El principe Lestat - Anne Rice
en efecto, el pétalo de una gardenia a la luz de la luna, y su pelo blanco tenía un sutil brillo plateado. Seguro que no había nacido a la Oscuridad con ese pelo. Rhoshamandes, el hacedor de Everard, le había explicado hacía mucho que cuando algunos de los ancianos eran gravemente quemados, el pelo se les quedaba blanco para siempre. Bueno, era esa clase de magnífico pelo blanco. —Sabemos que has oído a la Voz — dijo el anciano—. Yo también la he oído. Igual que otros. ¿Tú la oyes ahora? —No —dijo Everard. —Te está diciendo que quemes a otros, ¿no? —Sí —dijo Everard—. Yo nunca le
he hecho daño a otro bebedor de sangre. Nunca he tenido que hacerlo. He vivido en esta parte de Italia durante casi cuatrocientos años. No voy a Roma o a Florencia para pelearme con nadie. —Lo sé —dijo el anciano. Tenía una voz agradable, una voz delicada, aunque, por otra parte, todos los ancianos tenían voces agradables, al menos por lo que Everard había observado. Lo que recordaba sobre todo de su hacedor, Rhoshamandes, era su voz seductora, aquella voz meliflua de la que se había valido para arrastrarlo al bosque la noche en la que Everard había nacido a la Oscuridad contra su
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he hecho daño a otro bebedor de sangre.<br />
Nunca he tenido que hacerlo. He vivido<br />
en esta parte de Italia durante casi<br />
cuatrocientos años. No voy a Roma o a<br />
Florencia para pelearme con nadie.<br />
—Lo sé —dijo el anciano. Tenía una<br />
voz agradable, una voz delicada,<br />
aunque, por otra parte, todos los<br />
ancianos tenían voces agradables, al<br />
menos por lo que Everard había<br />
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Lo que recordaba sobre todo de su<br />
hacedor, Rhoshamandes, era su voz<br />
seductora, aquella voz meliflua de la<br />
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