El principe Lestat - Anne Rice
de siempre, una taza de café americano bien caliente que, por supuesto, no podía ni pensaba beber. Años atrás, solía tomarse grandes molestias para fingir que comía y bebía. Ahora ya sabía que era una pérdida de tiempo. En un mundo como este, donde la gente consumía comida y bebida para entretenerse y no solo para alimentarse, a nadie le importaba si dejaba la taza llena en la mesa de un café, con tal de que diera una generosa propina. Y él solía dejar unas propinas astronómicas. Se arrellanó en la sillita de hierro (que probablemente era de aluminio, en realidad) y empezó a tararear la música de violín de Vivaldi mientras sus ojos
ecorrían las viejas fachadas oscurecidas por el tiempo que lo rodeaban, la arquitectura eterna de Italia que había sobrevivido a tantos cambios. Como él. De repente, se le detuvo el corazón. En el café de enfrente, sentados a una mesa de la terraza, con la espalda casi pegada al edificio que tenían detrás, había un anciano vampiro y lo que parecían dos fantasmas. Everard estaba demasiado aterrorizado para respirar siquiera. Pensó de inmediato en la amenaza de la Voz. Ahí estaban. El anciano, sentado a menos de quince metros de distancia: la
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ecorrían las viejas fachadas<br />
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rodeaban, la arquitectura eterna de Italia<br />
que había sobrevivido a tantos cambios.<br />
Como él.<br />
De repente, se le detuvo el corazón.<br />
En el café de enfrente, sentados a<br />
una mesa de la terraza, con la espalda<br />
casi pegada al edificio que tenían detrás,<br />
había un anciano vampiro y lo que<br />
parecían dos fantasmas.<br />
Everard estaba demasiado<br />
aterrorizado para respirar siquiera.<br />
Pensó de inmediato en la amenaza de la<br />
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Ahí estaban. <strong>El</strong> anciano, sentado a<br />
menos de quince metros de distancia: la