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Aria

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Aria

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Sttefanye

Aria


Sinopsis

17. Adelina Amouteru

Prólogo

18. Adelina Amouteru

1. Adelina Amouteru 19. Raffaele Lauren Bessette

2. Enzo Valenciano 20. Adelina Amouteru

3. Adelina Amouteru 21. Adelina Amouteru

4. Adelina Amouteru 22. Adelina Amouteru

5. Teren Santoro 23. Teren Santoro

6. Adelina Amouteru 24. Adelina Amouteru

7. Raffaele Lauren Bessette 25. Adelina Amouteru

8. Adelina Amouteru 26. Adelina Amouteru

9. Adelina Amouteru 27. Adelina Amouteru

10. Teren Santoro 28. Adelina Amouteru

11. Adelina Amouteru 29. Adelina Amouteru

12. Teren Santoro 30. Teren Santoro

13. Adelina Amouteru 31. Adelina Amouteru

14. Adelina Amouteru 32. Adelina Amouteru

15. Adelina Amouteru Epílogo

16. Teren Santoro Sobre la autora


E

stoy cansada de ser usada, herida y dejada de lado.

Adelina Amouteru es una superviviente de la fiebre de

sangre. Hace una década, la enfermedad mortal arrasó su nación. La

mayoría de los infectados perecieron, mientras que muchos de los niños

que sobrevivieron quedaron con extrañas marcas. El cabello negro de Adelina se volvió

plateado, sus pestañas se volvieron pálidas y ahora solo tiene una cicatriz irregular donde

antes estaba su ojo izquierdo. Su cruel padre cree que es un malfetto, una abominación, que

arruina el buen nombre de su familia y se interpone en el camino de su fortuna. Pero se

rumorea que algunos de los sobrevivientes de la fiebre poseen más que cicatrices, se cree

que tienen misteriosos y poderosos dones, y aunque sus identidades permanecen en secreto,

han empezado a ser llamados como Jóvenes Élites.

Teren Santoro trabaja para el rey. Como Líder del Eje de la Inquisición, es su

trabajo encontrar a los Jóvenes Élites, destruirlos antes de que destruyan la nación. Cree

que los Jóvenes Élites son peligrosos y vengativos, pero es Teren quien puede que posea el

secreto más oscuro de todos.

Enzo Valenciano es miembro de la Sociedad de la Daga. Esta secta de Jóvenes

Élites busca a otros como ellos antes de que lo haga el Eje de la Inquisición. Pero cuando la

Sociedad encuentra a Adelina, descubren a alguien con poderes como nunca habían visto.

Adelina quiere creer que Enzo está de su lado, y que Teren es el verdadero enemigo.

Pero las vidas de estos tres chocarán de forma inesperada, mientras cada uno libra una

batalla muy diferente y personal. Pero una cosa de lo que todos están seguros: Adelina tiene

habilidades que no deberían pertenecer a este mundo. Una oscuridad vengativa en su

corazón. Y un deseo de destruir todo aquel que se atreva a enfadarla.

Es mi turno de usar. Mi turno de hacer daño.



C

uatrocientos han muerto aquí. Rezo para que a los suyos les esté yendo

mejor. La ciudad ha cancelado las celebraciones de las Lunas de Primavera

por las órdenes de cuarentena, y las típicas mascaradas se han vuelto tan

escasas como la carne y los huevos.

La mayoría de los niños de nuestro barrio están saliendo de la enfermedad con efectos

secundarios bastante peculiares. El cabello de una chica joven ha cambiado de dorado a

negro de la noche a la mañana. Un chico de dieciséis años tiene cicatrices por todo su rostro

sin que haya sido tocado. Los otros doctores están bastante aterrorizados. Por favor hágame

saber si ve una tendencia similar, señor. Siento un cambio inusual en el viento, y estoy

ansioso por estudiar este efecto.

Carta de Dtt. Siriano Baglio a Dtt. Marino Di Segna

31 Abrie, 1348

Distritos del sudeste de Dalia, Kenettra




M

Cuatro días. Una semana.

Dos semanas.

Tres.

e voy a morir mañana por la mañana.

Eso es lo que los inquisidores me dicen, de cualquier modo, cuando

visitan mi celda. He estado aquí durante semanas, lo sé porque he estado

contando el número de veces que mis comidas han venido.

Un día. Dos días.

Dejé de contar después de eso. Las horas corren, un interminable tren vacío, lleno con

diferentes inclinaciones de luz y temblores de frío, piedra húmeda, los pedazos de mi

cordura, los murmullos inconexos de mis pensamientos.

Pero mañana, mi tiempo se acaba. Ellos me van a quemar en la hoguera en la plaza del

mercado central, para que todos lo vean. Los Inquisidores me han dicho que una multitud

ya ha comenzado a reunirse afuera.

Me siento recta, como siempre me enseñaron. Mis hombros no tocan la pared. Me

toma un tiempo darme cuenta de que estoy meciéndome hacia adelante y hacia atrás, tal vez

para mantener la cordura, tal vez solo para mantener el calor. Tarareo también una vieja

canción de cuna, una que mi madre solía cantarme cuando era muy pequeña. Hago lo que

puedo para imitar su voz, un sonido dulce y delicado, pero mis notas salen agrietadas y

roncas, nada de lo que recuerdo. Me detengo en el intento.

Está tan húmedo aquí abajo. El agua corre por encima de mi puerta y ha pintado un

surco en la pared de piedra, decolorándolo con verde y negro de mugre. Mi cabello está

enredado, y mis uñas están cubiertas de sangre y suciedad. Quiero limpiarlas. ¿Es extraño

que en todo lo que puedo pensar en mi último día, es en lo sucia que estoy? Si mi hermana

pequeña estuviera aquí, murmuraría algo tranquilizador y remojaría mis manos en agua

tibia.

No puedo dejar de preguntarme si está bien. No ha venido a verme.

Bajo mi cabeza hacia mis manos. ¿Cómo terminé así?

Pero sé cómo, por supuesto. Es porque soy una asesina.


Sucedió varias semanas antes, en una noche de tormenta en la villa de mi padre. No

podía dormir. Llovía y los relámpagos se reflejaban en la ventana de mi dormitorio. Pero

incluso la tormenta no pudo ahogar la conversación desde la planta baja. Mi padre y su

invitado hablaban de mí, por supuesto. Las conversaciones nocturnas de mi padre eran

siempre de mí.

Yo era la comidilla de mi familia en el distrito este de Dalia. ¿Adelina Amouteru?,

todos decían. Oh, ella es una de las que sobrevivieron a la fiebre de hace una década.

Pobrecita. A su padre le costará mucho poder casarla.

Nadie lo decía porque yo no fuera hermosa. No estoy siendo arrogante, solo honesta.

Mi niñera me dijo una vez que cualquier hombre que alguna vez había puestos sus ojos en

mi difunta madre, ahora estaría esperando con curiosidad para ver cómo sus dos hijas

florecían en mujeres. Mi hermana menor, Violetta, solo tenía catorce años y ya era la imagen

en ciernes de la perfección. A diferencia de mí, Violetta había heredado de nuestra madre el

temperamento optimista y el encanto inocente. Ella besaba mis mejillas, reía, giraba y

soñaba. Cuando éramos muy pequeñas, nos sentábamos juntas en el jardín y trenzaba

bígaros en mi cabello. Yo le cantaba. Ella inventaba juegos.

Nos amábamos la una a la otra, en otro tiempo.

Mi padre le traía joyas a Violetta y la veía aplaudir en deleite, mientras él las

encadenaba alrededor de su cuello. Le compraba exquisitos vestidos que llegaban al puerto

de los extremos más lejanos del mundo. Le contaba historias y le daba besos de buenas

noches. Recordándole lo hermosa que era, lo lejos que elevaría el prestigio de nuestra

familia con un buen matrimonio, cómo podía atraer a príncipes y reyes si ella lo deseaba.

Violetta ya contaba con una línea de pretendientes deseosos para pedirle su mano, y mi

padre comunicaba a cada uno de ellos que fuesen pacientes, que no podían casarse con ella

hasta que cumpliera diecisiete años. Qué padre tan cariñoso, era lo que todo el mundo

pensaba.

Por supuesto, Violetta no se escapó de toda la crueldad de mi padre. Deliberadamente

le compraba vestidos que eran rígidos y dolorosos. Le gustaba ver sus pies sangrando por los

duros zapatos enjoyados que la alentaba a que usase.

De todos modos. Él la amaba, a su manera. Es diferente, verás, porque ella era su

inversión.

Yo era otra historia. A diferencia de mi hermana, bendecida con brillante cabello negro

para complementar sus ojos oscuros y piel olivácea, soy defectuosa. Y por defectuosa, me

refiero a esto: Cuando tenía cuatro años, la fiebre de sangre llegó a su punto álgido y todos


en Kenettra enrejaron sus casas en un estado de pánico. No sirvió. Mi madre, mi hermana y

yo nos contagiamos de la fiebre. Siempre se puede saber quién estaba infectado, patrones

extraños moteados se presentaron en nuestra piel, nuestro cabello y pestañas revoloteaban

de un color a otro, y lágrimas rosas, teñidas de sangre corrían por nuestros ojos. Todavía

recuerdo el olor de la enfermedad en nuestra casa, la quemadura de brandy en mis labios.

Mi ojo izquierdo se puso tan hinchado que un médico tuvo que retirarlo. Lo hizo con un

cuchillo al rojo vivo y un par de tenazas ardientes.

Así que, sí. Podría decirse que estoy defectuosa.

Marcada. Una malfetto.

Mientras mi hermana salió ilesa de la fiebre, yo ahora tengo solo una cicatriz donde

solía estar mi ojo izquierdo. Mientras que el cabello de mi hermana seguía siendo negro

brillante, los mechones de mi cabello y pestañas se volvieron de un extraño, siempre

cambiante plata, de modo que ante la luz del sol lucía cerca de un color blanco, como una

luna de invierno, y en la oscuridad cambiaba a un profundo gris, reluciente seda

convirtiéndose a metal.

Por lo menos me fue mejor que a mi madre. Madre, al igual que todos los adultos

infectados, murió. Recuerdo haber llorado en su dormitorio vacío cada noche, deseando que

la fiebre hubiese matado a mi padre en su lugar.

Mi padre y su misterioso invitado seguían hablando en la planta baja. La curiosidad me

ganó y saqué mis piernas por el lado de mi cama, arrastrándome hacia la puerta de mi

habitación con pies ligeros, y abrí una grieta. La tenue luz de las velas iluminaba el pasillo de

afuera. Abajo, mi padre se sentó frente a un hombre alto, de hombros anchos, con cabello

gris en las sienes y recogido en la nuca de su cuello en una corta, habitual cola, el terciopelo

de su abrigo brillando negro y anaranjado en la luz. La ropa de mi padre era de terciopelo

también, pero el material se había desgastado. Antes de que la fiebre de sangre paralizara

nuestro país, sus ropas habrían sido tan lujosas como las de su invitado. ¿Pero ahora? Es

difícil mantener buenas relaciones comerciales cuando se tiene una hija malfetto

manchando el nombre de su familia.

Ambos hombres bebían vino. Padre debe estar en un estado de ánimo negociador esta

noche, pensé, ha abierto una de nuestras últimas buenas barricas.

Abrí la puerta un poco más, me arrastré hacia el pasillo, y me senté, con las rodillas en

mi barbilla, a lo largo de las escaleras. Mi lugar favorito. A veces me gustaba fingir que era

una reina, y que me quedaba aquí en un balcón del palacio mirando hacia abajo a mis

serviles súbditos. Ahora tomé mi forma habitual de agachada y escuché con atención la

conversación de la planta baja. Como siempre, me aseguré de que mi cabello cubriera mi

cicatriz. Mi mano se posó con torpeza sobre la escalera. Mi padre me había roto el cuarto

dedo, y nunca sanó muy bien. Incluso ahora, no podía doblarlo adecuadamente alrededor de

la barandilla.

—No pretendo insultarlo, maestro Amouteru —le dijo el hombre a mi padre—. Usted

fue un comerciante de buena reputación. Pero eso fue hace mucho tiempo. No quiero ser

visto haciendo negocios con una familia de malfetto, ya sabes, da mala suerte. Hay poco que

me puede ofrecer.

Mi padre tenía una sonrisa en su rostro. La sonrisa forzada de una transacción

comercial.


—Todavía hay prestamistas de la ciudad que trabajan conmigo. Le puedo pagar tan

pronto como el tráfico del puerto se levante. Sedas Tamouran y especias están en alta

demanda este año…

El hombre no parecía impresionado.

—El rey es tan tonto como un perro —respondió—. Y los perros no son buenos para la

gestión de los países. Los puertos serán lentos en los próximos años, me temo, y con las

nuevas leyes de impuestos, sus deudas no harán más que crecer. ¿Cómo puede pagarme?

Mi padre se echó hacia atrás en su silla, tomó un sorbo de vino, y suspiró.

—Tiene que haber algo que pueda ofrecerle.

El hombre estudió su copa de vino, pensativo. Las líneas duras de su rostro me

hicieron temblar.

—Hábleme de Adelina. ¿Cuántas ofertas ha recibido?

Mi padre se sonrojó. Como si el vino no lo hubiera puesto ya bastante rojo.

—Las ofertas por la mano de Adelina han sido lentas en llegar.

El hombre sonrió.

—Nada para su pequeña abominación, entonces.

Los labios de mi padre se apretaron.

—No tantas como me gustaría ―admitió.

—¿Qué dicen los demás acerca de ella?

—¿Los otros pretendientes? —Mi padre se pasó una mano por su rostro. Admitiendo

que todos mis defectos lo avergonzaban—. Ellos dicen lo mismo. Siempre regresan hacia

sus… marcas. ¿Qué quiere que le diga, señor? Nadie quiere a una malfetto teniendo a sus

hijos.

El hombre escuchó, haciendo sonidos simpáticos.

—¿No ha oído las últimas noticias de Estenzia? Dos nobles que volvían a casa desde la

opera fueron encontrados quemados. —Mi padre había cambiado rápidamente de rumbo,

esperando ahora que el desconocido se apiadara de él—. Marcas de quemaduras en la pared,

sus cuerpos fundidos de adentro hacia afuera. Todo el mundo tiene miedo de los malfettos,

señor. Incluso usted es reacio a hacer negocios conmigo. Por favor. Estoy indefenso.

Sabía de lo que mi padre estaba hablando. Se refería muy específico a malfettos, un

puñado de niños raros que salieron de la fiebre de sangre con cicatrices mucho más oscuras

que las mías, con habilidades aterradoras que no pertenecían a este mundo. Todo el mundo

hablaba de estos malfettos en susurros; les temían y los llamaban demonios. Pero yo

secretamente los admiraba. La gente decía que podían conjurar el fuego de la nada. Podían

llamar al viento. Podían controlar bestias. Podían desaparecer. Podían matar en un abrir y

cerrar de ojos.

Si buscabas en el mercado negro, ibas a encontrar planos de madera grabados en

venta, tallados con sus nombres, coleccionables prohibidos que supuestamente significaba

que ellos te protegerían, o al menos, que no te harían daño. Independientemente de la


opinión, todo el mundo sabía sus nombres. El Verdugo. Magiano. El Caminante del Viento.

El Alquimista.

Los Jóvenes Élites.

El hombre negó.

—He oído que incluso los pretendientes que se niegan a Adelina aún la miran

boquiabiertos, enfermos de deseo. —Hizo una pausa—. Es cierto, sus marcas son…

lamentables. Pero una hermosa chica es una hermosa chica. —Algo extraño brillaba en los

ojos del extraño. Mi estómago se retorció ante la vista, y metí la barbilla más contra mis

rodillas, como para protegerme.

Mi padre lucía confundido. Se sentó más recto en su silla y señaló con su copa de vino

al hombre.

—¿Me está haciendo una oferta para la mano de Adelina?

El hombre metió la mano en su abrigo para sacar una pequeña bolsa marrón, y luego la

arrojó sobre la mesa. Aterrizó con un tintineo pesado. Como hija de un comerciante, llegué a

ser muy conocedora sobre el dinero y me di cuenta por el sonido y por el tamaño de las

monedas, que la bolsa estaba llena hasta el borde con talentos 1 . Contuve un grito ahogado.

Cuando mi padre quedó asombrado por el contenido, el hombre se echó hacia atrás y

cuidadosamente tomó un sorbo de su vino.

—Sé de los impuestos de bienes que aún no ha pagado a la corona. Sé de sus nuevas

deudas. Y voy a cubrir todas ellas a cambio de su hija Adelina.

Mi padre frunció el ceño.

—Pero usted tiene una esposa.

—La tengo, sí. —El hombre hizo una pausa, y luego añadió—: Nunca dije que quería

casarme con ella. Simplemente estoy proponiendo llevármela de sus manos.

Sentí que la sangre abandonaba mi rostro.

—Usted… ¿la quiere como su amante, entonces? —preguntó mi padre.

El hombre se encogió de hombros.

—Ningún noble en su sano juicio haría su esposa a una chica tan marcada, ella no

podría asistir a asuntos públicos de mi brazo. Tengo una reputación que mantener, maestro

Amouteru. Pero creo que podemos resolver esto. Ella va a tener un hogar, y usted tendrá su

oro. —Él levantó una mano—. Una condición. La quiero ahora, no en un año. No tengo

paciencia para esperar hasta que cumpla diecisiete.

Un extraño zumbido llenó mis oídos. Ningún chico o chica se permitía entregarse a

otro hasta que tuvieran los diecisiete años. Este hombre estaba pidiendo a mi padre que

violase la ley. Que desafiase a los dioses.

Mi padre levantó una ceja, pero no discutió.

—Una amante —dijo finalmente—. Señor, usted debe saber lo que esto va a hacer a mi

reputación. Bien podría vendérsela a un burdel.

1 Talentos: unidad de medida monetaria utilizada en la antigüedad.


—¿Y cómo le está yendo a su reputación ahora? ¿Cuánto daño ha hecho ya ella a su

profesional nombre? —Se inclinó hacia delante—. Seguramente usted no está insinuando

que mi casa no es más que un burdel común. Al menos su Adelina pertenecería a una casa

noble.

Mientras miraba a mi padre bebiendo su vino, mis manos empezaron a temblar.

—Una amante —repitió.

—Piénselo rápido, maestro Amouteru. No voy a ofrecerle esto de nuevo.

—Deme un momento. —Mi padre con ansiedad lo tranquilizó.

No sé cuánto tiempo duró el silencio, pero cuando por fin habló de nuevo, salté ante el

sonido.

—Adelina podría ser un buen partido para usted. Es sabio para verlo. Ella es

encantadora, incluso con sus marcas, y… espíritu.

El hombre giró su vaso de vino.

—Y voy a domarla. ¿Tenemos un trato?

Cerré mis ojos. Mi mundo nadó en la oscuridad, me imaginaba el rostro del hombre

contra el mío, su mano en mi cintura, su sonrisa repugnante. Ni siquiera una esposa. Una

amante. El pensamiento me hizo encogerme en las escaleras. A través de una bruma de

entumecimiento, vi a mi padre darle la mano y chocar su copa con el hombre.

—Un trato, entonces —le dijo al hombre. Él pareció aliviado de una gran carga—.

Mañana, es suya. Solo… mantenga esto en privado. No quiero inquisidores llamando a mi

puerta y multándome por haberla entregado demasiado joven.

—Ella es una malfetto —respondió el hombre—. A nadie le importa. —Apretó sus

guantes y se levantó de su silla en un movimiento elegante. Mi padre bajó la cabeza—. Voy a

enviar un carruaje para ella por la mañana.

Mientras mi padre lo acompañó hasta la puerta, me escabullí en mi dormitorio y me

quedé allí en la oscuridad, temblando. ¿Por qué las palabras de mi padre todavía me

apuñalaban en el corazón? Debería estar acostumbrada a ello ya. ¿Qué me había dicho una

vez? Mi pobre Adelina, había dicho, acariciando mi mejilla con su pulgar. Es una pena.

Mírate. ¿Quién va a querer a una malfetto como tú?

Vas a estar bien, intenté decirme a mí misma. Al menos puedes dejar a tu padre atrás.

No va a ser tan malo. Pero mientras pensaba esto, sentía un peso asentarse en mi pecho.

Sabía la verdad. Los malfettos no eran deseados. Mala suerte. Y, ahora más que nunca, se

temían. Sería arrojada a un lado en el instante en que el hombre se cansase de mí.

Mi mirada se paseó por mi dormitorio, instalándose finalmente en mi ventana. Mi

latido del corazón se quedó inmóvil por un momento. La lluvia dibujaba líneas enojadas por

el cristal, pero a través de ella, todavía podía ver el profundo azul del paisaje urbano de

Dalia, las filas de torres de ladrillo en forma de cúpula y callejuelas empedradas, los templos

de mármol, los muelles donde el borde de la ciudad se inclinaba suavemente hacia el mar,

donde en las noches claras, góndolas con faroles de oro se deslizaban a través del agua,

donde las cascadas que bordeaban el sur de Kenettra tronaban. Esta noche, el mar se

agitaba con furia, y la espuma blanca se estrellaba contra el horizonte de la ciudad,

inundando los canales.


Seguí mirando la lluvia cómo acuchillaba la ventaba por un largo rato.

Esta noche. Esta noche era la noche.

Me apresuré hacia mi cama, me agaché y saqué un saco que había hecho con una

sábana. En el interior había vajilla de plata fina, tenedores y cuchillos, candelabros, placas

grabadas, algo que pudiera vender para alimento y refugio. Esa es otra cosa qué amar de mí.

Robaba. Había estado robando alrededor de nuestra casa durante meses, escondiendo cosas

debajo de mi cama, preparándome para el día en que no pudiera soportar vivir con mi padre

por más tiempo. No era mucho, pero calculaba que si vendía todo bien a los comerciantes,

podría terminar con algunos talentos. Lo suficiente para sobrevivir, por lo menos, durante

varios meses.

Entonces apresuré la ropa a mi pecho, saqué un puñado de sedas, y corrí por mi

habitación para recoger todas las joyas que pude encontrar. Mis pulseras de plata. Un collar

de perlas heredado de mi madre que mi hermana no quería. Un par de pendientes de zafiro.

Agarré dos largas tiras de tela de seda que componen un turbante Tamouran. Tendría que

cubrir mi cabello plateado mientras estaba en la carrera. Trabajé en concentración febril.

Añadí la joyería y la ropa con cuidado en el saco, lo escondí detrás de mi cama, y me puse

mis suaves botas de montar de cuero.

Me senté a esperar.

Una hora después, cuando mi padre se retiró a la cama y la casa quedó en silencio,

agarré la bolsa. Me apuré hacia mi ventana y presioné mi mano contra ella. Cautelosamente,

empujé el cristal izquierdo a un lado y la apoyé para abrir. La tormenta se había calmado un

poco, pero la lluvia aún caía lo suficientemente continua como para silenciar los sonidos de

mis pasos. Miré por encima de mi hombro una última vez a la puerta de mi habitación,

como si esperara que mi padre entrara. ¿A dónde vas, Adelina?, diría. No hay nada allí

afuera para una chica como tú.

Sacudí su voz fuera de mi cabeza. Déjalo descubrir que me he ido en la mañana, su

mejor oportunidad de pagar sus deudas. Respiré profundo, entonces empecé a trepar por la

ventana abierta. Lluvia fría azotó mis brazos, hormigueando mi piel.

—¿Adelina?

Me giré hacia la voz. Detrás de mí, la silueta de una niña estaba de pie en mi puerta, mi

hermana, Violetta, todavía frotándose el sueño de sus ojos. Contempló la ventana abierta y

la bolsa en mis hombros, y por un momento aterrador, pensé que podría levantar su voz y

gritar para llamar a nuestro padre.

Pero Violetta me observó tranquilamente. Sentí una punzada de culpa, incluso cuando

la vista de ella enviaba destellos de resentimiento a través de mi corazón. Tonta. ¿Por qué

debería sentir lástima por alguien que me había visto sufrir tantas veces antes? Te amo,

Adelina, solía decir cuando éramos pequeñas. Papá te ama también. Solo que no sabe cómo

demostrarlo. ¿Por qué compadecía a la hermana que era apreciada?

Aun así, me encontré aproximándome hacia ella en silencio, tomando una de sus

manos en las mías, y colocando un delgado dedo en sus labios. Me miró preocupadamente.

—Deberías volver a la cama —susurró. En el tenue brillo de la noche, podía ver el

barniz de ella en la oscuridad, ojos color mármol, la delgadez de su piel delicada. Su belleza

era tan pura—. Te meterás en problemas si papá te encuentra.


Apreté su mano más fuerte, luego dejé que nuestras frentes se tocaran. Nos quedamos

quietas por un largo momento, y pareció como si fuéramos niñas de nuevo, cada una

recostada contra la otra. Usualmente Violetta se alejaba de mí, sabiendo que a nuestro padre

no le gustaba vernos cerca. Esta vez, sin embargo, se aferró a mí. Como si supiera que esta

noche era algo diferente.

—Violetta —susurré—, ¿recuerdas la vez que le mentiste a papá acerca de quién rompió

uno de sus mejores jarrones?

Mi hermana asintió contra mi hombro.

—Necesito que hagas eso por mí nuevamente. —Me alejé lo suficiente para meter su

cabello detrás de su oreja—. No digas una palabra.

No respondió; en su lugar, tragó y vio hacia el pasillo que dirigía a la alcoba de nuestro

padre. Ella no lo odiaba de la misma manera que yo lo hacía, y la idea de ir en contra de sus

enseñanzas —que ella era demasiado buena para mí, que amarme era una cosa tonta—, llenó

sus ojos con culpa. Finalmente, asintió. Sentí como si un manto hubiera sido levantado de

mis hombros, como si me estuviera dejando ir.

—Sé cuidadosa allá afuera. Mantente a salvo. Buena suerte.

Intercambiamos una última mirada. Podrías venir conmigo, pensé. Pero sé que no lo

harás. Estás demasiado asustada. Vuelve a sonreír por los vestidos que padre compra

para ti. Sin embargo, mi corazón se ablandó por un momento. Violetta siempre fue la niña

buena. No eligió nada de esto. Te deseo una vida feliz. Espero que te enamores y te cases

bien. Adiós, hermana. No me atreví a esperar que ella dijera algo más. En su lugar, me

volteé, caminé a la ventana y di un paso a la cornisa del segundo piso.

Casi resbalé. La lluvia había vuelto todo resbaladizo, y mis botas de montar lucharon

por apoyarse contra la estrecha cornisa. Algunos cubiertos se cayeron de mi bolsa,

repiqueteando en el piso. No mires abajo. Caminé a lo largo de la cornisa hasta que llegué al

balcón, y allí me deslicé hacia abajo hasta que colgué sin nada más que mis manos

temblorosas sosteniéndome en el lugar. Cerré mis ojos y me solté.

Mis piernas cedieron debajo de mí cuando aterricé. El impacto arrebató el aire de mi

pecho, y por un momento solo pude quedarme allí tirada frente a nuestra casa, empapada

por la lluvia, mis músculos doliendo, luchando por aire. Mechones de mi cabello se

aferraban a mi rostro. Los quité de mi camino y me arrastré sobre mis manos y rodillas. La

lluvia agregó un brillo reflectante a todo alrededor, como si fuera una pesadilla de la que no

podía despertar. Mi enfoque se entrecerró. Necesitaba salir de aquí antes de que mi padre

descubriera que me había ido. Finalmente, me puse de pie y corrí, aturdida, hacia nuestros

establos. Los caballos se paseaban inquietos cuando entré, pero desamarré a mi semental

favorito, le susurré unas palabras tranquilizadoras y lo ensillé.

Corrimos hacia la tormenta.

Lo presioné muy duro hasta que habíamos dejado la villa de mi padre detrás y

entramos en el borde del mercado de Dalia. Estaba completamente abandonado e inundado

con charcos, nunca he estado afuera en el pueblo a una hora como esta, y el vacío de un

lugar normalmente con un enjambre de personas me enervaba. Mi semental resopló con

inquietud al aguacero y dio varios pasos en retroceso. Sus pezuñas se hundían en el fango.


Me bajé de la silla de montar, pasé mis manos a lo largo de su cuello en un intento de

calmarlo, e intenté jalarlo hacia adelante.

Entonces lo escuché. El sonido de patas galopando detrás de mí.

Me congelé. Al inicio parecía distante, casi enteramente silenciado por la tormenta,

pero luego, un instante después, se volvió ensordecedor. Temblé donde estaba de pie. Padre.

Sabía que estaba viniendo; tenía que ser él. Mi mano dejó de acariciar el cuello del semental

y en su lugar agarré su melena empapada para salvarme la vida. ¿Violetta le había dicho a

mi padre después de todo? Tal vez él había escuchado el sonido de los cubiertos cayendo del

techo.

Y antes de que pudiera pensar algo más, lo vi, una vista que envió terror a través de mi

sangre, mi padre, sus ojos destellando, materializándose a través de la niebla de una

húmeda medianoche. En todos mis años, jamás lo vi con tanta rabia en su semblante.

Me apuré para montarme de vuelta en mi semental, pero no fui lo suficientemente

rápida. Un momento el caballo de mi padre se dirigía hacia nosotros, y el siguiente, él estaba

aquí, sus botas salpicando en un charco y su abrigo dando azotes detrás de él. Su mano se

cerró alrededor de mi brazo como un grillete de hierro.

—¿Qué estás haciendo, Adelina? —preguntó, su voz inquietantemente calmada.

Traté en vano escapar de su agarre, pero su mano solo se apretó más fuertemente hasta

que jadeé por el dolor. Mi padre haló duro, me tropecé, perdí mi equilibrio y caí contra él.

Lodo salpicó mi rostro. Todo lo que podía escuchar era el rugido de la lluvia, la oscuridad de

su voz.

—Levántate, pequeña ladrona ingrata —siseó en mi oreja, tirando de mí violentamente

hacia arriba. Entonces su voz se volvió calmante—. Vamos, mi amor. Estás volviéndote un

desastre. Déjame llevarte a casa.

Lo fulminé con la mirada y zafé mi brazo con toda mi fuerza. Su agarre se deslizó

debido a lo resbaladizo de la lluvia, mi piel se dobló dolorosamente contra la suya, y por un

instante, fui libre.

Pero entonces sentí su mano cerrada en un puñado de mi cabello. Chillé, mis manos

agarrando el aire vacío.

—Tan malhumorada. ¿Por qué no puedes ser más como tu hermana? —murmuró,

negando y arrastrándome hacia su caballo. Mi brazo golpeó la bolsa que había atado a la

silla de montar de mi caballo, y los cubiertos de plata cayeron como lluvia alrededor de

nosotros con un estruendoso repiqueteo, brillando en la noche—. ¿A dónde planeabas ir?

¿Quién más te querría a ti? Nunca obtendrás una mejor oferta que ésta. ¿Te das cuenta de

cuánta humillación he sufrido, lidiando con los rechazos de matrimonio que vienen en tu

camino? ¿Sabes lo duro que es para mí, disculparme por ti?

Grité. Grité con todo lo que tenía, esperando que mis llantos despertaran a las

personas durmiendo en los edificios de alrededor, que ellos presenciarían la escena

desenvolviéndose. ¿Les importaría? Mi padre apretó su agarre en mi cabello y haló más

duro.

—Ven conmigo a casa ahora —dijo él, deteniéndose por un momento para verme.

Lluvia corría por sus mejillas—. Niña buena. Tu padre sabe lo que es mejor.


Apreté mis dientes y lo miré de regreso.

—Te odio —susurré.

Mi padre me golpeó cruelmente en el rostro. Luz destelló a través de mi visión. Me

tropecé, luego colapsé en el fango. Mi padre aún se aferraba a mi cabello. Haló tan duro que

sentí hebras siendo arrancadas de mi cuero cabelludo. He ido demasiado lejos, pensé

repentinamente a través de una neblina de terror. Lo he empujado demasiado. El mundo

nadó en un océano de sangre y lluvia.

—Eres una desgracia —susurró en mi oído, llenándolo con su suave, helada furia—. Te

irás en la mañana, y que Dios me ayude, te mataré antes de que puedas arruinar este trato.

Algo se rompió dentro de mí. Mis labios se curvaron en una mueca.

Un torrente de energía, una reunión de luz cegadora y el viento más oscuro.

Repentinamente podía ver todo, mi padre inmóvil delante de mí, su rostro gruñón a un

centímetro de distancia, nuestros alrededores iluminados por la luz de la luna tan brillante

que lavó el color del mundo, tornando todo blanco y negro. Gotas de agua colgaron en el

aire. Un millón de hebras brillantes conectaban con todo lo demás.

Algo profundo dentro de mí me dijo que halara las hebras. El mundo a nuestro

alrededor se congeló y entonces, como si mi mente se hubiera arrastrado fuera de mi cuerpo

y hacia el suelo, una ilusión de imponentes formas negras surgieron de la tierra, sus cuerpos

torcidos y sacudiéndose, sus ojos ensangrentados y fijados directamente en mi padre, sus

bocas con colmillos tan amplios que se extendían a través de toda la silueta de sus caras,

dividiendo sus cabeza en dos. Los ojos de mi padre se abrieron más, luego se lanzó ante el

desconcierto de los fantasmas tambaleándose hacia él. Me liberó. Caí al suelo y me arrastré

lejos de él tan rápido como pude. Los negros, con forma de fantasmas, continuaron

moviéndose hacia adelante. Me encogí en la niebla de ellos, tanto indefensa como potente,

mirando mientras ellos me pasaban.

—Soy Adelina Amouteru —le susurraron los fantasmas a mi padre, hablando mis

pensamientos más aterradores en un coro de voces, goteando con odio. Mi odio—. No

pertenezco a nadie. En esta noche, te juro que me levantaré por encima de todo lo que me

has enseñado. Me convertiré en una fuerza que este mundo nunca ha conocido. Tendré

tanto poder que nadie se atreverá a herirme de nuevo.

Ellos se agruparon más cerca de él. Espera, quise gritar, aun cuando un extraño

regocijo fluyó a través de mí. Espera, detente. Pero los fantasmas me ignoraron. Mi padre

gritó, golpeando desesperadamente sus huesudos, estirados dedos, y luego se volteó y

corrió. Ciegamente. Chocó contra su caballo y cayó hacia atrás al lodo. El caballo chilló, lo

blanco de sus ojos rodando. Retrocedió en sus poderosas piernas, pateando por un instante

al aire…

Y entonces sus pezuñas bajaron. Hacia el pecho de mi padre.

Los gritos de mi padre se cortaron abruptamente. Su cuerpo convulsionó.

Los fantasmas se desvanecieron instantáneamente, como si nunca hubieran estado allí

en primer lugar. La lluvia repentinamente aumentó pesadamente otra vez, un relámpago

cruzó el cielo y un trueno sacudió mis huesos. El caballo se desenredó del cuerpo roto de mi

padre, pisoteando el cuerpo aún más. Luego arrojó su cabeza y galopó hacia la lluvia. Calor y

hielo hicieron su curso a través de mis venas; mis músculos palpitaron. Me quedé allí en el


barro, temblando, sin creer, mi mirada fijada con horror ante la vista del cuerpo tendido a

unos pocos metros. Mis respiraciones vinieron en sollozos enfurecidos, y mi cuero cabelludo

quemaba en agonía. Sangre goteaba por mi rostro. El olor de hierro llenaba mi nariz, no

podía decir si venía de mis propias heridas o las de mi padre. Esperé, preparándome para

que las formas reaparecieran y volvieran su ira hacia mí, pero nunca sucedió.

—No fue mi intención —susurré, insegura de a quién le estaba hablando. Mi vista se

disparó a las ventanas, aterrorizada de que las personas me estuvieran observando desde

cada edificio, pero nadie estaba allí. La tormenta me ahogó. Me arrastré lejos del cuerpo de

mi padre. Todo esto está mal.

Pero eso era una mentira. Lo sabía, incluso entonces. ¿Ves cómo me parezco a mi

padre? Había disfrutado cada momento.

—¡No fue mi intención! —chillé nuevamente, tratando de ahogar mi voz interior. Pero

mis palabras solo salieron en un delgado, atiplado revoltijo—. Solo quería escapar. Yo…

solo… quería… escapar… no… quise… no…

No tengo idea de cuánto tiempo me quedé allí. Todo lo que sé es que, eventualmente,

me puse de pie. Recogí y reagrupé los cubiertos de plata con dedos temblorosos, reanudé la

bolsa y me subí a la silla de montar de mi semental. Entonces me alejé, dejando detrás la

matanza que había creado. Me alejé del padre que había asesinado. Escapé tan rápidamente

que nunca me detuve para preguntarme de nuevo si alguien me había estado viendo desde

una ventana o no.

Cabalgué por días. A lo largo del camino, cambié mis cubiertos robados a un amable

posadero, un empático granjero, un panadero de corazón suave, hasta que colecté una

pequeña bolsa de talentos que me mantendrían con pan hasta que alcanzara la próxima

ciudad. Mi meta: Estenzia, la capital portuaria norteña, la joya de la corona de Kenettra, la

ciudad de diez mil barcos. Una ciudad lo suficientemente grande como para estar rebosante

con malfettos. Estaría más segura allí. Estaría tan lejos de todo esto que nadie me

encontraría nunca.

Pero en el quinto día, mi cansancio finalmente me alcanzó, no era un soldado, y nunca

había cabalgado así antes. Me hice un ovillo arrugado en un montón delirante y roto ante las

puertas de una casa de campo.

Una mujer me encontró. Estaba vestida en limpias batas marrones, y recordé estar tan

estupefacta por su belleza maternal que mi corazón inmediatamente se entibió con

confianza. Le extendí una mano temblorosa, como para tocar su piel.

—Por favor —susurré a través de labios agrietados—. Necesito un lugar para descansar.

La mujer se apiadó de mí. Ahuecó mi rostro entre sus suaves, frías manos, estudió mis

marcas por un largo momento y asintió.

—Ven conmigo, niña —dijo ella. Me guió al desván de su granero, mostrándome dónde

podía dormir, y luego de una comida de pan y queso duro, inmediatamente caí inconsciente,

segura en el conocimiento de mi refugio.

En la mañana, me desperté con manos ásperas arrastrándome del heno.

Me sobresalté, temblando, y alcé la mirada para ver los rostros de dos soldados de la

Inquisición observándome, sus armaduras blancas y batas alineadas con oro, sus

semblantes tan duros como una piedra. Las fuerzas de paz del rey. Con desesperación, traté


de evocar el mismo poder que había sentido antes de que mi padre muriera, pero esta vez la

energía no hizo su curso a través de mí, el mundo no se tornó blanco y negro, y ningún

fantasma se levantó desde el suelo.

Había una niña de pie al lado de los Inquisidores. La contemplé por un largo momento

antes de que finalmente creyera la vista. Violetta. Mi hermana menor. Se veía como si

hubiera estado llorando y círculos oscuros bajo sus ojos estropeaban su perfección. Había un

moretón en su mejilla, volviéndose azul y negro.

—¿Es esta tu hermana? —le preguntó uno de los Inquisidores.

Violetta los vio silenciosamente, rehusándose a reconocer la pregunta, pero Violetta

nunca había sido capaz de mentir bien, y el reconocimiento era obvio en sus ojos.

Los Inquisidores la empujaron a un lado y se enfocaron en mí.

—Adelina Amouteru —dijo el otro Inquisidor mientras me arrastraban para ponerme

de pie y ataban mis manos apretadamente en mi espalda—. Bajo la orden del rey, estás bajo

arresto…

—Fue un accidente —jadeé protestando—. La lluvia, el caballo…

El Inquisidor me ignoró.

—Por la muerte de tu padre, sir Martino Amouteru.

—Ustedes dijeron que si abogaba por ella, la dejarían ir —les espetó Violetta—. ¡Abogo

por ella! ¡Es inocente!

Se detuvieron por un momento mientras mi hermana se aferró a mi brazo. Me miró,

sus ojos llenos de lágrimas.

—Lo siento tanto, mi Adelinetta —susurró ella con angustia—. Lo siento tanto. Ellos

estaban detrás de ti, nunca fue mi intención ayudarles…

Pero lo hiciste. Me volteé lejos de ella, pero aun así me encontré agarrando su brazo de

regreso hasta que los Inquisidores nos apartaron. Quería decirle a ella, Sálvame. Tienes que

encontrar una manera. Pero no pude encontrar mi voz. Yo, yo, yo. Tal vez yo era tan egoísta

como mi padre.

Eso fue hace semanas.

Ahora sabes cómo terminé aquí, encadenada a la pared de la celda de un calabozo

húmedo sin ventanas ni luz, sin un juicio, sin un alma en el mundo. Así es cómo llegué a

saber de mis habilidades por primera vez, cómo me transformé para enfrentar el final de mi


vida con la sangre de mi padre manchando mis manos. Su fantasma me hace compañía.

Cada vez que despierto de un sueño febril, lo veo de pie en la esquina de mi celda, riéndose

de mí. Trataste de escapar de mí, dice él, pero te encontré. Has perdido y yo he ganado. Le

digo que estoy contenta de que esté muerto. Le digo que se vaya. Pero él se queda.

No importa, de todas formas. Moriré mañana en la mañana.


L

a paloma llega tarde en la noche. Aterriza en su mano con guante. Él se aleja

del balcón y la lleva adentro. Allí, remueve el minúsculo pergamino de la pata

de la paloma, acaricia el cuello del pájaro con un guante salpicado de sangre y

despliega el mensaje. Está escrito en una hermosa, fluida escritura.

La he encontrado. Ven a Dalia de una vez.

Tu fiel Mensajero.

Permanece sin expresión, pero dobla el pergamino y lo mete suavemente dentro de la

protección de malla de acero en su brazo. En la noche, sus ojos no son más que oscuridad y

sombras.

Hora de moverse.



asos en el oscuro corredor. Se detienen justo fuera de mi celda, y a través de la

P

grieta en la parte inferior de la puerta, un Inquisidor desliza una cacerola de

gachas. Un charco negro corre por la esquina de la celda, y agua sucia salpica

la comida. Si puedes llamarla comida.

—Tu última comida —anuncia él a través de la puerta. Puedo decir que

ya está alejándose cuando dice—: Es mejor que comas, pequeña malfetto. Vendremos por ti

en una hora.

Sus pasos se desvanecen, luego desaparecen por completo.

Desde la celda de al lado, una delgada voz me llama:

—Niña —susurra, haciéndome temblar—. Niña. —Cuando no respondo, él pregunta—:

¿Es cierto? Dicen que eres una de ellos. Que eres una Joven Élite.

Silencio.

—¿Entonces? —pregunta—. ¿Lo eres?

Me quedo callada.

Se ríe, el sonido de un prisionero encerrado por tanto tiempo que su mente ha

empezado a pudrirse.

—Los Inquisidores dijeron que convocaste los poderes de un demonio. ¿Lo hiciste? ¿Te

dañó la fiebre de sangre? —Su voz se rompe para canturrear algunas líneas de una canción

popular que no reconozco—. Tal vez puedas sacarme de aquí. ¿Qué piensas? ¿Sacarme? —

Sus palabras se disolvieron de nuevo en un ataque de risa.

Lo ignoro lo mejor que puedo. Una Joven Élite. La idea es tan ridícula que siento una

repentina urgencia de reírme junto con mi loco compañero de calabozo.

Sin embargo, trato una vez más de invocar cualquier extraña ilusión que vi esa noche.

De nuevo, fallo.

Horas pasan. De hecho, no tengo ni idea de cuánto tiempo ha pasado. Todo lo que sé es

que eventualmente escucho pasos de varios soldados viniendo por los sinuosos escalones de

piedra. El sonido se acerca más, hasta que hay el raspado de una llave en la puerta de mi

celda y el chillido de una bisagra oxidada. Ya están aquí.

Dos Inquisidores entran a mi celda. Sus rostros están escondidos en las sombras bajo

las capuchas. Me alejo de ellos, pero me agarran y me halan hasta ponerme de pie. Liberan

mis grilletes, dejándolos caer al piso.


Lucho con la poca fuerza que me queda. Esto no es real. Esto es una pesadilla. Esto no

es una pesadilla. Esto es real.

Me arrastran por las escaleras. Un piso, dos, tres. Así de lejos estaba bajo tierra. Desde

aquí, la Torre de los Inquisidores entra en una mejor visión, los pisos cambian de húmedas,

mohosas piedras a mármol pulido, sus paredes decoradas con pilares, tapices y el símbolo

circular de la Inquisición, el sol eterno. Ahora por fin puedo escuchar la conmoción viniendo

desde afuera. Gritos, cantos. Mi corazón salta en mi garganta, y repentinamente freno en

seco tan duro como puedo, mis arruinadas botas de montar chillan en vano contra el piso.

Los Inquisidores tiran más fuerte de mí por mis brazos, forzándome a tropezar.

—Sigue moviéndote, niña —me espeta uno de ellos, sin rostro bajo su capucha.

Luego estamos dando un paso fuera de la torre, y por un instante, el mundo se

desvanece en un blanco cegador. Entrecierro mis ojos. Debemos estar en la plaza del

mercado central. A través de mi escaza visión, distingo un océano de personas, todas las

cuales han venido a verme ser ejecutada. El cielo está de un hermoso, fastidioso azul, las

nubes cegando con su brillo. Lejos en la distancia, una estaca de hierro negro se cierne en el

centro de una levantada plataforma de madera, sobre la cual hay una línea de Inquisidores

esperando. Incluso desde aquí, puedo ver sus emblemas circulares brillando en sus petos,

sus manos con guantes descansando en las empuñaduras de sus espadas. Trato más fuerte

de arrastrar mis pies.

Abucheos y gritos furiosos vienen desde la multitud a medida que los Inquisidores me

guían más cerca hacia la plataforma de ejecución. Algunos me arrojan frutas podridas,

mientras que otros escupen insultos y maldiciones en mi dirección. Ellos usan harapos,

zapatos rotos y vestidos sucios. Tantos pobres y desesperados, que vienen a verme sufrir

para distraerse de sus propias vidas hambrientas. Mantengo mi vista hacia abajo. El mundo

es un borrón y no puedo pensar. Ante mí, la estaca que se veía tan lejos ahora se dibuja

constantemente más cerca.

—¡Demonio! —me grita alguien.

Soy golpeada en el rostro con algo pequeño y afilado. Una piedrita, creo.

—¡Ella es una criatura del demonio!

—¡Acarreadora de mala fortuna!

—¡Monstruo!

—¡Abominación!

Mantengo mi ojo cerrado tan apretadamente como puedo, pero en mi mente, todo el

mundo en la plaza luce como mi padre y todos tienen su voz. Los odio a todos. Imagino mis

manos en sus gargantas, ahogándolos, silenciándolos, uno por uno. Quiero paz y silencio.

Algo se mueve dentro de mí, intento agarrarlo, pero la energía desaparece inmediatamente.

Mi respiración empieza a venir en jadeos enfurecidos.

No sé cuánto nos toma llegar a la plataforma, pero me asusta cuando lo hacemos.

Estoy tan débil a este punto que no puedo subir las escaleras. Uno de los Inquisidores

finalmente me levanta y me balancea ásperamente sobre su hombro. Me coloca abajo en la

cima de la plataforma y luego me lleva hacia la estaca de hierro.


La estaca está hecha de hierro negro, es igual de gruesa que una docena de brazos de

un hombre y una soga cuelga de su cima. Cadenas para las manos y pies se bambolean de los

lados de la estaca. Pilas de madera se encuentran en la parte inferior de ahí. Lo veo todo en

una bruma nublada.

Me empujan contra la estaca, cierran las cadenas en mis muñecas y tobillos, y atan la

soga alrededor de mi cuello. Algunos en la multitud empiezan a gritarme maldiciones. Otros

arrojan piedras. Echo inquietamente un vistazo a los tejados que rodean la plaza. Las

cadenas se sienten frías contra mi piel. Trato de contactarlo en vano, una y otra vez, en un

intento de llamar algo que pueda salvarme. Mis cadenas traquetean por mis temblores.

Mientras miro a los otros Inquisidores, mi vista se posa en el más joven de ellos. Él

está de pie en el frente y centro de la plataforma, sus hombros rectos y su barbilla levantada,

sus manos dobladas detrás de su espalda. Todo lo que puedo ver de su rostro es su perfil.

—Maestro Teren Santoro. —Uno de los otros Inquisidores ahora lo presenta con estilo

formal—. El principal Inquisidor de Kenettra.

¿Maestro Teren Santoro? Lo miro de nuevo. ¿El Inquisidor principal de Kenettra ha

venido a verme morir?

Teren se acerca hacia mí ahora con calma, pasos confiados. Me encojo lejos de él hasta

que mi espalda está presionada sólidamente contra la estaca de hierro. Mis cadenas suenan

una contra la otra. Baja su cabeza para encontrar mi mirada. Sus túnicas blancas están

embellecidas con más oro que las de los otros que he visto, definitivamente ropa propia de

su estatus, y una elaborada cadena de oro descansa de hombro a hombro. Es

sorprendentemente joven. Su cabello es del color del trigo, pálido para alguien de Kenettra,

y cortado en una moda elegante que no he visto mucho en los sureños de Kenettra, más

corto en los lados, más lleno en la parte de arriba, con una fina cola envuelta en metal de oro

bajando por la nuca de su cuello. Su rostro es delgado y cincelado como si fuera de mármol,

apuesto en su frialdad y sus ojos son azul pálido. Azul muy pálido. Tan pálidos que parecen

incoloros ante la luz. Algo acerca de ellos envía estremecimientos por mi espina. Hay una

demencia en esos ojos, algo violento y salvaje.

Él usa una delicada mano enguantada para mover los sangrientos mechones de mi

cabello lejos de mi rostro y luego la coloca en mi barbilla. Estudia mi cicatriz. Los bordes de

su labio se ladean hacia arriba en una extraña, casi comprensiva sonrisa.

—Qué lástima —dice él—. Habrías sido una cosita bonita.

Zafo mi barbilla de su agarre.

—Una temperamental también. —Sus palabras gotean con lástima—. No tienes que

tener miedo. —Entonces silenciosamente, acerca más su rostro al mío—. Encontrarás tu

redención en el inframundo.

Se aleja de mí, se voltea hacia la multitud y levanta su brazo para pedir silencio.

—¡Cálmense ahora, mis amigos! Estoy seguro de que todos estamos emocionados. —

Cuando los ruidos de la muchedumbre se desvanecen a un susurro, se endereza, luego aclara

su garganta. Sus palabras resuenan a través de la plaza—. Algunos de ustedes quizás hayan

notado una reciente erupción de crímenes en nuestras calles. Crímenes cometidos por gente,

retorcidas imitaciones de gente, que se sienten más que… humanos. Algunos de ustedes han

llamado a estos nuevos forajidos “Jóvenes Élites”, como si fueran excepcionales, como si


valieran algo. He venido aquí hoy para recordarles a todos, que ellos son peligrosos y

demoniacos. Son asesinos, ansiosos por matar a sus propios amados. No consideran la ley y

el orden.

Teren me mira nuevamente. La plaza ha caído a un silencio mortal ahora.

—Déjenme reasegurarles: Cuando encontremos a estos demonios, los traeremos a la

justicia. El mal debe ser castigado. —Escanea la multitud—. La Inquisición está aquí para

protegerlos. Que esta sea una advertencia para todos ustedes.

Lucho débilmente contra mis cadenas. Mis piernas están temblando violentamente.

Quiero esconder mi cuerpo de todas estas personas, esconder mis defectos de sus curiosos

ojos. ¿Está Violetta en algún lugar de esta muchedumbre? Escaneo los rostros buscándola,

luego levanto la mirada hacia el cielo. Es un día tan hermoso, ¿cómo es posible que el cielo

esté así de azul? Algo húmedo rueda por mi mejilla. Mi labio se estremece.

Dioses, denme fuerza. Estoy tan asustada.

Teren ahora toma la antorcha encendida de uno de sus hombres. Se voltea hacia mí. La

vista del fuego envía un terror más grande a través de mis venas. Mis luchas se vuelven

frenéticas. Me había desmayado cuando los doctores me removieron mi ojo izquierdo con

fuego. ¿Qué tipo de dolor debe ser dejar que el fuego consuma tu cuerpo entero?

Él toca su frente con sus dedos en un gesto formal de despedida. Entonces arroja la

antorcha a la pila de madera que se encuentra a mis pies. Envía una lluvia de chispas e

inmediatamente la leña seca atrapa el fuego. La multitud rompe con aclamaciones.

Rabia surge a través de mí, mezclándose con mi miedo. No moriré aquí hoy.

Esta vez, busco en lo más profundo de mi mente y finalmente agarro el extraño poder

que he estado buscando. Mi corazón se cierra desesperadamente alrededor de él.

El mundo se detiene.

Las llamas se congelan, los rastros de fuego se quedan quietos, sin moverse,

despojadas de color, colgando blancas y negras en el aire. Las nubes en el cielo dejan de

flotar y la brisa contra mi piel muere. La sonrisa de Teren vacila mientras se da la vuelta

para mirarme. La multitud se aquieta confundida.

Entonces algo se desgarra dentro de mi corazón. El mundo regresa a su lugar, las

llamas rugen contra la madera. Y por encima de las cabezas, el cielo azul brillante colapsa en

la oscuridad.

Las nubes se vuelven negras. Sus contornos se vuelven en extrañas, aterradoras formas

y a través de todo ello, el sol aún brilla, un misterioso, brillante faro contra el lienzo de

medianoche. La muchedumbre grita a medida que la noche cae sobre todos nosotros, y los

Inquisidores sacan sus espadas, sus cabezas inclinadas hacia arriba como la del resto de

nosotros.

No puedo respirar. No sé cómo hacer que se detenga.

En el medio de la oscuridad y el pánico, algo se mueve en el cielo. Y justo así, las nubes

negras se tuercen, dispersándose en un enjambre de un millón de motas en movimiento que

se arremolinan en el cielo y luego descienden, abajo, abajo hacia la multitud. Una pesadilla

de langostas. Ellas descienden sobre nosotros con despiadada eficiencia, sus zumbidos

ahogando los llantos de las personas. Los Inquisidores balancean sus espadas inútilmente.


Las flamas lamen mis pies, su calor abrazándome. Viene por mí, van a devorarme.

Mientras lucho para mantenerme lejos de las llamas, noto la cosa más extraña. Las

langostas se me acercan, luego pasan directo a través de mi cuerpo. Como si en realidad no

estuvieran allí en lo absoluto. Observo la escena ante mí, los insectos pasan directamente a

través de los Inquisidores también, como a la vez con la multitud de personas abajo.

Esto es todo una ilusión, repentinamente me doy cuenta. Justo como las siluetas

fantasmales que atacaron a padre. Nada de esto es real.

Un Inquisidor se ha puesto de pie, sus ojos ardiendo por el humo y señala su espada en

mi dirección. Se tambalea hacia mí. Encuentro mis últimas reservas de fuerza y jalo tan

fuerte como puedo contra mis cadenas. Sangre caliente gotea por mis muñecas. Mientras

lucho, él se acerca, materializándose desde un mar de langostas y oscuridad.

Repentinamente…

Una ráfaga de viento. Zafiro y plata. El fuego a mis pies parpadea en rizos de humo.

Algo pasa a través de mi visión. Una figura aparece entre el Inquisidor acercándose y

yo, moviéndose con gracia mortal. Es un chico, creo. ¿Quién es este? Este chico no es una

ilusión, puedo sentir su realidad, la solidez de su figura que el cielo negro y las langostas no

tienen. Está vestido en un torbellino de batas azules encapuchada, y una metálica máscara

de plata cubre su rostro entero. Se agacha frente a mí, cada línea de su cuerpo tenso, su

enfoque enteramente en el Inquisidor. Una larga daga destella en cada una de sus manos

enguantadas.

El Inquisidor patina hasta detenerse ante él. Incertidumbre se dispara por sus ojos.

—Apártate —le espeta al recién llegado.

El chico enmascarado ladea su cabeza.

—Qué descortés —se burla, su voz como terciopelo y profunda. Aún en el medio del

caos, puedo escucharlo.

El Inquisidor lo embiste con su espada, pero el chico baila fuera de su camino y lo

golpea con una de sus dagas. Se entierra profundo en el cuerpo del Inquisidor. Los ojos del

hombre sobresalen, deja salir un chillido como un cerdo muriendo. Estoy demasiado

aturdida como para pronunciar un sonido.

Algo en mí hace chispas con extraña delicia.

Los Inquisidores ven la batalla y se apresuran hacia su camarada caído. Sacan sus

espadas hacia el chico. Él solo asiente hacia ellos, burlándose para que se acerquen. Cuando

lo hacen, se desliza a través de ellos como agua entre las rocas, su cuerpo una raya de

movimiento, espadas parpadeando plata en las oscuridad. Uno de los Inquisidores casi lo

rebana a la mitad con un balance de su espada, pero el chico corta la mano del hombre. La

espada traquetea en el suelo. El chico patea la espada caída hacia el aire con un golpe rápido

de su bota, entonces la atrapa y apunta a los otros Inquisidores.

Cuando veo mejor, noto que otras figuras enmascaradas parpadean entre los soldados,

otros vestidos en las mismas batas oscuras como el chico. Él no vino solo.

—¡Es el Verdugo! —grita Teren, señalando al chico con una espada desenvainada.

Empieza a dirigirse hacia nosotros. Sus ojos pálidos están locos de alegría—. ¡Apodérense de

él!


Ese nombre. Lo he visto antes en los tallados de los Jóvenes Élites. El Verdugo. Él es

uno de ellos.

Más Inquisidores se apresuran hacia la plataforma. El chico se detiene por un

momento para mirarlos, sus cuchillas goteando sangre. Entonces se enderece, levanta un

brazo sobre su cabeza y la barre de vuelta hacia abajo en un arco de corte.

Una columna de fuego explota de sus manos, formando una línea a lo largo de la

plataforma y dividiendo a los soldados de nosotros con una pared de llamas estirándose alto

hacia el cielo ennegrecido. Gritos de terror vienen desde detrás de la cortina de fuego.

El chico se acerca a mí. Contemplo con espanto su rostro encapuchado y su máscara de

plata, el contorno de sus rasgos encendidos por el infierno detrás de él. La única parte de su

rostro que no está escondido por su máscara son sus ojos, duros, oscuro de medianoche,

pero encendidos con fuego.

No dice ni una palabra. En su lugar, se arrodilla a mis pies, entonces agarra las cadenas

que tienen aprisionados mis tobillos a la estaca. Las cadenas en su agarre se tornan rojas,

luego blanco caliente. Rápidamente se derriten, dejando mis pies liberados. Se endereza y

hace lo mismo al lazo alrededor de mi cuello, luego a las cadenas atando mis muñecas.

Marcas de quemaduras negras en las paredes. Cuerpos derretidos desde adentro

hacia afuera.

Los grilletes de mi brazo se rompen. Colapso inmediatamente, demasiado débil para

sostenerme, pero el chico me atrapa y me levanta sin esfuerzo en sus brazos. Me tenso,

medio esperando que cauterice mi piel. Él huele como humo, y calor emana desde cada

parte de su cuerpo. Mi cabeza se inclina cansadamente contra su pecho. Estoy demasiado

agotada como para pelear, pero aún lo intento. Mis alrededores nadan en un océano de

oscuridad.

El chico acerca su rostro hacia el mío.

—Quédate quieta —susurra en mi oreja—. Y agárrate.

—Puedo caminar. —Me encuentro murmurando, pero mis palabras se mezclan y estoy

demasiado exhausta para pensar claramente. Creo que él me está alejando de este lugar,

pero no puedo concentrarme. A medida que la oscuridad desciende, la última cosa que

recuerdo es la insignia de plata en la almohadilla de su brazo.

El símbolo de una daga.




ueño con Violetta. Es finales de primavera. Ella tiene ocho años, yo diez, y aún

S

somos inocentes.

Jugamos juntas en el pequeño jardín detrás de nuestra casa, una manta

de color verde rodeada por todos lados por una vieja, desmoronada pared de

piedra y una puerta de color rojo brillante con un pestillo oxidado. Cómo me

gusta este jardín. Por encima del muro, mantas de hiedra, y a lo largo de la hiedra florecen

diminutas flores blancas con olor a lluvia fresca. Otras flores crecen en ramilletes a lo largo

de los bordes de la pared, brillantes rosas anaranjadas, adelfas rojas y bígaro de color uva,

junto con lirios blancos.

Violetta y yo siempre amábamos jugar entre los grupos de helechos que brotaban aquí

y allá, acurrucadas en la sombra. Ahora extiendo mi falda en la hierba y me siento

pacientemente mientras Violetta trenza una corona de flores del bígaro en mi cabello con

sus delicados dedos. El aroma de las flores llena mis pensamientos con dulzura pesada.

Cierro mis ojos, imaginando una corona real de oro, plata y piedras preciosas. El trenzado

de Violetta me hace cosquillas, y le doy un codazo en las costillas, reprimiendo una sonrisa.

Se ríe. Un segundo después, siento sus pequeños labios plantando un beso juguetón en mi

mejilla, y me apoyo en ella, perezosamente. Tarareo la canción de cuna favorita de mi

madre. Violetta escucha con avidez, como si yo fuera esa mujer que apenas conocía.

Recuerdos. Es una de las pocas cosas que tengo y que mi hermana no.

—Mamá solía decir que las hadas viven en los centros de los lirios blancos —le digo

mientras ella trabaja. Es un viejo cuento popular en Kenettran—. Cuando las flores están

llenas de gotas de lluvia, puedes verlas bañándose en el agua.

El rostro de Violetta se enciende, iluminando sus rasgos finos.

—¿Puedes en serio? —pregunta.

Le sonrío por cómo cuelgan sus palabras sobre las mías.

—Por supuesto —le contesto, queriendo creerlo—. Las he visto.

Algo distrae a mi hermana. Sus ojos se abren ante la vista de una criatura en

movimiento bajo la sombra de una hoja de helecho. Es una mariposa. Se arrastra entre

briznas de hierba bajo el refugio del helecho, y cuando presto más atención, me doy cuenta

de que una de sus alas turquesas brillantes ha sido arrancada de su cuerpo.

Violetta lloriquea en simpatía, se apresura hacia la criatura que lucha, y lo lleva a sus

manos. Ella le arrulla:

—Pobrecita. —El ala restante de la mariposa aletea débilmente en su palma, y mientras

lo hace, pequeñas nubes de polvo brillante de oro flotan en el aire. Los bordes deshilachados


de su ala rota parecen marcas de dientes, como si algo hubiera intentado devorarlo. Violetta

dirige sus grandes ojos oscuros hacia mí—. ¿Crees que pueda salvarla?

Me encojo de hombros.

—Se va a morir —le digo suavemente.

Violetta jala a la criatura más cerca de ella.

—No sabes eso —declara.

—Solo te estoy diciendo la verdad.

—¿Por qué no quieres salvarla?

—Debido a que está más allá de salvarse.

Niega hacia mí con tristeza, como si la hubiera decepcionado.

Mi irritación se eleva.

—¿Por qué preguntas mi opinión, entonces, si ya has tomado una decisión? —Mi voz se

vuelve fría—. Violetta, pronto te vas a dar cuenta de que las cosas no terminan bien para

todos. Algunas personas están rotas y no hay nada que puedas hacer para arreglarlo. —Echo

un vistazo a la pobre criatura que lucha en sus manos. La visión de su ala rasgada, su cuerpo

deformado y lisiado, envía una descarga de ira a través de mí. Estampo a la mariposa fuera

de sus manos. Aterriza boca abajo en la hierba, sus patas arañando el aire.

Instantáneamente lo lamento. ¿Por qué hice eso?

Violetta se echa a llorar. Antes de que pueda pedir disculpas, agarra su falda y salta a

sus pies, dejando flores de bígaro dispersas en la hierba. Se da vuelta.

Y justo detrás de ella mi padre se para, el olor del vino se cierne sobre él en una nube

invisible. Violetta apresuradamente limpia sus lágrimas mientras él se inclina al nivel de sus

ojos. Frunce el ceño.

—Mi dulce Violetta —dice, tocando su mejilla—. ¿Por qué lloras?

—No es nada —susurra—. Estábamos tratando de salvar a una mariposa.

Los ojos de mi padre se asientan en la criatura muriéndose en la hierba.

—¿Ustedes dos? —le pregunta a Violetta, con las cejas arqueadas—. Dudo que tu

hermana fuera a hacer eso.

—Estaba mostrándome cómo cuidar de ella —insiste Violetta, pero es demasiado tarde.

Su mirada vaga hacia mí.

El miedo me golpea y empiezo a escabullirme. Sé lo que viene. Cuando la fiebre de

sangre pasó por primera vez, matando a un tercio de la población y dejando a asustados,

deformes niños y con cicatrices por todas partes, fuimos dignos de lástima. Pobrecitos.

Luego, unos padres de niños malfettos murieron en accidentes extraños. Los templos

dijeron que las muertes fueron actos de demonios y nos condenaron. Manténganse alejados

de las abominaciones. Son mala suerte. Así que la compasión hacia nosotros rápidamente

se convirtió en miedo. El temor, mezclado con nuestra apariencia espantosa, se convirtió en

odio. Luego se corrió la voz de que si un malfetto tenía poderes, se manifestarían cuando él

o ella fuese provocado.


Esto interesaba a mi padre. Si tuviera poderes, al menos podría valer algo. Mi padre

podía venderme a un circo de fenómenos, ganar una recompensa de la Inquisición por

convertirme, usar mi poder a su favor, en cualquier cosa. Así que él ha estado tratando

desde hace meses despertar algo en mí.

Hace un gesto para que vaya hacia él, y cuando lo hago, estira su brazo y me sostiene la

barbilla con las palmas de sus manos frías. Un largo y silencioso momento pasa entre

nosotros. Lamento haber entristecido a Violetta, quiero decir. Pero las palabras son

ahogadas por mi miedo, dejándome callada, entumecida. Me imagino desapareciendo detrás

de un velo oscuro, esfumándome a un lugar que no pueda ver. Mi hermana se esconde

detrás de papá, sus ojos muy abiertos. Ella mira de ida y vuelta entre nosotros con un

creciente malestar.

Sus ojos se desplazan hacia donde la mariposa moribunda todavía está luchando en la

hierba.

—Adelante —dice, señalándola—. Termina el trabajo.

No me atrevo.

Su voz me engatusa a seguir.

—Ve ahora. Es lo que querías, ¿no es así? —Su agarre en mi barbilla se aprieta hasta

que duele—. Recoge la mariposa.

Temblando, hago lo que dice. Agarro el ala solitaria de la mariposa entre dos dedos y

tiro de ella en el aire. Las manchas de polvo brillan en mi piel. Sus patas se mueven, siguen

luchando. Mi padre sonríe. Las lágrimas brillan en los ojos de Violetta. Ella no tenía

intención de hacer esto. Nunca tiene la intención de nada.

—Bien —dice—. Arráncale el ala.

—No lo hagas, padre —protesta Violetta. Pone sus brazos alrededor de él, tratando de

ganarle. Pero él no le hace caso.

Trato de no llorar.

—No quiero —le susurro, pero mis palabras se desvanecen por la mirada en los ojos de

mi padre. Tomo el ala de la mariposa entre mis dedos, luego la arranco de su cuerpo, mi

propio corazón rasgándose mientras lo hago. Su cuerpo desnudo, miserable se arrastra en

mi palma. Algo de ello suscita una oscuridad dentro de mí.

—Mátala.

Aturdida, aplasto la criatura bajo mi pulgar. Su cadáver roto cruje lentamente contra

mi piel, antes de finalmente desaparecer.

Violetta llora.

—Muy bien, Adelina. Me gusta cuando abrazas a tu verdadero yo. —Toma una de mis

manos entre las suyas—. ¿Lo disfrutaste?

Empiezo a negar, pero sus ojos me congelan. Él quiere algo de mí que no sé cómo dar.

Mi negación cambia a un asentimiento. Sí, me gustó eso. Me encantó. Voy a decir cualquier

cosa que te haga feliz, pero por favor no me lastimes.

No pasa nada, y el ceño de mi padre se profundiza.


—Tiene que haber algo más dentro de ti, Adelina. —Toma mi dedo anular, luego, lleva

una mano a lo largo del mismo. Mi respiración se acelera—. Dime que al menos tengo una

hija malfetto que es útil.

Estoy confundida. No sé cómo responder.

—Lo siento. —Por fin consigo pronunciar—. No quería entristecerla. Yo solo…

—No, no. No puedes evitarlo. —Mira por encima de su hombro a mi hermana—.

Violetta —dice suavemente, asintiendo para que se acerque. Ella avanza—. Ven. Vamos a ver

si tu hermana tiene algún valor. —Vamos a ver si ella tiene poderes.

—No, padre, no… por favor… —pide Violetta, entonces tira de su brazo—. Ella no hizo

nada. Estábamos jugando. —El latido de mi corazón se acelera a un ritmo frenético.

Intercambiamos una mirada frenética. Sálvame, Violetta.

Mi padre la sacude, luego vuelve su atención hacia mí y aprieta su agarre alrededor de

mi dedo anular.

—¿Eres inútil como la mariposa, Adelina?

Niego en pánico. No. Por favor. Dame una oportunidad.

—Entonces muéstrame. Muéstrame lo que puedes hacer.

Luego rompe mi dedo.

Me despierto de repente, un grito silencioso en mi lengua. Mi dedo torcido palpita,

como si se hubiera roto hace solo un momento en vez de seis años antes, y me lo froto

instintivamente, tratando de enderezarlo como siempre. Mareas oscuras se agitan en mi

estómago, la fealdad familiar que mi padre le gustaba cultivar.

Entonces entrecierro mis ojos a la luz. ¿Dónde estoy? La luz solar se inclina en el no

familiar dormitorio de ventanas arqueadas, llenando el espacio con una neblina de color

crema y cortinas de gasa que se ondulan con la brisa. En una mesa cercana, un libro abierto

se encuentra al lado de una pluma y el tintero. Placas de flores de jazmín reposan en los

aparadores y las repisas de balcones. Su dulce aroma era probablemente la razón por la que

he soñado con mi hermana y yo en nuestro jardín. Me muevo con cautela, luego me doy

cuenta de que estoy echada en una cama con una pila de mantas y almohadas bordadas.

Parpadeo, desorientada por un momento.

Tal vez morí. Esta habitación en realidad no se parece a las aguas del inframundo, sin

embargo. ¿Qué había ocurrido en la ejecución? Recuerdo que los Inquisidores se alinearon

en la plataforma, y mis manos lucharon contra las cadenas de hierro. Bajo la mirada a mis


manos, blancos vendajes cubren mis dos muñecas, y cuando las muevo, puedo sentir la

quemadura de la piel irritada por debajo. Mis rotas, sucias ropas se han ido, reemplazadas

por una bata de seda limpia en azul y blanco. ¿Quién me limpió y cambió? Toco mi cabeza, y

luego hago una mueca de dolor. Alguien también envolvió un paño con fuerza alrededor de

mi cabeza, justo donde mi padre había tirado de mi cabello, y cuando paso cautelosamente

una mano por el mismo, me doy cuenta de que ha sido fregado y limpiado de su inmundicia.

Frunzo el ceño, tratando de recordar más.

Teren, el Líder Inquisidor. Un hermoso día azul. Estaban la estaca de hierro, los

soldados, y la antorcha encendida. Habían tirado la antorcha sobre la pila de madera a mis

pies.

Y luego puse el cielo de un color negro. Mi ojo se ensancha mientras el recuerdo viene

corriendo de regreso.

Un golpe en la puerta de mi recámara me sobresalta.

—Pase —digo en voz alta, sorprendida por el sonido de mi voz. Se siente extraño el dar

órdenes en un dormitorio que no es el mío. Me cepillo los mechones de mi cabello sobre el

lado izquierdo de mi rostro, ocultando mi cicatriz.

Se abre la puerta. Una joven sirvienta se asoma. Cuando me ve, se ilumina y viene

bulliciosamente, sosteniendo una bandeja llena de comida y una copa de espumosa bebida.

Un pan crujiente, todavía emitiendo nubes calientes de vapor; una piscina de guiso espeso

con trozos dorados de carne y papas; fruta helada; tartas gruesas de frambuesa y huevo. El

rico olor de la mantequilla y especias envía mi cabeza a dar vueltas, no había probado

comida real en semanas. Debo lucir asombrada por las rebanadas de duraznos frescos,

porque me sonríe.

—Uno de nuestros comerciantes nos conecta con los mejores árboles frutales en el valle

de oro —explica. Coloca la bandeja en la cómoda al lado de mi cama y revisa mis vendajes.

Me encuentro admirando su túnica, como la hija del comerciante que soy. Está hecha de un

satén brillante adornado con hilos de oro, muy fino para una sirvienta. Esto no es de tela

gruesa que compras con un puñado de lunes de cobre. Este es de un valor grande de

talentos, importados directamente de las Tierras del Sol—. Voy a avisar que estás despierta

—dice mientras desenrolla con cuidado el vendaje en mi cabeza—. Te ves mucho mejor

después de unos días de descanso.

Todo lo que dice me confunde.

—¿Avisar a quién? ¿Cuánto tiempo he estado durmiendo?

La sirvienta se ruboriza. Cuando se toca el rostro con sus manos, me doy cuenta de

cuán impecablemente pulidas están sus uñas, su piel mimada y brillante de aceites

perfumados. ¿Qué lugar es este? No puedo estar en un hogar común si los criados se ven tan

impresionantes como ella lo hace.

—Lo siento, Srta. Amouteru —responde. Entonces, también sabe mi nombre—. No

estoy segura de cuánto estoy autorizada a decir. Está a salvo, está segura, y él debería estar

aquí dentro de poco para explicárselo todo. —Hace una pausa para señalar la bandeja—.

Tome un bocado, joven señorita. Debe estar muriendo de hambre.

Tan hambrienta como estoy, dudo en comer su ofrenda. El hecho de que parece estar

tratando mis heridas no explica de lo que ella me esté curando. Vuelvo a pensar en la mujer


que me acogió después de esa noche, cómo pensaba que me ayudaría. Cómo me lanzó a la

Inquisición. ¿Quién sabe qué venenos pueden estar en este alimento?

—No tengo hambre —miento con una sonrisa amable—. Estoy segura de que la sentiré

pronto.

Me regresa la sonrisa, y creo que veo un toque de simpatía detrás de ello.

—No necesita fingir —responde, acariciando mi mano—. Voy a dejar la bandeja aquí

para cuando esté lista.

Hace una pausa por el sonido de pasos llenando el pasillo.

—Ese debe ser él. Ya debe saber —dice. Suelta mi mano y me ofrece una rápida

reverencia. Entonces se apresura hacia la puerta. Pero antes de que pueda salir, un chico

ingresa.

Algo sobre él me resulta familiar. Un instante después, me doy cuenta de que

reconozco sus ojos, oscuros como la noche, con gruesas pestañas. Este es mi misterioso

salvador. Ahora, en lugar de usar la máscara de plata y su túnica con capucha, está revestido

de fino hilado lino y un jubón de terciopelo negro con adornos de oro, ropa suficientemente

exquisita como para pertenecer a los aristócratas más ricos. Es alto. Tiene la piel marrón

cálida de los Kenettran del norte, y sus pómulos son altos, su rostro estrecho y hermoso.

Pero su cabello tiene más mi atención. Se ve de color rojo oscuro ante la luz, tan oscuro que

es casi negro, una rica sombra de sangre que nunca he visto antes, recogido en una cola

corta y suelta en la nuca de su cuello. No es un color de este mundo.

Está marcado, igual que yo.

La criada le hace una reverencia y murmura algo que no puedo escuchar. Su rostro se

ruboriza. El tono que utiliza ahora es claramente diferente del tono que acababa de usar

conmigo, donde antes parecía relajada, ahora suena mansa y nerviosa.

El chico asiente una vez a cambio. La criada no necesita despedirse por segunda vez;

hace una reverencia de nuevo y de inmediato se escabulle al pasillo. Mi inquietud crece.

Después de todo, lo vi jugar con todo un escuadrón de Inquisidores, hombres adultos

entrenados en el arte de la guerra, sin ningún esfuerzo en absoluto.

Camina alrededor de la habitación con la misma gracia mortal que recuerdo. Cuando

me ve luchando por una mejor posición sentada, él agita una mano con indiferencia. Un

anillo de oro parpadea en su dedo.

—Por favor —dice, mirándome por el rabillo de sus ojos—. Ponte cómoda.

Ahora reconozco su voz también, blando y profundo, sofisticado, una capa de

terciopelo escondiendo secretos. Se sienta en una silla acolchada cerca del borde de mi

cama. Aquí se inclina hacia atrás y estira su cuerpo, descansa su barbilla en una mano, y

deja la otra mano permanecer en la empuñadura de la daga de su cintura. Incluso en el

interior, lleva un par de guantes delgados, y cuando miro más de cerca, me doy cuenta de

diminutas manchas de sangre en su superficie. Un escalofrío recorre mi espina dorsal. No

sonríe.

—Eres parte de Tamouran —dice después de un momento de silencio.

Parpadeo.

—¿Perdón?


—Amouteru es un apellido Tamouran, no uno Kenettran.

¿Por qué este muchacho sabe mucho acerca de las Tierras del Sol? Amouteru no es un

apellido Tamouran común.

—Hay muchos inmigrantes de Tamouran en el sur de Kenettra —contesto finalmente.

—Debes de tener un nombre de bebé Tamouran, entonces —dice en esta casualmente,

ociosa charla que suena extraña para mí, después de todo lo que ha pasado.

—Mi madre solía llamarme kami gourgaem —respondo—. “Su pequeño lobo”.

Inclina ligeramente su cabeza.

—Interesante elección.

Su pregunta trae un viejo recuerdo de mi madre, meses antes de que la fiebre de sangre

atacara. Tienes el fuego de tu padre en ti, kami gourgaem, dijo ella, ahuecando mi barbilla

en sus manos cálidas. Me sonrió de una manera que le endureció su actitud generalmente

suave. Luego se inclinó y me besó en la frente. Me alegro. Lo necesitarás en este mundo.

—Mi madre simplemente pensaba que los lobos eran lindos —le contesto.

Me estudia con curiosidad tranquila. Un hilillo de sudor rueda por mi espalda. Tengo

otra vez la vaga sensación de que lo he visto antes en alguna parte, en algún lugar que no sea

el incendio.

—Debes estar preguntándote dónde estás, pequeño lobo.

—Sí, por favor —le contesto, edulcorando mis palabras para hacerle saber que soy

inofensiva—. Estaría muy agradecida de saber. —Lo último que necesito es que un asesino

con guantes salpicados de sangre se disgustara.

Su expresión se mantiene distante y reservada.

—Estás en el medio de Estenzia.

Recupero el aliento.

—¿Estenzia? —La capital portuaria de Kenettra que se encuentra en la costa norte del

país, es quizás la ciudad más alejada de Dalia, y el lugar al que originalmente quería escapar.

Tengo ganas de salir corriendo de la cama y mirar por la ventana abierta esta ciudad de

fábula, pero me obligo a mantener mi enfoque en el joven aristócrata sentado frente a mí,

para ocultar mi repentina excitación.

—¿Y quién eres tú? —le pregunto—. ¿Señor? —recuerdo añadir.

Inclina su cabeza.

—Enzo —responde.

—Ellos te llamaron… es decir, en la ejecución… dijeron que eres el Verdugo.

—También soy conocido de esa manera, sí.

Los vellos se elevan en la parte posterior de mi cuello.

—¿Por qué me salvaste?

Su rostro se relaja por primera vez mientras una pequeña, divertida sonrisa emerge en

sus labios.


—Algunos me agradecerían primero.

—Gracias. ¿Por qué me salvaste?

La intensidad de la mirada de Enzo logra que mis mejillas se pongan rosadas.

—Déjame facilitar esa respuesta. —Descruza sus piernas, sus botas contra el suelo, y se

inclina hacia adelante. Ahora puedo ver que el anillo de oro en su dedo lleva el sencillo

grabado de una forma de diamante—. La mañana de tu ejecución. ¿Era la primera vez que

creabas algo antinatural?

Hago una pausa antes de responder. ¿Debería mentir? Pero entonces él sabría; había

estado allí en mi ejecución; sabía por lo que había sido arrestada. Así que decido decir la

verdad.

—No.

Considera mi respuesta por un momento. Luego estira una de sus manos enguantadas

hacia mí.

Chasquea sus dedos.

Una pequeña llama sale a la vida en la punta de sus dedos, lamiendo con avidez el aire

por encima de ella. A diferencia de lo que fuera que creé durante mi ejecución, este fuego se

siente real, su calor distorsiona el espacio por encima de ella y calienta mis mejillas.

Recuerdos violentos del día de mi ejecución aparecen a través de mi mente. Me encojo de

terror al fuego. El muro de llamas que sacó del aire durante mi ejecución. Eso era real

también.

Enzo tuerce su muñeca, y la llama se extingue, dejando solo una pequeña voluta de

humo. Mi corazón late débilmente.

—Cuando tenía doce años —dice—, la fiebre de sangre finalmente llegó a Estenzia.

Barrió en menos de un año. Yo fui el único afectado en mi familia. Un año después de que

los médicos me declararan recuperado, todavía no podía controlar el calor de mi cuerpo. Me

ponía desesperadamente febril un momento, muy frío al siguiente. Y entonces, un día, esto.

—Mira su mano, luego de nuevo a mí—. ¿Cuál es tu historia?

Abro la boca, luego la cierro. Tiene sentido. La fiebre había golpeado al país en oleadas

durante toda una década, partiendo de mi ciudad natal, Dalia y terminando aquí, en

Estenzia. De todas las ciudades de Kenettran, Estenzia había sido la más afectada, cuarenta

mil muertos, y otro cuarenta mil marcados de por vida. Casi un tercio de su población,

cuando haces cuentas. La ciudad todavía está luchando para volver a sus pies.

—Esa es una historia muy personal para decirle a alguien que acabas de conocer —me

las arreglo para responder.

Se encuentra con mi mirada con inquebrantable calma.

—No te estoy contando mi historia para que puedas conocerme —dice. Me sonrojo en

contra de mi voluntad—. Te la cuento para ofrecerte un trato.

—Eres uno de…

—Y tú también —dice Enzo—. Puedes crear ilusiones. De más está decir, llamaste mi

atención. —Cuando ve mi mirada escéptica, continúa—: Palabra de ello es que los templos

de Dalia han sido inundados de adoradores aterrorizados desde el truco con tu padre.


Puedo crear ilusiones. Puedo convocar imágenes que no son reales y puedo hacer creer

que son reales. Una sensación nauseabunda se arrastra desde mi estómago a la superficie de

mi piel. Eres un monstruo, Adelina. Instintivamente rozo mi mano por mi brazo, como si

tratara de librarme de una enfermedad. Mi padre trató muy duro para provocar algo como

esto en mí. Ahora está aquí. Y él está muerto.

Enzo espera pacientemente a que hable de nuevo. No sé cuánto tiempo pasa antes de

que finalmente suelte:

—Tenía cuatro años cuando me enfermé de la fiebre de sangre. Los médicos tuvieron

que quitar uno de mis ojos —dudo—. Solo he hecho… esto… dos veces antes. Nada parecía

fuera de lo normal durante mi infancia.

Asiente.

—Algunos poderes se manifiestan más tarde que otros, pero nuestras historias son las

mismas. Sé lo que se siente el crecer marcado, Adelina. Todos nosotros entendemos lo que

es ser abominaciones.

—¿Todos nosotros? —pregunto. Mi mente se distrae de nuevo por las tallas de madera

del mercado negro, a los crecientes rumores de los Jóvenes Élites—. ¿Hay otros?

—Sí. De todo el mundo.

El Caminante del Viento. Magiano. El Alquimista.

—¿Quiénes son? ¿Cuántos?

—Pocos, pero crecientes. En los diez años más o menos, ya que la fiebre de sangre

murió en Kenettra, algunos de nosotros hemos comenzado a hacer nuestra presencia. Un

extraño avistamiento aquí, un testigo extraño allí. Hace siete años, los habitantes de Triese

di Mare apedrearon a una niña hasta la muerte porque ella había cubierto el estanque local

con hielo en medio del verano. Hace cinco años, la gente en Udara prendió fuego a un chico

porque había hecho aparecer un ramo de flores ante los ojos de su novia. —Aprieta sus

guantes, y mi ojo ve de nuevo las sangrientas manchas que recubren su piel—. Como puedes

ver, mantuve mis habilidades en secreto por razones obvias. No fue hasta que conocí a otro

que también poseía extraños poderes que le dio la fiebre que cambié de opinión.

—Así que. Eres un Joven Élite. —Listo. Lo dije en voz alta.

—Un nombre que la gente inventó para referirse a nuestra juventud y nuestras

habilidades antinaturales. La Inquisición lo odia. —Enzo sonríe, una expresión perezosa de

travesura—. Soy el líder de la Sociedad de la Daga, un grupo de Jóvenes Élites que buscan a

otros como nosotros antes de que la Inquisición lo haga. Pero no somos los únicos Élites,

hay muchos otros, estoy seguro, esparcidos por todo el mundo. Mi objetivo es unirnos.

Ejecuciones como la tuya suceden cada vez que la Inquisición cree que han encontrado un

Joven Élite. Algunas personas abandonan a sus propios familiares marcados porque tienen

miedo de la “mala suerte”. El rey utiliza malfettos como excusa para su mal gobierno. Como

si nosotros tuviéramos la culpa que el estado empobreciera su nación. Si no luchamos, el rey

y su Eje de la Inquisición nos matarán a todos, cada niño marcado por la fiebre. —Sus ojos

se endurecen—. Pero nos defendemos. ¿No es así, Adelina?

Sus palabras me recuerdan a los extraños susurros que han acompañado mis ilusiones,

algo oscuro y vengativo, tentador y poderoso. Un peso ejerce presión sobre mi pecho. Tengo

miedo. Intriga.


—¿Qué vas a hacer? —le susurro.

Enzo se inclina hacia atrás y mira por la ventana.

—Vamos a tomar el trono, por supuesto. —Suena casi indiferente, como si estuviera

hablando de su desayuno.

¿Quiere matar al rey? ¿Qué pasa con la Inquisición?

—Eso es imposible. —Respiro.

Me mira de reojo, algo simultáneamente curioso y amenazador.

—¿Lo es?

Mi piel se estremece. Me acerco a él. Entonces, de repente, me tapo la boca con una

mano. Sé dónde lo he visto antes.

—Tú… —tartamudeo—. Tú eres el príncipe.

No me extraña que me resulte familiar. Había visto muchos retratos del príncipe

primogénito de Kenettra como un niño. Él era el príncipe de la corona en ese entonces,

nuestro futuro rey. La noticia era que casi había muerto por la fiebre de sangre. Salió de ella

marcado en su lugar. No apto para ser el heredero del trono. Eso fue lo último que todos

hemos escuchado acerca de él, la verdad. Después que el padre de Enzo, el rey, murió, la

hermana mayor de Enzo lo había despojado de su corona y lo desterró definitivamente del

palacio, para no volver a poner sus pies cerca de la familia real. Su marido, un poderoso

duque, se convirtió en rey.

Bajo mi mirada.

—Su real alteza—le digo, inclinando mi cabeza.

Enzo responde con un solo y sutil movimiento de cabeza.

—Ahora sabes la verdadera razón por la que el rey y la reina denuncian malfettos.

Hacen ver a los malfettos como abominaciones, y eso me hace inadecuado para el trono.

Mis manos comienzan a temblar. Ahora lo entiendo. Él está armando un equipo, un

equipo para ayudarlo a reclamar su derecho de nacimiento.

Enzo se inclina lo suficientemente cerca de mí como para ver las barras de un rojo

brillante en sus ojos.

—Te hago esta oferta, Adelina Amouteru. Puedes pasar el resto de tu vida huyendo, sin

amigos y sola, siempre temerosa de que el Eje de la Inquisición te encuentre y te lleve ante la

justicia por un crimen que no cometiste. O podemos ver si perteneces con nosotros. Los

dones que la fiebre te dejó no son tan desconfiables como parecen ser. Hay un ritmo y

ciencia para controlar tu poder. Hay razones detrás del caos. Si lo deseas, puedes aprender a

controlarlo. Y serás bien recompensada por ello.

Cuando me quedo en silencio, Enzo levanta una mano enguantada y toca mi barbilla.

—¿Cuántas veces has sido llamada una abominación? —susurra—. ¿Un monstruo? ¿Sin

valor?

Demasiadas veces.

—Entonces déjame decirte un secreto. —Se mueve de modo que sus labios están cerca

de mi oído. Un escalofrío baila por mi espina dorsal—. No eres una abominación. No eres


más que una malfetto. Es por eso que te temen. Los dioses nos dieron poderes, Adelina,

porque hemos nacido para gobernar.

Un millón de pensamientos corren por mi mente, recuerdos de mi infancia, visiones de

mi padre y mi hermana, de las mazmorras de la Inquisición, la estaca de hierro, los pálidos

ojos de Teren, la multitud cantando en mi contra. Recuerdo que siempre me acurruqué en la

parte superior de mi escalera, pretendiendo gobernar desde lo alto. Puedo elevarme por

encima de todo esto, si me convierto en uno de ellos. Me pueden mantener a salvo.

De repente, en la presencia de este Joven Élite, el poder del Eje de la Inquisición

parece estar muy lejos.

Puedo decir que Enzo está mirando cómo mi cabello y pestañas cambian de colores

muy ligeramente con la luz. Su mirada se detiene donde mi cabello oculta el lado de mi

rostro lleno de cicatrices. Me sonrojo. Estira una mano. Vacila allí, como si estuviera

esperando a que me asuste, pero me quedo muy quieta hasta que finalmente toca mi cabello

y lo remueve cuidadosamente lejos de mi rostro, exponiendo mis imperfecciones. Calor se

precipita al instante de sus dedos a través de mi cuerpo, una sensación emocionante que

envía mi corazón a latir con fuerza.

No dice nada por un tiempo. Entonces, retira el guante de una de sus manos. Suspiro.

Debajo de la piel, su mano es una masa de carne quemada, la mayor parte curada en gruesas

capas de tejido de horribles cicatrices que debe haber acumulado a lo largo de los años,

mientras que algunos puntos siguen siendo rojos y enojados. Sustituye el guante,

transformando la horrible vista en una de cuero negro y manchas de sangre. De poder.

—Embellece tus defectos —dice en voz baja—. Ellos se convertirán en tus activos. Y si

te conviertes en uno de nosotros, te voy a enseñar a manejarlos como un asesino blande un

cuchillo. —Sus ojos se estrechan. Su sutil sonrisa se vuelve peligrosa—. Así que. Dime,

pequeño lobo. ¿Quieres castigar a aquellos que te han hecho daño?


uy tarde en Estenzia.

M

Teren espera detrás de un revestimiento de columnas en el patio

principal del palacio, su corazón en su garganta, el blanco de su capa de

Líder Inquisidor se mezcla con el mármol. Sombras y luz de sol juegan en

su rostro. Más arriba en el camino del patio y parcialmente oculta por

enredaderas de rosas, la reina de Kenettra camina sola, su oscuro cabello

amontonado en su cabeza en una caída de rulos, su piel un tono cálido bajo el sol. Su

majestad, reina Giulietta I de Kenettra.

Teren espera hasta que ella está lo suficientemente cerca. Cuando camina de largo, él

agarra su muñeca y la jala suavemente a las sombras detrás de la columna.

La reina deja escapar un suave jadeo, luego sonríe ante la vista de él.

—Estás de regreso de Dalia —susurra ella—. Y de vuelta en tus travesuras de niño, por

lo que veo.

Teren la presiona duramente contra el pilar. Sus labios rozan contra la piel del cuello

de ella. Su vestido luce un corte particularmente bajo hoy, haciendo hincapié en la curva de

sus pechos, y él se pregunta con un arrebato de celos si lo usa como una tentación para el

rey, o para él. El rey es un hombre mayor, bien en sus cuarentas. Teren tiene diecinueve. ¿Le

gusto por mi juventud? Tal vez me ve como a un chico, cuatro años muy joven para ella. Él

se sorprende otra vez de lo suertudo que es, de haber atraído la atención de la realeza.

—Volví anoche —le susurra en respuesta. La besa profundamente—. ¿Extrañó verme,

Su majestad?

La reina deja salir un suspiro mientras él besa la línea de su mandíbula. Sus dedos se

deslizan a lo largo de los surcos de su cinturón de plata, y él se arquea hacia ella en anhelo.

—Sí. —Ella lo detiene por un momento para darle un vistazo nivelado. Sus ojos son

muy oscuros, tan oscuros que a veces parecen totalmente vacíos. Como si él pudiera

encontrar su muerte en ellos—. Así que, ¿se la llevaron?

—Lo hicieron.

—¿Y serás capaz de encontrarla otra vez?

Teren asiente una vez.

—No sé qué maldición los dioses nos han traído, al darnos demonios como estos, pero

te prometo, ella será nuestra ventaja. Me va a guiar a ellos. Ya he reunido cinco patrullas de

mis mejores hombres.

—¿Y la hermana de la chica? La mencionaste en tu reporte.


Teren inclina su cabeza.

—Sí, Su majestad. Violetta Amouteru está en mi custodia. —Sonríe brevemente—. Está

sana y salva.

La reina sonríe en aprobación. Extiende la mano y deshace un broche del cuello del

uniforme de él, dejando al descubierto el hueco de su garganta, luego lo traza con un

delgado dedo. Una respiración se escapa de él. Dioses, te deseo. Te amo. No soy digno de

ti. Ella presiona sus labios, perdida en sus propios pensamientos, y luego lo mira a los ojos

otra vez.

—Hazme saber cuando encuentren a la chica. No me gusta como esos Élites están

avergonzando a la corona.

Haría cualquier cosa por ti.

—Como usted ordene, su majestad.

Giulietta toca su mejilla afectuosamente. Su mano es fría.

—El rey estará encantado de oírlo, tan pronto como salga de la cama de su amante. —

Enfatiza sus últimas palabras.

El ánimo de Teren se oscurece por eso. El rey se supone que está en una reunión con su

consejo en este momento, no retozando en la cama con un amante. Él no es rey. Es un

duque con el que la reina fue forzada a casarse. Un ruidoso, arrogante e irrespetuoso

duque. Baja sus labios a los de ella, luego le roba otro largo beso. La voz de él se vuelve

tierna y dolorosa.

—¿Cuándo puedes venir a mí otra vez? Por favor.

—Volveré a ti esta noche. —Le sonríe cuidadosamente, una llena de calculados

secretos. Es la sonrisa de alguien que sabe exactamente qué decirle a un niño soldado

locamente enamorado. Lo jala lo suficientemente cerca para susurrar en su oído—: Te he

extrañado también.



or una semana, nunca dejo mi alcoba. Floto dentro y fuera de mi conciencia,

P

despertando solo para comer los pasteles y codornices asadas traídas

diariamente a mi habitación, y dejar a la criada cambiar mi bata y vendajes.

A veces Enzo me revisa, su rostro sin expresión y sus manos con guantes,

pero nadie aparte de él o la criada me visita. No más información de la

Sociedad de la Daga. Qué van a hacer conmigo ahora, no tengo idea.

Más días pasan. Prosperiday. Aevaday. Moraday. Amareday. Sapienday 2 . Imagino qué

está haciendo Violetta ahora, y si se está preguntando lo mismo sobre mí. Si está a salvo o

no. Si me está buscando, o continuando con su vida.

Para cuando Prosperiday llega otra vez, me he recuperado lo suficiente como para estar

sin vendas. El roce en las muñecas y los tobillos se ha desvanecido a contusiones leves, y la

hinchazón en mi mejilla ha desaparecido, volviendo mi rostro a la normalidad. Estoy más

delgada, sin embargo, y mi cabello se ha vuelto un desastre de nudos, el lugar donde mi

padre tiró de mi cuero cabelludo todavía sensible. Me estudio enfrente del espejo cada

noche, mirando cómo la luz de la vela salpica naranja en mi rostro, cómo ilumina la piel con

cicatrices por encima de mi ojo faltante. Oscuros pensamientos nadan en las alejadas

esquinas de mi mente. Algo está vivo en esos susurros, arañando por mi atención,

haciéndome señas entre las sombras, y tengo miedo de escucharlas.

Me veo igual. Y también me veo como una completa extraña.

Voces fuera de mi alcoba me sacan de mi sueño y dentro del oro de la luz de la mañana.

Me quedo muy quieta, escuchando la conversación que llega a través de la puerta. Enzo y mi

criada.

2 Días de la semana.


—… negocios por atender. Señora Amouteru. ¿Cómo está ella?

—Mucho mejor. —Una pausa—. ¿Qué debería hacer con ella hoy, su alteza? Ella está

bien ahora, y creciendo su inquietud. ¿Debo llevarla alrededor de la corte?

Una breve pausa. Me imagino a Enzo ajustando sus guantes, su rostro girado lejos de la

criada, viéndose tan desinteresado como parece. Finalmente:

—Llévala a Raffaele.

—Sí, su alteza.

La conversación termina ahí. Escucho pasos haciendo eco en el pasillo, luego

debilitándose y desapareciendo totalmente. Una extraña decepción me golpea con el

pensamiento de que Enzo no estará ahí. Había esperado poder preguntarle más cosas. La

corte, así es como la criada había llamado a este edificio donde todos nos estamos

quedando. ¿Qué tipo de corte? ¿Un estado real? ¿Quién es Raffaele?

Me quedo en la cama y espero hasta que la criada se apresura dentro.

—Buenos días, señora —dice desde detrás de una brazada de sedas y un tazón de agua

hirviendo—. ¡Mira eso! Mucho más rosa en tus mejillas. Adorable.

Qué extraño, alguien me hace cumplidos todo el tiempo y atiende cada uno de mis

caprichos. Pero sonrío agradeciendo. Mientras ella me friega y luego me viste con un vestido

blanco y azul, peino mechones de mi cabello a lo largo de mi ojo perdido. Hago una mueca

cuando pasa un peine a lo largo de la parte lastimada de mi cuero cabelludo.

Finalmente, estamos listas. Me guía hacia la puerta, y respiro profundo cuando doy un

paso fuera de mi alcoba por primera vez.

Nos dirigimos a un estrecho pasillo que se ramifica en dos. Estudio las paredes.

Pinturas de los dioses las adornan, colas de hermosas Pulchritas emergentes del mar y

Laetes jóvenes que caen de los cielos, los colores tan vivos como si hubieran sido encargados

hace solo una semana. Mármol veteado perfila el arco del techo. Miro el pasillo por tanto

tiempo que empiezo a quedarme atrás, y solo cuando la criada me llama para que me apure

giro mi vista lejos y apuro mis pasos. Mientras caminamos, trato de pensar en algo que

decirle, pero cada vez que abro mi boca, la criada sonríe cortésmente y luego aparta la

mirada en desinterés. Decido quedarme callada. Tomamos otra vuelta, y luego

abruptamente nos detenemos ante lo que parece como una sólida pared y una línea de

columnas.

Ella pasa una mano a lo largo del costado de una columna, luego empuja la pared.

Miro, petrificada, que la pared de desliza hacia un lado para revelar un nuevo pasillo detrás

de ella.

—Ven, joven señora —dice la criada sobre su hombro. Estupefacta, la sigo. La pared se

cierra detrás de nosotras, como si nada hubiera existido más allá de ella.

Cuanto más caminamos, más curiosa me vuelvo. El plan tiene sentido, claro. Si este es

un lugar donde los Jóvenes Elites se quedan, asesinos buscados por la Inquisición, entonces

ellos no tendrían una puerta por la que tú puedas simplemente entrar y salir directo de la

calle. Los Élites son un secreto escondido detrás de las paredes de otro edificio. ¿Pero qué es

esta corte?


La criada finalmente se detiene en un alto conjunto de puertas al final del pasillo. Las

puertas dobles están elaboradamente grabadas con una imagen de Amare y Fortuna, dios

del Amor y diosa de la Prosperidad, enredados en un íntimo abrazo. Contengo mi aliento.

Ahora sé dónde estoy.

Este lugar es un burdel.

La criada empuja las puertas dobles abiertas. Nos adentramos en una sala de estar

gloriosamente decorada con una puerta a lo largo de sus paredes que probablemente

conduce a un dormitorio. El pensamiento enrojece mis mejillas. Parte de la sala está abierta

a un frondoso patio. Longitudes translúcidas de seda cubren el bajo del techo, revolviéndolo

ligeramente y senderos de campanillas de plata cantan en la brisa. El aroma de jazmín

cuelga en el aire.

La criada golpea en la puerta de la alcoba.

—¿Sí? —responde alguien. Incluso amortiguada por la puerta, puedo decir cómo

inusualmente hermosa es la voz. Como la de un juglar.

La criada inclina su cabeza, incluso aunque no haya nadie más que yo para notarlo.

—La señora Amouteru está aquí para verlo.

Silencio. Luego escucho el suave arrastre de pies, y un momento después, la puerta se

abre. Me encuentro mirando a un chico que me deja sin palabras.

Un famoso poeta de Tierra de Sol una vez describió a un hermoso rostro como “uno

besado por la luna y el agua,” un himno a nuestras tres lunas y la belleza de su luz en el

océano. Él le dio a exactamente dos personas este alago: a su madre, y a la última princesa

del imperio Feishen. Si estuviera vivo para ver a quien estoy viendo ahora, lo añadiría como

tercero. La luna y el agua deben amar a este chico desesperadamente.

Su cabello, negro y brilloso, cae a través de uno de sus hombros en una trenza floja de

seda. Su piel de oliva es lisa, sin defectos, brillando intensamente. El almizcle débil de lirios

nocturnos lo envuelve en un velo, embriagador, prometiendo algo prohibido. Estoy tan

distraída por su apariencia que me toma un momento notar su marca, bajo las baldaquines

de pestañas largas y oscuras, uno de sus ojos es del color de la miel bajo la luz del sol,

mientras que el otro es el verde verano brillante de la esmeralda.

La criada nos asiente una despedida apresurada, y luego desaparece por el pasillo,

dejándonos solos. El muchacho me sonríe, exponiendo hoyuelos.

—Es un placer conocerte, mi Adelinetta. —Toma mis manos y se inclina para darme un

beso en cada mejilla. Me estremezco ante la suavidad de sus labios. Sus manos son frescas y

suaves, sus dedos delgados y rodeados con anillos de oro fino, sus uñas relucientes. Su voz

es tan lírica como sonaba a través de la puerta—. Soy Raffaele.

Un movimiento detrás de él me distrae. A pesar de la alcoba con poca luz, descubro los

suaves contornos de otra persona dando vueltas en la cama, sus cortos cabellos castaños

capturan la luz. Echo un vistazo atrás a Raffaele. Es un burdel, naturalmente. Raffaele debe

ser un cliente.

Raffaele nota mi duda, luego se sonroja y baja sus pestañas en un solo barrido. Nunca

en mi vida he visto un gesto tan agraciado.

—Me disculpo. Mi trabajo frecuentemente continúa hasta la mañana.


—Oh —me las arreglo para responder. Soy una tonta. Él no es un cliente del todo. El

hombre adentro es el cliente, y Raffaele es el consorte. Con un rostro como este, debería

haberlo sabido inmediatamente, pero para mí, un consorte significa un prostituto de calle.

Pobres, trabajadores desesperados vendiéndose a sí mismos a los costados de los caminos y

en burdeles. No un trabajo de arte.

Raffaele mira otra vez a su alcoba, y cuando parece que su cliente ha vuelto a caer en

un profundo sueño, da un paso fuera y cierra la puerta sin hacer ruido.

—Príncipes comerciantes tienden a dormir hasta tarde —dice con una delicada sonrisa.

Luego me asiente para que lo siga. Me maravillo de la simple elegancia de sus movimientos,

afinados a la perfección en la forma que supongo un consorte de clase alta sería. ¿Todo este

salón y patio le pertenecen?—. Sentir tu energía tan cerca es un poco abrumador —dice.

—¿Me puedes sentir?

—Fui quien te descubrió primero.

Frunzo el ceño a eso.

—¿Qué quieres decir?

Raffaele nos guía fuera de la sala de estar y dentro del pasillo, hasta que alcanzamos un

largo jardín de fuentes. La brisa peina su cabello, revelando varios filamentos brillantes de

zafiro brillando bajo las líneas de joyas negras en movimiento contra un lienzo nocturno.

Una segunda marca.

—La noche que huiste de casa —dice mientras camina—. Hiciste una pausa en el

mercado central de Dalia.

Retrocedo ante el recuerdo. La cara lavada de mi padre por la lluvia, dividida en una

sonrisa amenazadora, parpadea ante mí.

—Sí —susurro.

—Enzo me envió al sur de Kenettra por varias semanas, para encontrar a aquellos

como tú. Pude sentirte en el instante en el que llegué a Dalia. Tu atracción era débil, sin

embargo, algo que vino y se fue, y me tomó varias semanas para acotar la búsqueda a tu

distrito. —Raffaele se detiene ante la fuente más grande en el jardín—. Pero la primera vez

que te vi fue en el mercado. Te vi cabalgar hacia la lluvia. Naturalmente, envié palabras de

regreso a su alteza de inmediato.

Alguien me había estado efectivamente observando esa noche. Un chico que puede

sentir a aquellos como yo, como nosotros. Esa debe ser su habilidad, justo como el fuego

para Enzo, yo con la ilusión.

—¿Entonces reclutas Jóvenes Elites para la Sociedad de la Daga?

—Sí. Ellos me llaman el Mensajero, y la caza es siempre una aventura, de cada miles

de malfettos, está ese uno. Después de que un recluta potencial cae en las manos de la

Inquisición, sin embargo, es difícil salvarlo a tiempo. Eres la primera que hemos sacado

directamente de su alcance. —Raffaele me guiña un ojo enjoyado—. Felicidades.

El Verdugo. El Mensajero. Una sociedad llena de nombres dobles y significados

ocultos. Respiro profundo, preguntándome sobre los otros nombres de los que he oído

rumores.


—Nadie me dijo que este lugar era un… un burdel —digo.

—Una corte del placer —especifica Raffaele—. Los burdeles son para personas pobres y

sin gusto.

—Una corte del placer —repito.

—Nuestros clientes vienen a nosotros por música y conversación, belleza, risa e

ingenio. Cenan y beben con nosotros. Se olvidan de sus preocupaciones. —Sonríe

tímidamente—. A veces fuera de la alcoba. Otras veces dentro.

Lo miro cautelosamente, de reojo.

—¿Y espero no tener que volverme un consorte para unirme a la Sociedad de la Daga?

Sin ofenderte, claro —agrego en un apuro.

La suave risa de Raffaele me responde. Como todo lo demás sobre él, su risa está

perfectamente refinada, tan hermosa como campanas de verano, un sonido que llena mi

corazón de luz.

—Dónde duermes no es lo que eres. No tienes la edad, mi Adelinetta. Nadie en la Corte

Fortunata te obligará a servirles a los clientes, a menos que, por supuesto, tal trabajo te

interese.

Mi rostro quema por la sugerencia.

Raffaele nos guía alrededor del lado del jardín. Fuera de aquí, el viento trae consigo el

dulce olor de la primavera. Puedo decir que el burdel, corte del placer, está situada en el

lado de una colina ondulada, y cuando alcanzamos una buena vista, diviso la ciudad abajo.

Aguanto mi aliento.

Estenzia.

Cúpulas de ladrillos rojos y anchos, calles limpias. Chapiteles curvos, arcos de barrido.

Estrechas callejuelas cubiertas de coloridas flores y enredaderas. Elevándose monumentos

que brillan bajo el sol. Gente bulliciosa de edificio en edificio, caballos que tiran los carros

cargados con barriles y cajas. Las estatuas de mármol de los doce dioses y ángeles, sus pies

cubiertos con flores, se alinean en las principales plazas. Cientos de barcos tiran dentro y

fuera del puerto, galeones grandes y chicos, carabelas de mercurio, sus velas brillantes de

color marrón y blanco contra el azul profundo del mar, sus banderas un arcoíris de los

reinos de todo el mundo. Góndolas se deslizan entre ellas, las luciérnagas entre gigantes.

Una campana repica en algún lugar a la distancia. Lejos en el horizonte, los contornos

borrosos de una cadena de islotes aparecen antes de la plenitud del Mar Sol. Y hasta en el

cielo…

Suspiro de placer cuando una enorme criatura parecida a una mantarraya se desliza

perezosamente a través del puerto de la ciudad, sus carnosas alas suaves y traslúcidas en la

luz, su cola se extiende detrás de ella en una larga línea. Alguien, un pequeño punto casi

perdido de vista, monta en su espalda. La criatura deja escapar una nota inquietante que

hace eco a través de la ciudad.

—¡Un balira! —exclamo.

Raffaele me mira por encima de su hombro, su gesto tan suave y real que uno le podría

confundir con la realeza. Sonríe a mi alegría.


—Hubiera pensado que a menudo los veías transportando carga en Dalia, dada tu

ubicación cerca del arco cascada.

—Nunca tan cerca.

—Ya veo. Bueno, tenemos aguas cálidas y poco profundas, por lo que se reúnen aquí en

el verano para dar a luz. Te saciarás, confía en mí.

Niego y continúo tomando la escena.

—Esta ciudad es hermosa.

—Solo para un recién llegado. —Su sonrisa decae—. No somos como las naciones de

Tierra de los Cielos, donde la fiebre de sangre fue leve y donde sus pocas personas marcadas

son celebradas. Estenzia fue devastada por la fiebre. Ha sufrido desde entonces. El comercio

decae. Piratas plagan nuestras rutas. La ciudad crece más pobre, y la gente tiene hambre.

Los malfettos son los chivos expiatorios. Una chica malfetto fue asesinada ayer, apuñalada a

muerte en las calles. La Inquisición hace la vista gorda.

Mi entusiasmo se desvanece. Cuando miro de nuevo a la ciudad por debajo de

nosotros, me doy cuenta de las muchas tiendas tapiadas, los mendigos, las capas blancas de

Inquisidores. Me aparto incómodamente.

—La historia no es muy diferente en Dalia —murmuro. Un breve silencio—. ¿Dónde

están los otros Elites?

Nos encontramos con una pared blanca de piedra detrás de una esquina estrecha del

patio, situada de tal manera que nunca pensarías detenerte aquí a menos que lo supieras.

Raffaele pasa los dedos a lo largo de la pared antes de empujarla, y para mi sorpresa, se abre

deslizándose silenciosamente. Una ráfaga de aire frío nos saluda. Me asomo. Escaleras de

piedra desgastada serpentean hacia la oscuridad.

—No pienses en ellos —responde—. Hoy, solo estamos tú y yo. —Un extraño cosquilleo

agradable corre por mi cuello. No dice más, y decido no presionarlo para obtener más

información.

Nos dirigimos hacia la oscuridad. Raffaele saca una pequeña linterna de la pared y la

enciende, y el resplandor tenue forma siluetas negras y anaranjadas en la oscuridad. Todo lo

que puedo ver son los pasos justo delante de mí y los pliegues de la túnica de Raffaele. Una

corte de placer con tantos espacios secretos.

Después de un tiempo, las escaleras llegan a su fin frente a otra pared en

blanco. Raffaele desbloquea ésta también. Se abre con un chirrido pesado. Nos adentramos

en una habitación iluminada por manchas de luz de una rejilla en el techo, aquella luz

ilumina las motas de polvo que flotan en el aire. El musgo cubre las barras de la rejilla. En

una esquina, una mesa está llena de pergaminos y mapas, planetarios extraños que

representan las trayectorias de las lunas, y los libros iluminados. El espacio huele fresco,

húmedo.

Raffaele se acerca a la mesa y empuja algunos de sus papeles a un lado.

—No te alarmes —dice.

De repente me tenso.

—¿Por qué? ¿Qué estamos haciendo aquí?


Raffaele no se fija en mí. En cambio, abre un cajón de la mesa y saca varios tipos

diferentes de piedras. Piedras en realidad no es la mejor palabra. Estas son gemas, en bruto

y sin pulir, recién extraídas de la tierra. Algo parece familiar en esto. Sí, lo recuerdo ahora,

los operadores en las calles, durante las lunas de cobre, colocan piedras pintadas delante de

un niño y luego les dicen acerca de su personalidad.

—¿Estamos en algún tipo de juego? —pregunto.

—No del todo. —Enrolla sus mangas—. Antes de que puedas convertirte en uno de

nosotros, debes pasar una serie de pruebas. Hoy es la primera de esas pruebas.

Trato de lucir calmada.

—¿Y cuál es la prueba?

—Cada Elite responde a la energía de una manera única, y cada Elite tiene una fuerza y

debilidad diferente. Algunas personas responden a la fuerza y valentía. Otros son sabios y

lógicos. Y otros se rigen por la pasión. —Baja la mirada a las gemas—. Hoy, vamos a

averiguar quién eres. Cómo tu energía específica se conecta con el mundo.

—¿Y para qué son estas piedras preciosas?

—Nosotros somos los hijos de los dioses y los ángeles. —Una sonrisa amable aparece

en el rostro de Raffaele—. Se dice que las gemas son persistentes recuerdos de donde las

manos de los dioses tocaron la tierra durante la creación. Ciertas gemas llamarán al tipo

específico de energía que fluye en ti. Funcionan mejor en su forma natural. —Raffaele

sostiene una de las gemas. A la luz, se ve irregular y clara—. Diamante, por ejemplo. —Lo

baja y recoge otro, este tiene un tinte azul—. Veritium también. Hay cuarzo prase, piedra de

luna, ópalo, aguamarina. —Pone una tras otra. Por último, doce gemas diferentes se ubican

en la mesa, cada una de un color diferente brillando bajo la luz—. Y piedra de la noche —

termina—. Una para cada uno de los dioses y los ángeles. Algunas te llamarán más que otras.

Miro, ahora más confundida que desconfiada.

—¿Por qué me dices que no me alarme?

—Porque en un momento, vas a sentir algo muy extraño. —Raffaele me tiende una

mano, haciendo un gesto para que me ubique en el centro de la habitación. Luego comienza

a colocar las piedras preciosas en un círculo cuidadoso alrededor—. No luches contra

ello. Solo cálmate y deja que la energía fluya.

Dudo, luego asiento.

Termina de colocar las gemas. Me giro en mi lugar, mirando a cada una de ellas con

creciente curiosidad. Raffaele da un paso atrás, me observa por un momento, y luego se

cruza de brazos con un movimiento de sus mangas de seda.

—Ahora, quiero que te relajes. Despeja tu mente.

Inhalo profundamente, y luego trato de hacer lo que dice.

Silencio. No pasa nada. Sigo mis pensamientos, pensando en aguas tranquilas, en la

noche. Cerca, Raffaele baja la cabeza en un gesto casi imperceptible.

Siento un cosquilleo extraño en mis brazos y en la parte posterior de mi

cabeza. Cuando bajo la vista a las piedras, veo ahora que cinco de ellas han empezado a


brillar, como iluminadas desde dentro, en tonos de color carmesí, blanco, azul, naranja y

negro.

Raffaele se desliza alrededor en un círculo lento, con los ojos encendidos de curiosidad.

La forma en que me está dando vueltas se siente casi depredadora, sobre todo cuando se

pasa al lado débil de mi visión y tengo que volver el rostro a fin de seguir mirándolo. Levanta

un pie ligeramente, su zapatilla enjoyada alejando cada piedra que no brilla. Recoge las

cinco piedras restantes, vuelve a la mesa de trabajo, y las coloca con cuidado.

Diamante, roseite, veritium, ámbar, piedra de la noche. Me muerdo el labio,

impaciente por saber lo que significan aquellas cinco.

—Bien. Ahora, quiero que mires al diamante. —Por un momento, Raffaele no se

mueve. Todo lo que hace es mirarme directamente, su mirada tranquila y nivelada, sus

manos sueltas a los costados. La distancia entre nosotros parece tararear con la vida. Trato

de concentrarme en la piedra y evitar temblar.

Raffaele inclina la cabeza.

Suspiro. Una ráfaga de energía me atraviesa, algo fuerte y ligero que amenaza con

levantarme del suelo. Me equilibro contra la pared. Una memoria corre a través de mi

mente, tan viva y brillante que podría jurar que estaba reviviéndola:

Tengo ocho años de edad, y Violetta seis. Corremos a saludar a nuestro padre, que

acaba de regresar de un viaje de un mes a Estenzia. Levanta a Violetta, se ríe, y le da

vueltas. Ella chilla de placer mientras permanezco a un lado. Esa misma tarde, reto a

Violetta a una carrera a través de los árboles detrás de nuestra casa. Tomo una ruta que está

llena de rocas y grietas, a sabiendas de que ella acaba de recuperarse de una fiebre y sigue

estando débil. Cuando Violetta tropieza con una raíz, cayendo de rodillas, sonrío y no me

detengo a ayudarla. Sigo corriendo, corriendo, corriendo hasta que el viento y yo nos

convertimos en uno. No necesito a mi padre girándome en círculos. Ya puedo volar. Más

tarde esa noche, estudio el lado lleno de cicatrices y sin ojo de mi rostro, las hebras de mi

cabello plateado. Luego recojo mi cepillo y rompo el espejo en mil pedazos.

El recuerdo se desvanece. El brillante resplandor pulsa en el interior del diamante por

un momento antes de desaparecer. Suelto un suspiro tembloroso, perdida en una neblina de

maravilla y culpa en la memoria.

¿Qué fue eso?

Los ojos de Raffaele se ensanchan, entonces se estrechan. Baja la mirada hacia el

diamante. Le echo un vistazo también, casi esperando que brille con un poco de color, pero

no veo nada. Tal vez estoy demasiado lejos como para notarlo. Me mira.

—Fortuna, diosa de la prosperidad. Los diamantes muestran tu alineación con el poder

y la ambición, el fuego dentro de ti. Adelina, ¿puedes sostener tus brazos a cada lado?

Dudo, pero cuando Raffaele me sonríe alentadoramente, hago lo que me pide, tiendo

mis brazos para que estén paralelos al suelo. Raffaele mueve el diamante a un lado y lo

reemplaza por el veritium, ahora bañado en luz. Me estudia un poco, luego se extiende y

pretende tirar de algo invisible en el aire. Siento una sensación de empuje extraña, como si

alguien estuviera tratando de empujarme a un lado, buscando mis secretos. Instintivamente

lo empujo de vuelta. El veritium destella y emite un resplandor azul brillante.

El recuerdo viene esta vez:


Tengo doce. Violetta y yo nos sentamos juntas en nuestra biblioteca, donde le leo un

libro de catalogación de flores. Todavía recuerdo esas páginas iluminadas, el pergamino

arrugándose como hojas secas. Las rosas son tan hermosas, Violetta suspira en su manera

inocente, admirando las imágenes del libro. Como tú. Me quedo en silencio. Un rato

después, cuando ella se va a jugar en el clavicordio con padre, me aventuro al jardín a mirar

nuestros rosales. Estudio una de las rosas con cuidado y, a continuación, miro mi dedo

anular torcido que mi padre rompió años atrás. En un extraño impulso, me acerco y cierro

mi mano con fuerza alrededor del tallo de la rosa. Una docena de espinas punzan la carne de

mi palma. Quieta, aprieto mi mandíbula y cierro mi puño tan duro como puedo. Tienes

razón, Violetta. Finalmente suelto el tallo, mirando con asombro la sangre que emana de mi

mano. Escarlata tiñe las espinas. El dolor realza la belleza, recuerdo que pensé.

La escena se desvanece. Nada más ocurre. Raffaele me dice que me voltee de nuevo, y

cuando lo hago, me doy cuenta de que la veritium está brillando en un azul pálido. Al mismo

tiempo, emite una nota trémula de la música que me recuerda a una flauta rota.

—Sapientus, dios de la sabiduría —dice Raffaele—. Te alineas con el veritium por la

verdad en uno mismo, el conocimiento y la curiosidad.

Pasa a la roseite sin decir nada más. Para esta, me atrae hacia él y me dice que tararee

en frente de ella. Cuando lo hago, un hormigueo leve baja por mi garganta,

entumeciéndola. La piedra se ilumina en rojo durante un largo momento, y luego se

desvanece en una lluvia de purpurina. La memoria que lo acompaña:

Tengo quince. Padre ha dispuesto que varios pretendientes vengan a nuestra casa y nos

echen un vistazo a ambas, a Violetta y a mí. Violetta permanece recatada y dulce todo el

tiempo, su pequeña boca fruncida en una sonrisa de color rosa. Odio cuando me miran

también, siempre me dice: “Pero hay que intentarlo, Adelina”. La atrapo delante de su

espejo, tirando de su escote hacia abajo para que muestre más de sus curvas, sonriendo a la

forma en que su cabello cae sobre sus hombros. No sé qué hacer con ella. Los hombres la

admiran en la cena. Se ríen y tintinean sus copas. Sigo el ejemplo de Violetta; coqueteo y

sonrío tan duro como puedo. Noto el hambre en sus ojos cada vez que me miran, la forma en

que sus miradas permanecen en la línea de mi clavícula, mis pechos. Sé que me quieren

demasiado. Simplemente no me quieren como esposa. Uno de ellos bromea acerca de

acorralarme la próxima vez que camine sola en nuestro jardín. Me río con él. Me imagino

mezclando veneno en su té, y luego ver su rostro volverse púrpura y angustiado; imagino

que me inclino sobre él, mirándolo con paciencia, con mi barbilla apoyada en las manos,

admirando su moribundo cuerpo retorciéndose mientras cuento los minutos. Violetta no

piensa este tipo de cosas. Ella ve la felicidad y la esperanza, el amor y la inspiración. Es

como nuestra madre. Yo soy como nuestro padre.

Otra vez la memoria desaparece en el aire, y de nuevo me encuentro mirando a

Raffaele. Hay una desconfianza en su mirada ahora, distancia mezclada con intereses.

—Amare, dios del amor —dice—. Roseite, por la pasión y la compasión en uno mismo,

rojo y cegador.

Por último, sostiene el ámbar y piedra de la noche. El ámbar emite un bello color

dorado-naranja, pero la piedra de la noche es una roca fea, oscura y llena de bultos y sin

brillo.

—¿Qué hago ahora? —pregunto.


—Sostenlas. —Toma una de mis manos entre las suyas. Me sonrojo por la suavidad de

la palma de su mano, lo apacible que sus dedos se sienten. Cuando roza mi dedo roto, me

estremezco y me aparto. Se encuentra con mi mirada. A pesar de que no pregunta por qué

reaccioné al tacto, parece entender—. Va a estar bien —murmura—. Mantén tu mano

abierta. —Lo hago, y él coloca cuidadosamente las piedras en mi mano. Mis dedos se cierran

alrededor de ellas.

Un choque violento ondula a través de mí. Una oleada de amarga furia. Raffaele salta

hacia atrás, jadeo, entonces me desplomo al suelo. Los susurros en los rincones oscuros de

mi mente ahora se liberan de sus jaulas y llenan mis pensamientos con su ruido. Traen un

aluvión de recuerdos, de todo lo que ya he visto y todo lo que he luchado para suprimir. Mi

padre rompiendo mi dedo, gritándome, golpeándome, ignorándome. La noche en la

lluvia. Sus costillas rotas. Las largas noches en los calabozos de la Inquisición. Los ojos

incoloros de Teren. La multitud burlándose de mí, tirándome piedras a la cara. La estaca de

hierro.

Cierro mi ojo fuertemente y presiono mis manos con fuerza en mis orejas en un

desesperado intento de bloquear todo, pero la vorágine crece más fuerte, una cortina de

oscuridad que amenaza con tirarme abajo. Papeles vuelan desde el escritorio. El vidrio se

rompe de la linterna de Raffaele.

Para. Para. PARA. Voy a destruir todo con el fin de hacer que pare. Voy a destruirlos a

todos. Aprieto los dientes mientras mi furia se arremolina, hirviendo e implacable,

anhelando ser liberada. Por medio de la tempestad, oigo el duro susurro de mi padre.

Sé quién eres en realidad. ¿Quién va a quererte, Adelina?

Mi furia aumenta. Todo el mundo. Ellos serán humillados a mis pies, y los haré

sangrar.

Entonces los gritos se desvanecen. La voz de mi padre se desvanece, dejando recuerdos

de ello temblando en el aire. Me quedo en el suelo, todo mi cuerpo temblando con la

ausencia de mi ira inesperada, mi rostro bañado en lágrimas. Raffaele mantiene su

distancia. Nos miramos durante mucho tiempo, hasta que por fin se acerca para ayudarme a

levantar. Hace un gesto en la silla al lado de su mesa. Me siento agradecida, sumergiéndome

en la paz repentina. Mis músculos se sienten débiles, y apenas puedo mantener la cabeza en

alto. Tengo una necesidad repentina de dormir, soñar hasta que mi agotamiento

desaparezca.

Después de un rato, Raffaele se aclara la garganta.

—Formidite y Caldora, los ángeles gemelos del miedo y la furia —susurra—. Ámbar,

para el odio enterrado en el pecho de uno. Piedra de la noche, por la oscuridad en uno

mismo, la fuerza del miedo —duda, luego me mira a los ojos—. Algo ennegrece tu corazón,

algo profundo y amargo. Se ha enconado dentro de ti durante años, nutrido y

animado. Nunca he sentido nada igual.

Mi padre fue quien lo alimentó. Me estremezco al recordar las ilusiones horribles que

han respondido a mi llamada. En la esquina de la habitación, el fantasma de mi padre

acecha, parcialmente oculto detrás de la pared de hiedra. Él no está realmente allí, es una

ilusión, está muerto. Pero no hay duda de ello, puedo ver su silueta esperándome, su

presencia fría e inquietante.


Aparto la mirada de él, no sea que Raffaele crea que estoy perdiendo la cabeza.

—¿Qué...? —Empiezo, a continuación me aclaro la garganta—. ¿Qué significa?

Raffaele solo me guiña simpáticamente. Parece reacio a hablar de ello más a fondo, y

me encuentro con ganas de seguir adelante también.

—Veremos cómo Enzo se siente acerca de esto, y lo que esto significa para tu

entrenamiento —continúa en un tono más vacilante. Frunce el ceño—. Puede tomar algún

tiempo antes de que se te considere un miembro de la Sociedad de la Daga.

—Espera —le digo—. No entiendo. ¿No soy ya una de ustedes?

Raffaele se cruza de brazos y me mira.

—No, todavía no. La Sociedad de la Daga se compone de Jóvenes Élites que han

demostrado ser capaces de llamar a sus poderes cuando sea necesario. Ellos

pueden controlar sus talentos con un nivel de precisión que todavía no puedes

captar. ¿Recuerdas cómo Enzo te salvó, la forma en que controló el fuego? Tienes que

dominar tu capacidad. Llegarás allí, estoy seguro, pero todavía no estamos ahí.

La forma en que Raffaele dice todo esto suscita una advertencia en mí.

—Si todavía no soy una Daga, entonces, ¿qué soy? ¿Qué pasa después?

—Eres un aprendiz. Tenemos que ver si podemos entrenarte para calificar.

—¿Y qué pasa si no califico?

Los ojos de Raffaele, tan cálidos y dulces de antes, ahora parecen oscuros y

aterradores.

—Hace un par de años —dice suavemente—, recluté a un niño en nuestra sociedad que

podía llamar a la lluvia. Él parecía prometedor en el tiempo que teníamos muchas

esperanzas en él. Pasó un año. No podía aprender a dominar sus habilidades. ¿Has oído

hablar de la sequía que entonces azotó el norte de Kenettra?

Asiento. Mi padre había maldecido el aumento de los precios de los vinos, y corría el

rumor de que en Estenzia se vieron obligados a sacrificar cien caballos preciados porque no

podían darse el lujo de darles de comer. Las personas hambrientas. El rey envió a la

Inquisición y mató a cientos de personas durante los disturbios.

Raffaele suspira.

—El chico creó aquella sequía por accidente, y no pudo detenerlo. Cayó en pánico y

frustración. La gente culpa a los malfettos, por supuesto. Los templos

quemaban malfettos en la hoguera con la esperanza de que al sacrificarnos se acabaría la

sequía. El muchacho comenzó a actuar de forma extraña y errática, haciendo una escena

pública al tratar de conjurar la lluvia justo en el medio de una plaza de mercado, yendo a

escondidas hasta el puerto por la noche para tratar de sacar a las olas, y así

sucesivamente. Enzo no estuvo contento. ¿Ves? Alguien que no puede aprender a controlar

su energía es un peligro para todos nosotros. No operamos de forma gratuita. Mantenerte a

salvo aquí, alimentarte y darte ropa y refugio, entrenarte... todo esto cuesta dinero y tiempo,

pero sobre todo, cuesta nuestro nombre y reputación a los fieles a nosotros. Eres una

inversión y un riesgo. En otras palabras, tienes que demostrar que eres digna de ello. —

Raffaele hace una pausa para tomar mi mano—. No me gusta asustarte. Pero no voy a

ocultarte la seriedad con que tomamos nuestra misión. Esto no es un juego. No podemos


permitirnos un eslabón débil en un país que nos quiere muertos. —Su agarre se aprieta—. Y

voy a hacer todo lo que esté a mi alcance para asegurarme de que seas un eslabón fuerte.

Está tratando de consolarme, incluso en su honestidad. Pero hay algo que no me está

diciendo. En el breve espacio de silencio entre sus palabras, escucho todo lo que necesito

saber. Van a estar mirándome. Tengo que demostrar que puedo evocar mis poderes de

nuevo, y que puedo manejarlos con precisión. Si por alguna razón no puedo controlar mis

habilidades, ellos no solo me echarán de la Sociedad de la Daga. He visto sus rostros, dónde

se quedan, y lo que hacen. Sé que el príncipe heredero de Kenettra es su líder. Sé

demasiado. Un eslabón débil en un mundo que nos quiere muertos. Ese eslabón débil

podría ser yo.

Si no puedo pasar sus pruebas, entonces van a hacer conmigo lo que deben haber

hecho con el chico que no podía controlar la lluvia. Me matarán.


edianoche. Toda la Corte Fortunata está dormida, y Raffaele está sentado

M

solo en sus aposentos, pasando las delicadas páginas de un libro sobre

lunas y mareas. Esperando. Finalmente, un suave golpe suena en su

puerta. Se levanta con un movimiento delicado, sus sedas con cuentas

brillan a la luz de las velas, y camina con pasos silenciosos para dejar

entrar al visitante. Enzo entra con un movimiento de túnicas oscuras, trayendo consigo el

aroma del viento, la noche y la muerte. Raffaele se inclina respetuosamente.

Enzo cierra la puerta tras él.

—El Torneo de las Tormentas —susurra—. Está confirmado. El rey y la reina harán una

rara aparición juntos allí. Será nuestra mejor oportunidad para abatirlos a ambos.

Raffaele asiente.

—Perfecto.

Enzo le frunce el ceño.

—Pareces cansado —dice—. ¿Estás bien?

El cliente de esta noche de Raffaele se había ido hacía una hora.

—Estoy bien —decide responder.

—¿Has visto a Adelina hoy?

—Sí.

—¿Y?

Le cuenta a Enzo sobre la prueba de Adelina. Cómo reaccionó a cada gema. Alude

brevemente a su alineación con el ámbar y la piedra nocturna, a su abrumadora atracción

hacia las piedras gemelas. Como temía, los ojos de Enzo se entrecierran con interés. Raffaele

tiembla ante su expresión. Ha reclutado muchos Élites para el joven príncipe en los últimos

años, pero ninguno ha mostrado nunca la misma alineación que Enzo al diamante, una

ambición tan feroz. Estar cerca de su energía es embriagador.

—Miedo y Furia —dice el príncipe pensando. A la luz de las velas, sus ojos brillan—.

Bueno. Esa es una primera vez.

Raffaele respira profundamente.

—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —pregunta.

Enzo mantiene sus manos enguantadas tras su espalda.

—¿Qué aconsejas?


—Deshazte de ella. Ahora.

—¿Después de todo ese trabajo, me estás diciendo que la mate?

La voz de Raffaele suena dolida pero firme.

—Enzo. Todos y cada uno de sus recuerdos están entrelazados con oscuridad. Es una

infección en su mente. Algo está muy mal en ella. Debería haberse manifestado pronto,

cuando era una niña, pero solo ahora ha empezado a encontrar su poder. Se ha construido

dentro de ella, y la energía se siente retorcida de una forma que me perturba. Ella todavía no

lo sabe, pero está hambrienta por usarlo. No sé cómo responderá a nuestro entrenamiento.

ella.

—Le tienes miedo —murmura Enzo, intrigado—. O tal vez temes tu fascinación por

Raffaele se queda callado. No. Temo tu fascinación por ella.

Los ojos de Enzo se suavizan.

—Sabes que confío en ti. Siempre lo he hecho. Pero deshacerse de ella sería un

desperdicio. Adelina tiene el potencial de ser muy útil.

—Será muy útil —concuerda Raffaele. Los mechones de color zafiro en su cabello

captan la luz. Mira de reojo a Enzo—. Si te obedece.

—Pronto recuperaré mi trono —susurra Enzo—. Y los malfettos ya no vivirán con

miedo. —Raffaele puede sentir la amenaza de fuego que emana del cuerpo de Enzo—.

Adelina tiene el potencial para llevarnos allí, incluso si ese potencial se encuentra dentro de

la oscuridad. Todos hemos visto lo que puede hacer. No tiene ninguna razón para volverse

en nuestra contra.

Raffaele duda.

—Ve con cuidado, Verdugo. Todavía no conocemos el alcance de su energía.

—Entonces entrénala. Veamos cómo le va. Si tu opinión sobre ella se mantiene, me

desharé de ella. Pero hasta entonces —dice, y sus ojos se endurecen—, se queda.

Estamos cometiendo un terrible error, piensa Raffaele, pero hace una reverencia de

todas formas.

—Como ordene, su alteza. —Mientras lo hace, su cabello cae hacia delante y expone su

cuello. Enzo se inclina, acercándose. Luego estira la mano y suavemente aparta el cabello del

cuello de Raffaele.

Moretones rojos y feos rodean la parte baja del cuello del consorte, como si alguien lo

hubiera intentado ahorcar. Solo ahora, mientras Enzo toca la barbilla de Raffaele e inclina

su rostro en dirección a la luz, se vuelven evidentes los tenues moratones en el borde de sus

labios.

Enzo mira a Raffaele a los ojos.

—¿Uno de tus clientes te ha hecho esto?

Raffaele permanece con la mirada baja. Pone el cuello de su ropa en su lugar, luego ata

su cabello por encima de un hombro con una cuerda brillante. No dice nada, sabiendo que

su silencio responde la pregunta de Enzo.

—Dime su nombre —murmura Enzo.


Raffaele no habla por un momento. La mayoría de sus clientes son amables con él,

incluso en medio de la pasión. Pero no todos. Los recuerdos de más temprano en la noche

vuelven, recuerdos de manos ásperas en su cuello, lanzándole contra la pared, golpeándole

en el rostro, insultos susurrados con dureza en su oído. Ocurre en ocasiones muy raras, y no

le gusta molestar a Enzo con los detalles. El trabajo de Raffaele es importante para los

Dagas, después de todo, puede que no tenga los mismos poderes que los otros, pero aunque

sus poderes no pueden matar, sí que hipnotizan. Muchos de sus clientes se enamoran tan

fervientemente de él que se convierten en patrocinadores leales de los Dagas. En su cama se

crean alianzas políticas.

Pero aun así. El trabajo viene con sus peligros. Primero debería contárselo a mi

señora; multará privadamente a mi cliente por su abuso y le prohibirá verme. En su lugar,

se encuentra con la mirada de Enzo. Su corazón suave se endurece. Pero no esta vez.

Algunos se merecen una pena mayor que una multa.

—Conde Maurizio Saldana —responde.

Enzo asiente una vez. Su expresión no cambia, pero las rayas escarlatas en sus ojos

arden brillantemente. Presiona un dedo enguantado contra el pecho de Raffaele. Su voz

emite una orden silenciosa.

—La próxima vez, no me ocultes secretos.

A la mañana siguiente, los Inquisidores encuentran el cuerpo desmembrado del conde

Maurizio Saldana clavado en su puerta principal, con la boca suspendida en un grito, su

cuerpo quemado más allá del reconocimiento.



ioletta tenía miedo a los truenos.

V

Cuando éramos muy pequeñas, se metía en mi habitación en el

momento en que una tormenta se desarrollaba. Se subía a mi cama, me

despertaba y enroscaba su pequeño cuerpo contra el mío, y yo envolvía un

abrazo a su alrededor y tarareaba el arrullo de mi madre mientras la

tormenta arrasaba fuera. No estoy orgullosa de admitirlo pero siempre me

había gustado su indefensión. Me hacía sentir poderosa. En esos breves momentos, era la

mejor.

Así es como mis sueños empiezan esta noche. Una tormenta oscura arrasa fuera de mis

ventanas. Sueño que me despierto en mi habitación para encontrar a Violetta apretujada

junto a mí, debajo de las sábanas, su espalda vuelta, su cuerpo temblando, los rizos de su

cabello negro extendido en mi almohada. Sonrío adormilada.

—Todo está bien, mi Violettina —susurro. Pongo mi brazo alrededor de sus hombros y

empiezo a tararear—. Solo es una tormenta.

Se pondrá peor, susurra de vuelta. Su voz suena extraña, como un siseo. Inhumana.

Dejo de tararear. Mi sonrisa se desvanece.

—¿Violetta? —murmuro. Muevo mi brazo y la ruedo para enfrentarme.

Donde debería estar la cara de Violetta, no hay nada.

La cama se derrumba debajo de mí, y de repente estoy cayendo. Me caigo, caigo, caigo.

Caigo por siempre.

Splash.

Me esfuerzo por salir a la superficie, jadeando y limpiando el agua de mis pestañas.

¿Dónde estoy? Estoy rodeada por todos lados por lo que parece un océano tranquilo, sin

tierra a la vista. Encima, el cielo es gris carboncillo. El océano es negro.

Estoy en las aguas del Inframundo. El reino de los muertos.

Sé esto inmediatamente porque la luz aquí no es como la luz del mundo viviente,

completa y entera, ahuyentando las sombras con su calidez. La luz aquí está muerta, lo

suficientemente débil para mantener todo en un constante estado gris, sin colores, sin

sonidos, solo un mar tranquilo. Miro el agua oscura. La vista envía una espiral de terror a

través de mi estómago. Profundo, negro y sin fin, lleno de fantasmagóricas siluetas de

monstruos deslizándose.

Adelina.


Un susurro me llama. Miro a mi lado. Una niña camina sobre la superficie del agua, su

piel tan pálida como la porcelana, cuerpo esquelético bajo sedas blancas, largos mechones

de cabello negro extendidos cruzando el océano como una red de hilos infinitos,

extendiéndose hasta donde los ojos no podían ver. Es Formidite, el ángel del miedo, la hija

de la Muerte. Quiero gritar, pero no sale ningún sonido. Se inclina hacia mí. Donde sus ojos

y nariz y boca deberían estar, solo puedo ver piel, como si alguien hubiera extendido una

tela apretadamente sobre su cara. Había sido a ella a quien abrazaba en mi habitación, no a

Violetta.

El miedo es poder, susurra.

Luego desde el agua, una mano huesuda me agarra y me hunde.

Me siento en la cama, temblando de pies a cabeza. Todo se desvanece, reemplazado

por mi habitación vacía en la Corte Fortunata. La lluvia golpea débilmente contra mi

ventana.

Después de unos momentos, inclino mi cabeza cansadamente contra mis brazos.

Imágenes de mi hermana merodean en mi mente, fragmentos de fantasmas. Me pregunto si

acaso está lloviendo donde está Violetta, y si está sin dormir debido a los truenos.

¿Qué voy a hacer? Intento, como siempre hago, agarrar la energía enterrada

profundamente en mí y sacarla a la superficie, pero no hay nada ahí. ¿Qué pasa si nunca

puedo hacerlo de nuevo? Bien, piensa una parte de mí. Tal vez no debería usar mis poderes

de nuevo. Aun así esta idea hace que mi estómago se revuelva.

¿Qué pasa si escapo hoy? ¿Escapar de los Dagas? Las palabras premonitorias de

Raffaele se repiten una y otra vez en mi mente. Había mencionado naciones en las frías

Tierra de los Cielos que veneraban a malfettos y Élites, podría huir hacia Kenettra y navegar

hacia el norte. Pero incluso mientras lo considero, sé que es peligroso e inútil. Cálmate,

Adelina, y piensa. Si estuviera intentando huir de un grupo de Jóvenes Élites, ¿cómo haría

para mantenerme por delante de ellos? Tienen poderes finamente pulidos, yo no. Lo

que sí tengo es al Eje de la Inquisición tras mi rastro, probablemente yendo a través del sur

de Kenettra en este mismo momento, esperando que haga un movimiento equivocado. Si no

pude escapar de la Inquisición la primera vez que intenté escapar, ¿cómo podía esperar

evadir también a los Dagas? No descansarían hasta atraparme, me habrían silenciado antes

de que pudiera revelar sus secretos. Podrían atraparme antes de que incluso alcanzara el

puerto, e incluso si pudiera abordar un barco hacia la Tierra de los Cielos, podrían

simplemente rastrearme allá. Probablemente me están viendo justo ahora. Estaré cuidando

mi espalda por siempre. Mis probabilidades son cercanas a imposibles.


Así que contemplo mi segunda opción.

¿Qué pasa si me convierto en una de ellos? ¿Qué más tengo que perder? No estoy

segura por mí misma que si me quedo con ellos. Pero si quiero sobrevivir, necesito

quedarme y probarme. Y para hacer eso, no solo necesito aprender cómo controlar mi

energía, también necesito hacer algunos aliados. Algunos amigos. Encararlo sola no ha me

resultado exactamente bien. Me estremezco cuando recuerdo la reacción que tuve a la

piedra nocturna, cómo, lo que sea que Raffaele hizo, había forzado una oscuridad dentro de

mí y la había traído hacia la superficie.

¿Qué si eso es quien soy? Sé realmente tú misma, me había dicho una vez Violetta

cuando estaba tratando en vano de ganarle a padre. Pero eso era algo que todos decían y

nadie tenía la intención que lo hicieras. Nadie quería que fueras tú misma. Ellos quieren que

seas la versión de ti que a ellos les gusta.

Bien. Si necesito ser gustada, querida, entonces eso es lo que haría. Ganaría la

aprobación de Enzo. Lo impresionaría.

Para el momento en que el amanecer finalmente se desliza en mi habitación y lo baña

en pálido dorado, estoy exhausta. Me revuelvo cuando alguien toca mi puerta débilmente.

Probablemente la criada de nuevo.

—Adelante —grito.

La puerta se abre un poco. No es la criada quien ha venido a verme, sino Raffaele. Esta

vez está ataviado con una hermosa capa negra ribeteada con espirales de oro, sus mangas

anchas e infladas. Delgadas cadenas de oro rodeaban su frente y cuello, ocultando la vista de

su cuello y su floja trenza de cabello sobre un hombro, hilos de zafiro colgando contra lo

oscuro como una pluma de pavorreal. Sus ojos de tono de joya estaban delineados con líneas

oscuras de polvo negro. Se veía incluso más impresionante de lo que recordaba y alejé mi

mirada con vergüenza.

—Buenos días —dice, acercándose y besándome en ambas mejillas. No muestra señales

de la duda que sintió hacia mí después del incidente de la gema—. Enzo y los otros han

regresado. —Me mira serio—. No los dejemos esperando.

Me visto rápidamente. Raffaele me guía nuevamente hacia un túnel secreto, la misma

dirección en que fuimos cuando probó mi energía. Esta vez, sin embargo, continuamos

caminando pasando la puerta de la habitación y alejándonos en el túnel hasta que nos traga

la oscuridad. Nuestros pasos hacen eco. Mientras vamos, el techo parece elevarse más y más

alto. Un olor frío y húmedo llena el aire.

—¿Qué tan lejos va esto? —susurro.

La suave voz de Raffaele flota desde adelante.

—Debajo de las calles de Estenzia se extienden las catacumbas de los muertos.

Las catacumbas. Me estremezco.

—Estos túneles llevan a través de toda la ciudad —continúa—. Conectan algunas de

nuestras casas de seguridad, los hogares y estados de nuestros patrocinadores. Hay tantos

túneles y tumbas bajo la ciudad que un gran número han sido olvidados a través del tiempo.

—Está húmedo aquí abajo.

—Rocío de primavera. Por suerte, estamos en terreno alto.


Finalmente alcanzamos una alta colección de puertas dobles. Joyas incrustadas en

madera antigua brillan en la luz baja. Las reconozco como el mismo tipo de gemas que

Raffaele utilizó para probarme.

—Pedí a uno de nuestros Élites que las incrustara —explica—. Solo la elevada energía

del toque de un Élite puede vincularse con gemas. Su energía, en turno, mueve los

interruptores dentro de las puertas para abrirlas. —Asiente—. Presenta tus respetos, mi

Adelinetta. Ahora estamos en el reino de los muertos.

Murmura una breve oración a Moritas, la diosa de la Muerte, para un paso seguro, y

sigo su ejemplo. Cuando terminamos, cierra una mano sobre una de las puertas incrustadas

con gemas.

Las gemas empiezan a brillar. Mientras lo hacen, una elaborada serie de clics suena

dentro, como desbloqueándose desde el interior. Observo con asombro. Una ingeniosa

cerradura. Raffaele me mira, y una chispa de simpatía parece encender sus ojos.

—Sé valiente —murmura. Luego arroja su peso contra las puertas. Se abren.

Una caverna enorme del tamaño de un salón de baile se cierne ante nosotros.

Linternas en las paredes iluminan albercas de agua que se encuentran a lo largo del suelo.

Las paredes están alineadas con arcos de piedra y pilares que lucen como si hubieran sido

talladas hace siglos, la mayoría de pie, algunas colapsadas y desperdigadas en el suelo.

Brillantes reflejos de pálida luz flotan sobre el agua, se enredan y cambian contra la piedra.

Todo aquí toma un aspecto verdoso. Puedo escuchar el goteo del agua viniendo desde algún

lejano lugar. Los frescos iluminados de los dioses decoran las paredes, deslavados por

antiguas entradas de agua a pesar de los mejores esfuerzos de los artistas. Puedo decir

inmediatamente que el arte tiene siglos de edad, el estilo de una era diferente. A lo largo de

las paredes hay nichos llenos de polvosas urnas, guardando las cenizas de generaciones

olvidadas.

Pero lo que realmente capta mi atención es el pequeño semicírculo de personas

esperando aquí abajo por nosotros. Además de Enzo, hay cuatro de ellos. Cada uno se voltea

en nuestra dirección, vistiendo una capa azul oscuro de la Sociedad de la Daga. Sus

expresiones son difíciles de leer, escalofriante en la luz tenue. Trato de estimar sus edades.

Deben tener mi edad, aquellos que sobrevivieron a la fiebre de sangre cuando eran niños,

después de todo. Un Daga es enorme, su capa apenas cubre sus gruesos y musculosos

brazos que parecen que podrían romper a un hombre en pedazos. Junto a él hay una chica

que parece pequeña y delgada, con una mano apoyada en su cadera. Es la única que asiente

como saludo. Una enorme águila dorada posa en su hombro. Sonrío de vuelta

vacilantemente, mi mirada fijada nerviosamente en el águila. Junto a ella, está parado un

chico esbelto, y al final está una robusta chica con largos rizos cobrizos, su piel es demasiado

pálida para ser Kenettran. ¿Una chica de la Tierra de los Cielos, quizás? Cruza sus brazos y

me mira con una ligera inclinación de cabeza y sus ojos lucen fríos y curiosos. Mi sonrisa se

desvanece.

En frente y al centro de ellos está Enzo, su cabello del color de la sangre, sus manos

dobladas detrás de su espalda, y su mirada fija firmemente en mí. Se ha ido la pista de

travesura en él que vi la primera vez que hablamos en mi habitación. Hoy, su expresión es

dura y despiadada, el joven príncipe reemplazado por un asesino a sangre fría. La

iluminación extraña de la caverna arroja una sombra sobre sus ojos.


Nos detenemos a unos metros de ellos. Raffaele se dirige primero al grupo.

—Esta es Adelina Amouteru —dice, su voz clara y hermosa—. Nuestra nueva recluta

potencial. Tiene el poder de la ilusión, la habilidad de engañar la percepción de la realidad.

Siento que debería hablar, pero no estoy segura qué decir. Así que simplemente les

hago frente con el mayor coraje que puedo reunir.

Enzo me mira. No sé por qué, pero puedo sentirme atraída hacia él justo como la

primera vez que nos conocimos. Es la rectitud de sus hombros, la majestuosa elevación de

su cabeza. Mi alineación a la ambición se revuelve ante la visión.

—Dime Adelina —comienza. Sus palabras haciendo eco en la caverna—. ¿Alguna vez

has escuchado el dicho: “Un bebé recién nacido toma su primer respiro y crea una tormenta

que llueve sobre los muertos”?

—Sí —contesto.

—Nada está aislado. Haz una cosa, aunque sea pequeña, y afectará algo más en el otro

lado del mundo. De alguna manera, ya estás conectada con cada uno de nosotros.

Da un paso más cerca. Los otros se quedan quietos.

—Eres la primera Élite que se alinea tan fuertemente con la piedra nocturna. Hay una

oscuridad en ti, algo que te da una fuerza inmensa. —Estrecha sus ojos—. Hoy, quiero traer

eso a la superficie y encontrar una manera de que la controles como desees. Aprendas cómo

doblarla a tu voluntad. ¿Aceptas?

¿Tengo una elección? Después de un momento de silencio, levanto mi mentón.

—Sí, su alteza.

Enzo me da un asentimiento aprobatorio.

—Entonces debemos usar todo dentro de nuestro poder para provocar el tuyo.

Raffaele se aleja de mí. El hecho de que ahora estoy parada sola manda un pinchazo de

incertidumbre a través de mi pecho, y me encuentro deseando que él, la única persona aquí,

que no me asusta, permaneciera a mi lado. Los otros hablan en voz baja entre ellos. Miro

alrededor del semi círculo hacia sus rostros, buscando por ayuda, pero la única amabilidad

que recibo viene de la chica con el águila en su hombro. Ve mi ansiedad y me da un leve

asentimiento alentador. Trato de aferrarme a eso.

Enzo levanta una mano en el aire.

—Empecemos. —Luego hace un chasquido con sus dedos, y cada antorcha en la

caverna se extingue al mismo tiempo.

La habitación se queda oscura.

Por un segundo, me aterrorizo. Estoy completamente ciega. El mareo que sentí ayer

con la piedra nocturna ahora inunda mis sentidos. Este es uno de mis peores temores, que

pudiera algún día perder mi único ojo bueno y que entonces tendría que vivir en oscuridad

eterna el resto de mi vida. Miro alrededor salvajemente, parpadeando. Nada más que

silencio. Luego, ocasionalmente, una ráfaga de viento frío, un murmullo de aliento, el eco de

un paso. Mi corazón palpita. Por favor, deja que haya una pequeña luz. Entorno los ojos

fuertemente hacia la oscuridad, tratando de forzar mi vista para que se ajuste.


Justo cuando logro divisar los borrosos bordes del suelo de la caverna, noto que todos

los Dagas se han ido.

De repente, la voz de Enzo viene desde algún lugar en la oscuridad.

—Araña. Ladrona de Estrellas. —Su profundidad me asusta.

Me tenso. Nada pasa.

Luego, de la nada, ráfagas de viento. El batir de alas. De repente hay miles, millones,

de ellos, pequeñas criaturas chillantes con alas carnosas golpeándose contra mí, girando

alrededor en círculos invisibles en la oscuridad. Grito, luego me pongo en cuclillas mientras

se mueven juntos. Mis brazos cubren mi cabeza. Murciélagos. Son murciélagos. Sus

pequeñas garras cortan mi piel. Cierro mi ojo.

Alguien me empuja violentamente hacia atrás. Salgo volando y luego caigo fuerte en el

suelo. El golpe me saca todo el aire. Jadeo. Un borde filoso de metal corta mi brazo, grito,

mis brazos levantándose en defensa pero otro corte abre la piel de mi otro brazo. Sangre

caliente brota. Giro mi cabeza desesperadamente de un lado a otro. ¿Dónde está mi

atacante? No puedo ver algo. Alguien me patea en la espalda. Me arqueo ante el agudo

dolor. Otra patada, y luego la sensación de manos rudas agarrándome por mi capa,

levantándome en el aire. Intento desesperadamente por mi poder, deseando poder sacarlo

desde la profundidad. Pero nada sucede. Mientras lucho, un gruñido bajo de una voz viene

de algún lugar frente a mi cara.

—¿Qué lobo? —dice Araña bruscamente—. Es un pequeño cordero.

Aprieto mis dientes y peleo, pataleando con mis piernas. Solo golpeo el aire y colapso

en el suelo.

—Tiene una mordida —dice alguien desde algún otro lugar en la caverna. Suena como

Raffaele.

Una linterna se enciende en la caverna, el brillo me toma fuera de guardia, y entorno

los ojos en su dirección. Los millones de murciélagos se agitan furiosamente por la nueva

luz, chillando, luego se juntan en una nube y desaparecen por uno de los túneles oscuros de

la caverna. Como si nunca hubieran estado ahí en primer lugar. Miro alrededor. A una corta

distancia están el chico enorme, quien debe ser Araña, y la chica con el águila. En otro lugar,

de pie entre los pilares y las paredes en las sombras, noto a los demás. Una de ellos se ríe

disimuladamente. Delgados hilos de sangre bajan por mis brazos. Los cortes lucen más

pequeños de lo que esperaba, considerando lo mucho que arden. Ni siquiera están

intentándolo, pienso febrilmente. Están jugando conmigo. ¿Cómo fue siquiera que Araña

me vio en la oscuridad?

La luz se desvanece. Mi visión se ajusta más rápido esta vez, y en la oscuridad, puedo

ver la tenue silueta de Araña agacharse. Ataca de nuevo. Esta vez, corre con velocidad

aterrorizante y desaparece de mi vista justo antes de alcanzarme. Miro alrededor

buscándolo, maldiciendo a mi ojo faltante y a mi pobre visión periférica.

Se materializa en mi lado débil. Luego me agarra alrededor del cuello antes de que

pueda detenerlo. Su brazo se aprieta, ahogándome. Peleo. Suspiro. Me doy cuenta

abruptamente que sus poderes deben darle la habilidad de ver donde los otros no pueden.

—Tendré piel de oveja decorando mi suelo esta noche —dice.


Lanzo un codazo tan fuerte como puedo. No debe haber esperado que luchara de

regreso porque lo golpeo fuerte en su garganta. Se atraganta, soltándome de nuevo. Caigo en

mis rodillas, jadeando. Araña se gira, sus ojos estrechos con rabia, y me preparo para otro

ataque.

—Suficiente —dice Enzo tranquilamente. La palabra es una orden baja y reprobadora

que emerge desde las sombras.

Araña se aleja de mí. Me desplomo con alivio, inhalando aire en la oscuridad. Las

antorchas se encienden de nuevo. Nos miramos, los ojos del joven Daga, verdes y bruscos,

los míos amplios y afligidos. No siento nada en mi pecho más que el latido de mi corazón.

Luego Araña se endereza y enfunda su espada. No se molesta en ayudarme a levantar.

—Debilucha de un ojo —dice, su voz llena con desdén—. Debimos dejarte con la

Inquisición y evitarnos todo el problema. —Se aleja de mí.

Una chispa de enojo se dispara a través de mí. Imagino lo que sería si lo estrangulaba

de regreso, mis oscuras ilusiones flotando debajo de su garganta y bloqueando su aire.

¿Pueden mis poderes hacer eso? Los murmullos ocultos en mi mente asienten, hambrientos

y deseosos. Sí, sí.

—Cobarde —susurro a su espalda. No me escucha, pero la chica con el águila, Ladrona

de Estrellas, supongo, lo hace. Parpadea.

Enzo me estudia con interés mientras Raffaele susurra algo en su oído. ¿Aprueban?

Un momento después, Enzo levanta su voz.

—Caminante del Viento.

¿Caminante del Viento? Miro alrededor de la caverna buscando por mi próximo

oponente. Finalmente logro un vistazo de ella. Es una chica alta y pálida, la que no parece

Kenettran. Se ríe mientras se acerca, brillante y amenazadora, y doy un paso hacia atrás.

—Con gusto, su alteza —le dice a Enzo.

Mi respiración es muy rápida. Cálmate. Concéntrate. Pero la fuerza del último ataque

me dejó temblando, y la anticipación de lo que podría venir después envía pinchazos de

terror bajo mi piel. Araña tiene el poder de ver en la completa oscuridad. ¿Qué puede hacer

Caminante del Viento? ¿Volar, quizás?

Luego, un grito desgarrador destroza mis sentidos. Me encojo. Mis manos vuelan a mis

orejas en un vano intento de callar el sonido, pero solo crece peor. El sonido destruye todo

alrededor, volteando el mundo a cegadoras manchas rojas y desgarrando cada esquina de mi

mente. No puedo ver. No puedo pensar. Y sigue y sigue, un cuchillo afilado se hunde en mis

oídos. Debo estar sangrando. Siento la ligera sensación de piedra fría contra mi piel.

Lágrimas bajando por mis mejillas. He caído, me doy cuenta lentamente.

Algo se agita levemente en la profundidad de mi cuerpo, pero me estiro por ello y lo

pierdo. ¿Qué tipo de poder es éste? ¿Cómo luchar contra ello? ¿Cómo callo un grito que

viene desde dentro de mi mente? Trato de luchar para ponerme de pie, pero el grito me

supera. Se propaga a través del aire una y otra vez, tratando de ahogarme.

De alguna forma, escucho la voz de Caminante del Viento contra mi oído. Suena como

si estuviera justo a mi lado. Luego giro mi cabeza a un lado, la veo.


Se ríe.

—Cuida tu camino, lobita —se burla.

De repente siento ser levantada del suelo por una cortina invisible de viento. Los

brazos de Caminante del Viento estaban extendidos hacia mí. Me levanta más alto y luego

hace un gesto de corte con una mano. Viento corre por mis oídos y vuelo a través de la

habitación. Mi espalda golpea fuertemente la pared. Me desplomo en el piso como una

muñeca rota. Todo a mi alrededor, el grito continua.

No puedo hacer esto. Me enrosco en una bola mientras Caminante del Viento se

acerca. Se agacha, todo lo que puedo ver de ella ahora es su astuta sonrisa. El grito en mi

mente está destrozando mi alma, y el dolor de ser aventada hace que se corte mi respiración.

El grito suena como mío. Me veo arrastrada por mi cabello, a través de la lluvia, el rostro de

mi padre mirando directamente el mío. Detrás de nosotros, Violetta le grita que pare. Él la

ignora.

No puedo soportarlo más. Mi enojo aumenta, me estiro por la energía justo fuera de mi

agarre. El fantasma de mi padre pulula ante mí, y los gritos de mi hermana nos rodean.

Desorientada, dejo salir un grito estrangulado y desgarrador hacia el aire abierto.

Mi mano golpea algo. De repente los gritos alrededor paran, y mi padre y hermana se

desvanecen. Esta vez, no oigo más gritos. Para mi sorpresa, Caminante del Viento está

encorvada varios metros atrás, agarrando su cuello. Un delgado hilo de sangre baja por su

mano donde la he rastrillado con mis uñas. Con un sobresalto, me doy cuenta que debo

haberla golpeado cuando pensaba que estaba golpeando a mi padre. La rabia dentro de mí

todavía se agita, una negra furia hirviendo, casi dentro de mi alcance.

Aprieto mis dientes ante ella.

—¿Eso es todo? —espeto repentinamente—. ¿Atacarme cuando estoy indefensa?

Caminante del Viendo me mira en silencio. Luego quita su mano para mostrarme la

herida que le causé.

—Estás lejos de estar indefensa. —Algunas líneas delgadas están marcadas en la piel de

su cuello. Sin una palabra camina y me ayuda a ponerme de pie temblorosamente—. No está

muy mal —dice, sin una nota de malicia en su voz—. Te gusta ser provocada. Puedo decir.

Gradualmente, mi enojo se destiñe en el aturdimiento. ¿Acaba de darme un cumplido?

—¿Qué —logro decir—, es exactamente tu poder?

Se ríe ante mi expresión. Luce completamente desconcertada sobre su cuello arañado y

es, de alguna manera, más amistosa conmigo.

—Lo que sea que el viento puede hacer: silbar, gritar, pulular, levantar de la tierra,

puedo hacerlo también.

Me deja. Todo alrededor de la caverna, los otros susurran entre ellos, sus voces hacen

eco en el espacio vacío. Finalmente, Enzo se acerca, sus manos dobladas calmadamente

detrás de su espalda.

—Mejor. —Aprieta sus labios—. Pero no suficiente.

Espero ahí, balanceándome en mis pies, recuperando mi aliento. Sus ojos me queman

hasta el hueso, trayéndome con ellos una ola de terror y emoción.


—El problema, Adelina —dice, mientras se acerca—, es que simplemente no estás

asustada.

Mi corazón se acelera.

—Estoy asustada —susurro. Pero mis palabras suenan poco convincentes. ¿Qué me va

a hacer?

—Sabes que tu vida no está en riesgo —continúa—. No te aferras a la oscuridad a

menos que estés viendo directamente a la muerte. Entonces, no puedes conectarte con tu

miedo y tu rabia. —Desdobla sus manos de detrás de su espalda—. Déjame ver si podemos

corregir eso.

Un anillo de fuego cobra vida alrededor de nosotros, volviendo la oscura caverna en un

espacio iluminado. Las flamas se estiran hasta el techo. Me alejo con terror ante el calor

contra mi piel. Un grito trata de salir de mi garganta. No. No, no. Fuego no. Lo que sea

menos eso. Todo lo que puedo ver son los ojos de Enzo fijos en el mío, oscuros y

determinados. Tanto fuego.

No estoy atada a la estaca. Estoy bien. Estoy bien. Pero no me lo creo. Estamos de

vuelta en la quemazón, la Inquisición va a matarme enfrente de todos, feliz de ver al fuego

consumirme como castigo de la muerte de mi padre. Los dioses me salvan. De repente, el

ataque de otros Élites palidece en comparación. Las flamas se sienten como que se están

acercando. Se están acercando. No puedo respirar.

Está forzándome a evocar el sentimiento viendo directamente a la muerte.

Enzo me alcanza. Las flamas rugen alrededor de nosotros, se inclina lo suficientemente

cerca para sentir el calor de su cuerpo a través de sus capas, el poder puro escondido debajo.

El miedo que se ha estado construyendo en mi pecho desde que Araña me atacó por primera

vez, ahora corre a través de mí en una corriente imparable, volviendo mis extremidades

entumecidas. Una de sus manos toca el hueco de mi espalda. Una ola de calor violenta e

irresistible emana de su toque y pulsa a través de mi cuerpo, hirviendo. Las flamas alrededor

de nosotros lamen los bordes de mis mangas, miro con terror mientras la tela se enchina,

oscureciéndose. Todo acerca de Enzo susurra peligro, muerte en el nombre de la justicia.

Estoy desesperada por alejarme. Me duelo por más. Tiemblo incontrolablemente, agarrada

en el medio.

—Sé que ansías el miedo. —Su aliento quema la piel expuesta de mi cuello—. Déjalo

construirse. Nútrelo y te dará todo su poder multiplicado por diez.

Trato de concentrarme, pero todo lo que siento es el fuego. La estaca, la pila de madera

en mis pies. Los ojos de mi padre muerto, siempre acechando mis sueños. Tú eres una

asesina, susurra su fantasma. ¿Pero a cuántos había matado la Inquisición?

¿Cuántos más matarían? ¿No habría sido yo una de las víctimas de la Inquisición, si los

Dagas no hubieran venido a rescatarme?

Con el fuego a nuestro alrededor, con la mano caliente de Enzo contra mis sedas, con

sus palabras en mis oídos y mi cuerpo todavía temblando por los ataques de los otros, la

combinación de mi miedo, odio, enojo, y el deseo finalmente fundiéndose. Podía sentir la

incontrolable oscuridad creciendo dentro de mí, millones de hilos que conectaban en el

mundo a todo lo demás, la maldad dentro de Enzo, la maldad dentro de todos a nuestro

alrededor, creciendo hasta que soy capaz de alcanzarla y cerrar mi mente alrededor de un


puñado de eso hilos y tiro de ellos. La oscuridad se inclina, ansiosa por mi agarre. Cierro mi

ojo, abro mi corazón al sentimiento y me empapo del placer de la venganza.

Muéstrame lo que puedes hacer, susurra el fantasma de mi padre.

Siluetas negras se elevan desde el suelo, sus formas demoniacas y sus ojos rojo

escarlata, sus colmillos goteando sangre. Se reúnen alrededor de nosotros creciendo más y

más alto, hasta que alcanzan el techo de la caverna. Esperan pacientemente por mi orden.

Estoy sorprendida, aturdida con alegría por la sensación de poder, y aterrada de que estoy

completamente indefensa ante él.

Enzo quita su mano.

La repentina falta de contacto me distrae, y en un destello, mis siluetas desaparecen.

Los demonios se encogen hacia el suelo. Las columnas de fuego de Enzo desaparecen.

Estamos de vuelta en el pesado silencio de la caverna, como si nada hubiera pasado. Mis

hombros se caen por el esfuerzo. Sin el fuego, el espacio regresó a su borroso brillo verde.

Los otros ya no se están riendo. Miro a Raffaele. Luce afectado, sus cejas fruncidas en una

línea trágica.

Enzo se aleja de mí. Me balanceo en piernas débiles. Si no lo conociera mejor, podría

decir que parece sorprendido.

Todo lo que sé es que quiero hacerlo de nuevo. Quiero que Enzo me toque. Quiero

sentir ese flujo de poder, y quiero ver la intimidación de los otros Dagas.

Quiero algo más.



os días después de mi prueba, una multitud de apostadores borrachos

D

queman un malfetto en medio de una plaza de mercado. Varios días

después, otro asesinato. Como si matarnos de algún modo hará que la

ciudad prospere de nuevo. Desde el patio oculto que da a Estenzia,

vislumbro la segunda víctima siendo arrastrada, sollozando, en la calle

principal por una turba de gente gritando. Los Inquisidores están esperando y fingen no

darse cuenta.

Necesito aprender más rápido. El mundo se está acercando a nosotros.

—Ambos eran malfettos acusados de tener poderes, de ser Elites —dice hoy Raffaele,

cuando nos sentamos juntos frente al espejo de mi dormitorio—. No lo eran, por supuesto.

Pero sus familiares se volvieron en contra de ellos de todos modos. La Inquisición paga bien

por esa información y es difícil renunciar al oro en tiempos como estos.

Miro la gama de cremas y polvos esparcidos sobre la cómoda, luego miro mi reflejo en

el espejo. Mi criada me llevó esta mañana a los baños privados en la corte y me lavó hasta

que brillaba y brillaba. Mi piel ahora huele a rosas y miel. Estoy sorprendida por lo rápido

que me acostumbré a estos lujos.

Veo a Raffaele.

—¿Por qué los Daga no los salvaron? —pregunto.

La respuesta de Raffaele es no contestar nada. Agarra un tubo de crema.

—Estas cacerías ocurren frecuentemente. Reaccionamos cuando es necesario.

Trato de no parecer molesta por su respuesta, pero en secreto, me preocupa su

verdadero significado. No nos arriesgamos a salvarlos, porque no eran Elites.

—¿Qué vas a hacer conmigo? —pregunto.

—Tú te quedas en la Corte Fortunata. Tendrás que mirar la otra parte.

Retrocedo ante la idea de transformarme en un consorte. Raffaele debió sentir el

cambio repentino en mi energía, porque añade:

—¿Preferirías ser reconocida por un Inquisidor? —Aplica y frota una crema fría en mi

rostro—. Nadie va a tocarte, tienes mi palabra. Pero mira la parte que se te dará algo de

libertad.

La crema me da comezón. Observo, asombrada, como esto le da calor a mi piel oliva.

Pasa un peine de marfil a través de mi cabello. De vez en cuando sus dedos rozan la base de

mi cuello, enviando temblores de placer por mi columna. Hay una precisión en sus gestos

que dice mucho de su talento como consorte. Tengo un pensamiento fugaz de ser su cliente,


su piel caliente contra la mía, sus labios suaves sobre mi cuello, sus manos lisas y

experimentadas, vagando.

Raffaele levanta una ceja a través del espejo.

—Lo que estás pensando te costará como mínimo cinco mil talentos, mi Adelinetta —

coquetea suavemente, inclinando la cabeza en un movimiento sutil que me hace sonrojar.

¿Cinco mil talentos?

—¿La noche? ―Respiro.

—La hora —responde Raffaele, aun trabajando con mi cabello.

Cinco mil talentos por hora. En una noche, Raffaele puede hacer el salario anual de mi

padre.

—Sin la ayuda de nadie debes haber convertido la Corte Fortunata en la más rica del

país —digo.

Sonríe tímidamente… pero detrás de esa sonrisa, siento algo triste. Mi sonrisa se

desvanece.

Raffaele frota un aceite fino en mi cuero cabelludo y me termina de peinar. Vuelve su

atención a otros detalles… cubre mi párpado y pestañas de negro, con un polvo brillante que

oculta el color plata de los cabellos; frotando un ungüento en las uñas que les da brillo;

suaviza mis cejas con pinceladas perfectas. Tiemblo otra vez cuando su dedo pasa sobre mis

labios, pintándolos de rosa acentuando su magnitud. Me pregunto si alguno de sus clientes

son clientes Daga, nobles atraídos por las riquezas con las que Enzo puede recompensarlos

una vez que esté en el trono. Tal vez todos ellos lo son. O quizás no tienen idea de quién es el

líder de los Daga… solo están apoyando a un asesino experto que destronará al rey.

—¿Cómo aprendiste tanto sobre la energía? —pregunto mientras trabaja.

Raffaele se encoge de hombros una vez.

—Ensayo y error —responde—. Somos los primeros. No hubo nadie antes de nosotros

para aprender. Con cada nuevo Elite que reclutamos, aprendo, experimento y registro.

Alguien tiene que dejar el conocimiento para la generación que nos sigue. Sí hay otra

generación.

Escucho con tranquila fascinación. Es un mensajero en más de un sentido.

—¿Sabes de dónde vino esto? Sé que se inició con la fiebre de la sangre, pero…

Agarra un cepillo delgado.

—No comenzó con la fiebre de la sangre. Se inició con la energía, el vínculo entre los

dioses y el mundo mortal que ellos crearon.

—Energía.

—Sí. Constituido por la tierra, aire, mar y todos los seres vivos. Lo que nos da vida a

nosotros.

—¿Y que nos da los poderes?

Raffaele asiente. Sumerge el pincel en un cuenco de polvo brillante y luego toca el

borde de mi ojo bueno. Frunzo el ceño mientras trabaja, tratando de imaginar esta extraña

energía invisible.


El pincel se detiene por un momento.

—Cuando cierres el ojo, vas a ver chispas de colores, ¿cierto? ―dice.

Cierro mi ojo para probar su teoría. Sí. En la negrura flotan tenues chispas azules y

verdes, rojas y doradas, parpadeando por la existencia.

—Sí.

—En realidad estás viendo hilos de energía. —Toca mi mano con cuidado y un

escalofrío de placer corre por mi brazo—. El mundo está hecho de innumerables hilos que

conectan todas las cosas. Estos hilos dan al mundo tanto su color como vida. —Asiente al

dormitorio que nos rodea—. En este momento, de alguna pequeña manera, estás conectada

con todo aquí. El espejo, las paredes, el aire. Todo. Incluso los dioses.

Sus palabras estimulan mi memoria. Recuerdo la noche de la muerte de mi padre.

Cuando suspendí todo lo que me rodeaba, las gotas de lluvia y el viento, el mundo eran hilos

blancos y negros traslúcidos brillando en el aire. Cuando estaba ardiendo, había visto el

color drenarse del soporte de mi ejecución antes de que todo desapareciera.

—La mayoría de las personas no tienen suficiente energía para manipular sus

conexiones con el mundo. Nosotros tampoco estábamos destinados. Pero cuando las fiebres

nos afectaron, algo cambió en nosotros. De pronto nos vinculamos al mundo de una manera

que nuestros cuerpos nunca fueron destinados a ser vinculados.

Raffaele gira mi mano para que la palma mire hacia arriba, a continuación, pone sus

delgados dedos a lo largo de la parte interior de mi muñeca hacia la yema de mis dedos. Mi

piel se estremece ante su toque. Inhalo, sonrojándome.

—Cada Elite es diferente y usando los hilos de manera específica harán cosas

específicas. El Caminante del Viento, por ejemplo, puede tirar de los hilos en el aire que

crean viento. Enzo tira de los hilos de la energía térmica, del sol, del fuego y de otros seres

vivos. De la Tierra del Sol han llegado rumores de una Elite que puede cambiar el metal en

oro. De otra Elite se ha rumoreado, Magiano, que ha escapado del Eje de la Inquisición tan

a menudo que la palabra mágica evolucionó de su nombre. Hay incontables formas de

energía que se manifiestan en nosotros. Solo puedo imaginarme lo que los Elites aún no

descubiertos por ahí pueden hacer, más allá de los Dagas y más allá de lo que sé que existe.

Incluso hay rumores de una Elite que puede traer a la gente de entre los muertos.

Me pregunto, por un momento, así como existen muchos otros fuera de la sociedad de

las Daga. ¿Existen sociedades rivales?

—¿Y tú? —digo.

—Puedo ver y sentir toda la energía en el mundo —responde—. Cada hilo que conecta

todo con todo lo demás. No puedo hacer mucho, salvo tirar ligeramente de ellos… pero los

puedo sentir a todos.

Aquí, hace una pausa para mirarme a los ojos. Siento un tirón repentino en mi corazón,

como si mirarlo hubiera puesto mariposas sueltas en mi pecho. Mi ojo se ensancha en

comprensión. Esta es la razón por la cual su toque a lo largo de mi muñeca me dejó un

hormigueo.

—No es de extrañar que tus clientes caigan locamente enamorados de ti, si luces así y

literalmente, puedes tirar de las fibras de sus sentimientos.


Raffaele ríe con su hermosa sonrisa.

—Algún día te lo enseñaré, si quieres.

Mi corazón se estremece de nuevo con eso y me pregunto si tiene algo que ver con la

energía de Raffaele esta vez.

—¿Y yo qué? —pregunto después de una pausa—. ¿Mi poder?

—De todos los Daga, tú y yo somos los más parecidos. Sentimos lo intangible. —

Raffaele gira los ojos y el sol atrapa los colores brillantes cambiantes de su iris—. Piensa en

los dioses menores… Formidite, el ángel del miedo, o Caldora, el ángel de la Furia. Laetes, el

ángel de la Alegría. Denario, el ángel de la avaricia. Los hilos de energía conectan no solo las

cosas físicas, sino también las emociones, pensamientos y sentimientos… el miedo, el odio,

el amor, la alegría, la tristeza. Tienes la capacidad de tirar de los hilos del miedo y el odio.

Un talento de gran alcance, si puedes domarlo. Cuanto más miedo y odio hay en tu entorno,

más fuerte eres. El miedo crea las ilusiones más fuertes. Todo el mundo tiene oscuridad,

aunque la oculten. —Sus ojos se vuelven solemnes y tiemblo, preguntándome qué pequeña

oscuridad podría tener su gentil alma.

—¿Fue Enzo el primer Elite que conociste? —susurro.

—Sí.

De repente estoy curiosa.

—¿Cómo lo conociste?

Raffaele comienza a guardar los polvos que están sobre la mesa.

—Compró mi virginidad.

Me giro rápidamente en mi silla para mirarlo.

—¿T-tu virginidad? ¿Quieres decir que tú y Enzo…?

—No es lo que piensas. —Sonríe divertido—. Cuando cumplí diecisiete años y tuve

mayoría de edad, me convertí en un consorte oficial de la Corte Fortunata. Así que la corte

sostuvo una generosa subasta en una mascarada para mi debut.

Trato de imaginar la escena: Raffaele a mi edad, joven e inocente, más hermoso que

cualquier otra persona en el mundo, de pie ante un mar de nobleza enmascarada,

preparándose para dejarse llevar.

—Toda la ciudad debe haberse dado vuelta por ti.

Raffaele no está en desacuerdo, lo cual es confirmación suficiente.

—Enzo vino a mi debut en la noche, en secreto, en busca de otros como él. —Duda por

un momento, como si estuviera recordando—. Lo percibí al instante en que llegó, a pesar de

que se quedó escondido, fuera de vista. Nunca en mi vida había conocido a otro con el tipo

de energía que tenía. Era la primera vez que pude ver los hilos de su energía a su alrededor

como un halo, tejiendo juntos y separados. Debió notar mi extraño interés en él. Ofertó por

mí y ganó.

—¿Cuánto? —pregunto curiosamente.

—Una cantidad obscena. —Baja la vista—. Tenía miedo, ya sabes. Había escuchado

historias de los consortes mayores de sus noches de debut. Pero cuando vino a mi


habitación, lo único que quería hacer era hablar. Eso hicimos. Me mostró sus habilidades

con el fuego. Le confesé mi capacidad de detectar a otros. Sabíamos que arriesgábamos

nuestras vidas, hablando abiertamente sobre nuestros poderes.

De repente me doy cuenta de que solo hay una persona en la cual Raffaele nunca usa su

talento. Enzo.

—¿Por qué confías en él?

Mi pregunta suena sospechosa y mordaz, y de inmediato me gustaría poder retirarla.

Pero Raffaele, siempre elegante, simplemente se encuentra con mi mirada.

—Si Enzo se convierte en rey —dice—, puedo alejarme de esta vida.

Me preocupa el momento de tristeza que antes vi en él y luego por el desfile

interminable de aristócratas que le pagan por entretener, tanto dentro como fuera de la

alcoba. La falta de libertad. Nadie elige la vida de un consorte, no importa qué tan pródiga

sea.

—Lo siento —digo finalmente.

Raffaele hace una pausa para mirar la parte rota de mi rostro. Me tenso. Hay un atisbo

de compasión en su mirada y me toca la mejilla con una mano. Siento un ligero tirón en mi

corazón. Mi ansiedad se calma, mi pecho se calienta con confianza. Todo es sobre sus

tranquilas caricias. Hay algo extrañamente reconfortante en este momento. No somos tan

diferentes.

Entonces la criada regresa con una brazada de sedas y termina nuestro momento.

Raffaele nos da privacidad, mientras me ayuda a cambiar a la nueva prenda de vestir, un

hermoso vestido dorado estilo Tamouran. Las sedas sueltas se sienten deliciosamente frías

contra mi piel. La ropa de Tierra de Sol siempre se ha sentido más cómoda que los corsés

rígidos y encajes del Kenettran.

La criada antes de irse, coloca una caja de terciopelo en la parte superior de la cómoda.

Raffaele regresa. Asiente aprobando el vestido.

—Amouteru —dice, deteniéndose en los acentos exóticos de mi apellido—. Puedo ver la

sangre Tamouran en ti.

Miro maravillada como Raffaele cepilla mi cabello hasta que se derrama por la espalda

como una cortina de plata. Retuerce las hebras en un moño liso y brillante detrás de mi

cabeza a la moda tradicional Tamouran, recoge dos telas largas de seda blanca y dorado, y

envuelve cuidadosamente mi cabeza con ellas hasta que todo mi cabello se oculta debajo de

una elaborada serie de entrelazados de dorado y seda blanca, la tela cae detrás de mí como

una cortina de sol y nieve. Clava joyas en la tela. Ata el tocado Tamouran, con una habilidad

asombrosa. Por último, coloca una fina cadena de plata en mi cabeza con un diamante en

forma de lágrima que queda colgando en mi frente.

—Aquí —dice—. De ahora en adelante vas a ocultar tus marcas con esto.

Me miro, aturdida. Mis pómulos y nariz, el maquillaje elegante de mi ojo, todo

mejorado. Nunca he lucido más Tamouran en mi vida. Es un disfraz convincente.

Raffaele sonríe al ver mi expresión.

—Tengo un regalo para ti —dice. Se voltea y abre la caja de terciopelo sobre la cómoda.


Mi corazón salta.

Es una máscara blanca, hecha de porcelana fría al tacto. Diamantes delinean a lo largo

de sus bordes y brillan en la luz, y senderos de purpurina brillante pintan patrones

elaborados por la superficie pálida de la máscara. Un arco de diminutas plumas blancas en

el punto donde se curva hacia la sien. Solo puedo mirar. Nunca en mi vida usé algo

confeccionado con tanta precisión.

—Encargué esto para ti —dice Raffaele—. ¿Te importaría probarlo?

Asiento sin decir nada.

Raffaele posiciona la media máscara sobre mi rostro.

Se ajusta perfectamente, como una posesión perdida hace tiempo, algo que siempre fue

parte de mi cuerpo. Ahora la porcelana blanca como la nieve y las líneas de luz brillante

ocultan el lugar donde mi ojo solía estar. La máscara lo cubre todo. Sin la distracción de mi

marca, la belleza natural de mi rostro brilla.

—Mi Adelinetta —susurra Raffaele. Se inclina lo suficientemente cerca para que su

aliento caliente la piel de mi cuello—. Realmente estás besada por la luna y el agua.

Cuando me miro fijamente en silencio otra vez, siento algo poderoso dentro de mí, un

fuego enterrado, sometido durante la infancia y mucho tiempo olvidado. Viví toda mi vida

en la sombra de mi padre y mi hermana. Ahora que estoy de pie en el sol por primera vez, es

un desafío pensar de forma diferente.

La mariposa rota ha sido sanada.

Débiles voces vienen desde el pasillo exterior. Antes de que cualquiera de nosotros

pueda reaccionar, la puerta se abre y entra Enzo. Evito que mis mejillas se enciendan de rojo

brillante y giro mi rostro, con la esperanza que no se dé cuenta. Sus ojos se posan primero

en Raffaele.

—¿Está lista?

Entonces me mira. Sean cuales sean las palabras que iba a decir mueren en su boca.

Por primera vez desde que lo conocí, una extraña emoción parpadea en su rostro que

insinúa algo debajo.

Raffaele lo estudia.

—¿Ha perdido las palabras, su alteza? Lo tomaré como un cumplido.

Enzo se recupera en un instante. Intercambia una mirada tranquila con Raffaele. Miro

entre ellos, no muy segura de la conversación que acaban de tener. Finalmente, se aleja de

nosotros y parece como si deliberadamente evitara encontrarse con mi mirada.

—Ella empieza mañana —dice antes de irse.


ientras el sol se pone en Estenzia, Teren se encierra en sus aposentos. Su

M

mandíbula apretada con frustración.

Ya han pasado varias semanas desde que Adelina escapó de su

ejecución. No ha encontrado un solo rastro de ella. Se rumorea que vino

aquí a Estenzia, al menos, eso fue todo lo que sus patrullas de la

Inquisición pudieron reunir. Pero Estenzia es una ciudad grande. Él necesita más

información que esa.

Teren desabrocha los botones dorados de su uniforme de la Inquisición, despojándose

de su túnica, y se quita la armadura. Saca su camiseta de lino delgado por encima de su

cabeza, dejando su torso al aire. El brillo naranja del atardecer que entra por su ventana

ilumina sus hombros y el duro contorno de su espalda.

También ilumina el laberinto de cicatrices que cruzan su cuerpo.

Teren suspira, cierra sus ojos, y tuerce su cuello. Sus pensamientos vagan hacia la

reina. El rey había estado mortalmente borracho en la reunión del consejo, riéndose de su

gente hambrienta al protestar por sus impuestos, impaciente por volver a sus tardes de

viajes de caza y burdeles. Durante toda la reunión, la reina Giuletta observaba en silencio.

Sus ojos fríos, calmados y oscuros. Si su esposo la irritaba, no lo mostró. Ciertamente

tampoco mostró ninguna señal de que había invitado a Teren a sus aposentos la noche

anterior.

Teren cierra los ojos ante el recuerdo de ella en sus brazos, y tiembla de anhelo.

Baja la vista al látigo que yace cerca de su cama. Se acerca. Tuvo que mandar que

hicieran el arma especialmente: está compuesta de nueve colas diferentes, cada una

equipada al final con largas cuchillas de platino, con punta de acero afinado tan finamente

que sus bordes pueden abrir la piel con el toque más leve.

En cualquier hombre normal, un arma como ésta destrozaría su espalda con un solo

golpe. Incluso en alguien como Teren, de piel y carne endurecida por arte de magia

demoníaca, el látigo de metal causa estragos.

Se arrodilla en el suelo. Levanta el látigo. Contiene la respiración. Luego lanza el látigo

sobre su cabeza. Las hojas se hunden profundamente en la carne de su espalda, rasgando

líneas irregulares a través de su piel. Deja escapar un jadeo ahogado mientras el dolor lo

inunda, robándole el aliento. Casi de inmediato, los cortes comienzan a sanar.

Soy una criatura deforme, susurra en voz muy baja, repitiendo las palabras que una

vez dijo de niño cuando tenía doce años, un entrenamiento de la Inquisición, arrodillado

ante la princesa Giulietta de dieciséis años.


Se acuerda de aquel día tan bien. Ella estaba recién casada con el poderoso duque de

Estenzia. El joven Enzo, todavía príncipe heredero al trono, estaba en la enfermería, el

afortunado sobreviviente de la sopa envenenada. Y el viejo rey ya se estaba muriendo.

Giulietta se agachó, estudió a Teren pensativa, y puso su dedo suavemente debajo de la

barbilla de él. Suavemente le inclinó la cabeza hasta que sus pálidos ojos incoloros se

encontraron con los de ella, oscuros y fríos.

—¿Por qué tienes miedo de mirarme? —le preguntó.

—Ha sido escogida por los dioses, su alteza—dijo, avergonzado—. Y yo soy un malfetto,

inferior a un perro. No soy digno de su presencia. —Esperaba que ella no pudiera adivinar su

oscuro secreto. Esos extraños poderes demoníacos que habían aparecido en él

recientemente.

Giulietta sonrió.

—Si te perdono por ser un malfetto, niñito, ¿me prometes tu eterna devoción? ¿Harías

cualquier cosa por mí?

Teren la miró a los ojos, con desesperación y deseo. Era tan guapa. Delicado rostro, en

forma de corazón enmarcado con rizos oscuros. Sangre real. Sin un indicio de una marca en

ella. La perfección.

—Le prometería cualquier cosa, su alteza. Mi vida. Mi espada. Soy suyo.

—Bien. —Inclinó la cabeza hacia él—. Dime, ¿quién crees que debería gobernar este

país?

Teren se inclinó hacia su toque. La pregunta lo confundió.

—El príncipe heredero —dijo—. Es su derecho de nacimiento.

Sus ojos se endurecieron. Respuesta equivocada.

—Has dicho que eres un malfetto, e inferior a un perro. ¿De verdad quieres un malfetto

como tu rey?

Teren no lo había pensado así. Solía luchar y entrenar con Enzo en los jardines del

palacio, cuando el padre de Teren estaba ocupado liderando el Eje de la Inquisición. Incluso

eran amigos, o por lo menos amistosos, siempre emparejados en el entrenamiento con

espadas por la tarde. Teren dudó, debatiéndose entre la idea de Enzo como un pura sangre

de la realeza y la realidad empañada por las marcas de la fiebre de la sangre. Finalmente,

negó.

—No, su alteza. No me gustaría eso.

Los ojos de Giulietta se suavizaron, y sonrió de nuevo. Respuesta correcta.

—Yo soy la primogénita. Es mi derecho de nacimiento gobernar.

Por un momento fugaz, Teren se preguntó si ella fue la que puso veneno en la sopa de

Enzo.

Ella se acercó más. Entonces dijo las palabras que lo atraparían para siempre.

―Haz lo que digo, pequeño Teren. Ayúdame a librar este mundo de todos los

malfettos. Y me aseguraré de que los dioses te perdonen por tu abominación.

El recuerdo se desvanece. Teren levanta el látigo una y otra vez.


Para expiar mi magia maldita, me comprometo a la Inquisición todos los días de mi

vida. Voy a servir a la reina, gobernante legítima de Kenettra. No solo voy a librar a este

mundo de los Jóvenes Elites, sino que voy a librar a este mundo de los malfettos.

La sangre corre por la carne hecha pulpa de su espalda mientras su cuerpo trata

desesperadamente de mantenerse al día con la curación. Se tambalea, mareado por la

agonía. Las lágrimas gotean de sus ojos extrañamente pálidos. Su marca. Pero Teren solo

aprieta los dientes y sonríe. Sus pensamientos vuelven a Adelina. Ella no podría haber

simplemente desaparecido en el aire. Ella estaba aquí, en algún lugar. Simplemente tendría

que buscar más. Pagar a cada niño de la calle y mendigo en la ciudad. Por el precio de una

comida barata, te dirán cualquier cosa. Sus ojos pulsaban en anticipación. Sí. Miles de

espías. Tengo planes para ti, Adelina. Si Teren se pudiera salir con la suya, mataría a todos

los Elite que pudiera encontrar. Entonces lanzaría a cada malfetto de la ciudad —del país—

a las mazmorras. Quemaría a todos y cada uno de ellos en la hoguera. Abominaciones. Si

solo pudiera hacerles entender.

Voy a encontrarlos a todos. Usaré todo en mi poder para salvar sus almas. Nací para

destruirlos.



i vida en la Corte Fortunata rápidamente empieza a cobrar sentido.

M

Durante dos semanas completas, Raffaele me enseña las sutiles

gracias de movimiento alrededor de la corte. El arte de caminar. De

sonreír. De evitar insinuaciones de clientes no deseados como consorte

en formación en menores de edad. Simple en teoría, pero la elegancia sin

esfuerzo de Raffaele está hecha de un millón de pequeños gestos que son

sorprendentemente difíciles de imitar.

—Estás comparando dos semanas de entrenamiento con muchos años —me dice

Raffaele, riéndose, cuando me quejo de lo torpe que se ve mi caminar al lado del suyo—. No

te preocupes tanto. Sabes lo suficiente para un novato, y esto te llevará a ello.

Y así lo hace. Me acostumbré a envolver mi cabello en sedas cada mañana, a ponerme

mi máscara brillante, y a vagar por los pasillos de la corte. Pocos me prestan atención,

mientras sigo el consejo de Raffaele. Eres menor de edad. No tienes nombre, en lo que se

refiere a la corte, y no se le permite hablar con cualquiera que quiera ser tu cliente. Esto

debería darte protección si alguna vez sientes que necesitas deshacerte de los avances no

deseados.

La libertad es agradable. Paso mis mañanas en la caverna, observando a los otros Élites

cada vez que se reúnen. Poco a poco, aprendo más sobre cada uno de ellos. Después de Enzo

y Raffaele, por ejemplo, la Ladrona de Estrellas fue su siguiente recluta. Enzo le puso

nombre después de las historias de la Ladrona de Estrellas del escribano Tristan Chirsley,

un héroe popular que podía robar cualquier cosa, porque ella podía robar la mente de las

bestias. Su marca es una forma de color púrpura que se extiende por una parte de su rostro.

Después de ella vino la Araña, que solía ser un aprendiz de herrero. Las irregulares

manchas oscuras en su cuello se extienden hasta su pecho. La Caminante del Viento fue

exiliada aquí desde la nación nevada Tierra de los Cielos de Beldain. No sé la historia detrás

de eso. Uno de sus brazos está cubierto de líneas oscuras arremolinadas. El último, el

Arquitecto, es un chico aprendiz actualmente en la universidad de Estenzia como maestro

de la pintura. Capaz de tocar cualquier cosa —una roca, una espada, un humano— y

estirarlo, y luego volver a formarlo en un lugar diferente. Enzo le dio su nombre de Élite

después de que él diseñara la puerta joya de la caverna. Sus uñas tienen rayas de

decoloración en ellas, líneas de color negro intenso y azul.

En total, hay seis de ellos. Espero sobrevivir para ser la séptima.

Almuerzo en mi habitación sola, y vago por los pasillos y patios cuando me siento

inquieta. Los otros no me hablan mucho todavía. Rara vez veo a Enzo. Incluso un príncipe

desterrado debe tener deberes principescos, supongo, pero siempre que no veo su cara en la


caverna, me marcho decepcionada. Algunos días, me siento como la única en los pasillos

secretos de la corte.

Vengo a mirar las actuaciones que se producen casi todas las noches, bailes elaborados

organizados por los consortes que atraen a los clientes con potencial de todos los rincones

de la ciudad. Casi todos los otros consortes están marcados. Llevan mascaras decorativas

como yo, muchos de ellos con su cabello tejido en tocados elaborados. Obras de arte.

Mi único objetivo ahora es dominar mi poder, para ser incluida en las misiones de los

Dagas, sus idas y venidas secretas. Empiezo a olvidar que la Inquisición está cazándome.

Empiezo a olvidar que he tenido una hermana.

Solo pienso en esas cosas a altas horas de la noche, cuando todo está tranquilo. Tal vez

ella siguió adelante sin mí, de todos modos.


—M

aestro Santoro.

—Sí, ¿qué pasa?

—Se trata de un niño de la calle que mendiga cerca del

borde del Barrio Rojo. Dice que vio algo en la Corte Fortunata

que puede interesarle.

—¿Ah, sí? ¿Es así? Habla, chico, tienes una cena caliente y un lugar para dormir si me

gusta tu respuesta.

—S-sí, señor. Um. Fue ayer. Escuché de otros niños pobres que la Inquisición e-está

buscando a una chica con una cicatriz en su ojo izquierdo.

—Lo estamos. ¿Y?

—Bueno, no estoy seguro… pero vi…

—O estás seguro o no lo estás. ¿Qué viste?

—Lo siento, maestro Santoro. Yo… estoy seguro. Seguro de que vi una chica,

caminando por los patios de la Corte Fortunata. Esos adornados… en la colina…

—Sí, lo conozco. Sigue.

—S-sí, lo siento, señor. El cabello de la chica estaba envuelto en tela, sin embargo, así

que no sé de qué color era.

—Envuelto, ¿de manera Tamouran?

—No lo sé. Supongo.

Teren se sienta en su silla. Estudia al sucio muchacho que tiembla de rodillas delante

de él por un largo momento. Finalmente, sonríe.

—Gracias. —Agita una mano a los Inquisidores que habían traído al niño—. Un talento,

una comida caliente, y una habitación en una posada. —Asiente una vez mientras el rostro

del muchacho se ilumina—. Que nunca digan que no soy generoso.



tra noche en la Corte Fortunata. Otra noche de trajes brillantes y bailes

O

sensuales.

Raffaele me ayuda a prepararme hasta que estoy impresionante en

sedas y joyas, y luego me lleva fuera de los pasillos secretos hacia la cámara

principal de descanso. La habitación está ricamente decorada esta noche,

salpicada de divanes de terciopelo, platos de jazmín posados en mesas bajas y redondas, las

cortinas de seda cuelgan sobre altas ventanas formando arcos. Jarrones de azucenas

nocturnas están en cada esquina de la habitación, sus pétalos de color púrpura oscuro

abiertos, su rico aroma almizcleño llenando el aire. Consortes vestidos con sus mejores galas

se reúnen en grupos. Algunos ya tienen clientes, mientras otros se ríen entre ellos.

En el centro de la habitación hay una elevada plataforma circular y baja, rodeada de

cojines escarlata gruesos para que los huéspedes se sienten. Ya están medio llenos de gente.

—Te dejo aquí —dice Raffaele mientras nos paramos detrás del velo de seda que

conduce a la cámara principal—. Ya sabes la rutina.

—¿Actúas esta noche? —pregunto.

Raffaele me da una pequeña sonrisa. Entonces me da un beso en ambas mejillas.

—Búscame. —Luego se va sin decir nada más.

Al instante en el que doy un paso más allá del velo, voy hacia donde otros consortes en

entrenamiento ya están descansando en los cojines cerca de la parte posterior. A medida que

avanzo, varios clientes me captan con la mirada, sus ojos persisten antes de que se deslicen a

consortes disponibles. Un hombre en particular, vestido de pies a cabeza de terciopelo

brillante de color negro, su rostro oculto por completo detrás de una máscara negra, me

mira por un largo momento, poco interesado en la conversación con sus compañeros.

Mantengo mi mirada con determinación hacia delante. Siempre me toma un momento antes

de bajar la guardia en estos eventos.

Los otros consortes en entrenamiento intercambian contacto visual conmigo, pero

ninguno de nosotros habla. Elijo un cojín en un extremo, entonces miro a más clientes

enmascarados y consortes que se arremolinan en la sala, hasta que se llena el aforo.

Finalmente, los criados extinguen varios de los faroles que cubren las paredes. La sala

se oscurece, y las conversaciones cesan. Otros criados encienden los faroles que rodean la

plataforma elevada. Me enderezo, preguntándome cómo se verá Raffaele. Después de unos

minutos, la señora de la corte se mueve a través de la multitud y se detiene antes del borde

de la plataforma. Es alta y majestuosa, todavía hermosa en sus años dorados, con líneas


grises en el cabello. Extiende sus brazos amplios. Voy a tener que preguntarle a Raffaele la

próxima vez, si ella es una patrona de los Dagas. Debe serlo.

—Bienvenidos a la Corte Fortunata, mis invitados —dice. Su voz es rica y cálida, y

todos en la audiencia se echan para delante, mostrando interés—. Es una noche fresca y

tranquila, un tiempo estupendo para que nos reunamos. Y sé por qué todos han venido. —

Hace una pausa para sonreír—. Quieren ver nuestra actuación de las joyas brillantes de la

corte.

Una ronda de aplausos bajos le contestan.

—No voy a retrasarlo por más tiempo, entonces —continúa—. Abandónense a una

noche de deseo, mis invitados, y sueñen con nosotros hoy.

Con eso, el resto de los faroles de la pared se apagan, dejando solo la plataforma

iluminada. Redobles de tambor profundos hacen eco, uno tras otro. Envían un temblor a

través de mí, revolviendo mi alineación a pasión, y siento mi energía revolverse. Un joven

consorte se desliza a través de la oscuridad de la multitud. Cuando llega a la plataforma y

pasa a la luz de los faroles, reprimo un grito ahogado.

Raffaele está vestido con sedas pálidas que hacen que destaque, su pecho está desnudo,

y una línea de oro está pintada por la mitad de su torso. Se detiene en el centro de la

plataforma elevada, los ojos bajos, y luego se arrodilla en un gesto fluido, con los brazos

cruzados delante de él, mangas anchas rezagadas. Su bata se acumula en un círculo a su

alrededor. Se queda allí por un momento mientras los redobles se hacen más fuertes, y luego

se pone de pie de nuevo y camina en un lento e hipnótico círculo. Nunca he visto una danza

tranquila y delicada como esta, junto con una canción que no es más que percusión, puede

que nunca vea algo así otra vez. Echo un vistazo a los clientes que llenan la habitación. Están

sorprendidos en silencio. Poco a poco, cuando el tempo aumenta, otros dos consortes se

unen a Raffaele en la plataforma, una chica y un chico, y juntos se deslizan en círculos

alrededor del otro, con los ojos tímidos y penetrantes, movimientos que fluyen como el

agua. Los otros dos consortes son hermosos, pero palidecen al lado de Raffaele. No hay duda

de a quién siguen los ojos del público. Observo, hipnotizada. Entonces el momento de

profunda tristeza de Raffaele vuelve a mí, y la actuación me hiela hasta los huesos.

Alguien nuevo se sienta detrás de mí. No pienso mucho en ello al principio, la

habitación está llena de clientes, en todo caso, todos centrados en la plataforma. Es solo

cuando la persona habla que mi corazón se detiene.

—No te voy a hacer daño, Adelina. Solo escucha.

La voz está muy cerca de mi oreja, tan cerca que puedo sentir el aliento del que habla,

suave en mi piel. Es tan silencioso, apenas lo escucho por encima de los tambores. Pero lo

hago. He escuchado esa voz una sola vez en toda mi vida, pero la reconocería en cualquier

parte.

Teren.

La energía en mi corazón alcanza su máximo, y tengo un impulso repentino de gritar

en mitad de la actuación. Me encontró. Por el rabillo de mi ojo, puedo ver que no está

vestido con su armadura y ropajes de Inquisidor, pero sí en terciopelo negro, con el rostro

oculto tras una máscara como todo el mundo aquí. Es el hombre que vi antes, aquel cuya

mirada se detuvo en mí. ¿Cómo me ha encontrado? He sido demasiado descuidada. ¿Me ha


localizado vagando alrededor de la Corte? ¿Me ha reconocido desde los balcones? ¿Está

solo? ¿Hay otros Inquisidores en la multitud? Mi corazón late frenéticamente. ¿Están

esperando para atacar?

—No tienes ninguna razón para confiar en mí, lo sé —murmura mientras continua la

actuación—. Pero no te he localizado para arrestarte. He venido a hacer un trato contigo.

Esto puede funcionar considerablemente a tu favor, si quieres.

Me quedo callada. Mis manos están temblando violentamente en mi regazo, y las

agarro más fuerte para que nadie se dé cuenta. Mi mirada se queda fija hacia la actuación de

Raffaele. ¿Alguien más se dio cuenta? ¿Raffaele? Que alguien me ayude, pienso, mi ojo

corriendo a toda velocidad alrededor de la habitación. Si hago un escándalo ahora, Teren

será revelado; pero, ¿qué le detendrá de arrastrarme de nuevo a la Torre de la Inquisición, o

matarme en el acto? Los otros Dagas no están aquí para protegerme, y Raffaele no puede.

Estoy por mi cuenta.

—Dime —susurra Teren—. ¿Los Jóvenes Élites te han tomado bajo sus alas?

Redobles palpitan en mis oídos. Me quedo paralizada, incapaz de responder su

pregunta.

—Viendo que estás viva y bien, asumiré que sí. —Ni siquiera tengo que ver el rostro de

Teren para saber que está sonriendo—. ¿Estás tan segura de sus intenciones? ¿Confías en

tus salvadores tan fácilmente?

Si no estuviera aterrorizada, me reiría de sus palabras. Como si tuviera una razón para

pensar que los Inquisidores podrían ser más confiables.

—Habla, Adelina —me advierte Teren—. No me gustaría hacer una escena y arrestarte.

Mi voz vuelve a la vida. Giro la cabeza ligeramente, entonces susurro de vuelta con una

voz pequeña y ahogada por los tambores.

—¿Qué quieres? —tartamudeo.

El ritmo de los tambores cambia. Teren me susurra a través del ritmo atronador:

—Sé que eres nueva para ellos. Es probable que no sepas todo sobre su funcionamiento

interno. Pero sospecho que lo sabrás, y pronto. —Se mueve más cerca mientras los tambores

se vuelven más frenéticos—. Así que, aquí está cómo podemos ayudarnos el uno al otro.

¿Por qué iba a querer ayudarte? Inhalo dificultosamente en un vano intento de

calmarme, y en los rincones oscuros de la sala puedo ver recuerdos de mi día ardiente, la

manera en que los ojos pálidos de Teren habían pulsado en mí.

—Observa todo —susurra en mi oreja—. Mira, escucha, y recuerda. Sé dónde estás

ahora. Te comprobaré de vez en cuando. Y espero que compartas lo que aprendas conmigo.

Mi corazón late al ritmo con los redobles de tambor frenéticos. No puedo respirar.

—Si lo haces, no solo voy a perdonarte la vida, sino que te llenaré con riquezas. Te

puedo conceder todos tus deseos. —Me sonríe—. Solo piénsalo. Puedes redimirte, la

transformación de una abominación, ante los ojos de los dioses, en una salvadora. —Hace

una pausa y su voz se profundiza. En el escenario, Raffaele tira a la joven consorte hacia él.

Hace un doble giro. Se da la vuelta y hace lo mismo con el consorte masculino—. Si no lo

haces, no solo voy a destruirte, voy a destruir todo lo que te importa.


Olas de miedo e ira suben en mi pecho, fusionándose en una sola, llenando mi mente

con susurros.

—¿Cómo sabes lo que me importa? —murmuro con dureza.

—¿Ya te has olvidado de tu hermanita? Qué corazón más frío.

Violetta. Una garra helada se apodera de mi corazón. De repente, estoy de vuelta en mi

pesadilla, poniendo mi brazo en mi frágil hermana mientras una tormenta ruge fuera, luego

dándome la vuelta para encontrar que ya no está allí.

No. Solo está tratando de provocarte.

—¿Qué podrías saber sobre mi hermana? —espeto.

—Lo suficiente. En la mañana de tu quema, ella vino a mendigar por tu vida. ¿Sabías

eso? Ahora es tu turno para devolverle el favor.

Está mintiendo.

—No la tienes —murmuro.

La respuesta de Teren es una llena de diversión.

—¿De verdad quieres jugar este juego conmigo?

Mi determinación flaquea. ¿Ella había acudido a él? Qué pasa si Teren está diciendo la

verdad. ¿Y si lo hizo, y la aprisionó? Susurros se arremolinan en mi mente, sus palabras

incomprensibles, llenándome con el zumbido de terror. Y yo que pensaba que ella había

pasado página, tal vez se comprometió a casarse con un hombre rico. ¿Qué pasa si había

estado con la Inquisición durante semanas en su lugar?

¿Por qué harías eso por mí, Violetta?

—No te creo —susurro.

Teren no contesta, y durante un largo momento, solo escuchamos los tambores. Justo

cuando pienso que podría haberse ido, responde:

—Tengo a tu hermana, si quieres creerme o no. Y la voy a torturar felizmente hasta que

puedas oír sus gritos desde los hermosos balcones de la Corte Fortunata.

Está mintiendo. Está mintiendo. Tiene que ser. Me imagino el rostro aterrorizado de

Violetta, las lágrimas cayendo por sus mejillas. Me imagino sangre.

—Dame tiempo —susurro finalmente. No sé qué más decir.

—Por supuesto —responde Teren con dulzura—. Estamos en el mismo bando. Pronto

te darás cuenta de que estás luchando por una buena causa. —Su tono se vuelve

extrañamente reverencial. Serio y grave—. Puedes ayudarme a arreglar este mundo, Adelina.

Estoy atrapada en medio de una red ajustada.

—La semana que viene —susurra—. Quiero verte en la Torre de la Inquisición. Tráeme

algo de información que encuentres útil.

—¿Cómo sé que no quieres apoderarte de mí cuando llegue?

—Niña estúpida —vocifera Teren—. Si te quisiera arrestada, lo haría ahora mismo.

¿Por qué iba a encerrarte cuando puedes ser mi pequeña ayudante? —Se presiona muy

cerca, su aliento caliente contra mi oreja—. Si me gusta lo que dices cuando llegues a la


Torre, tu hermana será mimada y alimentada hasta la próxima vez que te vea. Sí no vienes a

mí… —Hace una pausa. Puedo ver su sutil encogimiento de hombros por la esquina de mi

visión—. Entonces no mantengo mi parte del trato.

Entonces la matará. No tengo elección. Simplemente asiento.

No hay respuesta. El roce de su aliento contra mi oreja se desvanece, y el aire frío pica

mi piel. Los redobles finalmente paran. Arriba en la plataforma, Raffaele y los otros dos

consortes se inclinan hacia la multitud. La sala llena de clientes salta a sus pies, rugiendo su

entusiasmo, sus estruendosos aplausos. En medio del caos, miro alrededor en un

desesperado intento de encontrar el rostro de Teren.

Pero ya ha desaparecido en el mar de los rostros enmascarados, como si nunca hubiera

estado allí. Sus palabras siguen haciendo eco en mi mente, atormentándome.

Me ha convertido en una espía en contra de mi voluntad.



M

e retiro a mi dormitorio esa noche sin decir una palabra a nadie. Raffaele

me frunce el ceño cuando me voy, sus ojos siguiendo mi figura desde el

otro lado del patio principal, pero me obligo a darle una rápida sonrisa y

me apresuro a salir. No es hasta que se pone al día conmigo en los pasillos

secretos que finalmente me doy la vuelta para mirarlo.

Raffaele parece genuinamente preocupado por mí, una emoción que tira de mi

corazón. Roza mi mejilla con un breve toque de sus dedos. Sus ojos son todavía negros con

polvo de oro, sus pestañas largas y negras.

—Parecías asustada durante la presentación —murmura—. ¿Estás bien?

Fuerzo una sonrisa y trato de mantener la distancia entre nosotros. Lo último que

necesito es que sienta lo mucho que estoy temblando.

—Sí, lo estaba —miento, esperando que no lo pueda notar—. Me sentí demasiado

expuesta en la audiencia esta noche. Tal vez son solo mis nervios. —Trato de sonreír—

. Nunca te he visto en acción.

Raffaele me observa atentamente. Trato de consolarme con el hecho de que solo puede

sentir el cambio de mi energía, no lee mis pensamientos reales. Si piensa que estoy actuando

extraño, que crea que es debido a su presentación, o por estar fuera en público.

O le podría decir lo que pasó. Podría hacerle saber que Teren me ha perseguido,

confesarle la tarea que me dio. Después de todo, Enzo me salvó la vida. ¿No es así?

Pero la advertencia de Raffaele durante mi prueba con las gemas me atormenta. ¿Qué

pasa si los Dagas me matan? Ellos no me han conocido el tiempo suficiente para confiar en

mí. ¿Y si esto es suficiente para convencerlos de que soy un riesgo muy grande como para

mantenerme alrededor? No. No puedo decirles. Podría estar muerta para mañana si lo hago.

Y Violetta se quedará en las garras de la Inquisición.

Finalmente, Raffaele decide ceder. Pone una mano en mi hombro.

—Descansa bien esta noche —dice. Besa mis mejillas con tranquilidad, y luego vuelve a

salir por el pasillo.

Lo veo irse. Sea o no que en realidad me cree, no tengo ni idea.

Esa noche, me quedo mirando el techo sin poder dormir. Trato de imaginarme a mi

hermana temblando en la misma celda oscura de la Inquisición en que me alojé. ¿De verdad

había rogado por mi vida? ¿Estoy dispuesta a arriesgar mi propia vida para

salvarla? ¿Cómo puedo siquiera saber que la tiene? ¿Me atrevo a dudar de él?

La semana que viene. ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo voy a escaparme siquiera?


Al día siguiente, cuando Raffaele me pregunta cómo me siento, solo digo que me siento

mucho mejor. Me mira de reojo, pero no me obliga a decir más.

Pasa otro día. Mi pánico inicial se asienta en una corriente constante de inquietud. Tal

vez había soñado toda la cosa, y Teren nunca llegó en primer lugar. Este pensamiento es tan

tentador que casi me dejo creerlo.

Al tercer día, soy capaz de pensar. Para sobrevivir, tengo que jugar a este juego. Y tengo

que jugarlo bien.

Cinco días después de la mascarada.

Raffaele y yo estamos de vuelta en la caverna. Me observa mientras estudio a Enzo

peleando con la Araña, tratando de averiguar cómo funciona su energía. Las palabras de

Teren permanecen en mi mente, recuerdos de lo que espera de mí. Mi semana casi se ha

acabado. ¿Cómo voy a ser capaz de escabullirme a la Torre de la Inquisición?

Trato de concentrarme en su lugar.

—¿Dónde aprendió a pelear de esa manera? —le pregunto a Raffaele mientras

observamos a Enzo rodeando a la Araña.

—Se suponía que iba a ser rey —me recuerda Raffaele mientras garabatea notas en una

hoja de papel. Hace una pausa para mojar su pluma en un tintero ubicado en el suelo—. Se

formó con los Inquisidores cuando era un niño.

Enzo espera a que su oponente dé un golpe primero. Durante un largo minuto, no pasa

nada. Los otros se burlan y alientan desde los bordes del círculo. Entonces, de repente, la

Araña se abalanza sobre Enzo, su espada de madera agitándose hacia adelante apuntando al

lado izquierdo del príncipe. Mi lado débil. El movimiento es tan rápido que no veo nada más

que un borrón a través del aire, pero de alguna manera, Enzo logra predecir el golpe y se sale

del camino en el último segundo. Fuego chispea de sus manos, lo envuelve en un cilindro

hermético. La Araña salta de nuevo. Incluso con su velocidad, puedo decir que el calor ha

chamuscado los bordes de sus vestidos. Enzo sofoca las llamas, al mismo tiempo que se

lanza hacia la Araña, como materializándose desde detrás de un velo de color naranja y oro.

Golpea tres veces en sucesión rápida. Araña desvía los golpes, uno tras otro, y luego se lanza

de nuevo. Los dos siguen en una tensa batalla. La fuerza de sus golpes hace eco en la

caverna.

Por último, Enzo agarra a la agotada Araña con la guardia baja. Patea la espada de

Araña fuera de su alcance, agarra la empuñadura de madera, y señala de nuevo el cuello de

su oponente. Los otros Dagas sueltan hurras, mientras la Araña emite un gruñido de


frustración. El duelo acabó. Dejo escapar un aliento tembloroso mientras ambos bajan sus

armas y paso de uno al otro.

Enzo está goteando sudor, su cabello despeinado y suelto, sus músculos magros

tensos. Por lo que puedo notar, la Araña es el único que parece capaz de trabajar al príncipe

tan a fondo. La camisa de lino blanco de Enzo se aferra húmeda y translúcida a su

espalda. Mientras se ajusta los guantes, me echa una mirada de reojo y se da cuenta de que

lo estoy mirando. Trato de apartar mi vista. En mi mente, me imagino lo que Enzo podría

hacerme si se entera de mi encuentro con Teren. Me va a sepultar en llamas.

Enzo me guiña cortésmente sin sonreír, entonces se acerca la Araña para asegurarse de

que está sano y salvo. La Ladrona de Estrellas, acompañada hoy por dos coyotes en lugar de

un águila, aplaude. El llamado Arquitecto se pasa las manos desgarbadas por el cabello

mientras se maravilla por la velocidad de Enzo. La Caminante del Viento le pregunta a Enzo

cómo hizo su último movimiento. Incluso la Araña se le acerca ahora mientras intercambian

palabras que no puedo oír.

Me aclaro la garganta y vuelvo mi atención a Raffaele, quien parece estar

pacientemente terminando sus notas.

—Espero que te concentraras en ese duelo —dice en un tono casual.

Me sonrojo ante sus bromas. Esta es la manera de Raffaele de introducirme en el

concepto de energía, tratando de enseñarme a ver las cargas de energía en el aire. Saco a

Enzo de mi cabeza, me concentro en mi núcleo, y busco mis alineaciones con la oscuridad y

la ambición, la curiosidad y el miedo. Me imagino dejando mi cuerpo, corriendo por el aire,

buscando en el interior de las almas de los Dagas peleando, practicando mi análisis de sus

movimientos pequeños y sutiles, en busca de destellos de su energía en acción, tejiendo mi

camino a través de ellos para ver los relucientes hilos de energía que componen sus

corazones y mentes. Mi mandíbula se tensa.

Nada.

Suspiro. No puedo enfrentar a Teren así. Impotente.

—Primero me dices que tengo que dominar mis habilidades antes de convertirme en

una Daga —le digo, volviéndome hacia Raffaele—. ¿Cómo se supone que debo aprender

cualquier cosa si me quedo separada de todos los demás?

Detrás del rostro sereno de Raffaele, noto un destello de algo de cálculo.

—La ambición no descansa en ti hoy. Pero la forma más segura de frenar tu progreso es

apresurarte en situaciones para las que no estás lista todavía. —Una nota firme entra en su

voz—. Paciencia.

Cuidado, Adelina. No quieres que Raffaele sospeche de ti.

—¿Por qué solo puedo acudir a mis poderes cuando soy amenazada? —le susurro en su

lugar. Desde la esquina de mi visión, veo a Enzo dejar la caverna. Mis hombros se encorvan

ligeramente en decepción.

—Piensa en este escenario —dice Raffaele—. Hace cien años, cuando el Beldish trató de

invadir nuestras islas del norte, un ejército condenado de cuarenta soldados Kenettran logró

repeler cuatrocientos hombres Beldish, comprándonos tiempo para trasladar nuestros

refuerzos allí. A veces, tu cuerpo te da la fuerza que normalmente no tendrías. ¿Verdad?


Asiento. La Batalla por la isla Cordonna es una conocida pieza de la historia.

—Tu potencia específica funciona de la misma manera. Cuando eres empujada al

miedo o la ira extrema, tu cuerpo aumenta su energía diez veces, a veces por cien. No es así

para todos, ciertamente no para mí, ni para nuestra Ladrona de Estrellas, cuya alineación

con alegría significa que su fuerza se dispersa cuando está asustada o enojada. ¿Pero tú? —

Raffaele se inclina hacia atrás y me mira pensativo—. Ahora solo tenemos que averiguar

cómo puedes utilizar esa fuerza sin que la muerte esté arañando tu garganta. Enzo prefiere

no arriesgar tu vida cada vez que convocas tus capacidades.

Me recuesto contra el pilar. Casi me dan ganas de reír. Si mi vida ha de ser amenazada

con el fin de llevar a cabo mis habilidades, entonces debería estar nadando en poder por

ahora.

Raffaele me observa con una pequeña sonrisa en sus labios que me acelera el

corazón. Hoy está vestido con una túnica dorada pálida, y su piel lisa está sin adornos

excepto por un poco de polvo brillante que recubre sus ojos. ¿Cómo es posible que este tipo

de cosas pequeñas acentúe tanto su belleza? No hay nadie inmune a sus encantos, me he

dado cuenta. Hace que incluso la sarcástica Caminante del Viento se ruborice con una

inclinación de la cabeza, y cuando se burla de Araña, el muchacho corpulento tose en

vergüenza a pesar suyo. En los últimos días, ocasionalmente he vislumbrado a Raffaele

abajo en la entrada de la corte con los clientes. Ayer, estaba con una bella joven. El día

anterior, con un noble guapo. No importaba quién era el cliente. Lo vi atraparlos con nada

más que una sonrisa y un barrido de sus ojos. Cada vez, el rostro del cliente parecía enfermo

de deseo. Cada vez, me podía creer de todo corazón que él estaba enamorado de ellos.

Raffaele recoge varias piedritas lisas del suelo. Las coloca en una línea delante de mí.

—Vamos a empezar simple —dice—. Usa la oscuridad dentro de ti antes de sacarla al

mundo que te rodea. —Asiente hacia las piedritas—. Estas piedras son de color gris

claro. Quiero que me convenzas de que son negras.

Vuelvo la atención a ellas. Utiliza la oscuridad dentro de ti. Me digo que tengo que

centrarme en el miedo y el odio, arrastrar mis pensamientos y recuerdos más oscuros a la

superficie. Entonces alcanzo los hilos de la energía dentro de mí. Puedo sentirlos, pero se

quedan fuera de mi alcance. A mi lado, Raffaele toma algunas notas en su

papel. Registrando mi progreso y los cambios en la energía, sin duda.

Trato durante varios minutos antes de suspirar y levantar la vista. Raffaele solo

asiente.

—Ánimo, mi Adelinetta —dice—. Fuiste capaz de evocar tu energía durante tu primera

prueba. Tómate tu tiempo y sigue intentándolo.

Me concentro en las rocas de nuevo. Esta vez, cierro los ojos. En la oscuridad, bloqueo

los sonidos de los otros, revisitando su lugar la noche de la muerte de mi padre. Mi

pensamiento se dirige de mi padre a mi hermana. Un recuerdo emerge de nuestros primeros

días, la forma en que ella metería mi cabello detrás de mis orejas, de cómo se quedaba

dormida en mi hombro en la inclinación de la luz cálida de la tarde. La imagen se desvanece,

sustituida por una donde estoy agazapada en un rincón de una celda en una prisión oscura.

Teren está detrás de mí, susurrando en mi oreja. Atrapándome. La ira despierta

dolorosamente en mi boca del estómago, y dejo que se acumule allí, reuniendo peso y

tirando de mi corazón hacia abajo hasta que siento la estocada familiar en mi pecho.


Abro los ojos y busco en mí misma. Esta vez, siento los hilos de energía tensarse dentro

de mí, y mi mente teje entre ellos como manos en un arpa. Tiro de ellos. Mi atracción es

inestable, y lucho para controlar el alcance. Mis cejas se surcan por el esfuerzo de aferrarme

a ellos. Ante mí, las rocas aún permanecen tan grises como siempre... pero a unos metros de

distancia de ellas, una pequeña cinta de oscuridad se arrastra desde el suelo. Grito al verla.

—Raffaele —jadeo—. ¡Mira!

En el instante en que lo digo, se me rompe la concentración y las cuerdas de energía se

deslizan fuera de mi alcance. Mi ilusión vuelve a caer al suelo. Exhalo mientras el miedo

acumulándose en mi estómago tiembla. Raffaele me mira en silencio. Lo intento de

nuevo. Mi mano roza las cuerdas de energía. Las agarro.

De pronto, una cuchilla destella delante de mí. Me agacho por instinto. Alguien se ríe

de mí, y me doy cuenta de que es Araña. Se abalanzó sobre mí desde el otro lado de la

caverna.

—Una pequeña cinta oscura —dice con desdén—. Estoy aterrorizado.

Raffaele le da al enorme muchacho una mirada de advertencia.

—No lo hagas —dice.

—¿O qué, consorte? —La Araña me da una mirada burlona mientras enfunda su daga—

. ¿Eso asusta al pequeño cordero?

Raffaele arquea una ceja.

—¿Quieres llevar esto con Enzo? No pondría a prueba su paciencia estando a unas

pocas semanas antes del Torneo de las Tormentas.

¿El Torneo de las tormentas? ¿Qué tienen planeado para el festival más grande del

año?

Un momento de duda parpadea en el rostro de Araña, pero lo esconde

inmediatamente.

—Dile a Enzo lo que quieras —gruñe. Luego le da la espalda.

Irritación me inunda, una liberación de todo mi miedo y la ansiedad reprimida. Antes

de que pueda pensar en lo que estoy haciendo, me pongo de pie y estiro el brazo. Esta vez,

veo los hilos de energía que me conectan con Araña. Les doy un tirón. Una silueta oscura

irrumpe desde el suelo delante de él, deteniéndolo en seco. Es delgada y transparente,

apenas amenazante. Pero está ahí. El fantasma deformado muestra los dientes y deja

escapar un silbido. Araña agita su daga.

No puedo aguantarlo, la ilusión se desvanece. Me quedo quieta, incapaz de creer que

acabo de sacarlo de la tierra. Los otros Élites se detienen a mirar lo que está sucediendo. La

Ladrona de Estrellas me frunce el ceño con preocupación.

—Déjala en paz —le grita a Araña, pero él simplemente no le hace caso.

Araña se vuelve hacia mí y sonríe. En un instante, tiene una hoja señalando la base de

mi cuello. Metal frío aprieta contra mi piel.

—Ten cuidado con dar pasos demasiado grandes, niña —murmura—. Tú y tus siluetas.


—Pronto voy a saber más que solo siluetas —murmuro en respuesta. La ilusión que

creé de repente me vuelve audaz, y aprieto los dientes, ávida de violencia—. Espera y verás.

—Sus labios se crispan ante mi reto, pero solo le regreso la mirada, sin miedo.

—No, no lo harás. —Sonríe, luego se inclina para susurrar en mi oreja—. Cuando eso se

haga evidente para todos los demás, disfrutaré ver a Enzo cortarte la garganta. —Su cuchilla

se clava en mi cuello de nuevo. Fantaseo con hacer que su daga gire, cortarlo lentamente de

oreja a oreja, viendo su sangre burbujear de su boca. La imagen parpadea por mi mente

como un relámpago, y me permito nadar en un momento de terror y deleite absoluto.

Deleite de mi padre. Adelante. Quiero ver que lo pruebes. Tal vez debería darle a

Teren su nombre, cuando vaya a la Torre de la Inquisición.

—Basta ya —espeta Raffaele. La nitidez de su voz me sobresalta. No creo que nadie

nunca me haya defendido con tanta firmeza.

Araña se separa con una risa.

—Solo estaba jugando —dice con una voz indiferente—. No pasa nada. —Me

estremezco. No creo que Raffaele oyera lo que Araña me susurró. Espero que no sintiera la

imagen con que fantaseaba. En el otro extremo de la caverna, la Ladrona de Estrellas me

lanza una mirada simpática y luego pone los ojos en blanco hacia Araña.

—¿Estás bien? —me pregunta Raffaele. Me las arreglo para asentir, y suspira—. Pido

disculpas. Está resentido por el interés de Enzo en ti. Siempre se ha considerado el mejor

peleador de Enzo, y no le gusta que los ojos del príncipe ahora se desvíen. Dale tiempo.

En silencio, le agradezco su preocupación. Mi corazón se tambalea vergonzosamente

ante la idea de Enzo interesado en mí. En mis poderes potenciales, me corrijo. Las palabras

de Araña permanecen en mis pensamientos, burlándose de mí, y siento el fantasma de su

fría cuchilla en el cuello. ¿Enzo realmente me cortaría el cuello?

Como si fuera una señal, las puertas de las cavernas se abren. Giro mi cabeza en su

dirección.

Enzo viene de nuevo, sus largas túnicas detrás de él. Hace una pausa por un momento

en la puerta, mirando en silencio alrededor de la caverna. Entonces, le silba a la Ladrona de

Estrellas.

—Es tiempo —dice en voz alta—. ¿Cómo te sientes hoy?

La Ladrona de Estrellas les susurra a sus dos coyotes que se queden, entonces se

apresura más y se para de golpe. Le da una mirada pícara.

—Nos sentimos bastante bien —responde con una rápida reverencia—. Como siempre.

Una leve sonrisa juega en el borde de los labios de Enzo.

—Excelente. Vamos.

El rostro de la Ladrona de Estrellas se ilumina, y no tengo ningún problema en creer

las palabras de Raffaele con las que se alinea con alegría. Ella se despide de los

otros. Raffaele se pone de pie en un movimiento fluido, entonces me da un movimiento de

cabeza.

—Quédate un rato más, si deseas practicar —me dice—. Volveremos esta noche.


Salen de la caverna sin decir una palabra. Soy la única que queda. Enzo ni siquiera me

miró.

Me doy cuenta de que he estado aguantando la respiración. Mi oscuridad despierta en

mí, y dejo que me consuma. No tengo ni idea de lo que estaban hablando. Obviamente están

fuera en otra misión sin mí.

Esta es mi oportunidad de reunirme con Teren.

El choque de ese pensamiento me deja débil en las rodillas. Mi semana casi se ha

acabado. Si los Dagas estarán fuera por un tiempo, ocupados con lo que sea que han

planeado, entonces tengo que aprovechar este momento. De repente miro alrededor de la

habitación, aterrorizada de que de alguna manera uno de ellos lograse oír mis pensamientos

silenciosos. El asesinato malfetto que vi el día anterior vuelve a mí. Entonces, la amenaza de

Araña.

Entonces, los pensamientos de mi hermana.

Solo me acercaré a la torre. Si parece sospechoso, me iré. No entro. Voy a... Mis

pensamientos se desvanecen, ahogados por el latido de mi corazón.

Me pongo de pie. Empiezo a moverme. Ni siquiera estoy segura si estoy en control, o si

mi cuerpo ha decidido dejar que mis instintos se hagan cargo. Subo las escaleras y camino

más allá del patio principal. Allí, vislumbro las calles, y las veo llenas de festividades. El cielo

se ve oscuro y amenazante. Algo importante está pasando en la ciudad hoy.

Los Dagas están en movimiento. Así que yo también.



l instante que me escapo de la Corte Fortunata y llego a la calle principal,

A

tengo la sensación de que algo anda mal.

Seguro, las personas en sedas de colores llenan el camino, y los

comerciantes que venden máscaras están en todas partes, obstruyendo la

calle y pregonando sus mercancías como lo harían en una mascarada de

primavera en Dalia. La gente ríe y animan. Vides florecientes crecen gruesas y exuberantes a

lo largo de los edificios de la calle, y los caballos que tiran de los carruajes y cajones recorren

el camino de arriba abajo en los anchos senderos. Góndolas se alinean en los canales

fluviales, cargadas de pasajeros. Un hombre empujando un carrito de tartas de frutas canta

una canción popular, mientras que un pequeño grupo de niños baila detrás de él. El olor de

la mantequilla y especias se mezcla con el olor acre de las multitudes.

Pero las nubes negras cubren el cielo, aún más oscuras que cuando lo vislumbré antes

desde el patio. Hay una humedad en el aire, una quietud fría, tensa, que contrasta

fuertemente con las banderas de colores que cuelgan de los balcones y las fiestas en la

calle. Las personas que sonríen en las máscaras de disfraces lucen amenazantes para

mí. Como si todo el mundo supiera lo que voy a hacer, y hacia dónde voy. Mantengo mi

cabeza gacha.

Hay informes publicados por el Eje de la Inquisición en cada intersección principal,

llamando a la gente a informar de cualquier malfetto sospechoso. Instintivamente me

empujo contra la multitud, tratando de mantenerme oculta. Todo el mundo parece dirigirse

en la misma dirección, por lo que los sigo, perdida entre sus trajes y máscaras brillantes. Mis

zapatillas pisotean contra la curva de adoquín. ¿Qué celebración de Estenzian es esta?, me

pregunto cuando paso por una calle estrecha con las vides colgando bajo por encima de las

cabezas de las personas.

—¡Para el Barrio Rojo! —grita alguien a mi lado, agitando una pieza de alta seda roja

sobre su cabeza. Me toma un momento darme cuenta de que todos en la multitud agitan los

mismos colores de seda: rojo, verde, dorado y azul.

A lo lejos y cerca del puerto, el techo de la Torre Inquisición brilla bajo el sol.

La multitud me empuja. Por último, me las arreglo para pasar fuera de las principales

aglomeraciones y bajo un estrecho callejón, más tranquilo. Tengo cuidado de permanecer en

las sombras. Si supiera cómo usar mis poderes, probablemente podría utilizar una silueta

oscura para esconderme aún más. Trato de llamarlos de nuevo, pero los hilos quedan justo

fuera de mi alcance, burlándose de mí.

En el momento en que alcanzo la Torre Inquisición, estoy empapada de sudor y

temblando de pies a cabeza. Tengo la suerte de que pocas personas parecen estar en esta


zona de la ciudad, todo el mundo está en las festividades. Me quedo en la entrada, donde los

Inquisidores montan guardia, y trato de imaginar a Violetta dentro de los muros de piedra.

Dudo, retorciendo las manos.

¿Qué pasa si Teren no tiene a Violetta en absoluto? ¿Qué tipo de trampa puede ser

esta? Me muerdo el labio, preocupándome sobre cómo Teren no me había detenido en la

corte, la forma en que amenazó con matar a Violetta si no venía. Me quedo tanto tiempo en

la torre que mi visión comienza a desdibujarse. Por último, cuando la calle está despejada,

me apresuro con pies silenciosos a la entrada de la torre.

Los guardias Inquisidores me bloquean.

—¿Qué es esto? —gruñe uno de ellos.

—Por favor —me las arreglo para decir en un susurro ronco. Ya me siento expuesta

aquí. Si uno de los Elites me ve...—. Estoy aquí para ver al maestro Teren Santoro. Me está

esperando.

El Inquisidor me estudia sospechosamente, luego intercambia una mirada con el

segundo Inquisidor en la entrada. Niega.

—Voy a pasar la palabra al maestro Santoro —me dice—. Hasta entonces, tendrás que

esperar aquí.

—No —digo en un apuro, luego miro alrededor de nuevo en las calles. Perlas de sudor

en mi frente—. Tengo que verlo ahora —agrego con voz urgente—. No puedo ser vista

aquí. Por favor.

El Inquisidor me empuja con una mirada irritada.

—Vas a esperar aquí. —Asiente—. Hasta entonces…

Sus palabras se cortan cuando la puerta detrás de él se estremece, entonces se balancea

lentamente. Allí, de pie casualmente en la entrada con las manos cruzadas detrás de la

espalda, está Teren. Sonríe al verme.

—¿Cuál es el problema? —le dice a los guardias.

El Inquisidor que me empujó se da la vuelta, desconcertado. Toda molestia cae de su

rostro. Hace una reverencia hacia Teren con toda prisa.

—Señor —comienza—, esta chica dice que está aquí para verlo. Nosotros…

—Y así es —interrumpe Teren, sus ojos claros se centran en mí—. He estado viéndote

venir hacia la torre. —Hace un gesto para que me acerque.

Trago saliva, entonces me apresuro pasando a los dos Inquisidores con la cabeza

gacha. Cuando entro en la torre, Teren cierra la puerta detrás de mí. Suspiro con alivio ante

el conocimiento de que ya no estoy expuesta al aire libre.

Entonces me estremezco al ver el gran salón de la torre, decorado con las mismas

pieles, tapices y símbolos del sol eterno como la torre de Dalia donde había estado

encarcelada.

Teren me lleva a un vestíbulo estrecho, a continuación, a una habitación con una larga

mesa y sillas. Allí, tira una silla para mí y me ofrece el asiento. Me siento, temblando. Mi

garganta se siente reseca. Teren se sienta a mi lado, y luego se inclina hacia atrás con una

postura relajada.


—Mantuviste tu promesa —dice después de un tiempo—. Aprecio eso. Me ahorra una

gran cantidad de problemas.

No quiero preguntar lo que él habría hecho si no hubiera aparecido. En lugar de ello,

me encuentro con su mirada.

—¿Mi hermana está a salvo? —le susurro.

Teren asiente.

—Está a salvo y sin daño alguno, por ahora.

—Déjame verla.

Se ríe un poco ante eso. La diversión nunca le llega a los ojos, sin embargo, y el hielo en

su mirada me hiela hasta los huesos.

—¿Qué tal si primero me dices algo que quiero saber? —dice.

Me quedo callada, sin saber qué decir. Mis pensamientos se confunden en un río

frenético. ¿Qué poco puedo decirle, para mantener a Violetta segura? ¿Qué va a

satisfacerlo? Respiro profundo, luego recojo todo el coraje que puedo reunir.

—No te voy a decir nada, si no puedes demostrar que la tienes.

La sonrisa de Teren se ensancha, y me mira más interesado.

—Una negociadora —murmura. Espera un largo rato antes de inclinarse hacia atrás en

su silla. Mete la mano en el espacio entre la manga y su armadura—. Pensé lo mismo.

Cuando miro al frente, él saca algo y lo arroja sobre la mesa. Aterriza con un tintineo.

Miro más cerca. Es un collar de zafiros que Violetta le gusta llevar. Pero es aún más

que eso, atado a la cadena de plata del collar, hay un largo y grueso mechón del cabello

oscuro de Violetta.

Mi corazón salta en mi garganta.

—Antes de comenzar —dice Teren, cortando mis pensamientos—, quiero dejar algo

muy claro. —Se inclina hacia adelante. Sus ojos me atraviesan—. Mi palabra es siempre

buena, así que no hagas un hábito de ponerla a prueba. Tendrás que decirme la

verdad. Tengo muchos, muchos ojos en esta ciudad. Si mientes, voy a averiguarlo. Si me

niegas lo que quiero, voy a hacerle daño. ¿Lo entiendes?

La tiene aquí. Aprieto mis manos con fuerza en mi vestido para que no tiemblen.

—Sí —le susurro. No me atrevo a hacerle más preguntas.

—Ahora. Puesto que parece como si estuvieras perdida de por dónde empezar, deja que

te ayude, junto con algunas preguntas. —Se inclina en sus rodillas con los codos, y aplaude—

. ¿Qué has estado haciendo con los Elites, hasta ahora?

Respiro profundo. Tengo que detener esto por el tiempo que pueda.

—Descansar, sobre todo —le respondo. Me sorprende cuán niveladas son mis

palabras—. Estuve inconsciente durante muchos días.

—Sí, por supuesto. —Teren casi parece simpático—. Tuviste muchas lesiones.

Asiento en silencio.


—No confían en mí todavía —decido decirle—. Ellos... llevan las máscaras de plata. No

sé sus nombres o identidades.

Teren no es tan fácilmente inmutado.

—¿Qué sabes?

Trago. El aire se siente tan pesado. Debo decirle algo. Como en un sueño, siento las

palabras emerger.

—Me visitan de vez en cuando en la Corte Fortunata —le susurro.

Teren sonríe.

—¿Es que operan a partir de ahí?

—No estoy segura. —Puedo escuchar mis latidos. La oscuridad creciendo en mi pecho

me marea. Me balanceo en mi asiento, con hambre de usar el poder. Me gustaría tener las

habilidades de Enzo, de repente pienso, y el deseo hace que la ambición surja. Me gustaría

tener el poder de quemar toda esta torre hasta el suelo.

—Dime, Adelina —dice Teren, mirándome con curiosidad—. ¿Qué están planeando?

Con un gran esfuerzo, alejo la creciente oscuridad. No puedo usar mis poderes en

él. Soy demasiado débil. Además, ¿qué harían un montón de sombras? Me aclaro la

garganta. ¿Qué puedo decirle, qué hará el menor daño?

—Están planeando algo para el Torneo de las Tormentas —me las arreglo para decir—

. No sé por qué.

Teren considera mis palabras. Entonces, aplaude una vez, y un momento después, un

Inquisidor abre la puerta.

—¿Señor?

Teren le hace una seña. Le susurra algo a la oreja del otro hombre que no puedo oír. El

hombre me echa una mirada cautelosa. Por último, Teren se aleja.

—Dile al rey de inmediato —dice.

El otro Inquisidor hace una reverencia.

—Por supuesto, señor. —Se apresura a salir.

—¿Eso es todo? —me pregunta Teren.

El dulce rostro de Raffaele aparece en mis pensamientos, y con él viene una punzada

de culpabilidad. Le he dado muy poco. Por favor, deja que esto sea suficiente para

satisfacerlo.

—Eso es todo lo que sé —le susurro—. Necesito más tiempo.

Durante un largo momento, Teren no se mueve.

Justo cuando me pongo a pensar que va a exigir más de esta visita, se relaja y aparta la

mirada.

—Viniste a mí hoy —dice—. Y eso es un comienzo útil. Gracias por tu información. Por

cumplir con tu palabra, mantendré la mía. Tu hermana está a salvo.

Las lágrimas brotan de mis ojos, y me desplomo con alivio.


—Será así, durante todo el tiempo a medida que continúes cumpliendo con lo que te

pido. —Sus ojos vuelven de nuevo a mí—. ¿Cuándo te veré de nuevo?

—Dos semanas —digo con voz ronca—. Dame dos semanas más. —Ante su silencio,

bajo la vista—. Por favor.

Finalmente, asiente.

—Muy bien. —Se levanta—. Puedes irte.

Y eso es todo.

Teren me guía fuera de la torre a través de una pequeña puerta trasera oculta detrás de

una puerta y un callejón. Antes de que me deje ir, toma mis manos entre las suyas. Se inclina

para rozar sus labios contra una de mis mejillas.

—Lo has hecho bien —susurra. Besa mi otra mejilla—. Sigue así.

Entonces me deja sola, y deambulo de vuelta por las calles de la ciudad con las piernas

temblando. Soy una traidora. ¿Qué he hecho?

Vago, perdida en un sueño, hasta que me doy cuenta de que he vuelto en la dirección

de donde las festividades anteriores habían estado ocurriendo. Aquí, las calles silenciosas

dan paso a los juerguistas ruidosos de nuevo, y antes de darme cuenta, doblo la esquina de

la calle y me encuentro envuelta por una turba vitoreando. Mi miedo y agotamiento dan

paso a un toque de curiosidad. ¿Qué es todo el alboroto? No hay manera de que pueda

regresar a la Corte Fortunata sin pasar por todas estas personas.

Entonces vuelvo otra esquina con la multitud, y entramos en la plaza pública más

grande que he visto nunca.

La piazza está rodeada en tres lados por canales de agua. La gente llena el espacio

donde pueden, pero la mayor parte está completamente vallada con gruesos trozos de

cuerda. Rodeando la piazza se encuentra una pista de tierra, que varios Inquisidores están

inspeccionando. Una línea de personas vestidas con trajes de seda elaborados y desfilando

máscaras adornadas a lo largo del borde de la pista, portadores de estandartes y trompetas,

y arlecchinos, aristócratas y sus sirvientes, todos saludando a los espectadores

animando. Mi ojo se pasea en la multitud, que ahora se ve más o menos dividida en

segmentos de personas que ondeaban ya sea sedas rojas, azules, doradas, o verdes en el

aire. La gente se amontona en los balcones que bordean la plaza. Cada balcón tiene banderas

de colores que cuelgan de él, silenciados por el cielo oscuro.

Una carrera de caballos. Había sido testigo de varias antes en Dalia, aunque ninguna

fue un espectáculo tan grande como este. Echo un vistazo alrededor de la piazza, en busca de

una buena ruta de regreso a la corte. La misión de hoy de los Dagas debe tener que ver con

esto.

Levanto la vista a los balcones. Ahora noto los asientos reales, en un edificio situado en

la parte delantera de la pista de carreras hay un balcón que tiene una vista perfecta, sus rejas

de hierro decoradas con oro y sedas blancas. Pero el rey y la reina no están allí. Tal vez sus

asientos reales son solo para mostrar.

Un ruido sordo de un trueno resuena a través de la ciudad.


—¡Señoras y señores! ¡Espectadores compañeros! —Uno de los hombres disfrazados en

la pista sostiene ambos brazos elevados en el aire. El trompetista de la carrera, el locutor

oficial. Su vozarrón calla el rugido de la multitud.

El desfile de trajes coloridos hace una pausa, y la escena cambia de un caos feliz a una

de anticipación silenciosa. Inquisidores de pie alrededor de la plaza, dispuestos a mantener

el orden si es necesario. Un trueno retumba por encima, como en advertencia.

—¡Bienvenidos a las carreras clasificatorias para Estenzia! —dice el trompetista en voz

alta. Se da vuelta en un círculo para que todos puedan verlo, y luego se detiene para hacer

frente a la dirección de los balcones reales vacíos. Se inclina con un broche de oro

elaborado—. Que este sea un homenaje a nuestras majestades reales, y la prosperidad que

traen a Kenettra.

La respuesta me sorprende; no hay aplausos o vítores de la multitud. Solo un rumor de

disturbios y algunos dispersos gritos de Viva el rey proferidos. De vuelta a casa en Dalia, la

gente se quejaba de aquel rey. Ahora estoy oyendo ese resentimiento de primera mano. Me

imagino a Enzo sentado en los asientos reales en cambio, el príncipe heredero y gobernante

legítimo. Cuán natural luciría. ¿Cuántos de estos espectadores son leales a Enzo? ¿Cuántos

son partidarios de los Élites?

Por un instante, me atrevo a imaginarme allá arriba en el balcón. La idea de ese poder

me deja temblando.

El locutor vuelve su atención de nuevo a la multitud.

—Hoy en día, elegirán los pilotos más rápidos de Estenzia para enviar al torneo de las

Tormentas de este verano. Tres corredores han sido elegidos de cada uno de los barrios de

nuestra ciudad. Como la tradición lo decreta, los tres mejores corredores de lista actual de

los doce continuarán. —Él sonríe ampliamente, sus dientes brillando blancos bajo su media

máscara reluciente. Pone una mano en la oreja en un gesto exagerado—. ¿Qué barrio vendrá

a la cabeza?

Aquí, el entusiasmo de la multitud estalla. Rugen con los nombres de sus barrios.

Sedas de colores ondean con furia a través del aire.

—¡Estoy escuchando el Barrio Rojo! —se burla el locutor, provocando una nueva ronda

de vítores mientras las otras tres cuartas partes gritan a todo pulmón—. Esperen, ahora

estoy escuchando el Barrio Azul. Pero el Barrio Verde tiene una fuerte cosecha de potros de

tres años de edad este año, al igual que el Barrio Dorado. ¿Quién será? —Agita sus manos en

un gesto—. ¿Vamos a ver a nuestros jinetes?

La multitud grita. Me quedo congelada en el lugar. El Torneo de las Tormentas. Esto

es de lo que Raffaele había estado hablando antes. Esta es la razón de por qué los Dagas

están aquí, esta es su misión. Ellos están tratando de conseguir que uno de los suyos

califique para las carreras de caballos del Torneo de las Tormentas, probablemente para

conseguir una oportunidad de tener al rey en una arena muy pública. Mi cabeza se siente

confusa por la sorpresa. Y ahora he alertado a Teren de ello.

En medio del caos de aplausos, los primeros tres sementales salen. Ciudadanos del

Barrio Rojo ondean sedas en el aire, acariciando los lados de los caballos que trotan a través

de las masas y en la pista. Estoy momentáneamente distraída. Solo se necesita una mirada

para saber que estos sementales tienen sangre superior a los caballos que recuerdo de la


herencia de mi padre. Estos son de Tierra de Sol de razas puras, con el cuello perfectamente

arqueado y fosas nasales llameante, sus ojos todavía brillando con el temperamento salvaje

que mis caballos hace mucho tiempo habían perdido. Lanzan sus crines adornados con

sedas rojas como sus jinetes, quienes adornados de manera similar, saludan a sus

partidarios.

Entonces, los jinetes del Barrio Verde y sus corceles vienen trotando. Aquí es cuando

suelto un pequeño suspiro.

Uno de los jinetes del Barrio Verde es la Ladrona de Estrellas. El marcado de color

púrpura en su rostro es visible y prominente.

—¡Lady Gemma de Casa Salvatore, montando el semental del maestro Aquino,

Keepsake!

Hace una lista de triunfos pasados del semental, pero ya no estoy escuchando. En

medio de la multitud rugiente, me doy cuenta de que la familia de Gemma debe ser muy rica

y poderosa, para que a un malfetto como ella se le permitiera competir así.

Debería volver a la Corte Fortunata, antes de que me encuentren desaparecida. Pero

el espectáculo es demasiado para resistir, y mis pies se mantienen encadenados al suelo, mi

mirada fija en la chica que conozco como la Ladrona de Estrellas.

La presencia de Gemma revuelve un disturbio en la multitud. Oigo “¡Malfetto!”

escupido en el aire, mezclado con un fuerte rugido de abucheos, y cuando tomo un buen

vistazo a la multitud, me doy cuenta de las personas que han puesto falsas marcas en sí

mismas, mofándose y burlándose de Gemma con manchas de color púrpura exageradas

pintadas en sus rostros. Uno de ellos incluso le arroja fruta podrida.

—¡Bastarda! —grita, una cruel mueca torciendo rostro. Gemma no le hace caso,

mantiene la cabeza en alto mientras su caballo pasa trotando. Otros insultos vuelan rápido y

fuerte.

¿Una noble dama todavía recibe insultos como este? Me muerdo mis mejillas ante la

aguda punzada de ira que se dispara a través de mí, hasta que me doy cuenta, con un

sobresalto, que hay personas que la defienden también. En voz alta.

De hecho, grandes multitudes de personas están agitando sus banderas en el aire en su

apoyo, la mayor parte de su Barrio Verde, algunos incluso de los otros barrios. Respiro

profundamente y mi ira cambia a desconcierto, a continuación, a excitación. Miro con

asombro que Gemma asiente en su dirección. Nunca en mi vida he visto un espectáculo

semejante. La tensión entre partidarios y enemigos de Gemma crepita en el aire, una visión

preliminar del potencial de una guerra civil, respiro profundo otra vez, como inhalando el

poder que me da. No todo el mundo odia a los malfettos, Enzo había dicho. Mis ojos se

desvían con nerviosismo a los Inquisidores, que lucen a punto de actuar.

Gemma se empapa con la atención. Sacude su cabello oscuro y sonríe de nuevo a los

espectadores, centrándose en los que gritan su apoyo. Luego salta sobre la espalda de su

semental en un movimiento fluido. Se balancea en ambos pies, ágil y menuda, con los brazos

cruzados en satisfacción. Gemma saluda, luego salta en una posición sentada. Todo el

tiempo, su semental permanece en perfecta calma. De los competidores hasta ahora, es la

única malfetto.


Los competidores de los siguientes barrios finalmente salen trotando, y los doce

se organizan en una línea escalonada en un extremo de la pista. El rugido de la multitud es

atronador ahora. Gemma frota el cuello de su caballo, y el semental patea el suelo con la

anticipación.

—¡Jinetes, preparen sus caballos! —dice el locutor en voz alta. El rugido de la multitud

se apaga por un breve segundo cuando todo el mundo se calla para ver el inicio.

El trompetista levanta una seda de color amarillo brillante sujetado con una piedra. La

arroja hacia el cielo.

—¡Fuera! —grita.

Los caballos rompen filas. La multitud estalla.

Una nube de polvo se levanta de la pista cuando los jinetes compiten por su primera

vuelta alrededor de la pista. Entorno mis ojos a través de la bruma, y finalmente llego a ver

las sedas verdes de Gemma volando en la manada. Es una de las últimas de la mitad, pero

lleva una sonrisa que podría partir su rostro.

Primera vuelta. Un jinete rojo está por delante, y Gemma esta de novena. Me

encuentro animándola silenciosamente.

Todos alrededor están gritando y gritando, y cada persona diciendo en voz alta los

nombres de sus favoritos. El caos me recuerda a mi día de la ejecución, y con eso, siento

crecer la oscuridad dentro de mí. Raffaele me había dicho que viera el espacio vacío, en

busca de hilos de energía en el aire.

Los caballos truenan alrededor de la curva y más allá de mí. Gemma tiene la cabeza

echada hacia atrás en una risa salvaje, con el cabello oscuro fluyéndole como una

cortina. Me centro en el espacio entre ella y el resto de los jinetes. Ahí está el destello de algo

brillando en la esquina de mi ojo. Se desvanece cuando trato de mirar directamente hacia

ella.

Los caballos corren disparados por la pista de nuevo, llegando al final de la segunda

vuelta. Solo una vuelta más para acabar. Gemma se encuentra todavía novena. Entonces, de

repente, hace su movimiento, tira de la melena de su semental, se inclina cerca de su cuello,

y le susurra. Al mismo tiempo, una ráfaga de viento sopla a través de la plaza. Caminante

del Viento. Ella debe estar mirando desde un punto de vista.

Gemma comienza a avanzar. Rápido. De novena a la séptima posición, luego de

séptimo a sexto. Entonces quinto. Del quinto al cuarto lugar, de ahí al tercero. Los aplausos

de los espectadores del Barrio Verde comienzan a volverse frenéticos. Mi corazón golpetea

furiosamente. Con la ayuda de Caminante del Viento, y sus propias habilidades, Gemma

avanza poco a poco a segundo lugar. Contengo la respiración. Concéntrate. Miro fijamente a

Gemma.

Por una fracción de segundo, creo que veo hilos brillantes en el aire, mil colores

diferentes, móviles y cambiantes como las cuerdas de un telar.

Los jinetes Rojos en primer y tercer lugar tratan de bloquearla, acorralándola entre

ellos. Pero Gemma se impulsa aún más duro, los otros dos jinetes tiran sus cabezas hacia

atrás, sorprendidos, cuando el polvo empieza a levantarse cerca de sus pezuñas. Caminante

del Viento debe haber enviado una cortina de aire hacia las piernas, empujando de nuevo.


Un cuarto de vuelta para el final. El caballo de Gemma de repente se adelanta en un

arranque de velocidad directo hacia el primer lugar. Los otros tratan de atraparla, pero es

demasiado tarde. Cruza la línea de meta. El trompetista arroja la seda amarilla en el aire

otra vez, y gritos llenan el aire. El Barrio Verde es un mar de sedas bailando.

Ella ganó.

No puedo contener la sonrisa de alivio, incluso aunque pretendo ser tan sutil como el

resto del Barrio Azul donde me encuentro. Quizá todo lo que Teren pudo hacer con la

información que le di es enviar más Inquisidores hacia el Torneo cuando suceda. Tal vez no

afecte los planes de los Dagas. Todo alrededor de la plaza son abucheos, gritos furiosos de

“¡Descalifíquenla!” y “Malfetto”, acusaciones de que es una de las Jóvenes Elites. Sin

embargo, nadie puede discutir. La vimos ganar la carrera.

El trompetista se aproxima hacia Gemma, quien está haciendo una reverencia desde la

espalda de su semental, y le entrega la seda amarilla ponderada con broche de oro

ceremonial. A pesar de que se mantiene festivo, noto que evita hacer contacto con ella,

alejando su mano para que no se pueda ensuciar por su tacto. La sonrisa de Gemma vacila,

la primera señal de que está molesta por el trato, pero todavía mantiene su cabeza en alto y

esconde su incomodidad detrás de una sonrisa amplia. A continuación, el trompetista va

alrededor a los otros jinetes, entregándole a cada uno de ellos una longitud de seda verde. La

tradición es la misma que en Dalia: Los jinetes que pierden deben usar el color del barrio

ganador en sus brazos por los próximos tres días, para mostrar su buen espíritu competitivo.

—¡Lady Gemma de la Casa Salvatore! —grita el trompetista.

—¡Orden! ¡Orden! —grita uno de los Inquisidores desde dónde la gente está

enloqueciendo, pero solo unos pocos parecen escucharlos. El Barrio Verde, en particular,

está en un frenesí de color y sonido. Los otros barrios murmuran indignación entre

sí. Empiezo a ir a través de la multitud, de la misma forma en que había llegado. Si la carrera

ya acabó, entonces mejor vuelvo antes de que alguien se dé cuenta de que me he ido.

—¡Orden, digo! —El Inquisidor suelta.

Me detengo donde estoy. Más Inquisidores bloquean las salidas de la plaza,

obligándome a quedarme. Un Inquisidor lleva al trompetista al lado, le dice algo que la

gente no puede oír, y luego, para mi sorpresa, ordena a otros dos Inquisidores a forzar a

Gemma a bajarse de su caballo. Los otros jinetes apresuradamente van fuera de la pista y

van a la multitud. La multitud se agita cuando un Inquisidor monta su caballo en el medio

de la plaza.

Él levanta las manos para tranquilizar.

—Señoras y señores —comienza a decir—: Felicito al Barrio Verde y su malfetto en su

espectacular victoria.

Gemma se encuentra incómodamente sola en la plaza, de repente descontenta con

toda la atención. Tengo que salir de aquí. Ahora.

—Sin embargo, les traigo noticias del palacio. Su majestad ha decretado que

los malfettos ya no son elegibles para el Torneo de las Tormentas.

Inmediatamente, los Barrios Rojos y Azules animan mientras que el Verde estalla en

gritos furiosos. Afuera, en la plaza, Gemma permanece en la pista, incómoda y tensa.


Trago saliva. Una ola de culpa me golpea. Esto es obra mía.

El trompetista intercambia unas cuantas palabras más con los Inquisidores. Luego, se

da la vuelta a cada uno de los otros jinetes, recogiendo sus sedas verdes de nuevo, y

entregándoles una roja en cambio, en silencio reconociendo la victoria del segundo lugar en

clasificar. El Barrio Verde ruge su furia. Ya luchando entre la multitud.

Mi mirada se queda en la figura solitaria de Gemma en la plaza, desconcertada e

impotente, y por un momento me acuerdo de Violetta. Los Inquisidores la mantienen allí,

como si ellos creyeran que iba a soltar un berrinche. El trompetista le entrega a ella una seda

roja. Mis manos agarran los bordes de mis sedas tan duro que juro que mis uñas están

abriendo la piel de mis manos. Hilos de energía brillan en el aire, una señal que el temor de

la multitud —de mí misma— está creciendo. Mis dedos hormiguean, tarareando con el poder

aumentando. A través de las masas, el fantasma de mi padre aparece y desaparece. Se

desliza a través de las personas, su sonrisa inquietante fija en mí.

Las mejillas de Gemma queman con vergüenza. La multitud cae en completo

silencio. Uno de los Inquisidores que la retiene ahora envuelve la seda roja alrededor de su

brazo derecho. Se muerde el labio, manteniendo sus ojos centrados hacia abajo. El

Inquisidor le da vuelta tres veces, y luego da un tirón con saña apretado. Gemma jadea en

voz alta y se estremece.

—¡Sir Barra del Barrio Rojo! —dice el trompetista en voz alta mientras el nuevo

ganador levanta sus brazos. Los ojos de Gemma permanecen hacia abajo. Sal de ahí, pienso

de repente, deseando que ella pudiera oírme. Un millón de hilos penden sobre la plaza.

De repente, alguien en la multitud lanza una piedra a la cabeza del Inquisidor.

El Inquisidor lo bloquea con su espada antes de que pueda llegar a él, y resuena contra

el metal y cae sin causar daño a la tierra. Sus ojos buscan en la multitud por su atacante,

pero todo lo que ve es un mar de rostros sorprendidos, súbitamente silenciosos y

pálidos. Me tenso junto con la multitud. En Dalia, atacar a un Inquisidor se castiga con la

muerte.

El Inquisidor asiente a sus compañeros. Gemma deja escapar un grito de protesta, ya

que la ponen sobre sus rodillas. La multitud queda boquiabierta. Incluso los alborotadores,

quienes habían insultado a Gemma tan libremente antes, ahora se ven inciertos. Para mi

vergüenza, emoción en lugar de terror crece en mi pecho, y mis dedos sienten un

hormigueo. Mi oscuridad es una tormenta construyéndose, negro como el cielo, los hilos

enrollados apretados con tensión y llenando cada grieta de mi mente. Los Dagas deben estar

preparándose para hacer un movimiento. Deben estar dispuestos a

salvarla. ¿Verdad? Raffaele dijo que los poderes de Gemma aparecen cuando está asustada.

—Tal vez necesitamos un recordatorio más duro para esta audiencia —suelta con

amargura el Inquisidor—, en etiqueta de buen deporte. —Aprieta su espada contra su cuello

con fuerza suficiente para extraer la sangre.

¿Dónde estás, Enzo?

No puedo aguantar más. Tengo que hacer algo. Antes de que pueda detenerme, busco

en mi mente y tiro de las cuerdas de la energía dentro de mí. La facilidad me golpea con una

emoción. Hay demasiada tensión aquí para alimentarlo, demasiada ansiedad y fealdad, esos

sentimientos oscuros. Las palabras de Raffaele parpadean a través de mis pensamientos. Me


concentro, reuniendo toda mi concentración en los hilos específicos que estoy tirando, a

sabiendas de lo que quiero hacer. Los hilos empujan de regreso, en protesta por el cambio,

pero los obligo a doblarse a mi voluntad.

Hasta en los techos, siluetas oscuras aparecen.

Sudor sale de mi frente, pero me obligo a mantener mi enfoque. Me esfuerzo por

aferrarme a los hilos, pero hay tantos de ellos. Apretando mis dientes, obligo a la forma de

las siluetas para que cambien. Y por primera vez, me escuchan. Las siluetas asumen las

formas de los Dagas, las capuchas oscuras y máscaras de plata intactas, asomándose en

docenas en los tejados como silenciosos, negros centinelas contra el cielo tormentoso. Los

mantengo en posición allí. Mi respiración se vuelve desigual. Siento como si hubiera estado

corriendo durante horas. Algunas de las siluetas se estremecen, apenas capaces de conservar

su forma. Espera. Se estabilizan. Contengo mi aliento por lo reales que se ven.

Los Inquisidores miran hacia los tejados. La espada se cae de Gemma.

—¡Las Élites! —gritan varios en las multitudes, señalando hacia mi ilusión—. ¡Ya están

aquí!

La multitud estalla en gritos. Los caballos se asustan. Gemma salta a sus pies, sus ojos

muy abiertos, y aprovecha el momento para corretear entre la multitud. La avalancha de

oscuridad a través de mí es intoxicante e irresistible, y me encuentro aferrándome a ella,

dejando que cubra mis entrañas como la tinta. Tal poder sobre estas pequeñas masas. Me

encanta.

No soy lo suficientemente fuerte como para mantener la ilusión en su lugar. Las

siluetas se dispersan en la nada cuanto más las ordeno en una línea en el techo. Camino

frenéticamente en la plaza con los demás. Mi repentina ráfaga de bravuconería se reemplaza

con enojo conmigo misma. Ahora Enzo sabrá con certeza que estuve aquí, podrían averiguar

por qué estaba realmente en las calles. Ellos pueden averiguar sobre mi encuentro con

Teren, y lo que le dije. Náuseas me agitan. Tengo que salir de aquí.

Alrededor, la gente trata de fluir por la plaza. Algunos Inquisidores están bloqueando

las salidas, pero hay demasiados de nosotros y no lo suficiente de ellos. Tengo cuidado de

permanecer cerca de las paredes de los edificios, la gente empujando más allá de mí. Todo

alrededor es una falta de definición de caos y colores, rostros enmascarados y la sensación

de miedo de los demás. Hilos de energía brillando en el aire.

Entonces, de la nada, una flecha viene volando desde el cielo y le pega a un Inquisidor

en el pecho. Lo golpea con tanta fuerza que lo baja de su caballo.

Las personas cercanas chillan, dispersándose en todas direcciones. Otra flecha viene

volando, y luego otra. Los Inquisidores dirigen su atención a sus invisibles atacantes y

mientras lo hacen, la gente finalmente rompe más allá de los caminos bloqueados y salen de

la plaza. Mi corazón martillea en mi pecho a la vista de la sangre.

Los Dagas.

Tropiezo a través de la plaza, luego, volviendo sobre mis pies, me apresuro con los

demás. Detrás de mí, oigo Inquisidores gritando que hagan orden, los sonidos de peleas me

dicen que están haciendo arrestos a medida que avanzan. Me apresuro. Cursos de energía a

través de mí nadan en oleadas incesantes, alimentándome mientras trato de hacer caso


omiso de la inundación del poder en mis venas. A pesar de todo, siento una extraña

sensación de alegría.

Todo este caos es de mi propia creación.

En el momento en que llego a la corte, estoy empapada en sudor. Mi respiración es

muy agitada. Doblo en una esquina de la pared lateral de la corte frente a una calle estrecha,

y luego subo en la hiedra y me elevo sobre la baja cornisa. Me dejo caer en el interior del

patio. Entonces me levanto, con polvo en mis manos, y abro una puerta lateral que conduce

a las habitaciones interiores. Finalmente, llego a la pared secreta. La empujo, paso a través,

y corro hacia mi habitación. Ya está. Regresé antes que los demás. Iré a mi habitación y…

Pero alguien ya me está esperando en el pasillo. Es Enzo.

La repentina visión de él me atrapa por sorpresa. Cualquier esperanza de ser salvada

de su ira es discontinua cuando veo la expresión en su rostro. Sus ojos están encendidos, el

escarlata en ellos más brillante de lo habitual.

—Se supone que tenías que quedarte aquí —dice. Su voz es mortalmente tranquila—

. ¿Por qué te fuiste?

El pánico se eleva por mi garganta. Él lo sabe.

Algo se agita detrás de él. Echo un vistazo por encima del hombro para ver a

Caminante del Viento, su máscara fuera. Araña acecha más abajo en la sala, con los brazos

cruzados mientras se inclina contra la pared. Él mira con aire satisfecho, con ganas de

verme castigada.

—Eh —dice—. Corderito está en problemas.

Mantengo mi enfoque en Enzo y trato de pensar en alguna replica

inteligente. Cualquier cosa para protegerme.

—Yo… —empiezo a decir—. Quería ayudar…

—Hiciste un motín por ahí —me interrumpe Araña —. ¿Nunca te detuviste a pensar en

lo que podría suceder si perdías el control de tus poderes?

—Entré por Gemma —respondo, de repente enojada—. No estaba dispuesta a esperar y

ver que la mataran.

Los labios de Araña se fruncen.

—Tal vez es hora de que mantengas tus palabras encerradas en esa linda boquita,

donde deben estar.

Mi voz se aplana.

—Cuidado. En caso de que te lastime a ti. —No sé ni de dónde vienen las palabras hasta

que ya han dejado mi boca.

Enzo nos calla a ambos con un movimiento de cabeza.

—Dante —dice, sin molestarse en mirar por encima del hombro. Me toma un segundo

darme cuenta de que Enzo ha revelado el nombre real de Araña para mí—. Puedes retirarte.

La rabia del chico cambia a incredulidad, ya sea por el uso de su nombre en frente de

mí, o por su despido, tal vez ambas cosas.


—¿Vas a dejar que esta chica se salga con la suya? —gruñe—. Ella podría haber

conseguido que uno de nosotros muriera. Podría haber arruinado toda la misión…

—La Inquisición arruinó la misión —interrumpe Enzo. Sus ojos permanecen en mí, y

siento el familiar temblor en mi pulso a través de mi corazón—. Puedes retirarte. No me

hagas decirlo una vez más.

Dante vacila por un momento. Luego se hace a un lado de la pared.

—Vigila tu espalda, corderito —me grita antes de acechar hacia el pasillo. Caminante

del Viento lo observa irse, se encoge de hombros, y me observa con una mirada sospechosa.

—¿Y ahora qué, Verdugo? —dice—. ¿Un nuevo plan conjunto para el Torneo de las

Tormentas?

—No hay necesidad.

Ella resopla.

—Pero han descalificado a Gemma —dice—. Ella no puede acercarse a la familia real, si

no será capaz de competir.

Enzo me estudia con una mirada tan intensa que mis mejillas se ponen rojas.

—No si alguien la disfraza —responde.

Parpadeo, mi mente girando con la nueva información que me están alimentando. En

primer lugar, el nombre real de Araña. Ahora bien, esto. Esta él…

¿complacido conmigo? ¿Permitiéndome participar en los planes de los Dagas? Podría

aprender a disimular a Gemma. Pude disimular cualquiera de ellos en la carrera.

Enzo se acerca hasta que está ahora apenas a medio metro de distancia. El calor que

emana de él me quema la piel a través de la ropa. Estira una mano y toca el broche que clava

mi capa en mi cuello. El metal se vuelve blanco caliente. Cuando bajo la mirada, veo hilos

deshilachados en la tela de la capa, sus extremos ennegrecidos y chamuscados. Mi temor se

alza en mi garganta.

—Quieres entrenar más rápido —dice.

Mantengo mi cabeza en alto, negándome a dejarle ver mi ansiedad.

—Sí.

Él está callado. Un segundo más tarde, quita su mano del broche de mi capa, y el calor

es succionado por el metal como si nunca hubiera estado allí. Me sorprende que no se

quemara directamente a través de mi piel. Cuando miro de vuelta a Enzo, noto una pequeña

chispa de algo más detrás de su rabia. Algo en sus ojos que envía un tipo diferente de

hormigueo caliente a través de mí.

—Que así sea —responde.

Mi corazón salta.

—Pero te advierto, Adelina. Dante tiene razón. Hay una línea que no se cruza conmigo.

—Sus ojos se estrechan mientras cruza las manos detrás su espalda—. No pongas en peligro

imprudentemente a mis Élites.

Sus palabras pican, etiquetándome como alguien separada de ellos. Yo estoy separada

de ellos. Yo soy un espía y una traidora. Además, ¿qué si las cosas hubieran salido


terriblemente mal cuando usé mis poderes? Si no hubiera estado allí, el resto de los Dagas

seguramente habrían hecho un movimiento para protegerla, y son, sin duda más expertos

que yo. ¿Y si Gemma hubiera sido herida durante mis payasadas, porque no sabía lo que

estaba haciendo? ¿Qué pasa si la Inquisición hubiera elegido culparla por los falsos Élites en

los techos?

¿Qué pasa si Teren me había visto por ahí?

—Lo siento —murmuro hacia el suelo, esperando que él no oyera en mi voz todas las

razones del por qué.

Enzo no hace ninguna indicación de que haya aceptado mis disculpas. Su mirada se

siente que puede grabar directamente mi piel.

—Esta será la última vez que me desobedezcas —lo dice sin una sola vacilación, y me

doy cuenta, con un escalofrío horrible, que habla en serio. Si se entera de Teren, realmente

va a matarme.

—Mañana. —Su voz es dura como el diamante—. Tienes que estar en la caverna al

amanecer. Vamos a ver cuán rápida puedes ser en aprender. —Entonces aleja su mirada, a

pocos pasos de mí, y se dirige al final del pasillo.

Caminante del Viento perdura por un momento. Me da un pequeño empujón y una

sonrisa a regañadientes, luego extiende una mano.

—Soy Lucent —dice.

Tomo su mano, sin saber qué decir a cambio. Otra barrera entre yo y los Dagas se

rompe. No sé si sentir alegría o culpa.

—Esa es su manera de mostrar agradecimiento por tu ayuda, por cierto —dice ella

antes de alejarse—. Felicitaciones. Él mismo va a entrenarte.


—¿T

iene alguna idea de quién es lady Gemma?

Teren permanece inclinado ante el rey.

—Sí, su majestad.

—¿Te das cuenta de que barón Salvatore es su padre?

—Pido disculpas, su majestad.

—Eres un tonto de Líder Inquisidor. No puedo permitirme hacer enfadar a un noble

como el barón Salvatore. Y está furioso. No permitas que tus Inquisidores amenacen a su

hija en público y me avergüencen. Incluso si es una malfetto. ¿Lo entiendes?

—Pero su decreto, su majestad…

El rey hace un sonido de disgusto.

—Llevar a cabo mi decreto discretamente. —Se inclina hacia atrás en su silla—. Y los

Jóvenes Élites atacaron las carreras de clasificación. Todavía no has atrapado a uno solo.

Teren reprime su creciente frustración.

—No, su majestad.

—Debo lanzarte en un calabozo.

Teren mantiene sus ojos en el suelo de mármol de la sala del trono. Sus dientes se

aprietan.

—Sí, su majestad —dice, pero los pensamientos furiosos pululan en su mente. Qué

tonto de un rey. Quiere a los Élites capturados, pero es demasiado cobarde para poner en

peligro sus relaciones políticas. Es demasiado cobarde para iniciar una guerra real con los

malfettos. Teren no menciona en voz alta que sus Inquisidores amenazaron a lady Gemma a

propósito. Eso fue idea de la reina. Que el juego que tienen se esté dificultando. Pon a los

nobles del rey contra el rey, y él se debilitará.

Y tan pronto como Adelina entregue su información...

Al lado del rey, la reina Giulietta se inclina para susurrarle algo a la oreja de su

marido. El rey solo hace un ademan molesto. El temperamento de Teren se eleva. Giulietta

mira brevemente hacia él.

Paciencia, mi Teren, sus ojos parecen decir. Todo ocurrirá a su tiempo.

—La próxima vez que me avergüences —continua el rey—, te cortaré la cabeza.

Teren se inclina más.


—No habrá una próxima vez, su majestad —responde en voz alta.

El rey parece petulante y satisfecho. No ha entendido el doble sentido en las palabras

de Teren.



A

la mañana siguiente, cuando voy a encontrarme con Enzo en la caverna, el

cielo se agita con nubes negras, y gotas de agua gigantes me salpican

mientras me apresuro a través del patio principal hacia la entrada

secreta. Bajo las escaleras sola, tratando de no pensar en la última vez que vi

una tormenta como esta.

Voy sin disfraz hoy. Mi cabello ha adquirido un brillo azul-grisáceo oscuro bajo el cielo

tormentoso, las hebras retiradas con fuerza de mi rostro y mis pestañas son de un tono

opaco. Incluso he dejado mi máscara de porcelana atrás. Mi ropa es un simple atuendo

Kenettran en lugar de las sedas Tamouran, un chaleco azul profundo sobre lino blanco,

pantalón oscuro, botas oscuras delineadas con un borde de plata. Sacudo el agua de mi

cabello mientras camino.

En el momento en que llego a la caverna, Enzo ya me está esperando. El resto del

espacio está vacío.

Está vestido con un jubón oscuro y su capucha de la Daga está abajo, revelando su

cabello escarlata. La ira que ardía en sus ojos la noche anterior ha sido sustituida por severa

frialdad. No estoy del todo segura de qué espera que haga, así que me detengo varios metros

delante de él e inclino mi cabeza una vez. Aquí, sola, me siento de repente pequeña; no me

había dado cuenta de lo mucho más alto que es.

—Buenos días —digo—. Preguntó por mí, su alteza, así que aquí estoy.

Enzo me observa. Me pregunto si va a comentar algo acerca de cómo controlé mis

ilusiones ayer. El recuerdo me hace hinchar un poco con orgullo. Seguramente debe estar

orgulloso de eso, independientemente de la forma en que lo haya hecho.

—Quieres un reto —responde después de una pausa. Su voz resuena en el espacio

vacío.

Levanto la barbilla.

—Sí. —Me aseguro de que mi respuesta suene firme.

Una débil chispa de rojo brilla en sus ojos.

—¿Te emociona sentir miedo?

No contesto. Pero las palabras me recuerdan el caos que me rodeó en las carreras ayer,

y no puedo evitar la ráfaga de poder que trae el recuerdo.

—¿Qué tanto quieres aprender, Adelina? —pregunta Enzo.

Lo miro directamente.


—Todo —contesto, sorprendida por mi tranquilidad.

Él extiende sus manos enguantadas. Zarcillos de humo se levantan desde sus dos

palmas.

—Yo no soy Raffaele —advierte—. Prepárate.

De repente, dos columnas de fuego estallan a cada uno de mis lados, rugiendo hacia el

techo y volando en dos largas filas, encarcelándome en un pasillo de fuego. Me tropiezo

hacia atrás, entonces, trato de centrarme en Enzo. Hiciste esto ayer; puedes hacerlo de

nuevo ahora. Tiro de las cuerdas de energía que veo. La silueta de una bestia descomunal

empieza a levantarse del suelo.

Pero no me concentro ni durante dos segundos cuando Enzo se precipita hacia

mí. Metal brilla en sus dos manos cuando saca sus dagas. Se lanza por mí. Mi concentración

se rompe, mi ilusión se desvanece. Me tiro al suelo y ruedo fuera de su camino. Los bordes

de mis botas golpean la pared de fuego. Me estremezco ante el calor, entonces me alejo

desesperadamente.

Enzo está sobre mí de nuevo antes de que pueda parpadear. El metal destella ante mi

ojo. Estiro una mano para protegerme y la hoja rasga una línea delgada, poco profunda en

mi palma. Dolor aflora en la herida.

No desperdiciará su piedad. No es solo una sesión de formación acelerada, es una

lección.

—Espera… —digo.

—Levántate, pequeño lobo —espeta. El calor del fuego se refleja en su cabello carmesí.

Lucho por levantarme. Mi mano deja una huella de sangre en el suelo. El dolor y el

terror explotan, y me dan la fuerza que tanto anhelo. Elevo mi energía y esta vez invoco un

lobo de niebla negra, sus ojos dorados y su boca retraída en un gruñido. Va hacia Enzo.

Enzo lo atraviesa, disipándolo a él y a mi concentración en una nube de humo

oscuro. Los hilos se deslizan fuera de mis manos y de vuelta al mundo. Intento agarrarlos de

nuevo y la nube de humo oscuro empieza a cambiar a la forma de un demonio

encapuchado. Enzo hace un movimiento hacia a mí con la mano. El fuego estalla

delante. Pierdo mi equilibrio y caigo, golpeando mi espalda fuertemente contra el suelo. Mis

pulmones luchan por respirar.

Las túnicas oscuras de Enzo se detienen a mi lado. Levanto la mirada para ver su fría

expresión despiadada.

—Una vez más —demanda.

Las palabras de Dante vuelven, pero su voz suena como la de mi padre. Nunca vas a

dominar tus habilidades. ¿Es un lío de siluetas negras y formas similares a criaturas todo lo

que puedo conjurar? Mi ira y miedo me inundan otra vez. Me arrastro sobre mis pies. Estoy

más allá de toda pretensión ahora, ciegamente extendiendo la mano hacia la oscuridad,

entonces levanto mis manos sobre mi cabeza.

Enzo me ataca de nuevo antes de que pueda concentrar mis poderes. Sus dagas reflejan

la luz del fuego. Otro corte, esta vez uno pequeño en mi brazo. El dolor florece contra mi

carne y envía estrellas a través de mi visión. Lo esquivo y huyo indignada de su camino. El


miedo nubla mi mente, los hilos de energía están ahí, brillantes cuerdas flotando dentro y

alrededor, pero no puedo concentrarme lo suficiente para agarrarme a ellas.

Lo intento de nuevo. Siluetas aparecen en el aire. Una vez más, mi concentración se

rompe. El asalto de Enzo es implacable, un borrón, golpeándome, y cada vez me cuesta más

volver a levantarme. Mi cabello escapa de su moño y hebras se pegan a mi rostro.

—Una vez más —ordena Enzo cada vez que caigo.

Una vez más.

Una vez más.

Una vez más.

Trato, de verdad lo hago. Pero cada vez, fallo.

Por último, lloro y me alejo de sus espadas, luego me doy la vuelta y corro por el pasillo

de fuego. Mi mente se dispersa. Desisto de intentar llamar mi energía. Delante, veo la

entrada de la caverna, las puertas bien cerradas. Antes de que pueda llegar a ellas, sin

embargo, un muro de fuego se eleva delante de mí. Paro, entonces me desplomo en el

suelo. Ahora estoy bloqueada en tres lados por las llamas. Giro para ver a Enzo caminando,

su túnica ondeando detrás de él, su rostro un retrato de crueldad. El calor alrededor quema

los bordes de mis mangas, ennegreciéndolas. Esta vez me acurruco en una bola, temblando

y desconcertada. No puedo concentrarme lo suficiente como para hacer algo. Él me detiene

cada vez. ¿Cómo voy a aprender si no tengo la oportunidad de concentrarme?

Pero por supuesto, me está enseñando una lección. Esto no es un juego. Esta es la

realidad. Y cuando esté en medio de una pelea, será así. Gimo, cerrando mis ojos, me hundo

con más fuerza y trato de alejarme de las columnas de fuego que rugen alrededor. Lágrimas

corren por mi rostro espontáneamente.

Siento una figura cerca. Cuando abro mis ojos, veo a Enzo sobre una rodilla delante de

mí, estudiando mi rostro lleno de lágrimas con una mirada de amarga decepción. Es esta

mirada, más que nada, la que me hiere.

—Tan fácilmente quebrantada —dice con desdén—. No estás lista después de todo. —

Las columnas de fuego se desvanecen. Se levanta y camina junto a mí, su túnica rozándome.

Me quedo sola en el suelo de la caverna, arrugada en un montón, incapaz de controlar

mis lágrimas. Mechones de cabello caen por mi rostro. No. No soy fácilmente

quebrantada. Nunca voy a quebrantarme. Voy a encontrar una manera de salir del lío en el

que me he metido, voy a encontrar una manera de desenredarme de las garras de la

Inquisición y, finalmente, ser libre. Levanto la vista hacia su figura alejándose a través de un

velo de llorosa ira. La ira me llena, filtrando su negrura en mi pecho hasta que puedo

sentirla derramarse de cada fibra de mi cuerpo, cada cadena de energía apretada tan fuerte

que podría romperse. Mi fuerza comienza a aumentar. Desde la esquina de mi ojo, veo mi

cabello volverse plateado brillante. Tiemblo; mis manos se aplanan contra el suelo y luego

cavo en él como si fueran garras. El dolor se dispara por mi dedo torcido.

Violentas líneas negras comienzan a arrastrarse por el suelo de la caverna. Se

convierten en decenas, luego cientos, luego millones de líneas, hasta que llenan todo el piso

y serpentean por las paredes. Entre las líneas oscuras gotea sangre, imitando las rayas rojas

en mi palma herida. Una enorme sombra me cubre. No necesito mirar para saber lo que

creé; alas negras, unas tan grandes que parecen llenar toda la longitud de la caverna,


creciendo en mi espalda como un par de fantasmas. Un siseo bajo llena la caverna,

haciéndose eco en las paredes.

Enzo se detiene y vuelve a mirarme, sus ojos todavía duros. Le sonrío. Mis alas

gigantes se rompen en mil pedazos, cada pieza se transforma en un trozo de cristal

oscuro. Los envío a toda velocidad hacia Enzo. Pasan directamente a través de él, golpean la

pared, y se rompen en una explosión de brillo.

Enzo no se inmuta, pero parpadea. Los fragmentos se veían lo suficientemente reales

como para hacerle reaccionar. Dobla las manos detrás de él, luego me mira.

—Mejor. —Camina de nuevo. Dondequiera que se detenga, las líneas negras fluyen

desde el suelo hacia arriba, convirtiéndose en manos esqueléticas y tratando de agarrar sus

piernas. Me regocijo en los millones de hilos brillantes delante de mí, listos para mis

órdenes.

—Teje los hilos—ordena Enzo mientras se acerca. Las llamas aparecen detrás de él. Me

pongo de pie y me alejo hasta que mi espalda toca la pared de la caverna—. Sigue. Haz algo

más que una silueta oscura. Haz algo con el color.

Todavía ahogándome en mi ira y miedo, tomo los hilos que veo y los entrecruzo,

pintando lo que aparece en mi mente. Lenta y dolorosamente, una nueva creación emerge

delante de mí. Enzo casi ha llegado. Entre nosotros, pinto algo con rojo, tan carmesí que el

color me ciega. El color rojo se transforma en pétalos, cada uno cubre la parte superior del

otro, cubiertos con gotas de rocío oscuro. Debajo, tallos verdes se cubren con espinas. Enzo

se detiene ante la ilusión revoloteando. La observa por un momento y luego se acerca a

tocarla. Levanto las cuerdas en el aire. Sangre aparece en sus guantes, goteando desde sus

palmas al suelo, imitando mi propia sangre en mi palma herida. Recordándome el día que

cerré mi mano alrededor de las espinas de las rosas en el jardín de mi padre.

Estoy aprendiendo a imitar la realidad.

Enzo da un paso adelante. Atraviesa la ilusión de las rosas, luego se detiene a unos

metros de mí. La sangre desaparece de sus guantes. Lo miro fijamente,

desafiante. Mantengo mi corazón abierto, saboreando el torrente de emociones oscuras que

me llenan. El calor de su fuego vuelve mis mejillas rojas.

Enzo asiente una vez.

—Muy bien —murmura. Por primera vez, se ve impresionado.

—Estoy lista —le contesto con furia. Por desgracia, mis lágrimas todavía humedecen

mi rostro—. No tengo miedo de ti. Y si me das la oportunidad, puedo mostrarte de lo que

soy capaz.

Enzo simplemente me mira. Busco sus ojos, viendo una vez más la extraña expresión

oculta detrás de sus rasgos fríos, algo que va más allá de su deseo de explotar mi

poder. Algo que casi parece… familiaridad. Nos miramos el uno al otro durante un largo

momento. Por último, levanta una mano y limpia suavemente una de mis lágrimas.

—No llores —dice, con voz firme—. Eres más fuerte que eso.



L

a tormenta finalmente pasa, dejando una Estenzia devastada a su paso, techos

de tejas rotos, templos inundados, barcos destrozados, muertos y

moribundos. Mientras las personas se juntan en los templos, otros se

agrupan en las plazas de Estenzia. Teren guía a la más grande de esas

multitudes. Puedo verlo todo desde los balcones de la Corte Fortunata.

—Dejamos que un malfetto ganara las carreras de clasificación —grita—, y miren cómo

nos han castigado los dioses. Están enojados con las abominaciones que permitimos

caminar entre nosotros.

La gente lo escucha en un silencio sombrío. Otros comienzan a gritar, alzando sus

puños en respuesta. Detrás de Teren hay tres jóvenes malfettos, uno de ellos apenas salido

de la infancia. Probablemente los sacaron de los guetos de la ciudad. Están atados juntos a

una estaca erguida en el centro de la plaza, amordazados. Sus pies están ocultos por una pila

de madera. Un par de sacerdotes los flanquean, dando su silenciosa aprobación.

Teren levanta la antorcha en sus manos. La luz del fuego arroja un tinte naranja en sus

pálidos iris.

—Esos malfettos están acusados de ser Jóvenes Élites por estar junto a los que

atacaron a los Inquisidores durante las carreras. El Inquisidor los ha encontrado culpables.

Es nuestro deber enviarlos de regreso al Inframundo, para mantener la ciudad segura.

Arroja la antorcha a la pila de madera. Los malfettos desaparecen, gritando, detrás de

cortinas de fuego.

—De hoy en adelante —grita Teren sobre el sonido de las llamas—, todas las familias y

tiendas malfetto pagarán el doble de impuestos a la corona, para reparaciones por la mala

fortuna que trajeron a nuestra sociedad. Negarse será visto como una causa razonable de

sospecha de trabajar con los Jóvenes Élites. Los delincuentes serán detenidos de inmediato.

No puedo ver a los Dagas desde aquí, pero sé que están mirando la quema desde los

techos. Sé que justo ahora, Dante está poniendo flechas en su arco, preparándose para sacar

a los malfettos de su miseria. Intento no pensar en por qué no se arriesgan a salvarlos.

Al día siguiente, una multitud enojada destroza la tienda de una familia malfetto.

Vidrios rotos cubren las calles.

Mi lección se acelera.

Enzo me toma bajo su tutela, viniendo a la corte tarde en la noche o temprano en la

mañana. Hasta que Gemma me lo susurra, no me entero de que Enzo nunca entrenó así a

alguien antes. Sus palabras pretenden ser alentadoras, pero lo único que puedo hacer es

yacer despierta en la noche, temiendo el momento de ver a Teren otra vez.


Para perfeccionar mis habilidades en ilusión, Enzo llama a Michel, el Arquitecto.

—Ridículo —dice Michel durante nuestra primera sesión. Trae su ojo de pintor y critica

mi trabajo—. ¿Llamas a esto una rosa? Las sombras están todas mal. Los pétalos son muy

gruesos y la textura es demasiado áspera. ¿Dónde está la esencia? ¿El delicado toque de

vida?

Michel me fuerza a crear pequeñas ilusiones, tan pequeñas como puedo. Esto ayuda a

enfocar mi concentración sin drenar mi energía, requiriendo que preste atención a todo en

una escala de minutos, a detalles que normalmente no consideraría. Aprendo a hacer

ilusiones de pequeñas flores, llaves, plumas, la textura de una astilla de madera, las arrugas

de piel en la unión de un dedo. Me recuerda que cuando quiero imitar un objeto real,

necesito pensar como un pintor. Una piedra lisa no es suave en absoluto, sino cubierta de

pequeña imperfecciones; el blanco no es blanco, sino docenas de sombras diferentes de

amarillos, violetas, grises, azules; el color de la piel cambia dependiendo de qué luz brille

sobre ella; un rostro nunca está quieto por completo, sino hecho de pequeños movimientos

interminables en los que nunca pensamos dos veces. Los rostros son lo más difícil. El error

más pequeño hace que se vea antinatural, espeluznante y falso. Conjurar la chispa de vida en

los ojos de una persona es casi imposible.

Las palabras de Michel hacen eco a las de Raffaele. Aprendo a ver. Comienzo a notar

todas las cosas que no estaban allí antes. Con esto viene otro pensamiento: si puedo

dominar mis poderes, quizás la próxima vez pueda enfrentar a Teren con algo más que

información traidora. Quizás la próxima vez, realmente pueda atacarlo. El pensamiento me

estimula con intensidad febril.

Paso cada minuto despierta practicando. Algunas veces practico sola, y otras veces

observo a Enzo mientras pelea con Lucient y Dante. Ocasionalmente, Gemma me

aparta, trabajando conmigo mientras los otros pelean. Gemma es la que me enseña cómo

calmar mi mente para sentir mejor los pensamientos de aquellos alrededor.

—¿Por qué no luchas con ellos? —le pregunto. Hoy tiene un gato con ella, uno enorme

y salvaje con un gruñido bajo.

Gemma me sonríe, luego mira al gato. Se desenreda de sus piernas y camina sin prisa

hacia mí. Me encojo lejos de su rostro salvaje, pero frota su cabeza contra mi pierna y se

acomoda a mis pies.

—No soy una luchadora —responde Gemma, cruzando sus brazos—. Padre cree que

tengo manos hermosas, y no quiere que las arruine para cuando me encuentre un

pretendiente adecuado. —Levanta sus manos para dar énfasis, y por supuesto, son firmes y

delicadas. Había olvidado por un momento que Gemma, a diferencia de Lucent y el ex

soldado Dante, es una dama de buen nacimiento. Lo cual es lo único que la ha salvado de la

vida de los Inquisidores después del incidente de la carrera de caballos. También siento una

ola de celos porque su familia parezca perfectamente amable y alentadora. Nunca se me

había ocurrido que alguien en verdad amara a sus hijos malfetto.

El gato se desenreda de mis piernas y sisea antes de volver con Gemma. Criatura

estúpida, pienso de mala gana. Miro a Gemma.

—¿Por qué siempre tienes diferentes animales contigo?


—Me siguen. A veces me es muy fácil unirme a ciertos animales, hasta el punto de que

lo hago accidentalmente. Este amiguito me siguió todo el camino desde el pueblo de mi

padre. —Rasca la cabeza del animal con cariño, y éste ronronea—. No se quedará para

siempre. Pero disfrutaré de su compañía mientras tanto.

Regreso mi atención al duelo. Observamos la pelea por un rato, hasta que Gemma

aclara su garganta y vuelvo a mirarla. Esta vez, su expresión despreocupada ha dado paso a

algo más serio.

—Nunca te he agradecido apropiadamente por lo que hiciste en la plaza de carreras —

dice—. Eso fue arriesgado, valiente e impresionante. Mi padre y yo estamos agradecidos.

Su padre debe ser un patrocinador de los Dagas, por la forma en la que habla de él. Sus

amables palabras esparcen calor, y me encuentro devolviéndole la sonrisa. La oscuridad cae

por un momento.

—Feliz de ayudar —respondo—. Parecías un poco triste allí afuera.

Gemma arruga la nariz.

—No fue mi mejor momento. —Luego ríe. Es un sonido brillante, la risa de alguien que

es amado. A pesar de todo, no puedo evitar reír con ella.

—Le tienes bastante cariño a Gemma —dice Raffaele al día siguiente, mientras

caminamos juntos por las catacumbas del inframundo. Hoy, su cabello está atado a lo alto

en su cabeza, en un elegante moño negro, exponiendo su cuello esbelto. Usa una túnica azul

oscura ribeteada con plateado. Solo puedo ver la parte iluminada por la linterna, y la vista

me pone nerviosa, haciéndome sentir como si la oscuridad estuviera intentando tragarnos.

—Es fácil de querer —digo después de un tiempo. No me gusta admitirlo. No debería

estar acercándome a los Dagas en absoluto.

Raffaele se vuelve para darme una sonrisa breve, luego aleja la mirada.

—Los túneles se dividen aquí una vez más. ¿Lo ves? —Hace una pausa para sostener la

linterna, y en el brillo, veo el camino frente a nosotros dividirse en dos, las paredes forradas

con interminables filas de urnas. Raffaele elige el camino a la izquierda—. Ahora estamos

caminando debajo de la Plaza de las Doce Deidades, el mercado más grande de la ciudad. Si

prestas atención, podrás escuchar algo del bullicio. Es un lugar poco profundo.

Ambos nos detenemos a escuchar, y por supuesto, eventualmente descifro los débiles

gritos de la gente vendiendo sus bienes: ropas y comida, pasta de dientes y bolsas de nueces

con miel azadas. Asiento. Todo mi tiempo reciente con Raffaele ha pasado aprendiendo


sobre las catacumbas. Resulta que la principal caverna subterránea está conectada a un

laberinto más grande de túneles. Muy grande.

Continuamos caminando, memorizando una ramificación tras otra, un panal de

tranquilos caminos que corren paralelamente al bullicio de la superficie. Veo los murales en

las paredes cambiar con los años. Las paredes se sienten como si estuvieran cerrándose

sobre mí, listas para sepultarme con las cenizas de las generaciones pasadas. Sin la ayuda de

Raffaele, sé con absoluta certeza que moriría aquí abajo, perdida en el laberinto.

—Este camino lleva a una puerta escondida bajo el templo —dice Raffaele mientras

pasamos una ramificación—. El camino opuesto te llevará a la villa de Enzo del norte. —

Asiente hacia el túnel oscuro—. Incluso había un camino que solía pasar por debajo de la

Torre de los Inquisidores, pero ha estado sellado por muchas décadas.

Caigo en silencio ante la mención de la torre. Raffaele nota mi incomodidad.

Caminamos en la oscuridad por un largo rato, sin decir una palabra.

Finalmente, nos detenemos frente a un camino sin salida. Raffaele pasa sus dedos

delicadamente a lo largo del borde de la pared. Encuentra una pequeña ranura en la piedra y

le da un buen empujón. La pared se mueve ligeramente hacia un lado, y la luz entra.

Entrecierro los ojos.

—Y éste —dice Raffaele, tomando mi mano—, es mi camino favorito.

Caminamos por la pared abierta y nos encontramos de pie en la entrada de un túnel,

las antiguas escaleras de piedra se hunden en canales de aguas tranquilas, un lugar oculto

que pasa sobre el puesto principal y el comienzo de Mar de Sol. Góndolas distantes se

deslizan por el agua dorada.

—Oh. —Respiro. Por un instante, olvido mis problemas—. Es hermoso.

Raffaele se sienta en un escalón justo sobre el agua y sigo su ejemplo. Por un rato, no

decimos nada, escuchando el agua golpear contra la piedra.

—¿Vienes aquí seguido? —pregunto después de un tiempo.

Asiente. Sus ojos multicolores están enfocados en un muelle distante, donde se enlaza

la silueta borrosa del palacio. La luz delinea sus largas pestañas.

—En los días tranquilos. Me ayuda a pensar.

Nos sentamos en un cómodo silencio. A lo lejos, los ruidos de los gondoleros flotan

hacia nosotros. Me encuentro tarareando, la melodía de la canción de cuna de mi madre

saliendo instintivamente de mis labios.

—Cantas esa canción muy seguido —dice después de un momento—. La canción de

cuna River Maiden. La conozco. Es un ritmo encantador.

Asiento.

—Mi madre solía cantármela cuando era pequeña.

—Me gusta cuando cantas. Calma tu energía.

Me detengo, avergonzada. Debió ser capaz de sentir mi intensa ansiedad los últimos

días, a medida que se acerca mi próxima reunión con Teren.


—No soy muy buena. No tengo su voz. —Casi le digo de mi hermana, cómo la voz de

Violetta suena más parecida a la de mi madre, pero entonces recuerdo dónde está mi

hermana ahora. Me trago las palabras.

Raffaele no hace comentarios sobre mi energía esta vez. Quizás cree que pensar en mi

madre me deprime.

—¿Puedes cantarla para mí? —le pregunto, para distraerme—. Nunca antes te he

escuchado.

Inclina su cabeza de una forma que me hace sonrojar. Mi alineación hacia la pasión

despierta. Sus ojos regresan al agua. Tararea un poco, luego canta los primeros versos de la

canción de cuna. Mis labios se separan ante el sonido de su voz, la dulzura de la melodía, la

forma en la que la letra cuelga en el aire, brillante y clara, llena de pesar. Cuando yo la canto,

la canción sale como notas individuales, pero cuando él canta, las notas cambian

a música. Puedo escuchar a mi madre en las palabras. Me viene el recuerdo de una cálida

tarde en nuestro jardín bañado por el sol, cuando mi madre bailaba la canción de cuna

conmigo. Cuando me atrapaba, me daba la vuelta para abrazarla y enterrarme en su vestido.

Mama, mama, le decía, ¿estarás muy triste cuando crezca?

Mi madre se había agachado y tocado mi rostro. Sus mejillas estaban húmedas. Sí, mi

amor, respondió. Estaré muy triste.

La melodía termina, y Raffaele deja que la última nota desaparezca en el aire. Me mira.

Me doy cuenta de que lágrimas empañan mi visión y las limpio rápidamente.

—Gracias —murmuro.

—De nada. —Sonríe de regreso, y hay afecto genuino en su expresión.

Por un momento, siento algo que nunca he sentido fuera de la Sociedad de la Daga.

Algo que descubrí recientemente, rodeada de jóvenes extraños que me recuerdan a mí.

Amabilidad. Sin ningún compromiso.

Puedo ver una vida para mí aquí, como una de ellos.

Es una forma muy, muy peligrosa de pensar. ¿Cómo puedo ser su amiga, con lo que

estoy haciendo? Cuanto más me acerco, más difícil será cuando Teren espere que le

entregue lo que he prometido. Pero cuanto más tiempo permanece él alejado, más me

fortalezco, más audaz me hago. Vuelvo a mirar el paisaje con Raffaele, pero mi mente

gira. Necesito encontrar una salida, encontrar a Violetta sin darle a Teren la

información. Y la única forma de juntar el valor es decirle a los Dagas la verdad.


Las sesiones de Raffaele evocan pasión gentil, pero nada de lo que hago con él se

acerca siquiera a mis sesiones de entrenamiento con Enzo.

Enzo empuja fuerte mis emociones. Me enseña cómo crear ilusiones convincentes de

fuego, cómo parpadea una llama, cómo cambia el color de ella de rojo a dorado, de azul a

blanco. La muevo una y otra vez hasta estar exhausta.

—Tus golpes son desenfocados —espeta una noche mientras me enseña lo básico de

luchar con una espada de madera—. Concéntrate. —Nuestra clase resuena en una caverna

vacía. Saca el arma de mi mano con un golpe sin esfuerzo, luego la patea y la lanza hacia mí.

Me apresuro a atraparla, pero mi visión débil significa que fallo por unos buenos

centímetros. La madera golpea mi muñeca. Parpadeo. A esta hora, todo lo que quiero hacer

es ir a la cama.

—Mis disculpas, Su Alteza —replico, ignorando el dolor. Sé que intenta enojarme a

propósito para fortalecer mi poder, pero no me importa—. Soy la hija de un mercader. No he

entrenado para luchar.

—No estás luchando. Estás aprendiendo defensa básica. Los Jóvenes Élites tienen

enemigos. —Enzo apunta la espada hacia mí—. Otra vez.

Golpeo. Conjuro una oscura silueta de lobo y la lanzo hacia él, esperando

desestabilizarlo. No lo hace. Esquiva mi golpe con facilidad, luego ataca, chocando conmigo

hasta que estamos cerca de la caverna. Gira y saca una daga de su bota. Esta segunda hoja se

detiene a centímetros de mi cuello.

Mi furia aumenta. ¿Cuál es el punto de enfrentar a un cordero contra un asesino

experto? Conjuro una ilusión de humo que explota a nuestro alrededor. Entonces, hago un

movimiento que él me enseñó, tomo su mano y apunto hacia su garganta.

Su mano agarra fuerte mi muñeca antes de poder hacer contacto. Calor corre a través

de mí. Algo afilado golpea mi pecho. Cuando bajo la mirada, veo una espada cerniéndose

sobre mis costillas.

—No olvides un arma por otra —dice. Un destello de aprobación parpadea en sus

ojos—. O te encontrarás atravesada en un segundo.

—Quizás entonces deberías saber qué armas son reales —respondo. La daga que estoy

sosteniendo cerca de su garganta se desvanece en una nube de humo. La verdadera daga que

le he quitado está en mi otra mano, la cual presiono ahora contra su costado.

Enzo me estudia con una expresión meditabunda. Luego sonríe, una sonrisa genuina,

llena de sorpresa y diversión. Calienta todo su rostro. Mi miedo es repentinamente

remplazado por alegría, la satisfacción de finalmente complacerlo. Cuidadosamente deja

caer la espada de madera, empuja mi mano lejos de su lado, y corrige mi agarre en el mango

de la daga. Calor fluye a través de mí. Su pecho está presionado contra mi hombro y costado;

su mano enguantada cubre la mía. Una oleada corta mi oscuridad, y el color del humo a

nuestro alrededor cambia de negro a rojo.

—Así —murmura, moldeando mi mano en el agarre correcto. No dice nada sobre el

cambio del color del humo.

Me quedo en silencio y hago como dice. La calidez fluyendo de sus dedos hacia los

míos se siente tan deliciosa como agua caliente sobre mi cuerpo dolorido.


—Crea la daga otra vez —susurra—. Quiero mirarla bien.

Con mi ira aun agitándose y su toque enviando escalofríos, reúno mi concentración. El

empuje es más fácil ahora. Ante nuestros ojos, aparece el contorno de una daga. Se agita y

brilla, incompleta, y entonces la lleno de detalles; la pintura en el mango color carmesí, las

runas en la empuñadura, el suave brillo de la hoja y el canal de sangre que atraviesa su

centro. Solidificándose. El borde de la hoja se afila a un punto grave. La giro en el aire hasta

que la punta nos enfrenta.

Apenas hay diferencias entre la ilusión y la realidad.

Miro a mi lado para ver a Enzo mirando fijamente la daga falsa. Su corazón late a

través de la tela sobre sus costillas, rítmico contra mi piel.

—Hermosa —murmura. De algún modo, creo escuchar dos significados detrás de esa

palabra.

Me suelta, luego enfunda su daga con una estocada. La sonrisa se ha ido.

—Suficiente por hoy —dice. No se molesta en encontrar mi mirada, pero su voz es

diferente ahora. Más suave—. Seguiremos mañana.

Un súbito impulso me golpea. El rostro de Teren flota en mis pensamientos, luego

cambia a una visión de mi hermana. No sé de dónde viene el impulso, si son alineaciones de

pasión o ambición, pero lo alcanzo con energía antes de poder detenerme. Enzo se detiene,

luego me mira con una ceja alzada.

—¿Sí? —dice simplemente.

Silencio. Toda la tensión acumulada de las últimas semanas surge, y me encuentro

luchando por sacar las palabras. Dile. Esta es tu oportunidad.

Dile la verdad.

Enzo me observa con una paciente mirada penetrante.

Las palabras están justo allí, en la punta de mi lengua. La Inquisición me ha forzado a

espiarlos. El maestro Teren Santoro está manteniendo rehén a mi hermana. Tienes que

ayudarme.

Y entonces, miro a Enzo a los ojos, recuerdo el calor de su poder. E intento hablar. De

nuevo, las palabras se detienen.

Finalmente, me las arreglo para decir algo. Pero lo que sale es:

—¿Cuándo iré a una misión?

Enzo entrecierra sus ojos ante eso. Toma varios pasos lentos hasta que estamos

separados por unos metros. Mi corazón late furiosamente. Soy una tonta. ¿Por qué dije eso?

—Si tienes que preguntar —responde Enzo—. Entonces no estás lista.

—Yo… —El momento se ha perdido. La verdad que había estado tan cerca en mis labios

ahora se aleja, enterrada bajo mis miedos. Mis mejillas arden con vergüenza—. Pensé que

querrías que fuera —me las arreglo para terminar de decir.

—¿Por qué te querría conmigo en una misión, lobito? —dice tranquilamente.

Una oleada de pasión me atraviesa, cortando la tensión luchando dentro de mi pecho.


—Porque te impresioné —respondo.

Enzo permanece en silencio. Entonces, una de sus manos enguantadas toca mi

barbilla, inclinándola suavemente hacia arriba, mientras la otra descansa en la pared de

piedra junto a mi cabeza. Tiemblo en su agarre. ¿Qué es esa extraña luz en sus ojos? Me

mira como si me conociera de antes. Lucho contra la urgencia de cubrir el horrible lado

lleno de cicatrices de mi rostro.

—¿Es así? —susurra de regreso. Se inclina más cerca, tan cerca que sus labios ahora se

ciernen sobre los míos, suspendidos en el espacio antes de un beso, burlándose de mí.

Quizás esté probándome otra vez. Si me muevo en lo más mínimo, nos tocaremos. El calor

fluye de su mano, inundando cada vena de mi cuerpo y llenando mis pulmones con fuego.

Mi energía ruge en mis oídos. Estoy en medio del océano, golpeada en los dos lados por

corrientes calientes. Y al mismo tiempo, siento una oleada de algo nuevo, algo de lo que solo

he sentido un atisbo durante mi primera prueba con los Dagas. La parte de mí que responde

a la gema roseite, a la pasión y el deseo, está despierta ahora. La energía de ello se apresura

hacia mi pecho, amenazando con explotar, volviendo mi control sobre mis poderes

inestable. Ilusiones al azar aparecen a nuestro alrededor, vistazos de un bosque, la noche, y

un océano oscuro. Estoy agradecida por la pared detrás de mí. Si no la tuviera para

apoyarme, estoy segura de que caería de rodillas.

¿Hay algo que necesite saber? Imagino que pregunta Enzo. Y por un momento, estoy

tan convencida de que lo dice en voz alta, que casi lo confieso todo.

Entonces Enzo se aleja. El calor corriendo se disipa mientras él recupera su energía,

dejándome fría y dolorida. Mis ilusiones se desvanecen. Por primera vez desde que lo

conozco, no es el mortal Verdugo tranquilo y frío… Hay un destello de vulnerabilidad en él,

incluso culpa. Le devuelvo la mirada con la misma confusión. Mis mejillas aún están

calientes. ¿Qué sucedió entre nosotros? Él es el líder de la Sociedad de la Daga, el príncipe

de la corona, un notorio asesino, el futuro rey potencial. Y aun así, de algún modo me las

arreglé para inquietarlo. Él me inquietó a mí. El secreto sin decir se encuentra fuertemente

entre nosotros, un oscuro abismo.

Entonces su momento de vulnerabilidad cae, y reasume la indiferencia a la que estoy

tan acostumbrada.

—Veremos lo de las misiones —dice, como si nada hubiera pasado. Quizás no lo ha

hecho, quizás nuestro pequeño momento no ha sido nada más que una ilusión que conjuré

accidentalmente, como todo lo demás que surgió a nuestro alrededor. Como el fantasma de

mi padre.

Mis hombros se hunden ante eso. No respondo nada. Quizás he evitado por poco una

muerte segura.

Enzo me da un asentimiento cortés, luego se da la vuelta y sale de la caverna,

dejándome sola con mi corazón desbocado. Cuando miro a mi lado, noto que la pared donde

él había descansado su mano, está ahora ennegrecida y chamuscada con su huella.


lgún cambio en opinión sobre ella? —pregunta Enzo en voz

—¿A

baja.

Raffaele se aleja del príncipe. Hoy los dos están en la

entrada de las cavernas, mirando cómo varios de los Dagas

entrenan. Las miradas de ambos se centran en lo mismo:

Adelina, quien se encuentra sentada en una esquina con

Michel y práctica moviendo hilos de su energía en pequeños y familiares objetos. Un anillo

de oro, un cuchillo, una pieza de tela. Con cada gesto, Raffaele siente su cambio de energía.

Mirarla aprender a crear ilusiones le recuerda la energía que siente cuando ve a Michel en el

trabajo. Tratando de imitar la vida. A medida que avanza, Michel critica su trabajo con una

serie de insultos poco entusiastas, pero Raffaele puede decir que el joven pintor está

impresionado con ella. Cerca de allí, Lucent detiene su propio entrenamiento de vez en

cuando para gritarle desafíos a Adelina. ¡Haz un talento de oro! ¡Haz un pájaro! ¡Haz una

estatua! Adelina se esfuerza en hacer que sus ilusiones se vuelvan más complejas. Lucent

asiente con admiración.

—Adelina tenía razón —responde Raffaele finalmente, notando las amistades

creciendo. Tal vez él la había juzgado mal al principio—. Estaba entrenándola demasiado

lento para que ella trabaje con sus poderes.

Enzo asiente una vez de acuerdo.

—Está aprendiendo a un ritmo que nunca he visto.

Las palabras ponen a Raffaele inquieto. Piensa de nuevo en la forma en la que ella

reaccionó al ámbar y la piedra nocturna, cómo le advirtió a Enzo esa noche que se

deshicieran de ella. Piensa en los cambios alarmantes en su oscuridad últimamente, cómo la

nueva velocidad de su formación está afectando su energía, la frecuencia con la que parece

ansiosa, asustada y sola. Las emociones se filtran de ella. Algo sobre Adelina… hay una

fragilidad debajo de la cáscara oscura que ha comenzado a construir a su alrededor, una

restante luz pequeña. Una luz que vacila precariamente en el día a día.

—Hay una razón por la que la entrené muy lentamente, ya sabes —dice Raffaele

después de un momento.

Enzo lo mira.

—Estabas reteniéndola a propósito.

—Estaba reteniéndola para protegernos. —Raffaele elige sus siguientes palabras con

cuidado—. Es la verdad, ella puede convertirse en la más poderosa de todos nosotros. Ya

puede crear ilusiones que engañan los ojos y los oídos. Eventualmente, se dará cuenta de


que también puede engañar el gusto, olfato y tacto de una persona. —Mira a Enzo de reojo—

. Sabes lo que eso significa, ¿no?

—Será capaz de engañar a un hombre sediento para que beba metal líquido. Será capaz

de hacer que alguien sienta un dolor que no está allí.

Raffaele se estremece ante las posibilidades.

—Asegúrate de que su control no eclipse su lealtad hacia ti. Adelina puede haberse

adaptado y vuelto más fuerte con el miedo y el odio, pero también puede adaptarse con

pasión y ambición. La combinación la conduce a ser imprudente, la hace poco confiable y

hambrienta de poder.

Enzo observa mientras Adelina evoca lentamente una ilusión detallada de un lobo, tan

realista que parece como si el animal estuviera realmente allí de pie en el suelo de la

caverna. Michel aplaude en señal de aprobación.

—Va a ser magnífica —responde.

Esta vez, Raffaele siente el cambio de energía de Enzo ante la mención de Adelina,

tintineando una emoción poco habitual en el Verdugo. No por años. Algo pasó entre ellos, se

da cuenta. Algo peligroso.

—Ella no es Daphne —le recuerda Raffaele gentilmente.

Enzo lo mira, y en ese momento, Raffaele siente una punzada profunda de simpatía

por el joven príncipe. Un recuerdo vuelve a él sobre la tarde cuando había acompañado a

Enzo al boticario para ver a la joven que era asistente de la tienda. Cuando él había

presenciado la propuesta de Enzo. A pesar de que la lluvia caía tranquila fuera de la tienda,

el sol todavía brillaba a través de ello, pintando el mundo con una nube brillante de luz.

Daphne se había reído de la afección en los ojos de Enzo, bromeó sobre la dulzura de su voz,

y él se había reído con ella. Raffaele había vislumbrado a ella tocándole la mejilla a Enzo y

acercándolo.

Cásate conmigo, Enzo le había dicho. Ella lo había besado en respuesta.

Después de su muerte, Raffaele nunca más sintió esa emoción en el corazón de Enzo.

Hasta ahora.

Finalmente, Enzo asiente una breve despedida y se gira para irse.

—Prepárala —le dice a Raffaele antes de retirarse—. Viene con nosotros a las Lunas de

Primavera.



ubo un tiempo en mi infancia, un breve tiempo, cuando mi padre era

H

amable conmigo. Sueño con ello esta noche.

Tengo trece. Mi padre se despierta en un estado de ánimo alegre, luego

viene a mis aposentos y abre mis cortinas para dejar entrar la luz. Lo miro

con cautela, sin saber lo que ha provocado este cambio repentino. ¿Acaso

Violetta le dijo algo?

—Vístete, Adelina —dice, sonriéndome—. Hoy te voy a llevar al puerto conmigo. —

Entonces se va, tarareando para sí mismo.

Mi corazón se tambalea por el entusiasmo. ¿De verdad esto está sucediendo? Padre

siempre lleva a Violetta a los puertos, a ver los barcos y comprarle regalos. Siempre me he

quedado en casa. Me siento en la cama por un momento más, todavía estando insegura, y

luego salto al suelo y me apresuro hacia mi tocador. Elijo mi conjunto favorito, un vestido de

seda Tamouran azul y crema, y ato dos largas tiras de tela azul alrededor de mi cabello,

asegurándolo alto detrás de mi cabeza. Quizás Violetta viene con nosotros, pensé. Salgo de

mi habitación y voy hacia la de ella, esperando que esté lista también.

Violetta está todavía en la cama. Cuando le digo a dónde vamos, se sorprende,

entonces se preocupa.

—Ten cuidado —dice ella.

Pero estoy tan feliz que solo me burlo de ella. Parece de mal humor, pero eso es solo

porque esta celosa de que no va a venir. Me aparto. La advertencia de Violetta se desvanece

de mis pensamientos.

El día es maravilloso, lleno de colores brillantes. Mi padre me lleva en un viaje por el

canal. Me ayuda a salir de la góndola. El puerto es un hervidero de gente, los comerciantes

pidiendo que sus productos sean enviados a las direcciones apropiadas, los tenderos de pie

detrás de sus puestos, hablándole a los transeúntes curiosos, niños persiguiendo perros. Mi

padre me lleva de la mano. Me apresuro a su lado, riéndome de sus bromas, sonriendo

cuando sé que debo sonreír. En el fondo, estoy asustada. Esto no es normal. Mi padre

compra para cada uno un tazón de hielo con sabor a dulce de leche y miel, y juntos nos

sentamos a ver a los leñadores y calafates trabajar en un nuevo barco. Él charla

animadamente, diciéndome lo estricto que Estenzia es por la calidad de sus naves, cómo

cada cuerda y vela y la bobina es etiquetada con marcas y colores que identifican el artesano

responsable. No entiendo todo lo que dice, pero no me atreví a interrumpir. Espero a que se

ponga violento. Pero hoy se ve tan despreocupado que no puedo evitar caer bajo el hechizo,

dejándome totalmente creer que él está finalmente feliz conmigo.


Tal vez las cosas serán diferentes a partir de ahora. Tal vez solo había estado

cometiendo errores hasta ahora.

Finalmente, cuando el sol comienza a recorrer el camino por el cielo, volvemos a las

góndolas y nos dirigimos de regreso a casa.

—Adelina —dice mientras nos sentamos en la góndola, balanceándose y crujiendo con

la corriente. Toma mi rostro entre sus manos—. Sé quién eres en realidad. No tienes que

tener miedo.

Mi sonrisa permanece encendida, aunque mi corazón vacila. ¿Qué quiere decir?

—Muéstrame lo que puedes hacer, Adelina. Sé que debe haber algo dentro de ti.

Lo miro de regreso en confuso silencio, mi sonrisa tonta todavía plantada en mis

labios. Cuando no respondo, la expresión amable de mi padre comienza a desvanecerse.

—Vamos —engatusa—. No tienes que tener miedo, hija. —Su voz se reduce—.

Muéstrame que no eres una malfetto ordinaria. Vamos.

Poco a poco, empiezo a darme cuenta de que él ha estado utilizando la bondad para

persuadirme a sacar mi poder. Tal vez incluso hizo una apuesta con alguien, alguien que le

pagaría a mi padre por mí si pudiera mostrar que tenía alguna habilidad extraña. Mi sonrisa

tiembla junto con mi corazón. Ha tratado con la violencia y no ha provocado un poder en mí.

Ahora quiere probar afecto. Ten cuidado, Violetta me había dicho. ¿Ves qué tonta soy?

Aun así, lo intento. Quiero tanto poder complacerlo.

Al día siguiente, repetimos la misma rutina. Mi padre es curiosamente gentil y atento,

tratándome como si viera a Violetta delante de él en lugar de a mí. Violetta no dice nada

más, y estoy aliviada. Sé lo que quiere de mí. Pero estoy tan hambrienta de aceptar esta falsa

bondad que lo intento todos los días, lo más fuerte que puedo, para conjurar algo para

complacer a mi padre.

Nunca sucede.

Finalmente, semanas más tarde, el buen humor de mi padre se desvanece. Toma mi

rostro entre sus manos una última vez en ese paseo de regreso a casa. Me pide que le

muestre lo que soy capaz de hacer. Y de nuevo, no puedo. El transporte se tambalea en un

torpe e incómodo silencio.

Después de un tiempo, las manos de mi padre dejan mi rostro. Él se aleja de mí,

suspira y mira por la ventana al paisaje en movimiento.

—Inútil —murmura, su voz tan baja que apenas lo escucho.

A la mañana siguiente, me acuesto en la cama y anticipo a que mi padre entre de nuevo

con una sonrisa en su rostro. Hoy es el día, me digo. Esta vez, estoy decidida a complacerlo,

y su bondad será capaz de sacar algo que valga la pena. Pero él no viene. Cuando por fin me

levanto de la cama y lo encuentro, me ignora. Ha renunciado a su búsqueda de encontrar

algo útil en mí. Violetta me ve en el pasillo. La distancia entre nosotras se siente

abrumadora. Sus ojos están grandes y oscuros, con lástima. Su rostro, como de costumbre,

es perfecto. Aparto la mirada de ella en silencio.


Mis dos semanas han ido y venido.

En todo este tiempo, no he encontrado una sola oportunidad de visitar a Teren en la

Torre de la Inquisición. Tal vez he estado evitándolo a propósito. No lo sé. Todo lo que sé es

que mi tiempo es ahora, y él estará esperando por mí. Sé lo que pasará si no me presento

pronto.

Y esta noche es mi primera misión oficial con los Dagas.

Su plan para esta noche, por lo que entiendo, es algo como esto:

Las Lunas de primavera, la celebración anual de Kenettra de la temporada, se compone

de tres noches de festivales y fiestas, una noche en honor de cada uno de nuestras tres lunas.

Cada noche, un baile de máscaras enorme se lleva a cabo en la orilla del agua en el puerto

más grande de Estenzia. A la medianoche, seis barcos cargados con fuegos artificiales ponen

en un deslumbrante despliegue las luces sobre el agua.

Pero los Dagas van a incendiar las naves antes de que incluso pueda suceder,

destruyendo la flota en una espectacular explosión de fuegos artificiales. Será una

demostración de poder, desafío contra el rey, para mostrar su debilidad. Y voy a ayudarles a

hacerlo.

—La ciudad se está convirtiendo rápidamente en un barril de pólvora —me explica

Raffaele mientras nos dirigimos fuera de sus aposentos. Esta noche está vestido con una

túnica verde y dorada, parte de su rostro escondido detrás de una media máscara de oro

intrincada, sus pómulos y cejas espolvoreadas con purpurina—. Si el rey quiere quemarnos

en la hoguera, entonces los Dagas van a responder. —Me sonríe. Es un experto en expresión

reservada, tímida, entrenada—. La gente está cansada de un rey débil. Cuando Enzo se

apodere del trono, estarán listos para el cambio.

Escucho, distraída por mis propios pensamientos. Por un momento, fantaseo sobre mí

en una posición tal, en lugar de ser atrapada por los caprichos de los demás, ¿cómo sería

tener a otros inclinándose ante mí, obedeciendo todas mis órdenes? ¿Cómo se sentiría tener

ese tipo de poder?

Es la primera vez que salgo a Estenzia por la noche. Pronto, góndolas llegan por las

líneas de la calle de la corte del canal, y consortes de la corte se dividen en grupos a medida

que avanzamos en nuestras embarcaciones individuales. Me uno a Raffaele y otros dos en el

mismo barco, los asientos crujiendo cuando comienzo suavemente a bajarme. Mi

movimiento envía ondas a través del agua. Nos alejamos, deslizándonos fuera del puerto.

Me quedo boquiabierta por la ciudad.


Ninguna noche es tan encantadora como las noches de las Lunas de Primavera, y

ninguna ciudad es tan impresionante como Estenzia, que se ha transformado en un país de

maravillas de la luz.

Linternas cuelgan a lo largo de todos los puentes, su resplandor rebotando en la

superficie del agua en olas de naranja y oro. Góndolas navegando a la deriva a través de los

cursos de agua, y la música y la risa propagándose por las multitudes enmascaradas que se

han reunido en el aire caliente de la noche. En lo alto, las tres lunas descansan grandes y

luminosas en un triángulo casi perfecto. Baliras se deslizan más allá de ellos, sus rutilantes,

translúcidas alas iluminadas por la luna. Esta estrecha visión de ellos sigue siendo un

sorprendente contraste con las figuras lejanas que había visto antes de que llegara a

Estenzia, y la visión de sus cuerpos largos, como rayos pasando en frente de las lunas me

quita el aliento.

Más lejos en el puerto, las siluetas de seis barcos con sus fuegos artificiales reposan en

el agua.

Inquisidores, algunos a caballo y otros a pie, patrullan los puentes. Ellos son los únicos

que no están adornados con brillos, colores o máscaras brillantes, y sus figuras blancas y

doradas parecen duras contra las festividades. Están por todas partes esta noche, añadiendo

una tensión uniforme en el aire. Alejo mi rostro cuidadosamente de ellos. La ciudad es un

barril de pólvora, Raffaele había dicho, y vamos a iluminarla esta noche.

En el momento en que llegamos al puerto principal, las celebraciones están en pleno

apogeo. Las estatuas de los ángeles y los dioses que bordean la plaza están todas cubiertas

de pies a cabeza en flores. Unos enmascarados, ya borrachos tan temprano en la noche, han

subido en la parte superior de las estatuas para saludar a la multitud vitoreando. Aspiro

inhalando los aromas del mar, pasteles dulces y salados, cerdo tostado y el pescado.

Raffaele espera hasta que los otros han dejado nuestra góndola. Entonces, camina con

gracia y me ofrece una mano. Me uno a él en tierra. Los otros consortes finalmente se

dispersan, cada uno de ellos uniéndose a sus clientes o esperando por ellos a lo largo del

borde del puerto. Raffaele me guía a través de una sección de la multitud. Entonces me

aprieta la mano una vez.

—Ve —susurra—. Acuérdate de los caminos de regreso a las catacumbas si te pierdes

durante la misión.

Entonces él se ha ido, abriéndose paso entre la multitud. Por un segundo, estoy sola,

perdida entre los colores que me rodean. Miro alrededor; mi corazón late. Me he vuelto tan

dependiente de la orientación de Raffaele que su ausencia siempre me deja sin aliento.

Una mano repentina en mi cintura me hace mirar a mi lado. Es Enzo.

Si no supiera que tenía que reunirme con él aquí, no lo habría reconocido esta noche.

Su cabello está cubierto bajo una máscara que lo transforma de un joven príncipe, a un

bosque de hadas con cuernos brillantes girando sobre su cabeza, la estructura adornada con

cadenas de plata colgando que brillan en la luz. Todo lo que puedo ver de su rostro son sus

labios y, si miro más allá de las sombras de la máscara, sus ojos. Incluso a través de su

disfraz, puedo sentirlo observando mi nueva apariencia, mi elaborada vincha Tamouran y

sedas doradas festivas, la porcelana blanca brillante ocultando mi rostro lleno de cicatrices.

Sus labios se separan ligeramente, listos para decir algo.


Luego se inclina.

—Una agradable velada —dice. Le regreso su sonrisa mientras me besa suavemente en

la mejilla y me ofrece su brazo. Jadeo debido a la breve oleada de calor que deja el toque de

sus labios en mi piel.

Nos conduce a través de la multitud. Mantiene una respetuosa distancia entre

nosotros, nuestro único contacto es mi brazo entrelazado a través de él… pero aun así, puedo

sentir el calor que irradia de su túnica, una suave sensación agradable, llegando a mí. Me

obligo a mantener la calma. A través de mi máscara, me centro en las siluetas de los buques

en el puerto.

Entramos en una zona llena de bailarines. Aquí y allá hay otros consortes, moviéndose

con sus clientes y los patrocinadores y otros espectadores en un mar de brillo, riendo a

carcajadas mientras se balancean con el ritmo de los tambores y serenata de cadenas. Capto

un resquicio de Raffaele con una mujer de la nobleza ricamente vestida en su brazo, pero ni

él ni Enzo se reconocen entre sí. Inquisidores miran la escena desde lo alto de sus corceles.

Enzo me mira de soslayo. Entonces me acerca y pone una mano en la parte baja de mi

espalda. A nuestro alrededor, el mundo se convierte en un frenesí de vítores y colores

brillantes. Me da su cálida y genuina sonrisa, una encantadora expresión que muy pocas

veces hace el Verdugo.

—Baila conmigo —murmura.

Todo forma parte de nuestro acto. Todo es parte del disfraz. Me digo esto en varias

ocasiones, pero no cambia la forma en que me apoyo en su toque, cómo sus palabras

despiertan nostalgia en mi pecho. Si se da cuenta, no lo demuestra… pero parece estar más

cerca de lo que necesita, y me mira con una intensidad que no recuerdo haber visto antes.

Giramos con los otros en un gran círculo. Más unión, hasta que todos somos un

torbellino de cuerpos apretados. Los minutos pasan volando. Los movimientos de Enzo son

impecables, y de alguna manera me encuentro moviéndome en sincronía con él, mis pasos

tan precisos como suyos. Enzo me libera mientras bailamos en los brazos de nuevos

compañeros, luego cambiamos otra vez y otra vez en un círculo cada vez mayor. Los

tambores están al compás con mi latido del corazón. Doy vueltas hasta que estoy

emparejada de nuevo con Enzo. Me sonríe desde detrás de su máscara. Quiero estirar mi

mano y tocar su rostro. Entonces recuerdo que estoy disfrazada como su consorte, y ese

gesto no sería extraño. Así que lo hago. Me río, acercándome a él, y rozo su mejilla con mi

mano. Puede ser que sea mi imaginación, pero sus ojos se ablandan ante mi tacto. Él no me

detiene. Solo está actuando bien. No me importa.

Me toma un momento darme cuenta de que el baile ha terminado. A nuestro

alrededor, los demás les dan a sus parejas de baile un beso rápido, el gesto de armonía entre

el amor y la prosperidad. Risas y silbidos resuenan entre la multitud. Todo parte de la

costumbre. Echo un vistazo a Enzo, de repente tímida, ¿soy amor, o soy prosperidad?

Él sonríe, me acerca, y se inclina hacia abajo. Las ranuras talladas de su máscara rozan

contra mi piel, y me pregunto si va a dejar un toque de brillo detrás. Cierro mis ojos. Un

momento después, sus labios tocan los míos. Solo un toque.

Debe haber sido breve, probablemente un segundo, no más, pero a mí me parece una

eternidad, como si él nos hubiera permitido estar de esta manera por un momento más del


tiempo necesario. El burbujeo familiar de calor corre a través de mí, la sensación de lujo de

un baño caliente en una noche fría; le devuelvo el beso, apoyándome en él, saboreando su

calor.

Entonces se acaba. Me encuentro mirándolo a los ojos, y ahí veo las finas líneas de

color escarlata dentro de sus iris, brillantes. Sus labios están todavía muy, muy cerca.

Da un paso lejos y nos saca del círculo del baile al iniciar una nueva canción. Ahora

estamos más cerca del puerto de lo que estábamos antes, y una barandilla de madera nos

separa del muelle rocoso cerca de donde los barcos están a la espera. Perfectamente en su

posición. Me falta el aliento, aún mareada y riendo, y Enzo ríe junto a mí, su baja voz de

terciopelo mezclándose más alta. No creo que lo haya oído reír antes. Es un sonido suave,

tierno y seguro, un recuerdo de que solía reír más. Su brazo se mantiene bien envuelto

alrededor de mi cintura. Mis labios hormigueando. Incluso si solo está tratando de

continuar nuestra actuación, está haciendo un excelente trabajo.

La multitud disminuye a la vez que nos acercamos al punto con vistas de la playa; solo

un puñado de figuras están dispersas a lo largo de las rocas y la arena, admirando el trío de

lunas colgando en el horizonte. Varios Inquisidores montan guardia en cada uno de los

muelles que conducen a los seis barcos. Largas sombras cubren los muelles en oscuridad.

Mi energía se agita sin descanso. Casi es el momento de mi debut. Levanto la vista

brevemente a los techos de los edificios más cercanos. No puedo ver a nadie ahí, pero sé

que varios Dagas están al acecho, esperando la primera señal.

Nos dirigimos hacia los muelles. Las luces de la festividad hacen un camino en la

sombra proyectada por los edificios más cercanos a la costa, y tiemblo cuando el aire de la

noche fría nos rodea. Enzo me empuja cerca para susurrar en mi oreja. Puedo sentir sus

labios volverse una pequeña sonrisa.

—El primer muelle —murmura—. Mírame.

Me río nerviosamente en voz alta, como si él solo hubiese susurrado algunas palabras

románticas en mi oreja. Uno de los Inquisidores descansando a lo largo del primer muelle

nos echa una mirada aburrida y luego se aleja.

Nos acercamos lentamente al muelle, continuando nuestra pequeña farsa romántica

todo el camino. Al menos, se ve como una farsa para Enzo. Lejos de mí para quejarse, las

risas que salen son reales, y también lo es el rubor en mis mejillas. Su mano es caliente en

mi muñeca, un riachuelo de calidez deliciosa en una noche fría.

Finalmente, tropiezo sobre una roca y caigo, riéndome, en sus brazos. Estamos en el

extremo más alejado del muelle ahora, y dos de los Inquisidores que vigilan este muelle

están apenas a unos metros de distancia. Uno de ellos levanta una mano enguantada.

—Nadie tiene permitido pasar este punto —dice él, asintiendo en nuestra dirección.

Enzo lo mira decepcionado. Coloca una mano en el hombro del Inquisidor. Toda

despreocupación desaparece de su rostro, en el parpadeo de un ojo, se ha transformado de

un chico sonriente a un depredador.

El Inquisidor mira la mano de Enzo con sorpresa. Pero antes de que pueda apartarla,

sus ojos se abren. Dispara a Enzo una mirada afligida. Tras él, la postura de su compañero

vacila.


—¿Estás bien? —pregunta al primer Inquisidor. Él desenvaina su espada, pero antes de

que pueda hacer algo, la espada se esfuma justo ante sus ojos horrorizados. Reaparece a una

docena de metros, cayendo inútilmente en la arena. Michel está aquí en la oscuridad. Enzo

toca con su otra mano el brazo del segundo Inquisidor. Ambos abren sus bocas en gritos

silenciosos.

Los está derritiendo desde el interior. Incluso sabiendo que ese era el plan, la vista me

toma fuera de guardia. Miro con horror cómo sus rostros se vuelven rojos y se contorsionan

en agonía. Fugas de sangre de la boca de cada uno. Se estremecen.

—Ahora —me susurra Enzo.

Me acerco y concentro mi energía en romper las dos rodillas de los Inquisidores,

mandándolos a colapsar en el suelo del muelle. Alrededor de nosotros, conjuro una visión

del muelle vacío, tablas de madera aparecen sobre los cuerpos de los Inquisidores

tumbados, y Enzo y yo desaparecemos tras la ilusión de olas de humo en el aire de la noche,

haciéndonos tanto a nosotros como a los cadáveres de los hombres invisibles. La oscuridad e

inquietud en mí se eleva, emocionando mi corazón, y acojo el éxtasis. En lo alto de la ilusión,

entrelazo la imagen de dos Inquisidores blancos encapuchados de pie como si nada hubiese

pasado. De cerca, es fácil decir que los dos Inquisidores falsos son nada más que humo y

aire, sus rostros son demasiado simples para ser reales. Pero desde el punto de vista de

cualquiera que podría mirar en esta dirección desde lejos, es una portada convincente.

Toda la escena se ve como si nosotros no estuviésemos aquí. Como si no estuviese de

pie enfrente de dos cadáveres.

Tanto poder. Me arremolino en medio de esto, mi mandíbula apretada, mis labios

curvados en una sonrisa triunfante incluso cuando otra parte se espanta de lo que acabamos

de hacer. Me siento entumecida, en control y todavía completamente indefensa.

A través de mi escudo de invisibilidad, siento a Enzo dándome un solo asentimiento.

Asiento de vuelta, dejándole saber que estoy preparada. Él salta desde el muelle. Fuego

erupciona desde sus manos, las sostiene hacia afuera, y en las sombras, veo una figura

enmascarada que debe ser Michel levantar sus brazos. Él revela las llamas de Enzo, entonces

las lanza lejos del muelle, a la cubierta del primer barco, cerca de las cajas de fuegos

artificiales. Los dos desaparecen en la oscuridad. Segundos después, escucho el sonido de

gritos sorprendidos del barco.

Mis manos tiemblan. Recuerdos de la noche que maté a mi padre vienen de vuelta,

nublando mis ilusiones. De repente el fantasma de mi padre me sonríe en mis

pensamientos. Creo que incluso puedo verlo de pie en el muelle. Eres una asesina, Adelina.

Encantado de verte demostrarlo.

Verlo interrumpe mi concentración, el velo que había puesto sobre los dos

Inquisidores muertos a mis pies de repente desaparece, revelándolos al mundo. Empiezo a

correr al segundo muelle. Mi mente está completamente paralizada; la imagen de los

cadáveres se graba en mi visión. Sigue adelante. No puedes parar. Mi atención se vuelve

hacia los edificios que bordean el puerto, y los otros Inquisidores patrullando los otros cinco

muelles. Respirando profundo, llamo más de mi energía. Los hilos se tensan en mi mente,

protestando.

Los fuerzo a doblarse, luego tejerse juntos.


Contra las paredes de los edificios, siluetas de gente corriendo. Ilusiones de capuchas

azul oscuro. De repente, Dagas se ven por todos lados en los muelles. Los Inquisidores desde

otros muelles dan la alarma, conjuro Dagas alrededor de ellos, luego corro hacia el segundo

muelle.

Mi miedo se intensifica, y cuando lo hace, también lo hacen las ilusiones más cercanas

a mí. Los Inquisidores piden ayuda mientras golpean contra mis Dagas fantasmas. Alcanzo

el segundo muelle bajo la cubierta de invisibilidad justo cuando las llamas se encienden a

bordo al segundo barco.

—¡Son falsos! —grita uno de los Inquisidores a la vez que su espada corta directo a

través de una de mis ilusiones. Llama a los otros soldados para que paren, pero todos están

demasiado distraídos, cegados por el miedo de mis apariciones—. Paren… encuentren al

culpable que…

Nunca termina su frase. Uno de los Dagas arremete contra él con la velocidad de una

víbora en pleno ataque, retuerce el brazo del hombre alrededor y apuñala directamente su

pecho con su propia espada. Un verdadero Daga. Dante. El otro Inquisidor se vuelve a su

alarido, luego ataca a Araña, pero él es, de lejos, demasiado rápido para ellos. Los corta en

una rápida sucesión. Sus movimientos se desdibujan en la oscuridad, así que incluso

después de que borro los Dagas falsos, parece como si no hubiera más de uno de ellos. El

último Inquisidor en el muelle intenta correr por su vida. Dante lo agarra antes de que

pueda, y cruza una daga a través de su garganta.

Arriba en las festividades, algunos fiesteros se dan cuenta de lo que está pasando.

Gritos, luego un completo caos.

Mi mente corre. Me muevo al tercer muelle, luego al cuarto. Masacramos a más

Inquisidores mientras más patrullas se precipitan de las festividades en nuestra dirección.

Tanta muerte.

Mi ojo va otra vez a los techos de los muelles más cercamos, y esta vez, veo figuras

revolviéndose. Son los otros Dagas, los de carne y hueso, con sus rostros escondidos tras

máscaras y encapuchadas batas zafiro. Uno de ellos se levanta de estar en cuclillas, con

cuidado pone una flecha en su arco, y apunta a los Inquisidores. Gemma. Por encima de ella

se arremolina un círculo de cuervos, cuando deja volar la flecha, los cuervos caen en picada,

apuntando en unión al enemigo. Mi ilusión de fantasmas Dagas moviéndose a lo largo del

muelle parpadea por un momento, pero aprieto los dientes y afilo mi concentración. Los

fantasmas Dagas se vuelven sólidos de nuevo. Más Inquisidores corren en su dirección.

Los Inquisidores están ahora a tiro. De repente uno de ellos es tirado en el aire. Deja

salir un grito ahogado cuando va tan alto como altos son los edificios, luego cae a su muerte.

Me doblo de dolor, mis ilusiones tiemblan de nuevo. Eso fue obra de Lucent. Allí arriba, más

flechas bajan, una perfora la garganta del segundo Inquisidor.

Date prisa, Enzo. Mientras las otras Dagas matan los Inquisidores con eficiencia

despiadada, aprieto mis dientes en desesperación. Quiero dejar este lugar. Miro por encima

del barco atracado en el primer muelle.

Y ahí lo veo, Enzo, esta vez con el rostro totalmente cubierto por una capucha y la

máscara plateada. Él parpadea a través de la negra oscuridad de la noche. Está un momento,

se ha ido al siguiente. Mi señal para salir de aquí.


Dante agarra mi brazo, luego rompe en un sprint. El viento corre pasándonos. En

cuestión de segundos, hemos cruzado la arena y la hierba y hemos corrido en las sombras de

las festividades con vistas al puerto. Gritos por todos lados. Bajo las ilusiones que estaba

sosteniendo. Los hilos de energía encajan en su lugar, y jadeo por el repentino vacío.

El primer barco explota.

La explosión me lleva directa al suelo. La tierra tiembla, gritos estallan de todo el

mundo alrededor. Cubro mi ojo del resplandor brillante, y cuando miro de reojo a través de

mi mano al infierno, veo un arcoíris de luces de los fuegos artificiales en el cielo de la noche

en una terrorífica exposición de gloria. Fuego y fuegos artificiales consumen la cubierta del

barco. Me imagino a Enzo poniendo cada barco en llamas, su figura una sombra en la noche.

Ásperas manos me levantan.

—Llega al Mensajero —me sisea Dante. Luego desaparece en la multitud, sus ojos fijos

en los otros Inquisidores.

Lucho por ir a través de la multitud, recordando mi siguiente paso. Encuentra a

Raffaele al final de la plaza. Él te llevará a un lugar seguro. La energía en el aire es como

de rayos, prácticamente puedo oler el terror, el poder chispeante alrededor en una ducha

brillante de energía enhebrada. La oscuridad dentro de mí hambrienta por ella, deseosa de

liberarse, y tengo que forzarla de la irresistible urgencia de hundir esta plaza entera con

ilusiones de monstruos del Inframundo. Tanto poder alrededor, yendo a la basura. Por un

momento, intento cubrirme en invisibilidad, pero demasiadas personas están empujándome

para pasarme, cada vez que intento empezar a lanzar la ilusión sobre mí misma, soy

empujada fuera de ello. Finalmente solo me doy por vencida y continuo corriendo.

Me toma un momento darme cuenta de que algunos en la multitud están aplaudiendo.

Levantan sus puños al cielo hacia los fuegos artificiales y las llamas. Ven el espectáculo

deslumbrante con sonrisas en sus rostros. Recuerdo lo que dijo Raffaele más

temprano. Deja al Eje de la Inquisición ver lo que pasa cuando nos fuerzan a

humillarlos. Las personas están aquí animando a los Jóvenes Élites. Aplaudiendo el golpe.

En los muelles, un segundo barco explota. Luego, un tercero. Una imparable reacción

en cadena continúa a lo largo del borde del agua, cada barco desaparece causando que

explote el siguiente, hasta que las llamas y los fuegos artificiales explotando consumen todo

el puerto, transformando la noche en día, naranja y amarillo en cualquier lugar que veo, la

tierra tiembla por la energía pura liberada en el cielo. Explosiones, el rugir de las llamas, los

gritos de cientos de personas, todo revolviéndose en un remolino junto en un ensordecedor

caos. Nunca pude imaginar un pánico como este. Sus miedos se acumulan, una corriente

negra y poderosa.

Tengo que encontrar a Raffaele. Doblo la esquina en una callejuela más estrecha en un

intento de alejarme de la multitud frenética. Por un momento, estoy sola. Casi ahí. Mis

zapatillas patean un charco, y agua fría salpica mis tobillos.

Algo blanco parpadea delante de mi rostro.

Antes de que pueda reaccionar, una mano me agarra alrededor de mi cuello y me

empuja contra el muro. Veo manchas explotando delante de mí. Ciegamente, las ataco.

Una voz se ríe de mi gracia. Me congelo. Reconozco esa voz. El borrón blanco que

parpadeó en mi ojo ahora sigue en una inconfundible vista de la capa de un Inquisidor.


—Bueno, bueno, bueno —dice la voz—. Una chica Tamouran.

Miro el rostro de Teren.

No. No aquí. No esta noche.

La vista es suficiente para dar rienda suelta a mi energía. Desnudo mis dientes a la vez

que un demonio de ojos rojos embiste desde el muro detrás de mí y se lanza a Teren con un

chillido. Teren se estremece por una fracción de segundo, pero su agarre nunca se ligereza.

Sus ojos se abren en sorpresa.

—¿Qué es esto? —dice él con una sonrisa—. ¿Has crecido desde la última vez que

hablamos? —Sube una ballesta—. Otro movimiento como ese, y podría decidir matar a tu

hermana. Te di dos semanas. —Su sonrisa se endurece—. Y llegas tarde.

—Lo siento —digo urgentemente. Mi mente se marea—. No, por favor no la hieras. No

pude encontrar tiempo para alejarme y verte. Han estado entrenándome incansablemente.

—Miro la plaza principal—. Si los Élites me ven hablando contigo, me matarán, y tú no

conseguirás tu…

Teren solo me ignora y me mantiene fija en el sitio. Su agarre es innaturalmente fuerte,

su rostro demasiado cerca.

—En ese caso, es mejor que empieces a hablar. Me debes algo de información.

Trago duro. Los Dagas no pueden estar muy lejos. Sabían que estaría dirigiéndome por

este camino, y si no ven mi rostro pronto, irán a buscarme. Y me verán aquí.

El agarre de Teren se aprieta tanto que empieza a doler. Mi mano vuela a donde

sostiene mi cuello. Él estrecha sus ojos incoloros.

—Dame sus nombres.

—Yo… —¿Qué puedo decirle, sin destruir los Dagas? Mi mente se apresura

frenéticamente por una solución.

—Te vi llegar al festival con un consorte de la Corte Fortunata —añade—. Él ha estado

aquí antes contigo, también. ¿Es uno de ellos?

No. Niego automáticamente, dejando llegar a la mentira.

—Él fue solo mi acompañante.

La mirada de Teren se desvía a lo largo de mi rostro.

—Solo tu acompañante… —medita.

Lágrimas brotan de mi ojo. No. Por favor no le hagas daño a Raffaele.

—Sí, solo mi acompañante.

Teren hace un sonido molesto en su garganta.

—Habla. Lady Gemma, ¿te suena familiar ese nombre? ¿Alguna idea de por qué ella

estaba en las carreras clasificatorias?

Niego tontamente.

—¿Quién los lidera?

No, no, no puedo.


—No lo sé. De verdad, ¡no lo sé!

Teren estrecha sus ojos de nuevo. Sube su ballesta con un brazo y señala con ella justo

mi ojo bueno.

—Estás mintiendo.

—No, no lo estoy —susurro a través de su agarre apretado.

—Violetta pagará por esto, lo sabes. No tú. Violetta. —Se inclina cerca, su voz como la

miel—. ¿Quieres escuchar todas las cosas que le haré?

Las susurra en mi oreja, una a una, y empiezo a llorar en serio. No sé qué hacer. Mis

pensamientos están demasiado enredados. Violetta. Miro de nuevo la plaza caótica. ¿Dónde

la está manteniendo? Energía me tambalea, alimentándose de mi terror. Ruega por

liberarse, pero lo sujeto con abrazaderas fuertemente.

—Te ruego… —empiezo a decir. Mi mente gira—. Te diré lo que quieras. Solo dame una

semana más. Por favor. No puedes ser visto conmigo, eso no ayudará a ninguno de

nosotros. —Escaneo el callejón—. No hay tiempo. Están aquí también. Ellos no pueden…

Antes de que pueda decir cualquier cosa, los ojos de Teren parpadean hacia arriba.

Hago lo mismo, y veo un destello de túnicas oscuras en lo alto de los tejados. Una sacudida

de terror recorre mi columna vertebral. Los Dagas, están viniendo. Van a vernos. Alrededor

de nosotros, los otros Inquisidores están consumidos conteniendo el caos. No tiene

suficientes hombres con él. Puedo sentirlo sopesando sus opciones, decidiendo si tiene

tiempo para conseguir las respuestas que quiere de mi justo ahora antes de que los Dagas

me alcancen.

Por favor. Por favor, déjame ir.

Su instante de duda desaparece. Me agarra por mi cuello y me empuja cerca.

—Tienes tres días —dice en voz alta—. Si vuelves a faltar a tu palabra otra vez,

dispararé una flecha a través del cuello de tu hermana y saldrá por la parte trasera de su

cráneo. Tendrá suerte si es la primera cosa que hago. —Su sonrisa, sus dientes destellan en

la noche—. Podemos ser enemigos, Adelina, o podemos ser los mejores amigos. ¿Entendido?

Ese es todo el tiempo que tiene para hablar. Levanta la vista a los tejados. Y veo a

Dante agacharse ahí, una flecha señalando, mirándonos a ambos a través de su máscara.

Una ráfaga de una túnica zafiro golpea a Teren, tirándolo al suelo y liberándome de su

agarre. Tropiezo contra el muro. Delante de mí hay un revoltijo de blanco y azul, Teren

empuja al Daga fuera de él y rueda sobre sus pies. Los dos se enfrentan.

Es Enzo, el rostro escondido tras la máscara plateada, dagas en mano.

—¡El Verdugo! —exclama Teren, señalando con su ballesta justo a Enzo y sacando su

espada—. Siempre viniendo al rescate de malffetos, ¿verdad?

Las dagas de Enzo se vuelven rojo brillante, luego blanco caliente. Embiste contra

Teren antes de que pueda disparar su ballesta, luego golpea, buscando sus ojos. Teren lo

esquiva con una fluidez que me impacta. Él balancea su espada en un arco, que casi toma a

Enzo en el pecho antes de que él corra a toda velocidad fuera de su camino. Fuego estalla de

las manos de Enzo y consume a los dos en una niebla de luz. A través del infierno, puedo ver

a Enzo bloqueando cuchilla con cuchilla con Teren.


Las llamas no lo dañan. Su piel se ve en fuego por un instante, luego vuelven a lo

normal, lisa e intocable. Me congelo ante la vista. No es un truco de luces, las llamas no lo

hieren del todo.

¿Cómo es posible? A no ser…

—¡Ve! —me apresura Enzo. Sus dagas chocan con un sonido de hierro. Una y otra vez.

Por encima, una flecha pasa y golpea cerca del cuello de Teren. Él gruñe de dolor, pero

luego, para mi horror, la alcanza y tira fuera bruscamente. La lanza lejos. Su piel se cose

junta, curándose en segundos, hasta que no veo nada, solo una mancha de sangre está en su

cuello.

Teren es un Joven Élite.

Me levanto y salgo corriendo. Cuando levanto la vista, veo a Lucent con su arco y una

flecha centrada en Teren, intentando encontrar un buen disparo.

Una mano áspera palmotea en mi brazo. Me vuelvo y miro justo a la máscara plateada

de un Daga.

Dante.

—¿Qué hay sobre ti ocultándonos en invisibilidad y sacándonos de aquí? —No hay

nada en su voz que me relaje, algo en sus ojos me dice que vio más esta noche de lo que yo

quería que viese.

Todo alrededor de nosotros está gritando, pánico, personas, el rugido de los fuegos

artificiales alimentando el infierno furioso del puerto. Me fuerzo a hacer lo que Dante dice.

Nos escondo en una apurada ilusión de invisibilidad, y él nos dirige lejos en la dirección más

cercana a la entrada de las catacumbas. Detrás de nosotros, Enzo ya ha desaparecido, tan

rápido como había llegado. La voz de Teren suena en mis orejas.

Tres días.



rest solo en mi habitación.

I

Afuera en las calles, la gente canta a favor y en contra del rey, y a favor y

en contra de los Élites.

Las criadas entran a comprobarme, asegurándose que estoy sana y salva

de la noche anterior, pero las despido y permanezco bajo mis mantas. Cada vez

que escucho que uno de ellos se acerca, salto, es por Dante, quién ha descubierto mi traición

y viene a matarme. Una vez, escucho la voz de Enzo en el pasillo, preguntando a un criado si

estoy bien. Gemma intenta conseguir que salga, pero la rechazo. Me quedo acostada hasta

que los rayos de luz se han desplazado hasta el otro lado de la habitación. Recuerdos de

Violetta corren por mi mente, enredados con todas las formas en las que Teren ha

prometido torturarla.

Tengo tres días. Tres días de tiempo, antes de que diga la verdad a los Dagas o los

traiciono totalmente.

Me detengo en el camino donde la piel de Teren se suturó después de que la flecha de

Dante le atravesó el hombro. Teren es un Élite empeñado en matar a otros Élites, matando a

malfettos. Doy vueltas al pensamiento una y otra vez en mi cabeza, incapaz de darle sentido.

Me sorprende que Enzo no intentara atacar a Teren el día de mi ejecución. Me pregunto por

qué no atacaron antes a Teren. ¿Cómo puede un Élite encender a su propia especie?

A través de mi sorpresa, siento una desesperación que me hunde. Si incluso los Dagas

no pueden herir a Teren, entonces, ¿qué posibilidades tengo?

Raffaele es el único que finalmente me saca de mis pensamientos. Viene a mi puerta al

amanecer.

—Estás despierta —dice suavemente—. Ven. Vístete y sígueme.

Tengo un impulso repentino de decirle todo a Raffaele, las amenazas de Teren, su

dominio sobre mi hermana, lo que me ha ofrecido. Podría conseguir que todos me ayuden

en este momento. Podríamos hacer una misión juntos, para salvar a mi hermana. Pero

cada vez que pienso en esto, dudo. Ellos tienen la intención de apoderarse del trono. Un

intento de liberar a Violetta de las garras de la Inquisición es un desvío significativo y

peligroso. ¿Se preocupan lo suficiente por mí para arriesgar toda su misión? Además, no

tengo ni idea de dónde está mi hermana. Teren podría matar a Violetta antes de que

cualquiera de nosotros llegue a tiempo.

Raffaele me observa atentamente. Espero que no pueda predecir por qué mi energía

está cambiando tanto. Abro la boca y sale una frase inofensiva.

—¿Es el momento?


Ante mi expresión, asiente.

—Sí, es el momento.

Se hace un nudo en mi garganta. Esperaba este día. Ahora no estoy tan segura.

Él comienza a alejarse, luego hace una pausa y me mira.

—Sé que anoche fue aterrador para ti —dice—. Está bien, mi Adelinetta. Nadie va a

estar en tu contra.

Cree que me siento de esta manera debido a los asesinatos de ayer, porque Teren me

atacó. No sabe lo que Teren me dijo. Asiento en silencio y luego mantengo la mirada baja.

Nos dirigimos por los pasillos ahora familiares, luego salimos hacia el patio y bajamos,

hacia la caverna. Ninguno de los dos dice una palabra.

Por último, entramos en la caverna. Por segunda vez, veo a todos los Dagas reunidos.

El único que falta es Enzo. Su ausencia me envía un pico de pánico. Es probable que esté en

su palacio real, o reunido con sus clientes. O... ¿y si Teren descubrió su identidad? ¿Qué

pasa si la Inquisición está tras él en este momento?

Raffaele asiente para que vaya hacia adelante. Hago lo que dice, hasta que estoy tan

solo a unos metros de él. Los otros Dagas miran sin decir una palabra. Gemma me esboza

una sonrisa y lo mismo ocurre con Michel. Sonrío débilmente. En el otro extremo, Dante me

observa con una mirada oscura, siniestra. Trato de ignorarlo, pero su expresión me genera

náuseas, me recuerda a las palabras de Teren. ¿Qué está pensando? ¿Qué es lo que vio?

Miro a los demás, buscando cualquier cosa que me pueda haber perdido. ¿Alguno de ellos

sabe?

Raffaele camina hacia mí y me entrega un paquete cuidadosamente doblado en tela.

Cuando él lo hace a un lado, veo que dentro de la tela está una máscara de plata. En silencio,

la agarro y la sostengo solemnemente delante de mí. Todavía no lo saben.

Mis manos están temblando incontrolablemente. A pesar de todo, mi corazón salta por

la emoción. Esta es mi máscara de plata, mi túnica oscura. Desde este día en adelante, se

supone que debo ser uno de ellos. Por primera vez en mi vida, he sido aceptada por un

grupo.

La emoción se desvanece rápidamente, reemplazada por el miedo.

—Repite conmigo —dice Raffaele.

Asiento sin decir nada, mi garganta seca. Sus palabras se hacen eco a nuestro

alrededor.

—Yo, Adelina Amouteru…

Violetta pagará por esto, sabes. No tú. Violetta.

—… por la presente, se compromete a servir a la sociedad de la Daga, para infundir

miedo en los corazones de aquellos que gobiernan Kenettra…

Te diré lo que quieres. Solo dame una semana más. Por Favor.

—… para tomar con la muerte lo que nos pertenece y que el poder de nuestros Élites

sea conocido por cada hombre, mujer y niño.


Tres días. Si no cumples lo que prometes, voy a disparar una flecha a través del

cuello de tu hermana, hacia la parte trasera de su cráneo.

¿Debería romper mi promesa, dejar que la daga tome de mí lo que tomé de la daga?

Repito las palabras. Todas y cada una. La oscuridad se asienta. ¿Debería romper mi

promesa, dejar que la daga tome de mí lo que tomé de la daga?

Raffaele inclina su cabeza cuando terminamos.

—Bienvenida a la Sociedad de la Daga. —Sonríe—. Lobo Blanco.

Después, me visto con una larga túnica roja y bajo a la caverna con Gemma. Los otros

ya están ahí en el momento en que llego, junto con varios desconocidos vestidos con ropa

aristocrática. ¿Patrones? En torno a ellos giran los consortes de la Corte Fortunata. Los

Dagas esta noche se han puesto formales vestiduras de Kenettran y ahora están en un

círculo de divanes apoyados en la sala de estar bajo tierra, haciendo caso omiso de las

bandejas de uvas frías y vino especiado. A pesar de las intensas conversaciones que parecen

estar teniendo con los extraños ricamente vestidos, hay una sensación notable de

celebración en el aire, por lo cerca que están de su meta final. Extrañamente contrasta con

las urnas y cenizas que cubren las paredes. Sus voces suenan bajo, emocionados. Veo todo

como un sueño de colores en movimiento alrededor. Nada parece real. En algún lugar más

allá de estas paredes, acecha la Torre de la Inquisición.

¿Cómo voy a encontrar una oportunidad de escapar?

Busco la figura de Enzo en medio del grupo. No veo a Raffaele por ningún lado. Tal vez

no asistirá a esta reunión, o tal vez está ocupado. Trato de explicar su ausencia.

—Adelina. —La voz de Gemma corta a través del torbellino de pensamientos. Sonríe,

entonces me lleva hacia el grupo. Los desconocidos miran curiosos. Los miro. Solo uno se ve

familiar, la señora de la Corte Fortunata, vestida esta noche en un vestido de seda elaborado

de azul y dorado—. Estos son nuestros nobles patrones —susurra mientras nos sentamos en

un diván—. Están ansiosos por conocerte.

Así que, estas son las personas que apoyan el ascenso de Enzo al trono. Gemma me

presenta alrededor del círculo con su charla animada, deteniéndose en señalar a su padre en

particular. Sonrío y actúo mientras los patrones me saludan en turnos, sus ojos persistentes.

En el otro extremo del círculo, Enzo se recuesta en un diván con una copa de vino en una

mano, sus botas cruzadas sobre una mesa baja y su rostro parcialmente oculto detrás de una

máscara. Él me mira brevemente y regresa a su conversación.


—Escuché que el rey no puede cancelar el torneo —dice uno de los patrones a Enzo—.

Lo harían parecer como un tonto y un cobarde ante la gente. Él y la reina deben aparecer por

la tradición.

—Exactamente la esquina en la que queríamos que esté —replica otro.

—¿Puede su ilusionista llevarnos a nosotros al palacio? —dice un tercero. Sus ojos

parpadean y siento una punzada de ansiedad—. Las personas están listas para un

derrocamiento ahora, especialmente después de la actuación de anoche. Podríamos tratar

de hacer un movimiento antes del torneo, incluso esta noche.

Enzo niega.

—Mi hermana no estará con el rey. Sus aposentos se encuentran en los extremos

opuestos del palacio. Las habilidades de Adelina no son lo suficientemente fuertes para

sostener una ilusión durante tanto tiempo, de tan cerca. El torneo es nuestra mejor

oportunidad.

Los otros murmullan frustrados. Michel se sienta y sostiene una copa de vino en

disculpa a Enzo.

—Si pudiera desentrañar a los seres vivos. Felizmente iría hacia el palacio y

desentrañaría a la familia real hacia un acantilado para usted. —Risas dispersas.

Lucent rueda los ojos mientras gira un mechón rubio rizado de cabello alrededor de su

dedo.

—Y yo sigo diciendo que olvidemos salvar este maldito país, vayamos a Beldain y

vivamos como reyes. Algunas naciones saben cómo tratar malfettos. —Más risas, mientras

que Michel se burla del acento Beldish de Lucent con cariño.

Miro aturdida, tratando de seguirles el juego.

—Algún día, él lo hará —susurra Gemma. Me sobresalto con su voz y luego me doy

cuenta que debe pensar que estoy confundida por la conversación—. Michel, quiero decir.

Va a encontrar la manera de desentrañar a las criaturas vivientes. Él dice que la energía del

alma se interpone en el camino.

La energía del alma. Si Michel llegara a ver la energía de mi alma, ¿qué vería?

La conversación se filtra de nuevo mientras escucho que me mencionan de nuevo.

—¿Y ella puede trabajar sus ilusiones suficientemente bien para el torneo? —pregunta

un patrón a Enzo.

—Sí, su alteza… ¿puede llegar al final de la misión?

—Queremos una demostración.

—Adelina —dice Enzo, mirando en mi dirección. Los nobles también se giran para

mirarme.

Parpadeo, tomada con la guardia baja.

—¿Sí?

—Crea para nosotros la ilusión de una persona.

Dudo, luego contengo la respiración y me concentro en la oscuridad en mi pecho. Poco

a poco, tejo en el aire un rostro que se asemeja a Enzo, los mismos ojos, nariz, boca y


cabello, la delgada cicatriz prominente en la mejilla. Los nobles murmuran entre sí. Todavía

no está del todo bien, hay una falta de refinamiento en los detalles, la mirada de algo con los

ojos vidriosos que no parece del todo humano, la textura de la piel. Se tambalea un poco. De

vez en cuando, se ve translúcido. No funcionaría para nosotros de cerca. Pero será

suficiente. Sostengo la ilusión por un momento y luego la suelto.

Enzo me sonríe.

—Cuando comience el Torneo de las Tormentas —dice—, el rey y la reina anunciarán

las carreras de caballos y luego observarán desde un lugar privilegiado. Si puedes disfrazar a

Gemma, nadie se dará cuenta cuando se suba al lomo de un caballo. ¿Puedes conseguir que

esté lo suficientemente cerca para dar el golpe?

Está anunciando antes todos sus patrones que sí estoy incluida en su misión final. Mi

corazón salta por la emoción, a continuación, se aprieta dolorosamente ante el recuerdo de

las palabras de Teren.

—Puedo hacerlo —contesto.

Los nobles parecen encantados conmigo. Enzo sonríe gratamente con ellos y suenan

vasos, pero incluso aquí, en la seguridad de la caverna y rodeado de partidarios, él parece

cauteloso, la persistente inquietud de alguien preocupado por otros problemas.

Me pregunto si puede detectar algo sospechoso acerca de mí. Gracias a los dioses que

Raffaele no está aquí para notar los cambios oscuros en mi energía. Debe tener un cliente

esta noche. El vino con especias alivia algo de la ansiedad agitándose y me encuentro

sosteniendo el vaso de nuevo para que los consortes vuelvan a llenarlo.

—Pareces menos animado de lo que deberías estar —le digo a Enzo en voz baja, cuando

hay una pausa en su conversación con los nobles.

Me mira, parece pensar qué responder y luego se desliza alrededor de mi comentario.

—¿Te sientes festiva, mi Adelinetta? —Asiente mientras un consorte llena mi copa por

segunda vez. Mi corazón palpita fuertemente en la forma en que dice la versión afectuosa de

mi nombre—. Cuidado. Es un vino fuerte.

Es cierto; el vino me hace audaz, me ayuda a olvidar.

—Soy el Lobo Blanco —respondo—. Sin duda se merece una segunda ración.

Los labios de Enzo sonríen y siento el rugido de la atracción creciente. ¿Cómo voy a

hablarle de la Inquisición? Sus ojos se pierden de nuevo en los otros Dagas.

—Así es. —Levanta su copa en el aire y los nobles se le unen—. Por el Lobo Blanco —

dice, mirándome—. Y el comienzo de una nueva era.

Gemma se inclina hacia mí mientras tomo un sorbo de vino.

—Te gusta —se burla y me golpea con fuerza en las costillas.

Me estremezco y la empujo con el codo.

—Silencio —susurro. Gemma se ríe con malicia por la expresión de mi rostro, luego se

aleja y salta, con los pies descalzos, hacia el diván. Contengo la respiración, pero no puedo

evitar sonreír. Acaba de jugar un poco conmigo.

Enzo la mira. Ella se cruza de brazos.


—Estuve practicando, Verdugo —declara—. Mira esto.

Señala a Enzo, entonces entrecierra los ojos. Los miro con curiosidad.

—¡Tú! —ordena—. Tráeme una rodaja de melón.

Enzo levanta una ceja.

—No —responde rotundamente y los patrones dejan escapar una ronda de risas. Su

padre sonríe con indulgencia.

Gemma también se ríe y pone los ojos en blanco y se desploma de nuevo en el diván.

—Bueno, solo espera —dice ella—. Los hombres no son mucho más complicados que

los animales. Voy a averiguarlo.

Su travesura arranca una sonrisa afectuosa de Enzo, cortando brevemente a través de

su tensión.

—No lo dudo, mi Ladrona de Estrella —dice y ella brilla en medio de más risas de los

Dagas y nobles. Miro adelante, tratando de luchar contra mi envidia por cómo Gemma ríe

con su padre.

Uno de los consortes aplaude.

—¡Un juego! —exclama. Ella nos pasa largos collares de oro. No estoy familiarizada con

este juego, pero al parecer los demás sí, porque dejaron escapar gritos y silbidos. Un

consorte nota mi mirada perpleja.

—Cuelgue su collar alrededor de la persona que más le agrade —explica con una

sonrisa—. El que tiene más collares gana.

Los gritos y las risas vuelan rápido. Gemma intenta robar collares de todo el mundo

para ella, solo para que Lucent los lance al aire y golpee a Gemma en un diván con una

ráfaga de viento juguetón. Los aristócratas aplauden, aplauden sus poderes y murmuran

acerca de cómo van a lucirlos durante el torneo. Varios consortes ponen sus collares sobre el

cuello de Michel, por lo que su sonrisa es amplia en su rostro. Incluso Dante, con su ceño

fruncido siempre, permite que un consorte le dé un collar y envuelva su brazo alrededor de

su cintura.

Gemma me ofrece su collar, al igual que uno de los otros consortes masculinos. Me

sonrojo, riendo también. Enzo nos mira con una expresión tranquila. Enreda su collar de

oro alrededor de sus dedos, sumido en sus pensamientos.

—Vamos, alteza —dice Michel en voz alta, haciendo girar su trío de collares alrededor

de su mano. Sonriendo—. A menos que sea afectuoso consigo mismo.

aire.

Más risas despreocupadas. Enzo le da una pequeña sonrisa, luego tira su collar en el

—Para ti, entonces —responde. Michel gesticula en el collar y se desvanece en el aire y

vuelve a aparecer envuelto alrededor de su mano. Lo pone alrededor de su cuello con una

sonrisa triunfante. Enzo evita a los consortes que intentan darle un collar y observa a los

demás peleándose por los premios, cada uno más entusiasta que el anterior.

Ninguno de ellos sabe lo que pasa por mi mente. Ninguno de ellos sabe que incluso

mientras celebran, estoy pensando en qué hacer con Teren, cómo llegar a la Torre de la

Inquisición para salvar a mi hermana. ¿Cómo voy a traicionar a todo el mundo?


Me balanceo en mi asiento. Los demás no se dan cuenta, pero Enzo lo hace, se gira

para mirarme. Dejo mi copa de vino y respiro profundamente, pero es inútil. Piscinas de

oscuridad en mi vientre, se alimentan vorazmente sobre mi miedo. No puedo quedarme

aquí.

Me toma un momento darme cuenta que Enzo se ha puesto de pie. Camina hacia mí,

me ofrece su mano enguantada y me ayuda a levantarme. Me inclino con duda en su contra.

Los otros se detienen por un momento para mirarnos y algunas de las risas se desvanecen.

—¿Estás bien, Adelina? —dice Gemma en voz alta.

Empiezo a decir algo, pero es difícil concentrarme. Enzo envuelve un brazo alrededor

de mí y me guía lejos del círculo.

—Sigan —les dice a los demás—. Volveré pronto. —Luego baja la voz y me lleva de

nuevo dentro de la corte—. Parece que necesitas descansar —murmura.

No discuto. A medida que el ruido de los demás se desvanece, dejando solo el eco de

nuestros pasos por el camino de piedra en la superficie, poco a poco vuelvo a la vida. La

oscuridad se desvanece un poco, sustituida por el pulso del corazón de Enzo. Su mano está

caliente contra mi costado. Mis piernas se sienten débiles, pero me mantiene constante. Mi

cabeza le llega al hombro y me recuerda de nuevo lo alto que es, lo pequeña que soy.

—No creo que haya descansado mucho desde anoche —murmuro mientras caminamos,

tratando de pensar en una buena excusa.

—No te disculpes —responde Enzo—. Teren no es un Inquisidor que uno tome a la

ligera.

Lo miro. Mi curiosidad se eleva.

—Tu fuego no le hizo daño —me decido a decir—. ¿Tú... siempre has sabido?

Enzo duda.

—Lo conocí cuando éramos niños. —Hay algo extraño en la forma en que lo dice, como

si sintiera cierta simpatía por Teren—. Él es el único Élite que Raffaele no puede sentir.

Raffaele.

—¿Dónde está él esta noche?

—La dama me informó que Raffaele fue llamado a la casa de un cliente —dice Enzo

después de un momento—. Estoy seguro de que todo está bien. —Pero algo en su tono de voz

me dice que Raffaele ya debería haber vuelto. Bajo la mirada, tratando de no pensar en lo

peor.

Llegamos a la pared que da a las fuentes del patio. Una ligera llovizna ha comenzado,

enfriando el aire de la noche. Por ahora, soy capaz de caminar sin ayuda otra vez y me

detengo por un momento para disfrutar de la danza tranquila de la lluvia sobre mi piel. Enzo

espera pacientemente. Inclino mi rostro y cierro los ojos. La llovizna es fría, limpia mis

sentidos. La hierba húmeda absorbe el borde de mi túnica.

—Me siento mejor ahora —digo. En parte verdad, por lo menos.

Él mira hacia el patio también, como si tomara el brillo de la lluvia en la escena de la

noche. Hay una mirada lejana en sus ojos. Por último, se gira de nuevo hacia mí. Parece que


quiere preguntar lo que me está preocupando, como si supiera que se extiende más allá,

pero no lo hace. ¿Puedo decirle? ¿Me delataría?

Enzo me mira en silencio. Las linternas en la pared del patio delinean su rostro en un

halo de humedad, luz dorada y gotas de agua en su cabello brillan en la oscuridad. Tiene una

belleza tan sorprendentemente diferente de la de Raffaele, oscuro, intenso, cauteloso, tal vez

incluso amenazante, pero veo una suavidad en él, un deseo de agitación. Algo misterioso

parpadea en sus ojos.

El vino con especias de antes ahora me da una fiebre repentina de coraje. En un

impulso, me quito el collar de oro, luego levanto los brazos y lo coloco por encima de su

cuello. Mis manos rozan su cabello carmesí, la piel de su cuello. Espero que Enzo me aleje.

Pero no me detiene. Sus ojos son de un líquido oscuro y hermoso, recortado de púrpura,

rodeada de largas pestañas, lleno de una emoción profunda y con ganas. Trago, de pronto

consciente de la atención que he agitado. Entonces me apoyo en mis dedos, tiro suavemente

el collar y llevo sus labios a los míos.

Flotan allí por un segundo, embriagados con la avalancha de coraje. Él no mueve ni un

músculo. Para mi sorpresa y consternación, el calor no surge por la conexión entre nosotros.

No de la forma que sucedió cuando me besó en las Lunas de Primavera. Hay miedo en su

corazón. Él está frenando su energía. Este pensamiento me lleva de vuelta a la realidad y de

repente me siento estúpida. Nuestro último beso fue necesario, parte de la mezcla de las

festividades. Eso era todo. Me alejo. La lluvia baila fría contra mi rostro. Estúpida. No estoy

en estado para actuar adecuadamente en este momento, hay demasiados pensamientos que

corren por mi mente y estoy tan cansada de ellos. Estoy demasiado avergonzada para

mirarlo a los ojos, así que empiezo a caminar para alejarme.

Coloca una mano enguantada contra la parte baja de mi espalda y me detiene. Me

quedo quieta por un momento, temblando en sus manos. Lluvia brilla en sus pestañas. Su

otra mano levanta mi cabeza. Solo tengo tiempo para mirar una vez su rostro antes de que

lleve sus labios a los míos. Entonces me besa, realmente me besa, llegando más profundo.

Calor explota dentro, inundando cada vena en mi cuerpo, un fuego tan intenso que no

puedo ni respirar. Mi boca se abre, buscando aire hasta que se apodera de ella de nuevo. La

mano que utilizó para levantar mi barbilla ahora corre a lo largo de la línea de mi

mandíbula, acariciándome con cuidado, pero si bien está controlando sus habilidades

letales, puedo sentir el poder crudo removiéndose bajo la superficie. Él me fija en la pared

húmeda para que su cuerpo se presione firmemente contra el mío. En este momento, parece

que no puedo recordar nada. Me pongo de puntillas y envuelvo mis brazos alrededor de su

cuello. Puedo sentir el contorno de su pecho a través del jubón 3 y el lino, el cuerpo oculto

debajo del Verdugo que lo hace humano.

Su beso sigue y sigue, ahora tengo problemas para mantener mis pensamientos en

orden. Mi mano se desliza desde la parte trasera de su cuello a la parte de la garganta

expuesta por su camisa. Empujo el lino a un lado, dejando al descubierto su piel desnuda,

luego la suave línea de su clavícula y luego la curva de su hombro dorado. Mis dedos se

deslizan a través de una cicatriz. Agarra mi mano, la aleja de su piel y la sujeta firmemente a

la pared por encima de mi cabeza. Sus besos vagan hasta mi cuello. Ondas de calor suben a

3 Jubón: Prenda de vestir ajustada, con o sin mangas, que cubre el tronco del cuerpo hasta la cintura; es

una prenda que forma parte de algunos trajes populares de diversos países y regiones.


través de mi piel cada vez que sus labios me tocan. Encorvo mis dedos. Me voy a caer, estoy

segura, pero me sostiene. Los bordes de mi falda son levantados, dejando vetas húmedas en

mis piernas. Sus manos enguantadas. Cuero suave contra mi piel. Luego, otra ola de fuego

líquido burbujea a través de mi cuerpo, y no puedo pensar en nada más. Las pequeñas gotas

de lluvia aterrizan en mis labios y son pinchazos de hielo contra el calor fluyendo. Me deleito

en el contraste. Cuando entrecierro los ojos por la llovizna, veo el vapor de mi respiración

volar en el cielo nocturno. Un cosquilleo extraño corre por los dedos de mis pies. No puedo

pensar, estoy perdiendo el control de mis poderes. Hilos de mi energía comienzan a huir de

mi pecho, buscando el corazón de Enzo, envolviendo cadenas a su alrededor, nublándolo

con la oscuridad.

Esto es peligroso. Una pequeña luz de advertencia parpadea en mi interior, y con todas

mis fuerzas, obligo a mis ilusiones estar de nuevo bajo control.

—Detente —susurro, apartándolo.

Se retira inmediatamente, llevándose el calor de su energía. Mi cuerpo se enfría. Se ve

confundido, como si no pudiera recordar exactamente lo que acaba de suceder. Sus ojos

buscan mi rostro. El momento termina, y todos mis pensamientos oscuros vuelven en un

apuro, dejándome débil y con náuseas. Mi piel se estremece. ¿Qué trataba de hacer mi

energía? Todavía puedo sentir los restos de sus hilos oscuros, todavía con ganas de buscar a

Enzo, con abrumarlo.

—Aún no tengo diecisiete —decido decir—. No puedo entregarme.

Enzo asiente.

—Por supuesto. —De repente, parece que me reconoce, la comprensión vuelve a sus

ojos y su expresión me desconcierta. Me da una pequeña sonrisa que parece tener un dejo de

disculpa—. No vamos a enfadar a los dioses, entonces.

Nos dirige fuera del patio y de nuevo hacia el pasillo. Caminamos en silencio, mis

latidos mantienen el ritmo con nuestros pasos. Finalmente, llegamos a la puerta de mi

habitación. Enzo no se detiene. En cambio, hace una cortés reverencia y me da las buenas

noches. Lo miro hasta que dobla la esquina y desaparece. Entonces entro en mi habitación.

La habitación está oscura, el reflejo de la lluvia en las ventanas pintan sombras en

movimiento contra las paredes. Estoy apoyada en la puerta por un tiempo, repitiendo

nuestro beso en mi mente. Mis mejillas se mantienen calientes. Los minutos pasan, hasta

que no tengo ni idea de cuánto tiempo he estado aquí así. ¿Había pasado mi mano por la

piel de su garganta, por la línea de su clavícula y por su hombro expuesto? ¿Había

aumentado mi energía buscando envolverse a su alrededor?

Tengo que decirle.

Ahora soy un oficial de Élite; debería ser capaz de contar todo a los Dagas. Enzo había

confiado en mí que tenía algún tipo de historia con Teren, debo decirle a alguien sobre lo

que Teren me susurró, debería poder decirle. De repente, me encuentro otra vez en

movimiento hacia la puerta. Salgo, a continuación, sigo por el pasillo por donde había

venido. Nunca tendré otra oportunidad como esta.

El cielo está completamente oscuro cuando camino de regreso por el pasillo, las velas

que lo iluminan ya están encendidas y el sonido de la lluvia golpea constantemente contra

los techos. Me dirijo a la caverna. Las risas y las conversaciones fluyen desde el lugar. Todo


el mundo debe seguir aquí abajo y por los sonidos, el vino todavía está fluyendo libremente.

Mis manos tiemblan mientras camino.

Llego al pasillo que conduce a la caverna y me detengo detrás del último pilar que da a

la sala. Aquí y allí, vislumbro el cabello carmesí de Enzo. Él envía a mi corazón a latir con

fuerza. Soy uno de ellos ahora. Ellos son mis amigos y aliados. Ellos tienen derecho a

saber. Empiezo a salir.

Entonces me detengo.

Dante retira a Enzo a un lado. Intercambian algunas palabras y luego Dante asiente

hacia mi pasillo. Caminan en mi dirección, buscando el corredor para una charla privada.

Me tenso. Me van a descubrir. Por alguna razón, ya sea miedo, curiosidad o suspicacia, me

escondo en las sombras y conjuro una cortina de invisibilidad. Pinto la ilusión de una sala

vacía y me fusiono en las sombras de la pared y el pilar. Entonces contengo la respiración.

¿Qué están hablando? A mi lado, el fantasma de mi padre aparece sin previo aviso, su

pecho agitado y destrozado, la boca torcida en una sonrisa oscura. Pone una mano

esquelética en mi hombro y apunta a sus figuras acercándose. ¿Ves eso?, susurra en mi

oreja, convirtiendo mis entrañas en hielo. Vamos a escuchar lo que tu enemigo le tiene que

decir a tu amor.

Quiero hacer caso omiso de su voz, pero cuando Enzo y Dante finalmente llegan a la

sala y se detienen por apenas una docena de metros, atrapo su conversación. Están

hablando de mí.



i corazón golpea ruidosamente contra mis costillas. Ruego a los dioses que

M

no puedan escucharlo.

—… pero el punto es, que fue reconocida —dice Dante. El solo sonido

de su voz me envía un temblor de cólera, trayendo el recuerdo de sus

amenazas durante mi formación—. No solo fue reconocida, los vi

hablando. —Él frunce el ceño—. ¿Te contó las palabras que intercambiaron?

—La tenía inmovilizada contra la pared. Ella trató de atacarlo.

Dante aprieta los dientes.

—Hablaron durante más tiempo. ¿Dónde está ahora?

—Está descansando —responde Enzo.

Dante espera a que diga algo más. Cuando Enzo no lo hace, continúa quejándose:

—Has matado a los tuyos antes, cuando han puesto en peligro la seguridad de todo

nuestro grupo.

Enzo se queda callado, como si recordara algo que prefiere olvidar. Aprieto mis manos.

—Su presencia aquí nos pone en peligro a todos —continúa Dante—. Todavía tenemos

algunos antes del Torneo de las Tormentas y Adelina no puede ser reconocida de nuevo.

—Ella puede ser la única manera para que nos acerquemos lo suficiente al rey y la

reina.

—Ella puede ser quien nos sabotee. ¿Es extraño que la Inquisición le prohibiera a los

malfettos entrar en el torneo el mismo día que Adelina fue a ver las carreras de clasificación

en contra de tus deseos?

—Si quisiera entregarnos, habrían Inquisidores pululando por todas partes en este

momento. —Enzo cruza los brazos detrás de su espalda—. Ya hubiera sucedido.

Dante lo mira de reojo.

—¿Eso es todo, su alteza?

Enzo entorna los ojos.

—¿Qué estás sugiriendo?

—Te vi acompañarla. Los otros Élites sospechan. Lo conozco desde hace años… puedo

ver la verdad en su rostro.

—No hay nada que ver.


—Te recuerda a Daphne, ¿no? ¿Ese rostro Tamouran?

Una nube de entumecimiento me recorre. Daphne. ¿Quién es Daphne?

A través de la niebla que me envuelve, siento una inmensa marea de ira creciendo en el

corazón de Enzo, empujándose y esforzándose por salir. La energía me hace jadear, coloco

una mano sobre mi boca para silenciarla. Mi corazón late frenético.

—Estás en terreno peligroso —dice Enzo en voz baja.

Dante titubea, por un momento, pero luego gesticula y se sumerge en ello. Su voz

adquiere un cambio sorprendente, haciendo una transición desde arrogante, a acosador

condescendiente con algo de genuina preocupación.

—Escucha. A todos nos gustaba Daphne. La mejor no malfetto que alguna vez conocí.

Me cuidó en la enfermedad… habría muerto si no fuera por ella. ¿Crees que no me di cuenta

todas las veces que abandonaste tus propiedades o la Corte Fortunata para ir a buscarla?

¿Pensaste que no sabíamos que querías casarte con ella?

Casarse con ella.

La voz de Dante se calma.

—¿Crees que no lloré su muerte también? ¿Qué no quise asesinar a cada Inquisidor en

la ciudad por ella?

Enzo escucha en silencio, su rostro un retrato de piedra. Ahora hay paredes alrededor

de su energía, apartándome de sus emociones. Lucho para concentrarme en mi ilusión de

invisibilidad. ¿Por qué no lo llamas mentiroso, Enzo? Porque todo es verdad, por supuesto.

No me sorprende que Enzo me mire como si fuera otra persona. Es porque está viendo a

alguien más. Otra chica que una vez vivió, a la que una vez amó, a quién ama todavía.

Dante se inclina. La furia en él aumenta.

—Adelina no es ella. Tiene el fuego, le daré eso y… dejando de lado las marcas… el

rostro. Pero son personas completamente diferentes, Verdugo. Y puedo decir que, si bien

todos confiaban en Daphne, nadie confía en tu nueva chica. Todos la toleramos, en el mejor

de los casos. —Dante hace una pausa para levantar dos dedos—. Ha ido en contra de tus

órdenes y ha sido vista hablando con el enemigo. Has matado por menos que eso. Le has

dado ventajas que no les das a otros. Te has ablandado con ella. No me gusta acatar

órdenes… pero las acepto de ti. No lo hice durante años solo para verte caer por una chica

que te recuerda a un amor muerto.

La mirada que Enzo le da a Dante es suficiente para que éste dé un cauteloso paso

atrás.

—Soy bastante consciente de quién es Adelina —dice el príncipe en voz baja—. Y quién

no es.

—No si piensas que estás enamorado, su alteza.

—Mis asuntos no son tu problema.

—Lo son si es una distracción de nuestros objetivos.

Enzo entorna los ojos.


—Ella no es nada para mí —espeta con un gesto descuidado de una mano—. Nada más

que un recluta de la Daga. Solo una parte de nuestros planes. —El hielo en su voz me golpea.

Nada más. Un desgarro aparece en mi corazón.

Dante resopla por sus palabras.

—Si esa es la verdad, entonces no deberías tener problemas en escuchar un consejo de

otro de tus Dagas. —Hace un gesto hacia sí mismo.

—¿Qué sugieres? —dice Enzo.

—Por mi honor, voy a tolerarla siempre mientras tú la toleres. Utilízala como quieras.

Pero cuando estés en el trono y hayas terminado de divertirte, debes deshacerte de ella. No

va a ser leal a ti por mucho tiempo.

Tiemblo ante la oscuridad despertando en el corazón de Enzo, una furia negra que

desvanece toda emoción de los otros Dagas y patrones, una rabia que envuelve la caverna.

—Aprecio tu preocupación —dice después de un momento, enfatizando las palabras, en

lentas notas amenazantes—. Pero nuestra conversación aquí está terminada.

—Haz lo que quieras, alteza —dice Dante con repugnancia—. Es posible que nos hayas

sentenciado a todos. —Se da la vuelta para regresar al grupo. Enzo se queda dónde está, su

expresión cautelosa, sus ojos en la espalda de Araña, pensando. Se me ocurre, con toda la

agonía de un cuchillo enterrado, que podría estar considerando las palabras de Dante.

Finalmente, Enzo también vuelve con los otros. Yo no. Me quedo donde estoy,

agachada estremeciéndome en la entrada de la habitación, envuelta en la invisibilidad, sola

mientras continúa la reunión. Las palabras que preparé para decir a los Dagas se han

marchitado en mi lengua. El recuerdo del beso que compartí con Enzo tan recientemente

ahora me deja fría y temblando.

No siento ira. Ni celos. Solo… vacío. Un profundo sentimiento de pérdida. De alguna

manera, los ecos de las bromas de Gemma y las risas de los patrones me suenan

amenazantes ahora. Gemma te ha tratado bien. Raffaele te tomó bajo su ala. Me aferro a

estos pensamientos con desesperación, buscando consuelo, tratando de convencerme que

Dante miente. No puedo.

Son buenos conmigo, porque me necesitan. Al igual que Enzo. Amabilidad amarrada

con cuerdas. ¿Habrían sido amistosos si fuera inútil?

Finalmente, me levanto y me dirijo a mi habitación. Mi ilusión se extiende alrededor.

Si hubiera alguien aquí en la sala, verían una corriente de aire en movimiento, una extraña

sombra deslizándose a lo largo del corredor.

Llego a mi habitación, cierro la puerta, suelto la ilusión y me acuclillo frente a los pies

de la cama. Aquí, finalmente doy rienda suelta a mis emociones. Las lágrimas corren por mi

rostro. Tengo mucho en qué pensar, creí que les podía contar todo. El tiempo pasa. Minutos,

una hora. ¿Quién sabe? La luz de la luna cambia su inclinación a través de las ventanas.

Estoy de vuelta otra vez en mi habitación infantil, huyendo de mi padre. Estoy de vuelta

contra las barandillas de la escalera de mi antigua casa, escuchando a mi padre venderme a

su invitado. O tal vez estoy escuchando a Dante denunciándome ante Enzo. Están hablando

de mí. Siempre están hablando de mí. Hice un círculo completo y no he escapado de mi

destino en absoluto.


El fantasma de mi padre aparece a través de la pared. Se arrodilla y agarra mi rostro

entre sus manos. Casi puedo sentir el susurro de su toque, el escalofrío de la muerte. Sonríe.

¿No lo ves, Adelina?, dice despacio. ¿No ves cómo siempre cuidé de ti? Todo lo que te

enseñé es cierto. ¿Quién alguna vez amaría a una malfetto como tú?

Agarro mi cabeza y cierro los ojos. Enzo no es como ellos. Él creyó en mí. Me acogió y

me defendió. Recuerdo cómo bailó conmigo en las Lunas de Primavera, la forma en que me

protegió de Teren. Todos nuestros días entrenando, la dulzura en su beso, su sonrisa

cariñosa. Me repito esto hasta que las palabras se confunden en algo irreconocible.

Pero, ¿realmente hizo esas cosas por ti?, susurra mi padre. ¿O por sí mismo?

No tengo idea de lo tarde que es. Por lo que sé, el amanecer podría llegar pronto. O tal

vez solo han pasado unos pocos minutos. Todo lo que sé es que, mientras el tiempo se

prolonga, la verdadera parte de mí es lenta pero segura al dar paso al resentimiento. Lo que

antes era tristeza está dando paso a la ira. La oscuridad se arrastra. Exhausta, le doy la

bienvenida.

Me levanto de mi posición en cuclillas. Mis pies se mueven hacia la puerta. Me dirijo al

pasillo de nuevo, pero esta vez no voy en la dirección de los demás. Mis pies apuntan hacia el

camino opuesto, el que me lleva fuera de la corte, a las calles y hacia los canales.

Hacia la Torre de la Inquisición.


as luces en el palacio brillan poco esta noche. Teren camina por los pasillos

L

vacíos, trazando un camino muy familiar. Sus botas hacen eco débilmente

contra el suelo, pero da pasos ligeros, y el sonido es casi imperceptible. Al

final del pasillo están los aposentos privados del rey. Pero los guardias

siempre se encuentran fuera de las puertas. Teren toma un desvío en su lugar,

deambulando por un estrecho pasillo y empujando un panel invisible en la pared que le

llevará directamente a la habitación.

La puerta secreta se abre sin hacer ruido. Los ojos de Teren van inmediatamente a la

cama. A la luz de las lunas, puede ver la figura roncando del rey subiendo y bajando debajo

de las mantas. Junto a él, la reina Giulietta se encuentra en posición vertical en la cama. Ella

raramente visita las habitaciones del rey, por lo que verla allí se siente ajeno para Teren. Se

encuentra con su mirada y le hace un gesto para que se acerque.

El olor del vino es una nube acre alrededor del rey.

Teren se acerca más. Le da una mirada interrogatorio a la reina.

Ella lo mira desapasionadamente a cambio.

Teren saca el cuchillo escondido en la cintura. Es un arma tan inusualmente pequeña y

delgada que parece algo que un médico podría utilizar en una cirugía. La sostiene en una

mano. Con la otra mano, saca un pesado mazo de madera desde sus capas.

Teren aprendió esto de niño, cuando su padre yacía en su lecho de muerte y él estaba

allí, llorando, mientras un médico liberaba a su padre moribundo de su miseria. Había sido

rápido e indoloro. Lo más importante, había sido libre de sangre o heridas obvias. Cuando la

Inquisición enterró a su padre, fue como si simplemente hubiera muerto mientras dormía,

su cuerpo intacto y aparentemente intocado.

Ahora, Teren posiciona el cuchillo parecido a una aguja sobre la esquina interior del

ojo derecho del rey. Coloca el mazo de madera sobre el extremo del cuchillo, a continuación,

tira del mazo. Giulietta lo observa en silencio.

Giulietta es la gobernante legítima de Kenettra. Los dioses lo ordenaron marcando al

príncipe Enzo, maldiciéndolo como malfetto. Los dioses dieron a Kenettra este rey débil, el

duque de Estenzia, un noble que ni siquiera es de la línea de sangre real. Pero Giulietta es

pura. Ella debe dirigir Kenettra. Con la ayuda de Adelina, Teren destruirá a los Jóvenes

Élites. Y con el apoyo de Giulietta, van a librar a todo el país de los malfettos. Teren sonríe

ante la idea. Esta noche, Giulietta gritará por sus guardias y les dirá que el rey ha dejado de

respirar a su lado. Pronunciarán al rey muerto por causas naturales, exceso de vino o ataque

al corazón. Y esta noche, Teren comenzará una verdadera purga de malfettos de la ciudad.


Reúne sus fuerzas. Luego suelta el mazo sobre el mango del cuchillo. El cuchillo golpea

con precisión. El cuerpo se pone rígido, retorciéndose. Luego, poco a poco, los movimientos

se desvanecen.

El rey ha muerto. Larga vida a la reina.

Amar es temer. Tienes miedo, estás mortalmente aterrorizado porque algo les pase a

aquellos a los que amas. Piensa en las posibilidades. ¿Tu corazón se encoge con cada

pensamiento? Eso, amigo mío, es amor. Y el amor nos esclaviza a todos, puesto que no

puedes amar sin temor.

—Una Tesis privada del romance de los Tres Reyes


o he estado en Estenzia lo suficientemente a menudo como para saberlo,

N

pero había imaginado que a una hora tan tardía, la ciudad estaría mucho

más tranquila. No existe tal suerte esta noche. Las calles están llenas de

guardias de la Inquisición. De hecho, no puedo ver un solo rincón sin una

patrulla caminando por la calle. Su presencia me obliga a reducir la

velocidad. Algo ha sucedido. ¿Qué está pasando?

Paso a través de las sombras, con mi máscara de plata perfectamente escondida bajo el

brazo. Me encubro en una ilusión de invisibilidad, pero el acto me agota rápidamente,

permitiendo que lo haga solo por unos momentos. Me detengo con frecuencia en los

callejones oscuros para recuperar mis fuerzas. La invisibilidad es difícil, tan difícil como

disfrazarme de otra persona. Con cada paso, mi entorno cambia, y tengo que cambiar mi

ilusión para cambiar con él. Si no me muevo con rapidez o la precisión suficiente, parezco

una onda moviéndose a través del aire. La consecuencia de la invisibilidad, por lo tanto, es

una concentración constante, hasta el punto en que apenas puedo recordar cómo luce mi yo

real. Por lo menos es de noche. Una hora más indulgente.

Me escondo de nuevo cuando más patrullas de la Inquisición pasan apresuradamente.

En algún lugar lejano en la noche, unos gritos suben. Escucho con atención. Al principio, no

puedo entender lo que están diciendo. Entonces, momentos más tarde, las palabras se

vuelven claras.

—¡El rey ha muerto!

El grito lejano me congela en mi lugar. ¿El rey… ha muerto?

Un momento después, otra voz se une, repitiendo la frase. Luego otra. Entre ellos, oigo

otra frase. ¡Larga vida a la reina!

El rey ha muerto. Larga vida a la reina. Me apoyo contra la pared. ¿Los Dagas han

hecho su movimiento esta noche? No, no lo harían. Ellos no lo habían planeado así. El rey

ha muerto antes de que pudieran llegar a él.

¿Qué ha pasado?

Teren, sugiere un susurro en mi cabeza. Pero eso no parece correcto. ¿Por qué querría

él al rey muerto?

Sin arriesgarme a un paseo en góndola, me toma una hora poder siquiera ver la torre

del Eje de la Inquisición cerniéndose en la distancia. Más allá se encuentra el palacio, y si no

me equivoco, los grupos de Inquisidores parecen encaminarse en esa dirección general.

Para el momento en que estoy en la misma plaza que la torre, un frío brillo de sudor se

ha desatado en mi frente. Me detengo en las sombras de una tienda cercana, entonces dejo


caer mi ilusión de invisibilidad, quitándome la máscara por un momento, y respiro

profundo. Este es sin duda el tiempo más largo que he mantenido una ilusión en su lugar, y

el resultado es una ola de mareo que me deja balanceándome en mi lugar. Cuando tenía

nueve años, entré en el estudio de mi padre y desgarré una carta que le había escrito a un

médico local, pidiendo consejos sobre medicamentos para someter mi temperamento. Mi

padre se enteró de lo que había hecho, por supuesto. Le dijo a Violetta que me encerrara en

mi dormitorio durante tres días sin comida ni agua. Cuando Violetta me encontró casi

inconsciente al final del segundo día, le rogó que me soltara. Él lo hizo. Luego sonrió y me

preguntó si me había gustado el torrente de sed y hambre. Si había despertado algo en mí.

El mareo que sentía en ese entonces, apoyada en mi puerta cerrada y gritando hasta

quedarme ronca para que mi hermana me soltara, no es diferente a lo que siento ahora. El

recuerdo me da un poco de fuerza, sin embargo. Después de unos minutos, trago saliva y me

enderezo. Mi mirada se centra en la torre.

Un corto camino conduce desde la plaza principal hasta las puertas de la torre, y los

Inquisidores se alinean en ese camino. Una linterna grande, redonda cuelga en la entrada de

la torre, iluminando la madera oscura de la puerta. Empiezo a cubrirme de nuevo, y luego

me detengo. ¿Por qué debería gastar mi energía ahora? Si llego a la puerta con éxito con una

ilusión de invisibilidad, aún tendría que abrirla para entrar. No hay manera de camuflar eso.

Así que, en cambio, me acerco a los guardias. El recuerdo de la última vez que hice

esto, en una ciudad salvaje con las carreras clasificatorias, vuelve a mí.

Dos de ellos inmediatamente sacan sus espadas. Me obligo a mirarlos.

—Estoy aquí para ver al maestro Santoro —respondo—. Él me ha llamado

personalmente.

Un destello de duda aparece en uno de los rostros de los hombres ante la mención del

nombre de Teren. Mi energía se mueve ante la emoción, fortaleciéndose. Les frunzo el ceño.

Esta vez, me aprovecho de su evidente malestar. De mi capa, saco la máscara de plata.

—Le tengo información de los Jóvenes Élites. —Mi voz es sorprendentemente suave—.

¿De verdad quieren arriesgarse rechazándome?

Los ojos del guardia se ensanchan en reconocimiento ante la vista de la máscara, y mi

energía se fortalece de nuevo cuando me siento ganar control sobre este soldado,

obligándole a hacer algo contra su voluntad.

Finalmente, el primer Inquisidor gesticula hacia dos de los otros para que me agarren.

—Llevémosla dentro. —Luego me dice gruñendo—: Tendrás que esperar hasta que él

regrese.

Teren no está en la torre esta noche. Sus manos en mis brazos me recuerdan el día de

la ejecución en Dalia. Mientras me llevan lejos, miro por encima de mi hombro a más

Inquisidores que corren por las calles. La energía del miedo parece alta esta noche. Pulsa a

través de mí, estimulando mis sentidos.

Entramos en la torre. Me introducen en una pequeña habitación que se ramifica desde

la sala principal, y ahí me sientan en el suelo. Luego me rodean en un círculo, cada uno

señalándome directamente con sus lanzas. Fuera de la puerta, esperan más. Los miro,

decidida a no mostrarles ningún atisbo de emoción. Las mazmorras deben estar en algún


lugar debajo de nosotros, si esta torre es como la que una vez tuvieron. ¿Dónde tiene Teren a

Violetta… si es que siquiera la tiene?

No sé cuánto tiempo estoy aquí, contando los minutos. Los Inquisidores permanecen

inmóviles. ¿Es esto para lo que entrenan, para quedarse inmóviles durante horas cada vez?

Puedo sentir su malestar a mi alrededor, una emoción persistente y subyacente que se

asoma a través de la fuerte concha insensible que tratan de mantener sobre ellos. Les sonrío.

Su temor crece. Mi excitación crece con ello.

De pronto, desde fuera de las ventanas viene el sonido de cristales rotos. Luego, gritos.

Me dirijo en dirección al sonido. Todos los guardias enderezan sus espadas ante mi

movimiento, pero continúo mirando hacia las ventanas. El sonido de pies corriendo, cientos

de ellos, entonces, más voces, entonces el caos. Un débil resplandor color amarillo y naranja

parpadea contra el cristal oscuro de las ventanas. El rey ha muerto. ¿Está esto relacionado?

¿Los Dagas saben lo que ha pasado? ¿Sabe Enzo ya que he huido?

La puerta se abre de golpe. Un nuevo Inquisidor entra corriendo, entonces susurra algo

en el oído del guardia más cercano. Intento en vano escuchar lo que está diciendo. Afuera,

más gritos y chillidos resuenan en la noche.

Y luego lo escucho, una voz familiar desde el pasillo. Mi cabeza se sacude en su

dirección. Teren ha vuelto.

Entra a mi habitación, la arrogancia en su paso, con la cabeza bien alta, y una fría

sonrisa en los labios. Se detiene al verme. Respiro bruscamente. De repente mi misión

entera —todos mis poderes— parecen palidecer en su presencia.

—Has venido —dice finalmente, deteniéndose delante de mí—. Era cuestión de tiempo.

Estaba seguro de que tendría que matarte esta noche. —Cruza los brazos sobre el pecho—.

Me has salvado de esa pena.

—He oído que el rey ha muerto —le susurro.

Teren inclina su cabeza, pero sus palabras están despojadas de empatía.

—Una enfermedad repentina. Todos estamos de luto.

Me estremezco. ¿Lo estás, Teren? Su respuesta es suficiente confirmación de que los

Dagas no son los responsables. Pero solo porque los Dagas no asesinaran al rey… no quiere

decir que no fuera asesinado. Una enfermedad repentina suena sospechoso.

—Me prometiste a mi hermana —le digo, mi ojo centrándose en su sangrienta capa—. Y

su seguridad. —Por un momento, considero usar mis poderes en él. Pero entonces, ¿qué?

Todo lo que puedo crear son ilusiones. No puedo hacer daño. Ni siquiera Enzo puede

hacerle daño.

—Mi palabra es tan buena como la tuya —responde, mirándome con intención—. Pero

puede no ser bueno por mucho tiempo.

Sea lo que sea que Teren haya ordenado hacer a la ciudad esta noche, ha traído consigo

una nube de terror. Lo estudio, sintiendo la oscuridad arremolinarse en su corazón, la locura

brillando en sus ojos.

Recomponte. Concéntrate. Endurezco mi corazón, afilando mi miedo en una hoja

afilada.

—Llévame con mi hermana. O no te diré nada.


Teren inclina la cabeza.

—Exigente, ¿no? —Sus ojos se estrechan—. Algo ha sucedido desde la última vez que

nos cruzamos.

En mi pecho, mi ambición surge en oleadas.

—¿Estás interesado en capturar a los Jóvenes Élites, o no?

Mi respuesta saca una sola risa de él. Su sonrisa vacila por un momento, lo que

disminuye su locura, y me mira más serio.

—¿Qué te ha hecho darles la espalda?

Retrocedo. No quiero volver a examinar lo que he oído.

—¿No es suficiente que hayas amenazado la vida de mi hermana? ¿Que me acorralaras

contra la pared?

Sus ojos pulsan con curiosidad.

—Hay más.

El calor restante del beso de Enzo aparece espontáneamente en mi mente, la forma en

que sus ojos se habían suavizado al verme, la forma en que me había empujado contra la

pared… la conversación entre él y Dante. Empujo la emoción lejos y muevo la cabeza hacia

Teren.

—Vamos a ver a mi hermana primero —repito.

—¿Y si le digo a mis hombres que la maten ahora, si no me das lo que quiero?

Mi mandíbula se tensa. Mantente valiente.

—Entonces nunca hablaré. —Encuentro su mirada con la mía, negándome a dar

marcha atrás. La última vez que nos vimos, me había tomado por sorpresa y me había

encogido ante él. Esta vez, no puedo permitirme el lujo de hacer lo mismo.

Finalmente, Teren asiente para que le siga.

—Ven, entonces —dice, señalando a los Inquisidores—. Juguemos tu juego.

Éxito. Los Inquisidores bajan sus espadas y me arrastran a mis pies. Poco a poco,

empiezo a recoger energía en mi pecho. Voy a necesitar todo lo que tenga, o no habrá

esperanza de escapar de este lugar con Violetta.

Él nos lleva más abajo en las mazmorras, abajo, abajo, hasta que dejo de contar el

número de pasos de piedra que hemos cubierto. ¿Hasta dónde llega esto? Mientras

continuamos, escucho los gritos de los prisioneros de otras plantas, un coro de lamentos

embrujados. Tengo que aguantar la respiración. Nunca en mi vida he sentido tanto miedo e

ira concentrada en un solo lugar. Las emociones nadan alrededor, hambrientas de que haga

algo con ellas. Mi propia ira y miedo amenazan con abrumar mis sentidos. Aprieto los

dientes, conteniendo mis poderes. Podría hacer mucho aquí. Podría conjurar una ilusión

como ninguno de ellos ha visto nunca.

Pero sigo conteniéndome. No hasta que vea por mí misma a Violetta.

Finalmente, Teren nos guía hacia un piso más tranquilo que el resto. Unas puertas de

madera pequeñas cubiertas con barras de hierro se alinean en las paredes. Caminamos por

un pasillo estrecho iluminado hasta que nos encontramos ante una solitaria puerta al final.


Casi me tambaleo de lo poderosa que es mi oscuridad aquí. Estuve en un lugar como éste

una vez.

—Tu hermana —me dice, haciéndome una reverencia burlona. Uno de los otros

Inquisidores abre la puerta y chirría al abrirse.

Parpadeo. Detrás de la puerta pesada hay una celda pequeña, agobiante. Unas velas

arden a lo largo de las pequeñas repisas en la pared. Una cama de heno se amontona en un

rincón, y en él se encuentra una niña con un dulce rostro frágil y una cabeza de cabello

oscuro que está enredado y sin brillo. Es delgada y frágil, temblando por el frío. Sus grandes

ojos me encuentran. Estoy avergonzada por mi arrebato de emociones encontradas al verla,

alegría, amor, odio, envidia.

—¿Adelina? —dice mi hermana. Y de repente me acuerdo de la noche que me escapé de

casa, cuando ella se puso de pie en la puerta de mi dormitorio y se frotó sus ojos con sueño.

Los Inquisidores entran inmediatamente y la rodean. Ella se encoge lejos de ellos en la

cama, poniendo sus rodillas contra su barbilla. Mientras lo hace, me doy cuenta de los

pesados grilletes en sus muñecas y tobillos que la mantienen encadenada a la cama.

La oscuridad ruge dentro de mí. ¿Qué ilusión puedo realizar que podría sacarnos antes

de que puedan hacerle daño? Mido la distancia entre nosotras, el número de pasos que nos

separan a los Inquisidores y a mí, y a Teren y a mí. Todas las lecciones de Raffaele y Enzo

corren por mi mente.

Teren espera que dé un paso dentro de la habitación, y luego cierra la puerta tras él. Se

pasea cerca de Violetta. Mientras lo hace, siento que su miedo se alza, y con eso, el mío

también lo hace. Teren la mira con una mirada crítica, entonces se vuelve hacia mí con un

movimiento de su capa.

Me estudia.

—Dime, Adelina, ¿cuáles son sus nombres?

Abro la boca.

Dile acerca de la horrible Araña, dicen unos pequeños susurros alegremente en mi

cabeza. Vamos. Se lo merece. Dale a Enzo, Michel y Lucent. Dale a Gemma. Lo estás

haciendo muy bien. En mi cabeza, me imagino confesando todo lo que sé a Teren.

—¿Dónde están los Jóvenes Élites? —diría él.

—En la Corte Fortunata —respondería.

—¿Dónde?

—Tiene muchos pasadizos secretos. Utilizan las catacumbas debajo de la corte.

Puedes encontrar la entrada en el jardín más pequeño.

—Dime sus nombres.

Lo hago.

La visión en mi cabeza se desvanece, y una vez más veo a Teren de pie delante de mí.

De alguna manera, las confesiones no salen.

A pesar de mi silencio, Teren parece tranquilo.

—Adelina, estoy impresionado. Algo te ha sucedido.


Una advertencia débil zumba en mi cabeza.

—Quieres sus nombres —le digo, prolongando el juego.

Teren me observa con una mirada interesada. Sus labios tiemblan.

—Todavía indecisa, ¿verdad? —Camina lentamente en círculo alrededor de mí, tan

cerca que puedo sentir el roce de su capa contra mi piel. Con un escalofrío, me doy cuenta de

que me recuerda a cuando Raffaele me rodeó durante mi prueba con las piedras preciosas,

midiéndome, estudiando mi potencial.

Finalmente, Teren se detiene ante mí. Saca su espada y la apunta hacia Violetta. Mi

corazón se retuerce.

—¿Por qué los proteges tan lealmente, Adelina? ¿Qué te han prometido, una vez que

fueras parte de su círculo? ¿Te han hecho creer que son un grupo de nobles héroes? ¿Que te

reclutan por alguna honorable causa, en lugar de los asesinatos que en realidad cometen?

¿Crees que su truco de las Lunas de Primavera no reclamó ninguna vida inocente? —Él fija

sus pálidos y latentes ojos en mí—. He visto lo que puedes hacer. Sé de la oscuridad en tu

alma. Estabas dispuesta a huir; apuesto a que no confías en ellos. Hay algo… diferente en ti.

No les gustas, ¿verdad?

¿Cómo podía saber eso?

—¿Qué estás tratando de decir? —pregunto con los dientes apretados.

—Estás aquí porque sabes que no perteneces —responde con frialdad—. Déjame decirte

algo, Adelina. No hay vergüenza en darle la espalda a un grupo de delincuentes que no te

quieren nada más que para quemar toda esta nación de la faz de la tierra. ¿Crees que te

protegerían si estuvieras en peligro? —Se da vuelta, su mirada de soslayo.

Vuelvo a pensar en cómo los malfettos fueron quemados en la hoguera, y cómo los

Dagas eligieron no salvarlos. Porque no eran Élites.

—Vinieron por ti ese día porque tenías algo que querían —dice Teren, como si supiera

lo que estoy pensando—. Nadie tira a la basura algo útil, es decir, hasta que ya no es útil.

Tiene razón.

—Me he encariñado contigo en el tiempo que hemos pasado juntos —continúa—.

¿Alguna vez piensas en el mito del ángel de la alegría y su hermano, el ángel de la codicia?

¿Recuerdas la historia de Denario expulsando a Laetes de los cielos, condenándolo a

recorrer el mundo como un hombre hasta que su muerte lo enviara de vuelta entre los

dioses? ¿Curar al ángel de la alegría de su arrogancia al pensar que él era el niño más

querido de los dioses? —Se inclina más cerca—. Hay un desequilibrio en el mundo, igual que

lo hubo cuando Alegría dejó los cielos, signos de alerta de demonios que caminan con

nosotros, desafiando el orden natural. A veces, la única manera de arreglar las cosas es

hacer lo que es difícil. Es la única manera de amar de nuevo. —Toda pretensión de diversión

se ha ido de su rostro—. Por eso he sido enviado por los dioses. Y siento, también, que tal vez

te han enviado a ti por la misma razón. Hay un anhelo en ti de hacer las cosas bien, pequeña

malfetto; tú eres más inteligente que los demás, porque sabes que hay algo mal contigo.

Desgarra tu conciencia, ¿no es así? Tienes odio por ti misma, y yo admiro eso. Es por eso

que sigues volviendo a mí. La única manera de curarte de esta culpa es expiarte para

salvarte de tus compañeros abominaciones. Ayudarles a regresar a los infiernos, a donde

pertenecen. Haz esto conmigo. Tú y yo podemos arreglar el mundo de nuevo, y cuando lo


hagamos, los dioses nos considerarán perdonados. —Su voz ha adquirido un extraño tono

suave—. No parece justo o bueno, lo sé, parece cruel. Pero hay que hacerlo. ¿Lo entiendes?

Algo sobre sus palabras tiene sentido. Giran en mi cabeza y mi corazón hasta que

parecen lógicas. Soy una abominación, incluso para los otros Dagas. Tal vez lo que

realmente es mi deber es enderezar al mundo de nuevo. Lo hago porque te amo, susurra el

fantasma de mi padre. No puedes entenderlo en este momento, pero es por tu propio bien.

Eres un monstruo. Aun así te quiero. Te haré buena.

La mirada seria de Teren cambia a una de simpatía, una expresión que reconozco de

mi día de la ejecución.

—Si te comprometes a la Inquisición, a mí, y juras usar tus poderes y tus

conocimientos para enviar a los malfettos de vuelta al Inframundo, te daré todo lo que

siempre has querido. Puedo concederte todos tus deseos. ¿Dinero? ¿Poder? ¿Respeto?

Hecho. —Sonríe—. Podrás redimirte, cambiar de una abominación a los ojos de los dioses a

una salvadora. Puedes ayudar a arreglar este mundo. ¿No sería agradable, no tener que

correr más? —Hace una pausa, y por un momento, un tono real de dolorosa tragedia entra

en su voz—. No se supone que existamos, Adelina. Nunca estuvimos destinados a ser.

Somos errores.

—Ahora, Adelina —dice, suave y con persuasión—. Dime.

Quiero hacerlo —oh, cómo quiero hacerlo— en este momento. Teren puede ofrecernos

a Violetta y a mí una vida tan fácil si le doy lo que quiere. Los planes de los Dagas se han

arruinado de todos modos, ¿no es así? El rey ha muerto por propia voluntad. No tengo

ninguna razón para permanecer leal a ellos. Abro la boca. Las palabras de Dante están

frescas en mi mente, y una oleada de amargura se levanta, ávida de liberación. Podría

destruirlos a todos en este momento, con solo unas pocas palabras bien escogidas.

Pero las palabras aún no salen. Estoy pensando en su lugar en la expresión amable de

Enzo, en la sonrisa fácil de Gemma. La amistad ocasional de Lucent, las clases de arte de

Michel. Estoy pensando en Raffaele sobre todo, con su paciencia y gracia, su amabilidad, la

fiel calma con la que se ha ganado mi confianza. Si hubiera estado en la corte esta noche,

podría haber confiado en él. Me habría ayudado. Las cosas podrían haber sido diferentes si

hubiera estado allí. Tengo algo cuando estoy con los Dagas, algo más allá de un contrato

comercial no escrito de hacer lo que me dicen.

Alguna chispa de claridad emerge a través de las palabras que Teren ha echado, un

chorrito de lógica que me saca de la niebla. Él dice que los Dagas me están utilizando. Pero

él también me está usando. Esta es la verdadera razón por la que parece que no puedo darle

lo que quiere. No es tanto que esté protegiendo a los Dagas.

Es que estoy cansada de ser utilizada.

Teren suspira, luego sacude la cabeza. Asiente hacia uno de sus hombres. El Inquisidor

saca su espada y se mueve hacia Violetta.

Echo un vistazo a mi hermana. Ella se da cuenta de que estoy a punto de hacer un

movimiento. Reúno mis fuerzas. Entonces me acerco y tiro.

Una hoja de la invisibilidad se dispara alrededor, imitando la pared detrás de mí y el

suelo bajo mis pies. Tejo la misma alrededor de mi hermana. A simple vista, parece como si

mi hermana de repente hubiera sido sustituida por espacio vacío.


Por primera vez, Teren parece sorprendido.

—Has mejorado —dice bruscamente. Saca su espada, y luego grita a los otros

Inquisidores—: Basta de esto. Encuéntrenla.

Comienzan a venir en mi dirección, pero ya estoy en movimiento. Empujo de nuevo,

envolviendo a cada uno de ellos en una visión de pesadillas; demonios chillando, el sonido

del metal rasgándose contra el metal, sus bocas arrancadas. Varios Inquisidores caen de

rodillas, con sus manos apretadas sobre sus rostros y orejas. Su terror me hace jadear. Se

siente tan bien.

Teren y yo llegamos a mi hermana a la vez. Él busca a tientas, agarrando su brazo. Le

da un tirón y presiona su espada contra su garganta.

—No lo hagas —le grita al aire. Incluso a través de su ira, parece ver algo en mí que le

fascina. Vuelvo mi concentración a él, entonces busco en sus sentidos, con el objetivo de

ahogarlo en ilusiones junto con sus hombres.

Golpeo contra una pared.

Nunca he sentido esto antes, como un bloque de hielo, algo duro e impenetrable que

protege su energía de la mía. Aprieto los dientes y empujo con más fuerza, pero su propia

energía me empuja de vuelta. Una sonrisa se extiende por todo su rostro cuando me detecta

luchando. Fui testigo de cómo apenas le afectó el fuego de Enzo, y oí a Enzo decir que Teren

no podía ser herido como una persona normal. Ahora, por primera vez, lo siento por mí

misma.

—Intenta eso una vez más, y voy a cortarla —dice.

Violetta cierra sus ojos fuertemente. Ella respira profundamente.

Y lo más extraño sucede. Teren se detiene en el medio de su ataque. Se estremece.

Siento que la pared de hielo protegiendo su energía de mí se agrieta y luego se rompe. Deja

escapar un terrible grito de asombro, liberando a Violetta, y cae de rodillas. De repente, sin

más, veo sus hilos de energía, su miedo y su oscuridad, los hilos que atan sus sentidos que

ahora puedo buscar y torcer como he hecho con los otros. ¿Qué acaba de pasar?

Alguien ha manipulado sus habilidades.

Echo un vistazo a Violetta, atónita. Ella me la devuelve. Ahí es cuando lo sé. Lo sé de

inmediato.

Mi hermana es una Élite.

Y ella acaba de quitarle los poderes a Teren.

Mientras mi ilusión aguanta, me apresuro hacia él y saco de un tirón la llave alrededor

de su cuello. Entonces me apresuro con mi hermana y quito su invisibilidad por un

momento. Ella tiembla por completo, una capa de sudor sobre su delicada frente, y sus ojos

permanecen fijos en Teren mientras él se encorva en el suelo. Mis dedos temblorosos

intentan posicionar la llave en sus puños de hierro. Me estremezco mientras fuerzo mi dedo

torcido a trabajar con los demás. Que los Dioses me ayuden, pero estoy tan agotada. Ni

siquiera me he dado cuenta de cuánto de mi energía he utilizado, pero ahora siento que se

hunde. Mi temor es lo único que me mantiene viva.

Finalmente, las cadenas de Violetta desaparecen y me pone de pie. Balancea uno de

mis brazos por encima de su hombro, estabilizándome, y juntas vamos hacia la puerta.


Fortalezco nuestra invisibilidad. Me detengo frente a la puerta, entonces, echo un vistazo a

Teren por encima de mi hombro. Él sonríe; la pared de hielo a su alrededor está

reconstruyéndose poco a poco.

—Adelina —exclama—. Me sorprendes constantemente. —Se ríe de nuevo, el sonido de

un loco. Caminamos por el pasillo mientras Teren grita por más guardias.

Subimos las escaleras en silencio, nuestras respiraciones se convierten en jadeos

roncos. Mi energía se debilita, incluso mi propio miedo no es suficiente para mantener la

ilusión. Nuestra invisibilidad parpadea dentro y fuera. Los Inquisidores se lanzan por

delante de nosotras. Trato de guardar mis fuerzas para cuando se acercan a nosotras. Pero

para el momento en que hemos llegado al nivel principal de la torre, parecemos ondas en

movimiento contra las paredes.

—Aguanta, Adelina —persuade mi hermana. Nos apresuramos hacia la calle y el caos.

Hay cristales rotos por todas partes. Gritos en la noche. Más Inquisidores de los que he

visto en toda mi vida, pululan por las calles y arrastran a malfettos fuera de sus casas —aún

en sus camisones— a la plaza, golpeándolos hasta la inconsciencia, sujetándolos con

cadenas. Me tropiezo hasta parar en un callejón cercano. Ahí, finalmente me libero de la

última parte de mi energía y me deslizo por la pared hasta estar en posición fetal. Violetta se

derrumba a mi lado. Juntas, miramos con horror la escena que se desarrolla ante nosotras.

Un Inquisidor dirige una espada directo a través del cuerpo de una joven mujer malfetto con

una mecha de oro en su cabello negro. Ella deja escapar un chillido roto mientras su sangre

se derrama sobre los adoquines. Los gritos resuenan en toda la plaza.

¡El rey ha muerto! ¡El rey ha muerto!

Esto está mal. Observo cómo los Inquisidores matan a otros malfettos. Estoy

entumecida. Algo ha ido terriblemente mal.

Acerco a Violetta.

—Piensa en otra cosa —le susurro, sintiendo su temblor incontrolable contra mí. Me

obligo a tomar el terror y el mal que se arremolina alrededor de nosotras, dejando que

fortalezcan la oscuridad en mí para que pueda tejer una ilusión de calma alrededor de mi

hermana. Puedo bloquear los gritos de ella. He tejido un manto de oscuridad alrededor

suyo, protegiéndola de la vista de los malfettos llorando en la plaza. Esto debe estar

sucediendo en todo Estenzia, en Kenettra, incluso. Mientras Violetta llora en mi hombro, me

quedo mirando la horrible escena.

Qué irónico que deba abarcar tanto mal para proteger a mi hermana del mal.

A través de mi niebla de terror, me acuerdo de las catacumbas bajo la ciudad. Toco el

rostro de mi hermana.

—Tenemos que irnos —le digo con firmeza. Entonces tomo su mano y empiezo a

dirigirnos lejos…

… hasta que giramos en la esquina y nos topamos directamente con Dante. Él me mira,

con el rostro envuelto en sombras.

—Bueno —gruñe—. Sabía que te encontraría aquí fuera.



que decir.

M

i primer pensamiento febril: Dante me siguió.

Me había visto de alguna manera dejar la Corte Fortunata. Me había

seguido a la Torre de la Inquisición. Y ahora sabe que debí visitar la

Inquisición. Una ráfaga de pensamientos aparece en mi mente en el lapso

de un segundo. Si vuelve con los otros Dagas, les dirá todo. No, no

pueden saberlo de esta manera. Abro la boca, tratando de pensar en algo

Él no me da una oportunidad. En cambio, se abalanza sobre mí con la mano extendida,

tratando de agarrar mi brazo. Violetta grita, mi energía ruge en los oídos.

Arrojo una ilusión de invisibilidad desesperadamente sobre nosotros y me tiro al

suelo. Mis poderes están desapareciendo rápidamente, y parpadean dentro y fuera de la

vista. Me pongo de pie justo cuando Dante se lanza de nuevo. Esta vez ataca con una

daga. Mi ilusión logra apartarlo de su objetivo, pero la hoja atrapa el borde de mi muslo,

cortando a través de mi ropa. Me estremezco ante el dolor contra mi piel. La oscuridad ruge

dentro de mí, alimentándose de la furia propia de Dante. Mi fuerza crece de nuevo.

—Traidora. —Me apunta la daga—. Enzo debería haber acabado contigo en el instante

en que viniste a nosotros. ¿Cómo te atreves? Todos te protegimos.

—No hice nada —grito—. No les dije nada.

—¿Esperas que te crea? —Dante hace girar su espada.

—Déjame explicar —digo, levantando mis manos—. No les di nada. Lo que viste en Las

Lunas de Primavera…

Los labios de Dante se fruncen en un gruñido.

—Sé lo que vi. ¿Cuánto tiempo llevas trabajando con Teren?

—¡No estaba trabajando con él! Me encontró… hace meses, en la corte... —No sé cómo

decirle a Dante esto, sin hacer que suene como que todo es mi culpa. Es mi culpa.

—Y sin embargo, no nos dijiste nada de esto. ¿Por qué mantenerlo en secreto?

—¡No era mi intención! Tenía miedo de ser lastimada. Mi hermana…

Dante se burla.

—Sabía que no eras buena. Debería arrancar tu boca de tu rostro, porque escupe nada

más que mentiras.

Estoy empezando a tener problemas para respirar. Mis palabras vienen en jadeos.

—Tienes que creerme. No le dije nada.


—¿Le dijiste sobre el Torneo de las Tormentas?

—Yo… —vacilo.

Dante hace una pausa. Encuentra mis ojos.

—Y traicionaste a Raffaele en el palacio, ¿no?

Parpadeo. ¿Qué? ¿Raffaele?

—¿Raffaele no ha vuelto?

Dante no necesita hablar para que sepa la respuesta. Raffaele estaba ausente en la

última reunión, nunca regresó de su visita con el cliente. No, no él. El pensamiento de

Raffaele siendo el primero en sufrir…

Dante arremete de nuevo. Me tira al suelo y me sostiene. No puedo encontrar mi

energía. Violetta deja escapar un grito ahogado.

—Te voy a llevar de vuelta a Enzo —gruñe, entrecerrando los ojos. Su mano presiona

mi cuello, me ahogo. No, no puedes. Debería ser quien le diga, no tú—. Vas a responderle,

pequeña cobarde patética.

Te mataré antes de que puedas arruinar este acuerdo.

Las palabras de mi padre desde aquella fatídica noche de repente hacen eco, llenando

mis oídos y me lleva de nuevo al mercado empapado por la lluvia en el que había

muerto. Las palabras de Dante a Enzo corren por mi mente. La oscuridad que se ha

levantado en mí desde que me fui de los Dagas ahora araña salvajemente por ser liberada,

crece y crece, alimentándose de los temores y el odio de Dante, los Inquisidores, el terror de

la gente en las calles, la oscuridad que nos rodea. Por encima de mí, ya no veo a Dante... en

cambio, veo a mi padre, sus labios torcidos en una sonrisa oscura.

Suficiente. Entrelazo los hilos brillantes de energía de alrededor, de repente hay tantos

de ellos que me siento mareada de poder, como si hubiera dejado mi cuerpo. Raffaele una

vez me mostró cómo crear ilusiones de contacto. ¿Puedo hacer eso ahora?

Desnudo mis dientes. Y doy rienda suelta a mi ira.

Por un solo, terrible momento, puedo ver cada uno de los hilos de energía conectarme

con Dante. De mí misma a sus sentidos de dolor. Por instinto, me acerco y tiro fuertemente.

De repente Dante se aleja de mí. Su mano sale de mi cuello, grito desesperada en busca

de aire. Sus ojos sobresalen. Luego baja los brazos y deja escapar un grito espeluznante. El

sonido envía un torrente de emoción a través de mí tan intenso que tiemblo de pies a

cabeza. La ilusión de tacto; la ilusión de dolor. Oh, he querido hacer esto durante tanto

tiempo. Tiro con más fuerza, retorciéndolo, lo que aumenta su creencia de que está en

agonía, que sus miembros están siendo arrancados uno a uno, de que alguien está

desgarrando la piel de su espalda. Él cae al suelo y se retuerce. Grito detrás de grito.

Al principio, todo lo que siento es rabia de él. Me mira con asesinato en sus ojos.

—Voy a matarte —gruñe en medio de su dolor—. Atacaste al Élite equivocado.

Endurezco mi expresión. No, tú lo hiciste.

Su rabia cambia a miedo. Terror brota de él, esto solo me hace más fuerte, y utilizo

todo el poder extra para torturarlo. Una parte de mí está horrorizada por lo que estoy


haciendo. Pero la otra parte de mí, la parte que es la hija de mi padre, se deleita en

ella. Estoy embriagada de placer, me recorre hasta que me siento una persona

completamente diferente. Camino más cerca de donde se retuerce y miro pacientemente con

una curiosa inclinación de cabeza. Abro la boca para hablar, y las palabras de mi padre se

derraman fuera.

—Muéstrame lo que puedes hacer —susurro a la oreja de Dante.

En algún lugar en medio de remolinos de oscuridad, me sorprendo al ver a Violetta

encogida en un rincón, con los ojos aterrorizados fijos en mí. Tiene el poder para detenerme,

me doy cuenta a través de mi nube de euforia. Pero no lo hace.

¿Detenerme? ¿Por qué debería detenerme? Este es el chico que le dijo a Enzo que me

matara. Ha amenazado mi vida desde el momento en que me uní a los Dagas, trató de

matarme ahora. Al igual que todos los demás. Tengo todo el derecho a torturarlo. Merece

morir en mis manos, y me aseguraré de que sienta hasta el último momento de ello. Toda la

rabia y amargura que he mantenido en mi corazón por todo, ahora alcanza su cima. La

imagen de mi padre sustituye a Dante de nuevo, su cuerpo se inclina en agonía. Mi sonrisa

se vuelve oscura y se tuerza más duro, más duro, más duro.

Te destruiré.

—¡Detente, por favor! —Al principio creo que es Violetta gritándome esto, pero luego

me doy cuenta de que es mi padre. Ha recurrido a rogar. Su latido del corazón aumenta a un

ritmo violento.

Algo dentro de mí grita que esto va demasiado lejos, puedo sentir la oscuridad hacerse

cargo de mis sentidos. Mi padre, Dante, jadea. Su grito se corta mientras su rostro se

congela en una imagen temblorosa de conmoción. Más fuerte. Intento en vano ignorarlo,

recuperar el control. No puedo. Un verdadero hilo de sangre corre de sus labios. Mi corazón

tiembla a la vista. Eso no debe suceder. Soy una ilusionista. ¿Puede la ilusión de dolor

eventualmente desencadenar algo real? Una vez más, trato de detenerme. Pero el fantasma

de mi padre solo se ríe, mezclándose con los murmullos alegres en mi cabeza.

Sigue adelante, Adelina, y nadie jamás te dará órdenes otra vez.

Siento algo romperse en el corazón de Dante, una ruptura de cadenas.

Se congela. Su boca se mantiene abierta en un grito silencioso; sus labios se tiñen de

color rojo. Sus dedos se crispan, pero sus ojos están brillantes. La oscuridad en mí que

poseyó mi mente ahora se desvanece en una ráfaga, colapso en mis rodillas, de repente

incapaz de recuperar el aliento, me apoyo en la pared por el agotamiento. Siento como si

hubiera vuelto a mi cuerpo. Mi energía se reduce en la nada, solo así, la presencia fantasmal

de mi padre desaparece, y su voz se funde en la noche. Violetta se queda dónde está,

mirando en silencio aturdido el cuerpo de Dante. Hago lo mismo. El caos de las calles

resuena en mis oídos como un grito bajo el agua.

Quería hacerle daño. Defenderme. Vengarme. Escapar. Pero no solo lo lastimé. Me

aseguré de que nunca volviera a levantar un dedo contra mí.

En mi furia, lo asesiné.



N

o estoy segura por cuánto tiempo hemos estado en el callejón. Quizás un

minuto. Quizás horas. El tiempo pierde su significado por un momento. Y

solo recuerdo haber abandonado esa estrecha calle en estado de conmoción,

mi mano apretando con fuerza la de Violetta. Hay un cadáver tendido en el

suelo detrás de nosotras que no me atrevo a mirar de nuevo.

De alguna manera, logramos permanecer ocultas en las sombras, el caos en la ciudad

funcionando a nuestro favor. En el corazón de Estenzia, la estable presencia de las patrullas

de la Inquisición rápidamente se han convertido en cantidades numerosas, muchas más

capas blancas de las que había visto alguna vez en mi vida. Vidrios rotos ensucian las calles.

La tiendas pertenecientes a los malfettos están siendo hechas trizas, quemadas y

destrozadas, sus dueños sacados de sus camas, todavía en sus atuendos, y arrojados a la

calle para arrestarlos. El palacio está tomando su venganza por lo que hicimos en los

embarcaderos.

Y yo estoy tomando mi propia venganza.

Nosotras seguimos adelante. Parece que la oscuridad del cielo ha comenzado a

aclararse… ¿ya está amaneciendo? Debimos haber estado en el callejón por un buen tiempo,

pienso mientras nos movemos. El cansancio de repente me golpea, y me apoyo en una pared

para tranquilizar la ola de mareos que me invade. Algo ocurrió en este callejón. ¿Qué fue?

¿Por qué todo se siente tan disperso? Un recuerdo me viene un poco confuso y medio

formado, como si lo hubiera presenciado a través de otros ojos. Alguien había estado allí.

Un chico. Había intentado hacernos daño. No puedo recordar más allá de eso. Algo

sucedió. ¿Pero qué? Miro a Violetta, quien me mira con sus grandes y asustados ojos. Me

toma un momento darme cuenta que está asustada por mí.

Quizás sí lo recuerdo. Quizás estoy olvidándolo a propósito.

—De prisa, Adelina —me susurra mientras agarra mi mano con indecisión. Sigo

aturdida—. ¿A dónde deberíamos ir?

A través de la niebla en mi cabeza, le murmuro:

—La Corte Fortunata. Por ese camino. —Si solo pudiese hablar con Raffaele, podría

explicarle todo. Enzo lo escucharía a él. No debería haberlos dejados atrás, todo esto ha sido

un terrible error.

Nos condujo a través de la decreciente oscuridad, pasando por los edificios quemados y

la gente lamentándose, el aire impregnado con el olor del terror. Me detengo de nuevo

cuando la oscuridad en mi estómago llega a ser demasiado para manejar.


—Espera —le digo con voz entrecortada a Violetta. Antes de que pueda responderme,

me inclino hacia adelante y vomito. Lo poco que está dentro de mi estómago sale. Toso y

tengo arcadas hasta que no queda nada. Aun así, la oscuridad se revuelve dentro de mí,

incesante, trayendo con ello tanto las olas de náuseas como comodidad. Vacilo entre el asco

y la alegría.

En medio de mi mareo, siento a Violetta envolver su brazo alrededor de mis hombros.

Ella me sostiene. Cuando levanto la mirada, me encuentro con su solemne mirada.

—¿Quién era él? —me susurra.

Su pregunta suena como una acusación. Esto me confunde.

—¿Quién?

La mirada de Violetta se torna afligida.

—Quieres decir que, tú no…

Esto debe ser lo que se siente cuando pierdes la cabeza. Me sacudo fuera de su brazo y

llevo de nuevo mi atención hacia las calles.

—No quiero hablar sobre ello —le digo. Espero que Violetta me responda algo, pero

permanece en silencio, y no intercambiamos otra palabra hasta que nos acercamos a los

arcos de la Corte Fortunata.

Para el momento en que llegamos, la ciudad está llena con el sonido de los gritos, y el

apenas visible amanecer abriéndose paso a través de las llamas anaranjadas. Nos detenemos

en un callejón para recuperar el aliento. Toda mi fuerza se ha agotado, ni siquiera intento

conjurar una ilusión para protegernos. Violetta mantiene su mirada lejos de mí, con su

expresión afligida.

—Retrocede —susurra de repente.

Nos adentramos en las sombras cuando los Inquisidores pasan corriendo por la calle

principal y entran en una tienda cercana. Momentos más tarde, ellos arrastran a una mujer

malfetto, arrojándola con tanta fuerza que cae sobre sus manos y rodillas. Está temblando.

Detrás de ella, las capas blancas ondean dentro de su tienda, y los primeros signos de fuego

titilan en la ventana. Nosotras lo vemos en silencio, nuestros corazones en la garganta,

mientras que la mujer les ruega misericordia. Uno de los Inquisidores se prepara para

golpearla. Arriba en las ventanas de las casas cercanas, los vecinos observan. Sus rostros son

máscaras de terror. Pero permanecen en silencio, y no ayudan.

De repente, el Inquisidor que está a punto de golpear a la mujer se inclina hacia atrás.

Como si una ráfaga de viento pasara rápidamente por debajo de sus pies. Después él está

siendo jalado, gritando, y sale volando con fuerza por el aire, pasando los tejados de los

edificios. Mi ojo se abre ampliamente. Caminante del Viento. Los Élites están aquí. El

Inquisidor vuela por el cielo un instante, y luego cae en picada hacia la calle con un

golpetazo tremendo. Violetta se encoje de dolor y se inclina sobre mi hombro. Al mismo

tiempo, las llamas en la tienda se desvanecen sin dejar rastro, dejando nada más que humo

negro saliendo del edificio. Otros Inquisidores dan la voz de alarma. Pero donde sea que los

Dagas estaban, ya no lo están. Retrocedo lo más lejos dentro de las sombras, de repente

asustada de que ellos me encontrarán.

En la distancia, escuchamos a varios malfettos en la calle gritar


—¡Jóvenes Élites! —grita la mujer que está sobre sus rodillas—. ¡Están aquí! ¡Para

salvarnos!

Otros corean lo mismo. La desesperación en sus voces levantan los vellos de mi cuello.

Pero nada sucede. Los Inquisidores inspeccionan las calles, buscándolos, pero ellos están

dónde no pueden ser encontrados.

—Tenemos que salir de aquí —le susurro—. Sígueme. Vamos bajo tierra.

Y con ello, Violetta y yo retrocedemos fuera de nuestro callejón y huimos bajando por

un camino más tranquilo, lejos de la matanza.

Para cuando el sol finalmente se alza, nosotras llegamos a la calle en frente de la Corte

Fortunata. Me quedo inmóvil, no queriendo creer lo que veo. El lugar, que una vez fue el

tesoro más valioso, está ahora carbonizado y destruido, saqueado por los Inquisidores. La

sangre mancha la calle de la entrada. Los Dagas deben haberse ido también, todos sus

planes, su misión de asesinar al rey, su casa segura, destruidos. En una noche.

No dejaron nada.



N

o me atreví a dar un paso de nuevo dentro de la Corte Fortunata. No sabía si

había aun Inquisidores vigilando las habitaciones por allí… y no sabía si

estaría preparada para ver o no a los Inquisidores encontrando las cámaras

secretas de los Dagas. Si hay o no hay algunos cuerpos dentro que pudiera

reconocer. No quería saberlo.

En su lugar, tomé la mano de Violetta y nos dirigí al único lugar donde pensaba que

estaríamos a salvo. Las catacumbas.

Desde la profundidad de los túneles debajo de la ciudad, el estruendo de la gente que

está sobre el nivel del suelo suena como un extraño y sordo eco, los susurros de los

fantasmas que deben frecuentar estos oscuros y estrechos pasillos. Borrosos rayos de luz

provienen de unas pequeñas rejillas de lo alto del pasillo, y la penumbra de una mañana

lluviosa se describe en una neblina. No sé a dónde más ir. Hemos estado aquí abajo durante

todo el día desde que huimos de las cenizas de la Corte Fortunata, escondiéndonos en medio

de la devastación. Desde aquí, podemos oír la voz de Teren sonando a través de la plaza del

palacio, vimos a los Inquisidores moviéndose rápidamente a través de las calles de la ciudad.

El recuerdo de la noche anterior me deja una nauseabunda sensación de dolor en mi

estómago. Debería haberme parado y ayudado a la gente en las calles. Pero no tenía fuerzas.

¿Qué le ha pasado a Enzo, ahora que la corte está destruida y el rey está muerto? ¿Qué

harán ahora?

No podemos quedarnos aquí por más tiempo. Quizás los Inquisidores hayan

encontrado los pasadizos secretos de la Corte Fortunata y hayan destapado el acceso de los

Dagas a las catacumbas. Quizás ellos están buscando a través de los túneles ahora,

cazándonos. Por ahora, sin embargo, nos detenemos aquí, demasiado cansadas para

continuar.

—¿Estás bien? —le pregunto a mi hermana mientras ambas nos apoyamos con

cansancio contra la pared. Mi garganta está seca, y mis palabras salen débiles y roncas. Por

encima, el sonido de la ligera lluvia amortigua mis palabras.

Violetta asiente una vez. Su mirada está distante, estudiando la nueva máscara blanca

que cubre mi ojo faltante.

Suspiro, luego aparto el liso cabello de mi rostro y empiezo a trenzar las hebras. Largos

minutos de silencio pasan entre nosotras. Lo trenzo, después lo destrenzo, luego lo trenzo de

nuevo. El silencio entre nosotras se prolonga, pero de alguna manera es algo agradable que

me recuerdan los días que solíamos pasar en el jardín. Finalmente, la miro.


—¿Cuánto tiempo te tuvo recluida Teren así?

—Desde el día que te escapaste de tu ejecución —me susurra. Le toma un tiempo para

continuar—. La Inquisición en Dalia te buscó por días. Buscaron por la ciudad por otros

malfettos con el cabello plateado. Mataron a otras dos chicas. —Baja la mirada—. Ya estaban

apostados en nuestra casa, así que no pude escapar. Luego Teren vino y fue a buscarme. Dijo

que me estaba llevando a la capital portuaria.

—¿Él… te hirió?

Niega.

—No. No físicamente.

—¿Tenía alguna idea de que tienes poderes?

—No —susurra Violetta.

Me muevo con dificultad para tener una mejor posición sentada, después firmemente

fijo mi mirada en ella. Se apoya sobre su codo.

—¿Los tenías?

Violetta se queda en silencio por un momento. En sus ojos, veo la verdad.

—Tú lo sabías —susurro de vuelta—. ¿Cuándo? ¿Cuánto tiempo?

Violetta duda y lleva sus rodillas hasta su barbilla.

—Lo he sabido desde que éramos pequeñas.

Estoy paralizada. No puedo respirar.

—Lo descubrí un día por accidente. No creí que fuese real, la primera vez —dijo,

encontrando mi mirada con timidez—. Después de todo, no tenía las marcas. ¿Cómo podía

ser una malfetto con demoniacos… —Hace una pausa—… con poderes inusuales?

Intento ignorar el zumbido en mis oídos.

—¿Cuándo?

—El día que papá te rompió el dedo. —Su voz se vuelve más débil—. ¿Recuerdas

cuando te aparté de él? Querías ocultarte detrás de un oscuro velo, literalmente. Podía

sentirlo.

Solo Raffaele puede hacerlo.

—¿Puedes sentirme?

Violetta asiente.

—Ese día, supe instintivamente que no quería que hicieras algo para enfadar a padre

aún más. Supe que si hubieras hecho algo extraordinario, él te habría matado, o vendido, o

algo peor. Así que estiré el brazo… —Se detiene por un instante, como si tratase de encontrar

una buena forma para explicarse—. Y lo hice retroceder. Deteniéndote.

En un instante, la palabras de Raffaele regresan a mí. Hay algo oscuro y gélido dentro

de ti. ¿Es esto de dónde provienen todos mis horripilantes pensamientos? ¿Se originan de

tantos años de reunir energía, deseosa de ser libre?


Todo tiene sentido ahora. Raffaele se preguntaba por qué mis poderes no habían

surgido antes en mi vida. Lo hicieron. Solo que nunca lo supe, porque Violetta siempre los

reprimía. Ella cayó enferma con una fiebre el día después del primer accidente. Lo recuerdo.

¿Y no había usado mis poderes la primera vez en la única noche que estuvimos

separadas? ¿No había sentido que un manto era apartado de mí cuando le dije adiós a

Violetta? ¿No había utilizado mis poderes durante mi ejecución?

Y Raffaele. Empiezo a negar.

—No. No, debe haber algo que no me estás contando. Nosotros, los Dagas, tenemos un

Mensajero, alguien quien puede sentir a otros Élites. Él nunca te sintió. ¿Cómo podría

haberte dejado pasar?

Violetta no tiene respuesta para ello, por supuesto. No estoy segura del por qué espero

que me dé una. Solo me mira fijamente de nuevo con desesperación. Raffaele no podía

sentirla, de repente pienso, porque ella debió inconscientemente haber reprimido su poder

también. Esta es la única explicación. Para Raffaele, el poder de Violetta es invisible.

—¿Cuándo me dejaste ir? —le susurro.

La voz de Violetta suena vacía ahora.

—Cuando la Inquisición te arrestó la primera vez, estiré mi brazo y aparté tus poderes.

No quería pensar en ti desatándote sobre los Inquisidores mientras estabas en prisión.

Pensé que quizás te perdonarían si ellos no podían probar que tú hacías algo fuera de lo

común. Pero cuando oí sobre tu ejecución pendiente, los vi arrastrarte fuera de la plaza. No

sabía qué hacer… Así que liberé tu poder. Y tú lo llamaste. —Baja su mirada—. No sé lo que

te había sucedido después de que los Jóvenes Élites te llevaron.

Mi corazón martillea contra mis costillas. Apartada de mi hermana, aprendí por

primera vez cómo captar esa energía después de entrenar con los Dagas. De repente, alcanzo

su mano y la presiono sobre mi corazón.

—Quiero verte hacerlo —le digo en voz baja.

Violetta duda. Luego respira profundamente, cierra sus ojos y presiona. Jadeo. Lo

siento esta vez, como si alguien estuviera sacando el aire de mis pulmones, tomando mi

alma y empujándola hacia abajo hasta que es invisible. Inalcanzable. Me desplomo contra la

pared, mareada. Un extraño vacío hace un hueco en mi pecho. Raro. No recuerdo alguna vez

haber sentido esto en el pasado. Quizás es imposible de rastrear algo que no sabes que

existe. Ahora lo sé, sin embargo, y ahora siento su ausencia. Alcanzo tentativamente mi

energía, buscando la oscuridad acumulada en mi pecho. Una sacudida de pánico me golpea

cuando no lo puedo sentir del todo. Miro de nuevo a mi hermana.

—Devuélvelo —le susurro.

Violetta lo hace cuando se lo pido. Aspiro mi aliento mientras el aire se mueve de

nuevo a través de mí, la vida y la oscuridad, adictiva y dulce, y de repente puedo ver los hilos

de energía otra vez, puedo sentir el zumbido a través de mi cuerpo y sé a dónde llegar para

intentar aferrarme a las cuerdas. Suspiro con alivio por el sentimiento, disfrutando el placer

que me trae. Pruebo mis poderes, formando una pequeña rosa ante nuestros ojos y

girándola en un pequeño círculo. Violetta me observa con sus ojos abiertos como platos. Sus

hombros decaen un poco más, como si usar su poder le hubiera drenado toda su fuerza.


Puede suprimir una habilidad de un Élite, y luego devolvérselo de nuevo. Todo este

tiempo, mi hermana pequeña ha estado albergando un poder que puede dominar a todos los

demás. Miles de posibilidades atraviesan mi mente.

—Eres una malfetto, como yo —le susurro, mirando distraídamente la rosa

cerniéndose entre nosotras—. Una Élite malfetto.

Violetta mira hacia otro lado. Está avergonzada, me doy cuenta.

—¿Cómo pudiste ocultarme este secreto? —Mi voz es áspera por la rabia—. ¿Cómo

permitiste que sufriera sola?

—Porque estaba asustada también —me grita Violetta—. No quería animarte, y sabía

cómo me irían las cosas si padre supiese sobre mis poderes. Tú tenías tus formas de

protegerte a ti misma. Yo tenía las mías.

De repente, entiendo a mi hermana mejor. Siempre pensé en ella como la dulce y la

inocente hija. Pero quizás usó su dulzura e inocencia como un escudo. Tal vez siempre supo

exactamente lo que estaba haciendo. A diferencia de mí, que alejo a la gente, ella se protegió

haciendo que a las personas les gustase. Cuando le gustas a la gente, ellos confían en ti

también. Así que permaneció callada a mi costa.

—Vi cómo padre te trató —dice en voz baja. Otra pausa—. Estaba asustada, Adelina.

Padre parecía quererme… ¿así que, cómo se lo cuento? Algunas veces me imaginé

diciéndoselo: “Padre, soy una malfetto. Tengo poderes que no pertenecen a este mundo,

porque puedo darle y quitarle los poderes a Adelina”. Era una niña, y estaba aterrorizada.

No quería perderlo. Así que me convencí de que no era así, que mi falta de marcas me hacía

mejor. ¿Cómo podía decírtelo? Habrías querido experimentar, y padre nos podría haber

descubierto a las dos.

—Tú me dejaste arreglármelas por mi cuenta —le susurro.

No puede mirarme.

—Lo siento, Adelina.

Lo siento, siempre lo siento. ¿Qué cosa en este mundo puedo comprar con una

disculpa?

Cierro mi ojo e inclino mi cabeza. La oscuridad se arremolina en mi interior, limpiando

los costados de mi conciencia, ansiosa por liberarse. Todos aquellos años, había sufrido sola,

mirando cómo nuestro padre colmaba de atenciones a la única hija que él creyó que era pura

e impoluta, sufriendo sus rabietas por mi cuenta, pensando que mi hermana era diferente a

mí, que ella era impecable. Y ella lo había dejado pasar.

—Estoy contenta de que lo mataras —añade rápidamente. Hay algo duro en su

expresión ahora—. A padre, quiero decir. Estoy contenta de que lo hicieras.

No sé qué responder a eso. Nunca pensé que oiría una cosa tal de los labios de mi

hermana. Esto es lo que suaviza el nudo en mi pecho. Intento recordar que ella fue a donde

Teren para rogarle por mi vida. Arriesgó todo. Trato de recordar la manera que solía trenzar

mi cabello, el modo que había dormido en mi habitación durante las tormentas.

Solo puedo asentir.

El sonido de conmoción en las calles encima de nosotras atraviesa mis pensamientos.

Las campanas de la Torre de la Inquisición están repicando. Teren debe estar preparándose


para dar un comunicado. Ambas escuchamos por un instante, intentando captar las

palabras de por encima del suelo, pero no podemos oír nada apropiadamente. Solo las

campanas y los sonidos de cientos de pisadas amortiguadas.

—Algo grande está pasando —digo. Luego le hago señas para que nos levantemos.

Tenemos que llegar a un terreno más alto si queremos descubrir que está sucediendo—. Por

aquí.

Nos dirigimos más lejos por debajo del túnel de las catacumbas, hasta que éste se

divide en tres estrechos pasillos. Cojo el izquierdo. Cuando hemos andado quince pasos, me

detengo y busco la pequeña puerta empotrada en la piedra. Mi mano encuentra la gema

rugosa en la madera. Mi poder la activa, y la puerta se abre. Vamos hacia arriba por un

pequeño tramo de escaleras, hasta que finalmente nos encontramos emergiendo a través de

la pared que limita con un oscuro callejón al borde de la plaza del mercado principal.

Caminamos hasta el callejón que se une con un lado de la calle, luego observamos desde

dentro de las sombras hacia donde comienza la plaza principal.

La plaza está llena de gente. Los Inquisidores se alinean en las calles, encauzando a la

gente hacia abajo, y en los canales, las góndolas puestas en reposo. Nada de tráfico por el

agua está permitido esta mañana.

—¿Qué está sucediendo? —pregunta Violetta.

—No lo sé —le respondo mientras miro desde la multitud hacia los Inquisidores.

Tendríamos que esperar, con mis poderes mermados, no podemos estar fuera en la

intemperie expuestas con tanta gente alrededor y no podemos arriesgarnos a ser

reconocidas por un guardia. Aguanto la respiración mientras un grupo de Inquisidores

marchan cerca de nosotros por la calle angosta. Mi espalda está presionada con tanta fuerza

contra la pared que siento como que puedo fusionarme con ésta.

Pasan sin notarnos. Dejo salir el aire de nuevo.

Agarro la mano de Violetta y avanzamos a través de las sombras. Nos movemos, poco a

poco y laboriosamente, a través de las tortuosas calles hasta que finalmente alcanzamos el

lugar donde la plaza principal se abre. Ahí, nos agachamos en las sombras de una entrada

del puente del canal del río y vemos cómo más personas hacen fila en la plaza.

El lugar está lleno esta mañana, como si fuese un día normal de mercado, pero la gente

está total e inquietantemente quieta, esperando con temerosa anticipación por un anuncio

de la Torre de la Inquisición. Mi ojo deambula por los tejados, donde están las estatuas de

los dioses alineadas en la cornisa. Están llenas de Inquisidores hoy, pero incluso ahora, de

algún modo ocultándose detrás de las tejas y la chimenea, los Dagas deben estar esperando

en silencio.

Aún estoy débil, pero la energía de la plaza crepita con miedo, vibrante y oscuro, y eso

me alimenta.

Un ligero destello de movimiento aparece en el balcón principal de la Torre de la

Inquisición. Un rápido destello de togas doradas flanqueadas por el blanco, el brillo de un

líder caminando entre sus hombres. Me tenso. Minutos después, aparece Teren.

Lleva puesto togas formales, un abrigo brillante con la blanca armadura debajo de una

túnica ancha con una mezcla de estampados en blanco y dorado. Una pesada capa está

sujeta con alfileres sobre sus hombros y cortinas detrás de él por un buen trecho. Los rayos


de la luz de la mañana se posa en el balcón solo lo justo, en una parte del diseño

intencionado del palacio, y lo ilumina con un resplandor.

Después me doy cuenta que trajo un prisionero con él.

—Oh. —Respiro con el corazón oprimido.

Dos Inquisidores aparecen, arrastrando entre ellos a un chico con un cabello largo y

negro, su fina complexión cargada con cadenas, con su cabeza inclinada hacia atrás

mientras Teren ahora presiona una espada contra su garganta. Las togas escarlatas del chico

rico están desgarradas y sucias. Su rostro es solemne, pero lo reconozco inmediatamente.

Es Raffaele.

Es mi culpa que él esté aquí.

Teren alza su brazo libre.

—Ciudadanos de Estenzia —grita—. Con el corazón lleno de una gran tristeza doy esta

noticia… —Hace una pausa—. El rey está muerto. En su lugar, su majestad, la reina

Giulietta, gobernará. Mañana en la noche, el funeral del rey tendrá lugar en la arena de

Estenzia. Están obligados a asistir.

Hace una pausa antes de continuar.

—No habrá cambios en la manera en que trataremos con los traidores y las

abominaciones. Su majestad no tolera los crimines contra la corona.

Si Enzo hubiera tenido éxito, podría haber matado a su hermana, la reina, también.

Sus nobles habrían hecho su movimiento, ofreciendo su apoyo. Él podía estar haciendo su

movimiento ahora. Pero no lo haría. No con Raffaele estando como prisionero así. Y me doy

cuenta, de repente, que esta es la razón por la que Teren, y no Giulietta, está dirigiéndose a

la multitud. Ella sabe que tiene que protegerse.

La muerte del rey empieza a verse más y más clara para mí.

Observo cómo Teren aumenta con más fuerza su agarre sobre Raffaele. Raffaele hace

una mueca de dolor cuando la espada se clava en la piel de su cuello.

—De rodillas —le ordena Teren.

Raffaele lo hace mientras se lo dice. Su túnica escarlata gira a su alrededor en un

círculo. La energía en mi pecho da sacudidas de manera dolorosa.

Teren asiente a la multitud.

—Desde este día en adelante —dice—, todos los malfettos serán expulsados de la

ciudad. Serán trasladados a la periferia de la ciudad y separados de la sociedad.

El silencio de la multitud se rompe. Murmullos. Jadeos. Luego, gritos. Violetta y yo

solo miramos, nuestras manos unidas con temor. ¿Qué haría la Inquisición con ellos, una

vez que sean expulsados a los suburbios?

Teren alza su voz sobre el caos.

—Todos los que entreguen a los rebeldes malfettos a la Inquisición serán

recompensados con oro. Todos los que se resistan a esta orden, o se encuentren escondiendo

a malfettos, serán ejecutados.


¿Puedo alcanzar a Raffaele? ¿Puede cualquiera de nosotros? Estudio la plaza. Es

imposible acercarse lo suficiente sin llamar la atención, y con Teren sosteniendo la vida de

Raffaele por la garganta, no podemos permitirnos un desliz. Demasiados Inquisidores

rodeando la plaza como para acercarme a cualquier lugar, especialmente en mi estado de

debilidad. No podemos salvarlo aquí.

Violetta gira su cabeza. Una extraña y pensativa expresión aparece en su rostro.

—Hay otros Élites ahí fuera —susurra.

Me lleva un momento recordar lo que su poder significa, ella también puede hacer lo

que Raffaele hace, puede decir cuando otro Élite está cerca. La miro de repente.

—¿Al lado de Teren?

Asiente.

—¿Cuántos?

Violetta se concentra por un momento, contándolos. Finalmente, me responde.

—Cuatro.

Cuatro. Los otros están aquí. Enzo está vigilando.

Teren escanea a la multitud mientras su voz continua sonando por la plaza.

—Los malfettos son una lacra en nuestra población. Son más inferiores que los perros.

Indignos. —Teren se agacha para agarrar a Raffaele por su cabello, jalándolo, poniéndolo de

pie, y presiona su espada con más fuerza contra la garganta de Raffaele—. Las personas

como éstas son una maldición para nuestro país. Son la razón de por qué sus vidas son

miserables. De cuanto más malfettos nos libremos, en mejores circunstancias estará nuestro

país. Mejor estarán. —Su voz alzándose—. ¿Ves esto, Verdugo?

Él está tratando de tentarnos a salir. La multitud se mueve, con inquietud y

desasosiego. La gente mira hacia los tejados y por los callejones. Justo como lo hicieron en

mi hoguera.

Teren entrecierra los ojos.

—Sé que estás viendo. He oído que este despreciable chico es valioso para ti. Así que

vamos a hacer un trato. Entrégate. Si no lo haces, me verás destripar a este chico aquí

mismo en este balcón.

Enzo no mordería el anzuelo. Estamos completamente atrapados. Miro con

desesperación de Raffaele a los tejados donde creo que Enzo podría estar al asecho

esperando, observando. No hay otra forma de salvarlo. Ninguna. Vamos a verlo morir.

Justo cuando creo que todo está perdido, un grito se alza desde alguien en la multitud.

Luego otra. Y arriba en los tejados, una borrosa figura está parada delante de toda la plaza.

Es Enzo.

Su rostro está oculto detrás de su máscara plateada, pero sus palabras resuenan claras

y nítidas. Gélidas por la furia. Miro con mi corazón a punto de salirse por la garganta.

—Déjame ofrecerle un trato, Líder Inquisidor —grita—. Y dejémoslo jurado aquí ante

los dioses. Te reto a un duelo. En la mañana del funeral del rey, me reuniré contigo en un

combate abierto en la arena de Estenzia. Lucharé solo contra usted.


La multitud no se ha ido completamente. Están pendientes de cada una de sus

palabras. Los Inquisidores en los tejados corren rápidamente hacia Enzo, pero sé que él

puede desaparecer en un abrir y cerrar de ojos si cualquiera de ellos se acercan demasiado.

Teren debe saberlo también, porque levanta una mano y les hace una indicación para que se

detengan.

—Si gano, Líder Inquisidor —continúa Enzo—, entonces la Inquisición pondrá en

libertad al chico que mantiene como rehén. Será perdonado de cualquier acusación de delito

y se le permitirá caminar libre e ileso. —Hay una larga pausa prolongada—. Si usted gana,

entonces yo estaré muerto.

Ésta va a ser una lucha a muerte.

Teren y Enzo se quedan mirándose fijamente por mucho tiempo. Nadie habla.

Finalmente, una pequeña sonrisa se extiende sobre el rostro de Teren. Envía un simple

asentimiento en la dirección de Enzo.

—Muy bien, Verdugo. Con los dioses como nuestros testigos, nos batiremos a duelo.



V

amos de regreso a la seguridad de las catacumbas. Cuando la noche comienza

a caer, extendiendo sus largas sombras en toda la ciudad, finalmente me

atrevo a dejar los túneles y llevar a Violetta más lejos en la ciudad.

—¿Por dónde se dirigieron?

La voz de Violetta es forzada y sin aliento mientras se apresura detrás de

mí, sosteniendo mi mano. Pasamos a través de las oscuras calles en una carrera ciega,

dependiendo solo de lo que recuerdo de la ciudad.

—Son cada vez más débiles —contesta—. A la derecha. Creo que se podrían haber ido

por ese camino. —Gesticula hacia donde empieza una serie de edificios rodeados por arcos.

La universidad.

—Esta es una de sus casas de seguridad. —No debería regresar con los Dagas. Pero con

Raffaele detenido como rehén y Enzo preparándose para el duelo con Teren en la arena

mañana, siento la llamada de los vínculos que he formado en las últimas semanas. Mis pasos

se apresuran. No puedo dejar a Raffaele morir así.

Quizás Dante era el único que quería deshacerse de mí. Quizás aún pueda ser una Daga

y ellos se preocupen por mí, y quizás todavía pueda pertenecerles.

¿Mintiéndote a ti misma una vez más, mi querida?, susurra la voz de mi padre en mi

cabeza. La ignoro.

—Por aquí —digo después de un momento. Nos apresuramos.

Finalmente nos acercamos a la universidad y hago una pausa para encontrar la entrada

a las catacumbas y dirigirnos hacia abajo. Sería demasiado peligroso para nosotras entrar en

el claro de la universidad cuando los Inquisidores podrían estar patrullando sus pasillos.

Atravesando las catacumbas, encuentro las desgastadas escaleras que conducen hasta el

interior de un oscuro salón en la universidad. Tomo los escalones de a uno a la vez, con

cuidado de no resbalar. Detrás de mí, Violetta está extenuada. Su poder debe drenarla

mucho más rápidamente que el mío.

—Están aquí —susurra.

Me detengo frente a la puerta en la parte superior de las escaleras, luego pongo mi

mano en la joya incrustada en la madera. Se abre.

Salimos del subterráneo. El pasillo está tan silencioso que aún podemos escuchar el

ruido fuera de las paredes de la universidad, los sonidos de las patrullas de la Inquisición

marchando en estridentes multitudes. Lo próximo que escucho son voces que vienen


de dentro, voces que conozco. Me encojo en la oscuridad y Violetta sigue mi ejemplo. La

primera voz que reconozco es de Lucent. Suena frustrada.

—Le matará incluso antes de que llegue la mañana, ¿cómo puede creer una palabra de

lo que él dice?

Hago una pausa de un segundo más, recogiéndome y luego comienzo a apurarnos

hacia las voces. Violetta me sigue por detrás. Nos conduzco al edificio principal de la

universidad donde las puertas están cerradas con llave. Luz se filtra por los vidrios encima

de nosotras. Y allí, en el centro del lugar, hay varias figuras que reconozco demasiado bien.

Se detienen al vernos también.

Respiro profundo. Luego salgo de la oscuridad.

—¿Dónde estabas? —pregunta Lucent primero.

No tengo ni idea de cómo responder. ¿Por dónde empezar?

Enzo pidió una pequeña habitación en el edificio de apartamentos de la universidad

para nosotros y ahora Violetta y yo estamos dentro, descansando en el pequeño catre doble.

Lucent está en la puerta, preguntándome con los brazos cruzados sobre el pecho. Enzo está

sentado en la única silla en la esquina de la habitación, mientras que Gemma y Michel están

en el borde de una de las camas. Violetta permanece cerca de mí en la otra cama, callada y

todavía temblando ligeramente. Me alegro de que esté demasiado asustada como para

hablar.

Miro a Enzo, quien se inclina hacia adelante en su silla y apoya la barbilla en la parte

superior de sus manos. Me mira en silencio.

—Teren amenazó con matar a mi hermana —respondo—. La mantenía en las

mazmorras de la Torre de Inquisición.

Enzo entrecierra sus ojos.

—¿Cuándo tuviste tu primer encuentro con Teren?

Hace semanas. No puedo aguantarme de decir:

—Él me amenazó durante las Lunas de Primavera, antes de luchar contigo.

Michel frunce las cejas.

—¿Por qué no lo dijiste? —pregunta.

Vacilo.


—No creí que me ayudarían —me decido a decir. Y es la verdad—. Era demasiado

arriesgado implicarlos a todos tan cerca de la fecha del torneo.

Lucent resopla y se gira en la puerta para que vea su perfil. No va ir tan lejos como para

acusarme de traición, pero lo siento en cada una de las líneas de su cuerpo. Ella no confía en

mí. Su respeto por mí se ha marchitado para hacer espacio a la sospecha. Me digo que debo

mantener la calma. A pesar de que el apresamiento de Raffaele es una gran parte de por qué

he vuelto con los Dagas, en este momento estoy aliviada de que él no esté aquí con los

demás. Probablemente sentiría las mentiras que estoy tejiendo.

Mi mirada se desvía de vuelta a Enzo, que se queda en silencio por un largo tiempo. No

me responde, pero no habla en mi contra tampoco. Finalmente, se endereza en su silla y nos

contempla a todos.

—Teren no va a cumplir su palabra —dice—. No cometan errores. Cuando peleemos

mañana, él los utilizará como una oportunidad de matarnos no solo a mí, sino al resto de

nosotros. No va a soltar a Raffaele. Él sabe que todos vamos a estar en la multitud de la

arena y quiere que sea la última confrontación. Quiere una batalla final mañana.

Enzo está incluyéndome en los planes. Aún soy una de ellos.

—¿Cuál exactamente es el plan entonces, Verdugo? —dice Lucent—. El rey ha muerto y

tu hermana tiene a Teren bajo su pulgar. Los inquisidores están vigilando a cada malfetto a

la vista. ¿Cómo hacernos cargo de Giulietta?

—Giulietta nunca mostrará su rostro en la arena mañana —responde Enzo—. Va estar

escondida, protegida por sus guardias. Mañana por la mañana, nuestros patrones restantes

enviarán a sus seguidores a atacar la arena. Rescataremos a Raffaele y mataré a Teren. —Su

mandíbula se tensa—. Vamos a corresponder su guerra. —Me mira—. Necesito tu ayuda.

Cuando nos besamos en el patio, me digo a mí misma, rodeados por la lluvia y por

faroles, ¿ibas en serio? ¿Qué es lo que realmente quieres de mí?

Finalmente le doy un pequeño asentimiento.

A mi lado, Violetta se mueve. Los ojos de todos se vuelven hacia ella. Cuando no habla,

lo hago por ella.

—Traje a mi hermana aquí no solo para proteger su vida —digo—, sino porque puede

ayudarnos. Tiene algo que puede cambiar la corriente.

Michel le da una mirada escéptica.

—¿Eres una malfetto? —La mira, buscando en vano alguna señal de ello.

—Es una Élite —respondo—. Creo que lo que hace carece de marcas. —Mi mirada

vuelve a Enzo—. Tiene la capacidad de quitar otros poderes.

Silencio. Y atención. Enzo se inclina en su silla, contemplándonos a ambas

cuidadosamente y entonces, aprieta sus labios. Sé que todo el mundo está pensando

exactamente lo mismo.

Violetta puede ayudarnos a matar a Teren.

—Bueno —dice—. Veamos qué puede hacer.


La fiebre de Violetta continúa esa noche, un grave ardor que la deja en un extraño

estado de medio inconsciencia. Me murmura ahora y después. Sostengo su mano hasta que

los susurros paran y su respiración se establece.

Hay silencio en la residencia de la universidad. Los demás deben haberse retirado a sus

aposentos para ahora, aunque dudo que nadie esté completamente dormido. Quiero salir al

exterior, alejarme de mi hermana por un momento y dejar que el aire fresco de la noche

aclare mis sentidos. Pero los Dagas nos han encerrado en nuestra habitación. Lucent dice

que es por mi seguridad, pero puedo percibir la sutil sugerencia de miedo que persiste

detrás de sus palabras. Hay paredes elevándose lentamente entre nosotras.

El sonido de acero resonando en el pasillo me llama la atención. Me siento, más alerta

ahora. Por un instante, creo que podrían ser Inquisidores. Habrán descubierto nuestro

escondite aquí y vienen por nosotros. Pero cuanto más lo escucho, más me doy cuenta de

que el sonido proviene de una espada, su solitario ruido haciendo eco cada pocos segundos

desde alguna lejana habitación. Me levanto de la cama y aprieto mi oreja contra la puerta.

Suena como una espada.

La escucho durante un tiempo, hasta que finalmente se detiene. Pasos se aproximan

por el pasillo. Me aparto de la puerta. Segundos más tarde, hay un suave golpe. Me toma un

momento responder.

—¿Sí?

—Soy yo.

La voz de Enzo. Permanezco inmóvil y un momento después oigo el clic del

desbloqueo. La puerta se abre un poco para revelar parte del rostro de Enzo. Devuelve mi

mirada fija por un momento antes de que su mirada recaiga en la forma frágil de Violetta.

—¿Cómo está? —pregunta.

—Solo necesita descanso —respondo—. La he visto así lo suficiente. Parece que sucede

después de que usa sus poderes.

—Ven conmigo —dice después de un momento. Deja la puerta entreabierta y me señala

para que lo siga.

Vacilo, y por un instante temo que este será el momento en que Enzo finalmente se

encargue de mí de una vez por todas. Pero espera pacientemente y después de un rato, me

levanto y lo sigo fuera de la habitación. Una mirada hacia él envía un cálido flujo a través de

mí. Está vestido con ropa simple esta noche, su camiseta de lino suelta sobre su torso, sus


cordones desechos revelando su piel por debajo. Su cabello está incontrolable y suelto, una

melena pelirroja oscura que cae ligeramente más allá de sus hombros. Una mano sostiene

una espada. Eso es lo que había estado sonando en el pasillo. Enzo debe haber estado

entrenando para el duelo de mañana.

Lo sigo por el pasillo con pasos ligeros hasta que llegamos a la puerta de su habitación.

Entramos sin hacer ruido. Ahí dentro, el rostro de Enzo está apenas iluminado por las

suaves velas. Mi corazón golpea en mi pecho. Me quedo cerca de la puerta mientras él gira

alrededor de la pequeña mesa junto a su cama y utiliza su energía para reforzar el

resplandor de la vela. Su camisa suelta revela la piel de la parte inferior de su cuello. El

silencio se coloca fuertemente entre nosotros. Hace una seña a la silla del escritorio.

—Siéntate, por favor. —Entonces, se apoya contra el borde de su cama.

Me siento. Un largo silencio se establece entre nosotros. Ahora que estamos solos, sus

ojos son suaves, no la dura, oscura mirada a la que estoy tan acostumbrada, sino la misma

blandura que vi cuando nos besamos en el patio. Me estudia. Hay una nube de temor

cerniéndose alrededor suyo esta noche, sutil pero importante. ¿Tiene miedo de mí?

—Dime. ¿Por qué te escapaste realmente? —pregunta—. Había otra razón que no era tu

hermana. ¿No estaba allí?

Él lo sabe. Un repentino temor me inunda. No sabe sobre Dante, ¿cómo podría? Está

cavando en busca de otra cosa. Lentamente, me permito repasar la noche en que cubrí todo

el piso de mi habitación con visiones de sangre, cuando garabateé palabras de ira en mi

pared.

—¿Es cierto? —contesto finalmente —. ¿Lo que te dijo Dante en el pasillo esa noche?

Acerca de… ¿deshacerte de mí?

Enzo no luce sorprendido. Sospechó mi razón todo este tiempo.

—Estuviste allí en el salón —dice.

Asiento sin palabras. Al cabo de un rato, aclara su garganta.

—Las opiniones de Dante eran solo suyas. —Después, añade en un tono más suave—:

No voy a hacerte daño.

Eran. Tiemblo. De repente, la habitación parece más fría.

—¿Que le sucedió a Dante? —pregunto.

Enzo se detiene por un momento. Entonces me mira otra vez. Me dice cómo todos ellos

buscaron por la ciudad esa noche después de ver Inquisidores inundando las calles. Cómo se

separaron. Cómo todos volvieron, salvo uno. Cómo Lucent fue la que descubrió el cuerpo de

Dante en un callejón. La historia despierta los susurros en mi mente, llamándolos de vuelta

a la superficie, así que por un momento apenas escucho a Enzo a través de los silbidos de

mis pensamientos. Dante se lo merecía, dicen los susurros. Murmuro mis condolencias a

través de una confusión y Enzo se lo toma todo con una cara serena.

¿Cuánto tiempo podré mantener esta mentira?

Caemos en un largo silencio. Mientras los segundos pasan, siento una nueva energía

procedente de Enzo, algo demasiado familiar para mí pero extraño de él. Lo miro por un

tiempo antes de estar segura de lo que estoy sintiendo. Tiene miedo.


—¿Estás listo para mañana? —susurro.

Enzo vacila. Es tan diferente a él ésta aura de miedo. Envía un dolor en mi pecho y me

levanto de la silla para acercarme a él. Dante estaba equivocado. Tengo que significar algo

para él. Debe preocuparse por mí.

Enzo me mira acercarme. No se mueve. Cuando he llegado a sentarme junto a él, algo

de su tensión parece aflojarse y su expresión se suaviza, dejándome entrar.

—El padre de Teren me enseñó a luchar —dice de una manera prosaica—. Soy bueno.

Pero Teren es mucho mejor.

Pienso en el pasado, en cómo los dos se enfrentaron entre sí antes, primero en mi

quemada y después en las Lunas de Primavera.

Cada vez, los enfrentamientos duraron solo unos segundos. ¿Qué va a pasar mañana

por la mañana, cuando se enfrenten en una lucha a muerte?

—¿Siempre nos ha odiado tanto? —susurro.

Enzo me da una sonrisa irónica.

—No. No siempre.

Espero un momento y pronto Enzo empieza a hablar. Revela la historia de ellos como

niños, peleando juntos, y mientras escucho, el mundo que me rodea se desvanece hasta que

me siento como si estuviera en el patio del palacio hace años, mirando cómo un joven

príncipe y un hijo de Inquisidor se enfrentan el uno al otro en una tarde soleada. Son muy

jóvenes, Enzo con ocho, Teren con nueve, los dos todavía sin particularidades. La fiebre de

sangre no ha alcanzado aún a Estenzia. Lo ojos de Teren están de un azul más profundo

entonces, pero iluminados con la misma intensidad. Junto a ellos, el antiguo Inquisidor

Lead mira y grita instrucciones mientras los chicos luchan. Él es cuidadoso de no criticar al

príncipe heredero, pero sus palabras caen duramente en su propio hijo, endureciéndolo.

Enzo le grita al hombre a veces, defendiendo a Teren. Teren se inclina hacia Enzo después

de cada lucha, felicitándolo.

Mientras escucho, imagino la diferencia entre los dos muchachos. Enzo mismo debe

haber luchado como un joven, pero Teren… Su intensidad suena diferente a la de un niño,

incluso aterradora.

—Atacaba como si fuera para matar —dice Enzo—. Me gustaba entrenarme con él,

porque era mucho mejor que yo. Pero no era cruel. Era solo un niño.

Enzo se detiene y la escena se desvanece.

—Años más tarde, la fiebre arrasó —continúa—. Ambos salimos marcados. El padre de

Teren murió. Después, me pasearía por el patio y Teren ya no estaría allí, ansioso por las

tardes de sesiones peleando. En su lugar, pasaba sus días murmurando en los templos, de

luto por su padre, construyendo su auto-desprecio, adoptando la doctrina de la Inquisición

de que los malfettos eran demonios maldecidos. No creo que nos odiara, no todavía, porque

ninguno de nosotros sabía aún de nuestros poderes. Pero vi el cambio en él y también en mi

hermana. —Su mandíbula se tensó—. Desde que se convirtió en el principal Inquisidor, cazó

Élites, así como a los que ayudan a los Élites.

Algo en la forma en que dice eso desata un recuerdo. Cuesta toda mi fuerza preguntar:

—¿Daphne? —digo tímidamente.


Enzo me mira. Un indicio de algo familiar baila en sus ojos y deseo no saber lo que

significa. El dolor que proviene de él, una emoción de oscuridad, ira, culpa y dolor, brilla en

el aire como innumerables hilos de energía.

—Su nombre era Daphne Chouryana —dice—. Chica Tamouran, como podrías decirle.

Era aprendiz en una farmacia local.

Sus palabras pican en mi corazón, una por una, recordándome que las cosas que ama

de mí podrían no haber sido mías en absoluto. Debe verla en mi rostro, en el color de mi

piel. Debe verla cada vez que me mira.

—Ella le pasaba a escondidas hierbas ilegales y polvos de la farmacia a malfettos para

ayudarles a ocultar sus marcas —siguió—. Tintes que cambiaban temporalmente el color de

su cabello, cremas que borraban temporalmente marcas oscuras en la piel. Era una amiga

para nosotros. Cuando descubrimos por primera vez a Dante, aún herido en batalla, ella le

cuidó hasta sanarse.

—La amabas —digo suavemente, triste por su pérdida y amarga por mí.

Enzo no admite esto directamente. No lo necesita.

—Un príncipe malfetto sigue siendo un príncipe. No podía casarme con ella. No era de

una familia noble. No importaba, al final.

No quiero preguntar los detalles de lo que le sucedió. En lugar de ello, inclino mi

cabeza con respeto.

—Lo siento.

Enzo asiente, aceptando mis condolencias.

—Así que esto irá por todos nosotros. Tenemos que avanzar.

Parece cansado y me pregunto si tiene que ver con los pensamientos de Daphne o su

dolor por Teren. Quizás ambos.

En el silencio que sigue, se inclina hacia mí hasta que estamos separados solo por

centímetros. El brillo en sus ojos me atrae. Hay una sensación de melancolía en ellos, una

profundidad oscura que tal vez nunca entienda. Toca mi barbilla. Su calor me atraviesa y me

doy cuenta de lo mucho que he echado de menos esto mientras se inclina.

—Sé quién eres —susurra Enzo, como si pudiera sentir el pensamiento en mi

cabeza. ¿Te preocupas por mí solo por Daphne?

No. Él me conoce. Se preocupa por mí, por quien soy.

El pensamiento me inunda con emocionante velocidad, despertando todos mis

sentidos. Sus besos son suaves esta vez, uno tras otro, pacientes y tanteando. Sus manos

rozan las mías, hasta mis brazos, atrayéndome. Nada nos separa excepto la fina tela de mi

camisón y su camiseta de lino y cuando me arrastra a su abrazo, su calor provoca chispas

contra mi piel. Mi alineamiento hacia la pasión ruge, enviando mi energía a través de mí,

desesperada por entrelazar estos hilos oscuros con los propios de Enzo, atrapándole. Me

provoca mareos, lo mismo que sentí esa noche en el callejón, la noche que me obligué a no

recordar. Estoy fuera de control. No puedo parar.

Él se aleja. Después, inclina la cabeza contra la mía y suspira.


—Quédate —susurra. Y sé que el aura de miedo en torno a él es por mañana, por lo que

pueda sucedernos a todos nosotros, que tal vez no pueda salvar la vida de Raffaele, que no

pueda ganar contra Teren, que por la mañana pueda salir de este lugar y no volver. Tiene

miedo y lo deja vulnerable esta noche. Trato de olvidarme de mis propios miedos, poniendo

mis manos en su rostro, después pasándolas hacia bajo para sujetar su cuello.

Después de un momento, asiento sin decir una palabra. Se sienta junto a mí mientras

me doblo en un lado de la cama y luego aparta mi brillante cabello de mi frente.

Instintivamente, me estremezco cuando sus ojos se posan en el lado roto de mi rostro, pero

no reacciona. Sus dedos pasan suavemente por mis cicatrices. Dejan un camino de calor a

sus secuelas. Me reconforta, dejándome soñolienta. Sus ojos se cierran finalmente y su

respiración se vuelve regular. Me encuentro hundiéndome en la comodidad de dormir

también. Me concentro en la sensación hasta que no siento nada más, hasta que caigo en

una inquieta pesadilla de demonios, hermanas, padres y palabras de un joven Inquisidor

con ojos azul claro.



oy se supone que es el primer día del Torneo de Tormentas. En cambio, es

H

un final con la Inquisición.

La plaza principal de Estenzian, generalmente abierta y despejada, se

ha transformado en un mercado en expansión de improvisados puestos de

madera y banderas de colores, un mar de tiendas y gente que rodea la arena

principal aglomerándose en el puerto. Pero con el torneo de hoy, ahora un funeral para el

rey y un desafío a los Dagas, el ambiente es ominoso y extrañamente tranquilo teniendo en

cuenta cuántas personas están inundándolo. Aquí y allá, líneas de Inquisidores observan las

masas. Teren quiere que el público nos vea muertos frente a sus ojos.

Camino con Violetta entre la multitud. Sin invisibilidad en este momento; es

demasiado difícil para mí mantener una ilusión cambiante el tiempo que la necesitamos, y

con tanta gente, levantaríamos sospecha al instante en que otros chocaran hombros con

nosotros. Tengo que guardar mi energía para nuestro ataque. En lugar de ello, he entretejido

la ilusión de diferentes rostros sobre cada uno de los nuestros. Cambié mi ojo oscuro y el

lado arruinado de mi cara por un rostro impecable con ojos verdes brillantes, cada uno de

ellos enmarcado con pestañas rubias en lugar de plateadas. Ajusté mi color de piel de oliva

oscuro a crema claro, mis labios tienen un rubor rosa pálido. Mi cabello se ve rojo y dorado,

y mi estructura ósea es diferente. Violetta, también, tiene la piel tan clara como una niña de

Beldish, y su cabello oscuro es en cambio un rubio cobrizo.

Aun así no somos perfectas. Nunca tuve tiempo para entrenarme en el dominio de la

ilusión de rostros, y aunque estoy mejorando rápidamente, hay pequeñas cosas que parecen

poco naturales. Debe funcionar si nadie mira de cerca, pero las personas que miran

demasiado tiempo nuestras caras, fruncirán el ceño, porque sabrán que algo está mal con

nosotras. Así que seguimos adelante.

En el momento en que hemos llegado a las proximidades de la arena, el sudor corre

por mi espalda.

La arena es enorme, quizás la estructura más grande que he visto nunca, filas y filas de

arcos apilados uno sobre otro en un anillo gigante de piedra. El número de Inquisidores

crece a medida que nos acercamos a la arena. Teren ha colocado un ejército de asesinos

aquí. Trato de mantener mi rostro abajo todo lo que puedo, para imitar al resto de la

multitud, y pasar a los Inquisidores sin mirarlos. Esperaba que me reconocieran, que vieran

a través de mi brillante ilusión, pero parecen creer mi apariencia siempre que ven mi cara.

Están buscando aliados de los Dagas. Hilos de miedo cubren toda la plaza, acumulándose en

el centro de la arena.

—Detente —me dice un Inquisidor. Hago una pausa, recordando verme desconcertada,

y mirar hacia el Inquisidor. Él mira mi cara. A mi lado, Violetta deja de moverse. Tomo


aliento y mantengo toda mi concentración en solidificar mi ilusión, haciendo énfasis en los

sutiles movimientos de mi cara, los poros de mi piel y los detalles de mis ojos.

El Inquisidor frunce el ceño.

—¿Nombre? —gruñe.

Levanto la barbilla y le doy mi mirada más confiada.

—Ana, de la Casa Tamerly —contesto. Asiento hacia Violetta, quien hace una

reverencia con gracia—. Mi prima.

—¿Dónde se están quedando?

Recito el nombre de un restaurante local que he visto durante las carreras de

clasificación.

—Mi padre está haciendo negocios en Estenzia durante varios meses —agrego—.

Hemos escuchado esta mañana que el funeral del rey también puede implicar una ejecución.

¿Es cierto?

El Inquisidor me echa otra mirada dudosa, pero la gente se agolpa detrás de nosotros y

no tiene tiempo que perder. Finalmente gruñe con aprobación y nos hace un gesto para que

continuemos.

—Nada que tú, Beldish, entiendas —responde—. Continúen.

No me atrevo a mirar hacia atrás, pero detrás de nosotros, le oigo volver la atención

para cuestionar la siguiente persona.

La arena se ha construido para albergar a decenas de miles de personas. Los arcos se

extienden hacia el cielo y la tierra, por lo que a pesar de que entramos en el espacio de la

planta baja, nos encontramos ahora a lo largo de una fila de bancos de piedra mirando hacia

abajo a docenas de filas por debajo de nosotros, los bancos se envuelven alrededor de la

arena en círculos antes de terminar en la parte inferior en un espacio amplio y central.

Hordas de gente se arremolina en los pasillos. Entre ellos se encuentran nuestros soldados

patronos. No puedo decir cuáles son, pero están aquí, dispersos y escondidos entre las

masas. A la espera de la señal de Enzo. Estiro el cuello, buscándolo. Violetta niega con la

cabeza, haciéndome saber que no lo siente cerca.

—Vamos —susurro, tirando de su mano—. Vamos a acercarnos más.

Nos dirigimos hacia las filas hasta que estamos casi en la parte inferior, a continuación,

tomamos nuestros asientos en la primera fila.

Ante nosotros se extiende el centro de la arena. Inundado con agua, un lago profundo

con canales se filtra en el Mar Sol; las formas oscuras de baliras se arremolinan debajo de la

superficie. Sobre el lago hay una amplia franja del camino de piedra que se extiende desde

donde Violetta y yo nos sentamos al otro lado de la arena, con una plataforma redonda

grande en el centro. Durante una celebración típica, los jinetes Balira esperan a lo largo de la

plataforma y llaman a sus baliras, y cuando las enormes criaturas irrumpían desde el agua,

los jinetes saltaban sobre sus espaldas y realizaban acrobacias impresionantes a un público

vitoreando. Juerguistas enmascarados en trajes elaborados desfilaban por el camino,

magnífico en sus colores brillantes.

No hoy. Hoy, Inquisidores envueltos en blanco se alinean a ambos lados del camino de

piedra. En el agua, las baliras rondan, sus llamadas silenciadas, inquietantes y


fantasmagóricas. Me aparto, luego escaneo el resto de la arena llenándose. Hay un manto de

miedo y ansiedad cubriendo todo el espacio. Algunos de los espectadores parecen

entusiasmados, inquietos por la promesa de sangre. Otros se quedan sentados, con sus

bocas fruncidas en líneas sombrías, susurrando entre sí. Mi inquietud aumenta con ellos.

Hilos brillan en el aire, tentándome.

Mi respiración está empezando a salir en jadeos menos profundos a medida que

continúo manteniendo nuestras ilusiones constantes en nuestros rostros. Violetta toca mi

hombro. Ella asiente hacia el extremo opuesto de la arena.

—Allí —susurra. Sigo su mirada. Enzo está en algún lugar entre la multitud.

Los Dagas deben estar en posición ahora, junto con sus simpatizantes.

Finalmente, después de lo que parecen horas, todos los Inquisidores que bordean la

arena sacan sus espadas y las izan en el aire en un saludo tradicional. Las multitudes se

callan. Miro hacia el pabellón real, donde el rey había aparecido una vez con su corona y

capa dorada.

En su lugar, el pabellón sigue vacío. Y en el otro extremo de la arena, Teren camina con

Inquisidores flanqueándolo. Un casco protege sus ojos de la vista, transformándolo en la

imagen temerosa de alguien no del todo humano. Justo en frente de él, encadenado y

custodiado por más soldados, con una venda en los ojos y una mordaza en la boca, está

Raffaele. Mi corazón comienza a latir con fuerza.

Teren se detiene en medio de la arena, luego levanta su mano a la multitud.

—¡Conciudadanos! —Su voz hace eco alrededor de la estructura central—. Es con gran

tristeza que nos reunimos hoy aquí, no en celebración, sino en duelo por la muerte de

nuestro rey. —No muy lejos de él, los Inquisidores fuerzan a Raffaele a colocarse de rodillas,

sacan sus espadas, y presionan las cuchillas contra su cuello—. Su reina los rige ahora,

Kenettran. Y con esta nueva era, serán testigos de un momento histórico, cuando nuestra

grande y gloriosa nación esté limpia de los demonios que nos han atormentado. Que han

tratado de traer terror a nosotros.

A mi lado, Violetta agarra mi mano con más fuerza. Miro hacia abajo y veo que sus

nudillos se han vuelto blancos.

Teren se gira en un gran círculo, su blanco manto se arrastra, y sonríe a la audiencia,

tranquilo.

—¡Verdugo! —grita—. Un trato es un trato. Tengo a tu pequeño amigo-consorte aquí —

hace una pausa para hacer una reverencia burlona a Raffaele—, y ambos estamos esperando

por ti. Sal, demonio. —Su sonrisa se desvanece, reemplazada por una inexpresividad

escalofriante—. Ven, para que podamos jugar.

Aguanto la respiración. Por un momento, nada más que silencio cubre la multitud. Las

personas se retuercen con inquietud, sus ojos atentos por una señal de Enzo. Mi atención se

desplaza a la larga fila de Inquisidores que recubre cada lado del camino de piedra sobre el

agua.

Uno de los Inquisidores cerca de Teren rompe la formación, luego camina hacia

adelante hasta los que se encuentran apenas a seis metros de distancia. Algunos de los

Inquisidores sacan sus espadas, pero la mayoría duda, pensando que el hombre sigue siendo

uno de ellos.


Aprieto los dientes y libero una ilusión de disfraz en el recién llegado. Una sensación

de alivio me recorre. Ante los ojos de todos, el Inquisidor se transforma poco a poco de una

blanca figura encapuchada a un chico alto con ropas oscuras, con el rostro oculto tras una

máscara de plata y la capucha en su rostro. Enzo.

Los Inquisidores que recubren la plataforma sacan sus espadas, pero Teren levanta

una mano. Se vuelve hacia donde Enzo ahora se encuentra de pie. La multitud grita, y cierro

los ojos, saboreando la ola de su miedo. Mi fuerza se construye.

Los dos están frente a frente por un momento, sin hablar. Por último, Teren inclina la

cabeza en alto.

—¿Cómo sé que es tu verdadero ser? —grita—. ¿Está tu pequeña ilusionista ocultando a

otros Élites aquí también? —Detrás de él, los Inquisidores presionan más sus espadas contra

la garganta de Raffaele.

—Sabes quién soy —responde Enzo con voz clara.

—¿Por qué debería creerte?

—¿Por qué deberías? —El tono de Enzo se vuelve burlón.

Entonces, Teren levanta la mano y se quita el casco, revelando su cabello rubio trigo.

Arroja el casco.

—Muéstrame lo que realmente eres, Verdugo —dice en voz alta, señalando con la

cabeza la máscara de plata de Enzo—. O tu amigo muere.

Enzo no vacila. Levanta la mano y retira la oscura capucha de su capa de su cara,

dejando al descubierto su cabello rojo sangre. Luego pone la mano en su máscara, tirando

de ella, y revelando su identidad a la multitud. Él, también, arroja la máscara a un lado.

—Un trato es un trato —responde Enzo.

Teren se le queda mirando con cara de piedra. La multitud observa. Todo el mundo

alrededor está sorprendido, en silencio. Me balanceo, mareada por la creciente tensión.

Nuestra ilusión de disfraz brilla en los bordes de mi visión.

—¡Es el príncipe! —grita alguien desde la arena.

Otros imitan el grito, y la revelación se propaga en la audiencia. Aunque puedo sentir

el miedo abrumador oscureciendo a las personas, también puedo sentir el crujido de

emoción, las emociones de los partidarios malfetto en la multitud y nuestros propios

patronos combatientes. En medio de la confusión, Teren asiente a Enzo.

—Nadie va a interferir —grita—. Te enfrentaré a solas, siempre y cuando seas lo

suficientemente valiente para hacer lo mismo.

Enzo inclina su cabeza una vez en respuesta.

Teren está mintiendo. Pero así somos nosotros. Esta es una batalla a punto de entrar

en erupción.

—Ha sido un largo tiempo, su alteza —dice Teren, apuntando con su espada a Enzo.

Habría esperado que su tono fuera burlón, pero en lugar de eso es serio. No hay un toque de

diversión en su voz. Para mi sorpresa, inclina la cabeza ante Enzo con auténtico respeto. —

Vamos a ver si usted ha mejorado.


Enzo retira la larga y reluciente daga de las vainas en su espalda. El metal de cada

arma se convierte en rojo, luego blanco ardiente. El fuego estalla de las manos de Enzo y

envuelve a ambos en un gran anillo, separándolos de todos los demás. El público grita.

Teren se lanza hacia delante.

Enzo ataca con sus dagas, apuntando a los ojos, pero Teren pone el hombro y protege

su cara, el golpe se desvía a pocos centímetros de su piel dura. Enzo rueda alejándose,

saltando de nuevo a sus pies, y cae sobre su enemigo de nuevo. Se rodean entre sí en un arco

lento. Enzo hace girar una daga en una de sus manos enguantadas.

—Parece vacilante esta mañana —dice Teren. Golpea a Enzo con desconcertante

velocidad. Enzo se aparta, gira, y arremete lo más fuerte que puede con los dos puñales. Uno

de ellos se las arregla para hacer impacto, golpeando a Teren en algún lugar de su costado,

pero parece como si alguien estuviera tratando de apuñalar a través de la madera blanda.

Teren gruñe, pero en el instante en que la hoja deja su costado, sonríe—. Usa tu fuego,

Verdugo —se burla—. Dame un desafío.

Enzo ataca de nuevo. Esta vez, sus espadas estallan en llamas, tallando rayas de fuego

en el aire cuando se lanza hacia Teren. Va a la izquierda, luego gira en el aire y corta la cara

de Teren. Efectivamente, Teren sacude su cabeza por el golpe, pero Enzo se mueve junto con

él, espadas gemelas ardiendo, anticipándose a donde va a girar, y tira su segunda daga con

saña hacia los ojos de Teren. El Inquisidor se aparta apenas en el último momento. La

espada de Enzo roza el lado de la mejilla de Teren, dejando una herida que se cierra

enseguida.

Teren sonríe.

—Mejor.

Mi turno.

Con una respiración profunda, dejo caer los disfraces de Violetta y yo, luego nos

encubro inmediatamente en la invisibilidad. A nuestro alrededor, la gente jadea

conmocionada, pero ya estamos en movimiento. Voy apresuradamente a la puerta pequeña

en el borde de la fila, la que conduce a la vía del lago. Cruzamos. Los Inquisidores se alinean

en la vía, a punto de atacar si se les da la orden. Con mucho cuidado seguimos adelante.

—Dime —dice Enzo en voz alta sobre el rugido de las llamas—. ¿Por qué le das la

espalda a los que son como tú?

Teren no responde de inmediato. En cambio, saca su espada y ataca a Enzo. Enzo salta

a un lado, pero no antes de que la cuchilla arañe una línea en su brazo. Evoca una ráfaga de

fuego que se traga a Teren entero, pero Teren no muestra ningún signo de dolor. Sale de las

llamas con una sonrisa maliciosa, su piel crujiente, oscurecida, y luego regresa a la

normalidad. Los bordes de su manto se deshilachan y queman por el calor, pero la ropa en

contacto con su piel permanece intacta, como protegida por algún escudo de protección.

—Nunca les di la espalda —dice Teren—. Soy el único dispuesto a ayudar—. Mira lo que

estamos haciendo en este momento Verdugo, nuestros poderes son maldiciones de los

infiernos, y los utilizamos para destruir todo lo que tocamos.

—La destrucción es una opción. —Enzo levanta una mano, invocando llamas más

calientes, más brillantes, hasta que el fuego se vuelve de un blanco cegador y engulle a Teren

por completo. Si Teren no puede ver, no puede atacar. Enzo levanta una daga. El fuego se


desvanece y de repente en la abrupta ausencia, Enzo arroja la daga a los ojos de Teren.

Teren desvía la daga con su espada, luego coge la daga en el aire y la tira de regreso.

Enzo se tira al suelo en un barrido agraciado.

—Estoy tan maldito como tú. Sin embargo, mientras que tú continúas defendiendo a

los nacidos a partir de los restos de la fiebre de la sangre, yo estoy haciendo lo que los dioses

siempre planearon. —Los ojos claros de Teren parecen disfrutar de las llamas que los

rodean, oscureciéndose con un color aterrador. Sus labios se curvan con un gruñido.

Enzo empuja contra la cuchilla de Teren. Sus músculos aumentan de tamaño debajo de

sus mangas. Teren es simplemente demasiado fuerte, puedo ver la fuerza de Enzo

lentamente desvaneciéndose. Aun así, puedo oírlo sonando sobre la pelea.

—Tal vez lo haces porque te gustan tus poderes —grita, burlándose—, y quieres ser el

único con un regalo.

La sonrisa de Teren se desvanece.

—Qué poco sabe de mí, su alteza —responde—. Incluso después de todos estos años.

Enzo se lanza hacia delante y acuchilla a los ojos de Teren. Esta vez, su espada se las

arregla para cortar el borde del párpado de Teren antes de alejarse. Cuando mira a Enzo de

nuevo, sangre mancha la fina capa sobre su ojo izquierdo, volviendo su iris pálido a un color

rojo brillante.

Teren se lanza contra Enzo. Se mueve a un lado con él, entonces sumerge una daga

profundamente en el hombro de Enzo. Yo jadeo. Las llamas alrededor de ellos vacilan. Se

estremece, pero se las arregla para alejarse de un tirón. La cuchilla cae de su hombro.

Violetta y yo ahora estamos tan cerca que puedo sentir el calor del fuego. Estamos en

posición. ¿Lo están los demás también?

Los ojos de Teren queman. Enzo da un paso delante de Raffaele y se gira para

enfrentar a Teren de nuevo, listo para otro ataque. Sangre gotea de su hombro. Entonces,

levanta una daga en el aire y la ondea una vez.

Nuestra señal.

Varias cosas suceden a la vez. Flechas golpean a los dos Inquisidores que sostienen a

Raffaele. Una cortina de viento choca contra los otros Inquisidores cercanos a él, los arroja a

todos al agua en un coro de chillidos. Desde las profundidades de la laguna, dos baliras salen

a la superficie, cuerpos translúcidos arqueándose sobre la ruta donde Violetta y yo estamos

agachadas. Me presiono contra la piedra. Mi hermana me sigue. Las baliras envían mareas

rompiendo contra la plataforma, y rocían reluciente agua a través de todo el estadio. Sus

ojos son de color negro con furia, sus llamados atronadores. Una de ellas da una voltereta en

el aire, sus enormes alas carnosas cayendo en picada hacia una línea de Inquisidores al final

del camino de piedra. Ellos son arrastrados al agua. Otra ala enorme barre sobre nuestras

cabezas, arrojando a los Inquisidores más cercanos a nosotros.

La otra balira tiene un jinete a bordo. Gemma. Me le quedo mirando mientras su

criatura se gira, lo que la permite estirarse y tomar la mano de Raffaele. Ella tira de él con

seguridad a bordo de la espalda de la balira.

Nuestro turno. Violetta llega con su energía, al mismo tiempo que extiendo la mano

con la mía. Ella tira de los poderes de Teren lejos de él. Ya en la plataforma, los ojos de


Teren se abren como platos, se tropieza hacia atrás un paso, luego se agacha en una rodilla

como si alguien le hubiera dado un golpe violento. Violetta inhala bruscamente. No va a ser

capaz de contener sus poderes por mucho tiempo.

Dejo caer nuestra invisibilidad. Por primera vez, estamos expuestas en la arena. Enfoco

toda mi concentración y busco la energía del Enzo. En un instante, él se transforma de sí

mismo en una copia exacta de Teren.

La arena irrumpe en una escena de caos. Todos a través de las gradas, los clientes y sus

combatientes saltan al combate, atacando Inquisidores dondequiera que se encuentren,

enviando a las personas en estado de pánico. Algunos de los Inquisidores fijos en los postes

de piedra alrededor de la arena lucen a punto de unirse al duelo entre Teren y Enzo, pero

con los dos ahora iguales, parece que no puede decir cuál es cuál.

Enzo no espera. Salta hacia adelante, su daga levantada. Teren se las arregla para

elevar su espada justo a tiempo para encontrarse con la cuchilla de Enzo, pero en su

repentina debilidad, no puede desviarlo. Los dos caen de espaldas sobre el suelo, Teren

chilla cuando la espada de Enzo finalmente hace contacto, caliente y fuerte, cortando

profundamente en el hombro de Teren y quemando su carne. La segunda hoja de Enzo

busca a su corazón. Con rabia, Teren acuchilla a Enzo. Incluso ahora, él se las arregla para

forzar al príncipe a alejarse. Se tambalea a sus pies. Me toma un momento darme cuenta de

que se está riendo. Nos nota a Violetta y a mí agachadas en el borde de la plataforma. Frunce

el ceño.

—Ya era hora de que hicieras tu movimiento —grita a través del caos.

Las palabras apenas han salido de su boca cuando me doy cuenta de que los

Inquisidores, cientos, miles de ellos, están inundando a la arena. Estábamos listos para él,

pero estaba listo para nosotros también. Las personas que nos rodean saltan de sus asientos,

gritando, y luchando por la salida más cercana, pero Inquisidores cercan a todo el mundo.

Será un baño de sangre aquí, si ganamos o no.

Entrecierro mi ojo. La oscuridad creciendo en mí es abrumadora ahora, se alimentan

de la pena de todo un escenario de terror y furia. Extiendo la mano, apoderándome de esa

energía, encuentro a Teren, y tiro.

Se congela en medio de su ataque, y luego cae de rodillas. Grita de dolor mientras

conjuro la ilusión más angustiosa que pueda reunir. Enzo lo envuelve en llamas, luego se

lanza hacia delante, apuntando a sus ojos.

Esto es todo. Mi corazón salta en la anticipación. Va a matar Teren.

Algo frío empuja violentamente contra mi energía. Jadeo. Teren está peleando

conmigo. Mi ilusión en él vacila, entonces se rompe. Violetta pone una mano en la frente y

se tambalea hacia atrás.

—No puedo aguantar —me dice con voz ronca, antes de caer de rodillas. Fuera, en la

arena, Teren toma una profunda bocanada de alivio cuando su piel quemada comienza a

sanar. Empieza a luchar. La ventana de su herida fatal se está cerrando. Miro a mi hermana.

Sus ojos se voltean, y, exhausta, se desmaya en el camino. Mi concentración se tambalea.

—Violetta —le gritó, agarrando su brazo. Entonces miro hacia donde Enzo está

luchando con Teren. Mi ilusión sobre Enzo ha desaparecido también, y su oscura figura de

túnica en contraste rígida contra el uniforme blanco de Teren.


—¡Déjala! —Cuando miro hacia arriba, veo a Michel de pie junto a nosotros, los ojos

desorbitados. Se nos ha unido en la plataforma. Iza a Violetta contra él—. Hemos perforado

a través de una de las entradas… voy a sacarla. ¡Vete!

No me muevo por una fracción de segundo antes de asentir. Entonces Michel se la

lleva, y me dirijo de nuevo a la arena. Nunca en mi vida había visto tantos Inquisidores. Sus

cifras pululan en las gradas, enfrentándose con los combatientes de Enzo. En el caos, me

subo en la pared que separa los asientos del centro de la arena, la tierra sobre el camino de

piedra que rompió las aguas, me cubro con un velo de invisibilidad, y corro hacia donde

Enzo y Teren están luchando. Mi concentración se coloca en su lugar, impulsada por el

pánico, y Enzo se convierte de nuevo una imagen especular de Teren.

Pero estoy demasiado cansada. Mis poderes están empezando a deslizarse fuera de mi

control.

Me detengo a corta distancia de ellos. Luego presiono mis manos, me estiro, y tejo un

círculo de hilos de energía alrededor de Teren. Conjuro una docena de versiones de sí

mismo, idénticos en todos los sentidos, cada uno de ellos arremetiendo contra el verdadero

Teren con dagas dibujadas. La ilusión es breve, pero funciona. Teren vacila por un

momento, de repente sin saber dónde buscar. Su enemigo está en todas partes a la vez.

Enzo, el verdadero Enzo, coge a Teren alrededor de su cuello. Trata de apuñalarlo en

los ojos, pero Teren logra torcer su rostro en el último segundo. La cuchilla de Enzo corta a

través de su cuello, dejando una profunda herida. Inmediatamente, comienza a sanar. Teren

deja escapar un gruñido gorgoteante y golpea su cabeza hacia atrás, quitando a Enzo de

encima de él, entonces se tambalea hacia adelante y escupe sangre de la boca. No puedo

contener la docena de ilusiones más. Las figuras desaparecen, una vez más dejando Enzo

solo con Teren.

Teren está respirando pesadamente. Incluso él tiene sus límites. Sus ojos se bloquean

en mí otra vez. Me doy cuenta de que estoy demasiado cansada para mantener mi propia

ilusión de invisibilidad.

—Ahí lo tienes —dice, en voz baja y ronca, su rostro cincelado se convirtió en un rugido

aterrador. Su atención parpadea lejos de Enzo mientras corre hacia mí—. Pequeña

ilusionista.

Luego sucede.

Teren se lanza hacia mí. Su espada me corta profundamente sobre mi pecho, cortando

a través de mis ropas, y mi piel. El dolor me golpea en todas partes. Me caigo. Mi cabeza

golpea el suelo lo suficiente para hacer que mi mundo gire. De repente, todo se ralentiza.

Levanto mi mano y la veo manchada con mi propia sangre. Trato de alcanzar mi energía,

pero todo se mueve muy lentamente, y mis pensamientos se forman en piezas inconexas.

Ilusiones rotas parpadean a mi alrededor, mis poderes se vuelven inestables y

descontrolados. A través de ello, Enzo se precipita hacia nosotros. Me he... golpeado la

cabeza...

Teren se apresura a mí con su espada. Todo lo que veo son sus pálidos ojos furiosos.

Una pesadilla.

Lo ataco a ciegas con mis ilusiones. Teren está allí, desdibujado ante mí. Trato de

gritarle, pero no puedo formar el pensamiento. Mis poderes chispean salvajemente fuera de


control. El rostro de Teren se transforma en Dante, luego de vuelta otra vez. Una memoria

encaja en su lugar. De repente veo ante mí un millón de hilos brillantes. Lo maté en ese

callejón oscuro, en la noche que el rey murió. Lo maté con una ilusión de dolor extremo.

Llego hasta mi pecho, encontrando lo último de mi fuerza, y tiro de la energía de

Teren. Que sienta agonía como nunca antes. Deja que sufra. Pongo todo lo que tengo en

esto, dejando que mi odio hacia él fuera de control.

Teren deja escapar un grito desgarrador de dolor. Cae de rodillas.

Espera. Esto no está bien.

Parpadeo, confundida, tratando de aclarar mis pensamientos nebulosos. Mis ilusiones

siguen trabajando en él, salvaje y sin control y sin ataduras, ciegos. Ciegos. Entonces me doy

cuenta de por qué soy capaz de afectar a Teren. Él no puede ser herido. Y Violetta no está

aquí para detenerlo.

Y ahí es cuando me doy cuenta, con horror, que he atacado a Enzo en su lugar. Enzo

era el que había corrido hacia mí, se había movido hacia mí en un intento de protegerme.

Enzo es al que puse de rodillas.

Tiro de mis poderes al instante, pero es demasiado tarde. Teren, el Teren real,

aprovecha el momento. Toma la espada. La hunde en lo más profundo en el pecho de Enzo.

Lo atraviesa por completo, el punto sangriento emergente de la espalda de Enzo justo entre

los omóplatos.

No.

Enzo deja escapar un terrible grito de asombro. La boca de Teren se aprieta en triunfo.

Agarra la túnica de Enzo en un puño, y luego le da un tirón más cerca, empujando la espada

aún más profundo. No me puedo mover. No se me ocurre. Ni siquiera puedo gritar. Mi

mano temblorosa lo alcanza, pero estoy demasiado débil para hacer otra cosa. Todos mis

poderes se deshacen en el momento en que hubieran importado más. Me esfuerzo por

recuperar el control, pero no hace ninguna diferencia ahora. Enzo se sacude en la hoja.

Teren tira de él cerca y se inclina hacia su oreja. De alguna manera, en medio del caos de la

arena, las palabras del Inquisidor líder suenan claras.

—Yo gano —dice. Por un momento, sus ojos se encuentran; los de Teren, pálidos,

pulsantes, fuera de sí; los de Enzo, oscuros, escarlata, muriendo. Entonces saca su espada.

Enzo cae al suelo. Corro a su figura caída, como si esto solo fuera una ilusión, pero se queda

quieto e inmóvil. En algún lugar, la voz de Teren me alcanza—. Gracias por tu ayuda —dice.

Pongo mis manos en la cara de Enzo. Su nombre se cae de mis labios, ronca por el

dolor. Había arremetido contra él con toda mi furia, pero esa furia era dirigida a Teren, ¿o

realmente mi ira internalizada era para Enzo, por usarme, por darme esperanza? Tal vez

todavía hay una oportunidad. Él lucha, con sus últimas fuerzas, para mirarme. ¿Qué es lo

que veo allí? ¿Es la traición? Estoy llorando, lágrimas llenan mi visión y se derraman por mi

mejilla. No hay nada que hacer.

Enzo me mira. Parpadea rápidamente mientras trata de decir algo, pero la sangre sale

borboteando de su boca. Tose. Motas rojas aterrizan en mi brazo. Miro con incredulidad

mientras sus ojos se encuentran con los míos por última vez. Entonces su vida se desvanece.

Sólo así.

Mi mente se pone en blanco. El mundo gira en silencio.


El cielo sobre nosotros parpadea, luego se vuelve de un tono furioso de escarlata, una

visión de la sangre, profunda y oscura. Me agacho, mis manos rasgan el suelo, mis

emociones desbordándose, mi energía subiendo a un nivel que nunca había sentido antes.

Mi mirada fija en Teren. Me arrojo impotente contra su invencible poder, tratando

desesperadamente de captarlo de alguna manera, de hacerle daño, hacerle daño, hacerle

daño. Pero no puedo. Soy una inútil.

Él me podría matar ahora mismo, si quisiera. Pero ya no usa su sonrisa misteriosa o su

diversión fría. Parece serio, grave y pensativo.

—Tu lugar no está con ellos, Adelina Amouteru —dice—. Perteneces a mi lado.

De alguna manera, en algún lugar, una cortina de viento me levanta en el aire. Lucho

contra ella, queriendo quedarme en la arena. Quiero destruir a Teren. Pero siento los brazos

de Lucent envolverse alrededor de mí, y luego tira de mí hacia la parte trasera de una balira.

Por debajo de nosotros se encuentra los restos de la arena, los muertos y los moribundos, el

humo y la carnicería, los mantos blancos esparcidos en grupos, los cuerpos de los muertos

que habían luchado por Enzo.

Nada de eso importa ahora. El príncipe está muerto.


eren observaba a los Elites que huían, mientras el espíritu del príncipe

T

abandonaba su cuerpo. Detrás de ellos hay Inquisidores en las espaldas de

baliras, persiguiéndolos. Teren mira durante un momento, el rostro muerto

de Enzo mientras ellos se iban. El rostro del joven príncipe era gris y sin vida,

los ojos cerrados y el corazón inmóvil. La sangre mancha el suelo de la

plataforma de arena.

Teren permanece tranquilo. No sonríe. Enzo, a quien recordaba de su infancia, el chico

que siempre lo defendió frente a su padre. Qué vergüenza que él fuera el Verdugo, todo el

tiempo. Tenía que ser terminado. Sucio malfetto. Ahora el mundo es un lugar mejor y

Giulietta puede reinar. El rostro de Teren sigue siendo un retrato tallado en piedra, pero en

el fondo de su pecho, siente una punzada de pérdida.

Qué vergüenza.



e pierdo dentro y fuera de un extraño, perturbado sueño lleno de

M

fantasmas. ¿O ilusiones? No puedo diferenciar más.

Tal vez no hay ninguna.

A veces veo a mi padre cerniéndose sobre mí, su rostro distorsionado

y sonriendo. Otras veces, aparece el rostro surcado por las lágrimas de

Violetta. Y Enzo. Enzo. Se cierne allí, un poco demasiado lejos y grito por él, luchando

contra lazos invisibles para llegar a él. Está vivo. Él está ahí. Disparos llegan de algún lugar

en la distancia. ¡Manténgala abajo! Estoy en demasiado sueño para habitar en otra cosa que

la enorme criatura que nos lleva a través del cielo, el silencio y la quietud de estos

cabalgando conmigo. Quiero abrir mi boca y decir algo. Cualquier cosa. Pero mi estado de

inconciencia me amordaza. Paso una mano a lo largo de mi pecho y siento un grueso

vendaje allí, tratando valientemente de disminuir la pérdida de mi sangre.

Mi visión se torna borrosa cuando trato de mirar alrededor a los otros, pero no puedo

enfocar lo suficiente para ver quiénes son. Miro hacia atrás para arriba en el cielo de la tarde

y cierro mis ojos. El mundo se ha desvanecido a gris con la muerte de Enzo. El único

sentimiento del que soy consciente es de la mano de Violetta en la mía, apretando y aprieto

de nuevo con la poca fuerza que tengo. Unos cuantos mechones de mi cabello se entrecruzan

sobre mi visión, son de color gris oscuro, lo más oscuro que nunca hayan sido.

Tengo un vago recuerdo de que nos deja la espalda del balira y mi variable entorno.

Rayos del atardecer cruzan a través del marco de los árboles y luciérnagas bailan en la

tiniebla. De vez en cuando, vislumbro una colina ondulante, un valle apacible lleno de verde

profundo. Las puertas de una finca. ¿Las afueras de Estenzia?

Una oleada de náuseas me golpea y cierro los ojos de nuevo. Sueño amenaza con

tirarme abajo.

La próxima vez que recobro el conocimiento, estoy acostada en un dormitorio en

penumbra, el aire azul y menguante, convirtiéndose en la noche. Por un instante, creo que

he retrocedido en el tiempo; he vuelto al momento en que los Dagas primero me salvaron y

me llevaron a la Corte Fortunata. Incluso parece igual que la misma cámara. Si espero el

tiempo suficiente, voy a ver a la criada entrar y sonreírme y Enzo seguirá su paso, sus ojos

oscuros pensativos y cautelosos, iluminados con oblicuas barras de color escarlata. Él se

inclinará hacia adelante y me preguntara si quiero lastimar a los que me han hecho daño.

Poco a poco, la cámara se desplaza hasta que quede como una habitación desconocida.

Mis ilusiones están sucediendo espontáneamente de nuevo. Me toma un largo momento

darme cuenta de que esto no es Corte Fortunata, sino alguna finca en la que nunca he estado


y que no estoy sola en absoluto, pero rodeado de los Dagas. Me quejo, luego vuelvo a mirar a

la persona que se sienta más cerca de mí.

Al momento que me muevo, todo el mundo se echa atrás con cautela alejándose.

Cuchillos aparecen en sus manos. Me congelo. Sus gestos envían un breve curso de emoción

a través de mí, sus miedos estimulando mi energía. Entonces el sentimiento desaparece,

reemplazado por un dolor agudo. Mis antiguos amigos. Tienen miedo de mí.

La persona sentada más cerca de mí es Raffaele. Él es el único que no salta lejos. Sus

magulladuras y lesiones siguen siendo prominentes, el pómulo azul y púrpura, el labio

desfigurado por un corte fino. Cicatrices rodean su cuello. Cuando Gemma se acerca a

alejarlo de mí, sin embargo, él levanta una mano y sin decir nada la detiene. Ella se aleja.

Miro hacia ellos en silencio.

—¿Dónde está mi hermana? —le susurro finalmente. Mis primeras palabras.

—Descansando —asiente Raffaele una vez hacia mí cuando ve mi expresión

alarmada—. Ella está bien.

La brecha entre yo y los otros Dagas es espesa en el aire. Me doy cuenta a través de la

niebla en mi cabeza de que todavía no están seguros de cuál es el papel que jugué en la

muerte de Enzo. Las palabras me hacen una mueca de dolor. Mi energía se mueve y Raffaele

aprieta la mandíbula.

—Has matado a Dante, ¿no? —dice Lucent. Su voz no tiene nada de la irónica

diversión que recuerdo, nada de amistad reticente y confianza que había empezado a ganar

de ella. Ahora no hay nada más que ira, retenida sólo en deferencia a Raffaele. La he perdido

por completo—. ¿Cómo lo hiciste?

Abro la boca, pero ningún sonido sale. De hecho había matado a Dante. Lo hice por

retorcer sus dolorosas ilusiones tan severamente que su corazón sangro. Mi silencio es todo

lo que Lucent necesita, sus labios se tensan y un velo de temor y malestar cubre totalmente

la habitación.

—Fue un accidente —Me ahogo. La única cosa que parezco capaz de decir,

aparentemente.

—¿Estabas trabajando con Teren? —se apresura en decir Lucent—. ¿Es ahí donde

desapareciste cuando te escapaste? ¿Fuiste a ver a la Inquisición? ¿Has hecho algún tipo de

pacto con ellos? —Su voz se eleva—. Te dio las gracias por encima del cuerpo de Enzo. Tú…

—¡No! Puedo explicarlo. —El pensamiento hace salir la ira de mí y mis ilusiones

amenazaban girar fuera de control otra vez. Las reprimo en el momento. Pero el gesto hace

que Raffaele gire preocupados ojos hacia mí. Gemma me estudia mordiéndose el labio. El

miedo sale de ella también. Mi corazón se retuerce—. Nunca lo haría. Fue un accidente. Lo

juro por los dioses.

—Bueno, ¿Raffaele? —dice Michel, cortando el silencio que sigue—. ¿Qué vamos a

hacer con ella?

La manera que Michel se dirigió a Raffaele y la forma que Gemma obedeció el simpe

gesto de la mano de Raffaele me dicen que los Dagas han designado un nuevo líder. Raffaele

niega hacia mí una vez. Sus ojos están cargados de tristeza.

—Dijiste que podrías explicarlo —dice—. Así que dinos qué pasó.


Empiece a contarle a Raffaele sobre cómo había encubierto a Enzo en la invisibilidad,

pero él me detiene con una gesto sutil.

—No —dice. Su voz se vuelve firme—. Dinos lo que pasó, desde el principio.

Mis labios tiemblan. La verdad. No me atrevo, como siempre.

Pero entonces me vengo abajo. En voz balbuceante, finalmente lo hago.

Le cuento a Raffaele sobre la noche en la Corte Fortunata, cuando lo vi por primera

vez actuar. Le digo cómo Teren vino a mí en la audiencia y me amenazó con la vida de mi

hermana. Le digo cómo me aproveché de las carreras de clasificación para ir a Teren y

decirle sobre el Torneo de las Tormentas. Le digo cómo Teren me encontró de nuevo

durante las Lunas de Primavera y cómo oí la conversación de Enzo y de Dante sobre mí.

Cómo huí a la Torre de la Inquisición para liberar a mi hermana. Cómo maté a Dante en un

callejón oscuro. La liberación de todas mis mentiras y secretos es un alivio, extenuándome.

Les cuento cómo Teren se abalanzó sobre mí en la arena, como lancé mis manos en defensa

y conjuré una ilusión de dolor indescriptible en él. Cómo me di cuenta que no estaba

atacando a Teren en absoluto, sino a Enzo.

Mi voz se tambalea aquí. El relato deja mi corazón tan dolido que puedo apenas

respirar, y en mi tristeza veo el fantasma de Enzo parpadeando dentro y fuera de la

habitación, sus ojos oscuros girados hacia mí, su expresión inquietante. Puedo sentir la

sospecha que emana de todo el mundo, su pensamiento tácito de que soy responsable de lo

que había sucedido. Que soy un monstruo.

Lo siento mucho. Lo siento tanto.

Quizás Teren siempre había sabido que haría algo como esto.

Cuando termino, están inmóviles. Lucent mira hacia mí con una expresión tanto de

asco como aterrada. Gemma se ha retirado detrás de ella y Michel se ve listo para detenerme

en caso de intentar hacerles daño. Sé lo que están pensando, aunque no lo digan en voz alta.

Me quieren muerta. Les haría sentirse a todos mucho mejor. Una densa ira oscura comienza

a acumularse dentro de mí. Me agarro a esto. Más niebla se levanta de mi mente. Siento

chispas de creciente fuerza en mí, empujando atrás a la debilidad de mi pérdida de sangre y

dolor.

Por último, Raffaele habla. Hay una cierta veneración que el grupo le da, con sus

palabras, los demás se callan inmediatamente, volviendo a él como si esperaran tuviera el

poder de poner todo en orden de nuevo. Su voz es débil, pero estable.

—Cuando te analicé la primera vez —comienza, tomando una de mis manos—, estabas

alineada con el miedo y la furia, la pasión y la curiosidad. ¿Te acuerdas?

Él está usando su energía en mí. Puedo sentir su suave influencia en mis emociones,

el suave tirón que me acerca a él, calmándome. Me encuentro apoyándome en su toque,

apretando su mano con más fuerza. Aquella tarde cuando nos habíamos conocido, no

parecía que fuera hace tanto tiempo atrás.

—Recuerdo —respondo.

Raffaele continúa. Una cierta tristeza entra en su voz.

—Tu reacción a la piedra de la noche y ámbar, a la oscuridad, me asustaban. Me

asustaba mucho. Aun así, quería creer que, de alguna manera, serías capaz de domar tu


voluntad. ¿Sabes lo poderosa que podrías ser, si dominaras estas dos emociones y

aprendieras a utilizar las dos en ti misma y en los demás? Confiaba. Pensé... —Vacila por un

momento—. Pensé que tu adaptación a la pasión te salvaría. La energía de la pasión es

luminosa y cálida, al igual que el color de las piedras preciosas. Es una luz en la oscuridad,

un incendio en la noche. Al principio pensé que te haría más segura, que si tenías alrededor

a aquellos a los que amabas, sería capaz de usar tu oscuridad a tu favor. Pensé que esto

ayudaría dominarte y posteriormente, te ayudaría.

Lágrimas pican el rabillo de mi ojo. Sé en qué trayectoria van las palabras de Raffaele.

Raffaele baja sus suaves ojos como joyas.

—Me equivoqué. La pasión es luminosa y cálida... pero la pasión tiene un lado oscuro

también. Se enlaza con el miedo. Nuestros corazones se llenan de terror al pensar en el daño

a nuestros seres queridos, ¿no es así? No se puede tener amor sin miedo. Los dos coexisten.

En ti, tu adaptación a la pasión en su lugar alimento el miedo y la furia. Te hizo más oscura.

Cuanto más amas a alguien, más inestables se convierten tus poderes. Tu creciente pasión

por Enzo te hizo volátil. Esto te llevo a la pérdida del control sobre tus poderes, poderes que

habían crecido a fortalezas peligrosas. Eso, junto con tu ira y amargura, te han hecho

increíblemente impredecible.

—¿Qué estás diciendo? —le susurro a través de mis lágrimas.

Raffaele sigue estirando de mi energía y su suave toque envía ondas de tristeza

invadiéndome. Se siente culpable, me doy cuenta.

—Adelina —murmura. Oh. Jadeo con dolor repentino. Estoy sorprendido de que esto

es lo que finalmente me rompe el corazón. Nunca jamás me llamó simplemente Adelina

antes, ni siquiera cuando nos conocimos. Estaba rompiendo sus lazos afectuosos conmigo—.

Le aconsejé a Enzo desde el principio que te matara. Él se negó.

Empiezo a llorar. Un recuerdo me llega, de mi tarde con Raffaele, cuando nos

sentamos juntos al lado de las doradas aguas de los canales de Estenzia, mirando las

góndolas pasar, cuando me cantó la nana de mi madre. Dante tenía razón. Raffaele, amable,

hermoso, sensual, a quien le tenía cariño con todo mi corazón, la única persona en el mundo

que pensé podía confiar del todo, la persona que devolví a los Dagas para ayudar a salvar,

nunca había confiado en mí a cambio. Amabilidad con condiciones. Era el último hilo

suspendiéndome en la luz. Sin él, puedo sentirme en espiral hacia abajo, cayendo a un lugar

donde ya no puedo sentirme segura.

—Incluso tú —le susurro a través de mis lágrimas—. ¿Cómo pudiste? —No necesito

preguntar para saber que Raffaele debe también haber sugerido a Enzo que matara al niño

que no podía controlar las lluvias. En cierto modo, Raffaele siempre había sido el líder de los

Dagas—. ¿Fuimos alguna vez amigos? —digo en voz baja—. ¿Alguna vez me tuviste cariño?

Raffaele se avergüenza. Puedo decir que le duele decirme esta verdad, que incluso

mientras él anhela darme un poco de consuelo, se detiene y endurece su corazón.

—Mantuve mi consejo para él. Te entrené lentamente porque no quería que

aprovecharas tus plenos poderes. Sabía, desde el principio, que nos podría traer a todos

sufrimiento, inclusivo a ti.

¿Quién va a quererte, Adelina? ¿Creías honestamente que podías escapar de quién

eres? Nunca vas a encajar en ningún lugar. El fantasma de mi padre se materializa a mi


lado, su respiración pesada y fría contra mi piel, su voz familiar silbando en mi oído. Nadie

más reacciona a su presencia, sin embargo. Es una ilusión que me tortura sólo a mí.

—Podemos arreglarlo —le digo. Mi mano se aprieta más fuerte alrededor de la de

Raffaele. Un último, frenético intento—. Una vez me dijiste que había rumores de una Élite

que podía traer a los muertos de vuelta a la vida. ¿Verdad?

Raffaele mueve su cabeza.

—Te estás engañando a ti misma, Adelina —dice suavemente y sé que no está hablando

de la imposibilidad de traer a Enzo de vuelta. Está hablando del amor de Enzo por mí.

Le importaba. Arriesgó su vida por mí. Con desesperación, alcanzo mi energía y

conjuro una ilusión de emociones en torno a Raffaele, tratando de convencerlo de que Enzo

me amó, aunque brevemente, incluso en un momento de debilidad, tratando de convencerlo

de que me tenía cariño. Mis palabras llegan más rápido.

—Voy a aprender cómo controlar mis poderes, lo prometo, puedo hacerlo la próxima

vez. Sólo dame una oportunidad más.

Raffaele cierra los ojos. Lo siento resistiendo la ilusión que está tejida a su alrededor.

—No lo hagas —susurra.

—Por favor —le susurro con voz ahogada—. Siempre has sido amable conmigo. No me

dejes atrás, te lo ruego. Voy a estar perdida sin ti. ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo voy a aprender?

Cuando Raffaele abre los ojos de nuevo, se ven brillantes por las lágrimas contenidas.

Se estira para apartar el cabello de mi lastimada cara.

—Tienes bondad en tu corazón —dice—. Pero tú oscuridad abruma todo; tu deseo de

hacer daño, destruir y vengar es más poderoso que tu deseo de amar, ayudar e iluminar el

camino. He alcanzado los límites de mi conocimiento. No sé cómo entrenarte.

Belleza y dolor van de la mano, decía siempre mi padre. Por un instante, fantaseo

con hacerle a Raffaele sentir el dolor que me está dando, forzándole a esconderse ante mí,

en agonía. Qué satisfactorio sería. Mi energía se hincha en anticipación. Entonces retrocedo

con horror a la chispa de alegría que sentí por un acto tan depravado. Tiene razón acerca de

mí. Él siempre ha tenido razón.

Raffaele aprieta sus labios. Las lágrimas ya no brillan en sus ojos. Quizás me las

imaginé todo el tiempo.

—Puede pasar la noche aquí —dice—. Pero por la mañana, tú y tu hermana necesitan

salir. Es mi deber proteger a los Dagas y ya no siento que podemos estar a salvo contigo

entre nosotros. Lo siento.

Me está echando. Ya no soy una de ellos.

La oscuridad se tuerce dentro de mí, inundando las orillas de mi conciencia. Veo todas

las veces que he entrenado con Enzo, cómo salvó mi vida y me llevó dentro, cómo nos

besamos, el resplandor de su silueta en la oscuridad, la forma en que su cabello caía, suelto y

rebelde, por encima de sus hombros, su expresión suave. Entonces veo la noche de la

tormenta, cuando mi padre hizo un trato para venderme, la primera vez que llamé a mis

ilusiones en medio de una lluvia torrencial, la verdadera razón por la cual Enzo eligió

salvarme el día de la ejecución, todas las veces que he estado herida y maltratada, dejada

atrás y abandonada, la estaca de hierro, el fuego y la gente cantando a continuación,


deseándome muerta y desaparecida, los pálidos ojos de Teren devolviéndome la mirada, los

Dagas, mi entrenamiento, la cara burlona de Dante, la traición de Raffaele. La ambición

arremolinándose en mí alcanza su punto máximo, desviando mi tristeza, fusionando con mi

ira, el odio y el miedo, mi pasión y curiosidad. Los susurros que se esconden en el fondo de

mi mente ahora saliendo a la luz, sus dedos largos y huesudos, contentos por la libertad que

les estoy dando. ¿Son los Dagas diferentes a tu padre, quien quería venderte para saldar

sus deudas?, me dicen. ¿De Teren, quien quería usarte para llegar a los Dagas? Incluso el

entrenamiento en la cueva, oculto bajo tierra, no se alejaba de las mazmorras de la

Inquisición.

Tal vez simplemente cambié una oscura celda de prisión por otra. Nunca nadie me dio

su cariño sin esperar algo a cambio.

¿Son ellos diferentes?

¿Son todos iguales?

Todos quieren usarte, utilizarte, necesitándote hasta que consiguen lo que quieren y

luego te echan a un lado.

Todo lo que Raffaele vio en mí el día de mi prueba es verdadero. Juntas, la alineación

de mi energía se arremolina dentro de mí, movediza y poderosa. Estoy temblando.

Raffaele siente el creciente poder en mí, porque una nota de temor se cierne sobre él.

Aun así, no se mueve. Me enfrenta con total determinación, negándose a dar marcha atrás.

No lo hagas. Concéntrate. Contrólalo. La única manera de reprimir mi energía es borrar

mis emociones y por lo tanto las cierro apartando cada una, de una en una. Mi tristeza se

convierte en ira y después en furia helada. Mi alma se enrosca sobre sí misma en defensa.

Estoy perdida. Estoy verdaderamente perdida.

No me arrepiento.

—No tienes derecho a juzgarme —le susurro, mirando alrededor a los otros—. Ustedes

pertenecen a una sociedad que prospera en el asesinato. Tú no eres mejor.

Raffaele sólo devuelve mi mirada con la suya al mismo nivel. Asiente hacia los demás

para que salgan. Lucent empieza a protestar, luego suspira y me echa una última mirada

antes de seguir a Gemma y Michel por la puerta. Raffaele y yo somos los únicos que quedan

en la habitación. Por un momento, aunque sea breve, la dulzura de su rostro se desvanece

para revelar algo duro y oscuro.

—El asesinato es un medio para un fin —dice finalmente, inclinando ligeramente la

cabeza hacia mí. Esta vez, el gesto parece más astuto que coqueto—. No es una actividad por

placer.

Si me echas de la Sociedad de los Daga, entonces voy a formar la mía. Estoy cansada de

perder. Estoy cansada de ser utilizada, herida y tirada a un lado.

Es mi turno para usar. Mi turno para herir.

Mi turno.

—Estás cometiendo un error —le digo. Mi voz se levanta plana y fría. La voz de alguien

nuevo—. Al no matarme ahora.

—No —responde Raffaele—. No lo hago.


Finalmente se levanta. Sus manos se separan de las mías. Camina hacia la puerta con

su distintiva gracia, luego se detiene justo ante ella.

—Adelina —dice, girándose. La mirada en sus ojos amenaza con quebrarme—. Yo

también lo amaba.

Después me deja y estoy realmente sola.



a caído la noche, y hay tranquilidad de nuevo. Afuera, en los jardines de la

H

finca, unas velas parpadean en duelo por Enzo. No sé dónde están los otros

Dagas; tal vez hace mucho tiempo que han dejado este lugar. Tal vez han

huido a los Skylands, donde Beldain podría darles refugio. Mañana por la

mañana, las cosas serán diferentes, la sublevación ha sido aplastada,

Giulietta gobernará como la reina de Kenettra y Teren descargará su ira contra todos los

malfettos. Los seguidores de Enzo han pasado a la clandestinidad para lamerse las heridas.

Violetta y yo huiremos a Estenzia. A dónde vamos a ir, no estoy segura. Me conformo con

otra capital con puerto, tal vez una lejos de aquí. Tal vez voy a empezar mi propia sociedad

para devolverle el golpe a Teren. Tal vez nos encontremos con otros Jóvenes Élites. Los

Dagas no pueden ser los únicos.

Me siento frente al espejo de mi tocador en mis aposentos, apoyada débilmente contra

mi silla. Mi pecho herido duele cada vez que respiro. El cuchillo escondido en mi bota es mi

única arma, y ahora lo saco y lo coloco sobre la superficie del tocador, apuntando hacia

mí. A través de la ventana, puedo ver las siluetas de color azul oscuro de los jardines de la

finca. Enzo anda ahí abajo, deslizándose por la hierba que rodea las principales fuentes. Sus

ropas de zafiro se arrastran detrás de él. Sé que no es real, que es sólo otra visión que no

puedo controlar.

Todo el mundo hablará de mí. La noticia de la muerte del príncipe va a extenderse por

el país como la pólvora, Lucent ya ha enviado palomas a dar la noticia a los demás

patrocinadores de los Dagas. La gente dirá que el príncipe se había enamorado de mí, y que

lo maté con el fin de ayudar a Teren a ganar el trono. Me acusarán de engañar a Enzo para

amarme, y luego tratar de aprovechar su posición de poder. Susurrarán sobre mí. Voy a

tener enemigos acechando en cada sombra.

Que hablen. Que su temor por mí crezca. Le doy la bienvenida.

Me quedo en silencio ante mi reflejo en el espejo, estudiando mi largo cabello plateado,

la parte dañada de mi rostro, toda ella iluminada por el color azul-blanco de la luz de la

luna. Vuelvo a pensar en la noche que grité a mi reflejo y destrocé mi espejo con mi cepillo.

¿Ha cambiado algo desde entonces? El fantasma de mi padre se desdibuja en el reflejo del

espejo, deslizándose detrás de mí, su rostro es un retrato amenazador y oscuro. Trato en

vano de hacer que se vaya, pero no puedo. Mis poderes me abruman, creando visiones de

cosas que no quiero ver.

De repente tomo el cuchillo de mi mesa. Entonces agarro un mechón de mi cabello y

frenéticamente empiezo a cortar. Los hilos brillan a través de mi visión por un momento, no

puedo decir si son hilos de energía o mechones de mi cabello y luego caen, brillantes, al

suelo. Una extraña fiebre se apodera de mí; mi herida se retuerce en protesta bajo mis


vendas, desgarrándose de nuevo, pero no me importa. Odio todo de mis marcas, quiero que

se vayan, han traído sobre mí todo el dolor y el sufrimiento en mi vida, me han quitado todo

lo que me importa. En este instante, ninguno de mis poderes me da alegría. Todavía estoy

sola, rota y pequeña, la mariposa luchando por vivir en la hierba. Tal vez será mejor si Teren

gana. Que nos destruya a todos. Que nuestras marcas desaparezcan de este mundo y

termine nuestra lucha.

Tengo que deshacerme de esta marca. Una y otra vez corto, cortando mechones de mi

cabello y soltando las hebras rotas a mi alrededor. En mi frenesí, la hoja pellizca mis dedos y

mi cuero cabelludo, dejando cortes. Me balanceo en mi silla, y luego caigo al suelo. El color

rojo empaña mi visión, mezclándose con el gris.

—¡Adelina!

En algún lugar en medio de mi frenesí hay una pequeña voz clara. Entonces Violetta

está aquí, en mi habitación, con sus manos agarrando las mías, sus súplicas caen en oídos

sordos. Me alejo de su alcance, saltando sobre mis pies, y continúo cortando mi cabello.

—Suéltame —siseo, saboreando la sal y el agua en mis labios.

Alguien me quita el cuchillo de las manos, dejándome indefensa. En mi furia ciega,

arremeto contra mi hermana con mis ilusiones, tratando de obligarla a devolverme el

cuchillo, pero Violetta tuerce mi poder. El repentino estallido de energía que deja mi cuerpo

me roba el aliento. Suspiro, luego me agarro a mi mesa mientras mis rodillas se doblan. Los

brazos de Violetta están a mi alrededor; me está bajando con cuidado al suelo. Todo a

nuestro alrededor son mechones de mi cabello, plateado y gris coloreados por la

luna. Violetta me acerca en un fuerte abrazo. Me aferro desesperadamente a ella,

aterrorizada.

—Puedo sentir que estoy enloqueciendo —susurro, mi voz cortada por los sollozos—.

La oscuridad se filtra un poco más cada día. ¿Qué he hecho? ¿Cómo puedo ser así?

—Puedo hacer que se detenga. Con el tiempo puedo aprender a quitártelo para

siempre. —Sus palabras suaves atraviesan las voces airadas que envenenan mi mente. Ella

duda—. Puedo salvarte.

Las palabras exactas de Teren salen de la boca de mi hermana. Me estremezco

alejándome.

—No —espeto—. Devuélvelo.

Los ojos de Violetta brillan con lágrimas.

—Va a destruirte.

Déjalo. No me importa.

—Devuélveme mi poder, te lo ruego. No puedo vivir sin él.

Violetta estudia mi rostro. No frecuentemente veo nuestro parecido… pero aquí, en

esta luz de la luna pálida, sus ojos se vuelven los míos, mi cabello se convierte en el suyo, y la

tristeza en su rostro me rompe el corazón con tanta seguridad como la mía debe romper el

suyo.

Finalmente, Violetta lo suelta; mi energía viene corriendo hacia mí, dándome vida y

libertad. Atrapo los hilos y los mantengo cerca. Esto es todo lo que tengo que es mío.


—Sólo déjame en paz —murmuro una y otra vez—. Déjame sola…

Mis palabras se cortan cuando Violetta envuelve sus brazos alrededor de mí otra vez.

—Mi Adelinetta —susurra en mi oído—. ¿Te acuerdas de cómo solíamos estar en el

césped, contando las estrellas mientras surgían en el cielo de la tarde? —Asiento contra su

hombro—. ¿Te acuerdas de cómo solíamos bailar en el antiguo dormitorio de

madre? ¿Recuerdas cómo solíamos escondernos en el armario y pretender que vivíamos

lejos, muy lejos? —Su voz empieza a temblar—. ¿Te acuerdas cómo me sentaba contigo hasta

altas horas de la noche, reparando tu dedo roto lo mejor que podía? ¿Te acuerdas?

Asiento, reprimiendo las lágrimas. Sí.

—No estás sola. —Ella intensifica su abrazo—. Toda mi vida he tratado de protegerte.

Y entonces me doy cuenta de que todo lo que quería, sólo bondad sin condiciones,

había venido de Violetta. No sé por qué nunca lo he visto. En todo este mundo, sólo ella ha

hecho cosas por mí, malas o buenas, sin pensar en su propio beneficio. Somos hermanas. A

pesar de todo lo que hemos pasado, todo lo que hemos discutido, somos hermanas hasta que

la muerte venga por nosotras.

Algo se rompe dentro de mí, disipando los feos susurros que me atormentaban

momentos antes, y las puertas que sostienen mis lágrimas se rompen. Abrazo a Violetta

ferozmente, como si pudiera morir si la dejara ir. La pena me envuelve. Comienzo a tejer.

Formo una ilusión a nuestro alrededor, una visión de las cosas que sueño y cosas que no

existen. La habitación brilla y luego desaparece, reemplazada en cambio con jardines

bañados por el sol de nuestra antigua casa familiar. Mi cabello y pestañas ya no son

plateados, sino oscuros como los de mi hermana y madre, y mi rostro está intacto y perfecto.

Violetta se ríe y coloca una flor detrás de mi oreja. Nuestro padre viene a saludarnos desde el

interior de la casa, él es una entera y saludable visión, una fantasía de alguien que nunca

conocí, con la risa en su voz, el olor del viento y madera en su abrigo en lugar del perfume

familiar del vino. Junto a él, está nuestra madre, con una sonrisa divertida en los labios, una

visión de la mujer en la que nos convertiremos. Corro a sus brazos. Mi madre pone sus

manos en mis mejillas y me besa. Mi padre me abraza y me levanta en el aire. Me da vueltas

en un amplio círculo. Lanzo mi cabeza hacia atrás y me río con él, porque soy su hija y él es

mi padre, y no se avergüenza de mí. Me ama completamente, de la forma en que debió ser.

Sostengo la visión durante el tiempo que puedo. La habría sostenido para siempre, feliz

de perderme en ella el resto de mi vida.

Finalmente, libero la ilusión. Poco a poco se desvanece a nuestro alrededor, el sol y la

hierba son reemplazados con la luz de la luna y suelos de madera, mi madre y mi padre

reemplazados por Violetta, con los brazos aún envueltos fuertemente a mi alrededor, su piel

es cálida. Me apoyo en ella, débil y agotada, sangrado, con mi energía agotada. Ninguna de

las dos habla.

Mañana por la mañana, voy a sacarnos de Estenzia. Voy a encontrar a otros como

nosotros. Nos volveré contra Teren con tal furia que va a pedir perdón. Mañana, voy a

asumir todas estas cosas. Voy a ser imparable.

Pero esta noche, nos quedamos donde estamos, esperando, perdidas en la oscuridad.


ejos al norte de la isla de la nación de Kenettra, en las altas llanuras Skyland

L

de la nación de Beldain, la princesa Maeve sumerge sus manos en agua

bendita preparándose para la ejecución de un preso. Entrecierra los ojos hacia

las nubes que cubren el cielo, y luego se dirige al largo puente que la conduce

a las puertas del Palacio Hadenbury a la ciudad. Los vientos son fuertes, para

un día de verano. Silban contra las puertas detrás de ella, cantando una melodía encantada,

y el puñado de personas que se ha reunido para las ejecuciones se apiña más a ambos lados

de las puertas, desafiando al frío y mirando con curiosidad sobre las cabezas de los soldados.

Maeve levanta las pieles alrededor de su cuello, preparándose contra los vientos en

frente de las puertas, y luego vuelve su atención al hombre encadenado arrastrándose a sus

pies. Unos adornos diminutos cuelgan en su cabello tintineando junto con el viento. El

tercer preso hoy. Ella suspira. Si voy a pasar un día matando gente, debería al menos estar

en el campo de batalla. Disparar flechas a débiles prisioneros tambaleantes no es divertido

en absoluto.

Detrás de ella, en una línea perfecta, se encuentran sus seis hermanos mayores. A su

lado, su tigre blanco de Beldish está sentado con languidez, mirando al prisionero con

perezosos ojos dorados, su pelaje largo y grueso manchado con franjas de oro. Coincide con

las líneas feroces de oro pintadas en el propio rostro de Maeve. Increíble, realmente, cuánto

un delgado tigre adolescente tomado de los bosques de los Skylands del norte puede crecer

en un año.

Apoya una mano en la empuñadura de su espada.

—¿Tienes una confesión? —le dice al prisionero. Su voz suena baja, dura, y áspera,

igual que la de su madre, lo suficientemente elevada como para que el público escuche—.

Habla, para que pueda decidir si eres merecedor de una muerte rápida.

Maeve apenas puede entender la respuesta del prisionero a través de sus sollozos. Se

arrastra tan cerca de ella como puede, hasta que los guardias lo flanquean empujándolo

hacia atrás. Se las arregla para rozar con los dedos sucios los bordes de sus botas.

—Su alteza —se las arregla para decir con su voz temblorosa. Gira la cabeza hacia ella,

con los ojos húmedos y suplicantes, y limpia las líneas de tierra y sangre que pintan su

rostro. Maeve arruga la nariz con disgusto. Es difícil creer que este hombre una vez fue de la

nobleza—. Tengo mi confesión. He avergonzado a esta tierra que la Santa Fortuna ha

bendecido. No merezco vivir. Su alteza real, soy su humilde…


—Su confesión, sir Briadhe —le interrumpe, su tono aburrido. Ella lleva sus trenzas

altas de acuerdo a la moda guerrera de hoy, feroces cuerdas de mechones entrelazados

atraviesan cada lado de su cabeza, levantando su cabello como los pelos de punta en la

espalda de un lobo. La mitad de su cabello es rubio oscuro; la otra mitad es negro

medianoche. La gran diosa Fortuna, guardiana de Beldain, la había bendecido con esta

marca, entre otras cosas.

Los sollozos del prisionero continúan. Confiesa con los labios temblorosos, algo sobre

el adulterio y aventuras, rabia y asesinato, cómo mató a su esposa con una puñalada en la

espalda. Cómo siguió apuñalándola incluso después de que ella hubiera muerto.

La audiencia murmura en voz baja mientras habla. Cuando termina, los ojos de Maeve

recorren la escena, considerando el castigo apropiado. Después de un momento, mira hacia

el prisionero.

—Sir Briadhe —dice. Saca la pesada ballesta de su espalda—. Voy a hacer un trato.

El hombre levanta la vista hacia ella, una ráfaga repentina de esperanza ilumina sus

ojos.

—¿Un trato?

—Sí. Mira detrás de ti. ¿Ves este largo puente en el que nos encontramos? ¿Cómo nos

lleva más allá de los jardines del palacio a la ciudad? —Maeve asiente a la distancia mientras

empieza a colocar una flecha en su ballesta—. Llega al final del puente antes de que cuente

hasta diez, y te despojaré de tu título y te permitiré vivir en el exilio.

El prisionero jadea. Luego se arrastra hacia Maeve de nuevo y empieza a besar sus

botas.

—Lo haré —dice en un apuro—. Lo haré, gracias, princesa, gracias, su alteza.

—¿Y bien? —dice Maeve mientras los guardias lo arrastran sobre sus pies. Ella aprieta

su agarre en la ballesta. Los guardias se hacen a un lado, dejando al hombre balancearse por

su cuenta—. Será mejor que te vayas.

Levanta la ballesta en su hombro y comienza a contar.

—Uno. Dos.

El prisionero entra en pánico. Se da la vuelta, recoge sus cadenas, y comienza a correr

lo más rápido que puede. Se tropieza con sus cadenas en el apuro, pero se las arregla para

sostenerse a tiempo. La multitud empieza a cantar, entonces grita. Maeve mira de reojo la

línea de su ballesta. Sigue contando.

—Siete. Ocho. Nueve.

El prisionero es demasiado lento. Maeve deja la flecha volar. Mismo crimen, su madre

siempre decía, mismo castigo.

Esta lo golpea de lleno en la pantorrilla. Él grita, luego se derrumba en un

montón. Frenético se levanta de nuevo, luego se tambalea hacia adelante. Maeve coloca con

calma otra flecha, luego la levanta y dispara de nuevo. Esta vez, apunta a la otra

pierna. Acierta. El hombre cae con fuerza. Su llanto perfora el aire. La multitud la alienta. El

prisionero se encuentra a pocos metros del último poste, comienza a arrastrarse sobre sus

codos.


Los prisioneros son siempre tan condenadamente desesperados cuando miran a la

muerte a la cara.

Maeve lo ve arrastrarse por un momento. Luego se arrodilla junto a su tigre.

—Ve —le ordena.

El tigre salta de su lado. Momentos más tarde, los lamentos del prisionero se

transforman en gritos agudos. Maeve observa mientras la audiencia aplaude. La imagen no

le trae ninguna alegría. Levanta sus manos para pedir silencio, y los gritos se interrumpen

bruscamente.

—Esta no es una ocasión para los aplausos —dice en señal de desaprobación—. La reina

no tolera el asesinato a sangre fría en la gran nación de Beldain. Que esto sea una lección

para todos.

Uno de sus hermanos se endereza de su postura casual y le da golpecitos en el

hombro. Augustine. Le entrega un pergamino.

—Noticias de Estenzia, pequeña Jac —dice sobre el ruido—. La paloma ha llegado esta

mañana. —El apodo levanta el corazón de Maeve por un instante. Siempre le recordaba a su

infancia con su grupo de hermanos, arrastrándose tras ellos con sus pieles y vestidos,

imitando sus posturas fanfarronas y de caza. Entonces su corazón se tensa. Últimamente,

Augustine sólo la llama pequeña Jac cuando llega una preocupante noticia, como cuando su

madre enfermó.

Maeve lee la carta en silencio. Es de Lucent, y no dirigida al palacio, sino directamente

a Maeve misma. Se queda en silencio por un largo momento. Entonces suspira con

frustración.

—Kenettra tiene un nuevo gobernante, al parecer —responde finalmente. Chasquea la

lengua en señal de desaprobación, y luego silva a su tigre para que vuelva.

Su hermano se acerca más.

—¿Qué ha pasado?

—El rey fue asesinado —responde Maeve—. No por el príncipe heredero, sino por el

Líder Inquisidor de Kenettra. Y el príncipe está muerto.

Augustine se inclina hacia atrás y apoya su mano en la empuñadura de su espada.

—Eso cambia nuestros planes, ¿no es así?

Maeve asiente sin contestar, con los labios apretados. Tenía la esperanza de que ser

uno de los mayores clientes de los Dagas significaría que después de que Enzo tomara el

trono, llevaría a cabo su promesa de reestablecer el comercio entre Kenettra y Beldain. Si

voy a ganar gradualmente el control de Kenettra, prefiero hacerlo sin sacrificar miles de

soldados. Además, prefería ver a alguien que apoyaba a los malfettos en el trono de la

isla. Pero ahora el príncipe heredero está muerto.

—Es una complicación —dice finalmente—. Aun así, tal vez será más fácil de esta

manera.

—¿Y qué es esta mención de una Loba Blanca?


—Alguna nueva Élite —murmura Maeve, distraída, mientras vuelve a leer la

carta. ¿Matar a los escogidos de Fortuna? Esos Kenettranos se vuelven más bárbaros cada

año. Se da la vuelta y le devuelve el pergamino a su hermano—. Dale esto a la reina.

—Por supuesto.

—Y reúne a los demás —añade. Es hora de llamar a sus Élites a la acción—. Si todavía

queremos hacer un movimiento, tendremos que hacerlo pronto.

Augustine cruza sus brazos sobre su pecho y sonríe.

—Con mucho gusto, su alteza.

Maeve lo observa irse. Lucent. Extraña a Lucent desesperadamente, sus

conversaciones íntimas, sus duelos amistosos y sus aventuras salvajes en el bosque. Lucent

realizaría un seguimiento de ciervos; Maeve haría los disparos asesinos. Lucent frunciría el

ceño; Maeve se burlaría. Lucent se arrodillaría para prometer su lealtad a la corona; Maeve

le ayudaría a ponerse en pie. Lucent rehuiría de sus besos; Maeve la acercaría de nuevo.

Lucent huyó a Kenettra después de que la reina la desterrara; Maeve se volvió

silenciosa y fría en su ausencia.

Mientras los guardias limpian la ejecución, Maeve se dirige de nuevo al Palacio

Hadenbury. Sus hermanos continúan a los aposentos de su madre, sus voces emocionadas

mientras hablan de las noticias, pero Maeve toma una ruta diferente que la aleja de los

apartamentos del palacio, a través de los patios, hacia una pequeña mansión

independiente. Su madre se casó con dos maridos y dio a luz a siete hijos antes de tener una

hija. Maeve ha esperado toda su vida para tomar su derecho de nacimiento… pero

convertirse en la reina de Beldain significa que su madre primero tendrá que morir. Se

estremece ante la idea.

Aun así, opta por evitar la visita a la reina muriendo con sus hermanos. Maeve no está

de humor para otra conferencia sobre la elección de un marido para que pudiera dar a luz a

un heredero.

Dos soldados que montan en la mansión se inclinan ante ella. La escoltan hacia las

salas familiares hasta que finalmente llegan a un piso tranquilo. Aquí, Maeve toma la

delantera mientras los guardias nerviosos se quedan a varios metros detrás de ella. Se acerca

a una puerta estrecha con barras de hierro extendiéndose por su madera, y luego saca una

llave de alrededor de su cuello. En el otro lado de la puerta, se oye a alguien moverse. Los

encargados retroceden. Incluso su tigre mascota se niega a acercarse.

La cerradura se abre. Maeve empuja a un lado las rejas de hierro y abre la puerta con

un chirrido débil. Entra sola, cerrando la puerta firmemente detrás de ella.

La habitación está a oscuras; haces de luz azul atraviesan las ventanas de hierro. En la

cama de los aposentos, una figura se mueve ante su entrada y se sienta en posición vertical.

Es alto y delgado, con el cabello despeinado. Su hermano más joven.

—Soy yo —dice Maeve suavemente. El joven en la cama entrecierra sus ojos

adormilados hacia ella. En la luz, sus ojos brillan como dos discos brillantes, el color no es

de este mundo. Él no responde.

Maeve se detiene a pocos metros antes ante el final de la cama. Se miran el uno al

otro. Ella sabe que si abriera la puerta de la cámara y diera una orden, sus ojos se volverían


negros y eso muy bien podría matar a todos en el patio del palacio. Pero no lo hace, y él

permanece en silencio.

—¿Has dormido bien, Tristan? —dice.

—Bastante bien —responde el joven finalmente.

—¿Sabes lo que he sabido hoy? Kenettra tiene un nuevo gobernante, y los Jóvenes

Elites del país están en guerra.

—Trágico —responde Tristán. De alguna manera, en los últimos meses, sus

conversaciones se habían finalmente desvanecido en breves frases. Cada día, la luz de sus

ojos se hacía más distante.

Ella traga saliva, tratando de ignorar la forma en que su silencio retuerce su corazón.

Tenían sólo un año de diferencia, ella y Tristán, y él solía ser tan hablador, hasta el punto en

que le gritaba que la dejara sola. Pasaron esos largos días en el bosque con Lucent. Cierra los

ojos y piensa en regresar cinco años atrás. El accidente. La muerte de Tristán. El destierro

de Lucent. El descubrimiento de Maeve.

Ella aún recuerda cómo visitó el Inframundo en sus pesadillas, poco después de que

Tristán fuera asesinado. Había tenido sueños del reino de los muertos antes, pero esa noche

fue diferente. Estaba allí, físicamente allí, nadando a través de las aguas oscuras en un

intento de encontrar a su hermano. Lo había encontrado. Y lo llevó de nuevo a la

superficie. Un milagro, un poder de los dioses. Magia, la gente diría que es ahora, el don de

los Jóvenes Elites. Pero nunca le dijo a nadie lo que había hecho, todo el mundo

simplemente asumió que Tristán nunca había muerto en realidad. Ella mantuvo su poder en

secreto, incluso a su madre, incluso en sus raras cartas a Lucent. Sólo su sociedad de Élites

lo sabía. Si se corría la voz, las puertas del palacio se llenarían de gente de todo el mundo,

rogándole que reviviera a sus seres queridos. Era mejor mantener un perfil bajo.

Durante los primeros años después de su regreso, Tristán fue el mismo de

nuevo. Vivo. Normal.

Luego, lentamente, comenzó a cambiar.

Maeve sonríe tristemente ante el silencio de su hermano, luego toca su mejilla. Puede

sentir su fuerza, incluso ahora, un extraño, poder innatural que recorre su cuerpo que sólo

ella, que eligió traerlo de vuelta, tiene el poder de liberar en el enemigo de su elección.

—Ven —dice ella—. Tengo que hacer una visita a Kenettra.


Érase una vez, una chica que tenía un padre, un príncipe, una sociedad de amigos.

Luego la traicionaron, y ella los destruyó a todos.

Adelina Amouteru ha sufrido a manos tanto de su familia como sus amigos,

conduciéndola por el amargo camino de la venganza. Ahora conocida y temida como la Loba

Blanca, ella y su hermana huyen de Kenettra para encontrar otros Jóvenes Élites con la

esperanza de construir su propio ejército de aliados. Su objetivo: derribar el Eje de la

Inquisición, los soldados de capa blanca que asesinaron a su amor, el príncipe heredero,

Enzo Valenciano.

Pero Adelina no es ninguna heroína. Sus poderes, alimentados solo por el temor y el

odio, han empezado a crecer más allá de su control. No confía en sus recién descubiertos

amigos Élites. Teren Santoro, líder de la Inquisición, la quiere muerta. Y sus antiguos

amigos, Raffaele y la Sociedad de la Daga, quieren detener su sed de venganza. Adelina

lucha por aferrarse a lo bueno que hay en ella. Pero, ¿cómo puede alguien ser bueno, cuando

su misma existencia depende de la oscuridad?


Escritora americana de origen chino, Marie Lu es

conocida por sus novelas distópicas dedicadas a un público

juvenil, destacando su serie Legend, con la que ha dado el

salto al mercado internacional.

Antes de escribir a tiempo completo, era directora de arte en una compañía de

videojuegos. También tenía el negocio y marca Fuzz Academy, que fue elegido por C21Media

como una de las marcas con más potencial para una serie de televisión del International

Licensing Expo 2010. Se graduó en la USC en 2006 y vive en Los Ángeles, donde pasa gran

parte del tiempo atrapada en la autopista.



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