Red Door Magazine 23

RAMILLETES DE FLORES,
VIRUS E IDIOMAS
TANYA COSIO
Mi hija y yo llegamos a un supermercado
de Tuxtla Gutiérrez, en Chiapas. Y de pronto
volteó a verme extrañadísima: —Mami, mira,
son extranjeros… ¿de dónde serán? Debo
aclarar que ella creció en mi vientre durante
una estancia en San Cristóbal de Las Casas,
para luego vivir en Guadalajara y Monterrey,
territorios tan racistas en sí mismos que
no suelen escuchar los otros idiomas que
pueblan esta matria mexicana. Así que, en
Chiapas, flor de alegría donde se canta en
tantas lenguas y se aúlla también el dolor
en sus muchos acentos, le sorprendió ver
a una joven pareja hablando tseltal. Le respondí:
—No, no son extranjeros,
ahorita te voy a explicar, ven.
Ella estaba con los ojos como platos y abrió
oídos a aquellos acentos fuertes y guturales,
mientras observaba la ropa… Aún retumba
en mi cabeza: “¿De dónde serán?”.
Pensé que quizá se debía a la falta de costumbre
de vincularnos, de acercarnos los
unos a las otras independientemente de las
lenguas que hablamos.
Bien sé que es difícil entenderse, parece que
le crecen abismos a los cuerpos a pesar de
que hablan el mismo idioma y si, además,
sumamos la futilidad que se le concede a
las lenguas que hablan las minorías y a la
manera en que los amos y amas del mundo
pretenden disipar la diversidad lingüística
al imponer ciertas lenguas como prioritarias
para acceder a una comunicación global,
en un acto de elaborar una urdimbre con
cinco colores cual ejercicio de abuso absoluto
hacia lo otro, hacia las otras, los otros.
En México existen sesenta
y nueve lenguas oficiales;
sesenta y ocho de ellas
indígenas, además del español.
Las diez lenguas indígenas más
habladas en la actualidad son:
náhuatl, chol, totonaca, mazateco,
mixteco, zapoteco, otomí, tsotsil,
tseltal y maya.
Cada una de ellas tiene variantes, de un
municipio a otro se bifurcan sus caminos
y dejan de entenderse algunas de sus palabras.
Al menosprecio por esas lenguas
se debe también que en México haya, hoy
en día, personas privadas de su libertad
sólo porque no pudieron defenderse en español:
la lengua oficial. Y hablo de un país,
pensemos en la diversidad que habita al
mundo. Es inasible y por ello indispensable.
Considero que no debería perderse ninguna
lengua, y menos si la razón es el racismo,
la xenofobia que puede provocar no hablar
el idioma de quienes en apariencia son más
afortunados.
Imagino a las lenguas como si fueran un ramillete
inmenso de flores, tan grande como
Brasil, y que quizá si pudiéramos verlo así,
de manera literal, sería tanta nuestra fascinación
que velaríamos porque cada uno de
esos colores y texturas permanezcan, haríamos
hasta lo imposible por respetar a cada
persona, su lengua y territorio.
Cada lengua es un pasadizo hacia sus ancestros
y cosmovisiones, hacia siglos de andar
los caminos de cada miga de tierra que
conforma este mundo. No sé por qué cuando
digo idioma pienso en el padre y cuando
digo lenguas pienso en la madre.
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