El principe Lestat - Anne Rice
del cuello seccionados y de los vasos casi vacíos. Un destello de conciencia. ¡Horror! Soltó la cabeza de la bebedora de sangre y se limpió las manos. Le bastó una ligera ráfaga del Don del Fuego para incinerar todos aquellos restos: la cabeza de mirada ciega, con varios mechones desgreñados atrapados entre los dientes, y el cuerpo flácido. El humo se extinguió rápidamente. La suave brisa de principios de otoño le acarició la cara, serenándolo. El jardín silencioso relucía con los fragmentos de cristal roto esparcidos por la hierba. La sangre le había despejado la mente y agudizado la visión, tonificándolo y convirtiendo la
madrugada oscura en un panorama prodigioso. Los cristales rotos eran como joyas. Como estrellas. Inspiró la fragancia de los limoneros. La noche estaba vacía en torno de él. No había cantos fúnebres que entonar por esa pareja anónima, por estos dos seres que habrían sobrevivido tal vez miles de años si no se hubieran lanzado contra un adversario al que no podían vencer. —Así pues, Voz —dijo Everard con desdén—, no vas a dejarme en paz, ¿no? No me has hecho daño, monstruo despreciable. Has enviado a estos dos a su muerte. Pero no hubo respuesta.
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- Page 798 and 799: —La mayor parte de lo que dice so
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casi vacíos. Un destello de conciencia.<br />
¡Horror! Soltó la cabeza de la bebedora<br />
de sangre y se limpió las manos.<br />
Le bastó una ligera ráfaga del Don<br />
del Fuego para incinerar todos aquellos<br />
restos: la cabeza de mirada ciega, con<br />
varios mechones desgreñados atrapados<br />
entre los dientes, y el cuerpo flácido.<br />
<strong>El</strong> humo se extinguió rápidamente.<br />
La suave brisa de principios de<br />
otoño le acarició la cara, serenándolo.<br />
<strong>El</strong> jardín silencioso relucía con los<br />
fragmentos de cristal roto esparcidos<br />
por la hierba. La sangre le había<br />
despejado la mente y agudizado la<br />
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