El principe Lestat - Anne Rice
—Muy bien —dije—. He venido a ayudar. He venido a averiguar lo que pudiera. —¡Ni una palabra más! Sé por qué has venido —dijo—. Debes irte. Te entiendo. Yo habría hecho lo mismo en tu lugar. Pero debes decirles a los demás que no vengan a buscarnos nunca más. Nunca. ¿Acaso crees que yo trataría de hacerte daño, a ti o a cualquiera de los demás? Mi hermana jamás haría algo así. Ella nunca dañaría a nadie. Vete ya. —¿Y qué hay de Pacaya, del volcán? —pregunté—. No puedes hacer eso, Maharet. No podéis arrojaros al volcán, tú y Mekare. No nos puedes hacer eso. —¡Lo sé! —dijo ella. Casi era un
gemido. Un gemido terrible de angustia. Un profundo gemido salió también de la garganta de Mekare, un gemido horroroso, como si su única voz la tuviera en el pecho. Se volvió de repente hacia su hermana, alzando las manos, aunque solo un poco, y enseguida las dejó caer, como si no supiera bien cómo manejarlas. —Déjame hablar contigo —le supliqué. Jayman venía hacia nosotros, y Mekare se giró bruscamente, fue a su encuentro y apoyó la cabeza en su pecho; él la envolvió en sus brazos. Maharet me miraba fijamente. Le temblaba la cabeza; gemía como si sus
- Page 882 and 883: la mano y darles lo que pudiera, ah
- Page 884 and 885: jóvenes que se mantuvieran alejado
- Page 886 and 887: y bastardos. Estaban masacrando a m
- Page 888 and 889: —Esa Voz está despertando a los
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- Page 892 and 893: con sinuosas callejas empedradas e
- Page 894 and 895: —Claro que no, su Alteza Real —
- Page 896 and 897: explicarle a él o a cualquiera.
- Page 898 and 899: —Desbarraba, sobre todo. La mitad
- Page 900 and 901: Maharet. —¿Y ella qué dijo? —
- Page 902 and 903: ella le advirtió que no intentara
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- Page 908 and 909: la Voz lo tiene controlado. ¿No es
- Page 910 and 911: ocurriendo —dije—. Me voy allí
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- Page 924 and 925: traté de pensar qué podía hacer.
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- Page 968 and 969: estaba allí, lo sabía. En esas se
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- Page 980 and 981: fijamente, sentado de lado en el ba
—Muy bien —dije—. He venido a<br />
ayudar. He venido a averiguar lo que<br />
pudiera.<br />
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has venido —dijo—. Debes irte. Te<br />
entiendo. Yo habría hecho lo mismo en<br />
tu lugar. Pero debes decirles a los demás<br />
que no vengan a buscarnos nunca más.<br />
Nunca. ¿Acaso crees que yo trataría de<br />
hacerte daño, a ti o a cualquiera de los<br />
demás? Mi hermana jamás haría algo<br />
así. <strong>El</strong>la nunca dañaría a nadie. Vete ya.<br />
—¿Y qué hay de Pacaya, del volcán?<br />
—pregunté—. No puedes hacer eso,<br />
Maharet. No podéis arrojaros al volcán,<br />
tú y Mekare. No nos puedes hacer eso.<br />
—¡Lo sé! —dijo ella. Casi era un