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POLÍTICA<br />

<br />

Arturo Moncada<br />

amoncadal@revistavertigo.com<br />

propio poder, el control sobre sus pueblos. Resurge<br />

entonces una diferencia sectaria que<br />

existe desde hace mucho tiempo pero que no<br />

tenía un valor simbólico o significativo en las<br />

relaciones del mundo musulmán: las divergencias<br />

entre sunitas y chiitas”.<br />

—¿Por qué es tan importante este resur-<br />

imiento?<br />

—Porque la revolución fundamentalista<br />

de Irán es conducida por un ayatola que es de<br />

filiación chiita: Irán es el bastión del chiismo<br />

internacional. Estas dos ramas que integran el<br />

Islam en realidad están muy desequilibradas en<br />

términos demográficos: 85 o 90% de la población<br />

mundial musulmana<br />

es sunita, mientras apenas<br />

10 o 15% es chiita… pero<br />

la mayoría de los chiitas<br />

se encuentran en Irán y<br />

solo algunos otros países árabes tienen mayoría<br />

chiita, como Irak, que por mucho tiempo fue<br />

gobernado por sunitas.<br />

—¿iste aluna discrepancia en términos<br />

reliiosos o qué provocó este enrentamiento?<br />

—La diferencia es más que nada política.<br />

Porque en términos religiosos la doctrina es<br />

exactamente la misma: los chiitas se llaman<br />

partidarios de Alá en una disputa histórica muy<br />

lejana sobre quién tiene derecho a la sucesión<br />

Salemi / AP<br />

de Mahoma; los chiitas apoyaban al suegro de<br />

Mahoma y los sunitas al tío; de ahí nace esta<br />

división. Sin embargo, esto no tuvo un significado<br />

profundo en la relación de los musulmanes<br />

a lo largo de la historia. Los iraníes se<br />

convirtieron al chiismo hasta el siglo XI, casi<br />

700 años después de la conquista árabe, y eso<br />

ha sido una especie de símbolo que, más que<br />

una disputa de carácter o doctrina, refleja un<br />

espíritu de nacionalismo iraní frente a la hegemonía<br />

árabe.<br />

Del lado político, luego de la revolución de<br />

Jomeini, Estados Unidos utilizó a Irak para tratar<br />

de contener el avance por Oriente Medio de la<br />

revolución fundamentalista de corte chiita, provocando<br />

una sangrienta guerra de ocho años<br />

entre Irán e Irak, que a nada condujo y solo exacerbó<br />

aún más las diferencias en la región.<br />

Cabe recordar que Arabia Saudita posee<br />

una mayoría sunita y durante ese conflicto<br />

apoyó al régimen iraquí de Saddam Hussein.<br />

Años más tarde, en 2003, cuando Estados<br />

Unidos invadió Irak, cayó el gobierno de Saddam,<br />

que era sunita, y Washington desmanteló el<br />

aparato estatal iraquí, creando un vacío de poder<br />

que ahondó las diferencias entre sunitas y chiitas.<br />

Y es que apoyó en el gobierno la candidatura<br />

de un chiita cambiando así la equidad<br />

de fuerzas en un país árabe clave: al dar el poder<br />

a la mayoría chiita otorgó, con o sin cálculo<br />

deliberado, una mayor influencia a Teherán.<br />

Antes de la confrontación directa entre<br />

estos Estados islámicos, considerados los más<br />

poderosos de Oriente Medio, ya las dos naciones<br />

estaban en lados opuestos frente a los conflictos<br />

en Siria, Irak, Yemen, Bahréin y Líbano.<br />

Y justo en el momento en el que parecía que<br />

Irán empezaba a quedar libre de las sanciones<br />

internacionales impuestas por su programa<br />

nuclear, la crisis desatada vuelve a provocar<br />

incertidumbre respecto de sus perspectivas

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