el

cuidado y las obligaciones que recaen sobre el fiel pastor, son

reprendidos así por el apóstol: "No por fuerza, sino voluntariamente;

no por ganancia deshonesta, sino de un ánimo pronto." El jefe de los

pastores despediría de buena gana a todos estos siervos infieles. La

iglesia de Cristo ha sido comprada con su sangre, y todo pastor debe

229


darse cuenta de que las ovejas que están bajo su vigilancia han

costado un sacrificio infinito. Debe considerar a cada una de ellas

como un ser de valor inestimable, y debe ser incansable en sus

esfuerzos por mantenerlas en un estado sano y próspero. El pastor

compenetrado del Espíritu de Cristo imitará su ejemplo de

abnegación, trabajando constantemente en favor de los que le fueran

confiados, y el rebaño prosperará bajo su cuidado.

Todos tendrán que dar estricta cuenta de su ministerio. El

Maestro preguntará a cada pastor: "¿Dónde está el rebaño que te fué

dado, la grey de tu gloria?" Jeremías 13:20. El que sea hallado fiel

recibirá un rico galardón. "Y cuando apareciere el Príncipe de los

pastores--dice el apóstol,--vosotros recibiréis la corona incorruptible

de gloria." 1 Pedro 5:4.

Cuando Jacob, cansado de servir a Labán, se propuso volver a

Canaán, dijo a su suegro: "Envíame, e iré a mi lugar, y a mi tierra.

Dame mis mujeres y mis hijos, por las cuales he servido contigo, y

déjame ir; pues tú sabes los servicios que te he hecho." Pero Labán

le instó para que se quedara, declarándole: "Experimentado he que

Jehová me ha bendecido por tu causa." Veía que su hacienda

aumentaba bajo la administración de su yerno.

Entonces dijo Jacob: "Poco tenías antes de mi venida, y ha

crecido en gran número." Pero a medida que el tiempo pasaba,

Labán comenzó a envidiar la mayor prosperidad de Jacob, quien

prosperó mucho, "y tuvo muchas ovejas, y siervas y siervos, y

camellos y asnos." Génesis 30:25-27, 30, 43.

230


Los hijos de Labán participaban de los celos de su padre, y sus

palabras maliciosas llegaron a oídos de Jacob: "Jacob ha tomado

todo lo que era de nuestro padre; y de lo que era de nuestro padre ha

adquirido toda esta grandeza. Miraba también Jacob el semblante de

Labán, y veía que no era para con él como ayer y antes de ayer."

Véase Génesis 31.

Jacob habría dejado a su astuto pariente mucho antes, si no

hubiese temido el encuentro con Esaú. Ahora comprendió que

estaba en peligro frente a los hijos de Labán, quienes, considerando

suya la riqueza de Jacob, tratarían tal vez de obtenerla por la fuerza.

Se encontraba en gran perplejidad y aflicción, sin saber qué camino

tomar. Pero recordando la bondadosa promesa de Betel, llevó su

problema ante Dios y buscó su consejo. En un sueño se contestó a su

oración: "Vuélvete a la tierra de tus padres, y a tu parentela; que yo

seré contigo."

La ausencia de Labán le ofreció una ocasión para marcharse.

Jacob reunió rápidamente sus rebaños y manadas, y los envió

adelante. Luego atravesó el Eufrates con sus esposas y niños y

siervos, a fin de apresurar su marcha hacia Galaad, en la frontera de

Canaán. Tres días después, Labán se enteró de su huída, y se puso

en camino para perseguir la caravana, a la cual dió alcance el

séptimo día de su viaje. Estaba lleno de ira y decidido a obligarlos a

volver, lo que no dudaba que podría hacer, puesto que su compañía

era más fuerte. Los fugitivos estaban realmente en gran peligro.

231


Si Labán no realizó su intención hostil, fué porque Dios mismo

se interpuso en favor de su siervo. "Poder hay en mi mano--dijo

Labán--para haceros mal: mas el Dios de vuestro padre me habló

anoche diciendo: Guárdate que no hables a Jacob

descomedidamente;" es decir, que no debía inducirlo a volver, ni por

la fuerza ni mediante palabras lisonjeras.

Labán había retenido la dote de sus hijas, y siempre había

tratado a Jacob astuta y duramente; pero con característico disimulo

le reprochó ahora su partida secreta, sin haberle dado como padre

siquiera la oportunidad de hacer una fiesta de despedida, ni de decir

adiós a sus hijas y a sus nietos.

En contestación a esto, Jacob expuso lisa y llanamente la

conducta egoísta y envidiosa de Labán, y lo declaró testigo de su

propia fidelidad y rectitud. "Si el Dios de mi padre, el Dios de

Abraham, y el temor de Isaac, no fuera conmigo--dijo Jacob,--de

cierto me enviarías ahora vacío: vió Dios mi aflicción y el trabajo de

mis manos, y reprendióte anoche."

Labán no pudo negar los hechos mencionados, y propuso un

pacto de paz. Jacob aceptó la propuesta, y en señal de amistad fué

erigido un monumento de piedras. A este lugar dió Labán el nombre

de Mizpa, "majano del testimonio," diciendo: "Atalaye Jehová entre

mí y entre ti, cuando nos apartáremos el uno del otro."

"Dijo más Labán a Jacob: He aquí este majano, y he aquí este

título, que he erigido entre mí y ti. Testigo sea este majano, y testigo

232


sea este título, que ni yo pasaré contra ti este majano, ni tú pasarás

contra mí este majano ni este título, para mal. El Dios de Abraham,

y el Dios de Nachor juzgue entre nosotros, el Dios de sus padres. Y

Jacob juró por el temor de Isaac su padre." Para confirmar el pacto,

celebraron un festín. Pasaron la noche en comunión amistosa; y al

amanecer, Labán y su acompañamiento se marcharon. Después de

esta separación se pierde la huella de toda relación entre los hijos de

Abrahán y los habitantes de Mesopotamia.

233


Capítulo 18

La noche de lucha

Aunque Jacob había dejado a Padan-aram en obediencia a la

instrucción divina, no volvió sin muchos temores por el mismo

camino por donde había pasado como fugitivo veinte años antes.

Recordaba siempre el pecado que había cometido al engañar a su

padre. Sabía que su largo destierro era el resultado directo de aquel

pecado, y día y noche, mientras cavilaba en estas cosas, los

reproches de su conciencia acusadora entristecían el viaje.

Cuando las colinas de su patria aparecieron ante él en la lejanía,

el corazón del patriarca se sintió profundamente conmovido. Todo el

pasado se presentó vivamente ante él. Al recordar su pecado pensó

también en la gracia de Dios hacia él, y en las promesas de ayuda y

dirección divinas.

A medida que se acercaba al fin de su viaje, el recuerdo de

Esaú le traía muchos presentimientos aflictivos. Después de la huída

de Jacob, Esaú se había considerado como único heredero de la

hacienda de su padre. La noticia del retorno de Jacob podía

despertar en él temor de que venía a reclamar su herencia. Esaú

podía ahora hacerle mucho daño a su hermano, si lo deseaba; y

estaba tal vez dispuesto a usar de violencia contra él, no sólo por el

deseo de vengarse, sino también para asegurarse la posesión

absoluta de la riqueza que había considerado tanto tiempo como

234


suya.

Nuevamente el Señor dió a Jacob otra señal del amparo divino.

Mientras viajaba hacia el sur del monte de Galaad, le pareció que

dos ejércitos de ángeles celestiales le rodeaban por delante y por

detrás, y que avanzaban con su caravana, como para protegerla.

Jacob se acordó de la visión que había tenido en Betel tanto tiempo

antes, y su oprimido corazón se alivió con esta prueba de que los

mensajeros divinos, que al huir de Canaán le habían infundido

esperanza y ánimo, le custodiarían ahora que regresaba. Y dijo: "El

campo de Dios es éste; y llamó el nombre de aquel lugar

Mahanaim," o sea "los dos campos, o dos ejércitos." Véase Génesis

32.

Sin embargo, Jacob creyó que debía hacer algo en favor de su

propia seguridad. Mandó, pues, mensajeros a su hermano con un

saludo conciliatorio. Los instruyó respecto a las palabras exactas con

las cuales se habían de dirigir a Esaú. Se había predicho ya antes del

nacimiento de los dos hermanos, que el mayor serviría al menor, y

para que el recuerdo de esto no fuese motivo de amargura, dijo

Jacob a los siervos, que los mandaba a "mi señor Esaú;" y cuando

fuesen llevados ante él, debían referirse a su amo como "tu siervo

Jacob;" y para quitar el temor de que volvía como indigente errante

para reclamar la herencia de su padre, Jacob le mandó decir en su

mensaje: "Tengo vacas, y asnos, y ovejas, y siervos y siervas; y

envío a decirlo a mi señor, por hallar gracia en tus ojos."

Pero los siervos volvieron con la noticia de que Esaú se

235


acercaba con cuatrocientos hombres, y que no había dado

contestación al mensaje amistoso. Parecía cierto que venía para

vengarse. El terror se apoderó del campamento. "Entonces Jacob

tuvo gran temor, y angustióse." No podía volverse y temía avanzar.

Sus acompañantes, desarmados y desamparados, no tenían la menor

preparación para hacer frente a un encuentro hostil. Por eso los

dividió en dos grupos, de modo que si uno fuese atacado, el otro

tuviera ocasión de huir. De sus muchos ganados mandó generosos

regalos a Esaú con un mensaje amistoso. Hizo todo lo que estaba de

su parte para expiar el daño hecho a su hermano y evitar el peligro

que le amenazaba, y luego, con humildad y arrepentimiento, pidió

así la protección divina: "Jehová, que me dijiste: Vuélvete a tu tierra

y a tu parentela, y yo te haré bien; menor soy que todas las

misericordias, y que toda la verdad que has usado para con tu siervo;

que con mi bordón pasé este Jordán, y ahora estoy sobre dos

cuadrillas. Líbrame ahora de la mano de mi hermano, de la mano de

Esaú, porque le temo; no venga quizá, y me hiera la madre con los

hijos."

Había llegado ahora al río Jaboc, y cuando vino la noche Jacob

mandó a su familia cruzar por el vado al otro lado del río,

quedándose él solo atrás. Había decidido pasar la noche en oración y

deseaba estar solo con Dios, quien podía apaciguar el corazón de

Esaú. En Dios estaba la única esperanza del patriarca.

Era una región solitaria y montañosa, madriguera de fieras y

escondite de salteadores y asesinos. Jacob solo e indefenso, se

inclinó a tierra profundamente acongojado. Era medianoche. Todo

236


lo que le hacía apreciar la vida estaba lejos y expuesto al peligro y a

la muerte. Lo que más le amargaba era el pensamiento de que su

propio pecado había traído este peligro sobre los inocentes. Con

vehementes exclamaciones y lágrimas oró delante de Dios.

De pronto sintió una mano fuerte sobre él. Creyó que un

enemigo atentaba contra su vida, y trató de librarse de las manos de

su agresor. En las tinieblas los dos lucharon por predominar. No se

pronunció una sola palabra, pero Jacob desplegó todas sus energías

y ni un momento cejó en sus esfuerzos. Mientras así luchaba por su

vida, el sentimiento de su culpa pesaba sobre su alma; sus pecados

surgieron ante él, para alejarlo de Dios. Pero en su terrible aflicción

recordaba las promesas del Señor, y su corazón exhalaba súplicas de

misericordia.

La lucha duró hasta poco antes del amanecer, cuando el

desconocido tocó el muslo de Jacob, dejándolo incapacitado en el

acto. Entonces reconoció el patriarca el carácter de su adversario.

Comprendió que había luchado con un mensajero celestial, y que

por eso sus esfuerzos casi sobrehumanos no habían obtenido la

victoria. Era Cristo, "el Angel del pacto," el que se había revelado a

Jacob. El patriarca estaba imposibilitado y sufría el dolor más

agudo, pero no aflojó su asidero. Completamente arrepentido y

quebrantado, se aferró al Angel y "lloró, y rogóle" (Oseas 12:4),

pidiéndole la bendición. Debía tener la seguridad de que su pecado

estaba perdonado. El dolor físico no bastaba para apartar su mente

de este objetivo. Su resolución se fortaleció y su fe se intensificó en

fervor y perseverancia hasta el fin.

237


El Angel trató de librarse de él y le exhortó: "Déjame, que raya

el alba;" pero Jacob contestó: "No te dejaré, si no me bendices." Si

ésta hubiese sido una confianza jactanciosa y presumida, Jacob

habría sido aniquilado en el acto; pero tenía la seguridad del que

confiesa su propia indignidad, y sin embargo confía en la fidelidad

del Dios que cumple su pacto.

Jacob "venció al Angel, y prevaleció." Por su humillación, su

arrepentimiento y la entrega de sí mismo, este pecador y extraviado

mortal prevaleció ante la Majestad del cielo. Se había asido con

temblorosa mano de las promesas de Dios, y el corazón del Amor

infinito no pudo desoír los ruegos del pecador.

El error que había inducido a Jacob al pecado de alcanzar la

primogenitura por medio de un engaño, ahora le fué claramente

manifestado. No había confiado en las promesas de Dios, sino que

había tratado de hacer por su propio esfuerzo lo que Dios habría

hecho a su tiempo y a su modo. En prueba de que había sido

perdonado, su nombre, que hasta entonces le había recordado su

pecado, fué cambiado por otro que conmemoraba su victoria. "No se

dirá más tu nombre Jacob [el suplantador]--dijo el Angel,--sino

Israel: porque has peleado con Dios y con los hombres, y has

vencido."

Jacob alcanzó la bendición que su alma había anhelado. Su

pecado como suplantador y engañador había sido perdonado. La

crisis de su vida había pasado. La duda, la perplejidad y los

238


remordimientos habían amargado su existencia; pero ahora todo

había cambiado; y fué dulce la paz de la reconciliación con Dios.

Jacob ya no tenía miedo de encontrarse con su hermano. Dios, que

había perdonado su pecado, podría también conmover el corazón de

Esaú para que aceptase su humillación y arrepentimiento.

Mientras Jacob luchaba con el Angel, otro mensajero celestial

fué enviado a Esaú. En un sueño éste vió a su hermano desterrado

durante veinte años de la casa de su padre; presenció el dolor que

sentiría al saber que su madre había muerto; le vió rodeado de las

huestes de Dios. Esaú relató este sueño a sus soldados, con la orden

de que no hicieran daño alguno a Jacob, porque el Dios de su padre

estaba con él.

Por fin las dos compañías se acercaron una a la otra, el jefe del

desierto al frente de sus guerreros, y Jacob con sus mujeres e hijos,

acompañado de pastores y siervas, y seguido de una larga hilera de

rebaños y manadas. Apoyado en su cayado, el patriarca avanzó al

encuentro de la tropa de soldados. Estaba pálido e imposibilitado

por la reciente lucha, y caminaba lenta y penosamente, deteniéndose

a cada paso; pero su cara estaba iluminada de alegría y paz.

Al ver a su hermano cojo y doliente, "Esaú corrió a su

encuentro, y abrazóle, y echóse sobre su cuello, y le besó; y

lloraron." Génesis 33:4. Hasta los corazones de los rudos soldados

de Esaú fueron conmovidos, cuando presenciaron esta escena. A

pesar de que él les había relatado su sueño no podían explicarse el

cambio que se había efectuado en su jefe. Aunque vieron la flaqueza

239


del patriarca, lejos estuvieron de pensar que esa debilidad se había

trocado en su fuerza.

En la noche angustiosa pasada a orillas del Jaboc, cuando la

muerte parecía inminente, Jacob había comprendido lo vano que es

el auxilio humano, lo mal fundada que está toda confianza en el

poder del hombre. Vió que su única ayuda había de venir de Aquel

contra quien había pecado tan gravemente. Desamparado e indigno,

invocó la divina promesa de misericordia hacia el pecador

arrepentido. Aquella promesa era su garantía de que Dios le

perdonaría y aceptaría. Los cielos y la tierra habrían de perecer antes

de que aquella palabra faltase, y esto fué lo que le sostuvo durante

aquella horrible lucha.

La experiencia de Jacob durante aquella noche de lucha y

angustia representa la prueba que habrá de soportar el pueblo de

Dios inmediatamente antes de la segunda venida de Cristo. El

profeta Jeremías, contemplando en santa visión nuestros días, dijo:

"Hemos oído voz de temblor: espanto, y no paz, ... hanse tornado

pálidos todos los rostros. ¡Ah, cuán grande es aquel día! tanto, que

no hay otro semejante a él: tiempo de angustia para Jacob; mas de

ella será librado." Jeremías 30:5-7.

Cuando Cristo acabe su obra mediadora en favor del hombre,

entonces empezará ese tiempo de aflicción. Entonces la suerte de

cada alma habrá sido decidida, y ya no habrá sangre expiatoria para

limpiarnos del pecado. Cuando Cristo deje su posición de intercesor

ante Dios, se anunciará solemnemente: "El que es injusto, sea

240


injusto todavía: y el que es sucio, ensúciese todavía: y el que es

justo, sea todavía justificado: y el santo sea santificado todavía."

Apocalipsis 22:11. Entonces el Espíritu que reprime el mal se

retirará de la tierra. Como Jacob estuvo bajo la amenaza de muerte

de su airado hermano, así también el pueblo de Dios estará en

peligro de los impíos que tratarán de destruirlo. Y como el patriarca

luchó toda la noche pidiendo ser librado de la mano de Esaú, así

clamarán los justos a Dios día y noche que los libre de los enemigos

que los rodean.

Satanás había acusado a Jacob ante los ángeles de Dios,

reclamando el derecho de destruirlo por su pecado; había incitado

contra él a Esaú y durante la larga noche de la lucha del patriarca,

procuró hacerle sentir su culpabilidad, para desanimarlo y

quebrantar su confianza en Dios. Cuando en su angustia Jacob se

asió del Angel y le suplicó con lágrimas, el Mensajero celestial, para

probar su fe, le recordó también su pecado y trató de librarse de él.

Pero Jacob no se dejó desviar. Había aprendido que Dios es

misericordioso, y se apoyó en su misericordia. Se refirió a su

arrepentimiento del pecado, y pidió liberación. Mientras repasaba su

vida, casi fué impulsado a la desesperación; pero se aferró al Angel,

y con fervientes y agonizantes súplicas insistió en sus ruegos, hasta

que prevaleció.

Tal será la experiencia del pueblo de Dios en su lucha final con

los poderes del mal. Dios probará la fe de sus seguidores, su

constancia, y su confianza en el poder de él para librarlos. Satanás se

esforzará por aterrarlos con el pensamiento de que su situación no

241


tiene esperanza; que sus pecados han sido demasiado grandes para

alcanzar el perdón. Tendrán un profundo sentimiento de sus faltas, y

al examinar su vida, verán desvanecerse sus esperanzas. Pero

recordando la grandeza de la misericordia de Dios, y su propio

arrepentimiento sincero, pedirán el cumplimiento de las promesas

hechas por Cristo a los pecadores desamparados y arrepentidos. Su

fe no faltará porque sus oraciones no sean contestadas en seguida.

Se asirán del poder de Dios, como Jacob se asió del Angel, y el

lenguaje de su alma será: "No te dejaré, si no me bendices."

Si Jacob no se hubiese arrepentido antes por su pecado

consistente en tratar de conseguir la primogenitura mediante un

engaño, Dios no habría podido oír su oración ni conservarle

bondadosamente la vida. Así será en el tiempo de angustia. Si el

pueblo de Dios tuviera pecados inconfesos que aparecieran ante

ellos cuando los torturen el temor y la angustia, serían abrumados; la

desesperación anularía su fe, y no podrían tener confianza en Dios

para pedirle su liberación. Pero aunque tengan un profundo sentido

de su indignidad, no tendrán pecados ocultos que revelar. Sus

pecados habrán sido borrados por la sangre expiatoria de Cristo, y

no los podrán recordar.

Satanás induce a muchos a creer que Dios pasará por alto su

infidelidad en los asuntos menos importantes de la vida; pero en su

proceder con Jacob el Señor demostró que de ningún modo puede

sancionar ni tolerar el mal. Todos los que traten de ocultar o excusar

sus pecados, y permitan que permanezcan en los libros del cielo

inconfesos y sin perdón, serán vencidos por Satanás. Cuanto más

242


elevada sea su profesión, y cuanto más honorable sea la posición

que ocupen, tanto más grave será su conducta ante los ojos de Dios,

y tanto más seguro será el triunfo del gran adversario.

Sin embargo, la historia de Jacob es una promesa de que Dios

no desechará a los que fueron arrastrados al pecado, pero que se han

vuelto al Señor con verdadero arrepentimiento. Por la entrega de sí

mismo y por su confiada fe, Jacob alcanzó lo que no había podido

alcanzar con su propia fuerza. Así el Señor enseñó a su siervo que

sólo el poder y la gracia de Dios podían darle las bendiciones que

anhelaba. Así ocurrirá con los que vivan en los últimos días. Cuando

los peligros los rodeen, y la desesperación se apodere de su alma,

deberán depender únicamente de los méritos de la expiación. Nada

podemos hacer por nosotros mismos. En toda nuestra desamparada

indignidad, debemos confiar en los méritos del Salvador crucificado

y resucitado. Nadie perecerá jamás mientras haga esto. La larga y

negra lista de nuestros delitos está ante los ojos del Infinito. El

registro está completo; ninguna de nuestras ofensas ha sido

olvidada. Pero el que oyó las súplicas de sus siervos en lo pasado,

oirá la oración de fe y perdonará nuestras transgresiones. Lo ha

prometido, y cumplirá su palabra.

Jacob prevaleció, porque fué perseverante y decidido. Su

experiencia atestigua el poder de la oración insistente. Este es el

tiempo en que debemos aprender la lección de la oración que

prevalece y de la fe inquebrantable. Las mayores victorias de la

iglesia de Cristo o del cristiano no son las que se ganan mediante el

talento o la educación, la riqueza o el favor de los hombres. Son las

243


victorias que se alcanzan en la cámara de audiencia con Dios,

cuando la fe fervorosa y agonizante se ase del poderoso brazo de la

omnipotencia.

Los que no estén dispuestos a dejar todo pecado ni a buscar

seriamente la bendición de Dios, no la alcanzarán. Pero todos los

que se afirmen en las promesas de Dios como lo hizo Jacob, y sean

tan vehementes y constantes como lo fué él, alcanzarán el éxito que

él alcanzó. "¿Y Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a

él día y noche, aunque sea longánime acerca de ellos? Os digo que

los defenderá presto." Lucas 18:7, 8.

244


Capítulo 19

El regreso a Canaán

Atravesando el Jordán, llegó Jacob "sano a la ciudad de

Sichem, que está en la tierra de Canaán." Véase Génesis 33-37. Así

quedó contestada la oración que el patriarca había elevado en Betel

para pedir a Dios que le ayudara a volver en paz a su propio país.

Durante algún tiempo habitó en el valle de Siquem. Fué allí donde

Abrahán, más de cien años antes, había establecido su primer

campamento y erigido su primer altar en la tierra de promisión. Allí

Jacob "compró una parte del campo, donde tendió su tienda, de

mano de los hijos de Hamor, padre de Sichem, por cien piezas de

moneda. Y erigió allí un altar, y llamóle: El Dios de Israel." Como

Abrahán, Jacob erigió junto a su tienda un altar en honor a Jehová, y

ante él congregaba a los miembros de su familia para el sacrificio de

la mañana y de la noche. Fué allí donde cavó un pozo al cual se

llegó diecisiete siglos más tarde el Salvador, descendiente de Jacob,

y mientras junto a él descansaba del calor del mediodía, habló a sus

admirados oyentes del agua que salta "para vida eterna." Juan 4:14.

La estada de Jacob y de sus hijos en Siquem terminó en la

violencia y el derramamiento de sangre. La única hija de la familia

fué deshonrada y afligida; dos hermanos de ésta se hicieron reos de

asesinato; una ciudad entera fué víctima de la matanza y la ruina, en

represalia de lo que al margen de la ley hiciera un joven arrebatado.

El origen de tan terribles resultados lo hallamos en el hecho de que

245


la hija de Jacob, salió "a ver las hijas del país," aventurándose así a

entrar en relaciones con los impíos. El que busca su placer entre los

que no temen a Dios se coloca en el terreno de Satanás, y provoca

sus tentaciones.

La traidora crueldad de Simeón y de Leví no fué inmotivada;

pero su proceder hacia los siquemitas fué un grave pecado. Habían

ocultado cuidadosamente sus intenciones a Jacob, y la noticia de su

venganza le llenó de horror. Herido en lo más profundo de su

corazón por el embuste y la violencia de sus hijos, sólo dijo:

"Habéisme turbado con hacerme abominable a los moradores de

aquesta tierra, ... y teniendo yo pocos hombres, juntarse han contra

mí, y me herirán, y seré destruido yo y mi casa." El dolor y la

aversión con que miraba el hecho sangriento cometido por sus hijos

se manifiesta en las palabras con las cuales recordó ese acto, casi

cincuenta años más tarde cuando yacía en su lecho de muerte en

Egipto: "Simeón y Leví, hermanos: armas de iniquidad sus armas.

En su secreto no entre mi alma, ni mi honra se junte en su compañía;

... maldito su furor, que fué fiero; y su ira, que fué dura." Génesis

49:5-7.

Jacob creyó que había motivo para humillarse profundamente.

La crueldad y la falsía se manifestaban en el carácter de sus hijos.

Había dioses falsos en su campamento, y hasta cierto punto la

idolatría estaba ganando terreno en su familia. Si el Señor los tratara

según lo merecían, ¿no los abandonaría a la venganza de las

naciones circunvecinas?

246


Mientras Jacob estaba oprimido por la pena, el Señor le mandó

viajar hacia el sur, a Betel. El pensar en este lugar no sólo le recordó

su visión de los ángeles y las promesas de la gracia divina, sino

también el voto que él había hecho allí de que el Señor sería su

Dios. Determinó que antes de marchar hacia ese lugar sagrado, su

casa debía quedar libre de la mancha de la idolatría. Por lo tanto,

recomendó a todos los que estaban en su campamento: "Quitad los

dioses ajenos que hay entre vosotros, y limpiaos, y mudad vuestros

vestidos. Y levantémonos, y subamos a Beth-el; y haré allí altar al

Dios que me respondió en el día de mi angustia, y ha sido conmigo

en el camino que he andado."

Con honda emoción, Jacob repitió la historia de su primera

visita a Betel, cuando, como solitario viajero que había dejado la

tienda de su padre, huía para salvar su vida, y contó cómo el Señor

le había aparecido en visión nocturna. Mientras reseñaba cuán

maravillosamente Dios había procedido con él, se enterneció su

propio corazón, y sus hijos también fueron conmovidos por un

poder subyugador; había tomado la medida más eficaz para

prepararlos a fin de que se unieran con él en la adoración de Dios

cuando llegasen a Betel. "Así dieron a Jacob todos los dioses ajenos

que había en poder de ellos, y los zarcillos que estaban en sus orejas;

y Jacob los escondió debajo de una encina, que estaba junto a

Sichem."

Dios infundió temor a los habitantes de la tierra, de modo que

no trataron de vengar la matanza de Siquem. Los viajeros llegaron a

Betel sin ser molestados. Allí volvió a aparecer el Señor a Jacob, y

247


le repitió la promesa del pacto. "Y Jacob erigió un título en el lugar

donde había hablado con él, un título de piedra."

En Betel, Jacob tuvo que llorar la pérdida de una persona que

había sido por mucho tiempo un miembro honrado de la familia de

su padre, Débora, el ama de Rebeca, que había acompañado a su

señora de Mesopotamia a la tierra de Canaán. La presencia de esta

anciana había sido para Jacob un precioso vínculo que le había

mantenido unido a su juventud, y especialmente a su madre cuyo

cariño hacia él había sido tan fuerte y tierno. Débora fué sepultada

con tanto dolor que la encina bajo la cual se cavó su tumba, fué

llamada "encina del llanto." No debe olvidarse que el recuerdo, tanto

de esa vida consagrada a un servicio fiel como del luto por esta

amiga de la casa de Isaac, fué considerado digno de mencionarse en

la Palabra de Dios.

Desde Betel no había más que dos días de viaje hasta Hebrón;

pero en el trayecto Jacob experimentó un gran dolor por la muerte

de Raquel. Había servido por ella dos veces siete años, y su amor le

había hecho más llevadero el trabajo. La profundidad y constancia

de su cariño se manifestó más tarde, cuando Jacob estaba a punto de

morir en Egipto y José fué a visitarlo; en esa ocasión el anciano

patriarca, recordando su propia vida, dijo: "Cuando yo venía de

Padan-aram, se me murió Rachel en la tierra de Canaán, en el

camino, como media legua de tierra viniendo a Ephrata; y sepultéla

allí en el camino de Ephrata, que es Bethlehem." Génesis 48:7. De

toda la historia de su familia durante su larga y penosa vida, sólo

recordó la pérdida de Raquel.

248


Antes de su muerte, Raquel dió a luz un segundo hijo. Al

expirar, llamó al niño Benoni; es decir, "hijo de mi dolor." Pero su

padre lo llamó Benjamín, "hijo de la diestra," o "mi fuerza." Raquel

fué sepultada donde murió, y allí fué erigido un monumento para

perpetuar su memoria.

En el camino a Efrata, otro crimen nefando manchó a la familia

de Jacob, y, como consecuencia, a Rubén, el hijo primogénito, se le

negaron los privilegios y los honores de la primogenitura.

Por último, llegó Jacob al fin de su viaje y vino "a Isaac su

padre a Mamre, ... que es Hebrón, donde habitaron Abraham e

Isaac." Ahí se quedó durante los últimos días de la vida de su padre.

Para Isaac, débil y ciego, las amables atenciones de este hijo tanto

tiempo ausente, fueron un consuelo en los años de soledad y duelo.

Jacob y Esaú se encontraron junto al lecho de muerte de su

padre. En otro tiempo, el hijo mayor había esperado este

acontecimiento como una ocasión para vengarse; pero desde

entonces sus sentimientos habían cambiado considerablemente. Y

Jacob, muy contento con las bendiciones espirituales de la

primogenitura, renunció en favor de su hermano mayor a la herencia

de las riquezas del padre, la única herencia que Esaú había buscado

y avalorado. Ya no estaban distanciados por los celos o el odio; y sin

embargo, se separaron, marchándose Esaú al monte Seir. Dios, que

es rico en bendición, había otorgado a Jacob riqueza terrenal además

del bien superior que había buscado. La posesión de los dos

249


hermanos "era grande, y no podían habitar juntos, ni la tierra de su

peregrinación los podía sostener a causa de sus ganados." Esta

separación se verificó de acuerdo con el propósito de Dios respecto

a Jacob. Como los hermanos se diferenciaban tanto en su religión,

para ellos era mejor morar aparte.

Esaú y Jacob habían sido instruídos igualmente en el

conocimiento de Dios, y los dos pudieron andar según sus

mandamientos y recibir su favor; pero no hicieron la misma

elección. Tomaron diferentes caminos, y sus sendas se habían de

apartar cada vez más una de otra.

No hubo una elección arbitraria de parte de Dios, por la cual

Esaú fuera excluido de las bendiciones de la salvación. Los dones de

su gracia mediante Cristo son gratuitos para todos. No hay elección,

excepto la propia, por la cual alguien haya de perecer. Dios ha

expuesto en su Palabra las condiciones de acuerdo con las cuales se

elegirá a cada alma para la vida eterna: la obediencia a sus

mandamientos, mediante la fe en Cristo. Dios ha elegido un carácter

que está en armonía con su ley, y todo el que alcance la norma

requerida, entrará en el reino de la gloria. Cristo mismo dijo: "El que

cree en el Hijo, tiene vida eterna; mas el que es incrédulo al Hijo, no

verá la vida." "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el

reino de los cielos: mas el que hiciere la voluntad de mi Padre que

está en los cielos." Juan 3:36; Mateo 7:21. Y en el Apocalipsis

declara: "Bienaventurados los que guardan sus mandamientos, para

que su potencia sea en el árbol de la vida, y que entren por las

puertas en la ciudad." Apocalipsis 22:14. En cuanto a la redención

250


final del hombre, ésta es la única elección que nos enseña la Palabra

de Dios.

Es elegida toda alma que labre su propia salvación con temor y

temblor. Es elegido el que se ponga la armadura y pelee la buena

batalla de la fe. Es elegido el que vele en oración, el que escudriñe

las Escrituras, y huya de la tentación. Es elegido el que tenga fe

continuamente, y el que obedezca a cada palabra que sale de la boca

de Dios. Las medidas tomadas para la redención se ofrecen

gratuitamente a todos, pero los resultados de la redención serán

únicamente para los que hayan cumplido las condiciones.

Esaú había menospreciado las bendiciones del pacto. Había

preferido los bienes temporales a los espirituales, y obtuvo lo que

deseaba. Se separó del pueblo de Dios por su propia elección. Jacob

había escogido la herencia de la fe. Había tratado de lograrla

mediante la astucia, la traición y el engaño; pero Dios permitió que

su pecado produjera su corrección. Sin embargo, al través de todas

las experiencias amargas de sus años posteriores, Jacob no se desvió

nunca de su propósito, ni renunció a su elección. Había

comprendido que, al valerse de la habilidad y la astucia humanas

para conseguir la bendición, había obrado contra Dios.

De aquella lucha nocturna al lado del Jaboc, Jacob salió hecho

un hombre distinto. La confianza en sí mismo había desaparecido.

Desde entonces en adelante ya no manifestó su astucia anterior. En

vez del disimulo y el engaño, los principios de su vida fueron la

sencillez y la veracidad. Había aprendido a confiar con sencillez en

251


el brazo omnipotente; y en la prueba y la aflicción se sometió

humildemente a la voluntad de Dios. Los elementos más bajos de su

carácter habían sido consumidos en la hornaza, y el oro verdadero se

purificó, hasta que la fe de Abrahán e Isaac apareció en Jacob con

toda nitidez.

El pecado de Jacob y la serie de sucesos que había acarreado no

dejaron de ejercer su influencia para el mal, y ella produjo amargo

fruto en el carácter y la vida de sus hijos. Cuando estos hijos

llegaron a la virilidad, cometieron graves faltas. Las consecuencias

de la poligamia se revelaron en la familia. Este terrible mal tiende a

secar las fuentes mismas del amor, y su influencia debilita los

vínculos más sagrados. Los celos de las varias madres habían

amargado la relación familiar; los niños eran contenciosos y

contrarios a la dirección, y la vida del padre fué nublada por la

ansiedad y el dolor.

Sin embargo, hubo uno de carácter muy diferente; a saber, el

hijo mayor de Raquel, José, cuya rara hermosura personal no parecía

sino reflejar la hermosura de su espíritu y su corazón. Puro, activo y

alegre, el joven reveló también seriedad y firmeza moral. Escuchaba

las enseñanzas de su padre y se deleitaba en obedecer a Dios. Las

cualidades que le distinguieron más tarde en Egipto, la benignidad,

la fidelidad y la veracidad, aparecían ya en su vida diaria. Habiendo

muerto su madre, sus afectos se aferraron más estrechamente a su

padre, y el corazón de Jacob estaba ligado a este hijo de su vejez.

"Amaba ... a José más que a todos sus hijos."

252


Pero hasta este cariño había de ser motivo de pena y dolor.

Imprudentemente Jacob dejó ver su predilección por José, y esto

motivó los celos de sus demás hijos. Al ver José la mala conducta de

sus hermanos, se afligía mucho; se atrevió a reconvenirlos

suavemente, pero esto despertó tanto más el odio y el resentimiento

de ellos. A José le era insufrible verlos pecar contra Dios, y expuso

la situación a su padre, esperando que su autoridad los indujera a

enmendarse.

Jacob procuró cuidadosamente no excitar la ira de sus hijos

mediante la dureza o la severidad. Con profunda emoción expresó

su ansiedad respecto a ellos, y les suplicó que honrasen sus canas y

no cubriesen de oprobio su nombre; y sobre todo, que no

deshonrasen a Dios, menospreciando sus preceptos. Avergonzados

de que se conociera su maldad, los jóvenes parecieron arrepentidos;

pero sólo ocultaron sus verdaderos sentimientos, que se exacerbaron

por esta revelación de su pecado.

El imprudente regalo que Jacob hizo a José de una costosa

túnica como la que usaban las personas de distinción, les pareció

otra prueba de parcialidad, y suscitó la sospecha de que pensaba

preterir a los mayores para dar la primogenitura al hijo de Raquel.

Su malicia aumentó aun más cuando el joven les contó un día

un sueño que había tenido. "He aquí que atábamos manojos en

medio del campo--dijo,--y he aquí mi manojo se levantaba, y estaba

derecho, y que vuestros manojos estaban alrededor, y se inclinaban

al mío.

253


"¿Has de reinar tú sobre nosotros, o te has de enseñorear sobre

nosotros?" exclamaron sus hermanos llenos de envidiosa ira.

Poco después, tuvo otro sueño de semejante significado, que

les contó también: "He aquí que he soñado otro sueño, y he aquí que

el sol y la luna y once estrellas se inclinaban a mí." Este sueño se

interpretó tan pronto como el primero. El padre que estaba presente,

le reprendió, diciendo: "¿Qué sueño es éste que soñaste? ¿Hemos de

venir yo y tu madre, y tus hermanos, a inclinarnos a ti a tierra?" No

obstante la aparente severidad de estas palabras, Jacob creyó que el

Señor estaba revelando el porvenir a José.

En aquel momento en que el joven estaba delante de ellos,

iluminado su hermoso semblante por el Espíritu de la inspiración,

sus hermanos no pudieron reprimir su admiración; pero no quisieron

dejar sus malos caminos, y sintieron odio hacia la pureza que

reprendía sus pecados. El mismo espíritu que animara a Caín, se

encendió en sus corazones.

Los hermanos estaban obligados a mudarse de un lugar a otro,

a fin de procurar pastos para sus ganados, y a veces quedaban

ausentes de casa durante meses. Después de los acontecimientos que

se acaban de narrar, se fueron al sitio que su padre había comprado

en Siquem. Pasó algún tiempo, sin noticia de ellos, y el padre

empezó a temer por su seguridad, a causa de la crueldad cometida

antes con los siquemitas. Mandó, pues, a José a buscarlos y a traerle

noticias respecto a su bienestar. Si Jacob hubiese conocido los

254


verdaderos sentimientos de sus hijos respecto a José, no le habría

dejado solo con ellos; pero éstos los habían ocultado

cuidadosamente.

Con corazón regocijado José se despidió de su padre, y ni el

anciano ni el joven soñaron lo que habría de suceder antes de que se

volviesen a ver. Cuando José, después de su largo y solitario viaje,

llegó a Siquem, sus hermanos y sus ganados no se encontraban allí.

Al preguntar por ellos, le dijeron que los buscase en Dotán. Ya había

viajado más de cincuenta millas,* y todavía le quedaban quince

más; pero se apresuró, olvidando su cansancio, con el fin de mitigar

la ansiedad de su padre y encontrar a sus hermanos, a quienes

amaba, a pesar de que eran duros de corazón con él.

Sus hermanos le vieron acercarse, pero ni el pensar en el largo

viaje que había hecho para visitarlos, ni el cansancio y el hambre

que traía, ni el derecho que tenía a la hospitalidad y a su amor

fraternal, aplacó la amargura de su odio. El ver su vestido, señal del

cariño de su padre, los puso frenéticos. "He aquí viene el soñador,"

exclamaron, burlándose de él. En ese momento fueron dominados

por la envidia y la venganza que habían fomentado secretamente

durante tanto tiempo. Y dijeron: "Ahora pues, venid, y matémoslo y

echémosle en una cisterna, y diremos: Alguna mala bestia le devoró:

y veremos qué serán sus sueños."

Si no hubiese sido por Rubén, habrían realizado su intención.

Este retrocedió ante la idea de participar en el asesinato de su

hermano, y propuso arrojarlo vivo a una cisterna y dejarlo allí para

255


que muriese, con la intención secreta de librarlo y devolverlo a su

padre. Después de haber persuadido a todos a que asintieran a su

plan, Rubén se alejó del grupo, temiendo no poder dominar sus

sentimientos, y descubrir su verdadera intención.

José se aproximó sin sospechar el peligro, contento de haberlos

hallado; pero en vez del esperado saludo, se vió objeto de miradas

iracundas y vengadoras que le aterraron. Le asieron y le quitaron sus

vestiduras. Los vituperios y las amenazas revelaban una intención

funesta. No atendieron a sus súplicas. Se encontró a merced del

poder de aquellos hombres encolerizados. Llevándolo brutalmente a

una cisterna profunda, le echaron adentro; y después de haberse

asegurado de que no podría escapar, lo dejaron allí para que

pereciese de hambre, mientras que ellos "sentáronse a comer pan."

Pero algunos de ellos estaban inquietos; no sentían la

satisfacción que habían esperado de su venganza. Pronto vieron

acercarse una compañía de viajeros. Eran ismaelitas procedentes del

otro lado del Jordán, que con especias y otras mercancías se dirigían

a Egipto. Entonces Judá propuso vender a su hermano a estos

mercaderes paganos, en vez de dejarlo allí para que muriera. Al

obrar así, le apartarían de su camino, y no se mancharían con su

sangre; pues, dijo Judá: "Nuestro hermano es nuestra carne." Todos

estuvieron de acuerdo con este propósito y sacaron pronto a José de

la cisterna.

Cuando vió a los mercaderes, José comprendió la terrible

verdad. Llegar a ser esclavo era una suerte más temible que la

256


misma muerte. En la agonía de su terror imploró a uno y a otro de

sus hermanos, pero en vano. Algunos de ellos fueron conmovidos de

compasión, pero el temor al ridículo los mantuvo callados. Todos

tuvieron la impresión de que habían ido demasiado lejos para

retroceder. Si perdonaban a José, éste los acusaría sin duda ante su

padre, quien no pasaría por alto la crueldad cometida con su hijo

favorito. Endureciendo sus corazones a las súplicas de José, le

entregaron en manos de los mercaderes paganos. La caravana

continuó su camino y pronto se perdió de vista.

Rubén volvió a la cisterna, pero José no estaba allí. Alarmado y

acusándose a sí mismo, desgarró sus vestidos y buscó a sus

hermanos, exclamando: "El mozo no parece; y yo, ¿adónde iré yo?"

Cuando supo la suerte de José, y que ya era imposible rescatarlo,

Rubén se vió obligado a unirse con los demás en la tentativa de

ocultar su culpa. Después de matar un cabrito, tiñeron con su sangre

la ropa de José, y la llevaron a su padre, diciéndole que la habían

encontrado en el campo, y que temían que fuese de su hermano.

"Reconoce ahora--dijeron--si es o no la ropa de tu hijo."

Con temor habían esperado esta escena, pero no estaban

preparados para la angustia desgarradora, ni para el completo

abandono al dolor que tuvieron que presenciar. "La ropa de mi hijo

es--dijo Jacob;--alguna mala bestia lo devoró; José ha sido

despedazado." Sus hijos trataron inútilmente de consolarlo. "Rasgó

sus vestidos, y puso saco sobre sus lomos, y enlutóse por su hijo

muchos días." El tiempo no parecía aliviar su dolor. "Tengo de

descender a mi hijo enlutado hasta la sepultura," era su grito

257


desesperado.

Los jóvenes estaban aterrados por lo que habían hecho; y sin

embargo, espantados por los reproches que les haría su padre,

seguían ocultando en sus propios corazones el conocimiento de su

culpa, que aun a ellos mismos les parecía enorme.

258


Capítulo 20

José en Egipto

Mientras tanto, José y sus amos iban en camino a Egipto.

Cuando la caravana marchaba hacia el sur, hacia las fronteras de

Canaán, el joven pudo divisar a lo lejos las colinas entre las cuales

se hallaban las tiendas de su padre. Lloró amargamente al pensar en

la soledad y el dolor de aquel padre amoroso. Nuevamente recordó

la escena de Dotán. Vió a sus airados hermanos y sintió sus miradas

furiosas dirigidas hacia él. Las punzantes e injuriosas palabras con

que habían contestado a sus súplicas angustiosas resonaban aún en

sus oídos. Con el corazón palpitante pensaba en qué le reservaría el

porvenir. ¡Qué cambio de condición! ¡De hijo tiernamente querido

había pasado a ser esclavo menospreciado y desamparado! Solo y

sin amigos, ¿cuál sería su suerte en la extraña tierra adonde iba?

Durante algún tiempo José se entregó al terror y al dolor sin poder

dominarse.

Pero, en la providencia de Dios, aun esto había de ser una

bendición para él. Aprendió en pocas horas, lo que de otra manera le

hubiera requerido muchos años. Por fuerte y tierno que hubiera sido

el cariño de su padre, le había hecho daño por su parcialidad y

complacencia. Aquella preferencia poco juiciosa había enfurecido a

sus hermanos, y los había inducido a llevar a cabo el cruel acto que

lo alejaba ahora de su hogar. Sus efectos se manifestaban también en

su propio carácter. En él se habían fomentado defectos que ahora

259


debía corregir. Estaba comenzando a confiar en sí mismo y a ser

exigente. Acostumbrado al tierno cuidado de su padre, no se sintió

preparado para afrontar las dificultades que surgían ante él en la

amarga y desamparada vida de extranjero y esclavo.

Entonces sus pensamientos se dirigieron al Dios de su padre.

En su niñez se le había enseñado a amarle y temerle. A menudo, en

la tienda de su padre, había escuchado la historia de la visión que

Jacob había presenciado cuando huyó de su casa desterrado y

fugitivo. Se le había hablado de las promesas que el Señor le hizo a

Jacob, y de cómo se habían cumplido; cómo en la hora de necesidad,

los ángeles habían venido a instruirle, confortarle y protegerle. Y

había comprendido el amor manifestado por Dios al proveer un

Redentor para los hombres. Ahora, todas estas lecciones preciosas

se presentaron vivamente ante él. José creyó que el Dios de sus

padres sería su Dios. Entonces, allí mismo, se entregó por completo

al Señor, y oró para pedir que el Guardián de Israel estuviese con él

en el país adonde iba desterrado.

Su alma se conmovió y tomó la alta resolución de mostrarse

fiel a Dios y de obrar en cualquier circunstancia cómo convenía a un

súbdito del Rey de los cielos. Serviría al Señor con corazón íntegro;

afrontaría con toda fortaleza las pruebas que le deparara su suerte, y

cumpliría todo deber con fidelidad. La experiencia de ese día fué el

punto decisivo en la vida de José. Su terrible calamidad le

transformó de un niño mimado que era en un hombre reflexivo,

valiente, y sereno.

260


Al llegar a Egipto, José fué vendido a Potifar, jefe de la guardia

real, a cuyo servicio permaneció durante diez años. Allí estuvo

expuesto a tentaciones extraordinarias. Estaba en medio de la

idolatría. La adoración de dioses falsos estaba rodeada de toda la

pompa de la realeza, sostenida por la riqueza y la cultura de la

nación más altamente civilizada de aquel entonces. No obstante,

José conservó su sencillez y fidelidad a Dios. Las escenas y la

seducción del vicio le circundaban por todas partes, pero él

permaneció como quien no veía ni oía. No permitió que sus

pensamientos se detuvieran en asuntos prohibidos. El deseo de

ganarse el favor de los egipcios no pudo inducirle a ocultar sus

principios. Si hubiera tratado de hacer esto, habría sido vencido por

la tentación; pero no se avergonzó de la religión de sus padres, y no

hizo ningún esfuerzo por esconder el hecho de que adoraba a

Jehová.

"Jehová fué con José, y fué varón prosperado.... Y vió su señor

que Jehová era con él, y que todo lo que él hacía, Jehová lo hacía

prosperar en su mano." La confianza de Potifar en José aumentaba

diariamente, y por fin le ascendió a mayordomo, con dominio

completo sobre todas sus posesiones. "Y dejó todo lo que tenía en

mano de José; ni con él sabía de nada más que del pan que comía."

Véase Génesis 39-41.

La notable prosperidad que acompañaba a todo lo que se

encargara a José no era resultado de un milagro directo, sino que su

industria, su interés y su energía fueron coronados con la bendición

divina. José atribuyó su éxito al favor de Dios, y hasta su amo

261


idólatra aceptó eso como el secreto de su sin igual prosperidad. Sin

embargo, sin sus esfuerzos constantes y bien dirigidos, nunca habría

podido alcanzar tal éxito. Dios fué glorificado por la fidelidad de su

siervo. Era el propósito divino que por la pureza y la rectitud, el

creyente en Dios apareciera en marcado contraste con los idólatras,

para que así la luz de la gracia celestial brillase en medio de las

tinieblas del paganismo.

La dulzura y la fidelidad de José cautivaron el corazón del jefe

de la guardia real, que llegó a considerarlo más como un hijo que

como un esclavo. El joven entró en contacto con hombres de alta

posición y de sabiduría, y adquirió conocimientos de las ciencias,

los idiomas y los negocios; educación necesaria para quien sería más

tarde primer ministro de Egipto.

Pero la fe e integridad de José habían de acrisolarse mediante

pruebas de fuego. La esposa de su amo trató de seducir al joven a

que violara la ley de Dios. Hasta entonces había permanecido sin

mancharse con la maldad que abundaba en aquella tierra pagana;

pero ¿cómo enfrentaría esta tentación, tan repentina, tan fuerte, tan

seductora? José sabía muy bien cuál sería el resultado de su

resistencia. Por un lado había encubrimiento, favor y premios; por el

otro, desgracia, prisión, y posiblemente la muerte. Toda su vida

futura dependía de la decisión de ese momento. ¿Triunfarían los

buenos principios? ¿Se mantendría fiel a Dios? Los ángeles

presenciaban la escena con indecible ansiedad.

La contestación de José revela el poder de los principios

262


religiosos. No quiso traicionar la confianza de su amo terrenal, y

cualesquiera que fueran las consecuencias, sería fiel a su Amo

celestial. Bajo el ojo escudriñador de Dios y de los santos ángeles,

muchos se toman libertades de las que no se harían culpables en

presencia de sus semejantes. Pero José pensó primeramente en Dios.

"¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?"

dijo él.

Si abrigáramos habitualmente la idea de que Dios ve y oye todo

lo que hacemos y decimos, y que conserva un fiel registro de

nuestras palabras y acciones, a las que deberemos hacer frente en el

día final, temeríamos pecar. Recuerden siempre los jóvenes que

dondequiera que estén, y no importa lo que hagan, están en la

presencia de Dios. Ninguna parte de nuestra conducta escapa a su

observación. No podemos esconder nuestros caminos al Altísimo.

Las leyes humanas, aunque algunas veces son severas, a menudo se

violan sin que tal cosa se descubra; y por lo tanto, las transgresiones

quedan sin castigo. Pero no sucede así con la ley de Dios. La más

profunda medianoche no es cortina para el culpable. Puede creer que

está solo; pero para cada acto hay un testigo invisible. Los motivos

mismos del corazón están abiertos a la divina inspección. Todo acto,

toda palabra, todo pensamiento están tan exactamente anotados

como si hubiera una sola persona en todo el mundo, y como si la

atención del Cielo estuviera concentrada sobre ella.

José sufrió por su integridad; pues su tentadora se vengó

acusándolo de un crimen abominable, y haciéndole encerrar en una

cárcel. Si Potifar hubiese creído la acusación de su esposa contra

263


José, el joven hebreo habría perdido la vida; pero la modestia y la

integridad que uniformemente habían caracterizado su conducta

fueron prueba de su inocencia; y sin embargo, para salvar la

reputación de la casa de su amo, se le abandonó al deshonor y a la

servidumbre.

Al principio, José fué tratado con gran severidad por sus

carceleros. El salmista dice: "Afligieron sus pies con grillos; en

hierro fué puesta su persona. Hasta la hora que llegó su palabra, el

dicho de Jehová le probó." Salmos 105:18. Pero el verdadero

carácter de José resplandeció, aun en la obscuridad del calabozo.

Mantuvo firmes su fe y su paciencia; los años de su fiel servicio

habían sido compensados de la manera más cruel; no obstante, esto

no le volvió sombrío ni desconfiado. Tenía la paz que emana de una

inocencia consciente, y confió su caso a Dios. No caviló en los

perjuicios que sufría, sino que olvidó sus penas y trató de aliviar las

de los demás. Encontró una obra que hacer, aun en la prisión. Dios

le estaba preparando en la escuela de la aflicción, para que fuera de

mayor utilidad, y no rehusó someterse a la disciplina que necesitaba.

En la cárcel, presenciando los resultados de la opresión y la tiranía,

y los efectos del crimen, aprendió lecciones de justicia, simpatía y

misericordia que le prepararon para ejercer el poder con sabiduría y

compasión.

Poco a poco José ganó la confianza del carcelero, y se le confió

por fin el cuidado de todos los presos. Fué la obra que ejecutó en la

prisión, la integridad de su vida diaria, y su simpatía hacia los que

estaban en dificultad y congoja, lo que le abrió paso hacia la

264


prosperidad y los honores futuros. Cada rayo de luz que derramamos

sobre los demás se refleja sobre nosotros mismos. Toda palabra

bondadosa y compasiva que se diga a los angustiados, todo acto que

tienda a aliviar a los oprimidos, y toda dádiva que se otorgue a los

necesitados, si son impulsados por motivos sanos, resultarán en

bendiciones para el dador.

El panadero principal y el primer copero del rey habían sido

encerrados en la prisión por alguna ofensa que habían cometido, y

fueron puestos bajo el cuidado de José. Una mañana, observando

que parecían muy tristes, bondadosamente les preguntó el motivo y

le dijeron que cada uno había tenido un sueño extraordinario, cuyo

significado anhelaban conocer. "¿No son de Dios las declaraciones?

Contádmelo ahora," dijo José. Cuando cada uno relató su sueño,

José les hizo saber su significado: Dentro de tres días el jefe de los

coperos había de ser reintegrado a su puesto, y había de poner la

copa en las manos de Faraón como antes, pero el principal de los

panaderos sería muerto por orden del rey. En ambos casos, el

acontecimiento ocurrió tal como lo predijo.

El copero del rey había expresado la más profunda gratitud a

José, tanto por la feliz interpretación de su sueño como por otros

muchos actos de bondadosa atención; y José, refiriéndose en forma

muy conmovedora a su propio encarcelamiento injusto, le imploró

que en compensación presentara su caso ante el rey. "Acuérdate,

pues, de mí para contigo--dijo--cuando tuvieres ese bien, y ruégote

que uses conmigo de misericordia, y hagas mención de mí a Faraón,

y me saques de esta casa: porque hurtado he sido de la tierra de los

265


Hebreos; y tampoco he hecho aquí porqué me hubiesen de poner en

la cárcel." El principal de los coperos vió su sueño cumplido en todo

detalle; pero cuando fué reintegrado al favor real, ya no se acordó de

su benefactor. Durante dos años más, José permaneció preso. La

esperanza que se había encendido en su corazón se desvaneció poco

a poco, y a todas las otras tribulaciones se agregó el amargo aguijón

de la ingratitud.

Pero una mano divina estaba por abrir las puertas de la prisión.

El rey de Egipto tuvo una noche dos sueños que, por lo visto,

indicaban el mismo acontecimiento, y parecían anunciar alguna gran

calamidad. El no podía determinar su significado, pero continuaban

turbándole. Los magos y los sabios de su reino no pudieron

interpretarlos. La perplejidad y congoja del rey aumentaban, y el

terror se esparcía por todo su palacio. El alboroto general trajo a la

memoria del copero las circunstancias de su propio sueño; con él

recordó a José, y sintió remordimiento por su olvido e ingratitud.

Informó inmediatamente al rey cómo su propio sueño y el del

primer panadero habían sido interpretados por el prisionero hebreo,

y cómo las predicciones se habían cumplido.

Fué humillante para Faraón tener que dejar a los magos y

sabios de su reino para consultar a un esclavo extranjero; pero

estaba listo para aceptar el servicio del más ínfimo con tal que su

mente atormentada pudiese encontrar alivio. En seguida se hizo

venir a José. Este se quitó su indumentaria de preso y se cortó el

cabello, pues le había crecido mucho durante el período de su

desgracia y reclusión. Entonces fué llevado ante el rey.

266


"Y dijo Faraón a José: Yo he tenido un sueño, y no hay quien

lo declare; mas he oído decir de ti, que oyes sueños para declararlos.

Y respondió José a Faraón, diciendo: No está en mí; Dios será el que

responda paz a Faraón." La respuesta de José al rey revela su

humildad y su fe en Dios. Modestamente rechazó el honor de poseer

en sí mismo sabiduría superior. "No está en mí." Sólo Dios puede

explicar estos misterios.

Entonces Faraón procedió a relatarle sus sueños: "En mi sueño

parecíame que estaba a la orilla del río; y que del río subían siete

vacas de gruesas carnes y hermosa apariencia, que pacían en el

prado: y que otras siete vacas subían después de ellas, flacas y de

muy fea traza; tan extenuadas, que no he visto otras semejantes en

toda la tierra de Egipto en fealdad: y las vacas flacas y feas

devoraban a las siete primeras vacas gruesas: y entraban en sus

entrañas, mas no se conocía que hubiesen entrado en ellas, porque

su parecer era aún malo, como de primero. Y yo desperté. Ví

también soñando, que siete espigas subían en una misma caña llenas

y hermosas; y que otras siete espigas menudas, marchitas, abatidas

del Solano, subían después de ellas: y las espigas menudas

devoraban a las siete espigas hermosas; y helo dicho a los magos,

mas no hay quién me lo declare."

"El sueño de Faraón es uno mismo--contestó José:--Dios ha

mostrado a Faraón lo que va a hacer." Habría siete años de

abundancia. Los campos y las huertas rendirían cosechas más

abundantes que nunca. Y este período sería seguido de siete años de

267


hambre. "Y aquella abundancia no se echará de ver a causa del

hambre siguiente, la cual será gravísima." La repetición del sueño

era evidencia tanto de la certeza como de la proximidad del

cumplimiento. "Por tanto, provéase ahora Faraón de un varón

prudente y sabio--agregó José,--y póngalo sobre la tierra de Egipto.

Haga esto Faraón, y ponga gobernadores sobre el país, y quinte la

tierra de Egipto en los siete años de la hartura; y junten toda la

provisión de estos buenos años que vienen, y alleguen el trigo bajo

la mano de Faraón para mantenimiento de las ciudades; y guárdenlo.

Y esté aquella provisión en depósito para el país, para los siete años

del hambre que serán en la tierra de Egipto."

La interpretación fué tan razonable y consecuente, y el

procedimiento que recomendó tan juicioso y perspicaz, que no se

podía dudar de que todo era correcto. Pero ¿a quién se había de

confiar la ejecución del plan? De la sabiduría de esta elección

dependía la preservación de la nación. El rey estaba perplejo.

Durante algún tiempo consideró el problema de ese nombramiento.

Mediante el jefe de los coperos, el monarca había sabido de la

sabiduría y la prudencia manifestadas por José en la administración

de la cárcel; era evidente que poseía habilidad administrativa en alto

grado.

El copero, ahora lleno de remordimiento, trató de expiar su

ingratitud anterior, alabando entusiastamente a su benefactor. Otras

averiguaciones hechas por el rey comprobaron la exactitud de su

informe. En todo el reino, José había sido el único hombre dotado de

sabiduría para indicar el peligro que amenazaba al país y los

268


preparativos necesarios para hacerle frente; y el rey se convenció de

que ese joven era el más capaz para ejecutar los planes que había

propuesto. Era evidente que el poder divino estaba con él, y que

ninguno de los estadistas del rey se hallaba tan bien capacitado

como José para dirigir los asuntos de la nación frente a esa crisis. El

hecho de que era hebreo y esclavo era de poca importancia cuando

se tomaba en cuenta su manifiesta sabiduría y su sano juicio.

"¿Hemos de hallar otro hombre como éste, en quien haya espíritu de

Dios?" dijo el rey a sus consejeros.

Se decidió el nombramiento, y se le hizo este sorprendente

anunció a José: "Pues que Dios te ha hecho saber todo esto, no hay

entendido ni sabio como tú: tú serás sobre mi casa, y por tu dicho se

gobernará todo mi pueblo: solamente en el trono seré yo mayor que

tú." El rey procedió a investir a José con las insignias de su elevada

posición. "Entonces Faraón quitó su anillo de su mano, y púsolo en

la mano de José, e hízole vestir de ropas de lino finísimo, y puso un

collar de oro en su cuello; e hízolo subir en su segundo carro, y

pregonaron delante de él: Doblad la rodilla."

"Púsolo por señor de su casa, y por enseñoreador en toda su

posesión; para que reprimiera a sus grandes como él quisiese, y a

sus ancianos enseñara sabiduría." Salmos 105:21, 22. Desde el

calabozo, José fué exaltado a la posición de gobernante de toda la

tierra de Egipto. Era un puesto honorable; sin embargo, estaba lleno

de dificultades y riesgos. Uno no puede ocupar un puesto elevado

sin exponerse al peligro. Así como la tempestad deja incólume a la

humilde flor del valle mientras desarraiga al majestuoso árbol de la

269


cumbre de la montaña, así los que han mantenido su integridad en la

vida humilde pueden ser arrastrados al abismo por las tentaciones

que acosan al éxito y al honor mundanos. Pero el carácter de José

soportó la prueba tanto de la adversidad como de la prosperidad.

Manifestó en el palacio de Faraón la misma fidelidad hacia Dios que

había demostrado en su celda de prisionero. Era aún extranjero en

tierra pagana, separado de su parentela que adoraba a Dios; pero

creía plenamente que la mano divina había guiado sus pasos, y

confiando siempre en Dios, cumplía fielmente los deberes de su

puesto. Mediante José la atención del rey y de los grandes de Egipto

fué dirigida hacia el verdadero Dios; y a pesar de que siguieron

adhiriéndose a la idolatría, aprendieron a respetar los principios

revelados en la vida y el carácter del adorador de Jehová.

¿Cómo pudo José dar tal ejemplo de firmeza de carácter,

rectitud y sabiduría? En sus primeros años había seguido el deber

antes que su inclinación; y la integridad, la confianza sencilla y la

disposición noble del joven fructificaron en las acciones del hombre.

Una vida sencilla y pura había favorecido el desarrollo vigoroso de

las facultades tanto físicas como intelectuales. La comunión con

Dios mediante sus obras y la contemplación de las grandes verdades

confiadas a los herederos de la fe habían elevado y ennoblecido su

naturaleza espiritual al ampliar y fortalecer su mente como ningún

otro estudio pudo haberlo hecho. La atención fiel al deber en toda

posición, desde la más baja hasta la más elevada, había educado

todas sus facultades para el más alto servicio. El que vive de

acuerdo con la voluntad del Creador adquiere con ello el desarrollo

más positivo y noble de su carácter. "El temor del Señor es la

270


sabiduría, y el apartarse del mal la inteligencia." Job 28:28.

Pocos se dan cuenta de la influencia de las cosas pequeñas de la

vida en el desarrollo del carácter. Ninguna tarea que debamos

cumplir es realmente pequeña. Las variadas circunstancias que

afrontamos día tras día están concebidas para probar nuestra

fidelidad, y han de capacitarnos para mayores responsabilidades.

Adhiriéndose a los principios rectos en las transacciones ordinarias

de la vida, la mente se acostumbra a mantener las demandas del

deber por encima del placer y de las inclinaciones propias. Las

mentes disciplinadas en esta forma no vacilan entre el bien y el mal,

como la caña que tiembla movida por el viento; son fieles al deber

porque han desarrollado hábitos de lealtad y veracidad. Mediante la

fidelidad en lo mínimo, adquieren fuerza para ser fieles en asuntos

mayores.

Un carácter recto es de mucho más valor que el oro de Ofir. Sin

él nadie puede elevarse a un cargo honorable. Pero el carácter no se

hereda. No se puede comprar. La excelencia moral y las buenas

cualidades mentales no son el resultado de la casualidad. Los dones

más preciosos carecen de valor a menos que sean aprovechados. La

formación de un carácter noble es la obra de toda una vida, y debe

ser el resultado de un esfuerzo aplicado y perseverante. Dios da las

oportunidades; el éxito depende del uso que se haga de ellas.

271


Capítulo 21

José y sus hermanos

Al principiar los años fructíferos comenzaron los preparativos

para el hambre que se aproximaba. Bajo la dirección de José, se

construyeron inmensos graneros en los lugares principales de todo

Egipto, y se hicieron amplios preparativos para conservar el

excedente de la esperada cosecha. Se siguió el mismo procedimiento

durante los siete años de abundancia hasta que la cantidad de granos

guardados era incalculable.

Y luego, de acuerdo con la predicción de José, comenzaron los

siete años de escasez. "Y hubo hambre en todos los países, mas en

toda la tierra de Egipto había pan. Y cuando se sintió el hambre en

toda la tierra de Egipto, el pueblo clamó a Faraón por pan. Y dijo

Faraón a todos los egipcios: Id a José, y haced lo que él os dijere. Y

el hambre estaba por toda la extensión del país. Entonces abrió José

todo granero donde había, y vendía a los egipcios." Génesis 41:54-

56.

El hambre se extendió a la tierra de Canaán, y fué muy severa

en la parte del país donde moraba Jacob. Habiendo oído hablar de la

abundante provisión hecha por el rey de Egipto, diez de los hijos de

Jacob se trasladaron allá para comprar granos. Al llegar, los llevaron

a ver al virrey, y juntamente con otros solicitantes se presentaron

ante el gobernador de la tierra. "E inclináronse a él rostro por tierra."

272


Véase Génesis 42-50.

"José, pues, conoció a sus hermanos; pero ellos no le

conocieron." Su nombre hebreo había sido cambiado por el que le

había puesto el rey; y había muy poca semejanza entre el primer

ministro de Egipto y el mancebo a quien ellos habían vendido a los

ismaelitas. Al ver a sus hermanos inclinándose y saludándole con

reverencias, José recordó sus sueños, y las escenas del pasado se

presentaron vivamente ante él. Su mirada penetrante, al examinar el

grupo, descubrió que Benjamín no estaba entre ellos. ¿Habría sido él

también víctima de la traicionera crueldad de aquellos hombres

rudos? Decidió averiguar la verdad. "Espías sois--les dijo

severamente;--por ver lo descubierto del país habéis venido."

Contestaron ellos: "No, señor mío: mas tus siervos han venido

a comprar alimentos. Todos nosotros somos hijos de un varón:

somos hombres de verdad: tus siervos nunca fueron espías."

José deseaba saber si todavía tenían el mismo espíritu arrogante

que cuando él estaba con ellos, y también quería obtener alguna

información respecto a su hogar; no obstante, sabía muy bien cuán

engañosas podían ser las declaraciones que ellos hicieran. Los acusó

de nuevo, y contestaron: "Tus siervos somos doce hermanos, hijos

de un varón en la tierra de Canaán; y he aquí el menor está hoy con

nuestro padre, y otro no parece."

Fingiendo dudar de la veracidad de lo que decían y

considerarlos aún como espías, el gobernador declaró que los

273


probaría, exigiendo que permanecieran en Egipto hasta que uno de

ellos fuese a traer a su hermano menor. Si no consentían en hacer

esto, serían tratados como espías.

Pero los hijos de Jacob no podían aceptar tal arreglo, puesto

que el tiempo que se necesitaba para cumplirlo haría padecer a sus

familias por falta de alimento; y ¿cuál de ellos emprendería el viaje

solo, dejando a sus hermanos en la prisión? ¿Cómo haría frente a su

padre en tales circunstancias? Parecía posible que se los condenara a

muerte o que se los hiciera esclavos; y si traían a Benjamín, tal vez

sería sólo para que participara de la suerte de los demás hermanos.

Decidieron permanecer allí y sufrir juntos, más bien que aumentar la

tristeza de su padre con la pérdida del único hijo que le quedaba. Por

lo tanto se los puso en la cárcel, donde permanecieron tres días.

Durante los años en que José había estado separado de sus

hermanos, estos hijos de Jacob habían cambiado de carácter. Habían

sido envidiosos, turbulentos, engañosos, crueles y vengativos; pero

ahora, al ser probados por la adversidad, se mostraron

desinteresados, fieles el uno al otro, consagrados a su padre y

sujetos a su autoridad, aunque ya tenían bastante edad.

Los tres días que pasaron en la prisión egipcia fueron para ellos

de amarga tristeza, mientras reflexionaban en sus pecados pasados.

Porque a menos que se presentara Benjamín, su condenación como

espías parecía segura, y tenían poca esperanza de obtener que su

padre consintiera en enviar a Benjamín.

274


Al tercer día, José hizo llevar a sus hermanos ante él. No se

atrevía a detenerlos por más tiempo. Su padre y las familias que

estaban con él podían estar sufriendo por la escasez de alimentos.

"Haced esto, y vivid--dijo:--Yo temo a Dios: si sois hombres de

verdad, quede preso en la casa de vuestra cárcel uno de vuestros

hermanos; y vosotros id, llevad el alimento para el hambre de

vuestra casa: pero habéis de traerme a vuestro hermano menor, y

serán verificadas vuestras palabras, y no moriréis." Ellos

convinieron en aceptar esta propuesta, aunque expresando poca

esperanza de que su padre permitiera a Benjamín volver con ellos.

José se había comunicado con ellos mediante un intérprete, y

sin sospechar que el gobernador los comprendía, conversaron

libremente el uno con el otro en su presencia. Se acusaron

mutuamente de cómo habían tratado a José: "Verdaderamente

hemos pecado contra nuestro hermano, que vimos la angustia de su

alma cuando nos rogaba, y no le oímos: por eso, ha venido sobre

nosotros esta angustia." Rubén que había querido librarlo en Dotán,

agregó: "¿No os hablé yo y dije: No pequéis contra el mozo; y no

escuchasteis? He aquí también su sangre es requerida."

José, que escuchaba, no pudo dominar su emoción, y salió y

lloró. Al volver, ordenó que se atara a Simeón ante ellos, y le hizo

volver a la cárcel. En el trato cruel hacia su hermano, Simeón había

sido el instigador y protagonista, y por esta razón la elección recayó

sobre él.

Antes de permitir la salida de sus hermanos, José ordenó que se

275


les diera abundancia de cereal, y que el dinero de cada uno fuera

puesto secretamente en la boca de su saco. Se les proporcionó

también forraje para sus bestias para el viaje de regreso. En el

camino, uno de ellos, al abrir su saco, se sorprendió al encontrar su

bolsa de plata. Al anunciarlo a los otros, se sintieron alarmados y

perplejos, y se dijeron el uno al otro: "¿Qué es esto que nos ha hecho

Dios?" ¿Debían considerarlo como una demostración de la bondad

del Señor, o que él lo había permitido para castigarlos por sus

pecados y afligirlos más hondamente todavía? Reconocían que Dios

había visto sus pecados, y que ahora estaba castigándolos.

Jacob esperaba ansiosamente el regreso de sus hijos, y a su

vuelta todo el campamento se reunió anhelante alrededor de ellos

mientras relataban a su padre todo lo que había ocurrido. La alarma

y el recelo llenaron el corazón de todos. La conducta del gobernador

egipcio sugería algún mal propósito, y sus temores se confirmaron,

cuando al abrir los sacos cada uno encontró su dinero. En su

angustia el anciano padre exclamó: "Habéisme privado de mis hijos;

José no parece, ni Simeón tampoco, y a Benjamín le llevaréis:

contra mí son todas estas cosas." Rubén respondió: "Harás morir a

mis dos hijos, si no te lo volviere; entrégalo en mi mano, que yo lo

volveré a ti." Estas palabras temerarias no aliviaron la preocupación

de Jacob. Su contestación fué: "No descenderá mi hijo con vosotros;

que su hermano es muerto, y él solo ha quedado: y si le aconteciere

algún desastre en el camino por donde vais, haréis descender mis

canas con dolor a la sepultura."

Pero la sequía continuaba, y al cabo de cierto tiempo la

276


provisión de granos que habían traído de Egipto estaba casi agotada.

Los hijos de Jacob sabían muy bien que sería vano regresar a Egipto

sin Benjamín. Tenían poca esperanza de cambiar la resolución del

padre, y esperaban la crisis en silencio. La sombra del hambre se

hacía cada vez más obscura; en los ansiosos rostros de todo el

campamento el anciano leyó su necesidad; por fin dijo: "Volved, y

comprad para nosotros un poco de alimento."

Judá contestó: "Aquel varón nos protestó con ánimo resuelto,

diciendo: No veréis mi rostro sin vuestro hermano con vosotros. Si

enviares a nuestro hermano con nosotros, descenderemos y te

compraremos alimento: pero si no le enviares, no descenderemos:

porque aquel varón nos dijo: No veréis mi rostro sin vuestro

hermano con vosotros." Viendo que la resolución de su padre

empezaba a vacilar, agregó: "Envía al mozo conmigo, y nos

levantaremos e iremos, a fin que vivamos y no muramos nosotros, y

tú, y nuestros niños," y se ofreció como garante de su hermano,

comprometiéndose a aceptar la culpa para siempre si no devolvía a

Benjamín a su padre.

Jacob no pudo negar su consentimiento por más tiempo, y

ordenó a sus hijos que se prepararan para el viaje. También les

mandó que llevaran al gobernador un regalo de las cosas que podía

proporcionar aquel país devastado por el hambre, "un poco de

bálsamo, y un poco del miel, aromas y mirra, nueces y almendras,"

y también una cantidad doble de dinero. "Tomad también a vuestro

hermano, y levantaos, y volved a aquel varón." Cuando sus hijos se

disponían a emprender su incierto viaje, el anciano padre se puso de

277


pie, y levantando los brazos al cielo pronunció esta oración: "El

Dios Omnipotente os dé misericordias delante de aquel varón, y os

suelte al otro vuestro hermano, y a este Benjamín. Y si he de ser

privado de mis hijos, séalo."

Otra vez viajaron a Egipto, y se presentaron ante José. Cuando

los ojos de éste vieron a Benjamín, el hijo de su propia madre, se

conmovió mucho. Sin embargo, ocultó su emoción, y ordenó que los

llevaran a su casa, e hicieran preparativos para que comieran con él.

Al ser llevados al palacio del gobernador, los hermanos se

alarmaron grandemente, temiendo que se los llamase a cuenta por el

dinero encontrado en los sacos. Creyeron que pudiera haberse

puesto allí intencionalmente, con el fin de tener una excusa para

convertirlos en esclavos. En su angustia, consultaron al mayordomo

de la casa, y le explicaron las circunstancias de su visita a Egipto; y

en prueba de su inocencia le informaron que habían traído de vuelta

el dinero encontrado en los sacos, y también más dinero para

comprar alimentos; y agregaron: "No sabemos quién haya puesto

nuestro dinero en nuestros costales." El hombre contestó: "Paz a

vosotros, no temáis; vuestro Dios y el Dios de vuestro padre os dió

el tesoro en vuestros costales: vuestro dinero vino a mí." Su

ansiedad se alivió, y cuando se les unió Simeón, que había sido

libertado de su prisión, creyeron que Dios era realmente

misericordioso con ellos.

Cuando el gobernador volvió a verlos, le presentaron sus

regalos, y humildemente inclináronse a él a tierra. José recordó

278


nuevamente sus sueños, y después de saludar a sus huéspedes, se

apresuró a preguntarles: "¿Vuestro padre, el anciano que dijisteis, lo

pasa bien? ¿vive todavía?" "Bien va a tu siervo nuestro padre; aun

vive," fué la respuesta, mientras se inclinaban reverentemente otra

vez. Entonces sus ojos se fijaron en Benjamín, y dijo: "¿Es éste

vuestro hermano menor, de quien me hablasteis? ... Dios tenga

misericordia de ti, hijo mío." Pero abrumado por sus sentimientos de

ternura, no pudo decir más. "Y entróse en su cámara, y lloró allí."

Después de recobrar su dominio propio, volvió, y todos

procedieron al festín. De acuerdo con las leyes de casta, a los

egipcios se les prohibía comer con gente de cualquier otra nación. A

los hijos de Jacob, por lo tanto, se les asignó una mesa separada,

mientras que el gobernador, debido a su alta jerarquía, comía solo, y

los egipcios también comían en mesas aparte. Cuando todos estaban

sentados, los hermanos se sorprendieron al ver que estaban

dispuestos en orden exacto, conforme a sus edades. "Y él tomó

viandas de delante de sí para ellos; mas la porción de Benjamín era

cinco veces como cualquiera de las de ellos." Mediante esta

demostración de favor en beneficio de Benjamín, José esperaba

averiguar si sentían hacia el hermano menor la envidia y el odio que

le habían manifestado a él. Creyendo todavía que José no

comprendía su lengua, los hermanos conversaron libremente entre

sí; de modo que le dieron buena oportunidad de conocer sus

verdaderos sentimientos. Deseaba probarlos aún más, y antes de su

partida ordenó que ocultaran su propia copa de plata en el saco del

menor.

279


Alegremente emprendieron su viaje de regreso. Simeón y

Benjamín iban con ellos; sus animales iban cargados de cereales, y

todos creían que habían escapado felizmente de los peligros que

parecieron circundarlos. Pero apenas habían llegado a las afueras de

la ciudad cuando fueron alcanzados por el mayordomo del

gobernador, quien les hizo la hiriente pregunta: "¿Por qué habéis

vuelto mal por bien? ¿No es esta copa en la que bebe mi señor, y por

medio de la cual él suele adivinar? Habéis hecho mal en lo que

hicisteis." (V.M.) Se suponía que esa copa poseía la virtud de

descubrir cualquier substancia venenosa que se pusiese en ella. En

aquel entonces, las copas de esta clase eran altamente apreciadas

como una protección contra el envenenamiento.

A la acusación del mayordomo los viajeros contestaron: "¿Por

qué dice mi señor tales cosas? Nunca tal hagan tus siervos. He aquí,

el dinero que hallamos en la boca de nuestros costales, te lo

volvimos a traer desde la tierra de Canaán; ¿cómo, pues, habíamos

de hurtar de casa de tu señor plata ni oro? Aquel de tus siervos en

quien fuere hallada la copa, que muera, y aun nosotros seremos

siervos de mi señor." "También ahora sea conforme a vuestras

palabras--dijo el mayordomo; aquél en quien se hallare, será mi

siervo, y vosotros seréis sin culpa."

En seguida principió la búsqueda. "Ellos entonces se dieron

prisa, y derribando cada uno su costal en tierra, abrió cada cual el

costal suyo." Y el mayordomo los examinó a todos; comenzando

con Rubén, siguió en orden hasta llegar al menor. La copa se

encontró en el saco de Benjamín.

280


Los hermanos desgarraron su ropa en señal de profundo dolor,

y regresaron lentamente a la ciudad. De acuerdo con su propia

promesa, Benjamín estaba condenado a una vida de esclavitud.

Siguieron al mayordomo hasta el palacio, y encontrando al

gobernador todavía allí, se postraron ante él. "¿Qué obra es esta que

habéis hecho?--dijo.--¿No sabéis que un hombre como yo sabe

adivinar?" José se proponía obtener de ellos un reconocimiento de

su pecado. Jamás había pretendido poseer el poder de adivinar, pero

quería hacerles creer que podía leer los secretos de su vida.

Judá contestó: "¿Qué diremos a mi señor? ¿qué hablaremos? ¿o

con qué nos justificaremos? Dios ha hallado la maldad de tus

siervos: he aquí, nosotros somos siervos de mi señor, nosotros, y

también aquél en cuyo poder fué hallada la copa."

"Nunca yo tal haga--fué la respuesta:--el varón en cuyo poder

fué hallada la copa, él será mi siervo; vosotros id en paz a vuestro

padre."

En su profundo dolor, Judá se acercó al gobernador y exclamó:

"Ay señor mío, ruégote que hable tu siervo una palabra en oídos de

mi señor, y no se encienda tu enojo contra tu siervo, pues que tú eres

como Faraón." Con palabras de conmovedora elocuencia describió

el profundo pesar de su padre por la pérdida de José, y su aversión a

permitir que Benjamín fuese con ellos a Egipto, pues era el único

hijo que le quedaba de su madre Raquel, a quien Jacob había amado

tan tiernamente. "Ahora, pues--dijo él,--cuando llegare yo a tu

281


siervo mi padre, y el mozo no fuere conmigo, como su alma está

ligada al alma de él, sucederá que cuando no vea al mozo, morirá: y

tus siervos harán descender las canas de tu siervo nuestro padre con

dolor a la sepultura. Como tu siervo salió por fiador del mozo con

mi padre, diciendo: Si no te lo volviere, entonces yo seré culpable

para mi padre todos los días; ruégote por tanto que quede ahora tu

siervo por el mozo por siervo de mi señor, y que el mozo vaya con

sus hermanos. Porque ¿cómo iré yo a mi padre sin el mozo? No

podré, por no ver el mal que sobrevendrá a mi padre."

José estaba satisfecho. Había visto en sus hermanos los frutos

del verdadero arrepentimiento. Al oír el noble ofrecimiento de Judá,

ordenó que todos excepto estos hombres se retiraran; entonces,

llorando en alta voz, exclamó: "Yo soy José: ¿vive aún mi padre?"

Sus hermanos permanecieron inmóviles, mudos de temor y

asombro. ¡El gobernador de Egipto era su hermano José, a quien por

envidia habían querido asesinar, y a quien por fin habían vendido

como esclavo! Todos los tormentos que le habían hecho sufrir

pasaron ante ellos. Recordaron cómo habían menospreciado sus

sueños, y cómo habían luchado por evitar que se cumplieran. Sin

embargo, habían participado en el cumplimiento de esos sueños; y

ahora estaban por completo en su poder, y sin duda alguna, él se

vengaría del daño que había sufrido.

Viendo su confusión, les dijo amablemente: "Llegaos ahora a

mí," y cuando se acercaron, él prosiguió: "Yo soy José vuestro

hermano el que vendisteis para Egipto. Ahora pues, no os

282


entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; que para

preservación de vida me envió Dios delante de vosotros."

Considerando que ya habían sufrido ellos lo suficiente por su

crueldad hacia él, noblemente trató de desvanecer sus temores y de

reducir la amargura de su remordimiento.

"Que ya ha habido dos años de hambre en medio de la tierra--

continuó José,--y aun quedan cinco años en que ni habrá arada ni

siega. Y Dios me envió delante de vosotros, para que vosotros

quedaseis en la tierra, y para daros vida por medio de grande

salvamento. Así pues, no me enviasteis vosotros acá, sino Dios, que

me ha puesto por padre de Faraón, y por señor de toda su casa, y por

gobernador en toda la tierra de Egipto. Daos priesa, id a mi padre y

decidle: Así dice tu hijo José: Dios me ha puesto por señor de todo

Egipto; ven a mí, no te detengas: y habitarás en la tierra de Gosén, y

estarás cerca de mí, tú y tus hijos, y los hijos de tus hijos, tus

ganados y tus vacas, y todo lo que tienes. Y allí te alimentaré, pues

aun quedan cinco años de hambre, porque no perezcas de pobreza tú

y tu casa, y todo lo que tienes: y he aquí, vuestros ojos ven, y los

ojos de mi hermano Benjamín, que mi boca os habla." "Y echóse

sobre el cuello de Benjamín su hermano, y lloró; y también

Benjamín lloró sobre su cuello. Y besó a todos sus hermanos, y lloró

sobre ellos: y después sus hermanos hablaron con él." Confesaron

humildemente su pecado, y le pidieron perdón. Durante mucho

tiempo habían sufrido ansiedad y remordimiento, y ahora se

regocijaron de que José estuviera vivo.

La noticia de lo que había ocurrido llegó pronto a oídos del rey,

283


quien, anheloso de manifestar su gratitud a José, confirmó la

invitación del gobernador a su familia, diciendo: "El bien de la tierra

de Egipto será vuestro." Los hermanos de José fueron enviados con

gran provisión de alimentos y carruajes, y todo lo necesario para

trasladar a Egipto a todas sus familias y las personas que dependían

de ellas. José hizo regalos más valiosos a Benjamín que a los otros

hermanos. Luego, temiendo que sobrevinieran disputas entre ellos

durante el viaje de regreso, cuando estaban por partir les dió el

encargo: "No riñáis por el camino."

Los hijos de Jacob volvieron a su padre con la grata noticia:

"José vive aún, y él es señor en toda la tierra de Egipto." Al

principio el anciano se sintió abrumado. No podía creer lo que oía;

pero al ver la larga caravana de carros y animales cargados, y a

Benjamín otra vez con él, se convenció, y en la plenitud de su

regocijo, exclamó: "Basta; José mi hijo vive todavía: iré, y le veré

antes que yo muera."

Quedaba otro acto de humillación para los diez hermanos.

Confesaron a su padre el engaño y la crueldad que durante tantos

años habían amargado la vida de él y la de ellos. Jacob no los había

creído capaces de tan vil pecado, pero vió que todo había sido

dirigido para bien, y perdonó y bendijo a sus descarriados hijos.

Muy pronto el padre y los hijos, con sus familias, sus rebaños y

manadas, y muchos asistentes, se pusieron en camino a Egipto.

Viajaron con corazón regocijado, y cuando llegaron a Beerseba el

patriarca ofreció sacrificios de agradecimiento, e imploró al Señor

284


que les otorgase una garantía de que iría con ellos. En una visión

nocturna recibió la divina palabra: "No temas de descender a Egipto,

porque yo te pondré allí en gran gente. Yo descenderé contigo a

Egipto, y yo también te haré volver."

La promesa: "No temas de descender a Egipto, porque yo te

pondré allí en gran gente," era muy significativa. Se había

prometido que su posteridad sería tan numerosa como las estrellas;

pero hasta entonces el pueblo elegido había aumentado lentamente.

Y la tierra de Canaán no ofrecía en ese tiempo campo propicio para

el desarrollo de la nación que se había predicho. Estaba en posesión

de tribus paganas poderosas que no habrían de ser desalojadas hasta

"la cuarta generación." De haber quedado allí, para convertirse en un

pueblo numeroso, los descendientes de Israel hubiesen tenido que

expulsar a los habitantes de la tierra o dispersarse entre ellos.

Conforme a la disposición divina, no podían hacer lo primero; y si

se mezclaban con los cananeos, se expondrían a ser seducidos por la

idolatría. Egipto, sin embargo, ofrecía las condiciones necesarias

para el cumplimiento del propósito divino. Se les ofrecía allí un

sector del país bien regado y fértil, con todas las ventajas necesarias

para un rápido aumento. Y la antipatía que habían de encontrar en

Egipto debido a su ocupación, pues "los Egipcios abominan todo

pastor de ovejas," les permitiría seguir siendo un pueblo distinto y

separado, y serviría para impedirles que participaran en la idolatría

egipcia.

Al llegar a Egipto, la compañía se dirigió a la tierra de Gosén.

Allí fué José en su carro oficial, acompañado de un séquito

285


principesco. Olvidó el esplendor de su ambiente y la dignidad de su

posición; un solo pensamiento llenaba su mente, un anhelo

conmovía su corazón. Cuando divisó la llegada de los viajeros, no

pudo ya reprimir el amor cuyos anhelos había sofocado durante tan

largos años. Saltó de su carro, y corrió a dar la bienvenida a su

padre. "Echóse sobre su cuello, y lloró sobre su cuello bastante.

Entonces Israel dijo a José: Muera yo ahora, ya que he visto tu

rostro, pues aun vives."

José llevó a cinco de sus hermanos para presentarlos a Faraón,

y para que se les diera la tierra en que iban a establecer sus hogares.

La gratitud hacia su primer ministro induciría al monarca a

honrarlos con nombramientos para ocupar cargos oficiales; pero

José, leal al culto de Jehová, trató de salvar a sus hermanos de las

tentaciones a que se expondrían en una corte pagana; por

consiguiente, les aconsejó que cuando el rey les preguntase, le

dijesen francamente su ocupación. Los hijos de Jacob siguieron este

consejo, teniendo cuidado también de manifestar que habían venido

a morar temporalmente en la tierra, y no a permanecer allí,

reservándose de esa manera el derecho de marcharse cuando lo

desearan. El rey les asignó un lugar, como había ofrecido, en lo

mejor del país, en la tierra de Gosén.

Poco tiempo después, José llevó también a su padre para

presentarlo al rey. El patriarca era extraño al ambiente de las cortes

reales; pero en medio de las sublimes escenas de la naturaleza había

tenido comunión con el Monarca más poderoso; y ahora con

consciente superioridad, alzó las manos y bendijo a Faraón.

286


En su primer saludo a José, Jacob habló como si con esta

conclusión jubilosa de su largo dolor y ansiedad, estuviese listo para

morir. Pero todavía se le otorgaron diecisiete años en el quieto retiro

de Gosén. Estos años fueron un feliz contraste con los que los

habían precedido. Jacob vió en sus hijos evidencias de un verdadero

arrepentimiento. Vió a su familia rodeada de todas las condiciones

necesarias para convertirse en una gran nación; y su fe se afirmó en

la segura promesa de su futuro establecimiento en Canaán. El

mismo estaba rodeado de todas las demostraciones de amor y favor

que el primer ministro de Egipto podía dispensar; y feliz en la

compañía de su hijo por tanto tiempo perdido, descendió quieta y

apaciblemente al sepulcro.

Cuando sintió que se aproximaba la muerte, mandó llamar a

José. Aferrándose siempre con firmeza a la promesa de Dios

referente a la posesión de Canaán, dijo: "Ruégote que no me

entierres en Egipto. Mas cuando durmiere con mis padres, llevarme

has de Egipto, y me sepultarás en el sepulcro de ellos." José

prometió hacerlo, pero Jacob no estaba satisfecho con esto; le pidió

que le jurara solemnemente que le enterraría junto a sus padres en la

cueva de Macpela.

Otro asunto importante exigía atención; los hijos de José

habían de ser formalmente recibidos entre los hijos de Israel. A la

última entrevista con su padre, José llevó consigo a Efraín y

Manasés. Estos jóvenes estaban ligados por parte de su madre a la

orden más alta del sacerdocio egipcio; y si ellos eligieran unirse a

287


los egipcios, la posición de su padre les abriría el camino a la

opulencia y la distinción. Pero José deseaba que ellos se unieran a su

propio pueblo. Manifestó su fe en la promesa del pacto, en favor de

sus hijos, renunciando a todos los honores de la corte egipcia a

cambio de un lugar entre las despreciadas tribus de pastores a

quienes se habían confiado los oráculos de Dios.

Dijo Jacob: "Y ahora tus dos hijos Ephraim y Manasés, que te

nacieron en la tierra de Egipto, antes que viniese a ti a la tierra de

Egipto, míos son; como Rubén y Simeón, serán míos." Habían de

ser adoptados como sus propios hijos, y llegarían a ser jefes de

tribus separadas. De esa manera uno de los privilegios de la

primogenitura, perdida por Rubén, había de recaer en José; a saber,

una porción doble en Israel.

La vista de Jacob estaba debilitada por la edad, y no se había

dado cuenta de la presencia de los jóvenes; pero al ver sus siluetas,

dijo: "¿Quiénes son éstos?" Al saberlo, agregó: "Allégalos ahora a

mí, y los bendeciré." Al acercársele, el patriarca los abrazó y los

besó, poniendo sus manos solemnemente sobre sus cabezas para

bendecirlos. Entonces pronunció la oración: "El Dios en cuya

presencia anduvieron mis padres Abraham e Isaac, el Dios que me

mantiene desde que yo soy hasta este día, el Angel que me liberta de

todo mal, bendiga a estos mozos: y mi nombre sea llamado en ellos,

y el nombre de mis padres Abraham e Isaac: y multipliquen en gran

manera en medio de la tierra." No había ya en él espíritu de

autoindependencia, ni confianza en los arteros poderes humanos.

Dios había sido su guardador y su sostén. No se quejó de los malos

288


días pasados. Ya no consideraba sus pruebas y dolores como cosas

que habían obrado contra él. Su memoria sólo evocó la misericordia

y las bondades del que había estado con él durante toda su

peregrinacion.

Terminada la bendición, dejando para las generaciones

venideras que iban a pasar por largos años de esclavitud y dolor este

testimonio de su fe, Jacob le aseguró a su hijo: "He aquí, yo muero,

mas Dios será con vosotros, y os hará volver a la tierra de vuestros

padres."

Por fin todos los hijos de Jacob se reunieron alrededor de su

lecho de muerte. Jacob llamó a sus hijos y dijo: "Juntaos y oíd, hijos

de Jacob; y escuchad a vuestro padre Israel." "Y os declararé lo que

os ha de acontecer en los postreros días." A menudo había pensado

ansiosamente en el futuro de sus hijos, y había tratado de concebir

un cuadro de la historia de las diferentes tribus. Ahora, mientras sus

hijos esperaban su última bendición, el Espíritu de la inspiración se

posó sobre él; y se presentó ante él en profética visión el futuro de

sus descendientes. Uno después de otro, mencionó los nombres de

sus hijos, describió el carácter de cada uno, y predijo brevemente la

historia futura de sus tribus.

"Rubén, tú eres mi primogénito, Mi fortaleza, y el principio de

mi vigor; Principal en dignidad, principal en poder."

Así describió el padre la que debió haber sido la posición de

Rubén como hijo primogénito; pero el grave pecado que cometiera

289


en Edar le había hecho indigno de la bendición de la primogenitura.

Jacob continuó:

"Corriente como las aguas, no seas el principal."

El sacerdocio fué otorgado a Leví, el reino y la promesa

mesiánica a Judá, y la doble porción de la herencia a José. Nunca

ascendió la tribu de Rubén a una posición eminente en Israel; no fué

tan numerosa como la de Judá, la de José, o la de Dan; y se contó

entre las primeras que fueron llevadas en cautiverio.

Simeón y Leví seguían en edad a Rubén. Ambos se habían

unido en su crueldad contra los siquemitas, y también habían sido

los más culpables en la venta de José. Acerca de ellos se declaró:

"Yo los apartaré en Jacob, Y los esparciré en Israel."

Cuando se hizo el censo de Israel poco antes de su entrada a

Canaán, la tribu de Simeón resultó la más pequeña. Moisés, en su

última bendición, no aludió a Simeón. Al establecerse en Canaán,

esta tribu recibió sólo una pequeña porción de la parte de Judá, y las

familias que después se hicieron poderosas formaron distintas

colonias, y se establecieron fuera de las fronteras de la tierra santa.

Leví tampoco recibió herencia, excepto cuarenta y ocho ciudades

diseminadas en diferentes partes de la tierra. En el caso de esta tribu,

sin embargo, su fidelidad a Jehová, cuando las otras tribus

apostataron, mereció que fuera apartada para el servicio sagrado del

santuario, y de esa manera la maldición se trocó en bendición.

290


Las más altas bendiciones de la primogenitura se transfirieron a

Judá. El significado del nombre, que quiere decir alabanza, se

describe en la historia profética de esta tribu:

"Judá, alabarte han tus hermanos: Tu mano en la cerviz de tus

enemigos: Los hijos de tu padre se inclinarán a ti. Cachorro de león

Judá: De la presa subiste, hijo mío: Encorvóse, echóse como león,

así como león viejo; ¿Quién lo despertará? No será quitado el cetro

de Judá, Y el legislador de entre sus pies, Hasta que venga Shiloh; Y

a él se congregarán los pueblos."

El león, rey de la selva, es símbolo apropiado de la tribu de la

cual descendió David, y del hijo de David, Shiloh, el verdadero

"león de la tribu de Judá," ante quien todos los poderes se inclinarán

finalmente, y a quien todas las naciones rendirán homenaje.

Para la mayoría de sus hijos Jacob predijo un futuro próspero.

Finalmente llegó al nombre de José, y el corazón del padre desbordó

al invocar las bendiciones sobre "el Nazareo de sus hermanos."

"Ramo fructífero José, Ramo fructífero junto a fuente, Cuyos

vástagos se extienden sobre el muro. Y causáronle amargura, y

asaeteáronle, Y aborreciéronle los archeros: Mas su arco quedó en

fortaleza, Y los brazos de sus manos se corroboraron Por las manos

del Fuerte de Jacob, (De allí el pastor y la piedra de Israel,) Del Dios

de tu padre, el cual te ayudará, Y del Omnipotente, el cual te

bendecirá Con bendiciones de los cielos de arriba, Con bendiciones

291


del abismo que está abajo, Con bendiciones del seno y de la matriz.

Las bendiciones de tu padre fueron mayores Que las bendiciones de

mis progenitores: Hasta el término de los collados eternos Serán

sobre la cabeza de José, Y sobre la mollera del Nazareo de sus

hermanos."

Jacob había sido siempre un hombre de profundos y ardientes

afectos; su amor por sus hijos era fuerte y tierno, y el testimonio que

dió de ellos en su lecho de muerte no fué expresión de parcialidad ni

resentimiento. Había perdonado a todos, y los amó a todos hasta el

fin. Su ternura paternal se habría expresado sólo en palabras de

ánimo y de esperanza; pero el poder de Dios se posó sobre él, y bajo

la influencia de la inspiración fué constreñido a declarar la verdad,

por penosa que fuera.

Una vez pronunciadas las últimas bendiciones, Jacob repitió el

encargo referente al sitio de su entierro: "Yo voy a ser reunido con

mi pueblo: sepultadme con mis padres ... en la cueva que está en el

campo de Macpela.... Allí sepultaron a Abraham y a Sara su mujer;

allí sepultaron a Isaac y a Rebeca su mujer; allí también sepulté yo a

Lea." De esta manera el último acto de su vida fué manifestar su fe

en la promesa de Dios.

Los últimos años de Jacob le proporcionaron un atardecer

tranquilo y descansado después de un inquieto y fatigoso día. Se

habían juntado obscuras nubes sobre su camino; sin embargo, la

puesta de su sol fué clara, y el fulgor del cielo iluminó la hora de su

partida. Dice la Escritura: "Al tiempo de la tarde habrá luz."

292


"Considera al íntegro, y mira al justo: que la postrimería de cada uno

de ellos es paz." Zacarías 14:7; Salmos 37:37.

Jacob había pecado, y había sufrido hondamente. Había tenido

que pasar muchos años de trabajo, cuidado y dolor desde el día en

que su gran pecado le obligó a huir de las tiendas de su padre.

Había sido fugitivo sin hogar, separado de su madre a quien

nunca volvió a ver; trabajó siete años por la que amó, sólo para ser

vilmente defraudado; trabajó veinte años al servicio de un pariente

codicioso y rapaz; vió aumentar su riqueza y crecer a sus hijos en su

derredor, pero halló poco regocijo en su contenciosa y dividida

familia; se sintió dolorido por la vergüenza de su hija, por la

venganza de los hermanos de ésta, por la muerte de Raquel, por el

monstruoso delito de Rubén, por el pecado de Judá, por el cruel

engaño y la malicia perpetrada en José. ¡Cuán negra y larga es la

lista de iniquidades expuestas a la vista! Vez tras vez había

cosechado el fruto de aquella primera mala acción. Vez tras vez vió

repetidos entre sus hijos los pecados de los cuales él mismo había

sido culpable. Pero aunque la disciplina había sido amarga, había

cumplido su obra. El castigo, aunque doloroso, había producido el

"fruto apacible de justicia." Hebreos 12:11.

La inspiración registra fielmente las faltas de los hombres

buenos que fueron distinguidos por el favor de Dios; en realidad, sus

defectos resaltaban más que sus virtudes. Muchos se han preguntado

el porqué de esto, y ha sido motivo de que el infiel se burle de la

Biblia. Pero una de las evidencias más poderosas de la veracidad de

293


la Escritura consiste en que ella no hermosea las acciones de sus

personajes principales ni tampoco oculta sus pecados. Las mentes de

los hombres están tan sujetas a prejuicios que no es posible que la

historia humana sea absolutamente imparcial. Si la Biblia hubiera

sido escrita por personas no inspiradas, habría presentado

indudablemente el carácter de sus hombres distinguidos bajo un

aspecto más favorable. Pero tal como es, nos proporciona un relato

correcto de sus vidas.

Los hombres a quienes Dios favoreció, y a quienes confió

grandes responsabilidades, fueron a veces vencidos por la tentación

y cometieron pecados, tal como nosotros hoy luchamos, vacilamos y

frecuentemente caemos en el error. Sus vidas, con todos sus defectos

y extravíos, están ante nosotros, para que nos sirvan de aliento y

amonestación. Si se los hubiera presentado como personas

intachables, nosotros, con nuestra naturaleza pecaminosa, podríamos

desesperar por nuestros errores y fracasos. Pero viendo cómo

lucharon otros con desalientos como los nuestros, cómo cayeron en

la tentación como nos ha ocurrido a nosotros, y cómo, sin embargo,

se reanimaron y llegaron a triunfar mediante la gracia de Dios, nos

sentimos alentados en nuestra lucha por la justicia. Así como ellos,

aunque vencidos algunas veces, recuperaron lo perdido y fueron

bendecidos por Dios, también nosotros podemos ser vencedores

mediante el poder de Jesús. Por otro lado, la narración de sus vidas

puede servirnos de amonestación. Muestra que de ninguna manera

justifica Dios al culpable. Ve el pecado que haya en aquellos a

quienes más favoreció, y lo castiga en ellos aun más severamente

que en los que tienen menos luz y responsabilidad.

294


Después del entierro de Jacob, el temor se volvió a apoderar del

corazón de los hermanos de José. No obstante la bondad de éste

hacia ellos, la conciencia culpable los hizo desconfiados y

suspicaces. Tal vez José había postergado su venganza por

consideración a su padre, y ahora les impondría el largamente

aplazado castigo por su crimen. No se atrevieron a comparecer

personalmente ante él, sino que le enviaron un mensaje: "Tu padre

mandó antes de su muerte, diciendo: Así diréis a José: Ruégote que

perdones ahora la maldad de tus hermanos y su pecado, porque mal

te trataron: por tanto ahora te rogamos que perdones la maldad de

los siervos del Dios de tu padre." Este mensaje conmovió a José y le

hizo derramar lágrimas, así que, animados por esto, sus hermanos

fueron y se postraron ante él, diciéndole: "Henos aquí por tus

siervos." El amor de José hacia sus hermanos era profundo y

desinteresado, y sintió dolor ante la idea de que le creyeran capaz de

abrigar un espíritu vengativo contra ellos. "No temáis--dijo él:--

¿estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal sobre mí, mas

Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para

mantener en vida a mucho pueblo. Ahora, pues, no tengáis miedo;

yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos."

La vida de José ilustra la vida de Cristo. Fué la envidia la que

impulsó a los hermanos de José a venderlo como esclavo. Esperaban

impedir que llegase a ser superior a ellos. Y cuando fué llevado a

Egipto, se vanagloriaron de que ya no serían molestados con sus

sueños y de que habían eliminado toda posibilidad de que éstos se

cumplieran. Pero su proceder fué contrarrestado por Dios y él lo

295


hizo servir para cumplir el mismo acontecimiento que trataban de

impedir. De la misma manera los sacerdotes y dirigentes judíos

sintieron celos de Cristo y temieron que desviaría de ellos la

atención del pueblo. Le dieron muerte para impedir que llegase a ser

rey, pero al obrar así provocaron ese mismo resultado.

Mediante su servidumbre en Egipto, José se convirtió en el

salvador de la familia de su padre. No obstante, este hecho no

aminoró la culpa de sus hermanos. Asimismo la crucifixión de

Cristo por sus enemigos le hizo Redentor de la humanidad, Salvador

de la raza perdida y soberano de todo el mundo; pero el crimen de

sus asesinos fué tan execrable como si la mano providencial de Dios

no hubiese dirigido los acontecimientos para su propia gloria y para

bien de los hombres.

Así como José fué vendido a los paganos por sus propios

hermanos, Cristo fué vendido a sus enemigos más enconados por

uno de sus discípulos. José fué acusado falsamente y arrojado en una

prisión por su virtud; asimismo Cristo fué menospreciado y

rechazado porque su vida recta y abnegada reprendía el pecado; y

aunque no fué culpable de mal alguno, fué condenado por el

testimonio de testigos falsos. La paciencia y la mansedumbre de

José bajo la injusticia y la opresión, el perdón que otorgó

espontáneamente y su noble benevolencia para con sus hermanos

inhumanos, representan la paciencia sin quejas del Salvador en

medio de la malicia y el abuso de los impíos, y su perdón que otorgó

no sólo a sus asesinos, sino también a todos los que se alleguen a él

confesando sus pecados y buscando perdón.

296


José vivió cincuenta y cuatro años después de la muerte de su

padre. Alcanzó a ver "los hijos de Ephraim, hasta la tercera

generación: también los hijos de Machir, hijo de Manasés, fueron

criados sobre las rodillas de José." Presenció el aumento y la

prosperidad de su pueblo, y durante todos estos años su fe en la

divina restauración de Israel a la tierra prometida fué inconmovible.

Cuando vió que se acercaba su fin, llamó a todos sus parientes.

Aunque había sido tan honrado en la tierra de los Faraones, Egipto

no era para él más que el lugar de su destierro; lo último que hizo

fué indicar que había echado su suerte con Israel. Sus últimas

palabras fueron: "Dios ciertamente os visitará, y os hará subir de

aquesta tierra a la tierra que juró a Abraham, a Isaac, y a Jacob." E

hizo jurar solemnemente a los hijos de Israel que llevarían sus

huesos consigo a la tierra de Canaán.

"Y murió José de edad de ciento y diez años; y

embalsamáronlo, y fué puesto en un ataúd en Egipto." A través de

los siglos de trabajo que siguieron, aquel ataúd, recuerdo de las

postreras palabras de José, daba testimonio a Israel de que ellos eran

sólo peregrinos en Egipto, y les ordenaba que cifraran sus

esperanzas en la tierra prometida, pues el tiempo de la liberación

llegaría con toda seguridad.

297


Capítulo 22

Moisés

Para proveerse de alimentos durante el tiempo de hambre, el

pueblo egipcio había vendido a la corona su ganado y sus tierras, y

finalmente se habían comprometido a una servidumbre perpetua.

Pero José proveyó sabiamente para su liberación; les permitió que

fuesen arrendatarios del rey, quien seguía conservando las tierras y a

quien le pagaban un tributo anual de un quinto de los productos de

su trabajo.

Pero los hijos de Jacob no necesitaban someterse a tales

condiciones. A causa de los servicios que José había prestado a la

nación egipcia, no solamente se les otorgó una parte del país para

que moraran allí, sino que fueron exonerados del pago de impuestos,

y se les proveyó liberalmente de los alimentos necesarios mientras

duró el hambre. El rey reconoció públicamente que gracias a la

misericordiosa intervención del Dios de José, Egipto gozaba de

abundancia mientras otras naciones estaban pereciendo de hambre.

Vió también que la administración de José había enriquecido

grandemente el reino, y su gratitud rodeó a la familia de Jacob con

el favor real.

Pero con el correr del tiempo, el gran hombre a quien Egipto

debía tanto, y la generación bendecida por su obra, descendieron al

sepulcro. Y "levantóse entretanto un nuevo rey sobre Egipto, que no

298


conocía a José." (Véase Exodo 1-4.) No era que ignorase los

servicios prestados por José a la nación; pero no quiso reconocerlos,

y hasta donde le fué posible, trató de enterrarlos en el olvido. "El

cual dijo a su pueblo: He aquí, el pueblo de los hijos de Israel es

mayor y más fuerte que nosotros: ahora, pues, seamos sabios para

con él, porque no se multiplique, y acontezca que viniendo guerra, él

también se junte con nuestros enemigos, y pelee contra nosotros, y

se vaya de la tierra."

Los israelitas se habían hecho ya muy numerosos. "Crecieron,

y multiplicaron, y fueron aumentados y corroborados en extremo; y

llenóse la tierra de ellos." Gracias al cuidado protector de José y al

favor del rey que gobernaba en aquel entonces, se habían

diseminado rápidamente por el país. Pero se habían mantenido como

una raza distinta, sin tener nada en común con los egipcios en sus

costumbres o en su religión; y su número creciente excitaba el

recelo del rey y su pueblo, pues temían que en caso de guerra se

uniesen con los enemigos de Egipto. Sin embargo, las leyes

prohibían que fueran expulsados del país. Muchos de ellos eran

obreros capacitados y entendidos, y contribuían grandemente a la

riqueza de la nación; el rey los necesitaba para la construcción de

sus magníficos palacios y templos. Por lo tanto, los equiparó con los

egipcios que se habían vendido con sus posesiones al reino. Poco

después puso sobre ellos "comisarios de tributos" y completó su

esclavitud. "Y los Egipcios hicieron servir a los hijos de Israel con

dureza: y amargaron su vida con dura servidumbre, en hacer barro y

ladrillo, y en toda labor del campo, y en todo su servicio, al cual los

obligaban con rigorismo." "Empero cuanto más los oprimían, tanto

299


más se multiplicaban y crecían."

El rey y sus consejeros habían esperado someter a los israelitas

mediante trabajos arduos, y de esa manera disminuir su número y

sofocar su espíritu independiente. Al fracasar en el logro de sus

propósitos, usaron medidas mucho más crueles. Se ordenó a las

mujeres cuya profesión les daba la oportunidad de hacerlo, que

dieran muerte a los niños varones hebreos en el momento de nacer.

Satanás fué el instigador de este plan. Sabía que entre los israelitas

había de levantarse un libertador; y al inducir al rey a destruir a los

niños varones, esperaba derrotar el propósito divino. Pero esas

mujeres temían a Dios, y no osaron cumplir tan cruel mandato. El

Señor aprobó su conducta, y las hizo prosperar. El rey, disgustado

por el fracaso de su propósito, dió a la orden un carácter más urgente

y general. Pidió a toda la nación que buscara y diera muerte a sus

víctimas desamparadas. "Entonces Faraón mandó a todo su pueblo,

diciendo: Echad en el río todo hijo que naciere, y a toda hija

reservad la vida."

Mientras este decreto estaba en vigencia, les nació un hijo a

Amrán y Jocabed, israelitas devotos de la tribu de Leví. El niño era

hermoso, y los padres, creyendo que el tiempo de la liberación de

Israel se acercaba y que Dios iba a suscitar un libertador para su

pueblo, decidieron que el niño no fuera sacrificado. La fe en Dios

fortaleció sus corazones, y "no temieron el mandamiento del rey."

La madre logró ocultar al niño durante tres meses. Entonces

viendo que ya no podía esconderlo con seguridad, preparó una

300


arquilla de juncos, la impermeabilizó con pez y betún, y colocando

al niño en ella, la depositó en un carrizal de la orilla del río. No se

atrevió a permanecer allí para cuidarla ella misma, por temor a que

se perdiera tanto la vida del niño como la suya, pero María, la

hermana del niño, quedó allí cerca, aparentando indiferencia, pero

vigilando ansiosamente para ver qué sería de su hermanito. Y había

otros observadores. Las fervorosas oraciones de la madre habían

confiado a su hijo al cuidado de Dios; e invisibles ángeles vigilaban

la humilde cuna. Ellos dirigieron a la hija de Faraón hacia aquel

sitio. La arquilla llamó su atención, y cuando vió al hermoso niño

una sola mirada le bastó para leer su historia. Las lágrimas del

pequeño despertaron su compasión, y sus simpatías se conmovieron

al pensar en la madre desconocida que había apelado a este medio

para preservar la vida de su precioso hijo. Decidió salvarlo

adoptándole como hijo suyo.

María había estado observando secretamente todos los

movimientos; así que viendo que trataban al niño tiernamente, se

aventuró a acercarse y por último preguntó a la princesa: "¿Iré a

llamarte un ama de las Hebreas, para que te críe este niño?" Se le

autorizó a que lo hiciera.

La hermana se apresuró a llevar a su madre la feliz noticia, y

sin tardanza se presentó con ella ante la hija de Faraón. "Lleva este

niño, y críamelo, y yo te lo pagaré," dijo la princesa.

Dios había oído las oraciones de la madre; su fe fué premiada.

Con profunda gratitud emprendió su tarea, que ahora no entrañaba

301


peligro. Aprovechó fielmente la oportunidad de educar a su hijo

para Dios. Estaba segura de que había sido preservado para una gran

obra, y sabía que pronto debería entregarlo a su madre adoptiva, y se

vería rodeado de influencias que tenderían a apartarlo de Dios. Todo

esto la hizo más diligente y cuidadosa en su instrucción que en la de

sus otros hijos. Trató de inculcarle la reverencia a Dios y el amor a

la verdad y a la justicia, y oró fervorosamente que fuese preservado

de toda influencia corruptora. Le mostró la insensatez y el pecado de

la idolatría, y desde muy temprana edad le enseñó a postrarse y orar

al Dios viviente, el único que podía oírle y ayudarle en toda

emergencia.

La madre retuvo a Moisés tanto tiempo como pudo, pero se vió

obligada a entregarlo cuando tenía como doce años de edad. De su

humilde cabaña fué llevado al palacio real, y la hija de Faraón lo

prohijó. Pero en Moisés no se borraron las impresiones que había

recibido en su niñez. No podía olvidar las lecciones que aprendió

junto a su madre. Le fueron un escudo contra el orgullo, la

incredulidad y los vicios que florecían en medio del esplendor de la

corte.

¡Cuán extensa en sus resultados fué la influencia de aquella

sola mujer hebrea, a pesar de ser una esclava desterrada! Toda la

vida de Moisés y la gran misión que cumplió como caudillo de

Israel dan fe de la importancia de la obra de una madre piadosa.

Ninguna otra tarea se puede igualar a ésta. En un grado sumo, la

madre modela con sus manos el destino de sus hijos. Influye en las

mentes y los caracteres, y obra no sólo para el presente sino también

302


para la eternidad. Siembra la semilla que germinará y dará fruto, ya

sea para bien o para mal. La madre no tiene que pintar una forma

bella sobre un lienzo, ni cincelarla en un mármol, sino que tiene que

grabar la imagen divina en el alma humana. Muy especialmente

durante los años tiernos de los hijos, descansa sobre ella la

responsabilidad de formar su carácter. Las impresiones que en ese

tiempo se hacen sobre sus mentes que están en proceso de

desarrollo, permanecerán a través de toda su vida. Los padres

debieran dirigir la instrucción y la educación de sus hijos mientras

son niños, con el propósito de que sean piadosos. Son puestos bajo

nuestro cuidado para que los eduquemos, no como herederos del

trono de un imperio terrenal, sino como reyes para Dios, que han de

reinar al través de las edades sempiternas.

Comprenda toda madre que su tiempo no tiene precio; su obra

ha de probarse en el solemne día de la rendición de cuentas.

Entonces se hallará que muchos fracasos y crímenes de los hombres

y mujeres fueron resultado de la ignorancia y negligencia de quienes

debieron haber guiado sus pies infantiles por el camino recto.

Entonces se hallará que muchos de los que beneficiaron al mundo

con la luz del genio, la verdad y santidad, recibieron de una madre

cristiana y piadosa los principios que fueron la fuente de su

influencia y éxito.

En la corte de Faraón, Moisés recibió la más alta educación

civil y militar. El monarca había decidido hacer de su nieto adoptivo

el sucesor del trono, y el joven fué educado para esa alta posición.

"Y fué enseñado Moisés en toda la sabiduría de los egipcios; y era

303


poderoso en sus dichos y hechos." Hechos 7:22. Su habilidad como

caudillo militar le convirtió en el favorito del ejército egipcio, y la

generalidad le consideraba como un personaje notable. Satanás

había sido derrotado en sus propósitos. El mismo decreto que

condenaba a muerte a los niños hebreos había sido usado por Dios

para educar y adiestrar al futuro caudillo de su pueblo.

A los ancianos de Israel les comunicaron los ángeles que la

época de su liberación se acercaba, y que Moisés era el hombre que

Dios emplearía para realizar esta obra. Los ángeles también

instruyeron a Moisés, diciéndole que Jehová le había elegido para

poner fin a la servidumbre de su pueblo. Suponiendo Moisés que los

hebreos habían de obtener su libertad mediante la fuerza de las

armas, esperaba dirigir las huestes hebreas contra los ejércitos

egipcios, y teniendo esto en cuenta, fué cuidadoso con sus afectos,

para evitar que por apego a su madre adoptiva o a Faraón no se

sintiese libre para hacer la voluntad de Dios.

De conformidad con las leyes de Egipto, todos los que

ocupaban el trono de los Faraones debían llegar a ser miembros de

la casta sacerdotal; y Moisés, como presunto heredero, debía ser

iniciado en los misterios de la religión nacional. Se responsabilizó

de esto a los sacerdotes. Pero aunque era celoso e incansable

estudiante, no pudieron inducirle a la adoración de los dioses. Fué

amenazado con la pérdida de la corona, y se le advirtió que sería

desheredado por la princesa si insistía en su apego a la fe hebrea.

Pero permaneció inconmovible en su determinación de no rendir

homenaje a otro Dios que el Hacedor del cielo y de la tierra. Razonó

304


con los sacerdotes y los adoradores de los dioses egipcios,

mostrándoles la insensatez de su veneración supersticiosa hacia

objetos inanimados. Nadie pudo refutar sus argumentos o cambiar

su propósito; sin embargo, por un tiempo su firmeza fué tolerada a

causa de su elevada posición, y por el favor que le dispensaban tanto

el rey como el pueblo.

"Por fe Moisés, hecho ya grande, rehusó ser llamado hijo de la

hija de Faraón; escogiendo antes ser afligido con el pueblo de Dios,

que gozar de comodidades temporales de pecado. Teniendo por

mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los

Egipcios; porque miraba la remuneración." Hebreos 11:24-26.

Moisés estaba capacitado para destacarse entre los grandes de la

tierra, para brillar en las cortes del reino más glorioso, y para

empuñar el cetro de su poder. Su grandeza intelectual lo distingue

entre los grandes de todas las edades, y no tiene par como

historiador, poeta, filósofo, general y legislador. Con el mundo a su

alcance, tuvo fuerza moral para rehusar las halagüeñas perspectivas

de riqueza, grandeza y fama, "escogiendo antes ser afligido con el

pueblo de Dios, que gozar de comodidades temporales de pecado."

Moisés había sido instruido tocante al galardón final que será

dado a los humildes y obedientes siervos de Dios, y en comparación

con el cual la ganancia mundanal se hundía en su propia

insignificancia. El magnífico palacio de Faraón y el trono del

monarca fueron ofrecidos a Moisés para seducirle; pero él sabía que

los placeres pecaminosos que hacen a los hombres olvidarse de Dios

imperaban en sus cortes señoriales. Vió más allá del esplendoroso

305


palacio, más allá de la corona de un monarca, los altos honores que

se otorgarán a los santos del Altísimo en un reino que no tendrá

mancha de pecado. Vió por la fe una corona imperecedera que el

Rey del cielo colocará en la frente del vencedor. Esta fe le indujo a

apartarse de los señores de esta tierra, y a unirse con la nación

humilde, pobre y despreciada que había preferido obedecer a Dios

antes que servir al pecado.

Moisés permaneció en la corte hasta los cuarenta años de edad.

Con frecuencia pensaba en la abyecta condición de su pueblo, y

visitaba a sus hermanos sujetos a servidumbre, y los animaba con la

seguridad de que Dios obraría su liberación. A menudo, provocado

al resentimiento por las escenas de injusticia y opresión que veía,

anhelaba vengar sus males. Un día, en una de sus visitas, al ver que

un egipcio golpeaba a un israelita, se arrojó sobre aquél y le dió

muerte. No hubo testigos del hecho, excepto el israelita, y Moisés

sepultó inmediatamente el cuerpo en la arena. Habiendo demostrado

que estaba listo para apoyar la causa de su pueblo, esperaba verlo

levantarse para recobrar su libertad. "Pero él pensaba que sus

hermanos entendían que Dios les había de dar salud por su mano;

mas ellos no lo habían entendido." Hechos 7:25. Aun no estaban

preparados para la libertad.

Al siguiente día Moisés vió a dos hebreos que reñían entre sí,

uno de ellos era evidentemente culpable. Moisés le reprendió, y el

hombre, oponiéndosele, le negó el derecho a intervenir y le acusó

así vilmente de un crimen: "¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y

juez sobre nosotros? ¿piensas matarme como mataste al egipcio?"

306


Todo el asunto, exagerado en sumo grado, se supo rápidamente

entre los egipcios, y hasta llegó a oídos de Faraón. Se le dijo al rey

que este acto era muy significativo; que Moisés tenía el propósito de

acaudillar a su pueblo contra los egipcios; que quería derrocar el

gobierno y ocupar el trono; y que no habría seguridad para el reino

mientras él viviese. El monarca decidió en seguida que debía morir.

Reconociendo su peligro, Moisés huyó hacia Arabia.

El Señor dirigió su marcha, y encontró asilo en casa de Jetro,

sacerdote y príncipe de Madián que también adoraba a Dios.

Después de un tiempo, Moisés se casó con una de las hijas de Jetro;

y allí, al servicio de su suegro como pastor de ovejas, permaneció

por espacio de cuarenta años.

Al dar muerte al egipcio, Moisés había caído en el mismo error

que cometieron tan a menudo sus antepasados; es decir, había

intentado realizar por sí mismo lo que Dios había prometido hacer.

Dios no se proponía libertar a su pueblo mediante la guerra, como

pensó Moisés, sino por su propio gran poder, para que la gloria

fuese atribuída sólo a él. No obstante, aun de este acto apresurado se

valió el Señor para cumplir sus propósitos. Moisés no estaba

preparado para su gran obra. Aun tenía que aprender la misma

lección de fe que se les había enseñado a Abrahán y a Jacob, es

decir, a no depender, para el cumplimiento de las promesas de Dios,

de la fuerza y sabiduría humanas, sino del poder divino. Había otras

lecciones que Moisés había de recibir en medio de la soledad de las

montañas. En la escuela de la abnegación y las durezas había de

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aprender a ser paciente y a temperar sus pasiones. Antes de poder

gobernar sabiamente, debía ser educado en la obediencia. Antes de

poder enseñar el conocimiento de la divina voluntad a Israel, su

propio corazón debía estar en plena armonía con Dios. Mediante su

propia experiencia debía prepararse para ejercer un cuidado paternal

sobre todos los que necesitasen su ayuda.

El ser humano se habría evitado ese largo período de trabajo y

obscuridad, por considerarlo como una gran pérdida de tiempo. Pero

la Sabiduría infinita determinó que el que había de ser el caudillo de

su pueblo pasara cuarenta años haciendo el humilde trabajo de

pastor. Así desarrolló hábitos de atento cuidado, olvido de sí mismo

y tierna solicitud por su rebaño, que le prepararon para ser el

compasivo y paciente pastor de Israel. Ninguna ventaja que la

educación o la cultura humanas pudiesen otorgar, podría haber

substituído a esta experiencia.

Moisés había aprendido muchas cosas que debía olvidar. Las

influencias que le habían rodeado en Egipto, el amor a su madre

adoptiva, su propia elevada posición como nieto del rey, el

libertinaje que reinaba por doquiera, el refinamiento, la sutileza y el

misticismo de una falsa religión, el esplendor del culto idólatra, la

solemne grandeza de la arquitectura y de la escultura; todo esto

había dejado una profunda impresión en su mente entonces en

desarrollo, y hasta cierto punto había amoldado sus hábitos y su

carácter. El tiempo, el cambio de ambiente y la comunión con Dios

podían hacer desaparecer estas impresiones. Exigiría de parte de

Moisés mismo casi una lucha a muerte renunciar al error y aceptar la

308


verdad; pero Dios sería su ayudador cuando el conflicto fuese

demasiado severo para sus fuerzas humanas.

En todos los escogidos por Dios para llevar a cabo alguna obra

para él, se notó el elemento humano. Sin embargo, no fueron

personas de hábitos y caracteres estereotipados, que se conformaran

con permanecer en esa condición. Deseaban fervorosamente obtener

sabiduría de Dios, y aprender a servirle. Dice el apóstol: "Si alguno

de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela a Dios, el cual da a

todos abundantemente, y no zahiere; y le será dada." Santiago 1:5.

Pero Dios no dará luz divina al hombre mientras éste se halle

contento con permanecer en las tinieblas. Para recibir ayuda de

Dios, el hombre debe reconocer su debilidad y deficiencia; debe

esforzarse por realizar el gran cambio que ha de verificarse en él;

debe comprender el valor de la oración y del esfuerzo perseverantes.

Los malos hábitos y costumbres deben desterrarse; y sólo mediante

un decidido esfuerzo por corregir estos errores y someterse a los

sanos principios, se puede alcanzar la victoria. Muchos no llegan a

la posición que podrían ocupar porque esperan que Dios haga por

ellos lo que él les ha dado poder para hacer por sí mismos. Todos los

que están capacitados para ser de utilidad deben ser educados

mediante la más severa disciplina mental y moral; y Dios les

ayudará, uniendo su poder divino al esfuerzo humano.

Enclaustrado dentro de los baluartes que formaban las

montañas, Moisés estaba solo con Dios. Los magníficos templos de

Egipto ya no le impresionaban con su falsedad y superstición. En la

solemne grandeza de las colinas sempiternas percibía la majestad

309


del Altísimo, y por contraste, comprendía cuán impotentes e

insignificantes eran los dioses de Egipto. Por doquiera veía escrito el

nombre del Creador. Moisés parecía encontrarse ante su presencia,

eclipsado por su poder. Allí fueron barridos su orgullo y su

confianza propia. En la austera sencillez de su vida del desierto,

desaparecieron los resultados de la comodidad y el lujo de Egipto.

Moisés llegó a ser paciente, reverente y humilde, "muy manso, más

que todos los hombres que había sobre la tierra" (Números 12:3), y

sin embargo, era fuerte en su fe en el poderoso Dios de Jacob.

A medida que pasaban los años y erraba con sus rebaños por

lugares solitarios, meditando acerca de la condición oprimida en que

vivía su pueblo, Moisés repasaba el trato de Dios hacia sus padres,

las promesas que eran la herencia de la nación elegida, y sus

oraciones en favor de Israel ascendían día y noche. Los ángeles

celestiales derramaban su luz en su derredor. Allí, bajo la

inspiración del Espíritu Santo, escribió el libro de Génesis. Los

largos años que pasó en medio de las soledades del desierto fueron

ricos en bendiciones, no sólo para Moisés y su pueblo, sino también

para el mundo de todas las edades subsiguientes.

"Y aconteció que después de muchos días murió el rey de

Egipto, y los hijos de Israel suspiraron a causa de la servidumbre, y

clamaron: y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su

servidumbre. Y oyó Dios el gemido de ellos, y acordóse de su pacto

con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios a los hijos de Israel, y

reconociólos Dios." La época de la liberación de Israel había

llegado. Pero el propósito de Dios había de cumplirse de tal manera

310


que mostrara la insignificancia del orgullo humano. El libertador

había de ir adelante como humilde pastor con sólo un cayado en la

mano; pero Dios haría de ese cayado el símbolo de su poder.

Un día, mientras apacentaba sus rebaños cerca de Horeb,

"monte de Dios," Moisés vió arder una zarza; sus ramas, su follaje,

su tallo, todo ardía, y sin embargo, no parecía consumirse. Se

aproximó para ver esa maravillosa escena, cuando una voz

procedente de las llamas le llamó por su nombre. Con labios

trémulos contestó: "Heme aquí." Se le amonestó a no acercarse

irreverentemente: "Quita tus zapatos de tus pies, porque el lugar en

que tú estás, tierra santa es.... Yo soy el Dios de tu padre, Dios de

Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob." Era el que, como Angel

del pacto, se había revelado a los padres en épocas pasadas.

"Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a

Dios."

La humildad y la reverencia deben caracterizar el

comportamiento de todos los que se allegan a la presencia de Dios.

En el nombre de Jesús podemos acercarnos a él con confianza, pero

no debemos hacerlo con la osadía de la presunción, como si el Señor

estuviese al mismo nivel que nosotros. Algunos se dirigen al Dios

grande, todopoderoso y santo, que habita en luz inaccesible, como si

se dirigieran a un igual o a un inferior. Hay quienes se comportan en

la casa de Dios como no se atreverían a hacerlo en la sala de

audiencias de un soberano terrenal. Los tales debieran recordar que

están ante la vista de Aquel a quien los serafines adoran, y ante

quien los ángeles cubren su rostro. A Dios se le debe reverenciar

311


grandemente; todo el que verdaderamente reconozca su presencia se

inclinará humildemente ante él, y como Jacob cuando contempló la

visión de Dios, exclamará: "¡Cuán terrible es este lugar! No es otra

cosa que casa de Dios, y puerta del cielo." Génesis 28:17.

Mientras Moisés esperaba ante Dios con reverente temor, las

palabras continuaron: "Bien he visto la aflicción de mi pueblo que

está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues

tengo conocidas sus angustias: y he descendido para librarlos de

mano de los Egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena

y ancha, a tierra que fluye leche y miel.... Ven por tanto ahora, y

enviarte he a Faraón, para que saques a mi pueblo, los hijos de

Israel, de Egipto."

Sorprendido y asustado por este mandato, Moisés retrocedió

diciendo: "¿Quién soy yo, para que vaya a Faraón, y saque de

Egipto a los hijos de Israel?" La contestación fué: "Yo seré contigo;

y esto te será por señal de que yo te he enviado: luego que hubieres

sacado este pueblo de Egipto, serviréis a Dios sobre este monte."

Moisés pensó en las dificultades que habría de encontrar, en la

ceguedad, la ignorancia y la incredulidad de su pueblo, entre el cual

muchos casi no conocían a Dios. Dijo: "He aquí que llego yo a los

hijos de Israel, y les digo, El Dios de vuestros padres me ha enviado

a vosotros; si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre? ¿qué les

responderé?" La contestación fué: "YO SOY EL QUE SOY." "Así

dirás a los hijos de Israel: YO SOY me ha enviado a vosotros."

312


Se le ordenó a Moisés que reuniera primero a los ancianos de

Israel, a los más nobles y rectos de entre ellos, a los que habían

lamentado durante mucho tiempo su servidumbre, y que les

declarase el mensaje de Dios, con la promesa de la liberación.

Después había de ir con los ancianos ante el rey, y decirle: "Jehová,

el Dios de los Hebreos, nos ha encontrado; por tanto nosotros iremos

ahora camino de tres días por el desierto, para que sacrifiquemos a

Jehová nuestro Dios."

A Moisés se le había prevenido que Faraón se opondría a la

súplica de permitir la salida de Israel. Sin embargo, el ánimo del

siervo de Dios no debía decaer; porque el Señor haría de ésta, una

ocasión para manifestar su poder ante los egipcios y ante su pueblo.

"Empero yo extenderé mi mano, y heriré a Egipto con todas mis

maravillas que haré en él, y entonces os dejará ir."

También se le dieron instrucciones acerca de las medidas que

había de tomar para el viaje. El Señor declaró: "Yo daré a este

pueblo gracia en los ojos de los Egipcios, para que cuando os

partiereis, no salgáis vacíos: sino que demandará cada mujer a su

vecina y a su huéspeda vasos de plata, vasos de oro, y vestidos." Los

egipcios se habían enriquecido mediante el trabajo exigido

injustamente a los israelitas, y como éstos habían de emprender su

viaje hacia su nueva morada, era justo que reclamaran la

remuneración de sus años de trabajo. Por lo tanto habían de pedir

artículos de valor, que pudieran transportarse fácilmente, y Dios les

daría favor ante los egipcios. Los poderosos milagros realizados

para su liberación iban a infundir terror entre los opresores, de tal

313


manera que lo solicitado por los siervos sería otorgado.

Moisés veía ante sí dificultades que le parecían insalvables.

¿Qué prueba podría dar a su pueblo de que realmente iba como

enviado de Dios? "He aquí--dijo--que ellos no me creerán, ni oirán

mi voz; porque dirán: No te ha aparecido Jehová." Entonces Dios le

dió una evidencia que apelaba a sus propios sentidos. Le dijo que

arrojara su vara al suelo. Al hacerlo, "convirtióse en una serpiente"

(V.M., véase el Apéndice, nota 3), "y Moisés huía de ella." Dios le

ordenó que la tomara, y en su mano "tornóse vara." Le mandó que

pusiese su mano en su seno. Obedeció y "he aquí que su mano

estaba leprosa como la nieve." Cuando le dijo que volviera a ponerla

en su seno, al sacarla encontró que se había vuelto de nuevo como la

otra. Mediante estas señales, el Señor aseguró a Moisés que su

propio pueblo, así como también Faraón, se convencerían de que

Uno más poderoso que el rey de Egipto se manifestaba entre ellos.

Pero el siervo de Dios todavía estaba anonadado por la obra

extraña y maravillosa que se le pedía que hiciera. Acongojado y

temeroso, alegó como excusa su falta de elocuencia. Dijo: "¡Ay

Señor! yo no soy hombre de palabras de ayer ni de anteayer, ni aun

desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe

de lengua." Había estado tanto tiempo alejado de los egipcios que ya

no tenía un conocimiento claro de su idioma ni lo usaba con soltura

como cuando estaba entre ellos.

El Señor le dijo: "¿Quién dió la boca al hombre? ¿no soy yo

Jehová?" Y se le volvió a asegurar la ayuda divina: "Ahora pues, ve,

314


que yo seré en tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar."

Pero Moisés insistió en que se escogiera a una persona más

competente. Estas excusas procedían al principio de su humildad y

timidez; pero una vez que el Señor le hubo prometido quitar todas

las dificultades y darle éxito, toda evasiva o queja referente a su

falta de preparación demostraba falta de confianza en Dios.

Entrañaba un temor de que Dios no tuviera capacidad para

prepararlo para la gran obra a la cual le había llamado, o que había

cometido un error en la selección del hombre.

Dios le indicó a Moisés que se uniese a su hermano mayor,

Aarón, quien, debido a que había estado usando diariamente la

lengua egipcia, podía hablarla perfectamente. Se le dijo que Aarón

vendría a su encuentro. Las siguientes palabras del Señor fueron una

orden perentoria: "Tú hablarás a él, y pondrás en su boca las

palabras, y yo seré en tu boca y en la suya, y os enseñaré lo que

hayáis de hacer. Y él hablará por ti al pueblo; y él te será a ti en

lugar de boca, y tú serás para él en lugar de Dios. Y tomarás esta

vara en tu mano, con la cual harás las señales." Moisés no pudo

oponerse más; pues todo fundamento para las excusas había

desaparecido.

El mandato divino halló a Moisés sin confianza en sí mismo,

tardo para hablar y tímido. Estaba abrumado con el sentimiento de

su incapacidad para ser el portavoz de Dios ante Israel. Pero una vez

aceptada la tarea, la emprendió de todo corazón, poniendo toda su

confianza en el Señor. La grandeza de su misión exigía que

315


ejercitara las mejores facultades de su mente. Dios bendijo su pronta

obediencia, y llegó a ser elocuente, confiado, sereno y apto para la

mayor obra jamás dada a hombre alguno. Este es un ejemplo de lo

que hace Dios para fortalecer el carácter de los que confían

plenamente en él, y sin reserva alguna cumplen sus mandatos.

El hombre obtiene poder y eficiencia cuando acepta las

responsabilidades que Dios deposita en él, y procura con toda su

alma la manera de capacitarse para cumplirlas bien. Por humilde que

sea su posición o por limitada que sea su habilidad, el tal logrará

verdadera grandeza si, confiando en la fortaleza divina, procura

realizar su obra con fidelidad. Si Moisés hubiera dependido de su

propia fuerza y sabiduría, y se hubiera mostrado deseoso de aceptar

el gran encargo, habría revelado su entera ineptitud para tal obra. El

hecho de que un hombre comprenda sus debilidades prueba por lo

menos que reconoce la magnitud de la obra que se le asignó y que

hará de Dios su consejero y fortaleza.

Moisés regresó a casa de su suegro, y le expresó su deseo de

visitar a sus hermanos en Egipto. Jetro le dió su consentimiento y su

bendición diciéndole: "Ve en paz." Con su esposa y sus hijos,

Moisés emprendió el viaje. No se atrevió a dar a conocer su misión,

por temor a que su suegro no permitiese a su esposa y a sus hijos

acompañarle. Pero antes de llegar a Egipto, Moisés mismo pensó

que para la seguridad de ellos convenía hacerlos regresar a su

morada en Madián.

Un secreto temor a Faraón y a los egipcios, cuya ira se había

316


encendido contra él hacía cuarenta años, había hecho que Moisés se

sintiera aun menos dispuesto a volver a Egipto; pero una vez que

principió a cumplir el mandato divino, el Señor le reveló que sus

enemigos habían muerto.

Mientras se alejaba de Madián, Moisés tuvo una terrible y

sorprendente manifestación del desagrado del Señor. Se le apareció

un ángel en forma amenazadora, como si fuera a destruirle

inmediatamente. No le dió ninguna explicación; pero Moisés

recordó que había desdeñado uno de los requerimientos de Dios, y

cediendo a la persuasión de su esposa, había dejado de cumplir el

rito de la circuncisión en su hijo menor. No había cumplido con la

condición que podía dar a su hijo el derecho a recibir las

bendiciones del pacto de Dios con Israel, y tal descuido de parte del

jefe elegido no podía menos que menoscabar ante el pueblo la

fuerza de los preceptos divinos. Séfora, temiendo que su esposo

fuese muerto, realizó ella misma el rito, y entonces el ángel permitió

a Moisés continuar la marcha. En su misión ante Faraón, Moisés iba

a exponerse a un gran peligro; su vida podría conservarse sólo

mediante la protección de los santos ángeles. Pero no estaría seguro

mientras tuviera un deber conocido sin cumplir, pues los ángeles de

Dios no podrían escudarle.

En el tiempo de la angustia que vendrá inmediatamente antes

de la venida de Cristo, los justos serán resguardados por el

ministerio de los santos ángeles; pero no habrá seguridad para el

transgresor de la ley de Dios. Los ángeles no podrán entonces

proteger a los que estén menospreciando uno de los preceptos

317


divinos.

318


Capítulo 23

Las plagas de Egipto

Habiendo recibido instrucciones de los ángeles, Aarón salió a

recibir a su hermano, de quien había estado tanto tiempo separado.

Se encontraron en las soledades del desierto cerca de Horeb. Allí

conversaron, y "contó Moisés a Aarón todas las palabras de Jehová

que le enviaba, y todas las señales que le había dado." Juntos

hicieron el viaje a Egipto; y habiendo llegado a la tierra de Gosén,

procedieron a reunir a los ancianos de Israel. Aarón les explicó

cómo Dios se había comunicado con Moisés, y éste reveló al pueblo

las señales que Dios le había dado. "Y el pueblo creyó: oyendo que

Jehová había visitado los hijos de Israel, y que había visto su

aflicción, inclináronse y adoraron." Éxodo 4:28, 31.

A Moisés se le había dado también un mensaje para el rey. Los

dos hermanos entraron en el palacio de Faraón como embajadores

del Rey de reyes, y hablaron en su nombre: "Jehová, el Dios de

Israel, dice así: Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el

desierto." (Véase Exodo 5-11.)

"¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz?--preguntó el

monarca quien añadió:--Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré

ir a Israel."

A esto contestaron ellos: "El Dios de los Hebreos nos ha

319


encontrado: iremos, pues, ahora, camino de tres días por el desierto,

y sacrificaremos a Jehová nuestro Dios; porque no venga sobre

nosotros con pestilencia o con espada."

Ya el rey había oído hablar de ellos y del interés que estaban

despertando entre el pueblo. Se encendió su ira y les dijo: "Moisés y

Aarón, ¿por qué hacéis cesar al pueblo de su obra? Idos a vuestros

cargos." Ya el reino había sufrido una gran pérdida debido a la

intervención de estos forasteros. Al pensar en ello, añadió: "He aquí

el pueblo de la tierra es ahora mucho, y vosotros les hacéis cesar de

sus cargos."

En su servidumbre los israelitas habían perdido hasta cierto

punto el conocimiento de la ley de Dios, y se habían apartado de sus

preceptos. El sábado había sido despreciado por la generalidad, y las

exigencias de los "comisarios de tributos" habían hecho imposible

su observancia. Pero Moisés había mostrado a su pueblo que la

obediencia a Dios era la primera condición para su liberación; y los

esfuerzos hechos para restaurar la observancia del sábado habían

llegado a los oídos de sus opresores. (Véase el Apéndice, nota 4.)

El rey, muy airado, sospechaba que los israelitas tenían el

propósito de rebelarse contra su servicio. El descontento era el

resultado de la ociosidad; trataría de que no tuviesen tiempo para

dedicarlo a proyectos peligrosos. Inmediatamente dictó medidas

para hacer más severa su servidumbre y aplastar el espíritu de

independencia. El mismo día, ordenó hacer aun más cruel y opresivo

su trabajo.

320


En aquel país el material de construcción más común eran los

ladrillos secados al sol; las paredes de los mejores edificios se

construían de este material, y luego se recubrían de piedra; y la

fabricación de los ladrillos requería un gran número de siervos.

Como el barro se mezclaba con paja, para que se adhiriera bien, se

requerían grandes cantidades de este último elemento; el rey ordenó

ahora que no se suministrara más paja; que los obreros debían

buscarla ellos mismos, y esto exigiéndoseles que produjeran la

misma cantidad de ladrillos.

Esta orden causó gran consternación entre los israelitas por

todos los ámbitos del país. Los comisarios egipcios habían

nombrado a capataces hebreos para dirigir el trabajo del pueblo, y

estos capataces eran responsables de la producción de los que

estaban bajo su cuidado. Cuando la exigencia del rey se puso en

vigor, el pueblo se diseminó por todo el país para recoger rastrojo en

vez de paja; pero les fué imposible realizar la cantidad de trabajo

acostumbrada. A causa del fracaso, los capataces hebreos fueron

azotados cruelmente.

Estos capataces creyeron que su opresión venía de sus

comisarios, y no del rey mismo; y se presentaron ante éste con sus

quejas. Su protesta fué recibida por Faraón con un denuesto: "Estáis

ociosos, sí, ociosos, y por eso decís: Vamos, y sacrifiquemos a

Jehová." Se les ordenó regresar a su trabajo, con la declaración de

que de ninguna manera se aligerarían sus cargas. Al volver,

encontraron a Moisés y a Aarón y clamaron ante ellos: "Mire Jehová

321


sobre vosotros, y juzgue; pues habéis hecho heder nuestro olor

delante de Faraón y de sus siervos, dándoles el cuchillo en las

manos para que nos maten."

Cuando Moisés oyó estos reproches se afligió mucho. Los

sufrimientos del pueblo habían aumentado en gran manera. Por toda

la tierra se elevó un grito de desesperación de ancianos y jóvenes, y

todos se unieron para culparlo a él por el desastroso cambio de su

condición. Con amargura de alma Moisés clamó a Dios: "Señor ¿por

qué afliges a este pueblo? ¿para qué me enviaste? Porque desde que

yo vine a Faraón para hablarle en tu nombre, ha afligido a este

pueblo; y tú tampoco has librado a tu pueblo." La contestación fué:

"Ahora verás lo que yo haré a Faraón; porque con mano fuerte los

ha de dejar ir, y con mano fuerte los ha de echar de su tierra." Otra

vez le recordó el pacto hecho con sus padres, y le aseguró que sería

cumplido.

Durante todos los años de servidumbre pasados en Egipto,

había habido entre los israelitas algunos que se habían mantenido

fieles a la adoración de Jehová. Estos se preocupaban

profundamente cuando veían a sus hijos presenciar diariamente las

abominaciones de los paganos, y aun postrarse ante sus falsos

dioses. En su dolor clamaban al Señor pidiéndole liberación del

yugo egipcio, para poder librarse de la influencia corruptora de la

idolatría. No ocultaban su fe, sino que declaraban a los egipcios que

el objeto de su adoración era el Hacedor del cielo y de la tierra, el

único Dios verdadero y viviente. Y repasaban las evidencias de su

existencia y poder, desde la creación hasta los días de Jacob. Así

322


tuvieron los egipcios oportunidad de conocer la religión de los

hebreos; pero desdeñaron que sus esclavos los instruyeran y trataron

de seducir a los adoradores de Dios prometiéndoles recompensas, y

al fracasar esto, empleaban las amenazas y crueldades.

Los ancianos de Israel trataron de sostener la desfalleciente fe

de sus hermanos, repitiéndoles las promesas hechas a sus padres, y

las palabras proféticas con que, antes de su muerte, José predijo la

liberación de su pueblo de Egipto. Algunos escucharon y creyeron.

Otros, mirando las circunstancias que los rodeaban, se negaron a

tener esperanza. Los egipcios, al saber lo que pasaba entre sus

siervos, se mofaron de sus esperanzas y desdeñosamente negaron el

poder de su Dios. Les señalaron su situación de pueblo esclavo, y

dijeron burlonamente: "Si vuestro Dios es justo y misericordioso y

posee más poder que los dioses de Egipto, ¿por qué no os libra?"

Los egipcios se jactaban de su propia situación. Adoraban deidades

que los israelitas llamaban dioses falsos, y no obstante eran una

nación rica y poderosa. Afirmaban que sus dioses los habían

bendecido con prosperidad, y les habían dado a los israelitas como

siervos, y se vanagloriaban de su poder de oprimir y destruir a los

adoradores de Jehová. Faraón mismo se jactó de que el Dios de los

hebreos no podía librarlos de su mano.

Tales palabras destruyeron las esperanzas de muchos israelitas.

Les parecía que su caso era como lo presentaban los egipcios. Es

verdad que eran esclavos, y habían de sufrir todo lo que sus crueles

comisarios quisieran imponerles. Sus hijos habían sido apresados y

muertos, y la vida misma les era una carga. No obstante, adoraban al

323


Dios del cielo. Si Jehová estuviese sobre todos los otros dioses,

ciertamente no permitiría que fueran siervos de los idólatras. Pero

los que eran fieles comprendieron que por haberse apartado Israel de

Dios, y por su inclinación a casarse con idólatras y dejarse llevar a la

idolatría, el Señor había permitido que llegaran a ser esclavos; y

confiadamente aseguraron a sus hermanos que Dios pronto rompería

el yugo del opresor.

Los hebreos habían esperado obtener su libertad sin ninguna

prueba especial de su fe, sin penurias ni sufrimientos verdaderos.

Pero aun no estaban preparados para la liberación. Tenían poca fe en

Dios, y no querían soportar con paciencia sus aflicciones hasta que

él creyera conveniente obrar por ellos. Muchos se conformaban con

permanecer en la servidumbre, antes que enfrentar las dificultades

que acompañarían el traslado a una tierra extraña; y los hábitos de

algunos se habían hecho tan parecidos a los de los egipcios que

preferían vivir en Egipto. Por lo tanto, el Señor no los liberó

mediante la primera manifestación de su poder ante Faraón. Rigió

los acontecimientos para que se desarrollara más plenamente el

espíritu tiránico del rey egipcio, y para revelarse a su pueblo.

Cuando vieran su justicia, su poder y su amor, elegirían dejar a

Egipto y entregarse a su servicio. La tarea de Moisés habría sido

mucho menos difícil de no haber sido que muchos israelitas se

habían corrompido tanto que no querían abandonar Egipto.

El Señor le indicó a Moisés que volviera ante el pueblo y le

repitiera la promesa de la liberación, con nuevas garantías del favor

divino. Hizo lo que se le mandó; pero ellos no quisieron prestarle

324


atención. Dice la Escritura: "Mas ellos no escuchaban, ... a causa de

la congoja de espíritu, y de la dura servidumbre." De nuevo llegó el

mensaje divino a Moisés: "Entra, y habla a Faraón rey de Egipto,

que deje ir de su tierra a los hijos de Israel." Desalentado contestó:

"He aquí los hijos de Israel no me escuchan: ¿cómo pues me

escuchará Faraón?" Se le dijo que llevara a Aarón consigo, y que se

presentara ante Faraón, para pedir otra vez "que deje ir de su tierra a

los hijos de Israel."

Se le dijo que el monarca no cedería hasta que Dios visitara con

sus juicios a Egipto y sacara a Israel mediante una señalada

manifestación de su poder. Antes de enviar cada plaga, Moisés había

de describir su naturaleza y sus efectos, para que el rey se salvara de

ella si quería. Todo castigo despreciado sería seguido de uno más

severo, hasta que su orgulloso corazón se humillara, y reconociera al

Hacedor del cielo y de la tierra como el Dios verdadero y viviente.

El Señor iba a dar a los egipcios la oportunidad de ver cuán vana era

la sabiduría de sus hombres fuertes, cuán débil el poder de sus

dioses, que se oponían a los mandamientos de Jehová. Castigaría al

pueblo egipcio por su idolatría, y anularía las supuestas bendiciones

que decían recibir de sus dioses inanimados. Dios glorificaría su

propio nombre para que otras naciones oyeran de su poder y

temblaran ante sus prodigios, y para que su pueblo se apartara de la

idolatría y le tributara verdadera adoración.

Otra vez Moisés y Aarón entraron en los señoriales salones del

rey de Egipto. Allí, rodeados de altas columnas y relucientes

adornos, de bellas pinturas y esculturas de los dioses paganos, ante

325


el monarca del reino más poderoso de aquel entonces, estaban de pie

los dos representantes de la raza esclavizada, con el objeto de repetir

el mandato de Dios que requería que Israel fuese librado. El rey

exigió un milagro, como evidencia de su divina comisión. Moisés y

Aarón habían sido instruidos acerca de cómo proceder en caso de

que se hiciese tal demanda, de manera que Aarón tomó la vara y la

arrojó al suelo ante Faraón. Ella se convirtió en serpiente. El

monarca hizo llamar a sus "sabios y encantadores," y "echó cada

uno su vara, las cuales se volvieron culebras: mas la vara de Aarón

devoró las varas de ellos." Entonces el rey, más decidido que antes,

declaró que sus magos eran iguales en poder a Moisés y Aarón;

denuncio a los siervos del Señor como impostores, y se sintió seguro

al resistir sus demandas. Sin embargo, aunque menospreció su

mensaje, el poder divino le impidió que les hiciese daño.

Fué la mano de Dios, y no la influencia ni el poder de origen

humano que poseyeran Moisés y Aarón, lo que obró los milagros

hechos ante Faraón. Aquellas señales y maravillas tenían el

propósito de convencer a Faraón de que el gran "YO SOY" había

enviado a Moisés, y que era deber del rey permitir a Israel que

saliera para servir al Dios viviente. Los magos también hicieron

señales y maravillas; pues no obraban por su propia habilidad

solamente, sino mediante el poder de su dios, Satanás, quien les

ayudaba a falsificar la obra de Jehová.

Los magos no convirtieron sus varas en verdaderas serpientes;

ayudados por el gran engañador, produjeron esa apariencia mediante

la magia. Estaba más allá del poder de Satanás cambiar las varas en

326


serpientes vivas. El príncipe del mal, aunque posee toda la sabiduría

y el poder de un ángel caído, no puede crear o dar vida; esta

prerrogativa pertenece sólo a Dios. Pero Satanás hizo todo lo que

estaba a su alcance. Produjo una falsificación. Para la vista humana

las varas se convirtieron en serpientes. Así lo creyeron Faraón y su

corte. Nada había en su apariencia que las distinguiese de la

serpiente producida por Moisés. Aunque el Señor hizo que la

serpiente verdadera se tragara a las falsas, Faraón no lo consideró

como obra del poder de Dios, sino como resultado de una magia

superior a la de sus siervos.

Faraón deseaba justificar la terquedad que manifestaba al

resistirse al divino mandato, y buscó algún pretexto para

menospreciar los milagros que Dios había hecho por medio de

Moisés. Satanás le dió exactamente lo que quería. Mediante la obra

que realizó por intermedio de los magos, hizo aparecer ante los

egipcios a Moisés y Aarón como simples magos y hechiceros, y dió

así a entender que su demanda no merecía el respeto debido al

mensaje de un ser superior. En esta forma la falsificación satánica

logró su propósito; envalentonó a los egipcios en su rebelión y

provocó el endurecimiento del corazón de Faraón contra la

convicción del Espíritu Santo. Satanás también esperaba turbar la fe

de Moisés y de Aarón en el origen divino de su misión, a fin de que

sus propios instrumentos prevaleciesen. No quería que los hijos de

Israel fuesen libertados de su servidumbre, para servir al Dios

viviente.

Pero el príncipe del mal tenía todavía un objeto más profundo

327


al hacer sus maravillas por medio de los magos. El sabía muy bien

que Moisés, al romper el yugo de la servidumbre de los hijos de

Israel, prefiguraba a Cristo, quien había de quitar el yugo del pecado

de sobre la familia humana. Sabía que cuando Cristo apareciese,

haría grandes milagros para mostrar al mundo que Dios le había

enviado. Satanás tembló por su poder. Falsificando la obra que Dios

hacía por medio de Moisés, esperaba no sólo impedir la liberación

de Israel, sino ejercer además una influencia que a través de las

edades venideras destruiría la fe en los milagros de Cristo. Satanás

trata constantemente de falsificar la obra de Jesús, para establecer su

propio poder y sus pretensiones. Induce a los hombres a explicar los

milagros de Cristo como si fueran resultado de la habilidad y del

poder humanos. De esa manera destruye en muchas mentes la fe en

Cristo como Hijo de Dios, y las lleva a rechazar los bondadosos

ofrecimientos de misericordia hechos mediante el plan de redención.

A Moisés y Aarón se les indicó que a la mañana siguiente se

dirigieran a la ribera del río, adonde solía ir el rey. Como las

crecientes del Nilo eran la fuente del alimento y la riqueza de todo

Egipto, se adoraba a este río como a un dios, y el monarca iba allá

diariamente a cumplir sus devociones. En ese lugar los dos

hermanos le repitieron su mensaje, y después, alargando la vara,

hirieron el agua. La sagrada corriente se convirtió en sangre, los

peces murieron, y el río se tornó hediondo. El agua que estaba en las

casas, y la provisión que se guardaba en las cisternas también se

transformó en sangre. Pero "los encantadores de Egipto hicieron lo

mismo." "Y tornando Faraón volvióse a su casa, y no puso su

corazón aun en esto." La plaga duró siete días, pero sin efecto

328


alguno.

Nuevamente se alzó la vara sobre las aguas, y del río salieron

ranas que se esparcieron por toda la tierra. Invadieron las casas,

donde tomaron posesión de las alcobas, y aun de los hornos y las

artesas. Este animal era considerado por los egipcios como sagrado,

y no querían destruirlo. Pero las viscosas ranas se volvieron

intolerables. Pululaban hasta en el palacio de Faraón, y el rey estaba

impaciente por alejarlas de allí. Los magos habían aparentado

producir ranas, pero no pudieron quitarlas. Al verlo, Faraón fué

humillado. Llamó a Moisés y a Aarón y dijo: "Orad a Jehová que

quite las ranas de mí y de mi pueblo; y dejaré ir al pueblo, para que

sacrifique a Jehová." Luego de recordar al rey su jactancia anterior,

le pidieron que designara el tiempo en que debieran orar para que

desapareciera la plaga. Faraón designó el día siguiente, con la

secreta esperanza de que en el intervalo las ranas desapareciesen por

sí solas, librándolo de esa manera de la amarga humillación de

someterse al Dios de Israel. La plaga, sin embargo, continuó hasta el

tiempo señalado, en el cual en todo Egipto murieron las ranas, pero

permanecieron sus cuerpos putrefactos corrompiendo la atmósfera.

El Señor pudo haber convertido las ranas en polvo en un

momento, pero no lo hizo, no fuese que una vez eliminadas, el rey y

su pueblo dijeran que había sido el resultado de hechicerías y

encantamientos como los que hacían los magos. Cuando las ranas

murieron, fueron juntadas en montones. Con esto, el rey y todo

Egipto tuvieron una evidencia que su vana filosofía no podía

contradecir, vieron que esto no era obra de magia, sino un castigo

329


enviado por el Dios del cielo.

"Y viendo Faraón que le habían dado reposo, agravó su

corazón." Entonces, en virtud del mandamiento de Dios, Aarón

alargó la mano, y el polvo de la tierra se convirtió en piojos por

todos los ámbitos de Egipto. Faraón llamó a sus magos para que

hiciesen lo mismo, pero no pudieron. La obra de Dios se manifestó

entonces superior a la de Satanás. Los magos mismos reconocieron:

"Dedo de Dios es este." Pero el rey aun permaneció inconmovible.

Las súplicas y amonestaciones no tuvieron ningún efecto, y se

impuso otro castigo. Se predijo la fecha en que había de suceder

para que no se dijera que había acontecido por casualidad. Las

moscas llenaron las casas y lo invadieron todo, "y la tierra fué

corrompida a causa de ellas." Estas moscas eran grandes y

venenosas y sus picaduras eran muy dolorosas para hombres y

animales. Como se había pronosticado, esta plaga no se extendió a

la tierra de Gosén.

Faraón ofreció entonces permitir a los israelitas que hiciesen

sacrificios en Egipto; pero ellos se negaron a aceptar tales

condiciones. "No conviene--dijo Moisés--que hagamos así, porque

sacrificaríamos a Jehová nuestro Dios la abominación de los

egipcios. He aquí, si sacrificáramos la abominación de los egipcios

delante de ellos, ¿no nos apedrearían?" Los animales que los

hebreos tendrían que sacrificar eran considerados sagrados por los

egipcios; y era tal la reverencia en que los tenían, que aun el matar a

uno accidentalmente era crimen punible de muerte. Sería imposible

330


para los hebreos adorar en Egipto sin ofender a sus amos.

Moisés volvió a pedir al monarca que se les permitiese

internarse tres días de camino en el desierto. El rey consintió, y rogó

a los siervos de Dios que implorasen que la plaga fuese quitada.

Ellos prometieron hacerlo, pero le advirtieron que no los tratara

engañosamente. Se detuvo la plaga, pero el corazón del rey se había

endurecido por la rebelión pertinaz, y todavía se negó a ceder.

Siguió un golpe más terrible; la peste atacó a todo el ganado

egipcio que estaba en los campos. Tanto los animales sagrados

como las bestias de carga, las vacas, bueyes, ovejas, caballos,

camellos y asnos, todos fueron destruídos. Se había dicho

claramente que los hebreos serían exonerados; y Faraón, al enviar

mensajeros a las casas de los israelitas, comprobó la veracidad de

esta declaración de Moisés. "Del ganado de los hijos de Israel no

murió uno." Todavía el rey se mantenía obstinado.

Se le ordenó entonces a Moisés que tomase cenizas del horno y

que las esparciese hacia el cielo delante de Faraón. Este acto fué

profundamente significativo. Cuatrocientos años antes, Dios había

mostrado a Abrahán la futura opresión de su pueblo, bajo la figura

de un horno humeante y una lámpara encendida. Había declarado

que visitaría con sus juicios a sus opresores, y que sacaría a los

cautivos con grandes riquezas. En Egipto los israelitas habían

languidecido durante mucho tiempo en el horno de la aflicción. Este

acto de Moisés les garantizaba que Dios recordaba su pacto y que

había llegado el momento de la liberación.

331


Cuando se esparcieron las cenizas hacia el cielo, las diminutas

partículas se diseminaron por toda la tierra de Egipto, y doquiera

cayeran producían granos, "tumores apostemados así en los

hombres, como en las bestias." Hasta entonces los sacerdotes y los

magos habían alentado a Faraón en su obstinación, pero ahora el

castigo los había alcanzado también a ellos. Atacados por una

enfermedad repugnante y dolorosa, ya no pudieron luchar contra el

Dios de Israel, y el poder del que habían alardeado los hizo

despreciables. Toda la nación vió cuán insensato era confiar en los

magos, ya que ni siquiera podían protegerse a sí mismos.

Pero el corazón de Faraón seguía endureciéndose. Entonces el

Señor le envió un mensaje que decía: "Yo enviaré esta vez todas mis

plagas a tu corazón, sobre tus siervos, y sobre tu pueblo, para que

entiendas que no hay otro como yo en toda la tierra ... y a la verdad

yo te he puesto para declarar en ti mi potencia." No era que Dios le

hubiese dado vida para este fin, sino que su providencia había

dirigido los acontecimientos para colocarlo en el trono en el tiempo

mismo de la liberación de Israel. Aunque por sus crímenes, este

arrogante tirano había perdido todo derecho a la misericordia de

Dios, se le había preservado la vida para que mediante su terquedad

el Señor manifestara sus maravillas en la tierra de Egipto.

La disposición de los acontecimientos depende de la

providencia de Dios. El pudo haber colocado en el trono a un rey

más misericordioso, que no hubiera osado resistir las poderosas

manifestaciones del poder divino. Pero en ese caso los propósitos

332


del Señor no se hubieran cumplido. Permitió que su pueblo

experimentara la terrible crueldad de los egipcios, para que no

fuesen engañados por la degradante influencia de la idolatría. En su

trato con Faraón, el Señor manifestó su odio por la idolatría, y su

firme decisión de castigar la crueldad y la opresión.

Dios había declarado tocante a Faraón: "Yo empero endureceré

su corazón, de modo que no dejará ir al pueblo." Éxodo 4:21. No fué

ejercido un poder sobrenatural para endurecer el corazón del rey.

Dios dió a Faraón las evidencias más notables de su divino poder;

pero el monarca se negó obstinadamente a aceptar la luz. Toda

manifestación del poder infinito que él rechazara le empecinó más

en su rebelión. El principio de rebelión que el rey sembró cuando

rechazó el primer milagro, produjo su cosecha. Al mantener su

terquedad y aumentarla gradualmente, su corazón se endureció más

y más, hasta que fué llamado a contemplar el rostro frío de su

primogénito muerto.

Dios habla a los hombres por medio de sus siervos, dándoles

amonestaciones y advertencias y censurando el pecado. Da a cada

uno oportunidad de corregir sus errores antes de que se arraiguen en

el carácter; pero si uno se niega a corregirse, el poder divino no se

interpone para contrarrestar la tendencia de su propia acción. La

persona encuentra que le es más fácil repetirla. Va endureciendo su

corazón contra la influencia del Espíritu Santo. Al rechazar después

la luz se coloca en una posición en la cual aun una influencia mucho

más fuerte será ineficaz para producir una impresión permanente.

333


El que cedió una vez a la tentación cederá con más facilidad la

segunda vez. Toda repetición del pecado aminora la fuerza para

resistir, ciega los ojos y ahoga la convicción. Toda simiente de

complacencia propia que se siembre dará fruto. Dios no obra

milagros para impedir la cosecha. "Todo lo que el hombre sembrare,

eso también segará." Gálatas 6:7. El que manifiesta una temeridad

incrédula e indiferencia hacia la verdad divina, no cosecha sino lo

que sembró. Es así como las multitudes escuchan con obstinada

indiferencia las verdades que una vez conmovieron sus almas.

Sembraron descuido y resistencia a la verdad, y eso es lo que

recogen.

Los que están tratando de tranquilizar una conciencia culpable

con la idea de que pueden cambiar su mala conducta cuando

quieran, de que pueden jugar con las invitaciones de la misericordia,

y todavía seguir siendo impresionados, lo hacen por su propia

cuenta y riesgo. Ponen toda su influencia del lado del gran rebelde, y

creen que en un momento de suma necesidad, cuando el peligro los

rodee, podrán cambiar de jefe sin dificultad. Pero esto no puede

realizarse tan fácilmente. La experiencia, la educación, la práctica de

una vida de pecaminosa complacencia, amoldan tan completamente

el carácter que impiden recibir entonces la imagen de Jesús. Si la luz

no hubiese alumbrado su senda, su situación habría sido diferente.

La misericordia podría interponerse, y darles oportunidad de aceptar

sus ofrecimientos; pero después que la luz haya sido rechazada y

menospreciada durante mucho tiempo será, por fin, retirada.

Se amenazó a Faraón con una plaga de granizo y se le advirtió:

334


"Envía, pues, a recoger tu ganado, y todo lo que tienes en el campo;

porque todo hombre o animal que se hallare en el campo, y no fuere

recogido a casa, el granizo descenderá sobre él, y morirá." La lluvia

o el granizo eran en Egipto una cosa inusitada, y, tormenta como la

predicha, nunca antes se había visto. La noticia se extendió

rápidamente, y todos los que creyeron la palabra del Señor reunieron

su ganado, mientras los que menospreciaron la advertencia lo

dejaron en el campo. En esa forma, en medio de un castigo se

manifestó la misericordia de Dios, se probó a las personas, y se

mostró cuántos habían sido llevados a temer a Dios mediante la

manifestación de su poder.

La tormenta llegó según lo predicho: truenos, granizo y fuego

mezclados, "tan grande, cual nunca hubo en toda la tierra de Egipto

desde que fué habitada. Y aquel granizo hirió en toda la tierra de

Egipto todo lo que estaba en el campo, así hombres como bestias;

asimismo hirió el granizo toda la hierba del campo, y desgajó todos

los árboles del país." La ruina y la desolación marcaron la senda del

ángel destructor. Sólo se salvó la región de Gosén. Se demostró a los

egipcios que la tierra está bajo el dominio del Dios viviente, que los

elementos responden a su voz, y que la única seguridad consiste en

obedecerle.

Todo Egipto tembló ante el tremendo juicio divino. Faraón

llamó aprisa a los dos hermanos y dijo: "He pecado esta vez. Jehová

es justo, y yo y mi pueblo impíos. Orad a Jehová: y cesen los

truenos de Dios y el granizo; y yo os dejaré ir, y no os detendréis

más." Moisés contestó: "En saliendo yo de la ciudad extenderé mis

335


manos a Jehová, y los truenos cesarán, y no habrá más granizo; para

que sepas que de Jehová es la tierra. Mas yo sé que ni tú ni tus

siervos temeréis todavía la presencia del Dios Jehová."

Moisés sabía que la lucha aun no había terminado. Las

confesiones de Faraón así como sus promesas no eran efecto de un

cambio radical en su mente o en su corazón, sino que eran

arrancadas por el terror y la angustia. No obstante, Moisés prometió

responder a su súplica, pues no deseaba darle oportunidad de

continuar en su terquedad. El profeta, sin hacer caso de la furia de la

tempestad, salió y Faraón y toda su hueste fueron testigos del poder

de Jehová para preservar a su mensajero. Habiendo salido fuera de

la ciudad, Moisés "extendió sus manos a Jehová, y cesaron los

truenos y el granizo; y la lluvia no cayó más sobre la tierra." Pero

tan pronto como el rey se hubo tranquilizado de sus temores, su

corazón volvió a su perversidad.

Entonces el Señor dijo a Moisés: "Entra a Faraón; porque yo he

agravado su corazón, y el corazón de sus siervos, para dar entre ellos

estas mis señales; y para que cuentes a tus hijos y a tus nietos las

cosas que yo hice en Egipto, y mis señales que dí entre ellos, y para

que sepáis que yo soy Jehová."

El Señor estaba manifestando su poder, para afirmar la fe de

Israel en él como único Dios verdadero y viviente. Daría

inequívocas pruebas de la diferencia que hacía entre ellos y los

egipcios, y haría que todas las naciones supiesen que los hebreos, a

quienes ellos habían despreciado y oprimido, estaban bajo la

336


protección del Cielo.

Moisés advirtió al monarca que si se empeñaba en su

obstinación, se enviaría una plaga de langostas, que cubrirían la faz

de la tierra, y comerían todo lo verde que aun quedaba; llenarían las

casas, y aun el palacio mismo; tal plaga sería, dijo, "cual nunca

vieron tus padres ni tus abuelos, desde que ellos fueron sobre la

tierra hasta hoy."

Los consejeros de Faraón quedaron horrorizados. La nación

había sufrido una gran pérdida con la muerte de su ganado. Mucha

gente había sido muerta por el granizo. Los bosques estaban

desgajados, y las cosechas destruídas. Rápidamente perdían todo lo

que habían ganado con el trabajo de los hebreos. Toda la tierra

estaba amenazada por el hambre. Los príncipes y los cortesanos se

agolparon alrededor del rey, y airadamente preguntaron: "¿Hasta

cuándo nos ha de ser éste por lazo? Deja ir a estos hombres, para

que sirvan a Jehová su Dios; ¿aun no sabes que Egipto está

destruído?"

Se llamó nuevamente a Moisés y a Aarón, y el monarca les

dijo: "Andad, servid a Jehová vuestro Dios. ¿Quién y quién son los

que han de ir?"

La contestación fué: "Hemos de ir con nuestros niños y con

nuestros viejos, con nuestros hijos y con nuestras hijas: con nuestras

ovejas y con nuestras vacas hemos de ir, porque tenemos

solemnidad de Jehová."

337


El rey se llenó de ira. "Así sea Jehová con vosotros--vociferó--

como yo os dejaré ir a vosotros y a vuestros niños: mirad como el

mal está delante de vuestro rostro. No será así: id ahora vosotros los

varones, y servid a Jehová: pues esto es lo que vosotros

demandasteis. Y echáronlos de delante de Faraón."

El monarca había tratado de destruir a los israelitas mediante

trabajos forzados, pero ahora aparentaba tener profundo interés en

su bienestar y tierno cuidado por sus pequeñuelos. Su verdadero

objeto era retener a las mujeres y los niños como garantía del

regreso de los hombres.

Moisés entonces extendió su vara por sobre la tierra, y sopló un

viento del este, y trajo langostas. "En gran manera grave: antes de

ella no hubo langosta semejante, ni después de ella vendrá otra tal."

Llenaron el cielo hasta que la tierra se obscureció, y devoraron toda

cosa verde que quedaba.

Faraón hizo venir inmediatamente a los profetas y les dijo: "He

pecado contra Jehová vuestro Dios, y contra vosotros. Mas ruego

ahora que perdones mi pecado solamente esta vez, y que oréis a

Jehová vuestro Dios que quite de mí solamente esta muerte." Así lo

hicieron, y un fuerte viento del occidente se llevó las langostas hacia

el mar Rojo. Pero aun así el rey persistió en su terca resolución.

El pueblo egipcio estaba a punto de desesperar. Las plagas que

ya habían sufrido parecían casi insoportables, y estaban llenos de

338


pánico por temor del futuro. La nación había adorado a Faraón como

representante de su dios, pero ahora muchos estaban convencidos de

que él se estaba oponiendo a Uno que hacía de todos los poderes de

la naturaleza los ministros de su voluntad. Los esclavos hebreos, tan

milagrosamente favorecidos, comenzaban a confiar en su liberación.

Sus comisarios no osaban oprimirlos como hasta entonces. Por todo

Egipto existía un secreto temor de que la raza esclavizada pudiese

levantarse y vengar sus agravios. Por doquiera los hombres

preguntaban con el aliento en suspenso: ¿Qué seguirá después?

De repente una obscuridad se asentó sobre la tierra, tan densa y

negra que parecía que se podía palpar. No sólo quedó la gente

privada de luz, sino que también la atmósfera se puso muy pesada,

de tal manera que era difícil respirar. "Ninguno vió a su prójimo, ni

nadie se levantó de su lugar en tres días; mas todos los hijos de

Israel tenían luz en sus habitaciones." El sol y la luna eran para los

egipcios objetos de adoración; en estas tinieblas misteriosas tanto la

gente como sus dioses fueron heridos por el poder que había

patrocinado la causa de los siervos. (Véase el Apéndice, nota 5.) Sin

embargo, por espantoso que fuera, este castigo evidenciaba la

compasión de Dios y su falta de voluntad para destruir. Estaba

dando a la gente tiempo para reflexionar y arrepentirse antes de

enviarles la última y más terrible de las plagas.

Por último, el temor arrancó a Faraón una concesión más. Al

fin del tercer día de tinieblas, llamó a Moisés, y le dió su

consentimiento para que saliera el pueblo, con tal de que los rebaños

y las manadas permanecieran. "No quedará ni una uña--contestó el

339


decidido hebreo;--porque ... no sabemos con qué hemos de servir a

Jehová, hasta que lleguemos allá." La ira del rey estalló

desenfrenadamente y gritó: "Retírate de mí: guárdate que no veas

más mi rostro, porque en cualquier día que vieres mi rostro,

morirás." La contestación fué: "Bien has dicho; no veré más tu

rostro."

"Moisés era muy gran varón en la tierra de Egipto, a los ojos de

los siervos de Faraón, y a los ojos del pueblo." Moisés era

considerado como persona venerable por los egipcios. El rey no se

atrevió a hacerle daño, pues la gente le consideraba como el único

ser capaz de quitar las plagas. Deseaban que se permitiese a los

israelitas salir de Egipto. Fueron el rey y los sacerdotes los que se

opusieron hasta el último momento a las demandas de Moisés.

340


Capítulo 24

La pascua

Cuando se presentó por primera vez al rey de Egipto la

demanda de la liberación de Israel, se le dió una advertencia acerca

de la más terrible de todas las plagas. Moisés dijo a Faraón: "Jehová

ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que

dejes ir a mi hijo, para que me sirva, mas no has querido dejarlo ir:

he aquí yo voy a matar a tu hijo, tu primogénito." Éxodo 4:22, 23.

Aunque despreciados por los egipcios, los israelitas habían sido

honrados por Dios, al ser escogidos como depositarios de su ley. Las

bendiciones y los privilegios especiales que se les dispensaron les

habían dado la preeminencia entre las naciones, como la tenía el

primogénito entre los demás hermanos.

El primer juicio acerca del cual se advirtió a Egipto había de

ser el último en llegar. Dios es paciente y muy misericordioso.

Cuida tiernamente a todos los seres creados a su imagen. Si la

pérdida de sus cosechas, sus rebaños y manadas hubiera llevado a

Egipto al arrepentimiento, los niños no habrían sido heridos; pero la

nación había resistido tercamente al mandamiento divino, y el golpe

final estaba a punto de caer.

So pena de muerte, se había prohibido a Moisés que volviera a

la presencia de Faraón; pero había que entregar al monarca rebelde

un último mensaje de parte de Dios, y nuevamente Moisés volvió

341


ante aquél con el terrible anunció: "Jehová ha dicho así: A la media

noche yo saldré por medio de Egipto, y morirá todo primogénito en

tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sienta en su

trono, hasta el primogénito de la sierva que está tras la muela; y todo

primogénito de las bestias. Y habrá gran clamor por toda la tierra de

Egipto, cual nunca fué ni jamás será. Mas entre todos los hijos de

Israel, desde el hombre hasta la bestia, ni un perro moverá su

lengua: para que sepáis que hará diferencia Jehová entre los egipcios

y los israelitas. Y descenderán a mí todos estos tus siervos, e

inclinados delante de mí dirán: Sal tú, y todo el pueblo que está bajo

de ti; y después de esto yo saldré." (Véase Exodo 11; 12.)

Antes de ejecutar esta sentencia, el Señor por medio de Moisés

instruyó a los hijos de Israel acerca de su salida de Egipto, sobre

todo para preservarlos de la plaga inminente. Cada familia, sola o

reunida con otra, había de matar un cordero o un cabrito, "sin

defecto," y con un hisopo había de tomar de la sangre y ponerla "en

los dos postes y en el dintel de las casas en que lo han de comer,"

para que el ángel destructor que pasaría a medianoche, no entrase a

aquella morada. Habían de comer la carne asada, con hierbas

amargas y pan sin levadura, de noche, y como Moisés dijo:

"Ceñidos vuestros lomos, vuestros zapatos en vuestros pies, y

vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente: es

la Pascua de Jehová."

El Señor declaró: "Yo pasaré aquella noche por la tierra de

Egipto, y heriré a todo primogénito en la tierra de Egipto, así en los

hombres como en las bestias: y haré juicios en todos los dioses de

342


Egipto.... Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros

estéis; y veré la sangre, y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros

plaga de mortandad, cuando heriré la tierra de Egipto."

Para conmemorar esta gran liberación, el pueblo de Israel había

de celebrar una fiesta anual a través de las generaciones futuras. "Y

este día os ha de ser en memoria, y habéis de celebrarlo como

solemne a Jehová durante vuestras generaciones: por estatuto

perpetuo lo celebraréis." Cuando en los años venideros festejaran

este acontecimiento habían de repetir a sus hijos la historia de su

gran liberación, o como les dijo Moisés: "Vosotros responderéis: Es

la víctima de la Pascua de Jehová, el cual pasó las casas de los hijos

de Israel en Egipto, cuando hirió a los egipcios, y libró nuestras

casas."

Además, tanto el primogénito de los hombres como el de las

bestias, había de ser del Señor, si bien podía ser redimido mediante

un rescate con el cual reconocian que, al perecer los primogénitos de

Egipto, los de Israel, que fueron guardados bondadosamente,

habrían sufrido la misma suerte de no haber sido por el sacrificio

expiatorio. "Mío es todo primogénito--declaró el Señor;--desde el

día que yo maté todos los primogénitos en la tierra de Egipto, yo

santifiqué a mí todos los primogénitos en Israel, así de hombres

como de animales: míos serán." Números 3:13. Después de la

institución del culto en el tabernáculo, el Señor escogió para sí la

tribu de Leví, para la obra del santuario, en vez de los primogénitos

de Israel. Dijo: "Me son a mí dados los Levitas de entre los hijos de

Israel, ... helos tomado para mí en lugar de los primogénitos de

343


todos los hijos de Israel." Números 8:16. Sin embargo, todo el

pueblo debía pagar, en reconocimiento de la gracia de Dios, un

precio por el rescate del primogénito. Números 18:15, 16.

La pascua había de ser tanto conmemorativa como simbólica.

No sólo recordaría la liberación de Israel, sino que también señalaría

la liberación más grande que Cristo habría de realizar para libertar a

su pueblo de la servidumbre del pecado. El cordero del sacrificio

representa al "Cordero de Dios," en quien reside nuestra única

esperanza de salvación. Dice el apóstol: "Nuestra pascua, que es

Cristo, fué sacrificada por nosotros." 1 Corintios 5:7. No bastaba

que el cordero pascual fuese muerto; había que rociar con su sangre

los postes de las puertas, como los méritos de la de Cristo deben

aplicarse al alma. Debemos creer, no sólo que él murió por el

mundo, sino que murió por cada uno individualmente. Debemos

apropiarnos la virtud del sacrificio expiatorio.

El hisopo usado para rociar la sangre era un símbolo de la

purificación. Era empleado para la limpieza del leproso y de quienes

estaban inmundos por su contacto con los muertos. Se ve su

significado también en la oración del salmista: "Purifícame con

hisopo, y seré limpio: lávame, y seré emblanquecido más que la

nieve." Salmos 51:7.

El cordero había de prepararse entero, sin quebrar ninguno de

sus huesos. De igual manera, ni un solo hueso había de quebrarse

del Cordero de Dios, que iba a morir por nosotros. Éxodo 12:46;

Juan 19:36. En esa forma también se representaba la plenitud del

344


sacrificio de Cristo.

La carne debía comerse. Para alcanzar el perdón de nuestro

pecado, no basta que creamos en Cristo; por medio de su Palabra

debemos recibir por fe constantemente su fuerza y su alimento

espiritual. Cristo dijo: "Si no comiereis la carne del Hijo del hombre,

y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi

carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna." Y para explicar lo que

quería decir, agregó: "Las palabras que yo os he hablado, son

espíritu, y son vida." Juan 6:53, 54, 63.

Jesús aceptó la ley de su Padre, cuyos principios puso en

práctica en su vida, manifestó su espíritu, y demostró su poder

benéfico en el corazón del hombre. Dice Juan: "Aquel Verbo fué

hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como

del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad." Juan 1:14.

Los seguidores de Cristo deben participar de su experiencia. Deben

recibir y asimilar la Palabra de Dios para que se convierta en el

poder que impulse su vida y sus acciones. Mediante el poder de

Cristo, deben ser transformados a su imagen, y deben reflejar los

atributos divinos. Deben comer la carne y beber la sangre del Hijo

de Dios, o no habrá vida en ellos. El espíritu y la obra de Cristo

deben convertirse en el espíritu y la obra de sus discípulos.

El cordero había de comerse con hierbas amargas, como un

recordatorio de la amarga servidumbre sufrida en Egipto. Asimismo

cuando nos alimentamos de Cristo, debemos hacerlo con corazón

contrito por causa de nuestros pecados.

345


El uso del pan sin levadura también era significativo. Lo

ordenaba expresamente la ley de la pascua, y tan estrictamente la

observaban los judíos en su práctica, que no debía haber ninguna

levadura en sus casas mientras durara esa fiesta. Asimismo deben

apartar de sí la levadura del pecado todos los que reciben la vida y el

alimento de Cristo. Pablo escribe a la iglesia de Corinto: "Limpiad

pues la vieja levadura, para que seáis nueva masa, ... porque nuestra

pascua, que es Cristo, fué sacrificada por nosotros. Así que hagamos

fiesta, no en la vieja levadura, ni en la levadura de malicia y de

maldad, sino en ázimos de sinceridad y de verdad." 1 Corintios 5:7,

8.

Antes de obtener la libertad, los siervos debían demostrar fe en

la gran liberación que estaba a punto de realizarse. Debían poner la

señal de la sangre sobre sus casas, y ellos y sus familias debían

separarse de los egipcios y reunirse dentro de sus propias moradas.

Si los israelitas hubieran menospreciado en lo más mínimo las

instrucciones que se les dieron, si no hubieran separado a sus hijos

de los egipcios, si hubieran dado muerte al cordero, pero no

hubieran rociado los postes con la sangre, o hubieran salido algunos

fuera de sus casas, no habrían estado seguros. Podrían haber creído

honradamente que habían hecho todo lo necesario, pero su

sinceridad no los habría salvado. Los que hubiesen dejado de

cumplir las instrucciones del Señor, habrían perdido su primogénito

por obra del destructor.

Mediante su obediencia el pueblo debía evidenciar su fe.

346


Asimismo todo aquel que espera ser salvo por los méritos de la

sangre de Cristo debe comprender que él mismo tiene algo que

hacer para asegurar su salvación. Sólo Cristo puede redimirnos de la

pena de la transgresión, pero nosotros debemos volvernos del

pecado a la obediencia. El hombre ha de salvarse por la fe, no por

las obras; sin embargo, su fe debe manifestarse por sus obras. Dios

dió a su Hijo para que muriera en propiciación por el pecado; ha

manifestado la luz de la verdad, el camino de la vida; ha dado

facilidades, ordenanzas y privilegios; y el hombre debe cooperar con

estos agentes de la salvación; ha de apreciar y usar la ayuda que

Dios ha provisto; debe creer y obedecer todos los requerimientos

divinos.

Mientras Moisés repetía a Israel lo que Dios había provisto

para su liberación, "el pueblo se inclinó y adoró." Éxodo 12:27. La

feliz esperanza de libertad, el tremendo conocimiento del juicio

inminente que había de caer sobre sus opresores, los cuidados y

trabajos necesarios para su pronta salida, todo lo eclipsó de

momento la gratitud hacia su bondadoso Libertador.

Muchos de los egipcios habían sido inducidos a reconocer al

Dios de los hebreos como el único Dios verdadero, y suplicaron

entonces que se les permitiese ampararse en los hogares de Israel

cuando el ángel exterminador pasara por la tierra. Fueron recibidos

con júbilo, y se comprometieron a servir de allí en adelante al Dios

de Jacob, y a salir de Egipto con su pueblo.

Los israelitas obedecieron las instrucciones que Dios les había

347


dado. Rápida y secretamente hicieron los preparativos para su

partida. Las familias estaban reunidas, el cordero pascual muerto, la

carne asada, el pan sin levadura y las hierbas amargas preparados. El

padre y sacerdote de la casa roció con sangre los postes de la puerta,

y se unió a su familia dentro de la casa. Con premura y en silencio

se comió el cordero pascual. Con reverente temor el pueblo oró y

aguardó; el corazón de todo primogénito, desde el hombre más

fuerte hasta el niño, tembló con indescriptible miedo. Los padres y

las madres estrechaban en sus brazos a sus queridos primogénitos, al

pensar en el espantoso golpe que había de caer aquella noche. Pero a

ningún hogar de Israel llegó el ángel exterminador. La señal de la

sangre, garantía de la protección del Salvador, estaba sobre sus

puertas, y el exterminador no entró.

A la medianoche hubo "un gran clamor en Egipto, porque no

había casa donde no hubiese muerto." Todos los primogénitos de la

tierra, "desde el primogénito de Faraón que se sentaba sobre su

trono, hasta el primogénito del cautivo que estaba en la cárcel, y

todo primogénito de los animales" (Éxodo 12:29-33), habían sido

heridos por el exterminador. A través del vasto reino de Egipto, el

orgullo de toda casa había sido humillado. Los gritos y gemidos de

los dolientes llenaban los aires. El rey y los cortesanos, con rostros

pálidos y trémulos miembros, estaban aterrados por el horror

prevaleciente.

Faraón recordó entonces que una vez había exclamado:

"¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no

conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel." Éxodo 5:2. Ahora,

348


su orgullo, que una vez osara levantarse contra el Cielo, estaba

humillado hasta el polvo; "hizo llamar a Moisés y a Aarón de noche,

y díjoles: Salid de en medio de mi pueblo vosotros, y los hijos de

Israel; e id, servid a Jehová, como habéis dicho. Tomad también

vuestras ovejas y vuestras vacas, como habéis dicho, e idos; y

bendecidme también a mí." También los consejeros reales y el

pueblo suplicaron a los israelitas que se fueran de la tierra, "porque

decían: Todos somos muertos."

349


Capítulo 25

El éxodo

Con los lomos ceñidos, las sandalias calzadas, y el bordón en la

mano, el pueblo de Israel permanecía en silencio reverente, y sin

embargo expectante, aguardando que el mandato real les ordenara

ponerse en marcha. Antes de llegar la mañana, ya estaban en

camino. Durante el tiempo de las plagas, ya que la manifestación del

poder de Dios había encendido la fe en los corazones de los siervos

y había infundido terror en sus opresores, los israelitas se habían

reunido poco a poco en Gosén; y no obstante lo repentino de la

huída, se habían tomado ya algunas medidas para la organización y

dirección de la multitud durante la marcha, dividiéndola en

compañías, bajo la dirección de un jefe cada una.

Y salieron "como seiscientos mil hombres de a pie, sin contar

los niños. Y también subió con ellos grande multitud de diversa

suerte de gentes." Éxodo 12:34-39. Esta multitud se componía no

sólo de los que obraron movidos por la fe en el Dios de Israel, sino

también de un número mayor de individuos que trataban únicamente

de escapar de las plagas, o que se unieron a las columnas en marcha

por pura excitación y curiosidad. Esta clase de personas fué siempre

un obstáculo y un lazo para Israel.

El pueblo llevó consigo también "ovejas, y ganados muy

muchos." Estos eran propiedad de los israelitas, que nunca habían

350


vendido sus posesiones al rey, como lo habían hecho los egipcios.

Jacob y sus hijos habían llevado su ganado consigo a Egipto, y allí

había aumentado grandemente. Antes de salir de Egipto, el pueblo,

siguiendo las instrucciones de Moisés, exigió una remuneración por

su trabajo que no le había sido pagado; y los egipcios estaban tan

ansiosos de deshacerse de ellos que no les negaron lo pedido. Los

esclavos se marcharon cargados del botín de sus opresores.

Aquel día completó la historia revelada a Abrahán en visión

profética siglos antes: "Ten por cierto que tu simiente será peregrina

en tierra no suya, y servirá a los de allí, y serán por ellos afligidos

cuatrocientos años. Mas también a la gente a quien servirán, juzgaré

yo; y después de esto saldrán con grande riqueza." Génesis 15:13,

14; véase el Apéndice, nota 6. Se habían cumplido los cuatrocientos

años. "En aquel mismo día sacó Jehová a los hijos de Israel de la

tierra de Egipto por sus escuadrones." Éxodo 12:40, 41, 51. Al salir

de Egipto los israelitas llevaron consigo un precioso legado: los

huesos de José (véase Exodo 13), que habían esperado por tanto

tiempo el cumplimiento de la promesa de Dios, y que durante los

tenebrosos años de esclavitud habían servido a manera de

recordatorio que anunciaba la liberación de los israelitas.

En vez de seguir la ruta directa hacia Canaán, que pasaba por el

país de los filisteos, el Señor los dirigió hacia el sur, hacia las orillas

del mar Rojo. "Porque dijo Dios: Que quizá no se arrepienta el

pueblo cuando vieren la guerra, y se vuelvan a Egipto." Si hubieran

tratado de pasar por Filistea, habrían encontrado oposición, pues los

filisteos, considerándolos como esclavos que huían de sus amos, no

351


habrían vacilado en hacerles la guerra. Los israelitas no estaban

preparados para un encuentro con aquel pueblo poderoso y belicoso.

Tenían un conocimiento muy limitado de Dios y muy poca fe en él,

y se habrían aterrorizado y desanimado. Carecían de armas y no

estaban habituados a la guerra; tenían el espíritu deprimido por su

prolongada servidumbre, y se hallaban impedidos por las mujeres y

los niños, los rebaños y las manadas. Al dirigirlos por la ruta del mar

Rojo, el Señor se reveló como un Dios compasivo y juicioso.

"Y partidos de Succoth, asentaron campo en Etham, a la

entrada del desierto. Y Jehová iba delante de ellos de día en una

columna de nube, para guiarlos por el camino; y de noche en una

columna de fuego para alumbrarles; a fin de que anduviesen de día y

de noche. Nunca se partió de delante del pueblo la columna de nube

de día, ni de noche la columna de fuego." El salmista dice:

"Extendió una nube por cubierta, y fuego para alumbrar la noche."

Salmos 105:39, véase también 1 Corintios 10:1, 2. El estandarte de

su invisible caudillo estaba siempre con ellos. Durante el día la nube

dirigía su camino, o se extendía como un dosel sobre la hueste.

Servía de protección contra el calcinante sol, y con su sombra y

humedad daba grata frescura en el abrasado y sediento desierto. A la

noche se convertía en una columna de fuego, que iluminaba el

campamento, y les aseguraba constantemente que la divina

presencia estaba con ellos.

En uno de los pasajes más hermosos y consoladores de la

profecía de Isaías, se hace referencia a la columna de nube y de

fuego para indicar cómo custodiará Dios a su pueblo en la gran

352


lucha final con los poderes del mal: "Y criará Jehová sobre toda la

morada del monte de Sión, y sobre los lugares de sus

convocaciones, nube y obscuridad de día, y de noche resplandor de

fuego que eche llamas: porque sobre toda gloria habrá cobertura. Y

habrá sombrajo para sombra contra el calor del día, para acogida y

escondedero contra el turbión y contra el aguacero." Isaías 4:5, 6.

Viajaron a través del lóbrego y árido desierto. Ya comenzaban

a preguntarse adónde los conduciría ese viaje; ya estaban

cansándose de aquella laboriosa ruta, y algunos principiaron a sentir

el temor de una persecución de parte de los egipcios. Pero la nube

continuaba avanzando, y ellos la seguían. Entonces el Señor indicó a

Moisés que se desviara en dirección a un desfiladero rocoso para

acampar junto al mar. Le reveló que Faraón los perseguiría, pero

que Dios sería honrado por su liberación.

En Egipto se esparció la noticia de que los hijos de Israel, en

vez de detenerse para adorar en el desierto, iban hacia el mar Rojo.

Los consejeros de Faraón manifestaron al rey que sus esclavos

habían huído para nunca más volver. El pueblo deploró su locura de

haber atribuído la muerte de los primogénitos al poder de Dios. Los

grandes hombres, reponiéndose de sus temores, explicaron las

plagas por causas naturales. "¿Cómo hemos hecho esto de haber

dejado ir a Israel, para que no nos sirva?" (véase Exodo 14) era su

amargo clamor.

Faraón reunió sus fuerzas, "y tomó seiscientos carros

escogidos, y todos los carros de Egipto," y capitanes y soldados de

353


caballería, e infantería. El rey mismo, rodeado por los grandes de su

reino, encabezaba el ejército. Para obtener el favor de los dioses, y

asegurar así el éxito de su empresa, los sacerdotes también los

acompañaban. El rey estaba decidido a intimidar a los israelitas

mediante un gran despliegue de poder. Los egipcios temían que su

forzada sumisión al Dios de Israel los expusiese a la burla de las

otras naciones; pero si ahora salían con gran demostración de poder

y traían de vuelta a los fugitivos, recuperarían su prestigio y también

el servicio de sus esclavos.

Los hebreos estaban acampados junto al mar, cuyas aguas

presentaban una barrera aparentemente infranqueable ante ellos,

mientras que por el sur una montaña escabrosa obstruía su avance.

De pronto, divisaron a lo lejos las relucientes armaduras y el

movimiento de los carros, que anunciaban la vanguardia de un gran

ejército. A medida que las fuerzas se acercaban, se veía a las huestes

de Egipto en plena persecución. El terror se apoderó del corazón de

los israelitas. Algunos clamaron al Señor, pero la mayor parte de

ellos se apresuraron a presentar sus quejas a Moisés: "¿No había

sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el

desierto? ¿Por qué lo has hecho así con nosotros, que nos has sacado

de Egipto? ¿No es esto lo que te hablamos en Egipto, diciendo:

Déjanos servir a los Egipcios? Que mejor nos fuera servir a los

Egipcios, que morir nosotros en el desierto."

Moisés se turbó grandemente al ver que su pueblo manifestaba

tan poca fe en Dios, a pesar de que repetidamente habían

presenciado la manifestación de su poder en favor de ellos. ¿Cómo

354


podía el pueblo culparle de los peligros y las dificultades de su

situación, cuando él había seguido el mandamiento expreso de Dios?

Era verdad que no había posibilidad de liberación a no ser que Dios

mismo interviniera en su favor; pero habiendo llegado a esta

situación por seguir la dirección divina, Moisés no temía las

consecuencias. Su serena y confortadora respuesta al pueblo fué:

"No temáis; estáos quedos, y ved la salud de Jehová que él hará hoy

con vosotros; porque los Egipcios que hoy habéis visto, nunca más

para siempre los veréis. Jehová peleará por vosotros, y vosotros

estaréis quedos."

No era cosa fácil mantener a las huestes de Israel en actitud de

espera ante el Señor. Faltándoles disciplina y dominio propio, se

tornaron violentos e irrazonables. Esperaban caer pronto en manos

de sus opresores, y sus gemidos y lamentaciones eran intensos y

profundos. Habían seguido a la maravillosa columna de nube como

a la señal de Dios que les ordenaba avanzar; pero ahora se

preguntaban unos a otros si esa columna no presagiaría alguna

calamidad; porque ¿no los había dirigido al lado equivocado de la

montaña, hacia un desfiladero insalvable? Así, de acuerdo con su

errada manera de pensar, el ángel del Señor parecía como el

precursor de un desastre.

Pero entonces he aquí que al acercarse las huestes egipcias

creyéndolos presa fácil, la columna de nube se levantó majestuosa

hacia el cielo, pasó sobre los israelitas, y descendió entre ellos y los

ejércitos egipcios. Se interpuso como muralla de tinieblas entre los

perseguidos y los perseguidores. Los egipcios ya no pudieron

355


localizar el campamento de los hebreos, y se vieron obligados a

detenerse. Pero a medida que la obscuridad de la noche se espesaba,

la muralla de nube se convirtió en una gran luz para los hebreos,

inundando todo el campamento con un resplandor semejante a la luz

del día.

Entonces volvió la esperanza a los corazones de los israelitas.

Moisés levantó su voz a Dios. Y el Señor le dijo: "¿Por qué clamas a

mí? di a los hijos de Israel que marchen. Y tú alza tu vara, y

extiende tu mano sobre la mar, y divídela; y entren los hijos de

Israel por medio de la mar en seco."

El salmista describiendo el cruce del mar por Israel, cantó:

"En la mar fué tu camino, y tus sendas en las muchas aguas; y

tus pisadas no fueron conocidas. Condujiste a tu pueblo como

ovejas, por mano de Moisés y de Aarón." Salmos 77:19, 20.

Cuando Moisés extendió su vara, las aguas se dividieron, e

Israel marchó en medio del mar, sobre tierra seca, mientras las aguas

se mantenían como murallas a los lados. La luz de la columna de

fuego de Dios brilló sobre las olas espumosas, y alumbró el camino

cortado como un inmenso surco a través de las aguas del mar, que se

perdía en la obscuridad de la lejana playa.

"Y siguiéndolos los Egipcios, entraron tras ellos hasta el medio

de la mar, toda la caballería de Faraón, sus carros, y su gente de a

caballo. Y aconteció a la vela de la mañana, que Jehová miró al

356


campo de los Egipcios desde la columna de fuego y nube, y perturbó

el campo de los Egipcios." La misteriosa nube se trocó en una

columna de fuego ante sus ojos atónitos. Los truenos retumbaron, y

los relámpagos centellearon. "Las nubes echaron inundaciones de

aguas; tronaron los cielos, y discurrieron tus rayos. Anduvo en

derredor el sonido de tus truenos; los relámpagos alumbraron el

mundo; estremecióse y tembló la tierra." Salmos 77:17, 18.

La confusión y la consternación se apoderaron de los egipcios.

En medio de la ira de los elementos, en la cual oyeron la voz de un

Dios airado, trataron de desandar su camino y huir hacia la orilla

que habían dejado. Pero Moisés extendió su vara, y las aguas

amontonadas, silbando y bramando, hambrientas de su presa, se

precipitaron sobre ellos, y tragaron al ejército egipcio en sus negras

profundidades.

Al despuntar el alba, las multitudes israelitas pudieron ver todo

lo que quedaba de su poderoso enemigo: cuerpos vestidos de

corazas arrojados a la orilla. Una sola noche les había traído

completa liberación del más terrible peligro. Aquella vasta y

desamparada muchedumbre de esclavos no acostumbrados a la

batalla, de mujeres, niños y ganado, que tenían el mar frente a ellos

y los poderosos ejércitos de Egipto a sus espaldas, habían visto una

senda abierta al través de las aguas, y sus enemigos derrotados en el

momento en que esperaban el triunfo. Jehová solo los había

libertado, y a él elevaron con fervor sus corazones agradecidos. Sus

emociones encontraron expresión en cantos de alabanza. El Espíritu

de Dios se posó sobre Moisés, el cual dirigió al pueblo en un

357


triunfante himno de acción de gracias, el más antiguo y uno de los

más sublimes que el hombre conoce:

"Cantaré yo a Jehová, porque se ha magnificado grandemente,

Echando en la mar al caballo y al que en él subía. Jehová es mi

fortaleza, y mi canción, Y hame sido por salud: Este es mi Dios, y a

éste engrandeceré; Dios de mi padre, y a éste ensalzaré. Jehová,

varón de guerra; Jehová es su nombre. Los carros de Faraón y a su

ejército echó en la mar; Y sus escogidos príncipes fueron hundidos

en el mar Bermejo. Los abismos los cubrieron; Como piedra

descendieron a los profundos. Tu diestra, oh Jehová, ha sido

magnificada en fortaleza; Tu diestra, oh Jehová, ha quebrantado al

enemigo.... ¿Quién como tú, Jehová, entre los dioses? ¿Quién como

tú, magnífico en santidad, Terrible en loores, hacedor de maravillas?

... Condujiste en tu misericordia a este pueblo, al cual salvaste;

Llevástelo con tu fortaleza a la habitación de tu santuario. Oiránlo

los pueblos, y temblarán; ... Caiga sobre ellos temblor y espanto; A

la grandeza de tu brazo enmudezcan como una piedra; Hasta que

haya pasado tu pueblo, oh Jehová, Hasta que haya pasado este

pueblo que tú rescataste. Tú los introducirás y los plantarás en el

monte de tu heredad, En el lugar de tu morada, que tú has aparejado,

oh Jehová." Éxodo 15:1-17.

Como una voz que surgiera de gran profundidad, elevaron las

vastas huestes de Israel ese sublime tributo. Las mujeres israelitas

también se unieron al coro. María, la hermana de Moisés, dirigió a

las demás mientras cantaban con panderos y danzaban. En la lejanía

del desierto y del mar resonaba el gozoso coro, y las montañas

358


repetían el eco de las palabras de su alabanza: "Cantad a Jehová;

porque en extremo se ha engrandecido." Vers. 21.

Este canto y la gran liberación que conmemoraba hicieron una

impresión imborrable en la memoria del pueblo hebreo. Siglo tras

siglo fué repetido por los profetas y los cantores de Israel para

atestiguar que Jehová es la fortaleza y la liberación de los que

confían en él.

Ese canto no pertenece sólo al pueblo judío. Indica la futura

destrucción de todos los enemigos de la justicia, y señala la victoria

final del Israel de Dios. El profeta de Patmos vió la multitud vestida

de blanco, "los que habían alcanzado la victoria," que estaban sobre

"un mar de vidrio mezclado con fuego," "teniendo las arpas de Dios.

"Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del

Cordero." Apocalipsis 15:2, 3.

"No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da

gloria; por tu misericordia, por tu verdad." Salmos 115:1. Tal fué el

espíritu que saturaba el canto de liberación de Israel, y es el espíritu

que debe morar en el corazón de los que aman y temen a Dios. Al

libertar nuestras almas de la esclavitud del pecado, Dios ha obrado

para nosotros una liberación todavía mayor que la de los hebreos

ante el mar Rojo. Como la hueste hebrea, nosotros debemos alabar

al Señor con nuestro corazón, nuestra alma, y nuestra voz por "sus

maravillas para con los hijos de los hombres." Salmos 107:8. Los

que meditan en las grandes misericordias de Dios, y no olvidan sus

dones menores, se llenan de felicidad y cantan en sus corazones al

359


Señor. Las bendiciones diarias que recibimos de la mano de Dios, y

sobre todo, la muerte de Jesús para poner la felicidad y el cielo a

nuestro alcance, debieran ser objeto de constante gratitud.

¡Qué compasión, qué amor sin par, nos ha manifestado Dios a

nosotros, perdidos pecadores, al unirnos a él, para que seamos su

tesoro especial! ¡Qué sacrificio ha hecho nuestro Redentor para que

podamos ser llamados hijos de Dios! Debiéramos alabar a Dios por

la bendita esperanza que nos ofrece en el gran plan de redención;

debiéramos alabarle por la herencia celestial y por sus ricas

promesas; debiéramos alabarle porque Jesús vive para interceder por

nosotros.

"El que sacrifica alabanza me honrará" (Salmos 50:23), dice el

Señor. Todos los habitantes del cielo se unen para alabar a Dios.

Aprendamos el canto de los ángeles ahora, para que podamos

cantarlo cuando nos unamos a sus huestes resplandecientes.

Digamos con el salmista: "Alabaré a Jehová en mi vida: cantaré

salmos a mi Dios mientras viviere." "Alábente los pueblos, oh Dios:

todos los pueblos te alaben." Salmos 146:2; 67:5.

En su providencia Dios mandó a los hebreos que se detuvieran

frente a la montaña junto al mar, a fin de manifestar su poder al

liberarlos y humillar señaladamente el orgullo de sus opresores.

Hubiera podido salvarlos de cualquier otra forma, pero escogió este

procedimiento para acrisolar la fe del pueblo y fortalecer su

confianza en él. El pueblo estaba cansado y atemorizado; sin

embargo, si hubieran retrocedido cuando Moisés les ordenó avanzar,

360


Dios no les habría abierto el camino. Fué por la fe cómo "pasaron el

mar Bermejo como por tierra seca." Hebreos 11:29. Al avanzar

hasta el agua misma, demostraron creer la palabra de Dios dicha por

Moisés. Hicieron todo lo que estaba a su alcance, y entonces el

Poderoso de Israel dividió la mar para abrir sendero para sus pies.

En esto se enseña una gran lección para todos los tiempos. A

menudo la vida cristiana está acosada de peligros, y se hace difícil

cumplir el deber. La imaginación concibe la ruina inminente

delante, y la esclavitud o la muerte detrás. No obstante, la voz de

Dios dice claramente: "Avanza." Debemos obedecer este mandato

aunque nuestros ojos no puedan penetrar las tinieblas, y aunque

sintamos las olas frías a nuestros pies. Los obstáculos que impiden

nuestro progreso no desaparecerán jamás ante un espíritu que se

detiene y duda. Los que postergan la obediencia hasta que toda

sombra de incertidumbre desaparezca y no haya ningún riesgo de

fracaso o derrota no obedecerán nunca. La incredulidad nos susurra:

"Esperemos que se quiten los obstáculos y podamos ver claramente

nuestro camino;" pero la fe nos impele valientemente a avanzar

esperándolo todo y creyéndolo todo.

La nube que fué una muralla de tinieblas para los egipcios, fué

para los hebreos un gran torrente de luz, que iluminó todo el

campamento, derramando claridad sobre su sendero. Así las obras

de la Providencia acarrean a los incrédulos tinieblas y

desesperación, mientras que para el alma creyente están llenas de

luz y paz. El sendero por el cual Dios dirige nuestros pasos puede

pasar por el desierto o por el mar, pero es un sendero seguro.

361


362


Capítulo 26

Del Mar Rojo al Sinaí

Desde el mar Rojo, las huestes de Israel reanudaron la marcha

guiadas otra vez por la columna de nube. El panorama que los

rodeaba era de lo más lúgubre: estériles y desoladas montañas,

áridas llanuras, y el mar que se extendía a lo lejos, con sus riberas

cubiertas de los cuerpos de sus enemigos. No obstante, estaban

llenos de regocijo porque se sabían libres, y todo pensamiento de

descontento se había acallado.

Pero durante tres días de marcha no pudieron encontrar agua.

La provisión que habían traído estaba agotada. No había nada que

apagara la sed abrasadora mientras avanzaban lenta y penosamente a

través de las llanuras calcinadas por el sol. Moisés, que conocía esa

región, sabía lo que los demás ignoraban, que en Mara, el lugar más

cercano donde hallarían fuentes, el agua no era apta para beber. Con

gran ansiedad observaba la nube guiadora. Con el corazón

desfalleciente oyó el regocijado grito: "¡Agua, agua!" que resonaba

por todas las filas. Los hombres, las mujeres y los niños con alegre

prisa se agolparon alrededor de la fuente, cuando, he aquí, un grito

de angustia salió de la hueste. El agua era amarga.

En su horror y desesperación reprocharon a Moisés por

haberlos dirigido por ese camino, sin recordar que la divina

presencia, mediante aquella misteriosa nube, era quien los había

363


estado guiando tanto a él como a ellos mismos. En su tristeza por la

desesperación del pueblo, Moisés hizo lo que ellos se habían

olvidado de hacer; imploró fervorosamente la ayuda de Dios. "Y

Jehová le mostró un árbol, el cual metídolo que hubo dentro de las

aguas, las aguas se endulzaron." Éxodo 15:25. Allí se le prometió a

Israel por medio de Moisés: "Si oyeres atentamente la voz de Jehová

tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus

mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad

de las que envié a los Egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová

tu Sanador." Vers. 26.

De Mara el pueblo se encaminó hacia Elim, "donde había doce

fuentes de aguas, y setenta palmas." Vers. 27. Allí permanecieron

varios días antes de internarse en el desierto de Sin. Cuando hacía

un mes que estaban ausentes de Egipto, establecieron su primer

campamento en el desierto. Sus provisiones alimenticias se estaban

agotando. Había escasez de hierba en el desierto, y sus rebaños

comenzaban a disminuir. ¿Cómo podía suministrarse alimento a esta

enorme multitud? Las dudas se apoderaron de sus corazones, y otra

vez murmuraron. Hasta los jefes y ancianos del pueblo se unieron

para quejarse contra los caudillos señalados por Dios: "Ojalá

hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto,

cuando nos sentábamos a las ollas de las carnes, cuando comíamos

pan en hartura; pues nos habéis sacado a este desierto, para matar de

hambre a toda esta multitud." Véase Exodo 16-18.

Hasta entonces no habían sufrido de hambre; sus necesidades

habían sido suplidas, pero temían por el futuro. No podían concebir

364


cómo esta enorme multitud podría subsistir en su viaje por el

desierto, y en su imaginación veían a sus hijos muriendo de hambre.

El Señor permitió que se vieran cercados de dificultades, y que sus

provisiones alimenticias disminuyeran, para que sus corazones se

dirigieran hacia el que hasta entonces había sido su Libertador. Si en

su necesidad clamaban a él, todavía les otorgaría señales manifiestas

de su amor y cuidado. Les había prometido que si obedecían sus

mandamientos, ninguna enfermedad los afligiría, y fué una

pecaminosa incredulidad el suponer que ellos o sus hijos pudiesen

morir de hambre.

El Señor les había prometido ser su Dios, hacerlos su pueblo, y

guiarlos a una tierra grande y buena; pero siempre estaban

dispuestos a desmayar ante cada obstáculo que encontraban en su

marcha hacia aquel lugar. De manera maravillosa los había librado

de su esclavitud de Egipto, para elevarlos y ennoblecerlos, y

hacerlos objeto de alabanza en la tierra. Pero era necesario que ellos

hicieran frente a dificultades y que soportaran privaciones.

Dios estaba elevándolos del estado de degradación, y

preparándolos para ocupar un puesto honorable en el concierto de

las naciones, a fin de encomendarles importantes cometidos

sagrados. Si en vista de todo lo que había hecho por ellos, hubiesen

tenido fe en él, habrían soportado alegremente las incomodidades,

privaciones y hasta los verdaderos sufrimientos; pero no estaban

dispuestos a confiar en Dios más allá de lo que podían presenciar en

las continuas evidencias de su poder. Olvidaron su amarga

servidumbre en Egipto. Olvidaron las bondades y el poder que Dios

365


había manifestado en su favor al liberarlos de la esclavitud.

Olvidaron cómo sus hijos se habían salvado cuando el ángel

exterminador dió muerte a todos los primogénitos de Egipto.

Olvidaron la gran demostración del poder divino en el mar Rojo.

Olvidaron que mientras ellos habían cruzado con felicidad el

sendero abierto especialmente para ellos, los ejércitos enemigos, al

intentar perseguirlos, se habían hundido en las aguas del mar. Veían

y sentían tan sólo las incomodidades y pruebas que estaban

soportando, y en lugar de decir: "Dios ha hecho grandes cosas con

nosotros, ya que habiendo sido esclavos, nos hace una nación

grande," hablaban de las durezas del camino, y se preguntaban

cuándo terminaría su tedioso peregrinaje.

La historia de la vida de Israel en el desierto fué escrita para

beneficio del Israel de Dios hasta el fin del tiempo. El relato de

cómo trató Dios a los peregrinos en todas sus idas y venidas por el

desierto, en su exposición al hambre, a la sed y al cansancio, y en las

destacadas manifestaciones de su poder para aliviarlos, está lleno de

advertencias e instrucciones para su pueblo de todas las edades. Las

variadas experiencias de los hebreos eran una escuela destinada a

prepararlos para su prometido hogar en Canaán. Dios quiere que su

pueblo de estos días repase con corazón humilde y espíritu dócil las

pruebas a través de las cuales el Israel antiguo tuvo que pasar, para

que le ayuden en su preparación para la Canaán celestial.

Muchos recuerdan a los israelitas de antaño, y se maravillan de

su incredulidad y murmuración, creyendo que ellos no habrían sido

tan ingratos; pero cuando se prueba su fe, aun en las menores

366


dificultades, no manifiestan más fe o paciencia que los antiguos

israelitas. Cuando se los coloca en situaciones estrechas, murmuran

contra los medios que Dios eligió para purificarlos. Aunque se

suplan sus necesidades presentes, muchos se niegan a confiar en

Dios para el futuro, y viven en constante ansiedad por temor a que

los alcance la pobreza, y que sus hijos tengan que sufrir a causa de

ellos. Algunos están siempre en espera del mal, o agrandan de tal

manera las dificultades que realmente existen, que sus ojos se

incapacitan para ver las muchas bendiciones que demandan su

gratitud. Los obstáculos que encuentran, en vez de guiarlos a buscar

la ayuda de Dios, única fuente de fortaleza, los separan de él, porque

despiertan inquietud y quejas.

¿Hacemos bien en ser tan incrédulos? ¿Por qué hemos de ser

ingratos y desconfiados? Jesús es nuestro amigo; todo el cielo está

interesado en nuestro bienestar; y nuestra ansiedad y temor

apesadumbran al Santo Espíritu de Dios. No debemos abandonarnos

a la ansiedad que nos irrita y desgasta, y que en nada nos ayuda a

soportar las pruebas. No debe darse lugar a esa desconfianza en Dios

que nos lleva a hacer de la preparación para las necesidades futuras

el objeto principal de la vida, como si nuestra felicidad dependiera

de las cosas terrenales. No es voluntad de Dios que su pueblo esté

cargado de preocupaciones. Pero nuestro Señor no nos dice que no

habrá peligros en nuestro camino. No es su propósito sacar a su

pueblo del mundo de pecado e iniqui dad, sino que nos señala un

refugio siempre seguro. Invita a los cansados y agobiados: "Venid a

mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré

descansar." Mateo 11:28. Deponed el yugo de la ansiedad y de los

367


cuidados mundanales que habéis colocado sobre vuestra cabeza, y

"llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y

humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas." Vers.

29. Podemos encontrar descanso y paz en Dios, echando toda

nuestra solicitud en él, porque él tiene cuidado de nosotros. 1 Pedro

5:7.

Dice el apóstol Pablo: "Mirad, hermanos, que en ninguno de

vosotros haya corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios

vivo." Hebreos 3:12. En vista de todo lo que Dios ha hecho por

nosotros, nuestra fe debiera ser fuerte, activa y duradera. En vez de

murmurar y quejarnos, el lenguaje de nuestros corazones debiera

ser: "Bendice, alma mía, a Jehová; y bendigan todas mis entrañas su

santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de

sus beneficios." Salmos 103:1, 2.

Dios no había olvidado las necesidades de Israel. Dijo a

Moisés: "He aquí yo os haré llover pan del cielo." Y mandó al

pueblo recoger una provisión diaria, y doble cantidad el día sexto,

para que se cumpliese la observancia sagrada del sábado.

Moisés aseguró a la congregación que sus necesidades serían

satisfechas: "Jehová os dará a la tarde carne para comer, y a la

mañana pan en hartura; por cuanto Jehová ha oído vuestras

murmuraciones." Y agregó: "Nosotros, ¿qué somos? vuestras

murmuraciones no son contra nosotros, sino contra Jehová."

Además le mandó a Aarón que les dijera: "Acercaos a la presencia

de Jehová; que él ha oído vuestras murmuraciones."

368


Mientras Aarón hablaba, "miraron hacia el desierto, y he aquí

la gloria de Jehová, que apareció en la nube." Un resplandor que

nunca antes habían visto simbolizaba la divina presencia. Mediante

manifestaciones dirigidas a sus sentidos, iban a obtener un

conocimiento de Dios. A fin de que obedecieran a su voz y temieran

su nombre, se les iba a enseñar que el Altísimo era su jefe, y no

meramente Moisés, que era un hombre.

Al caer la noche, todo el campamento estuvo rodeado de

enormes bandadas de codornices, suficientes para suplir las

demandas de toda la multitud. Y por la mañana "he aquí sobre la haz

del desierto una cosa menuda, redonda, menuda como una helada

sobre la tierra." "Y era como simiente de culantro, blanco." El

pueblo lo llamó maná. Moisés dijo: Este "es el pan que Jehová os da

para comer." El pueblo recogió el maná, y encontraron que había

abundante provisión para todos. "Molían en molinos, o majaban en

morteros, y lo cocían en caldera, o hacían de él tortas;" y era "su

sabor como de hojuelas con miel." Números 11:8. Se les ordenó

recoger diariamente un gomer* para cada persona; y de él no habían

de dejar nada para el otro día. Algunos trataron de guardar una

provisión para el día siguiente, pero hallaron entonces que ya no era

bueno para comer. La provisión para el día debía juntarse por la

mañana; pues todo lo que permanecía en el suelo era derretido por el

sol.

Al recoger el maná, algunos llevaban más y otros menos de la

cantidad indicada; pero "medíanlo por gomer, y no sobraba al que

369


había recogido mucho, ni faltaba al que había recogido poco." Una

explicación de estas palabras, así como también la lección práctica

que se deriva de ellas, la da el apóstol Pablo en su segunda epístola a

los corintios. Dice: "Porque no digo esto para que haya para otros

desahogo, y para vosotros apretura; sino para que en este tiempo,

con igualdad, vuestra abundancia supla la falta de ellos, para que

también la abundancia de ellos supla vuestra falta, porque haya

igualdad; como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más; y

el que poco, no tuvo menos." 2 Corintios 8:13-15.

Al sexto día el pueblo recogió dos gomeres por persona. Los

jefes inmediatamente hicieron saber a Moisés lo que había pasado.

Su contestación fué: "Esto es lo que ha dicho Jehová: Mañana es el

santo sábado, el reposo de Jehová: lo que hubiereis de cocer,

cocedlo hoy, y lo que hubiereis de cocinar, cocinadlo; y todo lo que

os sobrare, guardadlo para mañana." Así lo hicieron, y vieron que no

se echó a perder. Y Moisés dijo: "Comedlo hoy, porque hoy es

sábado de Jehová: hoy no hallaréis en el campo. En los seis días lo

recogeréis; mas el séptimo día es sábado, en el cual no se hallará."

Dios requiere que hoy su santo día se observe tan sagradamente

como en el tiempo de Israel. El mandamiento que se dió a los

hebreos debe ser considerado por todos los cristianos como una

orden de parte de Dios para ellos. El día anterior al sábado debe ser

un día de preparación a fin de que todo esté listo para sus horas

sagradas. En ningún caso debemos permitir que nuestros propios

negocios ocupen el tiempo sagrado. Dios ha mandado que se atienda

a los que sufren y a los enfermos; el trabajo necesario para darles

370


bienestar es una obra de misericordia, y no es una violación del

sábado; pero todo trabajo innecesario debe evitarse. Muchos, por

descuido, postergan hasta el principio del sábado cosas pequeñas

que pudieron haberse hecho en el día de preparación. Tal cosa no

debe ocurrir. El trabajo que no se hizo antes del principio del sábado

debe quedar sin hacerse hasta que pase ese día. Este procedimiento

fortalecería la memoria de los olvidadizos, y les ayudaría a realizar

sus tareas en los seis días de trabajo.

Cada semana, durante su largo peregrinaje en el desierto, los

israelitas presenciaron un triple milagro que debía inculcarles la

santidad del sábado: cada sexto día caía doble cantidad de maná,

nada caía el día séptimo, y la porción necesaria para el sábado se

conservaba dulce sin descomponerse, mientras que si se guardaba

los otros días, se descomponía.

En las circunstancias relacionadas con el envío del maná,

tenemos evidencia conclusiva de que el sábado no fué instituído,

como muchos alegan, cuando la ley se dió en el Sinaí. Antes de que

los israelitas llegaran al Sinaí, comprendían perfectamente que

tenían la obligación de guardar el sábado. Al tener que recoger cada

viernes doble porción de maná en preparación para el sábado, día en

que no caía, la naturaleza sagrada del día de descanso les era

recordada de continuo. Y cuando parte del pueblo salió en sábado a

recoger maná, el Señor preguntó: "¿Hasta cuándo no querréis

guardar mis mandamientos y mis leyes?"

"Así comieron los hijos de Israel maná cuarenta años, hasta que

371


entraron en la tierra habitada: maná comieron hasta que llegaron al

término de la tierra de Canaán." Durante cuarenta años se les

recordó diariamente mediante esta milagrosa provisión, el infaltable

cuidado y el tierno amor de Dios. Conforme a las palabras del

salmista, Dios les dió "trigo del cielo; pan de ángeles comió el

hombre" (Salmos 78:24, 25, VM); es decir, alimentos provistos para

ellos por los ángeles. Sostenidos por el "trigo del cielo," recibían

diariamente la lección de que, teniendo la promesa de Dios, estaban

tan seguros contra la necesidad como si estuviesen rodeados de los

undosos trigales de las fértiles llanuras de Canaán.

El maná que caía del cielo para el sustento de Israel era un

símbolo de Aquel que vino de Dios a dar vida al mundo. Dijo Jesús:

"Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el

desierto, y son muertos. Este es el pan que desciende del cielo.... Si

alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo

daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo." Juan 6:48-

51. Y entre las bendiciones prometidas al pueblo de Dios para la

vida futura, se escribió: "Al que venciere, daré a comer del maná

escondido." Apocalipsis 2:17.

Después de salir del desierto de Sin, los israelitas acamparon en

Refidín. Allí no había agua, y de nuevo desconfiaron de la

providencia de Dios. En su ceguedad y presunción el pueblo fué a

Moisés con la exigencia: "Danos agua que bebamos." Pero Moisés

no perdió la paciencia. "¿Por qué altercáis conmigo? ¿por qué

tentáis a Jehová?" Ellos exclamaron airados: "¿Por qué nos hiciste

subir de Egipto, para matarnos de sed a nosotros, y a nuestros hijos,

372


y a nuestros ganados?"

Cuando se los había abastecido abundantemente de alimentos,

recordaron con vergüenza su incredulidad y sus murmuraciones, y

prometieron que en el futuro confiarían en el Señor; pero pronto

olvidaron su promesa, y fracasaron en la primera prueba de su fe. La

columna de nube que los dirigía, parecía esconder un terrible

misterio. Y Moisés, ¿quién era él? preguntaban, ¿y cuál sería su

objeto al sacarlos de Egipto? La sospecha y la desconfianza llenaron

sus corazones, y osadamente le acusaron de proyectar matarlos a

ellos y a sus hijos mediante privaciones y penurias, con el objeto de

enriquecerse con los bienes de ellos. En la confusión de la ira y la

indignación que los dominó, estuvieron a punto de apedrear a

Moisés.

Angustiado, Moisés clamó al Señor: "¿Qué haré con este

pueblo?" Se le dijo que, llevando la vara con que había hecho

milagros en Egipto, y acompañado de los ancianos, se presentara

ante el pueblo. Y el Señor le dijo: "He aquí que yo estoy delante de

ti allí sobre la peña en Horeb; y herirás la peña, y saldrán de ella

aguas, y beberá el pueblo." Moisés obedeció y brotaron las aguas en

una corriente viva que proporcionó agua en abundancia a todo el

campamento. En vez de mandar a Moisés que levantara su vara para

traer sobre los promotores de aquella inicua murmuración alguna

terrible plaga como las de Egipto, el Señor, en su gran misericordia,

usó la vara como instrumento de liberación.

"Hendió las peñas en el desierto: y dióles a beber como de

373


grandes abismos; pues sacó de la peña corrientes, e hizo descender

aguas como ríos." Salmos 78:15, 16. Moisés hirió la peña, pero fué

el Hijo de Dios, el que, escondido en la columna de nube, estaba

junto a Moisés e hizo brotar las vivificadoras corrientes de agua. No

sólo Moisés y los ancianos, sino también toda la multitud que estaba

de pie a lo lejos, presenciaron la gloria del Señor; pero si se hubiese

apartado la columna de nube, habrían perecido a causa del terrible

fulgor de Aquel que estaba en ella.

La sed llevó al pueblo a tentar a Dios, diciendo: "¿Está, pues,

Jehová entre nosotros, o no?" Si el Señor nos ha traído aquí, ¿por

qué no nos da el agua como nos da el pan? Al manifestarse de esa

manera, aquélla era una incredulidad criminal, y Moisés temió que

los juicios de Dios cayeran sobre el pueblo. Y como recuerdo de ese

pecado llamó a aquel sitio: Masa, "tentación;" y Meriba, "rencilla."

Un nuevo peligro los amenazaba ahora. A causa de su

murmuración contra el Señor, él permitió que fuesen atacados por

sus enemigos. Los amalecitas, tribu feroz y guerrera que habitaba

aquella región, salió contra ellos, y atacó a los que, desfallecidos y

cansados, habían quedado rezagados. Moisés, sabiendo que la masa

del pueblo no estaba preparada para la batalla, mandó a Josué que

escogiera de entre las diferentes tribus un cuerpo de soldados, y que

al día siguiente los capitaneara contra el enemigo, mientras él

mismo estaría en una altura cercana con la vara de Dios en la mano.

Al siguiente día Josué y su compañía atacaron al enemigo,

mientras Moisés, Aarón y Hur se situaron en una colina que

374


dominaba el campo de batalla. Con los brazos extendidos hacia el

cielo, y con la vara de Dios en su diestra, Moisés oró por el éxito de

los ejércitos de Israel. Mientras proseguía la batalla, se notó que

siempre que sus manos estaban levantadas, Israel triunfaba; pero

cuando las bajaba, el enemigo prevalecía. Cuando Moisés se fatigó,

Aarón y Hur sostuvieron sus manos hasta que, al ponerse el sol, el

enemigo huyó.

Al sostener Aarón y Hur las manos de Moisés, mostraron al

pueblo que su deber era apoyarlo en su ardua labor mientras recibía

las palabras de Dios para transmitírselas a ellos. Y lo que hizo

Moisés también fué muy significativo, pues les demostró que su

destino estaba en las manos de Dios; mientras el pueblo confiara en

el Señor, él combatiría por ellos y dominaría a sus enemigos; pero

cuando no se apoyaran en él, cuando confiaran en su propia

fortaleza, entonces serían aun más débiles que los que no tenían el

conocimiento de Dios, y sus enemigos triunfarían sobre ellos.

Como los hebreos triunfaban cuando Moisés elevaba las manos

al cielo e intercedía por ellos, así también triunfará el Israel de Dios

cuando mediante la fe se apoye en la fortaleza de su poderoso

Ayudador. No obstante, el poder divino ha de combinarse con el

esfuerzo humano. Moisés no creyó que Dios vencería a sus

enemigos mientras Israel permaneciese inactivo. Mientras el gran

jefe imploraba al Señor, Josué y sus valientes soldados estaban

haciendo cuanto podían para rechazar a los enemigos de Israel y de

Dios.

375


Después de la derrota de los amalecitas, Dios mandó a Moisés:

"Escribe esto para memoria en un libro, y di a Josué que del todo

tengo de raer la memoria de Amalec de debajo del cielo." Un poco

antes de su muerte, el gran caudillo dió a su pueblo el solemne

encargo: "Acuérdate de lo que te hizo Amalec en el camino, cuando

salisteis de Egipto: que te salió al camino, y te desbarató la

retaguardia de todos los flacos que iban detrás de ti, cuando tú

estabas cansado y trabajado; y no temió a Dios.... Raerás la memoria

de Amalec de debajo del cielo: no te olvides." Deuteronomio 25:17-

19. Tocante a este pueblo impío declaró el Señor: "La mano de

Amalec se levanta contra el trono de Jehová." Éxodo 17:16 (VM).

Los amalecitas no desconocían el carácter de Dios ni su

soberanía, pero en vez de temerle, se habían empeñado en desafiar

su poder. Las maravillas hechas por Moisés ante los egipcios fueron

tema de burla para los amalecitas, y se mofaron de los temores de

los pueblos circunvecinos. Habían jurado por sus dioses que

destruirían a los hebreos de tal manera que ninguno escapase, y se

jactaban de que el Dios de Israel sería impotente para resistirles. Los

israelitas no les habían perjudicado ni amenazado. En ninguna forma

habían provocado el ataque. Para manifestar su odio y su desafío a

Dios, los amalecitas trataron de destruir al pueblo escogido.

Durante mucho tiempo habían sido pecadores arrogantes, y sus

crímenes clamaban a Dios exigiendo venganza; sin embargo, su

misericordia todavía los llamaba al arrepentimiento; pero cuando

cayeron sobre las cansadas e indefensas filas de Israel, sellaron la

suerte de su propia nación. El cuidado de Dios se manifiesta en

376


favor de los más débiles de sus hijos. Ningún acto de crueldad u

opresión hacia ellos se pasa por alto en el cielo. La mano de Dios se

extiende como un escudo sobre todos los que le aman y temen;

cuídense los hombres de no herir esa mano; porque ella blande la

espada de la justicia.

No muy lejos del sitio donde los israelitas estaban entonces

acampados se hallaba la casa de Jetro, el suegro de Moisés. Jetro

había oído hablar de la liberación de los hebreos, y fué a visitarlos,

para llevar a la presencia de Moisés su esposa y sus dos hijos. El

gran jefe supo, mediante mensajeros, que su familia se acercaba y

salió con regocijo a recibirla. Terminados los primeros saludos, la

condujo a su tienda. Moisés había hecho regresar a su familia

cuando iba a cumplir su peligrosa tarea de sacar a los israelitas de

Egipto, pero ahora nuevamente podría gozar del alivio y el consuelo

de su compañía. Relató a Jetro la manera en que Dios había obrado

maravillosamente en favor de Israel, y el patriarca se regocijó y

bendijo al Señor, y se unió a Moisés y a los ancianos para ofrecer

sacrificios y celebrar una fiesta solemne en conmemoración de la

misericordia de Dios.

Durante su estada en el campamento, Jetro vió lo pesadas que

eran las cargas que recaían sobre Moisés. Era una tarea tremenda la

de mantener el orden y la disciplina entre aquella vasta multitud

ignorante y sin experiencia. Moisés era su jefe y legislador

reconocido, y atendía no sólo a los intereses y deberes generales del

pueblo, sino también a las disputas que surgían entre ellos. Había

estado haciéndolo porque le daba la oportunidad de instruirlos; o de

377


declararles, como dijo, "las ordenanzas de Dios y sus leyes." Pero

Jetro objetó diciendo: "Desfallecerás del todo, tú, y también este

pueblo que está contigo; porque el negocio es demasiado pesado

para ti; no podrás hacerlo tú solo." Y aconsejó a Moisés que

constituyera a personas capacitadas como "caporales sobre mil,

sobre ciento, sobre cincuenta y sobre diez." Debían ser "varones de

virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la

avaricia." Habrían de juzgar los asuntos de menor importancia,

mientras que los casos más difíciles e importantes continuarían

trayéndose a Moisés, quien iba a estar por el pueblo, "delante de

Dios, y--dijo Jetro--somete tú los negocios a Dios. Y enseña a ellos

las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde anden,

y lo que han de hacer." Este consejo fué aceptado, y no sólo alivió a

Moisés, sino que también estableció mejor orden entre el pueblo.

El Señor había honrado grandemente a Moisés, y había hecho

maravillas por su mano; pero el hecho de que había sido escogido

para instruir a otros, no le indujo a creer que él mismo no necesitaba

instrucción. El escogido caudillo de Israel escuchó de buena gana

las amonestaciones del piadoso sacerdote de Madián, y adoptó su

plan como una sabia disposición.

De Refidín, el pueblo continuó su viaje, siguiendo el

movimiento de la columna de nube. Su itinerario los había

conducido a través de estériles llanuras, escarpadas pendientes y

desfiladeros rocosos. A menudo mientras atravesaban los arenosos

desiertos, habían divisado ante ellos, como enormes baluartes,

montes escabrosos que, levantándose directamente frente a su

378


camino, parecían impedirles el paso. Pero cuando se acercaban,

aparecían salidas aquí y allá en la muralla de la montaña, y otra

llanura se presentaba ante su vista. Por uno de estos profundos y

arenosos pasos iban ahora. Era una escena grandiosa e imponente.

Entre los peñascos que se elevaban a centenares de pies a cada lado,

fluía la corriente de las huestes de Israel con sus ganados y ovejas,

como un torrente vivo que se extendía hasta donde alcanzaba la

vista.

Y entonces con solemne majestad, el monte Sinaí levantó ante

ellos su maciza frente. La columna de nube se posó sobre su

cumbre, y el pueblo levantó sus tiendas en la llanura. Allí habían de

morar durante casi un año. De noche la columna de fuego les

aseguraba la protección divina, y al amanecer mientras dormitaban

todavía, el pan del cielo caía suavemente sobre el campamento.

El alba doraba las obscuras cumbres de las montañas y los

áureos rayos solares que herían los profundos desfiladeros

parecieron a aquellos cansados viajeros como rayos de gracia

enviados desde el trono de Dios. Por todas partes, inmensas y

escabrosas alturas, en su solitaria grandeza parecían hablarles de la

perpetuidad y la majestad eternas. Todos quedaron embargados por

un sentimiento de solemnidad y santo respeto. Fueron constreñidos a

reconocer su propia ignorancia y debilidad en presencia de Aquel

que "pesó los montes con balanza, y con peso los collados." Isaías

40:12.

Allí Israel había de recibir la revelación más maravillosa que

379


Dios haya dado jamás a los hombres. Allí el Señor reunió a su

pueblo para hacerle presente la santidad de sus exigencias, para

anunciar con su propia voz su santa ley. Cambios grandes y

radicales se habían de efectuar en ellos; pues las influencias

envilecedoras de la servidumbre y del largo contacto con la idolatría

habían dejado su huella en sus costumbres y en su carácter. Dios

estaba obrando para elevarlos a un nivel moral más alto, dándoles

mayor conocimiento de sí mismo.

380


Capítulo 27

La ley dada a Israel

Poco tiempo después de acampar junto al Sinaí, se le indicó a

Moisés que subiera al monte a encontrarse con Dios. Trepó solo el

escabroso y empinado sendero, y llegó cerca de la nube que

señalaba el lugar donde estaba Jehová. Israel iba a entrar ahora en

una relación más estrecha y más peculiar con el Altísimo, iba a ser

recibido como iglesia y como nación bajo el gobierno de Dios. El

mensaje que se le dió a Moisés para el pueblo fué el siguiente:

"Vosotros visteis lo que hice a los Egipcios, y cómo os tomé sobre

alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora pues, si diereis oído a mi

voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre

todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros seréis mi

reino de sacerdotes, y gente santa." (Véase Exodo 19-25.)

Moisés regresó al campamento, y reuniendo a los ancianos de

Israel, les repitió el mensaje divino. Su contestación fué: "Todo lo

que Jehová ha dicho haremos." Así concertaron un solemne pacto

con Dios, prometiendo aceptarle como su Soberano, por lo cual se

convirtieron, en sentido especial, en súbditos de su autoridad.

Nuevamente el caudillo ascendió a la montaña; y el Señor le

dijo: "He aquí, yo vengo a ti en una nube espesa, para que el pueblo

oiga mientras yo hablo contigo, y también para que te crean para

siempre." Cuando encontraban dificultades en su camino, se sentían

381


tentados a murmurar contra Moisés y Aarón y a acusarlos de haber

sacado las huestes de Israel de Egipto para destruirlas. El Señor iba

a honrar a Moisés ante ellas, para inducir al pueblo a confiar en sus

instrucciones y a cumplirlas.

Dios se propuso hacer de la ocasión en que iba a pronunciar su

ley una escena de imponente grandeza, en consonancia con el

exaltado carácter de esa ley. El pueblo debía comprender que todo lo

relacionado con el servicio de Dios debe considerarse con gran

reverencia. El Señor dijo a Moisés: "Ve al pueblo, y santifícalos hoy

y mañana, y laven sus vestidos; y estén apercibidos para el día

tercero, porque al tercer día Jehová descenderá, a ojos de todo el

pueblo, sobre el monte de Sinaí." Durante esos días, todos debían

dedicar su tiempo a prepararse solemnemente para aparecer ante

Dios. Sus personas y sus ropas debían estar libres de toda impureza.

Y cuando Moisés les señalara sus pecados, ellos debían humillarse,

ayunar y orar, para que sus corazones pudieran ser limpiados de

iniquidad.

Se hicieron los preparativos conforme al mandato; y

obedeciendo otra orden posterior, Moisés mandó colocar una barrera

alrededor del monte, para que ni las personas ni las bestias entraran

al sagrado recinto. Quien se atreviera siquiera a tocarlo, moriría

instantáneamente.

A la mañana del tercer día, cuando los ojos de todo el pueblo

estaban vueltos hacia el monte, la cúspide se cubrió de una espesa

nube, que se fué tornando más negra y más densa, y descendió hasta

382


que toda la montaña quedó envuelta en tinieblas y en pavoroso

misterio. Entonces se escuchó un sonido como de trompeta, que

llamaba al pueblo a encontrarse con Dios; y Moisés los condujo

hasta el pie del monte. De la espesa obscuridad surgían vívidos

relámpagos, mientras el fragor de los truenos retumbaba en las

alturas circundantes. "Y todo el monte de Sinaí humeaba, porque

Jehová había descendido sobre él en fuego: y el humo de él subía

como el humo de un horno, y todo el monte se estremeció en gran

manera." "Y el parecer de la gloria de Jehová era como un fuego

abrasador en la cumbre del monte," ante los ojos de la multitud allí

congregada. "Y el sonido de la bocina iba esforzándose en extremo."

Tan terribles eran las señales de la presencia de Jehová que las

huestes de Israel temblaron de miedo, y cayeron sobre sus rostros

ante el Señor. Aun Moisés exclamó: "Estoy asombrado y

temblando." Hebreos 12:21.

Entonces los truenos cesaron; ya no se oyó la trompeta; y la

tierra quedó quieta. Hubo un plazo de solemne silencio y entonces

se oyó la voz de Dios. Rodeado de un séquito de ángeles, el Señor,

envuelto en espesa obscuridad, habló desde el monte y dió a conocer

su ley. Moisés, al describir la escena, dice: "Jehová vino de Sinaí, y

de Seir les esclareció; resplandeció del monte de Parán, y vino con

diez mil santos: a su diestra la ley de fuego para ellos. Aun amó los

pueblos; todos sus santos en tu mano: ellos también se llegaron a tus

pies: recibieron de tus dichos." Deuteronomio 33:2, 3.

Jehová se reveló, no sólo en su tremenda majestad como juez y

legislador, sino también como compasivo guardián de su pueblo:

383


"Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa

de siervos." Aquel a quien ya conocían como su guía y libertador,

quien los había sacado de Egipto, abriéndoles un camino en la mar,

derrotando a Faraón y a sus huestes, quien había demostrado que

estaba por sobre los dioses de Egipto, era el que ahora proclamaba

su ley.

La ley no se proclamó en esa ocasión para beneficio exclusivo

de los hebreos. Dios los honró haciéndolos guardianes y custodios

de su ley; pero habían de tenerla como un santo legado para todo el

mundo. Los preceptos del Decálogo se adaptan a toda la humanidad,

y se dieron para la instrucción y el gobierno de todos. Son diez

preceptos, breves, abarcantes, y autorizados, que incluyen los

deberes del hombre hacia Dios y hacia sus semejantes; y todos se

basan en el gran principio fundamental del amor. "Amarás al Señor

tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de todas tus fuerzas,

y de todo tu entendimiento; y a tu prójimo como a ti mismo." Lucas

10:27; véase también Deuteronomio 6:4, 5; Levítico 19:18. En los

diez mandamientos estos principos se expresan en detalle, y se

presentan en forma aplicable a la condición y circunstancias del

hombre.

"No tendrás otros dioses delante de mí."*

Jehová, el eterno, el que posee existencia propia, el no creado,

el que es la fuente de todo y el que lo sustenta todo, es el único que

tiene derecho a la veneración y adoración supremas. Se prohibe al

hombre dar a cualquier otro objeto el primer lugar en sus afectos o

384


en su servicio. Cualquier cosa que nos atraiga y que tienda a

disminuir nuestro amor a Dios, o que impida que le rindamos el

debido servicio es para nosotros un dios.

"No harás para ti imagen de escultura, ni figura alguna de las

cosas que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni de las que

hay en las aguas debajo de la tierra. No las adorarás ni rendirás

culto."

Este segundo mandamiento prohibe adorar al verdadero Dios

mediante imágenes o figuras. Muchas naciones paganas aseveraban

que sus imágenes no eran más que figuras o símbolos mediante los

cuales adoraban a la Deidad; pero Dios declaró que tal culto es un

pecado. El tratar de representar al Eterno mediante objetos

materiales degrada el concepto que el hombre tiene de Dios. La

mente, apartada de la infinita perfección de Jehová, es atraída hacia

la criatura más bien que hacia el Creador, y el hombre se degrada a

sí mismo en la medida en que rebaja su concepto de Dios.

"Yo soy el Señor Dios tuyo, el fuerte, el celoso." La relación

estrecha y sagrada de Dios con su pueblo se representa mediante el

símbolo del matrimonio. Puesto que la idolatría es adulterio

espiritual, el desagrado de Dios bien puede llamarse celos.

"Que castigo la maldad de los padres en los hijos hasta la

tercera y cuarta generación, de aquellos, digo, que me aborrecen."

Es inevitable que los hijos sufran las consecuencias de la maldad de

sus padres, pero no son castigados por la culpa de sus padres, a no

385


ser que participen de los pecados de éstos. Sin embargo,

generalmente los hijos siguen los pasos de sus padres. Por la

herencia y por el ejemplo, los hijos llegan a ser participantes de los

pecados de sus progenitores. Las malas inclinaciones, el apetito

pervertido, la moralidad depravada, además de las enfermedades y

la degeneración física, se transmiten como un legado de padres a

hijos, hasta la tercera y cuarta generación. Esta terrible verdad

debiera tener un poder solemne para impedir que los hombres sigan

una conducta pecaminosa.

"Y que uso de misericordia hasta millares de generaciones con

los que me aman y guardan mis mandamientos." El segundo

mandamiento, al prohibir la adoración de falsos dioses, demanda

que se adore al Dios verdadero. Y a los que son fieles en servir al

Señor se les promete misericordia, no sólo hasta la tercera y cuarta

generación, que es el tiempo que su ira amenaza a los que le odian,

sino hasta la milésima generación.

"No tomarás en vano el nombre del Señor tu Dios: porque no

dejará el Señor sin castigo al que tomare en vano el nombre del

Señor Dios suyo."

Este mandamiento no sólo prohibe el jurar en falso y las

blasfemias tan comunes, sino también el uso del nombre de Dios de

una manera frívola o descuidada, sin considerar su tremendo

significado. Deshonramos a Dios cuando mencionamos su nombre

en la conversación ordinaria, cuando apelamos a él por asuntos

triviales, cuando repetimos su nombre con frecuencia y sin

386


reflexión. "Santo y terrible es su nombre." Salmos 111:9. Todos

debieran meditar en su majestad, su pureza, y su santidad, para que

el corazón comprenda su exaltado carácter; y su santo nombre se

pronuncie con respeto y solemnidad.

"Acuérdate de santificar el día de sábado. Los seis días

trabajarás, y harás todas tus labores: mas el día séptimo es sábado, o

fiesta del Señor Dios tuyo. Ningún trabajo harás en él, ni tú, ni tu

hijo, ni tu hija, ni tu criado, ni tu criada, ni tus bestias de carga, ni el

extranjero que habita dentro de tus puertas o poblaciones. Por

cuanto el Señor en seis días hizo el cielo, y la tierra, y el mar, y

todas las cosas que hay en ellos, y descansó en el día séptimo: por

esto bendijo el Señor el día sábado, y le santificó."

Aquí no se presenta el sábado como una institución nueva, sino

como establecido en el tiempo de la creación del mundo. Hay que

recordar y observar el sábado como monumento de la obra del

Creador. Al señalar a Dios como el Hacedor de los cielos y de la

tierra, el sábado distingue al verdadero Dios de todos los falsos

dioses. Todos los que guardan el séptimo día demuestran al hacerlo

que son adoradores de Jehová. Así el sábado será la señal de lealtad

del hombre hacia Dios mientras haya en la tierra quien le sirva.

El cuarto mandamiento es, entre todos los diez, el único que

contiene tanto el nombre como el título del Legislador. Es el único

que establece por autoridad de quién se dió la ley. Así, contiene el

sello de Dios, puesto en su ley como prueba de su autenticidad y de

su vigencia.

387


Dios ha dado a los hombres seis días en que trabajar, y requiere

que su trabajo sea hecho durante esos seis días laborables. En el

sábado pueden hacerse las obras absolutamente necesarias y las de

misericordia. A los enfermos y dolientes hay que cuidarlos todos los

días, pero se ha de evitar rigurosamente toda labor innecesaria. "Si

retrajeres del sábado tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y

al sábado llamares delicias, santo, glorioso de Jehová; y lo

venerares, no haciendo tus caminos, ni buscando tu voluntad." Isaías

58:13. No acaba aquí la prohibición. "Ni hablando tus palabras,"

dice el profeta.

Los que durante el sábado hablan de negocios o hacen

proyectos, son considerados por Dios como si realmente realizaran

transacciones comerciales. Para santificar el sábado, no debiéramos

siquiera permitir que nuestros pensamientos se detengan en cosas de

carácter mundanal. Y el mandamiento incluye a todos los que están

dentro de nuestras puertas. Los habitantes de la casa deben dejar sus

negocios terrenales durante las horas sagradas. Todos debieran estar

unidos para honrar a Dios y servirle voluntariamente en su santo día.

"Honra a tu padre y a tu madre, para que vivas largos años

sobre la tierra que te ha de dar el Señor Dios tuyo."

Se debe a los padres mayor grado de amor y respeto que a

ninguna otra persona. Dios mismo, que les impuso la

responsabilidad de guiar las almas puestas bajo su cuidado, ordenó

que durante los primeros años de la vida, los padres estén en lugar

388


de Dios respecto a sus hijos. El que desecha la legítima autoridad de

sus padres, desecha la autoridad de Dios. El quinto mandamiento no

sólo requiere que los hijos sean respetuosos, sumisos y obedientes a

sus padres, sino que también los amen y sean tiernos con ellos, que

alivien sus cuidados, que escuden su reputación, y que les ayuden y

consuelen en su vejez. También encarga sean considerados con los

ministros y gobernantes, y con todos aquellos en quienes Dios ha

delegado autoridad.

Este es, dice el apóstol, "el primer mandamiento con promesa."

Efesios 6:2. Para Israel, que esperaba entrar pronto en Canaán, esto

significaba la promesa de que los obedientes vivirían largos años en

aquella buena tierra; pero tiene un significado más amplio, pues

incluye a todo el Israel de Dios, y promete la vida eterna sobre la

tierra, cuando ésta sea librada de la maldición del pecado.

"No matarás."

Todo acto de injusticia que contribuya a abreviar la vida, el

espíritu de odio y de venganza, o el abrigar cualquier pasión que se

traduzca en hechos perjudiciales para nuestros semejantes o que nos

lleve siquiera a desearles mal, pues "cualquiera que aborrece a su

hermano, es homicida" (1 Juan 3:15), todo descuido egoísta que nos

haga olvidar a los menesterosos y dolientes, toda satisfacción del

apetito, o privación innecesaria, o labor excesiva que tienda a

perjudicar la salud; todas estas cosas son, en mayor o menor grado,

violaciones del sexto mandamiento.

389


"No fornicarás."

Este mandamiento no sólo prohibe las acciones impuras, sino

también los pensamientos y los deseos sensuales, y toda práctica que

tienda a excitarlos. Exige pureza no sólo de la vida exterior, sino

también en las intenciones secretas y en las emociones del corazón.

Cristo, al enseñar cuán abarcante es la obligación de guardar la ley

de Dios, declaró que los malos pensamientos y las miradas

concupiscentes son tan ciertamente pecados como el acto ilícito.

"No hurtarás."

Esta prohibición incluye tanto los pecados públicos como los

privados. El octavo mandamiento condena el robo de hombres y el

tráfico de esclavos, y prohibe las guerras de conquista. Condena el

hurto y el robo. Exige estricta integridad en los más mínimos

pormenores de los asuntos de la vida. Prohibe la excesiva ganancia

en el comercio, y requiere el pago de las deudas y de salarios justos.

Implica que toda tentativa de sacar provecho de la ignorancia,

debilidad, o desgracia de los demás, se anota como un fraude en los

registros del cielo.

"No levantarás falso testimonio contra tu prójimo."

La mentira acerca de cualquier asunto, todo intento o propósito

de engañar a nuestro prójimo, están incluídos en este mandamiento.

La falsedad consiste en la intención de engañar. Mediante una

mirada, un ademán, una expresión del semblante, se puede mentir

390


tan eficazmente como si se usaran palabras. Toda exageración

intencionada, toda insinuación o palabras indirectas dichas con el fin

de producir un concepto erróneo o exagerado, hasta la exposición de

los hechos de manera que den una idea equivocada, todo esto es

mentir. Este precepto prohibe todo intento de dañar la reputación de

nuestros semejantes por medio de tergiversaciones o suposiciones

malintencionadas, mediante calumnias o chismes. Hasta la supresión

intencional de la verdad, hecha con el fin de perjudicar a otros, es

una violación del noveno mandamiento.

"No codiciarás la casa de tu prójimo: ni desearás su mujer, ni

esclavo, ni esclava, ni buey, ni asno, ni cosa alguna de las que le

pertenecen."

El décimo mandamiento ataca la raíz misma de todos los

pecados, al prohibir el deseo egoísta, del cual nace el acto

pecaminoso. El que, obedeciendo a la ley de Dios, se abstiene de

abrigar hasta el deseo pecaminoso de poseer lo que pertenece a otro,

no será culpable de un mal acto contra sus semejantes.

Tales fueron los sagrados preceptos del Decálogo,

pronunciados entre truenos y llamas, y en medio de un despliegue

maravilloso del poder y de la majestad del gran Legislador. Dios

acompañó la proclamación de su ley con manifestaciones de su

poder y su gloria, para que su pueblo no olvidara nunca la escena, y

para que abrigara profunda veneración hacia el Autor de la ley,

Creador de los cielos y de la tierra. También quería revelar a todos

los hombres la santidad, la importancia y la perpetuidad de su ley.

391


El pueblo de Israel estaba anonadado de terror. El inmenso

poder de las declaraciones de Dios parecía superior a lo que sus

temblorosos corazones podían soportar. Cuando se les presentó la

gran norma de la justicia divina, comprendieron como nunca antes

el carácter ofensivo del pecado y de su propia culpabilidad ante los

ojos de un Dios santo. Huyeron del monte con miedo y santo

respeto. La multitud clamó a Moisés: "Habla tú con nosotros, que

nosotros oiremos; mas no hable Dios con nosotros, porque no

muramos." Su caudillo respondió: "No temáis; que por probaros

vino Dios, y porque su temor esté en vuestra presencia para que no

pequéis." El pueblo, sin embargo, permaneció a la distancia,

presenciando la escena con terror, mientras Moisés "se llegó a la

oscuridad, en la cual estaba Dios."

La mente del pueblo, cegada y envilecida por la servidumbre y

el paganismo, no estaba preparada para apreciar plenamente los

abarcantes principios de los diez preceptos de Dios. Para que las

obligaciones del Decálogo pudieran ser mejor comprendidas y

ejecutadas, se añadieron otros preceptos, que ilustraban y aplicaban

los principios de los diez mandamientos. Estas leyes se llamaron

"derechos," porque fueron trazadas con infinita sabiduría y equidad,

y porque los magistrados habían de juzgar según ellas. A diferencia

de los diez mandamientos, estos "derechos" fueron dados en privado

a Moisés, quien había de comunicarlos al pueblo.

La primera de estas leyes se refería a los siervos. En los

tiempos antiguos algunas veces los criminales eran vendidos como

392


esclavos por los jueces; en algunos casos los deudores eran vendidos

por sus acreedores; y la pobreza obligaba a algunas personas a

venderse a sí mismas o a sus hijos. Pero un hebreo no se podía

vender como esclavo por toda la vida. El término de su servicio se

limitaba a seis años; en el séptimo año había de ser puesto en

libertad. El robo de hombres, el homicido intencional y la rebelión

contra la autoridad de los padres, habían de castigarse con la muerte.

Era permitido tener esclavos de origen no israelita, pero la vida y las

personas de ellos se protegían con todo rigor. El matador de un

esclavo debía ser castigado; y cuando el esclavo sufría algún

perjuicio a manos de su amo, aunque no fuera más que la pérdida de

un diente, tenía derecho a la libertad.

Los israelitas mismos habían sido siervos poco antes, y ahora

que iban a tener siervos, debían guardarse de dar rienda suelta al

espíritu de crueldad que los había hecho sufrir a ellos bajo sus amos

egipcios. El recuerdo de su propia amarga servidumbre debía

capacitarlos para comprender la situación del siervo, para ser

bondadosos y compasivos, y tratar a los otros como ellos quisieran

ser tratados.

Los derechos de las viudas y los huérfanos se salvaguardaban

en forma especial y se recomendaba una tierna consideración hacia

ellos por su condición desamparada. "Si tú llegas a afligirle, y él a

mí clamare, ciertamente oiré yo su clamor--declaró el Señor;--y mi

furor se encenderá, y os mataré a cuchillo, y vuestras mujeres serán

viudas, y huérfanos vuestros hijos." Los extranjeros que se unieran

con Israel debían ser protegidos del agravio o la opresión. "Y no

393


angustiarás al extranjero: pues vosotros sabéis cómo se halla el alma

del extranjero, ya que extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto."

Se prohibió tomar usura de los pobres. Si a un pobre se le

quitaba su vestido o su frazada como prenda, se le habían de

devolver al anochecer. El culpable de un robo, tenía que devolver el

doble.

Se ordenó que se respetara a los jueces y a los jefes; y a los

jueces se les prohibió pervertir el derecho, ayudar a una causa falsa,

o aceptar sobornos. Se prohibieron la calumnia y la difamación, y se

ordenó obrar con bondad, hasta para con los enemigos personales.

Nuevamente se le recordó al pueblo su sagrada obligación de

observar el sábado. Se designaron fiestas anuales, en las cuales

todos los hombres de la nación debían congregarse ante el Señor, y

llevarle sus ofrendas de gratitud, y las primicias de la abundancia

que él les diera. Fué declarado el objeto de todos estos reglamentos:

no servirían meramente para ejercer una soberanía arbitraria, sino

para el bien de Israel. El Señor dijo: "Habéis de serme varones

santos," dignos de ser reconocidos por un Dios santo.

Estos "derechos" debían ser escritos por Moisés y junto con los

diez mandamientos, para cuya explicación fueron dados, debían ser

cuidadosamente atesorados como fundamento de la ley nacional y

como condición del cumplimiento de las promesas de Dios a Israel.

Se le dió entonces el siguiente mensaje de parte de Jehová: "He

394


aquí yo envío el Angel delante de ti para que te guarde en el camino,

y te introduzca en el lugar que yo he preparado. Guárdate delante de

él, y oye su voz; no le seas rebelde; porque él no perdonará vuestra

rebelión: porque mi nombre está en él. Pero si en verdad oyeres su

voz, e hicieres todo lo que yo te dijere, seré enemigo a tus enemigos,

y afligiré a los que te afligieren."

Durante todo el peregrinaje de Israel, Cristo, desde la columna

de nube y fuego, fué su guía. Mientras tenían símbolos que

señalaban al Salvador que vendría, también tenían un Salvador

presente, que daba mandamientos al pueblo por medio de Moisés y

que les fué presentado como el único medio de bendición.

Al descender del monte, Moisés "contó al pueblo todas las

palabras de Jehová, y todos los derechos: y todo el pueblo respondió

a una voz, y dijeron: Ejecutaremos todas las palabras que Jehová ha

dicho." Esta promesa, junto con las palabras del Señor que ellos se

comprometían a obedecer, fueron escritas por Moisés en un libro.

Entonces se procedió a ratificar el pacto. Se construyó un altar

al pie del monte, y junto a él se levantaron doce columnas "según las

doce tribus de Israel," como testimonio de que aceptaban su pacto.

En seguida, jóvenes escogidos para ese servicio, presentaron

sacrificios a Dios.

Después de rociar el altar con la sangre de las ofrendas, Moisés

tomó "el libro de la alianza, y leyó a oídos del pueblo." En esta

forma fueron repetidas solemnemente las condiciones del pacto, y

395


todos quedaron en libertad de decidir si querían cumplirlas o no.

Antes habían prometido obedecer la voz de Dios; pero desde

entonces habían oído pronunciar su ley; y se les habían detallado sus

principios, para que ellos supieran cuánto abarcaba ese pacto.

Nuevamente el pueblo contestó a una voz: "Haremos todas las cosas

que Jehová ha dicho, y obedeceremos." "Porque habiendo leído

Moisés todos los mandamientos de la ley a todo el pueblo, tomando

la sangre de los becerros y de los machos cabríos, ... roció al mismo

libro, y también a todo el pueblo, diciendo: Esta es la sangre del

testamento que Dios ha mandado." Hebreos 9:19, 20.

Ahora se habían de hacer los arreglos para el establecimiento

completo de la nación escogida bajo la soberanía de Jehová como

rey. Moisés había recibido el mandato: "Sube a Jehová, tú, y Aarón,

Nadab, y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y os inclinaréis

desde lejos. Mas Moisés solo se llegará a Jehová." Mientras el

pueblo oraba al pie del monte, estos hombres escogidos fueron

llamados al monte. Los setenta ancianos habían de ayudar a Moisés

en el gobierno de Israel, y Dios puso sobre ellos su Espíritu, y los

honró con la visión de su poder y grandeza. "Y vieron al Dios de

Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro,

semejante al cielo cuando está sereno." No contemplaron la Deidad,

pero vieron la gloria de su presencia. Antes de esa oportunidad

aquellos hombres no hubieran podido soportar semejante escena;

pero la manifestación del poder de Dios los había llevado a un

arrepentimiento reverente; habían contemplado su gloria, su pureza,

y su misericordia, hasta que pudieron acercarse al que había sido el

tema de sus meditaciones.

396


Moisés y "Josué su ministro" fueron llamados entonces a

reunirse con Dios. Y como habían de permanecer ausentes por algún

tiempo, el jefe nombró a Aarón y a Hur para que, ayudados por los

ancianos, actuaran en su lugar. "Entonces Moisés subió al monte, y

una nube cubrió el monte. Y la gloria de Jehová reposó sobre el

monte Sinaí."

Durante seis días la nube cubrió el monte como una

demostración de la presencia especial de Dios; sin embargo, no dió

ninguna revelación de sí mismo ni comunicación de su voluntad.

Durante ese tiempo Moisés permaneció en espera de que se le

llamara a presentarse en la cámara de la presencia del Altísimo. Se

le había ordenado: "Sube a mí al monte, y espera allá." Y aunque en

esto se probaban su paciencia y su obediencia, no se cansó de

esperar ni abandonó su puesto. Este plazo de espera fué para él un

tiempo de preparación, de íntimo examen de conciencia. Aun este

favorecido siervo de Dios no podía acercarse inmediatamente a la

presencia divina ni soportar la manifestación de su gloria. Hubo de

emplear seis días de constante dedicación a Dios mediante el

examen de su corazón, la meditación y la oración, antes de estar

preparado para comunicarse directamente con su Hacedor.

El séptimo día, que era sábado, Moisés fué llamado a la nube.

Esa espesa nube se abrió a la vista de todo Israel, y la gloria del

Señor brotó como un fuego devorador. "Y entró Moisés en medio de

la nube, y subió al monte: y estuvo Moisés en el monte cuarenta días

y cuarenta noches." Los cuarenta días de permanencia en el monte

397


no incluyeron los seis de preparación. Durante esos seis días, Josué

había estado con Moisés, y juntos comieron maná y bebieron del

"arroyo que descendía del monte." Deuteronomio 9:21. Pero Josué

no entró con Moisés en la nube; permaneció afuera, y continuó

comiendo y bebiendo diariamente mientras esperaba el regreso de

Moisés; pero éste ayunó durante los cuarenta días completos.

Durante su estada en el monte, Moisés recibió instrucciones

referentes a la construcción de un santuario en el cual la divina

presencia se manifestaría de manera especial. "Hacerme han un

santuario, y yo habitaré entre ellos," fué el mandato de Dios. Por

tercera vez, fué ordenada la observancia del sábado. "Señal es para

siempre entre mí y los hijos de Israel;" declaró el Señor, "para que

sepáis que yo soy Jehová que os santifico. Así que guardaréis el

sábado, porque santo es a vosotros.... Porque cualquiera que hiciere

obra alguna en él, aquella alma será cortada de en medio de sus

pueblos." Éxodo 31:17, 13, 14.

Acababan de darse instrucciones para la inmediata

construcción del tabernáculo para el servicio de Dios; y era posible

que el pueblo creyese que, debido a que el objeto perseguido era la

gloria de Dios, y debido a la gran necesidad que tenían de un lugar

para rendir culto a Dios, era justificable que trabajaran en esa

construcción durante el sábado. Para evitarles este error, se les dió la

amonestación. Ni aun la santidad y urgencia de aquella obra

dedicada a Dios debía llevarlos a infringir su santo día de reposo.

Desde entonces en adelante el pueblo había de ser honrado por

398


la presencia permanente de su Rey. "Habitaré entre los hijos de

Israel, y seré su Dios," "y el lugar será santificado con mi gloria,"

fué la garantía dada a Moisés. Éxodo 29:45, 43.

Como símbolo de la autoridad de Dios y condensación de su

voluntad, se le dió a Moisés una copia del Decálogo, escrita por el

dedo de Dios mismo en dos tablas de piedra (Deuteronomio 9:10;

Éxodo 32:15, 16), que debían guardarse como algo sagrado en el

santuario: el cual, una vez hecho, iba a ser el centro visible del culto

de la nación.

De una raza de esclavos, los israelitas fueron ascendidos sobre

todos los pueblos, para ser el tesoro peculiar del Rey de reyes. Dios

los separó del mundo, para confiarles una responsabilidad sagrada.

Los hizo depositarios de su ley, y era su propósito preservar entre

los hombres el conocimiento de sí mismo por medio de ellos. En esa

forma la luz del cielo había de alumbrar a todo un mundo que estaba

envuelto en tinieblas, y se oiría una voz que invitaría a todos los

pueblos a dejar su idolatría y servir al Dios viviente. Si eran fieles a

su responsabilidad, los israelitas llegarían a ser una potencia en el

mundo. Dios sería su defensa y los elevaría sobre todas las otras

naciones. Su luz y su verdad serían reveladas por medio de ellos, y

se destacarían bajo su santa y sabia soberanía como un ejemplo de la

superioridad de su culto sobre toda forma de idolatría.

399


Capítulo 28

La idolatría en el Sinaí

La ausensia de Moisés fué para Israel un tiempo de espera e

incertidumbre. El pueblo sabía que él había subido al monte con

Josué, y que había entrado en la densa y obscura nube que se veía

desde la llanura, sobre la cúspide del monte, y era iluminada de

tanto en tanto por los rayos de la divina presencia. Esperaron

ansiosamente su regreso. Acostumbrados como estaban en Egipto a

representaciones materiales de los dioses, les era difícil confiar en

un Ser invisible, y habían llegado a depender de Moisés para

mantener su fe. Ahora él se había alejado de ellos. Pasaban los días

y las semanas, y aún no regresaba. A pesar de que seguían viendo la

nube, a muchos les parecía que su dirigente los había abandonado, o

que había sido consumido por el fuego devorador.

Durante este período de espera, tuvieron tiempo para meditar

acerca de la ley de Dios que habían oído, y preparar sus corazones

para recibir las futuras revelaciones que Moisés pudiera hacerles.

Pero no dedicaron mucho tiempo a esta obra. Si se hubieran

consagrado a buscar un entendimiento más claro de los

requerimientos de Dios, y hubieran humillado sus corazones ante él,

habrían sido escudados contra la tentación. Pero no obraron así y

pronto se volvieron descuidados, desatentos y licenciosos. Esto

ocurrió especialmente entre la "multitud mixta." (V.M.) Sentían

impaciencia por seguir hacia la tierra prometida, que fluía leche y

400


miel. Les había sido prometida a condición de que obedecieran; pero

habían perdido de vista ese requisito. Algunos sugirieron el regreso

a Egipto; pero ya fuera para seguir hacia Canaán o para volver a

Egipto, la masa del pueblo resolvió no esperar más a Moisés.

Sintiéndose desamparados debido a la ausencia de su jefe,

volvieron a sus antiguas supersticiones. La "multitud mixta" fué la

primera en entregarse a la murmuración y la impaciencia, y de su

seno salieron los cabecillas de la apostasía que siguió. Entre los

objetos considerados por los egipcios como símbolos de la divinidad

estaba el buey, o becerro; y por indicación de los que habían

practicado esta forma de idolatría en Egipto, hicieron un becerro y lo

adoraron. El pueblo deseaba alguna imagen que representara a Dios,

y que ocupara ante ellos el lugar de Moisés.

Dios no había revelado ninguna semejanza de sí mismo, y

había prohibido toda representación material que se propusiera

hacerlo. Los extraordinarios milagros hechos en Egipto y en el mar

Rojo tenían por fin establecer la fe en Jehová como el invisible y

todopoderoso Ayudador de Israel, como el único Dios verdadero. Y

el deseo de alguna manifestación visible de su presencia había sido

atendido con la columna de nube y fuego que había guiado al

pueblo, y con la revelación de su gloria sobre el monte Sinaí. Pero

estando la nube de la presencia divina todavía ante ellos, volvieron

sus corazones hacia la idolatría de Egipto, y representaron la gloria

del Dios invisible por "la imagen de un buey." (Véase Exodo 32-34.)

En ausencia de Moisés, el poder judicial había sido confiado a

401


Aarón, y una enorme multitud se reunió alrededor de su tienda para

presentarle esta exigencia: "Levántate, haznos dioses que vayan

delante de nosotros; porque a este Moisés, aquel varón que nos sacó

de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido." (Véase

el Apéndice, nota 7.) La nube, dijeron ellos, que hasta ahora los

guiara, se había posado permanentemente sobre el monte, y ya no

dirigía más su peregrinación. Querían tener una imagen en su lugar;

y si, como se había sugerido, decidían volver a Egipto, hallarían

favor ante los egipcios si llevaban esa imagen ante ellos y la

reconocían como su dios.

Para hacer frente a semejante crisis, hacía falta un hombre de

firmeza, decisión, y ánimo imperturbable, un hombre que

considerara el honor de Dios por sobre el favor popular, por sobre su

seguridad personal y su misma vida. Pero el jefe provisorio de Israel

no tenía ese carácter. Aarón reconvino débilmente al pueblo, y su

vacilación y timidez en el momento crítico sólo sirvieron para

hacerlos más decididos en su propósito. El tumulto creció. Un

frenesí ciego e irrazonable pareció posesionarse de la multitud.

Algunos permanecieron fieles a su pacto con Dios; pero la mayor

parte del pueblo se unió a la apostasía. Unos pocos, que osaron

denunciar la propuesta imagen como idolatría, fueron atacados y

maltratados, y en la confusión y el alboroto perdieron finalmente la

vida.

Aarón temió por su propia seguridad; y en vez de ponerse

noblemente de parte del honor de Dios, cedió a las demandas de la

multitud. Su primer acto fué ordenar que el pueblo quitara todos sus

402


aretes de oro y se los trajera. Esperaba que el orgullo haría que

rehusaran semejante sacrificio. Pero entregaron de buena gana sus

adornos, con los cuales él fundió un becerro semejante a los dioses

de Egipto. El pueblo exclamó: "Israel, éstos son tus dioses, que te

sacaron de la tierra de Egipto." Con vileza, Aarón permitió este

insulto a Jehová. Y fué aún más lejos. Viendo la satisfacción con

que se había recibido el becerro de oro, hizo construir un altar ante

él e hizo proclamar: "Mañana será fiesta a Jehová." El anunció fué

proclamado por medio de trompetas de compañía en compañía por

todo el campamento. "Y el día siguiente madrugaron, y ofrecieron

holocaustos, y presentaron pacíficos: y sentóse el pueblo a comer y a

beber, y levantáronse a regocijarse." Con el pretexto de celebrar una

"fiesta a Jehová," se entregaron a la glotonería y la orgía licenciosa.

¡Cuán a menudo, en nuestros propios días, se disfraza el amor

al placer bajo la "apariencia de piedad"! Una religión que permita a

los hombres, mientras observan los ritos del culto, dedicarse a la

satisfacción del egoísmo o la sensualidad, es tan agradable a las

multitudes actuales como lo fué en los días de Israel. Y hay todavía

Aarones dóciles que, mientras desempeñan cargos de autoridad en la

iglesia, ceden a los deseos de los miembros no consagrados, y así los

incitan al pecado.

Habían pasado sólo unos pocos días desde que los hebreos

habían hecho un pacto solemne con Dios, prometiendo obedecer su

voz. Habían temblado de terror ante el monte, al escuchar las

palabras del Señor: "No tendrás otros dioses delante de mí." Éxodo

20:3 (V. TA). La gloria de Dios que aun cubría el Sinaí estaba a la

403


vista de la congregación; pero ellos le dieron la espalda y pidieron

otros dioses. "Hicieron becerro en Horeb, y encorváronse a un

vaciadizo. Así trocaron su gloria por la imagen de un buey." Salmos

106:19, 20. ¡Cómo podrían haber demostrado mayor ingratitud, o

insultado más osadamente al que había sido para ellos un padre

tierno y un rey todopoderoso!

Mientras Moisés estaba en el monte, se le comunicó la

apostasía ocurrida en el campamento, y se le indicó que regresara

inmediatamente. "Anda, desciende--fueron las palabras de Dios,--

porque tu pueblo que sacaste de tierra de Egipto se ha corrompido:

presto se han apartado del camino que yo les mandé, y se han hecho

un becerro de fundición, y lo han adorado, y han sacrificado a él."

Dios hubiera podido detener el movimiento desde un principio; pero

toleró que llegara hasta este punto para enseñar una lección

mediante el castigo que iba a dar a la traición y la apostasía.

El pacto de Dios con su pueblo había sido anulado, y él declaró

a Moisés: "Ahora pues, déjame que se encienda mi furor en ellos, y

los consuma: y a ti yo te pondré sobre gran gente."

El pueblo de Israel, especialmente la "multitud mixta," estaba

siempre dispuesto a rebelarse contra Dios. También murmuraban

contra Moisés y le afligían con su incredulidad y testarudez, por lo

cual iba a ser una obra laboriosa y aflictiva conducirlos hasta la

tierra prometida. Sus pecados ya les habían hecho perder el favor de

Dios, y la justicia exigía su destrucción. El Señor, por lo tanto,

dispuso destruírlos, y hacer de Moisés una nación poderosa.

404


"Ahora pues, déjame que se encienda mi furor en ellos, y los

consuma," había dicho el Señor. Si Dios se había propuesto destruir

a Israel, ¿quién podía interceder por ellos? ¡Cuántos hubieran

abandonado a los pecadores a su suerte! ¡Cuántos hubieran

cambiado de buena gana el trabajo, la carga y el sacrificio,

compensados con ingratitud y murmuración, por una posición más

cómoda y honorable, cuando era Dios mismo el que ofrecía cambiar

la situación!

Pero Moisés vió una base de esperanza donde sólo aparecían

motivos de desaliento e ira. Las palabras de Dios: "Ahora pues,

déjame," las entendió, no como una prohibición, sino como un

aliciente a interceder; entendió que nada excepto sus oraciones

podía salvar a Israel, y que si él lo pedía, Dios perdonaría a su

pueblo. "Oró a la faz de Jehová su Dios, y dijo: Oh Jehová, ¿por qué

se encenderá tu furor en tu pueblo, que tú sacaste de la tierra de

Egipto con gran fortaleza, y con mano fuerte?"

Dios había dado a entender que rechazaba a su pueblo. Había

hablado a Moisés como de "tu pueblo que [tú] sacaste de tierra de

Egipto." Pero Moisés humildemente no aceptó que él fuera el jefe de

Israel. No era su pueblo, sino el de Dios, "tu pueblo que tú sacaste

de la tierra de Egipto con gran fortaleza, y con mano fuerte. ¿Por

qué--continuó--han de hablar los egipcios, diciendo: Para mal los

sacó, para matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la haz de

la tierra?"

405


Durante los pocos meses transcurridos desde que Israel había

salido de Egipto, los informes de su maravillosa liberación se habían

difundido entre todas las naciones circunvecinas. Un gran temor y

terribles presagios dominaban a los paganos. Todos estaban

observando para ver qué haría el Dios de Israel por su pueblo. Si

éste era destruído ahora, sus enemigos triunfarían, y Dios sería

deshonrado. Los egipcios alegarían que sus acusaciones eran

verdaderas, que Dios, en lugar de dirigir a su pueblo al desierto para

que hiciera sacrificios, lo había llevado para sacrificarlo. No

tendrían en cuenta los pecados de Israel; la destrucción del pueblo al

cual Dios había honrado tan señaladamente cubriría de oprobio su

nombre. ¡Cuán grande es la responsabilidad que descansa sobre

aquellos a quienes Dios honró en gran manera para enaltecer su

nombre en la tierra! ¡Con cuánto cuidado debieran evitar el pecado

para no provocar los juicios de Dios y no hacer que su nombre sea

calumniado por los impíos!

Mientras Moisés intercedía por Israel, perdió su timidez,

movido por el profundo interés y amor que sentía hacia aquellos en

cuyo favor él había hecho tanto como instrumento en las manos de

Dios. El Señor escuchó sus súplicas, y otorgó lo que pedía tan

desinteresadamente. Examinó a su siervo; probó su fidelidad y su

amor hacia aquel pueblo ingrato, inclinado a errar, y Moisés soportó

noblemente la prueba. Su interés por Israel no provenía de motivos

egoístas. Apreciaba la prosperidad del pueblo escogido de Dios más

que su honor personal, más que el privilegio de llegar a ser el padre

de una nación poderosa. Dios se sintió complacido por la fidelidad

de Moisés, por su sencillez de corazón y su integridad; y le dió,

406


como a un fiel pastor, la gran misión de conducir a Israel a la tierra

prometida.

Cuando Moisés y Josué bajaron del monte, aquél con "las dos

tablas del testimonio," oyeron los gritos de la multitud excitada, que

evidentemente se hallaba en estado de alocada conmoción. Josué,

como soldado, pensó primero que se trataba de un ataque de sus

enemigos. "Alarido de pelea hay en el campo," dijo. Pero Moisés

juzgó más acertadamente la naturaleza de la conmoción. No era

ruido de combate, sino de festín. "No es eco de algazara de fuertes,

ni eco de alaridos de flacos: algazara de cantar oigo yo."

Al acercarse más al campamento, vieron al pueblo que gritaba

y bailaba alrededor de su ídolo. Era una escena de libertinaje

pagano, una imitación de las fiestas idólatras de Egipto; pero ¡cuán

distinta era del solemne y reverente culto de Dios! Moisés quedó

anonadado. Venía de la presencia de la gloria de Dios, y aunque se

le había advertido lo que pasaba, no estaba preparado para aquella

terrible muestra de la degradación de Israel. Su ira se encendió. Para

demostrar cuánto aborrecía ese crimen, arrojó al suelo las tablas de

piedra, que se quebraron a la vista del pueblo, dando a entender en

esta forma que así como ellos habían roto su pacto con Dios, así

también Dios rompía su pacto con ellos.

Moisés entró en el campamento, atravesó la multitud

enardecida y, asiendo el ídolo, lo arrojó al fuego. Después lo hizo

polvo, y esparciéndolo en el arroyo que descendía del monte, ordenó

al pueblo beber de él. Así les demostró la completa inutilidad del

407


dios que habían estado adorando.

El gran jefe hizo comparecer ante él a su hermano culpable, y

le preguntó severamente: "¿Qué te ha hecho este pueblo, que has

traído sobre él tan gran pecado?" Aarón trató de defenderse

explicando los clamores del pueblo; dijo que si no hubiera accedido

a sus deseos, lo habrían matado. "No se enoje mi señor--dijo;--tú

conoces el pueblo, que es inclinado a mal. Porque me dijeron:

Haznos dioses que vayan delante de nosotros, que a este Moisés, el

varón que nos sacó de tierra de Egipto, no sabemos qué le ha

acontecido. Y yo les respondí: ¿Quién tiene oro? apartadlo. Y

diéronmelo, y echélo en el fuego, y salió este becerro." Trató de

hacerle creer a Moisés que se había obrado un milagro, que el oro

había sido arrojado al fuego, y que mediante una fuerza sobrenatural

se convirtió en un becerro. Pero de nada le valieron sus excusas y

subterfugios. Fué tratado como el principal ofensor.

El hecho de que Aarón había sido bendecido y honrado más

que el pueblo, hacía tanto más odioso su pecado. Fué Aarón, "el

santo de Jehová" (Salmos 106:16), el que había hecho el ídolo y

anunciado la fiesta. Fué él, que había sido nombrado portavoz de

Moisés y acerca de quien Dios mismo había manifestado: "Yo sé

que él puede hablar bien" (Éxodo 4:14), el que no impidió a los

idólatras que cumplieran su osado propósito contra el Cielo. Fué

Aarón, por medio de quien Dios había obrado y enviado juicios

sobre los egipcios y sus dioses, el que sin inmutarse oyó proclamar

ante la imagen fundida: "Estos son tus dioses, que te sacaron de la

tierra de Egipto." Fué él, que presenció la gloria del Señor cuando

408


estuvo con Moisés en el monte y que no había visto nada en ella de

lo cual pudiese hacerse una imagen, el que trocó aquella gloria en la

semejanza de un becerro. Fué él, a quien Dios había confiado el

gobierno del pueblo en ausencia de Moisés, el que sancionó la

rebelión del pueblo, por lo cual "contra Aarón también se enojó

Jehová en gran manera para destruirlo." Deuteronomio 9:20. Pero en

respuesta a la vehemente intercesión de Moisés, se le perdonó la

vida; y porque se humilló y se arrepintió de su gran pecado fué

restituido al favor de Dios.

Si Aarón hubiera tenido valor para sostener lo recto, sin

importarle las consecuencias, habría podido evitar aquella apostasía.

Si hubiera mantenido inalterable su fidelidad a Dios, si hubiera

recordado al pueblo los peligros del Sinaí y su pacto solemne con

Dios, por el cual se habían comprometido a obedecer su ley, se

habría impedido el mal. Pero su sumisión a los deseos del pueblo y

la tranquila seguridad con la cual procedió a llevar a cabo los planes

de ellos, los llevó a hundirse en el pecado más de lo que habían

pensado.

Cuando, al regresar al campamento, Moisés enfrentó a los

rebeldes, sus severas reprensiones y la indignación que manifestó al

quebrar las sagradas tablas de la ley contrastaron con el discurso

agradable y el semblante digno de su hermano, y las simpatías de

todos estuvieron con Aarón. Para justificarse, Aarón trató de culpar

al pueblo por la debilidad que él mismo había manifestado al

acceder a sus exigencias; pero a pesar de esto el pueblo seguía

admirando su bondad y paciencia. Pero Dios no ve como ven los

409


hombres. El espíritu indulgente de Aarón y su deseo de agradar le

habían cegado de modo que no vió la enormidad del crimen que

estaba sancionando. Su proceder, al apoyar el pecado de Israel,

costó la vida de miles de personas. ¡Cómo contrasta esto con la

forma de actuar de Moisés, quien, mientras ejecutaba fielmente los

juicios de Dios, demostró que el bienestar de Israel le era más caro

que su propia prosperidad, su honor, o su vida!

De todos los pecados que Dios castigará, ninguno es más grave

ante sus ojos que el de aquellos que animan a otros a cometer el mal.

Dios quisiera que sus siervos demuestren su lealtad reprendiendo

fielmente la transgresión, por penoso que sea hacerlo. Aquellos que

han recibido el honor de un mandato divino, no han de ser débiles y

dóciles contemporizadores. No han de perseguir la exaltación propia

ni evitar los deberes desagradables, sino que deben realizar la obra

de Dios con una fidelidad inflexible.

Aunque al perdonar la vida a Israel, Dios había concedido lo

pedido por Moisés, su apostasía había de castigarse señaladamente.

Si la licencia e insubordinación en que Aarón les había permitido

caer no se reprimían prestamente, concluirían en una abierta

impiedad y arrastrarían a la nación a una perdición irreparable. El

mal debe eliminarse con inflexible severidad.

Poniéndose a la entrada del campamento, Moisés clamó ante el

pueblo: "¿Quién es de Jehová? júntese conmigo." Los que no habían

participado en la apostasía debían colocarse a la derecha de Moisés;

los que eran culpables, pero se habían arrepentido, a la izquierda. La

410


orden fué obedecida. Se encontró que la tribu de Leví no había

participado del culto idólatra. Entre las otras tribus había muchos

que, aunque habían pecado, manifestaron arrepentimiento. Pero un

gran grupo formado en su mayoría por la "multitud mixta," que

instigara la fundición del becerro, persistió tercamente en su

rebelión.

En el nombre del Señor Dios de Israel, Moisés ordenó a los que

estaban a su derecha y que se habían mantenido limpios de la

idolatría, que empuñaran sus espadas y dieran muerte a todos los

que persistían en la rebelión. "Y cayeron del pueblo en aquel día

como tres mil hombres." Sin tomar en cuenta la posición, la

parentela ni la amistad, los cabecillas de la rebelión fueron

exterminados; pero todos los que se arrepintieron y humillaron,

alcanzaron perdón.

Los que llevaron a cabo este terrible castigo, al ejecutar la

sentencia del Rey del cielo, procedieron en nombre de la autoridad

divina. Los hombres deben precaverse de cómo en su ceguedad

humana juzgan y condenan a sus semejantes; pero cuando Dios les

ordena ejecutar su sentencia sobre la iniquidad, deben obedecer. Los

que cumplieron ese penoso acto, manifestaron con ello que

aborrecían la rebelión y la idolatría, y se consagraron más

plenamente al servicio del verdadero Dios. El Señor honró su

fidelidad, otorgando una distinción especial a la tribu de Leví.

Los israelitas eran culpables de haber traicionado a un Rey que

los había colmado de beneficios, y cuya autoridad se habían

411


comprometido voluntariamente a obedecer. Para que el gobierno

divino pudiera ser mantenido, debía hacerse justicia con los

traidores. Sin embargo, aun entonces se manifestó la misericordia de

Dios. Mientras sostenía el rigor de su ley, les concedió libertad para

elegir y oportunidad para que todos se arrepintiesen. Sólo se

exterminó a los que persistieron en la rebelión.

Era necesario castigar ese pecado para atestiguar ante las

naciones circunvecinas cuánto desagrada a Dios la idolatría. Al

hacer justicia en los culpables, Moisés, como instrumento de Dios,

debía dejar escrita una solemne y pública protesta contra el crimen

cometido. Como en lo sucesivo los israelitas debían condenar la

idolatría de las tribus vecinas, sus enemigos podrían acusarlos de

que, teniendo como Dios a Jehová, habían hecho un becerro y lo

habían adorado en Horeb. Cuando así ocurriera, aunque obligado a

reconocer la verdad vergonzosa, Israel podría señalar la terrible

suerte que corrieron los transgresores, como evidencia de que su

pecado no había sido sancionado ni disculpado.

El amor, no menos que la justicia, exigía que este pecado fuera

castigado. Dios es Protector y Soberano de su pueblo. Destruye a los

que insisten en la rebelión, para que no lleven a otros a la ruina. Al

perdonar la vida a Caín, Dios había demostrado al universo cuál

sería el resultado si se permitiese que el pecado quedara impune. La

influencia que, por medio de su vida y ejemplo, él ejerció sobre sus

descendientes condujo a un estado de corrupción que exigió la

destrucción de todo el mundo por el diluvio. La historia de los

antediluvianos demuestra que una larga vida no es una bendición

412


para el pecador; la gran paciencia de Dios no los movió a dejar la

iniquidad. Cuanto más tiempo vivían los hombres, tanto más

corruptos se tornaban.

Así también habría sucedido con la apostasía del Sinaí. Si la

transgresión no se hubiera castigado con presteza, se habrían visto

nuevamente los mismos resultados. La tierra se habría corrompido

tanto como en los días de Noé. Si se hubiera dejado vivir a estos

transgresores, habrían resultado mayores males que los que

resultaron por perdonarle la vida a Caín. Por obra de la misericordia

de Dios sufrieron miles de personas para evitar la necesidad de

castigar a millones. Para salvar a muchos había que castigar a los

pocos.

Además, como el pueblo había despreciado su lealtad a Dios,

había perdido la protección divina, y privada de su defensa, toda la

nación quedaba expuesta a los ataques de sus enemigos. Si el mal no

se hubiera eliminado rápidamente, pronto habrían sucumbido todos,

víctimas de sus muchos y poderosos enemigos. Fué necesario para

el bien de Israel mismo y para dar una lección a las generaciones

venideras, que el crimen fuese castigado prontamente. Y no fué

menos misericordioso para los pecadores mismos que se los

detuviera a tiempo en su pecaminoso derrotero. Si se les hubiese

perdonado la vida, el mismo espíritu que los llevó a la rebelión

contra Dios se hubiera manifestado en forma de odio y discordia

entre ellos mismos, y por fin se habrían destruído el uno al otro. Fué

por amor al mundo, por amor a Israel, y aun por amor a los

transgresores mismos, por lo que el crimen se castigó con rápida y

413


terrible severidad.

Cuando el pueblo reaccionó y comprendió la enormidad de su

culpa, el terror se apoderó de todo el campamento. Se temió que

todos los transgresores fuesen exterminados. Compadecido por la

angustia del pueblo, Moisés prometió suplicar a Dios una vez más

por ellos.

Moisés dijo al pueblo: "Vosotros habéis cometido un gran

pecado; mas yo subiré ahora a Jehová; quizá le aplacaré acerca de

vuestro pecado." Fué, y en su confesión ante Dios dijo: "Ruégote,

pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron

dioses de oro, que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de

tu libro que has escrito." La contestación fué: "Al que pecare contra

mí, a éste raeré yo de mi libro. Ve pues ahora, lleva a este pueblo

donde te he dicho: he aquí mi ángel irá delante de ti; que en el día de

mi visitación yo visitaré en ellos su pecado."

En la súplica de Moisés, se dirige nuestra atención a los

registros celestiales en los cuales están inscritos los nombres de

todos los seres humanos; y sus acciones, sean buenas o malas, se

anotan minuciosamente. El libro de la vida contiene los nombres de

todos los que entraron alguna vez en el servicio de Dios. Si alguno

de éstos se aparta de él y mediante una obstinada insistencia en el

pecado se endurece finalmente contra las influencias del Espíritu

Santo, su nombre será raído del libro de la vida el día del juicio y

será condenado a la destrucción. Moisés comprendía cuán terrible

sería la suerte del pecador; sin embargo, si el pueblo de Israel iba a

414


ser rechazado por el Señor, él deseaba que su nombre también fuese

raído con el de ellos; no podía soportar que los juicios de Dios

cayeran sobre aquellos a quienes tan bondadosamente había librado.

La intercesión de Moisés en favor de Israel ilustra la mediación

de Cristo en favor de los pecadores. Pero el Señor no permitió que

Moisés sobrellevara, como lo hizo Cristo, la culpa del transgresor.

"Al que pecare contra mí, a éste raeré yo de mi libro," dijo.

Con profunda tristeza el pueblo enterró sus muertos. Tres mil

habían perecido por la espada; una plaga invadió poco tiempo

después el campamento; y luego les llegó el mensaje de que la

divina presencia ya no les acompañaría más en su peregrinaje.

Jehová había declarado: "Yo no subiré en medio de ti, porque eres

pueblo de dura cerviz, no sea que te consuma en el camino." Y se

les ordenó: "Quítate pues ahora tus atavíos, que yo sabré lo que te

tengo de hacer." Hubo luto por todo el campamento. Compungidos

y humillados, "los hijos de Israel se despojaron de sus atavíos desde

el monte Horeb."

En virtud de las instrucciones divinas, la tienda que había

servido como lugar temporario para el culto fué quitada y puesta

"fuera del campo, lejos del campo." Esta era una prueba más de que

Dios había retirado su presencia de entre ellos. El se revelaría a

Moisés, pero no a un pueblo como aquél. La censura fué vivamente

sentida, y las multitudes afligidas por el remordimiento pensaron

que presagiaba mayores calamidades. ¿No habría separado el Señor

a Moisés del campamento para poder destruirlos totalmente? Pero

415


no se los dejó sin esperanza. Se levantó la tienda fuera del

campamento, pero Moisés la llamó el "Tabernáculo del

Testimonio." A todos los que estaban verdaderamente arrepentidos y

deseaban volver al Señor, se les indicó que fueran allá a confesar sus

pecados y a solicitar la misericordia de Dios.

Cuando volvieron a sus tiendas, Moisés entró en el tabernáculo.

Con ansioso interés el pueblo observó por ver alguna señal de que la

mediación de Moisés en su favor era aceptada. Si Dios

condescendiese a reunirse con él, habría esperanza de que no serían

totalmente destruídos. Cuando la columna de nube descendió y se

posó a la entrada del tabernáculo, el pueblo lloró de alegría, y

"levantábase todo el pueblo, cada uno a la puerta de su tienda, y

adoraba."

Moisés conocía bien la perversidad y ceguera de los que habían

sido confiados a su cuidado; conocía las dificultades con las cuales

tendría que tropezar. Pero había aprendido que para persuadir al

pueblo, debía recibir ayuda de Dios. Pidió una revelación más clara

de la voluntad divina, y una garantía de su presencia: "Mira, tú me

dices a mí: Saca este pueblo: y tú no me has declarado a quién has

de enviar conmigo: sin embargo tú dices: Yo te he conocido por tu

nombre, y has hallado también gracia en mis ojos. Ahora, pues, si he

hallado gracia en tus ojos, ruégote que me muestres ahora tu

camino, para que te conozca, porque halle gracia en tus ojos: y mira

que tu pueblo es aquesta gente."

La contestación fué: "Mi rostro irá contigo, y te haré

416


descansar." Pero Moisés no estaba satisfecho todavía. Pesaba sobre

su alma el conocimiento de los terribles resultados que se

producirían si Dios dejara a Israel librado al endurecimiento y la

impenitencia. No podía soportar que sus intereses se separasen de

los de sus hermanos, y pidió que el favor de Dios fuese devuelto a

su pueblo, y que la prueba de su presencia continuase dirigiendo su

camino: "Si tu rostro no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí. ¿Y

en qué se conocerá aquí que he hallado gracia en tus ojos, yo y tu

pueblo, sino en andar tú con nosotros, y que yo y tu pueblo seamos

apartados de todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra?"

La contestación fué ésta: "También haré esto que has dicho, por

cuanto has hallado gracia en mis ojos, y te he conocido por tu

nombre." El profeta aun no dejó de suplicar. Todas sus oraciones

habían sido oídas, pero tenía fervientes deseos de obtener aun

mayores pruebas del favor de Dios. Entonces hizo una petición que

ningún ser humano había hecho antes: "Ruégote que me muestres tu

gloria."

Dios no le reprendió por su súplica ni la consideró presuntuosa,

sino que, al contrario, dijo bondadosamente: "Yo haré pasar todo mi

bien delante de tu rostro." Ningún hombre puede, en su naturaleza

mortal, contemplar descubierta la gloria de Dios y vivir; pero a

Moisés se le aseguró que presenciaría toda la gloria divina que

pudiera soportar. Nuevamente se le ordenó subir a la cima del

monte; entonces la mano que hizo el mundo, aquella mano "que

arranca los montes con su furor, y no conocen quién los trastornó"

(Job 9:5), tomó a este ser hecho de polvo, a ese hombre de fe

417


poderosa, y lo puso en la hendidura de una roca, mientras la gloria

de Dios y toda su bondad pasaban delante de él.

Esta experiencia, y sobre todo la promesa de que la divina

presencia le ayudaría, fueron para Moisés una garantía de éxito para

la obra que tenía delante, y la consideró como de mucho más valor

que toda la sabiduría de Egipto, o que todas sus proezas como

estadista o jefe militar. No hay poder terrenal, ni habilidad ni

ilustración que pueda substituir la presencia permanente de Dios.

Para el transgresor es terrible caer en las manos del Dios

viviente; pero Moisés estuvo solo en la presencia del Eterno y no

temió, porque su alma estaba en armonía con la voluntad de su

Hacedor. El salmista dice: "Si en mi corazón hubiese yo mirado a la

iniquidad, el Señor no me oyera." En cambio "el secreto de Jehová

es para los que le temen; y a ellos hará conocer su alianza." Salmos

66:18; 25:14.

La Deidad se proclamó a sí misma: "Jehová, Jehová, fuerte,

misericordioso, y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad

y verdad; que guarda la misericordia en millares, que perdona la

iniquidad, la rebelión, y el pecado, y que de ningún modo justificará

al malvado."

"Entonces Moisés, apresurándose, bajó la cabeza hacia el suelo

y encorvóse." De nuevo imploró a Dios que perdonara la iniquidad

de su pueblo, y que lo recibiera como su heredad. Su oración fué

contestada. El Señor prometió benignamente renovar su favor hacia

418


Israel, y hacer por él "maravillas que no han sido hechas en toda la

tierra, ni en nación alguna."

Cuarenta días con sus noches permaneció Moisés en el monte,

y todo este tiempo, como la primera vez, fué milagrosamente

sustentado. No se permitió a nadie subir con él, ni durante el tiempo

de su ausencia había de acercarse nadie al monte. Siguiendo la orden

de Dios, había preparado dos tablas de piedra y las había llevado

consigo a la cúspide del monte; y el Señor otra vez "escribió en

tablas las palabras de la alianza, las diez palabras." (Véase el

Apéndice, nota 8.)

Durante el largo tiempo que Moisés pasó en comunión con

Dios, su rostro había reflejado la gloria de la presencia divina. Sin

que él lo supiera, cuando descendió del monte, su rostro

resplandecía con una luz deslumbrante. Ese mismo fulgor iluminó el

rostro de Esteban cuando fué llevado ante sus jueces; "entonces

todos los que estaban sentados en el concilio, puestos los ojos en él,

vieron su rostro como el rostro de un ángel." Hechos 6:15. Tanto

Aarón como el pueblo se apartaron de Moisés, "y tuvieron miedo de

llegarse a él." Viendo su terror y confusión, pero ignorando la causa,

los instó a que se acercaran. Les traía la promesa de la

reconciliación con Dios, y la seguridad de haber sido restituídos a su

favor. En su voz no percibieron otra cosa que amor y súplica, y por

fin uno de ellos se aventuró a acercarse a él. Demasiado temeroso

para hablar, señaló en silencio el semblante de Moisés y luego hacia

el cielo. El gran jefe comprendió. Conscientes de su culpa,

sintiéndose todavía objeto del desagrado divino, no podían soportar

419


la luz celestial, que, si hubieran obedecido a Dios, los habría llenado

de gozo. En la culpabilidad hay temor. En cambio, el alma libre de

pecado no quiere apartarse de la luz del cielo.

Moisés tenía mucho que comunicarles; y compadecido del

temor del pueblo, se puso un velo sobre el rostro, y desde entonces

continuó haciéndolo cada vez que volvía al campamento después de

estar en comunión con Dios.

Mediante este resplandor, Dios trató de hacer comprender a

Israel el carácter santo y exaltado de su ley, y la gloria del Evangelio

revelado mediante Cristo. Mientras Moisés estaba en el monte, Dios

le dió, no sólo las tablas de la ley, sino también el plan de la

salvación. Vió que todos los símbolos y tipos de la época judaica

prefiguraban el sacrificio de Cristo; y era tanto la luz celestial que

brota del Calvario como la gloria de la ley de Dios, lo que hacía

fulgurar el rostro de Moisés. Aquella divina iluminación era un

símbolo de la gloria del pacto del cual Moisés era el mediador

visible, el representante del único Intercesor verdadero.

La gloria reflejada en el semblante de Moisés representa las

bendiciones que, por medio de Cristo, ha de recibir el pueblo que

observa los mandamientos de Dios. Atestigua que cuanto más

estrecha sea nuestra comunión con Dios, y cuanto más claro sea

nuestro conocimiento de sus requerimientos, tanto más plenamente

seremos transfigurados a su imagen, y tanto más pronto llegaremos

a ser participantes de la naturaleza divina.

420


Moisés fué un símbolo de Cristo. Como intercesor de Israel,

veló su rostro, porque el pueblo no soportaba la visión de su gloria;

asimismo Cristo, el divino Mediador, veló su divinidad con la

humanidad cuando vino a la tierra. Si hubiera venido revestido del

resplandor del cielo, no hubiera hallado acceso a los corazones de

los hombres, debido al estado pecaminoso de éstos. No habrían

podido soportar la gloria de su presencia. Por lo tanto, se humilló a

sí mismo, tomando la "semejanza de carne de pecado" (Romanos

8:3), para poder alcanzar y elevar a la raza caída.

421


Capítulo 29

La enemistad de Satanás hacia la ley

El primer intento por derribar la ley de Dios, hecho entre los

inmaculados habitantes del cielo pareció por algún tiempo coronado

de éxito. Un inmenso número de ángeles fué seducido; pero el

aparente triunfo de Satanás se convirtió en derrota y pérdida, y

determinó su separación de Dios y su destierro del cielo.

Cuando se renovó el conflicto en la tierra, Satanás volvió a

ganar una aparente ventaja. Por la transgresión, el hombre llegó a

ser su cautivo, y el reino del hombre cayó en manos del jefe de los

rebeldes. Pareció que Satanás tendría libertad para establecer un

reino independiente y para desafiar la autoridad de Dios y de su

Hijo. Pero el plan de la redención hizo posible que el hombre

volviera a la armonía con Dios y a acatar su ley; y que tanto la tierra

como el hombre pudieran ser finalmente redimidos del poder del

diablo.

Otra vez quedaba derrotado Satanás, y otra vez recurrió al

engaño, esperando transformar su derrota en victoria. Para incitar la

rebelión de la raza caída, hizo aparecer a Dios como injusto por

haber permitido que el hombre violara su ley. Dijo el artero

tentador: "Si Dios sabía cuál iba a ser el resultado, ¿por qué permitió

que el hombre fuese probado, que pecara, e introdujera la desgracia

y la muerte?" Y los hijos de Adán, olvidando la paciente

422


misericordia, gracias a la cual se le ha otorgado al hombre otra

oportunidad, sin pensar en el tremendo y asombroso sacrificio que

su rebelión costaba al Rey del cielo, prestaron oídos al tentador y

murmuraron contra el único Ser que podría salvarlos del poder de

Satanás.

Millares de personas repiten hoy la misma rebelde queja contra

Dios. No comprenden que al quitarle al hombre la libertad de elegir,

le roban su prerrogativa como ser racional y le convierten en un

mero autómata. No es el propósito de Dios forzar la voluntad de

nadie. El hombre fué creado moralmente libre. Como los habitantes

de todos los otros mundos, debe ser sometido a la prueba de la

obediencia; pero nunca se le coloca en una situación en la cual se

halle obligado a ceder al mal. No puede sobrevenirle tentación o

prueba alguna que no sea capaz de resistir. Dios tomó medidas tales,

que nunca tuvo el hombre que ser necesariamente derrotado en su

conflicto con Satanás.

A medida que se multiplicaron los hombres sobre la tierra, casi

todo el mundo se alistó en las filas de la rebelión. De nuevo Satanás

pareció haber alcanzado la victoria. Pero la omnipotencia divina

impidió otra vez el desarrollo de la iniquidad y, mediante el diluvio,

la tierra fué limpiada de su contaminación moral.

Dice el profeta: "Porque luego que hay juicios tuyos en la

tierra, los moradores del mundo aprenden justicia. Alcanzará piedad

el impío, y no aprenderá justicia; ... y no mirará a la majestad de

Jehová." Isaías 26:9, 10. Así ocurrió después del diluvio. Ya libres

423


de los castigos del Señor, los habitantes de la tierra se rebelaron de

nuevo contra él. Dos veces el pacto de Dios y sus estatutos fueron

desechados por el mundo. Tanto los antediluvianos como los

descendientes de Noé rechazaron la autoridad divina. Entonces Dios

hizo un pacto con Abrahán, y apartó para sí un pueblo que debía

llegar a ser depositario de su ley.

Satanás empezó en seguida a tender sus lazos para seducir y

destruir a este pueblo. Los hijos de Jacob fueron inducidos a

contraer matrimonio con gentiles y a adorar sus ídolos. Pero José fué

fiel a Dios, y su fidelidad fué un testimonio constante de la

verdadera fe. Para apagar esta luz, obró Satanás mediante la envidia

de los hermanos de José, quienes le vendieron como esclavo a un

pueblo pagano. Sin embargo, Dios dirigió los acontecimientos para

que su luz fuera comunicada al pueblo egipcio. Tanto en la casa de

Potifar como en la cárcel, José recibió una educación y un

adiestramiento que, con el temor de Dios, le prepararon para su alta

posición como primer ministro de la nación. Desde el palacio de

Faraón, se sintió su influencia por todo el país, y por todas partes se

divulgó el conocimiento de Dios. En Egipto los israelitas alcanzaron

prosperidad y riqueza y, hasta donde fueron fieles a Dios, ejercieron

una amplia influencia. Los sacerdotes idólatras se alarmaron al ver

que la nueva religión ganaba favor. Satanás les inspiró su propia

enemistad contra el Dios del cielo y se propusieron apagar aquella

luz. Los sacerdotes eran los encargados de la educación del heredero

del trono, y fué el espíritu de terca oposición a Dios y el celo por la

idolatría lo que modeló el carácter del futuro monarca, y le llevó a

oprimir cruelmente a los hebreos.

424


Durante los cuarenta años que siguieron a la huída de Moisés

de la tierra de Egipto, la idolatría pareció haber vencido en la lucha.

Año tras año las esperanzas de los israelitas iban desfalleciendo.

Tanto el rey como el pueblo se regocijaban de su poder y se

burlaban del Dios de Israel. Este espíritu creció hasta llegar a su

mayor exaltación en el Faraón a quien enfrentó Moisés. Cuando el

caudillo hebreo se presentó ante el rey con un mensaje de "Jehová,

el Dios de Israel," no fué su ignorancia acerca del Dios verdadero la

que le sugirió la respuesta, sino que desafió el poder de Dios al

responder: "¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz ...? Yo no

conozco a Jehová." Desde el principio hasta el fin, la oposición de

Faraón al mandato divino no fué resultado de la ignorancia, sino del

odio y de un espíritu de desafío.

Aunque las egipcios habían rechazado durante tanto tiempo el

conocimiento de Dios, el Señor todavía les ofreció la oportunidad de

arrepentirse. En los días de José, Egipto había servido de asilo para

Israel; Dios había sido honrado en la bondad mostrada a su pueblo;

por lo tanto, el Paciente, tardo para la ira y lleno de compasión, dió a

cada castigo tiempo para realizar su obra; los egipcios, maldecidos

por las mismas cosas que adoraban, tuvieron evidencia del poder de

Jehová, y todos los que quisieron, pudieron someterse a Dios y

escapar a sus azotes. El fanatismo y la terquedad del rey dieron por

resultado la divulgación del conocimiento de Dios y muchos

egipcios, atraídos a él, se dedicaron a servirle.

Fué porque los israelitas estaban tan dispuestos a unirse con los

425


paganos y a imitar su idolatría por lo que Dios les había permitido ir

a Egipto, donde la influencia de José era grande y donde las

circunstancias eran favorables para permanecer en calidad de pueblo

diferente. Allí, además, la burda idolatría de los egipcios, y su

crueldad y opresión durante la última parte de la estada de los

hebreos entre ellos, hubieran debido inspirar en los israelitas odio

hacia la idolatría, y llevarlos a buscar refugio en el Dios de sus

padres. Pero esas mismas circunstancias fueron convertidas por

Satanás en instrumento para lograr sus fines, pues ofuscó la mente

de los israelitas y los indujo a imitar las costumbres paganas. A

causa de la supersticiosa veneración que los egipcios rendían a los

animales, no se les permitió a los hebreos que ofrecieran sacrificios.

Así sus pensamientos no fueron dirigidos al gran Sacrificio por

medio de este culto, y su fe se debilitó.

Cuando llegó la hora de la liberación de Israel, Satanás se

propuso resistir los propósitos de Dios. Se empeñó en que aquel

gran pueblo, que contaba más de dos millones de almas, se

mantuviera en la ignorancia y la superstición. Al pueblo a quien

Dios había prometido bendecir y multiplicar, para hacerlo un poder

sobre la tierra, y por cuyo medio iba a revelar el conocimiento de su

voluntad, al pueblo que iba a ser el depositario de su ley, procuró

Satanás mantenerlo en la obscuridad y la servidumbre, con el fin de

borrar de su memoria el recuerdo de Dios.

Cuando se hicieron los milagros delante del rey, Satanás estuvo

presente para contrarrestar la influencia que podrían ejercer, e

impedir que Faraón reconociera la soberanía de Dios y que

426


obedeciera su mandato. Satanás obró hasta el límite de su poder para

falsificar la obra de Dios y resistir la voluntad divina. Lo único que

obtuvo fué preparar el camino para mayores manifestaciones del

poder y de la gloria del Señor, y hacer aún más evidente la

existencia y soberanía del Dios verdadero y viviente, tanto ante los

israelitas como ante todo el pueblo egipcio.

Dios libró a Israel mediante extraordinarias manifestaciones de

su potencia, y con juicios sobre todos los dioses de Egipto. "Y sacó

a su pueblo con gozo; con júbilo a sus escogidos. Y dióles las tierras

de las gentes; y las labores de las naciones heredaron: para que

guardasen sus estatutos, y observasen sus leyes." Salmos 105:43-45.

Los rescató del estado de esclavitud en que se hallaban, para poder

llevarlos a una buena tierra, que en su providencia había preparado

para ellos como un refugio contra sus enemigos, a una tierra donde

pudiesen vivir bajo la sombra de sus alas. Quería atraerlos a sí

mismo, para rodearlos con sus brazos eternos; y les requirió que en

retribución a toda su bondad y misericordia hacia ellos no tuviesen

dioses ajenos ante él, el Dios viviente, y que ensalzaran su nombre y

lo glorificaran en la tierra.

Durante su esclavitud en Egipto, muchos de los israelitas

habían perdido en alto grado el conocimiento de la ley de Dios, y

habían mezclado los preceptos divinos con costumbres y tradiciones

paganas. Dios los llevó al Sinaí, y allí con su propia voz proclamó

su ley.

Satanás y los ángeles malos asistieron a la escena. Aun

427


mientras Dios proclamaba su ley a su pueblo, Satanás estaba

urdiendo proyectos para inducirlo a pecar. Ante el mismo rostro del

Cielo quería arrebatar a este pueblo a quien Dios había elegido.

Llevándolos a la idolatría, iba a destruir la eficacia de todo culto;

pues ¿cómo puede elevarse el hombre, adorando lo que es inferior a

él mismo y que puede simbolizarse con hechuras de sus propias

manos? Si el hombre pudiera llegar a ser tan ciego con respecto al

poder, la majestad y la gloria del Dios infinito como para

representarle por medio de una imagen o hasta por medio de una

bestia o un reptil; si pudiera olvidar, hasta tal punto su propio

parentesco divino; si olvidara que fué hecho a la imagen de su

Creador, hasta el punto de inclinarse ante objetos repugnantes e

irracionales; entonces quedaría el camino libre para la plena

licencia, se desencadenarían las malas pasiones de su corazón, y

Satanás ejercería dominio absoluto.

Al pie mismo del Sinaí, empezó Satanás a ejecutar sus planes

para derribar la ley de Dios y continuó así la obra que había iniciado

en el cielo. Durante los cuarenta días que Moisés pasó en el monte

con Dios, Satanás se ocupó en sembrar la duda, la apostasía y la

rebelión. Mientras Dios escribía su ley, para entregarla al pueblo de

su pacto, los israelitas, negando su lealtad a Jehová, pedían dioses de

oro. Cuando Moisés regresó de la solemne presencia de la gloria

divina, con los preceptos de la ley a la cual el pueblo se había

comprometido a obedecer, halló a éste en actitud de abierto desafío

a los mandamientos de esa ley y adorando una imagen de oro.

Al inducir a Israel a cometer este atrevido insulto y esta

428


blasfemia contra Jehová, Satanás se había propuesto causar la ruina

completa del pueblo. Puesto que se habían manifestado tan

envilecidos, tan privados de todo entendimiento acerca de los

privilegios y bendiciones que Dios les había ofrecido, y tan

olvidados de sus repetidas promesas solemnes de lealtad, Satanás

creyó que el Señor los repudiaría y los entregaría a la destrucción.

Así obtendría el exterminio de la simiente de Abrahán, esa simiente

prometida que había de preservar el conocimiento del Dios viviente,

y mediante la cual había de venir Aquel que había de ser la

verdadera simiente, y que le vencería a él, Satanás.

El gran rebelde había tramado destruir a Israel, y así frustrar los

propósitos de Dios. Pero otra vez fué derrotado. A pesar de ser tan

pecadores, los israelitas no fueron destruídos. En tanto que los que

se habían puesto tercamente del lado de Satanás fueron eliminados,

los humildes y los arrepentidos fueron perdonados bondadosamente.

La historia de este pecado iba a destacarse como un testimonio

perpetuo de la culpa y el castigo de la idolatría, y de la justicia y

longanimidad de Dios.

Todo el universo presenció las escenas del Sinaí. En la

actuación de las dos administraciones se vió el contraste entre el

gobierno de Dios y el de Satanás. Otra vez los inmaculados

habitantes de los otros mundos volvieron a ver los resultados de la

apostasía de Satanás, y la clase de gobierno que él habría establecido

en el cielo, si se le hubiera dejado dominar.

Al hacer que los hombres violaran el segundo mandamiento,

429


Satanás se propuso degradar el concepto que tenían del Ser divino.

Anulando el cuarto mandamiento, les haría olvidar completamente a

Dios. El hecho de que Dios demande reverencia y adoración por

sobre los dioses paganos se funda en que él es el Creador, y que

todas las demás criaturas le deben a él su existencia. Así lo presenta

la Biblia. Dice el profeta Jeremías: "Jehová Dios es la verdad; él es

Dios vivo y Rey eterno: ... los dioses que no hicieron los cielos ni la

tierra, perezcan de la tierra y de debajo de estos cielos. El que hizo

la tierra con su potencia, el que puso en orden el mundo con su

saber, y extendió los cielos con su prudencia.... Todo hombre se

embrutece y le falta ciencia; avergüéncese de su vaciadizo todo

fundidor; porque mentira es su obra de fundición, y no hay espíritu

en ellos; vanidad son, obras de escarnios: en el tiempo de su

visitación perecerán. No es como ellos la suerte de Jacob: porque él

es el Hacedor de todo." Jeremías 10:10-16.

El sábado, como recordatorio del poder creador de Dios, le

señala a él como Hacedor de los cielos y de la tierra. Por lo tanto, es

un testimonio perpetuo de su existencia, y un recuerdo de su

grandeza, su sabiduría y su amor. Si el sábado se hubiera santificado

siempre, jamás habría podido haber ateos ni idólatras.

La institución del sábado, que tiene su origen en el Edén, es tan

antigua como el mundo mismo. Ese día fué observado por todos los

patriarcas, desde la creación en adelante. Durante su servidumbre en

Egipto, los israelitas fueron obligados por sus amos a violar el

sábado, y perdieron en gran parte el conocimiento de su santidad.

Cuando se proclamó la ley en el Sinaí, las primeras palabras del

430


cuarto mandamiento fueron: "Acuérdate de santificar el día de

sábado," lo cual demuestra que el sábado no se instituyó entonces;

se señala su origen haciéndolo remontar a la creación. Para borrar a

Dios de la mente de los hombres, Satanás se propuso derribar este

gran monumento recordativo. Si pudiera inducir a los hombres a

olvidar a su Creador, ya no harían esfuerzos para resistir al poder del

mal, y Satanás estaría seguro de su presa.

La enemistad de Satanás contra la ley de Dios lo ha incitado a

guerrear contra cada precepto del Decálogo. Con el gran principio

del amor y la lealtad hacia Dios, el Padre de todos, se relaciona

estrechamente el principio del amor y la obediencia a los padres. El

despreciar la autoridad de los padres lleva pronto a despreciar la

autoridad de Dios. Así se explican los esfuerzos de Satanás por

menoscabar la autoridad del quinto mandamiento. Entre los paganos

se prestaba poca atención al principio ordenado en este precepto. En

muchas naciones se solía abandonar a los padres o darles muerte

cuando la vejez los incapacitaba para cuidarse a sí mismos. En la

familia, se trataba a la madre con poco respeto, y después de la

muerte de su esposo, se le exigía que se sometiera a la autoridad del

hijo mayor. Moisés insistió en la obediencia filial; pero cuando los

israelitas se apartaron de Dios, menospreciaron el quinto

mandamiento junto con los otros.

Satanás "homicida ha sido desde el principio" (Juan 8:44); y en

cuanto tuvo poder sobre los seres humanos, no sólo los incitó a

odiarse y matarse mutuamente, sino también a desafiar

atrevidamente la autoridad de Dios, hasta el punto de violar el sexto

431


mandamiento como parte de su religión.

Merced a los conceptos pervertidos de lo que son los atributos

divinos, los paganos fueron inducidos a creer que los sacrificios

humanos eran necesarios para obtener el favor de sus dioses; y las

crueldades más horribles se han perpetrado bajo diferentes formas

de idolatría. Entre éstas se contaba la costumbre de hacer pasar a los

hijos por el fuego ante ídolos. Cuando uno de ellos salía ileso de esta

prueba del fuego, la gente creía que su ofrenda había sido aceptada;

al niño así librado se le consideraba extraordinariamente favorecido

por los dioses. Era colmado de beneficios, y después muy estimado;

y por graves que fuesen sus crímenes, nunca se le castigaba. Pero si

alguno se quemaba al pasar por el fuego, su suerte estaba decidida;

se creía que la ira de los dioses sólo podía satisfacerse quitando la

vida a la víctima, y por consiguiente era ofrecida como sacrificio.

En épocas de gran apostasía, estas abominaciones prevalecieron

hasta cierto grado, aun entre los israelitas.

También la violación del séptimo mandamiento se practicó

antiguamente en nombre de la religión. Los ritos más licenciosos y

abominables llegaron a formar parte del culto pagano. Hasta los

dioses mismos se representaban como impuros, y sus adoradores

daban rienda suelta a las pasiones bajas. Prevalecían vicios contra la

naturaleza, y las fiestas religiosas se caracterizaban por una

impureza general y pública.

La poligamia se practicó desde tiempos muy antiguos. Fué uno

de los pecados que trajo la ira de Dios sobre el mundo antediluviano

432


y sin embargo, después del diluvio esa práctica volvió a extenderse.

Hizo Satanás un premeditado esfuerzo para corromper la institución

del matrimonio, debilitar sus obligaciones, y disminuir su santidad;

pues no hay forma más segura de borrar la imagen de Dios en el

hombre, y abrir la puerta a la desgracia y al vicio.

Desde el principio de la gran controversia, se propuso Satanás

desfigurar el carácter de Dios, y despertar rebelión contra su ley; y

esta obra parece coronada de éxito. Las multitudes prestan atención

a los engaños de Satanás y se vuelven contra Dios. Pero en medio de

la obra del mal, los propósitos de Dios progresan con firmeza hacia

su realización. El manifiesta su justicia y benevolencia hacia todos

los seres inteligentes creados por él. A causa de las tentaciones de

Satanás, todos los miembros de la raza humana se han convertido en

transgresores de la ley divina; pero en virtud del sacrificio de su

Hijo se abre un camino por el cual pueden regresar a Dios. Por

medio de la gracia de Cristo pueden llegar a ser capaces de obedecer

la ley del Padre. Así en todos los tiempos, de entre la apostasía y la

rebelión Dios saca a un pueblo que le es fiel, un pueblo "en cuyo

corazón está" su "ley." Isaías 51:7.

Satanás sedujo a los ángeles mediante el engaño; así también

fué como en todo tiempo realizó su obra entre los hombres, y

seguirá usando este procedimiento hasta el fin. Si él confesase

abiertamente que está haciendo la guerra a Dios y a su ley, los

hombres procurarían precaverse contra él; pero Satanás se disfraza y

combina la verdad con el error. Las mentiras más peligrosas son las

que están mezcladas con la verdad. De ahí que se acepten errores

433


que cautivan y arruinan el alma. Valiéndose de este método, Satanás

arrastra al mundo consigo. Pero se acerca el día en que su triunfo

terminará para siempre.

El proceder de Dios respecto a la rebelión desenmascarará

completamente la obra que durante tanto tiempo se ha hecho en

forma oculta. Los resultados del dominio de Satanás y del

rechazamiento de los estatutos divinos quedarán revelados a la vista

de todos los seres racionales. La ley de Dios está plenamente

vindicada. Se verá que todos los actos de Dios tuvieron por fin el

bien eterno de su pueblo y de todos los mundos creados. Satanás

mismo, en presencia del universo, confesará la justicia del gobierno

de Dios y la rectitud de su ley.

No está lejos el tiempo en que Dios se levantará para vindicar

su autoridad agraviada. "He aquí que Jehová sale de su lugar, para

visitar la maldad del morador de la tierra contra él." Isaías 26:21.

"¿Quién podrá sufrir el tiempo de su venida? ¿o quién podrá estar

cuando él se mostrará?" Malaquías 3:2. A causa de su

pecaminosidad, se le prohibió al pueblo de Israel acercarse al monte

cuando Dios estaba por descender sobre él para proclamar su ley,

para evitar que fuese consumido por la abrasadora gloria de su

presencia. Si tales manifestaciones de su poder señalaron el sitio

escogido para la proclamación de su ley, ¡cuán pavoroso no será su

tribunal cuando venga para aplicar el juicio de estos sagrados

estatutos! ¿Cómo soportarán su gloria en el gran día de la

retribución final los que pisotearon su autoridad?

434


Los terrores del Sinaí debían darle al pueblo una idea de las

escenas del juicio. El sonido de una trompeta llamó a Israel a

presentarse ante Dios. La voz del arcángel y la trompeta de Dios

llamarán a la presencia del Juez desde todos los confines de la tierra

tanto a los vivos como a los muertos. El Padre y el Hijo, asistidos

por una multitud de ángeles, estaban presentes en el monte. En el

gran día del juicio, Cristo vendrá "en la gloria de su Padre con sus

ángeles." "Entonces se sentará sobre el trono de su gloria. Y serán

reunidas delante de él todas las gentes." Mateo 16:27; 25:31, 32.

Cuando se manifestó la presencia divina en el Sinaí, la gloria

del Señor era ante la vista de todo Israel como un fuego devorador.

Pero cuando venga Cristo en gloria con sus santos ángeles, toda la

tierra resplandecerá con el tremendo fulgor de su presencia. "Vendrá

nuestro Dios, y no callará: fuego consumirá delante de él, y en

derredor suyo habrá tempestad grande. Convocará a los cielos de

arriba, y a la tierra, para juzgar a su pueblo." Salmos 50:3, 4. De él

procederá una corriente de fuego que fundirá los elementos con su

ardiente calor; y la tierra y las obras que hay en ella serán

consumidas. "Se manifestará el Señor Jesús del cielo con los ángeles

de su potencia, en llama de fuego, para dar el pago a los que no

conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio." 2 Tesalonicenses 1:7,

8.

Nunca, desde que se creó al hombre, se había presenciado

semejante manifestación del poder divino como cuando se proclamó

la ley desde el Sinaí. "La tierra tembló; también destilaron los cielos

a la presencia de Dios: aquel Sinaí tembló delante de Dios, del Dios

435


de Israel." Salmos 68:8. En medio de las más terríficas convulsiones

de la naturaleza, la voz de Dios se oyó como una trompeta desde la

nube. El monte fué sacudido desde la base hasta la cima, y las

huestes de Israel, demudadas y temblorosas, cayeron de hinojos.

Aquel, cuya voz hizo entonces temblar la tierra, ha declarado:

"Aun una vez, y yo conmoveré no solamente la tierra, mas aun el

cielo." La Escritura dice: "Jehová bramará desde lo alto, y desde la

morada de su santidad dará su voz," "y temblarán los cielos y la

tierra." En aquel gran día que se acerca, el cielo mismo se apartará

"como un libro que es envuelto." Y todo monte y toda isla se

moverán de su sitio. "Temblará la tierra vacilando como un

borracho, y será removida como una choza; y agravaráse sobre ella

su pecado, y caerá, y nunca más se levantará." Hebreos 12:26;

Jeremías 25:30; Joel 3:16; Apocalipsis 6:14; Isaías 24:20.

"Por tanto, se enervarán todas las manos, y desleiráse todo

corazón de hombre: y se llenarán de terror; angustias y dolores los

comprenderán; ... pasmaráse cada cual al mirar a su compañero; sus

rostros, rostros de llamas." "Y visitaré la maldad sobre el mundo, y

sobre los impíos su iniquidad; y haré que cese la arrogancia de los

soberbios, y abatiré la altivez de los fuertes." Isaías 13:7, 8, 11;

Jeremías 30:6.

Cuando Moisés regresó de su encuentro con la divina presencia

en el monte, donde había recibido las tablas del testimonio, el

culpable Israel no pudo soportar la luz que glorificaba su semblante.

¡Cuánto menos podrán los transgresores mirar al Hijo de Dios

436


cuando aparezca en la gloria de su Padre, rodeado de todas las

huestes celestiales, para ejecutar el juicio sobre los transgresores de

su ley y sobre los que rechazan su sacrificio expiatorio! Los que

menospreciaron la ley de Dios y pisotearon bajo sus pies la sangre

de Cristo, "los reyes de la tierra, y los príncipes, y los ricos, y los

capitanes, y los fuertes," se esconderán "en las cuevas y entre las

peñas de los montes," y dirán a los montes y a las rocas: "Caed sobre

nosotros, y escondednos de la cara de Aquel que está sentado sobre

el trono, y de la ira del Cordero: porque el gran día de su ira es

venido; y ¿quién podrá estar firme?" En "aquel día arrojará el

hombre, a los topos y murciélagos, sus ídolos de plata y sus ídolos

de oro, ... y se entrarán en las hendiduras de las rocas, y en las

cavernas de las peñas, por la presencia formidable de Jehová, y por

el resplandor de su majestad, cuando se levantare para herir la

tierra." Apocalipsis 6:15-17; Isaías 2:20, 21.

Entonces se verá que la rebelión de Satanás contra Dios dió

como resultado la ruina de sí mismo, y de todos los que eligieron ser

sus súbditos. El hizo creer que de la transgresión resultaría un gran

bien; pero se verá que "la paga del pecado es muerte." "Porque he

aquí, viene el día ardiente como un horno; y todos los soberbios, y

todos los que hacen maldad, serán estopa; y aquel día que vendrá,

los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, el cual no les dejará ni

raíz ni rama." Satanás, la raíz de todo pecado, y todos los obradores

del mal, que son sus ramas, serán completamente extirpados. Se

pondrá fin al pecado, y a toda la aflicción y ruina que acarreó. El

salmista dice: "Destruíste al malo, raíste el nombre de ellos para

siempre jamás. Oh enemigo, acabados son para siempre los

437


asolamientos." Romanos 6:23; Malaquías 4:1; Salmos 9:5, 6.

Pero en medio de la tempestad de los castigos divinos, los hijos

de Dios no tendrán ningún motivo para temer. "Jehová será la

esperanza de su pueblo, y la fortaleza de los hijos de Israel." El día

que traerá terror y destrucción para los transgresores de la ley de

Dios, para los obedientes significará "gozo inefable y glorificado."

"Juntadme mis santos--dirá el Señor;--los que hicieron conmigo

pacto con sacrificio. Y denunciarán los cielos su justicia; porque

Dios es el juez." Joel 3:16; 1 Pedro 1:8; Salmos 50:5, 6.

"Entonces os tornaréis, y echaréis de ver la diferencia entre el

justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve."

"Oídme, los que conocéis justicia, pueblo en cuyo corazón está mi

ley." "He aquí he quitado de tu mano el cáliz de aturdimiento ...

nunca más lo beberás." "Yo, yo soy vuestro consolador." "Porque

los montes se moverán, y los collados temblarán; mas no se apartará

de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz vacilará, dijo Jehová, el

que tiene misericordia de ti." Malaquías 3:18; Isaías 51:7, 22, 12;

54:10.

El gran plan de la redención dará por resultado el completo

restablecimiento del favor de Dios para el mundo. Será restaurado

todo lo que se perdió a causa del pecado. No sólo el hombre, sino

también la tierra, será redimida, para que sea la morada eterna de los

obedientes. Durante seis mil años, Satanás luchó por mantener la

posesión de la tierra. Pero se cumplirá el propósito original de Dios

al crearla. "Tomarán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el

438


reino hasta el siglo, y hasta el siglo de los siglos." Daniel 7:18.

"Desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, sea alabado

el nombre de Jehová." "En aquel día Jehová será uno, y uno su

nombre." "Y Jehová será Rey sobre toda la tierra." La Sagrada

Escritura dice: "Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en

los cielos." "Fieles son todos sus mandamientos; afirmados por siglo

de siglo." Los sagrados estatutos que Satanás ha odiado y ha tratado

de destruir, serán honrados en todo el universo inmaculado. Y

"como la tierra produce su renuevo, y como el huerto hace brotar su

simiente, así el Señor Jehová hará brotar justicia y alabanza delante

de todas las gentes." Salmos 113:3; Zacarías 14:9; Salmos 119:89;

111:7, 8; Isaías 61:11.

439


Capítulo 30

El tabernáculo y sus servicios

Mientras Moisés estaba en el monte, Dios le ordenó: "Hacerme

han un santuario, y yo habitaré entre ellos" (Éxodo 25:8); y le dió

instrucciones completas para la construcción del tabernáculo. A

causa de su apostasía, los israelitas habían perdido el derecho a la

bendición de la presencia divina, y por el momento hicieron

imposible la construcción del santuario de Dios entre ellos. Pero

después que les fuera devuelto el favor del Cielo, el gran caudillo

procedió a ejecutar la orden divina.

Ciertos hombres escogidos fueron especialmente dotados por

Dios con habilidad y sabiduría para la construcción del sagrado

edificio. Dios mismo le dió a Moisés el plano con instrucciones

detalladas acerca del tamaño y forma, así como de los materiales

que debían emplearse y de todos los objetos y muebles que había de

contener. Los dos lugares santos hechos a mano, habían de ser

"figura del verdadero," "figuras de las cosas celestiales" (Hebreos

9:24, 23), es decir, una representación, en miniatura, del templo

celestial donde Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, después de

ofrecer su vida como sacrificio, habría de interceder en favor de los

pecadores. Dios presentó ante Moisés en el monte una visión del

santuario celestial, y le ordenó que hiciera todas las cosas de

acuerdo con el modelo que se le había mostrado. Todas estas

instrucciones fueron escritas cuidadosamente por Moisés, quien las

440


comunicó a los jefes del pueblo.

Para la construcción del santuario fué necesario hacer grandes

y costosos preparativos; hacía falta gran cantidad de los materiales

más preciosos y caros; no obstante, el Señor sólo aceptó ofrendas

voluntarias. "Di a los hijos de Israel que tomen para mí ofrenda: de

todo varón que la diere de su voluntad, de corazón, tomaréis mi

ofrenda." Éxodo 25:2. Tal fué la orden divina que Moisés repitió a

la congregación. La devoción a Dios y un espíritu de sacrificio

fueron los primeros requisitos para construir la morada del Altísimo.

Todo el pueblo respondió unánimemente. "Y vino todo varón a

quien su corazón estimuló, y todo aquel a quien su espíritu le dió

voluntad, y trajeron ofrenda a Jehová para la obra del tabernáculo

del testimonio, y para toda su fábrica, y para las sagradas vestiduras.

Y vinieron así hombres como mujeres, todo voluntario de corazón, y

trajeron cadenas y zarcillos, sortijas y brazaletes, y toda joya de oro;

y cualquiera ofrecía ofrenda de oro a Jehová.

"Todo hombre que se hallaba con jacinto, o púrpura, o carmesí,

o lino fino, o pelo de cabras, o cueros rojos de carneros, o cueros de

tejones, lo traía. Cualquiera que ofrecía ofrenda de plata o de metal,

traía a Jehová la ofrenda: y todo el que se hallaba con madera de

Sittim, traíala para toda la obra del servicio.

"Además todas las mujeres sabias de corazón hilaban de sus

manos, y traían lo que habían hilado: cárdeno, o púrpura, o carmesí,

o lino fino. Y todas las mujeres cuyo corazón las levantó en

441


sabiduría, hilaron pelos de cabras.

"Y los príncipes trajeron piedras de ónix, y las piedras de los

engastes para el ephod y el racional; y la especia aromática y aceite,

para la luminaria, y para el aceite de la unción, y para el perfume

aromático." Éxodo 35:21-28.

Mientras se llevaba a cabo la construcción del santuario, el

pueblo, fuesen ancianos o jóvenes, adultos, mujeres o niños,

continuaron trayendo sus ofrendas hasta que los encargados de la

obra vieron que ya tenían lo suficiente, y aun más de lo que podrían

usar. Y Moisés hizo proclamar por todo el campamento: "Ningún

hombre ni mujer haga más obra para ofrecer para el santuario. Y así

fué el pueblo impedido de ofrecer." Éxodo 36:6.

Las murmuraciones de los israelitas y cómo Dios castigó sus

pecados, fueron registrados como advertencia para las futuras

generaciones. Y su devoción, su celo y liberalidad, son un ejemplo

digno de imitarse. Todos los que aman el culto de Dios y aprecian la

bendición de su santa presencia, mostrarán el mismo espíritu de

sacrificio en la preparación de una casa donde él pueda reunirse con

ellos. Desearán traer al Señor una ofrenda de lo mejor que posean.

La casa que se construya para Dios no debe quedar endeudada, pues

con ello Dios sería deshonrado. Debiera darse voluntariamente una

cantidad suficiente para llevar a cabo la obra, para que los que la

construyen puedan decir, como dijeron los constructores del

tabernáculo: "No traigáis ya ofrendas."

442


El tabernáculo fué construído desarmable, de modo que los

israelitas pudieran llevarlo en su peregrinaje. Era por consiguiente,

pequeño, de sólo cincuenta y cinco pies de largo por dieciocho de

ancho y alto. No obstante, era una construcción magnífica. La

madera que se empleó en el edificio y en sus muebles era de acacia,

la menos susceptible al deterioro de todas las que había en el Sinaí.

Las paredes consistían en tablas colocadas verticalmente, fijadas en

basas de plata y aseguradas por columnas y travesaños; y todo

estaba cubierto de oro, lo cual hacía aparecer al edificio como de oro

macizo. El techo estaba formado de cuatro juegos de cortinas; el de

más adentro era "de lino torcido, cárdeno, y púrpura, y carmesí: y ...

querubines de obra delicada" (Éxodo 26:1); los otros tres eran de

pelo de cabras, de cueros de carnero teñidos de rojo y de cueros de

tejones, arreglados de tal manera que ofrecían completa protección.

El edificio se dividía en dos secciones mediante una bella y rica

cortina, o velo, suspendida de columnas doradas; y una cortina

semejante a la anterior cerraba la entrada de la primera sección.

Tanto estos velos como la cubierta interior que formaba el techo,

eran de los más magníficos colores, azul, púrpura y escarlata,

bellamente combinados, y tenían, recamados con hilos de oro y

plata, querubines que representaban la hueste de los ángeles

asociados con la obra del santuario celestial, y que son espíritus

ministradores del pueblo de Dios en la tierra.

El santo tabernáculo estaba colocado en un espacio abierto

llamado atrio, rodeado por cortinas de lino fino que colgaban de

columnas de metal. La entrada a este recinto se hallaba en el

443


extremo oriental. Estaba cerrada con cortinas de riquísima tela

hermosamente trabajadas aunque inferiores a las del santuario.

Como estas cortinas del atrio eran sólo de la mitad de la altura de las

paredes del tabernáculo, el edificio podía verse perfectamente desde

afuera.

En el atrio, y cerca de la entrada, se hallaba el altar de bronce

del holocausto. En este altar se consumían todos los sacrificios que

debían ofrecerse por fuego al Señor, y sobre sus cuernos se rociaba

la sangre expiatoria. Entre el altar y la puerta del tabernáculo estaba

la fuente, también de metal. Había sido hecha con los espejos

donados voluntariamente por las mujeres de Israel. En la fuente los

sacerdotes debían lavarse las manos y los pies cada vez que entraban

en el departamento santo, o cuando se acercaban al altar para ofrecer

un holocausto al Señor.

En el primer departamento, o lugar santo, estaban la mesa para

el pan de la proposición, el candelero o la lámpara y el altar del

incienso. La mesa del pan de la proposición estaba hacia el norte.

Así como su cornisa decorada, estaba revestida de oro puro. Sobre

esta mesa los sacerdotes debían poner cada sábado doce panes,

arreglados en dos pilas y rociados con incienso. Por ser santos, los

panes que se quitaban, debían ser comidos por los sacerdotes. Al

sur, estaba el candelero de siete brazos, con sus siete lámparas. Sus

brazos estaban decorados con flores exquisitamente labradas y

parecidas a lirios; el conjunto estaba hecho de una pieza sólida de

oro. Como no había ventanas en el tabernáculo, las lámparas nunca

se extinguían todas al mismo tiempo, sino que ardían día y noche.

444


Exactamente frente al velo que separaba el lugar santo del santísimo

y de la inmediata presencia de Dios, estaba el altar de oro del

incienso. Sobre este altar el sacerdote debía quemar incienso todas

las mañanas y todas las tardes; sobre sus cuernos se aplicaba la

sangre de la víctima de la expiación, y el gran día de la expiación

era rociado con sangre. El fuego que estaba sobre este altar fué

encendido por Dios mismo, y se mantenía como sagrado. Día y

noche, el santo incienso difundía su fragancia por los recintos

sagrados del tabernáculo y por sus alrededores.

Más allá del velo interior estaba el lugar santísimo que era el

centro del servicio de expiación e intercesión, y constituía el eslabón

que unía el cielo y la tierra. En este departamento estaba el arca, que

era un cofre de madera de acacia, recubierto de oro por dentro y por

fuera, y que tenía una cornisa de oro encima. Era el repositorio de

las tablas de piedra, en las cuales Dios mismo había grabado los diez

mandamientos. Por consiguiente, se lo llamaba arca del testamento

de Dios, o arca de la alianza, puesto que los diez mandamientos eran

la base de la alianza hecha entre Dios e Israel.

La cubierta del arca sagrada se llamaba "propiciatorio." Estaba

hecha de una sola pieza de oro, y encima tenía dos querubines de

oro, uno en cada extremo. Un ala de cada ángel se extendía hacia

arriba, mientras la otra permanecía plegada sobre el cuerpo (véase

Ezequiel 1:11) en señal de reverencia y humildad. La posición de los

querubines, con la cara vuelta el uno hacia el otro y mirando

reverentemente hacia abajo sobre el arca, representaba la reverencia

con la cual la hueste celestial mira la ley de Dios y su interés en el

445


plan de redención.

Encima del propiciatorio estaba la "shekinah," o manifestación

de la divina presencia; y desde en medio de los querubines Dios

daba a conocer su voluntad. Los mensajes divinos eran comunicados

a veces al sumo sacerdote mediante una voz que salía de la nube.

Otras veces caía una luz sobre el ángel de la derecha, para indicar

aprobación o aceptación, o una sombra o nube descansaba sobre el

ángel de la izquierda, para revelar desaprobación o rechazo.

La ley de Dios, guardada como reliquia dentro del arca, era la

gran regla de la rectitud y del juicio. Esa ley determinaba la muerte

del transgresor; pero encima de la ley estaba el propiciatorio, donde

se revelaba la presencia de Dios y desde el cual, en virtud de la

expiación, se otorgaba perdón al pecador arrepentido. Así, en la obra

de Cristo en favor de nuestra redención, simbolizada por el servicio

del santuario, "la misericordia y la verdad se encontraron: la justicia

y la paz se besaron." Salmos 85:10.

No hay palabras que puedan describir la gloria de la escena que

se veía dentro del santuario, con sus paredes doradas que reflejaban

la luz de los candeleros de oro, los brillantes colores de las cortinas

ricamente bordadas con sus relucientes ángeles, la mesa y el altar

del incienso refulgentes de oro; y más allá del segundo velo, el arca

sagrada, con sus querubines místicos, y sobre ella la santa

"shekinah," manifestación visible de la presencia de Jehová; pero

todo esto era apenas un pálido reflejo de las glorias del templo de

Dios en el cielo, que es el gran centro de la obra que se hace en

446


favor de la redención del hombre.

Se necesitó alrededor de medio año para construir el

tabernáculo. Cuando se terminó, Moisés examinó toda la obra de los

constructores, comparándola con el modelo que se le enseñó en el

monte y con las instrucciones que había recibido de Dios. "Y vió

Moisés toda la obra, y he aquí que la habían hecho como Jehová

había mandado; y bendíjolos." Éxodo 39:43. Con anhelante interés

las multitudes de Israel se agolparon para ver el sagrado edificio.

Mientras contemplaban la escena con reverente satisfacción, la

columna de nube descendió sobre el santuario, y lo envolvió. "Y la

gloria de Jehová hinchió el tabernáculo." Éxodo 40:34. Hubo una

revelación de la majestad divina, y por un momento ni siquiera

Moisés pudo entrar. Con profunda emoción, el pueblo vió la señal

de que la obra de sus manos era aceptada. No hubo demostraciones

de regocijo en alta voz. Una solemne reverencia se apoderó de

todos. Pero la alegría de sus corazones se manifestó en lágrimas de

felicidad, y susurraron fervientes palabras de gratitud porque Dios

había condescendido a morar con ellos.

En virtud de las instrucciones divinas, se apartó a la tribu de

Leví para el servicio del santuario. En tiempos anteriores, cada

hombre era sacerdote de su propia casa. En los días de Abrahán, por

derecho de nacimiento, el sacerdocio recaía en el hijo mayor. Ahora,

en vez del primogénito de todo Israel, el Señor aceptó a la tribu de

Leví para la obra del santuario. Mediante este señalado honor, Dios

manifestó su aprobación por la fidelidad de los levitas, tanto por

haberse adherido a su servicio como por haber ejecutado sus juicios

447


cuando Israel apostató al rendir culto al becerro de oro. El

sacerdocio, no obstante, se restringió a la familia de Aarón. Aarón y

sus hijos fueron los únicos a quienes se les permitía ministrar ante el

Señor; al resto de la tribu se le encargó el cuidado del tabernáculo y

su mobiliario; además debían ayudar a los sacerdotes en su

ministerio, pero no podían ofrecer sacrificios, ni quemar incienso, ni

mirar los santos objetos hasta que estuviesen cubiertos.

Se designó para los sacerdotes un traje especial, que

concordaba con su oficio. "Y harás vestidos sagrados a Aarón tu

hermano, para honra y hermosura" (Éxodo 28:2), fué la instrucción

divina que se le dió a Moisés. El hábito del sacerdote común era de

lino blanco tejido de una sola pieza. Se extendía casi hasta los pies,

y estaba ceñido en la cintura por una faja de lino blanco bordada de

azul, púrpura y rojo. Un turbante de lino, o mitra, completaba su

vestidura exterior.

Ante la zarza ardiente se le ordenó a Moisés que se quitase las

sandalias, porque la tierra en que estaba era santa. Tampoco los

sacerdotes debían entrar en el santuario con el calzado puesto. Las

partículas de polvo pegadas a él habrían profanado el santo lugar.

Debían dejar los zapatos en el atrio antes de entrar en el santuario, y

también tenían que lavarse tanto las manos como los pies antes de

servir en el tabernáculo o en el altar del holocausto. En esa forma se

enseñaba constantemente que los que quieran acercarse a la

presencia de Dios deben apartarse de toda impureza.

Las vestiduras del sumo sacerdote eran de costosa tela de

448


bellísima hechura, como convenía a su elevada jerarquía. Además

del traje de lino del sacerdote común, llevaba una túnica azul,

también tejida de una sola pieza. El borde del manto estaba

adornado con campanas de oro y granadas de color azul, púrpura y

escarlata. Sobre esto llevaba el efod, vestidura más corta, de oro,

azul, púrpura, escarlata y blanco, rodeada por una faja de los

mismos colores, hermosamente elaborada. El efod no tenía mangas,

y en sus hombreras bordadas con oro, tenía engarzadas dos piedras

de ónix, que llevaban los nombres de las doce tribus de Israel.

Sobre el efod estaba el racional, la más sagrada de las

vestiduras sacerdotales. Era de la misma tela que el efod. De forma

cuadrada, medía un palmo, y colgaba de los hombros mediante un

cordón azul prendido en argollas de oro. El ribete estaba formado

por una variedad de piedras preciosas, las mismas que forman los

doce fundamentos de la ciudad de Dios. Dentro del ribete había doce

piedras engarzadas en oro, arregladas en hileras de a cuatro, que,

como las de los hombros, tenían grabados los nombres de las tribus.

Las instrucciones del Señor fueron: "Y llevará Aarón los nombres

de los hijos de Israel en el racional del juicio sobre su corazón,

cuando entrare en el santuario, para memoria delante de Jehová

continuamente." Éxodo 28:29. Así también Cristo, el gran Sumo

Sacerdote, al ofrecer su sangre ante el Padre en favor de los

pecadores, lleva sobre el corazón el nombre de toda alma

arrepentida y creyente. El salmista dice: "Aunque afligido yo y

necesitado, Jehová pensará de mí." Salmos 40:17.

A la derecha y a la izquierda del racional había dos piedras

449


grandes y de mucho brillo. Se llamaban Urim y Tumim. Mediante

ellas se revelaba la voluntad de Dios al sumo sacerdote. Cuando se

llevaban asuntos ante el Señor para que él los decidiera, si un nimbo

iluminaba la piedra de la derecha era señal de aprobación o

consentimiento divinos, mientras que si una nube obscurecía la

piedra de la izquierda, era evidencia de negación o desaprobación.

La mitra del sumo sacerdote consistía en un turbante de lino

blanco, que tenía una plaquita de oro sostenida por una cinta azul,

con la inscripción: "Santidad a Jehová." Todo lo relacionado con la

indumentaria y la conducta de los sacerdotes había de ser tal, que

inspirara en el espectador el sentimiento de la santidad de Dios, de

lo sagrado de su culto y de la pureza que se exigía a los que se

allegaban a su presencia.

No sólo el santuario mismo, sino también el ministerio de los

sacerdotes, debía servir "de bosquejo y sombra de las cosas

celestiales." Hebreos 8:5. Por eso era de suma importancia; y el

Señor, por medio de Moisés, dió las instrucciones más claras y

precisas acerca de cada uno de los puntos de este culto simbólico.

El ministerio del santuario consistía en dos partes: un servicio

diario y otro anual. El servicio diario se efectuaba en el altar del

holocausto en el atrio del tabernáculo, y en el lugar santo; mientras

que el servicio anual se realizaba en el lugar santísimo.

Ningún ojo mortal excepto el del sumo sacerdote debía mirar el

interior del lugar santísimo. Sólo una vez al año podía entrar allí el

450


sumo sacerdote, y eso después de la preparación más cuidadosa y

solemne. Temblando, entraba para presentarse ante Dios, y el pueblo

en reverente silencio esperaba su regreso, con los corazones

elevados en fervorosa oración para pedir la bendición divina. Ante

el propiciatorio, el sumo sacerdote hacía expiación por Israel; y en la

nube de gloria, Dios se encontraba con él. Si su permanencia en

dicho sitio duraba más del tiempo acostumbrado, el pueblo sentía

temor de que, a causa de los pecados de ellos o de él mismo, le

hubiese muerto la gloria del Señor.

El servicio diario consistía en el holocausto matutino y el

vespertino, en el ofrecimiento del incienso en el altar de oro y de los

sacrificios especiales por los pecados individuales. Además, había

sacrificios para los sábados, las lunas nuevas y las fiestas especiales.

Cada mañana y cada tarde, se ofrecía, sobre el altar un cordero

de un año, con las oblaciones apropiadas de presentes, para

simbolizar la consagración diaria a Dios de toda la nación y su

constante dependencia de la sangre expiatoria de Cristo. Dios les

indicó expresamente que toda ofrenda presentada para el servicio

del santuario debía ser "sin defecto." Éxodo 12:5. Los sacerdotes

debían examinar todos los animales que se traían como sacrificio, y

rechazar los defectuosos. Sólo una ofrenda "sin defecto" podía

simbolizar la perfecta pureza de Aquel que había de ofrecerse como

"cordero sin mancha y sin contaminación." 1 Pedro 1:19.

El apóstol Pablo señala estos sacrificios como una ilustración

de lo que los seguidores de Cristo han de llegar a ser. Dice: "Así

451


que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que

presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a

Dios, que es vuestro racional culto." Romanos 12:1. Hemos de

entregarnos al servicio de Dios, y debiéramos tratar de hacer esta

ofrenda tan perfecta como sea posible. Dios no quedará satisfecho

sino con lo mejor que podamos ofrecerle. Los que le aman de todo

corazón, desearán darle el mejor servicio de su vida, y

constantemente tratarán de poner todas las facultades de su ser en

perfecta armonía con las leyes que nos habilitan para hacer la

voluntad de Dios.

Al presentar la ofrenda del incienso, el sacerdote se acercaba

más directamente a la presencia de Dios que en ningún otro acto de

los servicios diarios. Como el velo interior del santuario no llegaba

hasta el techo del edificio, la gloria de Dios, que se manifestaba

sobre el propiciatorio, era parcialmente visible desde el lugar santo.

Cuando el sacerdote ofrecía incienso ante el Señor, miraba hacia el

arca; y mientras ascendía la nube de incienso, la gloria divina

descendía sobre el propiciatorio y henchía el lugar santísimo, y a

menudo llenaba tanto las dos divisiones del santuario que el

sacerdote se veía obligado a retirarse hasta la puerta del tabernáculo.

Así como en ese servicio simbólico el sacerdote miraba por medio

de la fe el propiciatorio que no podía ver, así ahora el pueblo de

Dios ha de dirigir sus oraciones a Cristo, su gran Sumo Sacerdote,

quien invisible para el ojo humano, está intercediendo en su favor en

el santuario celestial.

El incienso, que ascendía con las oraciones de Israel,

452


representaba los méritos y la intercesión de Cristo, su perfecta

justicia, la cual por medio de la fe es acreditada a su pueblo, y es lo

único que puede hacer el culto de los seres humanos aceptable a

Dios. Delante del velo del lugar santísimo, había un altar de

intercesión perpetua; y delante del lugar santo, un altar de expiación

continua. Había que acercarse a Dios mediante la sangre y el

incienso, pues estas cosas simbolizaban al gran Mediador, por

medio de quien los pecadores pueden acercarse a Jehová, y por cuya

intervención tan sólo puede otorgarse misericordia y salvación al

alma arrepentida y creyente.

Mientras de mañana y de tarde los sacerdotes entraban en el

lugar santo a la hora del incienso, el sacrificio diario estaba listo

para ser ofrecido sobre el altar de afuera, en el atrio. Esta era una

hora de intenso interés para los adoradores que se congregaban ante

el tabernáculo. Antes de allegarse a la presencia de Dios por medio

del ministerio del sacerdote, debían hacer un ferviente examen de

sus corazones y luego confesar sus pecados. Se unían en oración

silenciosa, con los rostros vueltos hacia el lugar santo. Así sus

peticiones ascendían con la nube de incienso, mientras la fe

aceptaba los méritos del Salvador prometido al que simbolizaba el

sacrificio expiatorio.

Las horas designadas para el sacrificio matutino y vespertino se

consideraban sagradas, y llegaron a observarse como momentos

dedicados al culto por toda la nación judía. Y cuando en tiempos

posteriores los judíos fueron diseminados como cautivos en distintos

países, aun entonces a la hora indicada dirigían el rostro hacia

453


Jerusalén, y elevaban sus oraciones al Dios de Israel. En esta

costumbre, los cristianos tienen un ejemplo para su oración matutina

y vespertina. Si bien Dios condena la mera ejecución de ceremonias

que carezcan del espíritu de culto, mira con gran satisfacción a los

que le aman y se postran de mañana y tarde, para pedir el perdón de

los pecados cometidos y las bendiciones que necesitan.

El pan de la proposición se conservaba siempre ante la

presencia del Señor como una ofrenda perpetua. De manera que

formaba parte del sacrificio diario, y se llamaba "el pan de la

proposición" o el pan de la presencia, porque estaba siempre ante el

rostro del Señor. Éxodo 25:30. Era un reconocimiento de que el

hombre depende de Dios tanto para su alimento temporal como para

el espiritual, y de que se lo recibe únicamente en virtud de la

mediación de Cristo. En el desierto Dios había alimentado a Israel

con el pan del cielo, y el pueblo seguía dependiendo de su

generosidad, tanto en lo referente a las bendiciones temporales como

a las espirituales. El maná, así como el pan de la proposición,

simbolizaba a Cristo, el pan viviente, quien está siempre en la

presencia de Dios para interceder por nosotros. El mismo dijo: "Yo

soy el pan vivo que he descendido del cielo." Juan 6:48-51. Sobre el

pan se ponía incienso. Cuando se cambiaba cada sábado, para

reemplazarlo por pan fresco, el incienso se quemaba sobre el altar

como recordatorio delante de Dios.

La parte más importante del servicio diario era la que se

realizaba en favor de los individuos. El pecador arrepentido traía su

ofrenda a la puerta del tabernáculo, y colocando la mano sobre la

454


cabeza de la víctima, confesaba sus pecados; así, en un sentido

figurado, los trasladaba de su propia persona a la víctima inocente.

Con su propia mano mataba entonces el animal, y el sacerdote

llevaba la sangre al lugar santo y la rociaba ante el velo, detrás del

cual estaba el arca que contenía la ley que el pecador había violado.

Con esta ceremonia y en un sentido simbólico, el pecado era

trasladado al santuario por medio de la sangre. En algunos casos no

se llevaba la sangre al lugar santo (véase el Apéndice, nota 9); sino

que el sacerdote debía comer la carne, tal como Moisés ordenó a los

hijos de Aarón, diciéndoles: "Dióla él a vosotros para llevar la

iniquidad de la congregación." Levítico 10:17. Las dos ceremonias

simbolizaban igualmente el traslado del pecado del hombre

arrepentido al santuario.

Tal era la obra que se hacía diariamente durante todo el año.

Con el traslado de los pecados de Israel al santuario, los lugares

santos quedaban manchados, y se hacía necesaria una obra especial

para quitar de allí los pecados. Dios ordenó que se hiciera expiación

para cada una de las sagradas divisiones lo mismo que para el altar.

Así "lo limpiará, y lo santificará de las inmundicias de los hijos de

Israel." Levítico 16:19.

Una vez al año, en el gran día de la expiación, el sacerdote

entraba en el lugar santísimo para limpiar el santuario. La obra que

se llevaba a cabo allí completaba el ciclo anual de ceremonias.

El día de la expiación, se llevaban dos machos cabríos a la

puerta del tabernáculo, y se echaba suerte sobre ellos, "la una suerte

455


por Jehová, y la otra suerte por Azazel." Vers. 8. El macho cabrío

sobre el cual caía la primera suerte debía matarse como ofrenda por

el pecado del pueblo. Y el sacerdote había de llevar la sangre más

allá del velo, y rociarla sobre el propiciatorio. "Y limpiará el

santuario, de las inmundicias de los hijos de Israel y de sus

rebeliones, y de todos sus pecados: de la misma manera hará

también al tabernáculo del testimonio, el cual reside entre ellos en

medio de sus inmundicias." Vers. 16.

"Y pondrá Aarón ambas manos suyas sobre la cabeza del

macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los

hijos de Israel, y todas sus rebeliones, y todos sus pecados,

poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al

desierto por mano de un hombre destinado para esto. Y aquel macho

cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra

inhabitada: y dejará ir el macho cabrío por el desierto." Vers. 21, 22.

Sólo después de haberse alejado al macho cabrío de esta manera, se

consideraba el pueblo libre de la carga de sus pecados. Todo hombre

había de contristar su alma mientras se verificaba la obra de

expiación. Todos los negocios se suspendían, y toda la congregación

de Israel pasaba el día en solemne humillación delante de Dios, en

oración, ayuno y profundo análisis del corazón.

Mediante este servicio anual le eran enseñadas al pueblo

importantes verdades acerca de la expiación. En la ofrenda por el

pecado que se ofrecía durante el año, se había aceptado un substituto

en lugar del pecador; pero la sangre de la víctima no había hecho

completa expiación por el pecado. Sólo había provisto un medio en

456


virtud del cual el pecado se transfería al santuario. Al ofrecerse la

sangre, el pecador reconocía la autoridad de la ley, confesaba la

culpa de su transgresión y expresaba su fe en Aquel que había de

quitar los pecados del mundo; pero no quedaba completamente

exonerado de la condenación de la ley.

El día de la expiación, el sumo sacerdote, llevando una ofrenda

por la congregación, entraba en el lugar santisímo con la sangre, y la

rociaba sobre el propiciatorio, encima de las tablas de la ley. En esa

forma los requerimientos de la ley, que exigían la vida del pecador,

quedaban satisfechos. Entonces, en su carácter de mediador, el

sacerdote tomaba los pecados sobre sí mismo, y salía del santuario

llevando sobre sí la carga de las culpas de Israel. A la puerta del

tabernáculo ponía las manos sobre la cabeza del macho cabrío

símbolo de Azazel, y confesaba "sobre él todas las iniquidades de

los hijos de Israel, y todas sus rebeliones, y todos sus pecados,

poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío." Y cuando el

macho cabrío que llevaba estos pecados era conducido al desierto,

se consideraba que con él se alejaban para siempre del pueblo. Tal

era el servicio verificado como "bosquejo y sombra de las cosas

celestiales." Hebreos 8:5.

Como se ha dicho, el santuario terrenal fué construído por

Moisés, conforme al modelo que se le mostró en el monte. "Era

figura de aquel tiempo presente, en el cual se ofrecían presentes y

sacrificios." Los dos lugares santos eran "figuras de las cosas

celestiales." Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, es el "ministro del

santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que el Señor asentó, y

457


no hombre." Hebreos 9:9, 23; 8:2. Cuando en visión se le mostró al

apóstol Juan el templo de Dios que está en el cielo, vió allí "siete

lámparas de fuego ... ardiendo delante del trono." Vió también a un

ángel "teniendo un incensario de oro; y le fué dado mucho incienso

para que lo añadiese a las oraciones de todos los santos sobre el altar

de oro que estaba delante del trono." Apocalipsis 4:5; 8:3. Se le

permitió al profeta contemplar el lugar santo del santuario celestial;

y vió allí "siete lámparas de fuego ardiendo" y "el altar de oro,"

representados por el candelero de oro y el altar del incienso o

perfume en el santuario terrenal. Nuevamente "el templo de Dios fué

abierto en el cielo" (Apocalipsis 11:19), y vió el lugar santísimo

detrás del velo interior. Allí contempló "el arca de su testamento,"

representada por el arca sagrada construida por Moisés para guardar

la ley de Dios.

Moisés hizo el santuario terrenal, "según la forma que había

visto." Pablo declara que "el tabernáculo y todos los vasos del

ministerio," después de haber sido hechos, eran símbolos de "las

cosas celestiales." Hechos 7:44; Hebreos 9:21, 23. Y Juan dice que

vió el santuario celestial. Aquel santuario, en el cual oficia Jesús en

nuestro favor, es el gran original, del cual el santuario construído

por Moisés era una copia.

Ningún edificio terrenal podría representar la grandeza y la

gloria del templo celestial, la morada del Rey de reyes donde

"millares de millares" le sirven y "millones de millones" están

delante de él (Daniel 7:10), de aquel templo henchido de la gloria

del trono eterno, donde los serafines, sus guardianes

458


resplandecientes, se cubren el rostro en su adoración. Sin embargo,

las verdades importantes acerca del santuario celestial y de la gran

obra que allí se efectúa en favor de la redención del hombre debían

enseñarse mediante el santuario terrenal y sus servicios.

Después de su ascensión, nuestro Salvador iba a principiar su

obra como nuestro Sumo Sacerdote. El apóstol Pablo dice: "No

entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero,

sino en el mismo cielo para presentarse ahora por nosotros en la

presencia de Dios." Hebreos 9:24. Como el ministerio de Cristo iba

a consistir en dos grandes divisiones, ocupando cada una un período

de tiempo y teniendo un sitio distinto en el santuario celestial,

asimismo el culto simbólico consistía en el servicio diario y el anual,

y a cada uno de ellos se dedicaba una sección del tabernáculo.

Como Cristo, después de su ascensión, compareció ante la

presencia de Dios para ofrecer su sangre en beneficio de los

creyentes arrepentidos, así el sacerdote rociaba en el servicio diario

la sangre del sacrificio en el lugar santo en favor de los pecadores.

Aunque la sangre de Cristo habría de librar al pecador

arrepentido de la condenación de la ley, no había de anular el

pecado; éste queda registrado en el santuario hasta la expiación

final; así en el símbolo, la sangre de la víctima quitaba el pecado del

arrepentido, pero quedaba en el santuario hasta el día de la

expiación.

En el gran día del juicio final, los muertos han de ser juzgados

459


"por las cosas que" están "escritas en los libros, según sus obras."

Apocalipsis 20:12. Entonces en virtud de la sangre expiatoria de

Cristo, los pecados de todos los que se hayan arrepentido

sinceramente serán borrados de los libros celestiales. En esta forma

el santuario será liberado, o limpiado, de los registros del pecado. En

el símbolo, esta gran obra de expiación, o el acto de borrar los

pecados, estaba representada por los servicios del día de la

expiación, o sea de la purificación del santuario terrenal, la cual se

realizaba en virtud de la sangre de la víctima y por la eliminación de

los pecados que lo manchaban.

Así como en la expiación final los pecados de los arrepentidos

han de borrarse de los registros celestiales, para no ser ya

recordados, en el símbolo terrenal eran enviados al desierto y

separados para siempre de la congregación.

Puesto que Satanás es el originador del pecado, el instigador

directo de todos los pecados que causaron la muerte del Hijo de

Dios, la justicia exige que Satanás sufra el castigo final. La obra de

Cristo en favor de la redención del hombre y la purificación del

pecado del universo, será concluida quitando el pecado del santuario

celestial y colocándolo sobre Satanás, quien sufrirá el castigo final.

Así en el servicio simbólico, el ciclo anual del ministerio se

completaba con la purificación del santuario y la confesión de los

pecados sobre la cabeza del macho cabrío símbolo de Azazel.

De este modo, en el servicio del tabernáculo, y en el del templo

que posteriormente ocupó su lugar, se enseñaban diariamente al

460


pueblo las grandes verdades relativas a la muerte y al ministerio de

Cristo, y una vez al año sus pensamientos eran llevados hacia los

acontecimientos finales de la gran controversia entre Cristo y

Satanás, y hacia la purificación final del universo, que lo limpiará

del pecado y de los pecadores.

461


Capítulo 31

El pecado de Nadab y Abiú

Después de la dedicación del tabernáculo fueron consagrados

los sacerdotes para su oficio sagrado. Estos servicios requirieron

siete días, y en cada uno de ellos se cumplieron importantes

ceremonias. Al octavo día principiaron su ministerio. Ayudado por

sus hijos, Aarón ofreció los sacrificios que Dios estipulaba, y alzó

sus manos y bendijo al pueblo. Todo se había hecho conforme a las

instrucciones de Dios, y el Señor aceptó el sacrificio y reveló su

gloria de una manera extraordinaria: descendió fuego de Dios y

consumió la víctima que estaba sobre el altar. El pueblo vió estas

maravillosas manifestaciones del poder divino, con reverencia y

sumo interés. Las tuvo por señal de la gloria y el favor de Dios, y

todos a una elevaron sus voces en alabanza y adoración, y se

postraron como si estuviesen en la inmediata presencia de Jehová.

Pero bien pronto cayó una calamidad repentina y terrible sobre

la familia del sumo sacerdote. A la hora del culto, cuando las

oraciones y las alabanzas del pueblo ascendían a Dios, dos de los

hijos de Aarón tomaron cada uno su incensario, y quemaron

incienso, para que ascendiera como agradable perfume ante el

Señor. Pero violaron las órdenes de Dios usando "fuego extraño."

Para quemar el incienso se valieron de fuego común en lugar del

fuego sagrado que Dios mismo había encendido, y cuyo uso había

ordenado para este objeto. A causa de este pecado, salió fuego de

462


dedelante del Señor y los devoró a la vista del pueblo.

Después de Moisés y de Aarón, Nadab y Abiú ocupaban la

posición más elevada en Israel. Habían sido especialmente honrados

por el Señor, y juntamente con los setenta ancianos se les había

permitido contemplar su gloria en el monte. Pero su transgresión no

debía disculparse ni considerarse con ligereza. Todo aquello hacía

su pecado aun más grave. Por el hecho de que los hombres hayan

recibido gran luz, y como los príncipes de Israel, hayan ascendido al

monte, hayan gozado de la comunión con Dios y hayan morado en

la luz de su gloria, no deben lisonjearse de que pueden después

pecar impunemente; no deben creer que porque fueron así honrados,

Dios no castigará estrictamente su iniquidad. Este es un engaño

fatal. La gran luz y los privilegios otorgados demandan

reciprocidad, que debe manifestarse en una virtud y santidad

correspondientes a la luz recibida. Dios no aceptará nada menos que

esto. Las grandes bendiciones o privilegios no debieran adormecer a

los hombres en la seguridad o la negligencia. Nunca debieran dar

licencia para pecar, ni debieran creer los favorecidos que Dios no

será estricto con ellos. Todas las ventajas que Dios concede son

medios suyos para dar ardor al espíritu, celo al esfuerzo y vigor en el

cumplimiento de su santa voluntad.

En su juventud, Nadab y Abiú no habían sido educados para

que desarrollaran hábitos de dominio propio. La disposición

indulgente del padre, su falta de firmeza en lo recto, le habían

llevado a descuidar la disciplina de sus hijos. Les había permitido

seguir sus propias inclinaciones. Los hábitos de complacencia

463


propia, practicados durante mucho tiempo, los dominaban de tal

manera que ni la responsabilidad del cargo más sagrado tenía poder

para romperlos. No se les había enseñado a respetar la autoridad de

su padre, y por eso no comprendían la necesidad de ser estrictos en

su obediencia a los requisitos de Dios. La equivocada indulgencia de

Aarón respecto a sus hijos, preparó a éstos para que fueran objeto

del castigo divino.

Dios quiso enseñar al pueblo que debía acercarse a él con toda

reverencia y veneración y exactamente como él indicaba. El Señor

no puede aceptar una obediencia parcial. No bastaba que en el

solemne tiempo del culto casi todo se hiciera como él había

ordenado. Dios ha pronunciado una maldición sobre los que se

alejan de sus mandamientos y no establecen diferencia entre las

cosas comunes y las santas. Declara por medio del profeta: "¡Ay de

los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la

luz tinieblas, y de las tinieblas luz! ... ¡Ay de los sabios en sus ojos,

y de los que son prudentes delante de sí mismos! ... ¡Los que dan

por justo al impío por cohechos, y al justo quitan su justicia! ...

porque desecharon la ley de Jehová de los ejércitos, y abominaron la

palabra del Santo de Israel." Isaías 5:20-24.

Nadie se engañe a sí mismo con la creencia de que una parte de

los mandamientos de Dios no es esencial, o que él aceptará un

substituto en reemplazo de lo que él ha ordenado. El profeta

Jeremías dijo: "¿Quién será aquel que diga, que vino algo que el

Señor no mandó?" Lamentaciones 3:37. Dios no ha puesto ningún

mandamiento en su Palabra que los hombres puedan obedecer o

464


desobedecer a voluntad sin sufrir las consecuencias. Si el hombre

elige cualquier otro camino que no sea el de la estricta obediencia,

encontrará que "su fin son caminos de muerte." Proverbios 14:12.

"Entonces Moisés dijo a Aarón, y a Eleazar, y a Ithamar, sus

hijos: No descubráis vuestras cabezas, ni rasguéis vuestros vestidos,

porque no muráis, ni se levante la ira sobre toda la congregación ...

por cuanto el aceite de la unción de Jehová está sobre vosotros." El

gran jefe recordó a su hermano las palabras de Dios: "En mis

allegados me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré

glorificado." Levítico 10:6, 7, 3. Aarón guardó silencio. La muerte

de sus hijos, aniquilados sin ninguna advertencia, por un pecado

terrible, que él reconocía ahora como resultado de su propia

negligencia en el cumplimiento de sus deberes, entristeció

angustiosamente el corazón del padre, pero no expresó sus

sentimientos. No debía hacer ninguna manifestación de dolor que

demostrara simpatía por el pecado. No debía obrar en forma que

pudiera inducir a la congregación a murmurar contra Dios.

El Señor quería enseñar a su pueblo a reconocer la justicia de

sus castigos, para que otros temieran. Había en Israel algunos a

quienes la amonestación de este terrible juicio podría evitar que

abusaran de la tolerancia de Dios hasta el extremo de sellar también

su propio destino. La amonestación divina se hace sentir sobre la

falsa simpatía hacia el pecador, que trata de excusar su pecado. El

pecado adormece la percepción moral, de tal manera que el pecador

no comprende la enormidad de su transgresión; y sin el poder

convincente del Espíritu Santo permanece parcialmente ciego en lo

465


referente a su pecado. Es deber de los siervos de Cristo enseñar a

estos descarriados el peligro en que están. Los que destruyen el

efecto de la advertencia, cegando los ojos de los pecadores para que

no vean el carácter y los verdaderos resultados del pecado, a

menudo se lisonjean de que en esa forma demuestran su caridad;

pero lo que hacen es oponerse directamente a la obra del Espíritu

Santo de Dios e impedirla; arrullan al pecador para que se duerma al

borde de la destrucción, se hacen partícipes de su culpa, y asumen

una terrible responsabilidad por su impenitencia. Muchísimos han

descendido a la ruina como resultado de esta falsa y engañosa

simpatía.

Nunca hubieran cometido Nadab y Abiú su fatal pecado, si

antes no se hubiesen intoxicado parcialmente bebiendo mucho vino.

Sabían que era menester hacer la preparación más cuidadosa y

solemne antes de presentarse en el santuario donde se manifestaba la

presencia divina; pero debido a su intemperancia se habían

descalificado para ejercer su santo oficio. Su mente se confundió y

se embotaron sus percepciones morales, de tal manera que no

pudieron discernir la diferencia que había entre lo sagrado y lo

común. A Aarón y a sus hijos sobrevivientes, se les dió la

amonestación: "Tú, y tus hijos contigo, no beberéis vino ni sidra,

cuando hubiereis de entrar en el tabernáculo del testimonio, porque

no muráis: estatuto perpetuo por vuestras generaciones; y para poder

discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio;

y para enseñar a los hijos de Israel todos los estatutos que Jehová les

ha dicho." Levítico 10:9-11. El consumo de bebidas alcohólicas

tiene el efecto de debilitar el cuerpo, confundir la mente y degradar

466


las facultades morales. Impide a los hombres comprender la santidad

de las cosas sagradas y el rigor de los mandamientos de Dios. Todos

los que ocupaban puestos de responsabilidad sagrada debían ser

hombres estrictamente temperantes, para que tuviesen lucidez para

diferenciar entre lo bueno y lo malo, firmeza de principios y

sabiduría para administrar justicia y manifestar misericordia.

La misma obligación descansa sobre cada discípulo de Cristo.

El apóstol Pedro declara: "Mas vosotros sois linaje escogido, real

sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido." 1 Pedro 2:9. Dios

requiere que conservemos todas nuestras facultades en las mejores

condiciones, a fin de poder prestar un servicio aceptable a nuestro

Creador. Si se ingieren bebidas intoxicantes, producirán los mismos

efectos que en el caso de aquellos sacerdotes de Israel. La

conciencia perderá su sensibilidad al pecado, y con toda seguridad

se sufrirá un proceso de endurecimiento en lo que toca a la

iniquidad, hasta que lo común y lo sagrado pierda toda diferencia de

significado. ¿Cómo podremos entonces ajustarnos a la norma y a los

requerimientos divinos? "¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo

del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y

que no sois vuestros? Porque comprados sois por precio: glorificad

pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son

de Dios." "Si pues coméis, o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo

a gloria de Dios." A la iglesia de Cristo de todas las edades se le

dirige esta solemne y terrible advertencia: "Si alguno violare el

templo de Dios, Dios destruirá al tal: porque el templo de Dios, el

cual sois vosotros, santo es. 1 Corintios 6:19, 20; 10:31; 3:17.

467


Capítulo 32

La ley y los dos pactos

Cuando Adán y Eva fueron creados recibieron el conocimiento

de la ley de Dios; conocieron los derechos que la ley tenía sobre

ellos; sus preceptos estaban escritos en sus corazones. Cuando el

hombre cayó a causa de su transgresión, la ley no fué cambiada, sino

que se estableció un sistema de redención para hacerle volver a la

obediencia. Se le dió la promesa de un Salvador, y se establecieron

sacrificios que dirigían sus pensamientos hacia el futuro, hacia la

muerte de Cristo como supremo sacrificio. Si nunca se hubiera

violado la ley de Dios, no habría habido muerte ni se habría

necesitado un Salvador, ni tampoco sacrificios.

Adán enseñó a sus descendientes la ley de Dios, y así fué

transmitida de padres a hijos durante las siguientes generaciones. No

obstante las medidas bondadosamente tomadas para la redención del

hombre, pocos la aceptaron y prestaron obediencia. Debido a la

transgresión, el mundo se envileció tanto que fué menester limpiarlo

de su corrupción mediante el diluvio. La ley fué preservada por Noé

y su familia, y Noé enseñó los diez mandamientos a sus

descendientes. Cuando los hombres se apartaron nuevamente de

Dios, el Señor eligió a Abrahán, de quien declaró: "Oyó Abraham

mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos, y

mis leyes." Génesis 26:5. Le dió el rito de la circuncisión, como

señal de que quienes lo recibían eran dedicados al servicio de Dios,

468


y prometían permanecer separados de la idolatría y obedecer la ley

de Dios. La falta de voluntad para cumplir esta promesa, que los

descendientes de Abrahán evidenciaron en su tendencia a formar

alianzas con los paganos y adoptar sus prácticas, fué la causa de su

estada y servidumbre en Egipto. Pero en su relación con los idólatras

y su forzada sumisión a los egipcios, los israelitas corrompieron aun

más su conocimiento de los preceptos divinos al mezclarlos con las

crueles y viles enseñanzas del paganismo. Por lo tanto, cuando los

sacó de Egipto, el Señor descendió sobre el Sinaí, envuelto en gloria

y rodeado de sus ángeles, y con grandiosa majestad pronunció su ley

a todo el pueblo.

Aun entonces Dios no confió sus preceptos a la memoria de un

pueblo inclinado a olvidar sus requerimientos, sino que los escribió

sobre tablas de piedra. Quiso alejar de Israel toda posibilidad de

mezclar las tradiciones paganas con sus santos preceptos, o de

confundir sus mandamientos con costumbres o reglamentos

humanos. Pero hizo más que sólo darles los preceptos del Decálogo.

El pueblo se había mostrado tan susceptible a descarriarse, que no

quiso dejarles ninguna puerta abierta a la tentación. A Moisés se le

dijo que escribiera, como Dios se lo había mandado, derechos y

leyes que contenían instrucciones minuciosas respecto a lo que el

Señor requería. Estas instrucciones relativas a los deberes del pueblo

para con Dios, a los deberes de unos para con otros, y para con los

extranjeros, no eran otra cosa que los principios de los diez

mandamientos ampliados y dados de una manera específica, en

forma tal que ninguno pudiera errar. Tenían por objeto resguardar la

santidad de los diez mandamientos grabados en las tablas de piedra.

469


Si el hombre hubiera guardado la ley de Dios, tal como le fué

dada a Adán después de su caída, preservada por Noé y observada

por Abrahán, no habría habido necesidad del rito de la circuncisión.

Y si los descendientes de Abrahán hubieran guardado el pacto del

cual la circuncisión era una señal, jamás habrían sido inducidos a la

idolatría, ni habría sido necesario que sufrieran una vida de

esclavitud en Egipto; habrían conservado el conocimiento de la ley

de Dios, y no habría sido necesario proclamarla desde el Sinaí, o

grabarla sobre tablas de piedra. Y si el pueblo hubiera practicado los

principios de los diez mandamientos, no habría habido necesidad de

las instrucciones adicionales que se le dieron a Moisés.

El sistema de sacrificios confiado a Adán fué también

pervertido por sus descendientes. La superstición, la idolatría, la

crueldad y el libertinaje corrompieron el sencillo y significativo

servicio que Dios había establecido. A través de su larga relación

con los idólatras, el pueblo de Israel había mezclado muchas

costumbres paganas con su culto; por consiguiente, en el Sinaí el

Señor le dió instrucciones definidas tocante al servicio de los

sacrificios. Una vez terminada la construcción del santuario, Dios se

comunicó con Moisés desde la nube de gloria que descendía sobre el

propiciatorio, y le dió instrucciones completas acerca del sistema de

sacrificios y ofrendas, y las formas del culto que debían emplearse

en el santuario. De esa manera se dió a Moisés la ley ceremonial,

que fué escrita por él en un libro. Pero la ley de los diez

mandamientos pronunciada desde el Sinaí había sido escrita por

Dios mismo en las tablas de piedra, y fué guardada sagradamente en

470


el arca.

Muchos confunden estos dos sistemas y se valen de los textos

que hablan de la ley ceremonial para tratar de probar que la ley

moral fué abolida; pero esto es pervertir las Escrituras. La distinción

entre los dos sistemas es clara. El sistema ceremonial se componía

de símbolos que señalaban a Cristo, su sacrificio y su sacerdocio.

Esta ley ritual, con sus sacrificios y ordenanzas, debían los hebreos

seguirla hasta que el símbolo se cumpliera en la realidad de la

muerte de Cristo, Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.

Entonces debían cesar todas las ofrendas de sacrificio. Tal es la ley

que Cristo quitó de en medio y clavó en la cruz. Colosenses 2:14.

Pero acerca de la ley de los diez mandamientos el salmista

declara: "Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los

cielos." Salmos 119:89. Y Cristo mismo dice: "No penséis que he

venido para abrogar la ley.... De cierto os digo," y recalca en todo lo

posible su aserto, "que hasta que perezca el cielo y la tierra, ni una

jota ni un tilde perecerá de la ley, hasta que todas las cosas sean

hechas." Mateo 5:17, 18. En estas palabras Cristo enseña, no sólo

cuáles habían sido las demandas de la ley de Dios, y cuáles eran

entonces, sino que además ellas perdurarán tanto como los cielos y

la tierra. La ley de Dios es tan inmutable como su trono. Mantendrá

sus demandas sobre la humanidad a través de todos los siglos.

Respecto a la ley pronunciada en el Sinaí, dice Nehemías:

"Sobre el monte de Sinaí descendiste, y hablaste con ellos desde el

cielo, y dísteles juicios rectos, leyes verdaderas, y estatutos y

471


mandamientos buenos." Nehemías 9:13. Y Pablo, el apóstol de los

gentiles, declara: "La ley a la verdad es santa, y el mandamiento

santo, y justo, y bueno." Esta ley no puede ser otra que el Decálogo,

pues es la ley que dice: "No codiciarás." Romanos 7:12, 7.

Si bien la muerte del Salvador puso fin a la ley de los símbolos

y sombras, no disminuyó en lo más mínimo la obligación del

hombre hacia la ley moral. Muy al contrario, el mismo hecho de que

fuera necesario que Cristo muriera para expiar la transgresión de la

ley, prueba que ésta es inmutable.

Los que alegan que Cristo vino para abrogar la ley de Dios y

eliminar el Antiguo Testamento, hablan de la era judaica como de

un tiempo de tinieblas, y representan la religión de los hebreos como

una serie de meras formas y ceremonias. Pero éste es un error. A

través de todas las páginas de la historia sagrada, donde está

registrada la relación de Dios con su pueblo escogido, hay huellas

vivas del gran YO SOY. Nunca dió el Señor a los hijos de los

hombres más amplias revelaciones de su poder y gloria que cuando

fué reconocido como único soberano de Israel y dió la ley a su

pueblo. Había allí un cetro que no era empuñado por manos

humanas; y las majestuosas manifestaciones del invisible Rey de

Israel fueron indeciblemente grandiosas y temibles.

En todas estas revelaciones de la presencia divina, la gloria de

Dios se manifestó por medio de Cristo. No sólo cuando vino el

Salvador, sino a través de todos los siglos después de la caída del

hombre y de la promesa de la redención, "Dios estaba en Cristo

472


reconciliando el mundo a sí." 2 Corintios 5:19. Cristo era el

fundamento y el centro del sistema de sacrificios, tanto en la era

patriarcal como en la judía. Desde que pecaron nuestros primeros

padres, no ha habido comunicación directa entre Dios y el hombre.

El Padre puso el mundo en manos de Cristo para que por su obra

mediadora redimiera al hombre y vindicara la autoridad y santidad

de la ley divina.

Toda comunicación entre el cielo y la raza caída se ha hecho

por medio de Cristo. Fué el Hijo de Dios quien dió a nuestros

primeros padres la promesa de la redención. Fué él quien se reveló a

los patriarcas. Adán, Noé, Abrahán, Isaac, Jacob, y Moisés

comprendieron el Evangelio. Buscaron la salvación por medio del

Substituto y Garante del ser humano. Estos santos varones de antaño

comulgaron con el Salvador que iba a venir al mundo en carne

humana; y algunos de ellos hablaron cara a cara con Cristo y con

ángeles celestiales.

Cristo no sólo fué el que dirigía a los hebreos en el desierto--el

Angel en quien estaba el nombre de Jehová, y quien, velado en la

columna de nube, iba delante de la hueste--sino que también fué él

quien dió la ley a Israel. (Véase el Apéndice, nota 10.) En medio de

la terrible gloria del Sinaí, Cristo promulgó a todo el pueblo los diez

mandamientos de la ley de su Padre, y dió a Moisés esa ley grabada

en tablas de piedra.

Fué Cristo quien habló a su pueblo por medio de los profetas.

El apóstol Pedro, escribiendo a la iglesia cristiana, dice que los que

473


"profetizaron de la gracia que había de venir a vosotros, han

inquirido y diligentemente buscado, escudriñando cuándo y en qué

punto de tiempo significaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos,

el cual prenunciaba las aflicciones que habían de venir a Cristo, y

las glorias después de ellas." 1 Pedro 1:10, 11. Es la voz de Cristo la

que nos habla por medio del Antiguo Testamento. "Porque el

testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía." Apocalipsis 19:10.

En las enseñanzas que dió cuando estuvo personalmente aquí

entre los hombres, Jesús dirigió los pensamientos del pueblo hacia el

Antiguo Testamento. Dijo a los judíos: "Escudriñad las Escrituras,

porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas

son las que dan testimonio de mí." Juan 5:39. En aquel entonces los

libros del Antiguo Testamento eran la única parte de la Biblia que

existía. Otra vez el Hijo de Dios declaró: "A Moisés y a los profetas

tienen: óiganlos." Y agregó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas,

tampoco se persuadirán, si alguno se levantare de los muertos."

Lucas 16:29, 31.

La ley ceremonial fué dada por Cristo. Aun después de ser

abolida, Pablo la presentó a los judíos en su verdadero marco y

valor, mostrando el lugar que ocupaba en el plan de la redención, así

como su relación con la obra de Cristo; y el gran apóstol declara que

esta ley es gloriosa, digna de su divino Originador. El solemne

servicio del santuario representaba las grandes verdades que habían

de ser reveladas a través de las siguientes generaciones. La nube de

incienso que ascendía con las oraciones de Israel representaba su

justicia, que es lo único que puede hacer aceptable ante Dios la

474


oración del pecador; la víctima sangrante en el altar del sacrificio

daba testimonio del Redentor que había de venir; y el lugar

santísimo irradiaba la señal visible de la presencia divina. Así, a

través de siglos y siglos de tinieblas y apostasía, la fe se mantuvo

viva en los corazones humanos hasta que llegó el tiempo del

advenimiento del Mesías prometido.

Jesús era ya la luz de su pueblo, la luz del mundo, antes de

venir a la tierra en forma humana. El primer rayo de luz que penetró

la lobreguez en que el pecado había envuelto al mundo, provino de

Cristo. Y de él ha emanado todo rayo de resplandor celestial que ha

caído sobre los habitantes de la tierra. En el plan de la redención,

Cristo es el Alfa y la Omega, el Primero y el Último.

Desde que el Salvador derramó su sangre para la remisión de

los pecados, y ascendió al cielo "para presentarse ahora por nosotros

en la presencia de Dios" (Hebreos 9:24), raudales de luz han brotado

de la cruz del Calvario y de los lugares santos del santuario celestial.

Pero porque se nos haya otorgado una luz más clara no debiéramos

menospreciar la que en tiempos anteriores fué recibida mediante

símbolos que revelaban al Salvador futuro. El Evangelio de Cristo

arroja luz sobre la economía judía y da significado a la ley

ceremonial. A medida que se revelan nuevas verdades, y se aclara

aún más lo que se sabía desde el principio, se hacen más manifiestos

el carácter y los propósitos de Dios en su trato con su pueblo

escogido. Todo rayo de luz adicional que recibimos nos hace

comprender mejor el plan de redención, cumplimiento de la

voluntad divina en favor de la salvación del hombre. Vemos nueva

475


belleza y fuerza en la Palabra inspirada, y la estudiamos con interés

más profundo y concentrado.

Muchos opinan que Dios colocó una muralla divisoria entre los

hebreos y el resto del mundo; que su cuidado y amor de los que

privara en gran parte al resto de la humanidad, se concentraban en

Israel. Pero no fué el propósito de Dios que su pueblo construyera

una muralla de separación entre ellos y sus semejantes. El corazón

del Amor infinito abarcaba a todos los habitantes de la tierra.

Aunque le habían rechazado, constantemente procuraba revelárseles,

y hacerlos partícipes de su amor y su gracia. Su bendición fué

concedida al pueblo escogido, para que éste pudiera bendecir a

otros.

Dios llamó a Abrahán, le prosperó y le honró; y la fidelidad del

patriarca fué una luz para la gente de todos los países donde habitó.

Abrahán no se aisló de quienes le rodeaban. Mantuvo relaciones

amistosas con los reyes de las naciones circundantes, y fué tratado

por algunos de ellos con gran respeto; su integridad y desinterés, su

valor y benevolencia, representaron el carácter de Dios. A

Mesopotamia, a Canaán, a Egipto, hasta a los habitantes de Sodoma,

el Dios del cielo se les reveló por medio de su representante.

Asimismo se reveló Dios por medio de José al pueblo egipcio y

a todas las naciones relacionadas con aquel poderoso reino. ¿Por qué

dispuso el Señor exaltar a José a tan grande altura entre los

egipcios? Podía lograr sus propósitos en favor de los hijos de Jacob

de cualquiera otra manera; pero quiso hacer de José una luz, y lo

476


puso en el palacio del rey para que la luz celestial alumbrara cerca y

lejos. Mediante su sabiduría y su justicia, mediante la pureza y la

benevolencia de su vida cotidiana, mediante su devoción a los

intereses del pueblo, y de un pueblo idólatra, José fué el

representante de Cristo. En su benefactor, a quien todo Egipto se

dirigía con gratitud y a quien todos elogiaban, aquel pueblo pagano

debía contemplar el amor de su Creador y Redentor. También

mediante Moisés, Dios colocó una luz junto al trono del mayor reino

de la tierra, para que todos los que quisieran, pudieran conocer al

Dios verdadero y viviente. Y toda esta luz fué dada a los egipcios

antes de que la mano de Dios se extendiera sobre ellos en las plagas.

Mediante la liberación de Israel de Egipto, el conocimiento del

poder de Dios se extendió por todas partes. El belicoso pueblo de la

plaza fuerte de Jericó tembló. Dijo Rahab: "Oyendo esto, ha

desmayado nuestro corazón; ni ha quedado más espíritu en alguno

por causa de vosotros: porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en

los cielos, y abajo en la tierra." Josué 2:11. Varios siglos después del

éxodo, los sacerdotes filisteos recordaron a su pueblo las plagas de

Egipto, y lo amonestaron a no resistir al Dios de Israel.

Dios llamó a Israel, lo bendijo y lo exaltó, no para que

mediante la obediencia a su ley recibiese él solo su favor y fuera

beneficiario exclusivo de sus bendiciones; sino para revelarse por

medio de él a todos los habitantes de la tierra. Para poder alcanzar

este propósito, Dios le ordenó que fuera diferente de las naciones

idólatras que lo rodeaban.

477


La idolatría y todos los pecados que la acompañaban eran

abominables para Dios, y ordenó a su pueblo que no se mezclara

con las otras naciones, ni hiciera "como ellos hacen" (Éxodo 23:24),

para que no se olvidaran de Dios. Les prohibió el matrimonio con

los idólatras, para que sus corazones no se apartaran de él. Era tan

necesario entonces como ahora que el pueblo de Dios fuese puro,

"sin mancha de este mundo." Santiago 1:27. Debían mantenerse

libres del espíritu mundano, porque éste se opone a la verdad y la

justicia. Pero Dios no quería que su pueblo, creyendo tener la

exclusividad de la justicia, se apartara del mundo al punto de no

poder ejercer influencia alguna sobre él.

Como su Maestro, los seguidores de Cristo debían ser en todas

las edades la luz del mundo. El Salvador dijo: "Una ciudad asentada

sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una lámpara y

se pone debajo de un almud, mas sobre el candelero, y alumbra a

todos los que están en casa;" es decir, en el mundo. Y agrega: "Así

alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras

obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos."

Mateo 5:14-16. Esto es exactamente lo que hicieron Enoc, Noé,

Abrahán, José y Moisés. Y es precisamente lo que Dios quería que

hiciera su pueblo Israel.

Fué su propio corazón malo e incrédulo, dominado por Satanás,

lo que los llevó a ocultar su luz en vez de irradiarla sobre los

pueblos circunvecinos; fué ese mismo espíritu fanático lo que les

hizo seguir las prácticas inicuas de los paganos, o encerrarse en un

orgulloso exclusivismo, como si el amor y el cuidado de Dios fuesen

478


únicamente para ellos.

Así como la Biblia presenta dos leyes, una inmutable y eterna,

la otra provisional y temporaria, así también hay dos pactos. El

pacto de la gracia se estableció primeramente con el hombre en el

Edén, cuando después de la caída se dió la promesa divina de que la

simiente de la mujer heriría a la serpiente en la cabeza. Este pacto

puso al alcance de todos los hombres el perdón y la ayuda de la

gracia de Dios para obedecer en lo futuro mediante la fe en Cristo.

También les prometía la vida eterna si eran fieles a la ley de Dios.

Así recibieron los patriarcas la esperanza de la salvación.

Este mismo pacto le fué renovado a Abrahán en la promesa:

"En tu simiente serán benditas todas las gentes de la tierra." Génesis

22:18. Esta promesa dirigía los pensamientos hacia Cristo. Así la

entendió Abrahán. (Véase Gálatas 3:8, 16), y confió en Cristo para

obtener el perdón de sus pecados. Fué esta fe la que se le contó

como justicia. El pacto con Abrahán también mantuvo la autoridad

de la ley de Dios. El Señor se le apareció y le dijo: "Yo soy el Dios

Todopoderoso; anda delante de mí, y sé perfecto." El testimonio de

Dios respecto a su siervo fiel fué: "Oyó Abraham mi voz, y guardó

mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes," y el

Señor le declaró: "Estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu simiente

después de ti en sus generaciones, por alianza perpetua, para serte a

ti por Dios, y a tu simiente después de ti." Génesis 17:1, 7; 26:5.

Aunque este pacto fué hecho con Adán, y más tarde se le

renovó a Abrahán, no pudo ratificarse sino hasta la muerte de Cristo.

479


Existió en virtud de la promesa de Dios desde que se indicó por

primera vez la posibilidad de redención. Fué aceptado por fe: no

obstante, cuando Cristo lo ratificó fué llamado el pacto nuevo. La

ley de Dios fué la base de este pacto, que era sencillamente un

arreglo para restituir al hombre a la armonía con la voluntad divina,

colocándolo en situación de poder obedecer la ley de Dios.

Otro pacto, llamado en la Escritura el pacto "antiguo," se

estableció entre Dios e Israel en el Sinaí, y en aquel entonces fué

ratificado mediante la sangre de un sacrificio. El pacto hecho con

Abrahán fué ratificado mediante la sangre de Cristo, y es llamado el

"segundo" pacto o "nuevo" pacto, porque la sangre con la cual fué

sellado se derramó después de la sangre del primer pacto. Es

evidente que el nuevo pacto estaba en vigor en los días de Abrahán,

puesto que entonces fué confirmado tanto por la promesa como por

el juramento de Dios, "dos cosas inmutables, en las cuales es

imposible que Dios mienta." Hebreos 6:18.

Pero si el pacto confirmado a Abrahán contenía la promesa de

la redención, ¿por qué se hizo otro pacto en el Sinaí? Durante su

servidumbre, el pueblo había perdido en alto grado el conocimiento

de Dios y de los principios del pacto de Abrahán. Al libertarlos de

Egipto, Dios trató de revelarles su poder y su misericordia para

inducirlos a amarle y a confiar en él. Los llevó al mar Rojo, donde,

perseguidos por los egipcios, parecía imposible que escaparan, para

que pudieran ver su total desamparo y necesidad de ayuda divina; y

entonces los libró. Así se llenaron de amor y gratitud hacia él, y

confiaron en su poder para ayudarles. Los ligó a sí mismo como su

480


libertador de la esclavitud temporal.

Pero había una verdad aun mayor que debía grabarse en sus

mentes. Como habían vivido en un ambiente de idolatría y

corrupción, no tenían un concepto verdadero de la santidad de Dios,

de la extrema pecaminosidad de su propio corazón, de su total

incapacidad para obedecer la ley de Dios, y de la necesidad de un

Salvador. Todo esto se les debía enseñar.

Dios los llevó al Sinaí; manifestó allí su gloria; les dió la ley,

con la promesa de grandes bendiciones siempre que obedecieran:

"Ahora pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, ...

vosotros seréis mi reino de sacerdotes, y gente santa." Éxodo 19:5,

6. Los israelitas no percibían la pecaminosidad de su propio

corazón, y no comprendían que sin Cristo les era imposible guardar

la ley de Dios; y con excesiva premura concertaron su pacto con

Dios. Creyéndose capaces de ser justos por sí mismos, declararon:

"Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos."

Éxodo 24:7. Habían presenciado la grandiosa majestad de la

proclamación de la ley, y habían temblado de terror ante el monte; y

sin embargo, apenas unas pocas semanas después, quebrantaron su

pacto con Dios al postrarse a adorar una imagen fundida. No podían

esperar el favor de Dios por medio de un pacto que ya habían roto; y

entonces viendo su pecaminosidad y su necesidad de perdón,

llegaron a sentir la necesidad del Salvador revelado en el pacto de

Abrahán y simbolizado en los sacrificios. De manera que mediante

la fe y el amor se vincularon con Dios como su libertador de la

esclavitud del pecado. Ya estaban capacitados para apreciar las

481


bendiciones del nuevo pacto.

Los términos del pacto antiguo eran: Obedece y vivirás. "El

hombre que los hiciere, vivirá en ellos" (Ezequiel 20:11; Levítico

18:5); pero "maldito el que no confirmare las palabras de esta ley

para cumplirlas." Deuteronomio 27:26. El nuevo pacto se estableció

sobre "mejores promesas," la promesa del perdón de los pecados, y

de la gracia de Dios para renovar el corazón y ponerlo en armonía

con los principios de la ley de Dios. "Este es el pacto que haré con la

casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en

sus entrañas, y escribiréla en sus corazones; y ... perdonaré la

maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado." Jeremías

31:33, 34.

La misma ley que fué grabada en tablas de piedra es escrita por

el Espíritu Santo sobre las tablas del corazón. En vez de tratar de

establecer nuestra propia justicia, aceptamos la justicia de Cristo. Su

sangre expía nuestros pecados. Su obediencia es aceptada en nuestro

favor. Entonces el corazón renovado por el Espíritu Santo producirá

los frutos del Espíritu. Mediante la gracia de Cristo viviremos

obedeciendo a la ley de Dios escrita en nuestro corazón. Al poseer el

Espíritu de Cristo, andaremos como él anduvo. Por medio del

profeta, Cristo declaró respecto a sí mismo: "El hacer tu voluntad,

Dios mío, hame agradado; y tu ley está en medio de mis entrañas."

Salmos 40:8. Y cuando vivió entre los hombres, dijo: "No me ha

dejado solo el Padre; porque yo, lo que a él agrada, hago siempre."

Juan 8:29.

482


El apóstol Pablo presenta claramente la relación que existe

entre la fe y la ley bajo el nuevo pacto. Dice: "Justificados pues por

la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor

Jesucristo." "¿Luego deshacemos la ley por la fe? En ninguna

manera; antes establecemos la ley." "Porque lo que era imposible a

la ley, por cuanto era débil por la carne [no podía justificar al

hombre, porque éste en su naturaleza pecaminosa no podía guardar

la ley], Dios enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y

a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la

justicia de la ley fuese cumplida en nosotros, que no andamos

conforme a la carne, mas conforme al espíritu." Romanos 5:1; 3:31;

8:3, 4.

La obra de Dios es la misma en todos los tiempos, aunque hay

distintos grados de desarrollo y diferentes manifestaciones de su

poder para suplir las necesidades de los hombres en los diferentes

siglos. Empezando con la primera promesa evangélica, y siguiendo

a través de las edades patriarcal y judía, para llegar hasta nuestros

propios días, ha habido un desarrollo gradual de los propósitos de

Dios en el plan de la redención. El Salvador simbolizado en los ritos

y ceremonias de la ley judía es el mismo que se revela en el

Evangelio. Las nubes que envolvían su divina forma se han

esfumado; la bruma y las sombras se han desvanecido; y Jesús, el

Redentor del mundo, aparece claramente visible. El que proclamó la

ley desde el Sinaí, y entregó a Moisés los preceptos de la ley ritual,

es el mismo que pronunció el sermón sobre el monte. Los grandes

principios del amor a Dios, que él proclamó como fundamento de la

ley y los profetas, son sólo una reiteración de lo que él había dicho

483


por medio de Moisés al pueblo hebreo: "Oye, Israel: Jehová nuestro

Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón,

y de toda tu alma, y con todo tu poder." Y "amarás a tu prójimo

como a ti mismo." Deuteronomio 6:4, 5; Levítico 19:18. El Maestro

es el mismo en las dos dispensaciones. Las demandas de Dios son

las mismas. Los principios de su gobierno son los mismos. Porque

todo procede de Aquel "en el cual no hay mudanza, ni sombra de

variación." Santiago 1:17.

484


Capítulo 33

Del Sinaí a Cades

La construcción del tabernáculo no principió sino cuando hubo

transcurrido cierto tiempo después de la llegada de Israel al Sinaí; y

la sagrada estructura se levantó por primera vez al principio del

segundo año después de la salida. Siguió luego la consagración de

los sacerdotes, la celebración de la Pascua, el censo del pueblo y la

realización de varios arreglos esenciales para su sistema civil o

religioso, así que Israel pasó casi un año en el campamento del

Sinaí. Allí su culto tomó una forma más precisa y definitiva. Se le

dieron las leyes que habían de regir la nación, y se verificó una

organización más eficiente en preparación para su entrada en la

tierra de Canaán.

El gobierno de Israel se caracterizaba por la organización más

cabal, tan admirable por su esmero como por su sencillez. El orden

tan señaladamente puesto de manifiesto en la perfección y

disposición de todas las obras creadas por Dios se veía también en la

economía hebrea. Dios era el centro de la autoridad y del gobierno,

el soberano de Israel. Moisés se destacaba como el caudillo visible

que Dios había designado para administrar las leyes en su nombre.

Posteriormente, se escogió de entre los ancianos de las tribus un

consejo de setenta hombres para que asistiera a Moisés en la

administración de los asuntos generales de la nación. En seguida

venían los sacerdotes, quienes consultaban al Señor en el santuario.

485


Había jefes, o príncipes, que gobernaban sobre las tribus. Bajo éstos

había "jefes de millares, jefes de cientos, y jefes de cincuenta, y

cabos de diez" (Deuteronomio 1:15), y por último, funcionarios que

se podían emplear en tareas especiales.

El campamento hebreo se ordenaba en exacta disposición.

Quedaba repartido en tres grandes divisiones, cada una de las cuales

tenía señalado su sitio en el campamento. En el centro estaba el

tabernáculo, la morada del Rey invisible. Alrededor asentaban los

sacerdotes y los levitas. Más allá de éstos acampaban las demás

tribus.

A los levitas se les confiaba el cuidado del tabernáculo y todo

lo que se relacionaba con él, tanto en el campamento como cuando

se viajaba. Cuando se levantaba el campamento para reanudar la

marcha, eran ellos quienes desarmaban la sagrada tienda; y cuando

se llegaba adonde se había de hacer alto, ellos debían levantarla. A

ninguna persona de otra tribu se le permitía acercarse so pena de

muerte. Los levitas estaban repartidos en tres divisiones,

descendientes de los tres hijos de Leví, y cada una tenía asignadas

su obra y posición especiales. Frente al tabernáculo, y cercanas a él,

estaban las tiendas de Moisés y Aarón. Al sur estaban los coatitas,

que tenían la obligación de cuidar del arca y del resto del mobiliario;

al norte, estaban los meraritas, quienes tenían a su cargo las

columnas, los zócalos, las tablas, etc.; atrás estaban los gersonitas a

quienes se les había confiado el cuidado de los velos y del cortinado

en general.

486


Se especificaba también la posición de cada tribu. Cada uno

tenía que marchar y acampar al lado de su propia bandera, tal como

lo había ordenado el Señor: "Los hijos de Israel acamparán cada uno

junto a su bandera, según las enseñas de las casas de sus padres;"

"de la manera que asientan el campo, así caminarán, cada uno en su

lugar, junto a sus banderas." Números 2:2, 17. A la "multitud mixta"

que había acompañado a Israel desde Egipto no se le permitía

ocupar los mismos cuarteles que las tribus, sino que había de habitar

en las afueras del campamento; y sus hijos habían de quedar

excluídos de la comunidad hasta la tercera generación.

Deuteronomio 23:7, 8.

Se mandó que se observara una limpieza escrupulosa así como

también un orden estricto en todo el campamento y sus

inmediaciones. Se impusieron meticulosas medidas sanitarias. La

entrada al campamento estaba prohibida a toda persona que por

cualquier causa fuese considerada inmunda. Estas medidas eran

indispensables para conservar la salud de aquella enorme multitud; y

era necesario también que reinase perfecto orden y pureza para que

Israel pudiese gozar de la presencia de un Dios santo. Así declaró:

"Jehová tu Dios anda por medio de tu campo, para librarte y

entregar tus enemigos delante de ti; por tanto será tu real santo."

Vers. 14.

En todo el peregrinaje de Israel, "el arca de la alianza de Jehová

fué delante de ellos, ... buscándoles lugar de descanso." Números

10:33. Llevada por los hijos de Coat, el arca sagrada que contenía la

santa ley de Dios había de encabezar la vanguardia. Delante de ella

487


iban Moisés y Aarón; y los sacerdotes, llevando trompetas de plata,

se estacionaban cerca. Estos sacerdotes recibían instrucciones de

Moisés, y a su vez las comunicaban al pueblo por medio de sus

trompetas. Los jefes de cada compañía tenían obligación de dar

instrucciones definitivas con respecto a todos los movimientos que

habían de hacerse, tal como se los indicaban las trompetas. Al que

dejaba de cumplir con las instrucciones dadas, se le castigaba con la

muerte.

Dios es un Dios de orden. Todo lo que se relaciona con el cielo

está en orden perfecto; la sumisión y una disciplina cabal distinguen

los movimientos de la hueste angélica. El éxito sólo puede

acompañar al orden y a la acción armónica. Dios exige orden y

sistema en su obra en nuestros días tanto como los exigía en los días

de Israel. Todos los que trabajan para él han de actuar con

inteligencia, no en forma negligente o al azar. El quiere que su obra

se haga con fe y exactitud, para que pueda poner sobre ella el sello

de su aprobación.

Dios mismo dirigió a los israelitas en todos sus viajes. El sitio

en que habían de acampar les era indicado por el descenso de la

columna de nube; y mientras habían de permanecer en el

campamento, la nube se mantenía asentada sobre el tabernáculo.

Cuando era tiempo de que continuaran su viaje, la columna se

levantaba en lo alto sobre la sagrada tienda. Una invocación

solemne distinguía tanto el alto como la partida de los israelitas. "Y

fué, que en moviendo el arca, Moisés decía: Levántate, Jehová, y

sean disipados tus enemigos, y huyan de tu presencia los que te

488


aborrecen. Y cuando ella asentaba, decía: Vuelve, Jehová, a los

millares de millares de Israel." Vers. 35, 36.

Una distancia de sólo once días de viaje mediaba entre el Sinaí

y Cades, en la frontera de Canaán; y fué con la esperanza de entrar

rápidamente en la buena tierra cómo las huestes de Israel reanudaron

su marcha cuando la nube dió por último la señal para seguir hacia

adelante. Jehová había obrado maravillas al sacarlos de Egipto y

¿qué bendiciones no podrían esperar, ahora que habían pactado

formalmente aceptarle como su Soberano, y habían sido reconocidos

como el pueblo escogido del Altísimo?

No obstante, a muchos les costaba abandonar el sitio donde

habían acampado por tan largo tiempo. Habían llegado casi a

considerarlo como su hogar. Al abrigo de aquellas murallas de

granito, Dios había reunido a su pueblo aparte de todas las demás

naciones, para repetirle su santa ley. Se deleitaban en mirar el

sagrado monte, en cuyos picos blanquecinos y cumbres estériles la

divina gloria se había manifestado ante ellos tantas veces. Ese

escenario estaba tan íntimamente asociado con la presencia de Dios

y de los santos ángeles que les parecía demasiado sagrado para

abandonarlo irreflexiva o siquiera alegremente.

A la señal de los trompeteros, sin embargo, todo el

campamento se puso en marcha, llevando el tabernáculo en medio,

ocupando cada tribu su sitio señalado, bajo su propia bandera. Todos

los ojos miraron ansiosamente para ver en qué dirección les guiaría

la nube. Cuando se movió hacia el este, donde sólo había sierras

489


negras y desoladas, un sentimiento de tristeza y de duda se apoderó

de muchos corazones.

A medida que avanzaban, el camino se les hizo más escabroso.

Iba por hondonadas pedregosas y páramos estériles. Alrededor de

ellos estaba el gran desierto, estaban en "una tierra desierta y

despoblada, por tierra seca y de sombra de muerte, por una tierra por

la cual no pasó varón, ni allí habitó hombre." Jeremías 2:6. Los

desfiladeros rocallosos, tanto los lejanos como los cercanos, estaban

repletos de hombres, mujeres y niños, con bestias y carros, e hileras

interminables de rebaños y manadas. El progreso de su marcha era

necesariamente lento y trabajoso; y después de haber estado

acampadas por tanto tiempo, las multitudes no estaban preparadas

para soportar los peligros y las incomodidades de la jornada.

Después de tres días de viaje, se oyeron quejas. Estas se

originaron entre la turba mixta que abarcaba a mucha gente que no

estaba completamente unida a Israel, sino que se mantenía siempre

alerta para notar cualquier motivo de crítica. A los quejosos no los

satisfacía la dirección que se seguía en la marcha, y constantemente

censuraban la manera en que Moisés los dirigía, aunque sabían que,

como ellos mismos, él seguía la nube orientadora. El desafecto es

contagioso y pronto cundió por todo el campamento.

Nuevamente comenzaron a clamar pidiendo carne para comer.

A pesar de que se les había suministrado maná en abundancia, no

estaban satisfechos. Durante su esclavitud en Egipto, los israelitas se

habían visto obligados a sustentarse con una alimentación común y

490


sencilla, pero su apetito aguzado por las privaciones y el trabajo

rudo la encontraba sabrosa. Pero muchos de los egipcios que estaban

ahora entre ellos, estaban acostumbrados a un régimen de lujo; y

éstos fueron los primeros en quejarse. Cuando estaba por darles

maná, un poco antes de que llegara Israel al Sinaí, Dios les concedió

carne en respuesta a sus clamores; pero se la suministró por un día

solamente.

Dios podría haberles suplido carne tan fácilmente como les

proporcionaba maná; pero para su propio bien se les impuso una

restricción. Dios se proponía suplirles alimentos más apropiados a

sus necesidades que el régimen estimulante al que muchos se habían

acostumbrado en Egipto. Su apetito pervertido debía ser corregido y

devuelto a una condición más saludable a fin de que pudieran hallar

placer en el alimento que originalmente se proveyó para el hombre:

los frutos de la tierra, que Dios dió a Adán y a Eva en el Edén. Por

este motivo quedaron los israelitas en gran parte privados de

alimentos de origen animal.

Satanás los tentó para que consideraran esta restricción como

cruel e injusta. Les hizo codiciar las cosas prohibidas, porque vió

que la complacencia desenfrenada del apetito tendería a producir

sensualidad, y por estos medios le resultaría más fácil dominarlos.

El autor de las enfermedades y las miserias asaltará a los hombres

donde pueda alcanzar más éxito. Mayormente por las tentaciones

dirigidas al apetito, ha logrado inducir a los hombres a pecar desde

la época en que indujo a Eva a comer el fruto prohibido, y por este

mismo medio indujo a Israel a murmurar contra Dios. Porque

491


favorece efectivamente a la satisfacción de las pasiones bajas, la

intemperancia en el comer y en el beber prepara el camino para que

los hombres menosprecien todas las obligaciones morales. Cuando

la tentación los asalta, tienen muy poca fuerza de resistencia.

Dios sacó a los israelitas de Egipto para establecerlos en la

tierra de Canaán, como un pueblo puro, santo y feliz. En el logro de

este propósito les hizo pasar por un curso de disciplina, tanto para su

propio bien como para el de su posteridad. Si hubieran querido

dominar su apetito en obediencia a las sabias restricciones de Dios,

no se habría conocido debilidad ni enfermedad entre ellos; sus

descendientes habrían poseído fuerza física y espiritual. Habrían

tenido percepciones claras y precisas de la verdad y del deber,

discernimiento agudo y sano juicio. Pero no quisieron someterse a

las restricciones y a los mandamientos de Dios, y esto les impidió,

en gran parte, llegar a la alta norma que él deseaba que ellos

alcanzasen, y recibir las bendiciones que él estaba dispuesto a

concederles.

Dice el salmista: "Pues tentaron a Dios en su corazón, pidiendo

comida a su gusto. Y hablaron contra Dios, diciendo: ¿Podrá poner

mesa en el desierto? He aquí ha herido la peña, y corrieron aguas, y

arroyos salieron ondeando: ¿podrá también dar pan? ¿aparejará

carne a su pueblo? Por tanto oyó Jehová, e indignóse." Salmos

78:18-21. Las murmuraciones y las asonadas habían sido frecuentes

durante el trayecto del mar Rojo al Sinaí, pero porque se

compadecía de su ignorancia y su ceguedad Dios no castigó el

pecado de ellos con sus juicios. Pero desde entonces se les había

492


revelado en Horeb. Habían recibido mucha luz, pues habían visto la

majestad, el poder y la misericordia de Dios; y por su incredulidad y

descontento incurrieron en gran culpabilidad. Además, habían

pactado aceptar a Jehová como su rey y obedecer su autoridad. Sus

murmuraciones eran ahora rebelión, y como tal habían de recibir

pronto y señalado castigo, si se quería preservar a Israel de la

anarquía y la ruina. "Enardecióse su furor, y encendióse en ellos

fuego de Jehová y consumió el un cabo del campo." Véase Números

11. Los más culpables de los quejosos quedaron muertos,

fulminados por el rayo de la nube.

Aterrorizado, el pueblo suplicó a Moisés que implorase al

Señor en su favor. Así lo hizo, y el fuego se extinguió. En memoria

de este castigo Moisés llamó aquel sitio Taberah, "incendio."

Pero la iniquidad empeoró pronto. En vez de llevar a los

sobrevivientes a la humillación y al arrepentimiento, este temible

castigo no pareció tener en ellos otro fruto que intensificar las

murmuraciones. Por todas partes el pueblo se reunía a la puerta de

sus tiendas, llorando y lamentándose. "Y el vulgo que había en

medio tuvo un vivo deseo, y volvieron, y aun lloraron los hijos de

Israel, y dijeron: ¡Quién nos diera a comer carne! Nos acordamos

del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los cohombros, y

de los melones, y de los puerros, y de las cebollas, y de los ajos: y

ahora nuestra alma se seca; que nada sino maná ven nuestros ojos."

Así manifestaron su descontento con los alimentos que su Creador

les proporcionaba. No obstante, tenían pruebas constantes de que

ese alimento se adaptaba a sus necesidades; pues a pesar de las

493


tribulaciones que soportaban, no había una sola persona débil en

todas las tribus.

El corazón de Moisés desfalleció. Había suplicado que Israel

no fuese destruído, aun cuando esa destrucción habría permitido que

su propia posteridad se convirtiese en una gran nación. En su amor

por los hijos de Israel, había pedido que su propio nombre fuese

borrado del libro de la vida antes de que se los dejara perecer. Lo

había arriesgado todo por ellos, y ésta era su respuesta. Le

achacaban todas las tribulaciones que pasaban, aun los sufrimientos

imaginarios, y sus murmuraciones inicuas hacían doblemente pesada

la carga de cuidado y responsabilidad bajo la cual vacilaba. En su

angustia llegó hasta sentirse tentado a desconfiar de Dios. Su

oración fué casi una queja: "¿Por qué has hecho mal a tu siervo? ¿y

por qué no he hallado gracia en tus ojos, que has puesto la carga de

todo este pueblo sobre mí? ... ¿De dónde tengo yo carne para dar a

todo este pueblo? porque lloran a mí, diciendo: Danos carne que

comamos. No puedo yo solo soportar a todo este pueblo, que me es

pesado en demasía."

El Señor oyó su oración, y le ordenó convocar a setenta

hombres de entre los ancianos de Israel, hombres no sólo entrados

en años, sino que poseyeran dignidad, sano juicio y experiencia. "Y

tráelos--dijo--a la puerta del tabernáculo del testimonio, y esperen

allí contigo. Y yo descenderé y hablaré allí contigo; y tomaré del

espíritu que está en ti, y pondré en ellos; y llevarán contigo la carga

del pueblo, y no la llevarás tú solo."

494


El Señor permitió a Moisés que él mismo escogiera los

hombres más fieles y eficientes para que compartieran la

responsabilidad con él. La influencia de ellos serviría para refrenar

la violencia del pueblo y reprimir la insurrección; no obstante,

graves males resultarían eventualmente del ascenso de ellos. Nunca

habrían sido escogidos si Moisés hubiera manifestado una fe

correspondiente a las pruebas que había presenciado del poder y de

la bondad de Dios. Pero había exagerado sus propios servicios y

cargas, y casi había perdido de vista el hecho de que no era sino el

instrumento por medio del cual Dios había obrado. No tenía excusa

por haber participado, aun en mínimo grado, del espíritu de

murmuración que era la maldición de Israel. Si hubiera confiado por

completo en Dios, el Señor le habría guiado continuamente, y le

habría dado fortaleza para toda emergencia.

A Moisés se le dieron instrucciones para que preparara al

pueblo para lo que Dios iba a hacer en su favor. "Santificaos para

mañana, y comeréis carne: pues que habéis llorado en oídos de

Jehová, diciendo: ¡Quién nos diera a comer carne! ¡cierto mejor nos

iba en Egipto! Jehová, pues, os dará carne, y comeréis. No comeréis

un día, ni dos días, ni cinco días, ni diez días, ni veinte días; sino

hasta un mes de tiempo, hasta que os salga por las narices, y os sea

en aborrecimiento: por cuanto menospreciasteis a Jehová que está en

medio de vosotros, y llorasteis delante de él, diciendo: ¿Para qué

salimos acá de Egipto?"

"Seiscientos mil de a pie es el pueblo en medio del cual yo

estoy--dijo Moisés;--y tú dices: Les daré carne, y comerán el tiempo

495


de un mes. ¿Se han de degollar para ellos ovejas y bueyes que les

basten? ¿o se juntarán para ellos todos los peces de la mar para que

tengan abasto?"

Dios le reprendió así por su falta de confianza: "¿Hase acortado

la mano de Jehová? ahora verás si te sucede mi dicho, o no."

Moisés repitió al pueblo las palabras del Señor, y le anunció el

nombramiento de los setenta ancianos. Las instrucciones que el gran

jefe les dió a estos hombres escogidos podrían muy bien servir como

modelo de integridad judicial para los jueces y legisladores de los

tiempos modernos: "Oíd entre vuestros hermanos, y juzgad

justamente entre el hombre y su hermano, y el que le es extranjero.

No tengáis respeto de personas en el juicio: así al pequeño como el

grande oiréis: no tendréis temor de ninguno, porque el juicio es de

Dios." Deuteronomio 1:16, 17.

Luego Moisés hizo comparecer a los setenta ante el

tabernáculo. "Entonces Jehová descendió en la nube, y hablóle; y

tomó del espíritu que estaba en él, y púsolo en los setenta varones

ancianos; y fué que, cuando posó sobre ellos el espíritu,

profetizaron, y no cesaron." Como los discípulos en el día de

Pentecostés, fueron "investidos de potencia de lo alto." Lucas 24:49.

Plugo al Señor prepararlos así para su obra, y honrarlos en presencia

del pueblo, para que se estableciera confianza en ellos como

hombres escogidos divinamente para participar con Moisés en el

gobierno de Israel.

496


Nuevamente se manifestó el espíritu elevado y desinteresado

del gran caudillo. Dos de los setenta ancianos, teniéndose

humildemente por indignos de un cargo de tanta responsabilidad, no

habían concurrido con sus hermanos ante el tabernáculo; pero el

Espíritu de Dios descendió sobre ellos donde estaban, y ellos

también ejercieron el don de profecía. Cuando se le informó esto a

Josué, quiso poner coto a esta irregularidad, temiendo que pudiera

fomentar la división. Celoso por el honor de su jefe, dijo: "Señor

mío Moisés, impídelos." Pero él contestó: "¿Tienes tú celos por mí?

mas ojalá que todo el pueblo de Jehová fuesen profetas, que Jehová

pusiera su espíritu sobre ellos."

Un viento fuerte, que sopló entonces de la mar, trajo bandadas

de codornices, "y dejólas sobre el real, un día de camino de la una

parte, y un día de camino de la otra, en derredor del campo, y casi

dos codos sobre la haz de la tierra." Todo aquel día y aquella noche,

y el siguiente día, el pueblo trabajó recogiendo el alimento que

milagrosamente se le había provisto. Recogieron grandes cantidades

de codornices. "El que menos, recogió diez homeres." [V.M.] Se

conservó por desecamiento todo lo que no era necesario para el

consumo del momento, de manera que la provisión, tal como Dios

lo había prometido, fué suficiente para todo un mes.

Dios dió a los israelitas lo que no era para su mayor beneficio

porque habían insistido en desearlo; no querían conformarse con las

cosas que mejor podían aprovecharles. Sus deseos rebeldes fueron

satisfechos, pero se les dejó que sufrieran las consecuencias.

Comieron desenfrenadamente y sus excesos fueron rápidamente

497


castigados. "Hirió Jehová al pueblo con una muy grande plaga."

Muchos fueron postrados por fiebres calcinantes, mientras que los

más culpables de entre ellos fueron heridos apenas probaron los

alimentos que habían codiciado.

En Haseroth, el siguiente sitio en donde acamparon después de

salir de Taberah, una prueba aun mayor le esperaba a Moisés. Aarón

y María habían ocupado una posición encumbrada en la dirección de

los asuntos de Israel. Ambos tenían el don de profecía, y ambos

habían estado asociados divinamente con Moisés en el libramiento

de los hebreos. "Envié delante de ti a Moisés, y a Aarón, y a María"

(Miqueas 6:4), declaró el Señor por medio del profeta Miqueas. En

temprana edad María había revelado su fuerza de carácter, cuando

siendo niña vigiló a la orilla del Nilo el cesto en que estaba

escondido el niño Moisés. Su dominio propio y su tacto habían

contribuído a salvar la vida del libertador del pueblo. Ricamente

dotada en cuanto a la poesía y la música, María había dirigido las

mujeres de Israel en los cantos de alabanza y las danzas en las

playas del mar Rojo. Ocupaba el segundo puesto después de Moisés

y Aarón en los afectos del pueblo y los honores otorgados por el

Cielo. Pero el mismo mal que causó la primera discordia en el cielo,

brotó en el corazón de esta mujer de Israel, y no faltó quien

simpatizara con ella en su desafecto.

Ni María ni Aarón fueron consultados en el nombramiento de

los setenta ancianos, y esto despertó sus celos contra Moisés.

Durante la visita de Jetro, mientras los israelitas iban hacia el Sinaí,

la pronta aceptación por Moisés de los consejos de su suegro hizo

498


temer a Aarón y María que la influencia que ejercía sobre el gran

caudillo superase a la propia. En la organización del consejo de los

ancianos, creyeron que tanto su posición como su autoridad habían

sido menospreciadas. Nunca habían conocido María y Aarón la

carga de cuidado y responsabilidad que había pesado sobre Moisés.

No obstante, por haber sido escogidos para ayudarle, se

consideraban copartícipes con él de la carga de dirigir al pueblo, y

estimaban innecesario el nombramiento de más asistentes.

Moisés comprendía la importancia de la gran obra que se le

había encomendado como ningún otro hombre la comprendió jamás.

Se daba cuenta de su propia debilidad, e hizo a Dios su consejero.

Aarón se tenía en mayor estima y confiaba menos en Dios. Había

fracasado cuando se le había encomendado responsabilidad; y reveló

la debilidad de su carácter por su baja condescendencia en el asunto

del culto idólatra en el Sinaí. Pero María y Aarón, cegados por los

celos y la ambición, perdieron esto de vista. Dios había honrado

altamente a Aarón al designar su familia para los cargos sagrados

del sacerdocio; sin embargo, aun esto contribuía ahora a intensificar

su deseo de exaltación. "Y dijeron: ¿Solamente por Moisés ha

hablado Jehová? ¿no ha hablado también por nosotros?" Véase

Números 12. Creyéndose igualmente favorecidos por Dios,

pensaron que tenían derecho a la misma posición y autoridad que

Moisés.

Cediendo al espíritu de desafecto, María halló motivo de queja

en cosas que Dios había sobreseído especialmente. El matrimonio de

Moisés la había disgustado. El hecho de que había elegido esposa en

499


otra nación, en vez de tomarla de entre los hebreos, ofendía a su

familia y al orgullo nacional. Se la trataba a Séfora con un

menosprecio mal disimulado.

Aunque se la llama "mujer cusita" (V.M.) o "etíope," la esposa

de Moisés era de origen madianita, y por lo tanto, descendiente de

Abrahán. En su aspecto personal difería de los hebreos en que era un

tanto más morena. Aunque no era israelita, Séfora adoraba al Dios

verdadero. Era de un temperamento tímido y retraído, tierno y

afectuoso, y se afligía mucho en presencia de los sufrimientos. Por

ese motivo cuando Moisés fué a Egipto, consintió él en que ella

regresara a Madián. Quería evitarle la pena que le significaría

presenciar los juicios que iban a caer sobre los egipcios.

Cuando Séfora se reunió con su marido en el desierto, vió que

las cargas que llevaba estaban agotando sus fuerzas, y comunicó sus

temores a Jetro, quien sugirió que se tomasen medidas para aliviarle.

Esta era la razón principal de la antipatía de María hacia Séfora.

Herida por el supuesto desdén infligido a ella y a Aarón, y

considerando a la esposa de Moisés como causante de la situación,

concluyó que la influencia de ella le había impedido a Moisés que

los consultara como lo había hecho antes. Si Aarón se hubiese

mantenido firme de parte de lo recto, habría impedido el mal; pero

en vez de mostrarle a María lo pecaminoso de su conducta,

simpatizó con ella, prestó oídos a sus quejas, y así llegó a participar

de sus celos.

Moisés soportó sus acusaciones en silencio paciente y sin

500


queja. Fué la experiencia que adquiriera durante los muchos años de

trabajo y espera en Madián, el espíritu de humildad y longanimidad

que cultivara allí, lo que preparó a Moisés para arrostrar con

paciencia la incredulidad y la murmuración del pueblo, y el orgullo

y la envidia de los que hubieran debido ser sus asistentes firmes y

resueltos. "Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los

hombres que había sobre la tierra," y por este motivo Dios le otorgó

más de su sabiduría y dirección que a todos los demás. Dice la

Escritura: "Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los

mansos su carrera." Salmos 25:9. Los mansos son dirigidos por el

Señor, porque son dóciles y dispuestos a recibir instrucción. Tienen

un deseo sincero de saber y hacer la voluntad de Dios. Esta es la

promesa del Salvador: "El que quisiere hacer su voluntad, conocerá

de la doctrina si viene de Dios." Juan 7:17. Y declara por medio del

apóstol Santiago: "Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría,

demándela a Dios, el cual da a todos abundantemente, y no zahiere;

y le será dada." Santiago 1:5. Pero la promesa es solamente para los

que quieran seguirle del todo. Dios no fuerza la voluntad de nadie;

por consiguiente, no puede conducir a los que son demasiado

orgullosos para recibir instrucción, que se empeñan en hacer su

propia voluntad. Acerca de quien adolezca duplicidad mental, es

decir quien procura seguir los dictados de su propia voluntad,

mientras profesa seguir la voluntad de Dios, se ha escrito: "No

piense pues el tal hombre que recibirá ninguna cosa del Señor."

Vers. 7.

Dios había escogido a Moisés y le había investido de su

Espíritu; y por su murmuración María y Aarón se habían hecho

501


culpables de deslealtad, no sólo hacia el que fuera designado como

su jefe sino también hacia Dios mismo. Los murmuradores

sediciosos fueron convocados al tabernáculo y careados con Moisés.

"Entonces Jehová descendió en la columna de la nube, y púsose a la

puerta del tabernáculo, y llamó a Aarón y a María." No negaron sus

aseveraciones acerca de las manifestaciones del don de profecía por

su intermedio; Dios podía haberles hablado en visiones y sueños.

Pero a Moisés, a quien el Señor mismo declaró "fiel en toda mi

casa," se le había otorgado una comunión más estrecha. Con él Dios

hablaba "boca a boca." "¿Por qué pues no tuvisteis temor de hablar

contra mi siervo Moisés? Entonces el furor de Jehová se encendió

en ellos; y fuése." La nube desapareció del tabernáculo como señal

del desagrado de Dios, y María fué castigada. Quedó "leprosa como

la nieve." A Aarón se le perdonó el castigo, pero el de María fué una

severa reprensión para él. Entonces, humillado hasta el polvo el

orgullo de ambos, Aarón confesó el pecado que habían cometido e

imploró al Señor que no dejara perecer a su hermana por aquel azote

repugnante y fatal. En respuesta a las oraciones de Moisés, se limpió

la lepra de María. Sin embargo, ella fué excluída del campo durante

siete días. Tan sólo cuando quedó desterrada del campamento volvió

el símbolo del favor de Dios a posarse sobre el tabernáculo. En

consideración a su elevada posición, y en señal de pesar por el golpe

que ella había recibido, todo el pueblo permaneció en Haseroth, en

espera de su regreso.

Esta manifestación del desagrado del Señor tenía por objeto

advertir a todo Israel que pusiera coto al creciente espíritu de

descontento y de insubordinación. Si el descontento y la envidia de

502


María no hubiesen recibido una señalada reprensión, habrían

resultado en grandes males. La envidia es una de las peores

características satánicas que puedan existir en el corazón humano, y

es una de las más funestas en sus consecuencias. Dice el sabio:

"Cruel es la ira, e impetuoso el furor; mas ¿quién parará delante de

la envidia?" Proverbios 27:4. Fué la envidia la que causó la primera

discordia en el cielo, y el albergarla ha obrado males indecibles

entre los hombres. "Porque donde hay envidia y contención, allí hay

perturbación y toda obra perversa." Santiago 3:16.

No debemos considerar como cosa baladí el hablar mal de los

demás, ni constituirnos nosotros mismos en jueces de sus motivos o

acciones. "El que murmura del hermano, y juzga a su hermano, este

tal murmura de la ley, y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no

eres guardador de la ley, sino juez." Santiago 4:11. Sólo hay un

Juez, "el cual también aclarará lo oculto de las tinieblas, y

manifestará los intentos de los corazones." 1 Corintios 4:5. Y todo el

que se encargue de juzgar y condenar a sus semejantes usurpa la

prerrogativa del Creador.

La Biblia nos enseña en forma especial que prestemos cuidado

a no acusar precipitadamente a los llamados por Dios para que

actúen como sus embajadores. El apóstol Pedro, al describir una

clase de pecadores empedernidos, los llama "atrevidos, contumaces,

que no temen decir mal de las potestades superiores: como quiera

que los mismos ángeles, que son mayores en fuerza y en potencia,

no pronuncian juicio de maldición contra ellas delante del Señor." 2

Pedro 2:10, 11. Y Pablo, en sus instrucciones dadas a los que dirigen

503


las iglesias, dice: "Contra el anciano no recibas acusación sino con

dos o tres testigos." 1 Timoteo 5:19. El que impuso a ciertos

hombres la pesada carga de ser dirigentes y maestros de su pueblo,

hará a éste responsable de la manera en que trate a sus siervos.

Hemos de honrar a quienes Dios honró. El castigo que cayó sobre

María debe servir de reprensión para todos los que, cediendo a los

celos, murmuren contra aquellos sobre quienes Dios puso la pesada

carga de su obra.

504


Capítulo 34

Los doce espías

Once días después de abandonar Horeb, la hueste hebrea

acampó en Cades, en el desierto de Parán, cerca de las fronteras de

la tierra prometida. Allí propuso el pueblo que se enviasen espías a

reconocer el país. Moisés presentó el asunto al Señor, y el permiso

le fué concedido con la indicación de elegir para este fin a uno de

los jefes de cada tribu. Los hombres fueron elegidos según lo

ordenado, y Moisés les mandó que fuesen y viesen el país, cómo

era, y cuáles eran su situación y ventajas naturales, qué pueblos

moraban allí, si eran fuertes o débiles, muchos o pocos, y asimismo

que observasen la clase de tierra y su productividad, y que trajesen

frutos de ella.

Fueron pues y, entrando por la frontera meridional, procedieron

hacia el extremo septentrional, y reconocieron toda la tierra.

Regresaron después de una ausencia de cuarenta días. El pueblo

abrigaba grandes esperanzas, y aguardaba en anhelosa expectación.

Las noticias del regreso de los espías cundieron de una tribu a otra y

fueron recibidas con exclamaciones de regocijo. El pueblo salió

apresuradamente al encuentro de los mensajeros, que habían

regresado sanos y salvos a pesar de los peligros de su arriesgada

empresa. Los espías habían traído muestras de frutos que revelaban

la fertilidad de la tierra. Era la estación de las uvas, y traían un

racimo tan grande que lo habían de transportar entre dos. También

505


habían traído muestras de los higos y las granadas que se

cosechaban allí en abundancia.

El pueblo se llenó de alborozo ante la perspectiva de entrar en

posesión de una tierra tan buena, y escuchó atentamente los

informes presentados a Moisés para que no se le escapara una sola

palabra. "Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste--

principiaron a decir los espías,--la que ciertamente fluye leche y

miel; y éste es el fruto de ella." Números 13:17-33. El pueblo se

llenó de entusiasmo; ansiaba obedecer la voz del Señor, e ir

inmediatamente a tomar posesión de la tierra. Pero después de

describir la hermosura y la fertilidad de la tierra, todos los espías,

menos dos de ellos, explicaron ampliamente las dificultades y los

peligros que arrostraría Israel si emprendía la conquista de Canaán.

Enumeraron las naciones poderosas que había en las distintas partes

del país, y dijeron que las ciudades eran muy grandes y amuralladas,

que el pueblo que vivía allí era fuerte, y que sería imposible

vencerlo. También manifestaron que habían visto gigantes, los hijos

de Anac, en aquella región; y que era inútil pensar en apoderarse de

la tierra.

Entonces cambió la escena. Mientras los espías expresaban los

sentimientos de sus corazones incrédulos y llenos de un desaliento

causado por Satanás, la esperanza y el ánimo se fueron trocando en

cobarde desesperación. La incredulidad arrojó una sombra lóbrega

sobre el pueblo, y éste se olvidó de la omnipotencia de Dios, tan a

menudo manifestada en favor de la nación escogida. El pueblo no se

detuvo a reflexionar ni razonó que Aquel que lo había llevado hasta

506


allí le daría ciertamente la tierra; no recordó cuán milagrosamente

Dios lo había librado de sus opresores, abriéndole paso a través de la

mar y destruyendo las huestes del faraón que lo perseguían. Hizo

caso omiso de Dios, y obró como si debiera depender únicamente

del poder de las armas.

En su incredulidad, los israelitas limitaron el poder de Dios, y

desconfiaron de la mano que hasta entonces los había dirigido

felizmente. Volvieron a cometer el error de murmurar contra Moisés

y Aarón. "Este es pues el fin de todas nuestras esperanzas--dijeron.--

Esta es la tierra para cuya posesión hicimos el largo viaje desde

Egipto." Acusaron a sus jefes de engañar al pueblo y de atraer

tribulación sobre Israel.

El pueblo estaba desilusionado y desesperado. Se elevó un

llanto de angustia que se entremezcló con el confuso murmullo de

las voces. Caleb comprendió la situación, y lleno de audacia para

defender la palabra de Dios, hizo cuanto pudo para contrarrestar la

influencia maléfica de sus infieles compañeros. Calló el pueblo un

momento para escuchar sus palabras de aliento y esperanza con

respecto a la buena tierra. No contradijo lo que ya se había dicho; las

murallas eran altas, y los cananeos eran fuertes. Pero Dios había

prometido la tierra a Israel. "Subamos luego, y poseámosla--insistió

Caleb;--que más podremos que ella."

Pero los diez, interrumpiéndole, pintaron los obstáculos con

colores aun más sombríos que antes. "No podremos subir contra

aquel pueblo--dijeron;--porque es más fuerte que nosotros." "Todo

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el pueblo que vimos en medio de ella, son hombres de grande

estatura. También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los

gigantes: y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así

les parecíamos a ellos."

Estos hombres, habiéndose iniciado en una conducta errónea,

se opusieron tercamente a Caleb y Josué, así como a Moisés y a

Dios mismo. Cada paso que daban hacia adelante los volvía más

obstinados. Estaban resueltos a desalentar todos los esfuerzos

tendientes a obtener la posesión de Canaán. Tergiversaron la verdad

para apoyar su funesta influencia. "La tierra por donde pasamos para

reconocerla, es tierra que traga a sus moradores," manifestaron. No

sólo era éste un mal informe, sino que era una mentira y una

inconsecuencia. Los espías habían declarado la tierra fructífera y

próspera, todo lo cual habría sido imposible si el clima hubiese sido

tan malsano que se pudiera decir de la tierra que se tragaba "a sus

moradores." Pero cuando los hombres entregan su corazón a la

incredulidad, se colocan bajo el dominio de Satanás, y nadie puede

decir hasta dónde los llevará.

"Entonces toda la congregación alzaron grita, y dieron voces: y

el pueblo lloró aquella noche." A esto siguió pronto la rebelión

abierta y el amotinamiento; porque Satanás ejercía absoluto

dominio, y el pueblo parecía estar privado de razón. Maldijeron a

Moisés y a Aarón, olvidando que Dios oía sus inicuos discursos, y

que, envuelto en la columna de nube, el Angel de su presencia era

testigo de su terrible explosión de ira. Con amargura clamaron:

"¡Ojalá muriéramos en la tierra de Egipto; o en este desierto!" Luego

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sus sentimientos se exacerbaron contra Dios: "¿Por qué nos trae

Jehová a esta tierra para caer a cuchillo, y que nuestras mujeres y

nuestros chiquitos sean por presa? ¿no nos sería mejor volvernos a

Egipto? Y decían el uno al otro: Hagamos un capitán, y volvámonos

a Egipto." En esa forma no sólo acusaron a Moisés, sino también a

Dios mismo, de haberlos engañado, al prometerles una tierra que

ellos no podían poseer. Y llegaron hasta el punto de nombrar un

capitán que los llevara de vuelta a la tierra de su sufrimiento y

esclavitud, de la cual habían sido libertados por el brazo poderoso

del Omnipotente.

En humillación y angustia, "Moisés y Aarón cayeron sobre sus

rostros delante de toda la multitud de la congregación de los hijos de

Israel," sin saber qué hacer para desviarlos de su apasionado e

impetuoso propósito. Caleb y Josué trataron de apaciguar a la

multitud tumultuosa. Habiendo rasgado sus vestiduras en señal de

dolor e indignación, se precipitaron entre la gente y sus voces

enérgicas se oyeron por sobre la tempestad de lamentaciones y

rebelde pesar: "La tierra por donde pasamos para reconocerla, es

tierra en gran manera buena. Si Jehová se agradare de nosotros, él

nos meterá en esta tierra, y nos la entregará; tierra que fluye leche y

miel. Por tanto, no seáis rebeldes contra Jehová, ni temáis al pueblo

de aquesta tierra, porque nuestro pan son: su amparo se ha apartado

de ellos, y con nosotros está Jehová: no los temáis."

Los cananeos habían colmado la medida de su iniquidad, y el

Señor ya no podía tolerarlos. Ahora que les había retirado su

protección, iban a resultar una presa fácil. El pacto de Dios había

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prometido la tierra a Israel. Pero el falso informe de los espías

infieles fué aceptado, y todo el pueblo fué engañado por él. Los

traidores habían realizado su obra. Aun cuando sólo dos hombres

hubiesen dado malas noticias y los otros diez lo hubiesen animado a

poseer la tierra en el nombre del Señor, el pueblo, por su perversa

incredulidad, habría seguido el consejo de los dos en preferencia al

de los diez. Pero eran sólo dos los que abogaban por lo justo,

mientras que diez estaban de parte de la rebelión.

A grandes voces los espías infieles denunciaban a Caleb y a

Josué, y se elevó un clamor para pedir que se los apedreara. Asiendo

el populacho enloquecido piedras para matar a aquellos hombres

fieles, se precipitó hacia delante gritando frenéticamente, cuando de

repente las piedras se le cayeron de las manos, y temblando de

miedo enmudeció. Dios había intervenido para impedir su propósito

homicida. La gloria de su presencia, como una luz fulgurante,

iluminó el tabernáculo. Todo el pueblo presenció la manifestación

del Señor. Uno más poderoso que ellos se había revelado, y ninguno

osó continuar la resistencia. Los espías que trajeron el informe

perverso, se arrastraron aterrorizados, y con respiración

entrecortada, en busca de sus tiendas.

Moisés se levantó entonces y entró en el tabernáculo. El Señor

le declaró acerca del pueblo: "Yo le heriré de mortandad, y lo

destruiré, y a ti te pondré sobre gente grande y más fuerte que ellos."

Pero nuevamente Moisés intercedió por su pueblo. No podía

consentir en que fuese destruido, y que él, en cambio, se convirtiese

en una nación más poderosa. Apelando a la misericordia de Dios,

510


dijo: "Ahora, pues, yo te ruego que sea magnificada la fortaleza del

Señor, como lo hablaste, diciendo: Jehová, tardo de ira y grande en

misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, ... perdona

ahora la iniquidad de este pueblo según la grandeza de tu

misericordia, y como has perdonado a este pueblo desde Egipto

hasta aquí."

El Señor prometió no destruir inmediatamente a los israelitas;

pero a causa de la incredulidad y cobardía de ellos, no podía

manifestar su poder para subyugar a sus enemigos. Por consiguiente,

en su misericordia, les ordenó que como única conducta segura,

regresaran al mar Rojo.

En su rebelión el pueblo había exclamado: "¡Ojalá muriéramos

en este desierto!" Ahora se les había de conceder lo pedido. El Señor

declaró: "Vivo yo, ... que según habéis hablado a mis oídos, así haré

yo con vosotros: en este desierto caerán vuestros cuerpos; todos

vuestros contados según toda vuestra cuenta, de veinte años arriba,

los cuales habéis murmurado contra mí; vosotros a la verdad no

entraréis en la tierra, ... mas vuestros chiquitos, de los cuales dijisteis

que serían por presa, yo los introduciré, y ellos conocerán la tierra

que vosotros despreciasteis." Y con respecto a Caleb dijo: "Empero

mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y cumplió de ir

en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su simiente la

recibirá en heredad." Así como los espías habían estado cuarenta

días de viaje, las huestes de Israel iban a peregrinar en el desierto

durante cuarenta años.

511


Cuando Moisés comunicó la decisión divina al pueblo, la ira de

éste se trocó en luto. Todos sabían que el castigo era justo. Los diez

espías infieles, heridos divinamente por la plaga, perecieron a la

vista de todo Israel; y en la suerte de ellos el pueblo leyó su propia

condenación.

Los israelitas parecieron arrepentirse entonces sinceramente de

su conducta pecaminosa; pero se entristecían por el resultado de su

mal camino y no porque reconocieran su ingratitud y desobediencia.

Cuando vieron que el Señor era inflexible en su decreto, volvió a

despertarse su terca voluntad, y declararon que no volverían al

desierto. Al ordenarles que se retiraran de la tierra de sus enemigos,

Dios probó la sumisión aparente de ellos, y vió que no era

verdadera. Sabían que habían pecado gravemente al permitir que los

dominaran sentimientos temerarios, y al querer dar muerte a los

espías que les habían incitado a obedecer a Dios; pero sólo sintieron

temor al darse cuenta de que habían cometido un error fatal, cuyas

consecuencias iban a resultarles desastrosas. No habían cambiado en

su corazón y sólo necesitaban una excusa para rebelarse otra vez.

Esta excusa se les presentó cuando Moisés les ordenó por autoridad

divina que regresaran al desierto.

El decreto de que Israel no entraría en la tierra de Canaán por

cuarenta años fué una amarga desilusión para Moisés, Aarón, Caleb

y Josué; pero aceptaron sin murmurar la decisión divina. Por el

contrario, los que habían estado quejándose de cómo Dios los

trataba y declarando que querían volver a Egipto, lloraron y se

lamentaron grandemente cuando les fueron quitadas las bendiciones

512


que habían menospreciado. Se habían quejado por nada, y ahora

Dios les daba verdaderos motivos de llorar. Si se hubieran

lamentado por su pecado cuando les fué presentado fielmente, no se

habría pronunciado esta sentencia; pero se afligían por el castigo; su

dolor no era arrepentimiento, y por lo tanto, no podía obtener la

revocación de su sentencia.

Pasaron toda la noche lamentándose; pero por la mañana,

renació en ellos la esperanza. Resolvieron redimir su cobardía.

Cuando Dios les había mandado que siguieran hacia adelante y

tomaran posesión de la tierra, habían rehusado hacerlo; ahora,

cuando Dios les ordenaba que se retiraran, se negaron igualmente a

obedecer sus órdenes. Decidieron apoderarse de la tierra; pudiera ser

que Dios aceptara su obra, y cambiara su propósito hacia ellos.

Dios les había dado el privilegio y el deber de entrar en la tierra

en el tiempo que les señalara; pero debido a su negligencia

voluntaria, se les había retirado ese permiso. Satanás había logrado

su objeto de impedirles la entrada a Canaán; y ahora los incitaba a

que, contrariando la prohibición divina, hicieran precisamente

aquello que habían rehusado hacer cuando Dios se lo había

mandado. En esa forma, el gran engañador logró la victoria al

incitarlos por segunda vez a la rebelión. Habían desconfiado de que

el poder de Dios acompañara sus esfuerzos por obtener la posesión

de Canaán; pero ahora confiaron excesivamente en sus propias

fuerzas y quisieron realizar la obra sin la ayuda divina. "Pecado

hemos contra Jehová--gritaron;--nosotros subiremos y pelearemos,

conforme a todo lo que Jehová nuestro Dios nos ha mandado."

513


Deuteronomio 1:41. ¡Cuán terriblemente enceguecidos los había

dejado su transgresión! Jamás les había mandado el Señor que

subieran y pelearan. No quería él que obtuvieran posesión de la

tierra por la guerra, sino mediante la obediencia estricta a sus

mandamientos.

Aunque sin sufrir el menor cambio de corazón, el pueblo había

confesado cuán inicua y estúpida había sido su rebelión al oír el

relato de los espías. Ahora veían el valor de la bendición que tan

impetuosamente habían desechado. Confesaron que su propia

incredulidad era la que les había vedado la entrada a Canaán.

"Pecado hemos contra Jehová," dijeron, y reconocieron que la culpa

era de ellos, y no de Dios, a quien tan inicuamente habían acusado

de no cumplir las promesas que les hiciera. A pesar de que su

confesión no provenía de un arrepentimiento verdadero, sirvió para

vindicar la justicia con que Dios los había tratado.

Aun hoy obra el Señor en forma similar para glorificar su

nombre e inducir a los hombres a reconocer su justicia. Cuando los

que profesan amarle se quejan de su providencia, menosprecian sus

promesas, y, cediendo a la tentación, se unen a los ángeles malos

para hacer fracasar los propósitos de Dios, con frecuencia el Señor

predomina sobre las circunstancias de tal manera que trae a estas

personas al punto donde, aunque no se hayan arrepentido de

corazón, se convencerán de que son pecadoras y se verán obligadas

a reconocer la maldad de su camino, y la justicia y la bondad con

que las trató Dios. Así es cómo Dios crea medios de contrarrestar y

hacer manifiestas las obras de las tinieblas. Y a pesar de que el

514


espíritu que incitó a aquellas personas a seguir su impía conducta no

ha cambiado radicalmente, ellas hacen confesiones que vindican el

honor de Dios, y justifican a aquellos que las reprendieron fielmente

y a quienes resistieron y calumniaron. Así será cuando por fin se

derrame la ira de Dios, cuando el Señor venga "con sus santos

millares, a hacer juicio contra todos, y a convencer a todos los

impíos de entre ellos tocante a todas sus obras de impiedad." (Jud.

14, 15.) Todo pecador se verá compelido a ver y reconocer la

justicia de su condenación.

Despreciando la sentencia divina, los israelitas se prepararon

para emprender la conquista de Canaán. Equipados con armaduras y

armas de guerra, se creían plenamente apercibidos para el conflicto;

pero a la vista de Dios y de sus siervos entristecidos, adolecían de

una triste deficiencia. Cuando casi cuarenta años más tarde, el Señor

les ordenó a los israelitas que subieran y tomaran Jericó, prometió

acompañarlos. El arca que contenía su ley era llevada delante de sus

ejércitos. Los jefes que él designara habían de dirigir sus

movimientos bajo la dirección divina. Con tal dirección ningún daño

podía sucederles, pero ahora, contrariando el mandamiento de Dios

y la solemne prohibición de sus jefes, sin el arca y sin Moisés

salieron al encuentro de los ejércitos enemigos.

La trompeta dió un toque de alarma, y Moisés se apresuró en

pos de ellos con la advertencia: "¿Por qué quebrantáis el dicho de

Jehová? Esto tampoco os sucederá bien. No subáis, porque Jehová

no está en medio de vosotros, no seáis heridos delante de vuestros

enemigos. Porque el Amalecita y el Cananeo están allí delante de

515


vosotros, y caeréis a cuchillo."

Los cananeos habían oído hablar del poder misterioso que

parecía guardar a ese pueblo, y de las maravillas obradas en su

favor; y reunieron un ejército poderoso para rechazar a los

invasores. El ejército atacante no tenía jefe. Ninguna oración se

elevó para pedir a Dios que le diese la victoria. Emprendió la

marcha con el propósito desesperado de revocar su suerte o morir en

la batalla. Aunque no tenía preparación guerrera alguna, constituía

una multitud inmensa de hombres armados, que esperaban aplastar

toda oposición mediante un feroz y repentino asalto.

Presuntuosamente desafiaron al enemigo que no había osado

atacarlos.

Los cananeos se habían establecido en una meseta rocallosa a

la cual sólo se podía llegar por pasos difíciles de transitar y un

ascenso escarpado y peligroso. El número inmenso de los hebreos

sólo podía servir para hacer más terrible su derrota. Lentamente

fueron cubriendo los senderos del monte, expuestos a las mortíferas

armas arrojadizas del enemigo que estaba arriba. Lanzaban rocas

macizas que bajaban con retumbante fragor y marcando su

trayectoria con la sangre de los hombres destrozados. Los que

lograron llegar a la cumbre, agotados con el ascenso, fueron

ferozmente rechazados y obligados a retroceder con grandes

pérdidas. Por el campo de la matanza quedaron esparcidos los

cadáveres. El ejército de Israel fué derrotado totalmente. La

destrucción y la muerte fueron las consecuencias de aquel

experimento de los rebeldes.

516


Obligados por fin a retirarse en derrota, los sobrevivientes

volvieron y lloraron "delante de Jehová; pero Jehová no escuchó" su

voz. Deuteronomio 1:45. En virtud de su señalada victoria, los

enemigos de Israel, que antes habían aguardado con temblor la

aproximación de aquella poderosa hueste, se envalentonaron con

confianza para resistirles. Ahora consideraron falsos todos los

informes que habían oído respecto a las cosas maravillosas que Dios

había hecho en favor de su pueblo, y creyeron que no había motivo

para temer. Esa primera derrota de Israel aumentó grandemente las

dificultades de la conquista, por cuanto inspiró valor y resolución a

los cananeos. No les quedaba a los israelitas otro recurso que

retirarse de delante de sus enemigos victoriosos, al desierto,

sabiendo que allí había de hallar su tumba toda una generación.

517


Capítulo 35

La rebelión de Coré

Los castigos infligidos a los israelitas lograron por un tiempo

refrenar su murmuración y su insubordinación, pero aun tenían el

espíritu de rebelión en el corazón, y produjo al fin los más amargos

frutos. Las rebeliones anteriores no habían pasado de ser meros

tumultos populares, nacidos de los impulsos repentinos del

populacho excitado; pero ahora como resultado de un propósito

obstinado de derrocar la autoridad de los jefes nombrados por Dios

mismo, se tramó una conspiración de hondas raíces y grandes

alcances.

Coré, el instigador principal de este movimiento, era un levita

de la familia de Coat y primo de Moisés. Era hombre capaz e

influyente. Aunque designado para el servicio del tabernáculo, se

había quedado desconforme de su cargo y aspiraba a la dignidad del

sacerdocio. El otorgamiento a Aarón y a su familia del oficio

sacerdotal, que había sido ejercido anteriormente por el primogénito

de cada familia, había provocado celos y desafecto, y por algún

tiempo Coré había estado resistiendo secretamente la autoridad de

Moisés y de Aarón, aunque sin atreverse a cometer acto alguno de

abierta rebelión. Por último, concibió el osado propósito de derrocar

tanto la autoridad civil como la religiosa; y no dejó de encontrar

simpatizantes. Cerca de las tiendas de Coré y de los coatitas, al sur

del tabernáculo, acampaba la tribu de Rubén, y las tiendas de Datán

518


y Abiram, dos príncipes de esa tribu, estaban cerca de la de Coré.

Dichos príncipes concedieron fácilmente su apoyo al ambicioso

proyecto. Alegaban que, siendo ellos descendientes del hijo mayor

de Jacob, les correspondía la autoridad civil, y decidieron compartir

con Coré los honores del sacerdocio.

El estado de ánimo que prevalecía en el pueblo favoreció en

gran manera los fines de Coré. En la amargura de su desilusión

revivieron sus dudas, celos y odios antiguos, y nuevamente se

elevaron sus quejas contra su paciente caudillo. Continuamente se

olvidaban los israelitas de que estaban sujetos a la dirección divina.

No recordaban que el Angel del pacto era su jefe invisible ni que,

velada por la columna de nube, la presencia de Cristo iba delante de

ellos, como tampoco que de él recibía Moisés todas sus

instrucciones.

No querían someterse a la sentencia terrible de que todos ellos

debían morir en el desierto, y en consecuencia estaban dispuestos a

valerse de cualquier pretexto para creer que no era Dios, sino

Moisés, quien los dirigía, y quien había pronunciado su

condenación. Los mejores esfuerzos del hombre más manso de la

tierra no lograron sofocar la insubordinación de ese pueblo; y

aunque en sus filas quebrantadas y raleadas tenían a la vista las

pruebas de cuánto había desagradado a Dios su perversidad anterior,

no tomaron la lección a pecho. Otra vez fueron vencidos por la

tentación.

La vida humilde de Moisés como pastor, había sido mucho más

519


apacible y feliz que su puesto actual de jefe de aquella vasta

asamblea de espíritus turbulentos. Sin embargo, Moisés no se

atrevía a escoger. En lugar de un cayado de pastor se le había dado

una vara de poder, que no podía deponer hasta que Dios le

exonerase.

El que lee los secretos de todos los corazones había observado

los propósitos de Coré y de sus compañeros, y había dado a su

pueblo suficientes advertencias e instrucciones para permitirle eludir

la seducción de estos conspiradores. Los israelitas habían visto el

castigo de Dios caer sobre María por sus celos y sus quejas contra

Moisés. El Señor había declarado que Moisés era más que profeta.

"Boca a boca hablaré con él," había dicho, y había agregado: "¿Por

qué pues no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?"

Números 12:8. Estas eran instrucciones que no iban dirigidas

solamente a Aarón y a María, sino también a todo Israel.

Coré y sus compañeros en la conspiración habían sido

favorecidos con manifestaciones especiales del poder y de la

grandeza de Dios. Pertenecían al grupo que acompañó a Moisés en

el ascenso al monte y presenció la gloria divina. Pero desde entonces

habían cambiado. Habían albergado una tentación, ligera al

principio, pero ella se había fortalecido al ser alentada, hasta que sus

mentes quedaron dominadas por Satanás, y se aventuraron a

emprender su obra de desafecto. Con la excusa de interesarse mucho

en la prosperidad del pueblo, comenzaron a susurrar su descontento

el uno al otro, y luego a los jefes de Israel. Sus insinuaciones

encontraron tan buena acogida que se aventuraron a ir más lejos, y

520


por último, creyeron verdaderamente que los movía el celo por Dios.

Lograron conquistar a doscientos cincuenta príncipes, que eran

hombres de mucho renombre en la congregación. Con estos

poderosos e influyentes sostenedores se creyeron capaces de

efectuar un cambio radical en el gobierno, y de mejorar en gran

manera la administración de Moisés y Aarón.

Los celos habían provocado la envidia; y la envidia, la rebelión.

Tanto habían discutido el derecho de Moisés a su gran autoridad y

honor, que llegaron a considerarlo como ocupante de un cargo

envidiable que cualquiera de ellos podría desempeñar tan bien como

él. Se convencieron erróneamente, a sí mismos y mutuamente, de

que Moisés y Aarón habían asumido de por sí los puestos que

ocupaban. Los descontentos decían que aquellos caudillos se habían

exaltado a sí mismos por sobre la congregación del Señor, al

investirse del sacerdocio y el gobierno, sin que la casa de ellos

mereciese distinguirse por sobre las otras casas de Israel. No eran

más santos que el pueblo, y debiera bastarles el estar equiparados a

sus hermanos, quienes eran igualmente favorecidos con la presencia

y protección especiales de Dios.

Los conspiradores trabajaron luego con el pueblo. A los que

yerran y merecen reprensión, nada les agrada más que recibir

simpatía y alabanza. Y así obtuvieron Coré y sus asociados la

atención y el apoyo de la congregación. Declararon errónea la

acusación de que las murmuraciones del pueblo habían atraído sobre

él la ira de Dios. Dijeron que la congregación no era culpable,

521


puesto que sólo había deseado aquello a lo cual tenía derecho; pero

Moisés era un gobernante intolerante que había reprendido al pueblo

como pecador, cuando era un pueblo santo, entre el cual se hallaba

el Señor.

Coré reseñó la historia de su peregrinación por el desierto,

donde se los había puesto en estrecheces, y muchos habían perecido

a causa de su murmuración y de su desobediencia. Sus oyentes

creyeron ver claramente que se habrían evitado sus dificultades si

Moisés hubiera seguido una conducta distinta. Decidieron que todos

sus desastres eran imputables a él, y que su exclusión de Canaán se

debía por lo tanto a la mala administración y dirección de Moisés y

Aarón; que si Coré fuese su adalid, y les animara, espaciándose en

sus buenas acciones en vez de reprender sus pecados, realizarían un

viaje apacible y próspero; en vez de errar de acá para allá en el

desierto, procederían inmediatamente a la tierra prometida.

En esta obra de desafecto reinó entre los elementos

discordantes de la congregación mayor unión y armonía que en

cualquier momento anterior. El éxito de Coré con el pueblo aumentó

su confianza, y confirmó su creencia de que si no se la reprimía, la

usurpación de la autoridad por Moisés resultaría fatal para las

libertades de Israel; también alegaba que Dios le había revelado el

asunto, y le había autorizado para cambiar el gobierno antes de que

fuese demasiado tarde. Pero muchos no estaban dispuestos a aceptar

las acusaciones de Coré contra Moisés. Recordaban la paciencia y

las labores abnegadas de éste último y el recuerdo perturbaba su

conciencia. Fué menester, en consecuencia, atribuir a algún motivo

522


egoísta el profundo interés de Moisés por Israel; y se reiteró la vieja

imputación de que los había sacado a perecer en el desierto a fin de

apoderarse de sus bienes.

Por algún tiempo esta obra se llevó adelante secretamente. No

obstante, tan pronto como el movimiento hubo adquirido suficiente

fuerza como para permitir una franca ruptura, Coré se presentó a la

cabeza de la facción, y públicamente acusó a Moisés y Aarón de

usurpar una autoridad que Coré y sus asociados tenían derecho a

compartir. Alegó, además, que el pueblo había sido privado de su

libertad y de su independencia. "¡Mucho os arrogáis--dijeron los

conspiradores,--ya que toda la Congregación, cada individuo de ella,

es santo, y Jehová está en medio de ellos! ¿por qué pues os ensalzáis

sobre la Asamblea de Jehová?" Números 16:3 (VM).

Moisés no había sospechado la existencia de tan arraigada

maquinación y cuando comprendió su terrible significado, cayó

postrado sobre su rostro en muda y fervorosa súplica a Dios. Se

levantó entristecido, pero sereno y fuerte. Había recibido

instrucciones divinas. "Mañana--dijo--mostrará Jehová quien es

suyo, y al santo harálo llegar a sí; y al que él escogiere, él lo allegará

a sí." Véase Números 16. La prueba había de postergarse hasta el

día siguiente, a fin de dar a todos tiempo para reflexionar. Entonces

los que aspiraban al sacerdocio habían de venir cada uno con un

incensario y ofrecer incienso en el tabernáculo en presencia de la

congregación. La ley decía explícitamente que sólo los que habían

sido ordenados para el oficio sagrado debían oficiar en el santuario.

Y aun los sacerdotes, Nadab y Abiú, habían perecido por haber

523


despreciado el mandamiento divino y ofrecido "fuego extraño." No

obstante, Moisés desafió a sus acusadores a que refirieran el asunto

a Dios, si osaban hacer una apelación tan peligrosa.

Hablando directamente a Coré y a sus coasociados levitas,

Moisés dijo: "¿Os es poco que el Dios de Israel os haya apartado de

la congregación de Israel, haciéndoos allegar a sí para que

ministraseis en el servicio del tabernáculo de Jehová, y estuvieseis

delante de la congregación para ministrarles? ¿Y que te hizo acercar

a ti, y a todos tus hermanos los hijos de Leví contigo; para que

procuréis también el sacerdocio? Por tanto, tú y todo tu séquito sois

los que os juntáis contra Jehová: pues Aarón, ¿qué es para que

contra él murmuréis?"

Datán y Abiram no habían asumido una actitud tan atrevida

como la asumida por Coré; y Moisés, movido por la esperanza de

que se hubieran dejado atraer por la conspiración sin haberse

corrompido totalmente, los llamó a comparecer ante él, para oír las

acusaciones que ellos tenían contra él. Pero no quisieron acudir, e

insolentemente se negaron a reconocer su autoridad. Su

contestación, pronunciada a oídos de la congregación, fué: "¿Es

poco que nos hayas hecho venir de una tierra que destila leche y

miel, para hacernos morir en el desierto, sino que también te

enseñorees de nosotros imperiosamente? Ni tampoco nos has metido

tú en tierra que fluya leche y miel, ni nos has dado heredades de

tierras y viñas; ¿has de arrancar los ojos de estos hombres? No

subiremos."

524


Así aplicaron al escenario de su esclavitud las mismas palabras

con que el Señor había descrito la herencia prometida. Acusaron a

Moisés de simular estar actuando bajo la dirección divina para

afianzar su autoridad; y declararon que ya no se someterían a ser

dirigidos como ciegos, primero hacia Canaán, y luego hacia el

desierto, como mejor convenía a sus propósitos ambiciosos. Así se

le atribuyó al que había sido como un padre tierno y paciente pastor,

el negrísimo carácter de tirano y usurpador. Se le imputó la

exclusión de Canaán, que el pueblo sufriera como castigo de sus

propios pecados.

Era evidente que el pueblo simpatizaba con el partido

desafecto; pero Moisés no hizo esfuerzo alguno para justificarse. En

presencia de la congregación, apeló solemnemente a Dios como

testigo de la pureza de sus motivos y la rectitud de su conducta, y le

imploró que lo juzgase.

Al día siguiente, los doscientos cincuenta príncipes,

encabezados por Coré, se presentaron con sus incensarios. Se los

hizo entrar en el atrio del tabernáculo, mientras el pueblo se reunía

afuera, para esperar el resultado. No fué Moisés quien reunió la

congregación para presenciar la derrota de Coré y su compañía, sino

que los rebeldes, en su presunción ciega, la convocaron para que

todos fuesen testigos de su victoria. Gran parte de la congregación

se puso abiertamente de parte de Coré, cuyas esperanzas de realizar

su propósito contra Aarón eran grandes.

Cuando estaban todos así reunidos delante de Dios, "la gloria

525


de Jehová apareció a toda la congregación." Moisés y Aarón

recibieron esta divina advertencia: "Apartaos de entre esta

congregación, y consumirlos he en un momento." Pero ellos se

postraron de hinojos y rogaron: "Dios, Dios de los espíritus de toda

carne, ¿no es un hombre el que pecó? ¿y airarte has tú contra toda la

congregación?"

Coré se había retirado de la asamblea, para unirse a Datán y a

Abiram, cuando Moisés, acompañado por los setenta ancianos, bajó

para dar la última advertencia a los hombres que se habían negado a

comparecer ante él. Como multitudes los seguían, antes de

pronunciar su mensaje, Moisés ordenó al pueblo por instrucción

divina: "Apartaos ahora de las tiendas de estos impíos hombres, y no

toquéis ninguna cosa suya, porque no perezcáis en todos sus

pecados." La advertencia fué obedecida, porque se apoderó de todos

la aprensión de que iba a caer un castigo. Los rebeldes principales se

vieron abandonados por aquellos a quienes habían engañado, pero

su osadía no disminuyó. Se quedaron de pie con sus familias a las

puertas de sus tiendas, como desafiando la advertencia divina.

Entonces Moisés declaró, en el nombre del Dios de Israel, a

oídos de la congregación: "En esto conoceréis que Jehová me ha

enviado para que hiciese todas estas cosas; que no de mi corazón las

hice. Si como mueren todos los hombres murieren éstos, o si fueren

ellos visitados a la manera de todos los hombres, Jehová no me

envió. Mas si Jehová hiciese una nueva cosa, y la tierra abriere su

boca, y los tragare con todas sus cosas, y descendieren vivos al

abismo, entonces conoceréis que estos hombres irritaron a Jehová."

526


De pie, llenos de terror y expectación, en espera del

acontecimiento, todos los israelitas fijaron los ojos en Moisés.

Cuando terminó de hablar, la tierra sólida se partió, y los rebeldes

cayeron vivos al abismo, con todo lo que les pertenecía, "y

perecieron de en medio de la congregación." El pueblo huyó,

sintiéndose condenado como copartícipe del pecado.

Pero el castigo no terminó en eso. Un fuego que fulguró de la

nube alcanzó a los doscientos cincuenta príncipes que habían

ofrecido incienso, y los consumió. Estos hombres, que no habían

sido los primeros en rebelarse, no fueron destruidos con los

conspiradores principales. Se les dió oportunidad de ver el fin de

ellos, y de arrepentirse; pero sus simpatías estaban con los rebeldes,

y compartieron su suerte.

Mientras Moisés suplicaba a Israel que huyera de la

destrucción inminente, todavía podría haberse evitado el castigo

divino, si Coré y sus asociados se hubiesen arrepentido y hubiesen

pedido perdón. Pero su terca persistencia selló su perdición. La

congregación entera compartía su culpa, pues todos, cual más, cual

menos, habían simpatizado con ellos. Sin embargo, en su gran

misericordia Dios distinguió entre los jefes rebeldes y aquellos a

quienes habían inducido a la rebelión. Al pueblo que se había dejado

engañar se le dió plazo para que se arrepintiera. Había tenido una

evidencia abrumadora de que los rebeldes erraban y de que Moisés

estaba en lo justo. La señalada manifestación del poder de Dios

había eliminado toda incertidumbre.

527


Jesús, el Angel que iba delante de los hebreos, trató de

salvarlos de la destrucción. Se prolongó el plazo para obtener

perdón. El juicio de Dios había venido muy cerca, y los exhortó a

arrepentirse. Una intervención especial e irresistible del Cielo había

detenido la rebelión de ellos. Si querían responder a la intervención

de la providencia de Dios, podían salvarse. Pero aunque huyeron de

los juicios, por temor a la destrucción, su rebelión no fué curada.

Regresaron a sus tiendas aquella noche, horrorizados, pero no

arrepentidos.

Tanto los había lisonjeado Coré y sus asociados, que se

creyeron realmente muy buenos, y que habían sido perjudicados y

maltratados por Moisés. Si llegaban a admitir que Coré y sus

compañeros estaban equivocados, y que Moisés estaba en lo justo,

entonces se verían obligados a recibir como palabra de Dios la

sentencia de que debían morir en el desierto. No querían someterse a

esto, y procuraron creer que Moisés los había engañado. Habían

acariciado la esperanza de que se estaba por establecer un nuevo

orden de cosas, en el cual la alabanza reemplazaría a la reprensión, y

el ocio y el bienestar a la ansiedad y la lucha. Los hombres que

acababan de perecer habían pronunciado palabras de adulación, y

habían profesado gran interés y amor por ellos, de modo que el

pueblo concluyó que Coré y sus compañeros debieron ser buenos

hombres, cuya destrucción Moisés había ocasionado por alguno u

otro medio.

Es casi imposible a los hombres infligir a Dios mayor insulto

528


que el que consiste en menospreciar y rechazar los instrumentos que

él quiere emplear para salvarlos. No sólo habían hecho esto los

israelitas, sino que hasta se habían propuesto dar muerte a Moisés y

a Aarón. No obstante, no se percataban de la necesidad que tenían

de pedir perdón a Dios por su grave pecado. No dedicaron aquella

noche de gracia al arrepentimiento y la confesión, sino a idear

alguna manera de resistir a las pruebas de que eran los mayores de

los pecadores. Seguían albergando odio contra los hombres

designados por Dios, y se preparaban para resistir la autoridad de

ellos. Satanás estaba allí para pervertir su juicio, y llevarlos con los

ojos vendados a la destrucción.

Todo Israel había huído alarmado cuando oyó el clamor de los

pecadores condenados que descendían al abismo, y dijo: "No nos

trague también la tierra." Pero al "día siguiente toda la congregación

de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón, diciendo:

Vosotros habéis muerto al pueblo de Jehová." Y estaba a punto de

hacer violencia a sus fieles y abnegados jefes.

Se vió una manifestación de la gloria divina en la nube sobre el

tabernáculo y salió de la nube una voz que habló a Moisés y a

Aarón, diciendo: "Apartaos de en medio de esta congregación, y

consumirélos en un momento."

No había culpabilidad de pecado en Moisés. Por tanto, no

temió ni se apresuró a irse para dejar que la congregación pereciera.

Moisés se demoró y con ello manifestó en esta temible crisis el

verdadero interés del pastor por el rebaño confiado a su cuidado.

529


Rogó para que la ira de Dios no destruyera totalmente al pueblo por

él escogido. Su intercesión impidió que el brazo de la venganza

acabara completamente con el desobediente y rebelde pueblo de

Israel.

Pero el ángel de la ira había salido; la plaga estaba haciendo su

obra de exterminio. Atendiendo a la orden de su hermano, Aarón

tomó un incensario, y con él se dirigió apresuradamente al medio de

la congregación, "e hizo expiación por el pueblo." "Y púsose entre

los muertos y los vivos." Mientras subía el humo de incienso,

también se elevaban a Dios las oraciones de Moisés en el

tabernáculo, y la plaga se detuvo; pero no antes que catorce mil

israelitas yacieran muertos, como evidencia de la culpabilidad que

entraña la murmuración y la rebelión.

Pero se dió otra prueba de que el sacerdocio se había instituído

en la familia de Aarón. Por orden divina cada tribu preparó una vara,

y escribió su nombre en ella. El nombre de Aarón estaba en la de

Leví. Las varas fueron colocadas en el tabernáculo, "delante del

testimonio." Véase Números 17. El florecimiento de cualquier vara

indicaría que Dios había escogido a esa tribu para el sacerdocio. A

la mañana siguiente "aconteció que ... vino Moisés al tabernáculo

del testimonio; y he aquí que la vara de Aarón de la casa de Leví

había brotado, y echado flores, y arrojado renuevos, y producido

almendras." Fué mostrada al pueblo, y colocada después en el

tabernáculo como testimonio para las generaciones venideras. El

milagro decidió definitivamente el asunto del sacerdocio.

530


Quedó plenamente probado que Moisés y Aarón habían

hablado por autoridad divina; y el pueblo se vió obligado a creer la

desagradable verdad de que había de morir en el desierto. "He aquí

nosotros somos muertos--dijeron,--perdidos somos, todos nosotros

somos perdidos." Confesaron que habían pecado al rebelarse contra

sus jefes, y que Coré y sus coasociados habían recibido de Dios un

castigo justo.

En la rebelión de Coré se ve en pequeña escala el desarrollo del

espíritu que llevó a Satanás a rebelarse en el cielo. El orgullo y la

ambición indujeron a Lucifer a quejarse contra el gobierno de Dios,

y a procurar derrocar el orden que había sido establecido en el cielo.

Desde su caída se ha propuesto inculcar el mismo espíritu de envidia

y descontento, la misma ambición de cargos y honores en las mentes

humanas. Así obró en el ánimo de Coré, Datán y Abiram, para

hacerles desear ser enaltecidos, y para incitar en ellos envidia,

desconfianza y rebelión. Satanás les hizo rechazar a Dios como su

jefe, al inducirlos a desechar a los hombres escogidos por el Señor.

No obstante, mientras que, murmurando contra Moisés y Aarón,

blasfemaban contra Dios, se hallaban tan seducidos que se creían

justos, y consideraban a los que habían reprendido fielmente su

pecado como inspirados por Satanás.

¿No subsisten aún los mismos males básicos que ocasionaron

la ruina de Coré? Abundan el orgullo y la ambición y cuando se

abrigan estas tendencias, abren la puerta a la envidia y la lucha por

la supremacía; el alma se aparta de Dios, e inconscientemente es

arrastrada a las filas de Satanás. Como Coré y sus compañeros,

531


muchos son hoy, aun entre quienes profesan ser seguidores de

Cristo, los que piensan, hacen planes y trabajan tan anhelosamente

por su propia exaltación, que para ganar la simpatía y el apoyo del

pueblo, están dispuestos a tergiversar la verdad, a calumniar y hablar

mal de los siervos del Señor, aun a atribuirles los motivos bajos y

ambiciosos que animan su propio corazón. A fuerza de reiterar la

mentira, y eso contra toda evidencia, llegan finalmente a creer que

es la verdad. Mientras procuran destruir la confianza del pueblo en

los hombres designados por Dios, creen estar realmente ocupados en

una buena obra y prestando servicio a Dios.

Los hebreos no querían someterse a la dirección y a las

restricciones del Señor. Estas los dejaban inquietos, y no querían

recibir reprensiones. Tal era el secreto de las murmuraciones de

ellos contra Moisés. Si se les hubiera dejado hacer su voluntad,

habría habido menos quejas contra su jefe. A través de toda la

historia de la iglesia, los siervos de Dios han tenido que arrostrar el

mismo espíritu.

Al ceder al pecado, los hombres dan a Satanás acceso a sus

mentes, y avanzan de una etapa de la maldad a otra. Al rechazar la

luz, la mente se obscurece y el corazón se endurece de tal manera

que les resulta más fácil dar el siguiente paso en el pecado y

rechazar una luz aun más clara, hasta que por fin sus hábitos de

hacer el mal se hacen permanentes. El pecado pierde para ellos su

carácter inicuo. El que predica fielmente la Palabra de Dios y así

condena a los pecados de ellos, es con demasiada frecuencia el

objeto directo de su odio. No queriendo soportar el dolor y el

532


sacrificio necesarios para reformarse, se vuelven contra los siervos

del Señor, y denuncian sus reprensiones como intempestivas y

severas. Como Coré, declaran que el pueblo no tiene culpa; quien lo

reprende es causa de toda la dificultad. Y aplacando su conciencia

con este engaño, los celosos y desconformes se combinan para

sembrar la discordia en la iglesia y debilitar las manos de los que

quieren engrandecerla.

Todo progreso alcanzado por aquellos a quienes Dios llamó a

dirigir su obra, despertó sospechas; cada una de sus acciones fué

falseada por críticos celosos. Así fué en tiempo de Lutero, Wesley y

otros reformadores, y así sucede hoy.

Coré no hubiera tomado el camino que siguió si hubiera sabido

que todas las instrucciones y reprensiones comunicadas a Israel

venían de Dios. Pero podría haberlo sabido. Dios había dado

evidencias abrumadoras de que dirigía a Israel. Pero Coré y sus

compañeros rechazaron la luz hasta quedar tan ciegos que las

manifestaciones más señaladas de su poder no bastaban ya para

convencerlos. Las atribuían todas a instrumentos humanos o

satánicos. Lo mismo hicieron los que, al día siguiente después de la

destrucción de Coré y sus asociados, fueron a Moisés y Aarón y les

dijeron: "Vosotros habéis muerto al pueblo de Jehová." A pesar de

que en la destrucción de los hombres que los sedujeron, habían

recibido las indicaciones más convincentes de cuánto desagradaba a

Dios el camino que llevaban, se atrevieron a atribuir sus juicios a

Satanás, declarando que por el poder de éste Moisés y Aarón habían

hecho morir hombres buenos y santos.

533


Este acto selló su perdición. Habían cometido el pecado contra

el Espíritu Santo, pecado que endurece definitivamente el corazón

del hombre contra la influencia de la gracia divina. "Cualquiera que

hablare contra el Hijo del hombre, le será perdonado: mas

cualquiera que hablare contra el Espíritu Santo, no le será

perdonado" (Mateo 12:32), dijo nuestro Salvador cuando las obras

de gracia que había realizado en virtud del poder de Dios fueron

atribuídas por los judíos a Belcebú. Por medio del Espíritu Santo es

cómo Dios se comunica con el hombre; y los que rechazan

deliberadamente este instrumento, considerándolo satánico, han

cortado el medio de comunicación entre el alma y el Cielo.

Por la manifestación de su Espíritu, Dios obra para reprender y

convencer al pecador; y si se rechaza finalmente la obra del Espíritu,

nada queda ya que Dios pueda hacer por el alma. Se empleó el

último recurso de la misericordia divina. El transgresor se aisló

totalmente de Dios; y el pecado no tiene ya cura. No hay ya reserva

de poder mediante la cual Dios pueda obrar para convencer y

convertir al pecador. "Déjalo" (Oseas 4:17), es la orden divina.

Entonces "ya no queda sacrificio por el pecado, sino una horrenda

esperanza de juicio, y hervor de fuego que ha de devorar a los

adversarios." Hebreos 10:26, 27.

534


Capítulo 36

En el desierto

Durante casi cuarenta años los hijos de Israel se pierden de

vista en la obscuridad del desierto. "Y los días--dice Moisés--que

anduvimos de Cades-barnea hasta que pasamos el arroyo de Zered,

fueron treinta y ocho años; hasta que se acabó toda la generación de

los hombres de guerra de en medio del campo, como Jehová les

había jurado. Y también la mano de Jehová fué sobre ellos para

destruirlos de en medio del campo, hasta acabarlos." Deuteronomio

2:14, 15.

Durante todos estos años se le recordó constantemente al

pueblo que estaba bajo la reprensión divina. En la rebelión de Cades

había rechazado a Dios y por el momento Dios lo había rechazado.

Puesto que los israelitas habían sido infieles a su pacto, no debían

recibir la señal de él, o sea el rito de la circuncisión. Su deseo de

regresar a la tierra de su esclavitud había demostrado que eran

indignos de la libertad, y por consiguiente, no se había de observar

la Pascua, instituída para conmemorar su liberación de la esclavitud.

No obstante, el hecho de que subsistía el servicio del

tabernáculo atestiguaba que Dios no había abandonado totalmente a

su pueblo. Su providencia seguía supliendo sus necesidades.

"Jehová tu Dios te ha bendecido en toda obra de tus manos--dijo

Moisés, al repasar la historia de su peregrinaje:--él sabe que andas

535


por este gran desierto; estos cuarenta años Jehová fué contigo; y

ninguna cosa te ha faltado." Vers. 2. Y el himno de los levitas,

conservado por Nehemías, describe vívidamente el cuidado de Dios

por Israel, aun durante aquellos años cuando estaban desechados y

desterrados: "Tú, con todo, por tus muchas misericordias no los

abandonaste en el desierto: la columna de nube no se apartó de ellos

de día, para guiarlos por el camino, ni la columna de fuego de

noche, para alumbrarles el camino por el cual habían de ir. Y diste

tu Espíritu bueno para enseñarlos, y no retiraste tu maná de su boca,

y agua les diste en su sed. Y sustentástelos cuarenta años en el

desierto; de ninguna cosa tuvieron necesidad: sus vestidos no se

envejecieron, ni se hincharon sus pies." Nehemías 9:19-21.

Las peregrinaciones por el desierto fueron ordenadas no

solamente como castigo para los rebeldes y murmuradores, sino que

habían de servir también como disciplina para la nueva generación

que se iba desarrollando, a fin de prepararla para su entrada en la

tierra prometida. Moisés le dijo: "Como castiga el hombre a su hijo,

así Jehová tu Dios te castiga," "para afligirte, por probarte, para

saber lo que estaba en tu corazón, si habías de guardar o no sus

mandamientos. Y te afligió, e hízote tener hambre, y te sustentó con

maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido;

para hacerte saber que el hombre no vivirá de sólo pan, mas de toda

palabra que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre."

Deuteronomio 8:5, 2, 3.

"Hallólo en tierra de desierto, y en desierto horrible y yermo;

trájolo alrededor, instruyólo, gardólo como la niña de su ojo." "En

536


toda angustia de ellos él fué angustiado, y el ángel de su faz los

salvó: en su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo, y los

levantó todos los días del siglo." Deuteronomio 32:10; Isaías 63:9.

No obstante, los únicos anales que tenemos de su vida en el

desierto presentan ejemplos de rebelión contra Dios. La rebelión de

Coré resultó en la destrucción de catorce mil israelitas. Y hubo casos

aislados reveladores del mismo espíritu de menosprecio por la

autoridad divina.

En cierta ocasión el hijo de una israelita y un egipcio, uno de

los miembros del populacho mixto que había salido de Egipto con

Israel, abandonando la parte del campamento que le era asignada,

entró en la de los israelitas y aseveró tener derecho a levantar su

tienda allí. La ley divina se lo prohibía, pues los descendientes de un

egipcio estaban excluídos de la congregación hasta la tercera

generación. Se entabló una disputa entre él y un israelita, y

habiéndose presentado el asunto a los jueces, el fallo fué adverso al

transgresor.

Enfurecido por esta decisión maldijo al juez, y en el ardor de su

ira blasfemó contra el nombre de Dios. Inmediatamente se le llevó

ante Moisés. Se había dado el mandamiento: "El que maldijere a su

padre o a su madre, morirá;" pero no se había dictado medida

aplicable a este caso. Era tan terrible este delito que era necesaria la

dirección especial de Dios para resolver lo procedente. Se puso al

hombre bajo custodia mientras se averiguaba cuál era la voluntad

del Señor. Dios mismo pronunció la sentencia; y por orden divina se

537


condujo al blasfemador fuera del campamento, y allí se le dió

muerte por apedreamiento. Los que habían presenciado el pecado

colocaron las manos sobre la cabeza de él, atestiguando así

solemnemente la veracidad del cargo que se le hacía. Luego le

tiraron las primeras piedras, y el pueblo que estaba cerca participó

después en la ejecución de la sentencia.

A esto siguió la promulgación de una nueva ley que había de

aplicarse a ofensas semejantes: "Y a los hijos de Israel hablarás,

diciendo: Cualquiera que maldijere a su Dios, llevará su iniquidad.

Y el que blasfemare el nombre de Jehová, ha de ser muerto; toda la

congregación lo apedreará: así el extranjero como el natural, si

blasfemare el Nombre, que muera." Éxodo 21:17.

Hay quienes expresan dudas acerca del amor y la justicia de

Dios al aplicar un castigo tan severo por un delito consistente en

palabras habladas en un momento de acaloramiento. Pero tanto el

amor como la justicia exigen que se demuestre que las palabras

inspiradas por la malicia contra Dios constituyen un gran pecado. El

castigo que se le impuso al primer ofensor había de advertir a los

demás que el nombre de Dios debe reverenciarse. Pero si el pecado

de este hombre hubiese quedado impune, otros se habrían

desmoralizado; y como resultado eventual habría sido necesario

sacrificar muchas vidas.

La "multitud mixta" que acompañaba a los israelitas desde

Egipto daba continuamente origen a dificultades y tentaciones. Los

que la componían decían haber renunciado a la idolatría y

538


profesaban adorar al Dios verdadero; pero su educación y disciplina

anteriores habían moldeado sus hábitos y sus caracteres, de modo

que en mayor o menor medida estaban corrompidos por la idolatría

y la irreverencia hacia Dios. Ellos eran los que más a menudo

suscitaban contiendas; eran los primeros en quejarse, y corrompían

el campamento con sus prácticas idólatras y sus murmuraciones

contra Dios. Poco después del regreso al desierto, ocurrió un

ejemplo de violación del sábado, en circunstancias que dieron

especial culpabilidad al caso. Al anunciar el Señor que desheredaría

a Israel, se despertó un espíritu de rebelión. Un hombre del pueblo,

airado por haber sido excluído de Canaán, resolvió desafiar

abiertamente la ley de Dios, y se atrevió a violar públicamente el

cuarto mandamiento, saliendo a recoger leña en sábado. Se había

prohibido terminantemente encender fuego el séptimo día durante la

estada en el desierto. La prohibición no había de extenderse a la

tierra de Canaán, donde la severidad del clima haría a menudo

necesario que se tuviese fuego; pero éste no se necesitaba en el

desierto para calentarse. El acto llevado a cabo por este hombre era

una violación voluntaria y deliberada del cuarto mandamiento. Era

un pecado, no de negligencia, sino de presunción.

Se le sorprendió mientras lo cometía, y se le llevó ante Moisés.

Ya se había declarado que la violación del sábado sería castigada de

muerte; pero aun no se había revelado cómo debía ejecutarse la

pena. Moisés presentó el caso al Señor, y se le dió la orden:

"Irremisiblemente muera aquel hombre; apedréelo con piedras toda

la congregación fuera del campo." Números 15:35. Los pecados de

blasfemia y violación voluntaria del sábado recibieron el mismo

539


castigo, pues eran ambos una expresión de menosprecio por la

autoridad de Dios.

En nuestros días, muchos rechazan el sábado de la creación

como si fuese una institución judaica, y alegan que si se lo ha de

guardar debe aplicarse la pena capital por su violación; pero vemos

que la blasfemia recibió el mismo castigo que la violación del

sábado. ¿Hemos de concluir, por lo tanto, que el tercer mandamiento

también se ha de poner a un lado como algo que se aplica solamente

a los judíos? Sin embargo, el argumento que se basa en la pena de

muerte es tan aplicable al tercer mandamiento, al quinto, o a casi

todos los diez mandamientos, como al cuarto. Aunque Dios no

castigue la transgresión de su ley con penas temporales, su Palabra

declara que la paga del pecado es la muerte; y en la ejecución final

del juicio se descubrirá que la muerte es el destino de los

transgresores de su santa ley.

Durante los cuarenta años que los israelitas permanecieron en

el desierto, el milagro del maná les recordó cada semana la

obligación sagrada del sábado. Sin embargo, ni aun esto les inducía

a obedecer. Aunque no se atrevían a cometer transgresiones tan

osadas como la que recibiera tan señalado castigo, eran sin embargo

muy negligentes en la observancia del cuarto mandamiento. Dios

declara por medio de su profeta: "Mis sábados profanaron en gran

manera." Véase Ezequiel 20:13-24. Y esto se enumeró entre los

motivos por los cuales se excluía a la primera generación de la tierra

prometida. Pero sus hijos no aprendieron la lección. Tal fué su

negligencia del sábado durante los cuarenta años de peregrinaciones,

540


que a pesar de que Dios no les impidió entrar en Canaán, declaró

que serían diseminados entre los paganos después de establecerse en

la tierra prometida.

De Cades los hijos de Israel habían regresado al desierto; y una

vez terminada su estada allí, "llegaron ... toda la congregación, al

desierto de Zin, en el mes primero, y asentó el pueblo en Cades."

Números 20:1.

Allí murió y fué sepultada María. Tal fué la suerte de los

millones que con grandes esperanzas salieron de Egipto. De la

escena de regocijo a orillas del mar Rojo, cuando Israel salió con

cantos y danzas a celebrar el triunfo de Jehová, llegaron a la

sepultura del desierto, fin de toda una vida de peregrinación. El

pecado había arrebatado de sus labios la copa de la bendición.

¿Aprendería la próxima generación la lección?

"Con todo esto pecaron aún, y no dieron crédito a sus

maravillas.... Si los mataba, entonces buscaban a Dios; entonces se

volvían solícitos en busca suya. Y acordábanse que Dios era su

refugio, y el Dios Alto su redentor." Pero no se volvían a Dios con

un propósito sincero. Aunque al verse atacados y amenazados por

sus enemigos, pedían la ayuda del único que podía librarlos, "sus

corazones no eran rectos con él, ni estuvieron firmes en su pacto.

Empero él misericordioso, perdonaba la maldad, y no los destruía: y

abundó para apartar su ira.... Y acordóse que eran carne; soplo que

va y no vuelve." Salmos 78:32-35, 37-39.

541


Capítulo 37

La roca herida

De la roca que Moisés hirió, brotó primeramente el arroyo de

agua viva que refrescó a Israel en el desierto. Durante todas sus

peregrinaciones, doquiera fuese necesario, un milagro de la

misericordia de Dios les proporcionó agua. Pero las aguas no

siguieron fluyendo de Horeb. Dondequiera que les hacía falta agua

en su peregrinaje, fluía de las hendiduras de las rocas y corría al lado

de su campamento.

Cristo era quien, por el poder de su palabra, hacía fluir el

arroyo refrescante para Israel. "Bebían de la piedra espiritual que los

seguía, y la piedra era Cristo." El era la fuente de todas las

bendiciones, tanto temporales como también espirituales. Cristo, la

Roca verdadera, los acompañó en toda su peregrinación. "No

tuvieron sed cuando los llevó por los desiertos; hízoles correr agua

de la piedra; cortó la peña, y corrieron aguas." "Abrió la peña, y

fluyeron aguas; corrieron por los secadales como un río." 1

Corintios 10:4; Isaías 48:21; Salmos 105:41.

La roca herida era una figura de Cristo, y mediante este

símbolo se enseñan las más preciosas verdades espirituales. Así

como las aguas vivificadoras fluían de la roca herida, de Cristo,

"herido de Dios y abatido," "herido ... por nuestras rebeliones,

molido por nuestros pecados," fluye la corriente de la salvación para

542


una raza perdida. Como la roca fué herida una vez, así también

Cristo había de ser "ofrecido una vez para agotar los pecados de

muchos." Isaías 53:4, 5; Hebreos 9:28. Nuestro Salvador no había de

ser sacrificado una segunda vez; y solamente es necesario para los

que buscan las bendiciones de su gracia que las pidan en el nombre

de Jesús, exhalando los deseos de su corazón en oración penitente.

La tal oración presentará al Señor de los ejércitos las heridas de

Jesús, y entonces brotará de nuevo la sangre vivificante, simbolizada

por la corriente de agua viva que fluía para Israel.

Una vez establecidos en Canaán, los israelitas se

acostumbraron a celebrar con demostraciones de gran regocijo el

flujo del agua de la roca en el desierto. En la época de Cristo esta

celebración se había convertido en una ceremonia muy

impresionante. Se realizaba en ocasión de la fiesta de las cabañas,

cuando el pueblo de todo el país se congregaba en Jerusalén.

Durante los siete días de la fiesta los sacerdotes salían cada día

acompañados de música y del coro de los levitas, a sacar en un

recipiente de oro agua de la fuente de Siloé. Iban seguidos por

grandes multitudes de adoradores, de los cuales tantos como podían

acercarse al agua bebían de ella, mientras se elevaban los acordes

llenos de júbilo: "Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la

salud." Isaías 12:3. Luego el agua sacada por los sacerdotes era

conducida al templo en medio de la algazara de las trompetas y de

los cantos solemnes: "Nuestros pies estuvieron en tus puertas, oh

Jerusalem." Salmos 122:2. El agua se derramaba sobre el altar del

holocausto, mientras que repercutían los cantos de alabanza y las

multitudes se unían en coros triunfales acompañados por

543


instrumentos de música y trompetas de tono profundo.

El Salvador utilizó este servicio simbólico para dirigir la

atención del pueblo a las bendiciones que él había venido a traerles.

"En el postrer día grande de la fiesta" se oyó su voz en tono que

resonó por todos los ámbitos del templo, diciendo: "Si alguno tiene

sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura,

ríos de agua viva correrán de su vientre." "Y esto--dice Juan--dijo

del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él." Juan 7:37-

39. El agua refrescante que brota en tierra seca y estéril, hace

florecer el desierto y fluye para dar vida a los que perecen, es un

emblema de la gracia divina que sólo Cristo puede conceder, y que,

como agua viva, purifica, refrigera y fortalece el alma. Aquel en

quien mora Cristo tiene dentro de sí una fuente eterna de gracia y

fortaleza. Jesús alegra la vida y alumbra el sendero de todos aquellos

que le buscan de todo corazón. Su amor, recibido en el corazón, se

manifestará en buenas obras para la vida eterna. Y no sólo bendice

al alma de la cual brota, sino que la corriente viva fluirá en palabras

y acciones justas, para refrescar a los sedientos que la rodean.

Cristo empleó la misma figura en su conversación con la mujer

de Samaria al lado del pozo de Jacob: "Mas el que bebiere del agua

que yo le daré, para siempre no tendrá sed; mas el agua que yo le

daré, será en él una fuente de agua que salte para vida eterna." Juan

4:14. Cristo combina los dos símbolos. El es la roca y es el agua

viva.

Las mismas figuras, bellas y expresivas, se conservan en toda

544


la Biblia. Muchos siglos antes que viniera Cristo, Moisés le señaló

como la roca de la salvación de Israel (Deuteronomio 32:15); el

salmista cantó sus loores, y le llamó "roca mía y redentor mío," "la

roca de mi fortaleza," "peña más alta que yo," "mi roca y mi

fortaleza," "roca de mi corazón y mi porción," la "roca de mi

confianza." En los cánticos de David su gracia es presentada como

"aguas de reposo" en "delicados pastos," hacia los cuales el Pastor

divino guía su rebaño. Y también dice: "Tú los abrevarás del

torrente de tus delicias. Porque contigo está el manantial de la vida."

Y el sabio declara: "Arroyo revertiente" es "la fuente de la

sabiduría." Para Jeremías, Cristo es la "fuente de agua viva;" para

Zacarías un "manantial abierto ... para el pecado y la inmundicia."

Salmos 19:14; 62:7; 61:2; 71:3; 73:26; 94:22; 23:2; 36:8, 9;

Proverbios 18:4; Jeremías 2:13; Zacarías 13:1.

Isaías lo describe como "la Roca de la eternidad," como

"sombra de gran peñasco en tierra calurosa." Y al anotar la preciosa

promesa evoca el recuerdo del arroyo vivo que fluía para Israel:

"Los afligidos y menesterosos buscan las aguas, que no hay; secóse

de sed su lengua; yo Jehová los oiré, yo el Dios de Israel no los

desampararé." "Porque yo derramaré aguas sobre el secadal, y ríos

sobre la tierra árida." "Porque aguas serán cavadas en el desierto, y

torrentes en la soledad." Se extiende la invitación "a todos los

sedientos: Venid a las aguas." Y esta invitación se repite en las

últimas páginas de la santa Palabra. El río del agua de vida,

"resplandeciente como cristal," emana del trono de Dios y del

Cordero; y la misericordiosa invitación repercute a través de los

siglos: "El que tiene sed, venga: y el que quiere, tome del agua de la

545


vida de balde." Isaías 26:4 (VM); 32:2; 41:17; 44:3; 35:6; 55:1;

Apocalipsis 22:17.

Precisamente antes de que la hueste hebrea llegara a Cades,

dejó de fluir el arroyo de agua viva que por tantos años había

brotado y corrido a un lado del campamento. El Señor quería probar

de nuevo a su pueblo. Quería ver si habría de confiar en su

providencia o imitaría la incredulidad de sus padres.

Tenían ahora a la vista las colinas de Canaán. Unos pocos días

de camino los llevarían a las fronteras de la tierra prometida. Se

hallaban a poca distancia de Edom, la tierra que pertenecía a los

descendientes de Esaú, a través de la cual pasaba la ruta hacia

Canaán. A Moisés se le había dado la orden: "Volveos al aquilón. Y

manda al pueblo, diciendo: Pasando vosotros por el término de

vuestros hermanos los hijos de Esaú, que habitan en Seír, ellos

tendrán miedo de vosotros.... Compraréis de ellos por dinero las

viandas, y comeréis; y también compraréis de ellos el agua, y

beberéis." Deuteronomio 2:3-6. Estas instrucciones debieran haber

bastado para explicarles por qué se les había cortado la provisión de

agua: estaban por cruzar un país bien regado y fértil, en camino

directo hacia la tierra de Canaán. Dios les había prometido que

pasarían sin molestias por Edom, y que tendrían oportunidad de

comprar alimentos y agua suficiente para suplir a toda la hueste. La

cesación del milagroso flujo de agua debiera haber sido motivo de

regocijo, una señal de que la peregrinación por el desierto había

terminado. Lo habrían comprendido si no los hubiera cegado la

incredulidad. Pero lo que debió ser evidencia de que se cumplía la

546


promesa de Dios, se hizo motivo de duda y murmuración. El pueblo

pareció haber renunciado a toda esperanza de que Dios lo pondría en

posesión de la tierra de Canaán, y clamó por las bendiciones del

desierto.

Antes de que Dios les permitiese entrar en la tierra de Canaán,

los israelitas debían demostrar que creían en su promesa. El agua

dejó de fluir antes que llegaran a Edom. Tuvieron pues, por lo

menos durante un corto tiempo, oportunidad de andar por la fe en

vez de andar confiados en lo que veían. Pero la primera prueba

despertó el mismo espíritu turbulento y desagradecido que habían

manifestado sus padres. En cuanto se oyó clamar por agua en el

campamento, se olvidaron de la mano que durante tantos años había

suplido sus necesidades, y en lugar de pedir ayuda a Dios,

murmuraron contra él, exclamando en su desesperación: "¡Ojalá que

nosotros hubiéramos muerto cuando perecieron nuestros hermanos

delante de Jehová!" Números 20:1-13. Es decir que desearon

haberse contado entre los que fueron destruidos en la rebelión de

Coré.

Sus clamores se dirigían contra Moisés y contra Aarón: "¿Por

qué hiciste venir la congregación de Jehová a este desierto, para que

muramos aquí nosotros y nuestras bestias? ¿Y por qué nos has

hecho subir de Egipto, para traernos a este mal lugar? No es lugar de

sementera, de higueras, de viñas, ni granadas: ni aun de agua para

beber."

Los jefes fueron a la puerta del tabernáculo, y se postraron.

547


Nuevamente "la gloria de Jehová apareció sobre ellos," y Moisés

recibió la orden: "Toma la vara, y reune la congregación, tú y Aarón

tu hermano, y hablad a la peña en ojos de ellos; y ella dará su agua,

y les sacarás agua de la peña."

Los dos hermanos se presentaron ante el pueblo, llevando

Moisés la vara de Dios en la mano. Ambos eran ya hombres muy

ancianos. Habían sobrellevado mucho tiempo la rebelión y la

testarudez de Israel; pero ahora por último aun la paciencia de

Moisés se agotó. "Oíd ahora, rebeldes--exclamó:--¿os hemos de

hacer salir aguas de esta peña?" Y en vez de hablar a la roca, como

Dios le había mandado, la hirió dos veces con la vara.

El agua brotó en abundancia para satisfacer a la hueste. Pero se

había cometido un gran agravio. Moisés había hablado, movido por

la irritación; sus palabras expresaban la pasión humana más bien que

una santa indignación porque Dios había sido deshonrado. "Oíd

ahora, rebeldes," había dicho. La acusación era veraz, pero ni aun la

verdad debe decirse apasionada o impacientemente. Cuando Dios le

había mandado a Moisés que acusara a los israelitas de rebelión, las

palabras habían sido dolorosas para él y difíciles de soportar para

ellos; sin embargo, Dios le había sostenido a él para dar el mensaje.

Pero cuando se arrogó la responsabilidad de acusarlos, contristó al

Espíritu de Dios y sólo le hizo daño al pueblo. Evidenció su falta de

paciencia y de dominio propio. Así dió al pueblo oportunidad de

dudar de que sus procedimientos anteriores hubieran sido dirigidos

por Dios, y de excusar sus propios pecados. Tanto Moisés como los

hijos de Israel habían ofendido a Dios. Su conducta, dijeron ellos,

548


había merecido desde un principio crítica y censura. Ahora habían

encontrado el pretexto que deseaban para rechazar todas las

reprensiones que Dios les había mandado por medio de su siervo.

Moisés demostró que desconfiaba de Dios. "¿Os hemos de

hacer salir aguas de esta peña?" preguntó él, como si el Señor no

fuera a cumplir lo que había prometido. "No creísteis en mí, para

santificarme en ojos de Israel," dijo el Señor a los dos hermanos.

Cuando el agua dejó de fluir y al oír las murmuraciones y la rebelión

del pueblo, vaciló la fe de ambos en el cumplimiento de las

promesas de Dios. La primera generación había sido condenada a

perecer en el desierto a causa de su incredulidad; pero se veía el

mismo espíritu en sus hijos. ¿Dejarían éstos también de recibir la

promesa? Cansados y desalentados, Moisés y Aarón no habían

hecho esfuerzo alguno para detener la corriente del sentimiento

popular. Si ellos mismos hubiesen manifestado una fe firme en Dios,

habrían podido presentar el asunto al pueblo en forma tal que lo

hubiera capacitado para soportar esta prueba. Por el ejercicio rápido

y decisivo de la autoridad que se les había otorgado como

magistrados, habrían sofocado la murmuración. Era su deber hacer

todo lo que estuviese a su alcance por crear un estado mejor de

cosas entre el pueblo antes de pedir a Dios que hiciera la obra por

ellos. Si en Cades se hubiese evitado a tiempo la murmuración,

¡cuántos males subsiguientes se habrían evitado!

Por su acto temerario Moisés restó fuerza a la lección que Dios

se proponía enseñar. Siendo la roca un símbolo de Cristo, había sido

herida una vez, como Cristo había de ser ofrecido una vez. La

549


segunda vez bastaba hablar a la roca, así como ahora sólo tenemos

que pedir las bendiciones en el nombre de Jesús. Al herir la roca por

segunda vez, se destruyó el significado de esta bella figura de

Cristo.

Más aún, Moisés y Aarón se habían arrogado un poder que sólo

pertenece a Dios. La necesidad de que Dios interviniera daba gran

solemnidad a la ocasión, y los jefes de Israel debieran haberse valido

de ella para inculcar en la gente reverencia hacia Dios y fortalecer su

fe en el poder y la bondad de Dios. Cuando exclamaron

airadamente: "¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?" se

pusieron en lugar de Dios, como si dispusieran de poder ellos

mismos, seres sujetos a las debilidades y pasiones humanas.

Abrumado por la continua murmuración y rebelión del pueblo,

Moisés perdió de vista a su Ayudador Omnipotente, y sin la fuerza

divina se le dejó manchar su foja de servicios por una manifestación

de debilidad humana. El hombre que hubiera podido conservarse

puro, firme y desinteresado hasta el final de su obra, fué vencido por

último. Dios quedó deshonrado ante la congregación de Israel,

cuando debió ser engrandecido y ensalzado.

En esta ocasión, Dios no dictó juicios contra los impíos cuyo

procedimiento inicuo había provocado tanta ira en Moisés y Aarón.

Toda la reprensión cayó sobre los dos jefes. Los que representaban a

Dios no le habían honrado. Moisés y Aarón se habían sentido

agraviados, y no habían tenido en cuenta que las murmuraciones del

pueblo no eran contra ellos, sino contra Dios. Por mirar a sí mismos

y apelar a sus propias simpatías, habían caído inconscientemente en

550


pecado, y no expusieron al pueblo la gran culpabilidad en que había

incurrido ante Dios.

Amargo y profundamente humillante fué el juicio que se

pronunció en seguida. "Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto

no creísteis en mí, para santificarme en ojos de los hijos de Israel,

por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he

dado." Juntamente con el rebelde Israel, habrían de morir antes de

que se cruzara el Jordán. Si Moisés y Aarón se hubieran tenido en

alta estima o si hubieran dado rienda suelta a un espíritu apasionado

frente a la amonestación y reprensión divinas, su culpa habría sido

mucho mayor. Pero no se los podía acusar de haber pecado

intencionada y deliberadamente; habían sido vencidos por una

tentación repentina, y su contrición fué inmediata y de todo corazón.

El Señor aceptó su arrepentimiento, aunque, a causa del daño que su

pecado pudiera ocasionar entre el pueblo, no podía remitir el

castigo.

Moisés no ocultó su sentencia, sino que le dijo al pueblo que

por no haber atribuído la gloria a Dios, no lo podría introducir en la

tierra prometida. Lo invitó a que notara cuán severo era el castigo

que se le infligía, y luego considerara cómo debía de juzgar Dios sus

murmuraciones y su modo de atribuir a un simple hombre los juicios

que habían merecido todos por sus pecados. Les explicó cómo había

suplicado a Dios que le remitiera la sentencia y ello le había sido

negado. "Mas Jehová se había enojado contra mí por causa de

vosotros--dijo,--por lo cual no me oyó." Deuteronomio 3:26.

551


Cada vez que se vieran en dificultad o prueba, los israelitas

habían estado dispuestos a culpar a Moisés por haberlos sacado de

Egipto, como si Dios no hubiese intervenido en el asunto. Durante

toda su peregrinación, cuando se quejaban de las dificultades del

camino y murmuraban contra sus jefes, Moisés les decía: "Vuestra

murmuración se dirige contra Dios. El, y no yo, es quien os libró."

Pero con sus palabras precipitadas ante la roca: "¿Os hemos de hacer

salir aguas?" admitía virtualmente el cargo que ellos le hacían, y con

ello los habría de confirmar en su incredulidad y justificaría sus

murmuraciones. El.Señor quería eliminar para siempre de su mente

esta impresión al prohibir a Moisés que entrara en la tierra

prometida. Ello probaba en forma inequívoca que su caudillo no era

Moisés, sino el poderoso Angel de quien el Señor había dicho: "He

aquí yo envío el Angel delante de ti para que te guarde en el camino,

y te introduzca en el lugar que yo he preparado. Guárdate delante de

él, y oye su voz ... porque mi nombre está en él." Éxodo 23:20, 21.

"Jehová se había enojado contra mí por causa de vosotros," dijo

Moisés. Todos los ojos de Israel estaban fijos en Moisés, y su

pecado arrojaba una sombra sobre Dios, que le había escogido como

jefe de su pueblo. Toda la congregación sabía de la transgresión; y si

se la hubiera pasado por alto como cosa sin importancia, se habría

creado la impresión de que bajo una gran provocación la

incredulidad y la impaciencia podían excusarse entre aquellos que

ocupaban elevados cargos de responsabilidad. Pero cuando se

declaró que, a causa de aquel pecado único, Moisés y Aarón no

habrían de entrar en Canaán, el pueblo se dió cuenta de que Dios no

hace acepción de personas, sino que ciertamente castiga al

552


transgresor.

La historia de Israel debía escribirse para la instrucción y

advertencia de las generaciones venideras. Los hombres de todos los

tiempos habrían de ver en el Dios del cielo a un Soberano imparcial

que en ningún caso justifica el pecado. Pero pocos se dan cuenta de

la excesiva gravedad del pecado. Los hombres se lisonjean de que

Dios es demasiado bueno para castigar al transgresor. Sin embargo,

a la luz de la historia bíblica es evidente que la bondad de Dios y su

amor le compelen a tratar el pecado como un mal fatal para la paz y

la felicidad del universo.

Ni siquiera la integridad y la fidelidad de Moisés pudieron

evitarle la retribución que merecía su culpa. Dios había perdonado al

pueblo transgresiones mayores; pero no podía tratar el pecado de los

caudillos como el de los acaudillados. Había honrado a Moisés por

sobre todos los hombres de la tierra. Le había revelado su gloria, y

por su intermedio había comunicado sus estatutos a Israel. El hecho

de que Moisés había gozado de grandes luces y conocimientos,

agravaba tanto más su pecado. La fidelidad de tiempos pasados no

expiará una sola mala acción. Cuanto mayores sean las luces y los

privilegios otorgados al hombre, tanto mayor será su

responsabilidad, tanto más graves sus fracasos y faltas, y tanto

mayor su castigo.

Según el juicio humano, Moisés no era culpable de un gran

crimen; su pecado era una falta común. El salmista dice que "habló

inconsideradamente con sus labios." Salmos 106:33 (VM). En

553


opinión de los hombres, ello puede parecer cosa ligera; pero si Dios

trató tan severamente este pecado en su siervo más fiel y honrado,

no lo disculpará ciertamente en otros. El espíritu de ensalzamiento

propio, la inclinación a censurar a nuestros hermanos, desagrada

sumamente a Dios. Los que se dejan dominar por estos males

arrojan dudas sobre la obra de Dios, y dan a los escépticos motivos

para disculpar su incredulidad. Cuanto más importante sea el cargo

de uno, y tanto mayor sea su influencia, tanto más necesitará

cultivar la paciencia y la humildad.

Si los hijos de Dios, especialmente los que ocupan puestos de

responsabilidad, se dejan inducir a atribuirse la gloria que sólo a

Dios se debe, Satanás se regocija. Ha ganado una victoria. Así fué

cómo él cayó, y así es cómo obtiene el mayor éxito en sus

tentaciones para arruinar a otros. Para ponernos precisamente en

guardia contra sus artimañas, Dios nos ha dado en su Palabra

muchas lecciones que recalcan el peligro del ensalzamiento propio.

No hay en nuestra naturaleza impulso alguno ni facultad mental o

tendencia del corazón, que no necesite estar en todo momento bajo

el dominio del Espíritu de Dios. No hay bendición alguna otorgada

por Dios al hombre, ni prueba permitida por él, que Satanás no

pueda ni desee aprovechar para tentar, acosar y destruir el alma, si le

damos la menor ventaja. En consecuencia, por grande que sea la luz

espiritual de uno, por mucho que goce del favor y de las bendiciones

divinas, debe andar siempre humildemente ante el Señor, y suplicar

con fe a Dios que dirija cada uno de sus pensamientos y domine

cada uno de sus impulsos.

554


Todos los que profesan la vida piadosa tienen la más sagrada

obligación de guardar su espíritu y de dominarse ante las mayores

provocaciones. Las cargas impuestas a Moisés eran muy grandes;

pocos hombres fueron jamás probados tan severamente como lo fué

él; sin embargo, ello no excusó su pecado. Dios proveyó

ampliamente en favor de sus hijos; y si ellos confían en su poder,

nunca serán juguete de las circunstancias. Ni aun las mayores

tentaciones pueden excusar el pecado. Por intensa que sea la presión

ejercida sobre el alma, la transgresión es siempre un acto nuestro.

No puede la tierra ni el infierno obligar a nadie a que haga el mal.

Satanás nos ataca en nuestros puntos débiles, pero no es preciso que

nos venza. Por severo o inesperado que sea el asalto, Dios ha

provisto ayuda para nosotros, y mediante su poder podemos ser

vencedores.

555


Capítulo 38

El viaje alrededor de Edom

El campamento de Israel en Cades estaba a poca distancia de

los límites de Edom, y tanto Moisés como el pueblo tenían muchos

deseos de cruzar ese territorio para ir a la tierra prometida; así que,

tal como Dios les había mandado, enviaron este mensaje al rey de

Edom:

"Así dice Israel tu hermano: Tú has sabido todo el trabajo que

nos ha venido: cómo nuestros padres descendieron a Egipto, y

estuvimos en Egipto largo tiempo, y los Egipcios nos maltrataron, y

a nuestros padres; y clamamos a Jehová, el cual oyó nuestra voz, y

envió ángel, y sacónos de Egipto; y he aquí estamos en Cades,

ciudad al extremo de tus confines: rogámoste que pasemos por tu

tierra; no pasaremos por labranza, ni por viña, ni beberemos agua de

pozos: por el camino real iremos, sin apartarnos a la diestra ni a la

siniestra, hasta que hayamos pasado tu término." Números 20:14-20.

Como contestación a esta petición cortés, recibieron una

negativa amenazadora: "No pasarás por mi país, de otra manera

saldré contra ti armado."

Sorprendidos por esta negativa, los jefes de Israel enviaron otra

súplica al rey, con la promesa: "Por el camino seguido iremos; y si

bebiéremos tus aguas yo y mis ganados, daré el precio de ellas:

556


ciertamente sin hacer otra cosa, pasaré de seguida."

La contestación fué: "No pasarás." Ya había grupos de

edomitas armados en los pasos dificultosos, de manera que cualquier

avance pacífico en esa dirección era imposible, y se les había

prohibido a los hebreos recurrir a la fuerza para lograr su fin. Tenían

que hacer un largo rodeo alrededor de la tierra de Edom.

Si, cuando se le probó, el pueblo hubiera confiado en Dios, el

Capitán de la hueste de Jehová la habría guiado a través de Edom, y

el temor de ella se habría apoderado de los habitantes de la tierra, de

tal manera que, en vez de manifestarles hostilidad, les hubieran

hecho favores. Pero los israelitas no obraron inmediatamente según

la palabra de Dios, y mientras se quejaban y murmuraban, pasó la

oportunidad preciosa. Cuando por último estuvieron dispuestos a

presentar su petición al rey, recibieron una negativa. Desde que

salieron de Egipto, Satanás estuvo empeñado en poner obstáculos y

tentaciones en su camino, para que no llegaran a heredar la tierra de

Canaán. Y por su propia incredulidad le habían permitido varias

veces que resistiese a los propósitos de Dios.

Es importante creer en la palabra de Dios y actuar de acuerdo a

ella en seguida, mientras los ángeles están esperando para obrar en

nuestro favor. Los ángeles malos están siempre listos para disputar

todo paso hacia adelante. Y cuando la providencia de Dios manda a

sus hijos que avancen, cuando él está dispuesto a hacer grandes

cosas para ellos, Satanás los tienta a que desagraden al Señor por su

vacilación y tardanza; trata de encender un espíritu de contienda y

557


de despertar murmuraciones o incredulidad, a fin de privarlos de las

bendiciones que Dios desea otorgarles. Los siervos de Dios deben

ser como milicianos, siempre dispuestos a avanzar tan pronto como

su providencia les abra el camino. Cualquier tardanza que haya de

su parte da tiempo a que Satanás obre para derrotarlos.

En las instrucciones que se le dieron primeramente a Moisés

tocante al paso de los israelitas por Edom, después de declarar que

los edomitas les tendrían temor, el Señor prohibió a su pueblo que se

valiera de esta ventaja. No debían los hebreos saquear a Edom por el

hecho de que los favorecía el poder de Dios y de que los temores de

los edomitas hacían de ellos una presa fácil. El mandamiento que se

les dió fué: "Vosotros guardaos mucho: no os metáis con ellos; que

no os daré de su tierra ni aun la holladura de la planta de un pie;

porque yo he dado por heredad a Esaú el monte de Seír."

Deuteronomio 2:4, 5. Los edomitas eran descendientes de Abrahán e

Isaac, y por amor a estos siervos suyos, Dios había sido favorable a

los hijos de Esaú. Les había dado el monte de Seír como posesión, y

no se los había de perturbar a menos que por sus pecados se

colocaran fuera del alcance de su misericordia. Los hebreos habían

de desposeer y destruir totalmente a los habitantes de Canaán, que

habían colmado la medida de sus iniquidades; pero los edomitas

vivían todavía su tiempo de gracia, por lo cual debían ser tratados

misericordiosamente. Dios se complace en la misericordia y

manifiesta su compasión antes de aplicar sus juicios. Enseñó a los

israelitas a pasar sin hacer daño a Edom, antes de exigirles que

destruyeran a los habitantes de Canaán.

558


Los antepasados de Edom y de Israel eran hermanos, y

debieran haber reinado entre ellos la bondad y la cortesía fraternal.

Se les prohibió a los israelitas que vengaran entonces o en cualquier

momento futuro, la afrenta que se les había hecho al negarles el paso

por la tierra. No debían contar con poseer parte alguna de la tierra de

Edom. Aunque los israelitas eran el pueblo escogido y favorecido de

Dios, debían obedecer todas las restricciones que él les imponía.

Dios les había prometido una buena herencia; pero no habían de

creer por eso que ellos eran los únicos que tenían derechos en la

tierra, ni tratar de expulsar a todos los demás. Se les ordenó que al

tratar con los edomitas no les hiciesen injusticia. Habían de

comerciar con ellos, comprarles lo que necesitaran y pagar

puntualmente por todo lo que recibieran. Como aliciente para que

Israel confiara en Dios y obedeciera a su palabra, se le recordó:

"Jehová tu Dios te ha bendecido en toda obra de tus manos,... y

ninguna cosa te ha faltado." Deuteronomio 2:7. Israel no dependía

de los edomitas, pues tenía un Dios rico y abundante en recursos.

Nada debía procurar de ellos por la fuerza o el fraude, sino que más

bien en todas sus relaciones debía poner en práctica este principio de

la ley divina: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo."

Si los hebreos hubiesen cruzado Edom como Dios se había

propuesto, su paso habría resultado en una bendición, no sólo para

ellos, sino también para los habitantes de la tierra; pues les habría

permitido conocer al pueblo de Dios y su culto, y ver cómo el Dios

de Jacob había prosperado a los que le amaban y le temían. Pero la

incredulidad de Israel había impedido todo esto. Dios le había dado

al pueblo agua en contestación a sus clamores, pero hubo de dejar

559


que de su incredulidad proviniera su castigo. Nuevamente debían

cruzar el desierto y saciar su sed en la fuente milagrosa que no

habrían necesitado más si tan sólo hubieran confiado en él.

Las huestes de Israel se encaminaron, pues, nuevamente hacia

el sur por tierras estériles, que les parecían aún más áridas después

de haber obtenido vislumbres de los campos verdes entre las colinas

y los valles de Edom. En la sierra que domina este sombrío desierto,

se levanta el monte Hor, en cuya cima había de morir y ser

sepultado Aarón. Cuando los israelitas llegaron a este monte, recibió

Moisés la siguiente orden divina: "Toma a Aarón y a Eleazar su

hijo, y hazlos subir al monte de Hor, y haz desnudar a Aarón sus

vestidos, y viste de ellos a Eleazar su hijo; porque Aarón será

reunido a sus pueblos, y allí morirá." Números 20:22-29.

Juntos los dos ancianos, acompañados del hombre más joven,

ascendieron trabajosamente a la cumbre del monte. La cabeza de

Moisés y de Aarón estaban ya blancas con la nieve de ciento veinte

inviernos. Su vida larga y llena de acontecimientos se había

distinguido por las pruebas más profundas y los mayores honores

que jamás le hayan tocado en suerte a ser humano alguno. Eran

hombres de gran capacidad natural, y todas sus facultades habían

sido desarrolladas, exaltadas y dignificadas por su comunión

constante con el Infinito. Habían dedicado toda su vida a trabajar

desinteresadamente para Dios y sus semejantes; sus semblantes

daban evidencia de mucho poder intelectual, firmeza, nobleza de

propósitos y fuertes afectos.

560


Durante muchos años, Moisés y Aarón habían caminado juntos,

ayudándose mutuamente en sus cuidados y en sus labores. Juntos

habían arrostrado innumerables peligros, y habían compartido la

señalada bendición de Dios; pero ya había llegado la hora en que

debían separarse. Marchaban lentamente, pues cada momento que

pasaban en su compañía mutua les resultaba sumamente precioso. El

ascenso era escarpado y penoso; y durante sus frecuentes paradas

para descansar, conversaban en perfecta comunión acerca del

pasado y del futuro. Ante ellos, hasta donde se perdía la vista, se

extendía el escenario de su peregrinación por el desierto. Abajo, en

la llanura, acampaban los vastos ejércitos de Israel, a los cuales

estos hombres escogidos habían dedicado la mejor parte de su vida;

por cuyo bienestar habían sentido tan profundo interés y habían

hecho tan grandes sacrificios. En algún sitio más allá de las

montañas de Edom, estaba la senda que conducía a la tierra

prometida, aquella tierra de cuyas bendiciones Moisés y Aarón no

gozarían. Ningún sentimiento rebelde había en su corazón. Ninguna

murmuración salió de sus labios, aunque una tristeza solemne

embargó sus semblantes cuando recordaron lo que les impedía llegar

a la herencia de sus padres.

La obra de Aarón en favor de Israel había terminado. Cuarenta

años antes, a la edad de ochenta y tres años, Dios le había llamado

para que se uniera a Moisés en su grande e importante misión. Había

cooperado con su hermano en la obra de sacar a los hijos de Israel

de Egipto. Había sostenido las manos del gran jefe cuando los

ejércitos hebreos luchaban denodadamente con Amalec. Se le había

permitido ascender al monte Sinaí, aproximarse a la presencia de

561


Dios y contemplar la divina gloria. El Señor había conferido el

sacerdocio a la familia de Aarón, y le había honrado con la santa

consagración de sumo sacerdote. Le había mantenido en su santo

cargo mediante las pavorosas manifestaciones del juicio divino en la

destrucción de Coré y su grupo. Gracias a la intercesión de Aarón se

detuvo la plaga. Cuando sus dos hijos fueron muertos por haber

desacatado el expreso mandamiento de Dios, él no se rebeló ni

siquiera murmuró. No obstante, la foja de servicios de su vida noble

había sido manchada. Aarón cometió un grave pecado cuando cedió

a los clamores del pueblo e hizo el becerro de oro en el Sinaí; y otra

vez cuando se unió a María en un arrebato de envidia y

murmuración contra Moisés. Y junto con Moisés ofendió al Señor

en Cades cuando violaron la orden de hablar a la roca para que diese

agua.

Dios quería que estos grandes caudillos de su pueblo

representasen a Cristo. Aarón llevaba el nombre de Israel en su

pecho. Comunicaba al pueblo la voluntad de Dios. Entraba al lugar

santísimo el día de la expiación, "no sin sangre," como mediador en

pro de todo Israel. De esa obra pasaba a bendecir a la congregación,

como Cristo vendrá a bendecir a su pueblo que le espera, cuando

termine la obra expiatoria que está haciendo en su favor. El exaltado

carácter de aquel santo cargo como representante de nuestro gran

Sumo Sacerdote, fué lo que hizo tan grave el pecado de Aarón en

Cades.

Con profunda tristeza, Moisés despojó a Aarón de sus santas

vestiduras y se las puso a Eleazar, quien llegó a ser así sucesor de su

562


padre por nombramiento divino. A causa del pecado que cometió en

Cades, se le negó a Aarón el privilegio de oficiar como sumo

sacerdote de Dios en Canaán, de ofrecer el primer sacrificio en la

buena tierra, y de consagrar así la herencia de Israel. Moisés había

de continuar llevando su carga de conducir al pueblo hasta los

mismos límites de Canaán. Había de llegar a ver la tierra prometida,

pero no había de entrar en ella. Si estos siervos de Dios, cuando

estaban frente a la roca de Cades, hubieran soportado sin

murmuración alguna la prueba a que allí se los sometió, ¡cuán

diferente habría sido su futuro! Jamás puede deshacerse una mala

acción. Puede suceder que el trabajo de toda una vida no recobre lo

que se perdió en un solo momento de tentación o aun de

negligencia.

El hecho de que faltaran del campamento los dos grandes jefes,

y de que los acompañara Eleazar, quien, como era bien sabido, había

de ser el sucesor de Aarón en el santo cargo, despertó un

sentimiento de aprensión; y se aguardó con ansiedad el regreso de

ellos. Cuando uno miraba en derredor suyo en aquella enorme

congregación, veía que casi todos los adultos que salieron de Egipto

habían perecido en el desierto. Un presentimiento tenebroso

embargó a todos cuando recordaron la sentencia pronunciada contra

Moisés y Aarón. Algunos estaban al tanto del objeto de aquel viaje

misterioso a la cima del monte Hor, y su preocupación por sus jefes

era intensificada por los amargos recuerdos y las acusaciones que se

dirigían a sí mismos.

Por fin, columbraron las siluetas de Moisés y Eleazar, que

563


descendían lentamente por la ladera del monte; pero Aarón no los

acompañaba. Eleazar tenía puestas las vestiduras sacerdotales y ello

mostraba que había sucedido a su padre en el santo cargo. Cuando el

pueblo, con pesadumbre en el corazón, se congregó alrededor de su

jefe, Moisés explicó que Aarón había muerto en sus brazos en el

monte Hor, y que allá se le había dado sepultura. La congregación

prorrumpió en llanto y en lamentación, pues todos amaban de

corazón a Aarón, aunque tan a menudo le habían causado dolor.

"Hiciéronle duelo por treinta días todas las familias de Israel."

Números 20:29.

Con respecto al entierro del sumo sacerdote de Israel las

Escrituras relatan sencillamente: "Allí murió Aarón, y allí fué

sepultado." Deuteronomio 10:6. ¡Qué contraste tan notable hay entre

este entierro, llevado a cabo de conformidad al mandamiento

expreso de Dios, con los que se acostumbran hoy día! En los

tiempos modernos las exequias de un hombre que ocupó una

posición elevada son a menudo motivo de demostraciones pomposas

y extravagantes. Cuando murió Aarón, uno de los hombres más

ilustres que alguna vez hayan vivido, presenciaron su muerte y

asistieron a su entierro solamente dos de sus deudos más cercanos.

Y aquella tumba solitaria en la cumbre de Hor quedó vedada para

siempre a los ojos de Israel. No se honra a Dios en las grandes

demostraciones que se hacen a veces a los muertos y en los gastos

extravagantes en que se incurre para devolver sus cuerpos al polvo.

Toda la congregación lloró a Aarón, pero nadie pudo sentir la

pérdida tan agudamente como Moisés. La muerte de Aarón

564


recordaba vigorosamente a Moisés que su propio fin se aproximaba;

pero por corto que fuera el tiempo que aun le tocara permanecer en

la tierra, sentía profundamente la pérdida de su constante

compañero, del que por tantos largos años había compartido sus

gozos y sus tristezas, sus esperanzas y sus temores. Moisés debía

ahora continuar la obra solo; pero sabía que Dios era su amigo, y en

él se apoyó tanto más.

Poco tiempo después de dejar el monte de Hor, los israelitas

sufrieron una derrota en el combate que sostuvieron contra Arad,

uno de los reyes cananeos. Pero como pidieron fervientemente la

ayuda de Dios, se les otorgó el apoyo divino, y sus enemigos fueron

derrotados. La victoria, en vez de inspirarles gratitud e inducirlos a

reconocer cuánto dependían de Dios, los volvió jactanciosos y

seguros de sí mismos. Pronto se entregaron de nuevo a su viejo

hábito de murmurar. Estaban ahora descontentos porque no se había

permitido a los ejércitos de Israel que avanzaran sobre Canaán

inmediatamente después de su rebelión al oír el informe de los

espías, casi cuarenta años antes. Consideraban su larga estada en el

desierto como una tardanza innecesaria y argüían que habrían

podido vencer a sus enemigos tan fácilmente antes como ahora.

Mientras continuaban su viaje hacia el sur, hubieron de pasar

por un valle ardiente y arenoso, sin sombra ni vegetación. El camino

parecía largo y trabajoso, y sufrían de cansancio y de sed.

Nuevamente no pudieron soportar la prueba de su fe y paciencia. Al

pensar a todas horas sólo en la fase triste y tenebrosa de cuanto

experimentaban, se fueron separando más y más de Dios. Perdieron

565


de vista el hecho de que si no hubieran murmurado cuando el agua

dejó de fluir en Cades, Dios les habría evitado el viaje alrededor de

Edom. Dios les deseaba cosas mejores. Debieran haber llenado su

corazón de gratitud hacia él porque les había infligido tan ligero

castigo por su pecado. En vez de hacerlo, se jactaron diciendo que si

Dios y Moisés no hubiesen intervenido, ahora estarían en posesión

de la tierra prometida. Después de acarrearse dificultades que les

hicieron la suerte mucho más difícil de lo que Dios se había

propuesto, le culparon a él de todas sus desgracias. Sintieron

amargura con respecto al trato de Dios con ellos, y por último,

sintieron descontento por todo. Egipto les parecía más halagüeño y

deseable que la libertad y la tierra a la cual Dios les conducía.

Cuando los israelitas daban rienda suelta a su espíritu de

descontento, llegaban hasta encontrar faltas en las mismas

bendiciones que recibían: "Y habló el pueblo contra Dios y Moisés:

¿Por qué nos hicisteis subir de Egipto para que muramos en este

desierto? que ni hay pan, ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de

este pan tan liviano." Números 21:5.

Moisés indicó fielmente al pueblo la magnitud de su pecado.

Era tan sólo el poder de Dios lo que les había conservado la vida en

el "desierto grande y espantoso, de serpientes ardientes, y de

escorpiones, y de sed, donde ningún agua había." Deuteronomio

8:15. Cada día de su peregrinación habían sido guardados por un

milagro de la divina misericordia. En toda la ruta en que Dios los

había conducido, habían encontrado agua para los sedientos, pan del

cielo que les mitigara el hambre, y paz y seguridad bajo la sombra

566


de la nube de día y el resplandor de la columna de fuego de noche.

Los ángeles les habían asistido mientras subían las alturas rocosas o

transitaban por los ásperos senderos del desierto. No obstante las

penurias que habían soportado, no había una sola persona débil en

todas sus filas. Los pies no se les habían hinchado en sus largos

viajes, ni sus ropas habían envejecido. Dios había subyugado y

dominado ante su paso las fieras y los reptiles ponzoñosos del

bosque y del desierto. Si a pesar de todos estos notables indicios de

su amor el pueblo continuaba quejándose, el Señor iba a retirarle su

protección hasta cuando llegara a apreciar su misericordioso cuidado

y se volviera hacia él, arrepentido y humillado.

Porque había estado escudado por el poder divino, Israel no se

había dado cuenta de los innumerables peligros que lo habían

rodeado continuamente. En su ingratitud e incredulidad había

declarado que deseaba la muerte, y ahora el Señor permitió que la

muerte le sobreviniera. Las serpientes venenosas que pululaban en el

desierto eran llamadas serpientes ardientes a causa de los terribles

efectos de su mordedura, pues producía una inflamación violenta y

la muerte al poco rato. Cuando la mano protectora de Dios se apartó

de Israel, muchísimas personas fueron atacadas por estos reptiles

venenosos.

Hubo entonces terror y confusión en todo el campamento. En

casi todas las tiendas había muertos o moribundos. Nadie estaba

seguro. A menudo rasgaban el silencio de la noche gritos

penetrantes que anunciaban nuevas víctimas. Todos estaban

atareados para asistir a los dolientes, o con cuidado angustioso

567


trataban de proteger a los que aun no habían sido heridos. Ninguna

murmuración salía ahora de sus labios. Cuando comparaban sus

dificultades y pruebas anteriores con los sufrimientos por los cuales

estaban pasando ahora, aquéllas les parecían baladíes.

El pueblo se humilló entonces ante Dios. Muchos se acercaron

a Moisés para hacerle sus confesiones y súplicas. "Pecado hemos--

dijeron--por haber hablado contra Jehová, y contra ti." Números

21:7-9. Poco antes le habían acusado de ser su peor enemigo, la

causa de todas sus angustias y aflicciones. Pero aun antes que las

palabras dejaran sus labios, sabían perfectamente que los cargos

eran falsos; y tan pronto como llegaron las verdaderas dificultades,

corrieron hacia él como a la única persona que podía interceder ante

Dios por ellos. "Ruega a Jehová--clamaron--que quite de nosotros

estas serpientes."

Dios le ordenó a Moisés que hiciese una serpiente de bronce

semejante a las vivas, y que la levantara ante el pueblo. Todos los

que habían sido picados habían de mirarla y encontrarían alivio.

Hizo lo que se le había mandado, y por todo el campamento cundió

la grata noticia de que todos los que habían sido mordidos podían

mirar la serpiente de bronce, y vivir. Muchos habían muerto ya, y

cuando Moisés hizo levantar la serpiente en un poste, hubo quienes

se negaron a creer que con sólo mirar aquella imagen metálica se

iban a curar. Estos perecieron en la incredulidad. No obstante, hubo

muchos que tuvieron fe en lo provisto por Dios. Padres, madres,

hermanos y hermanas se dedicaban afanosamente a ayudar a sus

deudos dolientes y moribundos a fijar los ojos lánguidos en la

568


serpiente. Si ellos, aunque desfallecientes y moribundos, podían

mirarla una vez, se restablecían por completo.

La gente sabía perfectamente que en aquella serpiente de

bronce no había poder alguno para ocasionar un cambio tal en los

que la miraban. La virtud curativa venía únicamente de Dios. En su

sabiduría eligió esta manera de manifestar su poder. Mediante este

procedimiento sencillo se le hizo comprender al pueblo que esta

calamidad le había sobrecogido como consecuencia directa de sus

pecados. También se le aseguró que mientras obedecieran a Dios no

tenían motivo de temor; pues él los preservaría de todo mal.

El alzamiento de la serpiente de bronce tenía por objeto enseñar

una lección importante a los israelitas. No podían salvarse del efecto

fatal del veneno que había en sus heridas. Solamente Dios podía

curarlos. Se les pedía, sin embargo, que demostraran su fe en lo

provisto por Dios. Debían mirar para vivir. Su fe era lo aceptable

para Dios, y la demostraban mirando la serpiente. Sabían que no

había virtud en la serpiente misma, sino que era un símbolo de

Cristo; y se les inculcaba así la necesidad de tener fe en los méritos

de él. Hasta entonces muchos habían llevado sus ofrendas a Dios,

creyendo que con ello expiaban ampliamente sus pecados. No

dependían del Redentor que había de venir, de quien estas ofrendas

y sacrificios no eran sino una figura o sombra. El Señor quería

enseñarles ahora que en sí mismos sus sacrificios no tenían más

poder ni virtud que la serpiente de bronce, sino que, como ella,

estaban destinados a dirigir su espíritu a Cristo, el gran sacrificio

propiciatorio.

569


"Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es

necesario que el Hijo del hombre sea levantado; para que todo aquel

que en él creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna." Juan

3:14, 15. Todos los que hayan existido alguna vez en la tierra han

sentido la mordedura mortal de "la serpiente antigua, que se llama

Diablo y Satanás." Apocalipsis 12:9. Los efectos fatales del pecado

pueden eliminarse tan sólo mediante lo provisto por Dios. Los

israelitas salvaban su vida mirando la serpiente levantada en el

desierto. Aquella mirada implicaba fe. Vivían porque creían la

palabra de Dios, y confiaban en los medios provistos para su

restablecimiento. Así también puede el pecador mirar a Cristo, y

vivir. Recibe el perdón por medio de la fe en el sacrificio expiatorio.

En contraste con el símbolo inerte e inanimado, Cristo tiene poder y

virtud en sí para curar al pecador arrepentido.

Aunque el pecador no puede salvarse a sí mismo, tiene sin

embargo algo que hacer para conseguir la salvación. "Al que a mí

viene, no le echo fuera." Juan 6:37. Pero debemos ir a él; y cuando

nos arrepentimos de nuestros pecados, debemos creer que nos acepta

y nos perdona. La fe es el don de Dios, pero el poder para ejercitarla

es nuestro. La fe es la mano de la cual se vale el alma para asir los

ofrecimientos divinos de gracia y misericordia.

Nada excepto la justicia de Cristo puede hacernos merecedores

de una sola de las bendiciones del pacto de la gracia. Muchos son

los que durante largo plazo han deseado obtener estas bendiciones,

pero no las han recibido, porque han creído que podían hacer algo

570


para hacerse dignos de ellas. No apartaron las miradas de sí mismos

ni creyeron que Jesús es un Salvador absoluto. No debemos pensar

que nuestros propios méritos nos han de salvar; Cristo es nuestra

única esperanza de salvación. "Y en ningún otro hay salud; porque

no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que

podamos ser salvos." Hechos 4:12.

Cuando confiamos plenamente en Dios, cuando dependemos de

los méritos de Jesús como Salvador que perdona los pecados,

recibimos toda la ayuda que podamos desear. Nadie mire a sí

mismo, como si tuviera poder para salvarse. Precisamente porque no

podíamos salvarnos, Jesús murió por nosotros. En él se cifra nuestra

esperanza, nuestra justificación y nuestra justicia. Cuando vemos

nuestra naturaleza pecaminosa, no debemos abatirnos ni temer que

no tenemos Salvador, ni dudar de su misericordia hacia nosotros. En

ese mismo momento, nos invita a ir a él con nuestra debilidad, y ser

salvos.

Muchos de los israelitas no vieron ayuda en el remedio que el

Cielo había designado. Por todas partes, los rodeaban los muertos y

moribundos, y sabían que, sin la ayuda divina, su propia suerte

estaba sellada; pero continuaban lamentándose y quejándose de sus

heridas, de sus dolores, de su muerte segura hasta que sus fuerzas se

agotaron, hasta que los ojos se les pusieron vidriosos, cuando podían

haber sido curados instantáneamente. Si conocemos nuestras

necesidades, no debemos dedicar todas nuestras fuerzas a

lamentarnos acerca de ellas. Aunque nos demos cuenta de nuestra

condición impotente sin Cristo, no debemos ceder al desaliento, sino

571


depender de los méritos del Salvador crucificado y resucitado.

Miremos y viviremos. Jesús ha empeñado su palabra; salvará a

todos los que acudan a él. Aunque muchos millones de los que

necesitan curación rechazarán la misericordia que les ofrece, a

ninguno de los que confían en sus méritos lo dejará perecer.

Muchos no quieren aceptar a Cristo antes que todo el misterio

del plan de la redención les resulte claro. Se niegan a mirar con fe, a

pesar de que ven que miles han mirado a la cruz de Cristo y sentido

la eficacia de esa mirada. Muchos andan errantes, por los intrincados

laberintos de la filosofía, en busca de razones y evidencias que

jamás encontrarán, mientras que rechazan la evidencia que Dios ha

tenido a bien darles. Se niegan a caminar en la luz del Sol de

Justicia, hasta que se les explique la razón de su resplandor. Todos

los que insistan en seguir este camino dejarán de llegar al

conocimiento de la verdad. Jamás eliminará Dios todos los motivos

de duda. Da suficiente evidencia en que basar la fe, y si esta

evidencia no se acepta, la mente es dejada en tinieblas. Si los que

eran mordidos por las serpientes se hubieran detenido a dudar y

deliberar antes de consentir en mirar, habrían perecido. Es nuestro

deber primordial mirar; y la mirada de la fe nos dará vida.

572


Capítulo 39

La conquista de Basán

Después de rodear a Edom por el sur, los israelitas se volvieron

hacia el norte y otra vez se dirigieron hacia la tierra prometida. Su

camino pasaba ahora por una alta y vasta llanura refrescada por las

brisas vivificantes de las colinas. Fué un cambio grato después del

valle árido y calcinante por el cual habían viajado, así que

avanzaban llenos de ánimo y esperanza. Habiendo atravesado el

arroyo de Zered, pasaron al oriente de la tierra de Moab; pues se les

había dado la orden: "No molestes a Moab, ni te empeñes con ellos

en guerra, que no te daré posesión de su tierra; porque yo he dado a

Ar por heredad a los hijos de Lot." Véase Deuteronomio 2. Y se les

repitió la misma orden con respecto a los amonitas que eran también

descendientes de Lot.

Continuando hacia el norte, los ejércitos de Israel llegaron

pronto a la tierra de los amorreos. Este pueblo fuerte y guerrero

ocupaba originalmente la parte meridional de la tierra de Canaán,

pero al aumentar en número, cruzaron el Jordán, guerrearon con los

moabitas y les quitaron una parte de su territorio. Allí se

establecieron, y dominaban sin oposición toda la tierra desde el

Arnón hasta el Jaboc en el norte. El camino que los israelitas

deseaban seguir para ir al Jordán pasaba directamente por ese

territorio, y Moisés le envió un mensaje amistoso a Sehón, rey de los

amorreos, en su capital: "Pasaré por tu tierra por el camino: por el

573


camino iré, sin apartarme a diestra ni a siniestra: la comida me

venderás por dinero, y comeré: el agua también me darás por dinero,

y beberé: solamente pasaré a pie." La contestación fué una negativa

terminante, y todos los ejércitos de los amorreos fueron convocados

para oponerse al paso de los invasores. Este ejército formidable

aterrorizó a los israelitas que distaban mucho de estar preparados

para sostener un encuentro con fuerzas bien pertrechadas y

disciplinadas. Los enemigos le aventajaban ciertamente en habilidad

guerrera, y a juzgar por las apariencias humanas, pronto acabarían

con él.

Pero Moisés mantuvo fija la mirada en la columna de nube, y

alentó al pueblo con el pensamiento de que la señal de la presencia

de Dios estaba aun con ellos. Al mismo tiempo les mandó que

hicieran todos los esfuerzos humanos posibles a fin de prepararse

para la guerra. Sus enemigos estaban ansiosos de librar batalla, en la

seguridad de que raerían de la tierra a los israelitas mal preparados.

Pero el jefe de Israel había recibido la orden del Dueño de todas las

tierras: "Levantaos, partid, y pasad el arroyo Arnón: he aquí he dado

en tu mano a Sehón rey de Hesbón, Amorrheo, y a su tierra:

comienza a tomar posesión, y empéñate con él en guerra. Hoy

comenzaré a poner tu miedo y tu espanto sobre los pueblos debajo

de todo el cielo; los cuales oirán tu fama, y temblarán, y angustiarse

han delante de ti."

Estas naciones que estaban situadas en los confines de Canaán

se habrían salvado si no se hubieran opuesto al progreso de Israel en

desafío de la palabra de Dios. El Señor se había mostrado

574


longánime, sumamente bondadoso, tierno y compasivo, aun hacia

esos pueblos paganos. Cuando en visión se le mostró a Abrahán que

su posteridad, los hijos de Israel, serían extranjeros en tierra ajena

durante cuatrocientos años, el Señor le prometió: "En la cuarta

generación volverán acá: porque aun no está cumplida la maldad del

Amorrheo hasta aquí." Génesis 15:16.

Aunque los amorreos eran idólatras que por su gran iniquidad

habían perdido todo derecho a la vida, Dios los toleró cuatrocientos

años para darles pruebas inequívocas de que él era el único Dios

verdadero, el Hacedor de los cielos y la tierra. Ellos conocían todas

las maravillas que Dios había realizado al sacar de Egipto a los

israelitas. Les dió suficiente evidencia; y podrían haber conocido la

verdad, si hubieran querido apartarse de su idolatría y de su vida

licenciosa. Pero rechazaron la luz, y se aferraron a sus ídolos.

Cuando Dios condujo a su pueblo por segunda vez a la frontera

de Canaán, proporcionó evidencias adicionales de su poder a

aquellas naciones paganas. Vieron que Dios había estado con Israel

en la victoria que obtuvo sobre los ejércitos del rey Arad y de los

cananeos, y en el milagro obrado para salvar a los que perecían por

las mordeduras de las serpientes. Aunque se les había negado el

permiso de pasar por la tierra de Edom, y por ello se habían visto

obligados a tomar la ruta larga y difícil a orillas del mar Rojo, los

israelitas no habían manifestado hostilidad en todos sus viajes y

campamentos frente a las tierras de Edom, de Moab y de Amón, ni

habían hecho daño alguno a la gente o a sus propiedades. Al llegar a

la frontera de los amorreos, Israel había solicitado permiso para

575


atravesar directamente el país, prometiendo que observaría las

mismas reglas que habían regido su trato con otras naciones.

Cuando el rey amorreo rehusó lo pedido con cortesía, y en señal de

desafío congregó a sus ejércitos para la batalla, se colmó la copa de

la iniquidad de ese pueblo, y ahora Dios iba a ejercer su poder para

derrocarlo.

Los israelitas cruzaron el río Arnón, y avanzaron sobre el

enemigo. Se libró un combate, en el cual los ejércitos de Israel

salieron victoriosos, y aprovechando la ventaja obtenida estuvieron

pronto en posesión de la tierra de los amorreos. Fué el Capitán de

los ejércitos del Señor el que venció a los enemigos de su pueblo; y

habría hecho lo mismo treinta y ocho años antes, si Israel hubiera

confiado en él.

Henchidos de esperanza y ánimo, los ejércitos de Israel

avanzaron con ardor y, siguiendo hacia el norte, pronto llegaron a

una tierra que podía probar muy bien su valor y su fe en Dios. Ante

ellos se extendía el reino de Basán, poderoso y muy poblado, lleno

de ciudades de piedra que hasta hoy inspiran asombro al mundo,

"sesenta ciudades ... fortalecidas con alto muro, con puertas y

barras; sin otras muy muchas ciudades sin muro." Véase

Deuteronomio 3:1-11. Las casas se habían construído con enormes

piedras negras, de dimensiones tan estupendas que hacían los

edificios absolutamente inexpugnables para cualquier ejército que

en aquellos tiempos los pudiera atacar. Era un país lleno de cavernas

salvajes, altos precipicios, simas abiertas y rocas escarpadas. Los

habitantes de esa tierra, descendientes de una raza de gigantes, eran

576


ellos mismos de fuerza y tamaño asombrosos, y tanto se distinguían

por su violencia y su crueldad, que aterrorizaban a las naciones

circunvecinas; mientras que Og, rey del país, se destacaba por su

tamaño y sus proezas, aun en una nación de gigantes.

Pero la columna de nube avanzaba y, guiados por ella, los

ejércitos hebreos llegaron hasta Edrei, donde los esperaba el gigante,

con sus ejércitos. Og había escogido hábilmente el sitio de la batalla.

La ciudad de Edrei estaba situada en la orilla de una meseta cubierta

de rocas volcánicas y desgarradas que se levantaba abruptamente de

la planicie. Sólo podía llegarse a la ciudad por desfiladeros angostos

y escarpados. En caso de ser derrotadas, sus fuerzas podrían

encontrar en aquel desierto de rocas un refugio donde los extranjeros

no podrían perseguirlas.

Seguro de su éxito, el rey salió con su enorme ejército a la

llanura abierta; mientras que se oían los alaridos desafiantes que

partían de la meseta superior, donde se podían ver las lanzas de

millares deseosos de entrar en liza. Cuando los hebreos miraron la

forma alta de aquel gigante de gigantes que sobrepasaba a los

soldados de su ejército, cuando vieron los ejércitos que le rodeaban

y divisaron la fortaleza aparentemente inexpugnable, detrás de la

cual miles de soldados invisibles estaban atrincherados, muchos

corazones de Israel temblaron de miedo. Pero Moisés estaba sereno

y firme; el Señor había dicho con respecto al rey de Basán: "No

tengas temor de él, porque en tu mano he entregado a él y a todo su

pueblo, y su tierra: y harás con él como hiciste con Sehón rey

Amorrheo, que habitaba en Hesbón." Deuteronomio 3:2.

577


La fe serena de su jefe inspiraba al pueblo a tener confianza en

Dios. Lo entregaron todo a su brazo omnipotente, y él no les faltó.

Ni los poderosos gigantes, ni las ciudades amuralladas, ni tampoco

los ejércitos armados y las fortalezas escarpadas podían subsistir

ante el Capitán de la hueste de Jehová. El Señor conducía al ejército;

el Señor desconcertó al enemigo; y obtuvo la victoria para Israel. El

gigantesco rey y su ejército fueron destruídos; y los israelitas no

tardaron en poseer toda la región. Así se borró de la faz de la tierra

esa gente extraña, que se había entregado a la iniquidad y a la

idolatría abominable.

En la conquista de Galaad y de Basán hubo muchos que

recordaron los acontecimientos que, casi cuarenta años antes, habían

condenado a Israel, en Cades, a una larga peregrinación por el

desierto. Veían que el informe de los espías tocante a la tierra

prometida era correcto en muchos sentidos. Las ciudades estaban

amuralladas y eran muy grandes, y las habitaban gigantes, frente a

los cuales los hebreos no eran sino pigmeos. Pero podían ver ahora

que el error fatal de sus padres había consistido en desconfiar del

poder de Dios. Únicamente esto les había impedido entrar en

seguida en la hermosa tierra.

La primera vez que se prepararon para entrar en Canaán eran

menos que ahora las dificultades que acompañaban la empresa. Dios

había prometido a su pueblo que si le obedecía y oía su voz, iría

delante de él y pelearía por él; y que también enviaría avispones

para ahuyentar a los habitantes de la tierra. En general, los temores

578


de las naciones no se habían despertado, y ellas habían hecho pocos

preparativos para oponerse al progreso de Israel. Pero cuando el

Señor le ordenó ahora que avanzara lo tuvo que hacer contra

enemigos poderosos y alertados, de modo que hubo de luchar con

ejércitos grandes y bien preparados para oponerse a su paso.

En sus luchas con Og y Sehón, el pueblo se vió sometido a la

misma prueba bajo la cual sus padres habían fracasado tan

señaladamente. Pero la prueba era ahora mucho más severa que

cuando Dios ordenó a los hijos de Israel que avanzaran. Las

dificultades del camino habían aumentado desde que ellos rehusaron

avanzar cuando se les mandó hacerlo en el nombre del Señor. Es así

cómo Dios prueba aun ahora a sus hijos. Si no soportan la prueba,

los lleva al mismo punto, y la segunda vez la prueba será más

estrecha y severa que la anterior. Esto continúa hasta que soportan la

prueba, o, si todavía son rebeldes, Dios les retira su luz, y los deja en

tinieblas.

Los hebreos recordaban ahora cómo anteriormente, cuando sus

fuerzas habían salido a luchar, fueron derrotadas y miles perecieron.

Pero en aquel entonces habían salido a luchar en abierta oposición al

mandamiento de Dios. Habían salido sin Moisés, el jefe nombrado

por Dios, sin la columna de nube, símbolo de la presencia divina, y

sin el arca. Pero ahora Moisés estaba con ellos, y fortalecía sus

corazones con palabras de esperanza y fe; el Hijo de Dios, rodeado

por la columna de nube, les mostraba el camino; y el arca santa

acompañaba al ejército. Todo esto encierra una lección para

nosotros. El poderoso Dios de Israel es nuestro Dios. En él podemos

579


confiar, y si obedecemos sus requerimientos, obrará por nosotros tan

señaladamente como lo hizo por su antiguo pueblo. Todo el que

procure seguir el camino del deber se verá a veces asaltado por la

duda e incredulidad. El camino estará a veces tan obstruído por

obstáculos aparentemente insuperables, que ello podrá descorazonar

a los que cedan al desaliento; pero Dios les dice: Seguid adelante.

Cumplid vuestro deber cueste lo que costare. Las dificultades de

aspecto tan formidable, que llenan vuestra alma de espanto, se

desvanecerán a medida que, confiando humildemente en Dios,

avancéis por el sendero de la obediencia.

580


Capítulo 40

Balaam

Cuando regresaron al Jordán, después de la conquista de Basán,

los israelitas, en preparación para la inmediata invasión de Canaán,

acamparon a la orilla del río un poco más arriba que el punto de su

desembocadura en el mar Muerto, frente a la llanura de Jericó.

Estaban en la misma frontera de Moab, y los moabitas se llenaron de

terror al tener tan cerca a los invasores.

La gente de Moab no había sido molestada por Israel; pero

había observado con presentimientos inquietantes todo lo que había

ocurrido en los países vecinos. Los amorreos ante quienes había

tenido que retroceder, habían sido vencidos por los hebreos, y el

territorio que los amorreos habían arrebatado a Moab estaba ahora

en posesión de Israel. Los ejércitos de Basán habían cedido ante el

poder misterioso que encerraba la columna de nube, y las

gigantescas fortalezas estaban ocupadas por los hebreos. Los

moabitas no osaron arriesgarse a sacarlos; ante las fuerzas

sobrenaturales que obraban en su favor, apelar a las armas era futil.

Pero, como Faraón, decidieron acudir al poder de la hechicería para

contrarrestar la obra de Dios. Atraerían una maldición sobre Israel.

La gente de Moab estaba estrechamente relacionada con los

madianitas, por vínculos nacionales y de religión. Así que Balac, rey

de Moab, despertó los temores de ese pueblo pariente, y obtuvo su

581


cooperación en sus propósitos contra Israel mediante el siguiente

mensaje: "Ahora lamerá esta gente todos nuestros contornos, como

lame el buey la grama del campo." Véase Números 22-24. Era fama

que Balaam, habitante de Mesopotamia, poseía poderes

sobrenaturales, y esa fama había llegado a la tierra de Moab. Se

acordó solicitar su ayuda. Por consiguiente, enviaron mensajeros

"los ancianos de Moab, a los ancianos de Madián," para asegurarse

los servicios de sus adivinaciones y su magia contra Israel.

Los embajadores emprendieron en seguida su largo viaje a

través de las montañas y los desiertos hacia Mesopotamia; al

encontrar a Balaam, le entregaron el mensaje de su rey: "Un pueblo

ha salido de Egipto, y he aquí que cubre la haz de la tierra, y habita

delante de mí: ven pues ahora, te ruego, maldíceme este pueblo,

porque es más fuerte que yo: quizá podré yo herirlo, y echarlo de la

tierra: que yo sé que el que tú bendijeres, será bendito, y el que tú

maldijeres, será maldito."

Balaam había sido una vez hombre bueno y profeta de Dios;

pero había apostatado, y se había entregado a la avaricia; no

obstante, aun profesaba servir fielmente al Altísimo. No ignoraba la

obra de Dios en favor de Israel; y cuando los mensajeros le dieron

su recado, sabía muy bien que debía rehusar los presentes de Balac,

y despedir a los embajadores. Pero se aventuró a jugar con la

tentación, pidió a los mensajeros que se quedaran aquella noche con

él, y les dijo que no podía darles una contestación decisiva antes de

consultar al Señor. Balaam sabía que su maldición no podía

perjudicar en manera alguna a los israelitas. Dios estaba de parte de

582


ellos; y siempre que le fuesen fieles, ningún poder terrenal o infernal

adverso podría prevalecer contra ellos. Pero halagaron su orgullo las

palabras de los embajadores: "El que tú bendijeres, será bendito, y el

que maldijeres, será maldito." El soborno de los regalos costosos y

de la exaltación en perspectiva excitaron su codicia. Avidamente

aceptó los tesoros ofrecidos, y luego, aunque profesando obedecer

estrictamente a la voluntad de Dios, trató de cumplir los deseos de

Balac.

Durante la noche el ángel de Dios vino a Balaam con el

mensaje: "No vayas con ellos, ni maldigas al pueblo; porque es

bendito."

Por la mañana, Balaam de mala gana despidió a los

mensajeros; pero no les dijo lo que había dicho el Señor. Airado

porque sus deseos de lucro y de honores habían sido repentinamente

frustrados, exclamó con petulancia: "Volveos a vuestra tierra,

porque Jehová no me quiere dejar ir con vosotros."

Balaam "amó el premio de la maldad." 2 Pedro 2:15. El pecado

de la avaricia que, según la declaración divina, es idolatría, le hacía

buscar ventajas temporales, y por ese solo defecto, Satanás llegó a

dominarlo por completo. Esto ocasionó su ruina. El tentador ofrece

siempre ganancia y honores mundanos para apartar a los hombres

del servicio de Dios. Les dice que sus escrúpulos excesivos les

impiden alcanzar prosperidad. Así muchos se dejan desviar de la

senda de una estricta integridad. Después de cometer una mala

acción les resulta más fácil cometer otra, y se vuelven cada vez más

583


presuntuosos. Una vez que se hayan entregado al dominio de la

codicia y a la ambición de poder se atreverán a hacer las cosas más

terribles. Muchos se lisonjean creyendo que por un tiempo pueden

apartarse de la probidad estricta para alcanzar alguna ventaja

mundana, y que después de haber logrado su fin, podrán cambiar de

conducta cuando quieran. Los tales se enredan en los lazos de

Satanás, de los que rara vez escapan.

Cuando los mensajeros dijeron a Balac que el profeta había

rehusado acompañarlos, no dieron a entender que Dios se lo había

prohibido. Creyendo que la dilación de Balaam se debía a su deseo

de obtener una recompensa más cuantiosa, el rey mandó mayor

número de príncipes y más encumbrados que los primeros, con

promesas de honores más grandes y con autorización para aceptar

todas las condiciones que Balaam pusiese. El mensaje urgente de

Balac al profeta fué éste: "Ruégote que no dejes de venir a mí:

porque sin duda te honraré mucho, y haré todo lo que me dijeres:

ven pues ahora, maldíceme a este pueblo."

Por segunda vez Balaam fué probado. En su respuesta a las

peticiones de los embajadores hizo alarde de tener mucha conciencia

y probidad, y les aseguró que ninguna cantidad de oro y de plata

podía persuadirle a obrar contra la voluntad de Dios. Pero anhelaba

acceder al ruego del rey; y aunque ya se le había comunicado la

voluntad de Dios en forma definitiva, rogó a los mensajeros que se

quedaran, para que pudiese consultar otra vez a Dios, como si el

Infinito fuera un hombre sujeto a la persuasión.

584


Durante la noche se le apareció el Señor a Balaam y le dijo: "Si

vinieren a llamarte hombres, levántate y ve con ellos; empero harás

lo que yo te dijere." Hasta ese punto le permitiría el Señor a Balaam

que hiciera su propia voluntad, ya que se empeñaba en ello. No

procuraba hacer la voluntad de Dios, sino que decidía su conducta y

luego se esforzaba por obtener la sanción del Señor.

Son millares hoy los que siguen una conducta parecida. No

tendrían dificultad en comprender su deber, si éste armonizara con

sus inclinaciones. Lo hallan claramente expuesto en la Biblia, o lisa

y llanamente indicado por las circunstancias y la razón. Pero porque

estas evidencias contrarían sus deseos e inclinaciones, con

frecuencia las hacen a un lado y pretenden acudir a Dios para saber

cuál es su deber. Aparentan tener una conciencia escrupulosa y en

fervientes y largas oraciones piden ser iluminados. Pero Dios no

tolera que los hombres se burlen de él. A menudo permite a tales

personas que sigan sus propios deseos y que sufran las

consecuencias. "Mas mi pueblo no oyó mi voz, ... dejélos por tanto a

la dureza de su corazón: caminaron en sus consejos." Salmos 81:11,

12. Cuando uno ve claramente su deber, no procura ir

presuntuosamente a Dios para rogarle que le dispense de cumplirlo.

Más bien debe ir con espíritu humilde y sumiso, pedir fortaleza

divina y sabiduría para hacer lo que le exige.

Los moabitas eran un pueblo envilecido e idólatra; sin

embargo, de acuerdo con la luz que habían recibido, su culpabilidad

no era, a los ojos del Cielo, tan grande como la de Balaam. Por el

hecho de que él aseveraba ser profeta de Dios, se atribuiría autoridad

585


divina a todo lo que diría. Por lo tanto no se le iba a permitir hablar

como quisiera, sino que habría de anunciar el mensaje que Dios le

diera. "Harás lo que yo te dijere," fué la orden divina.

Balaam había recibido permiso para acompañar a los

mensajeros de Moab en caso de que vinieran por la mañana a

llamarle. Pero enfadados por la tardanza de él y creyendo que otra

vez se negaría a ir, salieron para su tierra sin consultar más con él.

Había sido eliminada la excusa para cumplir lo pedido por Balac.

Pero Balaam había resuelto obtener la recompensa; y tomando el

animal en el cual solía montar, se puso en camino. Temía que se le

retirara aun ahora el permiso divino, y se apresuraba ansiosamente,

impaciente y temeroso de perder por uno u otro motivo la

recompensa codiciada.

Pero "el ángel de Jehová se puso en el camino por adversario

suyo." El animal vió al divino mensajero, a quien el hombre no

había visto, y se apartó del camino real y entró en el campo. Con

golpes crueles, Balaam hizo volver la bestia al camino; pero

nuevamente, en un sitio angosto y cerrado por murallas de piedra, le

apareció el ángel, y el animal, tratando de evitar la figura

amenazadora, apretó el pie de su amo contra la muralla. Balaam no

veía la intervención divina, y no sabía que Dios estaba poniendo

obstáculos en su camino. Se enfureció, y golpeando sin misericordia

al asna, la obligó a seguir adelante.

"Y el ángel de Jehová pasó más allá, y púsose en una

angostura, donde no había camino para apartarse ni a diestra ni a

586


siniestra." Apareció el ángel, como anteriormente, en actitud

amenazadora, y el pobre animal, temblando de terror, se detuvo por

completo, y cayó al suelo debajo de su amo. La ira de Balaam no

conoció límites, y con su vara golpeó al animal aun más cruelmente

que antes. Dios abrió entonces la boca a la burra, y la "bestia de

carga, hablando en voz de hombre, refrenó la locura del profeta." 2

Pedro 2:16. "¿Qué te he hecho, que me has herido estas tres veces?"

dijo.

Lleno de ira al verse así estorbado en su viaje, Balaam contestó

a la bestia como si ésta fuese un ser racional: "Porque te has burlado

de mí: ¡ojalá tuviera espada en mi mano, que ahora te mataríal" ¡Allí

estaba un hombre que se hacía llamar mago, que iba de camino para

pronunciar una maldición sobre un pueblo con el objeto de

paralizarle su fuerza, en tanto que no tenía siquiera poder suficiente

para matar el animal en que montaba!

Los ojos de Balaam fueron entonces abiertos, y vió al ángel de

Dios de pie con la espada desenvainada, listo para darle muerte.

Aterrorizado, "hizo reverencia, e inclinóse sobre su rostro." El ángel

le dijo: "¿Por qué has herido tu asna estas tres veces? he aquí yo he

salido para contrarrestarte, porque tu camino es perverso delante de

mí: el asna me ha visto, y hase apartado luego de delante de mí estas

tres veces: y si de mí no se hubiera apartado, yo también ahora te

mataría a ti, y a ella dejaría viva."

Balaam debió la conservación de su vida al pobre animal tan

cruelmente tratado por él. El hombre que alegaba ser profeta del

587


Señor, el que declaraba ser "varón de ojos abiertos," y "que vió la

visión del Omnipotente," estaba tan cegado por la codicia y la

ambición, que no pudo discernir al ángel de Dios que era visible

para su bestia. "El dios de este siglo cegó los entendimientos de los

incrédulos." 2 Corintios 4:4. ¡Cuántos son así cegados! Se precipitan

por sendas prohibidas, traspasan la divina ley, y no pueden

reconocer que Dios y sus ángeles se les oponen. Como Balaam, se

airan contra los que procuran evitar su ruina.

Por la manera en que tratara su bestia, Balaam había

demostrado qué espíritu le dominaba. "El justo atiende a la vida de

su bestia: mas las entrañas de los impíos son crueles." Proverbios

12:10. Pocos comprenden debidamente cuán inicuo es abusar de los

animales o dejarlos sufrir por negligencia. El que creó al hombre

también creó a los animales inferiores, y extiende "sus misericordias

sobre todas sus obras." Salmos 145:9. Los animales fueron creados

para servir al hombre, pero éste no tiene derecho a imponerles mal

trato o exigencias crueles.

A causa del pecado del hombre, "la creación entera gime

juntamente con nosotros, y a una está en dolores de parto hasta

ahora." Romanos 8:22 (VM). Así cayeron los sufrimientos y la

muerte no solamente sobre la raza humana, sino también sobre los

animales. Le incumbe pues al hombre tratar de aligerar, en vez de

aumentar, el peso del padecimiento que su transgresión ha impuesto

a los seres creados por Dios. El que abusa de los animales porque

los tiene en su poder, es un cobarde y un tirano. La tendencia a

causar dolor, ya sea a nuestros semejantes o a los animales

588


irracionales, es satánica. Muchos creen que nunca será conocida su

crueldad, porque las pobres bestias no la pueden revelar. Pero si los

ojos de esos hombres pudiesen abrirse como se abrieron los de

Balaam, verían a un ángel de Dios de pie como testigo, para

testificar contra ellos en las cortes celestiales. Asciende al cielo un

registro, y vendrá el día cuando el juicio se pronunciará contra los

que abusan de los seres creados por Dios.

Cuando vió al mensajero de Dios, Balaam exclamó

aterrorizado: "He pecado, que no sabía que tú te ponías delante de

mí en el camino; mas ahora, si te parece mal, yo me volveré." El

Señor le permitió proseguir su viaje, pero le dió a entender que sus

palabras serían controladas por el poder divino. Dios quería dar a

Moab evidencia de que los hebreos estaban bajo la custodia del

Cielo; y lo hizo en forma eficaz cuando les demostró cuán imposible

era para Balaam pronunciar una maldición contra ellos sin el

permiso divino.

El rey de Moab, informado de que Balaam se acercaba, salió

con un gran séquito hasta los confines de su reino, para recibirle.

Cuando expresó su asombro por la tardanza de Balaam, en vista de

las ricas recompensas que le esperaban, el profeta le dió esta

contestación: "He aquí yo he venido a ti: mas ¿podré ahora hablar

alguna cosa? La palabra que Dios pusiere en mi boca, ésa hablaré."

Balaam lamentaba que se le hubiese impuesto esta restricción; temía

que sus fines no pudieran cumplirse porque el poder del Señor le

dominaba.

589


Con gran pompa, el rey y los dignatarios de su reino escoltaron

a Balaam "a los altos de Baal," desde donde iba a poder divisar al

ejército hebreo. Contemplemos al profeta de pie en la altura

eminente, mirando hacia el campamento del pueblo escogido de

Dios. ¡Qué poco saben los israelitas de lo que está ocurriendo tan

cerca de ellos! ¡Qué poco saben del cuidado de Dios, que los cobija

de día y de noche! ¡Cuán embotada tiene la percepción el pueblo de

Dios! ¡Cuán tardos han sido sus hijos en todas las edades para

comprender su gran amor y misericordia! Si tan sólo pudieran

discernir el maravilloso poder que Dios manifiesta constantemente

en su favor, ¿no se llenarían sus corazones de gratitud por su amor,

y de reverencia al pensar en su majestad y poder?

Balaam tenía cierta noción de los sacrificios y ofrendas de los

hebreos, y esperaba que, superándolos en donativos costosos, podría

obtener la bendición de Dios y asegurar la realización de sus

proyectos pecaminosos. Así iban dominando su corazón y su mente

los sentimientos de los moabitas idólatras. Su sabiduría se había

convertido en insensatez; su visión espiritual se había ofuscado;

cediendo al poder de Satanás, se había enceguecido él mismo.

Por indicación de Balaam, se erigieron siete altares, y él ofreció

un sacrificio en cada uno. Luego se retiró a una altura, para

comunicarse con Dios, y prometió que le haría saber a Balac

cualquier cosa que el Señor le revelase.

Con los nobles y los príncipes de Moab, el rey se quedó de pie

al lado del sacrificio, mientras que la multitud anhelosa se congregó

590


alrededor de ellos, y todos esperaban el regreso del profeta. Por

último volvió, y el pueblo esperó oír las palabras capaces de

paralizar para siempre aquel poder extraño que se manifestaba en

favor de los odiados israelitas. Balaam dijo:

"De Aram me trajo Balac, Rey de Moab, de los montes del

oriente: Ven, maldíceme a Jacob; Y ven, execra a Israel. ¿Por qué

maldeciré yo al que Dios no maldijo? ¿Y por qué he de execrar al

que Jehová no ha execrado? Porque de la cumbre de las peñas lo

veré, Y desde los collados lo miraré: He aquí un pueblo que habitará

confiado, Y no será contado entre las gentes. ¿Quién contará el

polvo de Jacob, O el número de la cuarta parte de Israel? Muera mi

persona de la muerte de los rectos, Y mi postrimería sea como la

suya."

Balaam confesó que había venido con el objeto de maldecir a

Israel; pero las palabras que pronunció contradijeron rotundamente

los sentimientos de su corazón. Se le obligó a pronunciar

bendiciones, en tanto que su alma estaba henchida de maldiciones.

Mientras Balaam miraba el campamento de Israel, contempló

con asombro la evidencia de su prosperidad. Se lo habían pintado

como una multitud ruda y desorganizada que infestaba el país con

grupos de merodeadores que afligían y aterrorizaban las naciones

circunvecinas; pero lo que veía era todo lo contrario. Notó la vasta

extensión y el orden perfecto del campamento, y que todo denotaba

disciplina y orden cabales. Le fué revelado el favor que Dios

dispensaba a Israel, y el carácter distintivo de ese pueblo escogido.

591


No había de equipararse a las otras naciones, sino de superarlas en

todo. El "pueblo habitará confiado, y no será contado entre las

gentes." Cuando se pronunciaron estas palabras, los israelitas aun no

se habían establecido permanentemente en un sitio, y Balaam no

conocía su carácter particular y especial ni sus modales y

costumbres. Pero ¡cuán sorprendentemente se cumplió esta profecía

en la historia ulterior de Israel! A través de todos los años de su

cautiverio y de todos los siglos de su dispersión, han subsistido

como pueblo distinto de los demás. Así tambien los hijos de Dios, el

verdadero Israel, aunque dispersados entre todas las naciones, no

son sino advenedizos en la tierra, y su ciudadanía está en los cielos.

No sólo se le mostró a Balaam la historia del pueblo hebreo

como nación, sino que contempló el incremento y la prosperidad del

verdadero Israel de Dios hasta el fin. Vió cómo el favor especial del

Altísimo asistía a los que le aman y le temen. Los vió, sostenidos

por su brazo, entrar en el valle de la sombra de muerte. Y les vió

salir de la tumba, coronados de gloria, honor e inmortalidad. Vió a

los redimidos regocijarse en las glorias imperecederas de la tierra

renovada. Mirando la escena, exclamó: "¿Quién contará el polvo de

Jacob, o el número de la cuarta parte de Israel?" Y al ver la corona

de gloria en cada frente y el regocijo que resplandecía en todos los

semblantes, contempló con anticipación aquella vida ilimitada de

pura felicidad, y rogó solemnemente: "¡Muera mi persona de la

muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya!"

Si Balaam hubiera estado dispuesto a aceptar la luz que Dios le

había dado, habría cumplido su palabra; e inmediatamente habría

592


cortado toda relación con Moab. No hubiera presumido ya más de la

misericordia de Dios, sino que se habría vuelto hacia él con

profundo arrepentimiento. Pero Balaam amaba el salario de

iniquidad, y estaba resuelto a obtenerlo a todo trance.

Balac había esperado confiadamente que una maldición caería

como plaga fulminante sobre Israel; y al oír las palabras del profeta

exclamó apasionadamente: "¿Qué me has hecho? hete tomado para

que maldigas a mis enemigos, y he aquí has proferido bendiciones."

Balaam, procurando hacer de la necesidad una virtud, aseveró que,

movido por un respeto concienzudo de la voluntad de Dios, había

pronunciado palabras que habían sido impuestas a sus labios por el

poder divino. Su contestación fué: "¿No observaré yo lo que Jehová

pusiere en mi boca para decirlo?"

Aun así Balac no podía renunciar a sus propósitos. Decidió que

el espectáculo imponente ofrecido por el vasto campamento de los

hebreos, había intimidado de tal modo a Balaam que no se atrevió a

practicar sus adivinaciones contra ellos. El rey resolvió llevar al

profeta a algún punto desde el cual sólo pudiera verse una parte de

la hueste. Si se lograba inducir a Balaam a que la maldijera por

pequeños grupos, todo el campamento no tardaría en verse

entregado a la destrucción. En la cima de una elevación llamada

Pisga, se hizo otra prueba. Nuevamente se construyeron siete altares,

sobre los cuales se colocaron las mismas ofrendas y sacrificios que

antes. El rey y los príncipes permanecieron al lado de los sacrificios,

en tanto que Balaam se retiraba para comunicarse con Dios. Otra

vez se le confió al profeta un mensaje divino, que no pudo callar ni

593


alterar.

Cuando se presentó a la compañía que esperaba ansiosamente,

se le preguntó: "¿Qué ha dicho Jehová?" La contestación, como

anteriormente, infundió terror al corazón del rey y de los príncipes:

"Dios no es hombre, para que mienta; Ni hijo de hombre para

que se arrepienta: El dijo, ¿y no hará?; Habló, ¿y no lo ejecutará? He

aquí, yo he tomado bendición: Y él bendijo, y no podré revocarla.

No ha notado iniquidad en Jacob, Ni ha visto perversidad en Israel:

Jehová su Dios es con él, Y júbilo de rey en él."

Embargado por el temor reverente que le inspiraban estas

revelaciones, Balaam exclamó: "No hay hechizo contra Israel, ni

hay adivinación contra Israel." Números 23:23 (VM). Conforme al

deseo de los moabitas, el gran mago había probado el poder de su

encantamiento; pero precisamente con respecto a esta ocasión se iba

a decir de los hijos de Israel: "¡Lo que ha hecho Dios!" Mientras

estuvieran bajo la protección divina, ningún pueblo o nación,

aunque fuese auxiliado por todo el poder de Satanás, podría

prevalecer contra ellos. El mundo entero iba a maravillarse de la

obra asombrosa de Dios en favor de su pueblo, a saber, que un

hombre empeñado en seguir una conducta pecaminosa fuese de tal

manera dominado por el poder divino que se viese obligado a

pronunciar, en vez de imprecaciones, las más ricas y las más

preciosas promesas en el lenguaje sublime y fogoso de la poesía. Y

el favor que en esa ocasión Dios concedió a Israel había de ser

garantía de su cuidado protector hacia sus hijos obedientes y fieles

594


en todas las edades. Cuando Satanás indujese a los impíos a que

calumniaran, maltrataran y exterminaran al pueblo de Dios, este

mismo suceso les sería recordado y fortalecería su ánimo y fe en

Dios.

El rey de Moab, desalentado y angustiado, exclamó: "Ya que

no lo maldices, ni tampoco lo bendigas." No obstante, subsistía una

débil esperanza en su corazón, y decidió hacer otra prueba. Condujo

a Balaam al monte Peor, donde había un templo dedicado al culto

licencioso de Baal, su dios. Allí se erigió el mismo número de

altares que antes, y el mismo número de sacrificios fueron ofrecidos;

pero Balaam no se apartó solo como en las otras ocasiones, para

averiguar la voluntad de Dios. No pretendió hacer hechicería alguna,

sino que, de pie al lado de los altares, miró a lo lejos a las tiendas de

Israel. Otra vez el Espíritu de Dios asentó sobre él, y brotó de sus

labios el divino mensaje:

"¡Cuán hermosas son tus tiendas, oh Jacob, Tus habitaciones,

oh Israel! Como arroyos están extendidas, Como huertos junto al

río, Como lináloes plantados por Jehová, Como cedros junto a las

aguas, De sus manos destilarán aguas, Y su simiente será en muchas

aguas: Y ensalzarse ha su rey más que Agag, Y su reino será

ensalzado.... Se encorvará para echarse como león, y como leona;

¿Quien lo despertará? Benditos los que te bendijeren, Y malditos los

que te maldijeren."

La prosperidad del pueblo de Dios se presenta aquí mediante

algunas de las más bellas figuras ofrecidas por la naturaleza. El

595


profeta compara a Israel a los valles fértiles cubiertos de abundantes

cosechas; a huertos florecientes regados por manantiales

inagotables; al perfumado árbol de sándalo y al majestuoso cedro.

Esta última figura es una de las más hermosas y apropiadas que se

encuentran en la Palabra inspirada. El cedro del Líbano era honrado

por todos los pueblos del Oriente. El género de árboles al que

pertenece se encuentra dondequiera que el hombre haya ido, por

toda la tierra. Florecen desde las regiones árticas hasta las zonas

tropicales, y si bien gozan del calor, saben arrostrar el frío; brotan

exuberantes en las orillas de los ríos, y no obstante, se elevan

majestuosamente sobre el páramo árido y sediento. Clavan sus

raíces profundamente entre las rocas de las montañas, y audazmente

desafían la tempestad. Sus hojas se mantienen frescas y verdes

cuando todo lo demás ha perecido bajo el soplo del invierno. Sobre

todos los demás árboles, el cedro del Líbano se distingue por su

fuerza, su firmeza, su vigor perdurable; y se lo usa como símbolo de

aquellos cuya vida "está escondida con Cristo en Dios." Colosenses

3:3. Las Escrituras dicen: "El justo florecerá como la palma: crecerá

como cedro en el Líbano." Salmos 92:12. La mano divina elevó el

cedro a la categoría de rey del bosque. "Las hayas no fueron

semejantes a sus ramas, ni los castaños fueron semejantes a sus

ramos." Ezequiel 31:8. El cedro se usa a menudo como emblema de

la realeza; y su empleo en la Escritura, para representar a los justos,

demuestra cómo el cielo considera y aprecia a los que hacen la

voluntad de Dios.

Balaam profetizó que el rey de Israel sería más grande y más

poderoso que Agag. Tal era el nombre que se daba a los reyes de los

596


amalecitas, entonces nación poderosa; pero Israel, si era fiel a Dios,

subyugaría a todos sus enemigos. El Rey de Israel era el Hijo de

Dios; su trono se había de establecer un día en la tierra, y su poder

se exaltaría sobre todos los reinos terrenales.

Al escuchar las palabras del profeta, Balac quedó abrumado por

la frustración de su esperanza, por el temor y la ira. Le indignaba el

hecho de que Balaam se hubiera atrevido a darle la menor promesa

de una respuesta favorable, cuando todo estaba resuelto contra él.

Miraba con desprecio la conducta transigente y engañosa del

profeta. El rey exclamó airado: "Húyete, por tanto, ahora a tu lugar:

yo dije que te honraría, mas he aquí que Jehová te ha privado de

honra." La contestación que recibió el rey fué que se le había

prevenido que Balaam sólo podría pronunciar el mensaje dado por

Dios.

Antes de volver a su pueblo, Balaam emitió una hermosísima y

sublime profecía con respecto al Redentor del mundo y a la

destrucción final de los enemigos de Dios:

"Verélo, mas no ahora: lo miraré, mas no de cerca: Saldrá

ESTRELLA de Jacob, y levantaráse cetro de Israel, Y herirá los

cantones de Moab, y destruirá todos los hijos de Seth."

Y concluyó prediciendo el exterminio total de Moab y de

Edom, de Amalec y de los cineos, con lo que privó al rey de los

moabitas de todo rayo de esperanza.

597


Frustrado en sus esperanzas de riquezas y de elevación, en

desgracia con el rey, y sabiendo que había incurrido en el desagrado

de Dios, Balaam volvió de la misión que se había impuesto a sí

mismo. Después que llegara a su casa, le abandonó el poder del

Espíritu de Dios que lo había dominado, y prevaleció su codicia, que

hasta entonces había sido tan sólo refrenada. Estaba dispuesto a

recurrir a cualquier ardid para obtener la recompensa prometida por

Balac. Balaam sabía que la prosperidad de Israel dependía de que

éste obedeciera a Dios y que no había manera alguna de ocasionar

su ruina sino induciéndole a pecar. Decidió entonces conseguir el

favor de Balac, aconsejándoles a los moabitas el procedimiento que

se había de seguir para traer una maldición sobre Israel.

Regresó inmediatamente a la tierra de Moab y expuso sus

planes al rey. Los moabitas mismos estaban convencidos de que

mientras Israel permaneciera fiel a Dios, él sería su escudo. El

proyecto propuesto por Balaam consistía en separarlos de Dios,

induciéndolos a la idolatría. Si fuese posible hacerlos participar en el

culto licencioso de Baal y Astarté, ello los enemistaría con su

omnipotente Protector, y pronto serían presa de las naciones feroces

y belicosas que vivían en derredor suyo. De buena gana aceptó el

rey este proyecto, y Balaam mismo se quedó allí para ayudar a

realizarlo.

Balaam presenció el éxito de su plan diabólico. Vió cómo caía

la maldición de Dios sobre su pueblo y cómo millares eran víctimas

de sus juicios; pero la justicia divina que castigó el pecado en Israel

no dejó escapar a los tentadores. En la guerra de Israel contra los

598


madianitas, Balaam fué muerto. Había presentido que su propio fin

estaba cerca cuando exclamó: "Muera mi persona de la muerte de

los rectos, y mi postrimería sea como la suya." Pero no había

escogido la vida de los rectos, y tuvo el destino de los enemigos de

Dios.

La suerte de Balaam se asemejó a la de Judas, y los caracteres

de ambos son muy parecidos. Trataron de reunir el servicio de Dios

y el de Mammón, y fracasaron completamente. Balaam reconocía al

verdadero Dios y profesaba servirle; Judas creía en Cristo como el

Mesías y se unió a sus discípulos. Pero Balaam esperaba usar el

servicio de Jehová como escalera para alcanzar riquezas y honores

mundanos; al fracasar en esto, tropezó, cayó y se perdió. Judas

esperaba que su unión con Cristo le asegurase riquezas y elevación

en aquel reino terrestre que, según creía, el Mesías estaba por

establecer. El fracaso de sus esperanzas le empujó a la apostasía y a

la perdición. Tanto Balaam como Judas recibieron mucha

iluminación espiritual y ambos gozaron de grandes prerrogativas;

pero un solo pecado que ellos abrigaban en su corazón, envenenó

todo su carácter y causó su destrucción.

Es cosa peligrosa albergar en el corazón un rasgo anticristiano.

Un solo pecado que se conserve irá depravando el carácter, y

sujetará al mal deseo todas sus facultades más nobles. La

eliminación de una sola salvaguardia de la conciencia, la

gratificación de un solo hábito pernicioso, una sola negligencia con

respecto a los altos requerimientos del deber, quebrantan las

defensas del alma y abren el camino a Satanás para que entre y nos

599


extravíe. El único procedimiento seguro consiste en elevar

diariamente con corazón sincero la oración que ofrecía David:

"Sustenta mis pasos en tus caminos, porque mis pies no resbalen."

Salmos 17:5.

600


Capítulo 41

La apostasía a orillas del Jordán

Las victoriosas fuerzas de Israel habían vuelto de Basán con

corazones alborozados y con renovada fe en Dios. Habían logrado la

posesión de un territorio de valor, y estaban seguras de la inmediata

conquista de Canaán. Solamente el río Jordán mediaba entre ellas y

la tierra prometida. Al otro lado del río había una rica llanura,

cubierta de verdor, regada por arroyos provenientes de manantiales

copiosos, y sombreada por palmeras exuberantes. En el límite

occidental de la planicie se destacaban las torres y los palacios de

Jericó, tan enclaustrada entre sus palmeras que se la llamaba "la

ciudad de las palmeras."

En el lado oriental del Jordán, entre el río y la alta meseta que

Israel había atravesado, había también una planicie de varios

kilómetros de anchura, y que se extendía por alguna distancia a lo

largo del río. Este valle abrigado tenía clima tropical; y florecía allí

el árbol de Sittim, o acacia, por lo que se le daba a la planicie el

nombre de "valle de Sittim." En él acamparon los israelitas, y los

bosques de acacias que había junto al río les proporcionaron

agradable retiro.

Pero en este ambiente atractivo iban a encontrar un mal más

mortífero que poderosos ejércitos de hombres armados o las fieras

del desierto. Ese territorio, tan rico en ventajas naturales, había sido

601


contaminado por sus habitantes. En el culto público de Baal, la

divinidad principal, se practicaban constantemente las escenas más

degradantes e inicuas. Por doquiera se encontraban lugares notorios

por su idolatría y su libertinaje, cuyos nombres mismos sugerían la

vileza y la corrupción del pueblo.

Este ambiente ejerció una influencia corruptora sobre los

israelitas. La mente de ellos se familiarizó con los pensamientos

viles que les eran sugeridos constantemente; la vida cómoda e

inactiva produjo sus efectos desmoralizadores; y casi

inconscientemente, se fueron alejando de Dios, y llegaron a una

condición en la cual iban a sucumbir fácilmente a la tentación.

Mientras el pueblo acampaba al lado del Jordán, Moisés

preparaba la ocupación de Canaán. El gran jefe estaba muy atareado

en esta obra; pero este lapso de suspenso y espera resultó una prueba

para el pueblo, y antes de que hubieran transcurrido muchas

semanas, su historia quedó manchada por las más terribles

desviaciones de la virtud e integridad.

Al principio hubo muy pocas relaciones entre los israelitas y

sus vecinos paganos; pero después de algún tiempo, las mujeres

madianitas comenzaron a introducirse en el campo. La aparición de

ellas no causó alarma, y tan cautelosamente llevaron a cabo sus

planes que nadie llamó la atención de Moisés al asunto. Estas

mujeres tenían por objeto, en sus relaciones con los hebreos,

seducirlos para hacerles violar la ley de Dios, llamar la atención a

costumbres y ritos paganos, e inducirlos a la idolatría. Ocultaron

602


diligentemente estos motivos bajo la máscara de la amistad, de

modo que ni siquiera los guardianes del pueblo los sospecharon.

Por consejo de Balaam, el rey de Moab decidió celebrar una

gran fiesta en honor de sus dioses, y secretamente se concertó que

Balaam indujera a los israelitas a asistir. Ellos le consideraban

profeta de Dios, y no le fué difícil alcanzar su fin. Gran parte del

pueblo se reunió con él para asistir a las festividades. Se aventuraron

a pisar terreno prohibido y se enredaron en los lazos de Satanás.

Hechizados por la música y el baile y seducidos por la hermosura de

las vestales paganas, desecharon su lealtad a Jehová. Mientras

participaban en la alegría y en los festines, el consumo de vino

ofuscó sus sentidos y quebrantó las vallas del dominio propio.

Predominó la pasión en absoluto; y habiendo contaminado su

conciencia por la lascivia, se dejaron persuadir a postrarse ante los

ídolos. Ofrecieron sacrificios en los altares paganos y participaron

en los ritos más degradantes.

No tardó el veneno en difundirse por todo el campamento de

Israel, como una infección mortal. Los que habían vencido a sus

enemigos en batalla fueron vencidos por los ardides de mujeres

paganas. La gente parecía atontada. Los jefes y hombres principales

fueron los primeros en violar la ley, y fueron tantos los culpables

que la apostasía se hizo nacional. "Allegóse el pueblo a Baal-peor."

Véase Números 25. Cuando Moisés se dió cuenta del mal, la

conspiración de sus enemigos había tenido tanto éxito que no sólo

estaban los israelitas participando del culto licencioso en el monte

Peor, sino que comenzaban a practicarse los ritos paganos en el

603


mismo campamento de Israel. El viejo adalid se llenó de

indignación y la ira de Dios se encendió.

Las prácticas inicuas hicieron para Israel lo que todos los

encantamientos de Balaam no habían podido hacer: lo separaron de

Dios. Debido a los castigos que les alcanzaron rápidamente, muchos

reconocieron la enormidad de su pecado. Estalló en el campamento

una terrible pestilencia de la cual decenas de millares cayeron

prestamente víctimas. Dios ordenó que quienes encabezaron esa

apostasía fuesen ejecutados por los magistrados. La orden se

cumplió inmediatamente. Los ofensores fueron muertos, y luego se

colgaron sus cuerpos a la vista del pueblo, para que la congregación,

al percibir la severidad con que eran tratados sus cabecillas,

adquiriese un sentido profundo de cuánto aborrecía Dios su pecado

y de cuán terrible era su ira contra ellos.

Todos creyeron que el castigo era justo, y el pueblo se dirigió

apresuradamente al tabernáculo, y con lágrimas y profunda

humillación confesó su gran pecado. Mientras lloraba así ante Dios

a la puerta del tabernáculo y la plaga aun hacía su obra de

exterminio, y los magistrados ejecutaban su terrible comisión,

Zimri, uno de los nobles de Israel, vino audazmente al campamento,

acompañado de una ramera madianita, princesa de una familia

distinguida de Madián, a quien él llevó a su tienda. Nunca se ostentó

el vicio más osada o tercamente. Embriagado de vino, Zimri publicó

"su pecado como Sodoma," y se enorgulleció de lo que debiera

haberle avergonzado. Los sacerdotes y los jefes se habían postrado

en aflicción y humillación, llorando "entre la entrada y el altar" e

604


implorando al Señor que perdonara a su pueblo y que no entregara

su heredad al oprobio, cuando este príncipe de Israel hizo alarde de

su pecado en presencia de la congregación, como si desafiara la

venganza de Dios y se burlara de los jueces de la nación. Phinees,

hijo del sumo sacerdote Eleazar, se levantó de entre la congregación,

y asiendo una lanza, "fué tras el varón de Israel a la tienda," y lo

mató a él y a la mujer. Así se detuvo la plaga y el sacerdote que

había ejecutado el juicio divino fué honrado ante Israel, y el

sacerdocio le fué confirmado a él y a su casa para siempre.

"Phinees ... ha hecho tornar mi furor de los hijos de Israel," fué

el mensaje divino; "por tanto diles: He aquí yo establezco mi pacto

de paz con él; y tendrá él, y su simiente después de él, el pacto del

sacerdocio perpetuo; por cuanto tuvo celo por su Dios, e hizo

expiación por los hijos de Israel."

Los juicios que cayeron sobre Israel por su pecado en Sittim,

destruyeron los sobrevivientes de aquella vasta compañía que

mereciera casi cuarenta años antes la sentencia: "Han de morir en el

desierto." El censo que Dios mandó hacer mientras el pueblo

acampaba en las planicies del Jordán, demostró que ninguno

quedaba "de los contados por Moisés y Aarón el sacerdote, los

cuales contaron a los hijos de Israel en el desierto de Sinaí.... No

quedó varón de ellos, sino Caleb, hijo de Jephone, y Josué, hijo de

Nun." Números 26:64, 65.

Dios había mandado castigos sobre los israelitas porque ellos

habían cedido a los halagos de los madianitas; pero los tentadores

605


mismos no habían de escapar a la ira de la divina justicia. Los

amalecitas, que habían atacado a Israel en Rephi dim, y caído

súbitamente sobre los débiles y rezagados de l hueste, no fueron

castigados sino mucho tiempo después; mientras que los madianitas,

que lo indujeron a pecar, hubieron de sentir con presteza los juicios

de Dios, porque eran los enemigos más peligrosos. "Haz la

venganza de los hijos de Israel sobre los Madianitas--fué la orden

que se le dió a Moisés;--después serás recogido a tus pueblos."

Véase Números 31. Esta orden fué obedecida al instante. Se

escogieron mil hombres de cada una de las tribus, y se los mandó

bajo la dirección de Phinees. "Y pelearon contra Madián, como

Jehová lo mandó a Moisés.... Mataron también, entre los muertos de

ellos, a los reyes de Madián: ... cinco reyes de Madián; a Balaam

también, hijo de Beor, mataron a cuchillo." Las mujeres que fueron

capturadas por el ejército atacante, fueron muertas según la orden de

Moisés, como las más culpables y como el enemigo más peligroso

de Israel.

Tal fué el fin de quienes habían proyectado el daño del pueblo

de Dios. El salmista dice: "Hundiéronse las gentes en la fosa que

hicieron; en la red que escondieron fué tomado su pie." "Porque no

dejará Jehová su pueblo, ni desamparará su heredad; sino que el

juicio será vuelto a justicia." Cuando "pónense en corros contra la

vida del justo," el Señor "hará tornar sobre ellos su iniquidad, y los

destruirá por su propia maldad." Salmos 9:15; 94:14, 15, 21, 23.

Cuando Balaam fué llamado a maldecir a los hebreos, no pudo,

con todos sus encantamientos, hacerles daño alguno, pues el Señor

606


no había "notado iniquidad en Jacob," ni había "visto perversidad en

Israel." Números 23:23 (VM). Pero cuando, cediendo a la tentación,

violaron la ley de Dios, su defensa se alejó de ellos. Cuando el

pueblo de Dios es fiel a sus mandamientos, entonces "en Jacob no

hay agüero, ni adivinación en Israel." De ahí que Satanás ejerza todo

poder y todas sus astutas artimañas para inducirlo a pecar. Si los que

profesan ser depositarios de la ley de Dios violan sus preceptos, se

separan de Dios y no podrán subsistir delante de sus enemigos.

Los israelitas, que no pudieron ser vencidos por las armas ni

por los encantamientos de Madián, cayeron como presa fácil de las

rameras. Tal es el poder que la mujer, alistada en el servicio de

Satanás, ha ejercido para enredar y destruir las almas. "A muchos ha

hecho caer heridos; y aun los más fuertes han sido muertos por ella."

Proverbios 7:26. Fué así cómo los hijos de Seth fueron alejados de

su integridad y se corrompió la santa posteridad. Así fué tentado

José. Así entregó Sansón su propia fuerza y la defensa de Israel en

manos de los filisteos. En esto tropezó también David. Y Salomón,

el más sabio de los reyes, al que por tres veces se le llamó amado de

Dios, se trocó en esclavo de la pasión y sacrificó su integridad al

mismo poder hechicero.

"Estas cosas les acontecieron en figura; y son escritas para

nuestra admonición en quienes los fines de los siglos han parado.

Así que, el que piensa estar firme, mire no caiga." 1 Corintios 10:11,

12. Satanás conoce muy bien el material con el cual ha de vérselas

en el corazón humano. Por haberlos estudiado con intensidad

diabólica durante miles de años, conoce los puntos más vulnerables

607


de cada carácter; y en el transcurso de las generaciones sucesivas ha

obrado para hacer caer a los hombres más fuertes, príncipes de

Israel, mediante las mismas tentaciones que tuvieron tanto éxito en

Baal-peor. A través de los siglos pueden verse los casos de

caracteres arruinados que encallaron en las rocas de la sensualidad.

Mientras nos acercamos al fin del tiempo, mientras los hijos de Dios

se hallan en las fronteras mismas de la Canaán celestial, Satanás,

como lo hizo antaño, redoblará sus esfuerzos para impedirles que

entren en la buena tierra. Tiende su red para prender toda alma. No

sólo los ignorantes y los incultos necesitan estar en guardia; él

preparará sus tentaciones para los que ocupan los puestos más

elevados en los cargos más sagrados; si puede inducirlos a

contaminar sus almas, podrá, por su intermedio, destruir a muchos.

Emplea ahora los mismos agentes que hace tres mil años. Por las

amistades mundanas, los encantos de la belleza, la búsqueda del

placer, la alegría desmedida, los festines o el vino, tienta a los seres

humanos a violar el séptimo mandamiento.

Satanás indujo primero a Israel al libertinaje y luego a la

idolatría. Los que deshonran la imagen de Dios en su propia persona

y contaminan así su templo, no retrocederán ante ninguna cosa que

deshonre a Dios con tal que satisfaga el deseo de sus corazones

depravados. La sensualidad debilita la mente y degrada el alma. La

satisfacción de las propensiones animales entorpece las facultades

morales y no puede el esclavo de las pasiones comprender la

obligación sagrada impuesta por la ley de Dios, apreciar el sacrificio

expiatorio, o justipreciar el alma. La bondad, la pureza, la verdad, la

reverencia a Dios y el amor por las cosas sagradas, todos estos

608


afectos sagrados y deseos nobles que vinculan al hombre con el

mundo celestial, quedan consumidos en el fuego de la

concupiscencia. El alma se torna en desierto negro y desolado, en

morada de espíritus malignos y "albergue de todas aves sucias y

aborrecibles." En esta forma, los seres creados a la imagen de Dios

son rebajados al nivel de los seres irracionales.

Por sus relaciones con los idólatras y la participación que

tuvieron en sus festines, los hebreos fueron inducidos a violar la ley

de Dios, y atrajeron sus juicios sobre toda la nación. Así también

ahora Satanás obtiene su mayor éxito, en lo que se refiere a hacer

pecar a los cristianos, cuando logra inducirlos a que se relacionen

con los impíos y participen en sus diversiones. "Salid de en medio

de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo." 2

Corintios 6:17. Dios exige hoy de su pueblo que se mantenga tan

distinto del mundo, en sus costumbres, hábitos y principios, como

debía serlo el antiguo Israel. Si siguen fielmente las enseñanzas de

su Palabra, existirá esta distinción; no podrá ser de otra manera. Las

advertencias dadas a los hebreos para que no se relacionaran ni

mezclaran con los paganos no eran más directas ni más terminantes

que las hechas a los cristianos para prohibirles que imiten el espíritu

y las costumbres de los impíos. Cristo nos dice: "No améis al

mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo,

el amor del Padre no está en él." "La amistad del mundo es

enemistad con Dios. Cualquiera pues, que quisiere ser amigo del

mundo, se constituye enemigo de Dios." 1 Juan 2:15; Santiago 4:4.

Los que siguen a Cristo deben separarse de los pecadores y buscar

su compañía tan sólo cuando haya oportunidad de beneficiarlos. No

609


podemos ser demasiado firmes en la decisión de evitar la compañía

de aquellos cuya influencia tiende a alejarnos de Dios. Mientras

oramos: "No nos dejes caer en tentación," debemos evitar la

tentación en todo lo posible.

Los israelitas fueron inducidos al pecado, precisamente cuando

se hallaban en una condición de ocio y seguridad aparente. Se

olvidaron de Dios, descuidaron la oración, y fomentaron un espíritu

de seguridad y confianza en sí mismos. El ocio y la complacencia

propia dejaron la ciudadela del alma sin resguardo alguno, y

entraron pensamientos viles y degradados. Los traidores que

moraban dentro de los muros fueron quienes destruyeron las

fortalezas de los sanos principios y entregaron a Israel en manos de

Satanás. Así precisamente es cómo Satanás procura aún la ruina del

alma. Antes que el cristiano peque abiertamente, se verifica en su

corazón un largo proceso de preparación que el mundo ignora. La

mente no desciende inmediatamente de la pureza y la santidad a la

depravación, la corrupción y el delito. Se necesita tiempo para que

los que fueron formados en semejanza de Dios se degraden hasta

llegar a lo brutal o satánico. Por la contemplación nos

transformamos. Al nutrir pensamientos impuros en su mente, el

hombre puede educarla de tal manera que el pecado que antes

odiaba se le vuelva agradable.

Satanás emplea todos los medios posibles para popularizar el

delito y los vicios envilecedores. No podemos transitar por las calles

de nuestras ciudades sin notar cómo se presentan descaradamente

actividades delictuosas en alguna novela o en algún escenario

610


teatral. La mente se educa en la familiaridad con el pecado. Los

periódicos y las revistas del día recuerdan constantemente al pueblo

la conducta que siguen los depravados y viles; en relatos palpitantes

le describen todo lo capaz de despertar las pasiones. Tanto lee y oye

la gente con respecto a crímenes degradantes, que aun los que fueran

una vez dotados de una conciencia sensible, a la cual hubieran

horrorizado tales escenas, se vuelven empedernidos, y se espacian

en estas cosas con ávido interés.

Muchas de las diversiones que son populares en el mundo hoy,

aun entre aquellos que se llaman cristianos, tienden al mismo fin que

perseguían las de los paganos. Son, en verdad, pocas las diversiones

que Satanás no aprovecha para destruir las almas. Por medio de las

representaciones dramáticas ha obrado durante siglos para excitar

las pasiones y glorificar el vicio. La ópera con sus exhibiciones

fascinadoras y su música embelesadora, las mascaradas, los bailes y

los juegos de naipes, son cosas que usa Satanás para quebrantar las

vallas de los principios sanos y abrir la puerta a la sensualidad. En

toda reunión de placer donde se fomente el orgullo o se dé rienda

suelta al apetito, donde se le induzca a uno a olvidarse de Dios y a

perder de vista los intereses eternos, allí está Satanás rodeando las

almas con sus cadenas.

"Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón--es el consejo

del sabio;--porque de él mana la vida." "Cual es su pensamiento [del

hombre] en su alma, tal es él." Proverbios 4:23; 23:7. El corazón

debe ser renovado por la gracia divina, o en vano se buscará pureza

en la vida. El que procura desarrollar un carácter noble y virtuoso,

611


sin la ayuda de la gracia de Cristo, edifica su casa sobre las arenas

movedizas. La verá derribarse en las fieras tempestades de la

tentación. La oración de David debiera ser la petición de toda alma:

"Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio; y renueva un espíritu recto

dentro de mí." Salmos 51:10. Y habiendo sido hecho partícipes del

don celestial, debemos proseguir hacia la perfección, siendo

"guardados en la virtud de Dios por fe." 1 Pedro 1:5.

Tenemos, sin embargo, algo que hacer para resistir a la

tentación. Los que no quieren ser víctimas de los ardides de Satanás

deben custodiar cuidadosamente las avenidas del alma; deben

abstenerse de leer, ver u oír cuanto sugiera pensamientos impuros.

No se debe dejar que la mente se espacie al azar en todos los temas

que sugiera el adversario de las almas. Dice el apóstol Pedro: "Por lo

cual, teniendo los lomos de vuestro entendimiento ceñidos ... no

conformándoos con los deseos que antes teníais estando en vuestra

ignorancia; sino como aquel que os ha llamado es santo, sed también

vosotros santos en toda conversación." 1 Pedro 1:13-15. Pablo dice:

"Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo

puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay alguna

virtud, si alguna alabanza, en esto pensad." Filipenses 4:8. Esto

requerirá ferviente oración y vigilancia incesante. Habrá de

ayudarnos la influencia permanente del Espíritu Santo, que atraerá la

mente hacia arriba y la habituará a pensar sólo en cosas santas y

puras. Debemos estudiar diligentemente la Palabra de Dios. "¿Con

qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra," dice el

salmista y añade: "En mi corazón he guardado tus dichos, para no

pecar contra ti." Salmos 119:9, 11.

612


Los pecados que cometió Israel en Beth-peor atrajeron los

juicios de Dios sobre la nación, y aunque ahora no se castiguen los

mismos pecados con idéntica presteza, recibirán su retribución tan

seguramente como la recibieron entonces. "Si alguno violare el

templo de Dios, Dios destruirá al tal." 1 Corintios 3:17. La

naturaleza ha vinculado a estos crímenes terribles castigos que, tarde

o temprano, se aplicarán a todos los transgresores. Estos pecados, en

mayor medida que cualesquiera otros, son los que han causado la

terrible degeneración de nuestra raza y la carga de enfermedades y

miseria que afligen al mundo. Podrán los hombres ocultar sus

transgresiones a los ojos de sus semejantes, pero no por eso dejarán

de segar las consecuencias, en forma de padecimientos,

enfermedades, degeneración mental, o muerte. Y más allá de esta

vida les aguarda el tribunal del juicio, con su galardón de

consecuencias eternas. "Los que hacen tales cosas no heredarán el

reino de Dios," sino que con Satanás y los malos ángeles, recibirán

su parte en aquel "lago de fuego" que es "la muerte segunda."

Gálatas 5:21; Apocalipsis 20:14.

"Los labios de la extraña destilan miel, y su paladar es más

blando que el aceite; mas su fin es amargo como el ajenjo; agudo

como cuchillo de dos filos." "Aleja de ella tu camino, y no te

acerques a la puerta de su casa; porque no des a los extraños tu

honor, y tus años a cruel; porque no se harten los extraños de tu

fuerza, y tus trabajos estén en casa del extraño; y gimas en tus

postrimerías, cuando se consumiere tu carne y tu cuerpo." "Su casa

está inclinada a la muerte." "Todos los que a ella entraren, no

613


volverán." "Sus convidados están en los profundos de la sepultura."

Proverbios 5:3, 4, 8-11; 2:18, 19; 9:18.

614


Capítulo 42

La repetición de la ley

El Señor anunció a Moisés que se acercaba el tiempo señalado

para que Israel tomara posesión de Canaán; y mientras el anciano

profeta se hallaba en las alturas que dominaban el río Jordán y la

tierra prometida, miró con profundo interés la herencia de su pueblo.

¿No podría revocarse la sentencia pronunciada contra él a causa de

su pecado en Cades? Con hondo fervor imploró: "Señor Jehová, tú

has comenzado a mostrar a tu siervo tu grandeza, y tu mano fuerte;

porque ¿qué dios hay en el cielo ni en la tierra que haga según tus

obras, y según tus valentías? Pase yo, ruégote, y vea aquella tierra

buena, que está a la parte allá del Jordán, aquel buen monte, y el

Líbano." Deuteronomio 3:24, 25.

La contestación que recibió fué: "Bástate; no me hables más de

este negocio. Sube a la cumbre del Pisga, y alza tus ojos al

occidente, y al aquilón, y al mediodía, y al oriente, y ve por tus ojos:

porque no pasarás este Jordán." Vers. 26, 27.

Sin murmurar, Moisés se sometió a lo decretado por Dios. Y su

preocupación se concentró en el pueblo de Israel. ¿Quién sentiría el

interés que él había sentido por el bienestar de ese pueblo? Con el

corazón desbordante de emoción exhaló esta oración: "Ponga

Jehová, Dios de los espíritus de toda carne, varón sobre la

congregación, que salga delante de ellos, y que entre delante de

615


ellos, que los saque y los introduzca; porque la congregación de

Jehová no sea como ovejas sin pastor." Números 27:16, 17.

El Señor oyó la oración de su siervo; y la contestación fué:

"Toma a Josué hijo de Nun, varón en el cual hay espíritu, y pondrás

tu mano sobre él. Y ponerlo has delante de Eleazar el sacerdote, y

delante de toda la congregación; y le darás órdenes en presencia de

ellos. Y pondrás de tu dignidad sobre él, para que toda la

congregación de los hijos de Israel le obedezcan." Vers. 18-20.

Josué había sido asistente de Moisés por mucho tiempo; y siendo

hombre de sabiduría, capacidad y fe, se le escogió para que le

sucediera.

Por la imposición de las manos de que le hizo objeto Moisés al

mismo tiempo que le hacía recomendaciones impresionantes, Josué

fué consagrado solemnemente caudillo de Israel. También se le

admitió entonces a participar en el gobierno. Moisés transmitió al

pueblo las palabras del Señor relativas a Josué: "El estará delante de

Eleazar el sacerdote, y a él preguntará por el juicio del Urim delante

de Jehová: por el dicho de él saldrán, y por el dicho de él entrarán,

él, y todos los hijos de Israel con él, y toda la congregación." Vers.

21.

Antes de abandonar su puesto como jefe visible de Israel,

Moisés recibió la orden de repetirle la historia de su libramiento de

Egipto y de sus peregrinaciones a través de los desiertos, como

también de darle una recapitulación de la ley promulgada desde el

Sinaí. Cuando se dió la ley, eran pocos los miembros de la

616


congregación presente que tenían suficiente edad para comprender

la terrible y grandiosa solemnidad de la ocasión. Como pronto iban a

cruzar el Jordán y tomar posesión de la tierra prometida, Dios quería

presentarles las exigencias de su ley, e imponerles la obediencia

como condición previa para obtener prosperidad.

Moisés se presentó ante el pueblo con el objeto de repetirle sus

últimas advertencias y amonestaciones. Una santa luz iluminaba su

rostro. La edad había encanecido su cabello; pero su cuerpo se

mantenía erguido, su fisonomía expresaba el vigor robusto de la

salud, y tenía los ojos claros y penetrantes. Era aquélla una ocasión

importante y solemne, y con profunda emoción describió al pueblo

el amor y la misericordia de su Protector todopoderoso:

"Pregunta ahora de los tiempos pasados, que han sido antes de

ti, desde el día que crió Dios al hombre sobre la tierra, y desde el un

cabo del cielo al otro, si se ha hecho cosa semejante a esta gran cosa,

o se haya oído otra como ella. ¿Ha oído pueblo la voz de Dios, que

hablase de en medio del fuego, como tú la has oído, y vivido? ¿O ha

Dios probado a venir a tomar para sí gente de en medio de otra

gente, con pruebas, con señales, con milagros, y con guerra, y mano

fuerte, y brazo extendido, y grandes espantos, según todas las cosas

que hizo con vosotros Jehová vuestro Dios en Egipto ante tus ojos?

A ti te fué mostrado, para que supieses que Jehová él es Dios; no

hay más fuera de él." Deuteronomio 4:32-35.

"No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido

Jehová, y os ha escogido; porque vosotros erais los más pocos que

617


todos los pueblos: sino porque Jehová os amó, y quiso guardar el

juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano

fuerte, y os ha rescatado de casa de siervos, de la mano de Faraón,

rey de Egipto. Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel,

que guarda el pacto de la misericordia a los que le aman y guardan

sus mandamientos, hasta las mil generaciones." Deuteronomio 7:7-

9.

Los israelitas habían estado dispuestos a culpar a Moisés por

todas sus dificultades; pero ahora se habían eliminado todas las

sospechas que tenían de que él estuviera dominado por el orgullo, la

ambición o el egoísmo, y escucharon sus palabras con toda

confianza. Moisés les presentó fielmente todos sus errores, y las

transgresiones de sus padres. A menudo habían sentido impaciencia

y rebeldía por causa de su larga peregrinación en el desierto; pero no

podía acusarse al Señor por esta demora en tomar posesión de

Canaán; él lamentaba más que ellos el no haber podido ponerlos

inmediatamente en posesión de la tierra prometida, y así demostrar a

todas las naciones cuán grande era su poder para librar a su pueblo.

Debido a su falta de confianza en Dios, a su orgullo y a su

incredulidad, no habían estado preparados para entrar en la tierra de

Canaán. En manera alguna representaban a aquel pueblo cuyo Dios

era Jehová; porque no tenían su carácter de pureza, bondad y

benevolencia. Si sus padres hubieran acatado con fe la dirección de

Dios, dejándose gobernar por sus juicios y andando en su estatutos,

se habrían establecido en Canaán mucho tiempo antes como un

pueblo próspero, santo y feliz. Su tardanza en entrar en la buena

tierra deshonró a Dios, y menoscabó su gloria ante los ojos de las

618


naciones circundantes.

Moisés, que entendía perfectamente el carácter y el valor de la

ley de Dios, le aseguró al pueblo que ninguna otra nación tenía leyes

tan santas, justas y misericordiosas como las que se habían dado a

los hebreos. "Mirad--dijo,--yo os he enseñado estatutos y derechos,

como Jehová mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la

tierra en la cual entráis para poseerla. Guardadlos, pues, y ponedlos

por obra: porque ésta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia en

ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán:

Ciertamente pueblo sabio y entendido, gente grande es ésta."

Deuteronomio 4:5, 6.

Moisés recordó al pueblo el "día que estuviste delante de

Jehová tu Dios en Horeb." Y le desafió así: "¿Qué gente grande hay

que tenga los dioses cercanos a sí, como lo está Jehová nuestro Dios

en todo cuanto le pedimos? Y ¿qué gente grande hay que tenga

estatutos y derechos justos, como es toda esta ley que yo pongo hoy

delante de vosotros?" Deuteronomio 4:10, 7, 8. Muy bien podría

repetirse hoy el reto lanzado a Israel. Las leyes que Dios dió antaño

a su pueblo eran más sabias, mejores y más humanas que las de las

naciones más civilizadas de la tierra. Las leyes de las naciones

tienen las características de las debilidades y pasiones del corazón

irregenerado, mientras que la ley de Dios lleva el sello divino.

"Jehová os tomó, y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto,

para que le seáis por pueblo de heredad como en este día" (vers. 20),

declaró Moisés. La tierra en la cual estaban por entrar, y que había

619


de pertenecerles con tal que obedeciesen estrictamente a la ley de

Dios, les fué descrita en estas palabras que debieron enternecer los

corazones de los israelitas, cuando recordaban que quien tan

brillantemente les pintaba las bendiciones de la buena tierra, había

sido, por causa del pecado de ellos, excluido de la herencia de su

pueblo:

"Jehová tu Dios te introduce en la buena tierra," "no es como la

tierra de Egipto de donde habéis salido, donde sembrabas tu

simiente, y regabas con tu pie, como huerto de hortaliza. La tierra a

la cual pasáis para poseerla, es tierra de montes y de vegas; de la

lluvia del cielo ha de beber las aguas;" "tierra de arroyos, de aguas,

de fuentes, de abismos que brotan por vegas y montes; tierra de trigo

y cebada, y de vides, e higueras, y granados; tierra de olivas, de

aceite, y de miel; tierra en la cual no comerás el pan con escasez, no

te faltará nada en ella; tierra que sus piedras son hierro, y de sus

montes cortarás metal;" "tierra de la cual Jehová tu Dios cuida;

siempre están sobre ella los ojos de Jehová tu Dios, desde el

principio del año hasta el fin de él." Deuteronomio 8:7-9; 11:10-12.

"Y será, cuando Jehová tu Dios te hubiere introducido en la

tierra que juró a tus padres Abraham, Isaac, y Jacob, que te daría; en

ciudades grandes y buenas que tú no edificaste, y casas llenas de

todo bien, que tú no henchiste, y cisternas cavadas, que tú no

cavaste, viñas y olivares que no plantaste: luego que comieres y te

hartares, guárdate que no te olvides de Jehová." "Guardaos no os

olvidéis del pacto de Jehová vuestro Dios, ... porque Jehová tu Dios

es fuego que consume, Dios celoso." En caso de que hicieran lo

620


malo ante los ojos del Señor, entonces, dijo Moisés: "Presto

pereceréis totalmente de la tierra hacia la cual pasáis el Jordán para

poseerla." Deuteronomio 6:10-12; 4:23-26.

Después de la repetición pública de la ley, Moisés completó el

trabajo de escribir todas las leyes, los estatutos y los juicios que

Dios le había dado a él y todos los reglamentos referentes al sistema

de sacrificios. El libro que los contenía fué confiado a los

dignatarios correspondientes, y para su custodia se lo colocó al lado

del arca. Aun así el gran jefe temía mucho que el pueblo se apartara

de Dios. En un discurso sublime y conmovedor les presentó las

bendiciones que tendrían si obedecían y las maldiciones que les

alcanzarían si violaban la ley:

"Si oyeres diligente la voz de Jehová tu Dios, para guardar,

para poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo

hoy, ... bendito serás tú en la ciudad, y bendito tú en el campo;

bendito el fruto de tu vientre, y el fruto de tu bestia, ... bendito tu

canastillo y tus sobras. Bendito serás en tu entrar y bendito en tu

salir. Pondrá Jehová a tus enemigos que se levantaren contra ti, de

rota batida delante de ti.... Enviará Jehová contigo la bendición en

tus graneros, y en todo aquello en que pusieres tu mano." Véase

Deuteronomio 2.

"Y será, si no oyeres la voz de Jehová tu Dios, para cuidar de

poner por obra todos sus mandamientos y sus estatutos, que yo te

intimo hoy, que vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te

alcanzarán;" "serás por pasmo, por ejemplo y por fábula, a todos los

621


pueblos a los cuales te llevará Jehová." "Y Jehová te esparcirá por

todos los pueblos, desde el un cabo de la tierra hasta el otro cabo de

ella; y allí servirás a dioses ajenos que no conociste tú ni tus padres,

al leño y a la piedra. Y ni aun entre las mismas gentes descansarás,

ni la planta de tu pie tendrá reposo; que allí te dará Jehová corazón

temeroso y caimiento de ojos, y tristeza de alma: y tendrás tu vida

como colgada delante de ti, y estarás temeroso de noche y de día, y

no confiarás de tu vida. Por la mañana dirás: ¡Quién diera fuese la

tarde! y a la tarde dirás: ¡Quién diera fuese la mañana! por el miedo

de tu corazón con que estarás amedrentado, y por lo que verán tus

ojos."

Por el Espíritu de la inspiración, Moisés, mirando a través de

lejanas edades, describió las terribles escenas del derrocamiento

final de Israel como nación, y la destrucción de Jerusalén por los

ejércitos de Roma: "Jehová traerá sobre ti gente de lejos, del cabo de

la tierra, que vuele como águila, gente cuya lengua no entiendas;

gente fiera de rostro, que no tendrá respeto al anciano, ni perdonará

al niño."

El asolamiento completo de la tierra y los horribles

sufrimientos que el pueblo habría de soportar durante el sitio de

Jerusalén por los ejércitos de Tito, muchos siglos más tarde, fueron

pintados vívidamente: "Comerá el fruto de tu bestia y el fruto de tu

tierra, hasta que perezcas: ... y te pondrá cerco en todas tus ciudades,

hasta que caigan tus muros altos y encastillados en que tú confías,

en toda tu tierra.... Comerás el fruto de tu vientre, la carne de tus

hijos y de tus hijas que Jehová tu Dios te dió, en el cerco y en el

622


apuro con que te angustiará tu enemigo." "La tierna y la delicada

entre vosotros, que nunca la planta de su pie probó a sentar sobre la

tierra, de ternura y delicadeza, su ojo será maligno para con el

marido de su seno, ... y para con sus hijos que pariere; pues los

comerá escondidamente, a falta de todo, en el cerco y en el apuro

con que tu enemigo te oprimirá en tus ciudades."

Moisés cerró su discurso con estas palabras conmovedoras: "A

los cielos y la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os

he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición;

escoge pues la vida, porque vivas tú y tu simiente: que ames a

Jehová tu Dios, que oigas su voz, y te allegues a él; porque él es tu

vida, y la longitud de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que

juró Jehová a tus padres Abraham, Isaac, y Jacob, que les había de

dar." Deuteronomio 30:19, 20.

Para grabar más profundamente estas verdades en la mente de

todos, el gran caudillo las puso en versos sagrados. Ese canto fué no

sólo histórico, sino también profético. Al paso que narraba cuán

maravillosamente Dios había obrado con su pueblo en lo pasado,

predecía los grandes acontecimientos futuros, la victoria final de los

fieles cuando Cristo vuelva con poder y gloria. Se le mandó al

pueblo que aprendiera de memoria este poema histórico y lo

enseñara a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Debía cantarlo la

congregación cuando se reunía para el culto, y debían repetirlo sus

miembros individuales mientras se ocupaban en sus tareas

cotidianas. Tenían los padres la obligación de grabar estas palabras

en la mente susceptible de sus hijos de tal manera que jamás las

623


olvidaran.

Puesto que los israelitas habían de ser, en un sentido especial,

los guardianes y depositarios de la ley de Dios, era necesario que el

significado de sus preceptos y la importancia de la obediencia les

fuesen inculcados en forma especial a ellos y por su medio a sus

hijos y a los hijos de sus hijos. El Señor mandó con respecto a las

palabras de sus estatutos: "Las repetirás a tus hijos, y hablarás de

ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y

cuando te levantes: ... y las escribirás en los postes de tu casa, y en

tus portadas." Deuteronomio 6:7-9.

Cuando sus hijos les preguntasen en el futuro: "¿Qué significan

los testimonios, y estatutos, y derechos, que Jehová nuestro Dios os

mandó?" debían los padres repetirles la historia de cuán

bondadosamente Dios los había tratado, de cómo el Señor había

obrado para librarlos a fin de que ellos pudieran obedecer su ley, y

debían declararles: "Mandónos Jehová que ejecutásemos todos estos

estatutos, y que temamos a Jehová nuestro Dios, porque nos vaya

bien todos los días, y para que nos dé vida, como hoy. Y tendremos

justicia cuando cuidáremos de poner por obra todos estos

mandamientos delante de Jehová nuestro Dios, como él nos ha

mandado." Vers. 20-25.

624


Capítulo 43

La muerte de Moisés

En todo el trato que Dios tuvo con su pueblo, se nota,

entremezclada con su amor y misericordia, la evidencia más

sorprendente de su justicia estricta e imparcial. Queda patente en la

historia del pueblo hebreo. Dios había otorgado grandes bendiciones

a Israel. Su amor bondadoso hacia él se describe de la siguiente

manera conmovedora: "Como el águila despierta su nidada,

revolotea sobre sus pollos, extiende sus alas, los toma, los lleva

sobre sus plumas: Jehová solo le guió." Deuteronomio 32:11, 12. ¡Y

sin embargo, cuán presta y severa retribución les infligía por sus

transgresiones!

El amor infinito de Dios se manifestó en la dádiva de su Hijo

unigénito para redimir la familia humana perdida. Cristo vino a la

tierra con el objeto de revelar al hombre el carácter de su Padre, y su

vida rebosó de actos de ternura y de compasión divinas. Sin

embargo, Cristo mismo declara: "Hasta que perezca el cielo y la

tierra, ni una jota ni un tilde perecerá de la ley." Mateo 5:18. La

misma voz que suplica con paciencia y amor al pecador para que

venga a él y encuentre perdón y paz, ordenará, en el juicio, a quienes

rechazaron su misericordia: "Apartaos de mí, malditos." Mateo

25:41. En toda la Biblia, se representa a Dios, no sólo como un

padre tierno, sino también como un juez justo. Aunque se deleita en

manifestar misericordia, y "perdona la iniquidad, la rebelión, y el

625


pecado," de "ningún modo justificará al malvado." Éxodo 34:7.

El gran Soberano de todas las naciones había declarado que

Moisés no habría de introducir a la congregación de Israel en la

buena tierra, y la súplica fervorosa del siervo de Dios no pudo

conseguir que su sentencia se revocara. El sabía que había de morir.

Sin embargo, no había vacilado un solo momento en su cuidado de

Israel. Con toda fidelidad, había procurado preparar a la

congregación para su entrada en la herencia prometida. A la orden

divina, Moisés y Josué fueron al tabernáculo, mientras que la

columna de nube descendía y se asentaba sobre la puerta. Allí el

pueblo le fué encargado solemnemente a Josué. La obra de Moisés

como jefe de Israel había terminado. Y a pesar de esto, se olvidó de

sí mismo en su interés por su pueblo. En presencia de la multitud

congregada, Moisés, en nombre de Dios, dirigió a su sucesor estas

palabras de aliento santo: "Esfuérzate y anímate, que tú meterás los

hijos de Israel en la tierra que les juré, y yo seré contigo."

Deuteronomio 31:23. Luego se volvió hacia los ancianos y príncipes

del pueblo, y les encargó solemnemente que acatasen fielmente las

instrucciones de Dios que él les había comunicado.

Mientras el pueblo miraba a aquel anciano, que tan pronto le

sería quitado, recordó con nuevo y profundo aprecio su ternura

paternal, sus sabios consejos y sus labores incansables. ¡Cuán a

menudo, cuando sus pecados habían merecido los justos castigos de

Dios, las oraciones de Moisés habían prevalecido para salvarlos! La

tristeza que sentían era intensificada por el remordimiento.

Recordaban con amargura que su propia iniquidad había inducido a

626


Moisés al pecado por el cual tenía que morir.

La remoción de su amado jefe iba a ser para Israel un castigo

mucho más severo que cualquier otro que pudieran haber recibido

sobreviviendo él y continuando su misión. Dios quería hacerles

sentir que no debían hacer la vida de su futuro jefe tan difícil como

se la habían hecho a Moisés. Dios habla a su pueblo mediante las

bendiciones que le otorga, y cuando éstas no son apreciadas, le

habla suprimiendo las bendiciones, para inducirlo a ver sus pecados,

y a volverse hacia él de todo corazón.

Aquel mismo día Moisés recibió la siguiente orden: "Sube ... al

monte Nebo, ... y mira la tierra de Canaán que yo doy por heredad a

los hijos de Israel; y muere en el monte al cual subes, y sé reunido a

tus pueblos." Deuteronomio 32:49, 50. A menudo había abandonado

Moisés el campamento, en acatamiento de las órdenes divinas, con

el objeto de tener comunión con Dios; pero ahora había de partir en

una nueva y misteriosa misión. Tenía que salir y entregar su vida en

las manos de su Creador. Moisés sabía que había de morir solo; a

ningún amigo terrenal se le permitiría asistirle en sus últimas horas.

La escena que le esperaba tenía un carácter misterioso y pavoroso

que le oprimía el corazón. La prueba más severa consistió en

separarse del pueblo que estaba bajo su cuidado y al cual amaba, el

pueblo con el cual había identificado todo su interés durante tanto

tiempo. Pero había aprendido a confiar en Dios, y con fe

incondicional se encomendó a sí mismo y a su pueblo al amor y la

misericordia de Dios.

627


Por última vez, Moisés se presentó en la asamblea de su

pueblo. Nuevamente el Espíritu de Dios se posó sobre él, y en el

lenguaje más sublime y conmovedor pronunció una bienaventuranza

sobre cada una de las tribus, concluyendo con una bendición

general:

"Ninguno hay como el Dios de Jesurún, el que viene

cabalgando sobre los cielos en tu auxilio, y en su majestad sobre las

nubes. Tu refugio es el Dios de los siglos, y por debajo tienes los

brazos sempiternos: y él mismo echa delante de ti al enemigo, y

dice: ¡Destruye! Mas Israel habita confiado; la fuente de Jacob

habitará sola, en una tierra de trigo y de vino; tus cielos también

destilarán el rocío. ¡Dichoso eres, oh Israel! ¡quién como tú, oh

pueblo salvado en Jehová, el escudo de tu auxilio!" Deuteronomio

33:26-29 (VM).

Moisés se apartó de la congregación, y se encaminó silencioso

y solitario hacia la ladera del monte para subir "al monte de Nebo, a

la cumbre de Pisga." Deuteronomio 34:7. De pie en aquella cumbre

solitaria, contempló con ojos claros y penetrantes el panorama que

se extendía ante él. Allá a lo lejos, al occidente, se extendían las

aguas azules del mar Grande; al norte, el monte Hermón se

destacaba contra el cielo; al este, estaba la planicie de Moab, y más

allá se extendía Basán, escenario del triunfo de Israel; y muy lejos

hacia el sur, se veía el desierto de sus largas peregrinaciones.

En completa soledad, Moisés repasó las vicisitudes y penurias

de su vida desde que se apartó de los honores cortesanos y de su

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posible reinado en Egipto, para echar su suerte con el pueblo

escogido de Dios. Evocó aquellos largos años que pasó en el

desierto cuidando los rebaños de Jetro; la aparición del Angel en la

zarza ardiente y la invitación que se le diera de librar a Israel.

Volvió a presenciar, por el recuerdo, los grandes milagros que el

poder de Dios realizó en favor del pueblo escogido, y la

misericordia longánime que manifestó el Señor durante los años de

peregrinaje y rebelión. A pesar de todo lo que Dios había hecho en

favor del pueblo, a pesar de sus propias oraciones y labores,

solamente dos de todos los adultos que componían el vasto ejército

que salió de Egipto, fueron hallados bastante fieles para entrar en la

tierra prometida. Mientras Moisés examinaba el resultado de sus

arduas labores, casi le pareció haber vivido en vano su vida de

pruebas y sacrificios. No se arrepentía, sin embargo, de haber

llevado tal carga. Sabía que Dios mismo le había asignado su misión

y su obra. Cuando se le llamó por vez primera para que acaudillara a

Israel y lo sacara de la servidumbre, quiso eludir la responsabilidad;

pero desde que inició la obra, nunca depuso la carga. Aun cuando

Dios propuso relevarle a él, y destruir al rebelde Israel, Moisés no

pudo consentir en ello. Aunque sus pruebas habían sido grandes,

había recibido demostraciones especiales del favor de Dios; había

obtenido gran experiencia durante la estada en el desierto, al

presenciar las manifestaciones del poder y la gloria de Dios y al

sentir la comunión de su amor; comprendía que había decidido con

prudencia al preferir sufrir aflicciones con el pueblo de Dios más

bien que gozar de los placeres del pecado durante algún tiempo.

Mientras repasaba lo que había experimentado como jefe del

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pueblo de Dios, veía que un solo acto malo manchaba su foja de

servicios. Sentía que si tan sólo se pudiera borrar esa transgresión,

ya no rehuiría la muerte. Se le aseguró que todo lo que Dios pedía

era arrepentimiento y fe en el sacrificio prometido, y nuevamente

Moisés confesó su pecado e imploró perdón en el nombre de Jesús.

Se le presentó luego una visión panorámica de la tierra de

promisión. Cada parte del país quedó desplegada ante sus ojos, no

en realce débil e incierto en la vaga lejanía, sino en lineamientos

claros y bellos que se destacaban ante sus ojos encantados. En esta

escena se le presentó esa tierra, no con el aspecto que tenía entonces

sino como había de llegar a ser bajo la bendición de Dios cuando

estuviese en posesión de Israel. Le pareció estar contemplando un

segundo Edén. Había allí montañas cubiertas de cedros del Líbano,

colinas que asumían el color gris de sus olivares y la fragancia

agradable de la viña, anchurosas y verdes planicies esmaltadas de

flores y fructíferas; aquí se veían las palmeras de los trópicos, allá

los undosos campos de trigo y cebada, valles asoleados en los que se

oía la música del murmullo armonioso de los arroyos y los dulces

trinos de las aves, buenas ciudades y bellos jardines, lagos ricos en

"la abundancia de los mares," rebaños que pacían en las laderas de

las colinas, y hasta entre las rocas los dulces tesoros de las abejas

silvestres. Era ciertamente una tierra semejante a la que Moisés,

inspirado por el Espíritu de Dios, le había descrito a Israel: "Bendita

de Jehová su tierra, por los regalos de los cielos, por el rocío, y por

el abismo que abajo yace, y por los regalados frutos del sol, ... y por

la cumbre de los montes antiguos, ... y por los regalos de la tierra y

su plenitud." Deuteronomio 33:13-16.

630


Moisés vió al pueblo escogido establecido en Canaán, cada

tribu en posesión de su propia heredad. Alcanzó a divisar su historia

después que se establecieran en la tierra prometida; la larga y triste

historia de su apostasía y castigo se extendió ante él. Vió a esas

tribus dispersadas entre los paganos a causa de sus pecados, y a

Israel privado de la gloria, con su bella ciudad en ruinas, y su pueblo

cautivo en tierras extrañas. Los vió restablecidos en la tierra de sus

mayores, y por último, dominados por Roma.

Se le permitió mirar a través de los tiempos futuros y

contemplar el primer advenimiento de nuestro Salvador. Vió al niño

Jesús en Belén. Oyó las voces de la hueste angélica prorrumpir en

alborozada canción de alabanza a Dios y de paz en la tierra. Divisó

en el firmamento la estrella que guiaba a los magos del oriente hacia

Jesús, y un torrente de luz inundó su mente cuando recordó aquellas

palabras proféticas: "Saldrá Estrella de Jacob, y levantaráse cetro de

Israel." Números 24:17. Contempló la vida humilde de Cristo en

Nazaret; su ministerio de amor, simpatía y sanidades, y cómo le

rechazaba y despreciaba una nación orgullosa e incrédula. Atónito

escuchó como ensalzaban jactanciosamente la ley de Dios mientras

que menospreciaban y desechaban a Aquel que había dado la ley.

Vió cómo en el Monte de los Olivos, Jesús se despedía llorando de

la ciudad de su amor. Mientras Moisés veía cómo era finalmente

rechazado aquel pueblo tan altamente bendecido del cielo, aquel

pueblo en favor del cual él había trabajado, orado y hecho

sacrificios, por el cual él había estado dispuesto a que se borrara su

nombre del libro de la vida; mientras oía las tristes palabras: "He

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aquí vuestra casa os es dejada desierta" (Mateo 23:38), el corazón se

le oprimió de angustia, y su simpatía con el pesar del Hijo de Dios

hizo caer amargas lágrimas de sus ojos.

Siguió al Salvador a Getsemaní y contempló su agonía en el

huerto, y cómo era entregado, escarnecido, flagelado y crucificado.

Moisés vió que así como él había alzado la serpiente en el desierto,

habría de ser levantado el Hijo de Dios, para que todo aquel que en

él creyere "no se pierda, sino que tenga vida eterna." Juan 3:15. El

dolor, la indignación y el horror embargaron el corazón de Moisés

cuando vió la hipocresía y el odio satánico que la nación judía

manifestaba contra su Redentor, el poderoso Angel que había ido

delante de sus mayores. Oyó el grito agonizante de Jesús: "Dios

mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" Le vió cuando yacía

en la tumba nueva de José de Arimatea. Las tinieblas de la

desesperación parecían envolver el mundo, pero miró otra vez, y le

vió salir vencedor de la tumba y ascender a los cielos escoltado por

los ángeles que le adoraban, y encabezando una multitud de

cautivos. Vió las relucientes puertas abrirse para recibirle, y la

hueste celestial dar en canciones de triunfo la bienvenida a su Jefe

supremo. Y allí se le reveló que él mismo sería uno de los que

servirían al Salvador y le abriría las puertas eternas. Mientras miraba

la escena, su semblante irradiaba un santo resplandor. ¡Cuán

insignificantes le parecían las pruebas y los sacrificios de su vida,

cuando los comparaba con los del Hijo de Dios! ¡Cuán ligeros en

contraste con el "sobremanera alto y eterno peso de gloria!" 2

Corintios 4:17. Se regocijó porque se le había permitido participar,

aunque fuera en pequeño grado, de los sufrimientos de Cristo.

632


Vió Moisés cómo los discípulos de Jesús salían a predicar el

Evangelio a todo el mundo. Vió que a pesar de que el pueblo de

Israel "según la carne" no había alcanzado el alto destino al cual

Dios lo había llamado y en su incredulidad no había sido la luz del

mundo, y aunque había desechado la misericordia de Dios y perdido

todo derecho a sus bendiciones como pueblo escogido, Dios no

había desechado, sin embargo, la simiente de Abrahán y habían de

cumplirse los propósitos gloriosos cuyo cumplimiento él había

emprendido por medio de Israel. Todos los que llegasen a ser por

Cristo hijos de la fe habían de ser contados como simiente de

Abrahán; serían herederos de las promesas del pacto; como Abrahán

serían llamados a cumplir y comunicar al mundo la ley de Dios y el

Evangelio de su Hijo. Moisés vió cómo, por medio de los discípulos

de Cristo, la luz del Evangelio irradiaría y alumbraría al "pueblo

asentado en tinieblas" (Mateo 4:16), y también cómo miles

acudirían de las tierras de los gentiles al resplandor de su

nacimiento. Y al contemplar esto, se regocijó por el crecimiento y la

prosperidad de Israel.

Luego pasó otra escena ante sus ojos. Se le había mostrado la

obra que iba a hacer Satanás al inducir a los judíos a rechazar a

Cristo, mientras profesaban honrar la ley de su Padre. Vió ahora al

mundo cristiano dominado por idéntico engaño al profesar que

aceptaba a Cristo mientras que, por otro lado, rechazaba la ley de

Dios. Había oído a los sacerdotes y ancianos clamar frenéticos:

"¡Quita, quita, crucifícale!" Oyó luego a los maestros que

profesaban el cristianismo gritar: "¡Afuera con la ley!" Vió cómo el

633


sábado era pisoteado y se establecía en su lugar una institución

espuria. Nuevamente Moisés se llenó de asombro y horror. ¿Cómo

podían los que creían en Cristo desechar la ley que había sido

pronunciada por su propia voz en el monte sagrado? ¿Cómo podía

cualquiera que temiera a Dios hacer a un lado la ley que es el

fundamento de su gobierno en el cielo y en la tierra? Con gozo vió

Moisés que la ley de Dios seguía siendo honrada y exaltada por un

pequeño grupo de fieles. Vió la última gran lucha de las potencias

terrenales para destruir a los que guardan la ley de Dios. Miró

anticipadamente el momento cuando Dios se levantará para castigar

a los habitantes de la tierra por su iniquidad, y cuando los que

temieron su nombre serán escudados y ocultados en el día de su ira.

Escuchó el pacto de paz que Dios hará con los que hayan guardado

su ley, cuando deje oír su voz desde su santa morada y tiemblen los

cielos y la tierra. Vió la segunda venida de Cristo en gloria, a los

muertos resucitar para recibir la vida eterna, y a los santos vivos

trasladados sin ver la muerte, para ascender juntos con cantos de

alabanza y alegría a la ciudad eterna de Dios.

Otra escena aún se abre ante sus ojos: la tierra libertada de la

maldición, más hermosa que la tierra de promisión cuya belleza

fuera desplegada a su vista tan breves momentos antes. Ya no hay

pecado, y la muerte no puede entrar en ella. Allí las naciones de los

salvos y bienaventurados hallan una patria eterna. Con alborozo

indecible, Moisés mira la escena, el cumplimiento de una liberación

aun más gloriosa que cuanto hayan imaginado sus esperanzas más

halagüeñas. Habiendo terminado para siempre su peregrinación, el

Israel de Dios entró por fin en la buena tierra.

634


Otra vez se desvaneció la visión, y los ojos de Moisés se

posaron sobre la tierra de Canaán tal como se extendía en

lontananza. Luego, como un guerrero cansado, se acostó para

reposar. "Y murió allí Moisés siervo de Jehová, en la tierra de

Moab, conforme al dicho de Jehová. Y enterróle en el valle, en tierra

de Moab, enfrente de Bethpeor; y ninguno sabe su sepulcro hasta

hoy." Deuteronomio 34:5, 6. Muchos de los que no habían querido

obedecer los consejos de Moisés mientras él estaba con ellos,

hubieran estado en peligro de cometer idolatría con respecto a su

cuerpo muerto, si hubieran sabido donde estaba sepultado. Por este

motivo quedó ese sitio oculto para los hombres. Pero los ángeles de

Dios enterraron el cuerpo de su siervo fiel, y vigilaron la tumba

solitaria.

"Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a

quien haya conocido Jehová cara a cara; en todas las señales y

prodigios que le envió Jehová a hacer; ... y en toda aquella mano

esforzada, y en todo el espanto grande que causó Moisés a ojos de

todo Israel." Vers. 10-12.

Si la vida de Moisés no se hubiera manchado con aquel único

pecado que cometió al no dar a Dios la gloria de sacar agua de la

roca en Cades, él habría entrado en la tierra prometida y habría sido

trasladado al cielo sin ver la muerte. Pero no hubo de permanecer

mucho tiempo en la tumba. Cristo mismo, acompañado de los

ángeles que enterraron a Moisés, descendió del cielo para llamar al

santo que dormía. Satanás se había regocijado por el éxito que

635


obtuviera al inducir a Moisés a pecar contra Dios y a caer así bajo el

dominio de la muerte. El gran adversario sostenía que la sentencia

divina: "Polvo eres, y al polvo serás tornado" (Génesis 3:19), le daba

posesión de los muertos. Nunca había sido quebrantado el poder de

la tumba, y él reclamaba a todos los que estaban en ella como

cautivos suyos que nunca habían de ser libertados de su lóbrega

prisión.

Por primera vez Cristo iba a dar vida a uno de los muertos.

Cuando el Príncipe de la vida y los ángeles resplandecientes se

aproximaron a la tumba, Satanás temió perder su hegemonía. Con

sus ángeles malos, se aprestó a disputar la invasión del territorio que

llamaba suyo. Se jactó de que el siervo de Dios había llegado a ser

su prisionero. Declaró que ni siquiera Moisés había podido guardar

la ley de Dios; que se había atribuído la gloria que pertenecía a

Jehová--es decir que había cometido el mismo pecado que hiciera

desterrar a Satanás del cielo,--y por su transgresión había caído bajo

el dominio de Satanás. El gran traidor reiteró los cargos originales

que había lanzado contra el gobierno divino, y repitió sus quejas de

que Dios había sido injusto con él.

Cristo no se rebajó a entrar en controversia con Satanás. Podría

haber presentado contra él la obra cruel que sus engaños habían

realizado en el cielo, al ocasionar la ruina de un gran número de sus

habitantes. Podría haber señalado las mentiras que había dicho en el

Edén y que habían hecho pecar a Adán e introducido la muerte entre

el género humano. Podría haberle recordado a Satanás que él era

quien había inducido a Israel a murmurar y a rebelarse hasta agotar

636


la paciencia longánime de su jefe, y sorprendiéndolo en un momento

de descuido, le había arrastrado a cometer el pecado que lo había

puesto en las garras de la muerte. Pero Cristo lo confió todo a su

Padre, diciendo: "¡El Señor te reprenda!" Judas 9. El Salvador no

entró en disputa con su adversario, sino que en ese mismo momento

y lugar comenzó a quebrantar el poder del enemigo caído y a dar la

vida a los muertos. Satanás tuvo allí una evidencia incontrovertible

de la supremacía del Hijo de Dios. La resurrección quedó asegurada

para siempre. Satanás fué despojado de su presa; los justos muertos

volverían a vivir.

Como consecuencia del pecado, Moisés había caído bajo el

dominio de Satanás. Por sus propios méritos era legalmente cautivo

de la muerte; pero resucitó para la vida inmortal, por el derecho que

tenía a ella en nombre del Redentor. Moisés salió de la tumba

glorificado, y ascendió con su Libertador a la ciudad de Dios.

Nunca, hasta que se ejemplificaron en el sacrificio de Cristo, se

manifestaron la justicia y el amor de Dios más señaladamente que

en sus relaciones con Moisés. Dios le vedó la entrada a Canaán para

enseñar una lección que nunca debía olvidarse; a saber, que él exige

una obediencia estricta y que los hombres deben cuidar de no

atribuirse la gloria que pertenece a su Creador. No podía conceder a

Moisés lo que pidiera al rogar que le dejara participar en la herencia

de Israel; pero no olvidó ni abandonó a su siervo. El Dios del cielo

comprendía los sufrimientos que Moisés había soportado; había

observado todos los actos de su fiel servicio a través de los largos

años de conflicto y prueba. En la cumbre de Pisga, Dios llamó a

637


Moisés a una herencia infinitamente más gloriosa que la Canaán

terrenal.

En el monte de la transfiguración, Moisés estuvo presente con

Elías, quien había sido trasladado. Fueron enviados como portadores

de la luz y la gloria del Padre para su Hijo. Y así se cumplió por fin

la oración que elevara Moisés tantos siglos antes. Estaba en el "buen

monte," dentro de la heredad de su pueblo, testificando en favor de

Aquel en quien se concentraban todas las promesas de Israel. Tal es

la última escena revelada al ojo mortal con referencia a la historia de

aquel hombre tan altamente honrado por el cielo.

Moisés fué un tipo o figura de Cristo. El mismo había

declarado a Israel: "Profeta de en medio de ti, de tus hermanos,

como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis." Deuteronomio

18:15. Dios tuvo a bien disciplinar a Moisés en la escuela de la

aflicción y la pobreza, antes de que estuviera preparado para

conducir las huestes de Israel hacia la Canaán terrenal. El Israel de

Dios, que viaja hacia la Canaán celestial, tiene un Capitán que no

necesitó enseñanzas humanas que le prepararan para su misión de

conductor divino; no obstante fué perfeccionado por el sufrimiento;

"porque en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso

para socorrer a los que son tentados." Hebreos 2:10, 18. Nuestro

Redentor no manifestó las imperfecciones ni las debilidades

humanas; pero murió a fin de obtener nuestro derecho a entrar en la

tierra prometida.

"Moisés a la verdad fué fiel sobre toda su casa, como siervo,

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para testificar lo que se había de decir; mas Cristo como hijo, sobre

su casa; la cual casa somos nosotros, si hasta el cabo retuviéremos

firme la confianza y la gloria de la esperanza." Hebreos 3:5, 6.

639


Capítulo 44

El cruce del Jordán

Los israelitas lloraron profundamente la partida de su jefe, y

dedicaron treinta días de servicios especiales a honrar su memoria.

Nunca, hasta que les fué quitado, habían comprendido tan

cabalmente el valor de sus sabios consejos, su ternura paternal y su

fe constante. Con un aprecio nuevo y más profundo, recordaron las

lecciones preciosas que les había dado mientras estaba con ellos.

Moisés había muerto, pero su influencia no murió con él. Ella

había de sobrevivir, reproduciéndose en el corazón de su pueblo. El

recuerdo de aquella vida santa y desinteresada se conservaría por

mucho tiempo con amor, y con poder silencioso y persuasivo

amoldaría la vida hasta de los que habían descuidado sus palabras

cuando vivía. Como el resplandor del sol poniente sigue iluminando

las cumbres de las montañas mucho después que el sol se ha

hundido detrás de las colinas, así las obras de los puros, santos y

justos derramarán su luz sobre el mundo mucho tiempo después que

murieron quienes las hicieron. Sus obras, sus palabras y su ejemplo

vivirán para siempre. "En memoria eterna será el justo." Salmos

112:6.

Aunque llenos de pesar por su gran pérdida, los israelitas

sabían que no quedaban solos. De día, la columna de nube

descansaba sobre el tabernáculo, y de noche la columna de fuego,

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como garantía de que Dios seguiría guiándoles y ayudándoles si

querían andar en el camino de sus mandamientos.

Josué era ahora el jefe reconocido de Israel. Se había

distinguido principalmente como guerrero, y sus dones y virtudes

resultaban de un valor especial en esta etapa de la historia de su

pueblo. Valeroso, resuelto y perseverante, pronto para actuar,

incorruptible, despreocupado de los intereses egoístas en su solicitud

por aquellos encomendados a su protección y, sobre todo, inspirado

por una viva fe en Dios, tal era el carácter del hombre escogido

divinamente para dirigir los ejércitos de Israel en su entrada triunfal

en la tierra prometida. Durante la estada en el desierto, había

actuado como primer ministro de Moisés, y por su fidelidad serena y

humilde, su perseverancia cuando otros flaqueaban, su firmeza para

sostener la verdad en medio del peligro, había dado evidencias de su

capacidad para suceder a Moisés aun antes de ser llamado a ese

puesto por la voz de Dios.

Con gran ansiedad y desconfianza de sí mismo, Josué había

mirado la obra que le esperaba; pero Dios eliminó sus temores al

asegurarle: "Como yo fuí con Moisés, seré contigo; no te dejaré, ni

te desampararé.... Tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra,

de la cual juré a sus padres que la daría a ellos." "Yo os he

entregado, como lo había dicho a Moisés, todo lugar que pisare la

planta de vuestro pie." Véase Josué 1-4. Había de ser suya toda la

tierra que se extendía hasta las alturas del Líbano en la lejanía, hasta

las playas de la gran mar, y hasta las orillas del Eufrates en el este.

641


A esta promesa se agregó el mandamiento: "Solamente te

esfuerces, y seas muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda

la ley que mi siervo Moisés te mandó." Además le ordenó el Señor:

"El libro de aquesta ley nunca se apartará de tu boca; antes de día y

de noche meditarás en él; no te apartes de ella ni a diestra ni a

siniestra;" "porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te

saldrá bien."

Los israelitas seguían acampados en la margen oriental del

Jordán, y este río presentaba la primera barrera para la ocupación de

Canaán. "Levántate," había sido el primer mensaje de Dios a Josué,

"y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a

los hijos de Israel." No se les dió ninguna instrucción acerca de

cómo habían de cruzar el río. Josué sabía, sin embargo, que el Señor

haría posible para su pueblo la ejecución de cualquier cosa por él

ordenada, y con esta fe el intrépido caudillo inició inmediatamente

los arreglos pertinentes para avanzar.

A pocas millas más allá del río, exactamente frente al sitio

donde los israelitas estaban acampados, se hallaba la grande y muy

fortificada ciudad de Jericó. Era virtualmente la llave de todo el

país, y representaba un obstáculo formidable para el éxito de Israel.

Josué envió, por lo tanto, a dos jóvenes como espías para que

visitaran la ciudad, y para que averiguaran algo acerca de su

población, sus recursos y la solidez de sus fortificaciones. Los

habitantes de la ciudad, aterrorizados y suspicaces, se mantenían en

constante alerta y los mensajeros corrieron gran peligro. Fueron, sin

embargo, salvados por Rahab, mujer de Jericó que arriesgó con ello

642


su propia vida. En retribución de su bondad, ellos le hicieron una

promesa de protección para cuando la ciudad fuese conquistada.

Los espías regresaron sin novedad, con las siguientes noticias:

"Jehová ha entregado toda la tierra en nuestras manos; y también

todos los moradores del país están desmayados delante de nosotros."

Se les había dicho en Jericó: "Hemos oído que Jehová hizo secar las

aguas del mar Bermejo delante de vosotros, cuando salisteis de

Egipto, y lo que habéis hecho a los dos reyes de los Amorrheos que

estaban de la parte de allá del Jordán, a Sehón y a Og, a los cuales

habéis destruído. Oyendo esto, ha desmayado nuestro corazón; ni ha

quedado más espíritu en alguno por causa de vosotros: porque

Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra."

Se ordenó entonces que se hiciesen los preparativos para el

avance. El pueblo había de abastecerse de alimentos para tres días, y

el ejército había de ponerse en pie de guerra para la batalla. Todos

aceptaron de corazón los planes de su jefe y le aseguraron su

confianza y su apoyo: "Nosotros haremos todas las cosas que nos

has mandado, e iremos adonde quiera que nos mandares. De la

manera que obedecimos a Moisés en todas las cosas, así te

obedeceremos a ti; solamente Jehová tu Dios sea contigo, como fué

con Moisés."

Abandonando su campamento en los bosques de acacias de

Sittim, el ejército descendió a la orilla del Jordán. Todos sabían, sin

embargo, que sin la ayuda divina no podían esperar cruzar el río.

Durante esa época del año, la primavera, las nieves derretidas de las

643


montañas habían hecho crecer tanto el Jordán que el río se había

desbordado, y era imposible cruzarlo en los vados acostumbrados.

Dios quería que el cruce del Jordán por Israel fuese milagroso. Por

orden divina, Josué mandó al pueblo que se santificase; debía poner

a un lado sus pecados y librarse de toda impureza exterior; "porque--

dijo--Jehová hará mañana entre vosotros maravillas." El "arca del

pacto" había de encabezar el ejército y abrirle paso. Para cuando

vieran ese distintivo de la presencia de Jehová, cargado por los

sacerdotes, moverse de su sitio en el centro del campamento y

avanzar hacia el río, la orden era: "Vosotros partiréis de vuestro

lugar, y marcharéis en pos de ella." Las circunstancias del cruce del

río fueron predichas minuciosamente; y Josué dijo: "En esto

conoceréis que el Dios viviente está en medio de vosotros, y que él

echará de delante de vosotros al Cananeo.... He aquí, el arca del

pacto del Señoreador de toda la tierra pasa el Jordán delante de

vosotros."

A la hora señalada comenzó el avance. El arca, llevada en

hombros de los sacerdotes, encabezaba la vanguardia. Se le había

ordenado al pueblo que se retrasara un poco, de manera que había

un espacio de más de media milla entre ellos y el arca. Todos

observaron con profundo interés cómo los sacerdotes bajaban hacia

la orilla del Jordán. Los vieron avanzar firmemente con el arca santa

en dirección a la corriente airada y turbulenta, hasta que los pies de

los portadores del arca tocaron el agua. Entonces, las aguas que

venían de arriba fueron rechazadas de repente, mientras que las de

abajo siguieron su curso, y se vació el lecho del río.

644


Obedeciendo el mandamiento divino, los sacerdotes avanzaron

hacia el centro del cauce, y se quedaron detenidos allí, mientras todo

el ejército descendía y cruzaba al otro lado. Así se grabó en la mente

de todo Israel el hecho de que el poder que había contenido las

aguas del Jordán, era el mismo que había abierto el mar Rojo para

sus padres cuarenta años antes. Cuando todo el pueblo hubo pasado,

se llevó el arca a la orilla occidental. En cuanto llegó a un sitio

seguro, y "las plantas de los pies de los sacerdotes estuvieron en

seco," las aguas aprisionadas, quedando libres, se precipitaron hacia

abajo por el cauce natural del río en un torrente irresistible.

Las generaciones venideras no debían carecer de testimonio

con referencia a este gran milagro. Mientras los sacerdotes que

llevaban el arca estaban aún en medio del Jordán, doce hombres

escogidos con anticipación, uno de cada tribu, se encargaron de

tomar cada uno una piedra del cauce del río donde estaban los

sacerdotes, y las llevaron a la orilla occidental. Estas piedras habían

de acomodarse en forma de monumento en el primer sitio donde

acampara Israel después de cruzar el río. El pueblo recibió la orden

de repetir a sus hijos y a los hijos de sus hijos la historia del

libramiento que Dios había obrado en su favor, como dijo Josué:

"Para que todos los pueblos de la tierra conozcan la mano de Jehová,

que es fuerte; para que temáis a Jehová vuestro Dios todos los días."

Este milagro ejerció gran influencia, tanto sobre los hebreos

como sobre sus enemigos. Por él Dios daba a Israel una garantía de

su continua presencia y protección, una evidencia de que obraría en

su favor por medio de Josué como lo había hecho por medio de

645


Moisés. Esta seguridad era necesaria para fortalecer su corazón en el

momento de emprender la conquista de la tierra, tarea estupenda que

había hecho tambalear la fe de sus padres cuarenta años atrás. Antes

que se cruzara el río, el Señor había declarado a Josué: "Desde

aqueste día comenzaré a hacerte grande delante de los ojos de todo

Israel, para que entiendan que como fuí con Moisés, así seré

contigo." Y el resultado cumplió la promesa. "En aquel día Jehová

engrandeció a Josué en ojos de todo Israel: y temiéronle, como

habían temido a Moisés, todos los días de su vida."

Este ejercicio del poder divino en favor de Israel estaba

destinado también a aumentar el temor con que lo consideraban las

naciones circunvecinas y a ayudarle así a obtener un triunfo más

fácil y más completo. Cuando las nuevas de que Dios había detenido

las aguas del Jordán ante los hijos de Israel llegaron a oídos de los

reyes de los amorreos y de los cananeos, sintieron gran temor en su

corazón. Los hebreos ya habían dado muerte a cinco reyes de

Madián, al poderoso Sehón, rey de los amorreos y a Og de Basán, y

luego el cruce del impetuoso y crecido río Jordán había llenado de

terror a todas las naciones vecinas. Tanto a los cananeos como a

todo Israel y al mismo Josué, se les habían dado evidencias

inequívocas de que el Dios viviente, el Rey del cielo y de la tierra,

estaba entre su pueblo y no los dejaría ni los desampararía.

A corta distancia del Jordán, los hebreos levantaron su primer

campamento en Canaán. Allí Josué "circuncidó a los hijos de

Israel," "y los hijos de Israel asentaron el campo en Gilgal, y

celebraron la pascua." Josué 5:3, 10. La suspensión del rito de la

646


circuncisión desde la rebelión ocurrida en Cades había sido para

Israel un testimonio constante de que había sido quebrantado su

pacto con Dios, del cual la circuncisión era el símbolo señalado. Y

la suspensión de la pascua, ceremonia conmemorativa del

libramiento de la servidumbre egipcia, había evidenciado el

desagrado que causara al Señor el deseo de Israel de volver a esa

servidumbre. Pero habían terminado los años de repudiación. Dios

reconocía nuevamente a Israel como su pueblo, y se restablecía la

señal de su pacto. El rito de la circuncisión se aplicó a todo el

pueblo que había nacido en el desierto. Y el Señor le declaró a

Josué: "Hoy he hecho rodar de sobre vosotros el oprobio de Egipto"

(Josué 5:9, VM), y en alusión a este gran acontecimiento llamaron el

lugar de su campamento Gilgal, o sea "rodadura."

Las naciones paganas habían mirado con oprobio al Señor y a

su pueblo porque los hebreos no había tomado posesión de Canaán,

como lo esperaban, poco después de haber abandonado Egipto. Sus

enemigos se habían regocijado porque Israel había errado tanto

tiempo en el desierto, y habían declarado en son de burla que el Dios

de los hebreos no podía introducirlos en la tierra prometida. Ahora

el Señor había manifestado señaladamente su poder y favor al abrir

el Jordán ante su pueblo, y sus enemigos ya no podían tenerlos en

oprobio.

"A los catorce días del mes, por la tarde," se celebró la pascua

en las llanuras de Jericó. "Y al otro día de la pascua comieron del

fruto de la tierra los panes sin levadura, y en el mismo día espigas

nuevas tostadas. Y el maná cesó el día siguiente, desde que

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comenzaron a comer del fruto de la tierra: y los hijos de Israel nunca

más tuvieron maná, sino que comieron de los frutos de la tierra de

Canaán aquel año." Josué 5:10-12. Los largos años de peregrinación

por el desierto habían tocado a su fin. Los pies de Israel pisaban por

último la tierra prometida.

648


Capítulo 45

La caída de Jericó

Los hebreos habían entrado en la tierra de Canaán, pero no la

habían subyugado; y a juzgar por las apariencias humanas, habría de

ser larga y difícil la lucha para apoderarse de la tierra. La habitaba

una raza poderosa, dispuesta a oponerse a la invasión de su

territorio. Las varias tribus estaban unidas por su temor a un peligro

común. Sus caballos y sus carros de guerra construídos de hierro, su

conocimiento del terreno y su preparación bélica les daban una gran

ventaja. Además, la tierra estaba resguardada por fortalezas, por

"ciudades grandes y encastilladas hasta el cielo." Deuteronomio 9:1.

Sólo con la garantía de una fuerza que no era la suya, podían alentar

los israelitas la esperanza de obtener éxito en el conflicto inminente.

Una de las mayores fortalezas de la tierra, la grande y rica

ciudad de Jericó, se hallaba frente a ellos, a poca distancia de su

campamento de Gilgal. Situada en la margen de una llanura feraz en

que abundaban los ricos y diversos productos de los trópicos, esta

ciudad orgullosa, cuyos palacios y templos eran morada del lujo y

del vicio, desafiaba al Dios de Israel desde sus macizos baluartes.

Jericó era una de las sedes principales de la idolatría, y se dedicaba

especialmente al culto de Astarté, diosa de la luna. Allí se

concentraban todos los ritos más viles y degradantes de la religión

de los cananeos. El pueblo de Israel que tenía aun fresco el recuerdo

de las consecuencias terribles del pecado que cometiera en Beth-

649


peor, no podía contemplar esta ciudad pagana sino con repugnancia

y horror.

Josué veía que la toma de Jericó debía ser el primer paso en la

conquista de Canaán. Pero ante todo buscó una garantía de la

dirección divina; y ella le fué concedida. Habiéndose retirado del

campamento para meditar y pedir en oración que el Dios de Israel

fuera delante de su pueblo, vió a un guerrero armado, de alta

estatura y aspecto imponente, "el cual tenía una espada desnuda en

su mano." A la pregunta desafiante de Josué: "¿Eres de los nuestros,

o de nuestros enemigos?" contestó: "No; mas Príncipe del ejército

de Jehová, ahora he venido." Véase Josué 5-7. La misma orden que

se había dado a Moisés en Horeb: "Quita tus zapatos de tus pies,

porque el lugar en que tú estás, tierra santa es" reveló el carácter

verdadero del misterioso forastero. Era Cristo, el Sublime, quien

estaba delante del jefe de Israel. Dominado por santo temor, Josué

cayó sobre su rostro, adoró, y tras oír la promesa: "Mira, yo he

entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones de

guerra," recibió instrucciones respecto a la toma de la ciudad.

En obediencia al mandamiento divino, Josué reunió los

ejércitos de Israel. No debían emprender asalto alguno. Sólo debían

marchar alrededor de la ciudad, llevando el arca de Dios y tocando

las bocinas. En primer lugar, venían los guerreros, o sea un cuerpo

de varones escogidos, no para vencer con su propia habilidad y

valentía, sino por obediencia a las instrucciones dadas por Dios.

Seguían siete sacerdotes con trompetas. Luego el arca de Dios,

rodeada de una aureola de gloria divina, era llevada por sacerdotes

650


ataviados con las vestiduras de su santo cargo. Seguía el ejército de

Israel, con cada tribu bajo su estandarte. Tal era la procesión que

rodeaba la ciudad condenada. No se oía otro sonido que el de los

pasos de aquella hueste numerosa, y el solemne tañido de las

trompetas que repercutía entre las colinas y resonaba por las calles

de Jericó. Una vez dada la vuelta, el ejército volvía silenciosamente

a sus tiendas, y el arca se colocaba nuevamente en su sitio en el

tabernáculo.

Con asombro y alarma, los centinelas de la ciudad observaban

cada movimiento, y lo referían a las autoridades. No comprendían el

significado de todo este despliegue; pero al ver a aquella hueste

numerosa marchar cada día alrededor de su ciudad, con el arca santa

y los sacerdotes que la acompañaban, el misterio de la escena

infundió terror en el corazón tanto de los sacerdotes como del

pueblo. Volvieron a inspeccionar sus fuertes defensas, seguros de

que podrían resistir con éxito el ataque más vigoroso. Muchos se

burlaban de la idea de que estas demostraciones singulares pudieran

hacerles daño. Otros eran presa de pavor al ver la procesión que

cada día cercaba la ciudad. Recordaban que una vez las aguas del

mar Rojo se habían dividido ante este pueblo, y que acababa de

abrírseles el paso a través del Jordán. No sabían qué otros milagros

podría hacer Dios por ellos.

Durante seis días, la hueste de Israel dió una vuelta por día

alrededor de la ciudad. Llegó el séptimo día, y al primer rayo del sol

naciente, Josué movilizó los ejércitos del Señor. Les dió la orden de

marchar siete veces alrededor de Jericó, y cuando oyesen el fuerte

651


tañido de las trompetas, gritasen en alta voz, porque Dios les había

dado la ciudad.

Solemnemente el inmenso ejército marchó alrededor de las

murallas condenadas. Reinaba el silencio; sólo se oía el paso lento y

uniforme de muchos pies y el sonido ocasional de las trompetas, que

perturbaba la tranquilidad de la madrugada.

Las murallas macizas de piedra sólida parecían desafiar el

asedio de los hombres. Los que vigilaban en las murallas observaron

con temor creciente, que cuando terminó la primera vuelta, se

realizó la segunda, y luego la tercera, la cuarta, la quinta y la sexta.

¿Qué objeto podrían tener estos movimientos misteriosos? ¿Qué

gran acontecimiento estaría a punto de producirse? No tuvieron que

esperar mucho tiempo. Cuando acabó la séptima vuelta, la larga

procesión hizo alto. Las trompetas, que por algún tiempo habían

callado, prorrumpieron ahora en un ruido atronador que hizo temblar

la tierra misma. Las paredes de piedra sólida, con sus torres y

almenas macizas, se estremecieron y se levantaron de sus cimientos,

y con grande estruendo cayeron desplomadas a tierra en ruinas. Los

habitantes de Jericó quedaron paralizados de terror, y los ejércitos

de Israel penetraron en la ciudad y tomaron posesión de ella.

Los israelitas no habían ganado la victoria por sus propias

fuerzas; la victoria había sido totalmente del Señor; y como

primicias de la tierra, la ciudad, con todo lo que ella contenía, debía

dedicarse como sacrificio a Dios. Debía recalcarse en la mente de

los israelitas que en la conquista de Canaán ellos no habían de pelear

652


por sí mismos, sino como simples instrumentos para ejecutar la

voluntad de Dios; no habían de procurar riquezas o exaltación

personal, sino la gloria de Jehová su Rey. Antes de la toma de Jericó

se les había dado la orden: "La ciudad será anatema a Jehová, ella

con todas las cosas que están en ella." "Guardaos vosotros del

anatema, que ni toquéis, ni toméis alguna cosa del anatema, porque

no hagáis anatema el campo de Israel, y lo turbéis."

Todos los habitantes de la ciudad, con toda alma viviente que

contenía, "hombres y mujeres, mozos y viejos, hasta los bueyes, y

ovejas, y asnos" fueron pasados a cuchillo. Sólo la fiel Rahab, con

todos los de su casa, se salvó, en cumplimiento de la promesa hecha

por los espías. La ciudad misma fué incendiada; sus palacios y sus

templos, sus magníficas moradas, con todo su moblaje de lujo, las

ricas cortinas y la costosa indumentaria, todo fué entregado a las

llamas. Lo que no pudo ser destruído por el fuego, "toda la plata, y

el oro, y vasos de metal y de hierro," había de dedicarse al servicio

del tabernáculo. El sitio mismo de la ciudad fué maldito; jamás se

había de construir a Jericó como fortaleza; una amenaza de severos

castigos pesaba sobre cualquiera que intentase restaurar las murallas

destruídas por el poder divino. Se hizo la solemne declaración en

presencia de todo Israel: "Maldito delante de Jehová el hombre que

se levantare y reedificare esta ciudad de Jericó. En su primogénito

eche sus cimientos, y en su menor asiente sus puertas."

La destrucción total de los habitantes de Jericó no fué sino el

cumplimiento de las órdenes dadas previamente por medio de

Moisés con respecto a las naciones de los habitantes de Canaán:

653


"Del todo las destruirás." "De las ciudades de estos pueblos, ...

ninguna persona dejarás con vida." Deuteronomio 7:2; 20:16.

Muchos consideran estos mandamientos como contrarios al espíritu

de amor y de misericordia ordenado en otras partes de la Biblia;

pero eran en verdad dictados por la sabiduría y bondad infinitas.

Dios estaba por establecer a Israel en Canaán, para desarrollarlo en

una nación y un gobierno que fuesen una manifestación de su reino

en la tierra. No sólo habían de ser los israelitas herederos de la

religión verdadera, sino que habían de difundir sus principios por

todos los ámbitos del mundo. Los cananeos se habían entregado al

paganismo más vil y degradante; y era necesario limpiar la tierra de

lo que con toda seguridad habría de impedir que se cumplieran los

bondadosos propósitos de Dios.

A los habitantes de Canaán se les habían otorgado amplias

oportunidades de arrepentirse. Cuarenta años antes, la apertura del

mar Rojo y los juicios caídos sobre Egipto habían atestiguado el

poder supremo del Dios de Israel. Y ahora la derrota de los reyes de

Madián, Galaad y Basán, había recalcado aún más que Jehová

superaba a todos los dioses. Los juicios que cayeron sobre Israel a

causa de su participación en los ritos abominables de Baal-peor,

habían demostrado cuán santo es el carácter de Jehová y cuánto

aborrece la impureza. Los habitantes de Jericó conocían todos estos

acontecimientos, y eran muchos los que, aunque se negaban a

obedecerla, participaban de la convicción de Rahab, de que Jehová,

el Dios de Israel, era "Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra."

Como los antediluvianos, los cananeos vivían sólo para blasfemar

contra el Cielo y corromper la tierra. Tanto el amor como la justicia

654


exigían la pronta ejecución de estos rebeldes contra Dios y enemigos

del hombre.

¡Cuán fácilmente derribaron los ejércitos celestiales las

murallas de Jericó, orgullosa ciudad cuyos baluartes, cuarenta años

antes, habían aterrado a los espías incrédulos! El Poderoso de Israel

había dicho: "He entregado en tu mano a Jericó." Y contra esa

palabra fueron impotentes las fuerzas humanas.

"Por fe cayeron los muros de Jericó." Hebreos 11:30. El

Capitán de las huestes del Señor se comunicaba únicamente con

Josué; no se revelaba a toda la congregación, y a ésta le tocaba creer

o no creer en las palabras de Josué, obedecer los mandamientos que

daba en el nombre del Señor, o negar su autoridad. No podían ver el

ejército de ángeles que les asistían a ellos bajo la jefatura del Hijo de

Dios. Hubieran podido discurrir: "¡Cuán poco sentido tienen estos

movimientos y cuán ridículo es dar diariamente la vuelta alrededor

de las murallas de la ciudad y tocar las bocinas de cuernos de

carneros! Esto no puede tener efecto alguno sobre estas altas

fortificaciones." Pero el plan mismo de continuar con esta

ceremonia durante tanto tiempo antes de la caída final de las

murallas, dió a los israelitas ocasión para desarrollar su fe. Había de

hacerles comprender que su fuerza no dependía de la sabiduría del

hombre, ni de su poder, sino únicamente del Dios de su salvación.

Debían acostumbrarse así a confiar enteramente en su Jefe divino.

Dios hará cosas maravillosas por los que confían en él. El

motivo porque los que profesan ser sus hijos no tienen más fuerza

655


consiste en que confían demasiado en su propia sabiduría, y no le

dan al Señor ocasión de revelar su poder en favor de ellos. El

ayudará a sus hijos creyentes en toda emergencia, si ponen toda su

confianza en él y le obedecen fielmente.

Poco después de la caída de Jericó, Josué decidió atacar a Hai,

ciudad pequeña situada entre las hondonadas a pocos kilómetros al

oeste del valle del Jordán. Los espías que se enviaron a este sitio

trajeron el informe de que los habitantes eran pocos, y que bastaría

una fuerza pequeña para conquistarla.

La gran victoria que Dios había ganado por ellos había llenado

de confianza propia a los israelitas. Por el hecho de que les había

prometido la tierra de Canaán, se sentían seguros y perdieron de

vista que sólo la divina ayuda podía darles éxito. Aun Josué hizo sus

planes para la conquista de Hai sin pedir el consejo de Dios.

Los israelitas habían comenzado a ensalzar su propia fuerza y a

mirar despectivamente a sus enemigos. Esperaban obtener la

victoria con facilidad, y creyeron que bastarían tres mil hombres

para tomar el lugar. Estos se precipitaron al ataque sin tener la

seguridad de que Dios estaría con ellos. Avanzaron hasta muy cerca

de las puertas de la ciudad, tan sólo para encontrarse con la más

resuelta resistencia. Dominados por el pánico que les infundieron el

crecido número y la preparación esmerada de sus enemigos, huyeron

confusamente por la escarpada bajada. Los cananeos los

persiguieron vivamente; "y siguiéronlos desde la puerta, ... y los

rompieron en la bajada." Aunque la pérdida fué pequeña en cuanto

656


al número de hombres, pues sólo treinta y seis hombres perecieron,

la derrota descorazonó a toda la congregación. "Por lo que se

disolvió el corazón del pueblo, y vino a ser como agua." Era la

primera vez que se habían encontrado con los cananeos en batalla

campal, y si habían huído ante los defensores de esa ciudad

pequeña, ¿cuál sería el resultado de las grandes batallas que les

esperaban? Josué consideró su fracaso como una expresión del

desagrado de Dios, y con angustia y aprensión "rompió sus vestidos,

postróse en tierra sobre su rostro delante del arca de Jehová hasta la

tarde, él y los ancianos de Israel; y echaron polvo sobre sus

cabezas."

"¡Ah, Señor Jehová!--exclamaba--¿Por qué hiciste pasar a este

pueblo el Jordán, para entregarnos en las manos de los Amorrheos,

que nos destruyan? ... ¡Ay Señor! ¿qué diré, ya que Israel ha vuelto

las espaldas delante de sus enemigos? Porque los cananeos y todos

los moradores de la tierra oirán, y nos cercarán y raerán nuestro

nombre de sobre la tierra; entonces ¿qué harás tú a tu grande

nombre?"

La contestación que recibió de Jehová fué: "Levántate; ¿por

qué te postras así sobre tu rostro? Israel ha ... quebrantado mi pacto

que yo les había mandado." El momento requería medidas rápidas y

resueltas, y no desesperación y lamentos. Había un pecado secreto

en el campamento, y era preciso buscarlo y eliminarlo antes que la

presencia y la bendición del Señor pudieran acompañar a su pueblo.

"No seré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en

medio de vosotros."

657


Uno de los designados para ejecutar los juicios de Dios había

desobedecido su mandamiento y toda la nación era responsable de la

culpa del transgresor: "Pues aun han tomado del anatema, y hasta

han hurtado, y también han mentido." Se le indicó a Josué cómo

había de descubrir y castigar al criminal. Este se había de determinar

por medio de la suerte. No se señaló directamente al pecador, sino

que el asunto permaneció en duda por algún tiempo, a fin de que el

pueblo se percatase de su responsabilidad por los pecados que

existían en su medio, y se sintiese inducido a escudriñar sus

corazones y a humillarse delante de Dios.

Temprano por la mañana Josué reunió al pueblo "por sus

tribus," y comenzó la solemne e impresionante ceremonia. Paso a

paso proseguía la investigación. La temible prueba se estrechaba

cada vez más. Primero la tribu, luego la familia, después la casa, y

por fin se consideró al hombre, y Acán, hijo de Carmi, de la tribu de

Judá, fué señalado por el dedo de Dios como perturbador de Israel.

Para establecer su culpabilidad en forma indisputable, que no

dejase motivo alguno para pensar que se lo había condenado

injustamente, Josué exhortó solemnemente a Acán para que

reconociera la verdad. El miserable culpable hizo una confesión

completa de su falta: "Verdaderamente yo he pecado contra Jehová

el Dios de Israel.... Vi entre los despojos un manto babilónico muy

bueno, y doscientos siclos de plata, y un changote de oro de peso de

cincuenta siclos; lo cual codicié, y tomé: y he aquí que está

escondido debajo de tierra en el medio de mi tienda." Se enviaron en

658


seguida a su tienda mensajeros que cavaron la tierra en el sitio

indicado, y "he aquí estaba escondido en su tienda, y el dinero

debajo de ello: y tomándolo de en medio de la tienda, trajéronlo a

Josué y a todos los hijos de Israel, y pusiéronlo delante de Jehová."

La sentencia fué pronunciada y ejecutada inmediatamente.

"¿Por qué nos has turbado?--dijo Josué.--Túrbete Jehová en este

día." Como el pueblo había sido hecho responsable del pecado de

Acán y había sufrido en consecuencia, debía ahora, por medio de

sus representantes, tomar parte en el castigo. "Y todo Israel le mató

a pedradas." (V.M.)

Después se levantó sobre él un enorme montón de piedras,

como testimonio del pecado y su castigo. "Por esto fué llamado

aquel lugar el Valle de Acor," lo que quiere decir "turbación." En el

libro de las Crónicas se asentó así su recuerdo: "Acar, el perturbador

de Israel." 1 Crónicas 2:7 (VM).

Acán cometió su pecado en desafío de las advertencias más

directas y solemnes y de las manifestaciones más poderosas de la

omnipotencia de Dios. Se había proclamado a todo Israel:

"Guardaos vosotros del anatema, ... porque no hagáis anatema el

campo de Israel." Se le dió este mandamiento inmediatamente

después del milagroso cruce del Jordán, después que el pacto de

Dios fuera reconocido mediante la circuncisión del pueblo, y

después que se observara la pascua y apareciera el Angel del pacto,

el Capitán de la hueste del Señor. Se había producido luego la caída

de Jericó, evidencia de la destrucción que sobrevendrá

659


infaliblemente a todos los transgresores de la ley de Dios. El hecho

de que el poder divino era lo único que había dado la victoria a

Israel y éste no había alcanzado, por lo tanto, la posesión de Jericó

por sus propias fuerzas, daba un peso solemne al mandamiento que

prohibía tomar despojos. Por el poder de su palabra, Dios había

derrocado esta fortaleza; la conquista era suya, y sólo a él debía

dedicarse la ciudad con todo lo que contenía.

Entre los millones de Israel, sólo hubo un hombre que, en

aquella hora solemne de triunfo y castigo, osó violar el

mandamiento de Dios. La vista de aquel costoso manto babilónico

despertó la codicia de Acán; y aun frente a la muerte que por su

causa arrostraba, lo llamó "manto babilónico muy bueno." Un

pecado le había llevado a cometer otro, y se adueñó del oro y la

plata dedicados al tesoro del Señor; le robó a Dios parte de las

primicias de la tierra de Canaán.

El pecado mortal que condujo a Acán a la ruina tuvo su origen

en la codicia, que es, entre todos los pecados, el más común y el que

se considera con más liviandad. Mientras que otros pecados se

averigüan y se castigan, ¡cuán raro es que se censure siquiera la

violación del décimo mandamiento! La historia de Acán nos enseña

la enormidad de ese pecado y cuáles son sus terribles consecuencias.

La codicia es un mal que se desarrolla gradualmente. Acán

albergó avaricia en su corazón hasta que ella se hizo hábito en él y le

ató con cadenas casi imposibles de romper. Aunque fomentaba este

mal, le habría horrorizado el pensamiento de que pudiera acarrear un

660


desastre para Israel; pero el pecado embotó su percepción, y cuando

le sobrevino la tentación cayó fácilmente.

¿No se cometen aun hoy pecados semejantes a ése, y frente a

advertencias tan solemnes y explícitas como las dirigidas a los

israelitas? Se nos prohibe tan expresamente albergar la codicia como

se le prohibió a Acán que tomara despojos en Jericó. Dios declara

que la codicia o avaricia es idolatría. Se nos amonesta: "No podéis

servir a Dios y a Mammón." "Mirad, y guardaos de toda avaricia."

"Ni aun se nombre entre vosotros." Colosenses 3:5; Mateo 6:24;

Lucas 12:15; Efesios 5:3. Tenemos ante nosotros la terrible suerte

que corrieron Acán, Judas, Ananías y Safira. Y aun antes de estos

casos tenemos el de Lucifer, aquel "hijo de la mañana" que,

codiciando una posición más elevada, perdió para siempre el

resplandor y la felicidad del cielo. Y no obstante, a pesar de todas

estas advertencias, la codicia reina por todas partes.

Por doquiera se ve su viscosa huella. Crea descontento y

disensión en las familias; despierta en los pobres envidia y odio

contra los ricos; e induce a éstos a tratar cruelmente a los pobres. Es

un mal que existe no sólo en las esferas seglares del mundo, sino

también en la iglesia. ¡Cuán común es encontrar entre sus miembros

egoísmo, avaricia, ambición, descuido de la caridad y retención de

los "diezmos y las primicias"! Entre los miembros de la iglesia que

gozan del respeto y la consideración de los demás hay,

desgraciadamente, muchos Acanes. Más de un hombre asiste

ostentosamente al culto y se sienta a la mesa del Señor, mientras que

entre sus bienes se ocultan ganancias ilícitas, cosas que Dios

661


maldijo. A cambio de un buen manto babilónico, muchos sacrifican

la aprobación de la conciencia y su esperanza del cielo. Muchos

truecan su integridad y su capacidad para ser útiles, por un saco de

monedas de plata. Los clamores de los pobres que sufren son

desoídos; se le ponen obstáculos a la luz del Evangelio; existen

prácticas que provocan el desprecio de los mundanos y desmienten

la profesión cristiana; y sin embargo, el codicioso continúa

amontonando tesoros. "¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros

me habéis robado" (Malaquías 3:8), dice el Señor.

El pecado de Acán atrajo el desastre sobre toda la nación. Por

el pecado de un hombre, el desagrado de Dios descansará sobre toda

su iglesia hasta que la transgresión sea buscada, descubierta y

eliminada. La influencia que más ha de temer la iglesia no es la de

aquellos que se le oponen abiertamente, ni la de los incrédulos y

blasfemadores, sino la de los cristianos profesos e inconsecuentes.

Estos son los que impiden que bajen las bendiciones del Dios de

Israel y acarrean debilidad entre su pueblo.

Cuando la iglesia se encuentra en dificultades, cuando existen

frialdad y decadencia espiritual, y se da lugar a que triunfen los

enemigos de Dios, traten entonces sus miembros de averiguar si hay

o no un Acán en el campamento, en vez de cruzarse de brazos y

lamentarse de su triste situación. Con humillación y con

escudriñamiento de corazón, procure cada uno descubrir los pecados

ocultos que vedan la presencia de Dios.

Acán reconoció su culpabilidad, pero lo hizo cuando ya era

662


muy tarde para que su confesión le beneficiara. Había visto los

ejércitos de Israel regresar de Hai derrotados y desalentados; pero no

se había adelantado a confesar su pecado. Había visto a Josué y a los

ancianos de Israel postrarse en tierra con indecible congoja. Si

hubiera hecho su confesión entonces, habría dado cierta prueba de

verdadero arrepentimiento; pero siguió guardando silencio. Había

escuchado la proclamación de que se había cometido un gran delito,

y hasta había oído definir claramente su carácter. Pero sus labios

quedaron sellados. Luego se realizó la solemne investigación.

¡Cómo se estremeció de terror su alma cuando vió que se señalaba a

su tribu, luego su familia y finalmente su casa! Pero ni aun entonces

dejó oír su confesión, hasta que el dedo de Dios le tocó, por así

decirlo. Entonces, cuando su pecado ya no pudo ocultarse, reconoció

la verdad. ¡Cuán a menudo se hacen semejantes confesiones! Hay

una enorme diferencia entre admitir los hechos una vez probados, y

confesar los pecados que sólo nosotros y Dios conocemos. Acán no

hubiera confesado su pecado si con ello no hubiera esperado evitar

las consecuencias.

Pero su confesión sólo sirvió para demostrar que su castigo era

justo. No se había arrepentido en verdad de su pecado; no había

sentido contrición, ni cambiado de propósito, ni aborrecía lo malo.

Así también formularán sus confesiones los culpables cuando estén

delante del tribunal de Dios, después que cada caso haya sido

decidido para la vida o para la muerte. Las consecuencias que

incumban a cada pecador le arrancarán un reconocimiento de su

pecado. Lo impondrá a su alma el espantoso sentido de condenación

y la horrenda expectativa del juicio. Pero las tales confesiones no

663


pueden salvar al pecador.

Como Acán, muchos se sienten seguros mientras pueden

ocultar sus transgresiones a sus semejantes, y se lisonjean de que

Dios no es tan estricto que note la iniquidad. Demasiado tarde, sus

pecados los denunciarán en aquel día cuando ya no podrán ser

expiados con sacrificio ni ofrenda. Cuando se abran los registros del

cielo, el Juez no declarará con palabras su culpa a los hombres, sino

que le bastará con lanzar una mirada penetrante, que evocará

vívidamente toda acción y toda transacción de la vida, en la

memoria del obrador de iniquidad. La persona no tendrá que ser

buscada por su tribu y luego su familia, como en tiempo de Josué,

sino que sus propios labios confesarán su vergüenza. Los pecados

ocultos al conocimiento de los hombres serán entonces proclamados

al mundo entero.

664


Capítulo 46

Las bendiciones y las maldiciones

Una vez ejecutada la sentencia dictada contra Acán, Josué

recibió la orden de convocar a todos los guerreros, y nuevamente

avanzar contra Hai. El poder de Dios estaba con su pueblo, y pronto

estuvieron en posesión de la ciudad.

Se suspendieron entonces las operaciones militares, para que

todo Israel participara en un servicio religioso solemne. El pueblo

anhelaba establecerse en Canaán; aun no tenían casas ni tierras para

sus familiares, y para lograrlas tenían que desalojar a los cananeos;

pero esta obra importante había de postergarse, pues un deber

superior exigía su atención inmediata.

Antes de tomar posesión de su herencia, debían renovar su

pacto de lealtad con Dios. En las últimas instrucciones dadas a

Moisés, se ordenó dos veces que se realizase una convocación de

todas las tribus en los montes de Ebal y Gerizim para reconocer

solemnemente la ley de Dios. En acatamiento de estas órdenes,

todos los de la congregación, no solamente los hombres, sino

también las "mujeres y niños, y extranjeros que andaban entre ellos"

(Josué 8:30-35), dejaron su campamento de Gilgal, y atravesaron la

tierra de sus enemigos hasta el valle de Siquem, casi al centro del

país. Aunque rodeados de enemigos no vencidos todavía, estaban

seguros bajo la protección de Dios siempre que le fueran fieles.

665


Entonces, como en los días de Jacob, "el terror de Dios fué sobre las

ciudades que había en sus alrededores" (Génesis 35:5), y los hebreos

no fueron molestados.

El sitio designado para este solemne servicio les era ya sagrado

por su relación con la historia de sus padres. Allí había levantado

Abrahán su primer altar a Jehová en la tierra de Canaán. Allí habían

hincado sus tiendas tanto Abrahán como Jacob. Allí había comprado

este último el campo en el cual las tribus habían de dar sepultura al

cuerpo de José. Allí también estaba el pozo que Jacob había cavado,

y la encina bajo la cual éste había enterrado los ídolos de su casa.

El punto escogido era uno de los más bellos de Palestina, y

muy digno de ser el lugar donde se había de representar esta escena

grandiosa e imponente. Entre las colinas áridas se extendía el

atrayente y primoroso valle, cuyos campos verdes salpicados de

olivares y enjoyados de flores silvestres eran regados por arroyos

provenientes de manantiales vivos. Allí el Ebal y el Gerizim, en

ambos lados opuestos del valle, parecen acercarse el uno al otro y

sus estribaciones forman un púlpito natural, pues las palabras

pronunciadas desde uno de ellos se oyen perfectamente en el otro,

mientras que las laderas de las montañas ofrecen suficiente espacio

para una vasta congregación.

De acuerdo con las indicaciones dadas a Moisés, se erigió un

monumento de enormes piedras sobre el monte Ebal. Sobre estas

piedras, revocadas previamente con argamasa, se escribió la ley, no

solamente los diez preceptos pronunciados desde el Sinaí y

666


esculpidos en las tablas de piedra, sino también las leyes que fueron

comunicadas a Moisés y escritas por él en un libro. A un lado de

este monumento se construyó un altar de piedra sin labrar, sobre el

cual se ofrecieron sacrificios al Señor. El hecho de que se haya

construído el altar en Ebal, el monte sobre el cual recayó la

maldición, resulta muy significativo, pues daba a entender que por

haber violado la ley de Dios, Israel había provocado su ira, y que

ésta le alcanzaría de inmediato si no fuera por la expiación de

Cristo, representada por el altar del sacrificio.

Seis de las tribus--todas ellas descendientes de Lea y Raquel--

se situaron en el monte de Gerizim; mientras que las tribus

descendientes de las siervas, juntamente con las de Rubén y

Zabulón, se colocaron en el monte Ebal, y los sacerdotes que

llevaban el arca ocuparon el valle que quedaba entre las tribus. Se

pidió silencio mediante el toque de la trompeta anunciadora; y luego

en la profunda quietud reinante y en presencia de la enorme

congregación, Josué, de pie al lado del arca santa, leyó las

bendiciones que habían de seguir a la obediencia de la ley de Dios.

Todas las tribus del monte Gerizim respondieron: Amén. Leyó

después las maldiciones, y las tribus que estaban en el monte Ebal,

indicaron de igual manera su asentimiento, uniéndose miles y miles

de voces como una sola en la respuesta solemne. A continuación

vino la lectura de la ley de Dios, juntamente con los estatutos y

juicios que les habían sido entregados por Moisés.

Israel había recibido la ley directamente de los labios de Dios

en el Sinaí; y sus santos preceptos, escritos por su propia mano, se

667


conservaban aún en el arca. Ahora se la había escrito nuevamente

donde todos podían leerla. Todos podían ver por sus propios ojos las

condiciones del pacto que había de regir su posesión de Canaán.

Todos habían de indicar que aceptaban los términos y estipulaciones

del pacto, y dar su asentimiento a las bendiciones o maldiciones que

entrañaría su observancia o su descuido. La ley no sólo fué escrita

sobre las piedras conmemorativas, sino que también fué leída por el

mismo Josué en alta voz a oídos de todo Israel. No habían

transcurrido muchas semanas desde que Moisés les había dado en

discursos todo el libro de Deuteronomio; sin embargo, ahora Josué

leyó nuevamente la ley.

No sólo los hombres de Israel, sino también las mujeres y los

niños, escucharon la lectura de la ley; pues era importante que todos

conocieran su deber y lo cumplieran. Dios le había ordenado a Israel

con respecto a sus estatutos: "Pondréis estas mis palabras en vuestro

corazón y en vuestra alma, y las ataréis por señal en vuestra mano, y

serán por frontales entre vuestros ojos. Y las enseñaréis a vuestros

hijos, hablando de ellas; ... para que sean aumentados vuestros días,

y los días de vuestros hijos, sobre la tierra que juró Jehová a

vuestros padres que les había de dar, como los días de los cielos

sobre la tierra." Deuteronomio 11:18-21.

Cada séptimo año toda la ley había de leerse ante toda la

congregación de Israel, tal como Moisés lo había ordenado: "Al

cabo del séptimo año, en el año de la remisión, en la fiesta de las

Cabañas, cuando viniere todo Israel a presentarse delante de Jehová

tu Dios en el lugar que él escogiere, leerás esta ley delante de todo

668


Israel a oídos de ellos. Harás congregar el pueblo, varones y mujeres

y niños, y tus extranjeros que estuvieren en tus ciudades, para que

oigan y aprendan, y teman a Jehová vuestro Dios, y cuiden de poner

por obra todas las palabras de esta ley: y los hijos de ellos que no

supieron oigan, y aprendan a temer a Jehová vuestro Dios todos los

días que viviereis sobre la tierra, para ir a la cual pasáis el Jordán

para poseerla." Deuteronomio 31:10-13.

Satanás procura siempre pervertir lo que Dios ha dicho, a fin de

cegar la mente y obscurecer el entendimiento, y así inducir a los

hombres a pecar. Por esta razón es Dios tan explícito y presenta sus

exigencias con tanta claridad que nadie necesita equivocarse. Dios

procura constantemente atraer a los hombres a sí mismo y ponerlos

bajo su protección, para que Satanás no ejerza sobre ellos su poder

cruel y engañoso. Condescendió a hablarles con su propia voz, y a

escribir con su propia mano los oráculos vivientes. Y estas palabras

bienaventuradas, todas henchidas de vida y luminosas de verdad,

son confiadas a los hombres como una guía perfecta. Debido a que

Satanás está tan listo para arrebatar la mente y apartar los afectos de

las promesas del Señor y sus exigencias, se necesita la mayor

diligencia para grabarlas en la mente y el corazón.

Los maestros religiosos debieran prestar mayor atención a la

obra de instruir al pueblo en los hechos y las lecciones de la historia

bíblica, y asimismo en las advertencias y los requisitos del Señor.

Todas estas cosas deben presentarse en lenguaje sencillo, adaptado a

la comprensión de los niños. Cuidar de que los jóvenes reciban

instrucción en las Escrituras debe ser parte de la obra de los

669


ministros y de los padres de familia.

Los padres de familia pueden y deben interesar a sus hijos en

los variados conocimientos que se encuentran en las sagradas

páginas. Pero si quieren interesar a sus hijos e hijas en la Palabra de

Dios, ellos mismos deben sentir interés por ella. Deben

familiarizarse con sus enseñanzas, y así como Dios lo ordenó a

Israel, hablar de ellas, "ora sentado en tu casa, o andando por el

camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes." Deuteronomio

11:19. Los que quieran que sus hijos amen y reverencien a Dios

deben hablar de su bondad, majestad y poder según se revelan en su

Palabra y en las obras de la creación.

Cada capítulo y cada versículo de la Biblia es una

comunicación directa de Dios a los hombres. Debiéramos atar sus

preceptos en nuestras manos como señales y como frontales entre

nuestros ojos. Si se los estudia y obedece, conducirán al pueblo de

Dios, como fueron conducidos los israelitas por la columna de nube

durante el día y la columna de fuego durante la noche.

670


Capítulo 47

La alianza con los Gabaonitas

De siquem los israelitas volvieron a su campamento de Gilgal.

Allí los visitó poco después una embajada extraña, que deseaba

pactar un tratado con ellos. Los embajadores manifestaron que

venían de tierras lejanas, cosa que parecía confirmar su apariencia.

Llevaban ropas viejas y raídas; sus sandalias estaban recosidas; sus

provisiones de boca estaban mohosas, y sus odres, rasgados y

remendados, como si se los hubiera reparado apresuradamente

durante el viaje.

En su lejana tierra, situada, según ellos, más allá de los límites

de Palestina, sus conciudadanos habían oído hablar de las maravillas

que Dios había obrado por su pueblo, y los habían mandado a hacer

alianza con Israel. A los hebreos se les había advertido

especialmente que no se aliaran en manera alguna con los idólatras

de Canaán, y se despertó una duda en la mente de los jefes acerca de

si los extraños decían la verdad o no. "Quizás vosotros habitáis en

medio de nosotros," dijeron. A esto los embajadores sólo

contestaron: "Nosotros somos tus siervos." Véase Josué 9, 10. Pero

cuando Josué les preguntó directamente: "¿Quién sois vosotros y de

dónde venís?" ellos repitieron la contestación anterior, y agregaron

en prueba de su sinceridad: "Este nuestro pan tomamos caliente de

nuestras casas para el camino el día que salimos para venir a

vosotros; y helo aquí ahora que está seco y mohoso. Estos cueros de

671


vino también los henchimos nuevos; helos aquí ya rotos: también

estos nuestros vestidos y nuestros zapatos están ya viejos a causa de

lo muy largo del camino."

Estas explicaciones prevalecieron. Los hebreos "no

preguntaron a la boca de Jehová. Y Josué hizo paz con ellos, y

concertó con ellos que les dejaría la vida: también los príncipes de la

congregación les juraron." Así se concertó la alianza. Tres días

después se descubrió la verdad. "Oyeron como eran sus vecinos, y

que habitaban en medio de ellos." Sabiendo que les era imposible

resistir a los hebreos, los gabaonitas habían recurrido a esa

estratagema para conservar la vida.

Fué grande la indignación de los israelitas cuando supieron que

se los había engañado. Y esta indignación aumentó cuando después

de tres días de viaje, llegaron a las ciudades de los gabaonitas, cerca

del centro del país. "Toda la congregación murmuraba contra los

príncipes;" pero éstos rehusaron quebrantar la alianza que habían

hecho a pesar de que fué lograda por fraude, porque habían "jurado

por Jehová Dios de Israel." "Y no los hirieron los hijos de Israel."

Los gabaonitas se habían comprometido solemnemente a renunciar a

la idolatría, y a aceptar el culto de Jehová; y al perdonarles la vida,

no se violaba el mandamiento de Dios que ordenaba la destrucción

de los cananeos idólatras. De manera que por su juramento los

hebreos no se habían comprometido a cometer pecado. Y aunque el

juramento se había obtenido por engaño no debía ser violado. La

obligación incurrida al empeñar uno su palabra, con tal que no sea

para cometer un acto malo o ilícito, debe tenerse por sagrada.

672


Ninguna consideración de ganancia material, venganza o interés

personal, puede afectar la inviolabilidad de un juramento o promesa.

"Los labios mentirosos son abominación a Jehová." "Subirá al

monte de Jehová" y "estará en lugar de su santidad" el que

"habiendo jurado en daño suyo, no por eso muda." Proverbios

12:22; Salmos 24:3; 15:4.

A los gabaonitas se les permitió vivir, pero se los destinó a

prestar servidumbre en el santuario, a desempeñar todos los trabajos

inferiores. "Y constituyólos Josué aquel día por leñadores y

aguadores para la congregación y para el altar de Jehová." Ellos

aceptaron agradecidos esta imposición, y sabiendo que eran

culpables, se conformaron con comprar su vida bajo cualesquiera

condiciones. "Henos aquí en tu mano--dijeron a Josué:--lo que te

pareciere bueno y recto hacer de nosotros, hazlo." Durante muchos

siglos sus descendientes estuvieron vinculados con el servicio del

santuario.

El territorio de los gabaonitas comprendía cuatro ciudades. El

pueblo no estaba bajo la soberanía de un rey, sino que lo gobernaban

ancianos o senadores. Gabaón, la más importante de sus ciudades,

"era una gran ciudad, como una de las ciudades reales," "y todos sus

hombres fuertes." El hecho de que el pueblo de esa ciudad recurriera

a una argucia tan humillante para salvar la vida, demuestra cuánto

terror inspiraban los israelitas a los habitantes de Canaán.

Pero les hubiera salido mejor a los gabaonitas si hubieran

tratado honradamente con Israel. Aunque su sumisión a Jehová les

673


permitió conservar la vida, su engaño sólo les reportó deshonra y

servidumbre. Dios había estatuído que todos los que renunciaran al

paganismo, y se unieran con los israelitas, habían de participar de

las bendiciones del pacto. Quedaban incluídos en la expresión "el

extranjero que peregrina entre vosotros," y con pocas excepciones

esta clase había de gozar iguales favores y privilegios que Israel. El

mandamiento de Dios fué:

"Y cuando el extranjero morare contigo en vuestra tierra, no le

oprimiréis. Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que

peregrinare entre vosotros; y ámalo como a ti mismo." Levítico

19:33, 34. Con respecto a la pascua y al ofrecimiento de sacrificios

se había ordenado: "Un mismo estatuto tendréis, vosotros de la

congregación y el extranjero que con vosotros mora; ... como

vosotros, así será el peregrino delante de Jehová." Números 15:15.

Tales eran las condiciones en las cuales los gabaonitas podrían

haber sido recibidos de no haber mediado el engaño al cual habían

recurrido. Ser hechos leñadores y aguadores por todas las

generaciones no era poca humillación para aquellos ciudadanos de

una ciudad real, donde todos los hombres eran "fuertes." Pero

habían adoptado el manto de la pobreza con fines de engaño, y les

quedó como insignia de servidumbre perpetua. A través de todas las

generaciones, esta servidumbre iba a atestiguar el aborrecimiento en

que Dios tiene la mentira.

La sumisión de Gabaón a los israelitas desalentó a los reyes de

Canaán. Tomaron inmediatamente medidas para vengarse de los que

674


habían hecho la paz con los invasores. Bajo la dirección de

Adonisedec, rey de Jerusalén, cinco de los reyes cananeos se

confederaron contra Gabaón. Sus movimientos fueron rápidos. Los

gabaonitas no estaban preparados para defenderse y enviaron un

mensaje a Josué que estaba en Gilgal: "No encojas tus manos de tus

siervos; sube prestamente a nosotros para guardarnos y ayudarnos:

porque todos los reyes de los Amorrheos que habitan en las

montañas, se han juntado contra nosotros." El peligro no sólo

amenazaba al pueblo de Gabaón, sino también a Israel. La ciudad

dominaba los pasos que daban acceso al centro y al sur de Palestina,

y había que conservarla si se quería conquistar el país.

Josué se preparó en seguida para acudir en auxilio de Gabaón.

Los habitantes de la ciudad sitiada habían temido que a causa del

fraude que habían cometido, Josué rechazara su pedido de ayuda.

Pero en vista de que se habían sometido al dominio de Israel, y

habían aceptado adorar a Dios, Josué se sintió obligado a

protegerlos. No obró esta vez sin consultar a Dios, y el Señor le

alentó en la empresa. "No tengas temor de ellos--fué el mensaje

divino:--porque yo los he entregado en tu mano, y ninguno de ellos

parará delante de ti." Así que "subió Josué de Gilgal, él y todo el

pueblo de guerra con él, y todos los hombres valientes."

Marchando toda la noche, tuvo sus fuerzas frente a Gabaón por

la mañana. Apenas habían colocado los príncipes aliados sus

ejércitos alrededor de la ciudad cuando Josué cayó sobre ellos. El

ataque resultó una derrota total para los sitiadores. El inmenso

ejército invasor huyó ante Josué montaña arriba por el desfiladero de

675


Beth-orón; y habiendo ganado las alturas, se precipitaron montaña

abajo al otro lado. Allí estalló sobre ellos terrible tempestad de

granizo. "Jehová echó sobre ellos del cielo grandes piedras....

Muchos más murieron de las piedras del granizo, que los que los

hijos de Israel habían muerto a cuchillo."

Mientras los amorreos continuaban huyendo precipitadamente,

procurando hallar refugio en las fortalezas de la montaña, Josué,

mirando hacia abajo desde la altura, vió que el día iba a resultar

corto para completar su obra. Si sus enemigos no quedaban

completamente derrotados, se reunirían y reanudarían la lucha.

"Entonces Josué habló a Jehová, ... y dijo en presencia de los

Israelitas: Sol, detente en Gabaón; y tú, Luna, en el valle de Ajalón.

Y el sol se detuvo y la luna se paró, hasta tanto que la gente se hubo

vengado de sus enemigos.... El sol se paró en medio del cielo, y no

se apresuró a ponerse casi un día entero."

Antes de que anocheciera, la promesa que Dios hizo a Josué se

había cumplido. Todo el ejército enemigo había sido entregado en

sus manos. Israel iba a recordar durante mucho tiempo los

acontecimientos de aquel día. "Nunca fué tal día antes ni después de

aquél, habiendo atendido Jehová a la voz de un hombre: porque

Jehová peleaba por Israel." "El sol y la luna se pararon en su

estancia: a la luz de tus saetas anduvieron, y al resplandor de tu

fulgente lanza. Con ira hollaste la tierra, con furor trillaste las

gentes. Saliste para salvar tu pueblo." Habacuc 3:11-13.

El Espíritu de Dios inspiró la oración de Josué, para que se

676


manifestara otra vez el poder del Dios de Israel. Por consiguiente, la

petición no evidenciaba presunción por parte del gran caudillo.

Aunque Josué había recibido la promesa de que Dios derrocaría

ciertamente a los enemigos de Israel, realizó un esfuerzo tan

ardoroso como si el éxito de la empresa dependiera solamente de los

ejércitos de Israel. Hizo todo lo que era posible para la energía

humana, y luego pidió con fe la ayuda divina. El secreto del éxito

estriba en la unión del poder divino con el esfuerzo humano. Los

que logran los mayores resultados son los que confían más

implícitamente en el Brazo todopoderoso. El hombre que exclamó:

"Sol, detente en Gabaón; y tú, Luna, en el valle de Ajalón," es el

mismo que durante muchas horas permanecía postrado en tierra, en

ferviente oración, en el campamento de Gilgal. Los hombres que

oran son los hombres fuertes.

Este gran milagro atestigua que toda la creación está bajo el

dominio del Creador. Satanás procura impedir a los hombres que

vean la intervención divina en el mundo físico y quiere ocultarles la

obra incansable de la gran Causa primera. Este milagro reprende a

todos los que ensalzan a la naturaleza sobre el Dios de la naturaleza.

Por su propia voluntad, Dios convoca las fuerzas de la

naturaleza y les ordena que exterminen el poderío de sus enemigos;

"el fuego y el granizo, la nieve y el vapor, el viento de tempestad

que ejecuta su palabra." Salmos 148:8. Cuando los paganos

amorreos se empecinaron en su oposición a los propósitos de él,

Dios intervino y lanzó "del cielo grandes piedras" sobre los

enemigos de Israel. Se nos dice que durante las escenas finales de la

677


historia de este mundo, habrá una batalla más grande aún, cuando

abrirá "Jehová su armería" y sacará "las armas de su indignación."

Pregunta! "¿Has tú entrado en los tesoros de la nieve, o has visto los

tesoros del granizo, lo cual tengo yo reservado para el tiempo de

angustia, para el día de la guerra y de la batalla?" Jeremías 50:25

(VM); Job 38:22, 23.

El revelador describe la destrucción que se producirá cuando

salga "una grande voz del templo del cielo, del trono, diciendo:

Hecho es." Dice él: "Y cayó del cielo sobre los hombres un grande

granizo como del peso de un talento." Apocalipsis 16:17, 21.

678


Capítulo 48

La repartición de Canaán

A la victoria de Beth-orón siguió pronto la conquista de la parte

meridional de Canaán. "Hirió pues Josué toda la región de las

montañas, y del mediodía, y de los llanos.... Todos estos reyes y sus

tierras tomó Josué de una vez; porque Jehová el Dios de Israel

peleaba por Israel. Y tornóse Josué, y todo Israel con él, al campo en

Gilgal." Véase Josué 10; 11.

Las tribus del norte de Palestina, atemorizadas por el éxito que

acompañaba a los ejércitos de Israel, formaron entonces una alianza

contra ellos. Encabezaba esa alianza Jabín, rey de Hasor, cuyo

territorio se hallaba al oeste del lago Merom. "Estos salieron, y con

ellos todos sus ejércitos." Esta hueste era mucho mayor que

cualquier otra que hubieran encontrado antes los israelitas en

Canaán, "pueblo mucho en gran manera, como la arena que está a la

orilla del mar, con gran muchedumbre de caballos y carros. Todos

estos reyes se juntaron, y viniendo reunieron los campos junto a las

aguas de Merom, para pelear contra Israel." Nuevamente recibió

Josué un mensaje alentador: "No tengas temor de ellos, que mañana

a esta hora yo entregaré a todos éstos, muertos delante de Israel."

Cerca del lago Merom, Josué cayó sobre el campamento de los

aliados, y derrotó totalmente sus fuerzas. "Y entrególos Jehová en

manos de Israel, los cuales los hirieron y siguieron ... hasta que no

679


les dejaron ninguno." Los israelitas no debían apropiarse de los

carros y caballos que habían constituído el orgullo y la vanagloria de

los cananeos. Por orden divina, los carros fueron quemados, y los

caballos desjarretados e inutilizados para la batalla. Los israelitas no

habían de depositar su confianza en carros o caballos, sino en el

nombre de Jehová su Dios.

Una a una fueron tomadas las ciudades y Hasor, la gran

fortaleza de la confederación, fué quemada. La guerra continuó

durante varios años, pero cuando terminó Josué se había adueñado

de Canaán. "Y la tierra reposó de guerra."

Pero a pesar de que había sido quebrantado el poderío de los

cananeos, éstos no fueron completamente despojados. Hacia el oeste

los filisteos seguían poseyendo una llanura fértil a lo largo de la

costa, mientras que al norte de ellos estaba el territorio de los

sidonios. Estos tenían también el Líbano; y por el sur, hacia Egipto,

la tierra seguía ocupada por los enemigos de Israel.

Sin embargo, Josué no había de continuar la guerra. Había otra

obra que el gran jefe debía hacer antes de dejar el mando de Israel.

Toda la tierra, tanto las partes ya conquistadas como las aun no

subyugadas, debía repartirse entre las tribus. Y a cada tribu le tocaba

subyugar completamente su propia heredad. Con tal que el pueblo

fuera fiel a Dios, él expulsaría a sus enemigos de delante de ellos; y

prometió darles posesiones todavía mayores si tan sólo eran fieles a

su pacto. La distribución de la tierra fué encomendada a Josué, a

Eleazar, sumo sacerdote, y a los jefes de las tribus, habiéndose de

680


fijar por suertes la situación de cada tribu. Moisés mismo había

fijado las fronteras del país según se lo había de dividir entre las

tribus cuando entraran en posesión de Canaán, y había designado un

príncipe de cada tribu para que diera atención a la distribución. Por

estar la tribu de Leví dedicada al servicio del santuario, no se la

tomó en cuenta en esta repartición; pero se les asignaron a los levitas

cuarenta y ocho ciudades en diferentes partes del país como su

herencia.

Antes que comenzara la distribución de la tierra, Caleb,

acompañado de los jefes de su tribu, presentó una petición especial.

Con excepción de Josué, era Caleb el hombre más anciano de Israel.

Ambos habían sido entre los espías los únicos que trajeron un buen

informe acerca de la tierra de promisión, y animaron al pueblo a que

subiera y la poseyera en nombre del Señor. Caleb le recordó ahora a

Josué la promesa que se le hizo entonces como galardón por su

fidelidad: "¡Ciertamente la tierra en que ha pisado tu pie ha de ser

herencia tuya y de tus hijos para siempre! por cuanto has seguido

cumplidamente a Jehová mi Dios." Josué 14:9 (VM). Por

consiguiente solicitó que se le diera Hebrón como posesión. Allí

habían residido muchos años Abrahán, Isaac y Jacob; allí, en la

cueva de Macpela, habían sido sepultados. Hebrón era la capital de

los temibles anaceos, cuyo aspecto formidable tanto había

amedrentado a los espías y, por su medio, anonadado el valor de

todo Israel. Este sitio, sobre todos los demás, era el que Caleb,

confiado en el poder de Dios, eligió por heredad.

"Ahora bien--dijo,--Jehová me ha hecho vivir, como él dijo,

681


estos cuarenta y cinco años, desde el tiempo que Jehová habló estas

palabras a Moisés, ... y ahora, he aquí soy hoy día de ochenta y

cinco años: pero aun estoy tan fuerte como el día que Moisés me

envió: cual era entonces mi fuerza, tal es ahora, para la guerra, y

para salir y para entrar. Dame, pues, ahora este monte, del cual

habló Jehová aquel día; porque tú oíste en aquel día que los Anaceos

están allí, y grandes y fuertes ciudades. Quizá Jehová será conmigo,

y los echaré como Jehová ha dicho." Esta petición fué apoyada por

los hombres principales de Judá. Como Caleb mismo era

representante de su tribu, designado para colaborar en la repartición

de la tierra, había preferido tener a estos hombres consigo al

presentar su pedido, para que no hubiera apariencia siquiera de que

se valía de su autoridad para satisfacer fines egoístas.

Lo que pedía le fué otorgado inmediatamente. A ningún otro

podía confiarse con más seguridad la conquista de esa fortaleza de

gigantes. "Josué entonces lo bendijo, y dió a Caleb hijo de Jephone a

Hebrón por heredad, ... porque cumplió siguiendo a Jehová Dios de

Israel." La fe de Caleb era en esa época la misma que tenía cuando

su testimonio contradijo el informe desfavorable de los espías. El

había creído en la promesa de Dios, de que pondría su pueblo en

posesión de la tierra de Canaán, y en esto había seguido fielmente al

Señor. Había sobrellevado con su pueblo la larga peregrinación por

el desierto, y compartido las desilusiones y las cargas de los

culpables; no obstante, no se quejó de esto, sino que ensalzó la

misericordia de Dios que le había guardado en el desierto cuando

sus hermanos eran eliminados. En medio de las penurias, los

peligros y las plagas de las peregrinaciones en el desierto, durante

682


los años de guerra desde que entraron en Canaán, el Señor le había

guardado, y ahora que tenía más de ochenta años su vigor no había

disminuido. No pidió una tierra ya conquistada, sino el sitio que por

sobre todos los demás los espías habían considerado imposible de

subyugar. Con la ayuda de Dios, quería arrebatar aquella fortaleza

de manos de los mismos gigantes cuyo poder había hecho tambalear

la fe de Israel. Al hacer su petición no fué movido Caleb por el

deseo de conseguir honores o engrandecimiento. El valiente y viejo

guerrero deseaba dar al pueblo un ejemplo que honrara a Dios, y

alentar a las tribus para que subyugaran completamente la tierra que

sus padres habían considerado inconquistable.

Caleb obtuvo la heredad que su corazón había anhelado durante

cuarenta años, y confiado en que Dios le acompañaba, "echó de allí

tres hijos de Anac." Josué 15:14. Habiendo obtenido así una

posesión para sí y su casa, no por ello disminuyó su celo, ni se

instaló a gozar de su heredad, sino que siguió adelante con otras

conquistas para beneficio de la nación y gloria de Dios.

Los cobardes rebeldes habían perecido en el desierto; pero los

espías íntegros comieron de las uvas de Escol. A cada uno se le dió

de acuerdo con su fe. Los incrédulos habían visto sus temores

cumplidos. No obstante la promesa de Dios, habían dicho que era

imposible heredar la tierra de Canaán, y no la poseyeron. Pero los

que confiaron en Dios y no consideraron tanto las dificultades que

se habían de encontrar como la fuerza de su Ayudador

todopoderoso, entraron en la buena tierra. Por la fe fué cómo los

antiguos notables "ganaron reinos, ... evitaron filo de cuchillo,

683


convalecieron de enfermedades, fueron hechos fuertes en batallas,

trastornaron campos de extraños." "Esta es la victoria que vence al

mundo, nuestra fe." Hebreos 11:33, 34; 1 Juan 5:4.

Otra reclamación tocante a la repartición de la tierra reveló un

espíritu muy diferente del de Caleb. La presentaron los hijos de

José, la tribu de Efraín con la media tribu de Manasés. Basándose en

la superioridad de su número, estas tribus exigieron una porción

doble de territorio. La que les había tocado en suerte era la más rica

de la tierra e incluía la fértil llanura de Sarón; pero muchas de las

ciudades principales del valle estaban aún en poder de los cananeos,

y las tribus, rehuyendo el trabajo y peligro que significaba

conquistar sus posesiones, deseaban una porción adicional del

territorio ya conquistado. La tribu de Efraín era una de las más

grandes de Israel, y a ella pertenecía el mismo Josué. Por

consiguiente sus miembros se creían con derecho a recibir una

consideración especial. Dijeron a Josué: "¿Por qué me has dado por

heredad una sola suerte y una sola parte, siendo yo un pueblo tan

grande?" Josué 17:14-18. Pero no lograron que el jefe inflexible se

apartara de la estricta justicia.

Su respuesta fué: "Si eres pueblo tan grande, sube tú al monte,

y corta para ti allí en la tierra del Pherezeo y de los gigantes, pues

que el monte de Ephraim es angosto para ti."

La contestación de ellos demostró el verdadero motivo de su

queja: les hacía falta fe y valor para desalojar a los cananeos. "No

nos bastará a nosotros este monte--dijeron:--y todos los Cananeos

684


que habitan la tierra de la campiña, tienen carros herrados."

El poder del Dios de Israel había sido prometido a su pueblo, y

si los efraimitas hubieran tenido el valor y la fe de Caleb, ningún

enemigo habría podido oponérseles. Josué encaró firmemente el

deseo manifiesto de ellos de evitar los trabajos y peligros. Les dijo:

"Tú eres gran pueblo, y tienes gran fuerza; no tendrás una sola

suerte; mas aquel monte será tuyo; que bosque es, y tú lo cortarás, y

serán tuyos sus términos: porque tú echarás al Cananeo, aunque

tenga carros herrados, y aunque sea fuerte." Así sus propios

argumentos fueron esgrimidos contra ellos. Siendo ellos un gran

pueblo, como alegaban serlo, tenían plena capacidad para abrirse

camino, como sus hermanos. Con la ayuda de Dios, no necesitaban

temer los carros herrados.

Hasta entonces, Gilgal había sido cuartel general de la nación y

asiento del tabernáculo. Pero ahora el tabernáculo debía ser

trasladado al sitio escogido como su lugar permanente: la pequeña

ciudad de Silo, en tierra adjudicada a Efraín. Estaba situada cerca

del centro del país, y era fácilmente accesible para todas las tribus.

Esa parte del país había sido subyugada completamente, y por lo

tanto los adoradores no serían molestados. "Y toda la congregación

de los hijos de Israel se juntó en Silo, y asentaron allí el tabernáculo

del testimonio." Josué 18:1-10. Las tribus que aun estaban

acampadas cuando se trasladó el tabernáculo de Gilgal a Silo, lo

siguieron y acamparon cerca de esa ciudad hasta que se dispersaron

para ocupar sus respectivas heredades.

685


El arca permaneció en Silo por espacio de trescientos años,

hasta que, a causa de los pecados de la casa de Elí, cayó en manos

de los filisteos y Silo fué destruida totalmente. Ya no volvió a

colocarse el arca en el tabernáculo en ese lugar, pues el servicio del

santuario se trasladó por último al templo de Jerusalén, y Silo se

convirtió en una localidad insignificante. Sólo quedan algunas

ruinas para señalar el sitio que ocupó. Mucho después, la suerte que

corrió aquel pueblo sirvió para amonestar a Jerusalén. "Andad

empero ahora a mi lugar que fué en Silo, donde hice que morase mi

nombre al principio--declaró el Señor por el profeta Jeremías,--y ved

lo que le hice por la maldad de mi pueblo Israel.... Haré también a

esta casa sobre la cual es invocado mi nombre, en la que vosotros

confiáis, y a este lugar que di a vosotros y a vuestros padres, como

hice a Silo." Jeremías 7:12-14.

"Y después que acabaron de repartir la tierra en heredad," y

cuando ya todas las tribus habían recibido la heredad que les tocara,

Josué presentó su derecho. A él, como a Caleb, se le había

prometido una herencia especial; no pidió, sin embargo, una

provincia grande, sino una sola ciudad. "Le dieron la ciudad que él

pidió; ... y él reedificó la ciudad, y habitó en ella." Josué 19:49, 50.

El nombre que se le puso a la ciudad fué Timnath-sera, "la parte que

sobra," y atestiguó para siempre el carácter noble y espíritu

desinteresado del vencedor que, en vez de ser el primero en

apropiarse del botín de la victoria, postergó su derecho hasta que los

más humildes de su pueblo habían recibido su parte.

Seis de las ciudades dadas a los levitas, tres a cada lado del

686


Jordán, fueron designadas como ciudades de refugio, a las cuales

pudieran huír los homicidas en busca de seguridad. La designación

de estas ciudades había sido ordenada por Moisés, para que a ellas

pudiera huír "el homicida que hiriere a alguno de muerte por yerro.

Y os serán aquellas ciudades por acogimiento del pariente--dijo,--y

no morirá el homicida hasta que esté a juicio delante de la

congregación." Números 35:11, 12. Lo que hacía necesaria esta

medida misericordiosa era la antigua costumbre de vengarse

particularmente, que encomendaba el castigo del homicida al

pariente o heredero más cercano al muerto. En los casos en que la

culpabilidad era clara y evidente, no era menester esperar que los

magistrados juzgaran al homicida. El vengador podía buscarlo y

perseguirlo dondequiera que lo encontrara. El Señor no tuvo a bien

abolir esa costumbre en aquel entonces; pero tomó medidas para

afianzar la seguridad de los que sin intención quitaran la vida a

alguien.

Las ciudades de refugio estaban distribuídas de tal manera que

había una a medio día de viaje de cualquier parte del país. Los

caminos que conducían a ellas habían de conservarse en buen

estado; y a lo largo de ellos se habían de poner postes que llevaran

en caracteres claros y distintos la inscripción "Refugio" o

"Acogimiento" para que el fugitivo no perdiera un solo momento.

Cualquiera, ya fuera hebreo, extranjero o peregrino, podía valerse de

esta medida. Pero si bien no se debía matar precipitadamente al que

no fuera culpable, el que lo fuera no había de escapar al castigo. El

caso del fugitivo debía ser examinado con toda equidad por las

autoridades competentes, y sólo cuando se comprobaba que era

687


inocente de toda intención homicida podía quedar bajo la protección

de las ciudades de asilo. Los culpables eran entregados a los

vengadores. Los que tenían derecho a gozar protección podían

tenerla tan sólo mientras permanecieran dentro del asilo designado.

El que saliera de los límites prescritos y fuera encontrado por el

vengador de la sangre, pagaba con su vida la pena que entrañaba el

despreciar las medidas del Señor. Pero a la muerte del sumo

sacerdote, todos los que habían buscado asilo en las ciudades de

refugio quedaban en libertad para volver a sus respectivas

propiedades.

En un juicio por homicidio, no se podía condenar al acusado

por la declaración de un solo testigo, aunque hubiera graves pruebas

circunstanciales contra él. La orden del Señor fué: "Cualquiera que

hiriere a alguno, por dicho de testigos, morirá el homicida: mas un

solo testigo no hará fe contra alguna persona que muera." Números

35:30. Fué Cristo quien le dió a Moisés estas instrucciones para

Israel; y mientras estaba personalmente con sus discípulos en la

tierra, al enseñarles como debían tratar a los pecadores, el gran

Maestro repitió la lección de que el testimonio de un solo hombre no

basta para condenar ni absolver. Las cuestiones en disputa no han de

decidirse por las opiniones de un solo hombre. En todos estos

asuntos, dos o más han de reunirse y llevar juntos la

responsabilidad, "para que en boca de dos o tres testigos conste toda

palabra." Mateo 18:16.

Si el enjuiciado por homicida era reconocido culpable, ninguna

expiación ni rescate podía salvarle. "El que derramare sangre del

688


hombre, por el hombre su sangre será derramada." "Y no tomaréis

precio por la vida del homicida; porque está condenado a muerte:

mas indefectiblemente morirá;" "de mi altar lo quitarás para que

muera," éstas fueron las instrucciones de Dios juntamente con las

siguientes: "La tierra no será expiada de la sangre que fué derramada

en ella, sino por la sangre del que la derramó." Génesis 9:6;

Números 35:31-33; Éxodo 21:14. La seguridad y la pureza de la

nación exigía que el pecado de homicidio fuese castigado

severamente. La vida humana, que sólo Dios podía dar, debía

considerarse sagrada.

Las ciudades de refugio destinadas al antiguo pueblo de Dios

eran un símbolo del refugio proporcionado por Cristo. El mismo

Salvador misericordioso que designó esas ciudades temporales de

refugio proveyó por el derramamiento de su propia sangre un asilo

verdadero para los transgresores de la ley de Dios, al cual pueden

huír de la segunda muerte y hallar seguridad. No hay poder que

pueda arrebatar de sus manos las almas que acuden a él en busca de

perdón. "Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están

en Cristo Jesús." "¿Quien es el que condenará? Cristo es el que

murió; más aún, el que también resucitó, quien además está a la

diestra de Dios, el que también intercede por nosotros," "para que ...

tengamos un fortísimo consuelo, los que nos acogemos a trabarnos

de la esperanza propuesta." Romanos 8:1, 34; Hebreos 6:18.

El que huía a la ciudad de refugio no podía demorarse.

Abandonaba su familia y su ocupación. No tenía tiempo para

despedirse de los seres amados. Su vida estaba en juego y debía

689


sacrificar todos los intereses para lograr un solo fin: llegar al lugar

seguro. Olvidaba su cansancio; y no le importaban las dificultades.

No osaba aminorar el paso un solo momento hasta hallarse dentro de

las murallas de la ciudad.

El pecador está expuesto a la muerte eterna hasta que encuentre

un escondite en Cristo; y así como la demora y la negligencia podían

privar al fugitivo de su única oportunidad de vivir, también pueden

las tardanzas y la indiferencia resultar en ruina del alma. Satanás, el

gran adversario, sigue los pasos de todo transgresor de la santa ley

de Dios, y el que no se percata del peligro en que se halla y no busca

fervorosamente abrigo en el refugio eterno, será víctima del

destructor.

El prisionero que en cualquier momento salía de la ciudad de

refugio era abandonado a la voluntad del vengador de la sangre. En

esa forma se le enseñaba al pueblo a seguir celosamente los métodos

que la sabiduría infinita había designado para su seguridad.

Asimismo no basta que el pecador crea en Cristo para el perdón de

sus pecados; debe, mediante la fe y la obediencia, permanecer en él.

"Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el

conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio por el pecado,

sino una horrenda esperanza de juicio, y hervor de fuego que ha de

devorar a los adversarios." Hebreos 10:26, 27.

Dos de las tribus de Israel, Gad y Rubén, con la mitad de la

tribu de Manasés, habían recibido su heredad antes de cruzar el

Jordán. Para un pueblo de pastores, las anchas llanuras de las tierras

690


altas y valiosos bosques de Galaad y de Basán, que ofrecían

extensos campos de pastoreo para sus rebaños y manadas, tenían

atractivos que no podían encontrarse en la propia Canaán; y las dos

tribus y media, deseando establecerse en esa región, se habían

comprometido a proporcionar su cuota de soldados armados para

que acompañaran a sus hermanos al otro lado del Jordán y

participaran en todas sus batallas hasta que todos entraran en

posesión de sus respectivas heredades. Esta obligación se había

cumplido fielmente. Cuando las diez tribus entraron en Canaán,

cuarenta mil de "los hijos de Rubén y los hijos de Gad, y la media

tribu de Manasés, ... armados a punto pasaron hacia la campiña de

Jericó delante de Jehová a la guerra." Josué 4:12, 13. Durante años

habían luchado valientemente al lado de sus hermanos. Ahora había

llegado el momento en que habían de entrar en la tierra de su

posesión. Mientras acompañaban a sus hermanos en los conflictos,

también habían compartido los despojos; y regresaron "con grandes

riquezas, y con grande copia de ganado, con plata, y con oro, y

metal, y muchos vestidos" (véase Josué 22), todo lo cual debían

compartir con los que se habían quedado al cuidado de las familias y

los rebaños.

Iban a morar ahora a cierta distancia del santuario del Señor, y

Josué presenció su partida con corazón acongojado, pues sabía cuán

fuertemente tentados se verían, en su vida aislada y nómada, a

adoptar las costumbres de las tribus paganas que moraban en sus

fronteras.

Mientras el ánimo de Josué y de otros jefes estaba aun

691


deprimido por presentimientos angustiosos, les llegaron noticias

extrañas. Al lado del Jordán, cerca del sitio donde Israel cruzó

milagrosamente el río, las dos tribus y media habían erigido un gran

altar, parecido al altar de los holocaustos que se había erigido en

Silo. La ley de Dios prohibía, so pena de muerte, el establecimiento

de otro culto que el del santuario. Si tal era el objeto de ese altar, y

se le permitía subsistir, apartaría al pueblo de la verdadera fe.

Los representantes del pueblo se reunieron en Silo, y en el

acaloramiento de su excitación e indignación, propusieron declarar

la guerra en seguida a los transgresores. Sin embargo, gracias a la

influencia de los más cautos, se resolvió mandar primeramente una

delegación para que obtuviera de las dos tribus y media una

explicación de su comportamiento. Se escogieron diez príncipes,

uno de cada tribu. Encabezaba esta delegación Phinees, que se había

distinguido por su celo en el asunto de Peor.

Las dos tribus y media habían cometido un error al llevar a

cabo, sin explicación alguna, un acto susceptible de tan graves

sospechas. Los embajadores, dando por sentado que sus hermanos

eran culpables, les dirigieron reproches mordaces. Los acusaron de

rebelarse contra Dios, y los invitaron a recordar cómo habían caído

castigos sobre Israel por haberse juntado con Baal-peor. En nombre

de todo Israel, Phinees manifestó a los hijos de Gad y de Rubén que

si no querían vivir en aquella tierra sin altar para el sacrificio, se les

daba la bienvenida para que participaran en los bienes y privilegios

de sus hermanos al otro lado del río.

692


En contestación, los acusados explicaron que el altar que

habían erigido no era para ofrecer sacrificios, sino sencillamente

para atestiguar que, a pesar de estar separados por el río, tenían la

misma fe que sus hermanos de Canaán. Habían temido que en algún

tiempo futuro podría suceder que sus hijos fuesen excluidos del

tabernáculo, como quienes no tuviesen parte en Israel. Entonces este

altar, erigido de conformidad con el modelo del altar de Jehová en

Silo, atestiguaría que los fundadores y constructores de él adoraban

también al Dios viviente.

Con gran regocijo los embajadores aceptaron esta explicación,

y en seguida se volvieron para llevar las buenas noticias a los que

los habían enviado. Toda idea de guerra fué desechada, y el pueblo

unido se regocijó y alabó a Dios.

Los hijos de Gad y de Rubén grabaron entonces en su altar una

inscripción que indicaba el objeto para el cual había sido erigido; y

dijeron: "Porque es testimonio entre nosotros que Jehová es Dios."

Así procuraron evitar futuras interpretaciones erróneas y eliminar

cuanto pudiera ser causa de tentación.

¡Cuán a menudo provienen serias dificultades de una simple

interpretación errónea, hasta entre aquellos que son guiados por los

móviles más dignos! Y sin el ejercicio de la cortesía y la paciencia,

¡qué resultados tan graves y aun fatales pueden sobrevenir! Las diez

tribus recordaban cómo, en el caso de Acán, Dios había reprendido

la falta de vigilancia para descubrir los pecados que existían entre

ellas. Ahora habían decidido obrar rápida y seriamente; pero al tratar

693


de evitar su primer error, habían llegado al extremo opuesto. En vez

de hacer una investigación cortés para averiguar los hechos del caso,

se habían presentado a sus hermanos con censuras y condenación. Si

los hombres de Gad y de Rubén hubieran respondido animados del

mismo espíritu, la guerra habría sido el resultado. Si bien es

importante, por un lado, que se evite la indiferencia al tratar con el

pecado, es igualmente importante, por otro lado, que se eviten los

juicios duros y las sospechas infundadas.

Muchos que son muy sensibles a la menor crítica dirigida

contra su propio comportamiento, dan, sin embargo, un trato

excesivamente severo a las personas a quienes consideran en el

error. La censura y el oprobio no lograron jamás rescatar a nadie de

una opinión falsa, sino que más bien han contribuído a alejar a

muchos del camino recto, por haberlos inducido a endurecer su

corazón para no dejarse convencer. Un espíritu bondadoso y un

comportamiento cortés, afable y paciente pueden salvar a los

descarriados y ocultar una multitud de pecados.

La prudencia manifestada por los hijos de Rubén y sus

compañeros es digna de imitación. En tanto que se esforzaban

sinceramente por hacer progresar la causa de la verdadera religión,

fueron juzgados erróneamente y censurados con severidad; pero no

manifestaron resentimiento. Escucharon con toda cortesía y

paciencia los cargos que sus hermanos les hacían, antes de tratar de

defenderse, y luego les explicaron ampliamente sus móviles y

demostraron su inocencia. Así se arregló amigablemente la

dificultad que amenazaba tener tan graves consecuencias.

694


Aun cuando se los acuse falsamente, los que están en lo justo

pueden permitirse tener calma y ser considerados. Dios conoce todo

lo que los hombres no entienden o interpretan mal, y con toda

confianza podemos entregarle nuestro caso. El vindicará la causa de

los que depositan su confianza en él tan seguramente como sacó a

luz la culpa de Acán. Los que son movidos por el espíritu de Cristo

poseerán la caridad, que todo lo soporta y es benigna.

Dios quiere que haya unión y amor fraternal entre su pueblo.

En la oración que elevó Cristo precisamente antes de su crucifixión

pidió que sus discípulos fueran uno como él era uno con el Padre,

para que el mundo creyera que Dios le había enviado. Esta oración

conmovedora y admirable llegaba a través de los siglos hasta

nuestros días, pues sus palabras fueron: "Mas no ruego solamente

por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra

de ellos." Juan 17:20. Aunque no hemos de sacrificar un solo

principio de la verdad, debemos procurar constantemente ese estado

de unidad. Es la evidencia de nuestro carácter de discípulos de

Jesús, pues él dijo: "En esto conocerán todos que sois mis

discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros." Juan 13:35. El

apóstol Pedro exhorta a la iglesia así: "Sed todos de un mismo

corazón, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos,

amigables; no volviendo mal por mal, ni maldición por maldición,

sino antes por el contrario, bendiciendo; sabiendo que vosotros sois

llamados para que poseáis bendición en herencia." 1 Pedro 3:8, 9.

695


Capítulo 49

Las últimas palabras de Josué

Acabadas las guerras de la conquista, Josué se había retirado a

la apacible vida de su hogar en Timnath-sera. "Y aconteció, pasados

muchos días después que Jehová dió reposo a Israel de todos sus

enemigos al contorno, que Josué, ... llamó a todo Israel, a sus

ancianos, a sus príncipes, a sus jueces y a sus oficiales." Véase Josué

23, 24.

Habían pasado algunos años desde que el pueblo se había

establecido definitivamente en sus posesiones, y ya se podían ver

brotar los mismos males que hasta entonces habían atraído castigos

sobre Israel. Al percatarse Josué de que los achaques de la vejez le

invadían sigilosamente y que pronto su obra terminaría, se llenó de

ansiedad por el futuro de su pueblo. Con interés más que paternal se

dirigió a ellos cuando estuvieron reunidos una vez más alrededor de

su anciano jefe.

Les dijo: "Habéis visto todo lo que Jehová vuestro Dios ha

hecho con todas estas gentes en vuestra presencia; porque Jehová

vuestro Dios ha peleado por vosotros." Aunque los cananeos habían

sido subyugados, seguían poseyendo una porción considerable de la

tierra prometida a Israel, y Josué exhortó a su pueblo a no

establecerse cómodamente y a no olvidar el mandamiento del Señor

de desalojar totalmente a aquellas naciones idólatras.

696


El pueblo en general tardaba mucho en completar la obra de

expulsar a los paganos. Las tribus se habían dispersado para ocupar

sus posesiones, el ejército había sido disuelto, y se miraba como

empresa difícil y dudosa el reanudar la guerra. Pero Josué declaró:

"Jehová vuestro Dios las echará de delante de vosotros, y las lanzará

de vuestra presencia: y vosotros poseeréis sus tierras, como Jehová

vuestro Dios os ha dicho. Esforzaos pues mucho a guardar y hacer

todo lo que está escrito en el libro de la ley de Moisés, sin apartaros

de ello ni a la diestra ni a la siniestra."

Josué puso al mismo pueblo como testigo de que, siempre que

ellos habían cumplido con las condiciones, Dios había cumplido

fielmente las promesas que les hiciera. "Reconoced, pues, con todo

vuestro corazón, y con toda vuestra alma, que no se ha perdido una

sola palabra de las buenas palabras que Jehová vuestro Dios había

dicho de vosotros," les dijo. Les declaró, además, que así como el

Señor había cumplido sus promesas, así cumpliría sus amenazas.

"Mas será, que como ha venido sobre vosotros toda palabra buena

que Jehová vuestro Dios os había dicho, así también traerá Jehová

sobre vosotros toda palabra mala.... Cuando traspasareis el pacto de

Jehová, ... el furor de Jehová se inflamará contra vosotros, y luego

pereceréis de aquesta buena tierra que él os ha dado."

Satanás engaña a muchos con la plausible teoría de que el amor

de Dios hacia sus hijos es tan grande que excusará el pecado de

ellos; asevera que si bien las amenazas de la Palabra de Dios tienden

a servir ciertos fines en su gobierno moral, no se cumplirán

697


literalmente. Pero en todo su trato con los seres que creó, Dios ha

mantenido los principios de la justicia mediante la revelación del

pecado en su verdadero carácter, y ha demostrado que sus

verdaderas consecuencias son la desgracia y la muerte. Nunca

existió el perdón incondicional del pecado, ni existirá jamás. Un

perdón de esta naturaleza sería el abandono de los principios de

justicia que constituyen los fundamentos mismos del gobierno de

Dios. Llenaría de consternación al universo inmaculado. Dios ha

indicado fielmente los resultados del pecado, y si estas advertencias

no fuesen la verdad, ¿cómo podríamos estar seguros de que sus

promesas se cumplirán? La así llamada benevolencia que quisiera

hacer a un lado la justicia, no es benevolencia, sino debilidad.

Dios es quien da la vida. Desde el principio, todas sus leyes

fueron ordenadas para favorecer la vida. Pero el pecado destruyó

sorpresivamente el orden que Dios había establecido, y como

consecuencia, vino la discordia. Mientras exista el pecado, los

sufrimientos y la muerte serán inevitables. Únicamente porque el

Redentor llevó en nuestro lugar la maldición del pecado puede el

hombre esperar escapar en su propia persona a sus funestos

resultados.

Antes de la muerte de Josué, los jefes y representantes de las

tribus, obedeciendo a su convocación, se reunieron otra vez en

Siquem. Ningún otro lugar del país evocaba tantos recuerdos

sagrados, pues les hacía rememorar el pacto de Dios con Abrahán y

Jacob, así como los votos solemnes que ellos mismos habían

pronunciado al entrar en Canaán. Allí estaban los montes Ebal y

698


Gerizim, testigos silenciosos de aquellos votos que ahora venían a

renovar en presencia de su jefe moribundo. Por doquiera había

evidencias de lo que Dios había hecho por ellos; de cómo les había

dado una tierra por la cual no habían tenido que trabajar, ciudades

que no habían edificado, viñedos y olivares que ellos no habían

plantado. Josué repasó nuevamente la historia de Israel y relató las

obras maravillosas de Dios, para que todos comprendieran su amor

y misericordia, y le sirvieran "con integridad y en verdad."

Por indicación de Josué, se había traído el arca de Silo. Era una

ocasión muy solemne, y este símbolo de la presencia de Dios iba a

profundizar la impresión que él deseaba hacer sobre el pueblo.

Después de exponer la bondad de Dios hacia Israel, los invitó en el

nombre de Jehová a que decidieran a quien querían servir. El culto

de los ídolos seguía practicándose hasta cierto punto, en secreto, y

Josué trató ahora de inducirlos a hacer una decisión que desterrara

este pecado de Israel. "Y si mal os parece servir a Jehová--dijo él,--

escogeos hoy a quien sirváis." Josué deseaba lograr que sirvieran a

Dios, no a la fuerza, sino voluntariamente. El amor a Dios es el

fundamento mismo de la religión. De nada valdría dedicarse a su

servicio meramente por la esperanza del galardón o por el temor al

castigo. Una franca apostasía no ofendería más a Dios que la

hipocresía y un culto de mero formalismo.

El anciano jefe exhortó a los israelitas a que consideraran en

todos sus aspectos lo que les había expuesto y a que decidieran si

realmente querían vivir como vivían las naciones idólatras y

degradadas que habitaban alrededor de ellos. Si les parecía mal

699


servir a Jehová, fuente de todo poder y de toda bendición, podían en

ese día escoger a quien querían servir, "a los dioses a quienes

sirvieron vuestros padres," de los que Abrahán fué llamado a

apartarse, o "a los dioses de los Amorrheos en cuya tierra habitáis."

Estas últimas palabras eran una severa reprensión para Israel.

Los dioses de los amorreos no habían podido proteger a sus

adoradores. A causa de sus pecados abominables y degradantes,

aquella nación impía había sido destruída, y la buena tierra que una

vez poseyera había sido dada al pueblo de Dios. ¡Qué insensatez

sería la de Israel si escogiera las divinidades por cuyo culto habían

sido destruídos los amorreos!

"Que yo y mi casa--dijo Josué--serviremos a Jehová." El

mismo santo celo que inspiraba el corazón del jefe se comunicó al

pueblo. Sus exhortaciones le arrancaron esta respuesta espontánea:

"Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová por servir a otros

dioses."

"No podréis servir a Jehová--dijo Josué,--porque él es Dios

santo; ... no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados." Antes

de que pudiera haber una reforma permanente, era necesario hacerle

sentir al pueblo cuán incapaz de obedecer a Dios era de por sí.

Habían quebrantado su ley; ésta los condenaba como transgresores,

y no les proporcionaba ningún medio de escape. Mientras confiaran

en su propia fuerza y justicia, les era imposible lograr perdón de sus

pecados; no podían satisfacer las exigencias de la perfecta ley de

Dios, y en vano se comprometían a servir a Dios. Sólo por la fe en

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Cristo podían alcanzar el perdón de sus pecados, y recibir fuerza

para obedecer la ley de Dios. Debían dejar de depender de sus

propios esfuerzos para salvarse; debían confiar por completo en el

poder de los méritos del Salvador prometido, si querían ser

aceptados por Dios.

Josué trató de hacer que sus oyentes pesaran muy bien sus

palabras, y que desistieran de hacer votos para cuyo cumplimiento

no estaban preparados. Con profundo fervor repitieron esta

declaración: "No, antes a Jehová serviremos." Consintiendo

solemnemente en atestiguar contra sí mismos que habían escogido a

Jehová, una vez más reiteraron su promesa de lealtad: "A Jehová

nuestro Dios serviremos, y a su voz obedeceremos."

"Entonces Josué hizo alianza con el pueblo el mismo día, y

púsole ordenanzas y leyes en Sichem." Escribió un relato de este

pacto solemne, y lo puso, con el libro de la ley, al lado del arca.

Erigió una columna conmemorativa y dijo: "He aquí esta piedra será

entre nosotros por testigo, la cual ha oído todas las palabras de

Jehová que él ha hablado con nosotros: será, pues, testigo contra

vosotros, porque no mintáis contra vuestro Dios. Y envió Josué al

pueblo, cada uno a su heredad."

La obra de Josué en favor de Israel había terminado. Había

cumplido "siguiendo a Jehová," y en el libro de Dios se lo llamó "el

siervo de Jehová." El testimonio más noble que se da acerca de su

carácter como caudillo del pueblo es la historia de la generación que

disfrutó de sus labores. "Y sirvió Israel a Jehová todo el tiempo de

701


Josué, y todo el tiempo de los ancianos que vivieron después de

Josué."

702


Capítulo 50

Los diezmos y las ofrendas

En la economía hebrea, una décima parte de las rentas del

pueblo se reservaba para sufragar los gastos del culto público de

Dios. Por esto Moisés declaró a Israel: "Todas las décimas de la

tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, de

Jehová son: es cosa consagrada a Jehová." "Y toda décima de vacas

o de ovejas, ... la décima será consagrada a Jehová." Levítico 27:30,

32.

Pero el origen del sistema de los diezmos es anterior a los

hebreos. Desde los primeros tiempos el Señor exigió el diezmo

como cosa suya; y este requerimiento fué reconocido y cumplido.

Abrahán pagó diezmos a Melquisedec, sumo sacerdote del Altísimo.

Génesis 14:20. Pasando por Bethel, desterrado y fugitivo, Jacob

prometió al Señor: "De todo lo que me dieres, el diezmo lo he de

apartar para ti." Génesis 28:22. Cuando los israelitas estaban por

establecerse como nación, la ley del diezmo fué confirmada, como

uno de los estatutos ordenados divinamente de cuya obediencia

dependía su prosperidad.

El sistema de los diezmos y de las ofrendas tenía por objeto

grabar en las mentes humanas una gran verdad, a saber, que Dios es

la fuente de toda bendición para sus criaturas, y que se le debe

gratitud por los preciosos dones de su providencia.

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"El da a todos vida, y respiración, y todas las cosas." Hechos

17:25. El Señor dice: "Mía es toda bestia del bosque, y los millares

de animales que hay en los collados." "Mía es la plata, y mío el oro."

"El te da el poder para hacer las riquezas." Salmos 50:10; Hageo

2:8; Deuteronomio 8:18. En reconocimiento de que todas estas cosas

procedían de él, Jehová mandó que una porción de su abundancia le

fuese devuelta en donativos y ofrendas para sostener su culto.

"Todas las décimas ... de Jehová son." En este pasaje se halla la

misma forma de expresarse que en la ley del sábado. "El séptimo día

será reposo [sábado] para Jehová tu Dios." Éxodo 20:10. Dios

reservó para sí una porción específica del tiempo y de los recursos

pecuniarios del hombre, y nadie podía dedicar sin culpa cualquiera

de esas cosas a sus propios intereses.

El diezmo debía consagrarse única y exclusivamente al uso de

los levitas, la tribu que había sido apartada para el servicio del

santuario. Pero de ningún modo era éste el límite de sus

contribuciones para fines religiosos. El tabernáculo, como después

el templo, se erigió totalmente con ofrendas voluntarias; y para

sufragar los gastos de las reparaciones necesarias y otros

desembolsos, Moisés mandó que en ocasión de cada censo del

pueblo, cada uno diera medio siclo para el servicio del santuario.

Véase Éxodo 30:12-16; 2 Reyes 12:4, 5; 2 Crónicas 24:4, 13. En el

tiempo de Nehemías se hacía una contribución anual para estos

fines. Nehemías 10:32, 33. De vez en cuando se ofrecían sacrificios

expiatorios y de agradecimiento a Dios. Estos eran traídos en

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grandes cantidades durante las fiestas anuales. Y se proveía

generosamente para el cuidado de los pobres.

Aun antes de que se pudiera reservar el diezmo, había que

reconocer los derechos de Dios. Se le consagraban los primeros

frutos que maduraban entre todos los productos de la tierra. Se

apartaban para Dios las primicias de la lana cuando se trasquilaban

las ovejas, del trigo cuando se trillaba, del aceite y del vino. De

idéntica manera se apartaban los primogénitos de los animales; y se

pagaba rescate por el hijo primogénito. Las primicias debían

presentarse ante el Señor en el santuario, y luego se dedicaban al uso

de los sacerdotes.

En esta forma se le recordaba constantemente al pueblo que

Dios era el verdadero propietario de todos sus campos, rebaños y

manadas; que él les enviaba la luz del sol y la lluvia para la siembra

y para la siega, y que todo lo que poseían era creación de Aquel que

los había hecho administradores de sus bienes.

Cuando los hombres de Israel, cargados con las primicias del

campo, de las huertas y los viñedos, se congregaban en el

tabernáculo, reconocían públicamente la bondad de Dios. Cuando

los sacerdotes aceptaban el regalo, el que lo ofrecía, hablando como

si estuviera en presencia de Jehová, decía: "Un Siro a punto de

perecer fué mi padre" (Deuteronomio 26:5-11); y describía la estada

en Egipto, las aflicciones y angustias de las cuales Dios había

librado a Israel "con mano fuerte, y con brazo extendido, y con

grande espanto, y con señales y con milagros." Añadía: "Y trájonos

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a este lugar, y diónos esta tierra, tierra que fluye leche y miel. Y

ahora, he aquí, he traído las primicias del fruto de la tierra que me

diste, oh Jehová."

Las contribuciones que se les exigían a los hebreos para fines

religiosos y de caridad representaban por lo menos la cuarta parte de

su renta o entradas. Parecería que tan ingente leva de los recursos

del pueblo hubiera de empobrecerlo; pero, muy al contrario, la fiel

observancia de estos reglamentos era uno de los requisitos que se les

imponía para tener prosperidad. A condición de que le obedecieran,

Dios les hizo esta promesa: "Increparé también por vosotros al

devorador, y no os corromperá el fruto de la tierra; ni vuestra vid en

el campo abortará.... Y todas las gentes os dirán bienaventurados;

porque seréis tierra deseable, dice Jehová de los ejércitos."

Malaquías 3:11, 12.

En los días del profeta Haggeo se vió una sorprendente

ilustración de los resultados que produce el privar egoístamente la

causa de Dios aun de las ofrendas voluntarias. Después de regresar

del cautiverio de Babilonia, los judíos emprendieron la

reconstrucción del templo de Jehová; pero al tropezar con una

resistencia obstinada de parte de sus enemigos, abandonaron la obra;

y una severa sequía que los redujo a una escasez verdadera los

convenció de que era imposible terminar la construcción del templo.

Dijeron: "No es aún venido el tiempo, el tiempo de que la casa de

Jehová sea reedificada." (Véase Haggeo 1, 2.)

Pero el profeta del Señor les envió un mensaje: "¿Es para

706


vosotros tiempo, para vosotros, de morar en vuestras casas

enmaderadas, y esta casa está desierta? Pues así ha dicho Jehová de

los ejércitos: Pensad bien sobre vuestros caminos. Sembráis mucho,

y encerráis poco; coméis, y no os hartáis; bebéis, y no os saciáis; os

vestís, y no os calentáis, y el que anda a jornal recibe su jornal en

trapo horadado." Y luego se daba la razón de todo esto: "Buscáis

mucho, y halláis poco; y encerráis en casa, y soplo en ello. ¿Por

qué? dice Jehová de los ejércitos. Por cuanto mi casa está desierta, y

cada uno de vosotros corre a su propia casa. Por eso se detuvo de los

cielos sobre vosotros la lluvia, y la tierra detuvo sus frutos. Y llamé

la sequedad sobre esta tierra, y sobre los montes, y sobre el trigo, y

sobre el vino, y sobre el aceite, y sobre todo lo que la tierra produce,

y sobre los hombres y sobre las bestias, y sobre todo trabajo de

manos." "Antes que fuesen estas cosas, venían al montón de veinte

hanegas, y había diez; venían al lagar para sacar cincuenta cántaros

del lagar, y había veinte. Os herí con viento solano, y con tizoncillo,

y con granizo en toda obra de vuestras manos."

Conmovido por estas advertencias, el pueblo se dedicó a

construir la casa de Dios. Entonces la palabra del Señor les llegó:

"Pues poned ahora vuestro corazón desde este día en adelante, desde

el día veinticuatro del noveno mes, desde el día que se echó el

cimiento al templo de Jehová.... Desde aqueste día daré bendición."

El sabio dice: "Hay quienes reparten, y les es añadido más: y

hay quienes son escasos más de lo que es justo, mas vienen a

pobreza." Proverbios 11:24. Y la misma lección enseñan en el

Nuevo Testamento las palabras del apóstol Pablo: "El que siembra

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escasamente, también segará escasamente; y el que siembra en

bendiciones, en bendiciones también segará." "Poderoso es Dios

para hacer que abunde en vosotros toda gracia; a fin de que,

teniendo siempre en todas las cosas todo lo que basta, abundéis para

toda buena obra." 2 Corintios 9:6, 8.

Dios quería que sus hijos los israelitas transmitieran luz a todos

los habitantes de la tierra. Al sostener su culto público, atestiguaban

la existencia y la soberanía del Dios viviente. Y era privilegio de

ellos sostener este culto, como una expresión franca de su lealtad y

su amor hacia él. El Señor ordenó que la difusión de la luz y la

verdad en la tierra dependa de los esfuerzos y las ofrendas de

quienes participan del don celestial. Hubiera podido hacer a los

ángeles embajadores de la verdad; hubiera podido dar a conocer su

voluntad, como proclamó la ley del Sinaí, con su propia voz; pero en

su amor y sabiduría infinitos llamó a los hombres para que fueran

sus colaboradores, y los eligió para que hicieran su obra.

En tiempos de Israel se necesitaban los diezmos y las ofrendas

voluntarias para cumplir los ritos del servicio divino. ¿Debiera el

pueblo de Dios dar menos hoy? El principio fijado por Cristo es que

nuestras ofrendas a Dios han de ser proporcionales a la luz y a los

privilegios disfrutados. "A cualquiera que fué dado mucho, mucho

será vuelto a demandar de él." Lucas 12:48. Cuando el Salvador

envió a sus discípulos, les dijo: "De gracia recibisteis, dad de

gracia." Mateo 10:8. A medida que nuestras bendiciones y nuestros

privilegios aumentan, y sobre todo al tener presente el sacrificio sin

par del glorioso Hijo de Dios, ¿no debiera expresarse nuestra

708


gratitud en donativos más abundantes para comunicar a otros el

mensaje de la salvación? A medida que se amplía la obra del

Evangelio, exige para sostenerse mayores recursos que los que se

necesitaban anteriormente; y este hecho hace que la ley de los

diezmos y las ofrendas sea aun más urgentemente necesaria hoy día

que bajo la economía hebrea. Si el pueblo de Dios sostuviera

liberalmente su causa mediante las ofrendas voluntarias, en lugar de

recurrir a métodos anticristianos y profanos para llenar la tesorería,

ello honraría al Señor y muchas más almas serían ganadas para

Cristo.

El plan trazado por Moisés para reunir los medios necesarios

para construír el tabernáculo tuvo muchísimo éxito. No fué menester

instar a nadie. Ni empleó tampoco uno solo de los ardides a los

cuales las iglesias recurren tan a menudo hoy. No ofreció un

grandioso festín. No convidó al pueblo a participar en escenas de

alegría animada, bailes y diversiones generales; ni tampoco

estableció loterías, ni cosa alguna de este orden profano, para

obtener medios con que erigir el tabernáculo de Dios. El Señor

indicó a Moisés que invitara a los hijos de Israel a que trajeran sus

ofrendas. El había de aceptar los donativos de cuantos los ofrecieran

voluntariamente, de todo corazón. Y las ofrendas llegaron en tan

enorme abundancia que Moisés mandó al pueblo que no trajera más,

pues ya había suplido más de lo que se podía usar.

Dios ha hecho a los hombres administradores suyos. Las

propiedades que él puso en sus manos son los medios provistos por

él para la difusión del Evangelio. A los que demuestren ser fieles

709


administradores, les encomendará responsabilidades mayores. Dijo

el Señor: "Yo honraré a los que me honran." "Dios ama al dador

alegre," y cuando su pueblo le traiga sus donativos y ofrendas con

corazón agradecido "no con tristeza, o por necesidad," lo

acompañará con sus bendiciones, tal como prometió: "Traed todos

los diezmos al alfolí, y haya alimento en mi casa; y probadme ahora

en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de

los cielos, y vaciaré sobre vosotros bendición hasta que

sobreabunde." 1 Samuel 2:30; 2 Corintios 9:7; Malaquías 3:10.

710


Capítulo 51

Dios cuida de los pobres

A fin de fomentar las reuniones del pueblo para los servicios

religiosos y también para suplir las necesidades de los pobres, se le

pedía a Israel que diera un segundo diezmo de todas sus ganancias.

Con respecto al primer diezmo el Señor había dicho: "He aquí yo he

dado a los hijos de Leví todos los diezmos en Israel." Números

18:21. Y acerca del segundo diezmo mandó: "Y comerás delante de

Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere para hacer habitar allí su

nombre, el diezmo de tu grano, de tu vino, y de tu aceite, y los

primerizos de tus manadas, y de tus ganados, para que aprendas a

temer a Jehová tu Dios todos los días." Deuteronomio 14:23; véase

vers. 29 y 16:11-14.

Durante dos años debían llevar este diezmo o su equivalente en

dinero al sitio donde estaba el santuario. Después de presentar una

ofrenda de agradecimiento a Dios y una porción específica para el

sacerdote, el ofrendante debía usar el remanente para un festín

religioso, en el cual debían participar los levitas, los extranjeros, los

huérfanos y las viudas. Se proveía así para las ofrendas de gracias y

los festines de las celebraciones anuales, y el pueblo había de

frecuentar la compañía de los sacerdotes y levitas, a fin de recibir

instrucción y ánimo en el servicio de Dios. Pero cada tercer año este

segundo diezmo había de emplearse en casa, para agasajar a los

levitas y a los pobres, como dijo Moisés: "Y comerán en tus villas, y

711


se saciarán." Deuteronomio 26:12. Este diezmo había de proveer un

fondo para los fines caritativos y hospitalarios.

Otras medidas aun se tomaban en favor de los pobres. Después

del reconocimiento de los requerimientos divinos, nada hay que

diferencie tanto las leyes dadas por Moisés de cualesquiera otras

como el espíritu generoso y hospitalario que ordenaban hacia los

pobres. Aunque Dios había prometido bendecir grandemente a su

pueblo, no se proponía que la pobreza fuese totalmente desconocida

entre ellos. Declaró que los pobres no dejarían de existir en la tierra.

Siempre habría entre su pueblo algunos que le darían oportunidad de

ejercer la simpatía, la ternura y la benevolencia. En aquel entonces,

como ahora, las personas estaban expuestas al infortunio, la

enfermedad y la pérdida de sus propiedades; pero mientras se

siguieran estrictamente las instrucciones dadas por Dios, no habría

mendigos en Israel ni quien sufriera por falta de alimentos.

La ley de Dios le daba al pobre derecho sobre cierta porción del

producto de la tierra. Cualquiera estaba autorizado para ir, cuando

tenía hambre, al sembrado de su vecino, a su huerto o a su viñedo,

para comer del grano o de la fruta hasta satisfacerse. Obraron de

acuerdo con este permiso los discípulos de Jesús cuando arrancaron

espigas y comieron del grano al pasar por un campo cierto sábado.

Toda la rebusca de las mieses, el huerto y el viñedo pertenecían

a los pobres. "Cuando segares tu mies en tu campo--dijo Moisés,--y

olvidares alguna gavilla en el campo, no volverás a tomarla....

Cuando sacudieres tus olivas, no recorrerás las ramas tras ti....

712


Cuando vendimiares tu viña, no rebuscarás tras ti: para el extranjero,

para el huérfano, y para la viuda será. Y acuérdate que fuiste siervo

en tierra de Egipto." Deuteronomio 24:19-22; véase Levítico 19:9,

10.

Cada séptimo año había una provisión especial para los pobres.

El año sabático, como se lo llamaba, comenzaba al fin de la cosecha.

En el tiempo de la siembra que seguía al de la siega, el pueblo no

debía sembrar; no debía podar ni arreglar los viñedos en la

primavera; y no debía contar con una cosecha ni del campo ni de la

viña. De lo que la tierra produjera espontáneamente, podían comer

cuando estaba fresco, pero no podían guardar ninguna porción de

esos productos en sus graneros. La producción de ese año había de

dejarse para el consumo gratuito del extranjero, el huérfano, la

viuda, y hasta para los animales del campo. Véase Éxodo 23:10, 11;

Levítico 25:5.

Pero si la tierra producía ordinariamente tan sólo lo suficiente

para suplir las necesidades del pueblo, ¿como había de subsistir éste

durante el año en que no se recogían cosechas? La promesa de Dios

proveía ampliamente para esto, pues Dios había dicho: "Entonces yo

os enviaré mi bendición el sexto año, y hará fruto por tres años. Y

sembraréis el año octavo, y comeréis del fruto añejo; hasta el año

noveno, hasta que venga su fruto comeréis del añejo." Levítico

25:21, 22.

La observancia del año sabático había de beneficiar tanto a la

tierra como al pueblo. Después de descansar una estación, sin ser

713


cultivada, la tierra iba a producir más copiosamente. El pueblo se

veía aliviado de las labores apremiantes del campo; y aunque podía

dedicarse a diversas actividades durante ese tiempo, todos tenían

más tiempo libre, lo cual les brindaba oportunidad de recuperar las

fuerzas físicas para los trabajos de los años subsiguientes. Tenían

más tiempo para la meditación y la oración, para familiarizarse con

las enseñanzas y exigencias del Señor, y para instruir a sus familias.

Durante el año sabático debía ponerse en libertad a los esclavos

hebreos, y no despedirlos con las manos vacías. Las instrucciones

del Señor eran: "Y cuando lo despidieres libre de ti, no lo enviarás

vacío: le abastecerás liberalmente de tus ovejas, de tu era, y de tu

lagar; le darás de aquello en que Jehová te hubiere bendecido."

Deuteronomio 15:13, 14.

El salario del trabajador debía serle pagado con prontitud: "No

hagas agravio al jornalero pobre y menesteroso, así de tus hermanos

como de tus extranjeros que están en tu tierra.... En su día le darás su

jornal, y no se pondrá el sol sin dárselo; pues es pobre, y con él

sustenta su vida." Deuteronomio 24:14, 15.

También se dieron instrucciones especiales respecto al

tratamiento de los que huían de la servidumbre: "No entregarás a su

señor el siervo que se huyere a ti de su amo: more contigo, en medio

de ti, en el lugar que escogiere en alguna de tus ciudades, donde

bien le estuviere: no le harás fuerza." Deuteronomio 23:15, 16.

Para los pobres, el séptimo año era un año de remisión de las

714


deudas. Los hebreos tenían la orden de ayudar siempre a sus

hermanos indigentes, con préstamos de dinero sin interés. Se

prohibía expresamente recibir usura de un hombre pobre: "Cuando

tu hermano empobreciere, y se acogiere a ti, tú lo ampararás: como

peregrino y extranjero vivirá contigo. No tomarás usura de él, ni

aumento; mas tendrás temor de tu Dios, y tu hermano vivirá contigo.

No le darás tu dinero a usura, ni tu vitualla a ganancia." Levítico

25:35-37.

Si la deuda quedaba sin pagar hasta el año de remisión,

tampoco se podía recobrar el capital. Se le advirtió explícitamente al

pueblo que no negara, por este motivo, el auxilio necesario a sus

hermanos: "Cuando hubiere en ti menesteroso de alguno de tus

hermanos, ... no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano a tu

hermano pobre.... Guárdate que no haya en tu corazón perverso

pensamiento, diciendo: Cerca está el año séptimo, el de la remisión;

y tu ojo sea maligno sobre tu hermano menesteroso para no darle:

que él podrá clamar contra ti a Jehová, y se te imputará a pecado."

"No faltarán menesterosos de en medio de la tierra; por eso yo te

mando, diciendo: Abrirás tu mano a tu hermano, a tu pobre, y a tu

menesteroso en tu tierra," "abrirás a él tu mano liberalmente, y en

efecto le prestarás lo que basta, lo que hubiere menester."

Deuteronomio 15:7-9, 11, 8.

Nadie necesitaba temer que su generosidad le redujera a la

miseria. La obediencia a los mandamientos de Dios daría

ciertamente por resultado la prosperidad. Se le dijo a Israel:

"Prestarás entonces a muchas gentes, mas tú no tomarás prestado; y

715


enseñorearte has de muchas gentes, pero de ti no se enseñorearán."

Vers. 6.

Después de "siete semanas de años, siete veces siete años,"

venía el gran año de la remisión, el año del jubileo. "Entonces harás

pasar la trompeta de jubilación ... por toda vuestra tierra. Y

santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a

todos sus moradores; éste os será jubileo; y volveréis cada uno a su

posesión, y cada cual volverá a su familia." Levítico 25:8-10.

"En el mes séptimo a los diez del mes; el día de la expiación,"

sonaba la trompeta del jubileo. Por todos los ámbitos de la tierra,

doquiera habitaran los judíos, se oía el toque que invitaba a todos los

hijos de Jacob a que saludaran el año de la remisión. En el gran día

de la expiación, se expiaban los pecados de Israel, y con corazones

llenos de regocijo el pueblo daba la bienvenida al jubileo.

Como en el año sabático, no se debía sembrar ni segar, y todo

lo que produjera la tierra había de considerarse como propiedad

legítima de los pobres. Quedaban entonces libres ciertas clases de

esclavos hebreos: todos los que no recibían su libertad en el año

sabático. Pero lo que distinguía especialmente el año del jubileo era

la restitución de toda propiedad inmueble a la familia del poseedor

original. Por indicación especial de Dios, las tierras habían sido

repartidas por suertes. Después de la repartición, nadie tuvo derecho

a cambiar su hacienda por otra. Tampoco debía vender su tierra, a

no ser que la pobreza le obligara a hacerlo, y aun en tal caso, en

cualquier momento que él o alguno de sus parientes quisiera

716


rescatarla, el comprador no debía negarse a venderla; y si no se

redimía la tierra, debía volver a su primer poseedor o a sus

herederos en el año de jubileo.

El Señor declaró a Israel: "La tierra pues no podrá venderse en

perpetuidad; porque mía es la tierra; pues que vosotros sois

extranjeros y transeuntes para conmigo." Levítico 25:23 (VM).

Debía inculcársele al pueblo el hecho de que la tierra que se le

permitía poseer por un tiempo pertenecía a Dios, que él era su dueño

legítimo, su poseedor original, y que él quería que se le diera al

pobre y al menesteroso una consideración especial. Debía hacerse

comprender a todos que los pobres tienen tanto derecho como los

más ricos a un sitio en el mundo de Dios.

Tales fueron las medidas que nuestro Creador misericordioso

tomó para aminorar el sufrimiento e impartir algún rayo de

esperanza y alegría en la vida de los indigentes y angustiados.

Dios quería poner freno al amor excesivo a los bienes

terrenales y al poder. La acumulación continua de riquezas en

manos de una clase, y la pobreza y degradación de otra clase, eran

cosas que producían grandes males. El poder desenfrenado de los

ricos resultaría en monopolio, y los pobres, aunque en todo sentido

tuvieran tanto valor como aquellos a los ojos de Dios, serían

considerados y tratados como inferiores a sus hermanos más

afortunados. Al sentir la clase pobre esta opresión se despertarían en

ella las pasiones. Habría un sentimiento de desesperación que

tendería a desmoralizar la sociedad y a abrir la puerta a crímenes de

717


toda índole. Los reglamentos que Dios estableció tenían por objeto

fomentar la igualdad social. Las medidas del año sabático y del año

de jubileo habían de corregir mayormente lo que en el intervalo se

hubiera desquiciado en la economía social y política de la nación.

Estos reglamentos tenían por objeto beneficiar a los ricos tanto

como a los pobres. Habían de refrenar la avaricia y la inclinación a

exaltarse uno mismo, y habían de cultivar un noble espíritu de

benevolencia; y al fomentar la buena voluntad y la confianza entre

todas las clases, habían de favorecer el orden social y la estabilidad

del gobierno. Todos nosotros estamos entretejidos en la gran tela de

la humanidad, y todo cuanto hagamos para beneficiar y ayudar a

nuestros semejantes nos beneficiará también a nosotros mismos. La

ley de la dependencia mutua afecta e incluye a todas las clases

sociales. Los pobres no dependen más de los ricos, que los ricos de

los pobres. Mientras una clase pide una parte de las bendiciones que

Dios ha concedido a sus vecinos más ricos, la otra necesita el fiel

servicio, la fuerza del cerebro, de los huesos y de los músculos, que

constituyen el capital de los pobres.

El Señor prometió grandes bendiciones a Israel con tal que

obedeciera a sus instrucciones: "Yo daré vuestra lluvia en su tiempo,

y la tierra rendirá sus producciones, y el árbol del campo dará su

fruto; y la trilla os alcanzará a la vendimia, y la vendimia alcanzará a

la sementera, y comeréis vuestro pan en hartura, y habitaréis seguros

en vuestra tierra; y yo daré paz en la tierra, y dormiréis, y no habrá

quien os espante; y haré quitar las malas bestias de vuestra tierra, y

no pasará por vuestro país la espada, ... y andaré entre vosotros, y yo

718


seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo.... Empero si no me

oyereis, ... no ejecutando todos mis mandamientos, e invalidando mi

pacto, ... sembraréis en balde vuestra simiente, porque vuestros

enemigos la comerán: y pondré mi ira sobre vosotros, y seréis

heridos delante de vuestros enemigos; y los que os aborrecen se

enseñorearán de vosotros, y huiréis sin que haya quien os persiga."

Levítico 26:4-17.

Muchos insisten en que todos los hombres deben tener

igualmente parte en las bendiciones temporales de Dios. Pero tal no

fué el propósito del Creador. La diversidad de condición entre unos

y otros es uno de los medios por los cuales Dios se propone probar y

desarrollar el carácter. Sin embargo, quiere que quienes posean

bienes de este mundo se consideren meramente administradores de

sus posesiones, personas a quienes se confiaron los recursos que se

han de emplear en pro de los necesitados y de los que sufren.

Cristo dijo que habrá siempre pobres entre nosotros; e

identifica su interés con el de su pueblo afligido. El corazón de

nuestro Redentor se compadece de los más pobres y humildes de sus

hijos terrenales. Nos dice que son sus representantes en la tierra. Los

colocó entre nosotros para despertar en nuestro corazón el amor que

él siente hacia los afligidos y los oprimidos. Cristo acepta la

misericordia y la benevolencia que se les muestre como si fuese

manifestada para con él. Considera como dirigido contra él mismo

cualquier acto de crueldad o de negligencia hacia ellos.

Si la ley dada por Dios en beneficio de los pobres se hubiera

719


observado y ejecutado siempre, ¡cuán diferente sería el estado actual

del mundo, espiritual y materialmente! El egoísmo y la vanidad no

se manifestarían como ahora se manifiestan, sino que cada uno de

los hombres respetaría benévolamente la felicidad y el bienestar de

los demás, y no existiría la indigencia hoy tan generalizada en tantas

tierras.

Los principios que Dios prescribió impedirían los terribles

males que en todos los siglos resultaron de la opresión de los pobres

a manos de los ricos. Al paso que impedirían la acumulación de

grandes riquezas y la gratificación del deseo ilimitado de lujo,

impedirían también la consiguiente ignorancia y degradación de

millares cuya mal recompensada servidumbre es indispensable para

acumular esas fortunas colosales. Representarían la solución

pacífica de aquellos problemas que en nuestros días amenazan con

llenar el mundo de anarquía y efusión de sangre.

720


Capítulo 52

Las fiestas anuales

Había tres asambleas anuales de todo Israel para rendir culto en

el santuario. Éxodo 23:14-16. Por algún tiempo fué Silo el lugar de

reunión; pero más tarde Jerusalén llegó a ser el centro del culto de la

nación, y allí se congregaban las tribus para las fiestas solemnes.

El pueblo estaba rodeado de tribus feroces y belicosas, ansiosas

de apoderarse de sus tierras; y sin embargo, tres veces al año todos

los hombres robustos y fuertes para la guerra, y toda la gente que

podía soportar el viaje, tenían orden de dejar sus casas para dirigirse

al lugar de reunión, cerca del centro del país. ¿Qué había de impedir

a sus enemigos que se precipitasen sobre aquellas moradas y

familias sin protección y destruirlas a sangre y fuego? ¿Qué había de

estorbar una invasión de la tierra, que reduciría a Israel al cautiverio

bajo el dominio de algún enemigo extraño? Dios había prometido

ser el protector de su pueblo. "El ángel de Jehová acampa en

derredor de los que le temen, y los defiende." Salmos 34:7. Mientras

los israelitas subieran para adorar, el poder divino refrenaría a sus

enemigos. Dios había prometido: "Yo arrojaré las gentes de tu

presencia, y ensancharé tu término: y ninguno codiciará tu tierra,

cuando tú subieres para ser visto delante de Jehová tu Dios tres

veces en el año." Éxodo 34:24.

La primera de estas fiestas, la pascua, o fiesta de los panes

721


ázimos o sin levadura, se celebraba en Abib, el primer mes del año

judío, que correspondía a fines de marzo y principios de abril.

Entonces el frío del invierno había pasado, como también la lluvia

tardía, y toda la naturaleza se regocijaba en la frescura y hermosura

de la primavera. La hierba reverdecía en las colinas y los valles, y

por doquiera las flores silvestres adornaban los campos. La luna, ya

casi liena, embellecía las noches. Era la estación tan bien descrita

por el santo poeta que cantó:

"He aquí ha pasado el invierno, Hase mudado, la lluvia se fué;

Hanse mostrado las flores en la tierra, El tiempo de la canción es

venido, Y en nuestro país se ha oído la voz de la tórtola; La higuera

ha echado sus higos, Y las vides en cierne dieron olor." Cantares

2:11-13.

Por todo el país, grupos de peregrinos se dirigían hacia

Jerusalén. Los pastores que habían dejado por el momento sus

rebaños y sus montes, así como los pescadores del mar de Galilea,

los labradores de los campos y los hijos de los profetas que acudían

de las escuelas sagradas, todos dirigían sus pasos hacia el sitio

donde se revelaba la presencia de Dios. Viajaban en cortas etapas,

pues muchos iban a pie. Las caravanas veían continuamente

aumentar sus filas, y a menudo se hacían muy numerosas antes de

llegar a la santa ciudad.

La alegría de la naturaleza despertaba alborozo en el corazón

de Israel y gratitud hacia el Dador de todas las cosas buenas. Se

cantaban los grandiosos salmos hebreos que ensalzaban la gloria y la

722


majestad de Jehová. A la señal de la trompeta, con acompañamiento

de címbalos, se elevaba el coro de agradecimiento, entonado por

centenares de voces:

"Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová

iremos. Nuestros pies estuvieron En tus puertas, oh Jerusalem.... Y

allá subieron las tribus, las tribus de JAH, ... Para alabar el nombre

de Jehová.... Pedid la paz de Jerusalem: Sean prosperados los que te

aman." Salmos 122:1-6.

Cuando veían en derredor suyo las colinas donde los paganos

solían encender antaño los fuegos de sus altares, los hijos de Israel

cantaban:

"Alzaré mis ojos a los montes, De donde vendrá mi socorro. Mi

socorro viene de Jehová, Que hizo los cielos y la tierra." Salmos

121:1, 2.

"Los que confían en Jehová son como el monte de Sión, Que

no deslizará: estará para siempre. Como Jerusalem tiene montes

alrededor de ella, Así Jehová alrededor de su pueblo Desde ahora y

para siempre." Salmos 125:1, 2.

Al llegar a la cumbre de las colinas que dominaban la santa

ciudad, miraban con asombro y reverencia las multitudes de

adoradores que se dirigían hacia el templo. Veían ascender el humo

del incienso, y al oír las trompetas de los levitas que anunciaban el

servicio sagrado, sentían la inspiración de la hora sagrada, y

723


cantaban:

"Grande es Jehová y digno de ser en gran manera alabado, En

la ciudad de nuestro Dios, en el monte de su santuario. Hermosa

provincia, el gozo de toda la tierra es el monte de Sión, A los lados

del aquilón, la ciudad del gran Rey." Salmos 48:1, 2.

"Haya paz en tu antemuro, Y descanso en tus palacios."

"Abridme las puertas de la justicia: Entraré por ellas, alabaré a

JAH." "A Jehová pagaré ahora mis votos Delante de todo su pueblo;

En los atrios de la casa de Jehová, En medio de ti, oh Jerusalem.

Aleluya." Salmos 122:7; 118:19; 116:18, 19.

Todas las casas de Jerusalén se abrían para recibir a los

peregrinos, y se les proporcionaba alojamiento gratuito; pero esto no

bastaba para la vasta asamblea, y se levantaban tiendas en todos los

sitios disponibles de la ciudad y de las colinas circundantes.

El día catorce del mes, por la noche, se celebraba la pascua,

cuyas ceremonias solemnes e imponentes conmemoraban la

liberación de la esclavitud en Egipto y señalaban hacia adelante, al

sacrificio que los había de librar de la servidumbre del pecado.

Cuando el Salvador dió su vida en el Calvario, cesó el significado de

la pascua, y quedó instituída la santa cena para conmemorar el

acontecimiento que había sido prefigurado por la pascua.

La pascua seguía por siete días como fiesta de los panes

ázimos. El primero y el último eran días de santa convocación,

724


durante los cuales no debía hacerse trabajo servil alguno. El segundo

día de la fiesta se presentaban a Dios las primicias de la mies del

año. La cebada era el primer cereal que se cosechaba en Palestina, y

al principio de la fiesta empezaba a madurar. El sacerdote agitaba

una gavilla de este cereal ante el altar de Dios en reconocimiento de

que todo era suyo. No se había de recoger la cosecha antes que se

cumpliera este rito.

Cincuenta días después de la ofrenda de las primicias, venía la

fiesta de Pentecostés, también llamada fiesta de la mies o de las

semanas. Como expresión de gratitud por el cereal que servía de

alimento, se ofrecían al Señor dos panes cocidos con levadura. La

fiesta duraba un solo día que se dedicaba al culto.

En el séptimo mes venía la fiesta de las cabañas, o de la

recolección. Esta fiesta reconocía la bondad de Dios en los

productos de la huerta, del olivar, y del viñedo. Así se completaba la

serie de reuniones festivas del año. La tierra había dado su

abundancia, la mies había sido recogida en los graneros, los frutos,

el aceite y el vino habían sido almacenados y las primicias se habían

puesto en reserva, y ahora acudía el pueblo con los tributos de

agradecimiento al Dios que le había bendecido.

Esta fiesta debía ser ante todo una ocasión de regocijo. Se

celebraba poco después del gran día de la expiación, en el cual se

había dado la seguridad de que no sería ya recordada la iniquidad

del pueblo. Este, ahora reconciliado con Dios, se presentaba ante él

para reconocer su bondad, y para alabar su misericordia.

725


Terminados los trabajos de la siega, y no habiendo empezado aún

las labores del año nuevo, el pueblo estaba libre de cuidados y podía

someterse a las influencias sagradas y placenteras de la hora.

Aunque se les mandaba solamente a los padres y a los hijos que

acudieran a las fiestas, siempre que fuera posible las familias debían

asistir también a ellas, y de su hospitalidad debían participar los

siervos, los levitas, los extranjeros y los pobres.

Como la pascua, la fiesta de los tabernáculos era

conmemorativa. En recuerdo de su peregrinación por el desierto, el

pueblo debía dejar sus casas y morar en cabañas o enramadas hechas

con "gajos ... de árbol hermoso, ramos de palmas, y ramas de

árboles espesos, y sauces de los arroyos." Levítico 23:40, 42, 43. El

primer día era una santa convocación, y a los siete días de la fiesta

se añadía otro octavo que se observaba de la misma manera.

En estas asambleas anuales, los corazones de jóvenes y

ancianos recibían aliento para servir a Dios, al mismo tiempo que el

trato amistoso de los habitantes de las diferentes partes de la tierra

reforzaba los vínculos que los unían a Dios y unos a otros. También

hoy sería bueno que el pueblo de Dios tuviera una fiesta de las

cabañas, una alegre conmemoración de las bendiciones que Dios le

ha otorgado. Como los hijos de Israel celebraban el libramiento que

Dios había concedido a sus padres, y también como los había

protegido milagrosamente a ellos mismos durante sus

peregrinaciones después de la salida de Egipto, así debiéramos

recordar con gratitud los diferentes medios que él ideó para

apartarnos del mundo y de las tinieblas del error y para llevarnos a

726


la luz preciosa de su gracia y de su verdad.

A los que vivían lejos del tabernáculo la asistencia a las fiestas

anuales les requería más de un mes de cada año. Este ejemplo de

devoción a Dios debe recalcar la importancia de los servicios

religiosos y la necesidad de subordinar nuestros intereses egoístas y

mundanos a los que son espirituales y eternos. Sufrimos una pérdida

si hacemos caso omiso del privilegio de reunirnos para fortalecernos

y alentarnos los unos a los otros en el servicio de Dios. Las verdades

de su palabra pierden entonces para nuestra mente su vigor e

importancia. Nuestro corazón deja de sentirse iluminado e inspirado

por la influencia santificadora, y decae nuestra espiritualidad. En

nuestro trato mutuo como cristianos perdemos mucho por carecer de

simpatía unos hacia otros. El que se encierra en sí mismo no

desempeña bien la misión que Dios le ha encargado. Somos todos

hijos de un solo Padre y dependemos unos de otros para ser felices.

Somos objeto de los requerimientos de Dios y la humanidad. Al

cultivar debidamente los elementos sociales de nuestra naturaleza

simpatizamos con nuestros hermanos y los esfuerzos que hacemos

por beneficiar a nuestros semejantes, nos proporcionan felicidad.

La fiesta de las cabañas no era sólo una conmemoración, sino

también un tipo o figura. No solamente señalaba algo pasado: la

estada en el desierto, sino que, además, como la fiesta de la mies,

celebraba la recolección de los frutos de la tierra, y apuntaba hacia

algo futuro: el gran día de la siega final, cuando el Señor de la mies

mandará a sus segadores a recoger la cizaña en manojos destinados

al fuego y a juntar el trigo en su granero. En aquel tiempo todos los

727


impíos serán destruídos. "Serán como si no hubieran sido." (Abd.

16.) Y todas las voces del universo entero se unirán para elevar

alegres alabanzas a Dios. Dice el revelador: "Y oí a toda criatura que

está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y que está en

el mar, y todas las cosas que en ellos están, diciendo: Al que está

sentado en el trono, y al Cordero, sea la bendición, y la honra, y la

gloria, y el poder, para siempre jamás." Apocalipsis 5:13.

En la fiesta de las cabañas, el pueblo de Dios alababa a Dios

porque recordaba la misericordia que le manifestara al librarle de la

servidumbre de Egipto, y el tierno cuidado del que le hiciera objeto

durante su peregrinación en el desierto. Se regocijaba también por

saber que le había perdonado y aceptado gracias al reciente servicio

del día de expiación. Pero cuando los redimidos de Jehová estén a

salvo en la Canaán celestial, para siempre libertados del yugo de la

maldición bajo el cual "todas las criaturas gimen a una, y a una están

de parto hasta ahora" (Romanos 8:22), se regocijarán con un deleite

indecible y glorioso. Entonces habrá concluído la gran obra

expiatoria que Cristo emprendió para redimir a los hombres, y sus

pecados habrán sido borrados para siempre.

"Alegrarse han el desierto y la soledad: El yermo se gozará, y

florecerá como la rosa. Florecerá profusamente, y también se

alegrará y cantará con júbilo: La gloria del Líbano le será dada, La

hermosura de Carmel y de Sarón. Ellos verán la gloria de Jehová, la

hermosura del Dios nuestro.... Entonces los ojos de los ciegos serán

abiertos, Y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo

saltará como un ciervo, Y cantará la lengua del mudo; Porque aguas

728


serán cavadas en el desierto, Y torrentes en la soledad. El lugar seco

será tornado en estanque, Y el secadal en manaderos de aguas.... Y

habrá allí calzada y camino, Y será llamado camino de Santidad; No

pasará por él inmundo; Y habrá para ellos en él quien los acompañe,

De tal manera que los insensatos no yerren. No habrá allí león, Ni

bestia fiera subirá por él, Ni allí se hallará, Para que caminen los

redimidos. Y los redimidos de Jehová volverán, Y vendrán a Sión

con alegría; Y gozo perpetuo será sobre sus cabezas: Y retendrán el

gozo y alegría, Y huirá la tristeza y el gemido." Isaías 35:1, 2, 5-10.

729


Capítulo 53

Los primeros jueces

Después de haberse establecido en Canaán las tribus no

hicieron ningún esfuerzo vigoroso para completar la conquista de la

tierra. Satisfechas con el territorio que ya habían ganado, dejaron

que su celo disminuyera y suspendieron la guerra. "Empero cuando

Israel tomó fuerzas, hizo al Cananeo tributario, mas no lo echó."

Jueces 1:28.

El Señor había cumplido fielmente, por su parte, la promesa

hecha a Israel; Josué había quebrantado el poderío de los cananeos y

había distribuído la tierra entre las tribus. A éstas sólo les quedaba

confiar en la seguridad de la ayuda divina y completar la obra de

desalojar a los habitantes de la tierra. Pero no lo hicieron. Aliándose

con los cananeos, violaron abiertamente el mandamiento de Dios, y

así dejaron de cumplir la condición bajo la cual les había prometido

ponerlos en posesión de Canaán.

Desde la primera comunicación que Dios les diera en el Sinaí,

habían recibido advertencias contra la idolatría. Inmediatamente

después de la proclamación de la ley, se les mandó por medio de

Moisés el siguiente mensaje con respecto a las naciones de Canaán:

"No te inclinarás a sus dioses, ni los servirás, ni harás como ellos

hacen; antes los destruirás del todo, y quebrantarás enteramente sus

estatuas. Mas a Jehová vuestro Dios serviréis, y él bendecirá tu pan

730


y tus aguas; y yo quitaré toda enfermedad de en medio de ti." Éxodo

23:24, 25.

Se les aseguró que mientras permanecieran obedientes Dios

subyugaría a sus enemigos delante de ellos: "Yo enviaré mi terror

delante de ti, y consternaré a todo pueblo donde tú entrares, y te daré

la cerviz de todos tus enemigos. Yo enviaré la avispa delante de ti,

que eche fuera al Heveo, y al Cananeo, y al Hetheo, de delante de ti:

no los echaré de delante de ti en un año, porque no quede la tierra

desierta, y se aumenten contra ti las bestias del campo. Poco a poco

los echaré de delante de ti, hasta que te multipliques y tomes la tierra

por heredad. ... Pondré en vuestras manos los moradores de la tierra,

y tú los echarás de delante de ti. No harás alianza con ellos, ni con

sus dioses. En tu tierra no habitarán, no sea que te hagan pecar

contra mí sirviendo a sus dioses: porque te será de tropiezo." Vers.

27-33. Estas instrucciones fueron reiteradas de la manera más

solemne por Moisés antes de su muerte, y fueron repetidas también

por Josué.

Dios había puesto a su pueblo en Canaán como un poderoso

valladar para contener la ola de la inmoralidad, a fin de que no

inundara al mundo. Si Israel le era fiel, Dios quería que fuera de

conquista en conquista. Entregaría en sus manos naciones aún más

grandes y más poderosas que las de los cananeos. Les prometió:

"Porque si guardareis cuidadosamente todos estos mandamientos

que yo os prescribo, ... Jehová también echará todas estas gentes de

delante de vosotros, y poseeréis gentes grandes y más fuertes que

vosotros. Todo lugar que pisare la planta de vuestro pie, será

731


vuestro: desde el desierto y el Líbano, desde el río, el río Eufrates,

hasta la mar postrera será vuestro término. Nadie se sostendrá

delante de vosotros: miedo y temor de vosotros pondrá Jehová

vuestro Dios sobre la haz de toda la tierra que hollareis, como él os

ha dicho." Deuteronomio 11:22-25.

Pero, despreciando su elevado destino, escogieron el camino

del ocio y de la complacencia, dejaron pasar las oportunidades de

completar la conquista de la tierra; y por consiguiente, durante

muchas generaciones fueron afligidos y molestados por un residuo

de estos idólatras, que fué, según antaño lo predijera el profeta,

como "aguijones" en sus ojos, y "por espinas" en sus "costados."

Números 33:55.

Los israelitas "se mezclaron con las gentes, y aprendieron sus

obras." Se aliaron en matrimonio con los cananeos, y la idolatría se

difundió como una plaga por todos los ámbitos de la tierra.

"Sirvieron a sus ídolos; los cuales les fueron por ruina. Y

sacrificaron sus hijos y sus hijas a los demonios.... Y la tierra fué

contaminada con sangre." "Encendióse por tanto el furor de Jehová

sobre su pueblo, y abominó su heredad." Salmos 106:34-38, 40.

Mientras no se extinguió la generación que había recibido

instrucción de Josué, la idolatría hizo poco progreso; pero los padres

habían preparado el terreno para la apostasía de sus hijos. La

desobediencia y el menosprecio que tuvieron por las restricciones

del Señor los que habían entrado en posesión de Canaán sembraron

malas semillas que continuaron produciendo su amargo fruto

732


durante muchas generaciones. Los hábitos sencillos de los hebreos

los habían dotado de buena salud física; pero sus relaciones con los

paganos los indujeron a dar rienda suelta al apetito y las pasiones, lo

cual redujo gradualmente su fuerza física y debilitó sus facultades

mentales y morales. Por sus pecados fueron los israelitas separados

de Dios; su fuerza les fué quitada y no pudieron ya prevalecer contra

sus enemigos. Así fueron sometidos a las mismas naciones que ellos

pudieron haber subyugado con la ayuda de Dios.

"Dejaron a Jehová el Dios de sus padres, que los había sacado

de la tierra de Egipto," "y llevólos por el desierto, como un rebaño....

Y enojáronlo con sus altos, y provocáronlo a celo con sus

esculturas.... Dejó por tanto el tabernáculo de Silo, la tienda en que

habitó entre los hombres; y dió en cautividad su fortaleza, y su

gloria en manos del enemigo." Jueces 2:12; Salmos 78:52, 58, 60,

61.

No obstante, Dios no abandonó por completo a su pueblo.

Siempre hubo un remanente que permanecía fiel a Jehová; y de vez

en cuando el Señor suscitaba hombres fieles y valientes para que

destruyeran la idolatría y libraran a los israelitas de sus enemigos.

Pero cuando el libertador moría, y el pueblo quedaba libre de su

autoridad, volvía gradualmente a sus ídolos. Y así esa historia de

apostasía y castigo, de confesión y liberación, se repitió una y otra

vez.

El rey de Mesopotamia y el de Moab, y después de éstos, los

filisteos y los cananeos de Azor, encabezados por Sísera, oprimieron

733


sucesivamente a Israel. Othoniel, Aod, Samgar, Débora y Barac se

destacaron como libertadores de su pueblo. Pero nuevamente "los

hijos de Israel hicieron lo malo en los ojos de Jehová; y Jehová los

entregó en las manos de Madián." Véase Jueces 6-8. Hasta entonces

la mano del opresor no se había hecho sentir sino ligeramente sobre

las tribus que moraban al este del Jordán, pero en las nuevas

calamidades ellas fueron las primeras que sufrieron.

Los amalecitas que habitaban el sur de Canaán, así como

también los madianitas que moraban allende el límite oriental y en

los desiertos, seguían siendo enemigos implacables de Israel.

Aquella nación había sido casi destruida por los israelitas en los días

de Moisés, pero desde entonces había aumentado mucho, y se había

hecho populosa y poderosa. Anhelaba vengarse; y ahora que la

mano protectora de Dios se había retirado de Israel, la oportunidad

era propicia. No sólo sufrieron sus estragos las tribus del este del

Jordán, sino todo el país. Los feroces y salvajes habitantes del

desierto invadían la tierra con sus rebaños y manadas, "en grande

multitud como langosta." Como plaga devoradora se desparramaban

por toda la tierra, desde el río Jordán hasta las llanuras filisteas.

Llegaban tan pronto como las cosechas principiaban a madurar y

permanecían allí hasta que se habían recogido los últimos frutos de

la tierra. Despojaban los campos de su abundancia; saqueaban y

maltrataban a los habitantes, y luego se volvían a los desiertos.

Los israelitas que vivían en el campo abierto se veían así

obligados a abandonar sus hogares, y a congregarse en pueblos

amurallados, para buscar asilo en las fortalezas y hasta refugiarse en

734


cuevas y entre los baluartes rocosos de las montañas. Durante siete

años continuó esta opresión, y entonces, como el pueblo en su

angustia prestó oído a los reproches del Señor y confesó sus

pecados, Dios nuevamente suscitó un hombre que le ayudara.

Era Gedeón, hijo de Joas, de la tribu de Manasés. La rama a la

cual pertenecía esta familia no desempeñaba ningún cargo

destacado, pero la casa de Joas se distinguía por su valor y su

integridad. Se dice de sus valientes hijos: "Cada uno semejaba los

hijos de un rey." Cayeron todos víctimas de las luchas contra los

madianitas, menos uno cuyo nombre llegó a ser temido por los

invasores. A Gedeón llamó, pues, el Señor para libertar a su pueblo.

Estaba entonces ocupado en trillar su trigo. Había ocultado una

pequeña cantidad de cereal, y no atreviéndose a trillarlo en la era

ordinaria, había recurrido a un sitio cercano al lagar, pues como

faltaba mucho para que las uvas estuviesen maduras, los viñedos

recibían poca atención. Mientras Gedeón trabajaba en secreto y en

silencio, pensaba con tristeza en las condiciones de Israel, y

consideraba cómo se podría hacer para sacudir el yugo del opresor

de su pueblo.

De repente "el ángel de Jehová se le apareció" y le dirigió estas

palabras: "Jehová es contigo, varón esforzado."

"Ah, Señor mío--fué su respuesta,--si Jehová es con nosotros,

¿por qué nos ha sobrevenido todo esto? ¿Y dónde están todas sus

maravillas, que nuestros padres nos han contado, diciendo: ¿No nos

sacó Jehová de Egipto? Y ahora Jehová nos ha desamparado, y nos

735


ha entregado en manos de los Madianitas."

El Mensajero celestial le respondió: "Ve con esta tu fortaleza, y

salvarás a Israel de la mano de los Madianitas. ¿No te envío yo?"

Gedeón deseaba alguna señal de que el que ahora le hablaba

era el Angel del Pacto, el cual en lo pasado había obrado en favor de

Israel. Los ángeles del Señor, que conversaron con Abrahán, se

habían detenido una vez para gozar de su hospitalidad; y Gedeón

rogó al Mensajero divino que permaneciese con él como huésped.

Dirigiéndose apresuradamente a su tienda, preparó de sus escasas

provisiones un cabrito y panes sin levadura, todo lo cual trajo luego

y lo puso ante él. Pero el Angel le mandó: "Toma la carne, y los

panes sin levadura, y ponlo sobre esta peña, y vierte el caldo."

Gedeón lo hizo, y entonces recibió la señal que había deseado; con

el cayado que tenía en la mano, el Angel tocó la carne y los panes

ázimos, y una llama de fuego que brotó de la roca consumió el

sacrificio. Luego el Angel desapareció de su vista.

El padre de Gedeón, Joas, quien participaba de la apostasía de

sus conciudadanos, había erigido en Ofra, donde moraba, un gran

altar dedicado a Baal, y ante él adoraba la gente del pueblo. Gedeón

recibió orden de destruir este altar, y de erigir otro a Jehová, sobre la

roca en la cual el sacrificio había sido consumido, para presentar allí

un sacrificio al Señor.

El ofrecimiento de sacrificios a Dios había sido encomendado

solamente a los sacerdotes, y debía limitarse al altar de Silo; pero

736


Aquel que había establecido el servicio ritual, y a quien señalaban

todos estos sacrificios, tenía poder para cambiar sus requerimientos.

La liberación de Israel debía ser precedida por una solemne protesta

contra el culto a Baal. Gedeón debía declarar la guerra a la idolatría,

antes de salir a batallar con los enemigos de su pueblo.

La orden divina se ejecutó fielmente. Sabiendo que encontraría

resistencia si intentaba hacerlo públicamente, Gedeón realizó su

obra en secreto y con la ayuda de sus siervos la completó en una

noche.

Grande fué la ira de los habitantes de Ofra cuando llegaron a la

siguiente mañana para rendir culto a Baal. Habrían quitado la vida a

Gedeón si Joas, a quien se le había contado lo de la visión del ángel,

no hubiese salido en defensa de su hijo. "¿Tomaréis vosotros la

demanda por Baal?--dijo Joas--¿le salvaréis vosotros? Cualquiera

que tomare la demanda por él, que muera mañana. Si es Dios,

contienda por sí mismo con el que derribó su altar." Si Baal no había

podido defender su propio altar, ¿cómo podía creerse que protegería

a sus adoradores?

Todo pensamiento de violencia contra Gedeón quedó olvidado;

y cuando él hizo tocar la trompeta para ir a la guerra, los hombres de

Ofra fueron de los primeros que se congregaron alrededor de su

estandarte. Envió heraldos a su propia tribu de Manasés, y también a

Aser, Zabulón y Neftalí; y todos respondieron a la convocación.

Gedeón no se atrevió a encabezar el ejército sin tener

737


evidencias adicionales de que Dios le había llamado para esta obra,

y de que estaría con él. Le rogó así: "Si has de salvar a Israel por mi

mano, como has dicho, he aquí que yo pondré un vellón de lana en

la era; y si el rocío estuviere en el vellón solamente, quedando seca

toda la otra tierra, entonces entenderé que has de salvar a Israel por

mi mano, como lo has dicho." Por la mañana el vellón estaba

mojado, en tanto que la tierra estaba seca. Sintió, sin embargo, una

duda, puesto que la lana absorbe naturalmente la humedad cuando la

hay en el aire; la prueba no era tal vez decisiva. Por consiguiente,

rogando que su extrema cautela no desagradase al Señor, pidió que

la señal se invirtiera. Le fué otorgado lo que pidió.

Así animado, Gedeón sacó sus fuerzas a pelear con los

invasores. "Y todos los Madianitas, y Amalecitas, y orientales, se

juntaron a una, y pasando asentaron campo en el valle de Jezreel."

La hueste que iba al mando de Gedeón no pasaba de treinta y dos

mil hombres; pero mientras estaba el inmenso ejército enemigo

desplegado delante de él, le dirigió el Señor las siguientes palabras:

"El pueblo que está contigo es mucho para que yo dé a los

Madianitas en su mano: porque no se alabe Israel contra mí,

diciendo: Mi mano me ha salvado. Haz pues ahora pregonar, que lo

oiga el pueblo, diciendo: El que teme y se estremece, madrugue y

vuélvase desde el monte de Galaad." Los que no estaban dispuestos

a arrostrar peligros y penurias, o cuyos intereses mundanos

desviaban su corazón de la obra de Dios, no fortalecían en modo

alguno a los ejércitos de Israel. Su presencia no podía ser sino causa

de debilidad.

738


Se había hecho ley en Israel que antes de que el ejército saliera

a la batalla, se le hiciese la siguiente proclamación: "¿Quién ha

edificado casa nueva, y no la ha estrenado? Vaya, y vuélvase a su

casa, porque quizá no muera en la batalla, y otro alguno la estrene.

¿Y quién ha plantado viña, y no ha hecho común uso de ella? Vaya,

y vuélvase a su casa, porque quizá no muera en la batalla, y otro

alguno la goce. ¿Y quién se ha desposado con mujer, y no la ha

tomado? Vaya, y vuélvase a su casa, porque quizá no muera en la

batalla, y alguno otro la tome." Y además los oficiales debían decir

al pueblo: "¿Quién es hombre medroso y tierno de corazón? Vaya, y

vuélvase a su casa, y no apoque el corazón de sus hermanos, como

su corazón." Deuteronomio 20:5-8.

Debido a que el número de sus soldados era muy pequeño en

comparación con los del enemigo, Gedeón se había abstenido de

hacer la proclamación de costumbre. Se llenó de asombro al oír que

su ejército era demasiado grande. Pero el Señor veía el orgullo y la

incredulidad que había en el corazón de su pueblo. Incitado por las

conmovedoras exhortaciones de Gedeón, se había alistado de buena

gana; pero muchos se llenaron de temor al ver las multitudes de los

madianitas. No obstante, si Israel hubiera triunfado, aquellos

mismos miedosos se habrían atribuído la gloria en vez de

adjudicarle la victoria a Dios.

Gedeón obedeció las instrucciones del Señor, y con el corazón

oprimido vió marcharse para sus hogares a veintidós mil hombres, o

sea más de las dos terceras partes de su ejército. Nuevamente oyó la

voz de Dios decirle: "Aun es mucho el pueblo; llévalos a las aguas,

739


y allí yo te los probaré; y del que yo te dijere: Vaya este contigo,

vaya contigo: mas de cualquiera que yo te dijere: Este no vaya

contigo, el tal no vaya."

El pueblo, esperando atacar inmediatamente al enemigo, fué

conducido a la orilla del agua. Algunos tomaron apresuradamente un

poco de agua en la mano, y la sorbieron mientras caminaban; pero

casi todos se hincaron, y bebieron a sus anchas de la superficie del

arroyo. Aquellos que tomaron el agua en la mano no fueron sino

trescientos entre diez mil; no obstante, fueron elegidos, y al resto se

le permitió volver a sus hogares.

El carácter se prueba a menudo por los medios más sencillos.

Los que en un momento de peligro se empeñaban en suplir sus

propias necesidades, no eran hombres en quienes se podía confiar en

una emergencia. El Señor no tiene en su obra cabida para los

indolentes y para los que suelen complacer el apetito. Escogió a los

hombres que no permitieron que sus propias necesidades les

hicieran demorar el cumplimiento del deber. No sólo poseían valor y

dominio de sí mismos los trescientos hombres elegidos, sino que

eran también hombres de fe. No los había contaminado la idolatría.

Dios podía dirigirlos, y por su medio librar a Israel. El éxito no

depende del número. Tanto puede Dios libertar por medio de pocos

como de muchos. No le honra tanto el gran número como el carácter

de quienes le sirven.

Los israelitas se apostaron en la cumbre de una colina que

dominaba el valle donde acampaban los invasores. "Y Madián, y

740


Amalec, y todos los orientales, estaban tendidos en el valle como

langostas en muchedumbre, y sus camellos eran innumerables, como

la arena que está a la ribera de la mar en multitud."

Gedeón tembló cuando pensó en la lid del día siguiente. Pero

Dios le habló durante las horas de la noche, y mandándole bajar con

Fara, su asistente, al campamento de los madianitas, le dió a

entender que allí oiría algo que le alentaría. Fué, y mientras esperaba

en la obscuridad y el silencio de la noche, oyó a un soldado relatar

un sueño a su compañero: "He aquí yo soñé un sueño: que veía un

pan de cebada que rodaba hasta el campo de Madián, y llegaba a las

tiendas, y las hería de tal manera que caían, y las trastornaba de

arriba abajo, y las tiendas caían." El otro le contestó en palabras que

conmovieron el corazón de aquel oyente invisible: "Esto no es otra

cosa sino la espada de Gedeón hijo de Joas, varón de Israel: Dios ha

entregado en sus manos a los Madianitas con todo el campo."

Gedeón reconoció la voz de Dios que le hablaba por medio de

aquellos forasteros madianitas. Volviéndose al sitio donde estaban

los pocos hombres que mandaba, les dijo: "Levantaos, que Jehová

ha entregado el campo de Madián en vuestras manos."

Por indicación divina, le fué sugerido un plan de ataque y lo

puso inmediatamente en ejecución. Los trescientos hombres fueron

divididos en tres compañías. A cada hombre se le dió una trompeta

y una antorcha escondida en un cántaro de barro. Los hombres se

distribuyeron en tal forma que llegaran al campamento madianita de

distintas direcciones. En medio de la noche, al toque del cuerno de

guerra de Gedeón, las tres compañías tocaron sus trompetas; y

741


luego, rompiendo sus cántaros, sacaron a relucir las antorchas

encendidas y se precipitaron contra el enemigo lanzando el terrible

grito de guerra: "¡La espada de Jehová y de Gedeón!"

El ejército que dormía se despertó de repente. Por todos lados,

se veía la luz de las antorchas encendidas. En toda dirección se oía

el sonido de las trompetas, y el clamor de los asaltantes. Creyéndose

a la merced de una fuerza abrumadora, los madianitas se volvieron

presa del pánico. Con frenéticos gritos de alarma, huían para salvar

la vida, y tomando a sus propios compañeros como enemigos se

mataban unos a otros.

Cuando cundieron las nuevas de la victoria, volvieron miles de

los hombres de Israel que habían sido despachados a sus hogares, y

participaron en la persecución del enemigo que huía. Los madianitas

se dirigían hacia el Jordán, con la esperanza de llegar a su territorio,

allende el río. Gedeón envió mensajeros a los de la tribu de Efraín,

para incitarlos a que interceptaran el paso a los fugitivos en los

vados meridionales. Entretanto, con sus trescientos hombres,

"cansados, pero siguiendo el alcance de los fugitivos" (Jueces 8:4,

VM), Gedeón cruzó el río, en busca de los que ya habían ganado la

ribera opuesta. Los dos príncipes, Zeba y Zalmuna, quienes

encabezaban toda la hueste, y habían escapado con un ejército de

quince mil hombres, fueron alcanzados por Gedeón, quien dispersó

completamente su fuerza, y capturó a sus jefes y les dió muerte.

En esta derrota decisiva, no menos de ciento veinte mil de los

invasores perecieron. Fué quebrantado el dominio de los madianitas,

742


de modo que nunca más pudieron guerrear contra Israel. Cundió

rápidamente por todas partes la noticia de que nuevamente el Dios

de Israel había peleado por su pueblo. Fué indescriptible el terror

que experimentaron las naciones vecinas al saber cuán sencillos

habían sido los medios que prevalecieron contra el poderío de un

pueblo audaz y belicoso.

El jefe a quien Dios había escogido para derrotar a los

madianitas no ocupaba un puesto eminente en Israel. No era

príncipe, ni sacerdote, ni levita. Se consideraba como el menor en la

casa de su padre, pero Dios vió en él a un hombre valiente y sincero.

No confiaba en sí mismo, y estaba dispuesto a seguir la dirección

del Señor. Dios no escoge siempre, para su obra, a los hombres de

talentos más destacados sino a los que mejor puede utilizar.

"Delante de la honra está la humildad." Proverbios 15:33. El Señor

puede obrar más eficazmente por medio de los que mejor

comprenden su propia insuficiencia, y quieran confiar en él como su

jefe y la fuente de su poder. Los hará fuertes mediante la unión de su

debilidad con su propio poder, y sabios al relacionar la ignorancia de

ellos con su sabiduría.

Si su pueblo cultivara la verdadera humildad, el Señor podría

hacer mucho más en su favor; pero son muy pocos aquellos a

quienes se les puede confiar alguna responsabilidad importante o

darles éxito sin que confíen demasiado en sí mismos y se olviden de

que dependen en absoluto de Dios. Este es el motivo por el cual, al

escoger los instrumentos para su obra, el Señor pasa por alto a los

que el mundo honra como grandes, talentosos y brillantes. Con

743


demasiada frecuencia son orgullosos y presumidos. Se creen

competentes para actuar sin consejo de Dios.

El simple acto de tocar la trompeta, de parte del ejército de

Josué alrededor de Jericó y de parte del pequeño grupo de Gedeón

entre las huestes de Madián, resultó eficaz, por el poder de Dios,

para anonadar el poderío de sus enemigos. El sistema más completo

que los hombres hayan concebido jamás, si está privado del poder y

de la sabiduría de Dios, resultará en un fracaso, mientras que

tendrán éxito los métodos menos promisorios cuando sean

divinamente ordenados, y ejecutados con humildad y fe. La

confianza en Dios y la obediencia a su voluntad, son tan esenciales

para el cristiano en la guerra espiritual como lo fueron para Gedeón

y Josué en sus batallas contra los cananeos. Mediante las repetidas

manifestaciones de su poder en favor de Israel, Dios quería inducirle

a tener fe en él, a buscar con confianza su ayuda en toda

emergencia. Está igualmente dispuesto a obrar en cooperación con

los esfuerzos de su pueblo hoy y a lograr grandes cosas por medio

de instrumentos débiles. Todo el cielo espera que pidamos sabiduría

y fortaleza. Dios "es poderoso para hacer todas las cosas mucho más

abundantemente de lo que pedimos o entendemos." Efesios 3:20.

Al volver Gedeón de perseguir a los enemigos de la nación,

hubo de arrostrar las censuras y acusaciones de sus conciudadanos.

Cuando convocó a los hombres de Israel contra los madianitas, la

tribu de Efraín se quedó atrás. Consideraban este esfuerzo como una

empresa peligrosa; y como Gedeón no les mandó un llamamiento

especial, se valieron de esta excusa para no unirse a sus hermanos.

744


Pero cuando recibieron noticias del triunfo de Israel, los hijos de

Efraín sintieron envidia porque no habían tenido parte en él.

Después de la derrota de los madianitas, los hombres de Efraín

habían ocupado los vados del Jordán, por orden de Gedeón, e

impedido así que escaparan los fugitivos. Esto permitió dar muerte a

muchos enemigos, y entre ellos a los dos príncipes Oreb y Zeeb. En

esta forma los hombres de Efraín prolongaron la batalla y ayudaron

a completar la victoria. Sin embargo, se llenaron de celos y enojo,

como si Gedeón se hubiese guiado por su propia voluntad y juicio.

No podían discernir la mano de Dios en el triunfo de Israel ni

apreciar el poder y la misericordia de él en su liberación; y este

mismo hecho demostraba que eran indignos de ser escogidos como

sus instrumentos especiales. Al regresar con los trofeos de la

victoria, dirigieron este airado reproche a Gedeón: "¿Qué es esto que

has hecho con nosotros, no llamándonos cuando ibas a la guerra

contra Madián?"

"¿Qué he hecho yo ahora como vosotros?--dijo Gedeón.--¿No

es el rebusco de Ephraim mejor que la vendimia de Abiezer? Dios

ha entregado en vuestras manos a Oreb y a Zeeb, príncipes de

Madián: ¿y qué pude yo hacer como vosotros?"

Los celos podrían muy bien haberse exacerbado en riña que

habría causado conflicto y derramamiento de sangre; pero la

contestación modesta de Gedeón aplacó el enojo de los hombres de

Efraín, que regresaron en paz a sus hogares. Aunque firme e

intransigente cuando se trataba de los principios, y "varón esforzado

en la guerra," Gedeón manifestó un espíritu de cortesía que no se ve

745


a menudo.

En su gratitud porque lo había librado de los madianitas, el

pueblo de Israel propuso a Gedeón que se hiciera rey, y que el trono

quedara asegurado para sus descendientes. Esta propuesta era una

violación categórica de los principios teocráticos. Dios era rey de

Israel, y poner a un hombre en el trono sería rechazar a su Soberano

divino. Gedeón reconocía este hecho; y su contestación demuestra

cuán fieles y nobles eran sus móviles. Declaró: "No seré señor sobre

vosotros, ni mi hijo os señoreará: Jehová será vuestro Señor."

Pero Gedeón se dejó extraviar por otro error que acarreó el

desastre sobre su casa y sobre todo Israel. Es frecuente que la época

de inactividad que sigue a una gran lucha entrañe más riesgos que el

propio período de conflicto. A tales peligros se vió expuesto

Gedeón. Un espíritu de inquietud se había apoderado de él. Hasta

entonces se había contentado con cumplir las instrucciones que Dios

le daba; pero ahora, en vez de esperar la dirección divina, empezó a

hacer planes por su cuenta. Siempre que los ejércitos del Señor

hayan ganado una victoria señalada, Satanás redoblará sus esfuerzos

para destruir la obra de Dios. Así que fueron sugeridos a la mente de

Gedeón pensamientos y planes por los cuales los israelitas fueron

descarriados.

Por el hecho de que se le había mandado que ofreciera un

sacrificio sobre la roca donde el ángel se le había aparecido, Gedeón

concluyó que se le había designado para que oficiara como

sacerdote. Sin esperar la aprobación divina, decidió proveerse de un

746


lugar apropiado e instituir un sistema de culto semejante al que se

practicaba en el tabernáculo. Gracias a la intensidad del sentimiento

popular, no encontró dificultad alguna para realizar su proyecto. A

pedido suyo le fueron entregados como su parte del botín de guerra

todos los zarcillos de oro arrebatados a los madianitas. El pueblo

también recogió muchos otros materiales valiosos, juntamente con

las prendas de vestir ricamente adornadas de los príncipes de

Madián. Del material que se obtuvo en esta forma, Gedeón hizo un

efod y un pectoral o racional que imitaban los usados por el sumo

sacerdote. Su conducta resultó ser un lazo para él y su familia, así

como para todo Israel. El culto ilícito indujo finalmente a mucha

gente a abandonar por completo al Señor, y a servir a los ídolos.

Después de la muerte de Gedeón, muchos, inclusive su propia

familia, participaron en esta apostasía. El pueblo fué apartado de

Dios por el mismo hombre que una vez había destruído su idolatría.

Son pocos los que se dan cuenta de cuánto abarca la influencia

de sus palabras y hechos. ¡Cuán a menudo los errores de los padres

producen los efectos más desastrosos sobre sus hijos y sobre los

hijos de sus hijos, mucho después de bajar a la tumba los

protagonistas mismos! Cada uno ejerce cierta influencia sobre los

demás, y se le tendrá por responsable del resultado de esa influencia.

Las palabras y los hechos ejercen gran poder y en el largo más allá

se verán los efectos de la existencia que vivimos aquí. La impresión

causada por nuestras palabras y nuestras acciones redundará

seguramente en bendición o maldición para nosotros. Este

pensamiento da una pavorosa solemnidad a la vida, y debe

impulsarnos a rogar humildemente a Dios que nos guíe por su

747


sabiduría.

Los que ocupan puestos elevados pueden desviar a otros. Aun

los más sabios se equivocan; los más fuertes pueden vacilar y

tropezar. Es necesario que la luz del cielo se derrame

constantemente sobre nuestro sendero. Nuestra única seguridad

estriba en confiar implícitamente nuestro camino a Aquel que dijo:

"Sígueme."

Después de la muerte de Gedeón, "no se acordaron los hijos de

Israel de Jehová su Dios, que los había librado de todos sus

enemigos alrededor: ni hicieron misericordia en la casa de Jerobaal

Gedeón, conforme a todo el bien que él había hecho a Israel."

Olvidándose de todo lo que debían a Gedeón, su juez y libertador, el

pueblo de Israel aceptó por rey a su hijo ilegítimo, Abimelec, quien,

para poder sostenerse en el poder, asesinó a todos menos uno de los

hijos legítimos de Gedeón. Cuando los hombres desechan el temor

de Dios, no tardan en alejarse del honor y la integridad. El aprecio

por la misericordia del Señor le inducirá a uno a apreciar a aquellos

que, como Gedeón, han sido empleados como instrumentos para

beneficiar a su pueblo. El cruel proceder de Israel hacia la casa de

Gedeón era lo que podía esperarse de un pueblo que manifestaba tan

enorme ingratitud hacia Dios.

Después de la muerte de Abimelec, el gobierno de algunos

jueces que temían al Señor mantuvo por un tiempo en jaque a la

idolatría; pero antes de mucho el pueblo volvió a practicar las

costumbres de las comunidades paganas circundantes. Entre las

748


tribus del norte, los dioses de Siria y de Sidón tenían muchos

adoradores. Al sudoeste, los ídolos de los filisteos, y al este los de

Moab y Ammón, habían desviado del Dios de sus padres el corazón

de Israel. Pero la apostasía acarreó rápidamente su castigo. Los

amonitas subyugaron las tribus orientales, y cruzando el Jordán,

invadieron el territorio de Judá y el de Efraín. Al occidente, los

filisteos, ascendiendo de su llanura a orillas del mar, lo saqueaban y

quemaban todo por doquiera. Una vez más Israel parecía haber sido

abandonado al poder de enemigos implacables.

Nuevamente el pueblo pidió ayuda a Aquel a quien había

abandonado e insultado. "Y los hijos de Israel clamaron a Jehová,

diciendo: Nosotros hemos pecado contra ti; porque hemos dejado a

nuestro Dios, y servido a los Baales." Jueces 10:10-16. Pero el pesar

no había obrado en ellos un arrepentimiento verdadero. El pueblo se

lamentaba porque sus pecados le había traído sufrimientos, y no por

haber deshonrado a Dios y violado su santa ley. El verdadero

arrepentimiento es algo más que sentir pesar por el pecado. Consiste

en apartarse resueltamente del mal.

El Señor les contestó por medio de uno de sus profetas: "¿No

habéis sido oprimidos de Egipto, de los Amorrheos, de los

Ammonitas, de los Filisteos, de los de Sidón, de Amalec, y de

Maón, y clamando a mí os he librado de sus manos? Mas vosotros

me habéis dejado, y habéis servido a dioses ajenos; por tanto yo no

os libraré más. Andad, y clamad a los dioses que os habéis elegido,

que os libren en el tiempo de vuestra aflicción."

749


Estas palabras solemnes y temibles encauzan el pensamiento

hacia otra escena: la del gran día del juicio final, cuando los que

rechazaron la misericordia de Dios y menospreciaron su gracia serán

puestos frente a su justicia. En aquel tribunal, los que dedicaron al

servicio de los dioses de este mundo los talentos que Dios les dió,

deberán rendir cuenta del empleo de su tiempo, sus recursos y su

intelecto. Abandonaron a su verdadero y tierno Amigo, para seguir

el sendero de la conveniencia y del placer mundano. Se proponían

volver a Dios alguna vez; pero el mundo, con sus locuras y engaños,

absorbió su atención. Las diversiones frívolas, el orgullo de los

atavíos y la satisfacción de los apetitos endurecieron su corazón y

embotaron su conciencia, de tal manera que ya no oyeron la voz de

la verdad. Menospreciaron el deber. Tuvieron en poco las cosas de

valor infinito, hasta que desapareció de su corazón todo deseo de

hacer sacrificios por Aquel que tanto dió para el hombre. Pero en el

tiempo de la siega cosecharán lo que sembraron.

El Señor dijo: "Por cuanto llamé, y no quisisteis; extendí mi

mano, y no hubo quien escuchase; antes desechasteis todo consejo

mío, y mi reprensión no quisisteis; también yo me reiré en vuestra

calamidad, y me burlaré cuando os viniere lo que teméis; cuando

viniere como una destrucción lo que teméis, y vuestra calamidad

llegare como un torbellino; cuando sobre vosotros viniere

tribulación y angustia. Entonces me llamarán, y no responderé;

buscarme han de mañana, y no me hallarán: por cuanto aborrecieron

la sabiduría, y no escogieron el temor de Jehová, ni quisieron mi

consejo, y menospreciaron toda reprensión mía: comerán pues del

fruto de su camino, y se hartarán de sus consejos." "Mas el que me

750


oyere, habitará confiadamente, y vivirá reposado, sin temor de mal."

Proverbios 1:24-31, 33.

Los israelitas se humillaron entonces ante el Señor. "Y quitaron

de entre sí los dioses ajenos, y sirvieron a Jehová." Y el corazón

amoroso del Señor se acongojó, "su alma fué angustiada a causa del

trabajo de Israel." ¡Oh! ¡cuán longánime es la misericordia de

nuestro Dios! Cuando su pueblo se apartó de los pecados que le

habían privado de la presencia de Dios, él oyó sus oraciones y en

seguida comenzó a obrar en su favor.

Le suscitó un libertador en la persona de Jefté el galaadita,

quien hizo guerra contra los amonitas, y quebrantó eficazmente su

poder. Durante dieciocho años, Israel había sufrido bajo la opresión

de sus enemigos, y sin embargo volvió a olvidar la lección enseñada

por los padecimientos.

Cuando su pueblo volvió a sus malos caminos, el Señor

permitió que nuevamente lo oprimiesen sus poderosos enemigos los

filisteos. Durante muchos años fueron acosados constantemente, y a

veces completamente subyugados, por esta nación cruel y belicosa.

Habían acompañado a estos idólatras en sus placeres y en su culto, a

tal grado que parecían unificados con ellos en espíritu e intereses.

Entonces estos pretensos amigos de Israel se trocaron en sus

enemigos más acérrimos, y por todos los medios procuraron su

completa destrucción.

Como Israel, los cristianos ceden a menudo a la influencia del

751


mundo, y se amoldan a sus principios y costumbres para ganar la

amistad de los impíos; pero al fin se verá que estos supuestos

amigos son sus enemigos más peligrosos. La Biblia enseña clara y

expresamente que no puede haber armonía entre el pueblo de Dios y

el mundo. "Hermanos míos, no os maravilléis si el mundo os

aborrece." 1 Juan 3:13. Nuestro Salvador dice: "Si el mundo os

aborrece, sabed que a mí me aborreció antes que a vosotros." Juan

15:18. Satanás obra por medio de los impíos, bajo el disfraz de una

presunta amistad, para seducir a los hijos de Dios y hacerlos pecar, a

fin de separarlos de él, y una vez eliminada la defensa de ellos,

inducirá a sus agentes a volverse contra ellos y procurar su

destrucción.

752


Capítulo 54

Sansón

En medio de la apostasía reinante, los fieles adoradores de Dios

continuaban implorándole que libertase a Israel. Aunque

aparentemente sus súplicas no recibían contestación, aunque año

tras año el poder del opresor se iba agravando sobre la tierra, la

providencia de Dios preparaba un auxilio para ellos. Ya en los

primeros años de la opresión filistea nació un niño por medio del

cual Dios quería humillar el poderío de esos enemigos poderosos.

En el linde de la región montañosa que dominaba las llanuras

filisteas, estaba la pequeña ciudad de Sora. Allí moraba la familia de

Manoa, de la tribu de Dan, una de las pocas casas que, en medio de

la deslealtad que prevalecía, habían permanecido fieles a Dios. A la

mujer estéril de Manoa se le apareció "el ángel del Señor" y le

comunicó que tendría un hijo, por medio del cual Dios comenzaría a

libertar a Israel. En vista de esto, el ángel le dió instrucciones

especiales con respecto a sus propios hábitos y al trato que debía dar

a su hijo: "Ahora, pues, mira que ahora no bebas vino, ni sidra, ni

comas cosa inmunda." Véase Jueces 13-16. Y la misma prohibición

debía imponerse desde un principio al niño, al que, además, no se le

había de cortar el pelo; pues debía ser consagrado a Dios como

nazareo desde su nacimiento.

La mujer buscó a su marido, y después de describirle el ángel,

753


le repitió su mensaje. Entonces, temiendo que pudieran equivocarse

en la obra importante que se les encomendaba, el marido oró así:

"Ah, Señor mío, yo te ruego que aquel varón de Dios que enviaste,

torne ahora a venir a nosotros, y nos enseñe lo que hayamos de

hacer con el niño que ha de nacer."

Cuando el ángel volvió a aparecerles, la pregunta ansiosa de

Manoa fué: "¿Qué orden se tendrá con el niño, y qué ha de hacer?"

Las instrucciones anteriores le fueron repetidas: "La mujer se

guardará de todas las cosas que yo le dije: ella no comerá cosa que

proceda de vid que da vino; no beberá vino ni sidra, y no comerá

cosa inmunda: ha de guardar todo lo que le mandé."

Dios tenía una obra importante reservada para el hijo

prometido a Manoa, y a fin de asegurarle las cualidades

indispensables para esta obra, debían reglamentarse cuidadosamente

los hábitos tanto de la madre como del hijo. La orden del ángel para

la mujer de Manoa fué: "No beberá vino ni sidra, y no comerá cosa

inmunda: ha de guardar lo que le mandé." Los hábitos de la madre

influirán en el niño para bien o para mal. Ella misma debe regirse

por buenos principios y practicar la temperancia y la abnegación, si

procura el bienestar de su hijo. Habrá malos consejeros que dirán a

la madre que le es necesario satisfacer todo deseo e impulso; pero

semejante enseñanza es falsa y perversa. La madre se halla por

orden de Dios mismo bajo la obligación más solemne de ejercer

dominio propio.

Tanto los padres como las madres están comprendidos en esta

754


responsabilidad. Ambos padres transmiten a sus hijos sus propias

características, mentales y físicas, su temperamento y sus apetitos.

Con frecuencia, como resultado de la intemperancia de los padres,

los hijos carecen de fuerza física y poder mental y moral. Los que

beben alcohol y los que usan tabaco pueden transmitir a sus hijos

sus deseos insaciables, su sangre inflamada y sus nervios irritables,

y se los transmiten en efecto. Los licenciosos legan a menudo sus

deseos pecaminosos, y aun enfermedades repugnantes, como

herencia a su prole. Como los hijos tienen menos poder que sus

padres para resistir la tentación, hay en cada generación tendencia a

rebajarse más y más. Los padres son responsables, en alto grado, no

solamente por las pasiones violentas y los apetitos pervertidos de sus

hijos, sino también por las enfermedades de miles que nacen sordos,

ciegos, debilitados o idiotas.

La pregunta de todo padre y madre debe ser: "¿Cómo

obraremos con el niño que nos ha de nacer?" Muchos han

considerado livianamente el efecto de las influencias prenatales;

pero las instrucciones enviadas por el Cielo a aquellos padres

hebreos, y dos veces repetidas en la forma más explícita y solemne,

nos indican cómo mira nuestro Creador el asunto.

Y no bastaba que el niño prometido recibiera de sus padres un

buen legado. Este debía ir seguido por una educación cuidadosa y la

formación de buenos hábitos. Dios mandó que el futuro juez y

libertador de Israel aprendiese a ser estrictamente temperante desde

la infancia. Había de ser nazareo desde su nacimiento, y eso le

imponía desde un principio la perpetua prohibición de usar vino y

755


bebidas alcohólicas. Las lecciones de templanza, abnegación y

dominio propio deben enseñarse a los hijos desde la infancia.

La prohibición del ángel incluía toda "cosa inmunda." La

distinción entre los comestibles limpios y los inmundos no era

meramente un reglamento ceremonial o arbitrario, sino que se

basaba en principios sanitarios. A la observancia de esta distinción

se puede atribuir, en alto grado, la maravillosa vitalidad que por

muchos siglos ha distinguido al pueblo judío. Los principios de la

templanza deben llevarse más allá del mero consumo de bebidas

alcohólicas. El uso de alimentos estimulantes indigestos es a

menudo igualmente perjudicial para la salud, y en muchos casos,

siembra las semillas de la embriaguez. La verdadera temperancia

nos enseña a abstenernos por completo de todo lo perjudicial, y a

usar cuerdamente lo que es saludable. Pocos son los que

comprenden debidamente la influencia que sus hábitos relativos a la

alimentación ejercen sobre su salud, su carácter, su utilidad en el

mundo y su destino eterno. El apetito debe sujetarse siempre a las

facultades morales e intelectuales. El cuerpo debe servir a la mente,

y no la mente al cuerpo.

La promesa que Dios hizo a Manoa se cumplió a su debido

tiempo con el nacimiento de un hijo, que fué llamado Sansón. A

medida que el niño crecía, se hacía evidente que poseía

extraordinaria fuerza física. Sin embargo, como bien lo sabían

Sansón y sus padres, esta fuerza no dependía de sus firmes

músculos, sino de su condición de nazareo, simbolizada por su pelo

largo.

756


Si Sansón hubiera obedecido los mandamientos divinos tan

fielmente como sus padres, habría sido su destino más noble y más

feliz. Pero sus relaciones con los idólatras le corrompieron. Como la

ciudad de Sora estaba cerca de la región de los filisteos, Sansón

trabó amistades entre ellos. Así se crearon en su juventud

intimidades cuya influencia entenebreció toda su vida. Una joven

que vivía en la ciudad filistea de Timnah conquistó los afectos de

Sansón, y él decidió hacerla su esposa. La única contestación que

dió a sus padres temerosos de Dios, que trataban de disuadirle de su

propósito, fué: "Esta agradó a mis ojos." Los padres cedieron por fin

a sus deseos, y la boda se efectuó.

Precisamente cuando llegaba a la edad viril, cuando debía

cumplir su misión divina, el momento en que más fiel a Dios

debiera haber sido, Sansón se emparentó con los enemigos de Israel.

No se preguntó si al unirse con el objeto de su elección podría

glorificar mejor a Dios o si se estaba colocando en una posición que

no le permitiría cumplir el propósito que debía alcanzar su vida. A

todos los que tratan primero de honrarle a él, Dios les ha prometido

sabiduría; pero no existe promesa para los que se obstinan en

satisfacer sus propios deseos.

¡Cuántos hay que siguen el mismo camino que siguió Sansón!

¡Cuán a menudo se formalizan casamientos entre fieles e impíos,

porque la inclinación domina en la elección de marido o mujer! Los

contrayentes no piden consejo a Dios, ni procuran glorificarle. El

cristianismo debiera tener una influencia dominadora sobre la

757


relación matrimonial; pero con demasiada frecuencia los móviles

que conducen a esta unión no se ajustan a los principios cristianos.

Satanás está constantemente tratando de fortalecer su poderío sobre

el pueblo de Dios induciéndolo a aliarse con sus súbditos; y para

lograr esto, trata de despertar pasiones impuras en el corazón. Pero

en su Palabra el Señor ha indicado clara y terminantemente a su

pueblo que no se una con aquellos en cuyo corazón no mora su

amor. "¿Qué concordia tiene Cristo con Belial? ¿o qué parte tiene el

creyente con el incrédulo? ¿y qué acuerdo tiene el templo de Dios

con los ídolos?" 2 Corintios 6:15, 16 (VM).

En el festín de su boda Sansón se relacionó familiarmente con

los que odiaban al Dios de Israel. Quienquiera que voluntariamente

entabla relaciones tales se verá en la necesidad de amoldarse, hasta

cierto grado, a los hábitos y costumbres de sus compañeros. Pasar el

tiempo así es peor que malgastarlo. Se despiertan y fomentan

pensamientos, y se pronuncian palabras, que tienden a quebrantar

los baluartes de los buenos principios y a debilitar la ciudadela del

alma.

La esposa, para obtener cuya mano Sansón había transgredido

el mandamiento de Dios, traicionó a su marido antes de que hubiese

terminado el banquete de bodas. Indignado por la perfidia de ella,

Sansón la abandonó momentáneamente, y regresó solo a su casa de

Sora. Cuando, después de aplacársele el enojo, volvió por su novia,

la halló casada con otro. La venganza que él se tomó al devastar

todos los campos y viñedos de los filisteos, los indujo a asesinarla, a

pesar de que las amenazas de ellos le habían hecho cometer el

758


engaño que dió principio a la dificultad. Sansón ya había dado

pruebas de su fuerza maravillosa al matar solo y sin armas un

leoncito, y al dar muerte a treinta de los hombres de Ascalón. Ahora

airado por el bárbaro asesinato de su esposa, atacó a los filisteos "e

hiriólos ... con gran mortandad." Y entonces, deseando encontrar un

refugio seguro contra sus enemigos, se retiró a "la cueva de la peña

de Etam," en la tribu de Judá.

Fué perseguido a este sitio por una fuerza importante, y los

habitantes de Judá, muy alarmados, convinieron vilmente en

entregarle a sus enemigos. Por lo tanto, tres mil hombres de Judá

subieron adonde él estaba. Pero aun en número tan

desproporcionado, no se habrían atrevido a aproximársele si no

hubieran estado seguros de que él no haría ningún daño a sus

conciudadanos. Sansón les permitió que le ataran y le entregaran a

los filisteos; pero primero exigió a los hombres de Judá que le

prometieran no atacarlo, para no verse él obligado a destruirlos. Les

permitió que le ataran con dos sogas nuevas, y fué conducido al

campamento de sus enemigos en medio de las demostraciones de

gran regocijo que hacían éstos. Pero mientras sus gritos despertaban

los ecos de las colinas, "el espíritu de Jehová cayó sobre él." Hizo

pedazos las cuerdas fuertes y nuevas como si hubieran sido lino

quemado en el fuego. Luego, asiendo la primera arma que halló a

mano y que, si bien era tan sólo una quijada de asno, resultó más

eficaz que una espada o una lanza, hirió a los filisteos hasta que

huyeron aterrorizados, dejando mil muertos en el campo.

Si los israelitas hubiesen estado dispuestos a unirse con Sansón,

759


para llevar adelante la victoria, habrían podido librarse entonces del

poder de sus opresores. Pero se habían desalentado y acobardado.

Por pura negligencia habían dejado de hacer la obra que Dios les

había mandado realizar, en cuanto a desposeer a los paganos, y se

habían unido a ellos en sus prácticas degradantes. Toleraban su

crueldad y su injusticia, siempre que no fuese dirigida contra ellos

mismos. Cuando se los colocaba bajo el yugo del opresor se

sometían mansamente a la degradación que habrían podido eludir si

tan sólo hubiesen obedecido a Dios. Aun cuando el Señor les

suscitaba un libertador, con frecuencia le abandonaban y se unían

con sus enemigos.

Después de su victoria, hicieron los israelitas juez a Sansón, y

gobernó a Israel durante veinte años. Pero un mal paso prepara el

camino para otro. Sansón había violado el mandamiento de Dios

tomando esposa de entre los filisteos, y otra vez se aventuró a

relacionarse con los que ahora eran sus enemigos mortales, para

satisfacer una pasión ilícita. Confiando en su gran fuerza, que tanto

terror infundía a los filisteos, fué osadamente a Gaza para visitar a

una ramera de aquel lugar. Los habitantes de la ciudad supieron que

estaba allí y desearon vengarse. Su enemigo se había encerrado

dentro de las murallas de la más fortificada de todas sus ciudades;

estaban seguros de su presa, y sólo esperaban el amanecer para

completar su triunfo. A la media noche Sansón despertó. La voz

acusadora de la conciencia le llenaba de remordimiento, mientras

recordaba que había quebrantado su voto de nazareo. Pero no

obstante su pecado, la misericordia de Dios no le había abandonado.

Su fuerza prodigiosa le sirvió una vez más para libertarse. Yendo a

760


la puerta de la ciudad, la arrancó de su sitio y se la llevó con sus

postes y su cerrojo a la cumbre de una colina en el camino a Hebrón.

Pero ni aun esta arriesgada escapada refrenó su mal proceder.

No volvió a aventurarse entre los filisteos, pero continuó buscando

los placeres sensuales que le atraían hacia la ruina. "Después de esto

aconteció que se enamoró de una mujer en el valle de Sorec," a poca

distancia de donde había nacido él. Ella se llamaba Dalila, "la

consumidora." El valle de Sorec era famoso por sus viñedos; y éstos

también tentaban al vacilante nazareo, quien había hecho ya

consumo de vino, quebrantando así otro vínculo que le ataba a la

pureza y a Dios. Los filisteos observaban cuidadosamente los

movimientos de su enemigo, y cuando él se envileció por esta nueva

unión decidieron obtener su ruina por medio de Dalila.

Una embajada compuesta por uno de los hombres principales

de cada provincia filistea fué enviada al valle de Sorec. No se

atrevían a prenderle mientras estaba en posesión de su gran fuerza,

pero tenían el propósito de averiguar, si posible fuera, el secreto de

su poder. Por consiguiente, sobornaron a Dalila para que lo

descubriera y se lo revelara a ellos.

Al verse Sansón acosado por las preguntas de la traidora, la

engañó diciéndole que las debilidades de otros hombres le

sobrevendrían si se pusieran en práctica ciertos procedimientos.

Cuando ella hizo la prueba, se descubrió el engaño. Entonces le

acusó de haberle mentido y le dijo: "¿Cómo dices, Yo te amo, pues

que tu corazón no está conmigo? Ya me has engañado tres veces, y

761


no me has aun descubierto en qué está tu gran fuerza." Tres veces

tuvo Sansón la más clara manifestación de que los filisteos se habían

aliado con su hechicera para destruirle; pero cuando ella fracasaba

en su propósito hacía de ello un asunto de broma, y él ciegamente

desterraba todo temor.

Día tras día Dalila le fué instando con sus palabras hasta que

"su alma fué reducida a mortal angustia." Sin embargo, una fuerza

sutil le sujetaba al lado de ella. Vencido por último, Sansón le dió a

conocer el secreto: "Nunca a mi cabeza llegó navaja; porque soy

nazareo de Dios desde el vientre de mi madre. Si fuere rapado, mi

fuerza se apartará de mi, y seré debilitado, y como todos los

hombres."

En seguida envió Dalila un mensajero a los señores de los

filisteos, para instarlos a venir sin tardanza alguna. Mientras el

guerrero dormía, se le cortaron las espesas trenzas de la cabeza.

Luego, como lo había hecho tres veces antes, ella gritó: "¡Samsón,

los Filisteos sobre ti!" Despertándose repentinamente, quiso hacer

uso de su fuerza como en otras ocasiones, y destruirlos; pero sus

brazos impotentes se negaron a obedecerle, y entonces se dió cuenta

de "que Jehová ya se había de él apartado." Cuando se lo hubo

rapado, Dalila empezó a molestarle y a causarle dolor para probar su

fuerza; pues los filisteos no se atrevían a aproximársele hasta que

estuvieran plenamente convencidos de que su fuerza había

desaparecido. Entonces le prendieron, y habiéndole sacado los ojos,

lo llevaron a Gaza. Allí quedó atado con cadenas y grillos en la

cárcel y condenado a trabajos forzados.

762


¡Cuán grande era el cambio para el que había sido juez y

campeón de Israel, al verse ahora débil, ciego, encarcelado, rebajado

a los menesteres más viles! Poco a poco había violado las

condiciones de su sagrada vocación. Dios había tenido mucha

paciencia con él; pero cuando se entregó de tal manera al poder del

pecado que traicionó su secreto, el Señor se apartó de él y le

abandonó. No había virtud alguna en sus cabellos largos, sino que

eran una señal de su lealtad a Dios; y cuando sacrificó ese símbolo

para satisfacer su pasión, perdió también para siempre las

bendiciones que representaba.

En el sufrimiento y la humillación, mientras era juguete de los

filisteos, Sansón aprendió más que nunca antes acerca de sus

debilidades; y sus aflicciones le llevaron al arrepentimiento. A

medida que el pelo crecía, le volvía gradualmente su fuerza; pero

sus enemigos, considerándole como un prisionero encadenado e

impotente, no sentían aprensión alguna.

Los filisteos atribuían su victoria a sus dioses; y regocijándose,

desafiaban al Dios de Israel. Se decidió hacer una fiesta en honor de

Dagón el dios pez, "protector del mar." De todos los pueblos y

campos de la llanura filistea, se congregaron la gente y sus señores.

Muchedumbres de adoradores llenaban el gran templo y las galerías

alrededor del techo. Era una ocasión de festividad y regocijo.

Resaltó la pompa de los sacrificios, seguidos de música y banqueteo.

Entonces, como trofeo culminante del poder de Dagón, se hizo traer

a Sansón. Grandes gritos de regocijo saludaron su aparición. El

763


pueblo y los príncipes se burlaron de su condición miserable y

adoraron al dios que había vencido "al destruidor de nuestra tierra."

Después de un rato, como si estuviese cansado, Sansón pidió

permiso para descansar apoyándose contra las dos columnas

centrales que sostenían el techo del templo. Elevó entonces en

silencio la siguiente oración: "Señor Jehová, acuérdate ahora de mí,

y esfuérzame, te ruego, solamente esta vez, oh Dios, para que de una

vez tome venganza de los Filisteos." Con estas palabras abrazó las

columnas con sus poderosos brazos; y diciendo: "Muera yo con los

Filisteos," se inclinó; y cayó el techo, matando de un solo golpe a

toda la vasta multitud que estaba allí. "Y fueron muchos más los que

de ellos mató muriendo, que los que había muerto en su vida."

El ídolo y sus adoradores, los sacerdotes y los campesinos, los

guerreros y los nobles, quedaron sepultados juntos debajo de las

ruinas del templo de Dagón. Y entre ellos estaba el cuerpo

gigantesco de aquel a quien Dios había escogido para que libertase a

su pueblo. Llegaron a la tierra de Israel las nuevas del terrible

derrumbamiento, y los parientes de Sansón bajaron de las colinas, y

sin oposición rescataron el cuerpo del héroe caído. "Y lleváronle, y

le sepultaron entre Sora y Esthaol, en el sepulcro de su padre

Manoa."

La promesa de Dios de que por medio de Sansón comenzaría "a

salvar a Israel de manos de los Filisteos" se cumplió; pero ¡cuán

sombría y terrible es la historia de esa vida que habría podido alabar

a Dios y dar gloria a la nación! Si Sansón hubiera sido fiel a su

764


vocación divina, se le habría honrado y ensalzado, y el propósito de

Dios se habría cumplido. Pero él cedió a la tentación y no fué fiel a

su cometido, y su misión se cumplió en la derrota, la servidumbre y

la muerte.

Físicamente, fué Sansón el hombre más fuerte de la tierra; pero

en lo que respecta al dominio de sí mismc, la integridad y la

firmeza, fué uno de los más débiles. Muchos consideran

erróneamente las pasiones fuertes como equivalente de un carácter

fuerte; pero lo cierto es que el que se deja dominar por sus pasiones

es un hombre débil. La verdadera grandeza de un hombre se mide

por el poder de las emociones que él domina, y no por las que le

dominan a él.

El cuidado providencial de Dios había asistido a Sansón, para

que pudiera prepararse y realizar la obra para la cual había sido

llamado. Al principio mismo de la vida se vió rodeado de

condiciones favorables para el desarrollo de su fuerza física, vigor

intelectual y pureza moral. Pero bajo la influencia de amistades y

relaciones impías, abandonó aquella confianza en Dios que es la

única seguridad del hombre, y fué arrebatado por la marea del mal.

Los que mientras cumplen su deber son sometidos a pruebas pueden

tener la seguridad de que Dios los guardará; pero si los hombres se

colocan voluntariamente bajo el poder de la tentación, caerán tarde o

temprano.

Aquellos mismos a quienes Dios quiere usar como sus

instrumentos para una obra especial son los que con todo su poder

765


Satanás procura extraviar. Nos ataca en nuestros puntos débiles y

obra por medio de los defectos de nuestro carácter para obtener el

dominio de todo nuestro ser, pues sabe que si conservamos estos

defectos, él tendrá éxito. Pero nadie necesita ser vencido. No se le

deja solo al hombre para que venza el poder del mal mediante sus

débiles esfuerzos. Hay ayuda puesta a su disposición, y ella será

dada a toda alma que realmente la desee. Los ángeles de Dios que

ascienden y descienden por la escalera que Jacob vió en visión,

ayudarán a toda alma que quiera subir hasta el cielo más elevado.

766


Capítulo 55

El niño Samuel

Elcana, un levita del monte de Efraín, era hombre rico y de

mucha influencia, que amaba y temía al Señor. Su esposa, Ana, era

una mujer de piedad fervorosa. De carácter amable y modesto, se

distinguía por una seriedad profunda y una fe muy grande.

A esta piadosa pareja le había sido negada la bendición tan

vehementemente deseada por todo hebreo. Su hogar no conocía la

alegría de las voces infantiles; y el deseo de perpetuar su nombre

había llevado al marido a contraer un segundo matrimonio, como

hicieron muchos otros. Pero este paso, inspirado por la falta de fe en

Dios, no significó felicidad. Se agregaron hijos e hijas a la casa;

pero se había mancillado el gozo y la belleza de la institución

sagrada de Dios, y se había quebrantado la paz de la familia.

Peninna, la nueva esposa, era celosa e intolerante, y se conducía con

mucho orgullo e insolencia. Para Ana, toda esperanza parecía estar

destruída, y la vida le parecía una carga pesada; no obstante,

soportaba la prueba con mansedumbre y sin queja alguna.

Elcana observaba fielmente las ordenanzas de Dios. Seguía

subsistiendo el culto en Silo, pero debido a algunas irregularidades

del ministerio sacerdotal no se necesitaban sus servicios en el

santuario, al cual, siendo levita, debía atender. Sin embargo, en

ocasión de las reuniones prescritas, subía con su familia a adorar y a

767


presentar su sacrificio.

Aun en medio de las sagradas festividades relacionadas con el

servicio de Dios, se hacía sentir el espíritu maligno que afligía su

hogar. Después de presentar las ofrendas, participaba toda la familia

en un festín solemne aunque placentero. En esas ocasiones, Elcana

daba a la madre de sus hijos una porción para ella y otra para cada

uno de sus hijos; y en señal de consideración especial para Ana, le

daba a ella una porción doble, con lo cual daba a entender que su

afecto por ella era el mismo que si le hubiera dado un hijo. Entonces

la segunda esposa, encendida de celos, reclamaba para sí la

preferencia como persona altamente favorecida por Dios, y echaba

en cara a Ana su condición de esterilidad como evidencia de que

desagradaba al Señor. Esto se repitió año tras año hasta que Ana ya

no lo pudo soportar. Siéndole imposible ocultar su dolor, rompió a

llorar desenfrenadamente y se retiró de la fiesta. En vano trató su

marido de consolarla diciéndole: "Anna, ¿por qué lloras? ¿y por qué

no comes? ¿y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor

que diez hijos?" Véase 1 Samuel 1; 2:1-11.

Ana no emitió reproche alguno. Confió a Dios la carga que ella

no podía compartir con ningún amigo terrenal. Fervorosamente

pidió que él le quitase su oprobio, y que le otorgase el precioso

regalo de un hijo para criarlo y educarlo para él. Hizo un solemne

voto, a saber, que si le concedía lo que pedía, dedicaría su hijo a

Dios desde su nacimiento. Ana se había acercado a la entrada del

tabernáculo, y en la angustia de su espíritu, "oró a Jehová, y lloró

abundantemente." Pero hablaba con el Señor en silencio, sin emitir

768


sonido alguno. Rara vez se presenciaban semejantes escenas de

adoración en aquellos tiempos de maldad. En las mismas fiestas

religiosas eran comunes los festines irreverentes y hasta las

borracheras; y Elí, el sumo sacerdote, observando a Ana, supuso que

estaba ebria. Con la idea de dirigirle un merecido reproche, le dijo

severamente: "¿Hasta cuándo estarás borracha? digiere tu vino."

Llena de dolor y sorprendida, Ana le contestó suavemente:

"No, señor mío: mas yo soy una mujer trabajaba de espíritu: no he

bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de

Jehová. No tengas a tu sierva por una mujer impía: porque por la

magnitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora."

El sumo sacerdote se conmovió profundamente, porque era

hombre de Dios; y en lugar de continuar reprendiéndola pronunció

una bendición sobre ella: "Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue

la petición que le has hecho."

Le fué otorgado a Ana lo que había pedido; recibió el regalo

por el cual había suplicado con tanto fervor. Cuando miró al niño, lo

llamó Samuel, "demandado de Dios." Tan pronto como el niño tuvo

suficiente edad para ser separado de su madre, cumplió ella su voto.

Amaba a su pequeñuelo con toda la devoción de que es capaz un

corazón de madre; día tras día, mientras observaba su crecimiento, y

escuchaba su parloteo infantil, sus afectos lo enlazaban cada vez

más íntimamente. Era su único hijo, el don especial del Cielo, pero

lo había recibido como un tesoro consagrado a Dios, y no quería

privar al Dador de lo que le pertenecía.

769


Una vez más Ana hizo el viaje a Silo con su esposo, y presentó

al sacerdote, en nombre de Dios, su precioso don, diciendo: "Por

este niño oraba, y Jehová me dió lo que le pedí. Yo pues le vuelvo

también a Jehová: todos los días que viviere, será de Jehová."

Elí se sintió profundamente impresionado por la fe y devoción

de esta mujer de Israel. Siendo él mismo un padre excesivamente

indulgente, se quedó asombrado y humillado cuando vió el gran

sacrificio de la madre al separarse de su único hijo para dedicarlo al

servicio de Dios. Se sintió reprendido a causa de su propio amor

egoísta, y con humildad y reverencia se postró ante el Señor y adoró.

El corazón de la madre rebosaba de gozo y alabanza, y

anhelaba expresar toda su gratitud hacia Dios. El Espíritu divino la

inspiró "y Anna oró, y dijo:

"Mi corazón se regocija en Jehová, Mi cuerno es ensalzado en

Jehová; Mi boca se ensanchó sobre mis enemigos, Por cuanto me

alegré en tu salud. No hay santo como Jehová; Porque no hay

ninguno fuera de ti; Y no hay refugio como el Dios nuestro. No

multipliquéis hablando grandezas, altanerías; Cesen las palabras

arrogantes de vuestra boca; Porque el Dios de todo saber es Jehová.

Y a él toca el pesar las acciones.... Jehová mata, y él da vida: El hace

descender al sepulcro, y hace subir. Jehová empobrece, y él

enriquece: Abate, y ensalza. El levanta del polvo al pobre, Y al

menesteroso ensalza del estiércol, Para asentarlo con los príncipes;

Y hace que tengan por heredad asiento de honra: Porque de Jehová

770


son las columnas de la tierra, Y él asentó sobre ellas el mundo. El

guarda los pies de los santos, Mas los impíos perecen en tinieblas;

Porque nadie será fuerte por su fuerza. Delante de Jehová serán

quebrantados sus adversarios, Y sobre ellos tronará desde los cielos:

Jehová juzgará los términos de la tierra, Y dará fortaleza a su Rey, Y

ensalzará el cuerno de su Mesías."

Las palabras de Ana eran proféticas, tanto en lo que tocaba a

David, que había de reinar como soberano de Israel, como con

relación al Mesías, el ungido del Señor. Refiriéndose primero a la

jactancia de una mujer insolente y contenciosa, el canto apunta a la

destrucción de los enemigos de Dios y al triunfo final de su pueblo

redimido.

De Silo, Ana regresó quedamente a su hogar en Ramatha,

dejando al niño Samuel para que, bajo la instrucción del sumo

sacerdote, se le educase en el servicio de la casa de Dios. Desde que

el niño diera sus primeras muestras de inteligencia, la madre le había

enseñado a amar y reverenciar a Dios, y a considerarse a sí mismo

como del Señor. Por medio de todos los objetos familiares que le

rodeaban, ella había tratado de dirigir sus pensamientos hacia el

Creador. Cuando se separó de su hijo no cesó la solicitud de la

madre fiel por el niño. Era el tema de las oraciones diarias de ella.

Todos los años le hacía con sus propias manos un manto para su

servicio; y cuando subía a Silo a adorar con su marido, entregaba al

niño ese recordatorio de su amor. Mientras la madre tejía cada una

de las fibras de la pequeña prenda rogaba a Dios que su hijo fuese

puro, noble, y leal. No pedía para él grandeza terrenal, sino que

771


solicitaba fervorosamente que pudiese alcanzar la grandeza que el

cielo aprecia, que honrara a Dios y beneficiara a sus conciudadanos.

¡Cuán grande fué la recompensa de Ana! ¡Y cuánto alienta a

ser fiel el ejemplo de ella! A toda madre se le confían oportunidades

de valor inestimable e intereses infinitamente valiosos. El humilde

conjunto de deberes que las mujeres han llegado a considerar como

una tarea tediosa debiera ser mirado como una obra noble y

grandiosa. La madre tiene el privilegio de beneficiar al mundo por

su influencia, y al hacerlo impartirá gozo a su propio corazón. A

través de luces y sombras, puede trazar sendas rectas para los pies

de sus hijos, que los llevarán a las gloriosas alturas celestiales. Pero

sólo cuando ella procura seguir en su propia vida el camino de las

enseñanzas de Cristo, puede la madre tener la esperanza de formar el

carácter de sus niños de acuerdo con el modelo divino. El mundo

rebosa de influencias corruptoras. Las modas y las costumbres

ejercen sobre los jóvenes una influencia poderosa. Si la madre no

cumple su deber de instruir, guiar y refrenar a sus hijos, éstos

aceptarán naturalmente lo malo y se apartarán de lo bueno. Acudan

todas las madres a menudo a su Salvador con la oración: "¿Qué

orden se tendrá con el niño, y qué ha de hacer?" Cumpla ella las

instrucciones que Dios dió en su Palabra, y se le dará sabiduría a

medida que la necesite.

"Y el joven Samuel iba creciendo, y adelantando delante de

Dios y delante de los hombres." Aunque Samuel pasaba su juventud

en el tabernáculo dedicado al culto de Dios, no estaba libre de

influencias perversas ni de ejemplo pecaminoso. Los hijos de Elí no

772


temían a Dios ni honraban a su padre; pero Samuel no buscaba la

compañía de ellos, ni tampoco seguía sus malos caminos. Se

esforzaba constantemente por llegar a ser lo que Dios deseaba que

fuese. Este es un privilegio que tiene todo joven. Dios siente agrado

cuando aun los niñitos se entregan a su servicio.

Samuel había sido puesto bajo el cuidado de Elí, y la

amabilidad de su carácter le granjeó el cálido afecto del anciano

sacerdote. Era bondadoso, generoso, obediente y respetuoso. Elí,

apenado por los extravíos de sus hijos, encontraba reposo, consuelo

y bendición en la presencia de su pupilo. Samuel era servicial y

afectuoso, y ningún padre amó jamás a un hijo más tiernamente que

Elí a este joven. Era cosa singular que entre el principal magistrado

de la nación y un niño sencillo existiera tan cálido afecto. A medida

que los achaques de la vejez le sobrevenían a Elí, y le abrumaba la

ansiedad y el remordimiento por la conducta disipada de sus propios

hijos, buscaba consuelo en Samuel.

No era costumbre que los levitas comenzaran a desempeñar sus

servicios peculiares antes de cumplir los veinte y cinco años de

edad, pero Samuel había sido una excepción a esta regla. Cada año

se le encargaban responsabilidades de más importancia; y mientras

era aún niño, se le puso un efod de lino como señal de consagración

a la obra del santuario.

Aunque era muy joven cuando se le trajo a servir en el

tabernáculo, Samuel tenía ya entonces algunos deberes que cumplir

en el servicio de Dios, según su capacidad. Eran, al principio, muy

773


humildes, y no siempre agradables; pero los desempeñaba lo mejor

que podía, con corazón dispuesto. Introducía su religión en todos los

deberes de la vida. Se consideraba como siervo de Dios, y miraba su

obra como obra de Dios. Sus esfuerzos eran aceptados, porque los

inspiraban el amor a Dios y un deseo sincero de hacer su voluntad.

Así se hizo Samuel colaborador del Señor del cielo y de la tierra. Y

Dios le preparó para que realizara una gran obra en favor de Israel.

Si se les enseñara a los niños a considerar el humilde ciclo de

deberes diarios como la conducta que el Señor les ha trazado, como

una escuela en la cual han de prepararse para prestar un servicio fiel

y eficiente, ¡cuánto más agradable y honorable les parecería su

trabajo! El cumplimiento de todo deber como para el Señor rodea de

un encanto especial aun los menesteres más humildes, y vincula a

los que trabajan en la tierra con los seres santos que hacen la

voluntad de Dios en el cielo.

El éxito que se ha de obtener en esta vida, el éxito que nos

asegurará la vida futura, depende de que hagamos fiel y

concienzudamente las cosas pequeñas. En las obras menores de Dios

no se ve menos perfección que en las más grandes. La mano que

suspendió los mundos en el espacio es la que hizo con delicada

pericia los lirios del campo. Y así como Dios es perfecto en su

esfera, hemos de serlo nosotros en la nuestra. La estructura simétrica

de un carácter fuerte y bello, se edifica por los actos individuales en

cumplimiento del deber. Y la fidelidad debe caracterizar nuestra

vida tanto en los detalles insignificantes como en los mayores. La

integridad en las cosas pequeñas, la ejecución de actos pequeños de

774


fidelidad y bondad alegrarán la senda de la vida; y cuando hayamos

acabado nuestra obra en la tierra, se descubrirá que cada uno de los

deberes pequeños ejecutados fielmente ejerció una influencia

benéfica imperecedera.

Los jóvenes de nuestro tiempo pueden hacerse tan valiosos a

los ojos de Dios como lo fué Samuel. Si conservan fielmente su

integridad cristiana, pueden ejercer una influencia poderosa en la

obra de reforma. Hombres tales se necesitan hoy. Dios tiene una

obra especial para cada uno de ellos. Jamás lograron los hombres

resultados más grandes en favor de Dios y de la humanidad que los

que pueden lograr en esta época nuestra quienes sean fieles al

cometido que Dios les ha confiado.

775


Capítulo 56

Elí y sus hijos

Elí era sacerdote y juez de Israel. Ocupaba los puestos más

altos y de mayor responsabilidad entre el pueblo de Dios. Como

hombre escogido divinamente para las sagradas obligaciones del

sacerdocio, y puesto sobre todo el país como la autoridad judicial

más elevada, se le consideraba como un ejemplo, y ejercía una gran

influencia sobre las tribus de Israel. Pero aunque había sido

nombrado para que gobernara al pueblo, no regía bien su propia

casa. Elí era un padre indulgente. Amaba tanto la paz y la

comodidad, que no ejercía su autoridad para corregir los malos

hábitos ni las pasiones de sus hijos. Antes que contender con ellos, o

castigarlos, prefería someterse a la voluntad de ellos, y les cedía en

todo. En vez de considerar la educación de sus hijos como una de

sus responsabilidades más importantes, trataba el asunto como si

tuviera muy poca importancia.

El sacerdote y juez de Israel no había sido dejado en las

tinieblas con respecto a la obligación de refrenar y disciplinar a los

hijos que Dios había confiado a su cuidado. Pero Elí se substrajo a

estas obligaciones, porque significaban contrariar la voluntad de sus

hijos, y le imponían la necesidad de castigarlos y de negarles ciertas

cosas. Sin pesar las consecuencias terribles de su proceder, satisfizo

todos los deseos de sus hijos, y descuidó la obra de prepararlos para

el servicio de Dios y los deberes de la vida.

776


Dios había dicho de Abrahán: "Yo lo he conocido, sé que

mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino

de Jehová, haciendo justicia y juicio." Génesis 18:19. Pero Elí

permitió que sus hijos le dominaran a él. El padre se sometió a los

hijos. La maldición de la transgresión era aparente en la corrupción

y la impiedad que distinguían la conducta de sus hijos. No

apreciaban debidamente el carácter de Dios ni la santidad de su ley.

El servicio de él era para ellos una cosa común. Desde su niñez se

habían acostumbrado al santuario y su servicio; pero en vez de

volverse más reverentes, habían perdido todo sentido de su santidad

y significado. El padre no había corregido la falta de respeto que

manifestaban hacia su propia autoridad, ni había refrenado su

irreverencia por los servicios solemnes del santuario; y cuando

llegaron a la edad viril estaban llenos de los frutos mortíferos del

escepticismo y la rebelión.

Aunque estaban completamente incapacitados para el cargo,

fueron puestos en el santuario como sacerdotes para ministrar ante

Dios. El Señor había dado instrucciones muy precisas con respecto

al ofrecimiento de los sacrificios; pero estos impíos cumplían el

servicio de Dios con desprecio de la autoridad y no prestaban

atención a la ley de las ofrendas y sacrificios, que debían presentarse

de la manera más solemne. Los sacrificios, que apuntaban a la futura

muerte de Cristo, tenían por objeto conservar en el corazón del

pueblo la fe en el Redentor que había de venir. Por consiguiente, era

de suma importancia que se acatasen estrictamente las instrucciones

del Señor con respecto a ellos. Los sacrificios de agradecimiento

777


eran especialmente una expresión de gracias a Dios. En estas

ofrendas solamente la grasa del animal debía quemarse en el altar;

cierta porción especificada se reservaba para los sacerdotes, pero la

mayor parte era devuelta al dador, para que la comiesen él y sus

amigos en un festín de sacrificio. Así todos los corazones se habían

de dirigir, con gratitud y fe, al gran Sacrificio que había de quitar los

pecados del mundo.

Los hijos de Elí, en vez de reconocer la solemnidad de este

servicio simbólico, sólo pensaban en cómo hacer de él un medio de

satisfacer sus propios deseos. No se contentaban con la parte de las

ofrendas de gracias que se les destinaba, y exigían una porción

adicional; y el gran número de estos sacrificios que se presentaban

en las fiestas anuales daba a los sacerdotes oportunidad de

enriquecerse a costa del pueblo. No sólo exigían más de lo que

lícitamente les correspondía, sino que hasta se negaban a esperar

que la grasa se quemase como ofrenda a Dios. Persistían en exigir

cualquier porción que les agradase, y si les era negada, amenazaban

con tomarla por la fuerza.

Esta irreverencia por parte de los sacerdotes no tardó en

despojar los servicios de su significado santo y solemne, y los del

pueblo "menospreciaban los sacrificios de Jehová." Véase 1 Samuel

2:12-36. Ya no conocían el gran sacrificio antitípico hacia el cual

debían mirar. "Era pues el pecado de los mozos muy grande delante

de Jehová."

Estos sacerdotes infieles violaban también la ley de Dios y

778


deshonraban su santo cargo por sus prácticas viles y degradantes;

pero continuaban contaminando con su presencia el tabernáculo de

Dios. Mucha gente, llena de indignación por la conducta corrompida

de Ofni y Finees, dejó de subir al lugar señalado para el culto. Así el

servicio que Dios había ordenado fué menospreciado y descuidado

porque estaba asociado con los pecados de hombres impíos,

mientras que aquellos cuyos corazones se inclinaban hacia el mal se

envalentonaron en el pecado. La impiedad, el libertinaje y hasta la

idolatría prevalecían en forma alarmante.

Elí había cometido un grave error al permitir que sus hijos

asumieran los cargos sagrados. Al disculpar la conducta de ellos con

este o aquel pretexto, quedó ciego con respecto a sus pecados; pero

por último llegaron a tal punto que ya no pudo desviar más los ojos

de los delitos de sus hijos. El pueblo se quejaba de sus actos de

violencia, y el sumo sacerdote sintió pesar y angustia. No osó callar

por más tiempo. Pero sus hijos se habían criado pensando sólo en sí

mismos, y ahora no respetaban a nadie. Veían la angustia de su

padre, pero sus corazones endurecidos no se conmovían. Oían sus

benignas amonestaciones, pero no se dejaban impresionar, ni

quisieron cambiar su mal camino cuando fueron advertidos de las

consecuencias de su pecado. Si Elí hubiera tratado con justicia a sus

hijos impíos, habrían sido destituídos del sacerdocio y castigados

con la muerte. Temiendo deshonrarlos así públicamente y

condenarlos, los mantuvo en los puestos más sagrados y de más

responsabilidad. Siguió permitiéndoles que mezclaran su corrupción

con el santo servicio de Dios, y que infligieran a la causa de la

verdad un perjuicio que muchos años no podrían borrar. Pero

779


cuando el juez de Israel descuidó su obra, Dios se hizo cargo de la

situación.

"Y vino un varón de Dios a Elí, y díjole: Así ha dicho Jehová:

¿No me manifesté yo claramente a la casa de tu padre, cuando

estaban en Egipto en casa de Faraón? Y yo le escogí por mi

sacerdote entre todas las tribus de Israel, para que ofreciese sobre mi

altar, y quemase perfume, y trajese ephod delante de mí; y dí a la

casa de tu padre todas las ofrendas de los hijos de Israel. ¿Por qué

habéis hollado mis sacrificios y mis presentes, que yo mandé ofrecer

en el tabernáculo; y has honrado a tus hijos más que a mí,

engordándoos de lo principal de todas las ofrendas de mi pueblo

Israel? Por tanto, Jehová el Dios de Israel dice: Yo había dicho que

tu casa y la casa de tu padre andarían delante de mí perpetuamente;

mas ahora ha dicho Jehová: Nunca yo tal haga, porque yo honraré a

los que me honran, y los que me tuvieren en poco, serán viles.... Y

yo me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y

a mi alma; y yo le edificaré casa firme, y andará delante de mi

ungido todos los días."

Dios acusó a Elí de honrar a sus hijos más que al Señor. Antes

que avergonzar a sus hijos por sus prácticas impías y odiosas, Elí

había permitido que la ofrenda destinada por Dios a ser una

bendición para Israel se trocase en cosa abominable. Los que siguen

sus propias inclinaciones, en su afecto ciego por sus hijos, y,

permitiéndoles que satisfagan sus deseos egoístas, no les hacen

sentir el peso de la autoridad de Dios para reprender el pecado y

corregir el mal, ponen de manifiesto que honran a sus hijos impíos

780


más que a Dios. Sienten más anhelo por escudar la reputación de

ellos que por glorificar a Dios; y tienen más deseo de complacer a

sus hijos que de agradar al Señor y de mantener su servicio libre de

toda apariencia de mal.

A Elí, como sumo sacerdote y juez de Israel, Dios le

consideraba responsable por la condición moral y religiosa de su

pueblo, y en un sentido muy especial, por el carácter de sus hijos. El

debió haber procurado refrenar primero la impiedad por medidas

benignas; pero si éstas no daban resultados positivos, debiera haber

dominado el mal por los medios más severos. Provocó el desagrado

del Señor al no reprender el pecado ni ejecutar justicia sobre el

pecador. No se podría confiar en él para que mantuviera puro a

Israel. Aquellos que no tienen suficiente valor para reprender el mal,

o que por indolencia o falta de interés no hacen esfuerzos fervientes

para purificar la familia o la iglesia de Dios, son considerados

responsables del mal que resulte de su descuido del deber. Somos

tan responsables de los males que hubiéramos podido impedir en

otros por el ejercicio de la autoridad paternal o pastoral, como si

hubiésemos cometido los tales hechos nosotros mismos.

Elí no administró su casa de acuerdo con los reglamentos que

Dios dió para el gobierno de la familia. Siguió su propio juicio. El

padre indulgente pasó por alto las faltas y los pecados de sus hijos

en su niñez, lisonjeándose de que después de algún tiempo, al

crecer, abandonarían sus tendencias impías. Muchos están

cometiendo ahora un error semejante. Creen conocer una manera

mejor de educar a sus hijos que la indicada por Dios en su Palabra.

781


Fomentan tendencias malas en ellos y se excusan diciendo: "Son

demasiado jóvenes para ser castigados. Esperemos que sean

mayores, y se pueda razonar con ellos." En esta forma se permite

que los malos hábitos se fortalezcan hasta convertirse en una

segunda naturaleza. Los niños crecen sin freno, con rasgos de

carácter que serán una maldición para ellos durante toda su vida, y

que propenderán a reproducirse en otros.

No hay maldición más grande en una casa que la de permitir a

los niños que hagan su propia voluntad. Cuando los padres acceden

a todos los deseos de sus hijos y les permiten participar en cosas que

reconocen perjudiciales, los hijos pierden pronto todo respeto por

sus padres, toda consideración por la autoridad de Dios o del

hombre, y son llevados cautivos de la voluntad de Satanás. La

influencia de una familia mal gobernada se difunde, y es desastrosa

para toda la sociedad. Se acumula en una ola de maldad que afecta a

las familias, las comunidades y los gobiernos.

A causa de su cargo, la influencia de Elí era mayor que si

hubiera sido un hombre común. Su vida familiar se imitaba por

doquiera en Israel. Los resultados funestos de su negligencia y de

sus costumbres indulgentes se podían ver en miles de hogares que

seguían el modelo de su ejemplo. Si se toleran las prácticas impías

en los hijos mientras que los padres hacen profesión de religión, la

verdad de Dios queda expuesta al oprobio. La mejor prueba del

cristianismo en un hogar es la clase de carácter engendrada por su

influencia. Las acciones hablan en voz mucno más alta que la

profesión de piedad más positiva.

782


Si los que profesan la religión, en vez de hacer esfuerzos

fervientes, persistentes y concienzudos para criar una familia bien

ordenada como testimonio de los beneficios que reporta la fe en

Dios, son flojos en el gobierno de la casa y toleran los malos deseos

de sus hijos, obran como Elí y acarrean deshonra a la causa de

Cristo, y ruina para sí mismos y sus familias. Pero por grandes que

sean los males debidos a la infidelidad paternal en cualquier

circunstancia, son diez veces mayores cuando existen en las familias

de quienes fueron designados maestros del pueblo. Cuando éstos no

gobiernan sus propias casas, desvían por su mal ejemplo a muchos

del buen camino. Su culpabilidad es tanto mayor que la de los

demás cuanto mayor es la responsabilidad de su cargo.

Se había prometido que la casa de Aarón andaría siempre

delante de Dios; pero esta promesa se había hecho a condición de

que los miembros de la tal casa se dedicaran a la obra del santuario

con corazón sincero y honraran a Dios en toda forma, no sirviéndose

a sí mismos ni siguiendo sus propias inclinaciones perversas. Elí y

sus hijos habían sido probados, y el Señor los había hallado

enteramente indignos del elevado cargo de sacerdotes en su servicio.

Así que Dios declaró: "Nunca yo tal haga." No podía hacer en su

favor el bien que quería hacerles, porque ellos no habían hecho su

parte.

El ejemplo que deben dar los que sirven en las cosas santas

debe ser de tal carácter que induzca al pueblo a reverenciar a Dios y

a temer ofenderle. Cuando los hombres que actúan como "en

783


nombre de Cristo" (2 Corintios 5:20), para proclamar al pueblo el

mensaje divino de misericordia y reconciliación, usan su sagrada

vocación como un disfraz para satisfacer sus deseos egoístas o

sensuales, se convierten en los agentes más eficaces de Satanás.

Como Ofni y Finees, inducen al pueblo a aborrecer el sacrificio a

Jehová. Puede ser que se entreguen secretamente a su mala conducta

por algún tiempo; pero cuando finalmente se revela su verdadero

carácter, la fe del pueblo recibe un golpe que a menudo resulta en la

destrucción de toda fe en la religión. Queda en su mente

desconfianza hacia todos los que profesan enseñar la palabra de

Dios. Reciben con dudas el mensaje del siervo verdadero de Cristo.

Se preguntan constantemente: "¿No será este hombre como aquel

que creíamos tan santo y que resultó tan corrupto?" Así pierde la

palabra de Dios todo su poder sobre las almas de los hombres.

En la reprensión que dirigió Elí a sus hijos, hay palabras de

significado solemne y terrible, palabras que deben pesar todos los

que sirven en las cosas sagradas: "Si pecare el hombre contra el

hombre, los jueces le juzgarán; mas si alguno pecare contra Jehová,

¿quién rogará por él?" Si los delitos de ellos hubieran perjudicado

tan sólo a sus semejantes, el juez podría haber hecho una

reconciliación señalando una pena y requiriendo la restitución

correspondiente; y los culpables podrían haber sido perdonados. O si

su pecado no hubiese sido de presunción, podría haberse ofrecido en

su favor un sacrificio expiatorio. Pero sus pecados estaban tan

entretejidos con su ministerio como sacerdotes del Altísimo en el

ofrecimiento de sacrificios por los pecados, y la obra de Dios había

sido tan profanada y deshonrada ante el pueblo, que no había

784


expiación aceptable en su favor. Su propio padre, a pesar de que era

sumo sacerdote, no se atrevía a interceder por ellos; ni podía

escudarlos de la ira de un Dios santo.

De todos los pecadores, son más culpables los que arrojan

menosprecio sobre los medios que el Cielo proveyó para la

redención del hombre, los que crucifican "de nuevo para sí mismos

al hijo de Dios," y le exponen "a vituperio." Hebreos 6:6.

785


Capítulo 57

El arca tomada por los Filisteos

Otra advertencia había de ser dada a la casa de Elí. Dios no

podía comunicarse con el sumo sacerdote ni con sus hijos; sus

pecados, como densa nube, excluían la presencia del Espíritu Santo.

Pero en medio de la impiedad el niño Samuel permanecía fiel al

Cielo, y fué comisionado, como profeta del Altísimo, para dar el

mensaje de condenación a la casa de Elí.

"La palabra de Jehová era de estima en aquellos días; no había

visión manifiesta. Y aconteció un día, que estando Elí acostado en

su aposento, cuando sus ojos comenzaban a oscurecerse, que no

podía ver, Samuel estaba durmiendo en el templo de Jehová, donde

el arca de Dios estaba: y antes que la lámpara de Dios fuese

apagada, Jehová llamó a Samuel." Véase 1 Samuel 3-7.

Creyendo que la voz era de Elí, el niño se apresuró a ir al lado

de la cama del sacerdote, diciéndole: "Heme aquí; ¿para qué me

llamaste?" La contestación que recibió fué: "Hijo mío, yo no he

llamado; vuelve, y acuéstate." Tres veces fué llamado Samuel, y tres

veces contestó de la misma manera. Y entonces Elí se convenció de

que la voz misteriosa era la de Dios. El Señor había pasado por alto

a su siervo elegido, el anciano canoso, para comunicarse con un

niño. Esto era de por sí un reproche amargo, pero bien merecido

para Elí y su casa.

786


Ningún sentimiento de envidia o celos se despertó en el

corazón de Elí. Le aconsejó a Samuel que contestara, si se le

llamaba nuevamente: "Habla, Jehová, que tu siervo oye." Una vez

más se oyó la voz, y el niño contestó: "Habla, que tu siervo oye."

Estaba tan asustado al pensar que el gran Dios le hablaba, que no

pudo recordar exactamente las palabras que Elí le había mandado

decir.

"Y Jehová dijo a Samuel: He aquí haré yo una cosa en Israel,

que a quien la oyere, le retiñirán ambos oídos. Aquel día yo

despertaré contra Elí todas las cosas que he dicho sobre su casa. En

comenzando, acabaré también. Y mostraréle que yo juzgaré su casa

para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos se han

envilecido, y él no los ha estorbado. Y por tanto yo he jurado a la

casa de Elí, que la iniquidad de la casa de Elí no será expiada jamás,

ni con sacrificios ni con presentes."

Antes de recibir este mensaje de Dios, "Samuel no había

conocido aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había sido

revelada," es decir, que no había experimentado manifestaciones

directas de la presencia de Dios como las que se otorgaban a los

profetas. El propósito de Dios era revelarse de una manera

inesperada, para que Elí oyera hablar de ello por medio de la

sorpresa y de las preguntas del joven.

Samuel se llenó de terror y asombro al pensar que se le había

encargado tan terrible mensaje. Por la mañana se dedicó a sus

787


quehaceres como lo hacía ordinariamente, pero con una carga

pesada en su joven corazón. El Señor no le había ordenado que

revelara la temible denuncia; por consiguiente, se llamó a silencio, y

evitaba en lo posible la presencia de Elí. Temblaba por temor de que

alguna pregunta le obligara a declarar el juicio divino contra aquel a

quien tanto amaba y reverenciaba. Elí estaba seguro de que el

mensaje anunciaba alguna gran calamidad para él y su casa. Llamó a

Samuel y le ordenó que le relatara fielmente lo que el Señor le había

revelado. El joven obedeció, y el anciano se postró en humilde

sumisión a la horrenda sentencia. "Jehová es--dijo;--haga lo que

bien le pareciere."

Sin embargo, Elí no llevó los frutos del arrepentimiento

verdadero. Confesó su culpa, pero no renunció al pecado. Año tras

año el Señor había postergado los castigos con que le amenazaba.

Mucho pudo haberse hecho en aquellos años para redimir los

fracasos del pasado; pero el anciano sacerdote no tomó medidas

eficaces para corregir los males que estaban contaminando el

santuario de Jehová y llevando a la ruina a millares de Israel. Por el

hecho de que Dios tuviera paciencia, Ofni y Finees endurecieron su

corazón y se envalentonaron en la transgresión.

Elí hizo conocer a toda la nación los mensajes de reproche que

habían sido dirigidos a su casa. Así esperaba contrarrestar, hasta

cierto punto, la influencia maléfica de su negligencia anterior. Pero

las advertencias fueron menospreciadas por el pueblo, como lo

habían sido por los sacerdotes. También los pueblos de las naciones

circunvecinas, que no ignoraban las iniquidades abiertamente

788


practicadas en Israel, se envalentonaron aun más en su idolatría y en

sus crímenes. No sentían la culpabilidad de sus pecados como la

habrían sentido si los israelitas hubieran preservado su integridad.

Pero el día de la retribución se aproximaba. La autoridad de

Dios había sido puesta a un lado, y su culto descuidado y

menospreciado, y se había hecho necesario que él interviniera para

sostener el honor de su nombre.

"Por aquel tiempo salió Israel a encontrar en batalla a los

Filisteos, y asentó campo junto a Eben-ezer, y los filisteos asentaron

el suyo en Aphec." Esta expedición fué emprendida por los israelitas

sin haber consultado previamente a Dios, y sin que concurriera el

sumo sacerdote ni profeta alguno. "Y los Filisteos presentaron la

batalla a Israel; y trabándose el combate, Israel fué vencido delante

de los Filisteos, los cuales hirieron en la batalla por el campo como

cuatro mil hombres."

Cuando el ejército regresó a su campamento quebrantado y

descorazonado, "los ancianos de Israel dijeron: ¿Por qué nos ha

herido hoy Jehová delante de los Filisteos?" La nación estaba

madura para los castigos de Dios; y sin embargo, no podía ver ni

comprender que sus propios pecados habían sido la causa de ese

terrible desastre. Y dijeron: "Traigamos a nosotros de Silo el arca

del pacto de Jehová, para que viniendo entre nosotros nos salve de

las manos de nuestros enemigos." El Señor no había dado orden ni

permiso de que el arca fuese llevada al ejército; no obstante, los

israelitas se sintieron seguros de que la victoria sería suya, y dejaron

789


oír un gran grito cuando el arca fué traída al campamento por los

hijos de Elí.

Los filisteos consideraban el arca como el dios de Israel.

Atribuían a su poder todas las grandes obras que Jehová había hecho

en beneficio de su pueblo. Cuando oyeron los gritos de regocijo

lanzados al aproximarse el arca, dijeron: "¿Qué voz de gran júbilo es

ésta en el campo de los Hebreos? Y supieron que el arca de Jehová

había venido al campo. Y los Filisteos tuvieron miedo porque

decían: Ha venido Dios al campo. ¡Ay de nosotros! pues antes de

ahora no fué así. ¡Ay de nosotros! ¿Quién nos librará de las manos

de estos dioses fuertes? Estos son los dioses que hirieron a Egipto

con toda plaga en el desierto. Esforzaos, oh Filisteos, y sed hombres,

porque no sirváis a los Hebreos, como ellos os han servido a

vosotros; sed hombres, y pelead."

Los filisteos realizaron un asalto feroz, que resultó en la derrota

total de Israel, y en una gran carnicería. Treinta mil hombres

quedaron muertos en el campo, y el arca de Dios fué tomada; los dos

hijos de Elí perecieron mientras luchaban por defenderla. Así quedó

en las páginas de la historia un testimonio para todas las edades

futuras, a saber, que la iniquidad del pueblo que profesa seguir a

Dios no quedará impune. Cuanto mayor sea el conocimiento de la

voluntad de Dios, tanto mayor será el pecado de los que la

desprecien.

Había caído sobre Israel la calamidad más horrorosa que pudo

haberle ocurrido. El arca de Dios había sido tomada, y estaba en

790


posesión del enemigo. La gloria se había apartado ciertamente de

Israel cuando fué quitado de su medio el símbolo de la presencia

permanente de Jehová y de su poder. Con esta sagrada arca iban

asociadas las revelaciones más maravillosas de la verdad y del poder

de Dios. En tiempos anteriores se habían logrado victorias

milagrosas siempre que ella aparecía. La cubría la sombra de las alas

de los querubines de oro; y la gloria indecible de la shekinah,

símbolo visible del Dios altísimo, había descansado sobre ella en el

lugar santísimo. Pero ahora no había traído la victoria. No había sido

una defensa en esta ocasión, y había luto por doquiera en Israel.

No habían comprendido que su fe era tan sólo una fe nominal,

y que habían perdido su poder de prevalecer con Dios. La ley de

Dios, contenida en el arca, era también un símbolo de su presencia;

pero ellos habían escarnecido los mandamientos, habían despreciado

sus exigencias, y agraviado al Espíritu de Dios, al punto de hacerle

alejarse de entre ellos. Mientras el pueblo obedeció los santos

preceptos, el Señor estuvo con él para obrar en su beneficio

mediante su infinito poder; pero cuando miró al arca sin asociarla

con Dios, ni honró su voluntad revelada obedeciendo a su ley, no le

fué de más ayuda que un cofre cualquiera. Consideraba el arca como

las naciones idólatras consideraban a sus dioses, como si ella

poseyera en sí misma los elementos de poder y salvación. Violaba la

ley que ella contenía; pues su misma adoración del arca lo llevó al

formalismo, a la hipocresía y a la idolatría. Su pecado lo había

separado de Dios, y él no podía darle la victoria antes que se

arrepintiera y abandonara su iniquidad.

791


No bastaba que el arca y el santuario estuviesen en medio de

Israel. No bastaba que los sacerdotes ofrecieran sacrificios y que los

del pueblo se llamaran los hijos de Dios. El Señor no escucha las

peticiones de quienes albergan iniquidad en el corazón; está escrito:

"El que aparta su oído para no oír la ley, su oración también será

abominable." Proverbios 28:9.

Cuando el ejército salió a librar batalla, Elí, ciego y anciano, se

había quedado en Silo. Con presentimientos perturbadores esperaba

el resultado del conflicto; "porque su corazón estaba temblando por

causa del arca de Dios." Habiendo elegido un sitio fuera de la puerta

del tabernáculo, se quedaba sentado a la vera del camino día tras día,

esperando ansiosamente la llegada de algún mensajero del campo de

batalla.

Por último, un hombre de la tribu de Benjamín que formaba

parte del ejército, llegó subiendo de prisa por el camino que

conducía a la ciudad, "rotos sus vestidos y tierra sobre su cabeza."

Pasó frente al anciano sentado a la vera del camino sin hacerle caso,

se apresuró a llegar a la ciudad, y relató a multitudes anhelantes las

noticias de la derrota y la pérdida.

El ruido de los gemidos y las lamentaciones llegó a los oídos

del que atalayaba al lado del tabernáculo. Fué llevado el mensajero a

la presencia de Elí y le dijo: "Israel huyó delante de los Filisteos, y

también fué hecha gran mortandad en el pueblo; y también tus dos

hijos, Ophni y Phinees, son muertos." Elí pudo aguantar todo esto,

por terrible que fuera, pues lo había esperado. Pero cuando el

792


mensajero agregó: "Y el arca de Dios fué tomada," una expresión de

angustia indecible pasó por su semblante. La idea de que su pecado

había deshonrado así a Dios, y le había hecho retirar su presencia de

Israel, era más de lo que podía soportar; perdió su fuerza, cayó, "y

quebrósele la cerviz, y murió."

La esposa de Finees, a pesar de la impiedad de su marido, era

una mujer que temía al Señor. La muerte de su suegro y de su

marido, y sobre todo, la terrible noticia de que el arca de Dios había

sido tomada, le causaron la muerte. Le pareció que la última

esperanza de Israel había desaparecido; y llamó al hijo que le

acababa de nacer en esa hora de adversidad, Ichabod, "sin gloria." Y

con su último aliento repitió las tristes palabras: "Traspasada es la

gloria de Israel: porque el arca de Dios fué tomada."

Pero el Señor no había desechado completamente a su pueblo,

ni tampoco iba a tolerar mucho tiempo el júbilo de los paganos.

Había usado a los filisteos como instrumento para castigar a los

israelitas, y empleó el arca para castigar a los filisteos. En tiempos

anteriores, la divina presencia la había acompañado, para ser la

fuerza y la gloria de su pueblo obediente. Aún la acompañaría esa

presencia invisible, para infundir terror y ocasionar destrucción a los

transgresores de la santa ley. A menudo el Señor emplea a sus

acérrimos enemigos para castigar la infidelidad del pueblo que

profesa seguirle. Los impíos podrán triunfar por algún tiempo,

viendo a Israel sufrir el castigo; pero llegará el momento cuando

ellos también habrán de sufrir la sentencia de un Dios santo que odia

el pecado. Doquiera se abrigue la iniquidad, allí caerán rápidos y

793


certeros los juicios divinos.

Los filisteos llevaron el arca en procesión triunfal a Asdod, una

de sus cinco ciudades principales, y la pusieron en la casa de su dios

Dagón. Se imaginaban que el poder que hasta entonces había

acompañado el arca sería suyo, y que, unido al poder de Dagón, los

haría invencibles. Pero al entrar en el templo al día siguiente,

presenciaron una escena que los llenó de consternación. Dagón

había caído de bruces al suelo ante el arca de Jehová.

Reverentemente, los sacerdotes recogieron el ídolo y lo colocaron en

su sitio, pero a la mañana siguiente lo encontraron misteriosamente

mutilado, otra vez derribado en el suelo ante el arca. La parte

superior de este ídolo era semejante a la de un hombre, y la parte

inferior se asemejaba a la de un pez. Ahora toda la parte que se

parecía a la forma humana había sido cortada, y quedaba solamente

el cuerpo del pez. Los sacerdotes y el pueblo estaban horrorizados;

consideraban este acontecimiento misterioso como un mal augurio

que presagiaba la destrucción de ellos y de sus ídolos ante el Dios de

los hebreos. Sacaron entonces el arca del templo y la colocaron en

un edificio aparte.

Los habitantes de Asdod se vieron afectados por una

enfermedad angustiosa y fatal. Recordando las plagas que el Dios de

Israel había infligido a Egipto, el pueblo atribuyó esta calamidad a la

presencia del arca entre ellos. Se decidió llevarla a Gath. Pero poco

después de su llegada allí comenzó la plaga y los hombres de la

ciudad la enviaron a Ecrón. Los habitantes la recibieron con terror y

clamando: "Han pasado a mí el arca del Dios de Israel por matarme

794


a mí y a mi pueblo." Se volvieron a sus dioses en busca de

protección, como lo había hecho la gente de Gath y de Asdod; pero

la obra de exterminio siguió hasta que, por causa de la aflicción "el

clamor de la ciudad subía al cielo." Temiendo el pueblo conservar el

arca en habitaciones humanas, la colocó en campo raso. Siguió

entonces una plaga de ratones, que infestaron la tierra y destruyeron

los productos agrícolas, tanto en los graneros como en el campo. La

destrucción total, ya fuese por la enfermedad o por el hambre,

amenazaba ahora a toda la nación.

Durante siete meses el arca permaneció en la tierra de los

filisteos, y en todo este tiempo los israelitas no hicieron esfuerzo

alguno por recobrarla. Pero los filisteos tenían ahora tanta ansia de

deshacerse de ella, como antes la habían tenido por obtenerla. En

vez de ser una fuente de fortaleza para ellos, era una carga pesada y

una gran maldición. Sin embargo, no sabían qué hacer, pues

adondequiera que la llevasen seguían inmediatamente los juicios de

Dios.

El pueblo clamó a los príncipes de la nación, como también a

los sacerdotes y adivinos; y ansiosamente les preguntó: "¿Qué

haremos del arca de Jehová? Declaradnos como la hemos de tornar a

enviar a su lugar." Ellos aconsejaron que la devolvieran con un

costoso sacrificio de expiación. "Entonces--dijeron los sacerdotes--

seréis sanos, y conoceréis por qué no se apartó de vosotros su

mano."

Antiguamente, para reprimir o eliminar una plaga, solían hacer

795


los paganos una representación en oro, plata u otros materiales, de

aquello que causaba la destrucción, o del objeto o parte del cuerpo

especialmente afectados. Esta representación o imagen se colocaba

en una columna o en algún lugar visible, y se creía que constituía

una protección eficaz contra los males que representaba. Todavía

subsiste hoy una costumbre semejante entre ciertos pueblos

paganos. Cuando una persona que sufre de alguna enfermedad va al

templo de su ídolo en busca de curación, lleva consigo una figura de

la parte afectada, y la presenta como ofrenda a su dios.

En consonancia con la superstición reinante, los señores

filisteos aconsejaron al pueblo que hiciera representaciones de las

plagas que les habían estado afligiendo, "conforme al número de los

príncipes de los Filisteos, cinco hemorroides de oro, y cinco ratones

de oro, porque--dijeron ellos--la misma plaga que todos tienen,

tienen también vuestros príncipes."

Estos sabios reconocieron que un poder misterioso acompañaba

al arca, un poder al que no sabían hacer frente. Sin embargo, no

aconsejaron al pueblo que se apartara de su idolatría para servir al

Señor. Seguían odiando al Dios de Israel, aunque se veían obligados

a someterse a su autoridad, por los castigos abrumadores. Así

también pueden los pecadores verse convencidos por los juicios de

Dios de que es vano contender contra él. Pueden verse obligados a

someterse a su poder, mientras que en su corazón se rebelan contra

su dominio. Una sumisión tal no puede salvar al pecador. El corazón

debe ser entregado a Dios; debe ser subyugado por la gracia divina,

antes de que el arrepentimiento del hombre pueda ser aceptado.

796


¡Cuán grande es la longanimidad de Dios hacia los impíos!

Tanto los filisteos idólatras como los israelitas apóstatas habían

gozado de las dádivas de su providencia. Diez mil misericordias

inadvertidas caían silenciosamente sobre la senda de hombres

ingratos y rebeldes. Cada bendición les hablaba del Dador, pero

ellos eran indiferentes a su amor. Muy grande era la tolerancia de

Dios hacia los hijos de los hombres; pero cuando ellos se obstinaron

en su impenitencia, apartó de ellos su mano protectora. Se negaron a

escuchar la voz de Dios, que les hablaba en sus obras creadas y en

las advertencias, las reprensiones y los consejos de su Palabra, y así

se vió obligado a hablarles por medio de sus juicios.

Había entre los filisteos algunos que estaban dispuestos a

oponerse a que se devolviera el arca a su tierra. Consideraban

humillante para su pueblo un reconocimiento tal del poderío del

Dios de Israel. Pero "los sacerdotes y adivinos" advirtieron al pueblo

que no imitara la testarudez de Faraón y de los egipcios, y no trajera

sobre sí calamidades aun mayores.

Se propuso entonces un proyecto que pronto alcanzó el

consentimiento de todos y en seguida se puso en práctica. El arca,

con la ofrenda de oro, fué colocada en un carro nuevo, a fin de

evitarle todo peligro de contaminación; a este carro se uncieron dos

vacas, cuyas cervices no habían llevado yugo. Los terneros de estas

vacas se dejaron encerrados en casa, y las vacas fueron dejadas

libres para que fueran adonde quisieran. Si el arca fuese así devuelta

a los israelitas por el camino de Bethsemes, la ciudad de levitas más

797


cercana, ello sería para los filisteos una evidencia de que el Dios de

Israel les había hecho a ellos este gran mal. "Si no--dijeron,--

seremos ciertos que su mano no nos hirió, nos ha sido accidente."

Al ser soltadas, las vacas se alejaron de sus crías, y mugiendo

tomaron el camino directo a Beth-semes. Sin dirección humana

alguna, los pacientes animales siguieron adelante. La presencia

divina acompañaba el arca, y ésta llegó con toda seguridad al sitio

señalado.

Era entonces el tiempo de la cosecha del trigo, y los hombres

de Beth-semes estaban segando en el valle. "Y alzando sus ojos

vieron el arca, y holgáronse cuando la vieron. Y el carro vino al

campo de Josué Beth-semita, y paró allí: porque allí había una gran

piedra: y ellos cortaron la madera del carro, y ofrecieron las vacas

en holocausto a Jehová." Los señores de los filisteos, que habían

seguido el arca, "hasta el término de Bethsemes" y habían

presenciado el recibimiento que le habían hecho, regresaron ahora a

Ecrón. La plaga había cesado, y estaban convencidos de que sus

calamidades habían sido un juicio del Dios de Israel.

Los hombres de Beth-semes difundieron prestamente la noticia

de que el arca estaba en su posesión, y la gente de la tierra

circundante acudió a dar la bienvenida al arca. Esta había sido

colocada sobre la piedra que primero sirvió de altar, y ante ella se

ofrecieron al Señor otros sacrificios adicionales. Si los adoradores se

hubieran arrepentido de sus pecados, la bendición de Dios los habría

acompañado. Pero no estaban obedeciendo fielmente a su ley; y

798


aunque se regocijaban por el regreso del arca como presagio de bien,

no reconocían verdaderamente su santidad. En vez de preparar un

sitio apropiado para recibirla, permitieron que permaneciera en el

campo de la mies. Mientras continuaban mirando la sagrada arca, y

hablando de la manera maravillosa en que les había sido devuelta,

comenzaron a hacer conjeturas acerca de donde residía su poder

especial. Por último, vencidos por la curiosidad, quitaron los

envoltorios de ella, y se atrevieron a abrirla.

A todo Israel se le había enseñado a considerar el arca con

temor y reverencia. Cuando había que trasladarla de un lugar a otro,

los levitas ni siquiera debían mirarla. Solamente una vez al año se le

permitía al sumo sacerdote contemplar el arca de Dios. Hasta los

filisteos paganos no se habían atrevido a quitarle los envoltorios.

Angeles celestiales invisibles la habían acompañado en todos sus

viajes. La irreverente osadía de los bet-semitas fué prestamente

castigada. Muchos fueron heridos de muerte repentina.

Este juicio no indujo a los sobrevivientes a arrepentirse de su

pecado, sino sólo a considerar el arca con temor supersticioso.

Ansiosos de deshacerse de su presencia, y no atreviéndose, sin

embargo, a trasladarla a otro sitio, los bet-semitas enviaron un

mensaje a los habitantes de Kiriat-jearim, para invitarlos a que se la

llevaran. Con gran regocijo los hombres de dicho lugar dieron la

bienvenida al arca sagrada. Sabían muy bien que ella era garantía

del favor divino para los obedientes y fieles. Con alegría solemne la

condujeron a su ciudad, y la pusieron en la casa de Abinadab, levita

que habitaba allí. Este hombre designó a su hijo Eleazar para que se

799


encargara de ella; y el arca permaneció allí muchos años.

Durante los años transcurridos desde que el Señor se manifestó

por primera vez al hijo de Ana, el llamamiento a Samuel al cargo

profético había sido reconocido por toda la nación. Al transmitir

fielmente la divina advertencia a la casa de Elí, por penoso que fuera

dicho deber, Samuel había dado pruebas evidentes de su fidelidad

como mensajero de Jehová, "y Jehová fué con él, y no dejó caer a

tierra ninguna de sus palabras. Y conoció todo Israel desde Dan

hasta Beer-sebah, que Samuel era fiel profeta de Jehová."

Los israelitas aun continuaban, como nación, en un estado de

irreligión e idolatría, y como castigo permanecían sujetos a los

filisteos. Mientras tanto, Samuel visitaba las ciudades y aldeas de

todo el país, procurando hacer volver el corazón del pueblo al Dios

de sus padres; y sus esfuerzos no quedaron sin buenos resultados.

Después de sufrir la opresión de sus enemigos durante veinte años,

"toda la casa de Israel lamentaba en pos de Jehová." Samuel les

aconsejó: "Si de todo vuestro corazón os volvéis a Jehová, quitad los

dioses ajenos y a Astaroth de entre vosotros, y preparad vuestro

corazón a Jehová, y a sólo él servid." Aquí vemos que la piedad

práctica, la religión del corazón, era enseñada en los días de Samuel

como lo fué por Cristo cuando estuvo en la tierra. Sin la gracia de

Cristo, de nada le valían al Israel de antaño las formas externas de la

religión. Tampoco valen para el Israel moderno.

Es hoy muy necesario que la verdadera religión del corazón

reviva como sucedió en el antiguo Israel. El arrepentimiento es el

800


primer paso que debe dar todo aquel que quiera volver a Dios. Nadie

puede hacer esta obra por otro. Individualmente debemos humillar

nuestras almas ante Dios, y apartar nuestros ídolos. Cuando

hayamos hecho todo lo que podamos, el Señor nos manifestará su

salvación.

Con la cooperación de los jefes de las tribus, se reunió una gran

asamblea en Mizpa. Allí se celebró un ayuno solemne. Con

profunda humillación, el pueblo confesó sus pecados; y en

testimonio de su resolución de obedecer las instrucciones que había

oído, invistió a Samuel con la autoridad de juez.

Los filisteos interpretaron esta reunión como un consejo de

guerra, y con un ejército poderoso quisieron dispersar a los israelitas

antes de que sus proyectos maduraran. Las nuevas de su próxima

llegada infundieron gran terror a Israel. El pueblo pidió a Samuel:

"No ceses de clamar por nosotros a Jehová nuestro Dios, que nos

guarde de mano de los Filisteos."

Mientras Samuel estaba ofreciendo un cordero en holocausto,

los filisteos se acercaron para dar batalla. Entonces el Todopoderoso

que había descendido sobre el Sinaí en medio del fuego, del humo y

del trueno, el que había dividido el mar Rojo, y que había abierto un

camino por el Jordán para los hijos de Israel, manifestó su poder una

vez más. Una tempestad terrible se desató sobre el ejército que

avanzaba, y por la tierra quedaron sembrados los cadáveres de

guerreros poderosos.

801


Los israelitas habían permanecido quietos, en silencioso

asombro, temblando de esperanza y de temor. Cuando presenciaron

la matanza de sus enemigos, se dieron cuenta de que Dios había

aceptado su arrepentimiento. A pesar de que no estaban preparados

para la batalla, se apoderaron de las armas de los filisteos muertos, y

persiguieron al ejército que huía hasta Beth-car. Esta señalada

victoria se obtuvo en el mismo campo donde, veinte años antes, las

huestes filisteas, habían derrotado a Israel, matado a los sacerdotes y

tomado el arca de Dios. Para las naciones así como para los

individuos, el camino de la obediencia a Dios es el sendero de la

seguridad y de la felicidad, mientras que, por otro lado, el de la

transgresión conduce tan sólo al desastre y la derrota. Los filisteos

quedaron entonces tan completamente subyugados, que entregaron

las fortalezas que habían arrebatado a Israel, y se abstuvieron de

todo acto de hostilidad durante muchos años. Otras naciones

siguieron este ejemplo, y los israelitas gozaron de paz hasta el fin de

la administración única de Samuel.

Para que aquel acontecimiento no fuese olvidado, Samuel hizo

erigir, entre Mizpa y Sen, una enorme peña como monumento

recordativo. La llamó Eben-ezer, "piedra de ayuda," diciendo al

pueblo: "Hasta aquí nos ayudó Jehová."

802


Capítulo 58

Las escuelas de los profetas

El Señor mismo dirigía la educación de Israel. Sus cuidados no

se limitaban solamente a los intereses religiosos de ese pueblo; todo

lo que afectaba su bienestar mental o físico incumbía también a la

divina Providencia, y estaba comprendido dentro de la esfera de la

ley divina.

Dios había ordenado a los hebreos que enseñaran a sus hijos lo

que él requería y que les hicieran saber cómo había obrado con sus

padres. Este era uno de los deberes especiales de todo padre de

familia, y no debía ser delegado a otra persona. En vez de permitir

que lo hicieran labios extraños, debían los corazones amorosos del

padre y de la madre instruir a sus hijos. Con todos los

acontecimientos de la vida diaria debían ir asociados pensamientos

referentes a Dios. Las grandes obras que él había realizado en la

liberación de su pueblo, y las promesas de un Redentor que había de

venir, debían relatarse a menudo en los hogares de Israel; y el uso de

figuras y símbolos grababa las lecciones más indeleblemente en la

memoria. Las grandes verdades de la providencia de Dios y la vida

futura se inculcaban en la mente de los jóvenes. Se la educaba para

que pudiera discernir a Dios tanto en las escenas de la naturaleza

como en las palabras de la revelación. Las estrellas del cielo, los

árboles y las flores del campo, las elevadas montañas, los riachuelos

murmuradores, todas estas cosas hablaban del Creador. El servicio

803


solemne de sacrificio y culto en el santuario, y las palabras

pronunciadas por los profetas eran una revelación de Dios.

Tal fué la educación de Moisés en la humilde choza de Gosén;

de Samuel, por la fiel Ana; de David, en la morada montañesa de

Belén; de Daniel antes de que el cautiverio le separara del hogar de

sus padres. Tal fué, también, la educación del niño Jesús en Nazaret;

y la que recibió el niño Timoteo quien aprendió de labios de su

"abuela Loida" y de su "madre Eunice" las verdades eternas de las

Sagradas Escrituras. 2 Timoteo 1:5; 3:15.

Mediante el establecimiento de las escuelas de los profetas, se

tomaron medidas adicionales para la educación de la juventud. Si un

joven deseaba escudriñar más profundamente las verdades de la

Palabra de Dios, y buscar sabiduría de lo alto, a fin de llegar a ser

maestro en Israel, las puertas de estas escuelas estaban abiertas para

él. Las escuelas de los profetas fueron fundadas por Samuel para

servir de barrera contra la corrupción generalizada, para cuidar del

bienestar moral y espiritual de la juventud, y para fomentar la

prosperidad futura de la nación supliéndole hombres capacitados

para obrar en el temor de Dios como jefes y consejeros.

Con el fin de lograr este objeto, Samuel reunió compañías de

jóvenes piadosos, inteligentes y estudiosos. A estos jóvenes se les

llamaba hijos de los profetas. Mientras tenían comunión con Dios y

estudiaban su Palabra y sus obras, se iba agregando sabiduría del

cielo a sus dones naturales. Los maestros eran hombres que no sólo

conocían la verdad divina, sino que habían gozado ellos mismos de

804


la comunión con Dios, y habían recibido los dones especiales de su

Espíritu. Gozaban del respeto y la confianza del pueblo, tanto por su

saber como por su piedad.

En la época de Samuel había dos de estas escuelas: una en

Rama, donde vivía el profeta, y la otra en Kiriat-jearim, donde

estaba el arca en aquel entonces. Se establecieron otras en tiempos

ulteriores.

Los alumnos de estas escuelas se sostenían cultivando la tierra

o dedicándose a algún trabajo manual. En Israel esto no era

considerado extraño ni degradante; más bien se consideraba un

crimen permitir que los niños crecieran sin que se les enseñara algún

trabajo útil. Por orden divina, a todo niño se le enseñaba un oficio,

aun en el caso de tener que ser educado para el servicio sagrado.

Muchos de los maestros religiosos se sostenían por el trabajo de sus

manos. Aun en el tiempo de los apóstoles, Pablo y Aquila no veían

menoscabado su honor porque se ganaban la vida ejerciendo su

oficio de tejedores de tiendas.

Las asignaturas principales de estudio en estas escuelas eran la

ley de Dios, con las instrucciones dadas a Moisés, la historia

sagrada, la música sagrada y la poesía. Los métodos de enseñanza

eran distintos de los que se usan en los seminarios teológicos

actuales, en los que muchos estudiantes se gradúan teniendo menos

conocimiento de Dios y de la verdad religiosa que cuando entraron.

En las escuelas de antaño, el gran propósito de todo estudio era

aprender la voluntad de Dios y la obligación del hombre hacia él. En

805


los anales de la historia sagrada, se seguían los pasos de Jehová. Se

recalcaban las grandes verdades presentadas por los símbolos o

figuras y la fe trababa del objeto central de todo aquel sistema: el

Cordero de Dios que había de quitar el pecado del mundo.

Se fomentaba un espíritu de devoción. No solamente se les

decía a los estudiantes que debían orar, sino que se les enseñaba a

orar, a aproximarse a su Creador, a ejercer fe en él, a comprender y

obedecer las enseñanzas de su Espíritu. Intelectos santificados

sacaban del tesoro de Dios cosas nuevas y viejas, y el Espíritu de

Dios se manifestaba en profecías y cantos sagrados. Se empleaba la

música con un propósito santo, para elevar los pensamientos hacia

aquello que es puro, noble y enaltecedor, y para despertar en el alma

la devoción y la gratitud hacia Dios. ¡Cuánto contraste hay entre la

antigua costumbre y los usos que con frecuencia se le da hoy a la

música! ¡Cuántos son los que emplean este don especial para

ensalzarse a sí mismos, en lugar de usarlo para glorificar a Dios! El

amor a la música conduce a los incautos a participar con los amantes

de lo mundano en las reuniones de placer adonde Dios prohibió a

sus hijos que fueran. Así lo que es una gran bendición cuando se lo

usa correctamente se convierte en uno de los medios más

certeramente empleados por Satanás para desviar la mente del deber

y de la contemplación de las cosas eternas.

La música forma parte del culto tributado a Dios en los atrios

celestiales, y en nuestros cánticos de alabanza debiéramos procurar

aproximarnos tanto como sea posible a la armonía de los coros

celestiales. La educación apropiada de la voz es un rasgo importante

806


en la preparación general, y no debe descuidarse. El canto, como

parte del servicio religioso, es tanto un acto de culto como lo es la

oración. El corazón debe sentir el espíritu del canto para darle

expresión correcta.

¡Cuánta diferencia media entre aquellas escuelas donde

enseñaban los profetas de Dios, y nuestras instituciones modernas de

saber! ¡Cuán pocas escuelas pueden encontrarse que no se rijan por

las máximas y costumbres del mundo! Hay una falta deplorable de

gobierno y disciplina. Es alarmante la ignorancia que existe acerca

de la Palabra de Dios entre los que se hacen llamar cristianos. Las

conversaciones triviales y el mero sentimentalismo pasan por

enseñanza en el campo de la moral y de la religión. La justicia y la

misericordia de Dios, la belleza de la santidad y la recompensa

segura por el bien hacer, el carácter odioso del pecado y la

certidumbre de sus terribles consecuencias, no se recalcan en la

mente de los jóvenes. Las amistades perversas están instruyendo a la

juventud en los caminos del crimen, de la disipación y del

libertinaje.

¿No podrían los educadores actuales aprender de las antiguas

escuelas hebreas algunas lecciones provechosas? El que creó al

hombre proveyó para el desarrollo de su cuerpo, alma y mente. Por

consiguiente, el verdadero éxito en la educación depende de la

fidelidad con la cual el hombre lleva a cabo el plan del Creador.

El verdadero propósito de la educación es restaurar la imagen

de Dios en el alma. En el principio, Dios creó al hombre a su propia

807


semejanza. Le dotó de cualidades nobles. Su mente era equilibrada,

y todas las facultades de su ser eran armoniosas. Pero la caída y sus

resultados pervirtieron estos dones. El pecado echó a perder y casi

hizo desaparecer la imagen de Dios en el hombre. Restaurar ésta fué

el objeto con que se concibió el plan de la salvación y se le concedió

un tiempo de gracia al hombre. Hacerle volver a la perfección

original en la que fué creado, es el gran objeto de la vida, el objeto

en que estriba todo lo demás. Es obra de los padres y maestros, en la

educación de la juventud, cooperar con el propósito divino; y al

hacerlo son "coadjutores ... de Dios." 1 Corintios 3:9.

Todas las distintas capacidades que el hombre posee--de la

mente, del alma y del cuerpo--le fueron dadas por Dios para que las

dedique a alcanzar el más alto grado de excelencia posible. Pero esta

cultura no puede ser egoísta ni exclusiva; porque el carácter de Dios,

cuya semejanza hemos de recibir, es benevolencia y amor. Toda

facultad y todo atributo con que el Creador nos haya dotado deben

emplearse para su gloria y para el ennoblecimiento de nuestros

semejantes. Y en este empleo se halla la ocupación más pura, más

noble y más feliz.

Si se concediera a este principio la atención que merece por su

importancia, se efectuaría un cambio radical en algunos de los

métodos corrientes de enseñanza. En vez de despertar el orgullo, la

ambición egoísta y un espíritu de rivalidad, los maestros procurarían

evocar un sentimiento de amor a la bondad, a la verdad y a la

belleza; harían desear lo excelente. El alumno se esforzaría por

desarrollar en sí mismo los dones de Dios, no para superar a los

808


demás, sino para cumplir el propósito del Creador y recibir su

semejanza. En vez de ser encauzado hacia las meras normas

terrestres o movido por el deseo de exaltación propia que de por sí

empequeñece y rebaja, el espíritu sería dirigido hacia el Creador,

para conocerle y llegar a serle semejante.

"El temor de Jehová es el principio de la sabiduría; y la ciencia

de los santos es inteligencia." Proverbios 9:10. La formación del

carácter es la gran obra de la vida; y un conocimiento de Dios, el

fundamento de toda educación verdadera. Impartir este

conocimiento y amoldar el carácter de acuerdo con él, debe ser el

propósito del maestro en su trabajo. La ley de Dios es un reflejo de

su carácter. Por esto dice el salmista: "Todos tus mandamientos son

justicia," y "de tus mandamientos he adquirido inteligencia." Salmos

119:172, 104. Dios se nos ha revelado en su Palabra y en las obras

de la creación. Por el libro de la inspiración y el de la naturaleza

hemos de obtener un conocimiento de Dios.

Una ley del intelecto humano hace que se adapte gradualmente

a las materias en las cuales se le enseña a espaciarse. Si se dedica

solamente a asuntos triviales, se atrofia y se debilita. Si no se le

exige que considere problemas difíciles, pierde con el tiempo su

capacidad de crecer.

Como instrumento educador la Biblia no tiene rival. En la

Palabra de Dios, la mente halla temas para la meditación más

profunda y las aspiraciones más sublimes. La Biblia es la historia

más instructiva que posean los hombres. Proviene directamente de la

809


fuente de verdad eterna, y una mano divina ha conservado su

integridad y pureza a través de los siglos. Ilumina el lejano pasado

más remoto, donde las investigaciones humanas procuran en vano

penetrar.

En la Palabra de Dios contemplamos el poder que estableció

los fundamentos de la tierra y que extendió los cielos. Únicamente

en ella podemos hallar una historia de nuestra raza que no esté

contaminada por el prejuicio o el orgullo humanos. En ella se

registran las luchas, las derrotas y las victorias de los mayores

hombres que el mundo haya conocido jamás. En ella se desarrollan

los grandes problemas del deber y del destino. Se levanta la cortina

que separa el mundo visible del mundo invisible, y presenciamos el

conflicto de las fuerzas encontradas del bien y del mal, desde la

primera entrada del pecado hasta el triunfo final de la rectitud y de

la verdad; y todo ello no es sino una revelación del carácter de Dios.

En la contemplación reverente de las verdades presentadas en

su Palabra, la mente del estudiante entra en comunión con la Mente

infinita. Un estudio tal no sólo purifica y ennoblece el carácter, sino

que inevitablemente amplía y fortalece las facultades mentales.

Las enseñanzas de la Biblia influyen en forma vital sobre la

prosperidad del hombre en todas las relaciones de esta vida.

Desarrolla los principios que son la base de la prosperidad de una

nación, principios vinculados con el bienestar de la sociedad y que

son la salvaguardia de la familia, principios sin los cuales ningún

hombre puede alcanzar utilidad, felicidad u honra en esta vida, ni

810


asegurarse la vida futura inmortal. No hay posición alguna en esta

vida, ni fase alguna de la experiencia humana para la cual la

enseñanza de la Biblia no constituya una preparación indispensable.

Si se estudiara la Palabra de Dios y se la obedeciera, daría al mundo

hombres de intelecto más enérgico y activo que cuantos puede

producir la mayor aplicación al estudio de todas las materias

abarcadas por la filosofía humana. Produciría hombres fuertes y

firmes de carácter, de entendimiento agudo y sano juicio, hombres

que glorificarían a Dios y beneficiarían al mundo.

Por el estudio de las ciencias también hemos de obtener un

conocimiento del Creador. Toda ciencia verdadera no es más que

una interpretación de lo escrito por la mano de Dios en el mundo

material. Lo único que hace la ciencia es obtener de sus

investigaciones nuevos testimonios de la sabiduría y del poder de

Dios. Si se los comprende bien, tanto el libro de la naturaleza como

la Palabra escrita nos hacen conocer a Dios al enseñarnos algo de las

leyes sabias y benéficas por medio de las cuales él obra.

Se debe inducir al estudiante a ver a Dios en todas las obras de

la creación. Los maestros deben imitar el ejemplo del gran Maestro,

quien de las escenas familiares de la naturaleza sacaba ilustraciones

que simplificaban sus enseñanzas y las grababan más

profundamente en los corazones de sus oyentes. Los pájaros que

gorjeaban en las ramas frondosas, las flores del valle, los soberbios

árboles, las tierras fructíferas, el cereal que germinaba, el suelo

árido, el sol poniente que doraba los cielos con sus rayos, todo

servía como medio de enseñanza. El relacionaba las obras visibles

811


del Creador con las palabras de vida que pronunciaba, para que cada

vez que estos objetos se presentaran a los ojos de sus oyentes, éstos

recordaran las lecciones de verdad con las cuales las había

vinculado.

El sello de la Deidad, manifestado en las páginas de la

revelación, se ve en las altas montañas, los valles fructíferos, y en el

ancho y profundo océano. Las cosas de la naturaleza hablan al

hombre del amor de su Creador. Por señas innumerables en el cielo

y en la tierra, nos ha unido consigo. Este mundo no consiste sólo en

tristeza y miseria. "Dios es amor," está escrito en cada capullo que

se abre, en los pétalos de toda flor y en cada tallo de hierba. Aunque

la maldición del pecado ha hecho que la tierra produzca espinas y

cardos, hay flores en los cardos, y las espinas son ocultadas por las

rosas. Todas las cosas de la naturaleza atestiguan el cuidado tierno y

paternal de nuestro Dios, y su deseo de hacer felices a sus hijos. Sus

prohibiciones y mandamientos no se destinan solamente a mostrar

su autoridad, sino que en todo lo que hace, procura el bienestar de

sus hijos. No exige que ellos renuncien a nada que les convendría

guardar.

La opinión prevaleciente en algunas clases de la sociedad, de

que la religión no favorece el logro de la salud o de la felicidad en

esta vida, es uno de los errores más perniciosos. La Sagrada

Escritura dice: "El temor de Jehová es para vida; y con él vivirá el

hombre, lleno de reposo; no será visitado de mal." "¿Quién es el

hombre que desea vida, que codicia días para ver bien? Guarda tu

lengua de mal, y tus labios de hablar engaño. Apártate del mal, y haz

812


el bien; busca la paz, y síguela." Las palabras de la sabiduría "son

vida a los que las hallan, y medicina a toda su carne." Proverbios

19:23; Salmos 34:12-14; Proverbios 4:22.

La verdadera religión pone al hombre en armonía con las leyes

de Dios, físicas, mentales y morales. Enseña el dominio de sí

mismo, la serenidad y la templanza. La religión ennoblece el

intelecto, purifica el gusto y santifica el juicio. Hace al alma

participante de la pureza del cielo. La fe en el amor de Dios y en su

providencia soberana alivia las cargas de ansiedad y cuidado. Llena

de regocijo y de contento el corazón de los encumbrados y los

humildes. La religión tiende directamente a fomentar la salud,

alargar la vida y realzar nuestro goce de todas sus bendiciones. Abre

al alma una fuente inagotable de felicidad.

¡Ojalá que todos aquellos que no han escogido a Cristo se

dieran cuenta de que él tiene algo que ofrecerles que es mucho

mejor de lo que ellos buscan! El hombre hace a su propia alma el

mayor daño e injusticia cuando piensa y obra en forma contraria a la

voluntad de Dios. No se puede hallar gozo verdadero en la senda

prohibida por Aquel que sabe en qué consiste lo mejor, y procura el

bien de sus criaturas. El sendero de la transgresión lleva a la miseria

y a la perdición; pero los caminos de la sabiduría "son caminos

deleitosos, y todas sus veredas paz." Proverbios 3:17.

Se puede estudiar con provecho tanto el adiestramiento físico

como la disciplina religiosa que se practicaban en las escuelas de los

hebreos. El valor de esta educación no se aprecia debidamente. Hay

813


una estrecha relación entre la mente y el cuerpo, y para alcanzar un

alto nivel de dotes morales e intelectuales, debemos acatar las leyes

que gobiernan nuestro ser físico. Para alcanzar un carácter fuerte y

bien equilibrado, deben ejercitarse y desarrollarse nuestras fuerzas,

tanto mentales como corporales. ¿Qué estudio puede ser más

importante para los jóvenes que el de este maravilloso organismo

que Dios nos ha encomendado y de las leyes por las cuales ha de

conservarse en buena salud?

Y ahora, como en los tiempos de Israel, cada joven debe recibir

instrucción sobre los deberes de la vida práctica. Cada uno debe

adquirir el conocimiento de algún ramo del trabajo manual, por el

cual, en caso de necesidad, podrá ganarse la vida. Esto es

indispensable, no sólo como protección contra las vicisitudes de la

vida, sino también a causa de la influencia que ejercerá en el

desarrollo físico, mental y moral. Aunque hubiese seguridad de que

uno no habría de depender del trabajo manual para mantenerse,

debiera sin embargo aprender a trabajar. Sin ejercicio físico nadie

puede tener una constitución sana ni una salud vigorosa, y la

disciplina del trabajo bien regulado no es menos esencial para

desarrollar una inteligencia fuerte y activa y un carácter noble.

Todo estudiante debiera dedicar una porción de cada día a un

trabajo físico activo. Así se adquirirían hábitos de aplicación y

laboriosidad, y se formaría un espíritu de confianza propia, al mismo

tiempo que se escudaría al joven contra muchas prácticas malas y

degradantes que tan a menudo son los resultados del ocio. Todo esto

cuadra con el fin principal de la educación; porque al estimular la

814


actividad, la diligencia y la pureza, nos ponemos en armonía con el

Creador.

Los jóvenes deben ser inducidos a comprender el propósito de

su creación, que es honrar a Dios y beneficiar a sus semejantes;

hágaseles ver el tierno amor que nuestro Padre celestial ha

manifestado y el alto destino para el cual la disciplina de esta vida

los ha de preparar, la dignidad y el honor a los cuales están

llamados, a saber, ser hijos de Dios, y millares se apartarán con

desprecio y repugnancia de los propósito bajos y egoístas y de los

placeres frívolos que hasta ahora les han absorbido. Aprenderán a

odiar y evitar el pecado, no meramente por la esperanza de la

recompensa o por el miedo al castigo, sino por un sentido de su

vileza inherente, porque degradaría las facultades que Dios les ha

dado, mancharía su carácter de seres humanos semejantes a Dios.

Dios no ordena que los jóvenes tengan menos aspiraciones. Los

rasgos de carácter que dan éxito y honores a un hombre entre sus

semejantes; el deseo inextinguible de algún bien mayor; la voluntad

indomable; los esfuerzos arduos; la perseverancia incansable, no

deben eliminarse. Por la gracia de Dios, deben encauzarse hacia

fines que superen los intereses egoístas y temporales como los cielos

son más altos que la tierra.

Y la educación comenzada en esta vida continuará en la vida

venidera. Un día tras otro revelarán a la mente con nueva belleza las

maravillosas obras de Dios, las evidencias de su sabiduría y poder al

crear y sostener el universo, así como el misterio infinito del amor y

815


de la sabiduría en el plan de la redención. "Cosas que ojo no vió, ni

oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que ha Dios

preparado para aquellos que le aman." 1 Corintios 2:9. Hasta en esta

vida podemos entrever su presencia y gozar de la comunión con el

Cielo; pero la plenitud de su gozo y de su bendición se ha de

alcanzar en el más allá. La eternidad sola habrá de revelar el destino

glorioso que el hombre, restaurado a la imagen de Dios, puede

alcanzar.

816


Capítulo 59

El primer rey de Israel

El gobierno de Israel era administrado en el nombre y por la

autoridad de Dios. La obra de Moisés, de los setenta ancianos, de los

jefes y de los jueces consistía simplemente en hacer cumplir las

leyes que Dios les había dado; no tenían autoridad alguna para

legislar para la nación. Esta era y continuaba siendo la condición

impuesta para la existencia de Israel como nación. De siglo en siglo

se suscitaron hombres inspirados por Dios para que instruyeran al

pueblo, y para que dirigieran la ejecución de las leyes.

El Señor previó que Israel desearía un rey, pero no consintió en

cambiar en manera alguna los principios en que se había fundado el

estado. El rey había de ser el vicegerente del Altísimo. Dios había de

ser reconocido como cabeza de la nación, y su ley debía aplicarse

como ley suprema del país. (Véase el Apéndice, nota 11.)

Cuando los israelitas se establecieron en Canaán, reconocían

los principios de la teocracia, y la nación prosperó mucho bajo el

gobierno de Josué. Pero el aumento de la población y las relaciones

con otras naciones no tardaron en producir un cambio. El pueblo

adoptó muchas de las costumbres de sus vecinos paganos, y así

sacrificó, en extenso grado, su carácter santo especial. Gradualmente

perdió su reverencia hacia Dios, y dejó de apreciar el honor de ser su

pueblo escogido. Atraído por la pompa y ostentación de los

817


monarcas paganos, se cansó de su propia sencillez. Surgieron celos

y envidias entre las tribus. Fueron éstas debilitadas por las

discordias internas; estaban constantemente expuestas a la invasión

de sus enemigos paganos, y estaban llegando a creer que para

mantener su posición entre las naciones debían unirse bajo un

gobierno central y fuerte. Cuando dejaron de obedecer a la ley de

Dios, desearon libertarse del gobierno de su Soberano divino; se

generalizó por toda la tierra de Israel la exigencia de que se creara

una monarquía.

Desde los tiempos de Josué, jamás había sido administrado el

gobierno con tanta sabiduría y éxito como durante la administración

de Samuel. Investido por la divinidad con el triple cargo de juez,

profeta y sacerdote, había trabajado con infatigable y desinteresado

celo por el bienestar de su pueblo, y la nación había prosperado bajo

su gobierno sabio. Se había restablecido el orden, se había

fomentado la piedad, y el espíritu de descontento se había refrenado

momentáneamente; pero con el transcurso de los años el profeta se

vió obligado a compartir con otros la administración del gobierno, y

nombró a sus dos hijos para que le ayudaran. Mientras Samuel

continuaba desempeñando en Rama los deberes de su cargo, los

jóvenes administraban justicia entre el pueblo en Beer-seba, cerca

del límite meridional del país.

Con el consentimiento unánime de la nación, Samuel había

dado cargo a sus hijos; pero no resultaron dignos de la elección

hecha por su padre. Por medio de Moisés, el Señor había dado

instrucciones especiales a su pueblo para que los gobernantes de

818


Israel juzgaran con rectitud, trataran con justicia a la viuda y al

huérfano, y no recibieran sobornos de ninguna clase. Pero los hijos

de Samuel "se ladearon tras la avaricia, recibiendo cohecho y

pervirtiendo el derecho." Los hijos del profeta no acataban los

preceptos que él había tratado de inculcarles. No imitaban la vida

pura y desinteresada de su padre. La advertencia dirigida a Elí no

había ejercido en el ánimo de Samuel la influencia que debiera

haber ejercido. El había sido, hasta cierto grado, demasiado

indulgente con sus hijos, y los resultados eran obvios en su carácter

y en su vida.

La injusticia de estos jueces causó mucho desafecto, y así

proporcionó al pueblo un pretexto para insistir en que se llevara a

cabo el cambio que por tanto tiempo había deseado secretamente.

"Todos los ancianos de Israel se juntaron, y vinieron a Samuel en

Rama, y dijéronle: He aquí tú has envejecido, y tus hijos no van por

tus caminos: por tanto, constitúyenos ahora un rey que nos juzgue,

como todas las gentes." Véase 1 Samuel 8-12.

No se le había hablado a Samuel de los abusos cometidos por

sus hijos contra el pueblo. Si él hubiera conocido la mala conducta

de sus hijos, les habría quitado sus cargos sin tardanza alguna; pero

esto no era lo que deseaban los peticionarios. Samuel vió que lo que

los movía en realidad era el descontento y el orgullo y que su

exigencia era el resultado de un propósito deliberado y resuelto. No

había queja alguna contra Samuel. Todos reconocían la integridad y

la sabiduría de su administración; pero el anciano profeta consideró

esta petición como una censura dirigida contra él mismo, y como un

819


esfuerzo directo para hacerle a un lado. No reveló, sin embargo, sus

sentimientos; no pronunció reproche alguno, sino que llevó el asunto

al Señor en oración, y sólo de él procuró consejo.

Y el Señor le dijo a Samuel: "Oye la voz del pueblo en todo lo

que te dijeren: porque no te han desechado a ti, sino a mí me han

desechado, para que no reine sobre ellos. Conforme a todas las obras

que han hecho desde el día que los saqué de Egipto hasta hoy, que

me han dejado y han servido a dioses ajenos, así hacen también

contigo." Quedó reprendido el profeta por haber dejado que le

afligiese la conducta del pueblo hacia él como individuo. No habían

manifestado falta de respeto para con él, sino hacia la autoridad de

Dios, que había designado a los gobernantes de su pueblo. Los que

desdeñan y rechazan al siervo fiel de Dios, no sólo menosprecian al

hombre, sino también al Señor que le envió. Menoscaban las

palabras de Dios, sus reproches y consejos; rechazan la autoridad de

él.

Los tiempos de la mayor prosperidad de Israel fueron aquellos

en que reconoció a Jehová como su rey, cuando consideró las leyes

y el gobierno por él establecidos como superiores a los de todas las

otras naciones. Moisés había declarado a Israel tocante a los

mandamientos del Señor: "Esta es vuestra sabiduría y vuestra

inteligencia en ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos

estatutos, y dirán: "Ciertamente pueblo sabio y entendido, gente

grande es ésta." Deuteronomio 4:6. Pero al apartarse de la ley de

Dios, los hebreos no llegaron a ser el pueblo que Dios deseaba hacer

de ellos, y quedaron luego tan completamente cegados por el pecado

820


que imputaron al gobierno de Dios todos los males que resultaron de

su propio pecado e insensatez.

El Señor había predicho por medio de sus profetas que Israel

sería gobernado por un rey; pero de ello no se desprende que esta

forma de gobierno fuera la mejor para ellos, o según su voluntad. El

permitió al pueblo que siguiera su propia elección, porque rehusó

guiarse por sus consejos. Oseas declara que Dios les dió un rey en su

"furor." Oseas 13:11. Cuando los hombres deciden seguir su propio

sendero sin buscar el consejo de Dios, o en oposición a su voluntad

revelada, les otorga con frecuencia lo que desean, para que por

medio de la amarga experiencia subsiguiente sean llevados a darse

cuenta de su insensatez y a arrepentirse de su pecado. El orgullo y la

sabiduría de los hombres constituyen una guía peligrosa. Lo que el

corazón ansía en contradicción a la voluntad de Dios resultará al fin

en una maldición más bien que en una bendición.

Dios deseaba que su pueblo le considerase a él solo como su

legislador y su fuente de fortaleza. Al sentir que dependían de Dios,

se verían constantemente atraídos hacia él. Serían elevados,

ennoblecidos y capacitados para el alto destino al cual los había

llamado como su pueblo escogido. Pero si se llegaba a poner a un

hombre en el trono, ello tendería a apartar de Dios los ánimos del

pueblo. Confiarían más en la fuerza humana, y menos en el poder

divino, y los errores de su rey los inducirían a pecar y separarían a la

nación de Dios.

Se le indicó a Samuel que accediera a la petición del pueblo,

821


pero advirtiéndole que el Señor la desaprobaba, y haciéndole saber

también cuál sería el resultado de su conducta. "Y dijo Samuel todas

las palabras de Jehová al pueblo que le había pedido rey." Con toda

fidelidad les expuso las cargas que pesarían sobre ellos, y les mostró

el contraste que ofrecía semejante estado de opresión frente al

estado comparativamente libre y próspero que gozaban.

Su rey imitaría la pompa y el lujo de otros monarcas, y ello

haría necesario cobrar pesados tributos y exacciones en sus personas

y sus propiedades. Exigiría para sus servicios los más hermosos de

sus jóvenes. Los haría conductores de sus carros, jinetes y

corredores delante de él. Habrían de llenar las filas de su ejército, y

se les exigiría que trabajaran las tierras del rey, segaran sus mieses y

fabricaran elementos de guerra para su servicio. Las hijas de Israel

serían llevadas al palacio para hacerlas confiteras y panaderas de la

casa del rey. Para mantener su regio estado, se apoderaría de las

mejores tierras dadas al pueblo por Jehová mismo. Tomaría los

mejores de los siervos de ellos y de sus animales para hacerlos

trabajar en su propio beneficio.

Además de todo esto, el rey les exigiría una décima parte de

todas sus rentas, de las ganancias de su trabajo, o de los productos

de la tierra. "Y seréis sus siervos--concluyó el profeta.--Y clamaréis

aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido, mas Jehová

no os oirá en aquel día." Por onerosas que fueran sus exacciones,

una vez establecida la monarquía, no la podrían hacer a un lado a su

gusto.

822


Pero el pueblo contestó: "No, sino que habrá rey sobre

nosotros; y nosotros seremos también como todas las gentes, y

nuestro rey nos gobernará, y saldrá delante de nosotros, y hará

nuestras guerras."

"Como todas las gentes." Los israelitas no se dieron cuenta de

que ser en este respecto diferentes de las otras naciones era un

privilegio y una bendición especial. Dios había separado a los

israelitas de todas las demás gentes, para hacer de ellos su propio

tesoro. Pero ellos, despreciando este alto honor, desearon

ansiosamente imitar el ejemplo de los paganos. Y aun hoy subsiste

entre los profesos hijos de Dios el deseo de amoldarse a las prácticas

y costumbres mundanas. Cuando se apartan del Señor, se vuelven

codiciosos de las ganancias y los honores del mundo. Los cristianos

están constantemente tratando de imitar las prácticas de los que

adoran al Dios de este mundo. Muchos alegan que al unirse con los

mundanos y amoldarse a sus costumbres se verán en situación de

ejercer una influencia poderosa sobre los impíos. Pero todos los que

se conducen así se separan con ello de la Fuente de toda fortaleza.

Haciéndose amigos del mundo, son enemigos de Dios. Por amor a

las distinciones terrenales, sacrifican el honor inefable al cual Dios

los ha llamado, el de manifestar las alabanzas de Aquel que nos "ha

llamado de las tinieblas a su luz admirable." 1 Pedro 2:9.

Con profunda tristeza, Samuel escuchó las palabras del pueblo;

pero el Señor le dijo: "Oye su voz, y pon rey sobre ellos." El profeta

había cumplido con su deber. Había presentado fielmente la

advertencia, y ésta había sido rechazada. Con corazón acongojado,

823


despidió al pueblo, y él mismo se fué a hacer preparativos para el

gran cambio que había de verificarse en el gobierno.

La vida de Samuel, toda de pureza y devoción desinteresada,

era un reproche perpetuo tanto para los sacerdotes y ancianos

egoístas como para la congregación de Israel, orgullosa y sensual.

Aunque el profeta no se había rodeado de pompa ni ostentación

alguna, sus obras llevaban el sello del cielo. Fué honrado por el

Redentor del mundo, bajo cuya dirección gobernó la nación hebrea.

Pero el pueblo se había cansado de su piedad y devoción;

menospreció su autoridad humilde, y le rechazó en favor de un

hombre que lo gobernara como rey.

En el carácter de Samuel vemos reflejada la semejanza de

Cristo. Fué la pureza de la vida de nuestro Salvador la que provocó

la ira de Satanás. Esa vida era la luz del mundo y revelaba la

depravación oculta en los corazones humanos. Fué la santidad de

Cristo la que despertó contra él las pasiones más feroces de los que

con falsedad en su corazón, profesaban ser piadosos. Cristo no vino

con las riquezas y los honores de la tierra; pero las obras que hizo

demostraron que poseía un poder mucho mayor que el de cualquiera

de los príncipes humanos.

Los judíos esperaban que el Mesías quebrantara el yugo del

opresor; y sin embargo, albergaban los pecados que precisamente se

lo habían atado en la cerviz. Si Cristo hubiera tolerado sus pecados y

aplaudido su piedad, le habrían aceptado como su rey; pero no

quisieron soportar su manera intrépida de reprocharles sus vicios.

824


Despreciaron la hermosura de un carácter en el cual predominaban

en forma suprema la benevolencia, la pureza y la santidad, que no

sentía otro odio que el que le inspiraba el pecado. Así ha sucedido

en todas las edades del mundo. La luz del cielo trae condenación a

todos los que rehusan andar en ella. Cada vez que se sientan

reprendidos por el buen ejemplo de quienes odian al pecado, los

hipócritas se harán agentes de Satanás para hostigar y perseguir a los

fieles. "Todos los que quieren vivir píamente en Cristo Jesús,

padecerán persecución." 2 Timoteo 3:12.

Aunque en la profecía se había predicho que Israel tendría una

forma monárquica de gobierno, Dios se había reservado el derecho

de escoger al rey. Los hebreos respetaron la autoridad de Dios lo

suficiente para dejarle hacer la selección. La decisión recayó en

Saúl, hijo de Cis, de la tribu de Benjamín.

Las cualidades personales del futuro monarca eran tales que

halagaban el orgullo que había impulsado el corazón del pueblo a

desear un rey. "Entre los hijos de Israel no había otro más hermoso

que él." De porte noble y digno, en la flor de la vida, bien parecido y

alto, parecía nacido para mandar. Sin embargo, a pesar de estos

atractivos exteriores, Saúl carecía de las cualidades superiores que

constituyen la verdadera sabiduría. No había aprendido en su

juventud a dominar sus pasiones impetuosas y temerarias; jamás

había sentido el poder renovador de la gracia divina.

Saúl era hijo de un jefe poderoso y opulento; sin embargo, de

acuerdo con la sencillez de la vida de aquel entonces, desempeñaba

825


con su padre los humildes deberes de un agricultor. Habiéndose

extraviado algunos animales de su padre, Saúl salió a buscarlos con

un criado. Los buscaron en vano durante tres días, cuando, en vista

de que no estaban lejos de Rama (véase el Apéndice, nota 12),

donde vivía Samuel, el siervo propuso que fueran a consultar al

profeta acerca del ganado perdido. "He aquí se halla en mi mano la

cuarta parte de un siclo de plata--dijo:--esto daré al varón de Dios,

porque nos declare nuestro camino." Esto concordaba con las

costumbres de aquel tiempo. Al acercarse alguien a una persona que

le fuese superior en categoría o cargo, le ofrecía un pequeño regalo,

como testimonio de respeto.

Al aproximarse a la ciudad, encontraron a unas jóvenes que

habían ido a sacar agua, y les preguntaron por el vidente. En

contestación, ellas manifestaron que se iba a realizar un servicio

religioso, que el profeta ya había llegado, pues habría un sacrificio

"en el alto," y luego un festín de sacrificio.

Bajo la administración de Samuel se había producido un gran

cambio. Cuando Dios le llamó por primera vez, los servicios del

santuario eran considerados con desdén. "Los hombres

menospreciaban los sacrificios de Jehová." 1 Samuel 2:17. Pero

ahora se rendía culto a Dios en todo el país, y el pueblo manifestaba

vivo interés en los servicios religiosos. Como no había servicio en el

tabernáculo, los sacrificios se ofrecían en ese entonces en otros

sitios; y para este fin se elegían las ciudades de los sacerdotes y de

los levitas adonde el pueblo iba para instruirse. Los puntos más altos

de estas ciudades se escogían generalmente como sitios de

826


sacrificio, y a esto se refería la expresión "en el alto."

En la puerta de la ciudad, Saúl se encontró con el profeta

mismo. Dios le había revelado a Samuel que en esa ocasión el rey

escogido para Israel se presentaría delante de él. Mientras estaban

uno frente al otro, el Señor le dijo a Samuel: "He aquí éste es el

varón del cual te hablé; éste señoreará a mi pueblo." A la petición de

Saúl: "Ruégote que me enseñes dónde está la casa del vidente,"

Samuel respondió: "Yo soy el vidente." Asegurándole también que

los animales perdidos habían sido encontrados, le exhortó a que se

quedara y asistiera al festín, al mismo tiempo que le hacía una

insinuación acerca del gran destino que le esperaba: "¿Por quién es

todo el deseo de Israel, sino por ti y por toda la casa de tu padre?"

Las palabras del profeta conmovieron el corazón del que le

escuchaba. No podía menos que percibir algo de su significado;

pues la demanda por tener un rey había llegado a ser asunto de

interés absorbente para toda la nación. No obstante, con modestia

Saúl contestó: "¿No soy yo hijo de Benjamín, de las más pequeñas

tribus de Israel? Y mi familia ¿no es la más pequeña de todas las

familias de la tribu de Benjamín? ¿Por qué pues me has dicho cosa

semejante?"

Samuel condujo al forastero al sitio de la asamblea, donde los

hombres principales de la ciudad se encontraban reunidos. Entre

ellos, por orden del profeta, se le dió a Saúl el sitio de honor, y en el

festín se le dió la mejor porción. Terminados los servicios, Samuel

llevó a su huésped a su casa. Allí conversó con él en la terraza y le

827


presentó los grandes principios sobre los cuales se había fundado el

gobierno de Israel, y procuró así darle cierta preparación para su

elevado cargo.

Cuando Saúl se marchó, temprano por la mañana siguiente, el

profeta le acompañó. Cuando hubieron atravesado la ciudad, pidió

que el siervo siguiera adelante. Cuando éste se hubo alejado algo,

Samuel ordenó a Saúl que se detuviera para recibir un mensaje que

Dios le enviaba. "Tomando entonces Samuel una ampolla de aceite,

derramóla sobre su cabeza, y besólo, y díjole: ¿No te ha ungido

Jehová por capitán sobre su heredad?" Como evidencia de que hacía

esto por autoridad divina, le predijo los incidentes que le ocurrirían

en su viaje de regreso a su casa, y le aseguró a Saúl que el Espíritu

de Dios le capacitaría para ocupar el cargo que le esperaba. "El

Espíritu de Jehová te arrebatará," le dijo el profeta, "y serás mudado

en otro hombre. Y cuando te hubieren sobrevenido estas señales, haz

lo que te viniere a mano, porque Dios es contigo."

Mientras Saúl iba por su camino, todo sucedió tal como lo

había predicho el profeta. Cerca de la frontera de Benjamín, se le

informó que los animales habían sido encontrados. En la llanura de

Tabor, dió con tres hombres que iban a rendir culto a Dios a Bethel.

Uno de ellos llevaba tres cabritos para el sacrificio, el otro tres

panes, y el tercero una vasija de vino para el festín del sacrificio.

Saludaron a Saúl en la forma acostumbrada, y también le regalaron

dos de los tres panes.

En Gabaa, su propia ciudad, un grupo de profetas bajaba del

828


"alto" cantando alabanzas a Dios al son de la flauta y del arpa, del

salterio y del adufe. Cuando Saúl se les acercó, el Espíritu del Señor

se apoderó también de él; de modo que unió el suyo a sus cantos de

alabanza y profetizó con ellos. Hablaba con tanta fluidez y

sabiduría, y los acompañó con tanto fervor en su servicio, que los

que le conocían exclamaron con asombro: "¿Qué ha sucedido al hijo

de Cis? ¿Saúl también entre los profetas?"

Cuando Saúl se unió a los profetas en su culto, el Espíritu

Santo obró un gran cambio en él. La luz de la pureza y de la

santidad divinas brilló sobre las tinieblas del corazón natural. Se vió

a sí mismo como era delante de Dios. Vió la belleza de la santidad.

Se le invitó entonces a principiar la guerra contra el pecado y contra

Satanás, y se le hizo comprender que en este conflicto toda la

fortaleza debía provenir de Dios. El plan de la salvación, que antes

le había parecido nebuloso e incierto, fué revelado a su

entendimiento. El Señor le dotó de valor y sabiduría para su elevado

cargo. Le reveló la Fuente de fortaleza y gracia, e iluminó su

entendimiento con respecto a las divinas exigencias y su propio

deber.

La consagración de Saúl como rey no había sido comunicada a

la nación. La elección de Dios había de manifestarse públicamente

al echar suertes. Con este fin, Samuel convocó al pueblo en Mizpa.

Se elevó una oración para pedir la dirección divina; y luego siguió la

ceremonia solemne de echar suertes. La multitud congregada allí

esperó en silencio el resultado. La tribu, la familia, y la casa fueron

sucesivamente señaladas, y finalmente Saúl, el hijo de Cis, fué

829


designado como el hombre escogido.

Pero Saúl no estaba en la congregación. Abrumado con el

sentimiento de la gran responsabilidad que estaba a punto de recaer

sobre él, se había retirado secretamente. Fué traído de nuevo a la

congregación, que observó con orgullo y satisfacción su aspecto

regio y porte noble, pues "desde el hombro arriba era más alto que el

pueblo." Aun Samuel, al presentarle ante la asamblea, exclamó:

"¿Habéis visto al que ha elegido Jehová, que no hay semejante a él

en todo el pueblo?" Y en contestación la enorme muchedumbre dió

un grito largo y regocijado: "¡Viva el rey!"

Samuel presentó luego al pueblo "el derecho del reino," y

declaró los principios en que se fundaba el gobierno monárquico y

por los cuales se había de regir. El rey no había de ser un monarca

absoluto, sino que había de ejercer su poder en sujeción a la

voluntad del Altísimo. Este discurso se escribió en un libro donde se

asentaron las prerrogativas del príncipe y los derechos y privilegios

del pueblo. Aunque la nación había menospreciado la advertencia de

Samuel y el fiel profeta se había visto forzado a acceder a sus

deseos, procuró en lo posible, salvaguardar sus libertades.

En tanto que la mayoría del pueblo estaba dispuesta a

reconocer a Saúl como su rey, un partido grande se le oponía. Les

parecía un agravio intolerable que el monarca se hubiese escogido

de entre la tribu de Benjamín, la más pequeña de todas las de Israel,

pasando por alto la tribu de Judá y la de Efraín, las más grandes y

poderosas. Estas tribus se negaron a prometer fidelidad y obediencia

830


a Saúl, y a traerle los regalos acostumbrados. Los que habían sido

más exigentes en su demanda de un rey fueron los mismos que se

negaron a aceptar con gratitud al hombre que Dios había designado.

Los miembros de cada una de las facciones tenían su favorito, a

quien deseaban ver en el trono, y entre los príncipes muchos habían

deseado el honor para sí. La envidia y los celos ardían en el corazón

de muchos. Los esfuerzos del orgullo y de la ambición habían

resultado en desengaño y descontento.

Así las cosas, Saúl no juzgó conveniente asumir la dignidad

real. Dejando a Samuel la administración del gobierno como antes,

regresó él a Gabaa. Lo escoltó allá con honores un grupo de

hombres que, viendo en él al hombre escogido divinamente, estaban

resueltos a sostenerlo. Pero él no hizo esfuerzo alguno por apoyar

con la fuerza su derecho al trono. En su casa de las alturas de

Benjamín, desempeñaba pacíficamente sus deberes de agricultor,

dejando enteramente a Dios el afianzamiento de su autoridad.

Poco después del nombramiento de Saúl, los amonitas, bajo su

rey Naas, invadieron el territorio de las tribus establecidas al este del

Jordán, y amenazaron la ciudad de Jabes de Galaad. Los habitantes

de esa región trataron de llegar a un entendimiento de paz

ofreciéndoles a los amonitas hacerse tributarios de ellos. A esto el

rey cruel no quiso acceder a menos que fuese bajo la condición de

que les sacara el ojo derecho a cada uno de ellos, como testimonio

permanente de su poder.

Los habitantes de la ciudad sitiada suplicaron que se les diera

831


una tregua de siete días. Los amonitas accedieron a esta solicitud,

creyendo que con esto engrandecerían más el honor de su esperado

triunfo. En seguida los de Jabes enviaron mensajeros para pedir

auxilio a las tribus del oeste del Jordán. Así llegaron a Gabaa las

noticias que despertaban terror por todas partes.

Por la noche, al regresar Saúl de seguir los bueyes en el campo,

oyó ruidosas lamentaciones indicadoras de una gran calamidad. Dijo

entonces: "¿Qué tiene el pueblo, que lloran?" Cuando se le contó la

vergonzosa historia, se despertaron todas sus facultades latentes. "El

espíritu de Dios arrebató a Saúl, ... y tomando un par de bueyes,

cortólos en piezas, y enviólas por todos los términos de Israel por

mano de mensajeros, diciendo: Cualquiera que no saliere en pos de

Saúl y en pos de Samuel, así será hecho a sus bueyes."

Trescientos treinta mil hombres se congregaron en la llanura de

Bezec, bajo las órdenes de Saúl. Inmediatamente se mandaron

mensajeros a los habitantes de la ciudad sitiada, con la promesa de

que podrían esperar auxilio al día siguiente, el mismo día en el cual

habían de someterse a los amonitas. Gracias a una rápida marcha

nocturna, Saúl y su ejército cruzaron el Jordán, y llegaron a Jabes, "a

la vela de la mañana." Dividiendo, como Gedeón, sus fuerzas en tres

compañías, cayó sobre el campo de los amonitas aquella madrugada,

en el momento en que, por no sospechar ningún peligro, estaban

menos en guardia. En el pánico que siguió al ataque, fueron

derrotados completamente y hubo una gran matanza. "Y los que

quedaron fueron dispersos, tal que no quedaron dos de ellos juntos."

832


La celeridad y el valor de Saúl, así como el don de mando que

reveló en la feliz dirección de tan grande ejército, eran cualidades

que el pueblo de Israel había deseado en su monarca, para poder

hacer frente a las otras naciones. Ahora le saludaron como su rey,

atribuyendo el honor de la victoria a los instrumentos humanos y

olvidándose de que sin la bendición especial de Dios todos sus

esfuerzos hubieran sido en vano. En el calor de su entusiasmo,

algunos propusieron que se diera muerte a los que al principio había

rehusado reconocer la autoridad de Saúl. Pero el rey intervino

diciendo: "No morirá hoy ninguno, porque hoy ha obrado Jehová

salud en Israel."

Con esto dió Saúl testimonio del cambio realizado en su

carácter. En vez de atribuirse el honor, dió a Dios toda la gloria. En

vez de manifestar un deseo de venganza, mostró un espíritu de

compasión y perdón. Este es un testimonio inequívoco de que la

gracia de Dios mora en el corazón.

Samuel propuso entonces que se convocara una asamblea

nacional en Gilgal, para que el reino fuese públicamente confiado a

Saúl. Se hizo así; "y sacrificaron allí víctimas pacíficas delante de

Jehová; y alegráronse mucho allí Saúl y todos los de Israel."

Gilgal había sido el sitio donde Israel había acampado por

primera vez en la tierra prometida. Allí fué donde Josué, por

indicación divina, erigió la columna de doce piedras para

conmemorar el cruce milagroso del Jordán. Allí se había reanudado

la práctica de la circuncisión. Allí se había celebrado la primera

833


pascua después del pecado de Cades y la peregrinación en el

desierto. Allí cesó el suministro del maná. Allí el Capitán de la

hueste de Jehová se había revelado como comandante en jefe de los

ejércitos de Israel. De ese sitio habían salido para conquistar a Jericó

y a Hai. Allí Acán recibió el castigo de su pecado, y se hizo con los

gabaonitas aquel tratado que castigó la negligencia de Israel en

cuanto a pedir consejo a Dios. En esa llanura, vinculada con tantos

recuerdos conmovedores, estaban Samuel y Saúl; y cuando los

gritos de bienvenida al rey se hubieron acallado, el anciano profeta

pronunció sus palabras de despedida como gobernante de la nación.

"He aquí--dijo él,--yo he oído vuestra voz en todas las cosas

que me habéis dicho, y os he puesto rey. Ahora pues, he aquí

vuestro rey va delante de vosotros. Yo soy ya viejo y cano; ... y yo

he andado delante de vosotros desde mi mocedad hasta este día.

Aquí estoy; atestiguad contra mí delante de Jehová y delante de su

ungido, si he tomado el buey de alguno, o si he tomado el asno de

alguno, o si he calumniado a alguien, o si he agraviado a alguno, o si

de alguien he tomado cohecho por el cual haya cubierto mis ojos: y

os satisfaré."

A una voz el pueblo contestó: "Nunca nos has calumniado, ni

agraviado, ni has tomado algo de mano de ningún hombre."

Samuel no procuraba meramente justificar su propia conducta.

Había expuesto previamente los principios que debían regir tanto al

rey como al pueblo, y deseaba tan sólo agregar a sus palabras el

peso de su propio ejemplo. Desde su niñez había estado relacionado

834


con la obra de Dios, y durante toda su larga vida había tenido un

solo propósito: la gloria de Dios y el mayor bienestar de Israel.

Antes de que pudiera Israel tener alguna esperanza de

prosperidad, debía ser inducido al arrepentimiento para con Dios.

Como consecuencia del pecado había perdido la fe en Dios, y la

capacidad de discernir su poder y sabiduría para gobernar la nación;

había perdido su confianza en que Dios pudiera vindicar su causa.

Antes de que pudieran los israelitas hallar verdadera paz, debían ser

inducidos a ver y confesar el pecado mismo del cual se habían hecho

culpables. Habían expresado así su objeto al exigir un rey: "Nuestro

rey nos gobernará, y saldrá delante de nosotros, y hará nuestras

guerras."

Samuel reseñó la historia de Israel, desde el día en que Dios lo

sacó de Egipto. Jehová, el Rey de reyes, había ido siempre delante

de ellos, y había librado sus batallas. A menudo sus propios pecados

los habían entregado al poder de sus enemigos, pero tan pronto

como ellos se apartaban de sus caminos impíos, la misericordia de

Dios les suscitaba un libertador. El Señor envió a Gedeón y a Barac,

"a Jephté, y a Samuel, y os libró de mano de vuestros enemigos

alrededor, y habitasteis seguros." Sin embargo, cuando se vieron

amenazados de peligro declararon: "Rey reinará sobre nosotros;

siendo--dijo el profeta--vuestro rey Jehová vuestro Dios."

Samuel continuó diciendo: "Esperad aún ahora, y mirad esta

gran cosa que Jehová hará delante de vuestros ojos. ¿No es ahora la

siega de los trigos? Yo clamaré a Jehová, y él dará truenos y aguas;

835


para que conozcáis y veáis que es grande vuestra maldad que habéis

hecho en los ojos de Jehová, pidiéndoos rey. Y Samuel clamó a

Jehová; y Jehová dió truenos y aguas en aquel día."

En el Oriente, no solía llover durante el tiempo de la siega del

trigo, en los meses de mayo y junio. El cielo se mantenía despejado,

y el aire era sereno y suave. Una tormenta tan violenta en ese tiempo

llenó de temor todos los corazones. Con humillación el pueblo

confesó sus pecados,--el pecado preciso del cual se había hecho

culpable: "Ruega por tus siervos a Jehová tu Dios, que no muramos:

porque a todos nuestros pecados hemos añadido este mal de pedir

rey para nosotros."

Samuel no dejó al pueblo en el desaliento, pues éste habría

impedido todo esfuerzo por vivir mejor. Satanás los habría inducido

a considerar a Dios como severo e implacable, y así habrían

quedado expuestos a múltiples tentaciones. Dios es misericordioso y

perdonador, y desea siempre manifestar favor hacia su pueblo

cuando éste obedece a su voz. "No temáis--fué el mensaje que Dios

envió por medio de su siervo:--vosotros habéis cometido todo este

mal; mas con todo eso no os apartéis de en pos de Jehová, sino

servid a Jehová con todo vuestro corazón: no os apartéis en pos de

las vanidades, que no aprovechan ni libran, porque son vanidades.

Pues Jehová no desamparará a su pueblo."

Nada dijo Samuel acerca del desprecio que él había sufrido; ni

reprochó a Israel la ingratitud con la cual le había retribuido toda

una vida de devoción. Antes le prometió seguir interesándose

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incesantemente por él: "Así que, lejos sea de mí que peque yo contra

Jehová cesando de rogar por vosotros; antes yo os enseñaré por el

camino bueno y derecho. Solamente temed a Jehová, y servidle de

verdad con todo vuestro corazón, porque considerad cuán grandes

cosas ha hecho con vosotros. Mas si perseverareis en hacer mal,

vosotros y vuestro rey pereceréis."

837


Capítulo 60

La presunción de Saúl

Después de la asamblea de Gilgal, Saúl licenció el ejército que

había acudido a su llamamiento para destruir a los amonitas. Sólo

retuvo una reserva de dos mil hombres que habían de permanecer

apostados bajo su mando en Michmas, y mil hombres para que

asistieran a su hijo Jonatán en Gabaa. Esto fué un grave error. Su

ejército se había llenado de esperanza y ánimo con la victoria

reciente; y si él hubiera procedido inmediatamente contra otras

naciones enemigas de Israel, habría dado un golpe decisivo en pro

de las libertades de la nación.

Mientras tanto, sus belicosos vecinos, los filisteos, estaban

activos. Aun después de la derrota de Eben-ezer, habían conservado

algunos fortines en las colinas de la tierra de Israel; y ahora se

establecieron en el mismo corazón del país. En cuanto a facilidades,

armas y equipo en general, los filisteos tenían una gran ventaja sobre

Israel. Durante el largo período de su opresión, habían procurado

acrecentar su poder prohibiéndoles a los israelitas que practicaran el

oficio de herreros, no fuera que se fabricaran armas de guerra. Una

vez hecha la paz, los hebreos hubieron de seguir acudiendo a las

guarniciones filisteas para los trabajos de esa clase que necesitaban.

Dominados por el amor a la comodidad, y por el espíritu abyecto

que creara la larga opresión, los hombres de Israel habían

descuidado, en alto grado, el proporcionarse armas de combate. En

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la guerra se usaban arcos y hondas, y los israelitas podían obtener

estas cosas; pero ninguno de ellos, excepto Saúl y su hijo Jonatán,

poseían una lanza o una espada. 1 Samuel 13:22.

Hasta el segundo año del reinado de Saúl no se hizo esfuerzo

alguno por subyugar a los filisteos. El primer golpe fué dado por

Jonatán, el hijo del rey, que atacó y venció la fortaleza de Gabaa.

Los filisteos exasperados por la derrota que habían sufrido, se

dispusieron a atacar con celeridad a Israel.

Saúl mandó entonces proclamar la guerra a son de trompeta en

toda la tierra, para llamar a todos los hombres de guerra, inclusive

las tribus de allende el Jordán, a fin de que se reunieran en Gilgal.

Esta orden y citación fué obedecida.

Los filisteos habían reunido un enorme ejército en Michmas,

"treinta mil carros, y seis mil caballos, y pueblo como la arena que

está a la orilla de la mar en multitud." 1 Samuel 13:5. Cuando lo

llegaron a saber Saúl y su ejército en Gilgal, el pueblo se atemorizó

al pensar en las enormes fuerzas que habría de arrostrar en batalla.

No estaba preparado para ello, y muchos estaban tan aterrorizados

que rehuían la prueba de un encuentro. Algunos atravesaron el

Jordán, en tanto que otros se escondieron en cuevas y hoyos, y entre

las rocas que abundaban en aquella región. A medida que se

acercaba la hora de la batalla, el número de desertores aumentaba, y

los que no se habían retirado de sus puestos estaban llenos de temor

y de presentimientos desfavorables.

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Cuando Saúl fué ungido rey de Israel, había recibido de Samuel

instrucciones precisas acerca de la conducta que debía seguir en esa

ocasión. "Bajarás delante de mí a Gilgal--le había dicho el profeta;--

y luego descenderé yo a ti para sacrificar holocaustos, e inmolar

víctimas pacíficas. Espera siete días, hasta que yo venga a ti, y te

enseñe lo que has de hacer." 1 Samuel 10:8.

Saúl estuvo aguardando un día tras otro, pero sin hacer

esfuerzos decididos por animar al pueblo ni inspirarle confianza en

Dios. Antes que hubiera expirado el plazo señalado por el profeta, se

impacientó por la tardanza, y se dejó desalentar por las

circunstancias difíciles que le rodeaban. En vez de procurar

fielmente preparar al pueblo para el servicio que Samuel iba a

celebrar, cedió a la incredulidad y los funestos presentimientos.

Buscar a Dios por medio del sacrificio era una obra muy solemne e

importante; y Dios exigía que su pueblo escudriñara sus corazones y

se arrepintiera de sus pecados, para que la ofrenda le fuera aceptable

y su bendición pudiera acompañar sus esfuerzos por vencer al

enemigo. Pero Saúl se había vuelto inquieto; y el pueblo, en vez de

confiar en Dios y en su ayuda, quería ser dirigido por el rey a quien

había escogido.

Sin embargo, el Señor seguía interesándose en ese pueblo, y no

lo entregó a los desastres que le habrían sobrevenido si el brazo

frágil de la carne hubiera sido su único sostén. Lo puso en

estrecheces para que pudiese convencerse de cuán insensato es fiar

en el hombre, y para que se volviera a él como a su única fuente de

auxilio.

840


Había llegado la hora de la prueba para Saúl. Debía él

demostrar si quería o no depender de Dios y esperar con paciencia

en conformidad con su mandamiento, revelando así si era hombre en

quien Dios podía confiar como soberano de su pueblo en

estrecheces, o si iba a vacilar y revelarse indigno de la sagrada

responsabilidad que había recaído en él. ¿Escucharía el rey escogido

por Israel al Soberano de todos los reyes? ¿Dirigiría él la atención de

sus soldados pusilánimes hacia Aquel en quien hay fuerza y

liberación sempiternas?

Con impaciencia creciente esperaba Saúl la llegada de Samuel,

y atribuía la confusión, la angustia y la deserción de su ejército a la

ausencia del profeta. Llegó el momento señalado, pero el varón de

Dios no apareció inmediatamente. La providencia de Dios había

detenido a su siervo. Pero el espíritu inquieto e impulsivo de Saúl no

pudo ser refrenado por más tiempo. Creyendo que debía hacerse

algo para calmar los temores del pueblo, resolvió convocar una

asamblea para el servicio religioso, e implorar la ayuda divina

mediante el sacrificio. Dios había ordenado que sólo los que habían

sido consagrados para el servicio divino podían presentarle los

sacrificios. Pero Saúl mandó: "Traedme holocausto y sacrificios

pacíficos" (véase 1 Samuel 13, 14), y así como estaba, equipado con

su armadura y sus armas de guerra, se acercó al altar y ofreció el

sacrificio delante de Dios.

"Y como él acababa de hacer el holocausto, he aquí Samuel

que venía; y Saúl le salió a recibir para saludarle." Samuel vió en

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seguida que Saúl había obrado contrariamente a las instrucciones

expresas que se le habían dado. El Señor había dicho por medio del

profeta que en esa ocasión revelaría lo que Israel debía hacer en esta

crisis. Si Saúl hubiera cumplido las condiciones bajo las cuales se

prometió la ayuda divina, el Señor habría librado maravillosamente

a Israel mediante los pocos que permanecieran fieles al rey. Pero

Saúl estaba tan satisfecho de sí mismo y de su obra, que fué al

encuentro del profeta como quien merecía alabanza y no

desaprobación.

El semblante de Samuel estaba cargado de ansiedad y

tribulación; pero a su pregunta: "¿Qué has hecho?" Saúl contestó

excusando su acto de presunción y dijo: "Vi que el pueblo se me iba,

y que tú no venías al plazo de los días, y que los Filisteos estaban

juntos en Michmas, me dije: Los Filisteos descenderán ahora contra

mí a Gilgal, y yo no he implorado el favor de Jehová. Esforcéme

pues, y ofrecí holocausto.

"Entonces Samuel dijo a Saúl: Locamente has hecho; no

guardaste el mandamiento de Jehová tu Dios, que él te había

intimado; porque ahora Jehová hubiera confirmado tu reino sobre

Israel para siempre. Mas ahora tu reino no será durable: Jehová se

ha buscado varón según su corazón, al cual Jehová ha mandado que

sea capitán sobre su pueblo.... Y levantándose Samuel, subió de

Gilgal a Gabaa de Benjamín."

O Israel debía dejar de ser el pueblo de Dios, o el principio en

que se fundaba la monarquía debía mantenerse y la nación debía ser

842


gobernada por un poder divino. Si Israel quería pertenecer

enteramente al Señor, si la voluntad de lo humano y de lo terrenal se

mantenía en completa sujeción a la voluntad de Dios, él continuaría

siendo el Soberano de Israel. Sería él su defensa mientras el rey y el

pueblo se condujeran como subordinados a Dios. Pero ninguna

monarquía podía prosperar en Israel si no reconocía en todas las

cosas la autoridad suprema de Dios.

Si en esta hora de prueba Saúl hubiera demostrado alguna

consideración por los requerimientos divinos, el Señor podría haber

realizado su voluntad por medio de él. Al fracasar entonces

demostró que no era apto para desempeñar el cargo de vicegerente

de Dios ante su pueblo. Más bien descarriaría a Israel. Su voluntad,

y no la voluntad de Dios, sería el poder dominador. Si Saúl hubiera

sido fiel, su reino se habría afirmado para siempre; pero en vista de

que había fracasado, el propósito de Dios debía ser alcanzado por

medio de otro. El gobierno de Israel debía ser confiado a quien

gobernara al pueblo de acuerdo con la voluntad del Cielo.

No sabemos cuáles son los grandes intereses que pueden

hallarse en juego cuando Dios nos prueba. No hay seguridad

excepto en la obediencia estricta a la palabra de Dios. Todas sus

promesas se han hecho bajo una condición de fe y obediencia, y el

no cumplir sus mandamientos impide que se cumplan para nosotros

las abundantes provisiones de las Escrituras. No debemos seguir

nuestros impulsos, ni depender de los juicios de los hombres;

debemos mirar a la voluntad revelada de Dios y andar de acuerdo

con sus mandamientos definitivos, cualesquiera que sean las

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circunstancias. Dios se hará cargo de los resultados; mediante la

fidelidad a su palabra podemos demostrar en la hora de las pruebas,

delante de los hombres y de los ángeles, que el Señor puede confiar

en que aun en lugares difíciles cumpliremos su voluntad,

honraremos su nombre, y beneficiaremos a su pueblo.

Saúl había perdido el favor de Dios, y sin embargo no quería

humillar su corazón con arrepentimiento. Lo que le faltaba en

piedad verdadera, quería suplirlo con su celo en las formas

religiosas. Saúl no desconocía la derrota sufrida por Israel cuando el

arca de Dios fué llevada al campamento por Ophni y Phinees; y a

pesar de esto resolvió mandar que trajeran el arca sagrada y al

sacerdote que la atendía. Si por estos medios lograba inspirar

confianza al pueblo, esperaba que podría reorganizar su ejército

disperso, y presentar batalla a los filisteos. Ya no necesitaría la

presencia y el apoyo de Samuel, y así se libraría de la crítica y los

reproches del profeta.

El Espíritu Santo había sido otorgado a Saúl para iluminar su

entendimiento y ablandar su corazón. Había recibido instrucciones

fieles y reproches sinceros del profeta de Dios. Y sin embargo,

¡cuánta perversidad manifestaba! La historia del primer rey de Israel

representa un triste ejemplo del poder de los malos hábitos

adquiridos durante la primera parte de la vida. En su juventud Saúl

no había amado ni temido a Dios; y su espíritu impetuoso, que no

había aprendido a someterse en temprana edad, estaba siempre

dispuesto a rebelarse contra la autoridad divina. Los que en su

juventud manifiestan una sagrada consideración por la voluntad de

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Dios y cumplen fielmente los deberes de su cargo, quedarán

preparados para los servicios más elevados de la otra vida. Pero los

hombres no pueden pervertir durante años las facultades que Dios

les ha dado y luego, cuando decidan cambiar de conducta, encontrar

estas facultades frescas y libres para seguir un camino opuesto.

Los esfuerzos de Saúl para despertar al pueblo resultaron

fútiles. Encontrando que sus fuerzas habían sido reducidas a

seiscientos hombres, se fué de Gilgal, y se retiró a la fortaleza de

Gabaa, recién librada de filisteos. Estaba este baluarte en el borde

meridional de un valle profundo y escarpado o desfiladero, a pocas

millas al norte de Jerusalén. Al norte del mismo valle, en Michmas,

acampaba el ejército filisteo, y salían destacamentos en diferentes

direcciones para saquear el país.

Dios había permitido que las cosas culminaran en esa crisis,

para poder reprender la perversidad de Saúl y enseñar al pueblo una

lección de humildad y de fe. A causa del pecado de presunción

cometido por Saúl al presentar su sacrificio, el Señor no quiso darle

el honor de vencer a los filisteos. Jonatán, el hijo del rey, hombre

que temía al Señor, fué escogido como el instrumento que había de

liberar a Israel. Movido por un impulso divino, propuso a su

escudero que hicieran un ataque secreto contra el campamento del

enemigo. "Quizá--dijo él--hará Jehová por nosotros; que no es difícil

a Jehová salvar con multitud o con poco número."

El escudero, que también era hombre de fe y oración, le alentó

en su plan, y juntos se retiraron secretamente del campamento, no

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fuese que sus propósitos encontraran oposición. Después de orar con

fervor al Guía de sus padres, convinieron en una señal por medio de

la cual determinarían su modo de proceder. Luego, bajando a la

garganta que separaba los dos ejércitos, avanzaron en silencio, a la

sombra de la roca a pique, y parcialmente ocultados por los

montículos del valle. Al aproximarse al fuerte filisteo, fueron vistos

por sus enemigos, quienes exclamaron en tono insultante: "He aquí

los Hebreos, que salen de las cavernas en que se habían escondido,"

y los desafiaron diciéndoles: "Subid a nosotros, y os haremos saber

una cosa," con lo cual querían decir que castigarían a los dos

israelitas por su atrevimiento. Este reto era la señal que Jonatán y su

compañero habían convenido en aceptar como testimonio de que el

Señor daría éxito a su empresa. Desapareciendo entonces de la vista

de los filisteos, y escogiendo un sendero secreto y difícil, los

guerreros se dirigieron a la cumbre de una peña que había sido

considerada inaccesible, y que no estaba muy resguardada.

Penetraron así en el campamento del enemigo, y mataron a los

centinelas, que, abrumados por la sorpresa y el temor, no ofrecieron

resistencia alguna.

Los ángeles del cielo escudaron a Jonatán y a su acompañante;

pelearon a su lado, y los filisteos sucumbieron delante de ellos. La

tierra tembló como si se aproximara una gran multitud de soldados a

caballo y carros de guerra. Jonatán reconoció las muestras de ayuda

divina, y hasta los filisteos comprendieron que Dios obraba por el

libramiento de Israel. Un gran temor se apoderó de la hueste

enemiga, tanto en el campo de batalla como en la guarnición. En la

confusión que siguió, tomando equivocadamente a sus propios

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soldados como enemigos, los filisteos comenzaron a matarse

mutuamente.

Pronto se oyó en el campamento de Israel el ruido de la batalla.

Los centinelas del rey le informaron que había una gran confusión

entre los filisteos, y que su número estaba disminuyendo. Sin

embargo, no había noticia de que alguna parte del ejército hebreo

hubiera salido del campamento. Al inquirir sobre el asunto, se

comprobó que nadie se había ausentado del campamento excepto

Jonatán y su escudero. Pero viendo que los filisteos iban perdiendo,

Saúl llevó su ejército a participar en el asalto. Los desertores

hebreos que se habían pasado al enemigo se volvieron ahora contra

él; gran número salió también de sus escondites, y mientras los

filisteos huían el ejército de Saúl les infligió terribles estragos.

Resuelto a aprovechar hasta lo sumo su ventaja, el rey prohibió

precipitadamente a sus soldados que comieran alimento alguno

durante todo el día, y reforzó su mandamiento por esta solemne

imprecación: "Cualquiera que comiere pan hasta la tarde, hasta que

haya tomado venganza de mis enemigos, sea maldito." Ya se había

ganado la victoria, sin el conocimiento ni la cooperación de Saúl;

pero él esperaba distinguirse mediante la destrucción total del

ejército derrotado. La orden de no comer fué motivada por una

ambición egoísta, y demostraba que el rey era indiferente a las

necesidades de su pueblo cuando ellas contrariaban su deseo de

ensalzamiento propio. Y al confirmar esta prohibición mediante un

juramento solemne, demostró Saúl que era profano a la vez que

temerario. Las palabras mismas de la maldición atestiguan que el

847


celo de Saúl era en favor suyo, y no para la gloria de Dios. Declaró

que su propósito no era "que el Señor fuese vengado de sus

enemigos," sino "que haya tomado venganza de mis enemigos."

La prohibición dió lugar a que el pueblo violase el

mandamiento de Dios. Habían estado peleando todo el día, y se

sentían débiles por falta de alimento; y tan pronto como terminaron

las horas abarcadas por la restricción, cayeron sobre el botín de

guerra, y devoraron carne con sangre, violando así la ley que

prohibía comer sangre.

Durante la batalla, Jonatán, que nada sabía del mandamiento

del rey, lo violó inadvertidamente al comer un poco de miel

mientras pasaba por el bosque. Saúl lo supo por la noche. Había

declarado que la violación de su edicto sería castigada con la

muerte. Aunque Jonatán no se había hecho culpable de un pecado

voluntario, a pesar de que Dios le había preservado la vida

milagrosamente y había obrado la liberación por medio de él, el rey

declaró que la sentencia debía ejecutarse. Perdonar la vida a su hijo

habría sido de parte de Saúl reconocer tácitamente que había pecado

al hacer un voto tan temerario. Habría humillado su orgullo

personal. "Así me haga Dios--fué la terrible sentencia--y así me

añada, que sin duda morirás, Jonathán."

Saúl no podía atribuirse el honor de la victoria, pero esperaba

ser honrado por su celo en mantener la santidad de su juramento.

Aun a costa del sacrificio de su hijo, quería grabar en la mente de

sus súbditos el hecho de que la autoridad real debía mantenerse.

848


Hacía poco que, en Gilgal, Saúl había pretendido oficiar como

sacerdote, contrariando el mandamiento de Dios. Cuando Samuel le

reprendió, se obstinó en justificarse. Ahora que se había

desobedecido a su propio mandato, a pesar de que era un desacierto

y había sido violado por ignorancia, el rey y padre sentenció a

muerte a su propio hijo.

El pueblo se negó a permitir que la sentencia fuese ejecutada.

Desafiando la ira del rey, declaró: "¿Ha pues de morir Jonathán, el

que ha hecho esta salud grande en Israel? No será así. Vive Jehová,

que no ha de caer un cabello de su cabeza en tierra, pues que ha

obrado hoy con Dios." El orgulloso monarca no se atrevió a

menospreciar este veredicto unánime, y así se salvó la vida de

Jonatán.

Saúl no pudo menos de reconocer que su hijo le era preferido

tanto por el pueblo como por el Señor. La salvación de Jonatán

constituyó un reproche severo para la temeridad del rey. Presintió

que sus maldiciones recaerían sobre su propia cabeza. No prosiguió

ya la guerra contra los filisteos, sino que regresó a su pueblo,

melancólico y descontento.

Los que están más dispuestos a excusarse o justificarse en el

pecado son a menudo los más severos para juzgar y condenar a los

demás. Muchos, como Saúl, atraen sobre sí el desagrado de Dios,

pero rechazan los consejos y menosprecian las reprensiones. Aun

cuando están convencidos de que el Señor no está con ellos, se

niegan a ver en sí mismos la causa de su dificultad. Albergan un

849


espíritu orgulloso y jactancioso, mientras se entregan a juzgar y

reconvenir cruel y severamente a otros que son mejores que ellos.

Sería bueno que cuantos se constituyen en jueces meditasen en estas

palabras de Cristo: "Con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados; y

con la medida con que medís, os volverán a medir." Mateo 7:2.

A menudo los que procuran ensalzarse se ven puestos en

situaciones que revelan su carácter. Así pasó en el caso de Saúl. Su

conducta convenció al pueblo de que apreciaba el honor y la

autoridad reales más que la justicia, la misericordia o la

benevolencia. Así fué inducido a ver el error que había cometido al

rechazar la forma de gobierno que Dios le había dado. El pueblo

había renunciado al profeta piadoso, cuyas oraciones habían traído

grandes bendiciones, por un rey que en su celo ciego había

impetrado una maldición sobre ellos.

Si los hombres de Israel no hubieran intervenido para salvar la

vida de Jonatán, su libertador habría perecido por decreto del rey.

¡Con qué dudas y vacilaciones debe haber seguido aquel pueblo

desde entonces la dirección de Saúl! ¡Cuán amargo les habrá sido

pensar que había sido colocado en el trono por decisión de ellos

mismos! El Señor soporta por mucho tiempo los extravíos de los

hombres, y a todos les otorga la oportunidad de ver y abandonar sus

pecados; pero aun cuando parecería que hace prosperar a los que

menosprecian su voluntad y pasan por alto sus advertencias, pondrá

oportuna y seguramente de manifiesto la insensatez de ellos.

850


Capítulo 61

Saúl rechazado

Saúl no había soportado la prueba de su fe en el lance

dificultoso de Gilgal, y había deshonrado el servicio de Dios; pero

sus errores no eran todavía irreparables, y el Señor quiso concederle

otra oportunidad para que aprendiera a tener una fe implícita en su

palabra y a obedecer a sus mandamientos.

Cuando fué reprendido por el profeta en Gilgal, no le pareció a

Saúl que hubiera un gran pecado en la conducta que había seguido.

Creyó que había sido tratado injustamente y, procurando vindicar

sus acciones, presentó excusas por su error. Desde entonces tuvo

muy pocas relaciones con el profeta. Samuel amaba a Saúl como a

un hijo propio, mientras que Saúl, de temperamento osado y

ardiente, había estimado mucho al profeta; pero la reprensión de

Samuel despertó su resentimiento, y desde entonces le evitaba en lo

posible.

Pero el Señor envió a su siervo con otro mensaje para Saúl. Por

la obediencia podía probar todavía que era fiel a Dios y digno de ir a

la cabeza de Israel. Samuel fué adonde estaba el rey, y le entregó el

mensaje del Señor. Para que el monarca pudiera comprender cuán

importante es acatar el mandamiento, Samuel declaró expresamente

que le hablaba por orden divina, por la misma autoridad que había

llamado a Saúl al trono. El profeta dijo: "Así ha dicho Jehová de los

851


ejércitos: Acuérdome de lo que hizo Amalec a Israel; que se le

opuso en el camino, cuando subía de Egipto. Ve pues, y hiere a

Amalec, y destruiréis en él todo lo que tuviere: y no te apiades de él:

mata hombres, mujeres, niños y mamantes, vacas y ovejas, camellos

y asnos." Véase 1 Samuel 15.

Los amalecitas fueron los primeros que guerrearon contra Israel

en el desierto; y a causa de este pecado, juntamente con la manera

en que desafiaban a Dios y se envilecieron por la idolatría, el Señor,

por medio de Moisés, había pronunciado sentencia contra ellos. Por

instrucción divina, quedó registrada la historia de su crueldad hacia

Israel, con la orden: "Raerás la memoria de Amalec de debajo del

cielo: no te olvides." Deuteronomio 25:19. Durante cuatrocientos

años se había postergado la ejecución de esta sentencia; pero los

amalecitas no se habían apartado de sus pecados. El Señor sabía que

esta gente impía raería, si fuera posible, su pueblo y su culto de la

tierra. Ahora había llegado la hora en que debía ejecutarse la tan

diferida sentencia.

La paciencia de Dios hacia los impíos envalentona a los

hombres en la transgresión; pero el hecho de que su castigo se

demore no lo hará menos seguro ni menos terrible. "Jehová se

levantará como en el monte Perasim, como en el valle de Gabaón se

enojará para hacer su obra, su extraña obra, y para hacer su

operación, su extraña operación." Isaías 28:21.

Para nuestro Dios misericordioso, el acto del castigo es un acto

extraño. "Vivo yo, dice el Señor Jehová, que no quiero la muerte del

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impío, sino que se torne el impío de su camino, y que viva."

Ezequiel 33:11. El Señor es "misericordioso, y piadoso; tardo para

la ira, y grande en benignidad y verdad, ... que perdona la iniquidad,

la rebelión, y el pecado." No obstante, "de ningún modo justificará

al malvado." Éxodo 34:6, 7. Aunque no se deleita en la venganza,

ejecutará su juicio contra los transgresores de su ley. Se ve forzado a

ello, para salvar a los habitantes de la tierra de la depravación y la

ruina total. Para salvar a algunos, debe eliminar a los que se han

empedernido en el pecado. "Jehová es tardo para la ira, y grande en

poder, y no tendrá al culpado por inocente." Nahúm 1:3. Mediante

terribles actos de justicia vindicará la autoridad de su ley pisoteada.

El mismo hecho de que le repugna ejecutar la justicia, atestigua la

enormidad de los pecados que exigen sus juicios, y la severidad de

la retribución que espera al transgresor.

Pero aun mientras Dios ejecuta su justicia, recuerda la

misericordia. Los amalecitas debían ser destruídos, pero los cineos,

que moraban entre ellos, se habían de salvar. Este pueblo, aunque no

estaba enteramente libre de la idolatría, adoraba a Dios, y

manifestaba amistad hacia Israel. De esta tribu procedía el cuñado

de Moisés, Obab, quien había acompañado a los israelitas en sus

viajes por el desierto, y por su conocimiento del país les había

prestado valiosos servicios.

Desde que los filisteos fueron derrotados en Michmas, Saúl

había guerreado contra Moab, Ammón y Edom, como también

contra los amalecitas y los filisteos; y dondequiera que dirigiera sus

armas, ganaba nuevas victorias. Al recibir la orden de ir contra los

853


amalecitas, en seguida proclamó la guerra. A su autoridad de rey se

agregó la del profeta, y al ser convocados para la batalla, todos los

hombres de Israel acudieron a su estandarte.

Esta expedición no se había de emprender con un objeto de

engrandecimiento personal; los israelitas no habían de recibir ni el

honor de la conquista ni los despojos de sus enemigos. Debían

emprender aquella guerra únicamente como un acto de obediencia a

Dios, con el propósito de ejecutar el juicio de él contra los

amalecitas. Dios quería que todas las naciones contemplaran la

suerte funesta de aquel pueblo que había desafiado su soberanía, y

que notaran cómo era destruído por el pueblo mismo que habían

menospreciado.

"Y Saúl hirió a Amalec, desde Havila hasta llegar a Shur, que

está a la frontera de Egipto. Y tomó vivo a Agag rey de Amalec,

mas a todo el pueblo mató a filo de espada. Y Saúl y el pueblo

perdonaron a Agag, y a lo mejor de las ovejas, y al ganado mayor, a

los gruesos y a los carneros, y a todo lo bueno: que no lo quisieron

destruir: mas todo lo que era vil y flaco destruyeron."

La victoria contra los amalecitas fué la más brillante que Saúl

jamás ganara, y sirvió para reanimar el orgullo de su corazón, que

era su mayor peligro. El edicto divino que condenaba a los enemigos

de Dios a la destrucción total, no fué sino parcialmente cumplido.

Con la ambición de realzar el honor de su regreso triunfal con la

presencia de un cautivo real, Saúl se aventuró a imitar las

costumbres de las naciones vecinas, y por eso, salvó a Agag, el feroz

854


y belicoso rey de los amalecitas. El pueblo se reservó lo mejor de los

rebaños, manadas y bestias de carga, disculpando su pecado con la

excusa de que guardaba el ganado para ofrecerlo como sacrificio al

Señor. Pero su objeto era usar estos animales meramente como

substitutos, para economizar su propio ganado.

A Saúl se le había sometido ahora a la prueba final. Su

presuntuoso desprecio de la voluntad de Dios, al revelar su

resolución de gobernar como monarca independiente, demostró que

no se le podía confiar el poder real como vicegerente del Señor.

Mientras Saúl y su ejército volvían a sus hogares

entusiasmados por la victoria, había profunda angustia en la casa de

Samuel el profeta. Este había recibido del Señor un mensaje que

denunciaba el procedimiento del rey: "Pésame de haber puesto por

rey a Saúl, porque se ha vuelto de en pos de mí, y no ha cumplido

mis palabras." El profeta se afligió profundamente por la conducta

del rey rebelde, y lloró y oró toda la noche pidiendo que se revocara

la terrible sentencia.

El arrepentimiento de Dios no es como el del hombre. "El

Vencedor de Israel no mentirá, ni se arrepentirá: porque no es

hombre que se arrepienta." El arrepentimiento del hombre implica

un cambio de parecer. El arrepentimiento de Dios implica un

cambio de circunstancias y relaciones. El hombre puede cambiar su

relación hacia Dios al cumplir las condiciones que le devolverán el

favor divino, o puede, por su propia acción, colocarse fuera de la

condición favorecedora; pero el Señor es el mismo "ayer, y hoy, y

855


por los siglos." Hebreos 13:8. La desobediencia de Saúl cambió su

relación para con Dios; pero quedaron sin alteración las condiciones

para ser aceptado por Dios: los requerimientos de Dios seguían

siendo los mismos; pues en él "no hay mudanza, ni sombra de

variación." Santiago 1:17.

Con corazón adolorido salió el profeta la siguiente mañana al

encuentro del rey descarriado. Samuel abrigaba la esperanza de que

Saúl, al reflexionar, reconociera su pecado, y por el arrepentimiento

y humillación, fuese restaurado al favor divino. Pero cuando se ha

dado el primer paso en el sendero de la transgresión, el camino se

vuelve fácil. Saúl, envilecido por su desobediencia, vino al

encuentro de Samuel con una mentira en los labios. Exclamó:

"Bendito seas tú de Jehová; yo he cumplido la palabra de Jehová."

Los ruidos que oía el profeta desmentían la declaración del rey

desobediente. A la pregunta directa: "¿Pues qué balido de ganados y

bramido de bueyes es éste que yo oigo con mis oídos?" contestó

Saúl: "De Amalec los han traído; porque el pueblo perdonó a lo

mejor de las ovejas y de las vacas, para sacrificarlas a Jehová tu

Dios; pero lo demás lo destruimos." El pueblo había obedecido a las

instrucciones de Saúl; pero éste, para escudarse, quería cargar al

pueblo con el pecado de su propia desobediencia.

El mensaje de que Saúl había sido rechazado infundía indecible

tristeza al corazón de Samuel. Debía dárselo ante todo el ejército de

Israel, cuando todos rebosaban de orgullo y regocijo triunfal por la

victoria acreditada al valor y la estrategia de su rey, pues Saúl no

856


había asociado a Dios con el éxito de Israel en este conflicto; pero

cuando el profeta comprobó la evidencia de la rebelión de Saúl, se

indignó al ver como había violado el mandamiento del Cielo e

inducido al pecado a Israel aquel que había sido tan altamente

favorecido por Dios.

Samuel no fué engañado por el subterfugio del rey. Con dolor e

indignación declaró: "Déjame declararte lo que Jehová me ha dicho

esta noche.... Siendo tú pequeño en tus ojos ¿no has sido hecho

cabeza a las tribus de Israel, y Jehová te ha ungido por rey sobre

Israel?" Le repitió el mandamiento del Señor con respecto a Amalec,

y quiso saber por qué había desobedecido el rey.

Saúl persistió en justificarse: "Antes he oído la voz de Jehová,

y fuí a la jornada que Jehová me envió, y he traído a Agag rey de

Amalec, y he destruído a los Amalecitas: mas el pueblo tomó del

despojo ovejas y vacas, las primicias del anatema, para sacrificarlas

a Jehová tu Dios en Gilgal."

Con palabras severas y solemnes el profeta deshizo su refugio

de mentiras, y pronunció la sentencia irrevocable: "¿Tiene Jehová

tanto contentamiento con los holocaustos y víctimas, como en

obedecer a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor

que los sacrificios; y el prestar atención que el sebo de los carneros:

porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e

idolatría el infringir. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová,

él también te ha desechado para que no seas rey."

857


Cuando el rey oyó esta temible sentencia, exclamó: "Yo he

pecado; que he quebrantado el dicho de Jehová y tus palabras:

porque temí al pueblo, consentí a la voz de ellos." Aterrorizado por

la denuncia del profeta, Saúl reconoció su culpa, que antes había

negado tercamente; pero siguió culpando al pueblo y declarando que

había pecado por temor a él.

No era una tristeza causada por su pecado, sino más bien el

temor a la pena, lo que movía al rey de Israel cuando rogó así a

Samuel: "Perdona pues ahora mi pecado, y vuelve conmigo para que

adore a Jehová." Si Saúl hubiera sentido arrepentimiento verdadero,

habría confesado públicamente su pecado, pero se preocupaba

principalmente de conservar su autoridad y retener la lealtad del

pueblo. Deseaba ser honrado con la presencia de Samuel para

fortalecer su propia influencia en la nación.

"No volveré contigo--fué la contestación del profeta;--porque

desechaste la palabra de Jehová, y Jehová te ha desechado para que

no seas rey sobre Israel."

Cuando Samuel se volvió para marcharse, el rey, desesperado

por el temor, trabó de su manto para detenerle, pero éste se rasgó en

sus manos. Declaró entonces el profeta: "Jehová ha desgarrado hoy

de ti el reino de Israel, y lo ha dado a tu prójimo mejor que tú."

Saúl estaba más perturbado porque se veía enajenado de

Samuel que por el desagrado de Dios. Sabía que el pueblo confiaba

más en el profeta que en él mismo. Si por orden divina se ungía

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ahora a otro rey, comprendía Saúl que le sería imposible mantener

su autoridad. Temía que si Samuel le abandonaba completamente se

produjera una revuelta inmediata. Saúl suplicó al profeta que le

honrara ante los ancianos y el pueblo uniéndosele públicamente en

un servicio religioso. Por indicación divina, Samuel accedió a la

petición del rey, a fin de no dar lugar a una revuelta. Pero sólo se

quedó allí como testigo silencioso del servicio.

Había de cumplirse todavía un acto de justicia severo y terrible.

Samuel debía vindicar públicamente el honor de Dios, y reprender la

conducta de Saúl. Mandó que se trajera ante él al rey de los

amalecitas. Agag era más culpable y más despiadado que todos los

que habían perecido por la espada de Israel. Era hombre que había

odiado al pueblo de Dios y procurado destruirlo por todos los

medios a su alcance. Había ejercido la influencia más enérgica en

favor de la idolatría. Vino a la orden del profeta, lisonjeándose de

que el peligro de muerte había pasado. Samuel declaró: "Como tu

espada dejó las mujeres sin hijos, así tu madre será sin hijo entre las

mujeres. Entonces Samuel cortó en pedazos a Agag delante de

Jehová." Hecho esto, Samuel regresó a su casa en Rama, y Saúl

regresó a la suya en Gabaa, y sólo una vez volvieron a encontrarse el

profeta y el rey.

Cuando fué llamado al trono, Saúl tenía una opinión muy

humilde de su propia capacidad, y se dejaba instruir. Le faltaban

conocimientos y experiencia, y tenía graves defectos de carácter.

Pero el Señor le concedió el Espíritu Santo para guiarle y ayudarle,

y le colocó donde podía desarrollar las cualidades requeridas para

859


ser soberano de Israel. Si hubiera permanecido humilde, procurando

siempre ser dirigido por la sabiduría divina, habría podido

desempeñar los deberes de su alto cargo con éxito y honor. Bajo la

influencia de la gracia divina, toda buena cualidad habría ido

ganando fuerza, mientras que las tendencias pecaminosas habrían

perdido su poder.

Tal es la obra que el Señor se propone hacer en beneficio de

todos los que se consagran a él. Son muchos los que él llamó a

ocupar cargos en su obra porque tienen un espíritu humilde y dócil.

En su providencia los coloca donde pueden aprender de él. Les

revelará los defectos de carácter que tengan, y a todos los que

busquen su ayuda, les dará fuerza para corregir sus errores.

Pero Saúl se vanaglorió de su ensalzamiento, y deshonró a Dios

por su incredulidad y desobediencia. Aunque al ser llamado a

ocupar el trono era humilde y dudaba de su capacidad, el éxito le

hizo confiar en sí mismo. La primera victoria de su reinado encendió

en su corazón aquel orgullo que era su mayor peligro. El valor y la

habilidad militar que manifestó en la liberación de Jabes-Galaad

despertaron el entusiasmo de toda la nación. El pueblo honró a su

rey, olvidándose de que no era sino el agente por medio de quien

Dios había obrado; y aunque al principio Saúl dió toda la gloria a

Dios, más tarde se atribuyó el honor. Perdió de vista el hecho de que

dependía de Dios, y en su corazón se apartó del Señor. Así se

preparó para cometer su pecado de presunción y sacrilegio en

Gilgal.

860


La misma confianza ciega en sí mismo le condujo a rechazar la

reprensión de Samuel. Saúl reconocía que Samuel era un profeta

enviado de Dios; por consiguiente, debiera haber aceptado el

reproche, aunque él mismo no pudiese ver que había pecado. Si se

hubiera mostrado dócil para ver y confesar su error, esta amarga

experiencia le habría resultado en una salvaguardia para el futuro.

Si el Señor se hubiera separado enteramente de Saúl, no le

habría hablado otra vez por medio de su profeta, ni le habría

confiado una obra definida que hacer, para que corrigiera sus errores

pasados. Cuando un profeso hijo de Dios se vuelve descuidado en el

cumplimiento de la voluntad de su Padre, e induce así a otros a que

sean irreverentes y desprecien los mandamientos de Dios, hay

todavía una posibilidad de que sus fracasos se truequen en victorias

si tan sólo acepta la reprensión con verdadera contrición de alma, y

se vuelve hacia Dios con humildad y fe. La humillación de la

derrota resulta a menudo en una bendición al mostrarnos nuestra

incapacidad para hacer la voluntad de Dios sin su ayuda.

Cuando Saúl se desvió de la reprensión que le mandó el

Espíritu Santo de Dios, y persistió en justificarse obstinadamente,

rechazó el único medio por el cual Dios podía obrar para salvarle de

sí mismo. Se había separado voluntariamente de Dios. No podía

recibir ayuda ni dirección de Dios antes de volver a él mediante la

confesión de su pecado.

En Gilgal, Saúl había aparentado ser muy concienzudo, cuando

ante el ejército de Israel ofreció un sacrificio a Dios. Pero su piedad

861


no era genuina. Un servicio religioso realizado en oposición directa

al mandamiento de Dios, sólo sirvió para debilitar las manos de Saúl

y le colocó en una posición tal que no podía recibir la ayuda que

Dios quería tanto otorgarle.

En la expedición contra Amalec, Saúl creyó que había hecho

cuanto era esencial entre todo lo que el Señor le había mandado;

pero al Señor no le agradó la obediencia parcial, ni quiso pasar por

alto lo que se había descuidado por un motivo tan plausible. Dios no

le ha dado al hombre la libertad de apartarse de sus mandamientos.

El Señor había declarado a Israel: "No haréis ... cada uno lo que le

parece," sino "guarda y escucha todas estas palabras que yo te

mando." Deuteronomio 12:8, 28. Al decidir sobre cualquier camino

a seguir, no hemos de preguntarnos si es previsible que de él

resultará algún daño, sino más bien si está de acuerdo con la

voluntad de Dios. "Hay camino que al hombre parece derecho;

empero su fin son caminos de muerte." Proverbios 14:12.

"El obedecer es mejor que los sacrificios." Las ofrendas de los

sacrificios no tenían en sí mismas valor alguno a los ojos de Dios.

Estaban destinadas a expresar, por parte del que las ofrecía,

arrepentimiento del pecado y fe en Cristo, y a prometer obediencia

futura a la ley de Dios. Pero sin arrepentimiento, ni fe ni un corazón

obediente, las ofrendas no tenían valor. Cuando, violando

directamente el mandamiento de Dios, Saúl se propuso presentar en

sacrificio lo que Dios había dispuesto que fuese destruído, despreció

abiertamente la autoridad divina. El sacrificio hubiera sido un

insulto para el Cielo. No obstante conocer el relato del pecado de

862


Saúl y sus resultados, ¡cuántos siguen una conducta parecida!

Mientras se niegan a creer y obedecer algún mandamiento del

Señor, perseveran en ofrecer a Dios sus servicios religiosos

formales. No responde el Espíritu de Dios a tal servicio. Por celosos

que sean los hombres en su observancia de las ceremonias

religiosas, el Señor no las puede aceptar si ellos persisten en violar

deliberadamente uno de sus mandamientos.

"Como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e

idolatría el infringir." La rebelión tuvo su origen en Satanás, y toda

rebelión contra Dios se debe directamente a las influencias

satánicas. Los que se oponen al gobierno de Dios se han aliado con

el caudillo de los apóstatas, y éste ejercerá su poder y astucia para

cautivar los sentidos de ellos y descarriar su entendimiento. Hará

que todo aparezca bajo una luz falsa. Como nuestros primeros

padres, los que están bajo el dominio de su hechizo ven sólo los

grandes beneficios que han de recibir por su transgresión.

No puede darse mayor evidencia del poder engañador de

Satanás que el hecho de que muchos que son dirigidos por él se

engañan a sí mismos con la creencia de que están en el servicio de

Dios. Cuando Coré, Datán y Abiram se rebelaron contra la autoridad

de Moisés, creyeron que sólo se estaban oponiendo a un jefe

humano, a un hombre como ellos mismos; y llegaron a creer que

estaban realmente haciendo la voluntad de Dios. Pero al rechazar el

instrumento escogido por Dios, rechazaron a Cristo; e insultaron al

Espíritu de Dios. Así, en los días de Cristo, los escribas y ancianos

judíos, que profesaban ser muy celosos por el honor de Dios,

863


crucificaron a su Hijo. El mismo espíritu existe todavía en los

corazones de los que insisten en seguir su propia voluntad en

oposición a la voluntad de Dios.

Saúl había tenido pruebas abundantes de que Samuel era

inspirado por Dios. Al atreverse a desobedecer el mandamiento que

Dios le había dado por el profeta, obró contra los dictados de la

razón y del sano juicio. Su presunción fatal debe atribuirse al

hechizo satánico. Saúl había demostrado gran celo en el exterminio

de la idolatría y de la hechicería; no obstante, en su desobediencia al

mandamiento divino había sido instigado por el mismo espíritu de

oposición a Dios que animaba a los que practicaban la hechicería, y

había sido tan realmente inspirado por Satanás como ellos; y cuando

fué reprendido por ello, sumó la obstinación a la rebelión. No podría

haber hecho mayor insulto al Espíritu de Dios si se hubiera unido

abiertamente con los idólatras.

Pasar por alto los reproches y las advertencias de la palabra de

Dios o de su Espíritu, es un paso peligroso. Muchos, como Saúl,

ceden a la tentación hasta que se ponen ciegos y no pueden ver el

carácter verdadero del pecado. Se jactan de que tenían algún buen

propósito en vista, y que no han hecho ningún daño al apartarse de

las instrucciones de Dios. Así desprecian el Espíritu de la gracia

hasta que ya no oyen su voz, y él los deja entregados a los engaños

que han escogido.

En Saúl Dios había dado a los israelitas un rey según el corazón

de ellos, como dijo Samuel cuando le fué confirmado el reino a Saúl

864


en Gilgal: "Ahora pues, ved aquí vuestro rey que habéis elegido." 1

Samuel 12:13. Bien parecido, de estatura noble y de porte

principesco, tenía una apariencia en un todo de acuerdo con el

concepto que ellos tenían de la dignidad real; y su valor personal y

su pericia en la dirección de los ejércitos eran las cualidades que

ellos consideraban como las mejor calculadas para obtener el

respeto y el honor de otras naciones.

Les interesaba muy poco que su rey tuviera las cualidades

superiores que eran las únicas capaces de habilitarle para gobernar

con justicia y con equidad. No pidieron un hombre que tuviera

verdadera nobleza de carácter, y que amara y temiera a Dios. No

buscaron el consejo de Dios acerca de las cualidades que su

gobernante debía tener para que ellos pudieran conservar su carácter

distintivo y santo como pueblo escogido del Señor. No buscaron el

camino de Dios, sino el propio. Por lo tanto, Dios les dió un rey

como lo querían, uno cuyo carácter reflejaba el de ellos mismos. El

corazón de ellos no se sometía a Dios, y su rey tampoco era

subyugado por la gracia divina. Bajo el gobierno de este rey, iban a

obtener la experiencia necesaria para que pudieran ver su error, y

volver a ser leales a Dios.

Sin embargo, habiendo el Señor encargado a Saúl la

responsabilidad del reino, no le abandonó ni le dejó solo. Hizo que

el Espíritu Santo se posara en Saúl para que le revelara su propia

debilidad y su necesidad de la gracia divina; y si Saúl hubiera fiado

en Dios, el Señor habría estado con él. Mientras la voluntad de Saúl

fué dominada por la voluntad de Dios, mientras cedió a la disciplina

865


de su Espíritu, Dios pudo coronar sus esfuerzos de éxito. Pero

cuando Saúl escogió obrar independientemente de Dios, el Señor no

pudo ya ser su guía, y se vió obligado a hacerle a un lado. Entonces

llamó a su trono a un "varón según su corazón" (1 Samuel 13:14),

no a uno que no tuviera faltas en su carácter, sino a uno que, en vez

de confiar en sí mismo, dependería de Dios, y sería guiado por su

Espíritu; que, cuando pecara, se sometería a la reprensión y la

corrección.

866


Capítulo 62

El ungimiento de David

A pocas millas al sur de Jerusalén, "la ciudad del gran Rey"

(Salmos 48:2), está Belén donde nació David, el hijo de Isaí, más de

mil años antes que el Niño Jesús hallara su cuna en el establo, y

fuera adorado por los magos del oriente. Siglos antes del

advenimiento del Salvador, David, en el vigor de la adolescencia

cuidó sus rebaños mientras pacían en las colinas que rodean a Belén.

El sencillo pastor entonaba los himnos que él mismo componía y

con la música de su arpa acompañaba dulcemente la melodía de su

voz fresca y juvenil. El Señor había escogido a David, y le estaba

preparando, en su vida solitaria con sus rebaños, para la obra que se

proponía confiarle en los años venideros.

Mientras que David vivía así en el retiro de su vida humilde de

pastor, el Señor Dios habló al profeta Samuel acerca de él. "Y dijo

Jehová a Samuel: ¿Hasta cuándo has tú de llorar a Saúl, habiéndolo

yo desechado para que no reine sobre Israel? Hinche tu cuerno de

aceite, y ven, te enviaré a Isaí de Bethlehem: porque de sus hijos me

he provisto de rey.... Toma contigo una becerra de la vacada, y di: A

sacrificar a Jehová he venido. Y llama a Isaí al sacrificio, y yo te

enseñaré lo que has de hacer; y ungirme has al que yo te dijere. Hizo

pues Samuel como le dijo Jehová: y luego que él llegó a Bethlehem,

los ancianos de la ciudad le salieron a recibir con miedo, y

dijeron: ¿Es pacífica tu venida? Y él respondió: Sí." Los ancianos

867


aceptaron una invitación al sacrificio, y Samuel llamó también a Isaí

y sus hijos. Se construyó un altar, y el sacrificio quedó listo. Toda la

casa de Isaí estaba presente, con la excepción de David, el hijo

menor, al que se había dejado cuidando las ovejas, pues no era

seguro dejar a los rebaños sin protección.

Cuando el sacrificio hubo terminado, y antes de participar del

festín subsiguiente, Samuel inició su inspección profética de los bien

parecidos hijos de Isaí. Eliab era el mayor, y el que más se parecía a

Saúl en estatura y hermosura. Sus bellas facciones y su cuerpo bien

desarrollado llamaron la atención del profeta. Cuando Samuel miró

su porte principesco, pensó ciertamente que era el hombre a quien

Dios había escogido como sucesor de Saúl; y esperó la aprobación

divina para ungirle. Pero Jehová no miraba la apariencia exterior.

Eliab no temía al Señor. Si se le hubiera llamado al trono, habría

sido un soberano orgulloso y exigente. La palabra del Señor a

Samuel fué: "No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura,

porque yo lo desecho; porque Jehová mira no lo que el hombre mira;

pues que el hombre mira lo que está delante de sus ojos, mas Jehová

mira el corazón."

Ninguna belleza exterior puede recomendar el alma a Dios. La

sabiduría y la excelencia del carácter y de la conducta expresan la

verdadera belleza del hombre; el valor intrínseco y la excelencia del

corazón determinan que seamos aceptados por el Señor de los

ejércitos. ¡Cuán profundamente debiéramos sentir esta verdad al

juzgarnos a nosotros mismos y a los demás! Del error de Samuel

podemos aprender cuán vana es la estima que se basa en la

868


hermosura del rostro o la nobleza de la estatura. Podemos ver cuán

incapaz es la sabiduría del hombre para comprender los secretos del

corazón o los consejos de Dios, sin una iluminación especial del

cielo. Los pensamientos y modos de Dios en relación con sus

criaturas superan nuestras mentes finitas; pero podemos tener la

seguridad de que sus hijos serán llevados a ocupar precisamente el

sitio para el cual están preparados, y serán capacitados para hacer la

obra encomendada a sus manos, con tal que sometan su voluntad a

Dios, para que sus propósitos benéficos no sean frustrados por la

perversidad del hombre.

Terminó Samuel la inspección de Eliab, y los seis hermanos

que asistieron al servicio desfilaron sucesivamente para ser

observados por el profeta; pero el Señor no dió señal de que hubiese

elegido a alguno de ellos. En suspenso penoso, Samuel había mirado

al último de los jóvenes; el profeta estaba perplejo y confuso. Le

preguntó a Isaí: "¿Hanse acabado los mozos?" El padre contestó:

"Aun queda el menor, que apacienta las ovejas." Samuel ordenó que

le hicieran llegar, diciendo: "No nos sentaremos a la mesa hasta que

él venga aquí."

El solitario pastorcillo se sorprendió al recibir la llamada

inesperada del mensajero, que le anunció que el profeta había

llegado a Belén y le mandaba llamar. Preguntó asombrado por qué

el profeta y juez de Israel deseaba verle; pero sin tardanza alguna

obedeció al llamamiento. "Era rubio, de hermoso parecer y de bello

aspecto." Mientras Samuel miraba con placer al joven pastor, bien

parecido, varonil y modesto, le habló la voz del Señor diciendo:

869


"Levántate y úngelo, que éste es." En el humilde cargo de pastor,

David había demostrado que era valeroso y fiel; y ahora Dios le

había escogido para que fuera el capitán de su pueblo. "Y Samuel

tomó el cuerno del aceite, y ungiólo de entre sus hermanos: y desde

aquel día en adelante el espíritu de Jehová tomó a David." El profeta

había cumplido la obra que se le había designado, y con el corazón

aliviado regresó a Rama.

Samuel no había hablado de su misión, ni siquiera a la familia

de Isaí, y realizó en secreto la ceremonia del ungimiento de David.

Fué para el joven un anunció del destino elevado que le esperaba,

para que en medio de todos los diversos incidentes y peligros de sus

años venideros, este conocimiento le inspirara a ser fiel al propósito

que Dios quería lograr por medio de su vida.

El gran honor conferido a David no le ensoberbeció. A pesar

del elevado cargo que había de desempeñar, siguió tranquilamente

en su ocupación, contento de esperar el desarrollo de los planes del

Señor a su tiempo y manera. Tan humilde y modesto como antes de

su ungimiento, el pastorcillo regresó a las colinas, para vigilar y

cuidar sus rebaños tan cariñosamente como antes. Pero con nueva

inspiración componía sus melodías, y tocaba el arpa. Ante él se

extendía un panorama de belleza rica y variada. Las vides, con sus

racimos, brillaban al sol. Los árboles del bosque, con su verde

follaje, se mecían con la brisa. Veía al sol, que inundaba los cielos

de luz, saliendo como un novio de su aposento, y regocijándose

como hombre fuerte que va a correr una carrera. Allí estaban las

atrevidas cumbres de los cerros que se elevaban hacia el

870


firmamento; en la lejanía se destacaban las peñas estériles de la

montaña amurallada de Moab; y sobre todo se extendía el azul suave

de la bóveda celestial.

Y más allá estaba Dios. El no podía verle, pero sus obras

rebosaban alabanzas. La luz del día, al dorar el bosque y la montaña,

el prado y el arroyo, elevaba a la mente y la inducía a contemplar al

Padre de las luces, Autor de todo don bueno y perfecto. Las

revelaciones diarias del carácter y la majestad de su Creador

henchían el corazón del joven poeta de adoración y regocijo.

En la contemplación de Dios y de sus obras, las facultades de la

mente y del corazón de David se desarrollaban y fortalecían para la

obra de su vida ulterior. Diariamente iba participando en una

comunión más íntima con Dios. Su mente penetraba constantemente

en nuevas profundidades en busca de temas que le inspirasen cantos

y arrancasen música a su arpa. La rica melodía de su voz difundida a

los cuatro vientos repercutía en las colinas como si fuera en

respuesta a los cantos de regocijo de los ángeles en el cielo.

¿Quién puede medir los resultados de aquellos años de labor y

peregrinaje entre las colinas solitarias? La comunión con la

naturaleza y con Dios, el cuidado diligente de sus rebaños, los

peligros y libramientos, los dolores y regocijos de su humilde suerte,

no sólo habían de moldear el carácter de David e influir en su vida

futura, sino que también por medio de los salmos del dulce cantor de

Israel, en todas las edades venideras, habrían de comunicar amor y

fe al corazón de los hijos de Dios, acercándolos al corazón siempre

871


amoroso de Aquel en quien viven todas sus criaturas.

David, en la belleza y el vigor de su juventud, se preparaba

para ocupar una elevada posición entre los más nobles de la tierra.

Empleaba sus talentos, como dones preciosos de Dios, para alabar la

gloria del divino Dador. Las oportunidades que tenía de entregarse a

la contemplación y la meditación sirvieron para enriquecerle con

aquella sabiduría y piedad que hicieron de él el amado de Dios y de

los ángeles. Mientras contemplaba las perfecciones de su Creador,

se revelaban a su alma concepciones más claras de Dios. Temas que

antes le eran obscuros, se aclaraban para él con luz meridiana, se

allanaban las dificultades, se armonizaban las perplejidades, y cada

nuevo rayo de luz le arrancaba nuevos arrobamientos e himnos más

dulces de devoción, para gloria de Dios y del Redentor. El amor que

le inspiraba, los dolores que le oprimían, los triunfos que le

acompañaban, eran temas para su pensamiento activo; y cuando

contemplaba el amor de Dios en todas las providencias de su vida, el

corazón le latía con adoración y gratitud más fervientes, su voz

resonaba en una melodía más rica y más dulce; su arpa era

arrebatada con un gozo más exaltado; y el pastorcillo procedía de

fuerza en fuerza, de sabiduría en sabiduría; pues el Espíritu del

Señor le acompañaba.

872


Capítulo 63

David y Goliat

Cuando el rey Saúl se dió cuenta de que había sido rechazado

por Dios, y cuando sintió la fuerza de las palabras condenatorias que

le había dirigido el profeta, se llenó de amarga rebelión y

desesperación. No había sido un verdadero arrepentimiento el que

había hecho bajar la cabeza orgullosa del rey. No tenía una

concepción clara del carácter ofensivo de su pecado, y no se puso a

reformar su vida, sino a cavilar, obsesionado por lo que consideraba

una injusticia de Dios al privarle del trono de Israel y quitar a su

posteridad la sucesión. Pensaba siempre en la futura ruina que había

atraído sobre su casa. Le parecía que el valor que había demostrado

al luchar contra sus enemigos debiera anular su pecado de

desobediencia. No aceptó con mansedumbre el castigo de Dios; sino

que su espíritu altanero se sumió en tal desesperación, que parecía a

punto de perder la razón. Sus consejeros le recomendaron que

procurara los servicios de un músico hábil, con la esperanza de que

las notas calmantes de un suave instrumento pudieran serenar su

espíritu acongojado.

En la providencia de Dios, David, como hábil tañedor de arpa

fué llevado ante el rey. Sus sublimes acordes inspirados por el cielo

tuvieron el efecto deseado. La melancolía cavilosa que se había

posado como una nube negra sobre la mente de Saúl se desvaneció

como por encanto.

873


Cuando no se necesitaban sus servicios en la corte de Saúl,

David volvía a cuidar sus rebaños entre las colinas, conservando su

sencillez de espíritu y de aspecto. Cada vez que era necesario, se le

llamaba nuevamente para que sirviera al rey, y aliviara la mente del

monarca perturbado hasta que el espíritu malo le abandonaba. Pero

aunque Saúl expresaba su deleite por la presencia de David y por su

música, el joven pastor regresaba de la casa del rey a los campos y a

sus colinas de pastoreo con alivio y alegría.

David crecía en favor ante Dios y los hombres. Había sido

educado en los caminos del Señor, y ahora dedicó su corazón más

plenamente que nunca a hacer la voluntad de Dios. Tenía nuevos

temas en que pensar. Había estado en la corte del rey, y había visto

las responsabilidades reales. Había descubierto algunas de las

tentaciones que asediaban el alma de Saúl, y había penetrado en

algunos de los misterios del carácter y el trato del primer rey de

Israel. Había visto la gloria real ensombrecida por una nube obscura

de tristeza, y sabía que en su vida privada la casa de Saúl distaba

mucho de tener felicidad. Todas estas cosas provocaban inquietud

en el que había sido ungido para ser rey de Israel. Pero cuando se

sentía absorto en profunda meditación, y atribulado por

pensamientos de ansiedad, echaba mano a su arpa y producía

acordes que elevaban su mente al Autor de todo lo bueno, y se

disipaban las nubes obscuras que parecían entenebrecer el horizonte

del futuro.

Dios estaba enseñando a David lecciones de confianza. Como

874


Moisés fué educado para su obra, así también el Señor preparaba al

hijo de Isaí para hacerlo guía de su pueblo escogido. En su cuidado

de los rebaños, aprendía a apreciar en forma especial el cuidado que

el gran Pastor tiene por las ovejas de su dehesa.

En las colinas solitarias y las hondanadas salvajes por donde

vagaba David con sus rebaños había fieras en acecho. A menudo

salía algún león de los bosquecillos que había al lado del Jordán, o

algún oso, de su madriguera, en las colinas, y enfurecidos por el

hambre venían a atacar los rebaños. De acuerdo con las costumbres

de su tiempo, David sólo estaba armado de su honda y su cayado;

pero no tardó en dar pruebas de su fuerza y su valor al proteger a los

animales que custodiaba. Dijo más tarde, describiendo estos

encuentros: "Venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la

manada, y salía yo tras él, y heríalo, y librábale de su boca: y si se

levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo hería y

mataba." 1 Samuel 17:34, 35. Su experiencia en estos asuntos probó

el corazón de David y desarrolló en él valor, fortaleza y fe.

Aun antes de que fuese llamado a la corte de Saúl, David se

había distinguido por actos de valor. El oficial que lo recomendó al

rey dijo que era "valiente y vigoroso, y hombre de guerra, prudente

en sus palabras, y hermoso," y añadió: "Jehová es con él." 1 Samuel

16:18.

Cuando Israel declaró la guerra a los filisteos, tres de los hijos

de Isaí se unieron al ejército bajo las órdenes de Saúl; pero David

permaneció en casa. Después de algún tiempo, sin embargo, fué a

875


visitar el campamento de Saúl. Por orden de su padre debía llevar un

mensaje y un regalo a sus hermanos mayores, y averiguar si estaban

sanos y salvos. Pero, sin que lo supiera Isaí, se le había confiado al

joven pastor una misión más elevada. Los ejércitos de Israel estaban

en peligro, y un ángel había indicado a David que fuera a salvar a su

pueblo.

A medida que David se acercaba al ejército, oyó un alboroto,

como si se estuviera por entablar una batalla. El ejército "había

salido en ordenanza, y tocaba alarma para la pelea." Véase 1 Samuel

17. Israel y los filisteos estaban alineados en posiciones de batalla,

una hueste contra otra. David corrió hacia el ejército, llegó y saludó

a sus hermanos. Mientras hablaba con ellos, Goliat, el campeón de

los filisteos, salió, y con lenguaje ofensivo retó a duelo a Israel, y lo

desafió a presentar de entre sus filas un hombre que pudiera

enfrentársele en singular pelea. Repitió su reto, y cuando David vió

que todo Israel estaba amedrentado, y supo que el filisteo lanzaba su

desafío día tras día, sin que se levantara un campeón que acallara al

jactancioso, su espíritu se conmovió dentro de él. Se encendió su

celo para salvar el honor del Dios viviente y el crédito de su pueblo.

Los ejércitos de Israel estaban deprimidos. Les faltaba el valor.

Se decían unos a otros: "¿No habéis visto aquel hombre que ha

salido? él se adelanta para provocar a Israel." Lleno de vergüenza e

indignación, David exclamó: "¿Quién es este Filisteo incircunciso,

para que provoque a los escuadrones del Dios viviente?"

Al oír estas palabras, Eliab, hermano mayor de David,

876


comprendió muy bien qué sentimientos agitaban al alma del joven.

Aun mientras era pastor, David había manifestado audacia, valor y

fortaleza poco comunes; y la misteriosa visita de Samuel a la casa de

Isaí así como su partida sigilosa, habían despertado en la mente de

los hermanos de David sospechas en cuanto al verdadero objeto de

su visita. Los celos de ellos se habían despertado al verle recibir

mayor honra que la tributada a ellos, y no le miraban con el respeto

y el amor que merecía por su integridad y su ternura fraternal. Lo

consideraban como un pastorcillo joven, y ahora la pregunta que

hizo fué interpretada por Eliab como una censura de la cobardía que

él mismo demostraba al no hacer esfuerzo alguno por acallar al

gigante filisteo. El hermano mayor exclamó airado: "¿Para qué has

descendido acá? ¿y a quién has dejado aquellas pocas ovejas en el

desierto? Yo conozco tu soberbia y la malicia de tu corazón, que

para ver la batalla has venido." Respetuosamente, pero con decisión,

contestó David: "¿Qué he hecho yo ahora? Estas, ¿no son palabras?"

Las palabras de David fueron repetidas al rey, quien

inmediatamente hizo comparecer al joven ante sí. Saúl escuchó con

asombro las palabras del pastor cuando dijo: "No desmaye ninguno

a causa de él; tu siervo irá y peleará con este Filisteo." Saúl procuró

disuadir a David de su propósito; pero el joven no se dejó

convencer. Contestó con sencillez y sin jactancia relatando lo que le

sucediera mientras cuidaba los rebaños de su padre, y dijo: "Jehová

que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él

también me librará de la mano de este Filisteo. Y dijo Saúl a David:

Ve, y Jehová sea contigo."

877


Durante cuarenta días la hueste israelita había temblado ante el

desafío arrogante del gigante filisteo. Sus corazones decaían cuando

miraban el enorme cuerpo, que medía seis codos y un palmo.

Llevaba en la cabeza un almete de metal, y estaba vestido de una

coraza de planchas que pesaba cinco mil siclos, y con grebas de

metal en las piernas. La cota estaba hecha de planchas de metal

puestas la una sobre la otra, como las escamas de un pez, tan

estrechamente juntadas que ningún dardo o saeta podía penetrar a

través de la armadura. A la espalda el gigante llevaba una jabalina o

lanza enorme, también de bronce. "El asta de su lanza era como un

enjullo de telar, y tenía el hierro de su lanza seiscientos siclos de

hierro: e iba su escudero delante de él."

Mañana y tarde Goliat se había acercado al campamento

israelita, diciendo en alta voz: "¿Para qué salís a dar batalla? ¿no soy

yo el Filisteo, y vosotros los siervos de Saúl? Escoged de entre

vosotros un hombre que venga contra mí: si él pudiere pelear

conmigo, y me venciere, nosotros seremos vuestros siervos: y si yo

pudiera más que él, y lo venciere, vosotros seréis nuestros siervos y

nos serviréis. Y añadió el Filisteo: Hoy yo he desafiado el campo de

Israel; dadme un hombre que pelee conmigo."

Aunque Saúl había dado permiso a David para que aceptara el

desafío, el rey tenía muy pocas esperanzas de que David tuviera

éxito en su valerosa empresa. Había ordenado que se vistiera al

joven de la coraza del rey. Se le puso el pesado almete de metal en

la cabeza y se le ciñó al cuerpo la coraza así como la espada del

monarca. Así pertrechado, inició la marcha, pero pronto volvió

878


sobre sus pasos. Lo primero que pensaron los espectadores ansiosos

fué que David había decidido no arriesgar su vida en tan desigual

encuentro con su antagonista. Pero el valiente joven distaba mucho

de pensar así. Cuando regresó adonde estaba Saúl, suplicó que le

permitiera quitarse aquella pesada armadura, diciendo: "Yo no

puedo andar con esto, porque nunca lo practiqué." Se quitó la

armadura del rey, y en vez de ella sólo tomó su cayado en la mano,

con su zurrón de pastor, y una simple honda. Escogiendo cinco

piedras lisas en el arroyo, las puso en su talega, y con su honda en la

mano se aproximó al filisteo.

El gigante avanzó audazmente, esperando encontrarse con el

más poderoso de los guerreros de Israel. Su escudero iba delante de

él, y parecía que nada podía resistirle. Cuando se acercó a David, no

vió sino un zagalillo, llamado mancebo a causa de su juventud. El

semblante de David era rosado de salud; y su cuerpo bien

proporcionado, sin protección de armadura, se destacaba

ventajosamente; no obstante, entre su figura juvenil y las macizas

proporciones del filisteo, había un marcado contraste.

Goliat se llenó de asombro y de ira. "¿Soy yo perro--exclamó--

para que vengas a mí con palos?" Y entonces soltó contra David las

maldiciones y los insultos más terribles, en nombre de todos los

dioses que conocía. Gritó mofándose: "Ven a mí, y daré tu carne a

las aves del cielo, y a las bestias del campo."

David no se acobardó frente al campeón de los filisteos.

Avanzando, dijo a su contrincante: "Tú vienes a mí con espada y

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lanza y escudo; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los

ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, que tú has provocado.

Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y quitaré tu

cabeza de ti: y daré hoy los cuerpos de los Filisteos a las aves del

cielo y a las bestias de la tierra: y sabrá la tierra toda que hay Dios

en Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con

espada y lanza; porque de Jehová es la guerra, y él os entregará en

nuestras manos."

Había un tono de intrepidez en su voz y una mirada de triunfo y

regocijo en su bello semblante. Este discurso, pronunciado con voz

clara y musical, resonó por los aires, y lo oyeron distintamente los

millares que escuchaban, convocados para la guerra. La ira de Goliat

llegó al extremo. Furiosamente, empujó hacia atrás el yelmo que le

protegía la frente, y corrió para vengarse de su adversario. El hijo de

Isaí se estaba preparando para recibir a su enemigo. "Y aconteció

que, como el Filisteo se levantó para ir y llegarse contra David,

David se dió priesa, y corrió al combate contra el Filisteo. Y

metiendo David su mano en el saco, tomó de allí una piedra, y

tirósela con la honda, e hirió al Filisteo en la frente: y la piedra

quedó hincada en la frente, y cayó en tierra sobre su rostro."

El asombro cundió entre las filas de los dos ejércitos. Habían

estado seguros de que David perecería; pero cuando la piedra cruzó

el aire zumbando y dió de lleno en el blanco, vieron al poderoso

guerrero temblar y extender las manos, como herido de una ceguera

repentina. El gigante se tambaleó y como una encina herida cayó al

suelo. David no se demoró un solo instante. Se lanzó sobre el

880


postrado filisteo y asió con las dos manos la pesada espada de

Goliat. Un momento antes el gigante se había jactado de que con

ella separaría la cabeza de los hombros del joven, y daría su cuerpo

a las aves del cielo. Ahora el arma se elevó en el aire, y la cabeza del

jactancioso rodó apartándose del tronco, y un grito de triunfo subió

del campamento de Israel.

El pánico se apoderó de los filisteos, y la consiguiente

confusión resultó en una retirada precipitada. Los gritos de los

hebreos victoriosos repercutían por las cumbres de las montañas,

mientras corrían apresuradamente detrás de sus enemigos que huían;

y "siguieron a los Filisteos hasta llegar al valle, y hasta las puertas

de Ecrón. Y cayeron heridos de los Filisteos por el camino de

Saraim, hasta Gath y Ecrón. Tornando luego los hijos de Israel de

seguir los Filisteos, despojaron su campamento. Y David tomó la

cabeza del Filisteo, y trájola a Jerusalem, mas puso sus armas en su

tienda."

881


Capítulo 64

David fugitivo

Después de la muerte de Goliat, Saúl retuvo a David consigo y

rehusó permitirle que volviera a la casa de su padre. Y sucedió que

"el alma de Jonathán fué ligada con la de David, y amólo Jonathán

como a su alma." Véase 1 Samuel 18-22. Mediante un pacto,

Jonatán y David se comprometieron a estar unidos como hermanos;

y el hijo del rey "se desnudó la ropa que tenía sobre sí, y dióla a

David, y otras ropas suyas, hasta su espada, y su arco, y su

talabarte." A David se le confiaron responsabilidades importantes;

sin embargo conservó su modestia y se ganó el afecto del pueblo así

como también el de la casa real.

"Y salía David a donde quiera que Saúl le enviaba, y portábase

prudentemente. Hízolo por tanto Saúl capitán de gente de guerra."

David era prudente y fiel, y era evidente que le acompañaba la

bendición de Dios. Saúl se daba cuenta a veces de su propia

incapacidad para gobernar a Israel, y comprendía que el reino estaría

más seguro mientras él mismo estuviese relacionado con quien

recibiera instrucciones del Señor. Esperaba también que su relación

con David le sirviera de salvaguardia. Puesto que David era

favorecido y escudado por el Señor, podía ser su presencia una

protección para Saúl cuando salía a la guerra con él.

La providencia de Dios había relacionado a David con Saúl. El

882


puesto que ocupaba David en la corte le había de impartir

conocimiento de los asuntos y preparar su grandeza futura. Le

pondría en situación de ganarse la confianza de la nación. Las

vicisitudes y las dificultades que le sucedieran a causa de la

enemistad de Saúl le conducirían a sentir su dependencia de Dios y a

depositar toda su confianza en él. Y la amistad de Jonatán con David

provenía también de la providencia de Dios con el fin de conservar

la vida al futuro soberano de Israel. En todas estas cosas, Dios

desarrollaba sus bondadosos propósitos, tanto para David como para

el pueblo de Israel.

Saúl, sin embargo, no permaneció por mucho tiempo en

amistad con David. Mientras ambos regresaban de la batalla con los

filisteos "salieron las mujeres de todas las ciudades de Israel

cantando y con danzas, con tamboriles, y con alegrías y sonajas, a

recibir al rey Saúl." Un grupo cantaba: "Saúl hirió sus miles," en

tanto que otro grupo respondía cantando: "Y David sus diez miles."

El demonio de los celos penetró en el corazón del rey. Se airó

porque el canto de las mujeres de Israel ensalzaba más a David que

a él mismo. En lugar de sojuzgar esos sentimientos envidiosos, puso

de manifiesto la debilidad de su carácter, y exclamó: "A David

dieron diez miles, y a mí miles; no le falta más que el reino."

Uno de los mayores defectos del carácter de Saúl era su amor al

favor popular y al ensalzamiento. Este rasgo había ejercido una

influencia dominante sobre sus acciones y pensamientos; todo

llevaba la marca indeleble de su deseo de alabanza y ensalzamiento

883


propio. Su norma de lo bueno y lo malo era la norma baja del

aplauso popular. Ningún hombre está seguro cuando vive para

agradar a los hombres, y no busca primeramente la manera de

obtener la aprobación de Dios. Saúl ambicionaba ser el primero en

la estima de los hombres; y cuando oyó esta canción de alabanza, se

asentó en la mente del rey la convicción de que David conquistaría

el corazón del pueblo, y reinaría en su lugar.

Saúl abrió su corazón al espíritu de los celos, que envenenó su

alma. No obstante las lecciones que había recibido del profeta

Samuel, en el sentido de que Dios lograría todo lo que decidiera y

nadie podría estorbarlo, el rey manifestó claramente que no conocía

en verdad los propósitos ni el poder de Dios. El monarca de Israel

oponía su voluntad a la del Infinito. Saúl no había aprendido,

mientras gobernaba el reino de Israel, que primero debía regir su

propio espíritu. Permitía que sus impulsos dominaran su juicio,

hasta ser presa de una furia apasionada. Llegaba a veces al

paroxismo de la ira y se inclinaba a quitar la vida a cualquiera que

osara oponerse a su voluntad. De este frenesí pasaba a un estado de

abatimiento y desprecio de sí mismo, y el remordimiento se

posesionaba de su alma.

Le deleitaba oír a David tocar el arpa, y el espíritu malo parecía

huir por el momento; pero un día cuando el joven le atendía y

arrancaba notas melodiosas a su instrumento, para acompañar su voz

mientras cantaba las alabanzas a Dios, Saúl arrojó de repente su

lanza al músico con el objeto de quitarle la vida. David se salvó por

la intercesión de Dios, e ileso, huyó del furor del rey enloquecido.

884


A medida que su odio hacia David aumentaba, Saúl procuraba

con mayor diligencia una oportunidad de quitarle la vida; pero

ninguno de sus planes contra el ungido de Dios tuvo éxito. Saúl se

entregó al dominio del espíritu malo que le gobernaba; en tanto que

David confió en Aquel que es poderoso en el consejo y fuerte para

librar. "El temor de Jehová es el principio de la sabiduría"

(Proverbios 9:10), y David rogaba a Dios continuamente que le

ayudara a caminar ante él en una manera perfecta.

Deseando librarse de la presencia de su rival, "apartólo pues

Saúl de sí, e hízole capitán de mil.... Mas todo Israel y Judá amaba a

David." El pueblo comprendió muy pronto que David era una

persona competente, y que atendía con prudencia y pericia los

asuntos que se le confiaban. Los consejos del joven eran de un

carácter sabio y discreto, y resultaba seguro seguirlos; en tanto que

el juicio de Saúl no era a veces digno de confianza y sus decisiones

no eran sabias.

Aunque Saúl estaba siempre alerta y en busca de una

oportunidad para matar a David, vivía temiéndole, en vista de que

evidentemente el Señor estaba con él. El carácter intachable de

David provocaba la ira del rey; consideraba que la misma vida y

presencia de David significaban un reproche para él, puesto que

dejaba a su propio carácter en contraste desventajoso.

La envidia hacía a Saúl desgraciado, y ponía en peligro al

humilde súbdito de su trono. ¡Cuánto daño indecible ha producido

885


en nuestro mundo este mal rasgo de carácter! Había en el corazón de

Saúl la misma enemistad que incitó el corazón de Caín contra su

hermano Abel, porque las obras de Abel eran justas, y Dios le

honraba, mientras que las de Caín eran malas, y el Señor no podía

bendecirle. La envidia es hija del orgullo, y si se la abriga en el

corazón, conducirá al odio, y eventualmente a la venganza y al

homicidio. Satanás ponía de manifiesto su propio carácter al excitar

la furia de Saúl contra aquel que jamás le había hecho daño.

El rey vigilaba estrictamente a David, con la esperanza de

descubrir alguna muestra de temeridad e indiscreción que sirviera de

excusa para hacerlo caer en desgracia. Le parecía imposible

quedarse satisfecho mientras no pudiera quitar la vida al joven en

forma tal que permitiera justificar ante la nación su acto inicuo. Puso

una trampa para los pies de David al incitarle a que guerreara con

mayor vigor contra los filisteos, con la promesa de recompensar su

valor dándole la mano de su hija mayor. La contestación de David a

esta propuesta fué: "¿Quién soy yo, o qué es mi vida, o la familia de

mi padre en Israel, para ser yerno del rey?" El monarca demostró su

falta de sinceridad casando a la princesa con otro.

El hecho de que Mical, hija menor de Saúl, amara a David le

suministró al rey otra ocasión para maquinar contra su rival. La

mano de Mical le fué ofrecida al joven, a condición de que diera

pruebas de haber derrotado y muerto a un número determinado de

los enemigos de la nación. "Saúl pensaba echar a David en manos de

los Filisteos;" pero Dios protegió a su siervo. David regresó

vencedor de la batalla, para ser hecho yerno del rey.

886


"Mas Michal la otra hija de Saúl amaba a David," y el monarca

vió con enojo que sus maquinaciones habían resultado en la

elevación de aquel a quien trataba de destruir. Más que nunca se

sintió seguro de que era el hombre que el Señor había declarado

mejor que él, y que reinaría en el trono de Israel en su lugar.

Quitándose la máscara, ordenó a Jonatán y a todos los oficiales

de la corte que mataran al objeto de su odio. Jonatán reveló a David

la intención del rey, y le pidió que se escondiera mientras él rogaba

a su padre que le perdonara la vida al libertador de Israel. Jonatán

expuso al rey lo que David había hecho para preservar el honor y

aún la vida de la nación, y cuán terrible sería la culpa del asesino de

aquel a quien Dios había usado como instrumento para dispersar a

sus enemigos. La conciencia del rey se conmovió, y se le ablandó el

corazón. "Y oyendo Saúl la voz de Jonathán, juró: Vive Jehová que

no morirá." Se trajo a David a la presencia de Saúl, y siguió

sirviéndole, como lo había hecho en el pasado.

Nuevamente se declaró la guerra entre los israelitas y los

filisteos, y David dirigió al ejército contra el enemigo. Los hebreos

obtuvieron una gran victoria, y la población del reino alabó la

sabiduría y el heroísmo de David. Esto sirvió para despertar la

anterior amargura de Saúl contra él. Mientras el joven tocaba ante el

rey, llenando el palacio con dulces melodías, la pasión de Saúl le

dominó, y arrojó a David una lanza, pensando clavar al músico a la

pared; pero el ángel del Señor desvió el arma mortal. David escapó,

y huyó a su casa.

887


Saúl envió espías para que le prendieran cuando saliera de su

casa a la mañana siguiente, y le dieran muerte. Mical informó a

David del propósito de su padre. Le instó a que huyera para salvar

su vida, y haciéndole bajar por la ventana, le permitió escapar. El

huyó adonde vivía Samuel, en Rama, y el profeta, sin temer el

desagrado del rey, dió la bienvenida al fugitivo.

La casa de Samuel era un sitio apacible en comparación con el

palacio real. Allí, en medio de las colinas, era donde el honrado

siervo del Señor continuaba su obra. Le acompañaba un grupo de

videntes que estudiaban cuidadosamente la voluntad de Dios, y

escuchaban reverentemente las palabras de instrucción que salían de

los labios de Samuel. Fueron preciosas las lecciones que David

aprendió del maestro de Israel.

David creía que Saúl no ordenaría a sus tropas que invadieran

este sagrado recinto; pero ningún lugar parecía sagrado para la

mente entenebrecida del rey desesperado. La relación de David con

Samuel despertaba los celos del rey, por temor a que el anciano

reverenciado en todo Israel como profeta de Dios dedicara su

influencia a fomentar el progreso del rival de Saúl. Cuando el rey

supo donde estaba David, mandó a sus oficiales para que le trajesen

a Gabaa donde pensaba llevar a cabo su designio homicida.

Los mensajeros salieron con el propósito de quitarle la vida a

David; pero Uno más grande que Saúl los dominó. Se encontraron

con ángeles invisibles, así como Balaam cuando iba de camino para

888


maldecir a Israel. Principiaron a pronunciar frases proféticas de lo

que sucedería en el futuro, y proclamaron la gloria y la majestad de

Jehová. Así contrarrestó Dios la ira del hombre, y puso de

manifiesto su poder para reprimir el mal, mientras que protegió a su

siervo con una muralla de ángeles guardianes.

Estas noticias llegaron a Saúl mientras esperaba ansiosamente

tener a David en su poder; pero en vez de sentir la reprensión de

Dios, se exasperó aún más y envió otros mensajeros. Estos también

fueron dominados por el Espíritu de Dios, y se unieron con los

primeros para profetizar. Una tercera misión fué enviada por el rey;

pero cuando los que la componían llegaron adonde estaban los

profetas, la influencia divina cayó también sobre ellos, y

profetizaron.

Saúl decidió entonces ir personalmente, pues su enemistad

feroz se había vuelto ingobernable. Resolvió no esperar más

oportunidades para matar a David, y que tan pronto como lo tuviera

a su alcance lo mataría con su propia mano, fueran lo que fueran las

consecuencias. Pero un ángel de Dios le encontró en el camino, y le

dominó. El Espíritu de Dios le mantuvo bajo su poder, y salió

dirigiendo a Dios oraciones entremezcladas con predicciones y

melodías sagradas. Profetizó acerca de la venida del Mesías como

Redentor del mundo.

Cuando llegó a la casa del profeta en Rama, puso a un lado las

prendas de vestir que señalaban su categoría, y permaneció todo el

día y toda la noche acostado ante Samuel y sus discípulos, bajo la

889


influencia del Espíritu divino. El pueblo se congregó para presenciar

esta escena extraña, y lo experimentado por el rey se difundió por

todas partes. Así volvió a ser proverbial en Israel, esta vez al

acercarse el fin de su reinado, que Saúl también estaba entre los

profetas.

El perseguidor había sido nuevamente derrotado en sus

propósitos. Aseguró a David que estaba en paz con él; pero David

tenía poca confianza en el arrepentimiento del rey. Aprovechó esta

ocasión para escaparse, no fuera que el humor del rey cambiara,

como antes. Su corazón estaba herido, y ansiaba ver otra vez a su

amigo Jonatán. Seguro de su inocencia, buscó al hijo del rey, y le

dirigió una súplica muy conmovedora. "¿Qué he hecho yo?--le

preguntó--¿cuál es mi maldad, o cuál mi pecado contra tu padre, que

él busca mi vida?"

Jonatán creía que su padre había mudado su propósito, y que ya

no pensaba quitarle la vida a David. Y Jonatán le dijo: "En ninguna

manera; no morirás. He aquí que mi padre ninguna cosa hará,

grande ni pequeña, que no me la descubra: ¿por qué pues me

encubrirá mi padre este negocio? No será así." Jonatán no podía

creer que, después de la manifestación extraordinaria del poder de

Dios, su padre quisiera todavía hacer daño a David, puesto que esto

sería una rebelión manifiesta contra Dios. Pero David no estaba

convencido. Con intenso fervor declaró a Jonatán: "Ciertamente,

vive Jehová y vive tu alma, que apenas hay un paso entre mí y la

muerte."

890


En ocasión de la luna nueva, se celebraba en Israel una fiesta

sagrada. Esta fiesta caía en el día que seguía al de la entrevista entre

David y Jonatán. En esta fiesta se esperaba que ambos jóvenes

aparecieran a la mesa del rey; pero David temía presentarse, y quedó

arreglado que fuese a visitar a sus hermanos en Belén. A su regreso

se escondería en un campo no muy distante del salón de banquetes,

y durante tres días se mantendría ausente de la presencia del rey; y

Jonatán observaría los efectos en Saúl. En caso de que preguntara

por el paradero del hijo de Isaí, Jonatán diría que se había ido para

asistir al sacrificio ofrecido por la casa de su padre. Si el rey no

expresaba ira, sino que contestaba: "Bien está," entonces no sería

peligroso para David volver a la corte. Pero si el rey se enfurecía por

la ausencia, ello decidiría que David debía huir.

El primer día del banquete el rey no inquirió acerca de la

ausencia de David, pero cuando su sitio estuvo vacante el segundo

día, preguntó: "¿Por qué no ha venido a comer el hijo de Isaí hoy ni

ayer? Y Jonathán respondió a Saúl: David me pidió

encarecidamente le dejase ir hasta Beth-lehem. Y dijo: Ruégote que

me dejes ir, porque tenemos sacrificio los de nuestro linaje en la

ciudad, y mi hermano mismo me lo ha mandado; por tanto, si he

hallado gracia en tus ojos, haré una escapada ahora, y visitaré a mis

hermanos. Por esto pues no ha venido a la mesa del rey."

Cuando Saúl oyó estas palabras, su ira se desenfrenó. Declaró

que mientras viviera David, Jonatán no podría subir al trono de

Israel, y exigió que se mandara en seguida por David, para

ejecutarle. Jonatán nuevamente intercedió por su amigo, suplicando:

891


"¿Por qué morirá? ¿qué ha hecho?" Esta súplica dirigida al rey sirvió

sólo para hacerlo más satánico en su furia, y arrojó a su propio hijo

la lanza que había destinado para David.

El príncipe se acongojó y se indignó, y saliendo de la presencia

real, no asistió más al banquete. El dolor agobiaba su alma cuando

fué, en el momento señalado, al sitio donde debía comunicar a

David las intenciones del rey hacia él. Ambos se abrazaron, y

lloraron amargamente. El odio sombrío del rey obscurecía la vida de

los jóvenes, y el dolor de ellos era demasiado intenso para que

pudieran expresarlo con palabras. Las últimas palabras de Jonatán

cuando se separaron para seguir cada uno su respectivo camino

cayeron en el oído de David. Fueron: "Vete en paz, que ambos

hemos jurado por el nombre de Jehová, diciendo: Jehová sea entre

mí y ti, entre mi simiente y la simiente tuya, para siempre."

El hijo del rey regresó a Gabaa, y David se apresuró a llegar a

Nob, ciudad que se encontraba a pocas millas de distancia, y que

también pertenecía a la tribu de Benjamín. Se había llevado de Silo

a este sitio el tabernáculo, y allí oficiaba Ahimelech, el sumo

sacerdote. David no sabía adónde refugiarse, sino en casa del siervo

de Dios. El sacerdote le miró con asombro, al verle llegar con

apresuramiento y aparentemente solo, con la ansiedad y la tristeza

impresas en el rostro; y le preguntó qué lo traía allí.

El joven temía constantementee ser descubierto, y en su

angustia recurrió al engaño. Dijo al sacerdote que el rey le había

enviado en una misión secreta, que requería la mayor celeridad. Con

892


esto demostró David falta de fe en Dios, y su pecado causó la

muerte del sumo sacerdote. Si le hubiera manifestado claramente los

hechos tales como eran, Ahimelech habría sabido qué conducta

seguir para proteger su vida. Dios requiere que la verdad distinga

siempre a los suyos, aun en los mayores peligros. David le pidió al

sacerdote cinco panes. No había más que pan sagrado en poder del

hombre de Dios, pero David consiguió vencer los escrúpulos de él, y

obtuvo el pan para satisfacer su hambre.

Pero se le presentó un nuevo peligro. Doeg, el principal de los

pastores de Saúl, que había aceptado la fe de los hebreos, estaba

entonces pagando sus votos en el lugar de culto. Al ver a este

hombre, David decidió buscar apresuradamente otro refugio, y

conseguir alguna arma con la cual defenderse en caso de que fuese

necesario. Le pidió a Ahimelech una espada, y él le dijo que no tenía

otra que la de Goliat, conservada como una reliquia en el

tabernáculo. David le contestó: "Ninguna como ella: dámela." El

valor de David revivió cuando asió la espada que había usado una

vez para matar al campeón de los filisteos.

David huyó hasta donde estaba Achis, rey de Gath, pues le

parecía que había más seguridad en medio de los enemigos de su

pueblo que en los dominios del rey Saúl. Pero se le informó a Achis

que David había sido el hombre que había dado muerte al campeón

filisteo años antes; y ahora el que buscaba refugio entre los

enemigos de Israel se encontraba en un gran peligro. Pero fingiendo

que estaba loco, pudo engañar a sus enemigos y logró escapar.

893


Cometió David su primer error al desconfiar de Dios en Nob, y

el segundo al engañar a Achis. David había revelado nobles rasgos

de carácter, y su valor moral le había ganado el favor del pueblo;

pero cuando fué probado, su fe vaciló, y aparecieron sus debilidades

humanas. Veía en todo hombre un espía y un traidor. En una gran

emergencia, David había mirado a Dios con el ojo firme de la fe, y

había vencido al gigante filisteo. Creía en Dios, y salió a la lucha en

su nombre. Pero mientras se le buscaba y perseguía, la perplejidad y

la aflicción casi habían ocultado de su vista a su Padre celestial.

No obstante, lo que experimentaba servía para enseñar

sabiduría a David; pues le indujo a comprender su propia debilidad,

y la necesidad de depender constantemente de Dios. ¡Cuán preciosa

y valiosa es la dulce influencia del Espíritu de Dios cuando llega a

las almas deprimidas o desesperadas, anima a los de corazón

desfalleciente, fortalece a los débiles e imparte valor y ayuda a los

probados siervos del Señor! ¡Qué Dios tan bondadoso el nuestro,

que trata tan suavemente a los descarriados, y muestra su paciencia

y ternura en la adversidad, y cuando estamos abrumados de algún

gran dolor!

Todo fracaso de los hijos de Dios se debe a la falta de fe.

Cuando las sombras rodean el alma, cuando necesitamos luz y

dirección, debemos mirar hacia el cielo; hay luz más allá de las

tinieblas. David no debió desconfiar un solo momento de Dios.

Tenía motivos para confiar en él: era el ungido del Señor, y en

medio de los peligros había sido protegido por los ángeles de Dios;

se le había armado de valor para que hiciera cosas maravillosas; y si

894


tan sólo hubiera apartado su atención de la situación angustiosa en

que se encontraba, y hubiera pensado en el poder y la majestad de

Dios, habría estado en paz aun en medio de las sombras de muerte;

habría podido repetir con toda confianza la promesa del Señor: "Los

montes se moverán, y los collados temblarán; mas no se apartará de

ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz vacilará." Isaías 54:10.

En las montañas de Judá, David buscó refugio de la

persecución de Saúl. Escapó sin tropiezo a la cueva de Adullam,

sitio que, con una fuerza pequeña, podía defenderse de un ejército

grande. "Lo cual como oyeron sus hermanos y toda la casa de su

padre, vinieron allí a él." La familia de David no podía sentirse

segura, sabiendo que en cualquier momento las sospechas

irrazonables de Saúl podían caer sobre ella a causa de su parentesco

con David. Ya sabían sus miembros, como lo sabía la generalidad en

Israel, que Dios había escogido a David como futuro soberano de su

pueblo; y creían que con él, aunque estuviese como fugitivo en una

cueva solitaria, estarían más seguros que si se quedaban a merced de

la locura de un rey celoso.

En la cueva de Adullam, la familia se hallaba unida por la

simpatía y el afecto. El hijo de Isaí podía producir melodías con la

voz y con su arpa mientras cantaba: "¡Mirad cuán bueno y cuán

delicioso es habitar los hermanos igualmente en uno!" Salmos

133:1. Había probado las amarguras de la desconfianza de sus

propios hermanos; y la armonía que había reemplazado la discordia

llenaba de regocijo el corazón del desterrado. Allí fué donde David

compuso el salmo 57.

895


Antes de que transcurriera mucho tiempo se unieron a la

compañía de David otros hombres que trataban de escapar a las

exigencias del rey. Muchos eran los que habían perdido la confianza

en el soberano de Israel, pues podían ver que ya no le guiaba el

Espíritu del Señor. "Y juntáronse con él todos los afligidos, y todo el

que estaba adeudado, y todos los que se hallaban en amargura de

espíritu, y fué hecho capitán de ellos: y tuvo consigo como

cuatrocientos hombres." Así tuvo David un pequeño reino propio, y

en él imperaban la disciplina y el orden.

Pero aun en su retiro de las montañas, distaba mucho de

sentirse seguro; pues de continuo tenía evidencias de que el rey no

había renunciado a sus propósitos homicidas. Cerca del rey de Moab

halló refugio para sus padres; y luego al recibir de un profeta del

Señor una advertencia de peligro, huyó de su escondite hacia el

bosque de Hareth.

Lo que experimentaba David no era innecesario ni estéril. Dios

le sometía a un proceso de disciplina a fin de prepararle tanto para el

cargo de sabio general como para el de rey justo y misericordioso.

Con su banda de fugitivos, David obtenía una excelente preparación

para asumir la obra de la cual Saúl se hacía totalmente indigno por

su furia asesina y su ciega indiscreción. No pueden los hombres

alejarse del consejo de Dios, y retener la calma ni la sabiduría

necesarias para obrar con justicia y discreción. No hay locura tan

temible ni tan desesperada y fútil, como la que consiste en seguir el

juicio humano, sin dirección de la sabiduría de Dios.

896


Saúl había hecho preparativos para atrapar y capturar a David

en la cueva de Adullam, y cuando descubrió que David había dejado

ese refugio, el rey se enfureció mucho. La huída de David era un

misterio para Saúl. Sólo podía explicársela por la sospecha de que

había en su campamento traidores que habían puesto al hijo de Isaí

al tanto de su proximidad y sus propósitos.

Afirmó Saúl a sus consejeros que se había tramado una

conspiración contra él, y ofreciéndoles ricos presentes y puestos de

honor, los sobornó para que le revelasen quienes entre su pueblo

habían tratado amistosamente a David. Doeg, el idumeo, se hizo

delator. Movido por la ambición y la avaricia y por el odio al

sacerdote, que había reprobado sus pecados, Doeg dió parte de la

visita de David a Ahimelech, presentando el asunto en forma tal que

se encendiera la ira de Saúl contra el hombre de Dios. La palabra de

aquella lengua perversa, encendida por el mismo infierno, despertó

las peores pasiones del corazón de Saúl. Loco de ira, declaró que

debía perecer toda la familia del sacerdote. Y el terrible decreto fué

ejecutado. No sólo se mató a Ahimelech, sino que también a los

mismos miembros de la casa de su padre--"ochenta y cinco varones

que vestían ephod de lino,"--les dió muerte, por orden del rey, la

mano homicida de Doeg.

"Y a Nob, ciudad de los sacerdotes, puso a cuchillo: así a

hombres como a mujeres, niños y mamantes, bueyes y asnos y

ovejas, todo a cuchillo." Esto era lo que Saúl podía hacer bajo el

dominio de Satanás. Cuando Dios declaró que la iniquidad de los

897


amalecitas estaba rebosando, y le ordenó que los destruyera

totalmente, Saúl se creyó demasiado compasivo para ejecutar la

sentencia divina, y salvó lo que estaba dedicado a la destrucción;

pero ahora, sin ningún mandamiento de Dios, bajo la dirección de

Satanás, podía dar muerte a los sacerdotes del Señor, y llevar la

ruina a los habitantes de Nob. Tal es la perversidad del corazón

humano que ha rechazado la dirección de Dios.

Esta acción llenó a todo Israel de horror. El rey a quien ellos

habían escogido era el que había cometido semejante ultraje; y sólo

había procedido a la usanza de los reyes de otras naciones que no

temían a Dios. El arca estaba con ellos; pero los sacerdotes a

quienes solían consultar yacían muertos por la espada. ¿Qué

sucedería luego?

898


Capítulo 65

La magnanimidad de David

Después de la atroz matanza de los sacerdotes del Señor por

Saúl, "uno de los hijos de Ahimelech hijo de Ahitob, que se llamaba

Abiathar, escapó, y huyóse a David. Y Abiathar notició a David

como Saúl había muerto los sacerdotes de Jehová. Y dijo David a

Abiathar: Yo sabía que estando allí aquel día Doeg el Idumeo, él lo

había de hacer saber a Saúl. Yo he dado ocasión contra todas las

personas de la casa de tu padre. Quédate conmigo, no temas: quien

buscare mi vida, buscará también la tuya: bien que tú estarás

conmigo guardado." 1 Samuel 22:20-23.

Siempre perseguido por el rey, David no hallaba lugar de

descanso ni de seguridad. En Keila su valerosa banda salvó al

pueblo de ser capturado por los filisteos, pero esa banda no estaba

segura ni aun entre la gente que había salvado. De Keila se fué al

desierto de Ziph.

Durante ese tiempo, cuando había tan pocos puntos luminosos

en el sendero de David, tuvo el gozo de recibir la inesperada visita

de Jonatán, quien había sabido dónde estaba refugiado. Los

momentos que estos dos amigos pasaron juntos fueron preciosos. Se

relataron mutuamente las distintas cosas de su vida, y Jonatán

fortaleció el corazón de David diciéndole: "No temas, que no te

hallará la mano de Saúl mi padre, y tú reinarás sobre Israel, y yo

899


seré segundo después de ti; y aun Saúl mi padre así lo sabe." Véase

1 Samuel 23-27. Mientras conversaba de cuán maravillosamente

Dios había obrado con David, el perseguido fugitivo fué muy

alentado. "Y entrambos hicieron alianza delante de Jehová: y David

se quedó en el bosque, y Jonathán se volvió a su casa."

Después de la visita de Jonatán, David animó su alma con

cantos de alabanza, acompañando su voz con el arpa mientras

cantaba:

"En Jehová he confiado; ¿Cómo decís a mi alma: Escapa al

monte cual ave? Porque he aquí, los malos flecharon el arco,

Apercibieron sus saetas sobre la cuerda, Para asaetear en oculto A

los rectos de corazón. Si fueren destruídos los fundamentos, ¿Qué ha

de hacer el justo? Jehová en el templo de su santidad: La silla de

Jehová está en el cielo: Sus ojos ven, sus párpados examinan A los

hijos de los hombres. Jehová prueba al justo; Empero al malo y al

que ama la violencia, Su alma aborrece." Salmos 11:1-5.

Los zifitas a cuya región salvaje David había huído desde

Keila, avisaron a Saúl, en Gabaa, de que sabían donde se ocultaba

David, y que guiarían al rey a su retiro. Pero David, advertido de las

intenciones de ellos, cambió de posición, y buscó refugio en las

montañas entre Maón y el mar Muerto.

Nuevamente se le comunicó a Saúl: "He aquí que David está en

el desierto de Engaddi. Y tomando Saúl tres mil hombres escogidos

de todo Israel, fué en busca de David y de los suyos, por las cumbres

900


de los peñascos de las cabras monteses." David sólo tenía

seiscientos hombres en su compañía, en tanto que Saúl avanzaba

contra él con un ejército de tres mil.

En una cueva retirada el hijo de Isaí y sus hombres esperaban la

dirección de Dios acerca de lo que habían de hacer. Mientras Saúl se

abría paso montaña arriba, se desvió, y entró solo en la caverna

misma donde David y su grupo estaban escondidos. Cuando los

hombres de David vieron esto, le instaron a que diera muerte a Saúl.

Interpretaban ellos el hecho de que el rey estaba ahora en su poder,

como una evidencia segura de que Dios mismo había entregado al

enemigo en sus manos, para que lo mataran. David estuvo tentado a

mirar así el asunto; pero la voz de la conciencia le habló, diciéndole:

No toques al ungido de Jehová.

Los hombres de David aun no querían dejar a Saúl irse en paz,

y le recordaron a su jefe las palabras de Dios: "He aquí que entrego

tu enemigo en tus manos, y harás con él como te pareciere. Y

levantóse David, y calladamente cortó la orilla del manto de Saúl."

Pero su conciencia le remordió después, porque había dañado el

manto del rey.

Saúl se levantó y salió de la cueva para continuar su búsqueda,

cuando sus oídos sorprendidos oyeron una voz que le decía: "¡Mi

Señor, el rey!" Se volvió para ver quién se dirigía a él, y he aquí que

era el hijo de Isaí, el hombre a quien por tanto tiempo había deseado

tener en su poder para matarlo. David se postró ante el rey,

reconociéndole como su señor. Dirigió luego estas palabras a Saúl:

901


"¿Por qué oyes las palabras de los que dicen: Mira que David

procura tu mal? He aquí han visto hoy tus ojos como Jehová te ha

puesto hoy en mis manos en la cueva: y dijeron que te matase, mas

te perdoné, porque dije: No extenderé mi mano contra mi señor,

porque ungido es de Jehová. Y mira, padre mío, mira aún la orilla de

tu manto en mi mano: porque yo corté la orilla de tu manto, y no te

maté. Conoce pues, y ve que no hay mal ni traición en mi mano, ni

he pecado contra ti; con todo, tú andas a caza de mi vida para

quitármela."

Cuando Saúl oyó las palabras de David, se humilló, y no pudo

menos de admitir su veracidad. Sus sentimientos se conmovieron

profundamente al darse cuenta de cuán completamente había estado

él en el poder del hombre cuya vida buscaba. David estaba en pie

ante él, consciente de su inocencia. Con ánimo enternecido, Saúl

exclamó: "¿No es ésta la voz tuya, hijo mío David? Y alzando Saúl

su voz lloró." Luego Saúl le dijo: "Más justo eres tú que yo, que me

has pagado con bien, habiéndote yo pagado con mal.... Porque

¿quien hallará a su enemigo, y lo dejará ir sano y salvo? Jehová te

pague con bien por lo que en este día has hecho conmigo. Y ahora,

... yo entiendo que tú has de reinar, y que el reino de Israel ha de ser

en tu mano firme y estable." Y David hizo un pacto con Saúl, a

saber, que cuando esto sucediera, miraría con favor la casa de Saúl,

y no raería su nombre.

Conociendo la conducta pasada de Saúl como la conocía,

David no podía depositar ninguna confianza en las seguridades que

el rey le había dado, ni esperar que su arrepentimiento continuase

902


por mucho tiempo. Así que cuando Saúl regresó a su casa, David se

quedó en las fortalezas de las montañas.

La enemistad que alimentan hacia los siervos de Dios los que

han cedido al poder de Satanás se trueca a veces en sentimiento de

reconciliación y favor; pero este cambio no siempre resulta

duradero. A veces, después que los hombres de mente corrompida se

dedicaron a hacer y decir cosas inicuas contra los siervos del Señor,

se arraiga en su mente la convicción de que obraban mal. El Espíritu

del Señor contiende con ellos, y humillan su corazón ante Dios y

ante aquellos cuya influencia procuraron destruir, y es posible que

cambien de conducta para con ellos. Pero cuando vuelven a abrir las

puertas a las sugestiones del maligno, reviven las antiguas dudas, la

vieja enemistad se despierta, y vuelven a dedicarse a la misma obra

de la cual se habían arrepentido, y que por algún tiempo

abandonaron. Vuelven a entregarse a la maledicencia, acusando y

condenando en forma acérrima a los mismos a quienes habían hecho

la más humilde confesión. A las tales personas Satanás puede

usarlas, después que adoptaron esa conducta, con mucho más poder

que antes, porque han pecado contra una luz mayor.

"Y murió Samuel, y juntóse todo Israel, y lo lloraron, y lo

sepultaron en su casa en Rama." La nación de Israel consideró la

muerte de Samuel como una pérdida irreparable. Había caído un

profeta grande y bueno, y un juez eminente; y el dolor del pueblo

era profundo y sincero. Desde su juventud, Samuel había caminado

ante Israel con corazón íntegro. Aunque Saúl había sido el rey

reconocido, Samuel había ejercido una influencia mucho más

903


poderosa que él, porque tenía en su haber una vida de fidelidad,

obediencia y devoción. Leemos que juzgó a Israel todos los días de

su vida.

Cuando el pueblo comparaba la conducta de Saúl con la de

Samuel, veía el error que había cometido al desear un rey para no

ser diferente de las naciones que lo circundaban. Muchos veían con

alarma las condiciones imperantes en la sociedad, la cual se

impregnaba rápidamente de irreligión e iniquidad. El ejemplo de su

soberano ejercía una vasta influencia, y muy bien podía Israel

lamentar el hecho de que había muerto Samuel, el profeta de Jehová.

La nación había perdido al fundador y presidente de las

escuelas sagradas; pero eso no era todo. Había perdido al hombre a

quien el pueblo solía acudir con sus grandes aflicciones, había

perdido al que constantemente intercedía ante Dios en beneficio de

los mejores intereses de su pueblo. La intercesión de Samuel le

había impartido un sentimiento de seguridad, pues "la oración del

justo, obrando eficazmente, puede mucho." Santiago 5:16. El pueblo

creyó ahora que Dios le abandonaba. El rey no le parecía sino un

poco menos que un loco. La justicia se había pervertido, y el orden

se había trocado en confusión.

Dios llamó al descanso a su anciano siervo precisamente

cuando la nación estaba agobiada por luchas internas, y parecía más

necesario que nunca el consejo sereno y piadoso de Samuel. El

pueblo se hacía amargas reflexiones cuando miraba el silencioso

sepulcro del profeta y recordaba cuán insensato había sido al

904


rechazarle como gobernante; porque había estado tan estrechamente

relacionado con el Cielo, que parecía vincular a todo Israel ante el

trono de Jehová. Samuel era quien les había enseñado a amar y

obedecer a Dios; pero ahora que había muerto, el pueblo se veía

abandonado a la merced de un rey unido a Satanás, que iba

separándolo de Dios y del cielo.

David no pudo asistir al entierro de Samuel; pero lloró por él

tan profunda y tiernamente como un hijo fiel hubiera llorado por un

padre amante. Sabía que la muerte de Samuel había roto otra

ligadura que refrenaba las acciones de Saúl, y se sintió menos

seguro que cuando el profeta vivía. Mientras Saúl dedicaba su

atención a lamentar la muerte de Samuel, David aprovechó la

ocasión para buscar un sitio más seguro, y huyó al desierto de Parán.

Allí fué donde compuso el salmo 120 y el salmo 121. En ese

desierto desolado, sabiendo que el profeta estaba muerto y que el rey

era su enemigo, cantó así:

"Mi socorro viene de Jehová, Que hizo los cielos y la tierra. No

dará tu pie al resbaladero; Ni se dormirá el que te guarda. He aquí,

no se adormecerá ni dormirá El que guarda a Israel. Jehová es tu

guardador: Jehová es tu sombra a tu mano derecha. El sol no te

fatigará de día, Ni la luna de noche. Jehová te guardará de todo mal:

El guardará tu alma. Jehová guardará tu salida y tu entrada, Desde

ahora y para siempre." Salmos 121:2-8.

Mientras David y sus hombres estaban en el desierto de Parán,

protegieron de las depredaciones de los merodeadores los rebaños y

905


manadas de un hombre rico llamado Nabal, que tenía vastas

propiedades en aquella región. Nabal era descendiente de Caleb,

pero tenía un carácter brutal y mezquino.

Era la época de la esquila, tiempo de hospitalidad. David y sus

hombres estaban en suma necesidad de provisiones; y en

conformidad con las costumbres de aquel entonces, el hijo de Isaí

envió a diez jóvenes a Nabal, para que le saludaran en nombre de su

jefe y le dijeran de su parte: "Que vivas, y sea paz a ti, y paz a tu

familia, y paz a todo cuanto tienes. Ha poco supe que tienes

esquiladores. Ahora, a los pastores tuyos que han estado con

nosotros, nunca les hicimos fuerza, ni les faltó algo en todo el

tiempo que han estado en el Carmelo.* Pregunta a tus criados, que

ellos te lo dirán. Hallen por tanto estos criados gracia en tus ojos,

pues que venimos en buen día: ruégote que des lo que tuvieres a

mano a tus siervos, y a tu hijo David."

David y sus hombres habían sido algo así como una muralla

protectora para los pastores y los rebaños de Nabal; y ahora a este

rico se le pedía que de su abundancia aliviara en algo las

necesidades de aquellos que le habían prestado tan valiosos

servicios. Bien podían David y sus hombres haber tomado de los

rebaños y manadas de Nabal; pero no lo hicieron. Se comportaron

honradamente. Pero Nabal no reconoció la bondad de ellos. La

contestación que envió a David delataba su carácter: "¿Quién es

David? ¿y quién es el hijo de Isaí? Muchos siervos hay hoy que se

huyen de sus señores. ¿He de tomar yo ahora mi pan, mi agua, y mi

víctima que he preparado para mis esquiladores, y la daré a hombres

906


que no sé de dónde son?"

Cuando los jóvenes regresaron con las manos vacías, y

relataron lo acontecido a David, éste se llenó de indignación.

Ordenó a sus hombres que se preparasen para un encuentro; pues

había decidido castigar al hombre que le había negado su derecho, y

había agregado al daño insultos. Este movimiento impulsivo estaba

más en armonía con el carácter de Saúl que con el de David; pero el

hijo de Isaí tenía que aprender todavía lecciones de paciencia en la

escuela de la aflicción.

Después que Nabal hubo despedido a los jóvenes de David,

uno de los criados de Nabal se dirigió apresuradamente a Abigail,

esposa de Nabal, y la puso al tanto de lo que había sucedido. "He

aquí--dijo él--David envió mensajeros del desierto que saludasen a

nuestro amo, y él los ha zaherido. Mas aquellos hombres nos han

sido muy buenos, y nunca nos han hecho fuerza, ni ninguna cosa nos

ha faltado en todo el tiempo que hemos conversado con ellos,

mientras hemos estado en el campo. Hannos sido por muro de día y

de noche, todos los días que hemos estado con ellos apacentando las

ovejas. Ahora pues, entiende y mira lo que has de hacer, porque el

mal está del todo resuelto contra nuestro amo y contra toda su casa."

Sin consultar a su marido ni decirle su intención, Abigail hizo

una provisión amplia de abastecimientos y, cargada en asnos, la

envió a David bajo el cuidado de sus siervos, y fué ella misma en

busca de la compañía de David. La encontró en un lugar protegido

de una colina. "Y como Abigail vió a David, apeóse prestamente del

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asno, y postrándose delante de David sobre su rostro, inclinóse a

tierra; y echóse a sus pies, y dijo: Señor mío, sobre mí sea el pecado;

mas ruégote hable tu sierva en tus oídos, y oye las palabras de tu

sierva."

Abigail se dirigió a David con tanta reverencia como si hubiese

hablado a un monarca coronado. Nabal había exclamado

desdeñosamente: "¿Quién es David?" Pero Abigail le llamó: "Señor

mío." Con palabras bondadosas procuró calmar los sentimientos

irritados de él, y le suplicó en favor de su marido. Sin ninguna

ostentación ni orgullo, pero llena de sabiduría y del amor de Dios,

Abigail reveló la fortaleza de su devoción a su casa; y explicó

claramente a David que la conducta hostil de su marido no había

sido premeditada contra él como una afrenta personal, sino que era

simplemente el arrebato de una naturaleza desgraciada y egoísta.

"Ahora pues, señor mío, vive Jehová y vive tu alma, que

Jehová te ha estorbado que vinieses a derramar sangre, y vengarte

por tu propia mano. Sean pues como Nabal tus enemigos, y todos

los que procuran mal contra mi señor." Abigail no atribuyó a sí

misma el razonamiento que desvió a David de su propósito

precipitado, sino que dió a Dios el honor y la alabanza. Luego le

ofreció sus ricos abastecimientos como ofrenda de paz a los

hombres de David, y aun siguió rogando como si ella misma hubiese

sido la persona que había provocado el resentimiento del jefe.

"Yo te ruego--dijo ella--que perdones a tu sierva esta ofensa;

pues Jehová de cierto hará casa firme a mi señor, por cuanto mi

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señor hace las guerras de Jehová, y mal no se ha hallado en ti en tus

días." Abigail insinuó el curso que David debía seguir. Debía librar

las batallas del Señor. No debía procurar vengarse por los agravios

personales, aun cuando se le perseguía como a un traidor. Continuó

diciendo: "Bien que alguien se haya levantado a perseguirte y

atentar a tu vida, con todo, el alma de mi señor será ligada en el haz

de los que viven con Jehová Dios tuyo.... Y acontecerá que cuando

Jehová hiciere con mi señor conforme a todo el bien que ha hablado

de ti, y te mandare que seas caudillo sobre Israel, entonces, señor

mío, no te será esto en tropiezo y turbación de corazón, el que hayas

derramado sangre sin causa, o que mi señor se haya vengado por sí

mismo. Guárdese pues mi señor, y cuando Jehová hiciere bien a mi

señor, acuérdate de tu sierva."

Estas palabras sólo pudieron brotar de los labios de una persona

que participaba de la sabiduría de lo alto. La piedad de Abigail,

como la fragancia de una flor, se expresaba inconscientemente en su

semblante, sus palabras y sus acciones. El Espíritu del Hijo de Dios

moraba en su alma. Su palabra, sazonada de gracia, y henchida de

bondad y de paz, derramaba una influencia celestial. Impulsos

mejores se apoderaron de David, y tembló al pensar en lo que

pudiera haber resultado de su propósito temerario. "Bienaventurados

los pacificadores: porque ellos serán llamados hijos de Dios." Mateo

5:9. ¡Ojalá que hubiera muchas personas como esta mujer de Israel,

que suavizaran los sentimientos irritados y sofocaran los impulsos

temerarios y evitaran grandes males por medio de palabras

impregnadas de una sabiduría serena y bien dirigida!

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Una vida cristiana consagrada derrama siempre luz, consuelo y

paz. Se caracteriza por la pureza, el tino, la sencillez y el deseo de

servir a los semejantes. Está dominada por ese amor desinteresado

que santifica la influencia. Está henchida del Espíritu de Cristo, y

doquiera vaya quien la posee deja una huella de luz.

Abigail era sabia para aconsejar y reprender. La ira de David se

disipó bajo el poder de su influencia y razonamiento. Quedó

convencido de que había tomado un camino malo, y que había

perdido el dominio de su propio espíritu. Con corazón humilde

recibió la reprensión, en armonía con sus propias palabras: "Que el

justo me castigue, será un favor, y que me reprenda será un

excelente bálsamo." Salmos 141:5. Le dió las gracias y la bendijo

por haberle aconsejado tan rectamente. Son muchos los que, cuando

se les reprende, se creen dignos de alabanza si reciben el reproche

sin impacientarse; pero ¡cuán pocos aceptan la reprensión con

gratitud de corazón, y bendicen a los que tratan de evitarles que

sigan un sendero malo!

Cuando Abigail regresó a casa, encontró a Nabal y sus

huéspedes gozándose en un gran festín, que habían convertido en

una borrachera alborotada. Hasta la mañana siguiente, no relató ella

a su marido lo que había ocurrido en su entrevista con David. En lo

íntimo de su corazón, Nabal era un cobarde; y cuando se dió cuenta

de cuán cerca su tontería le había llevado de una muerte repentina,

quedó como herido de un ataque de parálisis. Temeroso de que

David continuase con su propósito de venganza, se llenó de horror,

y cayó en una condición de insensibilidad inconsciente. Diez días

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después falleció. La vida que Dios le había dado, sólo había sido una

maldición para el mundo. En medio de su alegría y regocijo, Dios le

había dicho, como le dijo al rico de la parábola: "Esta noche vuelven

a pedir tu alma." Lucas 12:20.

David se casó después con Abigail. Ya era el marido de una

esposa; pero la costumbre de las naciones de su tiempo había

pervertido su juicio e influía en sus acciones. Aun hombres grandes

y buenos erraron al seguir prácticas del mundo. Los resultados

amargos de casarse con muchas esposas fueron gravemente sentidos

por David a través de toda su vida.

Después de la muerte de Samuel, David fué dejado en paz por

algunos meses. Volvió a retirarse a la soledad de los zifitas; pero

estos enemigos, con la esperanza de obtener el favor del rey, le

revelaron el escondite de David. Estas noticias despertaron al

demonio de las pasiones que habían estado adormecidas en el

corazón de Saúl. Una vez más, reunió a sus hombres de armas, y los

dirigió en perseguimiento de David. Pero algunos espías de éste

avisaron al hijo de Isaí que Saúl le perseguía otra vez; y con unos

pocos de sus hombres salió David a averiguar el sitio donde estaban

sus enemigos. Ya era de noche cuando, avanzando sigilosamente,

llegaron a un campamento, y vieron delante de sí las tiendas del rey

y sus sirvientes. Nadie los veía; pues el campamento estaba

tranquilo y entregado al sueño. David invitó a sus amigos a que le

acompañaran hasta llegar en medio de sus enemigos. En

contestación a su pregunta: "¿Quién descenderá conmigo a Saúl al

campo?" dijo Abisai en seguida: "Yo descenderé contigo."

911


Protegidos por las obscuras sombras de las colinas, David y su

asistente entraron en el campamento del enemigo. Mientras trataban

de averiguar el número exacto de sus enemigos, llegaron adonde

Saúl dormía. Su lanza estaba hincada en la tierra, y había un jarro de

agua a su cabecera; al lado de él yacía Abner, su comandante en

jefe; alrededor de todos ellos estaban los soldados, sumidos en el

sueño. Abisai levantó su lanza, y dijo a David: "Hoy ha Dios

entregado a tu enemigo en tus manos: ahora pues, herirélo luego con

la lanza, cosiéndole con la tierra de un golpe, y no segundaré." Y

esperó la palabra que le diera el permiso; pero sus oídos escucharon

las palabras susurradas:

"No le mates: porque ¿quién extenderá su mano contra el

ungido de Jehová, y será inocente? ... Vive Jehová, que si Jehová no

lo hiriere, o que su día llegue para que muera, o que descendiendo

en batalla perezca, guárdeme Jehová de extender mi mano contra el

ungido de Jehová; empero toma ahora la lanza que está a su

cabecera, y la botija del agua, y vámonos. Llevóse pues David la

lanza y la botija de agua de la cabecera de Saúl, y fuéronse; que no

hubo nadie que viese, ni entendiese, ni velase, pues todos dormían:

porque un profundo sueño enviado de Jehová había caído sobre

ellos." ¡Cuán fácilmente puede el Señor debilitar al más fuerte,

quitar la prudencia del más sabio, y confundir la pericia del más

cuidadoso!

Cuando David estuvo a una distancia segura del campamento,

se paró en la cumbre de una colina, y gritó a voz en cuello a la gente

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y a Abner, diciéndole: "¿No eres varón tú? ¿y quién hay como tú en

Israel? ¿por qué pues no has guardado al rey tu señor? que ha

entrado uno del pueblo a matar a tu señor el rey. Esto que has hecho,

no está bien. Vive Jehová, que sois dignos de muerte, que no habéis

guardado a vuestro señor, al ungido de Jehová. Mira pues ahora

dónde está la lanza del rey, y la botija del agua que estaba en su

cabecera. Y conociendo Saúl la voz de David, dijo: ¿No es ésta tu

voz, hijo mío David? Y David respondió: Mi voz es, rey señor mío.

Y dijo: ¿Por qué persigue así mi señor a su siervo? ¿qué he hecho?

¿qué mal hay en mi mano? Ruego pues, que el rey mi señor oiga

ahora las palabras de su siervo."

Nuevamente confesó el rey, diciendo: "He pecado: vuélvete,

hijo mío David, que ningún mal te haré más, pues que mi vida ha

sido estimada hoy en tus ojos. He aquí, yo he hecho neciamente, y

he errado en gran manera. Y David respondió, y dijo: He aquí la

lanza del rey; pase acá uno de los criados, y tómela." No obstante

que Saúl había hecho la promesa: "Ningún mal te haré," David no se

entregó en sus manos.

Este segundo caso en que David respetaba la vida de su

soberano hizo una impresión aún más profunda en la mente de Saúl,

y arrancó de él un reconocimiento más humilde de su falta. Le

asombraba y subyugaba la manifestación de tanta bondad. Al

despedirse de David, Saúl exclamó: "Bendito eres tú, hijo mío

David; sin duda ejecutarás tú grandes empresas, y prevalecerás."

Pero el hijo de Isaí no tenía esperanza de que él siguiera por mucho

tiempo en esta actitud.

913


David perdió la esperanza de reconciliarse con Saúl. Parecía

inevitable que cayera finalmente víctima de la malicia del rey, y

decidió otra vez buscar refugio en tierra de los filisteos. Con los

seiscientos hombres que mandaba, se fué a Achis, rey de Gath.

La conclusión de David, de que Saúl ciertamente alcanzaría su

propósito homicida, se formó sin el consejo de Dios. Aun cuando

Saúl estaba maquinando y procurando su destrucción, el Señor

obraba para asegurarle el reino a David. El Señor lleva a cabo sus

planes, aunque muchas veces para los ojos humanos parezcan

velados por el misterio. Los hombres no pueden comprender las

maneras de proceder de Dios; y, mirando las apariencias, interpretan

las dificultades, las pruebas y las aflicciones que Dios permite que

les sobrevengan, como cosas que van encaminadas contra ellos, y

que sólo les causarán la ruina. Así miró David las apariencias, y

pasó por alto las promesas de Dios. Dudó que jamás llegara a ocupar

el trono. Las largas pruebas habían debilitado su fe y agotado su

paciencia.

El Señor no envió a David para que buscara protección entre

los filisteos, los enemigos acérrimos de Israel. Esa nación se iba a

contar entre sus peores enemigos hasta el final; y sin embargo, huyó

a ella en busca de ayuda cuando la necesitó. Habiendo perdido toda

fe en Saúl y en los que le servían, se entregó a la merced de los

enemigos de su pueblo. David era un general valeroso; había dado

muestras de ser un guerrero sabio y había salido siempre victorioso

en sus batallas; pero ahora estaba obrando directamente contra sus

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propios intereses al dirigirse a los filisteos. Dios le había designado

para que levantase su estandarte en la tierra de Judá, y fué la falta de

fe lo que le llevó a abandonar su puesto del deber sin un

mandamiento del Señor.

La incredulidad de David deshonró a Dios. Los filisteos habían

temido más a David que a Saúl y sus ejércitos; y al ponerse bajo la

protección de los filisteos, David les reveló las debilidades de su

propio pueblo. Así animó a estos implacables enemigos a oprimir a

Israel. David había sido ungido para que defendiera al pueblo de

Dios; y el Señor no quería que sus siervos alentaran a los impíos

revelando la debilidad de su pueblo ni aparentando indiferencia

hacia el bienestar de dicho pueblo. Además, sus hermanos

recibieron la impresión que él se había ido con los paganos para

servir a sus dioses. Su acto dió lugar a que se interpretaran mal sus

móviles, y muchos se sintieron inducidos a tener prejuicio contra él.

Aquello mismo que Satanás quería que hiciera, fué inducido a

hacerlo; pues, al buscar refugio entre los filisteos, David causó gran

alegría a los enemigos de Dios y de su pueblo. David no renunció al

culto que rendía a Dios, ni dejó de dedicarse a su causa; pero

sacrificó su confianza en él en favor de la seguridad personal, y así

empañó el carácter recto y fiel que Dios exige que sus siervos

tengan.

El rey de los filisteos recibió cordialmente a David. Lo

caluroso de esta recepción se debió en parte a que el rey le

admiraba, y en parte al hecho de que halagaba su vanidad el que un

hebreo buscaba su protección. David se sentía seguro contra la

915


traición en los dominios de Achis. Llevó a su familia, a los

miembros de su casa, y sus posesiones, como lo hicieron también

sus hombres; y a juzgar por todas las apariencias, había ido allí para

establecerse permanentemente en la tierra de los filisteos. Todo esto

agradaba mucho al rey Achis, quien prometió proteger a los

israelitas fugitivos.

Al pedir David una residencia en el campo, lejos de la ciudad

real, el rey le otorgó generosamente Siclag como posesión. David se

percataba de que estar bajo la influencia de los idóla-, tras sería

peligroso para él y sus hombres. En una ciudad enteramente

separada para su propio uso, podrían adorar a Dios con más libertad

que si permanecieran en Gath, donde los ritos paganos no podían

menos de resultar en una fuente de iniquidad y molestia.

Mientras moraba en esa ciudad remota, David hizo guerra a los

gesureos, a los gerzeos y a los amalecitas, sin dejar nunca uno solo

vivo que llevara las noticias a Gath. Cuando volvía de la batalla,

daba a entender a Achis que había estado guerreando contra los de

su propia nación, los hombres de Judá. Con este fingimiento, se

convirtió en el medio de fortalecer la mano de los filisteos; pues el

rey razonaba: "El se hace abominable a su pueblo de Israel, y será

siempre mi siervo." David sabía que era la voluntad de Dios que

aquellas tribus paganas fueran destruídas, y también sabía que él

había sido designado para llevar a cabo esa obra; pero no seguía los

caminos y consejos de Dios al practicar el engaño.

"Y aconteció que en aquellos días los Filisteos juntaron sus

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campos para pelear contra Israel. Y dijo Achis a David: Sabe de

cierto que has de salir conmigo a campaña, tú y los tuyos." David no

tenía intención de alzar su mano contra su pueblo; pero no estaba

seguro de la conducta que debía seguir, hasta que las circunstancias

le indicaran su deber. Contestó al rey evasivamente, y le dijo:

"Sabrás pues lo que hará tu siervo." Achis interpretó estas palabras

como una promesa de ayuda en la guerra que se aproximaba, y

prometió otorgarle a David grandes honores, y darle un elevado

cargo en la corte filistea.

Pero aunque la fe de David había vacilado un tanto acerca de

las promesas de Dios, aun recordaba que Samuel le había ungido

como rey de Israel. No olvidaba las victorias que Dios le había dado

sobre sus enemigos en el pasado. Consideró en una mirada

retrospectiva la gran misericordia de Dios al preservarle de la mano

de Saúl, y decidió no traicionar el cometido sagrado. Aunque el rey

de Israel había procurado matarle, decidió no unir sus fuerzas a las

de los enemigos de su pueblo.

917


Capítulo 66

La muerte de Saúl

Otra vez se declaró la guerra entre Israel y los filisteos. "Los

Filisteos se juntaron, vinieron y asentaron campo en Sunam," en la

orilla norte de la llanura de Jezreel; mientras que Saúl y sus fuerzas

acamparon sólo a pocas millas de distancia, al pie del monte de

Gilboa, en el borde meridional de la llanura. En esta llanura era

donde Gedeón, con trescientos hombres, había derrotado a las

huestes de Madián. Pero el espíritu que animaba al libertador de

Israel era muy distinto del que agitaba ahora el corazón del rey.

Gedeón salió al campo de batalla, fortalecido por su fe en el

poderoso Dios de Jacob; mientras que Saúl se sentía solo e

indefenso, porque Dios le había abandonado. Al mirar a lo lejos a

las huestes filisteas, "temió, y turbóse su corazón en gran manera."

Véase 1 Samuel 28, 31.

Saúl sabía que David y su fuerza estaban con los filisteos, y

pensó que el hijo de Isaí aprovecharía esta oportunidad para

vengarse de los agravios que había recibido. El rey estaba muy

angustiado. Su propio odio irracional, al incitarle a destruir al

escogido de Dios, había envuelto a la nación en tan grande peligro.

Mientras se había empeñado en perseguir a David, había descuidado

la defensa del reino. Los filisteos, aprovechándose de su condición

desamparada, habían penetrado hasta el mismo corazón del país.

Mientras Satanás instaba a Saúl a que empleara toda su energía para

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perseguir a David, su mismo espíritu maligno había inducido a los

filisteos a que aprovecharan la oportunidad de labrar la ruina de

Saúl, y derrocar al pueblo de Dios. ¡Cuán a menudo usa la misma

política y el mismo procedimiento el gran enemigo! Obra sobre un

corazón falto de consagración para encender la envidia y la lucha en

la iglesia, y luego, aprovechándose de la condición dividida en que

está el pueblo de Dios, mueve a sus agentes para que labren la ruina

de dicho pueblo.

Al día siguiente, Saúl debía entablar batalla con los filisteos. Le

rodeaban las obscuras sombras de la destrucción inminente;

anhelaba tener ayuda y dirección. Pero era en vano que buscara el

consejo de Dios. "Jehová no le respondió, ni por sueños, ni por

Urim, ni por profetas."

Nunca se apartó el Señor de un alma que acudiera a él con

sinceridad y humildad. ¿Por qué dejó a Saúl sin contestación? Por

sus propios actos, el rey había desechado los beneficios de todos los

métodos de interrogar a Dios. Había rechazado el consejo de Samuel

el profeta; había desterrado a David, el escogido de Dios; había dado

muerte a los sacerdotes de Jehová. ¿Podía esperar que Dios le

contestara, cuando había cortado por completo los medios de

comunicación que había ordenado el Cielo? Habiendo ahuyentado

por sus pecados al Espíritu de gracia, ¿podía acaso recibir

contestación del Señor mediante sueños y revelaciones?

Saúl no se volvió a Dios con humildad y arrepentimiento. Lo

que él buscaba no era el perdón de su pecado ni la reconciliación

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con Dios, sino que se le librara de sus enemigos. Por su propia

obstinación y rebelión, se había separado de Dios. No podía retornar

a él sino por medio del arrepentimiento y de la contrición; pero el

monarca orgulloso, en su angustia y desesperación, decidió solicitar

ayuda de otra fuente.

Dijo entonces Saúl a sus siervos: "Buscadme una mujer que

tenga espíritu de pythón [adivinación], para que yo vaya a ella, y por

medio de ella pregunte." Saúl conocía perfectamente el carácter de

la necromancia. Esta había sido expresamente prohibida por el

Señor, y se había pronunciado sentencia de muerte contra todos los

que practicaran sus artes inicuas. Mientras vivía Samuel, Saúl había

mandado que se diese muerte a todos los magos y a los que tuviesen

espíritu de adivinación; pero ahora, en un arrebato de desesperación,

recurría al oráculo que él mismo había condenado como

abominación.

Se le dijo al rey que una mujer que tenía espíritu de adivinación

vivía oculta en Endor. Esta mujer había pactado con Satanás

entregarse por completo a su dominio y cumplir sus propósitos; y en

cambio, el príncipe del mal hacía milagros para ella, y le revelaba

cosas secretas.

Disfrazándose, Saúl salió protegido por las sombras de la noche

con sólo dos acompañantes, para buscar el retiro de la pitonisa. ¡Oh!

¡cuánta lástima inspira esta escena hacia el rey de Israel conducido

cautivo a voluntad de Satanás! ¡Cuán obscuro es el sendero que

elige para sus pies el que insistió en hacer su propia voluntad, y

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resistió a la santa influencia del Espíritu de Dios! ¡Cuán terrible es la

servidumbre del que se entrega al dominio del peor de los tiranos, a

saber, él mismo! La confianza en Dios, y la obediencia a su

voluntad, eran las únicas condiciones bajo las cuales Saúl podía ser

rey de Israel. Si hubiera cumplido con estas condiciones durante

todo su reinado, su reino habría estado seguro; Dios habría sido su

guía, el Omnipotente su escudo. Dios había soportado mucho

tiempo a Saúl; y aunque su rebelión y su obstinación casi habían

acallado la voz divina en su alma, aun tenía oportunidad de

arrepentirse. Pero cuando en su peligro se apartó de Dios para

obtener luz de una aliada de Satanás, cortó el último vínculo que le

ataba a su Creador; se puso completamente bajo el dominio de aquel

poder diabólico que desde hacía muchos años se ejercía sobre él, y

le había llevado al mismo borde de la destrucción.

Bajo la protección de las tinieblas nocturnas, Saúl y sus

asistentes avanzaron a través de la llanura, y dejando sin tropiezo a

un lado la hueste filistea, cruzaron la montaña para llegar al solitario

domicilio de la pitonisa de Endor. Allí se había ocultado la adivina

para continuar secretamente la práctica de sus encantamientos

profanos. Aunque Saúl estaba disfrazado, su elevada estatura y regio

porte indicaban que no era un soldado común. La mujer sospechó

que el visitante fuese Saúl, y los ricos regalos que le ofreció

reforzaron sus sospechas. Al pedido que le dirigió: "Yo te ruego que

me adivines por el espíritu de pythón, y me hagas subir a quien yo te

dijere," la mujer contestó: "He aquí tú sabes lo que Saúl ha hecho,

cómo ha separado de la tierra los pithones y los adivinos: ¿por qué

pues pones tropiezo a mi vida, para hacerme matar? Entonces Saúl

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le juró por Jehová, diciendo: Vive Jehová, que ningún mal te vendrá

por esto." Y cuando ella dijo: "¿A quién te haré venir?" contestó él:

"A Samuel."

Después de practicar sus encantamientos, ella le dijo: "He visto

dioses que suben de la tierra.... Un hombre anciano viene, cubierto

de un manto. Saúl entonces entendió que era Samuel, y humillando

el rostro a tierra, hizo gran reverencia."

No fué el santo profeta de Dios el que vino, evocado por los

encantamientos de la pitonisa. Samuel no estuvo presente en aquella

guarida de los espíritus malos. Aquella aparición sobrenatural fué

producida solamente por el poder de Satanás. Le resultó tan fácil

asumir entonces la forma de Samuel como tomar la de un ángel de

luz cuando tentó a Cristo en el desierto.

Las primeras palabras de la mujer cuando estuvo bajo la

influencia de su encantamiento se dirigieron al rey: "¿Por qué me

has engañado? que tú eres Saúl." De modo que el primer acto del

espíritu malo que se presentó como el profeta consistió en

comunicarse secretamente con esta mujer impía, para advertirla de

cómo se la había engañado. El mensaje que el profeta fingido le dió

a Saúl fué: "¿Por qué me has inquietado haciéndome venir? Y Saúl

respondió: Estoy muy congojado; pues los Filisteos pelean contra

mí, y Dios se ha apartado de mí, y no me responde más, ni por mano

de profetas, ni por sueños: por esto te he llamado, para que me

declares qué tengo de hacer."

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Mientras vivía Samuel, Saúl había menospreciado su consejo, y

manifestado resentimiento por sus reproches. Pero ahora, en la hora

de su aflicción y calamidad, consideró la dirección del profeta como

la única esperanza, y para comunicarse con el embajador del Cielo,

recurrió en vano a la mensajera del infierno. Saúl se había colocado

totalmente en poder de Satanás; y ahora aquel que se deleita

únicamente en causar miseria y destrucción aprovechó bien la

oportunidad para labrar la ruina del desgraciado rey. En contestación

a la súplica de Saúl en su agonía, recibió de los supuestos labios de

Samuel el terrible mensaje:

"¿Y para qué me preguntas a mí, habiéndose apartado de ti

Jehová, y es tu enemigo? Jehová pues ha hecho como habló por

medio de mí; pues ha cortado Jehová el reino de tu mano, y lo ha

dado a tu compañero David. Como tú no obedeciste a la voz de

Jehová, ni cumpliste el furor de su ira sobre Amalec, por eso Jehová

te ha hecho esto hoy. Y Jehová entregará a Israel también contigo en

manos de los Filisteos: y mañana seréis conmigo, tú y tus hijos: y

aun el campo de Israel entregará Jehová en manos de los Filisteos."

A través de toda su carrera de rebelión, Saúl había sido

halagado y engañado por Satanás. Es obra del tentador

empequeñecer el pecado, hacer el sendero de la transgresión fácil y

agradable, cegar la mente a las advertencias y las amenazas del

Señor. Satanás, por su poder hechicero, había inducido a Saúl a

justificarse en desafío de las reprensiones y advertencias de Samuel.

Pero ahora, en su extrema necesidad, se volvía contra él,

presentándole la enormidad de su pecado y la imposibilidad de

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esperar perdón para incitarle a la desesperación. No podría haber

elegido una manera mejor para destruir su valor y confundir su

juicio, o para inducirle a desesperarse y a destruirse él mismo.

El cansancio y el ayuno habían debilitado a Saúl, que se sentía,

además, aterrorizado y atormentado por su conciencia. Cuando oyó

aquella espantosa predicción, su cuerpo osciló como una encina ante

la tempestad, y cayó postrado en tierra.

La pitonisa se llenó de alarma. El rey de Israel yacía ante ella

como muerto. ¿Cuáles serían las consecuencias para ella, si perecía

en su retiro? Le pidió que se levantara y comiera algo, alegando que

como ella había puesto en peligro su vida al otorgarle lo que

deseara, él debía ceder a la súplica de ella para conservar su propia

vida. Los criados de Saúl unieron sus súplicas a las de la pitonisa; el

rey cedió por fin, y la mujer puso en su mesa el "ternero grueso" y el

pan sin levadura que preparó apresuradamente. ¡Qué escena aquella!

En la rústica cueva de la pitonisa, donde poco antes habían resonado

las palabras de condenación, y en presencia de la mensajera de

Satanás, el que había sido ungido por Dios como rey de todo Israel

se sentó a comer, en preparación para la lucha mortal del día que se

avecinaba.

Antes del amanecer volvió con sus acompañantes al

campamento israelita, a fin de hacer preparativos para el combate.

Al consultar aquel espíritu de las tinieblas, Saúl se había destruído.

Oprimido por los horrores de la desesperación, le iba a resultar

imposible inspirar ánimo a su ejército. Separado de la Fuente de

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fortaleza, no podía dirigir la mente de Israel para que buscara y

mirara a Dios como su ayudador. De esta manera la predicción del

mal iba a labrar su propio cumplimiento.

En las llanuras de Sunam y en las laderas del monte Gilboa, los

ejércitos de Israel y las huestes filisteas se trabaron en mortal

combate. Aunque la temible escena de la cueva de Endor había

ahuyentado toda esperanza de su corazón, Saúl luchó con valor

desesperado por su trono y por su reino. Pero fué en vano. "Los de

Israel huyeron delante de los Filisteos, y cayeron muertos en el

monte de Gilboa." Tres hijos valerosos del rey perecieron a su lado.

Los arqueros apremiaban más y más a Saúl. Había visto a sus

soldados caer en derredor suyo, y a sus nobles hijos abatidos por la

espada. Herido él mismo, ya no podía pelear ni huir. Le era

imposible escapar, y resuelto a no ser capturado vivo por los

filisteos, ordenó a su escudero: "Saca tu espada, y pásame con ella."

Cuando el hombre se negó a levantar la mano contra el ungido del

Señor, Saúl se quitó él mismo la vida dejándose caer sobre su propia

espada. Así pereció el primer rey de Israel cargando su alma con la

culpa del suicidio. Su vida había fracasado y cayó sin honor y

desesperado, porque había opuesto su perversa voluntad a la de

Dios.

Las noticias de la derrota cundieron por todas partes, e

infundieron terror a todo Israel. El pueblo huyó de las ciudades, y

los filisteos tomaron posesión de ellas sin molestia alguna. El

reinado de Saúl, independiente de Dios, casi había resultado en la

925


ruina de su pueblo.

Al día siguiente de la lucha, mientras los filisteos examinaban

el campo de batalla para despojar a los muertos, descubrieron los

cuerpos de Saúl y de sus tres hijos. Para completar su triunfo,

cortaron la cabeza de Saúl y quitaron la armadura del resto de su

cuerpo; luego esta cabeza sangrienta y la armadura fueron enviadas

al país de los filisteos como trofeo de victoria, "para que lo

noticiaran en el templo de sus ídolos, y por el pueblo." La armadura

fué por fin colocada en el "templo de Astaroth," mientras que la

cabeza fué fijada en el templo de Dagón. Así se dió la gloria de la

victoria al poder de los dioses falsos y se deshonró el nombre de

Jehová.

Los cadáveres de Saúl y de sus hijos fueron arrastrados a Bethsan,

ciudad que no estaba muy lejos de Gilboa, y cerca del río

Jordán. Allí fueron colgados con cadenas para que los devorasen las

aves de rapiña. Pero los hombres valientes de Jabes de Galaad,

recordando cómo Saúl había liberado su ciudad en años anteriores y

más felices, manifestaron su gratitud rescatando los cadáveres del

rey y de los príncipes, y dándoles sepultura honorable. Cruzando el

Jordán durante la noche, "quitaron el cuerpo de Saúl y los cuerpos

de sus hijos del muro de Beth-san; y viniendo a Jabes, quemáronlos

allí. Y tomando sus huesos, sepultáronlos debajo de un árbol en

Jabes, y ayunaron siete días." Así fué como una acción noble,

realizada hacía cuarenta años, aseguró para Saúl y sus hijos que los

enterraran manos tiernas y misericordes en aquella hora negra de la

derrota y de la deshonra.

926


927


Capítulo 67

La magia antigua y moderna

El relato que hace la Escritura de la visita de Saúl a la mujer de

Endor, ha ocasionado perplejidad a muchos estudiantes de la Biblia.

Algunos sostienen que Samuel estuvo realmente presente en la

entrevista con Saúl, pero la Biblia misma suministra bases

suficientes para llegar a una conclusión contraria. Si, como algunos

alegan, Samuel hubiera estado en el cielo, habría sido necesario

hacerle bajar de allí, ya sea por el poder de Dios o por el poder de

Satanás. Nadie puede creer que Satanás tenía poder para hacer bajar

del cielo al santo profeta de Dios para honrar las hechicerías de una

mujer impía. Tampoco podemos concluir que Dios le mandó a la

cueva de la bruja; pues el Señor ya se había negado a comunicarse

con Saúl por medio de sueños, del Urim [luz del pectoral], o por

medio de los profetas. 1 Samuel 28:6. Estos eran los medios

designados por Dios para comunicarse con su pueblo, y no los iba a

pasar por alto para dar un mensaje por medio de un agente de

Satanás.

El mensaje mismo da suficiente evidencia de su origen. Su

objeto no era inducir a Saúl al arrepentimiento, sino más bien

incitarle a destruirse; y tal no es la obra de Dios, sino la de Satanás.

Además, el acto de Saúl al consultar a una hechicera se cita en la

Escritura como una de las razones por las cuales fué rechazado por

Dios y entregado a la destrucción: "Así murió Saúl por su rebelión

928


con que prevaricó contra Jehová, contra la palabra de Jehová, la cual

no guardó; y porque consultó al pythón, preguntándole, y no

consultó a Jehová: por esta causa lo mató, y traspasó el reino a

David, hijo de Isaí." 1 Crónicas 10:13, 14. Este pasaje dice

claramente que Saúl interrogó al "pythón" o espíritu malo, y no al

Espíritu del Señor. No se comunicó con Samuel, el profeta de Dios;

sino que por medio de la hechicera se comunicó con Satanás. Este

no podía presentar al verdadero Samuel, pero sí presentó uno falso,

que le sirvió para llevar a cabo sus propósitos de engaño.

Casi todas las formas de la hechicería y brujería antiguas se

fundaban en la creencia de que es posible comunicarse con los

muertos. Los que practicaban las artes de la necromancia aseveraban

tener relaciones con los espíritus de los difuntos, y obtener de ellos

un conocimiento de los acontecimientos futuros. A esta costumbre

de consultar a los muertos se alude en la profecía de Isaías: "Y si os

dijeren: Preguntad a los pythones y a los adivinos, que susurran

hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Apelará

por los vivos a los muertos?" Isaías 8:19.

Esta misma creencia en la posibilidad de comunicarse con los

muertos era la piedra angular de la idolatría pagana. Se creía que los

dioses de los paganos eran los espíritus deificados de héroes

desaparecidos. La religión de los paganos era así un culto a los

muertos. Las Escrituras lo evidencian. Al relatar el pecado de Israel

en Beth-peor nos dice: "Y reposó Israel en Sittim, y el pueblo

empezó a fornicar con las hijas de Moab: las cuales llamaron al

pueblo a los sacrificios de sus dioses: y el pueblo comió, e inclinóse

929


a sus dioses. Y llegóse el pueblo a Baal-peor." Números 25:1-3. El

salmista nos dice a qué clase de dioses eran ofrecidos esos

sacrificios. Hablando de la misma apostasía de los israelitas, dice:

"Allegáronse asimismo a Baalpeor, y comieron los sacrificios de los

muertos" (Salmos 106:28), es decir, sacrificios que habían sido

ofrecidos a los difuntos.

La deificación de los muertos ocupaba un lugar preeminente en

casi todo sistema pagano, como también lo ocupaba la supuesta

comunión con los muertos. Se creía que los dioses comunicaban su

voluntad a los hombres, y que, cuando los consultaban, les daban

consejos. De esta índole eran los famosos oráculos de Grecia y de

Roma.

La creencia en la comunión con los muertos prevalece aún hoy

día, hasta entre los pueblos que profesan ser cristianos. Bajo el

nombre de espiritismo, la práctica de comunicarse con seres que

dicen ser los espíritus de los desaparecidos se ha generalizado

mucho. Tiende a conquistar la simpatía de quienes perdieron seres

queridos. A veces se presentan a ciertas personas seres espirituales

en la forma de sus amigos difuntos, y les describen incidentes

relacionados con la vida de ellos, o realizan actos que ejecutaban

mientras vivían. En esta forma inducen a los hombres a creer que

sus amigos difuntos son ángeles, que se ciernen sobre ellos y se

comunican con ellos. Los seres que son así considerados como

espíritus de los desaparecidos, son mirados con cierta idolatría, y

para muchos la palabra de ellos tiene más peso que la palabra de

Dios.

930


Pero muchos consideran al espiritismo como un simple engaño.

Atribuyen a fraudes de los médiums las manifestaciones mediante

las cuales pretenden demostrar que poseen un carácter sobrenatural.

Sin embargo, si bien es cierto que con frecuencia se han presentado

los resultados de alguna superchería como manifestaciones

genuinas, ha habido también evidencias notables de un poder

sobrenatural. Y muchos de los que rechazan el espiritismo como

resultado de la pericia o la astucia humana, al comprobar

manifestaciones que no pueden explicar en este sentido, se verán

inducidos a reconocer sus asertos como veraces.

El espiritismo moderno y las formas de la brujería antigua y del

culto idólatra, por tener todos la comunión con los muertos como

principio vital, se basan en aquella primera mentira mediante la cual

Satanás engañó a Adán y a Eva: "No moriréis; mas sabe Dios que el

día que comiereis de él, ... seréis como dioses." Génesis 3:4, 5.

Como se basan igualmente en la mentira y la perpetúan, provienen

por igual del padre de las mentiras.

A los hebreos se les prohibía expresamente que participaran en

cualquier forma de supuesta comunión con los muertos. Dios cerró

esta puerta eficazmente cuando dijo: "Los muertos nada saben, ... ni

tiene ya más parte en el siglo, en todo lo que se hace debajo del sol."

Eclesiastés 9:5, 6. "Saldrá su espíritu, tornaráse el hombre en su

tierra: en aquel día perecerán sus pensamientos." Salmos 146:4. Y el

Señor le declaró a Israel: "La persona que atendiere a encantadores o

adivinos, para prostituirse tras de ellos, yo pondré mi rostro contra la

931


tal persona, y cortaréla de entre su pueblo." Levítico 20:6.

Los espíritus adivinadores no eran los espíritus de los muertos,

sino ángeles malos, mensajeros de Satanás. La idolatría antigua,

que, según hemos visto, abarca tanto el culto de los muertos como la

pretendida comunicación con ellos, era, declara la Biblia, una

manifestación del culto de los demonios. El apóstol Pablo, al

amonestar a sus hermanos contra cualquier participación en la

idolatría de sus vecinos paganos, dice: "Lo que los Gentiles

sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios: y no querría

que vosotros fueseis partícipes con los demonios." 1 Corintios

10:20. Hablando de Israel el salmista dice: "Sacrificaron sus hijos y

sus hijas a los demonios;" y en el próximo versículo explica que los

"sacrificaron a los ídolos de Canaán." Salmos 106:37, 38. En su

supuesta adoración de los muertos, adoraban, en realidad, a los

demonios.

Ese espiritismo moderno, basado en el mismo fundamento, no

es sino un renacimiento, en nueva forma, de la hechicería y del culto

demoníaco que Dios había condenado y prohibido en la antigüedad.

Estaba predicho en las Escrituras, las cuales declaraban: "En los

venideros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a

espíritus de error y a doctrinas de demonios." 1 Timoteo 4:1. El

apostól Pablo, en su segunda epístola a los tesalonicenses, señala la

obra especial de Satanás en el espiritismo como cosa que había de

suceder inmediatamente antes de la segunda venida de Cristo.

Hablando del segundo advenimiento de Cristo, declara que habría

antes "operación de Satanás, con grande potencia, y señales, y

932


milagros mentirosos." 2 Tesalonicenses 2:9. Y Pedro, refiriéndose a

los peligros a los cuales la iglesia se vería expuesta en los últimos

días, dice que como hubo falsos profetas que indujeron a Israel a

pecar, habrá falsos maestros, "que introducirán encubiertamente

herejías de perdición, y negarán al Señor que los rescató, ... y

muchos seguirán sus disoluciones." 2 Pedro 2:1, 2.

Así anunció el apóstol una de las características más señaladas

de los maestros espiritistas. Se niegan a reconocer a Cristo como el

Hijo de Dios. Tocante a esta clase de maestros, el amado apóstol

Juan declara: "¿Quién es mentiroso, sino el que niega que Jesús es el

Cristo? Este tal es anticristo, que niega al Padre y al Hijo.

Cualquiera que niega al Hijo, este tal tampoco tiene al Padre." 1

Juan 2:22, 23. El espiritismo, al negar a Cristo, niega tanto al Padre

como al Hijo, y la Biblia declara que es manifestación del anticristo.

Al predecir la perdición de Saúl por medio de la pitonisa de

Endor, Satanás quería entrampar al pueblo de Israel. Esperaba que

dicho pueblo llegaría a tener confianza en la pitonisa, y se vería

inducido a consultarla. Así se apartaría de Dios como su consejero,

y se colocaría bajo la dirección de Satanás. La seducción por medio

de la cual el espiritismo atrae a las multitudes es su supuesto poder

de descorrer el velo del futuro y revelar a los hombres lo que Dios

ocultó. Dios nos reveló en su Palabra los grandes acontecimientos

del porvenir, todo lo que es esencial que sepamos, y nos ha dado una

guía segura para nuestros pies en medio de los peligros; pero

Satanás quiere destruir la confianza y la fe de los hombres en Dios,

dejarlos descontentos de su condición en la vida, e inducirlos a

933


procurar el conocimiento de lo que Dios sabiamente les vedó y a

menospreciar lo que les reveló en su santa Palabra.

Muchos se agitan cuando no pueden saber qué resultará en

definitiva de los asuntos. No pueden soportar la incertidumbre, y en

su impaciencia rehusan esperar para ver la salvación de Dios. Los

males que presienten casi los enloquecen. Ceden a sus sentimientos

de rebelión, y corren de aquí para allá en dolor apasionado,

procurando entender lo que no se ha revelado. Si tan sólo confiaran

en Dios y velaran en oración, hallarían consuelo divino. Su espíritu

sería calmado por la comunión con Dios. Los cansados y trabajados

hallarían descanso para sus almas, con sólo ir a Jesús; pero cuando

descuidan los medios que Dios dispuso para su consuelo, y recurren

a otras fuentes, con la esperanza de averiguar lo que Dios vedó,

cometen el error de Saúl, y con ello sólo adquieren un conocimiento

del mal.

A Dios no le agrada esta conducta, y lo ha declarado en los

términos más explícitos. Esta premura impaciente por rasgar el velo

del futuro revela una falta de fe en Dios, y deja el alma expuesta a

las sugestiones del maestro de los engañadores. Satanás induce a los

hombres a que consulten a los que poseen espíritus adivinadores; y

mediante la revelación de cosas pasadas ocultas, les inspira

confianza en su poder de predecir lo por venir. En virtud de la

experiencia que obtuvo a través de largos siglos, puede razonar de la

causa al efecto, y a menudo predecir con cierta exactitud algunos de

los acontecimientos futuros de la vida del hombre. Así puede

engañar a ciertas pobres almas mal encaminadas, ponerlas bajo su

934


poder y llevarlas cautivas a voluntad.

Dios nos ha advertido por su profeta: "Si os dijeren: Preguntad

a los pythones y a los adivinos, que susurran hablando, responded:

¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Apelará por los vivos a los

muertos? ¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es

porque no les ha amanecido." Isaías 8:19, 20.

¿Irán los que tienen un Dios santo, infinito en sabiduría y

poder, a buscar ayuda en los adivinos cuya sabiduría procede de la

intimidad con el enemigo de nuestro Señor? Dios mismo es la luz de

su pueblo; le ordena que fije por la fe los ojos en las glorias que

están veladas para el ojo humano. El Sol de justicia derrama sus

brillantes rayos en los corazones de sus hijos; ellos tienen la luz que

emana del trono celestial, y no tienen ningún deseo de apartarse de

la fuente de la luz para acercarse a los mensajeros de Satanás.

El mensaje del demonio para Saúl, a pesar de que denunciaba

el pecado y predecía su retribución, no tenía por objeto reformarlo,

sino incitarle a la desesperación y a la ruina. Sin embargo, con más

frecuencia conviene mejor a los propósitos del tentador seducir al

hombre y llevarlo a la destrucción por medio de la alabanza y la

lisonja. En tiempos antiguos, la enseñanza de los dioses falsos o

demonios fomentaba el libertinaje más vil. Los preceptos divinos

que condenan el pecado e imponen la justicia y la rectitud, eran

puestos de lado; la verdad era considerada livianamente, y no sólo

era permitida la impureza, sino también ordenada. El espiritismo

declara que no hay muerte, ni pecado, ni juicio ni castigo; que los

935


hombres son "semidioses no caídos;" que el deseo es la ley más

elevada; que el hombre responde sólo ante sí mismo por sus actos.

Las barreras que Dios erigió para salvaguardar la verdad, la pureza y

la reverencia, son quebrantadas, y así muchos se envalentonan en el

pecado. ¿No sugiere todo esto que una enseñanza tal tiene el mismo

origen que el culto de los demonios?

En las abominaciones de los cananeos, el Señor presentó a

Israel los resultados que tiene la comunión con los espíritus malos;

eran sin afectos naturales, idólatras, adúlteros, asesinos y

abominables por todos sus pensamientos corrompidos y prácticas

degradantes. Los hombres no conocen su propio corazón; pues

"engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso."

Jeremías 17:9. Pero Dios sabe cuáles son las tendencias de la

naturaleza depravada del hombre. Entonces como ahora, Satanás

vigilaba para producir condiciones favorables a la rebelión, a fin de

que el pueblo de Israel se hiciera tan aborrecible para Dios como lo

eran los cananeos. El adversario de las almas está siempre en alerta

para abrir canales por los cuales pueda fluir sin impedimento alguno

lo malo que hay en nosotros, pues desea vernos arruinados y

condenados ante Dios.

Satanás estaba resuelto a seguir dominando la tierra de Canaán,

y cuando ella fué hecha morada de los hijos de Israel, y la ley de

Dios fué hecha la norma de esa tierra, aborreció a Israel con un odio

cruel y maligno, y tramó su destrucción. Por medio de los espíritus

malignos, se introdujeron dioses extraños; y a causa de la

transgresión, el pueblo escogido fué finalmente echado de la tierra

936


prometida y dispersado.

Hoy procura Satanás repetir esta historia. Dios está apartando a

sus hijos de las abominaciones del mundo, para que puedan guardar

su ley; y a causa de esto, la ira del "acusador de nuestros hermanos"

no tiene límite. "Porque el diablo ha descendido a vosotros, teniendo

grande ira, sabiendo que tiene poco tiempo." Apocalipsis 12:10, 12.

La verdadera tierra de promisión está delante de nosotros, y Satanás

está resuelto a destruir al pueblo de Dios, y privarlo de su herencia.

Nunca fué más necesario que hoy oír la advertencia: "Velad y orad,

para que no entréis en tentación." Marcos 14:38.

Las palabras que el Señor dirigió al antiguo Israel se dirigen

también a su pueblo en esta época: "No os volváis a los

encantadores y a los adivinos: no los consultéis ensuciándoos en

ellos," "porque es abominación a Jehová cualquiera que hace estas

cosas." Levítico 19:31; Deuteronomio 18:12.

937


Capítulo 68

David en Siclag

David y sus hombres no habían tomado parte en la batalla entre

Saúl y los filisteos, a pesar de que habían acompañado a los filisteos

al campo de batalla. Mientras los dos ejércitos se preparaban para el

combate, el hijo de Isaí se encontró en una situación de suma

perplejidad. Se esperaba que lidiara en favor de los filisteos. Si

durante la lucha abandonaba el puesto que se le asignara, y se

retiraba del campo, no sólo se haría tachar de cobarde, sino también

de ingrato y traidor a Achis, que le había protegido y había confiado

en él. Una acción tal cubriría su nombre de infamia, y le expondría a

la ira de enemigos mucho más temibles que Saúl. No obstante, no

podía consentir en luchar contra Israel. Si lo hiciera sería traidor a su

país, enemigo de Dios y de su pueblo. Perdería para siempre el

derecho de subir al trono de Israel; y si mataban a Saúl en la batalla,

se acusaría a David de haber causado esa muerte.

Se le hizo entender a David que había errado el camino.

Hubiera sido mucho mejor para él hallar refugio en las poderosas

fortalezas de las montañas de Dios que entre los enemigos

declarados de Jehová y de su pueblo. Pero el Señor, en su gran

misericordia, no castigó este error de su siervo ni le dejó solo en su

angustia y perplejidad; pues aunque David, al perder su confianza en

el poder divino, había vacilado y se había desviado del sendero de la

integridad estricta, seguía teniendo en su corazón el propósito de ser

938


fiel a Dios. Mientras que Satanás y su hueste estaban activos y

ayudaban a los adversarios de Dios y de Israel a hacer planes contra

un rey que había abandonado a Dios, los ángeles del Señor obraban

para librar a David del peligro en que había caído. Los mensajeros

celestiales moviefon a los príncipes filisteos a que protestaran contra

la presencia de David y de su fuerza junto al ejército en el conflicto

que se avecinaba.

"¿Qué hacen aquí estos Hebreos?" gritaron los señores filisteos,

agolpándose en derredor de Achis. Véase 1 Samuel 29, 30. Este, no

queriendo separarse de tan importante aliado, contestó: "¿No es éste

David, el siervo de Saúl rey de Israel, que ha estado conmigo

algunos días o algunos años, y no he hallado cosa en él desde el día

que se pasó a mí hasta hoy?"

Pero los príncipes insistieron airadamente en su exigencia:

"Envía a este hombre, que se vuelva al lugar que le señalaste, y no

venga con nosotros a la batalla, no sea que en la batalla se nos

vuelva enemigo: porque ¿con qué cosa volvería mejor a la gracia de

su señor que con las cabezas de estos hombres? ¿No es este David

de quien cantaban en los corros, diciendo: Saúl hirió sus miles, y

David sus diez miles?" Aun recordaban los señores filisteos la

muerte de su famoso campeón y el triunfo de Israel en aquella

ocasión. No creían que David peleara contra su propio pueblo; y si

en el ardor de la batalla, se ponía de su parte, podría infligir a los

filisteos mayores daños que todo el ejército de Saúl.

Achis se vió así obligado a ceder, y llamando a David, le dijo:

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"Vive Jehová, que tú has sido recto, y que me ha parecido bien tu

salida y entrada en el campo conmigo, y que ninguna cosa mala he

hallado en ti desde el día que viniste a mí hasta hoy: mas en los ojos

de los príncipes no agradas. Vuélvete pues, y vete en paz; y no

hagas lo malo en los ojos de los príncipes de los Filisteos."

David, temiendo traicionar sus verdaderos sentimientos,

contestó: "¿Qué he hecho? ¿qué has hallado en tu siervo desde el día

que estoy contigo hasta hoy, para que yo no vaya y pelee contra los

enemigos de mi señor el rey?"

La contestación de Achis debió causar al corazón de David un

estremecimiento de vergüenza y remordimiento al recordarle cuán

indignos de un siervo de Jehová eran los engaños hasta los cuales se

había rebajado. "Yo sé que tú eres bueno en mis ojos, como un ángel

de Dios--le dijo Achis;--mas los príncipes de los Filisteos han dicho:

No venga con nosotros a la batalla. Levántate pues de mañana, tú y

los siervos de tu señor que han venido contigo; y levantándoos de

mañana, luego al amanecer partíos." Así quedó rota la trampa en que

David se había enredado, y él se vió libre.

Después de un viaje de tres días, David y su compañía de

seiscientos hombres llegaron a Siclag, su hogar filisteo. Pero sus

ojos encontraron una escena de desolación. Los amalecitas,

aprovechando la ausencia de David y su fuerza, se habían vengado

de sus incursiones en la tierra de ellos. Habían sorprendido la

pequeña ciudad mientras estaba indefensa, y después de saquearla y

quemarla, habían partido, llevándose a todas las mujeres y los niños

940


como cautivos, con mucho botín.

Mudos de horror y de asombro, David y sus hombres se

quedaron un momento mirando en silencio las ruinas negras y

humeantes. Luego se apoderó de ellos un sentido de terrible

desolación, y aquellos guerreros con cicatrices de antiguas batallas,

"alzaron su voz y lloraron, hasta que les faltaron las fuerzas para

llorar."

Con esto David era castigado nuevamente por la falta de fe que

le había llevado a colocarse entre las filas de los filisteos. Tenía

ahora oportunidad de ver cuánta seguridad había entre los enemigos

de Dios y de su pueblo. Los seguidores de David se volvieron contra

él y le acusaron de ser la causa de sus calamidades. Había

provocado la venganza de los amalecitas al atacarlos; y sin embargo,

confiando demasiado en su seguridad entre sus enemigos, había

dejado la ciudad sin resguardo alguno. Enloquecidos de dolor y de

ira, sus soldados estaban ahora dispuestos a tomar cualquier medida

desesperada, y hasta llegaron a amenazar con apedrear a su jefe.

David parecía privado de todo apoyo humano. Había perdido

todo lo que apreciaba en la tierra. Saúl le había expulsado de su país;

los filisteos le habían echado de su campamento; los amalecitas

habían saqueado su ciudad; sus esposas e hijos habían sido hechos

prisioneros; y sus propios amigos y familiares se habían unido

contra él y hasta le amenazaban con la muerte. En esta hora de suma

gravedad, David, en lugar de permitir que su mente se espaciara en

esas circunstancias dolorosas, imploró vehementemente la ayuda de

941


Dios. "Se esforzó en Jehová su Dios." Repasó su vida agitada por

tantos acontecimientos. ¿En qué circunstancias le había abandonado

el Señor? Su alma se refrigeró recordando las muchas evidencias del

favor de Dios. Los hombres de David, por su descontento y su

impaciencia, hacían doblemente penosa su aflicción; mas el hombre

de Dios, teniendo aun mayores motivos para acongojarse, se portó

con valor. "En el día que temo, yo en ti confío" (Salmos 56:3), fué lo

que expresó su corazón. Aunque no acertaba a discernir una salida

de esta dificultad, Dios podía verla, y le enseñaría lo que debía

hacer.

Mandó llamar a Abiathar, el sacerdote, hijo de Ahimelech, y

"consultó a Jehová, diciendo: ¿Seguiré esta tropa? ¿podréla

alcanzar?" La respuesta fué: "Síguela, que de cierto la alcanzarás, y

sin falta librarás la presa."

Cuando se oyeron estas palabras, el tumulto, producido por la

aflicción y por la ira, cesó. David y sus soldados emprendieron en

seguida el perseguimiento de sus enemigos que huían. Fué tan

rápida su marcha que al llegar al arroyo de Besor, que desemboca en

el Mediterráneo cerca de Gaza, doscientos hombres de la compañía

fueron obligados a rezagarse por el cansancio. Pero David, con los

cuatrocientos restantes, siguió avanzando indómito.

Encontraron un esclavo egipcio, aparentemente moribundo de

cansancio y de hambre. Pero al recibir alimentos y agua revivió, y se

supo que lo había abandonado allí, para que muriera, su amo cruel,

un amalecita que pertenecía a la fuerza invasora. Contó la historia

942


del ataque y del saqueo; y luego, habiendo obtenido la promesa de

que no sería muerto ni entregado a su amo, consintió en dirigir a la

compañía de David al campamento de sus enemigos.

Cuando avistaron el campamento, sus ojos presenciaron una

escena de francachela. Las huestes victoriosas estaban celebrando

una gran fiesta. "Y he aquí que estaban derramados sobre la haz de

toda aquella tierra, comiendo y bebiendo y haciendo fiesta, por toda

aquella gran presa que habían tomado de la tierra de los Filisteos, y

de la tierra de Judá." David ordenó atacar inmediatamente, y los

perseguidores se precipitaron con fiereza contra su presa.

Los amalecitas fueron sorprendidos y sumidos en confusión. La

batalla continuó toda aquella noche y el siguiente día, hasta que casi

toda la hueste hubo perecido. Sólo alcanzó a escapar un grupo de

cuatrocientos hombres, montados en camellos. La palabra del Señor

se había cumplido. "Y libró David todo lo que los amalecitas habían

tomado, y asimismo libertó David a sus dos mujeres. Y no les faltó

cosa chica ni grande, así de hijos como de hijas, del robo, y de todas

las cosas que les habían tomado: todo lo recobró David."

Cuando David había invadido el territorio de los amalecitas,

había pasado a cuchillo a todos los habitantes que cayeron en sus

manos. Si no hubiera sido por el poder refrenador de Dios, los

amalecitas habrían tomado represalias destruyendo a la gente de

Siclag. Resolvieron dejar con vida a los cautivos, para realzar más el

honor de su triunfo con un gran número de prisioneros, pero

pensaban venderlos después como esclavos. Así, sin quererlo,

943


cumplieron los propósitos de Dios, guardando los prisioneros sin

hacerles daño, para ser devueltos a sus maridos y a sus padres.

Todos los poderes terrenales están bajo el dominio del Ser

Infinito. Al soberano más poderoso, al opresor más cruel, les dice:

"Hasta aquí vendrás, y no pasarás adelante." Job 38:11. El poder de

Dios se ejerce constantemente para contrarrestar los agentes del mal.

Obra de continuo entre los hombres, no para destruirlos, sino para

corregirlos y preservarlos.

Con gran regocijo, los vencedores regresaron a sus casas. Al

llegar adonde estaban los compañeros que se habían quedado atrás,

los más egoístas e indisciplinados de los cuatrocientos insistieron en

que aquellos que no habían tomado parte en la batalla no debían

compartir el botín; que era suficiente que recobraran a sus esposas e

hijos. Pero David no quiso permitir tal arreglo. "No hagáis eso,

hermanos míos--les dijo,--de lo que nos ha dado Jehová, ... porque

igual parte ha de ser la de los que vienen a la batalla, y la de los que

quedan con el bagaje: que partan juntamente." Así se arregló el

asunto, y llegó a ser desde entonces ordenanza de Israel que todo el

que estuviera relacionado honorablemente con una campaña militar

debía participar del botín igualmente con los que habían tomado

parte activa en el combate.

Además de haber recuperado todo el botín que les había sido

tomado en Siclag, David y sus compañeros habían capturado

grandes rebaños y manadas que pertenecían a los amalecitas. Estos

rebaños y manadas fueron llamados "presa de David," y al regresar a

944


Siclag, envió de este botín regalos a los ancianos de su propia tribu

de Judá. En esta distribución recordó a todos los que le habían

tratado amistosamente a él y a sus compañeros cuando estaban en

las montañas y se veían obligados a huir de lugar a lugar para

proteger su vida. Así reconoció con agradecimiento la bondad y

simpatía que tan preciosas habían sido para el fugitivo perseguido.

Había llegado el tercer día de la vuelta de David y de sus

guerreros a Siclag. Mientras trabajaban para reparar las ruinas de sus

hogares, esperaban ansiosamente las noticias del resultado de la

batalla que, por lo que sabían, debía haberse librado entre Israel y

los filisteos. De repente llegó al pueblo un mensajero, "rotos sus

vestidos, y tierra sobre su cabeza." Véase 2 Samuel 1:2-16. Fué

llevado en seguida a la presencia de David, ante quien se postró con

reverencia, reconociendo en él a un príncipe poderoso cuyo favor

deseaba. David inquirió ansiosamente por el resultado de la batalla.

El fugitivo le informó de la derrota y muerte de Saúl, y de la muerte

de Jonatán. Pero no se conformó con relatar sencillamente los

hechos. Suponiendo evidentemente que David debía sentir

enemistad hacia su perseguidor implacable, el forastero creyó

conseguir honor para sí si se declaraba matador del rey. Con aire

jactancioso el hombre prosiguió relatando que durante el curso de la

batalla había encontrado al monarca de Israel herido, gravemente

apremiado y acorralado por sus enemigos, y que, a pedido del

propio Saúl, él mismo, es decir el mensajero, le había dado muerte;

y traía a David la corona de la cabeza de Saúl y los brazaletes de oro

de su brazo. El mensajero esperaba con toda confianza que estas

noticias serían recibidas con regocijo, y que recibiría un premio

945


cuantioso por la parte que había desempeñado.

Pero "entonces David trabando de sus vestidos, rompiólos; y lo

mismo hicieron los hombres que estaban con él. Y lloraron y

lamentaron, y ayunaron hasta la tarde, por Saúl y por Jonathán su

hijo, y por el pueblo de Jehová, y por la casa de Israel, porque

habían caído a cuchillo."

Pasada la primera impresión de las terribles noticias, los

pensamientos de David se volvieron al heraldo extranjero, y al

crimen del que era culpable, según su propia declaración. El jefe

preguntó al joven: "¿De dónde eres tú? Y él respondió: Yo soy hijo

de un extranjero, Amalecita. Y díjole David: ¿Cómo no tuviste

temor de extender tu mano para matar al ungido de Jehová?" Dos

veces había tenido David a Saúl en su poder; pero cuando se le

exhortó a que le diera muerte, se negó a levantar la mano contra el

que había sido consagrado por orden de Dios para gobernar a Israel.

No obstante, el amalecita no temía jactarse de haber dado muerte al

rey de Israel. Se había acusado a sí mismo de un crimen digno de

muerte, y la pena se ejecutó en seguida. David dijo: "Tu sangre sea

sobre tu cabeza, pues que tu boca atestiguó contra ti, diciendo: Yo

maté al ungido de Jehová."

El dolor de David por la muerte de Saúl era sincero y profundo;

y revelaba la generosidad de una naturaleza noble. No se alegró de

la caída de su enemigo. El obstáculo que había impedido su

ascensión al trono de Israel había sido eliminado, pero no se

regocijó por ello. La muerte había borrado por completo todo

946


recuerdo de la desconfianza y crueldad de Saúl, y de su historia

David recordaba sólo lo que era regio y noble. El nombre de Saúl

iba vinculado con el de Jonatán, cuya amistad había sido tan sincera

y tan desinteresada.

El canto en que David derramó los sentimientos de su corazón,

llegó a ser un tesoro para la nación, y para el pueblo de Dios en las

generaciones sucesivas:

"¡Perecido ha la gloria de Israel sobre tus montañas! ¡Cómo

han caído los valientes! No lo denunciéis en Gath, No deis las

nuevas en las plazas de Ascalón; Porque no se alegren las hijas de

los Filisteos, Porque no salten de gozo las hijas de los incircuncisos.

Montes de Gilboa, Ni rocío ni lluvia caiga sobre vosotros, Ni seáis

tierras de ofrendas; Porque allí fué desechado el escudo de los

valientes, El escudo de Saúl, como si no hubiera sido ungido con

aceite. Sin sangre de muertos, sin grosura de valientes, El arco de

Jonathán nunca volvió, Ni la espada de Saúl se tornó vacía. Saúl y

Jonathán, amados y queridos en su vida, En su muerte tampoco

fueron apartados: Más ligeros que águilas, más fuertes que leones.

Hijas de Israel, llorad sobre Saúl, Que os vestía de escarlata en

regocijos, Que adornaba vuestras ropas con ornamentos de oro.

¡Como han caído los valientes en medio de la batalla! Jonathán,

muerto en tus alturas! Angustia tengo por ti, hermano mío Jonathán,

Que me fuiste muy dulce. Más maravilloso me fué tu amor, que el

amor de las mujeres. ¡Cómo han caído los valientes, Y perecieron

las armas de guerra!" 2 Samuel 1:19-27.

947


Capítulo 69

David llevado al trono

La muerte de Saúl eliminó los peligros que habían obligado a

David a permanecer en el destierro. Ya no había nada que le

impidiera volver a su tierra. Cuando terminaron los días de luto por

la muerte de Saúl y Jonatán, "David consultó a Jehová, diciendo:

¿Subiré a alguna de las ciudades de Judá? Y Jehová le respondió:

Sube. Y David tornó a decir: ¿Adónde subiré? Y él le dijo: A

Hebrón." Véase 2 Samuel 2-4; 5:1-10.

Hebrón se hallaba a unos treinta kilómetros al norte de Beerseba,

y como a medio camino entre esa ciudad y el sitio futuro de

Jerusalén. Originalmente se la llamaba Kiriath-Arba, "ciudad de

Arba," padre de Anac. Más tarde fué llamada Mamré, y era el sitio

donde estaban sepultados los patriarcas, en "la cueva de Macpela."

Hebrón había sido posesión de Caleb, y era ahora la ciudad principal

de Judá. Estaba situada en un valle rodeado de fértiles colinas y

tierras fructíferas. Los viñedos más hermosos de Palestina se

encontraban en sus linderos, así como también muchos olivares y

plantaciones de árboles frutales.

David y sus compañeros se dispusieron inmediatamente a

obedecer las instrucciones que habían recibido de Dios. Pronto los

seiscientos hombres armados, con sus esposas e hijos, sus rebaños y

manadas, estaban en camino hacia Hebrón. Al entrar la caravana en

948


la ciudad, los hombres de Judá la aguardaban para dar la bienvenida

a David y saludarlo como al futuro rey de Israel. En seguida se

hicieron arreglos para su coronación. "Y ungieron allí a David por

rey sobre la casa de Judá." Pero no se hizo ningún esfuerzo para

establecer su autoridad por medio de la fuerza sobre las otras tribus.

Uno de los primeros actos del monarca recién coronado

consistió en expresar su tierna consideración y afecto por la

memoria de Saúl y Jonatán. Al saber del acto heroico de los

hombres de Jabes de Galaad, que habían rescatado los cuerpos de

los jefes caídos en la batalla y les habían dado sepultura honorable,

David envió a Jabes una embajada con el siguiente mensaje:

"Benditos seáis vosotros de Jehová, que habéis hecho esta

misericordia con vuestro señor Saúl en haberle dado sepultura.

Ahora pues, Jehová haga con vosotros misericordia y verdad; y yo

también os haré bien por esto que habéis hecho." Anunció luego su

ascensión al trono de Judá, y solicitó la lealtad de quienes habían

demostrado tanta sinceridad.

Los filisteos no se opusieron al acuerdo de Judá para hacer rey

a David. Le habían manifestado amistad cuando estaba desterrado,

para molestar y debilitar el reino de Saúl, y ahora esperaban que,

gracias a la bondad que habían mostrado a David, los beneficiaría la

extensión de su poder. Pero el reinado de David no había de ser

exento de dificultades. Con su coronación empezaron los anales

negros de la conspiración y de la rebelión. David no se sentó en el

trono como traidor; Dios le había escogido para ser rey de Israel, y

no había dado ocasión para la desconfianza o la oposición. Sin

949


embargo, apenas reconocieron su autoridad los hombres de Judá,

cuando bajo la influencia de Abner, Is-boseth, el hijo de Saúl, fué

proclamado rey, y se estableció un trono rival en Israel.

Is-boseth no era sino un débil e incompetente representante de

la casa de Saúl, en tanto que David era preeminentemente

capacitado para desempeñar las responsabilidades del reino. Abner,

el principal instrumento de la elevación de Is-boseth al poder regio,

había sido comandante en jefe del ejército de Saúl, y era el hombre

más distinguido de Israel. Abner sabía que David había sido

designado por el Señor para ocupar el trono de Israel, pero

habiéndole buscado y perseguido por tanto tiempo, no quería ahora

que el hijo de Isaí sucediera en el reino que Saúl había gobernado.

Las circunstancias que rodeaban a Abner sirvieron para

desenmascarar su verdadero carácter, y revelaron que era ambicioso

y falto de principios. Había estado vinculado estrechamente con

Saúl, y en él había influído el espíritu del rey para hacerle despreciar

al hombre que Dios había escogido para que gobernara a Israel. El

odio que le tenía había aumentado por el mordaz reproche que

David le había dirigido cuando quitó del lado de Saúl el jarro de

agua y la lanza del rey, mientras éste dormía en su campamento.

Recordaba cómo David había gritado a oídos del rey y del pueblo de

Israel: "¿No eres varón tú? ¿Y quién hay como tú en Israel? ¿Por

qué pues no has guardado al rey tu señor? ... Esto que has hecho, no

está bien. Vive Jehová, que sois dignos de muerte, que no habéis

guardado a vuestro señor, al ungido de Jehová." 1 Samuel 26:15, 16.

Este reproche se había clavado en su pecho; decidió llevar a cabo

950


sus propósitos de venganza, y crear una división en Israel que

pudiera exaltarle. Se valió de los representantes del monarca

fallecido para fomentar sus ambiciones y fines egoístas. Sabía que el

pueblo amaba a Jonatán, que se le recordaba con afecto, y las

primeras campañas victoriosas de Saúl no habían sido olvidadas por

el ejército. Con una decisión digna de una causa mejor, este jefe

rebelde siguió adelante con sus planes.

Como residencia real, eligió Mahanaim, localidad situada al

otro lado del Jordán, porque ofrecía más seguridad contra un ataque

de parte de David o los filisteos. Allí se realizó la coronación de Isboseth.

Su reinado fué aceptado primeramente por las tribus del este

del Jordán, y se extendió finalmente por toda la tierra de Israel a

excepción de Judá. Durante dos años el hijo de Saúl gozó de los

honores reales en su capital aislada. Pero Abner, resuelto a extender

su poder sobre todo Israel, preparó una guerra de agresión. "Y hubo

larga guerra entre la casa de Saúl y la casa de David; mas David se

iba fortificando, y la casa de Saúl iba en disminución."

Por último, la perfidia derrocó el trono que la malicia y la

ambición habían establecido. Abner, indignado contra la debilidad y

la incompetencia de Is-boseth, desertó y se pasó a las filas de David,

con el ofrecimiento de traerle todas las tribus de Israel. Las

propuestas que hizo Abner fueron aceptadas por el rey, quien lo

despachó con honor para que llevara a cabo su propósito. Pero el

favorable recibimiento de un guerrero tan valiente y tan famoso

despertó los celos de Joab, el comandante en jefe del ejército de

David. Había pendiente una cuenta de sangre entre Abner y Joab. El

951


hermano de éste, Asael, había sido muerto por aquél, durante la

guerra entre Israel y Judá. Ahora Joab, viendo una oportunidad de

vengar la muerte de su hermano y de deshacerse de un posible rival,

vilmente aprovechó la oportunidad de acechar y asesinar a Abner.

Al saber de este asalto alevoso, David exclamó: "Limpio estoy

yo y mi reino, por Jehová, para siempre, de la sangre de Abner hijo

de Ner. Caiga sobre la cabeza de Joab, y sobre toda la casa de su

padre." En vista de la condición inestable del reino, y del poder y la

posición de los asesinos--pues Abisaí, hermano de Joab, se le había

unido en el hecho,--David no pudo castigar el crimen con justa

retribución; pero repudió públicamente el aborrecible hecho

sangriento. El entierro de Abner se hizo con honores públicos. Se

requirió del ejército encabezado por Joab, que tomara parte en los

funerales, con hábitos rasgados y vistiendo sacos. El rey manifestó

su dolor ayunando durante el día del entierro. Siguió el féretro como

principal doliente; y en la tumba de él pronunció una elegía que fué

un duro reproche para los asesinos. "Y endechando el rey al mismo

Abner, decía:

"¿Murió Abner como muere un villano? Tus manos no estaban

atadas, Ni tus pies ligados con grillos: Caíste como los que caen

delante de malos hombres."

El reconocimiento magnánimo por parte de David del valor de

quien había sido su enemigo acérrimo, le ganó la confianza y la

admiración de todo Israel. "Súpolo así todo el pueblo, y plugo en sus

ojos; porque todo lo que el rey hacía parecía bien en ojos de todo el

952


pueblo. Y todo el pueblo y todo Israel entendieron aquel día, que no

había venido del rey que Abner hijo de Ner muriese." En el círculo

privado de sus consejeros y asistentes de confianza, el rey habló del

crimen, y, reconociendo que no le era posible castigar a los asesinos,

como lo deseaba, les dejó a la justicia de Dios: "¿No sabéis que ha

caído hoy en Israel un príncipe, y grande? Que yo ahora aun soy

tierno rey ungido; y estos hombres, los hijos de Sarvia, muy duros

me son: Jehová dé el pago al que mal hace, conforme a su malicia."

Abner había sido sincero en sus ofrecimientos a David, pero

sus móviles eran viles y egoístas. Se había opuesto obstinadamente

al rey que Dios había designado, con la esperanza de obtener mucho

honor para sí. El resentimiento, el orgullo herido y la ira fueron los

motivos que le indujeron a abandonar la causa que por tanto tiempo

había servido; y al pasarse a las filas de David esperaba recibir el

puesto de más honor en su servicio. Si hubiera tenido éxito en su

propósito, sus talentos y su ambición, su gran influencia y su falta de

piedad, habrían hecho peligrar el trono de David así como la paz y

prosperidad de la nación.

"Luego que oyó el hijo de Saúl que Abner había sido muerto en

Hebrón, las manos se le desconyuntaron, y fué atemorizado todo

Israel." Era evidente que el reino no podría sostenerse ya mucho

más. Muy pronto otro acto de traición completó la caída del poder

decreciente. Is-boseth fué asesinado alevosamente por dos de sus

capitanes, quienes, cortándole la cabeza, se apresuraron a llevársela

al rey de Judá, esperando así congraciarse con él y ganar su favor.

953


Se presentaron a David con el testimonio sangriento de su

crimen, diciendo: "He aquí la cabeza de Is-boseth hijo de Saúl tu

enemigo, que procuraba matarte; y Jehová ha vengado hoy a mi

señor el rey, de Saúl y de su simiente."

Pero David cuyo trono había sido establecido por Dios mismo,

y a quien Dios había librado de sus adversarios, no deseaba la ayuda

de la traición para establecer su poder. Mencionó a estos asesinos la

suerte fatal que impuso al que se jactara de haber dado muerte a

Saúl. "¿Cuánto más--añadió--[he de matar] a los malos hombres que

mataron a un hombre justo en su casa, y sobre su cama? Ahora pues,

¿no tengo yo de demandar su sangre de vuestras manos, y quitaros

de la tierra? Entonces David mandó a los mancebos, y ellos los

mataron.... Luego tomaron la cabeza de Is-boseth, y enterráronla en

el sepulcro de Abner en Hebrón."

Después de la muerte de Is-boseth, hubo entre todos los

hombres principales de Israel el deseo general de que David reinase

sobre todas las tribus. "Y vinieron todas las tribus de Israel a David

en Hebrón, y hablaron, diciendo: He aquí nosotros somos tus huesos

y tu carne." Declararon además: "Tú sacabas y volvías a Israel.

Además Jehová te ha dicho: Tú apacentarás a mi pueblo Israel, y tú

serás sobre Israel príncipe. Vinieron pues todos los ancianos de

Israel al rey en Hebrón, y el rey David hizo con ellos alianza en

Hebrón delante de Jehová." Así fué abierto por la providencia de

Dios el camino que le condujo al trono. No tenía ambición personal

que satisfacer, puesto que no había buscado el honor al cual se le

había llevado.

954


Más de ocho mil de los descendientes de Aarón y de los levitas

acompañaban a David. El cambio que experimentaron los

sentimientos del pueblo fué pronunciado y decisivo. La revolución

se llevó a cabo con calma y dignidad como convenía a la gran obra

que se estaba haciendo. Cerca de medio millón de los antiguos

súbditos de Saúl llenaron Hebrón y sus inmediaciones. Las colinas y

los valles rebosaban de multitudes. Se designó la hora para la

coronación; el hombre que había sido expulsado de la corte de Saúl,

que había huído a las montañas, las colinas y las cuevas de la tierra

para salvar la vida iba a recibir el honor más alto que puedan

conferir a hombre alguno sus semejantes. Los sacerdotes y los

ancianos, vestidos con los hábitos de su sagrado oficio, los capitanes

y los soldados con relumbrantes lanzas y yelmos, y los forasteros de

lejanas comarcas, estaban allí para presenciar la coronación del rey

escogido.

David estaba vestido con el manto real. El sumo sacerdote

derramó el aceite sagrado sobre su frente, pues la unción hecha por

Samuel había sido profética de lo que sucedería en la coronación del

rey. La hora había llegado, y por este rito solemne David fué

consagrado en su cargo como vicegerente de Dios. El cetro fué

puesto en sus manos. Se escribió el pacto de su justa soberanía, y el

pueblo formuló sus promesas de lealtad. Se le colocó la diadema en

la frente, y así terminó la ceremonia de la coronación. Israel tenía

ahora un rey designado por Dios. El que había esperado

pacientemente al Señor, vió cumplirse la promesa de Dios. "Y

David iba creciendo y aumentándose, y Jehová Dios de los ejércitos

955


era con él."

956


Capítulo 70

El reinado de David

Tan pronto como David se vió afianzado en el trono de Israel,

comenzó a buscar una localidad más apropiada para la capital de su

reino. A unos treinta kilómetros de Hebrón, se escogió un sitio como

la futura metrópoli de la nación. Antes que Josué condujera los

ejércitos de Israel a través del Jordán, ese lugar se había llamado

Salem. Cerca de allí Abrahán había probado su lealtad a Dios.

Ochocientos años antes de la coronación de David, había vivido allí

Melquisedec, sacerdote del Altísimo. Ocupaba este sitio una

posición central y elevada en el país, protegida por un cerco de

colinas. Como se hallaba en el límite entre Benjamín y Judá, estaba

también muy próxima a Efraín, y las otras tribus tenían fácil acceso

a él.

Para conquistar esta localidad, los hebreos debían desalojar un

remanente de los cananeos, que sostenía una posición fortificada en

las montañas de Sión y Moria. Este fuerte se llamaba Jebus, y a sus

habitantes se les conocía por el nombre de jebuseos. Durante varios

siglos, se había considerado a Jebus como inexpugnable; pero fué

sitiado y tomado por los hebreos bajo el mando de Joab, a quien,

como premio por su valor, se le hizo comandante en jefe de los

ejércitos de Israel. Jebus se convirtió en la capital nacional, y su

nombre pagano fué cambiado al de Jerusalén.

957


Entonces Hiram, rey de la rica ciudad de Tiro, situada en la

costa del Mediterráneo, procuró hacer alianza con el rey de Israel, y

prestó ayuda a David en la construcción de un palacio en Jerusalén.

Envió de Tiro embajadores acompañados de arquitectos y

trabajadores y de un gran cargamento de maderas costosas, cedros y

otros materiales valiosos.

El aumento del poderío de Israel debido a su unión bajo el

gobierno de David, la adquisición de la fortaleza de Jebus, y la

alianza con Hiram, rey de Tiro, provocaron la hostilidad de los

filisteos, y nuevamente invadieron el país con un poderoso ejército,

tomando posiciones en el valle de Rafaím, a poca distancia de la

ciudad de Jerusalén. David y sus hombres de guerra se retiraron a la

fortaleza de Sión, a esperar la dirección divina. "Entonces consultó

David a Jehová, diciendo: ¿Iré contra los Filisteos? ¿los entregarás

en mis manos? Y Jehová respondió a David: Ve, porque ciertamente

entregaré los Filisteos en tus manos." 2 Samuel 5:17-25.

David avanzó inmediatamente contra el enemigo, lo venció y

destruyó, y le quitó los dioses que había llevado al campo de batalla

para asegurar su victoria. Exasperados por la humillación de su

derrota, los filisteos reunieron una fuerza aún mayor, y volvieron al

conflicto. Y otra vez "extendiéronse por el valle de Raphaim."

Nuevamente David buscó al Señor, y el gran YO SOY asumió la

dirección de los ejércitos de Israel.

Dios le dió instrucciones a David, diciéndole: "No subas; mas

rodéalos, y vendrás a ellos por delante de los morales: y cuando

958


oyeres un estruendo que irá por las copas de los morales, entonces te

moverás; porque Jehová saldrá delante de ti a herir el campo de los

Filisteos." Si David hubiera hecho como Saúl, es decir, hubiese

decidido por su cuenta, el éxito no le habría acompañado. Pero hizo

como el Señor le había ordenado, "e hirieron el campo de los

Filisteos desde Gabaón hasta Gezer. Y la fama de David fué

divulgada por todas aquellas tierras: y puso Jehová temor de David

sobre todas las gentes." 1 Crónicas 14:16, 17.

Una vez que David estuvo firmemente establecido en el trono,

y libre de la invasión de enemigos extranjeros, quiso lograr un

propósito que había abrigado por mucho tiempo en su corazón: el de

traer el arca de Dios a Jerusalén. Durante muchos años, el arca había

permanecido en Kiriath-jearim, a unos quince kilómetros de

distancia; pero era propio que la capital de la nación fuera honrada

con el símbolo de la presencia divina.

David citó a treinta mil de los hombres principales de Israel,

pues quería hacer de la ocasión una escena de gran regocijo e

imponente ostentación. El pueblo respondió alegremente a la

invitación. El sumo sacerdote, acompañado de sus hermanos en el

cargo sagrado, y los príncipes y hombres principales de las tribus se

congregaron en Kiriath-jearim. David estaba encendido de celo

divino. Se sacó el arca de la casa de Abinadab, y se la puso sobre

una carreta nueva tirada por bueyes, y acompañada por dos de los

hijos de Abinadab.

Los hombres de Israel la seguían, con gritos de alabanza y de

959


regocijo, y con cantos de júbilo, pues era una gran multitud de voces

la que se unía a la melodía y el sonido de los instrumentos

musicales. "Así David y toda la casa de Israel llevaban el arca de

Jehová con júbilo y sonido de trompeta." Véase 2 Samuel 6. Hacía

mucho que Israel no presenciaba semejante escena de triunfo. Con

regocijo solemne, la enorme procesión iba serpenteando entre las

colinas y los valles, hacia la ciudad santa.

Pero "cuando llegaron a la era de Nachón, Uzza extendió la

mano al arca de Dios, y túvola; porque los bueyes daban sacudidas.

Y el furor de Jehová se encendió contra Uzza, e hiriólo allí Dios por

aquella temeridad, y cayó allí muerto junto al arca de Dios."

Un temor repentino se apoderó de la regocijada multitud. David

se asombró y alarmó, y en su corazón puso en tela de juicio la

justicia de Dios. El procuraba honrar el arca como símbolo de la

presencia divina. ¿Por qué, entonces, se había mandado aquel

terrible castigo para que cambiara la escena de alegría en una

ocasión de dolor y luto? Creyendo que sería peligroso tener el arca

cerca de sí, David resolvió dejarla donde estaba. Se encontró un

lugar en las cercanías, en la casa del geteo Obed-edom.

La suerte de Uzza fué un castigo divino por la violación de un

mandamiento muy explícito. Por medio de Moisés el Señor había

dado instrucciones especiales acerca de cómo transportar el arca.

Sólo los sacerdotes, descendientes de Aarón, podían tocarla, o aun

mirarla descubierta. El mandamiento divino era el siguiente:

"Vendrán ... los hijos de Coath para conducir: mas no tocarán cosa

960


santa, que morirán." Números 4:15. Los sacerdotes habían de cubrir

el arca, y luego los coatitas debían levantarla mediante los palos que

pasaban por los anillos de cada lado del arca, y que nunca se

quitaban. A los hijos de Gersón y de Merari, que tenían a su cargo

las cortinas y las tablas y los pilares del tabernáculo, Moisés les dió

carretas y bueyes para que transportaran en éstas lo que se les había

encomendado a ellos. "Y a los hijos de Coath no dió; porque

llevaban sobre sí en los hombros el servicio del santuario." Números

7:9. Así al traer el arca de Kiriath-jearim se habían pasado por alto

en forma directa e inexcusable las instrucciones del Señor.

David y su pueblo se habían congregado para llevar a cabo una

obra sagrada, y la habían emprendido con corazón alegre y

voluntario; pero el Señor no podía aceptar el servicio, porque no se

cumplía de acuerdo con sus instrucciones. Los filisteos, que no

conocían la ley de Dios, habían puesto el arca sobre una carreta

cuando la devolvieron a Israel, y el Señor aceptó el esfuerzo que

ellos habían hecho. Pero los israelitas tenían en sus manos una

declaración precisa de lo que Dios quería en estos asuntos, y al

descuidar estas instrucciones deshonraban a Dios.

Uzza incurrió en la culpa mayor de presunción. Al transgredir

la ley de Dios había aminorado su sentido de la santidad de ella, y

con sus pecados inconfesos, a pesar de la prohibición divina, había

presumido tocar el símbolo de la presencia de Dios. Dios no puede

aceptar una obediencia parcial ni una conducta negligente con

respecto a sus mandamientos. Mediante el castigo infligido a Uzza,

quiso hacer comprender a todo Israel cuán importante es dar estricta

961


obediencia a sus requisitos. Así la muerte de ese solo hombre, al

inducir al pueblo a arrepentirse, había de evitar la necesidad de

aplicar castigos a miles.

Al ver caer a Uzza, David, reconociendo que su propio corazón

no estaba del todo en armonía con Dios, tuvo temor al arca, no fuese

que alguno de sus pecados le acarreara castigos. Pero Obed-edom,

aunque se alegró temblando, dió la bienvenida al sagrado símbolo

como garantía del favor de Dios a los obedientes. La atención de

todo Israel se dirigió ahora hacia el geteo y su casa, para observar

cómo les iría con el arca. "Y bendijo Jehová a Obed-edom y a toda

su casa."

La reprensión divina realizó su obra en David. Le indujo a

comprender como nunca antes la santidad de la ley de Dios, y la

necesidad de obedecerla estrictamente. El favor manifestado a la

casa de Obed-edom infundió nuevamente en David la esperanza de

que el arca pudiera reportarle bendiciones a él y a su pueblo.

Al cabo de tres meses, resolvió hacer un nuevo esfuerzo para

transportar el arca, y esta vez tuvo especial cuidado de cumplir en

todo detalle las instrucciones del Señor. Volvió a convocar a todos

los hombres principales de la nación, y una congregación enorme se

reunió alrededor de la morada del geteo. Con cuidado reverente se

colocó el arca en los hombros de personas divinamente designadas;

la multitud se puso en fila, y con corazones temblorosos los que

participaban en la vasta procesión se pusieron en marcha. Cuando

habían andado seis pasos, sonaba la trompeta mandando hacer alto.

962


Por orden de David, se habían de ofrecer "un buey y un carnero

grueso." El regocijo reinaba en lugar del temor entre la multitud. El

rey había puesto a un lado los hábitos regios, y se había vestido de

un efod de lino sencillo, como el que llevaban los sacerdotes. No

quería indicar por este acto que asumía las funciones sacerdotales,

pues el efod era llevado a veces por otras personas además de los

sacerdotes. Pero en este santo servicio tomaba su lugar, ante Dios,

en igualdad de condiciones con sus súbditos. En ese día debía

adorarse a Jehová. Era el único que debía recibir reverencia.

Nuevamente el largo séquito se puso en movimiento, y flotó

hacia el cielo la música de arpas y cornetas, de trompetas y

címbalos, fusionada con la melodía de una multitud de voces. En su

regocijo, David "saltaba con toda su fuerza delante de Jehová," al

compás de la música.

El hecho de que, en su alegría reverente, David bailó delante de

Dios ha sido citado por los amantes de los placeres mundanos para

justificar los bailes modernos; pero este argumento no tiene

fundamento. En nuestros días, el baile va asociado con insensateces

y festines de medianoche. La salud y la moral se sacrifican en aras

del placer. Los que frecuentan los salones de baile no hacen de Dios

el objeto de su contemplación y reverencia. La oración o los cantos

de alabanza serían considerados intempestivos en esas asambleas y

reuniones. Esta prueba debiera ser decisiva. Los cristianos

verdaderos no han de procurar las diversiones que tienden a debilitar

el amor a las cosas sagradas y a aminorar nuestro gozo en el servicio

de Dios. La música y la danza de alegre alabanza a Dios mientras se

963


transportaba el arca no se asemejaban para nada a la disipación de

los bailes modernos. Las primeras tenían por objeto recordar a Dios

y ensalzar su santo nombre. Los segundos son un medio que Satanás

usa para hacer que los hombres se olviden de Dios y le deshonren.

En seguimiento del símbolo de su Rey invisible, la procesión

triunfal se aproximó a la capital. Se produjo entonces una explosión

de cánticos, para pedir a los espectadores que estaban en las

murallas que las puertas de la ciudad santa se abrieran de par en par:

"Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, Y alzaos vosotras, puertas

eternas, Y entrará el Rey de gloria."

Un grupo de cantantes y músicos preguntó:

"¿Quién es este Rey de gloria?"

Y de otro grupo partió la respuesta:

"Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla."

Entonces centenares de voces, al unísono, se unieron al coro

triunfal:

"Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, Y alzaos vosotras, puertas

eternas, Y entrará el Rey de gloria." Nuevamente se oyó la

regocijada pregunta:

964


"¿Quién es este Rey de gloria?"

Y "como ruido de muchas aguas" se oyó la voz de la gran

multitud en contestación arrobada:

"Jehová de los ejércitos, El es el Rey de la gloria." Salmos

24:7-10.

Entonces las puertas se abrieron de par en par; entró la

procesión, y con temor reverente se depositó el arca en la tienda que

había sido preparada de antemano para recibirla. Delante del recinto

sagrado, se habían erigido altares para los sacrificios; y ascendió al

cielo el humo de los holocaustos y de las ofrendas de paz con las

nubes de incienso y las alabanzas y las súplicas y oraciones de

Israel. Terminado el servicio, el rey mismo pronunció una bendición

sobre el pueblo. Luego con generosidad regia hizo distribuir regalos

de alimentos y de vino para su refrigerio.

Todas las tribus habían estado representadas en este servicio,

cuya celebración había sido el acontecimiento más sagrado que

hasta entonces señalara el reinado de David. El Espíritu de la

inspiración divina había reposado sobre el rey, y mientras los

últimos rayos del sol poniente bañaban el tabernáculo con luz

santificada elevó él su corazón en gratitud hacia Dios porque el

símbolo bendito de su presencia estaba ahora tan cerca del trono de

Israel.

Meditando así, David se volvió hacia su palacio, "para bendecir

965


su casa." Pero alguien había presenciado la escena de regocijo con

un espíritu muy diferente del que impulsó el corazón de David. "Y

como el arca de Jehová llegó a la ciudad de David, aconteció que

Michal hija de Saúl, miró desde una ventana, y vió al rey David que

saltaba con toda su fuerza delante de Jehová: y menosprecióle en su

corazón." En la amargura de su ira, ella no pudo aguardar el regreso

de David al palacio, sino que salió a su encuentro, y cuando él la

saludó bondadosamente, soltó un torrente de palabras amargas

pronunciadas en tono mordaz, diciendo: "¡Cuán honrado ha sido hoy

el rey de Israel, desnudándose hoy delante de las criadas de sus

siervos, como se desnudara un juglar!"

David consideró que Mical había menospreciado y deshonrado

el servicio de Dios, y le contestó severamente: "Delante de Jehová,

que me eligió más bien que a tu padre y a toda tu casa, mandándome

que fuese príncipe sobre el pueblo de Jehová, sobre Israel, danzaré

delante de Jehová. Y aún me haré más vil que esta vez, y seré bajo a

mis propios ojos; y delante de las criadas que dijiste, delante de ellas

seré honrado." Al reproche de David se agregó el del Señor: A causa

de su orgullo y arrogancia, Mical "nunca tuvo hijos hasta el día de

su muerte."

Las ceremonias solemnes que acompañaron el traslado del arca

habían hecho una impresión duradera sobre el pueblo de Israel, pues

despertaron un interés más profundo en el servicio del santuario y

encendieron nuevamente su celo por Jehová. Por todos los medios

que estaban a su alcance, David trató de ahondar estas impresiones.

El servicio de canto fué hecho parte regular del culto religioso, y

966


David compuso salmos, no sólo para el uso de los sacerdotes en el

servicio del santuario, sino también para que los cantara el pueblo

mientras iba al altar nacional para las fiestas anuales. La influencia

así ejercida fué muy abarcante, y contribuyó a liberar la nación de

las garras de la idolatría. Muchos de los pueblos vecinos, al ver la

prosperidad de Israel, fueron inducidos a pensar favorablemente en

el Dios de Israel, que había hecho tan grandes cosas para su pueblo.

El tabernáculo construído por Moisés, con todo lo que

pertenecía al servicio del santuario, a excepción del arca, estaba aún

en Gabaa. David quería hacer de Jerusalén el centro religioso de la

nación. Había construído un palacio para sí, y consideraba que no

era apropiado que el arca de Dios reposara en una tienda. Resolvió

construirle un templo de tal suntuosidad que expresara cuánto

apreciaba Israel el honor otorgado a la nación con la presencia

permanente de su Rey Jehová. Cuando comunicó su propósito al

profeta Natán, recibió esta respuesta alentadora: "Anda, y haz todo

lo que está en tu corazón, que Jehová es contigo."

Pero esa noche llegó a Natán la palabra de Jehová y le dió un

mensaje para el rey. David no había de tener el privilegio de

construir una casa para Dios, pero le fué asegurado el favor divino, a

él, a su posteridad y al reino de Israel: "Así ha dicho Jehová de los

ejércitos: Yo te tomé de la majada, de detrás de las ovejas, para que

fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel; y he sido contigo en

todo cuanto has andado, y delante de ti he talado todos tus

enemigos, y te he hecho nombre grande, como el nombre de los

grandes que son en la tierra. Además yo fijaré lugar a mi pueblo

967


Israel, yo lo plantaré, para que habite en su lugar, y nunca más sea

removido, ni los inicuos le aflijan más, como antes." Véase 2

Samuel 7.

Como David había deseado construir una casa para Dios, le fué

hecha esta promesa: "Jehová te hace saber, que él te quiere hacer

casa.... Yo estableceré tu simiente después de ti.... El edificará casa a

mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino."

La razón por la cual David no había de construir el templo fué

declarada así: "Tú has derramado mucha sangre, y has traído

grandes guerras: no edificarás casa a mi nombre, ... he aquí, un hijo

te nacerá, el cual será varón de reposo, porque yo le daré quietud de

todos sus enemigos; ... su nombre será Salomón [pacífico]; y yo daré

paz y reposo sobre Israel en sus días: él edificará casa a mi nombre."

1 Crónicas 22:8-10.

Aunque le fué negado el permiso para ejecutar el propósito que

había en su corazón, David recibió el mensaje con gratitud. "Señor

Jehová--exclamó,--¿quién soy yo, y qué es mi casa, para que tú me

traigas hasta aquí? Y aun te ha parecido poco esto, Señor Jehová,

pues que también has hablado de la casa de tu siervo en lo por

venir," y renovó su pacto con Dios.

David sabía que sería un honor para él, y que reportaría gloria a

su gobierno, el llevar a cabo la obra que se había propuesto en su

corazón; pero estaba dispuesto a someterse a la voluntad de Dios.

968


Muy raras veces se ve aun entre los cristianos la resignación

agradecida que él manifestó. ¡Cuán a menudo los que sobrepasaron

los años de más vigor en la vida se aferran a la esperanza de realizar

alguna gran obra a la que aspiran de todo corazón, pero para la cual

no están capacitados! Es posible que la providencia de Dios les

hable, tal como le habló su profeta a David y les advierta que la obra

que tanto desean no les ha sido encomendada. Les toca preparar el

camino para que otro realice la obra. Pero en vez de someterse con

agradecimiento a la dirección divina, muchos retroceden como si

fueran menospreciados y rechazados, y deciden que si no pueden

hacer lo que desean, no harán nada. Muchos se aferran con energía

desesperada a responsabilidades que son incapaces de llevar y en

vano procuran hacer algo imposible para ellos, mientras descuidan

lo que pudieran hacer. Y por falta de cooperación, la obra mayor es

estorbada o se frustra.

En su pacto con Jonatán, David había prometido que cuando

tuviera descanso de sus enemigos, manifestaría bondad hacia la casa

de Saúl. En su prosperidad, teniendo en cuenta este pacto, el rey

preguntó: "¿Ha quedado alguno en la casa de Saúl, a quien haga yo

misericordia por amor de Jonathán?" Véase 2 Samuel 9, 10. Se le

habló de un hijo de Jonatán, Mefi-boseth, quien había sido cojo

desde la niñez.

En la fecha de la derrota de Saúl por los filisteos en la llanura

de Jezreel, la nodriza de este niño, tratando de huir con él, lo había

dejado caer, y como consecuencia quedó él lisiado para toda la vida.

David hizo traer al joven a la corte, y le recibió con mucha bondad.

969


Se le devolvieron las propiedades particulares de Saúl para el

mantenimiento de su casa; pero el hijo de Jonatán había de ser

huésped permanente del rey y sentarse diariamente a la mesa real.

Los informes propalados por los enemigos de David, habían creado

en Mefi-boseth fuertes prejuicios contra él y lo consideraba

usurpador; pero la recepción generosa y cortés que le acordó el

monarca, y sus bondades continuas ganaron el corazón del joven; se

hizo muy amigo de David, y como su padre Jonatán, se convenció

de que tenía el mismo interés que el rey escogido por Dios.

Una vez que David se hubo afianzado en el trono de Israel, la

nación gozó de un largo período de paz. Los pueblos vecinos,

viendo la fortaleza y la unidad del reino, no tardaron en creer

prudente desistir de las hostilidades abiertas; y David, ocupado con

la organización y el desarrollo de su reino, evitó toda guerra

agresiva. Sin embargo, hizo finalmente la guerra a los viejos

enemigos de Israel, los filisteos, y a los moabitas, y logró la victoria

sobre ambos pueblos y los sujetó a tributo.

Todas las naciones vecinas formaron entonces contra David

una gran coalición, que dió origen a las mayores guerras y victorias

de su reinado, y al mayor incremento de su poder. Esta alianza

hostil, que surgió en realidad de los celos inspirados por el creciente

poder de David, no había sido provocada por él, sino que nació de

estas circunstancias:

Llegaron a Jerusalén noticias de la muerte de Naas, rey de los

amonitas y monarca que había sido bondadoso con David cuando

970


éste huía de la ira de Saúl. Deseando expresar su aprecio agradecido

del favor que se le había hecho cuando estaba en desgracia, David

envió una embajada de condolencia a Hanún, hijo y sucesor del rey

amonita. "Y dijo David: Yo haré misericordia con Hanún, hijo de

Naas, como su padre la hizo conmigo."

Pero su acto de cortesía fué mal interpretado. Los amonitas

aborrecían al verdadero Dios, y eran acerbos enemigos de Israel. La

aparente bondad de Naas para con David había sido motivada

enteramente por la hostilidad hacia Saúl, rey de Israel. Los

consejeros de Hanún torcieron el significado del mensaje de David.

"Dijeron a Hanún su señor: ¿Te parece que por honrar David a tu

padre te ha enviado consoladores? ¿no ha enviado David sus siervos

a ti por reconocer e inspeccionar la ciudad, para destruirla?"

Medio siglo antes las instrucciones de sus consejeros indujeron

a Naas a imponer sus crueles condiciones al pueblo de Jabes de

Galaad, cuando la sitiaban los amonitas, y sus habitantes solicitaron

un pacto de paz. Naas había exigido que se sometieran todos a que

se les sacase el ojo derecho. Los amonitas aun recordaban

vívidamente cómo el rey de Israel había frustrado aquel cruel

propósito, y había rescatado a la gente a la que ellos querían

humillar y mutilar. Los animaba todavía el mismo odio hacia Israel.

No podían concebir el espíritu generoso que había inspirado el

mensaje de David.

Cuando Satanás domina las mentes humanas, las incita a la

envidia y las sospechas para que interpreten mal las mejores

971


intenciones. Escuchando a sus consejeros, Hanún consideró a los

mensajeros de David como espías, y los abrumó de desprecios e

insultos. A los amonitas se les permitió ejecutar sin restricción los

malos designios de su corazón, para que su verdadero carácter fuese

revelado a David. Dios no quería que Israel se coligara con ese

pueblo pagano y pérfido.

En los tiempos antiguos, como ahora, el cargo de embajador

era considerado sagrado. De conformidad con el derecho universal

de las naciones, aseguraba protección contra la violencia y los

insultos personales. El embajador era representante de su soberano,

y cualquier indignidad que se le infligiese exigía prontas represalias.

Sabiendo los amonitas que el insulto hecho a Israel sería

seguramente vengado, hicieron preparativos para la guerra. "Y

viendo los hijos de Ammón que se habían hecho odiosos a David,

Hanán y los hijos de Ammón enviaron mil talentos de plata, para

tomar a sueldo carros y gente de a caballo de Siria de los ríos, y de

la Siria de Maachá, y de Soba. Y tomaron a sueldo treinta y dos mil

carros.... Y juntáronse también los hijos de Ammón de sus ciudades,

y vinieron a la guerra." 1 Crónicas 19:6, 7.

Era en verdad una alianza formidable. Los habitantes de la

región situada entre el río Eufrates y el Mediterráneo habían hecho

una liga con los amonitas. Había al norte y al este de Canaán

enemigos armados, unidos para aplastar a Israel.

Los hebreos no esperaron que fuera invadido su país. Sus

fuerzas, bajo el mando de Joab, cruzaron el Jordán y avanzaron

972


hacia la capital amonita. Mientras el capitán hebreo dirigía su

ejército al campo, procuró alentarlo para el conflicto, diciéndole:

"Esfuérzate, y esforcémonos por nuestro pueblo, y por las ciudades

de nuestro Dios; y haga Jehová lo que bien le pareciere." Vers. 13.

Las fuerzas unidas de los aliados fueron vencidas en el primer

encuentro. Pero aun no estaban dispuestas a renunciar a la lucha, y

el año siguiente reanudaron la guerra. El rey de Siria reunió sus

fuerzas, y amenazó a Israel con un ejército enorme. David, dándose

cuenta de cuánto dependía del resultado de esta lucha, se encargó

personalmente de la campaña, y por la bendición de Dios infligió a

los aliados una derrota tan desastrosa que los sirios, desde el Líbano

hasta el Eufrates, no sólo renunciaron a la guerra, sino que pagaron

tributo a Israel. David prosiguió con vigor la guerra contra Ammón,

hasta que cayeron sus fortalezas y toda la región quedó bajo el

dominio de Israel.

Los peligros que habían amenazado a la nación con la

destrucción total, resultaron, mediante la providencia de Dios, en

medios de llevarla a una grandeza sin precedente. Al conmemorar

sus notorios libramientos, David cantó así:

"Viva Jehová, y sea bendita mi roca; Y ensalzado sea el Dios

de mi salud: El Dios que me da las venganzas, Y sujetó pueblos a

mí. Mi libertador de mis enemigos: Hicísteme también superior de

mis adversarios; Librásteme de varón violento. Por tanto yo te

confesaré entre las gentes, oh Jehová, Y cantaré a tu nombre. El cual

engrandece las saludes de su rey, Y hace misericordia a su ungido,

A David y a su simiente, para siempre." Salmos 18:46-50.

973


Y mediante los cantos de David se inculcó al pueblo el

pensamiento de que Jehová era su fortaleza y su libertador:

"El rey no es salvo con la multitud del ejército: No escapa el

valiente por la mucha fuerza. Vanidad es el caballo para salvarse:

Por la grandeza de su fuerza no librará."

"Tú, oh Dios, eres mi Rey: Manda saludes a Jacob. Por medio

de ti sacudiremos a nuestros enemigos: En tu nombre atropellaremos

a nuestros adversarios. Porque no confiaré en mi arco, Ni mi espada

me salvará. Pues tú nos has guardado de nuestros enemigos, Y has

avergonzado a los que nos aborrecían."

"Estos confían en carros, y aquellos en caballos: Mas nosotros

del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria." Salmos

33:16, 17; 44:4-7; 20:7.

El reino de Israel había alcanzado ahora en extensión el

cumplimiento de la promesa hecha a Abrahán, y repetida después a

Moisés: "A tu simiente daré esta tierra desde el río de Egipto hasta

el río grande, el río Eufrates." Génesis 15:18; Deuteronomio 11:22-

25. Israel se había convertido en una nación poderosa, respetada y

temida de los pueblos vecinos. En su propio reino, el poder de David

se había hecho muy grande. Gozaba de los afectos y de la lealtad de

su pueblo como muy pocos soberanos, de cualquier época, los han

podido gozar. Había honrado a Dios, y ahora Dios le honraba a él.

974


Pero en medio de la prosperidad acechaba el peligro. En la

época de mayor triunfo exterior, David estaba en el mayor de los

peligros, y sufrió la derrota más humillante de su vida.

975


Capítulo 71

El pecado de David y su arrepentimiento

La biblia tiene poco que decir en alabanza de los hombres.

Dedica poco espacio a relatar las virtudes hasta de los mejores

hombres que jamás hayan vivido. Este silencio no deja de tener su

propósito y su lección. Todas las buenas cualidades que poseen los

hombres son dones de Dios; realizan sus buenas acciones por la

gracia de Dios manifestada en Cristo. Como lo deben todo a Dios, la

gloria de cuanto son y hacen le pertenece sólo a él; ellos no son sino

instrumentos en sus manos.

Además, según todas las lecciones de la historia bíblica, es

peligroso alabar o ensalzar a los hombres; pues si uno llega a perder

de vista su total dependencia de Dios, y a confiar en su propia

fortaleza, caerá seguramente. El hombre lucha con enemigos que

son más fuertes que él. "No tenemos lucha contra sangre y carne;

sino contra principados, contra potestades, contra señores del

mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales

en los aires." Efesios 6:12. Es imposible que nosotros, con nuestra

propia fortaleza, sostengamos el conflicto; y todo lo que aleje a

nuestra mente de Dios, todo lo que induzca al ensalzamiento o a la

dependencia de sí, prepara seguramente nuestra caída. El tenor de la

Biblia está destinado a inculcarnos desconfianza en el poder humano

y a fomentar nuestra confianza en el poder divino.

976


El espíritu de confianza y ensalzamiento de sí fué el que

preparó la caída de David. La adulación y las sutiles seducciones del

poder y del lujo, no dejaron de tener su efecto sobre él. También las

relaciones con las naciones vecinas ejercieron en él una influencia

maléfica. Según las costumbres que prevalecían entre los soberanos

orientales de aquel entonces, los crímenes que no se toleraban en los

súbditos quedaban impunes cuando se trataba del rey; el monarca no

estaba obligado a ejercer el mismo dominio de sí que el súbdito.

Todo esto tendía a aminorar en David el sentido de la perversidad

excesiva del pecado. Y en vez de confiar humilde en el poder de

Dios, comenzó a confiar en su propia fuerza y sabiduría.

Tan pronto como Satanás pueda separar el alma de Dios, la

única fuente de fortaleza, procurará despertar los deseos impíos de

la naturaleza carnal del hombre. La obra del enemigo no es abrupta;

al principio no es repentina ni sorpresiva; consiste en minar

secretamente las fortalezas de los principios. Comienza en cosas

aparentemente pequeñas: la negligencia en cuanto a ser fiel a Dios y

a depender de él por completo, la tendencia a seguir las costumbres

y prácticas del mundo.

Antes que terminara la guerra con los amonitas, David regresó

a Jerusalén, dejando la dirección del ejército a Joab. Los sirios ya se

habían sometido a Israel, y la completa caída de los amonitas

parecía segura. David se veía rodeado de los frutos de la victoria y

de los honores de su gobierno sabio y hábil. Fué entonces, mientras

vivía en holgura y desprevenido, cuando el tentador aprovechó la

oportunidad de ocupar su mente. El hecho de que Dios había

977


admitido a David en una relación tan estrecha consigo, y había

manifestado tanto favor hacia David, debiera haber sido para él el

mayor de los incentivos para conservar inmaculado su carácter. Pero

cuando él estaba cómodo, tranquilo y seguro de sí mismo, se separó

de Dios, cedió a las tentaciones de Satanás, y atrajo sobre su alma la

mancha de la culpabilidad. El hombre designado por el Cielo como

caudillo de la nación, el escogido por Dios para ejecutar su ley,

violó sus preceptos. Por sus actos el que debía castigar a los

malhechores, les fortaleció las manos.

En medio de los peligros de su juventud, David, consciente de

su integridad, podía confiar su caso a Dios. La mano del Señor le

había guiado y hecho pasar sano y salvo por infinidad de trampas

tendidas para sus pies. Pero ahora, culpable y sin arrepentimiento,

no pidió ayuda ni dirección al Cielo, sino que buscó la manera de

desenredarse de los peligros en que el pecado le había envuelto.

Betsabé, cuya hermosura fatal había resultado ser una trampa para el

rey, era la esposa de Urías el heteo, uno de los oficiales más

valientes y más fieles de David. Nadie podía prever cuál sería el

resultado si se llegase a descubrir el crimen. La ley de Dios

declaraba al adúltero culpable de la pena de muerte, y el soldado de

espíritu orgulloso, tan vergonzosamente agraviado, podría vengarse

quitándole la vida al rey, o incitando a la nación a la revuelta.

Todo esfuerzo de David para ocultar su culpabilidad resultó

fútil. Se había entregado al poder de Satanás; el peligro le rodeaba;

la deshonra, que es más amarga que la muerte, le esperaba. No había

sino una manera de escapar, y en su desesperación se apresuró a

978


agregar un asesinato a su adulterio. El que había logrado la

destrucción de Saúl, trataba ahora de llevar a David también a la

ruina. Aunque las tentaciones eran distintas, ambas se asemejaban

en cuanto a conducir a la transgresión de la ley de Dios. David

pensó que si Urías era muerto por la mano de los enemigos en el

campo de batalla, la culpa de su muerte no podría atribuirse a las

maquinaciones del rey; Betsabé quedaría libre para ser la esposa de

David; las sospechas se eludirían y se mantendría el honor real.

Urías fué hecho portador de su propia sentencia de muerte. El

rey envió por su medio una carta a Joab, en la cual ordenaba:

"Poned a Uría delante de la fuerza de la batalla, y desamparadle,

para que sea herido y muera." Véase 2 Samuel 11, 12. Joab, ya

manchado con la culpa de un asesinato protervo, no vaciló en

obedecer las instrucciones del rey, y Urías cayó herido por la espada

de los hijos de Ammón.

Hasta entonces la foja de servicios de David como soberano

había sido tal que pocos monarcas la tuvieron jamás igual. Se nos

dice que "hacía David derecho y justicia a todo su pueblo." 2

Samuel 8:15. Su integridad le había ganado la confianza y la lealtad

de toda la nación. Pero cuando se apartó de Dios, y cedió al

maligno, se hizo, por el momento, agente de Satanás; sin embargo,

conservaba el puesto y la autoridad que Dios le había dado, y a

causa de esto exigía ser obedecido en cosas que hacían peligrar el

alma del que las hiciera. Y Joab, más leal al rey que a Dios, violó la

ley de Dios por orden del rey.

979


El poder de David le había sido dado por Dios, pero para que lo

ejercitara solamente en armonía con la ley divina. Cuando ordenó

algo que era contrario a la ley de Dios, el obedecerle se hizo pecado.

"Las [potestades] que son, de Dios son ordenadas" (Romanos 13:1),

pero no debemos obedecerlas en contradicción a la ley de Dios. El

apóstol Pablo, escribiendo a los corintios, fija el principio que ha de

guiarnos. Dice: "Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo." 1

Corintios 11:1.

Una relación de cómo se había ejecutado su orden fué enviada

a David, pero redactada tan cuidadosamente que no comprometió a

Joab ni al rey. Joab "mandó al mensajero, diciendo: Cuando

acabares de contar al rey todos los negocios de la guerra, si el rey

comenzare a enojarse, ... entonces tú le dirás: También tu siervo

Uría Hetheo es muerto. Y fué el mensajero, y llegando, contó a

David todas las cosas a que Joab le había enviado." La contestación

del rey fué: "Dirás así a Joab: No tengas pesar de esto, que de igual

y semejante manera suele consumir la espada: esfuerza la batalla

contra la ciudad, hasta que la rindas. Y tú aliéntale."

Betsabé observó los acostumbrados días de luto por su marido;

y cuando terminaron, "envió David y recogióla a su casa: y fué ella

su mujer." Aquel que antes tenía tan sensible la conciencia y alto el

sentimiento del honor que no le permitían, ni aun cuando corría

peligro de perder su propia vida, levantar la mano contra el ungido

del Señor, se había rebajado tanto que podía agraviar y asesinar a

uno de sus más valientes y fieles soldados, y esperar gozar

tranquilamente el premio de su pecado. ¡Ay! ¡Cuánto se había

980


envilecido el oro fino! ¡Cómo había cambiado el oro más puro!

Desde el principio, Satanás ha venido presentando a los

hombres un cuadro de las ganancias que pueden obtenerse por la

transgresión. Así sedujo a los ángeles. Así tentó a Adán y a Eva a

que pecaran. Y así sigue todavía apartando a las multitudes de la

obediencia a Dios. Representa el camino de la transgresión como

apetecible; "empero su fin son caminos de muerte." Proverbios

14:12. ¡Felices aquellos que, habiéndose aventurado en ese camino,

aprenden cuán amargos son los frutos del pecado, y se apartan de él

a tiempo! En su misericordia, Dios no dejó a David abandonado

para que fuese atraído a la ruina total por los premios engañosos del

pecado.

También por causa de Israel era necesario que Dios

interviniera. Con el transcurso del tiempo se fué conociendo el

pecado de David para con Betsabé, y se despertó la sospecha de que

él había planeado la muerte de Urías. Esto redundó en deshonor para

el Señor. El había favorecido y ensalzado a David, y el pecado de

éste representaba mal el carácter de Dios, y echaba oprobio sobre su

nombre. Tendía a rebajar las normas de la piedad en Israel, a

aminorar en muchas mentes el aborrecimiento del pecado, mientras

que envalentonaba en la transgresión a los que no amaban ni temían

a Dios.

El profeta Natán recibió órdenes de llevar un mensaje de

reprensión a David. Era un mensaje terrible en su severidad. A

pocos soberanos se les podría haber dirigido una reprensión sin que

981


el mensajero perdiese la vida. Natán transmitió la sentencia divina

sin vacilación, aunque con tal sabiduría celestial que despertó la

simpatía y la conciencia del rey y le indujo a que con sus labios

emitiera su propia sentencia de muerte. Apelando a David como al

guardián divinamente designado para proteger los derechos de su

pueblo, el profeta le relató una historia de agravio y opresión que

exigía justicia y castigo.

"Había dos hombres en una ciudad--dijo,--el uno rico, y el otro

pobre. El rico tenía numerosas ovejas y vacas; mas el pobre no tenía

más que una sola cordera, que él había comprado y criado, y que

había crecido con él y con sus hijos juntamente, comiendo de su

bocado, y bebiendo de su vaso, y durmiendo en su seno: y teníala

como a una hija. Y vino uno de camino al hombre rico; y él no quiso

tomar de sus ovejas y de sus vacas, para guisar al caminante que le

había venido, sino que tomó la oveja de aquel hombre pobre, y

aderezóla para aquel que le había venido."

El rey se airó y exclamó: "Vive Jehová, que el que tal hizo es

digno de muerte. Y que él debe pagar la cordera con cuatro tantos,

porque hizo esta tal cosa, y no tuvo misericordia."

Natán fijó los ojos en el rey; y luego, alzando la mano derecha,

le declaró solemnemente: "Tú eres aquel hombre." "¿Por qué pues--

continuó--tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo

delante de sus ojos?" Como David, los culpables pueden procurar

que su crimen quede oculto para los hombres; pueden tratar de

sepultar la acción perversa para siempre, a fin de que el ojo humano

982


no la vea ni lo sepa la inteligencia humana; pero "todas las cosas

están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que

dar cuenta." Hebreos 4:13. "Nada hay encubierto, que no haya de ser

manifestado; ni oculto, que no haya de saberse." Mateo 10:26.

Natán le manifestó: "Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: Yo te

ungí por rey sobre Israel, y te libré de la mano de Saúl; ... ¿por qué

pues tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante

de sus ojos? A Uría Hetheo heriste a cuchillo, y tomaste por tu

mujer a su mujer, y a él mataste con el cuchillo de los hijos de

Ammón. Por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la

espada.... He aquí yo levantaré sobre ti el mal de tu misma casa, y

tomaré tus mujeres delante de tus ojos, y las daré a tu prójimo....

Porque tú lo hiciste en secreto: mas yo haré esto delante de todo

Israel, y delante del sol."

El reproche del profeta conmovió el corazón de David; se

despertó su conciencia; y su culpa le apareció en toda su enormidad.

Su alma se postró en penitencia ante Dios. Con labios temblorosos

exclamó: "Pequé contra Jehová." Todo daño o agravio que se haga a

otros se extiende del perjudicado a Dios. David había cometido un

grave pecado contra Urías y Betsabé, y se daba cuenta perfecta de su

gran transgresión. Pero mucho más grave era su pecado contra Dios.

Aunque no se hallara a nadie en Israel que ejecutara la

sentencia de muerte contra el ungido del Señor, David tembló por

temor de que, culpable y sin perdón, fuese abatido por el rápido

juicio de Dios. Pero se le envió por medio del profeta este mensaje:

983


"También Jehová ha remitido tu pecado: no morirás." No obstante,

la justicia debía mantenerse. La sentencia de muerte fué transferida

de David al hijo de su pecado. Así se le dió al rey oportunidad de

arrepentirse; mientras que el sufrimiento y la muerte del niño, como

parte de su castigo, le resultaban más amargos de lo que hubiera

sido su propia muerte. El profeta dijo: "Por cuanto con este negocio

hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová, el hijo que te ha nacido

morirá ciertamente."

Cuando el niño cayó enfermo, David imploró y suplicó por su

vida, con ayuno y profunda humillación. Se despojó de sus prendas

reales, hizo a un lado su corona, y noche tras noche yacía en el

suelo, intercediendo con dolor desesperado en pro del inocente que

sufría a causa de su propia culpa. "Y levantándose los ancianos de

su casa fueron a él para hacerlo levantar de tierra; mas él no quiso."

A menudo cuando se habían pronunciado juicios contra personas o

ciudades, la humillación y el arrepentimiento habían bastado para

apartar el golpe, y el Dios que siempre tiene misericordia y es presto

a perdonar, había enviado mensajeros de paz. Alentado por este

pensamiento, David perseveró en su súplica mientras vivió el niño.

Cuando supo que estaba muerto, con calma y resignación David se

sometió al decreto de Dios. Había caído el primer golpe de aquel

castigo que él mismo había declarado justo. Pero David, confiando

en la misericordia de Dios, no quedó sin consuelo.

Muchos, leyendo la historia de la caída de David, han

preguntado: ¿Por qué se hizo público este relato? ¿Por qué consideró

Dios conveniente descubrir al mundo este pasaje obscuro de la vida

984


de uno que fué altamente honrado por el Cielo? El profeta, en el

reproche que hizo a David, había declarado tocante a su pecado:

"Con este negocio hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová." A

través de las generaciones sucesivas, los incrédulos han señalado el

carácter de David y la mancha negra que lleva, y han exclamado en

son de triunfo y burla: "¡He aquí el hombre según el corazón de

Dios!" Así se ha echado oprobio sobre la religión; Dios y su palabra

han sido blasfemados; muchas almas se han endurecido en la

incredulidad, y muchos, bajo un manto de piedad, se han

envalentonado en el pecado.

Pero la historia de David no suministra motivos por tolerar el

pecado. David fué llamado hombre según el corazón de Dios cuando

andaba de acuerdo con su consejo. Cuando pecó, dejó de serlo hasta

que, por arrepentimiento, hubo vuelto al Señor. La Palabra de Dios

manifiesta claramente: "Esto que David había hecho, fué

desagradable a los ojos de Jehová." Y el Señor le dijo a David por

medio del profeta: "¿Por qué pues tuviste en poco la palabra de

Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos? ... Por lo cual ahora

no se apartará jamás de tu casa la espada; por cuanto me

menospreciaste." Aunque David se arrepintió de su pecado, y fué

perdonado y aceptado por el Señor, cosechó la funesta mies de la

siembra que él mismo había sembrado. Los juicios que cayeron

sobre él y sobre su casa atestiguan cuanto aborrece Dios al pecado.

Hasta entonces la providencia de Dios había protegido a David

de todas las conspiraciones de sus enemigos, y se había ejercido

directamente para refrenar a Saúl. Pero la transgresión de David

985


había cambiado su relación con Dios. En ninguna forma podía el

Señor sancionar la iniquidad. No podía ejercitar su poder para

proteger a David de los resultados de su pecado como le había

protegido de la enemistad de Saúl.

Se produjo un gran cambio en David mismo. Quebrantaba su

espíritu la comprensión de su pecado y de sus abarcantes resultados.

Se sentía humillado ante los ojos de sus súbditos. Su influencia

sufrió menoscabo. Hasta entonces su prosperidad se había atribuído

a su obediencia concienzuda a los mandamientos del Señor. Pero

ahora sus súbditos, conociendo el pecado de él, podrían verse

inducidos a pecar más libremente. En su propia casa, se debilitó su

autoridad y su derecho a que sus hijos le respetasen y obedeciesen.

Cierto sentido de su culpabilidad le hacía guardar silencio cuando

debiera haber condenado el pecado; y debilitaba su brazo para

ejecutar justicia en su casa. Su mal ejemplo influyó en sus hijos, y

Dios no quiso intervenir para evitar los resultados. Permitió que las

cosas tomaran su curso natural, y así David fué castigado

severamente.

Durante un año entero después de su caída, David vivió en

seguridad aparente; no había evidencia externa del desagrado de

Dios. Pero la sentencia divina pendía sobre él. Rápida y

seguramente se aproximaba el día del juicio y del castigo, que

ningún arrepentimiento podía evitar, es decir, la agonía y la

vergüenza que ensombrecía toda su vida terrenal. Los que,

señalando el ejemplo de David, tratan de aminorar la culpa de sus

propios pecados, debieran aprender de las lecciones del relato

986


bíblico que el camino de la transgresión es duro. Aunque, como

David, se volvieran de sus caminos impíos, los resultados del

pecado, aun en esta vida, serán amargos y difíciles de soportar.

Dios quiso que la historia de la caída de David sirviera como

una advertencia de que aun aquellos a quienes él ha bendecido y

favorecido grandemente no han de sentirse seguros ni tampoco

descuidar el velar y orar. Así ha resultado para los que con humildad

han procurado aprender lo que Dios quiso enseñar con esa lección.

De generación en generación, miles han sido así inducidos a darse

cuenta de su propio peligro frente al poder tentador del enemigo

común. La caída de David, hombre que fué grandemente honrado

por el Señor, despertó en ellos la desconfianza de sí mismos.

Comprendieron que sólo Dios podía guardarlos por su poder

mediante la fe. Sabiendo que en él estaba la fortaleza y la seguridad,

temieron dar el primer paso en tierra de Satanás.

Aun antes de que se hubiese dictado la sentencia divina contra

David, éste ya había comenzado a cosechar el fruto de su

transgresión. Su conciencia no tenía paz. En el salmo 32 presenta la

agonía que su espíritu soportó entonces. Dice:

"Bienaventurado aquel cuyas iniquidades son perdonadas, Y

borrados sus pecados. Bienaventurado el hombre a quien no imputa

Jehová la iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay superchería. Mientras

callé, envejeciéronse mis huesos En mi gemir todo el día. Porque de

día y de noche se agravó sobre mí tu mano; Volvióse mi verdor en

sequedades de estío." Salmos 32:1-4.

987


Y el salmo 51 es una expresión del arrepentimiento de David,

cuando le llegó el mensaje de reprensión de parte de Dios:

"Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia:

Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.

Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado. Porque

yo reconozco mis rebeliones; Y mi pecado está siempre delante de

mí.... Purifícame con hisopo, y seré limpio: Lávame, y seré

emblanquecido más que la nieve. Hazme oír gozo y alegría; Y se

recrearán los huesos que has abatido. Esconde tu rostro de mis

pecados, Y borra todas mis maldades. Crea en mí, oh Dios, un

corazón limpio; Y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me

eches de delante de ti; Y no quites de mí tu santo espíritu. Vuélveme

el gozo de tu salud; Y el espíritu libre me sustente. Enseñaré a los

prevaricadores tus caminos; Y los pecadores se convertirán a ti.

Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salud: Cantará mi

lengua tu justicia." Salmos 51:1-3, 7-14.

Así en un himno sagrado que había de cantarse en las

asambleas públicas de su pueblo, en presencia de la corte, los

sacerdotes y jueces, los príncipes y guerreros, y que iba a preservar

hasta la última generación el conocimiento de su caída, el rey de

Israel relató todo lo concerniente a su pecado, su arrepentimiento, y

su esperanza de perdón por la misericordia de Dios. En vez de

procurar ocultar la culpa, quiso que otros se instruyeran por el

conocimiento de la triste historia de su caída.

988


El arrepentimiento de David fué sincero y profundo. No hizo

ningún esfuerzo para aminorar su crimen. Lo que inspiró su oración

no fué el deseo de escapar a los castigos con que se le amenazaba.

Pero vió la enormidad de su transgresión contra Dios; vió la

depravación de su alma y aborreció su pecado. No oró pidiendo

perdón solamente, sino también pidiendo pureza de corazón. David

no abandonó la lucha en su desesperación. Vió la evidencia de su

perdón y aceptación, en la promesa hecha por Dios a los pecadores

arrepentidos.

"Porque no quieres tú sacrificio, Que yo daría; No quieres

holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado: Al

corazón contrito y humillado No despreciarás tú, oh Dios." Vers. 16,

17.

Aunque David había caído, el Señor le levantó. Estaba ahora

más plenamente en armonía con Dios y en simpatía con sus

semejantes que antes de su caída. En el gozo de su liberación cantó:

"Mi pecado te declaré, Y no encubrí mi iniquidad. Confesaré,

dije, contra mí mis rebeliones a Jehová; Y tú perdonaste la maldad

de mi pecado.... Tú eres mi refugio; Me guardarás de angustia; Con

cánticos de liberación me rodearás." Salmos 32:5-7.

Muchos murmuran contra lo que llaman la injusticia de Dios al

salvar a David, cuya culpa era tan grande, después de haber

rechazado a Saúl por lo que a ellos les parece ser pecados mucho

menos flagrantes. Pero David se humilló y confesó su pecado, en

989


tanto que Saúl menospreció el reproche y endureció su corazón en la

impenitencia.

Este pasaje de la historia de David rebosa de significado para el

pecador arrepentido. Es una de las ilustraciones más poderosas que

se nos hayan dado de las luchas y las tentaciones de la humanidad, y

de un verdadero arrepentimiento hacia Dios y una fe sincera en

nuestro Señor Jesucristo. A través de todos los siglos ha resultado

ser una fuente de aliento para las almas que, habiendo caído en el

pecado, han tenido que luchar bajo el peso agobiador de su culpa.

Miles de los hijos de Dios han sido los que, después de haber sido

entregados traidoramente al pecado y cuando estaban a punto de

desesperar, recordaron como el arrepentimiento sincero y la

confesión de David fueron aceptados por Dios, no obstante haber

tenido que sufrir las consecuencias de su transgresión; y también

cobraron ánimo para arrepentirse y procurar nuevamente andar por

los senderos de los mandamientos de Dios.

Quienquiera que bajo la reprensión de Dios humille su alma

con la confesión y el arrepentimiento, tal como lo hizo David, puede

estar seguro de que hay esperanza para él. Quienquiera que acepte

por la fe las promesas de Dios, hallará perdón. Jamás rechazará el

Señor a un alma verdaderamente arrepentida. El ha dado esta

promesa: "Echen mano ... de mi fortaleza, y hagan paz conmigo. ¡Sí,

que hagan paz conmigo!" "Deje el impío su camino, y el hombre

inicuo sus pensamientos: y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él

misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar."

Isaías 27:5 (VM); 55:7.

990


991


Capítulo 72

La rebelión de Absalón

"El debe pagar la cordera con cuatro tantos," había sido la

sentencia que David había dictado inconscientemente contra sí

mismo, al oír la parábola del profeta Natán; y debía ser juzgado en

conformidad con su propia sentencia. Iban a caer cuatro de sus hijos,

y la pérdida de cada uno de ellos sería el resultado del pecado del

padre.

David dejó pasar desapercibido el crimen vergonzoso de

Amnón, el primogénito, sin castigarlo ni reprenderlo. La ley

castigaba con la muerte al adúltero, y el crimen desnaturalizado de

Amnón le hacía doblemente culpable. Pero David, sintiéndose él

mismo condenado por su propio pecado, no llevó al delincuente a la

justicia. Durante dos largos años, Absalón, el protector natural de la

hermana tan vilmente agraviada, ocultó su propósito de venganza,

pero tan sólo para dar un golpe más certero al fin. En un festín de los

hijos del rey, el borracho e incestuoso Amnón fué muerto por orden

de su hermano.

Un castigo doble había caído sobre David. Se le llevó este

terrible mensaje: "Absalom ha muerto a todos los hijos del rey, que

ninguno de ellos ha quedado. Entonces levantándose David, rasgó

sus vestidos, y echóse en tierra, y todos sus criados, rasgados sus

vestidos, estaban delante." Véase 2 Samuel 13-19.

992


Los hijos del rey, al regresar alarmados a Jerusalén, le

revelaron a su padre la verdad: sólo Amnón había sido muerto; "y

alzando su voz lloraron. Y también el mismo rey y todos sus siervos

lloraron con muy grandes lamentos." Pero Absalón huyó a Talmai,

rey de Gesur y padre de su madre.

Como a otros de los hijos de David, a Amnón se le había

permitido acostumbrarse a satisfacer sus gustos y apetitos egoístas.

Había procurado conseguir todo lo que pensaba en su corazón,

haciendo caso omiso de los mandamientos de Dios. A pesar de su

gran pecado, Dios lo había soportado mucho tiempo. Durante dos

años, le había dado oportunidad de arrepentirse; pero continuó en el

pecado, y cargado con su culpa fué abatido por la muerte, a la espera

del terrible tribunal del juicio.

David había descuidado su obligación de castigar el crimen de

Amnón, y a causa de la infidelidad del rey y padre, y por la

impenitencia del hijo, el Señor permitió que los acontecimientos

siguieran su curso natural, y no refrenó a Absalón. Cuando los

padres o los gobernantes descuidan su deber de castigar la iniquidad,

Dios mismo toma el caso en sus manos. Su poder refrenador se

desvía hasta cierta medida de los instrumentos del mal, de modo que

se produzca una serie de circunstancias que castigue al pecado con

el pecado.

Los resultados funestos de la injusta complacencia de David

hacia Amnón no terminaron con esto; pues entonces principió el

993


desafecto de Absalón con su padre. Cuando el joven príncipe huyó a

Gesur, David, creyendo que el crimen de su hijo exigía algún

castigo, le negó permiso para regresar. Pero esto tendió a aumentar

más bien que disminuir los males inextricables que enredaban al rey.

Absalón, hombre enérgico, ambicioso y sin principios, al quedar,

por su destierro, impedido de participar en los asuntos del reino, no

tardó en entregarse a maquinaciones peligrosas.

Al cabo de dos años, Joab resolvió efectuar una reconciliación

entre el padre y el hijo. Con este objeto, consiguió los servicios de

una mujer de Tecoa, famosa por su prudencia. Habiendo recibido

instrucciones de Joab, la mujer se presentó ante David como una

viuda cuyos dos hijos habían sido su único consuelo y apoyo. En

una disputa uno de ellos había muerto al otro, y ahora todos los

parientes de la familia exigían que el sobreviviente fuese entregado

al vengador de la sangre. "Así--dijo--apagarán el ascua que me ha

quedado, no dejando a mi marido nombre ni reliquia sobre la tierra."

Los sentimientos del rey fueron conmovidos por esta súplica, y

aseguró a la mujer la protección real para su hijo.

Después de obtener del rey repetidas promesas de seguridad

para el joven, la mujer imploró su tolerancia para declararle que él

había hablado como culpable, porque no había hecho volver a casa a

su desterrado. "Porque--dijo--de cierto morimos, y somos como

aguas derramadas por tierra, que no pueden volver a recogerse: ni

Dios quita la vida, sino que arbitra medio para que su desviado no

sea de él excluido."

994


Este cuadro tierno y conmovedor del amor de Dios hacia el

pecador, que provenía, como en realidad así era, de Joab, el soldado

rudo, es una evidencia sorprendente de cuán familiarizados estaban

los israelitas con las grandes verdades de la redención. El rey,

sintiendo su propia necesidad de la misericordia de Dios, no pudo

resistir esta súplica. Ordenó a Joab: "Ve, y haz volver al mozo

Absalom."

Se le permitió a Absalón que volviera a Jerusalén, pero no que

se presentara en la corte ni ante su padre. David había comenzado a

ver los efectos de su complacencia hacia sus hijos; y aunque amaba

tiernamente a este hijo hermoso y tan bien dotado, creyó necesario

manifestar su aborrecimiento por su crimen, como una lección tanto

para Absalón como para el pueblo. Absalón vivió durante dos años

en su propia casa, pero alejado de la corte. Su hermana vivía con él,

y la presencia de ella mantenía vivo el recuerdo del agravio

irreparable que ella había sufrido. En opinión del pueblo, el príncipe

era un héroe más bien que un delincuente. Y teniendo esta ventaja,

se puso a ganarse el corazón del pueblo. Su aspecto personal era tal

que conquistaba la admiración de todos los que le veían. "Y no

había en todo Israel hombre tan hermoso como Absalom, de alabar

en gran manera: desde la planta de su pie hasta la mollera no había

en él defecto."

No fué prudente de parte del rey dejar a un hombre del carácter

de Absalón, ambicioso, impulsivo y apasionado, para que cavilara

durante dos años sobre supuestos agravios. Y la acción de David, al

permitirle regresar a Jerusalén, y sin embargo, negarse a admitirle en

995


su presencia, le granjeó al hijo la simpatía del pueblo.

David, que recordaba siempre su propia transgresión de la ley

de Dios, parecía estar moralmente paralizado; se revelaba débil e

irresoluto mientras que antes de su pecado había sido valeroso y

decidido. Había disminuído su influencia con el pueblo; y todo esto

favorecía los designios de su hijo desnaturalizado.

Gracias a la influencia de Joab, Absalón fué nuevamente

admitido en la presencia de su padre; pero aunque exteriormente

hubo reconciliación, él continuó con sus proyectos ambiciosos.

Asumió una condición casi de realeza, haciendo que carros y

caballos, y cincuenta hombres, corrieran delante de él adondequiera

que fuera. Y mientras que el rey se inclinaba cada vez más al deseo

de retraimiento y soledad, Absalón buscaba con halagos el favor

popular.

La influencia de la irresolución y apatía de David se extendía a

sus subordinados; la negligencia y la dilación caracterizaban la

administración de la justicia. Arteramente, Absalón sacaba ventaja

de toda causa de desafecto. Día tras día, se podía ver a ese hombre

de semblante noble a la puerta de la ciudad, donde una multitud de

suplicantes aguardaba para presentarle sus agravios en procura de

que fuesen reparados. Absalón se rozaba con ellos, oía sus agravios,

y expresaba cuánto simpatizaba con ellos por sus sufrimientos y

cuánto lamentaba la falta de eficiencia del gobierno. Después de

escuchar la historia de un hombre de Israel, el príncipe respondía:

"Mira, tus palabras son buenas y justas: mas no tienes quien te oiga

996


por el rey," y agregaba: "¡Quien me pusiera por juez en la tierra,

para que viniesen a mí todos los que tienen pleito o negocio, que yo

les haría justicia! Y acontecía que, cuando alguno se llegaba para

inclinarse a él, él extendía la mano, y lo tomaba, y lo besaba."

Fomentado por las arteras insinuaciones del príncipe, el

descontento con el gobierno cundía rápidamente. Todos los labios

alababan a Absalón. Se le tenía generalmente por heredero del

trono; el pueblo lo consideraba con orgullo digno del alto puesto, y

se encendió el deseo de que él ocupara el trono. "Así robaba

Absalom el corazón de los de Israel." No obstante, el rey, cegado

por el amor a su hijo, no sospechaba nada. La condición de realeza

que Absalón había asumido era considerada por David como

destinada a honrar su corte, como una expresión de júbilo por la

reconciliación.

Una vez preparados los ánimos del pueblo para lo que había de

seguir, Absalón envió secretamente entre las tribus a hombres

escogidos, para que concertaran medidas tendientes a una revuelta.

Adoptó entonces el manto de la devoción religiosa para ocultar sus

propósitos traidores. Un voto que había hecho mucho tiempo antes,

cuando estaba desterrado, debía cumplirse en Hebrón. Absalón dijo

al rey: "Yo te ruego me permitas que vaya a Hebrón, a pagar mi

voto que he prometido a Jehová: porque tu siervo hizo voto cuando

estaba en Gessur en Siria, diciendo: Si Jehová me volviere a

Jerusalem, yo serviré a Jehová." El padre cariñoso, consolado con

esta evidencia de piedad en su hijo, le despidió con su bendición.

997


La conspiración había madurado completamente. El acto

culminante de hipocresía de Absalón tenía por objeto no sólo cegar

al rey, sino también afirmar la confianza del pueblo, y seguir

incitándolo a la rebelión contra el rey que Dios había escogido.

Absalón salió para Hebrón, y fueron con él "doscientos

hombres de Jerusalem por él convidados, los cuales iban en su

sencillez, sin saber nada." Estos hombres fueron con Absalón sin

soñar que su amor por el hijo los llevaba a la rebelión contra el

padre. Al llegar a Hebrón, Absalón llamó inmediatamente a

Achitophel, uno de los principales consejeros de David, hombre de

mucha fama por su sabiduría, cuya opinión era considerada tan

segura y tan sabia como la de un oráculo. Achitophel se unió a los

conspiradores, y su apoyo hizo que pareciera asegurado el éxito de

la causa de Absalón, y trajo a su estandarte a muchos hombres de

influencia de todas partes del reino. Cuando la trompeta de la

rebelión sonó, los espías que el príncipe tenía diseminados por todo

el país difundieron la noticia de que Absalón era rey, y gran parte

del pueblo se congregó alrededor de él.

Mientras tanto, la alarma se transmitió al rey en Jerusalén.

David se despertó de repente, para ver estallar la rebelión cerca de

su trono. Su propio hijo, al que había amado y en el cual había

confiado, había estado conspirando para apoderarse de la corona e

indudablemente para quitarle la vida. En su gran peligro, David

sacudió la depresión que por tanto tiempo le había embargado, y con

el ánimo de sus años mozos se preparó para hacer frente a esta

terrible emergencia. Absalón estaba reuniendo sus fuerzas en

998


Hebrón, a una distancia de sólo treinta kilómetros. Pronto estarían

los rebeldes a las puertas de Jerusalén.

Desde su palacio, David contemplaba su capital, "hermosa

provincia, el gozo de toda la tierra, ... la ciudad del gran Rey."

Salmos 48:2. Le estremecía el pensamiento de exponerla a la

carnicería y a la devastación. ¿Debía llamar en su auxilio a los

súbditos que seguían leales al trono, y resistir para conservar la

capital? ¿Debía permitir que Jerusalén fuera bañada en sangre?

Tomó su decisión. Los horrores de la guerra no caerían sobre la

ciudad escogida. Abandonaría Jerusalén, y luego probaría la

fidelidad de su pueblo, dándole una oportunidad de reunirse para

apoyarle. En esta gran crisis, era su deber hacia Dios y hacia su

pueblo mantener la autoridad de la cual el Cielo le había investido.

Confiaría a Dios la resolución del conflicto.

Con humildad y dolor, David salió por la puerta de Jerusalén,

alejado de su trono, de su palacio y del arca de Dios, por la

insurrección de su hijo amado. El pueblo le seguía en larga y triste

procesión como un séquito fúnebre. Acompañaba al rey su guardia

personal, compuesta de cereteos, peleteos y trescientos geteos de

Gath bajo el mando de Ittai. Pero David, con su altruísmo

característico, no podía consentir que estos extranjeros, que habían

buscado su protección, participasen en su calamidad. Expresó su

sorpresa de que estuvieran dispuestos a hacer este sacrificio por él.

"Y dijo el rey a Ittai Getheo: ¿Para qué vienes tú también con

nosotros? vuélvete y quédate con el rey; porque tú eres extranjero, y

999


desterrado también de tu lugar. ¿Ayer viniste, y téngote de hacer

hoy que mudes lugar para ir con nosotros? Yo voy como voy: tú

vuélvete, y haz volver a tus hermanos; en ti haya misericordia y

verdad."

Ittai le contestó: "Vive Dios, y vive mi señor el rey, que, o para

muerte o para vida, donde mi señor el rey estuviere, allí estará

también tu siervo." Estos hombres habían sido convertidos del

paganismo al culto de Jehová, y ahora probaban noblemente su

fidelidad a su Dios y a su rey. Con corazón agradecido, David

aceptó la devoción de ellos en su causa que aparentemente se

hundía, y todos cruzaron el arroyo de Cedrón, en camino hacia el

desierto.

Nuevamente la procesión hizo alto. Una compañía vestida de

indumentaria sagrada se aproximaba. "Y he aquí, también iba

Sadoc, y con él todos los Levitas que llevaban el arca del pacto de

Dios." Los que seguían a David vieron en esto un buen augurio. La

presencia de aquel símbolo sagrado era para ellos una garantía de su

liberación y de su victoria final. Inspiraría valor al pueblo para

reunirse alrededor del rey. La ausencia del arca de Jerusalén

infundiría terror a los partidarios de Absalón.

Al ver el arca, el corazón de David se llenó por un momento

breve de regocijo y esperanza. Pero pronto le embargaron otros

pensamientos. Como soberano designado para regir la herencia de

Dios, le incumbía una solemne responsabilidad. Lo que más

preocupaba al rey de Israel no eran sus intereses personales, sino la

1000


gloria de Dios y el bienestar de su pueblo. Dios, que moraba entre

los querubines, había dicho con respecto a Jerusalén: "Este es mi

reposo para siempre" (Salmos 132:14), y sin autorización divina, ni

los sacerdotes ni el rey tenían derecho a remover de su lugar el

símbolo de su presencia. Y David sabía que su corazón y su vida

debían estar en armonía con los preceptos divinos; de lo contrario el

arca sería un instrumento de desastre antes que de éxito. Recordaba

siempre su gran pecado. Reconocía en esta conspiración el justo

castigo de Dios. Había sido desenvainada la espada que no había de

apartarse de su casa. Ignoraba cuáles serían los resultados de la

lucha; y no le tocaba a él quitar de la capital de la nación los

sagrados estatutos que representaban la voluntad del Soberano

divino de ella, y que eran la constitución del reino y el fundamento

de su prosperidad.

Ordenó a Sadoc: "Vuelve el arca de Dios a la ciudad; que si yo

hallare gracia en los ojos de Jehová, él me volverá, y me hará ver a

ella y a su tabernáculo: y si dijere: No me agradas: aquí estoy, haga

de mí lo que bien le pareciere."

David agregó: "¿No eres tú el vidente?" Es decir un hombre

designado por Dios para instruir al pueblo. "Vuélvete en paz a la

ciudad; y con vosotros vuestros dos hijos, tu hijo Ahimaas, y

Jonathán, hijo de Abiathar. Mirad, yo me detendré en los campos del

desierto, hasta que venga respuesta de vosotros que me dé aviso."

En la ciudad los sacerdotes podrían prestarle buenos servicios

averiguando todos los movimientos y propósitos de los rebeldes y

comunicándolos secretamente al rey por medio de sus hijos,

1001


Ahimaas y Jonatán.

Al regresar los sacerdotes a Jerusalén, una sombra más densa

cayó sobre la muchedumbre en retirada. Al ver a su rey fugitivo, y a

sí misma desterrada y abandonada por el arca de Dios, le pareció el

futuro obscuro y cargado de terror y negros presentimientos. "Y

David subió la cuesta de las olivas; y subióla llorando, llevando la

cabeza cubierta, y los pies descalzos. También todo el pueblo que

tenía consigo cubrió cada uno su cabeza, y subieron llorando así

como subían.

"Y dieron aviso a David, diciendo: Achitophel está entre los

que conspiraron con Absalom." Nuevamente, David se vió obligado

a reconocer en sus calamidades los resultados de su propio pecado.

La deserción de Achitophel, el más capaz y astuto de los dirigentes

políticos, era motivada por un deseo de vengar el deshonor de

familia entrañado en el agravio hecho a Betsabé, que era su nieta.

"Entonces dijo David: Entontece ahora, oh Jehová, el consejo de

Achitophel."

Al llegar a la cumbre del monte, el rey se postró en oración,

confiando a Dios la carga de su alma e implorando humildemente la

misericordia divina. Pareció que su oración era contestada en

seguida. Husai, el arachita, consejero sabio y capaz, que había

resultado ser un amigo fiel de David, se presentó ahora ante él con

su indumentaria rasgada, y con tierra en la cabeza, para unir su

suerte a la del rey destronado y fugitivo. David vió, como por

iluminación divina, que este hombre fiel y leal era el que se

1002


necesitaba para servir a los intereses del rey en los consejos de la

capital. A pedido de David, Husai volvió a Jerusalén, para ofrecer

sus servicios a Absalón, y neutralizar el artero consejo de

Achitophel.

Con este rayo de luz en las tinieblas, el rey y su séquito

continuaron su marcha y descendieron por la ladera oriental del

monte de los Olivos, a través de un desierto rocalloso y desolado,

pasando por quebradas salvajes y a lo largo de senderos pedregosos

y escarpados, en dirección al Jordán.

"Y vino el rey David hasta Bahurim: y he aquí, salía uno de la

familia de la casa de Saúl, el cual se llamaba Semei, hijo de Gera; y

salía maldiciendo, y echando piedras contra David, y contra todos

los siervos del rey David: y todo el pueblo, y todos los hombres

valientes estaban a su diestra y a su siniestra. Y decía Semei,

maldiciéndole: Sal, sal, varón de sangres, y hombre de Belial:

Jehová te ha dado el pago de toda la sangre de la casa de Saúl, en

lugar del cual tú has reinado: mas Jehová ha entregado el reino en

mano de tu hijo Absalom; y hete aquí sorprendido en tu maldad,

porque eres varón de sangres."

Durante la prosperidad de David, Semei no había demostrado

mediante sus palabras o hechos que no era un súbdito leal. Pero

cuando la aflicción sobrecogió al rey, este descendiente de la tribu

de Benjamín reveló su verdadero carácter. Había honrado a David

cuando éste ocupaba el trono, pero lo maldecía en su desgracia. Vil

y egoísta, consideraba a los demás como poseedores del mismo

1003


carácter, y bajo la inspiración de Satanás, volcó su odio contra el

hombre a quien Dios había castigado. El espíritu que induce al

hombre a pisotear, vilipendiar o afligir al que está atribulado, es el

espíritu de Satanás.

Las acusaciones de Semei contra David eran del todo falsas,

eran una calumnia sin fundamento y maligna. David no era culpable

de ningún agravio contra Saúl ni contra su familia. Cuando Saúl

estuvo completamente en su poder, y pudo haberle dado muerte, se

limitó a cortar la orilla de su manto, y hasta se reprochó por haber

mostrado esta falta de respeto al ungido del Señor.

David había dado pruebas evidentes de que consideraba

sagrada la vida humana hasta cuando él mismo era perseguido como

fiera. Un día mientras estaba escondido en la cueva de Adullam,

recordó la libertad sin aflicciones de su niñez, y el fugitivo exclamó:

"¡Quién me diera a beber del agua de la cisterna de Beth-lehem, que

está a la puerta!" 2 Samuel 23:13-17. Belén estaba entonces en

manos de los filisteos; pero tres hombres valientes de la guardia de

David atravesaron las líneas filisteas, y trajeron agua de Belén.

David no pudo beberla. "Lejos sea de mí, oh Jehová, que yo haga

esto--exclamó.--¿He de beber yo la sangre de los varones que fueron

con peligro de su vida?" Y reverentemente derramó el agua en

ofrenda a Dios. David había sido guerrero; y gran parte de su vida

había transcurrido entre escenas de violencia; pero entre todos los

que pasaron por tal prueba, pocos son en verdad los que hayan sido

tan poco afectados por su influencia endurecedora y

desmoralizadora como lo fué David.

1004


El sobrino de David, Abisai, uno de sus capitanes más

valientes, no pudo escuchar con paciencia las palabras insultantes de

Semei. "¿Por qué maldice este perro muerto a mi señor el rey?--

exclamó.--Yo te ruego que me dejes pasar, y quitaréle la cabeza."

Pero el rey se lo prohibió. "He aquí--dijo,--mi hijo que ha salido de

mis entrañas, acecha a mi vida: ¿cuánto más ahora un hijo de

Benjamín? Dejadle que maldiga, que Jehová se lo ha dicho. Quizá

mirará Jehová a mi aflicción, y me dará Jehová bien por sus

maldiciones de hoy."

La conciencia le estaba diciendo verdades amargas y

humillantes a David. Mientras que sus súbditos fieles se

preguntaban el porqué de este repentino cambio de fortuna, éste no

era un misterio para el rey. A menudo había tenido presentimientos

de una hora como ésta. Se había sorprendido de que Dios hubiera

soportado durante tanto tiempo sus pecados y hubiera dilatado la

retribución que merecía. Y ahora en su precipitada y triste huída,

con los pies descalzos, y habiendo trocado su manto real por saco y

ceniza, y mientras los lamentos de los que le seguían despertaban los

ecos de las colinas, pensó en su amada capital, en el sitio que había

sido escenario de su pecado, y al recordar las bondades y la

paciencia de Dios, no quedó del todo sin esperanza. Creyó que el

Señor aun le trataría con misericordia.

Más de un obrador de iniquidad ha excusado su propio pecado

señalando la caída de David; pero ¡cuán pocos son los que

manifiestan la penitencia y la humildad de David! ¡Cuán pocos

1005


soportarían la reprensión y la retribución con la paciencia y la

fortaleza que él manifestó! El había confesado su pecado, y durante

muchos años había procurado cumplir su deber como fiel siervo de

Dios; había trabajado por la edificación de su reino, y éste había

alcanzado bajo su gobierno una fortaleza y una prosperidad nunca

logradas antes. Había reunido enormes cantidades de material para

la construcción de la casa de Dios; y ahora, ¿iba a ser barrido todo el

trabajo de su vida? ¿Debían los resultados de muchos años de labor

consagrada, la obra del genio, de la devoción y del buen gobierno,

pasar a las manos de su hijo traidor y temerario, que no consideraba

el honor de Dios ni la prosperidad de Israel? ¡Cuán natural hubiera

parecido que David murmurase contra Dios en esta gran aflicción!

Pero él vió en su propio pecado la causa de su dificultad. Las

palabras del profeta Miqueas respiran el espíritu que alentó el

corazón de David: "Aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz.

La ira de Jehová soportaré, porque pequé contra él, hasta que juzgue

mi causa y haga mi juicio." Miqueas 7:8, 9. Y el Señor no abandonó

a David. Este capítulo de su experiencia cuando, sufriendo los

insultos más crueles y los agravios más severos, se muestra humilde,

desinteresado, generoso y sumiso, es uno de los más nobles de toda

su historia. Jamás fué el gobernante de Israel más verdaderamente

grande a los ojos del cielo que en esta hora de más profunda

humillación exterior.

Si Dios hubiera permitido que David continuase sin reprensión

por su pecado, y que permaneciera en paz y prosperidad en su trono

mientras estaba violando los preceptos divinos, el escéptico y el

1006


infiel habrían tenido alguna excusa para citar la historia de David

como un oprobio para la religión de la Biblia. Pero en la aflicción

por la que hizo pasar a David, el Señor muestra que no puede tolerar

ni excusar el pecado. Y la historia de David nos permite ver también

los grandes fines que Dios tiene en perspectiva en su manera de

tratar con el pecado; nos permite seguir, aun a través de los castigos

más tenebrosos, el desenvolvimiento de sus propósitos de

misericordia y de beneficencia. Hizo pasar a David bajo la vara,

pero no lo destruyó: el horno es para purificar, pero no para

consumir. El Señor dice: "Si dejaren sus hijos mi ley, y no

anduvieren en mis juicios; si profanaren mis estatutos, y no

guardaren mis mandamientos; entonces visitaré con vara su

rebelión, y con azotes sus iniquidades. Mas no quitaré de él mi

misericordia, ni falsearé mi verdad." Salmos 89:30-33.

Poco después que David abandonó a Jerusalén, entraron

Absalón y su ejército, y sin lucha alguna, tomaron posesión de la

fortaleza de Israel. Husai se encontró entre los primeros que

saludaron al monarca recién coronado, y el príncipe se quedó

sorprendido y satisfecho al ver que el viejo amigo y consejero de su

padre se le acercaba. Absalón estaba seguro de su éxito. Hasta

entonces sus proyectos habían prosperado, y deseoso de fortalecer

su trono y obtener la confianza de la nación, dió la bienvenida a

Husai en su corte.

Absalón estaba ahora rodeado de un gran ejército, pero éste se

componía en su mayor parte de hombres inexpertos en la guerra.

Aun no habían luchado. Achitophel sabía muy bien que la situación

1007


de David estaba muy lejos de ser desesperada. La gran mayoría de la

nación seguía siéndole fiel; estaba rodeado de guerreros probados y

fieles a su rey, y su ejército estaba dirigido por generales capaces y

experimentados. Achitophel sabía que después de la primera

explosión de entusiasmo en favor del nuevo rey, vendría una

reacción. Si la rebelión fracasaba, Absalón podría tal vez obtener

una reconciliación con su padre; entonces Achitophel, como

principal consejero, sería considerado como el más culpable en la

rebelión; y sobre él caería el castigo más severo.

Para evitar que Absalón retrocediera, Achitophel le aconsejó

una acción que en los ojos de toda la nación haría imposible la

reconciliación. Con astucia infernal, este estadista mañoso y sin

principios instó a Absalón que añadiera el crimen del incesto al de la

rebelión. A la vista de todo Israel, había de tomar para sí todas las

concubinas de su padre, según la costumbre de las naciones

orientales, declarando así que había sucedido al trono de su padre. Y

Absalón llevó a cabo esa vil sugestión.

Así se cumplió la palabra que Dios había dirigido a David por

medio del profeta: "He aquí yo levantaré sobre ti el mal de tu misma

casa, y tomaré tus mujeres delante de tus ojos, y las daré a tu

prójimo.... Porque tú lo hiciste en secreto: mas yo haré esto delante

de todo Israel, y delante del sol." 2 Samuel 12:11, 12. No era que

Dios instigara estos actos de impiedad; sino que a causa del pecado

de David, el Señor no ejerció su poder para evitarlos.

Achitophel había sido muy estimado por su sabiduría, pero le

1008


faltaba la luz que viene de Dios. "El temor de Jehová es el principio

de la sabiduría" (Proverbios 9:10), y este temor, Achitophel no lo

poseía; de otra manera difícilmente habría fundado el éxito de la

traición en el crimen del incesto. Los hombres de corazón

corrompido maquinan la impiedad, como si no hubiese una

Providencia capaz de predominar para contrariar sus designios; pero

"el que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos."

Salmos 2:4. El Señor declara: "No quisieron mi consejo, y

menospreciaron toda reprensión mía: comerán pues del fruto de su

camino, y se hartarán de sus consejos. Porque el reposo de los

ignorantes los matará, y la prosperidad de los necios los echará a

perder." Proverbios 1:30-32.

Habiendo tenido éxito en el plan destinado a afianzar su propia

seguridad, Achitophel señaló insistentemente a Absalón la necesidad

de obrar inmediatamente contra David. "Yo escogeré ahora doce mil

hombres, y me levantaré, y seguiré a David esta noche--dijo;--y daré

sobre él cuando él estará cansado y flaco de manos: lo atemorizaré,

y todo el pueblo que está con él huirá, y heriré al rey solo. Así

tornaré a todo el pueblo a ti."

Este proyecto fué aprobado por los consejeros del rey. Si se lo

hubiese puesto en práctica, David habría sido muerto seguramente, a

menos que el Señor se hubiese interpuesto directamente para

salvarlo. Pero una sabiduría aun más alta que la del renombrado

Achitophel dirigía los acontecimientos. "Porque había Jehová

ordenado que el acertado consejo de Achitophel se frustrara, para

que Jehová hiciese venir el mal sobre Absalom."

1009


A Husai no se le había llamado al concilio, y no quiso

intervenir sin que se lo pidieran, por temor de que se sospechara de

él como espía; pero después que se hubo dispersado la asamblea,

Absalón que tenía en alto aprecio el juicio del consejero de su padre,

le sometió el plan de Achitophel. Husai vió que, de seguirse el plan

propuesto, David estaría perdido. Y dijo:

"El consejo que ha dado esta vez Achitophel no es bueno. Y

añadió Husai: Tú sabes que tu padre y los suyos son hombres

valientes, y que están con amargura de ánimo, como la osa en el

campo cuando le han quitado los hijos. Además, tu padre es hombre

de guerra, y no tendrá la noche con el pueblo. He aquí él estará

ahora escondido en alguna cueva, o en otro lugar." Alegó que si las

fuerzas de Absalón persiguiesen a David no capturarían al rey; y si

sufriesen algún revés, ello tendería a descorazonarlas, y haría gran

daño a la causa de Absalón. "Porque--dijo--todo Israel sabe que tu

padre es hombre valiente, y que los que están con él son

esforzados."

Y sugirió luego un plan atrayente para una naturaleza vana,

egoísta y aficionada a hacer ostentación de poder: "Aconsejo pues

que todo Israel se junte a ti, desde Dan hasta Beer-seba, en multitud

como la arena que está a la orilla de la mar, y que tú en persona

vayas a la batalla. Entonces le acometeremos en cualquier lugar que

pudiere hallarse, y daremos sobre él como cuando el rocío cae sobre

la tierra, y ni uno dejaremos de él, y de todos los que con él están. Y

si se recogiere en alguna ciudad, todos los de Israel traerán sogas a

1010


aquella ciudad, y la arrastraremos hasta el arroyo, que nunca más

parezca piedra de ella.

"Entonces Absalom y todos los de Israel dijeron: El consejo de

Husai Arachita es mejor que el consejo de Achitophel." Pero hubo

uno que no fué engañado, y que previó claramente el resultado de

este error fatal de Absalón. Achitophel sabía que la causa de los

rebeldes estaba perdida. Y sabía que cualquiera que fuese la suerte

del príncipe, no había esperanza para el consejero que había

instigado sus mayores crímenes. Achitophel había animado a

Absalón en la rebelión; le había aconsejado que cometiera las

maldades más abominables, en deshonra de su padre; había

aconsejado que se matara a David, y había proyectado cómo

lograrlo; había eliminado para siempre la última posibilidad de que

él mismo se reconciliara con el rey; y ahora otro le era preferido,

aun por el mismo Absalón. Celoso, airado y desesperado,

"levantóse, y fuése a su casa en su ciudad; y después de disponer

acerca de su casa, ahorcóse y murió." Tal fué el resultado de la

sabiduría de uno que, no obstante sus grandes talentos, no tuvo a

Dios como su consejero. Satanás seduce a los hombres con

promesas halagadoras, pero al final toda alma comprobará que "la

paga del pecado es muerte." Romanos 6:23.

No estando seguro Husai de que su consejo fuese seguido por

el rey inconstante, no perdió tiempo en advertir a David que huyera

sin demora más allá del Jordán. Husai envió a los sacerdotes el

siguiente mensaje, que ellos habían de transmitir por intermedio de

sus hijos: "Así y así aconsejó Achitophel a Absalom y a los ancianos

1011


de Israel: y de esta manera aconsejé yo. Por tanto, ... no quedes esta

noche en los campos del desierto, sino pasa luego el Jordán, porque

el rey no sea consumido, y todo el pueblo que con él está."

Los jóvenes que se encargaron de llevar el mensaje fueron

perseguidos porque se sospechó de ellos, pero lograron llevar a cabo

su peligrosa misión. David, estando harto rendido de trabajo y de

dolor después de aquel primer día de huída, recibió el mensaje que

le aconsejaba cruzar el Jordán aquella noche, pues su hijo trataba de

matarle.

¿Cuáles eran en este peligro terrible los sentimientos del padre

y rey, tan cruelmente agraviado? ¿Con qué palabras expresó lo que

sentía su alma el que era "hombre valiente," guerrero y rey, cuya

palabra era ley, ahora traicionado por un hijo a quien había amado y

mimado y en quien había confiado imprudentemente, mientras era

agraviado y abandonado por los súbditos ligados a él por los

vínculos más estrechos del honor y de la lealtad? En la hora de su

prueba más negra, el corazón de David se apoyó en Dios, y cantó:

"¡Oh Jehová, cuánto se han multiplicado mis enemigos!

Muchos se levantan contra mí. Muchos dicen de mi vida: No hay

para él salud en Dios. Mas tú, Jehová, eres escudo alrededor de mí:

Mi gloria, y el que ensalza mi cabeza. Con mi voz clamé a Jehová,

Y él me respondió desde el monte de su santidad. Yo me acosté, y

dormí, y desperté; Porque Jehová me sostuvo. No temeré de diez

millares de pueblos, Que pusieren cerco contra mí.... De Jehová es la

salud; Sobre tu pueblo será tu bendición." Salmos 3.

1012


David y toda su compañía de guerreros y estadistas, ancianos y

jóvenes, mujeres y niños, cruzaron el profundo y caudaloso río de

corriente rápida, protegidos por la sombra de la noche, "antes que

amaneciese; ni siquiera faltó uno que no pasase el Jordán."

David y sus fuerzas se retiraron a Mahanaim, que había sido la

sede real de Is-boseth. Esta era una ciudad poderosamente

fortificada, rodeada de una región montañosa favorable para la

retirada en caso de guerra. La comarca tenía abundancia de

provisiones, y el pueblo se mostraba amigo de la causa de David. Se

le unieron muchos partidarios, en tanto que los ricos cabecillas de

las tribus le traían abundantes regalos de provisiones y otras cosas

necesarias.

El consejo de Husai había logrado su objeto, al proporcionar a

David la oportunidad de escapar; pero no se podía refrenar mucho

tiempo al príncipe temerario e impetuoso; y pronto emprendió la

persecución de su padre. "Y Absalom pasó el Jordán con toda la

gente de Israel." Absalón hizo a Amasa, hijo de Abigail, hermana de

David, comandante en jefe de sus fuerzas. Su ejército era grande,

pero era indisciplinado y mal preparado para enfrentarse con los

soldados probados de su padre.

David dividió sus fuerzas en tres batallones bajo el mando de

Joab, Abisai e Ittai el geteo, respectivamente. Al principio quiso

dirigir él personalmente su ejército en el campo de batalla; pero

protestaron vehementemente contra esto los oficiales de su ejército,

1013


los consejeros y el pueblo. "No saldrás--dijeron;--porque si nosotros

huyéremos, no harán caso de nosotros; y aunque la mitad de

nosotros muera, no harán caso de nosotros: mas tú ahora vales tanto

como diez mil de nosotros. Será pues mejor que tú nos des ayuda

desde la ciudad. Entonces el rey les dijo: Yo haré lo que bien os

pareciere."

Las largas filas del ejército rebelde podían divisarse

perfectamente desde las murallas de la ciudad. El usurpador estaba

acompañado por una hueste inmensa, en comparación de la cual la

fuerza de David no parecía sino un puñado de hombres. Pero

mientras el rey miraba las fuerzas rebeldes, el pensamiento que

predominaba en su mente no se refería a la corona y al reino, ni

tampoco a su propia vida, que dependían de la batalla. El corazón

del padre rebosaba de amor y lástima para con su hijo rebelde.

Mientras el ejército salía por las puertas de la ciudad, David animó a

sus fieles soldados a que prosiguieran adelante, confiando en que el

Dios de Israel les daría la victoria. Pero aun entonces no pudo

reprimir su amor por Absalón. Cuando Joab, encabezando la

primera columna, pasó por donde estaba su rey, el vencedor de cien

batallas inclinó su cabeza orgullosa para oír el último mensaje del

monarca que, con voz temblorosa, le decía: "Tratad benignamente

por amor de mí al mozo Absalom." Y a Abisai e Ittai les hizo el

mismo encargo: "Tratad benignamente por amor de mí al mozo

Absalom." Pero la solicitud y el cuidado del rey, que parecía

declarar que quería más a Absalón que al reino, aun más que a los

súbditos fieles a su trono, no hizo sino aumentar la indignación de

los soldados contra el hijo desnaturalizado.

1014


La batalla se riñó en un bosque cercano al Jordán, donde las

grandes fuerzas del ejército de Absalón no eran sino una desventaja

para él. Entre las espesuras y los pantanos del bosque, estas tropas

indisciplinadas se confundieron y se volvieron ingobernables. "Y

allí cayó el pueblo de Israel delante de los siervos de David, e hízose

allí en aquel día una gran matanza de veinte mil hombres." Viendo

Absalón que la jornada estaba perdida, se dió vuelta para huir, pero

se le trabó la cabeza entre dos ramas de un árbol muy extendido, y

su mula, saliéndose de debajo de él, le dejó suspendido inerme, y

presa fácil para sus enemigos. En esta condición lo encontró un

soldado, que por no disgustar al rey, le perdonó la vida, pero

informó a Joab de lo que había visto. Joab no se dejó refrenar por

ningún escrúpulo. El había tratado amistosamente a Absalón, y

obtenido dos veces una reconciliación con David, pero su confianza

había sido traicionada vergonzosamente. De no haber obtenido

Absalón ventajas por la intercesión de Joab, esta rebelión, con todos

sus horrores, no habría ocurrido. Ahora estaba en la mano de Joab

destruir de un solo golpe al instigador de toda esta maldad. "Y

tomando tres dardos en sus manos, hincólos en el corazón de

Absalom, que aun estaba vivo en medio del alcornoque.... Tomando

después a Absalom, echáronle en un gran hoyo en el bosque, y

levantaron sobre él un muy grande montón de piedras."

Así perecieron los causantes de la rebelión en Israel.

Achitophel había muerto por su propia mano. Absalón, el de aspecto

principesco, cuya hermosura gloriosa había sido el orgullo de Israel,

había sido abatido en pleno vigor de la juventud, su cadáver arrojado

1015


a un hoyo y cubierto de un montón de piedras, en señal de oprobio

eterno. Durante su vida Absalón se había construído un monumento

costoso en el valle del rey, pero el único monumento que marcó su

tumba fué aquel montón de piedras en el desierto.

Una vez muerto el jefe de la rebelión, Joab hizo tocar la

trompeta para llamar a su ejército que perseguía a la hueste enemiga

en su huída, y en seguida se enviaron mensajeros para que llevaran

las noticias al rey.

El vigía que estaba sobre la muralla de la ciudad, mirando hacia

el campo de batalla, columbró a un hombre que venía corriendo

solo. Pronto un segundo hombre se hizo visible. Mientras el primero

se acercaba, el centinela le dijo al rey, que esperaba a un lado de la

puerta: "Paréceme el correr del primero como el correr de Ahimaas,

hijo de Sadoc. Y respondió el rey: Ese es hombre de bien, y viene

con buena nueva. Entonces Ahimaas dijo en alta voz al rey: Paz. E

inclinóse a tierra delante del rey, y dijo: Bendito sea Jehová Dios

tuyo, que ha entregado a los hombres que habían levantado sus

manos contra mi señor el rey." A la pregunta ansiosa del rey: "¿El

mozo Absalom tiene paz?" Ahimaas dió una respuesta evasiva.

Vino el segundo mensajero, gritando: "Reciba nueva mi señor

el rey, que hoy Jehová ha defendido tu causa de la mano de todos

los que se habían levantado contra ti." Nuevamente salió de los

labios del padre la pregunta ansiosa: "¿El mozo Absalom tiene paz?"

No pudiendo ocultar el mensajero la grave noticia, le contestó:

"Como aquel mozo sean los enemigos de mi señor el rey, y todos los

1016


que se levantan contra ti para mal."

Esto bastó. David no hizo más preguntas, sino que cabizbajo,

"subióse a la sala de la puerta, y lloró; y yendo, decía así: ¡Hijo mío

Absalom, hijo mío, hijo mío Absalom! ¡Quién me diera que muriera

yo en lugar de ti, Absalom, hijo mío, hijo mío!"

El ejército victorioso, regresando del campo de batalla, se

acercaba a la ciudad, y sus gritos de triunfo repercutían por las

colinas vecinas. Pero al entrar por la puerta de la ciudad, sus gritos

se apagaban, sus manos dejaban bajar los estandartes, y con mirada

abatida, avanzaban más como quienes hubiesen sufrido una derrota

que como vencedores. Porque el rey no los esperaba para darles la

bienvenida, sino que se oía desde la cámara de sobre la puerta su

llanto lastimero: "¡Hijo mío Absalom, hijo mío, hijo mío Absalom!

¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalom, hijo mío,

hijo mío!"

"Y volvióse aquel día la victoria en luto para todo el pueblo;

porque oyó decir el pueblo aquel día que el rey tenía dolor por su

hijo. Entróse el pueblo aquel día en la ciudad escondidamente, como

suele entrar a escondidas el pueblo avergonzado que ha huído de la

batalla."

Joab se llenó de indignación. Dios les había dado nuevo motivo

de triunfo y alegría; la rebelión más grande que jamás se hubiera

visto en Israel había sido deshecha; y sin embargo, esta gran victoria

era trocada en luto en honor de aquel cuyo crimen había costado la

1017


sangre de miles de hombres valientes. El rudo y brusco capitán se

abrió paso hasta la presencia del rey y osadamente le dijo:

"Hoy has avergonzado el rostro de todos tus siervos, que han

hoy librado tu vida, y la vida de tus hijos y de tus hijas, ... amando a

los que te aborrecen, y aborreciendo a los que te aman: porque hoy

has declarado que nada te importan tus príncipes y siervos; pues hoy

echo de ver que si Absalom viviera, bien que nosotros todos

estuviéramos hoy muertos, entonces te contentaras. Levántate pues

ahora, y sal fuera, y halaga a tus siervos: porque juro por Jehová,

que si no sales, ni aun uno quede contigo esta noche; y de esto te

pesará más que de todos los males que te han sobrevenido desde tu

mocedad hasta ahora."

A pesar de que este reproche era duro y cruel para el rey de

corazón quebrantado, David no se resintió por él. Viendo que su

general estaba en lo justo, bajó y fué a la puerta, y con palabras de

aliento y elogio saludó a sus valientes soldados mientras pasaban

frente a él.

1018


Capítulo 73

Los últimos años de David

La derrota de Absalón no trajo inmediatamente la paz al reino.

Era tan grande la parte de la nación que se había unido a la rebelión,

que David no quiso volver a la capital ni reasumir su autoridad sin

que las tribus le invitasen a hacerlo. En la confusión que siguió a la

derrota de Absalón, no se tomaron providencias inmediatas y

decididas para llamar al rey, y cuando al fin la tribu de Judá inició el

plan de hacer volver a David, se despertaron los celos de las otras

tribus, y como consecuencia se desató una contrarrevolución. Pero

ésta fué rápidamente sofocada, y la paz volvió a reinar en Israel.

La historia de David ofrece uno de los más impresionantes

testimonios que jamás se hayan dado con respecto a los peligros con

que amenazan al alma el poder, la riqueza y los honores, las cosas

que más ansiosamente codician los hombres. Pocos son los que

pasaron alguna vez por una experiencia mejor adaptada para

prepararlos para soportar una prueba semejante. La juventud de

David como pastor, con sus lecciones de humildad, de trabajo

paciente y de cuidado tierno por los rebaños, la comunión con la

naturaleza en la soledad de las colinas, que desarrolló su genio para

la música y para la poesía, y dirigió sus pensamientos hacia su

Creador; la prolongada disciplina de su vida en el desierto, que le

hacían manifestar valor, fortaleza, paciencia y fe en Dios, habían

sido cosas de las que el Señor se valió en su preparación para ocupar

1019


el trono de Israel. David había tenido preciosas indicaciones del

amor de Dios y había sido abundantemente dotado de su Espíritu; en

la historia de Saúl había visto cuán absolutamente inútil es la

sabiduría meramente humana. No obstante, el éxito y los honores

mundanos habían debilitado tanto el carácter de David que

repetidamente fué vencido por el tentador.

Las relaciones con los pueblos paganos provocaron un deseo de

seguir las costumbres nacionales de éstos, y encendieron una

ambición de grandeza terrenal. Como pueblo de Jehová, Israel había

de recibir honores; pero a medida que aumentaron su orgullo y

confianza en sí, los israelitas no se conformaron con esa

preeminencia. Se preocupaban más por su posición entre las otras

naciones. Este espíritu no podía menos que atraer tentaciones.

Con el objeto de extender sus conquistas entre las naciones

extranjeras, David decidió aumentar su ejército y requerir servicio

militar de todos los que tuviesen edad apropiada. Para llevar a cabo

este proyecto, fué necesario hacer un censo de la población. El

orgullo y la ambición fueron lo que motivó esta acción del rey. El

censo del pueblo revelaría el contraste que había entre la debilidad

del reino cuando David ascendió al trono y su fortaleza y

prosperidad bajo su gobierno. Esto tendería aun más a fomentar la

ya excesiva confianza en sí que sentían tanto el rey como el pueblo.

Las Escrituras dicen: "Satanás se levantó contra Israel, e incitó a

David a que contase a Israel." Véase 1 Crónicas 21. La prosperidad

de Israel bajo el gobierno de David se debía más a la bendición de

Dios que a la habilidad de su rey o a la fortaleza de su ejército. Pero

1020


el aumento de las fuerzas militares del reino daría a las naciones

vecinas la impresión de que Israel confiaba en sus ejércitos, y no en

el poder de Jehová.

Aunque el pueblo de Israel sentía orgullo de su grandeza

nacional, no vió con buenos ojos el proyecto de David de extender

tanto el servicio militar. La leva propuesta causó mucho

descontento; en consecuencia se creyó necesario emplear los

oficiales militares en lugar de los sacerdotes y magistrados que

anteriormente habían tomado el censo. El objeto de esta empresa era

directamente contrario a los principios de la teocracia. Aun Joab

protestó a pesar de que hasta entonces se había mostrado tan sin

escrúpulos. Dijo él: "Añada Jehová a su pueblo cien veces otros

tantos. Rey señor mío, ¿no son todos estos siervos de mi señor?

¿para qué procura mi señor esto, que será pernicioso a Israel? Mas el

mandamiento del rey pudo más que Joab. Salió por tanto Joab, y fué

por todo Israel; y volvió a Jerusalem."

Aun no se había terminado el censo, cuando David se

convenció de su pecado. Condenándose a sí mismo, dijo: "He

pecado gravemente en hacer esto: ruégote que hagas pasar la

iniquidad de tu siervo, porque yo he hecho muy locamente."

A la mañana siguiente el profeta Gad le trajo a David un

mensaje: "Así ha dicho Jehová: Escógete, o tres años de hambre; o

de ser por tres meses deshecho delante de tus enemigos, y que la

espada de tus adversarios te alcance; o por tres días la espada de

Jehová y pestilencia en la tierra, y que el ángel de Jehová destruya

1021


en todo el término de Israel: mira pues qué he de responder al que

me ha enviado."

La contestación del rey fué: "En grande angustia estoy: ruego

que caiga en la mano de Jehová, porque sus miseraciones son

muchas, y que no caiga yo en manos de hombres." 2 Samuel 24:14.

La tierra fué herida por una pestilencia, que destruyó a setenta

mil personas en Israel. La pestilencia no había llegado a la capital

cuando "alzando David sus ojos, vió al ángel de Jehová, que estaba

entre el cielo y la tierra, teniendo una espada desnuda en su mano,

extendida contra Jerusalem. Entonces David y los ancianos se

postraron sobre sus rostros, cubiertos de sacos." El rey imploró a

Dios en favor de Israel: "¿No soy yo el que hizo contra el pueblo?

Yo mismo soy el que pequé, y ciertamente he hecho mal; mas estas

ovejas, ¿qué han hecho? Jehová Dios mío, sea ahora tu mano contra

mí, y contra la casa de mi padre, y no haya plaga en tu pueblo."

La realización del censo había causado desafecto entre el

pueblo; pero éste había participado de los mismos pecados que

motivaron la acción de David. Así como el Señor, por medio del

pecado de Absalón, trajo castigos sobre David, por medio del error

de David, castigó los pecados de Israel.

El ángel exterminador se había detenido en las inmediaciones

de Jerusalén. Estaba en el monte Moria, "en la era de Ornán

Jebuseo." Por indicación del profeta, David fué a la montaña, y

edificó allí un altar a Jehová, "y ofreció holocaustos y sacrificios

1022


pacíficos, e invocó a Jehová, el cual le respondió por fuego de los

cielos en el altar del holocausto." "Y Jehová se aplacó con la tierra,

y cesó la plaga de Israel." 2 Samuel 24:25.

El sitio en que se construyó el altar, que de allí en adelante

había de considerarse como tierra santa para siempre, fué

obsequiado al rey por Ornán. Pero el rey se negó a recibirlo. "No,

sino que efectivamente la compraré por su justo precio: porque no

tomaré para Jehová lo que es tuyo, ni sacrificaré holocausto que

nada me cueste. Y dió David a Ornán por el lugar seiscientos siclos

de oro por peso." Este sitio, ya memorable por ser el lugar donde

Abrahán había construído el altar para ofrecer a su hijo, y era ahora

santificado por esta gran liberación, fué posteriormente escogido

como el sitio donde Salomón erigió el templo.

Otra sombra aún había de obscurecer los últimos años de

David. Había llegado a la edad de setenta años. Las penurias y

vicisitudes de su vida errante en los días de su juventud, sus muchas

guerras, los cuidados y las tribulaciones de sus años ulteriores,

habían minado su vitalidad. Aunque conservaba su claridad y vigor

mentales, la debilidad y la edad, con el consiguiente deseo de

reclusión, le impedían comprender rápidamente lo que sucedía en el

reino, y nuevamente surgió la rebelión a la sombra misma del trono.

Otra vez se manifestó el fruto de la complacencia paternal de David.

El que ahora aspiraba al trono era Adonía, hombre "de hermoso

parecer" en su persona y porte, pero sin principios de ninguna clase,

y temerario. En su juventud se le había sometido a muy poca

1023


restricción y disciplina; pues "su padre nunca lo entristeció en todos

sus días con decirle: ¿Por qué haces así?" Véase 1 Reyes 1. Ahora se

rebeló contra la autoridad de Dios, que había designado a Salomón

como sucesor de David en el trono. Tanto por sus dotes naturales

como por su carácter religioso, Salomón estaba mejor capacitado

que su hermano mayor para desempeñar el cargo de soberano de

Israel; no obstante, aunque la elección de Dios había sido indicada

claramente, Adonía no dejó de encontrar adherentes. Joab, aunque

culpable de muchos crímenes, había sido hasta entonces leal al

trono; pero ahora se unió a la conspiración contra Salomón, como

también lo hizo Abiathar, el sacerdote.

La rebelión estaba madura; los conspiradores se habían reunido

en una gran fiesta en las cercanías de la ciudad para proclamar rey a

Adonía, cuando sus planes fueron frustrados por la rápida acción de

unas pocas personas fieles, entre las cuales las principales eran

Sadoc, el sacerdote, Natán, el profeta, y Betsabé, la madre de

Salomón. Estas personas presentaron al rey cómo iban las cosas y le

recordaron la instrucción divina de que Salomón debería sucederle

en el trono. David abdicó inmediatamente en favor de Salomón,

quien fué en seguida ungido y proclamado rey. La conspiración fué

aplastada. Sus principales actores habían incurrido en la pena de

muerte. Se le perdonó la vida a Abiathar, por respeto a su cargo y a

su antigua fidelidad hacia David; pero fué destituído del puesto de

sumo sacerdote, que pasó al linaje de Sadoc. A Joab y Adonía se les

perdonó por el momento, pero después de la muerte de David

sufrieron la pena de su crimen. La ejecución de la sentencia en la

persona del hijo de David completó el castigo cuádruple que

1024


atestiguaba el aborrecimiento en que Dios tenía el pecado del padre.

Desde los mismos comienzos del reinado de David, uno de sus

planes favoritos había sido el de erigir un templo a Jehová. A pesar

de que no se le había permitido llevar a cabo este propósito, no

había dejado de manifestar celo y fervor por esa idea. Había suplido

una gran abundancia de los materiales más costosos: oro, plata,

piedras de ónix y de distintos colores; mármol y las maderas más

preciosas. Y ahora estos tesoros de valor incalculable, reunidos por

David, debían ser entregados a otros; pues otras manos que las suyas

iban a construir la casa para el arca, símbolo de la presencia de Dios.

Viendo que su fin se acercaba, el rey hizo llamar a los príncipes

de Israel y a hombres representativos de todas las partes del reino,

para que recibieran este legado en calidad de depositarios. Deseaba

hacerles su última recomendación antes de morir y obtener su

acuerdo y su apoyo en favor de esta gran obra que había de llevarse

a cabo. A causa de su debilidad física, no se había contado con que

él asistiera personalmente a esta entrega; pero vino sobre él la

inspiración de Dios y con aun mayor medida de fervor y poder que

de costumbre pudo dirigirse por última vez a su pueblo. Le expresó

su deseo de construir el templo y le manifestó el mandamiento del

Señor de que la obra se encomendara a Salomón, su hijo. La

promesa divina era: "Salomón tu hijo, él edificará mi casa y mis

atrios: porque a éste me he escogido por hijo, y yo le seré a él por

padre. Asimismo yo confirmaré su reino para siempre, si él se

esforzare a poner por obra mis mandamientos y mis juicios, como

aqueste día." "Ahora pues--dijo David,--delante de los ojos de todo

1025


Israel, congregación de Jehová, y en oídos de nuestro Dios, guardad

e inquirid todos los preceptos de Jehová vuestro Dios, para que

poseáis la buena tierra, y la dejéis por heredad a vuestros hijos

después de vosotros perpetuamente." Véase 1 Crónicas 28, 29.

David había aprendido por su propia experiencia cuán duro es

el sendero del que se aparta de Dios. Había sentido la condenación

de la ley quebrantada, y había cosechado los frutos de la

transgresión; y toda su alma se conmovía de solicitud y ansia de que

los jefes de Israel fuesen leales a Dios y de que Salomón obedeciese

la ley de Dios y evitase los pecados que habían debilitado la

autoridad de su padre, amargado su vida y deshonrado a Dios. David

sabía que Salomón necesitaría humildad de corazón, una confianza

constante en Dios, y una vigilancia incesante para soportar las

tentaciones que seguramente le acecharían en su elevada posición;

pues los personajes eminentes son el blanco especial de las saetas de

Satanás. Volviéndose hacia su hijo, ya reconocido como quien debía

sucederle en el trono, David le dijo: "Y tú, Salomón, hijo mío,

conoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto, y con

ánimo voluntario; porque Jehová escudriña los corazones de todos, y

entiende toda imaginación de los pensamientos. Si tú le buscares, lo

hallarás; mas si lo dejares, él te desechará para siempre. Mira, pues,

ahora que Jehová te ha elegido para que edifiques casa para

santuario: esfuérzate, y hazla."

David dió a Salomón instrucciones minuciosas para la

construcción del templo, con modelos de cada una de las partes, y de

todos los instrumentos de servicio, tal como se los había revelado la

1026


inspiración divina. Salomón era todavía joven y habría preferido

rehuir las pesadas responsabilidades que le incumbirían en la

erección del templo y en el gobierno del pueblo de Dios. David dijo

a su hijo: "Anímate y esfuérzate, y ponlo por obra; no temas, ni

desmayes, porque el Dios Jehová, mi Dios, será contigo: él no te

dejará ni te desamparará."

Nuevamente David se volvió a la congregación y le dijo: "A

solo Salomón mi hijo ha elegido Dios; él es joven y tierno, y la obra

grande; porque la casa no es para hombre, sino para Jehová Dios." Y

continuó diciendo: "Yo empero con todas mis fuerzas he preparado

para la casa de mi Dios," y procedió a enumerar los materiales que

había reunido. Además dijo: "A más de esto, por cuanto tengo mi

gusto en la casa de mi Dios, yo guardo en mi tesoro particular oro y

plata que, además de todas las cosas que he aprestado para la casa

del santuario, he dado para la casa de mi Dios; a saber, tres mil

talentos de oro, de oro de Ophir, y siete mil talentos de plata afinada

para cubrir las paredes de las casas." Y preguntó a la congregación

que había traído sus ofrendas voluntarias: "¿Quién quiere hacer hoy

ofrenda a Jehová?"

La asamblea respondió con buena voluntad. "Entonces los

príncipes de las familias, y los príncipes de las tribus de Israel,

tribunos y centuriones, con los superintendentes de la hacienda del

rey, ofrecieron de su voluntad; y dieron para el servicio de la casa de

Dios cinco mil talentos de oro y diez mil sueldos, y diez mil talentos

de plata, y dieciocho mil talentos de metal, y cinco mil talentos de

hierro. Y todo el que se halló con piedras preciosas, diólas para el

1027


tesoro de la casa de Jehová, ... y holgóse el pueblo de haber

contribuído de su voluntad; porque con entero corazón ofrecieron a

Jehová voluntariamente.

"Asimismo holgóse mucho el rey David, y bendijo a Jehová

delante de toda la congregación; y dijo David: Bendito seas tú, oh

Jehová, Dios de Israel nuestro padre, de uno a otro siglo. Tuya es,

oh Jehová, la magnificencia, y el poder, y la gloria, la victoria, y el

honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra

son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y la altura sobre todos los

que están por cabeza. Las riquezas y la gloria están delante de ti, y

tú señoreas a todos: y en tu mano está la potencia y la fortaleza, y en

tu mano la grandeza y fuerza de todas las cosas.

"Ahora pues, Dios nuestro, nosotros te confesamos, y loamos

tu glorioso nombre. Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo,

para que pudiésemos ofrecer de nuestra voluntad cosa semejante?

porque todo es tuyo, y lo recibido de tu mano te damos. Porque

nosotros, extranjeros y advenedizos somos delante de ti, como todos

nuestros padres; y nuestros días cual sombra sobre la tierra, y no dan

espera. Oh Jehová Dios nuestro, toda esta abundancia que hemos

aprestado para edificar casa a tu santo nombre, de tu mano es, y todo

es tuyo. Yo sé, Dios mío, que tú escudriñas los corazones, y que la

rectitud te agrada: por eso yo con rectitud de mi corazón

voluntariamente te he ofrecido todo esto, y ahora he visto con

alegría que tu pueblo, que aquí se ha hallado ahora, ha dado para ti

espontáneamente.

1028


"Jehová, Dios de Abraham, de Isaac, y de Israel, nuestros

padres, conserva perpetuamente esta voluntad del corazón de tu

pueblo, y encamina su corazón a ti. Asimismo da a mi hijo Salomón

corazón perfecto, para que guarde tus mandamientos, tus

testimonios y tus estatutos, y para que haga todas las cosas, y te

edifique la casa para la cual yo he hecho el apresto.

"Después dijo David a toda la congregación: Bendecid ahora a

Jehová vuestro Dios. Entonces toda la congregación bendijo a

Jehová Dios de sus padres, e inclinándose adoraron delante de

Jehová, y del rey."

Con el interés más profundo el rey había reunido aquellos

preciosos materiales para la construcción y para el embellecimiento

del templo. Había compuesto los himnos gloriosos que en los años

venideros habrían de resonar por sus atrios. Ahora su corazón se

regocijaba en Dios, al ver como los principales de los padres y los

caudillos de Israel respondían tan noblemente a su solicitud, y se

ofrecían para llevar a cabo la obra importants que los esperaba. Y

mientras daban su servicio, estaban dispuestos a hacer más.

Añadieron al tesoro más ofrendas de su propio caudal.

David había sentido hondamente su propia indignidad para

reunir el material destinado a la casa de Dios, y le llenaba de gozo la

expresión de lealtad que había en la pronta respuesta de los nobles

de su reino, cuando con corazones solícitos ofrecieron sus tesoros a

Jehová, y se dedicaron a su servicio. Pero sólo Dios era el que había

impartido esa disposición a su pueblo. Sólo él, y no el hombre, debía

1029


ser glorificado. Era él quien había provisto al pueblo con las

riquezas de la tierra, y su Espíritu les había dado buena voluntad

para traer sus cosas preciosas en beneficio del templo. Todo era del

Señor, y si su amor no hubiese movido los corazones del pueblo, los

esfuerzos del rey habrían sido en vano y el templo no se habría

construído.

Todo lo que el hombre recibe de la bondad de Dios sigue

perteneciendo al Señor. Todo lo que Dios ha otorgado, en las cosas

valiosas y bellas de la tierra, ha sido puesto en las manos de los

hombres para probarlos, para sondear la profundidad de su amor

hacia él y del aprecio en que tienen sus favores. Ya se trate de

tesoros o de dones del intelecto, han de depositarse como ofrenda

voluntaria a los pies de Jesús y el dador ha de decir como David:

"Todo es tuyo, y lo recibido de tu mano te damos."

Aun cuando sintió que se acercaba su muerte, siguió

preocupándose David por Salomón y el reino de Israel, cuya

prosperidad iba a depender en gran manera de la fidelidad de su rey.

Entonces "mandó a Salomón su hijo, diciendo: Yo voy el camino de

toda la tierra: esfuérzate, y sé varón. Guarda la ordenanza de Jehová

tu Dios, andando en sus caminos, y observando sus estatutos y

mandamientos, y sus derechos y sus testimonios, ... para que seas

dichoso en todo lo que hicieres, y en todo aquello a que te tornares;

para que confirme Jehová la palabra que me habló, diciendo: Si tus

hijos guardaren su camino, andando delante de mí con verdad, de

todo su corazón, y de toda su alma, jamás, dice, faltará a ti varón del

trono de Israel." 1 Reyes 2:1-4.

1030


Las "postreras palabras" de David que hayan sido registradas,

constituyen un canto que expresa confianza, principios elevados y fe

imperecedera:

"Dijo David hijo de Isaí, Dijo aquel varón que fué levantado

alto, El ungido del Dios de Jacob, El suave en cánticos de Israel: El

Espíritu de Jehová ha hablado por mí, ... El señoreador de los

hombres será justo, Señoreador en temor de Dios. Será como la luz

de la mañana cuando sale el sol, De la mañana sin nubes; Cuando la

hierba de la tierra brota por medio del resplandor después de la

lluvia. No así mi casa para con Dios: Sin embargo él ha hecho

conmigo pacto perpetuo, Ordenado en todas las cosas, y será

guardado; Bien que toda esta mi salud, y todo mi deseo No lo haga

él florecer todavía." 2 Samuel 23:1-5.

Grande había sido la caída de David; y profundo fué su

arrepentimiento; ardiente su amor, y enérgica su fe. Mucho le había

sido perdonado, y por consiguiente él amaba mucho. Lucas 7:47.

Los salmos de David pasan por toda la gama de la experiencia

humana, desde las profundidades del sentimiento de culpabilidad y

condenación de sí hasta la fe más sublime y la más exaltada

comunión con Dios. La historia de su vida muestra que el pecado no

puede traer sino vergüenza y aflicción, pero que el amor de Dios y

su misericordia pueden alcanzar hasta las más hondas

profundidades, que la fe elevará el alma arrepentida hasta hacerle

compartir la adopción de los hijos de Dios. De todas las promesas

1031


que contiene su Palabra, es uno de los testimonios más poderosos en

favor de la fidelidad, la justicia y la misericordia del pacto de Dios.

El hombre "huye como la sombra, y no permanece," "mas la

palabra del Dios nuestro permanece para siempre." "La misericordia

de Jehová desde el siglo hasta el siglo sobre los que le temen, y su

justicia sobre los hijos de los hijos; sobre los que guardan su pacto, y

los que se acuerdan de sus mandamientos para ponerlos por obra."

"He entendido que todo lo que Dios hace, eso será perpetuo." Job

14:2; Isaías 40:8; Salmos 103:17, 18; Eclesiastés 3:14.

Grandes y gloriosas fueron las promesas hechas a David y a su

casa. Eran promesas que señalaban hacia el futuro, hacia las edades

eternas, y encontraron la plenitud de su cumplimiento en Cristo. El

Señor declaró:

"Juré a David mi siervo, diciendo: ... Mi mano será firme con

él, mi brazo tambien lo fortificará.... Y mi verdad y mi misericordia

serán con él; y en mi nombre será ensalzado su cuerno. Asimismo

pondré su mano en la mar, y en los ríos su diestra. El me llamará:

Mi padre eres tú, mi Dios, y la roca de mi salud. Yo también le

pondré por primogénito, alto sobre los reyes de la tierra. Para

siempre le conservaré mi misericordia; y mi alianza será firme con

él. Y pondré su simiente para siempre, y su trono como los días de

los cielos." Salmos 89:3, 21-29.

"Juzgará los afligidos del pueblo, Salvará los hijos del

menesteroso, Y quebrantará al violento. Temerte han mientras duren

1032


el sol y la luna, Por generación de generaciones.... Florecerá en sus

días justicia, Y muchedumbre de paz, hasta que no haya luna. Y

dominará de mar a mar, Y desde el río hasta los cabos de la tierra....

Será su nombre para siempre, Perpetuaráse su nombre mientras el

sol dure: Y benditas serán en él todas las gentes: Llamarlo han

bienaventurado." Salmos 72:4-8, 17.

"Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado; y el

principado sobre su hombro: y llamaráse su nombre Admirable,

Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz." "Este será

grande, y será llamado Hijo del Altísimo: y le dará el Señor Dios el

trono de David su padre: y reinará en la casa de Jacob por siempre; y

de su reino no habrá fin." Isaías 9:6; Lucas 1:32, 33.

1033


Apéndice

***

Nota 1. Pág. 80. Aunque no sólo la justicia de Dios, sino

también su fidelidad a su promesa misericordiosa exigían esto, el

tierno amor y la bondad de Jehová se manifestaban en expresiones

como éstas: "Arrepintióse Jehová de haber hecho hombre en la

tierra, y pesóle en su corazón," o sea, literalmente, "le dolía en su

corazón." Por supuesto, una expresión explica la otra. Cuando

leemos que Dios se arrepintió, se trata tan sólo de un modo humano

de hablar, pues, como dice Calvino, "nada sucede por casualidad o

que no se haya previsto." Se evoca "el dolor impuesto al amor

divino por los pecados de los hombres," y que, en las palabras de

Calvino, "cuando los terribles pecados de los hombres ofenden a

Dios, es como si su corazón hubiese quedado herido por un dolor

extraordinario."--Dr. Edersheim.

Nota 2. Pág. 117. Adán vivió hasta que Matusalén llegó a los

243 años de edad. Matusalén vivió hasta que Sem, hijo de Noé,

llegó a los 98 años. Sem vivió 150 años después del nacimiento de

Abrahán, y 50 años después del nacimiento de Isaac. Abrahán vivió

hasta que Jacob y Esaú tenían 15 años, e Isaac vivió hasta que ellos

alcanzaron los 120 años. Así vemos cuán directamente los

conocimientos que Dios había enseñado a Adán pudieron

comunicarse a sus descendientes. Adán los transmitió a Matusalén,

éste se los comunicó a Sem, Sem a Abrahán y a Isaac, y estos

1034


patriarcas se los comunicaron a Jacob, padre de las tribus de Israel.

Nota 3. Pág. 259. Este milagro tenía un significado que Moisés

no pudo interpretar erróneamente. La serpiente era probablemente el

basilisco o Ureo, la cobra.... Era el símbolo del poder real y divino

que se veía en la diadema de todos los faraones. Era una serpiente

venenosa, como lo demuestran el hecho de que Moisés huía de ella

y la mayoría de los pasajes en que se usa la misma palabra, nahash,

la cual se deriva de la palabra correspondiente a "silbar." Nunca

ataca esta serpiente sin antes inflar el cuello y luego silbar; en los

monumentos se la representa siempre con el cuello enormemente

hinchado. La transformación de la vara no fué meramente un

milagro, sino también una señal, al mismo tiempo que una garantía

y representación de la victoria sobre el rey y los dioses de Egipto.--

Speaker's Commentary.

Nota 4. Pág. 263. En la orden dada con referencia a la

liberación de Israel, el Señor dijo a Faraón: "Israel es mi hijo, mi

primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me

sirva." Éxodo 4:22, 23. El salmista nos dice por qué libró Dios a

Israel de Egipto: "Y sacó a su pueblo con gozo; con júbilo a sus

escogidos. Y dióles las tierras de las gentes; y las labores de las

naciones heredaron: para que guardasen sus estatutos, y observasen

sus leyes." Salmos 105:43-45. De estos versículos se desprende que

los hebreos no podían servir a Dios en Egipto.

En Deuteronomio 5:14, 15 se recalca la parte del cuarto

mandamiento que requiere que el siervo y la sierva descansen, y a

1035


los israelitas se les dijo que recordaran que ellos habían sido siervos

en la tierra de Egipto. El Señor dijo: "Mas el séptimo es Sábado a

Jehová tu Dios: ninguna obra harás tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu

siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ningún animal tuyo, ni

tu peregrino que está dentro de tus puertas: porque descanse tu

siervo y tu sierva como tú. Y acuérdate que fuiste siervo en tierra de

Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo

extendido: por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el

día del Sábado." En Éxodo 5:5 vemos que Moisés y Aarón hicieron

al pueblo "cesar" o descansar de sus quehaceres.

De estos hechos podemos inferir que el sábado fué una de las

cosas en que Israel no podía servir al Señor en Egipto; y cuando

Moisés y Aarón llegaron con el mensaje de Dios (Éxodo 4:29-31)

trataron de hacer una reforma, lo cual sólo sirvió para aumentar la

opresión. Los israelitas fueron libertados para que pudieran observar

los estatutos del Señor, inclusive, naturalmente, el cuarto

mandamiento, y esto les imponía la obligación de observar tanto

más estrictamente el sábado, así como la de guardar todos los

mandamientos. En Deuteronomio 24:17, 18, se menciona su

liberación y salida de Egipto como algo que los obligaba en forma

especial a manifestar bondad hacia la viuda y los huérfanos. "No

torcerás el derecho del peregrino y del huérfano; ni tomarás por

prenda la ropa de la viuda: mas acuérdate que fuiste siervo en

Egipto, y de allí te rescató Jehová tu Dios; por tanto, yo te mando

que hagas esto."

Nota 5. Pág. 278. Algunos extractos de la obra Filosofía del

1036


Plan de Salvación demuestran que las plagas tenían por objeto

destruir la confianza de los egipcios en el poder y la protección de

sus ídolos:

"El primer milagro, al paso que probaba la autenticidad de la

misión de Moisés, destruía las serpientes, que eran entre los egipcios

objeto de adoración, y dejaba así patente desde el principio que sus

dioses no podían ayudar al pueblo ni tampoco salvarse a sí mismos.

"El segundo milagro iba dirigido contra el río Nilo, el cual era

otro objeto de veneración religiosa para los egipcios. Tenían este río

por santo, como los hindúes consideran el Ganges; y hasta

veneraban los peces de sus aguas como dignos de adoración. Bebían

el agua con reverencia y deleite, y creían que había en sus ondas una

fuerza divina que curaba las enfermedades del cuerpo. El agua de

este objeto de su homenaje idólatra se transformó en sangre; los

animales que contenía y que los egipcios adoraban se convirtieron

en una masa de podredumbre.

"El tercer milagro estaba destinado a alcanzar el mismo fin:

destruir la fe en el río como objeto de adoración. Se hizo producir

por las aguas del Nilo una inmensa cantidad de ranas que infestaron

toda la tierra y molestaron mucho al pueblo. De modo que por el

poder del Dios verdadero su ídolo fué contaminado y transformado

en una fuente de peligro para los moradores.

"Por el cuarto milagro de una serie cuya fuerza y severidad

iban en aumento, vinieron piojos sobre los hombres y las bestias por

1037


toda la tierra. 'Ahora bien--dice Gleig,--si se recuerda que nadie

podía acercarse a los altares de Egipto en caso de llevar sobre sí un

insecto tan impuro, y si los sacerdotes, para resguardarse contra el

más leve riesgo de contaminación, llevaban solamente vestiduras de

lino y se rasuraban la cabeza y el cuerpo todos los días,* se puede

imaginar la severidad de este castigo milagroso impuesto a la

idolatría egipcia. Mientras duró, ningún acto de adoración pudo

llevarse a cabo, y fué tan grave que los magos mismos exclamaron:

'Dedo de Dios es éste.'

"El quinto milagro tenía por objeto destruir la confianza del

pueblo en Belcebú, o dios de las moscas, que era reverenciado como

protector capaz de evitar los enjambres de moscas hambrientas que

solían apestar la tierra durante la canícula y, según los egipcios, sólo

eran eliminadas por la voluntad de ese ídolo. El milagro realizado

ahora por Moisés probaba terminantemente la impotencia de

Belcebú y obligaba al pueblo a buscar en otra parte auxilio y alivio

del terrible castigo que sufría.

"El sexto milagro, que destruyó el ganado, excepto el de los

israelitas, tenía por fin anular todo el sistema que hacía rendir culto

a los animales. Este sistema, tan degradante y grosero, había llegado

a ser un monstruo de muchas cabezas entre los egipcios. Tenían su

toro sagrado, y otros muchos animales sagrados, como el carnero, la

ternera, la cabra, pero todos fueron muertos por intervención del

Dios de Moisés. En esa forma, por un solo acto de su poder, Jehová

manifestó su supremacía y destruyó la misma existencia de los

ídolos bestiales.

1038


"Acerca de cuán apropiada era la sexta plaga (o séptimo

milagro), dice el escritor citado anteriormente, el lector recibirá una

impresión mejor cuando se le recuerde que en Egipto había varios

altares sobre los cuales se ofrecían ocasionalmente sacrificios

humanos, para propiciar a Tifón, o sea el principio del mal. Como

estas víctimas eran quemadas vivas, las cenizas eran recogidas por

los sacerdotes que oficiaban, quienes las arrojaban luego al aire y las

esparcían así para que el mal se desviara de todo sitio adonde un

átomo de estas cenizas fuera llevado. Siguiendo las instrucciones de

Jehová, Moisés tomó un puñado de cenizas del horno (el cual era

muy probablemente usado con frecuencia por los egipcios en esa

época para apartar las plagas), y lo arrojó al aire, como

acostumbraban hacer los sacerdotes; pero en vez de impedir el mal,

hizo brotar tumores y llagas en todos los habitantes de la tierra. Ni el

rey, ni los sacerdotes ni el pueblo escaparon. De modo que los ritos

sangrientos de Tifón se convirtieron en una maldición para los

idólatras, se confirmó la supremacía de Jehová y se insistió en la

liberación de los israelitas.

"El milagro noveno iba dirigido contra el culto de Serapis, cuyo

oficio especial era proteger el país contra las langostas.

Periódicamente esos insectos destructores caían sobre la tierra en

grandes nubes, y, como una maldición entenebrecedora, devoraban

y destruían los frutos de los campos y el verdor de los bosques. A la

orden de Moisés vinieron estos terribles insectos, y sólo se retiraron

cuando el mismo Moisés se lo ordenó. Así se hizo manifiesta la

impotencia de Serapis, y se les enseñó a los idólatras cuán insensato

1039


y fútil era confiar en otra protección que la de Jehová, Dios de

Israel.

"El octavo milagro y el décimo iban dirigidos contra la

adoración de Isis y Osiris, a quienes, juntamente con el río Nilo,

ponían en primer lugar en la larga serie de sus dioses.* Estos ídolos

eran originalmente los que representaban el sol y la luna; se creía

que dominaban la luz y los elementos; y su culto predominaba en

alguna forma entre todas las naciones más antiguas. Los milagros

que iban dirigidos contra el culto de Isis y Osiris debieron hacer una

profunda impresión tanto en los israelitas como en los egipcios. En

un país donde llueve muy rara vez, donde la atmósfera está siempre

en calma y los astros brillan cada noche, ¡cuán grande debió ser el

terror que se apoderó de todos durante la rebelión de los elementos

que se menciona en los anales hebreos; en ese largo plazo de tres

días y tres noches cuando la lobreguez de las densas tinieblas se

extendía como paño mortuorio sobre toda la tierra! Jehová de los

ejércitos ordenó a la naturaleza que le proclamase Dios verdadero; el

Dios de Israel confirmó su supremacía y ejerció su poder para

envilecer los ídolos, destruir la idolatría y librar a los descendientes

de Abrahán de la tierra de su esclavitud.

"Habiéndose revelado así el Todopoderoso como el Dios

verdadero, gracias a su intervención milagrosa, después de continuar

ejerciendo su poder en las medidas adaptadas a destruir las distintas

formas de idolatría que existían en Egipto, el undécimo y último

milagro fué un castigo encaminado a manifestar a todos los

intelectos que Jehová era el Dios que ejecuta juicios en la tierra."

1040


Nota 6. Pág. 287. En Génesis 15:13 leemos que el Señor dijo a

Abrahán: "Ten por cierto que tu simiente será peregrina en tierra no

suya, y servirá a los de allí, y serán por ellos afligidos cuatrocientos

años." Éxodo 12:40 dice: "El tiempo que los hijos de Israel

habitaron en Egipto, fué cuatrocientos y treinta años." Pero Pablo,

en Gálatas 3:15-17, dice que desde el tiempo en que se hizo el pacto

con Abrahán hasta que se dió la ley en el Sinaí pasaron 430 años.

A juzgar por estos pasajes de las Escrituras, no hemos de

entender que los israelitas estuvieron en Egipto cuatrocientos años.

El tiempo que realmente pasaron en Egipto no pudo ser más que 215

años. La Biblia dice que "el tiempo que los hijos de Israel habitaron"

fué 430 años. Abrahán, Isaac y Jacob, antepasados de los israelitas,

habitaron en Canaán. El período de los 430 años principia con la

promesa dada a Abrahán cuando se le ordenó salir de Ur de Caldea.

Los cuatrocientos años a los cuales se refiere (Génesis 15:13),

principian más tarde. Obsérvese que el período de cuatrocientos

años no sólo es una época de peregrinaje, sino también de aflicción.

Este período principia, de acuerdo con las Escrituras, treinta años

más tarde, o sea más o menos en el tiempo cuando Ismael, "el que

era engendrado según la carne, perseguía al que había nacido según

el Espíritu [Isaac]." Gálatas 4:29.

Nota 7. Pág. 326. El becerro de oro era una representación del

toro o buey sagrado, llamado Apis, que los egipcios adoraban, y que

los israelitas debieron conocer durante su larga estada en Egipto.

Con referencia a este dios Apis y a lo que significaba, leemos lo

1041


siguiente:

"Apis, el toro adorado por los antiguos egipcios, quienes lo

consideraban como símbolo de Osiris, dios del Nilo, marido de Isis

y la gran divinidad de Egipto."--Enciclopedia, de Chambers.

La Enciclopedia Británica (art. "Apis"), refiriéndose a los

autores griegos y a las inscripciones jeroglíficas, dice: "Según este

punto de vista, Apis era la encarnación de Osiris manifestada en la

forma de un toro."

Puesto que el toro Apis era considerado como manifestación

visible de Osiris, debemos saber qué representaba éste último para

poder comprender la adoración del becerro por los israelitas.

Citando nuevamente de la Enciclopedia Británica, transcribimos lo

siguiente:

"Todos los misterios de los egipcios y toda su doctrina de la

vida futura, se fundan en este culto [de Osiris]. A Osiris se le

identifica con el sol.... La adoración del sol era la forma primitiva de

la religión egipcia y tal vez de la anterior a ella."

"A Osiris se dedicaban las oraciones y las ofrendas por los

muertos; y a él se dirigen todas las inscripciones de los sepulcros,

excepto las del período más antiguo." "El toro o buey Apis que lleva

en lenguaje egipcio el mismo nombre que el Nilo, es decir Hapi, era

adorado en Menfis.... Era considerado como emblema viviente de

Osiris, de modo que estaba relacionado con el sol y con el Nilo."

1042


De estos extractos se desprende que el culto rendido por los

israelitas al becerro de oro era realmente la forma egipcia de adorar

al sol, idolatría que siempre ha sido la mayor antagonista del culto

tributado al verdadero Dios. Es ciertamente significativo que

precisamente cuando Dios se manifestaba a los israelitas en manera

especial, y les hacía conocer su día de reposo, volvieron ellos al

antiguo culto del sol, cuyo principal día festivo, el primer día de la

semana, contendió siempre por la supremacía con el día

especialmente característico del culto al Dios verdadero.

Al adorar el becerro de oro, los israelitas profesaban estar

adorando a Dios, y al inaugurar ese culto del ídolo, Aarón dijo:

"Mañana será fiesta a Jehová." Se proponía adorar a Dios, como los

egipcios adoraban a Osiris, bajo el símbolo de la imagen. Pero Dios

no podía aceptar ese culto. Aunque se lo ofrecían en su nombre, era

el dios-sol, y no Jehová, quien era el verdadero objeto de su

adoración.

La adoración del buey Apis iba acompañada del más grosero

libertinaje, y los anales bíblicos indican que el culto del becerro al

cual se entregaron los israelitas fué acompañado de todo el

libertinaje común en el culto pagano. Leemos: "Y el día siguiente

madrugaron, y ofrecieron holocaustos, y presentaron pacíficos: y

sentóse el pueblo a comer y a beber, y levantáronse a regocijarse."

Éxodo 32:6. La palabra hebrea traducida por "regocijarse" significa

regocijarse saltando, cantando y bailando. Este baile, practicado

especialmente entre los egipcios, era indecente y sensual. La palabra

1043


traducida por "corrompido" en el versículo siguiente, donde se dice:

"Tu pueblo que sacaste de tierra de Egipto se ha corrompido," es la

misma que se emplea en Génesis 6:11, 12, donde leemos que "toda

carne había corrompido su camino sobre la tierra." Esto explica la

terrible ira del Señor, y por qué deseaba exterminar al pueblo en

seguida.

Nota 8. Pág. 340. Los diez mandamientos eran el "pacto" al

cual se refirió el Señor, cuando al proponer que haría alianza con

Israel dijo: "Ahora pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi

pacto." etc. Éxodo 19:5. A los diez mandamientos se les llamó pacto

de Dios antes de que se hiciera el pacto con Israel. No eran ellos un

convenio hecho, sino algo que Dios les mandaba que cumplieran.

Así el Decálogo es decir, el pacto de Dios, llegó a ser el fundamento

de la alianza hecha entre él e Israel. Los diez mandamientos son, en

sus detalles, "todas estas cosas," respecto a las cuales se hizo el

pacto. Véase Éxodo 24:8.

Nota 9. Pág. 368. Cuando se ofrecía un sacrificio expiatorio

para un sacerdote o para toda la congregación, se llevaba la sangre

al lugar santo, y era derramada ante la cortina y puesta sobre los

cuernos del altar de oro. El sebo era consumido sobre el altar de

holocaustos que estaba en el atrio, pero el cuerpo de la víctima era

quemado fuera del campamento. Véase Levítico 4:1-21.

Sin embargo, si el sacrificio era para un príncipe o para un

miembro del pueblo, no se llevaba la sangre al lugar santo, sino que

la carne era comida por el sacerdote, tal como el Señor le ordenó a

1044


Moisés: "El sacerdote que la ofreciere por expiación, la comerá: en

el lugar santo será comida, en el atrio del tabernáculo del

testimonio." Levítico 6:26. Véase también Levítico 4:22-35.

Nota 10. Pág. 382. Que el que pronunció las palabras de la ley

y llamó a Moisés al monte para hablarle era el Señor Jesucristo, es

algo que se desprende de las siguientes consideraciones:

Fué por medio de Cristo cómo Dios se reveló al hombre en

todos los tiempos. "Nosotros empero no tenemos más de un Dios, el

Padre, del cual son todas las cosas, y nosotros en él: y un Señor

Jesucristo, por el cual son todas las cosas, y nosotros por él." 1

Corintios 8:6."Este [Moisés] es aquél que estuvo en la congregación

en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sina, y con

nuestros padres; y recibió las palabras de vida para darnos." Hechos

7:38. Este ángel era "el ángel de su faz" (Isaías 63:9), el ángel en

quien estaba el nombre de Jehová. Éxodo 23:20-23. La expresión no

puede referirse a otro más que al Hijo de Dios.

Además, a Cristo se le llama el Verbo o Palabra de Dios. Juan

1:1-3. Es llamado así porque en todas las edades Dios comunicó sus

revelaciones al hombre por medio de él. Fué su Espíritu el que

inspiró a los profetas. 1 Pedro 1:10, 11. Les fué revelado como el

Angel de Jehová, el príncipe del ejército del Señor, Miguel el

arcángel.

Nota 11. Pág. 653. Hay quienes preguntan: Si el gobierno

teocrático convenía en la época de Israel, ¿no tendría aplicación en

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este tiempo esa forma de gobierno? La contestación es sencilla:

Una teocracia es un gobierno que deriva su poder directamente

de Dios. El gobierno de Israel era una verdadera teocracia. Era

realmente un gobierno ejercido por Dios. En la zarza ardiente, Dios

encomendó a Moisés que sacara a su pueblo de Egipto. Mediante

señales y prodigios, Dios libró a Israel de Egipto, y lo condujo por el

desierto, y finalmente lo llevó a la tierra prometida. Allí lo gobernó

por medio de jueces, hasta "Samuel, el profeta," a quien Dios habló

cuando era aún niño, y por medio de quien hizo conocer su

voluntad. En los días de Samuel, el pueblo solicitó tener un rey. Lo

solicitado fué otorgado, y Dios escogió a Saúl, y Samuel le ungió

como rey de Israel. Saúl no hizo la voluntad de Dios; y como

rechazó y menospreció la palabra del Señor, Dios le rechazó como

rey, y envió a Samuel a que ungiera a David rey de Israel; el Señor

estableció el trono de David para siempre. Cuando Salomón sucedió

a su padre David en el trono, el relato bíblico dice: "Y sentóse

Salomón por rey en el trono de Jehová en lugar de David su padre."

1 Crónicas 29:23. El trono de David era el trono del Señor, y

Salomón se sentó en el trono de Jehová como rey del reino terrenal

de Dios. La sucesión al trono siguió por el linaje de David hasta

Sedecías, quien se sometió al rey de Babilonia, al cual prometió

solemnemente, ante Dios, que le permanecería fiel. Pero Sedecías

rompió su pacto; y entonces Dios le dijo:

"Y tú, profano e impío príncipe de Israel, cuyo día vino en el

tiempo de la consumación de la maldad. Así ha dicho el Señor

Jehová: Depón la tiara, quita la corona: ésta no será más ésta: al bajo

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alzaré, y al alto abatiré. Del revés, del revés, del revés la tornaré; y

no será ésta más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y se la

entregaré." Ezequiel 21:25-27; véase también 17:1-21.

El reino era entonces súbdito de Babilonia. Cuando cayó

Babilonia y Medo-Persia le sucedió, fué tornado del revés la primera

vez. Cuando cayó Medo-Persia, y le sucedió Grecia, fué tornado del

revés la segunda vez. Cuando el Imperio Griego perdió la

supremacía y le sucedió en ella el Imperio Romano, fué tornado del

revés la tercera vez. Y entonces dice la Palabra: "Hasta que venga

aquel cuyo es el derecho, y se la entregaré." ¿Quién es Aquel de

quien es el derecho? "Y llamarás su nombre Jesús. Este será grande,

y será llamado Hijo del Altísimo: y le dará el Señor Dios el trono de

David su padre. Y reinará en la casa de Jacob por siempre; y de su

reino no habrá fin." Lucas 1:31-33. Y mientras él estaba en la tierra,

como "aquel profeta," Varon de dolores, experimentado en

quebranto, declaró él mismo, la noche en la cual fué traicionado:

"Mi reino no es de este mundo." Así fué quitado del mundo el trono

del Señor, y "no será ... más, hasta que venga aquel cuyo es el

derecho," y entonces le será dado. Ese tiempo es el fin de este

mundo, y el principio del venidero.

El Salvador dijo a los doce apóstoles: "Yo pues os ordeno un

reino, como mi Padre me lo ordenó a mí, para que comáis y bebáis

en mi mesa en mi reino, y os sentéis sobre tronos juzgando a las

doce tribus de Israel." Lucas 22:29, 30. Por la forma en que cita

Mateo la promesa de Cristo a los doce apóstoles nos damos cuenta

de cuándo será cumplida: "En la regeneración, cuando se sentará el

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Hijo del hombre en el trono de su gloria, vosotros también os

sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel."

Mateo 19:28. En la parábola de las minas, Cristo se representa a sí

mismo bajo la figura de un noble que "partió a una provincia lejos,

para tomar para sí un reino, y volver." Lucas 19:12. Y él mismo dijo

cuándo se sentará en su trono de gloria: "Y cuando el Hijo del

hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él,

entonces se sentará sobre el trono de su gloria. Y serán reunidas

delante de él todas las gentes." Mateo 25:31, 32.

A este tiempo se refiere el revelador cuando dice: "Los reinos

del mundo han venido a ser los reinos de nuestro Señor, y de su

Cristo: y reinará para siempre jamás." Apocalipsis 11:15. El

contexto demuestra claramente cuándo sucederá esto. "Y se han

airado las naciones, y tu ira es venida, y el tiempo de los muertos,

para que sean juzgados, y para que des el galardón a tus siervos los

profetas, y a los santos, y a los que temen tu nombre, a los

pequeñitos y a los grandes, y para que destruyas los que destruyen la

tierra." Vers. 18. El reino de Cristo se establecerá en la época del

juicio final, cuando se dará la recompensa de los justos y el castigo

de los impíos. Cuando todos los que se oponen a la soberanía de

Cristo hayan sido destruídos, los reinos de este mundo se

convertirán en los reinos de nuestro Señor y de su Cristo.

Entonces Cristo reinará como "Rey de reyes y Señor de

señores." Apocalipsis 19:16. "El reino, y el señorío, y la majestad de

los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos

del Altísimo; cuyo reino es reino eterno, y todos los señoríos le

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servirán y obedecerán." "Tomarán el reino los santos del Altísimo, y

poseerán el reino hasta el siglo, y hasta el siglo de los siglos." Daniel

7:27, 18.

Hasta que no llegue aquel tiempo no se puede establecer el

reino de Cristo en la tierra. Su reino no es de este mundo. Sus

seguidores han de considerarse como "peregrinos y advenedizos

sobre la tierra." Pablo dice: "Nuestra vivienda es en los cielos; de

donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo." Hebreos

11:13; Filipenses 3:20. Desde que el reino de Israel desapareció,

Dios no ha delegado su autoridad a ningún hombre o cuerpo de

hombres para ejecutar sus leyes como tales. "Mía es la venganza: yo

pagaré, dice el Señor." Romanos 12:19. Los gobiernos civiles tienen

que ver con las relaciones entre un hombre y otro hombre; pero no

tienen nada que ver con las obligaciones que nacen de la relación del

hombre con Dios.

Con excepción del reino de Israel, jamás ha existido en la tierra

gobierno alguno en el cual Dios haya dirigido los asuntos del estado

mediante hombres inspirados. Cada vez que los hombres trataron de

formar un gobierno semejante al de Israel, tuvieron necesariamente

que encargarse de interpretar y ejecutar la ley de Dios. Asumieron el

derecho de dominar la conciencia, y así usurparon las prerrogativas

de Dios.

En la dispensación anterior, mientras que los pecados contra

Dios eran castigados con penas temporales, los juicios se ejecutaban

no sólo por sanción divina, sino por su mandato directo y en

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obediencia a sus mandamientos. Había que dar muerte a los

hechiceros y a los idólatras. Los hechos profanos y sacrílegos eran

castigados con la pena capital. Y naciones enteras de idólatras

debían ser exterminadas. Pero la ejecución de estas penas era

dirigida por el que lee los corazones de los hombres, que conoce la

medida de su culpabilidad, y que trata a sus criaturas con sabiduría y

misericordia. Cuando los hombres dominados por flaquezas y

pasiones humanas emprenden esta obra, es indiscutible que hay

motivo por temer que reine la injusticia y la crueldad sin freno

alguno. Se perpetrarán entonces los crímenes más inhumanos, y

todo en el sagrado nombre de Cristo.

De las leyes de Israel que castigaban las ofensas contra Dios, se

han sacado argumentos para probar que se deben castigar los

pecados semejantes en esta época. Todos los perseguidores

emplearon esos argumentos para justificar sus hechos. El principio

de que Dios delegó en las autoridades humanas el derecho de

dominar la conciencia, es el fundamento mismo de la tiranía

religiosa y de la persecución. Pero todos los que adoptan ese

fundamento pierden de vista el hecho de que ahora vivimos en una

dispensación distinta; que el reino de Israel era una figura del reino

de Cristo, el cual no se establecerá antes de su segunda venida; y

que las obligaciones dimanentes de la relación del hombre con Dios

no deben ser reguladas ni impuestas por las autoridades humanas.

Nota 12. Pág. 660. En referencia a la identidad del pueblo de

Rama donde vivía Samuel con el de Rama de Benjamín, el Dr.

Edersheim dice: "Estos dos detalles parecen establecidos: Saúl

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residía en Gabaa, y conoció por primera vez a Samuel en Rama.

Pero si tal es el caso, parece imposible, en vista de lo que dice en 1

Samuel 10:2, identificar el Rama de Samuel con el Rama de

Benjamín, o considerarlo como el moderno Neby Samuel, que está

situado a cuatro millas al noroeste de Jerusalén."

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